Está en la página 1de 139

DOCUMENTO

ESCRITOS Y DOCUMENTOS DE JULIO PHILIPPI*


(PRIMERA PARTE)

Arturo Fontaine Talavera


y Lucas Sierra

INTRODUCCIÓN

J ulio Philippi Izquierdo (1912-1997) fue un distinguido profesor


de derecho y decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica
de Chile. Se desempeñó como ministro de Justicia y de Relaciones Exterio-
res durante el gobierno de Jorge Alessandri. Fue asesor de tres gobiernos en
materias limítrofes (Frei Montalva, Allende y Pinochet) y miembro del
Tribunal Constitucional. Destacó en el ejercicio de la abogacía, en particu-
lar en su calidad de árbitro.
Los textos aquí seleccionados quieren dar una idea de lo que era el
saber de Julio Philippi. Sin duda ilustran el rigor y profundidad de su
pensamiento, su erudición, su versatilidad. También muestran cuáles eran

ARTURO FONTAINE T ALAVERA . Licenciado en Filosofía, Universidad de Chile.


M. Phil. y M.A. en Filosofía, Columbia University. Profesor de la Universidad Católica de
Chile. Director del Centro de Estudios Públicos.
LUCAS SIERRA. Abogado, Universidad de Chile. Investigador del Centro de Estudios
Públicos.
* Los autores de esta antología agradecen la colaboración de Helmut Brunner, Bruno
Philippi y Jaime Irarrázaval.
La antología se ha dividido en dos partes debido a su extensión. La segunda parte
aparecerá en la próxima edición de Estudios Públicos (Nº 75, invierno 1999). Al final de esta
primera parte se incluye un índice de los documentos y escritos recogidos tanto en la primera
como en la segunda parte de la antología.

Estudios Públicos, 74 (otoño 1999).


326 ESTUDIOS PÚBLICOS

sus principales inquietudes intelectuales y profesionales. Pese a su induda-


ble calidad, no permiten, creemos, formarse un idea clara de lo que fue la
gravitación de la mente de Philippi en nuestro medio.
Philippi era más que nada un maestro. No un divulgador, tampoco
un predicador. Su espacio académico preferido era el seminario, la reunión
en la que alguien presenta un tema y luego se lo discute abiertamente, sin
otros límites que los de la buena educación. Más un conversador inquisitivo
y culto que un ensayista, dejó por escrito mucho menos de lo que pensó y
sabía. Esto fue así en parte por modestia, en parte por su propio rigor, en
parte por “falta de tiempo, chiquillo”, como decía cada vez que alguien le
proponía un artículo.
Era un hombre de mente amplia. Congeniaba un catolicismo profun-
do y respetuoso de la ortodoxia con una curiosidad intelectual sin barreras.
Tenía una fuerte inclinación por lo empírico. Su afición a la naturaleza, a
los insectos o a los pájaros se transformaba en él, casi sin que se lo propu-
siera, en conocimiento factual, meticuloso de la geografía, de los hábitos de
los insectos o de los pájaros. Esta antología incluso registra su interés por el
problema del mal y el demonio. Su espíritu analítico desmenuzaba los
planteamientos e identificaba supuestos con una lógica natural, ajena a los
dogmatismos y las modas del momento.
Le maravillaba lo real. Incluso en sus detalles. Por eso fue un inte-
lectual cuidadoso, como si temiera ser infiel sin quererlo. Su amor a la
realidad, a los hechos concretos, lo acercó al tomismo. Encontró en la
tradición escolástica una manera de fundar sus intuiciones éticas y metafísi-
cas a partir de lo empírico. Pero esa tendencia suya se traducía en una
necesidad real de interrogación y puesta a prueba. No se protegía detrás de
una cómoda coraza de proclamadas certidumbres como acontece a tantos
escolásticos. Continuó y vivificó la tradición tomista de la Facultad de
Derecho de la Universidad Católica. Así, buscaba pensar desde sus catego-
rías casos jurídicos concretos y desarrollos de las ciencias modernas.
Por ejemplo, le inquietaba la cuestión del orden y del caos en el
universo. La conexión con el argumento cosmológico era clara. La física
cuántica ponía en duda la interpretación del principio de causalidad o tal
vez su alcance, y presentía que esto podía representar un desafío para todo
el edificio tomista. Lejos de esconder sus dudas las ventilaba en los semi-
narios que organizaba en su acogedora casa de Padre Mariano.
Llegaban allí físicos, filósofos, en fin, estudiantes. Nunca muchos.
Los que cupieran en su living. La cosa comenzaba después de comida, pero
temprano, con una invocación al Espíritu Santo. Alguien —Igor Saavedra u
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y LUCAS SIERRA 327

Osvaldo Lira— por ejemplo exponía. Después venía la discusión: disquisi-


ciones sobre el carácter analógico del ser, sobre el accidente de relación y
la noción de bien común, o sobre el principio de indeterminación de Hei-
senberg y de cómo el conocimiento puede modificar lo conocido... De
pronto, la maravilla de los sandwiches de queso caliente que ponía en
circulación en ese instante alguna de sus hijas o su mujer. Siempre estaban
todos. La casa entera olía a hogar.

En su juventud el ‘liberalismo’ y el ‘capitalismo democrático’ eran


términos peyorativos que se referían virtualmente a formas de organización
social en extinción. Por otra parte, el comunismo aparecía con toda la
fuerza de una nueva y triunfante cosmovisión adaptada al espíritu científico
y secularizante de la época. Le hacía frente el fascismo. Es un momento en
que la política y la lucha de sistemas económico-sociales alcanza la intensi-
dad de las antiguas luchas religiosas. El tema de la pobreza se ha instalado
en el corazón del debate público.
La doctrina social de la Iglesia Católica es vista en este momento
como una manera de abordar las grandes cuestiones económicas, sociales y
políticas que están en la agenda. Philippi, desde sus años de estudiante, es
un líder intelectual en la materia. Sus contribuciones a la revista Estudios,
que dirigía su cuñado, como se sabe, Jaime Eyzaguirre, son iluminadoras al
respecto. A pesar de la resistencia de importantes sectores conservadores,
insiste en la pertinencia de la doctrina social de la Iglesia en el caso de un
país como Chile. Como estudiante preside la Liga Social que realiza trabajo
social y apostolado en el mundo obrero. Más tarde, cuando este enfoque
cobra popularidad y se comienza a hablar de un partido político que invoca
los postulados de la doctrina social, se distancia de la iniciativa.
Le incomoda en la ‘Democracia Cristiana’ su mismo nombre. Ve en
el origen del partido —muchos de cuyos fundadores son amigos suyos de
la Facultad de Derecho y algunos han escrito en la revista Estudios— un
intento por monopolizar, o si no de instrumentalizar, la interpretación y
aplicación de la doctrina social de la Iglesia. Le parece, en el fondo, que los
programas de los católicos en política no pueden “pretender ser la expre-
sión total y completa de la verdad cristiana en orden a lo temporal”. Sugie-
re que dicho movimiento tiene el “carácter de una especie de cruzada
integral de cristianismo”. Tampoco le parece demasiado fundado su recha-
zo del marxismo. Objeta, en fin, la visión utópica de la política que prome-
te, por la vía que sea, una futura sociedad en la que la libertad interior brota
de las meras instituciones y el mal es erradicado: “No es con fórmulas
328 ESTUDIOS PÚBLICOS

políticas, económicas o sociales como se obtendrá la verdadera libertad, ni


podemos tampoco los católicos pretender oponer a la utopía comunista de
un mundo ideal, una utopía ‘social cristiana’ de un mundo sin dolor ni
injusticia, pues, no podemos prescindir de la realidad del mal”.

Es indudable que, con los años, su creciente familiaridad con la


economía moderna lo acercó mucho al denostado ‘capitalismo’. Con todo,
siempre retuvo sus categorías tomistas y su compromiso con la doctrina
social de la Iglesia. Pudo hacerlo sin aprensiones porque siempre sostuvo
que dicha escuela y doctrina no podía identificarse con “un determinado
orden político o sistema económico”. Las directrices del magisterio siem-
pre dejaban, a su juicio, un margen de autonomía a los laicos en su aplica-
ción a las realidades concretas de un país en un momento dado.
En muchos seminarios del CEP sugirió maneras de conciliar las
enseñanzas escolásticas con los requerimientos de la economía de mercado.
Lo hacía con la misma libertad intelectual y esmero con que se resistía a
esa forma de reducir la complejidad humana que es el economicismo, y que
promueven quienes poseen lo que Berlin llamó la mentalidad del erizo:
saben una sola cosa básica y lo remiten todo a eso. Philippi era la antítesis
de ello. Era siempre sensible a lo complejo de los fenómenos y le atraía la
diversidad de lo real.

Su notable trabajo sobre los yámanas, que aquí publicamos, refleja


bien su interés en contrastar la teoría con la realidad. En este caso se trata
de examinar hasta qué punto la organización jurídica de los yámanas se
aviene con las teorías del derecho natural. En el Perú los estudios de Her-
nando De Soto y Enrique Gherzi han demostrado que los pobres tienden a
organizarse espontáneamente en un orden que reconoce la propiedad priva-
da, la libertad de contratar y mecanismos de protección coactiva de los
derechos. Lo notable es que esto ocurre enteramente al margen de cualquier
programa ideológico o político. A menudo la izquierda revolucionaria lati-
noamericana ha querido ver en estos movimientos de tomas y organizacio-
nes alternativas un preludio de la revolución del proletariado en el sentido
en que Marx concebía este proceso. La verdad es que se trata, muchas
veces, de intentos de incorporarse al modo de producción capitalista de
Adam Smith por una vía extralegal.
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y LUCAS SIERRA 329

Los estudios de Philippi muestran cómo los yámanas antes de cual-


quier contacto con las costumbres e instituciones occidentales, descubrie-
ron espontáneamente la institución de la familia, la propiedad privada y
normas básicas como la prohibición del matrimonio entre consanguíneos,
el no matar, no hurtar y no mentir. Sabemos que no todos los pueblos
precolombinos se organizaron de esta manera. De hecho, los incas repre-
sentan un modelo alternativo al que Marx llamó “modo de producción
asiática”. Pero es notable que en las costas más australes del mundo, en el
seno del pueblo yámana, uno de los más antiguos, se pueda acreditar la
validez de las normas que la tradición occidental ha considerado fundamen-
tales.
En esta “primitiva humanidad” el matrimonio era monógamo, sin
perjuicio de permitirse el divorcio en casos de maltrato o flojera. Entre
marido y mujer “existía una verdadera comunidad de trabajo”. Se permitía
la bigamia sólo en casos calificados. Como no había autoridad coercitiva
alguna la sanción última era la venganza. Se distinguía entre bienes comu-
nes y privados. En general se accede a la propiedad por ocupación inme-
morial y por el trabajo, es decir la recolección, la pesca y la caza. La pieza
capturada es de quien la capturó. No existía el derecho hereditario. Se
practicaba el trueque y el préstamo. Los yámanas eran monoteístas y se
comunicaban con Dios directamente, sin intermediarios. Así como no había
autoridades políticas, tampoco había propiamente sacerdotes. El trabajo de
Philippi demuestra que entre los yámanas existió una organización muy
similar a la que Locke llamó “estado de naturaleza”. Un buen curso sobre
Locke en Chile debería comenzar con este estudio sobre los yámanas.
Philippi se acerca a este fenómeno llevado por un triple interés: el
antropológico, el filosófico-iusnaturalista y el nacional.

Esto último siempre estaba presente: Chile. No como una invoca-


ción retórica ni como una entelequia sentimental. Chile para él era una
tarea, un proyecto en el que se habían empeñado sus antepasados y cuyo
destino pasaba por personas como él. No es que lo dijera con tantas pala-
bras. Simplemente se sentía a cargo. Lo público era eso, una carga que
asumió no tanto desde la política (aunque fue ministro e hizo política) sino
que más bien desde el servicio público. Su contribución al país se materia-
lizaba a través de sus conocimientos. Por ejemplo, sus conocimientos de
geografía y derecho internacional en cuestiones de límites.
330 ESTUDIOS PÚBLICOS

Era un hombre con una fe casi conmovedora en el valor del conoci-


miento. Más precisamente en el poder de la verdad. Esta arraigada convic-
ción nutre su pasión por el estudio, sus muchos años de entrega a la ense-
ñanza en la Universidad Católica, en donde destacaría como un académico
de excepción, su consagración a la defensa jurídica de las fronteras de
Chile, y su incansable y juvenil capacidad para suscitar y animar debates de
formación intelectual. Su dedicación al Centro de Estudios Públicos tiene
que ver con esto.
Desde su misma fundación en 1980 bajo la presidencia de Jorge
Cauas, y hasta meses antes de su muerte, Julio Philippi se desempeñó como
vicepresidente del CEP. Lo hizo de una forma a la vez generosa y sencilla,
responsable y respetuosa, exigente y práctica. Exigía del Centro de Estu-
dios Públicos antes que nada independencia respecto de los intereses políti-
cos. Concebía al Centro como una entidad académica dedicada al bien
común y ajena a las urgencias económicas, políticas u otras. En numerosas
ocasiones su actitud serena ayudó a levantar la mirada y sostenerla en el
bien de largo plazo. Apostó una y otra vez por el empresariado chileno, por
su capacidad de apuntar desde lejos. Quería que la revista Estudios Públi-
cos sirviera a los estudiantes universitarios y se transformara en un foco de
excelencia capaz de fomentar la investigación universitaria en el área de las
ciencias sociales.
Tenía confianza en la razón y por eso prefería una institución amplia
y plural en la que pudieran encontrarse y contraponerse las diversas ver-
tientes de pensamiento que se han ocupado de la sociedad libre. Así, las
instituciones del orden social libre y sus fundamentos serían el ancla de
toda una gama de estudios y perspectivas. Sabía que en su diversidad reside
el poder más profundo y duradero de una institución académica. Creía que
una institución así prestigiaría al empresariado por el solo hecho de hacerla
posible. Y este prestigio se obtendría en los círculos que le son más reacios
y potencialmente más peligrosos, los intelectuales. Estaba seguro de que
era en el medio académico donde se incubaban siempre las amenazas ver-
daderas a la empresa privada, no en el pueblo ni entre los más pobres.
Preguntas como hasta dónde es posible fundamentar una sociedad
liberal desde el tomismo, le apasionaban. En un seminario del CEP, en
1983, compartió la mesa con Michael Novak, que visitaba Chile, un remo-
to país, que tenía una revista que había publicado la primera traducción de
un trabajo suyo a lengua alguna. Era un momento en que posturas como
las de Novak parecían condenadas a la marginalidad sempiterna dentro
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y LUCAS SIERRA 331

de la Iglesia Católica, y sólo llamaban la atención como curiosidad.


Otros se ofendían por la libertad que se tomaba este intelectual laico para
opinar sobre teología y moral. Philippi, en cambio, se interesó genuinamen-
te por los argumentos de Novak y supo apreciar su sentido. Ocho años
después Centesimus Annus dejaba a Novak en el centro de la discusión
contemporánea de la doctrina social de Iglesia. Casos como éste reafirma-
ban su confianza en el poder del conocimiento, y en la sabiduría de la
Iglesia.

Al menos la mitad de los títulos incluidos en esta antología se refie-


ren básicamente a cuestiones jurídicas. Son textos distintos entre sí; no
tanto, claro está, en su horizonte temático más lejano, pero sí en cuanto a la
posición en la cual su autor se sitúa y al tipo de lenguaje legal que estos
textos adoptan.
Respecto a la posición del autor, en algunos artículos Philippi escri-
be más bien como observador del sistema jurídico; en otros, lo hace como
un partícipe de este mismo sistema. En estos últimos, el autor ejerce una
potestad normativa y, por lo tanto, despliega propiamente esa forma de
razonamiento que la teoría califica como práctico1.
En relación a aquellos títulos en que la perspectiva se asimila a la de
un observador, hemos seleccionado siete trabajos. Entre éstos, el artículo
“Notas sobre nulidad e inexistencia en nuestro Código Civil”, escrito por
Philippi en los inicios de su carrera (1937), forma parte de un debate típico
al interior de nuestra dogmática jurídica en torno a la ineficacia de los actos
jurídicos. Estas ‘notas’ reflejan el tipo de lenguaje legal característico de la
dogmática (explícitamente descriptivo, pero, al mismo tiempo, implícita-
mente evaluativo). Como se sabe, nuestra dogmática jurídica se ha desarro-
llado tradicionalmente al amparo del derecho civil, ramo del que, precisa-
mente, Julio Philippi fue profesor en la Universidad Católica por largos

l Esta distinción entre observador y partícipe respecto al conocimiento de una prácti-

ca social sujeta a reglas, como es el derecho, se origina en la teoría legal a partir del trabajo de
H. L. A. Hart (al respecto, véase su libro El concepto de derecho [Buenos Aires: Abeledo-
Perrot, 1977]; especialmente el capítulo V, sección 2. También, del mismo autor, “Post Scrip-
tum”, en Estudios Públicos, N° 65 [verano 1997], pp. 225-263). Los antecedentes teóricos de
esta distinción provienen del trabajo del ‘segundo’ Wittgenstein y de la filosofía analítica de
John L. Austin. Para una aplicación de aparataje conceptual al estudio del sistema jurídico
chileno, véase Antonio Bascuñán R. y Antonio Bascuñán V., “Los modos de creación de las
normas jurídicas en el derecho chileno. Materiales para el curso de Introducción al Derecho”,
Universidad de Chile, marzo de 1998.
332 ESTUDIOS PÚBLICOS

años2. En sus seminarios de esta disciplina Philippi fue pionero en Chile en


el estudio de casos. Preparaba cuidadosamente sus clases, y una vez con-
cluido el curso quemaba sus apuntes. Esto para evitar la tentación de repe-
tirse el año siguiente.
Por su parte, el artículo “Reflexiones sobre bien común, justicia,
derecho y formalismo legal” se aleja de la mencionada perspectiva dog-
mática para internarse en el territorio más abstracto que caracteriza a la
filosofía del derecho. Aquí se revelan con especial claridad el criterio epis-
temológico y la convicción moral que subyacen al trabajo legal de Philippi:
un iusnaturalismo que, deteniéndose en Tomás de Aquino, se remonta hasta
Aristóteles. Publicado en 1972, este artículo contiene la crítica de Philippi a
lo que él percibe como un intento por transformar radicalmente el orden
social en Chile sirviéndose de un formalismo legal vacío, fundado sólo en
el poder de la autoridad y desprovisto de los contenidos sustantivos que, a
su juicio, imponen el bien común y la virtud de la justicia. Se trata, en otras
palabras, de una crítica iusnaturalista a los denominados resquicios legales
Es interesante, asimismo, apuntar que la concepción de bien común que
este artículo defiende corresponde a la que después se introdujo en las
‘bases de la institucionalidad’ establecidas por la Constitución de 1980.
Esta tendencia a un derecho natural de base teológica ya se advierte en el
artículo “Limitación de la propiedad territorial: Notas en torno de una
polémica”, escrito por Philippi en 1939. De algún modo, este trabajo antici-
pa aspectos del debate a que dio origen el proceso de reforma agraria en
Chile, y guarda así cierta coherencia con el artículo recién mencionado.
En “Modelos en el campo del derecho” (1978) Philippi vuelve a
advertir, desde una postura tomista, sobre los peligros que se derivarían de
lo que él denomina “mero formalismo legal”, es decir, de la concepción del
sistema jurídico con prescindencia de los imperativos del derecho natural y
de los hechos sociales que debe regular. Según este autor, un modelo en el
ámbito del derecho se construye a partir de la observación de estos hechos
con el objeto de predecir su evolución futura. Sólo a base de esta observa-
ción debe operar el sistema productor de normas jurídicas con miras al
interés general de la sociedad, estructurándose así, concluye, un verdadero
modelo jurídico.
Este interés por el entorno no jurídico de los sistemas legales —una
constante en el pensamiento de Julio Philippi— se percibe también en el

2 Para un análisis crítico de la dogmática jurídica y de su relación con el derecho

civil, véase Carlos Peña González, “Desafíos del paradigma del derecho civil”, en Estudios
Públicos, N° 6 (primavera 1995), p. 327 y ss.
ARTURO FONTAINE TALAVERA Y LUCAS SIERRA 333

artículo “Las cuestiones tributarias y cambiarias en el proceso de integra-


ción”. Se trata de una conferencia dictada a fines de la década de los
sesenta, ante el Consejo General del Colegio de Abogados, sobre algunos
de los desafíos que el fenómeno de la integración económica y jurídica
internacional planteaba (y todavía plantea) a la profesión legal. Entre ellos
subraya especialmente uno, aún en plena vigencia: “es necesario que [los
abogados] aprendamos a entender los datos, a veces muy oscuros, de la
ciencia económica para lograr captar lo que los técnicos nos dicen acerca
de los fenómenos que deben quedar encerrados en normas jurídicas”. Asi-
mismo, este trabajo da cuenta del interés y experiencia de Philippi en
materias vinculadas al derecho internacional, sin duda, una de las facetas
más destacadas de su labor profesional. Un buen testimonio de esta faceta
es el trabajo “Aspectos procesales en el juicio arbitral sobre Alto Palena”
(1970). En él, Philippi, miembro destacado de la defensa chilena, describe
testimonialmente la forma en que en 1964 se puso en práctica el Tratado
General de Arbitraje firmado con Argentina en 1902, a fin de resolver
pacíficamente una de las tensiones fronterizas más delicadas de este siglo
entre los dos países.
El arbitraje, como mecanismo de resolución de conflictos jurídicos
relevantes, fue una actividad que Philippi conoció de cerca. En materias
internacionales, como parte; y en cuestiones de derecho interno, como res-
petado juez árbitro. En el artículo “Notas sobre el juicio seguido ante
arbitradores” (1973) desarrolla algunas opiniones sobre el especial marco
regulatorio al que deben sujetarse este tipo de jueces en Chile.

Hasta ahí los textos legales que Philippi escribió como observador
del sistema legal. En lo que sigue, su perspectiva cambia a la de un actor,
esto es, a la de quien ve en el sistema jurídico un entramado de razones
justificatorias o guías para la acción, y que, como en este caso, invoca
dichas razones para generar nuevas reglas válidas dentro del mismo siste-
ma. Aquí ejerce, en consecuencia, una potestad normativa y argumenta
prácticamente.
Se han seleccionado dos fallos, ambos pronunciados en 1981. El
primero, dictado por Philippi en calidad de juez árbitro, resuelve un caso de
traspaso de una garantía hipotecaria por la cesión del crédito principal. El
segundo corresponde a un tallo dividido del Tribunal Constitucional a pro-
pósito del control preventivo de constitucionalidad establecido para la tra-
mitación de las leyes orgánicas constitucionales. Philippi redactó el voto de
mayoría.
334 ESTUDIOS PÚBLICOS

Como se sabe, la Constitución de 1980 introdujo en el sistema chile-


no leyes orgánicas constitucionales siguiendo el modelo del derecho fran-
cés. La Constitución enuncia los aspectos de la vida social que deben ser
regulados por medio de esta forma especial de legislación, pero no especifi-
ca en detalle el ámbito de competencia material de estas leyes. Por eso ha
correspondido al Tribunal Constitucional ir desarrollando un criterio juris-
prudencial a fin de calificar una regla legal como orgánica constitucional,
distinguiéndola así de otros tipos de leyes. Dictado en los inicios del nuevo
régimen constitucional, este fallo es importante en el desarrollo de ese
criterio pues establece que el carácter orgánico constitucional se extiende
tanto al “contenido imprescindible” como a los “elementos complementa-
rios indispensables” de las materias enunciadas por la Constitución.
Por otra parte, su visión en materias de política internacional queda
representada en esta antología en su discurso de 1964, como ministro de
Relaciones Exteriores, sobre la posición del gobierno de Chile ante la pro-
puesta de aplicar sanciones a Cuba.

En medio de sus múltiples inquietudes intelectuales, Philippi volvía


sin cesar al derecho. De alguna manera ahí estaba lo suyo. Y creo que
como se sentía más a sus anchas era como árbitro o juez. En su vida
profesional llevó a cabo una enorme labor como árbitro. Esto merecería un
estudio especial.
Por otra parte fue miembro del Tribunal Constitucional. En él con-
currió con su voto a la sentencia del 24 de septiembre de 1985, según la
cual el plebiscito de 1988 debía regirse por la ley general de elecciones. El
Tribunal salvó así un importantísimo vacío en el texto constitucional. La
sentencia, de fallo dividido, cuatro contra tres, es histórica para la democra-
cia chilena. Fue redactada por Eugenio Valenzuela.
El proyecto de ley enviado por la Junta de Gobierno al Tribunal
Constitucional no contemplaba que el acto eleccionario fuera supervigilado
por el Tribunal Calificador de Elecciones. A consecuencia de la sentencia
mencionada, el plebiscito no sólo quedó sometido al Tribunal Calificador
de Elecciones sino que se hizo necesario establecer un mecanismo de ins-
cripciones electorales y legalizar los partidos políticos. Gracias a esta sen-
tencia se puso en marcha el proceso de dictación de dicha ley, y de otras
destinadas a permitir un acto electoral justo y confiable para todos los
sectores. Se abrió de esta manera la puerta a una transición pacífica, orde-
nada y gradual a la democracia.
MARITAIN Y EL PROBLEMA POLÍTICO 335

TEXTOS ESCOGIDOS

Maritain y el problema político*

Conocida es ya la carta de Jacques Maritain sobre la independencia.


En un número anterior de esta revista se reprodujeron sus partes principa-
les, brevemente comentadas, y su texto completo ha sido publicado por el
semanario Presente (Editorial Ercilla) en su Nº 7. Como es bien sabido, la
mencionada carta ha sido la causa de grandes polémicas, no sólo en el
campo intelectual, sino aún, en el político de Francia y de otros países. La
actitud de Maritain ha suscitado toda clase de reacciones: elementos de
derechas han creído ver en ella un apoyo franco a las fuerzas de izquierda;
se ha hablado hasta de una posible excomunión del ya célebre filósofo. Por
su parte las izquierdas han proclamado con alborozo la conversión de Mari-
tain a su credo político. Pero, unas y otras han sido enérgicamente desmen-
tidas por él mismo.
Nada extraño tiene que la carta sobre la independencia haya provo-
cado tanto revuelo, también entre los católicos. En un mundo movido por
pasiones y en que ya casi nadie raciocina, molesta que se hable de “inde-
pendencia”, y sobre todo, que se hable en la forma clara e “independiente”
que Maritain lo ha hecho.
La libre concurrencia en el mercado económico, eje de la economía
del siglo XIX, habría de engendrar necesariamente una lucha, primero entre
individuos, más adelante entre masas agrupadas sobre dicho mercado. Esta
lucha, circunscrita en sus comienzos al campo de la producción, habría de
irradiar necesariamente a los otros aspectos de la vida social y política. En
un mundo materializado, en que el afán de la riqueza lo domina todo, la
libertad para el juego de los intereses económicos había de terminar por
dividir la sociedad entera, en todos sus aspectos y actividades fundamenta-
les, en dos bandos irreconciliables, en “derechas” e “izquierdas”1. Y, como
decíamos, en un mundo así, en que la gran masa ya no piensa, sino que se
agrupa en la defensa o el ataque de intereses y situaciones forzosamente
había de provocar escándalo quien hablara de independencia.
Con la serenidad y firmeza que caracteriza al filósofo, y sobre todo
al filósofo cristiano, proclama Maritain, por verdad inmutable, objetiva,
superior a todas las miserias del hombre, de la verdad que, según el Evan-

* Julio Philippi: “Maritain y el problema político”, en Estudios (marzo 1937), pp. 16-
22.
1 Las raíces del problema político, tal como se plantea hoy día, son sin duda alguna

en gran parte de índole económica.


336 ESTUDIOS PÚBLICOS

gelio, nos hará libres. Él no pretende convencer a ninguno de los dos


bandos, su tarea consiste en esparcir un poco de claridad y ayudar así a los
que sinceramente tratan de “resistir a todas las solicitaciones de odio o de
injusticia, y mantener libre el espíritu en un momento en que las mentiras
convencionales presionan por todas partes, en que la prensa que defiende el
orden establecido rivaliza en incitaciones con la prensa revolucionaria; en
que se ha hecho de la mentira el arma política por excelencia, como si en
este terreno la calumnia se convirtiera en pecado venial”.
Como decíamos más arriba, el plan general de la carta es ya conoci-
do de nuestros lectores. Después de establecer las diferencias y campos
respectivos de la filosofía especulativa y de la filosofía práctica, entra a
referirse a la libertad del cristiano frente el mundo. “Verbum dei non est
alligatum. La libertad del cristiano tiene su raíz en la libertad de Dios”.
Como cristianos, somos portadores de la verdad, y ésta nos hace libres. Y
no libres para encerrarnos en un bando social y económico, sino libres
precisamente para mantener “la luz sobre el candelero, a fin de que alum-
bre a todos los de la casa”2. “No se puede encubrir una ciudad edificada
sobre un monte”3.
Desgraciadamente, no todos lo entienden así. “¿Por qué no declarar
aquí el conflicto interior que, a mi juicio, obstaculiza muchos esfuerzos
generosos en pro de la expansión del reino de Dios? El instinto social o
sociológico, que pertenece al mundo, al instinto de la colectividad terrestre,
pretende colocar a los cristianos en un mundo cerrado —quiero decir, en el
orden temporal mismo, en el orden de la civilización— es una fortaleza
levantada por la mano del hombre, detrás de cuyas murallas todos los
buenos estarían reunidos, para luchar desde allí contra todos los malos que
la asedian. El instinto espiritual, que pertenece a Dios, exige a los cristianos
que se dispersen por el mundo que ha creado Dios, para llevar a él su
testimonio y para vivificarle. En realidad, los buenos y los malos están
mezclados en todas partes, hasta en la Iglesia; y la imagen de una fortaleza
o de una ciudadela, que se refiere al mundo, debiera más bien, en el actual
estado del mundo, dejar paso a la de unos ejércitos en campaña realizando
una guerra de movimiento. Las murallas temporales existentes no son las
de un mundo cristiano, sino las de un mundo apóstata. Hay que sobre los
bandos en lucha, los fueros de la verdad, de la defender todo cuanto subsis-
te en él, aún de valores humanos y cristianos, pero es necesario también, en
la medida del esfuerzo humano, crear un mundo nuevo, un nuevo mundo

2
S. Mateo, V-15.
3 Id. V-14.
MARITAIN Y EL PROBLEMA POLÍTICO 337

cristiano”. Y esta defensa de los valores subsistentes, como asimismo la


construcción de un mundo nuevo, también en lo temporal, abocan al cris-
tiano al problema de la ciudad, al problema político.
¿Y qué actitud cabe tomar ante los dos bandos en lucha? Frente a
ambos mantiene Maritain su independencia; él no es políticamente ni de
izquierdas ni de derechas, “como muchos que aspiran —con razón— a
remontar la oposición de dos mundos de prejuicios y de ilusiones”. La
actitud de Maritain no significa atrincherarse en lo espiritual, huyendo de la
realidad inmediata; significa, como en tantos otros, la voluntad “de mante-
ner en lo temporal, y para lo temporal, no sólo el necesario trabajo orgáni-
co, las actividades cívicas, culturales y sociales que requiere el bien común
temporal y que le sirven mejor que las discordias civiles, sino también una
determinada concepción política, un determinado testimonio político, un
determinado germen de actividad política que se consideran indispensables
para el porvenir de la ciudad y de la civilización”.
En una conferencia dada en Buenos Aires a un círculo de intelectua-
les que se agrupan alrededor de la revista “Sur”, seguida de un interesantí-
simo debate, precisó aún más Maritain su posición:
“En lo que concierne al Frente Popular, creo que implica un equívo-
co muy peligroso. ¿Por qué? Porque, en primer lugar, se presenta como una
alianza entre todos los partidos que no quieren la dictadura: y entonces
comprendemos muy bien que concepciones de libertad realmente diversas
al extremo, y aún opuestas unas a otras, puedan formar tal alianza. Poco
importa, si la aspiración es un resultado puramente negativo: impedir algo.
Este es el primer aspecto. Pero en seguida hay otro; inmediatamente se
pasa a algo positivo, y éste es, a mi parecer, el hallazgo genial de Dimi-
trof4; se pasa a un programa común, a una acción política común, a un
dinamismo común en que, naturalmente, el comunismo será el animador de
la masa entera, y ésta servirá de materia privilegiada a la propaganda de
ideas comunistas, mientras los otros partidos se hallarán al mismo tiempo
arrebatados por el más ardiente dinamismo partidario y atacados por una
como timidez, por el temor reverente de no parecer bastante avanzados. Es
aquí pues, el tenebroso equívoco doctrinal que se produce entonces: con-
cepciones políticas no sólo distintas sino opuestas producirán un movi-
miento común, una acción positiva común”.
En cuanto a las derechas, son para Maritain la otra reacción “bioló-
gica” de un mundo en descomposición. “El hombre puro de derecha detesta

4 Organizador del Frente Popular francés y a quien se atribuye la idea de tales

organizaciones.
338 ESTUDIOS PÚBLICOS

la justicia y la caridad, prefiriendo siempre y por hipótesis, según la frase


de Goethe, la injusticia al desorden”.
No está tampoco de acuerdo Maritain con el concepto simplista,
corriente en las derechas, que creen ver en el comunismo sólo las malas
pasiones de los que desean lo ajeno. “Mirando las cosas en forma global,
podemos reconocer tres causas generales del desarrollo del comunismo. La
primera y más importante es la miseria y humillación de las masas; la
segunda, el egoísmo y la incomprensión de las clases dominantes, a lo cual
se unen las amenazas dictatoriales de ciertos partidos políticos, y en tercer
lugar, Moscú y la propaganda marxista. A estas tres causas hay que aten-
der, y la tercera es eficaz sólo porque median las otras dos”.
En suma, proclama Maritain su independencia frente a los dos parti-
dos en lucha: “de izquierda o de derecha, a ninguno pertenezco”.
No es la posición de Maritain la única lógica para un cristiano.
¿Puede el cristiano, portador de la verdad y del mandamiento nuevo de
amarnos como Cristo nos ama, abanderizarse en una de las fracciones en
lucha sin correr el peligro de “hacer blasfemar del nombre de Dios?” Lo
estamos palpando en España: Franco con sus musulmanes y los vascos
dirigidos por comunistas, proclamándose respectivamente representantes
de la causa de Dios ¿no hacen blasfemar de su nombre? Y muy lejos de
nosotros criticar a uno u otro bando; cuando las cosas llegan al extremo de
España no queda sino repeler la violencia con la violencia, pero hacer de
esta guerra una especie de cruzada santa, allí está el error en que ningún
cristiano puede caer. Es la lucha final de dos fuerzas “biológicas” de un
mundo en descomposición, como las llama Maritain.
¿Cuál ha de ser nuestra labor en el campo político? Para Maritain, el
problema a que estamos enfrentando es la construcción de una nueva cris-
tiandad. Para ello, lo que es necesario siempre y por encima de todo, es que
los cristianos den en todas partes testimonio del espíritu a que pertenecen.
“Mucha vigilancia se precisa para ofrecer refugio en el alma a verdades
despreciadas por los hombres, y para practicar, cuando juzgamos los acon-
tecimientos y los actores del drama temporal, la verdad que nos exige el
Evangelio. Y esta vigilancia interior se traduce en lo externo por palabras y
actos. Y de este modo cada alma vigilante crea a su alrededor una irra-
diación eficaz de paz y verdad. Tenemos por seguro que si tales centros
de irradiación fuesen numerosos en el mundo, muchas cosas cambiarían
aún en la vida política de los pueblos; muchos males serían imposibles;
muchas dificultades, inextricables en apariencia, encontrarían soluciones
imprevistas”.
MARITAIN Y EL PROBLEMA POLÍTICO 339

En el orden concreto de lo temporal, propone Maritain una doble


labor: la una, que él llama de “objetivo alejado”, o de “medicación heroi-
ca”, consiste en la formación de una conciencia cristiana en lo político,
unida a realizaciones concretas en orden a la reconstrucción de la ciudad
temporal. Para ello se formarían grupos de labor intelectual y de propagan-
da, de cierta labor social y aún política, que él denomina “familias políti-
cas”, en las cuales se agruparían hombres “decididos a reanudar bajo distin-
tas modalidades los métodos —transferidos a la esfera temporal— de los
antiguos cristianos y de los apóstoles de todos los tiempos”.
La otra labor que él denomina de “objetivo inmediato” o “medica-
ción de sostén”, que responde al problema angustioso, sobre todo en Fran-
cia, en que no existe actualmente la posibilidad de una posición indepen-
diente del Frente Popular o del Frente Nacional, consistiría en la formación
de lo que él llama un “tercer partido”. “No debe considerársele como un
partido que dispute el terreno a los otros partidos en el mismo plano de las
maniobras políticas y de las combinaciones electorales y gubernamentales,
sino como una gran reunión de hombres de buena voluntad, conscientes de
la unidad moral que subsiste, a pesar de todo, entre los franceses, y asig-
nándose ese fin realmente muy político, pero superior a las pasiones parti-
distas, de hacer imposible la guerra civil no tan sólo induciendo por medio
de incesante propaganda moral, a los franceses a reconocerse unos a otros,
sino apoyando y suscitando las medidas reformadoras realizables en cada
momento, y dirigiéndose siempre, cualesquiera que sean las fluctuaciones y
las vicisitudes del movimiento de la vida política, hacia lo que sirve real-
mente a la justicia y a la paz”.
Para qué negarlo; no comprendemos bien esto propuesto por Mari-
tain. Sin entrar a las luchas eleccionarias y gubernamentales, ¿podría consi-
derársele como una agrupación política que salvara del dilema Frente-Na-
cional o Frente-Popular. Y si lo hace, si participara en la política diaria, ¿no
llegaría a ser bien pronto un nuevo partido, como todos los demás? Por otra
parte, una agrupación con fines temporales inmediatos no puede desligarse
de todas las cuestiones técnicas que el alcance de sus fines implican, y en
estas cuestiones punto menos que imposible obtener la uniformidad de
criterios que exigiría, para poder actual, la entidad que Maritain propone.
¿No estará más bien la solución del problema político inmediato en
el robustecimiento de verdaderas comunidades cristianas de fe y caridad,
que hagan posible una actitud también cristiana de sus miembros en cual-
quiera que sea el campo político que se encuentren. En un mundo en que la
lucha por lo temporal se desarrolla en un ambiente que no tiene ya casi
nada de cristiano, ¿cabe otra cosa que la labor de fermento que hizo triunfar
340 ESTUDIOS PÚBLICOS

a los primeros discípulos de Cristo dentro del imperio romano? ¿No habrá
que aplicar en el campo político lo que el mismo Maritain dice: “el cristia-
no debe estar por todas partes, y permanecer siempre libre”, y no tratar de
formar nuevos grupos contingentes en los que la unidad será punto menos
que imposible? Nos inclinamos más bien a creer que es una actitud cristia-
na de los cristianos (aunque parezca paradójico) lo que hace falta, y no una
nueva organización. ¿No pueden acaso defenderse los valores actualmente
subsistentes mediante una labor decidida y franca en apoyo de los elemen-
tos de verdad que andan dispersos en las diferentes fracciones políticas? La
unidad de los cristianos en esta labor de fermento dentro de un nuevo
mundo pagano no sería consecuencia de determinadas agrupaciones tempo-
rales, sino de su mismo carácter de cristianos.
Es éste sin duda un problema de difícil solución para quien quiere
mantener su independencia en medio de las diversas corrientes. Pero, cual-
quiera que sea la solución que se le dé, un principio es indiscutible: como
cristianos, cualquiera que sea la “medicación de sostén” que adoptemos, ha
de ser conforme y dentro de las supremas normas de justicia y caridad que
han de informar nuestra política de “objetivo alejado”: la construcción de
una nueva cristiandad.
“Se habla a menudo, y con mucha razón, del principio del mal
menor. El mayor mal —agrega Maritain— es que los valores evangélicos,
los valores de verdad, de justicia y de amistad fraternal (de los cuales
depende el bien común temporal de las ciudades y de las civilizaciones en
sus elementos más elevados), y la esperanza terrena de los hombres, dejan
de ser manifestados al mundo por los que tienen la responsabilidad del
nombre cristiano. “No hay mal mayor que dejar sin testimonio —me refie-
ro al orden temporal mismo y en relación al bien temporal— la justicia y
la caridad”.
En cuanto a las características sociales-económicas de esa nueva
cristiandad, tal como la piensa Maritain, no podemos menos de transcribir
la pregunta que le fue formulada en la discusión a que más arriba hemos
hecho referencia, y su respectiva respuesta:
“Señorita María Rosa Olivier: Quisiera preguntar a M. Maritain si
una sociedad basada en los principios evangélicos no sería lo que se llama
hoy de “extrema izquierda”.
“M. Maritain: Creo que en lo que toca a las soluciones técnicas, por
ejemplo, la organización del trabajo y de la distribución, el sindicalismo, la
participación de la inteligencia obrera en la dirección de las grandes empre-
sas industriales, etc., habría analogías entre las soluciones vigentes en tal
sociedad y las que encara el pensamiento de “extrema izquierda”. No
MARITAIN Y EL PROBLEMA POLÍTICO 341

obstante, tales soluciones serían sustancialmente distintas por estar anima-


das por diferentes principios éticos; serían soluciones originales, en las que
la idea de la persona humana desempeñaría el papel fundamental. Los
principios éticos son los que dan su carácter específico a las soluciones
económicas… La filosofía que determina el carácter de la extrema izquier-
da es el materialismo dialéctico; no es compatible con la sabiduría evan-
gélica”.
En resumen, la posición de Maritain es la posición digna e indepen-
diente propia del pensamiento cristiano integral. “El cristianismo no entre-
ga su alma al mundo. Pero debe ir hacia el mundo, debe hablar al mundo,
debe estar en el mundo y en lo más hondo del mundo; no solamente para
dar testimonio ante Dios y la vida eterna, sino también para cumplir como
cristiano su oficio de hombre en el mundo, y para hacer avanzar la vida
temporal del mundo hacia las regiones de Dios. Y en el mundo y en lo más
hondo del mundo debe mantener intacta contra el mundo una doble inde-
pendencia: primeramente la de su fe, la de la palabra de Dios, la de las
virtudes orientadas hacia la vida eterna; y en segundo lugar, también, la de
su actividad temporal de cristiano, la independencia de las que, dando a la
palabra “política” toda la amplitud que le daba un Aristóteles, puedan
llamarse las virtudes políticas cristianamente encauzadas hacia la vida tem-
poral y el bien de la civilización humana”.
342 ESTUDIOS PÚBLICOS

Apostolado social y acción política*

Llamará seguramente la atención que se haya elegido como tema


general para estas charlas el problema de la juventud ante la política y el
apostolado social.
Hasta hace aún poco tiempo, el solo anuncio de una conferencia
sobre semejantes temas era considerado como un reto, como un desafío de
un grupo a otro, y todos esperaban encontrar en ella —esperanzas general-
mente no defraudadas— ataques violentos o defensas entusiastas de deter-
minadas maneras de pensar que se creían más o menos definidas en dife-
rentes personalidades o agrupaciones de juventud católica. Las discusiones
sobre estos temas tenían por objeto casi sin excepción, más bien defensas
de actitudes que el esclarecimiento objetivo y lógico de principios y
conceptos. Se citaban textos pontificios, se buscaban pasajes de Maritain,
se recurría —en una palabra— a cuanto documento era posible encontrar,
para usarlos todos ellos a manera de proyectiles destinados al contrario.
Indudablemente que en la discusión se hacía luz sobre diferentes puntos
fundamentales, eran destruidos ciertos prejuicios, y poco a poco se definía
el pensamiento claro y bien fundado de un nuevo espíritu de renovación
cristiana, pero todo ello en un ambiente de lucha, de posiciones a veces
más sentimentales o pasionales que lógicas. Y no podía ser de otra manera;
se trataba de la defensa “agresiva” de una generación que simplemente no
ha querido pensar con la poca sinceridad de muchos de sus mayores.
Pero esa actitud casi instintiva de rebelión, cimentándose poco a
poco en principios fundamentales filosóficos, sociales y —ante todo—
evangélicos, ha de llevar necesariamente a la formación de una conciencia
clara y objetiva de nuestra misión como cristianos.
Y contribuir a la formación de esta conciencia, es el objeto que se
persigue con estas charlas organizadas por la Liga Social a solicitud de la
Mesa Directiva de la ANEC. Por eso, al tomar como primer tema el estudio
de nuestro deber frente a la acción política y al apostolado social, no lo
hacemos con el ánimo de atacar a grupos determinados ni de herir a nadie
en su manera de pensar.

* Julio Philippi, “Apostolado social y acción política”, en Estudios (agosto 1937),


pp. 32-41. Conferencia dada en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos de Santiago,
como primera de un ciclo de tres organizadas por la Liga Social sobre “El problema de la
juventud ante la política y el apostolado social”.
APOSTOLADO SOCIAL Y ACCIÓN POLÍTICA 343

Recordaremos primero brevemente algunos principios fun-


damentales del pensamiento cristiano, desprendiendo de los mismos, a con-
tinuación, lo que es ese apostolado a que todos estamos llamados. En
seguida analizaremos brevemente la forma en que tal apostolado debe o
puede desarrollarse por el universitario, precisando aquí las modalidades de
la acción política, para entrar, en las charlas posteriores, al estudio más
detallado de las formas principales de acción en las masas obreras1.

––––––

“No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del
mal. Ellos no son del mundo, como ni yo tampoco soy del mundo. Santifí-
calos en la verdad. La palabra tuya es la verdad”.
Innecesario creo detenerme mucho tiempo en recordar cuál es la
posición del cristiano en relación al “mundo“, tal como entienden las Sa-
gradas Escrituras este término, en relación a nuestros semejantes y al Uni-
verso material que nos rodea. Hijos de Dios, incorporados a la Santísima
Trinidad, no pertenecemos al mundo: somos de otra raza, de una raza de
reyes, pues formamos parte de un solo cuerpo en el cual Cristo mismo
—Cristo Rey— es la cabeza. No pertenecemos al mundo, pero estamos en
él, y estamos en él como la levadura está en la masa, destinados a hacerla
fermentar, a arrancarle a todos aquellos que deberán completar el número
de los escogidos. No somos del mundo, pero Dios nos ha colocado en
medio de él para que hagamos brillar su luz y su verdad. Por eso Cristo no
pide que su Padre nos saque del mundo, sino que nos santifique en la
verdad. “Que todos sean una misma cosa; y que como tú; ¡oh Padre! estás
en mí, y yo en ti, así sean ellos una misma cosa en nosotros para que crea
el mundo que tú me has enviado”. Del cumplimiento entre nosotros del
mandamiento nuevo de amarnos como Cristo ama a su Iglesia, del grado de
unión con nuestros hermanos, dependerá nuestra unión con la Trinidad, y
de esta unión dependerá a su vez el que el mundo pueda o no creer en la
buena nueva.
Como decía, somos de una raza de reyes, pero sujetos también a una
responsabilidad real, ya que de nosotros, como vemos, depende que el
mundo crea en la verdad. Y a este sacerdocio real están llamados todos los
cristianos, sin excepción.

––––––

1 Las conferencias posteriores versaron sobre “El apostolado en las masas obreras”,

por Alfredo Bowen, y “La renovación cristiana del elemento obrero joven”, por Gustavo
Fernández del Río.
344 ESTUDIOS PÚBLICOS

¿Y cuál es nuestro campo de acción? Difícil sería precisarlo en


todos sus detalles; es el universo entero, desde lo más pequeño a lo más
complejo, en una gama inmensa de fines, temporales unos, sobrenaturales
otros, todos ellos jerárquicamente encadenados, y todos ellos con el valor
de medios en relación al fin último. Y medios subordinados a su vez unos a
otros en una jerarquía de valores correspondientes a la categoría de cada
bien parcial. Esta subordinación de los bienes trae como consecuencia lógi-
ca la correlativa subordinación de las actividades destinadas a alcanzarlos,
y de ahí que, para que una actividad determinada esté realmente dentro del
orden querido por Dios, ha de ser desarrollada teniendo ante todo en cuenta
el mayor o menor valor relativo del bien inmediato que se persigue, y sin
que jamás, por el logro de ese fin parcial, se impida o se dificulte la
realización de fines superiores. Y se requiere una segunda condición: que
actuemos en todo aquello para lo cual hemos sido llamados sin pretender
abarcarlo todo ni intervenir en materias sobre las cuales no se tenga la
suficiente preparación, o que correspondan a otras personas u organismos.

––––––

De más estaría precisar cuál es el campo de acción más particular


del universitario. Se ha dicho ya tantas veces —repetirlo sería cansar inútil-
mente— que su primera obligación es formarse, no sólo en el pensamiento
general cristiano, sino que también más particularmente en la rama especial
de la ciencia humana a que se haya dedicado. Pero es evidente que esta
formación debe ir acompañada de cierta acción, y es aquí donde se presen-
tan las mayores dificultades.
En primer lugar, es indiscutible que el campo de acción más particu-
lar del universitario es su propio medio; sus compañeros, el apostolado en
la Universidad y en sus estudios. En una palabra, la acción católica especia-
lizada a su condición de estudiante.
Pero al lado de esta acción propiamente estudiantil, se presenta la
posibilidad de otra clase de actividades, principalmente en el campo de la
acción social y en la política. ¿Y qué actitud nos corresponde tomar frente a
estas formas de acción?
Grave obligación pesa sobre todo cristiano de preocuparse de las
clases desvalidas, de su mejoramiento espiritual y material. Es indispensa-
ble colaborar en la formación de un movimiento de renovación integral-
mente cristiana de la clase obrera, y es necesario también prestar ayuda a la
misma en sus esfuerzos por conseguir un nivel de vida más humano. Ter-
minantes son las órdenes del Sumo Pontífice, y últimamente, en la Carta a
APOSTOLADO SOCIAL Y ACCIÓN POLÍTICA 345

los católicos mejicanos, ha recordado de nuevo este grave deber. Por ser
todavía poco conocido el mencionado documento, transcribiremos algunos
párrafos:
Recordaréis que, quedando siempre en salvo la esencia de los dere-
chos primarios y fundamentales, como el de propiedad, algunas
veces el bien común impone restricciones a estos derechos y un
recurso más frecuente que en tiempos pasados a la aplicación de la
justicia social. En algunas circunstancias, para proteger la digni-
dad de la persona humana, puede hacer falta el denunciar con
entereza las condiciones de vida injustas e indignas… etc.”. Y más
adelante: “Si amáis verdaderamente al obrero (y debéis amarlo
porque su condición se asemeja más que ninguna otra a la del
Divino Maestro), debéis prestarle asistencia material y religiosa.
Asistencia material, procurando que se cumpla en su favor, no sólo
la justicia conmutativa, sino también la justicia social, es decir,
todas aquellas providencias que miran a mejorar la condición del
proletario; y asistencia religiosa, prestándole los auxilios de la reli-
gión, sin los cuales vivirá hundido en un materialismo que lo em-
brutece y lo degrada.

A esta labor de acercamiento y ayuda a la clase obrera, estamos


especialmente llamadas las generaciones jóvenes, y constituye con toda
seguridad una de las más difíciles, pero al mismo tiempo más importantes
formas del apostolado. El orden social de las Encíclicas es irrealizable sin
un fermento poderoso de renovación cristiana dentro de la clase obrera.
Pero no nos detendremos en el análisis de estos puntos.
Hay otra clase de actividades que parecen ser hoy día las de mayor
interés para los universitarios; me refiero a la acción política, o más bien, lo
que por tal se entiende comúnmente.
Es una nota muy peculiar en nuestros días la atracción creciente que
la política activa ejerce en el elemento joven; el interés, cada día mayor,
aun en los colegiales, por actividades dentro o alrededor de los partidos
políticos.
Bien conocida es la distinción entre la alta política y la política
contingente, o política de partidos. Al referirme a acción política, lo hago
únicamente en este último sentido, ya sea que se ejerza, como acabo de
decir, dentro o alrededor de los partidos políticos.
¿Qué significa este interés, cada día mayor, por semejantes activida-
des? ¿Es que realmente el problema político ha pasado a ser el primero y
más fundamental de todos los problemas? ¿O no es más bien el síntoma
claro de un mal hondo, de un desorden de los valores?
Sin duda alguna que la acción política contingente es de importan-
cia. La misma ley de la caridad nos obliga y mueve a preocuparnos de lo
346 ESTUDIOS PÚBLICOS

que atañe al bien común, al bien de la ciudad, y a preocuparnos de ello, no


sólo en sus líneas generales y teóricas, sino también en sus detalles prácti-
cos, en los problemas inmediatos y más concretos. Semejante acción, desa-
rrollada en forma debida, es sin duda alguna grande y noble; representa
también una forma de apostolado, y es lógico que también la juventud se
interese y preocupe por la misma. Pero semejante acción requiere, como
toda otra, sus condiciones especiales para que realmente sea desarrollada
dentro del orden. Y estas condiciones, de por sí difíciles, por lo general se
olvidan o se desconocen por parte de los elementos jóvenes que se dedican
a esta actividad. Y de ahí que, a mi modo de ver, este interés creciente por
la política entre el elemento estudiantil sea el síntoma de un mal grave. El
peligro no está en que la juventud se interese y aun participe en ciertas
condiciones en la política, ni podría estarlo ya que como futuros ciudada-
nos deben interesarse por ella, sino en la forma, en el espíritu con que por
lo general se entra y se participa en semejantes actividades.
Expondré mi manera de pensar con la mayor precisión y brevedad
posible, pidiendo, eso sí, que no se interpreten mal mis palabras. Muy lejos
estoy de querer criticar a aquellos que se sacrifican en esta clase de aposto-
lado; quiero únicamente exponer el peligro que a mi juicio se encierra para
la juventud católica, en esta verdadera fiebre política a que se ve arrastrada.
Y exponerlo, lejos de herir a nadie, creo que en algo podrá contribuir a que
precisamente esa misma acción política, encuadrada dentro de sus verdade-
ros límites, y en relación con nuestras demás obligaciones de apostolado,
produzca el máximo de sus frutos.

––––––

En primer lugar, dejaré a un lado algo que ya todos debemos saber,


algo que por sabido se calla, aunque desgraciadamente también a menudo
por callado se olvida. Es evidente que a la acción política, sólo están
llamados aquellos que posean las condiciones de edad, de aptitudes y de
formación correspondientes. Para cada actividad se requiere una vocación
y preparación adecuada, y más aún, dadas sus características y su importan-
cia en el orden temporal, las exige precisamente esta clase de actividades.
Bien claros y precisos son en ese sentido los diferentes documentos, ema-
nados de Roma, tanto las declaraciones pontificias a este respecto, como
otras cartas, sin ir más lejos la enviada a Chile por el Excmo. Sr. Pacelli.
Como ha dicho S. S. Pío XI: “la política debe hacerse a su tiempo, cuando
se debe, por quien se debe con una oportuna preparación completa, religio-
sa, cultural, económica y social, en la mejor manera posible porque así lo
exige la profesión de católico”.
APOSTOLADO SOCIAL Y ACCIÓN POLÍTICA 347

Pero como digo, no me detendré en este punto, aunque muchos


males habría que señalar entre nosotros también a este respecto. A uno de
ellos, el principal quizás, cual es la participación aun de los colegiales en
semejantes actividades me referiré más adelante. Es difícil insistir sobre la
necesidad de una formación previa adecuada a la labor política, pues, en-
trando a este terreno, no habrá ninguno de sus entusiastas que no se crea
suficientemente formado y en condiciones, poco menos, aunque todavía no
tenga ni siquiera voto, de dirigir los destinos del país o colaborar eficacísi-
mamente en esta dirección.
Es otro el punto al cual queremos referirnos.
Como decía hace un momento, a mi modo de ver no está el peligro
en que la juventud se preocupe por estos problemas, sino en que general-
mente esta preocupación y la participación misma se hacen en forma desor-
denada, con un espíritu muy diferente del que debiera existir.
Una organización política, cualquiera que sea, trátese de izquierdas
o de derechas, confesional o no confesional, será siempre una organización
contingente, es decir, destinada a un fin contingente, a la realización, en el
orden temporal e inmediato de ciertos principios o programas. Este es su
fin, su razón de ser, y por lo tanto todo lo que a ella pertenezca necesaria-
mente deberá subordinarse a ese fin. Y es evidente que este fin da a las
actividades tendientes a alcanzarlo, los mismos caracteres de contingente,
temporal e inmediato, es decir, de un valor relativo, subordinado en todo
momento a valores superiores.
Ahora bien, dentro de una organización semejante, ¿cabe incorporar
actividades por naturaleza dirigidas a fines diferentes, a fines superiores?
En otros términos, cabe incorporar en una organización de esta especie,
actividades que no sean las estrictamente subordinadas al fin contingente e
inmediato de la misma? Evidentemente que no, y el hacerlo, significa nece-
sariamente un desorden, pues es claro que al incorporar a un grupo político
actividades de formación sobrenatural, por ejemplo, no se modificará por
ello el fin contingente e inmediato de la organización política, sino por el
contrario, la formación sobrenatural dejará de servir a su fin propio, para
pasar a ser medio de un fin inferior; será deformada. En otros términos,
pretender incorporar a una organización política actividades destinadas a
alcanzar fines superiores al fin específico de tales organizaciones, implica
un grave desorden en la escala natural de los valores y medios. Y este
principio rige para cualquiera organización política, sea cual fuere el carác-
ter de la misma, pues su naturaleza es siempre igual, ya que está determina-
da por un fin inmediato y temporal.
La acción política, por tanto, como toda actividad, para que esté
dentro del orden ha de desarrollarse teniendo ante todo en cuenta el mayor
o menor valor relativo del bien inmediato que se persigue, sin que jamás,
348 ESTUDIOS PÚBLICOS

para el logro de ese fin parcial, se impida o dificulte la realización de fines


superiores.

––––––

Pues bien, a mi modo de ver, la acción política a la cual se ve


arrastrada la juventud, generalmente no respeta estos principios fundamen-
tales, pues a menudo provoca un desorden completo en la apreciación de
los verdaderos valores.
¿No se han colocado acaso las cosas prácticamente en el terreno de
que el ingreso a un partido u organización determinada significa casi infali-
blemente por parte del joven el retiro definitivo de toda otra acción de
apostolado, ya sea en la Acción Católica, ya en la Acción Social? No digo
que en todos los casos suceda pero creo que nadie me podrá negar que en la
mayoría de ellos esta es la realidad. Y si no, ¿cómo se explica que a este
crecimiento de las actividades políticas coincida un total o casi total aban-
dono de las otras obras de apostolado a que está llamado el joven católico?
Generalmente no se entra a la política por parte del joven con la
conciencia clara del valor relativo de ella, del valor relativo y parcial del fin
que con ella se persigue, sino creyendo encontrar en esa actividad la solu-
ción a todos los problemas, con una idea tan simple de las cosas como la
que tiene el comunista que cree en la panacea universal de su sistema. Y es
evidente que entrar a la política en esas condiciones, implica un peligro y
un daño grande, pues significa un desorden total en esa escala de valores y
de fines a que ya tantas veces me he referido.
¿Y a qué se debe este espíritu desordenado con que se considera y
se actúa en estas materias? A mi modo de ver, hay que buscar la causa en
un debilitamiento de la fe. Ya no ponemos la fe en Cristo, en el único que
es camino y vida, sino que la ponemos en obras humanas. Se pierde el
sentido de las proporciones entre lo natural y lo sobrenatural; prácticamente
se desconoce el valor relativo de las cosas. Huyendo quizás de nosotros
mismos, de los sacrificios que implica vivir integralmente nuestra condi-
ción de cristianos y desarrollar todas nuestras acciones dentro del orden y
armonía creada por Dios, tratamos de aturdirnos en una actividad febril, sin
más objeto que ayudar a obtener una mayoría parlamentaria o propiciar un
programa. Y en esto, desgraciadamente, en nada se diferencia por lo gene-
ral la juventud católica de las demás juventudes; tanto en una como en otra
se persigue con igual fe pueril y desordenada un fin contingente, necesario
y útil sin duda alguna, pero que no vale aislado y en sí, sino en cuanto
servirá para alcanzar fines superiores. La atracción cada vez mayor que la
APOSTOLADO SOCIAL Y ACCIÓN POLÍTICA 349

política ejerce en el elemento estudiantil no significa que el problema polí-


tico haya pasado a ser el problema más fundamental e importante, sino,
como digo, que nos encontramos en una grave crisis espiritual; indica un
esfuerzo desesperado por encontrar, por medio del hombre, la solución de
problemas que para el hombre son en realidad insolubles si se reduce a sus
solos medios. Y de allí provienen esa serie de errores característicos de la
mentalidad política de muchos católicos: la fe ciega en el número, en las
masas, en el poder decisivo de mayorías parlamentarias para la solución de
toda clase de problemas; en una palabra, esa fe absoluta en todo lo que sean
actividades y combinaciones humanas, unida a una falta casi completa de
valorización de lo sobrenatural aplicado “en concreto” a los problemas del
orden temporal.
Y hay en esto muchos resabios de liberalismo, la fe en las masas,
¿no es acaso un error correlativo al absurdo liberal de fundar la verdad en
la mitad más uno? Y esa falta de valorización de lo sobrenatural en la
actividad política misma, ¿no es quizás una consecuencia del desdobla-
miento del hombre en compartimentos, en actividades sometidas a leyes
diferentes, como lo ha querido la escuela liberal? Para esta, tanto el concep-
to del orden económico, social o político, como la actividad tendiente a
alcanzarlo, estaban completamente desligados de todo principio de orden
moral o sobrenatural. Hoy día se ha adelantado; se concibe un orden políti-
co, económico y social cristiano; poco a poco se ha ido esclareciendo la
idea, pero aún no se concibe en toda su fuerza lo que es una actividad
cristiana tendiente a realizar ese orden.
Y de allí que el Papa, en su último documento a México, haya
vuelto a insistir en estos principios fundamentales:
“Si bien es verdad que la solución práctica depende de las circuns-
tancias concretas, con todo, es deber de Nosotros, recordaros algunos prin-
cipios que hay que tener siempre presentes, y que son:
“1º— Que estas reivindicaciones (las Políticas) tienen razón de me-
dio, o de fin relativo, no de fin último y absoluto;
“2º— Que en su razón de medio, deben ser acciones lícitas y no
intrínsecamente malas;
“3º— Que si han de ser medios proporcionados al fin, hay que usar
de ellos solamente en la medida en que sirven para conseguirlos o hacerlo
posible en todo o en parte, y en tal modo que no proporcionen a la comuni-
dad mayores daños que aquellos que se quiere reparar... (siguen dos núme-
ros más sobre la Acción Católica y la política).

––––––
350 ESTUDIOS PÚBLICOS

Las consecuencias funestas de este interés desordenado por la políti-


ca se están palpando. Ante él, tanto la Acción Católica como todas las
demás obras de apostolado corren el riesgo de morir de inanición, abando-
nadas por el elemento joven, a quien ya sólo parece preocuparle la asam-
blea de propaganda, las actividades electorales, los debates parlamentarios
y todo lo que le permita formarse a sí mismo la ilusión de que “está
actuando en política”, aunque sea un niño de diez años.
Y precisamente la entrada de los estudiantes aún de colegio a
semejantes actividades, es a mi modo de ver la consecuencia más grave de
esta errada y desordenada apreciación de la acción política a que me he
referido.
Muy duramente se criticaron, y con razón, las primeras organizacio-
nes del fascismo italiano y del nacional-socialismo alemán en las cuales se
daba a los niños, desde edad muy pequeña, una filiación política determina-
da. Desgraciadamente parecen haberse olvidado ya todas las buenas razo-
nes que se dieron en aquel entonces contra semejante sistema, y aun los
católicos que militan en política han caído en idéntico error, han entrado
por el mismo camino, disputándose hoy día la juventud de los mismos
colegios entre diferentes tendencias. Seguramente que se habrá procedido a
ello de buena fe: el celo en hacer triunfar una causa o un programa, ha
llevado las cosas a este extremo, pero esta buena fe en nada disminuye la
gravedad del hecho, su significado y consecuencias.
Arrastrar a la política a elementos que aun no tienen ni remotamente
la suficiente preparación natural ni sobrenatural, es entorpecer su forma-
ción arrancándolos de su medio para incorporarlos a una actividad que
requiere el pleno desarrollo de un hombre y de un verdadero cristiano.
Se ha tratado de justificar la incorporación de los elementos más
jóvenes a las instituciones políticas argumentando con la debilidad de nues-
tra Acción Católica. Ya que esta —se dice— no da a los jóvenes la forma-
ción debida, no queda otro remedio que organizarlos y tratar de darles esa
formación dentro de un partido.
Por sí sola se destruye semejante argumentación, y demuestra preci-
samente lo que vengo diciendo: la gravedad del problema debido a la
obscuridad y confusión que se hace de materias que nada tienen que ver las
unas con las otras. Y digo que se destruya por sí solas pues, fuera de
desconocer el fin y naturaleza relativa, temporal e inmediata de la acción
política de partidos, punto al cual ya me he referido, prescinde de todas las
normas pontificias bien claras y terminantes en esta materia en el sentido
de no inmiscuir al elemento que está en plena formación en semejantes
actividades. La misión educadora corresponde a los padres, ayudados por
APOSTOLADO SOCIAL Y ACCIÓN POLÍTICA 351

las instituciones respectivas y bajo la vigilancia del Estado, pero jamás a


nadie se le ha ocurrido sostener dentro de la doctrina católica que pertenez-
ca a las instituciones de acción política.
Por lo demás, si se estima que la Acción Católica no da de sí todo lo
que debía dar, si se la considera muy lejos aún de ser lo que el Papa quiere,
no es en ningún caso razón para terminar de destruirla o prescindir de ella y
querer organizar todo dentro de grupos que por su naturaleza están sola-
mente destinados a cierta clase de actividades. Fortalezcamos nuestra vida
de cristianos, y muy pronto la Acción Católica dará lo mucho que debe dar.

––––––

En suma, como cristianos debemos tener ante todo una conciencia


clara de nuestra misión en el mundo: somos la sal de la tierra, somos una
raza de escogidos, y en todo momento cualquiera que sea nuestra actividad,
debemos cumplir con esta misión de portadores de la buena nueva. Y este
apostolado es necesario que se ejerza en todo aquello a que Dios nos ha
llamado: en primer lugar en el ambiente que nos es propio, en nuestras
obligaciones; en seguida, cerca de las clases más necesitadas tanto de bie-
nes materiales como espirituales; y también, a su debido tiempo, en el
campo político.
Pero nuestra acción ha de caracterizarse siempre, cualquiera que sea
el campo en el cual se desarrolle, por esa conciencia clara de los medios y
de los fines a que tanto me he referido. De este modo nuestra obra produci-
rá sus frutos, y contribuirá al advenimiento de ese Orden perfecto que es el
Reino de Dios.
352 ESTUDIOS PÚBLICOS

Notas sobre nulidad e inexistencia


en nuestro código civil*

Tiene su origen la teoría de la inexistencia en Zacharías, y ha sido


sustentada principalmente por Demolombe, Laurent, Aubry y Rau. Para
estos últimos autores, “acto inexistente es aquel que no reúne los elementos
de hecho que supone su naturaleza o su objeto, y cuya carencia hace que
lógicamente el acto sea imposible de concebir”. “La ineficacia de semejan-
tes actos es independiente de toda declaración judicial, y todo juez está
obligado a reconocerla, aun de oficio”1. La inexistencia sería esencialmente
diferente de la nulidad —sea ésta absoluta o relativa— pues mientras en la
primera el acto o contrato simplemente no existe, en la segunda cumple con
las condiciones de existencia, pero está afectado de ineficacia por contrave-
nir a una orden o a una prohibición de la ley2.
Distinguen en realidad los autores tres situaciones diversas en orden
a la nulidad e inexistencia, a saber:
a) El acto que la ley no necesita anular, pues, ni siquiera ha llegado
a existir —actos inexistentes;
b) El acto anulado de pleno derecho por la ley —actos nulos, y
c) El acto cuya nulidad debe ser declarada por sentencia judicial
—actos anulables.
No están, sin embargo, todos los tratadistas de acuerdo en esta clasi-
ficación, pues, según algunos3, jamás el acto puede ser anulado de pleno
derecho por la ley: o se trata de un acto inexistente, o de un acto nulo; en el
segundo caso, la nulidad deberá ser declarada siempre por sentencia judi-
cial, sin que pueda distinguirse entre actos “nulos” y “anulables”.
Veamos la situación en nuestro Código.
En primer lugar, ¿puede distinguirse entre actos “nulos” y “anula-
bles”? En otros términos, ¿hay nulidades que operen de pleno derecho, o
todas ellas requieren declaración judicial?
El Art. 1567, Nº 8º, habla del modo de extinguir las obligaciones
consistentes en “la declaración de nulidad o por la rescisión”; el 1683 exige
(“… puede y debe…”) que la nulidad absoluta sea declarada por el juez; la

* Julio Philippi, “Notas sobre nulidad e inexistencia en nuestro Código Civil”, en


Anales Jurídico-Sociales, Nº 4 (1937), pp. 15-23.
1 5ª ed., t. I, párrafo 37, p. 180 y siguientes.
2 Planiol, 11ª ed., p. 128, t. I.
3
Aubry et Rau, op. cit.
NOTAS SOBRE NULIDAD E INEXISTENCIA EN CÓDIGO CIVIL 353

Ley de Matrimonio Civil, en su artículo 37 establece que “el matrimonio se


disuelve: … “2º Por la declaración de nulidad pronunciada por autoridad
competente”; el 1687 y el 1689, reglamentando los efectos de la nulidad,
hablan en la “nulidad pronunciada en sentencia que tiene la fuerza de cosa
juzgada” y de “la nulidad judicialmente pronunciada”4.
De los artículos citados, se desprende claramente que en nuestro
derecho toda nulidad requiere declaración judicial. La ley no reconoce
efecto a las nulidades si no media sentencia pasada en autoridad de cosa
juzgada. No puede, por tanto, distinguirse entre actos “nulos” y “anula-
bles”.
Pero, ¿cabe hacer diferencia entre actos “nulos” e “inexistentes”?
En primer lugar, nada puede deducirse en contra de la teoría de la
inexistencia en nuestro sistema legal, del hecho de que no existe disposi-
ción que expresamente la consagre. Los actos inexistentes, por lo mismo
que no existen, no pueden ser reglamentados o legislados.
Tampoco puede argumentarse en favor de la misma fundándose en
no haber sido dicha teoría rechazada expresamente por el legislador, pues,
absurdo resultaría, por su carácter meramente teórico, un precepto semejan-
te en un cuerpo de leyes.
Puede, eso sí, excluirse tácitamente en un sistema de derecho positi-
vo la posibilidad de sostener la inexistencia reglamentándose como causa-
les de nulidad las causales que, según la doctrina, son de inexistencia. Si al
determinar las causales de nulidad se han incluido entre ellas todas las de
inexistencia, la distinción es imposible y habrá que llegar forzosamente a la
conclusión de que el legislador sólo ha reconocido nulidades, ya sean abso-
lutas o relativas.

***

Son causales de inexistencia, según los tratadistas, las siguientes:


a) falta de consentimiento, objeto o causa;
b) omisión de solemnidades esenciales;
Algunos agregan:
c) violación a disposiciones legales que miran al orden público, y
d) falta de elementos esenciales en los contratos.
Por lo que respecta a la letra c), la violación de disposiciones legales
que miran al orden público, no podrá ser en nuestra legislación causal de
inexistencia, pues “hay objeto ilícito en todo contrato prohibido por la ley”

4
Arturo Alessandri R., Apuntes de Derecho Civil. Los Contratos, p. 81.
354 ESTUDIOS PÚBLICOS

y “en todo lo que contraviene al derecho público chileno”5 y la licitud del


objeto es causal de validez y no de existencia del acto jurídico6.
En cuanto a la falta de elementos esenciales en los contratos, se
reduce en realidad a la primera, es decir, a la falta de consentimiento, pues,
para que éste exista jurídicamente, es necesario que comprenda todos los
elementos esenciales del acto o contrato en cuestión.
En resumen, serían causales de inexistencia la falta de consenti-
miento, de objeto y de causa, y la omisión de solemnidades esenciales.

***

Ahora bien, ¿cuál es la situación en nuestro Código por lo que


respecta a estas causales de inexistencia? ¿Están todas ellas consideradas
como causales de nulidad? En caso afirmativo, es indudable que la teoría
de la inexistencia no tiene cabida en nuestro sistema legal. Por el contrario,
si dichas causales, o alguna de ellas, no estuviere considerada como causal
de nulidad, tendría fundamento el sostener que nuestro Código Civil no
excluye dicha teoría.
1) Omisión de solemnidades esenciales.— Dispone el art. 1701: “La
falta de instrumento público no puede suplirse por otra prueba en los actos
y contratos en que la ley requiere esa solemnidad, y se mirarán como no
ejecutados o celebrados, aun cuando en ellos se prometa reducirlos a instru-
mento público dentro de cierto plazo, bajo una cláusula penal; esta cláusula
no tendrá efecto alguno”. Dada la redacción de este artículo, podría creerse
que establece como sanción a la falta u omisión de instrumento público en
los casos exigidos por la ley, la inexistencia y no la nulidad. “Se mirarán
como no ejecutados o celebrados” parece indicar que el legislador ha queri-
do sancionar dicha omisión con una pena aún más estricta que la de nuli-
dad. Por otra parte, los artículos 1681 y 1682 hablan claramente de nulidad,
en caso de omisión de “algún requisito o formalidad que las leyes prescri-
ben para el valor de ciertos actos o contratos”, nulidad que será absoluta si
el requisito es exigido “en consideración a la naturaleza de ellos”, y relativa
si lo es en relación “a la calidad o estado de las personas que los ejecutan o
acuerdan”. La expresión empleada por el Código al hablar de “requisito o
formalidad” es sumamente amplia, y comprende, en todo caso, las formali-

5 Artículos 1466 y 1462. C. Civil.


6 Son elementos de existencia del acto jurídico: voluntad, objeto, causa y solemnida-
des esenciales. Son de validez: consentimiento o voluntad libre de vicios, capacidad, causa y
objeto lícitos.
NOTAS SOBRE NULIDAD E INEXISTENCIA EN CÓDIGO CIVIL 355

dades o solemnidades esenciales, de manera que, a pesar de los términos


empleados por el ya citado artículo 1701, la omisión de dichas solemnida-
des parece estar penada expresamente con la nulidad.
Por lo demás, diversas otras disposiciones del Código Civil, corro-
borarían esta conclusión, como por ejemplo los artículos 1443 y 1470
Nº 3º, que hablan de las formalidades a que están sujetos determinados
actos o contratos, sin cuyo cumplimiento no producen efectos civiles. Si
dichos actos o contratos, a pesar de la omisión de formalidades, son capa-
ces de engendrar obligaciones naturales, parece evidente que no podrán
considerarse inexistentes7.
2) Falta de consentimiento, objeto y causa.— Dispone el art. 1681:
“Es nulo todo acto o contrato a que falta alguno de los requisitos que la ley
prescribe para el valor del mismo acto o contrato, según su especie y la
calidad o estado de las partes. La nulidad puede ser absoluta o relativa”.
A continuación, el artículo 1682 entra a determinar en qué casos hay
nulidades absolutas y en cuáles sólo relativas. Enumera al efecto, en sus
dos primeros incisos, las causales de nulidad absoluta diciendo: “La nuli-
dad producida por un objeto o causa ilícita, y la nulidad producida por la
omisión de algún requisito o formalidad que las leyes prescriben para el
valor de ciertos actos o contratos, en consideración a la naturaleza de ellos
y no a la calidad o estado de las personas que los ejecutan o acuerdan, son
nulidades absolutas. Hay asimismo nulidad absoluta en los actos y contra-
tos de personas absolutamente incapaces”. A continuación, después de ha-
ber hecho la indicada enumeración de los vicios que acarrean nulidad abso-
luta, agrega en su inciso último: “Cualquiera otra especie de vicio produce
nulidad relativa, y da derecho a la rescisión del acto o contrato”.
De manera que ateniéndonos al texto claro y explícito del citado
artículo 1682, sólo producen nulidad absoluta el objeto y causa ilícitos, la
omisión de requisitos o formalidades prescritos por la ley para el valor de
ciertos actos o contratos, en consideración a la naturaleza de ellos, y la
incapacidad absoluta. Todo otro vicio sólo produce nulidad relativa. En
consecuencia, dada la redacción del mencionado artículo y la disposición
de su inciso último, no hay en realidad en nuestro derecho más causales de
nulidad absoluta que las más arriba indicadas, es decir, las taxativamente
enumeradas en los dos primeros incisos de la referida disposición.
El carácter taxativo de la enumeración es por lo demás evidente,
dada la redacción del inciso final del indicado artículo “cualquiera otra

7 En el mismo sentido: Enrique Rossel, “Teoría de las nulidades”. Memoria de Licen-

ciatura, 1926.
356 ESTUDIOS PÚBLICOS

especie de vicio produce nulidad relativa…”, y dado el carácter de excep-


ción de las nulidades8.
Ahora bien, entre las causales de nulidad absoluta enumeradas en el
artículo 1682, no figuran ni la falta de consentimiento, ni de objeto, ni de
causa. ¿A qué se debe esta aparente omisión? ¿Hay aquí un vacío —y
grave— de la ley, o no han sido consideradas dichas causales por ser
justamente de existencia y no de validez?
Tratando de solucionar el problema al margen de la inexistencia, se
han formulado diferentes teorías:
En primer lugar, hay quienes fundándose en la letra del artículo
1682 y en lo prescrito en su inciso último, deducen que la falta de consenti-
miento, objeto o causa acarrean nulidad relativa. Semejante afirmación,
aunque se ajusta estrictamente a la letra y a las reglas de interpretación de
nuestro Código Civil, es en todo caso inaceptable. Si la ilicitud del objeto o
de la causa, y el consentimiento manifestado por el absolutamente incapaz,
acarrean nulidad absoluta, absurdo resulta pretender que la falta de objeto,
causa o consentimiento puedan originar únicamente nulidad relativa. Si la
omisión de condiciones de validez acarrea nulidad absoluta, es evidente
que la falta de elementos de existencia no podrá acarrear en ningún caso
sólo nulidad relativa.
Don José Clemente Fabres, haciéndose cargo de la falta de consis-
tencia de la solución fundada en la interpretación literal del texto, formula
una teoría ingeniosa.
Según él, al referirse el legislador al objeto y causa ilícitos, se ha
referido también, implícitamente, a la falta de causa o de objeto. Se funda
para ello en la siguiente argumentación: nuestro Código Civil —dice— ha
identificado el objeto ilícito con el objeto físicamente imposible; la causa
ilícita con la causa físicamente imposible. Cita los artículos 1461, inciso 3º,
1093, 1475, 1480 y 1467. Ahora bien —raciocina— objeto y causa física-
mente imposibles implican en realidad falta de objeto y de causa. Por tanto
—concluye— al referirse la ley al objeto y causa ilícita implícitamente se
ha referido también a la falta de objeto y de causa.

8
Sin embargo, contra el carácter taxativo de la enumeración, podría argumentarse
con el Art. 1453. Según esta disposición, el error sustancial vicia el consentimiento y, aunque
no lo dice expresamente, es evidente que acarrea nulidad absoluta. Ahora bien, entre las
causales del 1682 no se considera el error esencial y, sin embargo, es causal de nulidad dado
su carácter de vicio (Art. 1451) y, por tanto, de condición de validez. Tendríamos aquí un caso
de nulidad absoluta no establecido en la enumeración del 1682, sino en el 1453. A nuestro
modo de ver, a pesar de la redacción del Art. 1453 (“el error de hecho vicia el consentimien-
to…, etc.”) semejante error implica en verdad falta de consentimiento, reduciéndose, por
tanto, su estudio al de dicho punto.
NOTAS SOBRE NULIDAD E INEXISTENCIA EN CÓDIGO CIVIL 357

La argumentación en realidad peca por su base: que el legislador


haya identificado en sus efectos la causa y el objeto físicamente imposibles
(que equivale en realidad a la falta de objeto o causa) a la causa y objeto
moralmente imposibles, no significa que los haya identificado en su natura-
leza. Tampoco puede sostenerse que la imposibilidad física o moral del
objeto o de la causa sea idéntica a la falta de dichos requisitos. Por algo se
ha distinguido entre condiciones de existencia y de validez en los actos
jurídicos, colocando entre las primeras la existencia de objeto y de causa, y
entre las segundas, como requisito diferente, la licitud de dichos elementos.
En cuanto a la falta de consentimiento, es aún más débil la argumen-
tación del señor Fabres. Fundándose en que el inciso segundo del artículo
1682 establece que en los actos y contratos de personas absolutamente
incapaces hay nulidad absoluta, deduce que la intención del legislador ha
sido penar con dicha nulidad toda falta de consentimiento. En realidad, tal
como en el objeto y en la causa, es muy diferente la existencia del consenti-
miento en el acto jurídico, a la validez del mismo por capacidad o incapaci-
dad del actor 9.

***

Desechadas las dos teorías anteriores, cabría quizás buscar la solu-


ción del problema en el artículo 1445, que dispone: “Para que una persona
se obligue a otra por un acto o declaración de voluntad, es necesario:

1º) que sea legalmente capaz; 2º) que consienta en dicho acto o
declaración y su consentimiento no adolezca de vicio; 3º) que recai-
ga sobre un objeto lícito; 4º) que tenga una causa lícita”. El artículo
1681, por su parte, estatuye: “Es nulo todo acto o contrato a que
falta alguno de los requisitos que la ley prescribe para el valor del
mismo acto o contrato, según su especie y la calidad o estado de las
partes”.

Ahora bien —podría argumentarse— el artículo 1445 exige determi-


nados requisitos para la celebración de los actos o contratos; entre ellos está
el consentimiento, el objeto y la causa lícitos, y por tanto, también, implíci-
tamente, la existencia de objeto y causa. En conformidad al artículo 1681,
la omisión de cualquiera de ellos acarrea nulidad.

9
Exposición y refutación de la teoría de Fabres puede verse más en detalle en la obra
de Amézaga, De las nulidades en general (Montevideo, 1909), p. 61 y siguientes, como
asimismo en el estudio de don Enrique Rossel más arriba citado, p. 72 y siguientes.
358 ESTUDIOS PÚBLICOS

En otros términos, la falta de consentimiento, objeto y causa impli-


caría nulidad, no en virtud del artículo 1682, sino como consecuencia del
precepto general establecido en el artículo 1681. Por tanto, a pesar de no
haberse incluido dichos vicios expresamente como causales de nulidad ab-
soluta, no se les podría considerar como causales de inexistencia, pues su
sanción sería la nulidad establecida en el artículo 1681.
Semejante argumentación, a pesar de su aparente lógica, es en reali-
dad inaceptable. En efecto:
1º) A nuestro juicio, el artículo 1681 no puede entenderse sin íntima
relación con el siguiente, el 1682. En el primero se establece sólo como
regla general la nulidad por falta de “alguno de los requisitos que la ley
prescribe para el valor” de los actos o contratos, entrando en seguida el
artículo 1682 a enumerar, en forma taxativa, como ya hemos visto, cuáles
son los requisitos cuya omisión acarrea nulidad absoluta.
2º) Por lo que respecta al objeto y a la causa, el artículo 1445 sólo
exige la licitud de los mismos, sin hablar para nada de su existencia, de
manera que aun en el caso de no considerarse como taxativa la enumera-
ción de los dos primeros incisos del artículo 1682, no vale la argumenta-
ción por lo que a falta de objeto y causa respecta. Los requisitos de existen-
cia, como ya dijimos, son diferentes de los requisitos de validez10.
Pero —podría argumentarse— si la ley establece como sanción, en
los casos de ilicitud del objeto o de la causa, la nulidad absoluta, con mayor
razón deberá considerar absolutamente nulo el acto que carece de dichos
requisitos. Es evidente que la falta de tales requisitos privarán de toda
eficacia al acto o contrato en cuestión, pero se trata justamente de saber si
la sanción es sólo la nulidad absoluta, o es la inexistencia. Que la ley haya
sancionado con la primera la ilicitud del objeto o de la causa, no implica en
manera alguna que también la falta de dichos requisitos esté penada en la
misma forma; sólo prueba que la pena para este caso no podrá ser menor,
pero no excluye la posibilidad de que sea mayor, carácter que tiene la
inexistencia en relación a la nulidad.
3º) Por lo demás, fundar la nulidad en los casos de falta de consenti-
miento, objeto o causa únicamente en los artículos 1445 y 1681, prescin-
diendo del artículo 1682, implica desconocer toda utilidad y razón de ser a
los dos primeros incisos de este último artículo. En efecto, si para que un
acto sea nulo por falta de alguno de los requisitos exigidos en el artículo
1445, es suficiente con lo dispuesto en el artículo 1681, ¿qué razón tuvo el

10 Por lo demás, en los artículos 1461, 1462, 1464, 1466, el legislador distingue

perfectamente entre objeto o causa viciados y ausencia de los mismos por imposibilidad física.
Ver sobre el particular: Rossel, op. cit., p. 73.
NOTAS SOBRE NULIDAD E INEXISTENCIA EN CÓDIGO CIVIL 359

legislador para indicar en el 1682 como causales de nulidad el objeto y la


causa ilícita, como también la incapacidad absoluta, cuando estos requisitos
estaban ya exigidos por el mismo artículo 1445 y sancionados con nulidad
en el precepto general contenido en el artículo 1681?
Por último, respecto a la falta de causa, podría quizás sostenerse la
nulidad absoluta fundándola en el inciso primero del artículo 1467 que
prescribe: “no puede haber obligación sin una causa real y lícita…” Tratán-
dose de una prohibición —podría sostenerse— hay nulidad absoluta en
caso de contravención, pues “los actos que prohíbe la ley son nulos y de
ningún valor” (artículo 10) y hay objeto ilícito “en todo contrato prohibido
por la ley” (artículo 1466).
Tal argumentación, fuera de referirse únicamente a la falta de causa,
y no solucionar por tanto en ningún caso todo el problema, contiene en
realidad una confusión de conceptos. Una cosa es la prohibición impuesta
por la ley de celebrar determinados actos o contratos, y otra diferente la
exigencia formulada en el carácter de precepto general de un determinado
requisito para que el acto o contrato pueda existir. El artículo 1467, inciso
primero, no contiene una prohibición de las que los artículos 10 y 1466
sancionan con nulidad, sino que se limita a constatar la imposibilidad de
que un acto o contrato nazca a la vida si carece de causa.
Por lo demás, el argumento prueba demasiado, pues con él podrían
reducirse todas las causales de nulidad absoluta al objeto ilícito, ya que
todas ellas implican en verdad por parte del legislador prohibición de cele-
brar tales actos o contratos sin determinados requisitos. La ley ha distingui-
do entre las diferentes causales, y por tanto también entre falta de causa y
objeto ilícito, no siendo posible pretender identificar ambas y sancionar la
primera sólo en virtud de llevar envuelta una prohibición, y por tanto un
objeto ilícito.
Desechadas las diferentes teorías que pretenden explicar la omisión
de la falta de consentimiento, objeto y causa entre las causales de nulidad
absoluta, no queda en realidad más explicación, a nuestro juicio, que la
inexistencia. Si las nulidades son de derecho estricto, si el artículo 1682
contiene una enumeración taxativa de las causales de nulidad absoluta, si la
falta de consentimiento, objeto o causa no está considerada entre dichas
causales, ni pueden tampoco dar origen a nulidades relativas, es evidente
que nuestro Código no sólo no excluye la posibilidad de sostener la inexis-
tencia, sino que la acepta implícitamente, obligando a recurrir a ella, por lo
menos, en los casos indicados, a saber: falta de consentimiento, objeto o
causa.
360 ESTUDIOS PÚBLICOS

Notas sobre acción social agrícola*

En varias oportunidades se ha hablado ya en esta revista sobre ac-


ción social en los campos. El problema de los salarios, de la habitación
obrera, de la cultura y vida religiosa de nuestros campesinos ha sido ex-
puesto y tratado desde diferentes aspectos. Es difícil referirse a ellos en
términos generales, válidos para todas nuestras zonas agrícolas debido a las
profundas diferencias que entre unas y otras existen en orden a la organiza-
ción misma del trabajo, condiciones materiales de vida, etc. Quisiéramos
en esta oportunidad anotar únicamente algunas ideas, fruto de observacio-
nes y experiencias realizadas en algunos fundos de la Zona Central, cerca-
nos a Santiago. No pretenden ellas agotar los respectivos temas, ni mucho
menos aportar soluciones completas; se trata únicamente de simples re-
flexiones, muchas de ellas de sentido común, pero cuya exposición puede
ser, sin embargo, de alguna utilidad.

Habitación

Bastante se ha hecho en los últimos años en los fundos de esta


región en orden a la habitación del inquilino. Hay planos bien estudiados y
calculados para tipos de casas de poco costo, y en muchas partes se ven ya
construcciones nuevas en reemplazo de los antiguos ranchos. Tan mala es
por lo general la calidad de las construcciones que hasta ahora se han
tenido que en muchos casos es imposible seguir utilizando el antiguo edifi-
cio. Sin embargo, tratándose de casas de adobe, pueden transformarse a
bajo costo aprovechando la obra gruesa. En construcciones de este tipo por
lo general los cimientos y los muros se encuentran en buenas condiciones
de solidez. Ampliándola, colocando en los cuartos piso de cemento o de
ladrillo (preferible es quizás este último), cemento en los corredores, venta-
nas amplias y con vidrios, puertas que cierren bien y una cocina con chime-
nea, se puede fácilmente con un desembolso pequeño, dejar la casa en
buenas condiciones. La ventana con vidrio y postigo tiene gran importan-
cia. Siempre se ha buscado explicación a la costumbre del inquilino de
vivir a oscuras recurriendo a posibles atavismos de la ruca. Es probable que

* Julio Philippi: “Notas sobre acción social agrícola”, en Estudios (septiembre,


1938), pp. 21-26.
NOTAS SOBRE ACCIÓN SOCIAL AGRÍCOLA 361

algo haya de ello, pero la razón principal para tapiar las ventanas es de
seguro, en la gran mayoría de los casos, la carencia en las mismas de
marcos y de vidrios, lo que, unido a la mala calidad de las puertas y cierros
en el techo, hace imposible recibir luz sin quedar al mismo tiempo expues-
to a la intemperie.
Para solucionar el problema de la habitación no es suficiente el
arreglo material de las construcciones. Dada la falta de cultura y también
de costumbre de vivir en condiciones decentes, si al mejoramiento material
de las habitaciones no se sigue una estrecha fiscalización y vigilancia efec-
tuada por el patrón, en muchos casos el propio inquilino, por falta de
cuidado, dejará convertirse nuevamente la casa en un chiquero. Como en
todos los aspectos del problema social, no bastan las simples medidas
materiales y económicas, es necesario como fundamento de todas ellas, una
mayor preocupación de justicia y caridad por parte del empleador para con
sus operarios. Muy buenos resultados da la institución de premios para el
que conserve mejor la posesión, cultive mejor el cerco, etc.

Jornales

Innecesario será insistir en la gravedad que reviste en nuestros cam-


pos el problema de los salarios. Las diferentes encuestas y estudios realiza-
dos últimamente demuestra que por lo general la remuneración que el
obrero agrícola recibe es absolutamente insuficiente para cubrir sus necesi-
dades.
Se resiste el agricultor al alza de salarios sosteniendo que le repre-
sentaría un aumento excesivo en el costo de producción. En realidad, bien
calculado, un mejoramiento de los salarios para el inquilino en fundos de
escasa población y de producción intensiva, como son muchos de los ubi-
cados en la Zona Central, influye muy poco en los costos. El monto total de
los jornales constituye sin duda alguna un rubro importante en los gastos de
explotación, pero si se considera sólo lo pagado a inquilinos, representa
casi siempre una suma muy baja, pues el grueso de los jornales se paga en
épocas extraordinarias, como la de cosechas, a afuerinos. Por supuesto que
un alza sólo de los jornales del inquilino no es una solución completa del
problema, pero por lo menos es un gran aporte a la misma, mejorándose la
condición del obrero radicado en la tierra, que es aquel cuya situación más
ha de interesar al patrón. Por lo demás, el jornal del afuerino en esta Zona
por lo general no es bajo, pues trabaja “a trato” y en épocas de escasez de
brazos. En un fundo con quince inquilinos obligados, por ejemplo, un alza
362 ESTUDIOS PÚBLICOS

de un peso diario en el jornal representa al año, sobre 320 días trabajados,


únicamente la suma de $ 4.800. Quince inquilinos corresponden más o
menos a un fundo de cien a ciento veinte cuadras, cuya utilidad líquida
media anual puede calcularse moderadamente en $ 800 por cuadra, o sea,
de $ 80.000 a $ 100.000 en total, suma en la cual $ 4.800 de disminución es
bien poca cosa. ¡Y cuánto no significa para el inquilino un aumento de un
peso diario, en jornales de $ 2,50 o $ 3!
Hay también muchas formas de alzar el monto del salario sin mayo-
res desembolsos para el patrón. La más práctica e importante en muchos
fundos alejados de centros de población es la organización de cooperativas
de consumo, o, aún más sencillo y fácil, de almacenes a precio de costo
dependientes y vigilados por el mismo patrón.
Por lo que respecta a asignación familiar, la experiencia más intere-
sante y completa es la realizada por la Unión de Agricultores en San José
de la Estrella, con el concurso de Visitadoras Sociales de la Escuela “Elvira
Matte”, ya expuesta en esta misma revista en otras ocasiones.
En una zona en la cual aún no se ha organizado la Unión de Agricul-
tores da muy buen resultado el siguiente sistema: la asignación, que es de
$ 0,60 diario por hijo menor de 14 años, se paga por día trabajado, de
modo que el padre, relacionándola con su trabajo, no falte a éste y le dé el
carácter, no de una donación o limosna, sino de un sobre-salario ganado
con su esfuerzo. Se liquida la asignación en la siguiente forma: al pagársele
al inquilino su jornal corriente se le hace entrega de un vale en el cual se
indican los días trabajados en el período de pago correspondiente, y el
número de hijos; cada dos meses se organiza un bazar con utensilios de
cocina, ropa, muebles y demás objetos más necesarios para el hogar del
inquilino. Con sus vales, adquieren éstos lo que necesiten, sin que se les
permita imputar la asignación a las cuentas del almacén a precio de costo
que también existe en el fundo. Tiene esta última medida por objeto evitar
que el marido retenga para sí todo el salario que en los pagos percibe en
dinero, dejando a la mujer, para el almacén, la asignación, y disponiendo en
esta forma de más medios para sus vicios. La asignación debe destinarse
principalmente a la compra de ropa y objetos de la casa, siempre que, por
supuesto, el salario percibido por el marido en dinero sea suficiente para
los gastos de alimentación. Surtiendo el bazar con mercadería bien escogi-
das puede obtenerse el máximum de aprovechamiento de la asignación,
dejando siempre la posibilidad de que el inquilino encargue lo que necesite
y que no encuentre en el almacén.
Respecto a las asignaciones familiares que se pagan en muchos
fundos, conviene tener presente que en realidad, dado lo bajo de los sala-
NOTAS SOBRE ACCIÓN SOCIAL AGRÍCOLA 363

rios, sólo constituyen un suplemento tendiente a alcanzar el jornal mínimo


vital, pero no la verdadera asignación que ha de completar el salario justo.
Y no es esta sólo cuestión de términos; un mal salario, aunque sea pagado
en relación a la familia, seguirá siendo mal salario.
La justicia del mismo no depende de la forma en que sea pagado,
sino principalmente de su cuantía.

Alimentación y cosechas

En general, el obrero agrícola se alimenta mal, tanto por ignorancia


como, en algunos fundos de esta zona, por falta de combustible. Ignora por
completo el aprovechamiento de las materias alimenticias, no consume
verdura, desconoce la avena, la cocoa y tantos otros productos baratos y de
gran poder nutritivo. El almacén a precio de costo dirigido o vigilado
estrechamente por el patrón puede hacer mucho en la educación del inquili-
no en este sentido. En algunos fundos se ha obtenido en esta forma, por
ejemplo, un buen consumo de avena, de trigo mote, etc., antes ni siquiera
conocidos.
En cuanto a los productos de sus chacras, es necesario enseñarles a
consumir ellos mismos aquellos que, como las papas chicas, los porotos
partidos, etc., tienen poco valor comercial. Debido a su falta de previsión, y
muchas veces a la carencia de una pequeña bodega en la cual poder guardar
productos para el año, vende el inquilino generalmente toda su cosecha de
chacarería, viéndose obligado en invierno a adquirir los mismos productos
para su alimentación, y a precios mucho más altos que los percibidos al
vender. Una buena medida tendiente a evitar esto, consiste en facilitar el
fundo bodega en la cual puedan guardar los alimentos para el invierno, o,
lo que es aún más práctico, como lo hacen en algunas partes, comprarles el
patrón los productos de poco valor comercial y revendérselos en invierno y
primavera al mismo bajo precio. Una ayuda de esta especie influye también
notablemente en el costo de la vida, y por lo tanto, en el aprovechamiento
de los salarios.
En cuanto a la liquidación de las cosechas, para evitar que el inquili-
no sea perjudicado, bien puede el patrón vender los productos junto con los
del fundo, obteniéndose generalmente en esta forma un precio mucho más
conveniente. Las ventas en verde y los préstamos sobre las chacras deben
ser estrictamente prohibidos.
En algunos fundos de mucho trabajo el cultivo de la chacra por los
inquilinos es muy difícil, debido a que no se les deja el tiempo libre para
364 ESTUDIOS PÚBLICOS

ello. En otras partes, reciben para sus siembras suelos de muy baja calidad.
Todo esto podría quizás ser subsanado sustituyendo la chacra, en algunos
casos, por una participación del obrero, en productos, en la cosecha del
fundo. La participación sería en todo caso proporcional a los días trabaja-
dos en el año. De este modo se interesaría al operario en la explotación del
fundo, adelantándose algo hacia un sistema de accionariado obrero.

Vida de familia

Es un hecho indiscutible la poca vida de hogar que hace el campesi-


no. Buscando siempre la explicación que represente menor responsabilidad
propia, supone el patrón siempre las causas de este mal en la taberna y el
alcoholismo. En realidad, la principal razón estriba en la falta de condicio-
nes materiales que permitan el desarrollo de una vida de hogar. La pésima
habitación, la falta de cocina o chimenea, la carencia de iluminación ade-
cuada y la miseria constituyen en gran parte la razón de ser de la cantina y
de la embriaguez. Si se quiere salvar a nuestra población agrícola del
fermento disolvente es indispensable arbitrar todas las medidas materiales
y espirituales necesarias para hacer posible la vida de familia, sobre todo,
en las largas tardes de invierno. A algunas de ellas nos hemos referido ya;
quisiéramos mencionar todavía algunas otras.
En primer lugar, como ya tantas veces se ha dicho y, dado su grave-
dad, no está de más repetirlo, es necesario que la casa del obrero cumpla
con algunos requisitos elementales y esenciales a la vida de hogar. Piezas
agradables, un lugar junto a la chimenea en que pueda congregarse la
familia, y, entre otros muchos detalles, una iluminación adecuada. Es im-
posible pedir al inquilino un mayor apego a su casa si no tiene cómo
calentarla e iluminarla. El único medio de iluminación es la vela, artículo
que, a pesar de ser de consumo eminentemente popular, tiene un precio
exorbitante debido a que existe un trust de productores organizado y dirigi-
do por una gran firma extranjera. Una rebaja en este artículo contribuiría no
poco quizás a facilitar la vida del obrero, siendo asimismo de importancia
el estudio de otros medios de iluminación. El consumo de una vela diaria,
como término medio (¡y qué poco significa una vela para alumbrar tres o
cuatro piezas!), a su precio actual de $ 0,35 cada una representa para un
obrero que gana $ 3 diarios más del 12% de su jornal, proporción enorme
que lo imposibilita por completo para tener la iluminación que necesitaría
si quiere leer, hacer algún trabajo manual, etc.
Solucionadas las más elementales y urgentes necesidades materiales
será también indispensable, para desarrollar la vida de hogar del campesi-
NOTAS SOBRE ACCIÓN SOCIAL AGRÍCOLA 365

no, proporcionarle intereses que le mantengan en su casa. Gran importancia


tienen en este sentido los trabajos manuales, algunos de ellos ya conocidos,
como por ejemplo, la cestería, y tantos otros que, enseñados con método y
paciencia, llegarían a constituir con el tiempo una fuente de entradas y de
distracción para el campesino. Una pequeña biblioteca puede también con-
tribuir grandemente en este sentido. En obreros alfabetos es a veces conmo-
vedor ver con qué interés leen y releen cualquier libro que ha caído en sus
manos, y que guardan como un verdadero tesoro. Se trata a veces de obras
tan inverosímiles y poco amenas como en una ocasión, de un catálogo de
plantas de un negocio del ramo.
La formación de centros sociales para los hombres es sin duda algu-
na de gran utilidad, pues, fuera de proporcionarles distracciones sanas,
facilita su formación por medio de conferencias, cursos, etc. Pero, de ma-
yor importancia que el centro social, es, a nuestro juicio, y respecto al
hombre, tratar de atraerlo a una mayor vida de hogar.

La visitadora social

Una labor social agrícola bien llevada requiere, sin duda alguna, la
ayuda de una Visitadora Social. Son ellas, por su preparación técnica y
espíritu, las llamadas a aportar el concurso más valioso a la labor del
patrón. Las Visitadoras de la Escuela de la Universidad Católica desarro-
llan ya una gran obra en este sentido, y una buena prueba de ello es, entre
otras publicaciones, la interesante memoria para optar al título, presentada
a fines de 1937 por la señorita Gladys Gomien.
Pero no debemos olvidar que el problema social, siendo en último
término un problema de relaciones humanas, de relaciones entre obreros y
patrones cristianos no se soluciona con simples medidas técnicas o finan-
cieras. Creer que toda cuestión desaparece mediante un frío y calculado
desembolso de dinero es incurrir en el más perfecto materialismo. El mejo-
ramiento de las condiciones económicas es fundamental, la justicia lo exi-
ge, pero sin un acercamiento cristiano y desinteresado del patrón a sus
operarios no se llegará nunca a un entendimiento, y por lo tanto, a una
solución. Este responderá ante Dios de los hombres que le han sido confia-
dos, y mal podrá dar cuenta de ellos si ni siquiera les ha conocido, si ha
ignorado sus miserias y necesidades si no ha tratado de satisfacer los anhe-
los de justicia y caridad que en el fondo mueven aún a muchos de aquellos
que predican una subversión violenta del actual orden de cosas.
366 ESTUDIOS PÚBLICOS

Limitación de la propiedad territorial:


notas en torno de una polémica*

Se ha planteado en Méjico, alrededor del problema de la tierra, una


interesantísima discusión sobre algunos puntos de la doctrina católica de la
propiedad. Las revistas Abside, Vida, Christus y otras se han ocupado del
asunto con bien fundamentados e importantes artículos. Partió la discusión
de algunas observaciones formuladas por el Presbítero Don José T. More-
llo, en orden al problema agrario mejicano, recopilándose por último por
dicho autor sus diferentes artículos y notas en dos folletos titulados “El
Agrarismo”1. Ambas publicaciones llevan el correspondiente “imprima-
tur”, del Excmo. Sr. Arzobispo de Guadalajara.
Es el caso mejicano, origen de esta discusión, de suma importancia,
tanto teórica como práctica. La Constitución de dicho país, del año 1919,
reconoció el derecho de dominio sobre suelos agrícolas únicamente hasta
una extensión máxima de tierra determinable en cada región por la autori-
dad correspondiente. El mismo precepto constitucional establece, en conse-
cuencia, el deber del Estado de propender a la división de la gran propiedad
agrícola. De acuerdo con estas disposiciones constitucionales los gobiernos
mejicanos han procedido en los últimos años a la parcelación forzosa de
todos los inmuebles que excedieran del máximum reconocido para cada
zona, distribuyendo las tierras en manos de nuevos propietarios, e indemni-
zando a los dueños anteriores mediante bonos territoriales especiales que,
según parece, carecieron prácticamente de valor o representaron un valor
muy inferior al nominal. Esta parcelación forzosa ha planteado, como era
lógico, una serie de problemas, especialmente entre los católicos, discutién-
dose la licitud del procedimiento y la posibilidad de que los “agraristas”
—es decir, los nuevos propietarios— puedan en conciencia retener los
terrenos adquiridos en esa forma.
Como decíamos, se inició la polémica a propósito de un artículo
publicado por el señor Moreno en la revista Abside, en el cual el autor
sostiene la legitimidad del nuevo dominio y de los preceptos legales que le
han servido de base, llegando a la conclusión de que “el agrarista no está
obligado a restitución ni a componendas con los antiguos poseedores”.

* Julio Philippi, “Limitación de la propiedad territorial: Notas en torno de una polé-


mica”, en Estudios, Nº 74 (enero 1939), pp. 32-40.
1
Guadalajara; font, 1938.
LIMITACIÓN DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 367

Atacado el señor Moreno, poco a poco la polémica fue separándose


del caso concreto mejicano para concretarse a algunos puntos previos, de
principios, sumamente interesantes. Parece difícil, dada la gran cantidad de
cuestiones de hecho que sería necesario precisar resolver en forma decisiva
el caso mismo de conciencia del “agrarista” mejicano. La Iglesia de dicho
país no se ha pronunciado aún sobre el particular, limitándose a dar, en
algunas diócesis, instrucciones provisorias. Así el Excmo. y Rvmo. Arzo-
bispo de Morelia ha declarado:
“Una palabra a los agraristas. Dejando al Gobierno las responsabili-
dades que pueda tener con los dueños de las tierras que se han distribuido,
los que las reciben pueden tranquilamente poseerlas y explotarlas, con la
condición de obedecer a la Iglesia el día que defina alguna obligación en el
caso. Procuren los agraristas formar su clase agraria con toda independen-
cia de líderes políticos y sin mezclarse para nada en tendencias
anti-religiosas” 2.
Hay en realidad en la cuestión una serie de problemas, unos genera-
les y doctrinarios, otros referentes al caso concreto mejicano del cual pres-
cindiremos dadas las dificultades más arriba indicadas.
En último término, se encuentran en pugna en la polémica las dos
tendencias principales que se dividen el campo entre los católicos respecto
al derecho de propiedad. Como dice el señor Morello3:

Con respecto a la propiedad, lo mismo entre los católicos que entre


los no católicos (fuera del campo comunista) hay dos escuelas filo-
sófico-sociológicas: una sostiene, con más o menos atenuaciones, el
derecho de propiedad ilimitada. Otra sostiene, con mavor o menor
moderación, el derecho del Estado a limitar la propiedad. Los parti-
darios católicos de la primera escuela admiten que, en cuanto al uso
de la propiedad privada, el derecho del propietario se halla limitado
por las obligaciones de la caridad y de la justicia social. Pero, en
cuanto al derecho mismo, sostienen que el Estado no puede propia-
mente limitarlo; sino que, cuando el bien público exige una expro-
piación, debe pagarse al propietario el valor íntegro de lo expropia-
do. De esta manera se conserva siempre el “statu quo”, y sólo se
encomienda a medidas indirectas el que vaya modificándose poco a
poco la inadecuada distribución de las riquezas y en particular de la
propiedad territorial.

Sin pretender resumir toda la polémica, ni pronunciarnos sobre los


puntos debatidos, trataremos de dar una idea de las principales cuestiones
abordadas.

2 Citado por el señor Moreno en “El Agrarismo”, p. 29.


3 “El Agrarismo”. Suplemento, p. 21.
368 ESTUDIOS PÚBLICOS

Se discute en primer lugar la legitimidad misma del precepto consti-


tucional, es decir, en otros términos, la validez ante el Derecho Natural, de
una disposición legal que limite el reconocimiento del derecho de propie-
dad agrícola a cierta cabida. Según el señor Moreno4 “puede ser lícito y
válido, donde esté establecido y legitimado (en caso necesario) por un
tiempo suficiente (que constituya prescripción de derecho natural)5, el régi-
men económico de un país en el cual la Constitución y las leyes reglamen-
tarias reconocen el derecho a la pequeña propiedad territorial agrícola y le
señalan sus límites máximos (con cierto desahogo) para cada individuo,
según las diversas clases de tierras, pero no reconocen el derecho a los
excedentes sobre esa pequeña propiedad agrícola, sino que señalan la ma-
nera de expropiarlos y distribuirlos (sea en pequeñas propiedades, sea en
propiedades comunales)”.
Argumenta el Sr. Moreno6: “¿Es admisible, ante el tribunal justicie-
ro del Derecho Natural, el régimen económico de un pueblo en cuya Cons-
titución se establece que nadie tiene derecho a una propiedad agrícola
mayor de la que se requiere para las necesidades individuales y familiares?
Si nos atenemos a los principios anteriormente sentados, debemos contestar
afirmativamente. La propiedad de lo superfluo no la impone la Naturaleza,
sino que la permite. Para que se convierta en derecho perfecto debe inter-
venir (a lo menos negativamente) la confirmación de las instituciones
públicas7. Ahora bien, en el régimen a que nos referimos, las instituciones
expresamente desconocen esa propiedad territorial de lo superfluo con
función social. Luego en tal régimen no puede haber derecho perfecto de
propiedad más allá de los límites establecidos. Y, si se tiene alguna propie-
dad así, es un “ius diminitum”, una mera posesión de hecho, provisional, en
tanto que se siguen los procedimientos para adjudicar la propiedad a quien
corresponda, según la ley. En este régimen el derecho del poseedor (de la
“propiedad-administración”) se reduce al uso; porque, en cuanto a la pro-
piedad misma, es deudor a la sociedad pública a quien debe devolver lo
poseído para su mejor distribución de acuerdo con las exigencias del bien
común”. Y en otro párrafo de sus artículos, expresa8: “La razón principal

4 P. 15, Nº 2.
5 Se dice prescripción de Derecho Natural, en contraposición a la prescripción legal o
de Derecho Civil. (Nota del autor).
6
“El Agrarismo”, p. 5.
7
“Dios dejó a la actividad de los hombres y a las instituciones de los pueblos la
delimitación de la propiedad privada” (Enc. “Rerum Novarum”). Acerca de la validez de una
ley que abroga el régimen de la propiedad (de lo superfluo), cfr. Molina, De Justicia et Jure,
trat. I, disp. V. núm. 5; Suárez, De Legibus, lib. II, cap. XV, núm. 7. (Nota del autor).
8
“El Agrarismo”, p. 16, Nº 3.
LIMITACIÓN DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 369

en que me fundo (y que creo en consonancia con el Derecho Natural y las


enseñanzas pontificias) es ésta: el derecho positivo puede determinar lo que
el Derecho Natural deja indeterminado. Es así que el Derecho Natural
determina lo esencial del derecho de propiedad, pero deja indeterminados
sus límites (véase lo que dice expresamente Su Santidad León XIII). Lue-
go, en algún régimen económico nuevo, distinto de los conocidos anterior-
mente, pueden válidamente señalarse límites por el derecho positivo a la
propiedad en cuanto a su extensión; y entonces ya no es verdadera propie-
dad lo que no se contenga dentro de esos límites. Naturalmente, también
para esa intervención del derecho positivo debe haber su “hasta aquí”; es
decir: nunca ha de frustrarse en lo sustancial el bien común. Por lo cual,
creo que no sería admisible que se pusieran límites a todos los órdenes de
propiedad (dinero, muebles, inmuebles urbanos, medios de producción in-
dustrial, etc.) porque pudiera con ello matarse todo estímulo para el trabajo,
etc. Pero no creo que sustancialmente se frustre el bien común si en un solo
orden de bienes, a saber, en la propiedad agrícola, se señalan límites más
allá de los cuales no se reconoce el derecho de propiedad; siendo así que
siempre y en todas partes la multiplicación de las pequeñas propiedades
(sean individuales o comunales) ha sido un “desideratum” para que el
mayor número posible de personas tenga acceso a la propiedad de la tie-
rra”.
En el “Suplemento al Agrarismo”9, resume el señor Moreno su tesis,
en la siguiente forma:

Desde el punto de vista filosófico mi argumento es éste: En lo que


el Derecho Natural prescribe absolutamente, el Derecho Positivo
(Derecho Civil) no puede intervenir, sino estableciendo determina-
ciones particulares para hacer concreto en lo accidental lo que el
Derecho Natural manda en cuanto a lo esencial. Pero, en lo que el
Derecho Natural sólo permite o manda condicionalmente, esto es,
en el supuesto de que se establezca, toca al Derecho Positivo (Dere-
cho de Gentes o Derecho Civil) establecerlo o no, y después de
establecerlo puede conservarlo o abolirlo: en otros términos, puede
introducir O NO, en el Derecho Natural, mutaciones por adición,
como dice Santo Tomás (Cfr. Suma Teológica, I-II q. 94, a 5, ad
sum et in corpore). Es así que el Derecho Natural prescribe absolu-
tamente el derecho a la propiedad de lo necesario; pero solamente
permite el derecho a la propiedad de lo superfluo. Luego el Derecho
Positivo (Derecho de Gentes o Derecho Civil) debe reconocer siem-
pre el derecho a la propiedad de lo necesario, pero puede establecer
o abolir “per se” la propiedad de lo superfluo, al menos en cuanto

9
P. 16.
370 ESTUDIOS PÚBLICOS

ese establecimiento o abolición no sea incompatible con el bien


común.

El Padre Eduardo Iglesias, S. J., en un artículo publicado en Vida,


en septiembre de 1938 y el señor Jesús C. de Alba, en la revista Christus,
de julio del mismo año, revista esta última que desgraciadamente no hemos
podido procurarnos, atacan la tesis del señor Moreno, principalmente en
dos puntos, a saber:
1° Discute el Padre Iglesias la aseveración del señor Moreno, en el
sentido de que el Derecho Natural determina lo esencial del derecho de
propiedad, pero deja indeterminados sus límites. Para el Padre Iglesias

es cierto que el Derecho Natural no señala positivamente qué canti-


dad y qué calidad de bienes exteriores se puede apropiar cada hom-
bre en particular; pero asimismo es cierto que el mismo Derecho
Natural determina negativamente todo lo que se puede poseer. Por
Derecho Natural el hombre no puede poseer como propios aquellos
bienes exteriores que, poseídos por él, perturbarían el bien común.

2º Como segundo punto de suma importancia se discute el alcance


que tiene la distinción entre propiedad de lo necesario y de lo superfluo.
Los contrincantes del señor Moreno no aceptan la tesis de éste en orden a
que la propiedad de lo superfluo para que sea tal, a diferencia de la propie-
dad de lo necesario, requiere la confirmación expresa de la ley positiva, y
que si ésta niega tal confirmación el propietario automáticamente deja de
serlo por lo que a sus bienes superfluos se refiere. Para el Padre Iglesias
frente a la afirmación del señor Moreno en orden a que “hay dos especies
de propiedad, esencialmente distintas”, hay que poner la afirmación común
de los teólogos y filósofos católicos en orden a que “no hay sino un solo
derecho de propiedad privada”.
En realidad, creo que en la cuestión planteada en orden a la licitud
de un precepto legal por el cual se reconozca derecho de propiedad sobre la
tierra únicamente hasta cierta cabida, conviene distinguir dos aspectos: la
posibilidad de que una tal ley sea justa, y en segundo término, los efectos
de semejante disposición respecto a la gran propiedad existente al momento
de ser dictada; vale decir, los posibles efectos retroactivos de tal ley.
Por lo que se refiere al primer punto, es decir, a la legitimidad misma
de una semejante disposición legal, la argumentación del señor Moreno
parece convincente. Su tesis —en verdad no rebatida en la polémica— de
que la propiedad privada de las cosas no necesarias no es de Derecho
LIMITACIÓN DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 371

Natural sino de Gentes se apoya en la opinión de los escolásticos10. Opina


por lo demás en el mismo sentido que el señor Moreno el Padre Vermeersch
S. J., quien, en su obra “Cuestiones acerca de la Justicia”, se expresa así:
“Competencia del Estado en el régimen de la propiedad privada. No puede
suprimir las posesiones privadas, ni siquiera las inmuebles; no poner un
límite máximo, más allá del cual no puedan los ciudadanos aumentar sus
riquezas [...] Pero sí puede, en cuanto lo exija el bien común, y según el
estado de la sociedad, hacer el monopolio de algunos ramos de la industria
y el comercio; fijar un límite a la propiedad territorial de la nación para
que pueda quedar repartida con cierta igualdad entre la mayor parte de sus
habitantes (esto se hizo en la legislación hebrea y lo aprueba Santo Tomás,
I-II, q. 105, a 2 ad sum) […] y procurar que de suyo todos tengan los
medios de llegar a la condición a que pueden aspirar, dado el estado de
cultura y de florecimiento de la sociedad”.
Es en todo caso indispensable, para que una limitación legal a la
propiedad territorial sea lícita, que se haya impuesto por exigirlo el bien
común. El caso en sí, y en abstracto, no es imposible, pero muy difícil
resulta que en la práctica pueda el bien común exigir una tal medida de
índole exclusivamente negativa, y en el carácter de precepto general. Más
adelante volveremos sobre el punto.
Aceptada la licitud del precepto limitativo en sí —siempre que se
conforme con el bien común— hay que concluir evidentemente que en un
tal régimen legal no cabe adquisición lícita del derecho de dominio sobre
una porción de tierra superior a la reconocida. Una apropiación de mayor
cantidad adolecería de objeto ilícito, por contravenir una prohibición de
orden público. Esto, respecto a los inmuebles que se adquieran con poste-
rioridad al precepto legal. Respecto a los inmuebles existentes a la fecha
de la promulgación de dicho precepto la situación es, a nuestro juicio, muy
diferente, siendo inaceptable en este punto la tesis del señor Moreno.
Se funda ella, como hemos dicho más arriba, en la distinción entre
la propiedad de lo necesario y la propiedad de lo superfluo. Para la exis-
10
Sobre la naturaleza del Derecho de Gentes: “Lo que es de riguroso Derecho Natu-
ral o es un principio, o bien una conclusión deducida lógica y necesariamente de ese princi-
pio. Mas las verdades del Derecho de Gentes no son de esa naturaleza, toda vez que ni son
principios evidentes de Ley Natural ni conclusiones deducidas necesariamente de esos princi-
pios. Las verdades del Derecho de Gentes se deducen necesariamente del Natural pero no con
necesidad absoluta, sino hipotética; es decir, solamente son necesarias en el supuesto de que
se quiera conseguir más fácilmente el fin, y por eso todas las naciones han incorporado esas
verdades a sus respectivos códigos” (Domingo Báñez, O. P., Escolástico). Sobre que la divi-
sión de las propiedades es de Derecho de Gentes, y no Natural, opinan: Domingo de Soto,
Bartolomé de Medina, Domingo Báñez, Pedro de Ledesma, Luis Molina, Francisco Suárez y
Lessio. Todos ellos citados en el apéndice del folleto “El Agrarismo” del señor Moreno.
372 ESTUDIOS PÚBLICOS

tencia de esta última sería necesario a juicio del señor Moreno, la confirma-
ción de las instituciones positivas, confirmación que dicho autor exige, no
sólo en el momento en que se adquiera el dominio sobre un bien determi-
nado que pueda considerarse superfluo, sino mantenida durante todo el
tiempo que subsista la posesión sobre dicho bien.
De acuerdo con lo expuesto en párrafos anteriores, parece justo
exigir, para la existencia de derecho de propiedad sobre bienes superfluos,
la aprobación de la ley positiva. Pero, una vez obtenida esa aprobación, el
derecho de propiedad que se adquiere sobre el bien en cuestión es tan
derecho de propiedad como el que tenemos sobre lo necesario, sin que una
ley posterior pueda privarnos de ese derecho legítimamente adquirido en
conformidad a una ley anterior. Y en este sentido —que es por lo demás el
de mayor importancia para la cuestión debatida— tienen razón a nuestro
juicio los señores de Alba e Iglesias al sostener, con los escolásticos y los
documentos pontificios, “que el derecho de propiedad es uno solo”.
Ahora bien, siendo el derecho de propiedad uno solo, carece de
fundamento lo alegado por el señor Moreno en el sentido de que, si al
limitarse legalmente la propiedad territorial se tiene algún inmueble sobre
el máxime reconocido, pasa el derecho sobre el mismo a ser automática-
mente “un ‘ius diminutum’, una mera posesión de hecho, provisional, en
tanto que se siguen los procedimientos para adjudicar la propiedad a quien
corresponda según la ley”.
Al dictarse una ley limitativa de la propiedad territorial (en el su-
puesto, es claro, de que dicha ley fuere justa, es decir, conforme al bien
común) las propiedades existentes que excedan la cabida reconocida siguen
siendo tales, y respecto a ellas no tiene el Estado más derechos que los
generales reconocidos por la doctrina católica, es decir, expropiar si el bien
común lo exige, pagando justa indemnización debida por estricta justicia
conmutativa, salvo únicamente el caso de excepción, unánimemente reco-
nocido, de que haya de por medio derechos de un tercero más fuerte que el
de propiedad, como por ejemplo, el de vida, y la indemnización fuere en
ese momento imposible.
A nuestro juicio, en caso de una limitación legal justa de la propie-
dad territorial, deben respetarse todos los derechos lícita y legalmente ad-
quiridos con anterioridad. Las facultades que el Estado tiene en ese caso
sobre los excesos existentes al dictarse la ley no emana de ésta, que en
justicia no podrá tener efecto retroactivo, sino, como decíamos, de las
facultades generales que le corresponden sobre todos los bienes en su ca-
rácter de gerente del bien común. Lo lógico será, en el caso sobre el cual
discurrimos de que el bien común exija la limitación general de la propie-
dad territorial, que el mismo bien común reclame la simultánea limitación
LIMITACIÓN DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 373

de hecho de las propiedades existentes, limitación que en todo caso deberá


hacerse mediante justa indemnización y respetando derechos adquiridos.
La distinción entre propiedad de lo necesario y de lo superfluo tiene
por objeto, a nuestro entender, determinar la licitud de la adquisión del
dominio en el momento de dicha adquisición, pero no faculta al Estado
para privar al poseedor de su derecho mediante una mutación legal poste-
rior. Tiene también la mencionada distinción importancia para determinar
las limitaciones en el uso de los bienes, uso que en los superfluos debe
hacerse principalísimamente en relación al interés social, en cambio en lo
necesario en relación al interés individual. En este sentido entendemos la
opinión del R. P. Albéric Belliot11.
“Conclusión: 1º.— La propiedad de lo necesario es plena y absoluta;
2º.— La propiedad de lo superfluo es limitada y relativa”.
En resumen, creemos que, tal como lo dice el R. P. Iglesias11 “sólo
en el caso de que el bien común de una nación lo exija, y con tal que la ley
o leyes dispositivas manden observar escrupulosamente todas las obliga-
ciones que con relación al dueño (no poseedor) impone el Derecho Natu-
ral; será válido y lícito un régimen económico en el que la posesión de la
tierra esté limitada por la ley positiva”.
El caso parece, por lo demás, en la práctica, punto menos que impo-
sible. Extraño sería que el bien común exija en un momento dado y en el
carácter de disposición general y absoluta una medida esencialmente nega-
tiva como es la limitación legal en cuestión. El gran resorte para la re-
distribución de la riqueza —hoy tan injustamente repartida— es principal-
mente, según las Encíclicas, el pago del justo salario. El reajuste de los
jornales conforme a las normas pontificias —vale decir, cristianas— ha de
contribuir eficazmente a una división más racional y justa de los bienes
efectuada en forma mucho más lógica y constructiva que la implantación
de medidas como las tomadas por la Constitución mejicana, y cuyos resul-
tados parecen haber sido muy contrarios a los que se esperaban de ellas.

11 Citado por Salvador Castro Pallares en su artículo “La voz de un sociólogo acerca

de la propiedad”. (Abside, octubre de 1938). Resume el autor la doctrina del Padre Belliot
sobre la propiedad, extractándolo de su obra “Manual de Sociología Católica”. Llama la
atención en dicho resumen lo dicho por el señor Castro Pallares en orden a que “si la propie-
dad no cumple con sus deberes, en virtud de la hipoteca divina viene el embargo, es decir, la
propiedad deja de ser justa y legítima”. No parece ser ésta la doctrina de “Quadragesimo
anno”, documento en el cual S. S. Pío XI dice bien claramente: “47.— Para poner límites
determinados a las controversias suscitadas en torno al dominio y obligaciones a él inherentes,
quede establecido a manera de principio fundamental lo mismo que proclamó León XIII, a
saber: que el derecho de propiedad se distingue del uso”. Y agrega más adelante en el mismo
párrafo: “Así que, sin razón afirman algunos que el dominio y su uso honesto tienen unos
mismos límites; pero aun está más lejos de la verdad el decir que por el abuso o el simple no
uso de las cosas perece o se pierde el derecho de propiedad”.
374 ESTUDIOS PÚBLICOS

Sindicalización campesina*

Los problemas sociales, de por sí complejos, se oscurecen aun más


cuando constituyen el campo de lucha entre intereses políticos inmediatos.
Y eso es lo que sucede con la sindicalización campesina.
Encierra esta cuestión, tan debatida hoy día, dos aspectos que es
necesario diferenciar: su alcance electoral, y la cuestión de fondo, consis-
tente en la necesidad de incorporar en forma más activa a la masa campesi-
na en nuestra vida social. Este doble carácter complica las posiciones que
han adoptado frente a la materia los poderosos grupos en lucha. Tanto los
partidarios como los contrarios a la sindicalización esgrimen razones y
argumentos en muchos sentidos verdaderos, pero que, por referirse a planos
distintos, no se excluyen y son incompletos. Es ese hecho, precisamente, el
que da al asunto el complejo y oscuro carácter que ha tomado.
Enfocada la materia en sus líneas generales, es indudable que nues-
tra población campesina no ha sido incorporada aún en la vida social acti-
va. Constituye un sector que, como consecuencia del régimen de inquilina-
to, de nuestra extensa geografía y de sus difíciles medios de comunicación,
ha llevado un ritmo de evolución social mucho más lento que el obrero de
las ciudades. Pero, por otra parte, ese mismo hecho ha permitido conservar
muchos valores de gran importancia, herencia de una tradición cristiana. El
“huaso” no sabrá todavía de reivindicaciones sociales, de organizaciones de
resistencia, de lucha y derechos, pero, en cambio, mantiene una personali-
dad vigorosa y un buen sentido ya borrados en la masa gris y uniforme del
obrero de la gran ciudad.
Frente a este doble hecho, los bandos se agrupan en posiciones
intransigentes, que amenazan causar grave daño. El comunismo, por una
parte, fiel a su criterio marxista, estima que sólo puede elevarse el nivel del
campesinado incorporándolo violentamente en la lucha social moderna. No
le importan los medios; lo esencial es causar agitación y forzar a los indivi-
duos a alinearse en la lucha de clases. Y aquí aparece de manifiesto la
finalidad política inmediata: no interesa el bienestar del obrero agrícola, lo
que importa en su proletarización espiritual y en masa, con el objeto de
arrebatar fuerzas electorales.
Los daños y riesgos de semejante posición saltan a la vista. No se
puede, mediante la violencia, recuperar en pocos meses el retardo de mu-

* Julio Philippi: “Sindicalización campesina”, en Estudios (enero 1947), pp. 3-4.


SINDICALIZACIÓN CAMPESINA 375

chos años en que se encuentra un sector social. Intentar hacerlo es criminal,


y causa grave injuria tanto al bien común general como al bien particular
de los propios interesados. El odio, la violencia y la lucha a que son lanza-
das masas relativamente incapaces, no pueden sino acarrear grandes males.
Pero, por otra parte, los valores positivos que el antiguo inquilinato
pueda tener y los daños que acarrea la posición marxista, tampoco justifi-
can por parte de los patrones una actitud intransigente y cerrada ante los
intentos serios de elevar el nivel de vida de sus operaciones. El campesina-
do debe incorporarse a la vida social activa, y lo hará en todo caso, con o
sin la voluntad de los patrones. En el primer evento, si hay una compren-
sión justa y serena de la realidad, se habrán salvado muchos valores funda-
mentales; en el segundo, sólo se facilitará la aplicación de la tesis marxista.
Fundamental ha sido en la historia contemporánea de todos los pue-
blos, inclusive Chile, la organización y desarrollo de la clase obrera indus-
trial. Por desgracia, como consecuencia del cerrado liberalismo imperante
en el siglo XIX, ese proceso tomó desde sus comienzos el carácter de lucha
de clases y los resultados negativos han sido, entre otros, la total apostasía
del proletariado industrial.
El fenómeno que se inicia en estos momentos en orden al campesi-
nado chileno tiene el mismo alcance, y sus proyecciones en nuestra historia
serán tan graves como la que ha arrojado la evolución el trabajo en la
industria.
De la actuación de los patrones depende, en alto grado, que no se
repita ese fatal desarrollo y que, al adquirir el obrero conciencia de sus
derechos, no se destruyan, al mismo tiempo, los valores morales en que
debe cimentarse la grandeza de nuestra patria. Serenidad, espíritu de justi-
cia y sincera voluntad de cooperar en todo lo que sea positivo y constructi-
vo, permitirá encarar con éxito tan trascendental período.
376 ESTUDIOS PÚBLICOS

¿A dónde va el social-cristianismo?*

En los medios católicos se ha destacado últimamente una marcada


tendencia en el sentido de llevar a la realidad, en la mayor escala posible, la
doctrina social de la Iglesia. El desorden provocado en todo sentido por los
acontecimientos internacionales y el peligro cada vez más perfilado de un
nuevo choque de armas entre el comunismo, por una parte, con su espíritu
de doctrina integral, y cierta nueva forma de capitalismo democrático, pare-
ce urgir a los católicos a encontrar un plano de acción que permita influir
con eficacia en los acontecimientos sociales y evitar así el fatal desarrollo
que lleva a una nueva guerra, ajena a todo principio cristiano.
Esta tendencia en el campo católico es universal; en una u otra
forma se ha manifestado tanto en los países de Europa como entre nosotros.
No hay duda que todo esfuerzo en pro de la realización de los
principios sociales claramente enseñados por la Iglesia, constituye un pode-
roso medio de restablecer la verdadera paz social fundada en la justicia.
Aun más, sobre cada católico pesa la grave obligación de difundir, respetar
y hacer respetar las luminosas enseñanzas contenidas en el derecho natural
y especialmente actualizadas por las grandes Encíclicas Sociales. Mucho se
ha pecado en este sentido por omisión, y son los mismos Sumos Pontífices
y la Jerarquía Episcopal quienes nos lo han recordado en diversas oportuni-
dades. El incumplimiento de los deberes sociales, el silencio, muchas veces
organizado, alrededor de las enseñanzas de León XIII y sus continuadores,
la defensa de toda clase de intereses creados bajo engañosas formas cristia-
nas, han contribuido y continúan contribuyendo, sin duda alguna, a esa
gran tragedia de la Iglesia actual que se denomina, con exactitud, “la apos-
tasía de las masas obreras”.
Pero la labor social, indispensable y urgente, puede encerrar tam-
bién serios peligros. La injusticia reinante en tantos aspectos, el noble
impulso que lleva a buscar una solución rápida y la natural indignación
que, especialmente entre los jóvenes, provoca la actitud interesada de quie-
nes a nombre de la prudencia reclaman el silencio, pueden dar fácilmente, a
la acción social católica, un giro o por lo menos una apariencia que haga
peligrar otros aspectos fundamentales de la doctrina universal del cristia-
nismo.

* Julio Philippi, “¿A dónde va el social-cristianismo”, en Estudios, Nº 175 (agosto


1947), pp. 3-11.
¿A DÓNDE VA EL SOCIAL-CRISTIANISMO? 377

Con el objeto de aportar alguna mayor luz en estos problemas, y sin


ánimo alguno de tomar bandera en grupos o divisiones políticas determina-
dos, deseamos analizar ciertos aspectos que resaltan en las conclusiones
acordadas últimamente en la reunión que, en Montevideo, han celebrado
representantes de grupos socialcristianos de varios países de América. Tan-
to el acta, como los antecedentes, comentarios y explicaciones que la com-
plementan, los tomamos del Nº 22 de la Revista “Política y Espíritu”,
aparecida en Santiago, en mayo del año en curso.
Empieza el acta por declarar fundado “un movimiento supranacional
de bases y denominaciones comunes que tiene por finalidad promover, por
medio del estudio y la acción, una verdadera democracia política, económi-
ca y cultural, sobre el fundamento de los principios del humanismo cristia-
no, dentro de los métodos de libertad, respeto a la persona humana y
desenvolvimiento del espíritu de comunidad y contra los peligros totalita-
rios crecientes del neo-fascismo, del comunismo y de la reacción capitalis-
ta”.
En artículos firmados por los principales dirigentes, y contenidos en
la Revista más arriba citada, se trata de precisar la naturaleza de esta nueva
organización: “Característica ha sido la de situar nuestro movimiento, que
es temporal en cuanto al orden, político por el objetivo y supranacional por
la composición”… “Una de las condiciones elementales de su eficacia es
establecer la separación del orden temporal y del orden sobre-natural o
específicamente religioso”… “La definición comprende dos líneas funda-
mentales: el orden democrático y el humanismo económico cristiano”.
De acuerdo con estas definiciones y declaraciones, parecería que la
nueva entidad fuere sólo de índole temporal, sin más fundamento y preten-
siones que llevar a cabo “los derechos naturales de la persona humana, que
se imponen a la razón de muchos, aunque no participen de la misma fe”.
En seguida se precisan las bases del movimiento, empezando por
declarar que afirma la doctrina social cristiana. Sin embargo, a continua-
ción leemos que “realizará los principios del humanismo integral y no
tendrá carácter confesional, pudiendo participar en él todos los que acepten
estos principios”. “Se procurará la redención del proletariado por la libera-
ción creciente de los trabajadores de las ciudades y de los campos, y su
acceso a los derechos y responsabilidades del poder político, económico y
cultural”. El movimiento afirma la total restitución del imperio de la ética y
del derecho; rechaza toda dictadura, toda forma de fascismo, y tanto al
comunismo como al anticomunismo que encubra cualquier reacción anti-
democrática. Señala la necesidad de superar el capitalismo por medio del
“humanismo económico”; debe llegarse a una distribución más justa de la
378 ESTUDIOS PÚBLICOS

propiedad; se encarece la necesidad de los estudios objetivos; se considera


fundamental la unidad y defensa de la familia sobre la base de la indisolu-
bilidad del matrimonio; se respetan los principios católicos en orden a la
enseñanza; se afirma el derecho a la sindicalización y se destaca la urgente
necesidad del movimiento sindical, en el cual deben participar los cristia-
nos. El movimiento tiende a una organización de la humanidad sin negar la
individualidad de los Estados y encarece, por último, “para los católicos
que en él participen, la necesidad esencial de una vida cristiana”.
O sea, un programa de acción temporal que contempla variadas
materias. No deseamos detenernos en su análisis como tal. Su lectura deja
una marcada impresión de vaguedad; las ideas matrices de sus postulados,
son, sin duda, la libertad y la justicia en el orden económico. Muy de
desear sería, para formarse una idea exacta del alcance del movimiento,
que se definieran previamente términos tan ambiguos como “democracia”,
“humanismo integral”, “liberación creciente de los trabajadores”, “neo-fas-
cismo”, etc. El concepto de libertad absoluta e igualitaria que parece infor-
mar el pensamiento del manifiesto, sabe mucho a la idea enciclopedista de
igualdad y nivelación absoluta, claramente refutada por documentos ponti-
ficios como la Encíclica “Graves de Communi” y la condenación del movi-
miento “Le Sillon”. Por otra parte, la lectura del documento y de sus
explicaciones llevan también a un concepto limitado y restringido del bien
común; parece identificarse éste con el bien económico de la clase proleta-
ria, reduciéndose todo el mal que aqueja el orden social a la injusticia
económica. En tal sentido, podría creerse que se prescinde de la existencia
del mal moral, del desorden fundamental causado en el interior del hombre
por el pecado, reduciéndose así la solución de los hondos problemas socia-
les a su solo aspecto económico.
Muy discutible sería también, ante los claros documentos pontifi-
cios, la posición del movimiento frente al comunismo. Especialmente inte-
resante es, para un análisis más detenido, la opinión formada por el R.
padre dominico Joseph Levré en una detenida carta “a los políticos cristia-
nos de buena voluntad”, carta que fue aprobada en la reunión de Montevi-
deo como el reflejo fiel de su propio pensamiento. Destaca el R. padre
Levré una larga lista de “verdades y orientaciones válidas que el marxismo
y el anarquismo expresan y que los cristianos deben aceptar”. Y en sus
orientaciones prácticas, no descarta de ninguna manera la posibilidad de
ingresar, incluso, al comunismo, con el objeto de obtener la unión con el
movimiento obrero. Extraño parece semejante pensamiento ante las decla-
raciones explícitas de la Santa Sede sobre el carácter intrínsecamente malo
del comunismo internacional.
¿A DÓNDE VA EL SOCIAL-CRISTIANISMO? 379

Podrían también analizarse más detalladamente otros conceptos,


como ser el de “democracia cristiana”, tan empleado para fundamentar el
contenido ideológico de este nuevo movimiento. Ya León XIII, en “Graves
de Communi”, prohíbe emplear la expresión para referirla a la política con-
tingente: “No sea, empero, lícito referir a la política el nombre de Demo-
cracia Cristiana”. La prohibición fue reiterada por Pío X en su “Motu pro-
prio” sobre la Acción Popular Cristiana: “La Democracia Cristiana no ha
de entrometerse en la política, no ha de servir a partidos y fines políticos”.
Por otra parte, el espíritu de todas las declaraciones parece ser la
valorización del régimen democrático —cuyo contenido se precisa— como
el régimen perfecto y excluyente de toda otra posibilidad. No es posible
analizar con detención este punto mientras no se sepa con exactitud qué se
entiende por aquello de “auténticamente democrático”… “ni demócratas
110 por 100, ni demócratas 90 por 100, sino demócratas cien por cien, para
los cuales la democracia es un nivel de civilización a realizarse en todas las
zonas del mundo”. “Orden democrático”, “humanismo económico cristia-
no”, “demócratas de vocación cristiana’’, “humanismo integral” son térmi-
nos demasiado equívocos si no se precisa su contenido, y bien pueden
encerrar un significado muy diverso de los conceptos de igualdad humana
y libertad de formas políticas que caracterizan las enseñanzas tradicionales
católicas.
Pero no deseamos extendernos sobre puntos concretos del manifies-
to y de los postulados y afirmaciones que contiene. Mucho de su impreci-
sión y vaguedad se debe, sin duda, a que se trata de un planteamiento
provisorio, ya que en próximas reuniones han de fijarse algunos de los
puntos fundamentales. Hay otro aspecto que deseamos destacar, pues, lo
consideramos de mayor importancia.
En la labor de los católicos por el bien común temporal, la Iglesia,
como es lógico, reconoce la más amplia libertad dentro de la verdad. Es
decir, pueden grupos o personas plantear programas de acción concreta
limitados o extendidos a los puntos que mejores o más necesarios les
parezcan, con la sola limitación negativa de no incurrir en errores en algún
aspecto de doctrina. Pero semejantes programas, como también es lógico,
no podrán pretender ser la expresión total y completa de la verdad cristiana
en orden a lo temporal, ni pueden tomar el alcance de una norma integral
de vida o de acción. Si tal hacen, como sucedió en “Le Sillon”, su acción
pasa a pertenecer “al dominio de la moral, que es el dominio propio de la
Iglesia” (Carta condenación, párrafo 7). Y en ese dominio, un programa de
acción temporal, por muy bien intencionado y noble que sea —como lo fue
en sus comienzos “Le Sillon”— si pretende el carácter de exclusivo en
380 ESTUDIOS PÚBLICOS

cuanto a interpretación y aplicación de la doctrina, causa grave injuria a


ella, pues, la reduce y deforma con grave daño para el conjunto.
No pretendemos de ninguna manera achacar semejante actitud al
movimiento “social-cristiano” caracterizado especialmente en la reunión de
Montevideo. Como lo hemos manifestado, sus conclusiones quieren desta-
car un carácter exclusivamente político, de índole temporal. También algu-
nos comentarios de sus dirigentes hablan en ese sentido, insistiendo en que
no se quiere monopolizar la doctrina social de la Iglesia. Sin embargo, una
lectura completa y desapasionada de todos los antecedentes parece indicar
que no es tan claro el carácter meramente temporal y contingente que se
quiere dar al movimiento. Así, sus personeros se expresan en términos
como los que a continuación trascribimos:

Nuestra civilización americana ya pasó por dos fases: la de cristiani-


zación oficial, que fue la fase colonial y parte del siglo XIX, y la del
agnosticismo oficial, que ha durado hasta hoy y que a veces se
combina, en los países en que perduró la falsa ‘unión’ oficial entre
la Iglesia y el Estado, con el fariseísmo pseudocristiano. La nueva
fase, que podrá tal vez haber comenzado con nuestras modestas
reuniones en Montevideo, es la de la cristianización libre, la del
apostolado no confesional, basado en principios del humanismo
cristiano, pero sin ninguna vinculación oficial ni beneficio de cual-
quier privilegio”. El mismo autor habla de la necesidad, para éxito
de la acción política que se propone, de ir “a una información pro-
funda de las conciencias”. El movimiento, para otro, “desea coordi-
nar el esfuerzo de los demócratas de vocación cristiana… Está harto
de fórmulas felices y afortunadas generalizaciones. Queremos insti-
tuciones concretas. El Evangelio no se sirve con fórmulas esquiva-
doras”. Y así, otras muchas expresiones parecen indicar un espíritu
integral en el movimiento, el carácter de una especie de renovación
evangélica. El R. padre Levré llega a afirmar que “los cristianos
deben estar de acuerdo con quienquiera esté en la línea de avance
humano, o como ellos dicen, con todos los que instauren, de alguna
manera, el bien común… Nunca el cristiano debe ser sectario. Su
lugar está con todos los que trabajan en la instauración concreta del
bien común… Los cristianos deben, en todos los terrenos y donde-
quiera, buscar pura e inteligentemente el bien común y no subordi-
nar su acción entera a la defensa simplista y siempre conservadora
de la Iglesia… Limitándose a la defensa de la Iglesia, los cristianos
olvidan las dimensiones de la justicia social o comunitaria y la
olvidarán tanto más cuanto vean la Iglesia como una institución ya
congelada por su alianza con determinadas formas de gobierno, por
su fidelidad a ciertas formas que tuvieron su grandeza y su apego al
pasado.
¿A DÓNDE VA EL SOCIAL-CRISTIANISMO? 381

Insiste también el R. padre Levré, y con razón, en que los cristianos


—¿por qué no hablar mejor de los católicos, de nosotros?— deben aparecer
ante el mundo como un fermento de avanzada y de progreso, pero entiende
esta posición de avanzada como la de “hacer pasar a la humanidad de la
etapa de la necesidad a la de la libertad”, libertad que estribaría más bien en
el dominio de los descubrimientos de la ciencia y de la técnica.
Todas estas manifestaciones, ¿no parecen dar al movimiento el ca-
rácter de una especie de cruzada integral de cristianismo? Si así fuere, el
espíritu que lo anima estaría en contradicción con el objetivo meramente
temporal y contingente asignado en las conclusiones. Y, lo que es más
grave, si así fuera, las limitaciones y la unilateralidad en sus postulados
sociales y económicos implicaría una grave deformación de la doctrina
social de la Iglesia. Para los Sumos Pontífices, no hay solución integral al
problema sin la doble reforma: de las instituciones y de las costumbres. El
mal no está sólo en la injusticia económica; es mucho más profundo y
universal. La afirmación de los derechos de una clase, y la violencia em-
pleada —a veces legítimamente— para obtener que sean respetados, no se
identifica con el bien común temporal ni es tampoco capaz por sí sola de
alcanzarlo. Para volver al orden, a la paz verdadera, no basta la defensa
unilateral de una clase o grupo y tampoco puede prometerse, a base de la
ciencia, del progreso técnico y de las organizaciones sindicales, un mundo
perfecto que implique la total liberación de los hombres —sean éstos traba-
jadores o no— en el orden político, económico y cultural. No es con fór-
mulas políticas, económicas o sociales como se obtendrá la verdadera liber-
tad, ni podemos tampoco los católicos pretender oponer a la utopía
comunista de un mundo futuro ideal, una utopía “social cristiana” de un
mundo sin dolor ni injusticia, pues, no podemos prescindir de la realidad
del mal. Como dice Pío X en la carta de condenación a “Le Sillon”, refi-
riéndose al Divino Maestro:

Fue tan enérgico como manso: regañó, amenazó, castigó, sabiendo


y enseñándonos que con frecuencia el temor es el principio de la
sabiduría y que conviene a veces cortar un miembro para salvar el
cuerpo. En fin, lejos de anunciar para la sociedad futura el reinado
de una felicidad ideal, de donde estuviera el dolor desterrado, trazó
con la palabra y el ejemplo el camino de la felicidad posible en la
tierra y de la bienaventuranza perfecta en el cielo: el camino real de
la Santa Cruz.

Por otra parte, ¿cómo podría hablarse con propiedad de una labor
cristianizadora sin reconocer a Cristo como centro de todo? Si de la doctri-
na social de la Iglesia se escogen solamente ciertos elementos de derecho
382 ESTUDIOS PÚBLICOS

natural, que miran a la justicia económica o política, y alrededor de ellos se


llama a todos los hombres, cualquiera que fuere su credo o filosofía, ¿cómo
puede el conjunto considerarse como una expresión del cristianismo?
¿Cómo ha de entenderse el extraño concepto de “cristianización libre, de
apostolado no confesional, basado en principios del humanismo cristiano,
pero sin ninguna vinculación oficial ni beneficio de cualquier privilegio?”
Creemos que no puede tomarse de la doctrina social de la Iglesia una parte
de su contenido de derecho natural, para formar con él, bajo el nombre de
acción cristianizadora, un conglomerado heterogéneo de hombres de todas
las creencias y filosofías. Tal cosa se podrá hacer alrededor de una finali-
dad contingente y parcial, pero, como decíamos, a la acción que persiga esa
finalidad no es posible darle un carácter universal e integral católico. El
programa social de la Iglesia es completísimo, va desde lo sobre-natural
hasta las realizaciones económicas, y dentro de él tenemos libertad para
destacar uno u otro aspecto, pero no es posible identificar con el conjunto
la visión parcial que escojamos, y transformar un objetivo lícito —como
sería la implantación de un determinado orden político o sistema económi-
co— en finalidad exclusiva que niegue toda otra posibilidad o aspecto.
DESVIACIONES EN GRUPOS CATÓLICOS DE FRANCIA 383

Desviaciones en grupos católicos de Francia*

Los medios católicos franceses se han visto sacudidos por serias


medidas tomadas por las autoridades religiosas frente a desviaciones de
ciertos grupos. Estas desviaciones se han producido tanto en el campo
social —cooperación con el comunismo— como en el campo litúrgico —afán
de introducir exageradas innovaciones—, como en materia de subordina-
ción a la Jerarquía.
Monseñor Feltin, Arzobispo de París, ha hecho saber la gran preocu-
pación que domina al Santo Padre por el espíritu de excesiva independen-
cia que se apodera de muchos espíritus en cuestiones doctrinales y discipli-
narias, “al punto que no se respeta suficientemente a la legítima autoridad”.
El propio Monseñor Feltin se ha visto en la dura necesidad de excomulgar
al grupo de la “Esperanza Cristiana”, dirigido por el Pbro. Jean Massin, por
negar autoridad al Papa. Si bien es cierto que algunos de sus miembros
abandonaron el movimiento para reconciliarse con la Iglesia, dicho sa-
cerdote y parte de sus discípulos persisten en el error.
El periódico católico L’Homme Nouveau (febrero de 1952) da ante-
cedentes sobre este descarriado movimiento. El fundamento ha sido la
exigencia de que la Iglesia sea reformada para “ponerla a tono” con los
tiempos modernos. La encíclica “Humani generis”, que ha disipado y clari-
ficado tantos errores, fue la piedra de escándalo para Massin y sus seguido-
res. Consideraron que ella demostraba la impermeabilidad de la Iglesia a
los problemas actuales, especialmente en el campo de la moral sexual y de
las enseñanzas sobre la guerra, pues, estiman que aquélla debe adaptarse a
nuestras actuales condiciones de vida y que no es aceptable mantener el
concepto de “guerra justa”. La influencia marxista es evidente en este
último punto. En el campo teológico la afirmación fundamental errónea
parece ser la siguiente: “La Iglesia verdadera es una sociedad puramente
espiritual sin ningún magisterio infalible ni sacramentos propiamente tales;
es un cuerpo místico constituido esencialmente por el vínculo invisible del
Espíritu Santo, el cual establece, sin embargo, sólo un mínimo de acuerdo,
ya que el mismo Espíritu no puede decir sí a uno y no al otro” (L’Homme
Nouveau, núm. citado).

* Julio Philippi, “Desviaciones en grupos católicos de Francia”, en Estudios, Nº 222


(junio-julio 1952), pp. 30-42.
384 ESTUDIOS PÚBLICOS

El movimiento condenado está en estrecha relación con el periódico


Monde Ouvrier y con el movimiento de “Liberación del pueblo” o ex
“Movimiento popular de familias”.
No es extraño, por lo demás, que haya sido precisamente la encícli-
ca “Humani generis” la que haya hecho visibles estas desviaciones. La
claridad y precisión con que en ella se señalan aspectos fundamentales del
pensamiento cristiano tenía que poner a prueba la fidelidad en muchos.
Aun entre quienes han acatado la voz del Sumo Pontífice se la ha llegado a
calificar como una prueba de “prudencia autoritaria y conservantismo reli-
gioso”. Es así cómo en una publicación aparecida en Le Monde el 31 de
marzo último, un sacerdote que reserva su nombre, junto con afirmar ver-
dades de importancia, llega a decir que la Encíclica, “a propósito de ‘algu-
nas opiniones falsas que amenazan minar los fundamentos de la doctrina
católica’ había señalado ya un visible endurecimiento. Los intelectuales
católicos de Francia han hecho y siguen haciendo prodigios para obedecer
a ella sin hacer saltar los puentes que los unen a los sabios y pensadores no
creyentes”. Fácil es comprender que una adhesión tan externa y forzada
pueda quebrarse y dar paso a errores graves.
Pero es en el campo de la actividad obrera donde se han perfilado
quizás los mayores peligros. Diversos Obispos de Francia han dado ya la
voz de alarma y son numerosas las publicaciones que se han ocupado de
este problema. El grupo más importante que se encuentra en franco desca-
rrilamiento es el movimiento denominado “Jeunesse de l’Église”. Iniciado
en sus comienzos con la recta intención de clarificar las ideas fundamenta-
les y liberar al catolicismo de una serie de pesos muertos que lo dañan y
que alejan de él a muchas almas inquietas, ha llegado a conclusiones fran-
camente condenables. Su principal dirigente, el Padre J. I. Montuclard, en
un trabajo sobre la Iglesia y el movimiento, aparecido en uno de los cuader-
nos de “Jeunesse de l’Église”, llega a formular la siguiente doctrina1:

El único mundo moderno digno de nuestra esperanza es “el mundo


obrero”, debido a la perversión del capitalismo. Frente a esta lacra
de la humanidad (el capitalismo) “demasiados cristianos se refugian
en distinciones prudentes […] para permitir al dinero que continúe
matando, degradando y acumulando alrededor de él la sinvergüen-
zura o la miseria, hasta que este mundo obtenga exterminarnos en
tres cuartas partes bajo gigantescas bombas atómicas.

1 Se ha seguido principalmente la exposición de Masses Ouvrieres, número de febre-

ro de 1952.
DESVIACIONES EN GRUPOS CATÓLICOS DE FRANCIA 385

Frente a semejante corrupción no ve el autor más esperanza que el


mundo obrero, sin que se explique, por supuesto, por qué extraño fenóme-
no ese mundo ha quedado al margen de la perversión general. En esta parte
de la tesis aparece muy destacado ese “obrerismo” místico que con tanta
frecuencia amenaza dominar a quienes se ocupan de los problemas socia-
les.
Después de establecer este carácter privilegiado del mundo obrero,
el P. Montuclard analiza su situación actual y plantea la siguiente cuestión:
“¿Es posible disociar el comunismo de la clase obrera? ¿Es posible servir
verdaderamente a la clase obrera sino combatiendo o ignorando el comu-
nismo?” La pregunta es contestada por el autor en forma categórica: “Cues-
te lo que costare, iremos hasta el final. Hasta el final, esto es hasta registrar
como un hecho la relación orgánica del comunismo con el conjunto del
mundo obrero”. Más adelante, explicando su pensamiento, señala que el
comunismo responde en forma seria y eficaz a algunas de las necesidades
fundamentales de la población laboriosa, y de allí que no sea posible diso-
ciarlo de ella. Desgraciadamente, lo lamenta también el autor, el comunis-
mo agrega a sus condiciones positivas su ateísmo.
Llegado hasta este punto el raciocinio, se pregunta el líder de
“Jeunesse de l’Église” cómo es posible llevar el Evangelio a este mundo
obrero, inseparablemente ligado al comunismo y comprometido por tanto
en la vía del ateísmo. Afirma que, en estas condiciones, sólo puede llegarse
al obrero si uno se “hace todo para todos y se acepta la realidad obrera tal
como es”. Y más adelante, como también en publicaciones posteriores,
aclara qué entiende por “hacerse todo para todos”: participar en la lucha
contra la miseria es bueno; pero no es aún la prueba necesaria. La prueba
consiste en participar en dicha lucha de la misma manera que sugiere
objetivamente la realidad proletaria. Pues es allí, en cierta manera, donde
nos espera el militante obrero ateo”. Debe, pues, el cristiano identificarse
del todo con el mundo obrero, aunque tenga que deshacerse de “ciertas
posiciones temporales más o menos directamente relacionadas con la Fe.
Es necesario también separarse de un esfuerzo de conversión individual
[…] Para salvaguardar la posibilidad de una irradiación futura del Evange-
lio, es indispensable no buscar ningún resultado apostólico inmediato […]
¿De qué sirven algunas conversiones individuales si esas conversiones son
tales que separan más de Dios y de la Iglesia a los elementos influyentes y
representativos de la clase obrera?”
En buenos términos, es necesario suspender por ahora nuestro apos-
tolado religioso y colaborar a la primera liberación en la cual se encuentra
empeñado el comunismo. “Delante la misión histórica del comunismo de-
386 ESTUDIOS PÚBLICOS

bemos descubrir la propia razón de ser de la Fe […] Que después de haber


reconocido lo que aporta el comunismo a la humanidad, se nos diga clara-
mente lo que el Cristo traerá a los hombres que deberán al comunismo una
primera liberación”. Y concluye el Padre Montuclard: “¿Cuánto tiempo
será todavía necesario para que nuestra Fe, desembarazada de todas las
tácticas, de todos los encadenamientos de este mundo al cual ella no perte-
nece, pueda volver a encontrar la figura sencilla y despojada de un puro
reencuentro entre Dios y el hombre libre y liberado? […] Sabemos que
hacia allá nos lleva lentamente la presión sobre nosotros de un movimiento
obrero poderoso, por el momento ateo”.
Debemos por tanto, a juicio de la doctrina que comentamos, suspen-
der toda labor apostólica individual, incorporarnos a la masa obrera, acep-
tar el comunismo como arma adecuada de liberación económica, colaborar
por tanto con su triunfo completo y, después... ver manera de cristianizar
ese mundo perfecto de hombres ya liberados. Tan lejos y con tal lógica se
lleva esta tesis, que el propio Padre Montuclard llega a afirmar que no sólo
debemos suspender toda acción de apostolado cristiano, sino “que hemos
renunciado inclusive a la intención de convertir, pues esa intención puede
parecer sospechosa a la clase obrera”. Y los riesgos personales son grandes,
reconociéndolo así el Padre Montuclard: “condición peligrosa, sin embar-
go, para el cristiano que ha escogido ser un militante activo del movimiento
obrero. ¿Para qué negarlo? El riesgo que él corre es un riesgo total: el
riesgo de participar él mismo más y más en el ateísmo […] Que no se trate
de impedir esta crisis: ella es inevitable y bienhechora”.
Las consecuencias de la posición del Padre Montuclard no se han
hecho esperar, y es así cómo un grupo de la “Jeunesse de l’Église” ha
ingresado abiertamente al comunismo. Pero el peligro mayor de esta doctri-
na estriba, evidentemente, en el grado más o menos profundo en que sus
tesis se han infiltrado en otros movimientos de acción social y política, sin
que, sin duda, sus dirigentes se hayan dado bien cuenta de ello. El Padre
Montuclard ha precisado con claridad y perfecta lógica el raciocinio que
parte de ciertas premisas aceptadas a veces en mayor o menor extensión
dentro de sectores católicos. Y, al descarnar dicho raciocinio, aparecen con
toda claridad los errores que le sirven de base.
Categórico ha sido el ataque a tan graves desviaciones del pensa-
miento. Es así cómo Masses Ouvrieres, en su número de febrero último,
bajo el acertado título de “Cristianismo y oportunismo”, expone las erró-
neas tesis y las rebate con los claros documentos pontificios que hay sobre
la materia. Robert Rouquette, en un interesantísimo artículo titulado “Mys-
tique d’incarnation ou mystique d’assomption”, aparecido en el número de
DESVIACIONES EN GRUPOS CATÓLICOS DE FRANCIA 387

Études de marzo de 1952, analiza a fondo los errores de las nuevas doctri-
nas. Otras publicaciones han hecho lo mismo, atacando las diversas premi-
sas del Padre Montuclard, y por último el Consejo de Vigilancia de la
Diócesis de París ha formulado la siguiente declaración:

El Consejo de Vigilancia considera un deber poner en guardia con-


tra una concepción errónea y peligrosa de la fe y sus relaciones con
la acción, según el concepto que proponen y desarrollan recientes
escritos.
Se proclama una separación deliberada de la Fe y de la acción
temporal. Los datos de la Fe no tendrían por qué intervenir en los
problemas que se plantean en el terreno cívico y social; la Fe no
aportaría en este terreno más que un ímpetu (élan) misterioso sin
contenido expresable y los cristianos habrían de guiarse únicamente
por un análisis de los hechos sobre un plano histórico.
Concepción que entraña un doble peligro con relación a la naturale-
za íntima de la Fe y a las reglas válidas de la acción.
Primero. So pretexto de salvaguardar la trascendencia de la Fe, se
aísla y se aminora a ésta, de una parte, en su justificación racional;
de otra, en sus expresiones y fórmulas. No se quiere reconocer en
ella más que un testimonio íntimo e impreciso de nuestra unión con
Dios. Más aún: se atribuye a esta peligrosa relegación de la Fe más
allá del pensamiento y de la acción un valor místico de purificación
y se tiende a hacer de ello una pedagogía.
Segundo. En consecuencia, la acción del cristiano en el orden tem-
poral se halla gravemente alterada, ya desde el punto de vista de la
doctrina que la justifica, ya desde los métodos que la guían:

a) Contrariamente a las afirmaciones de las encíclicas pontificias, se


rechaza la Fe y toda influencia de las enseñanzas de la Iglesia, tanto para
inspirar las instituciones y problemas, como para separar las opiniones y
doctrinas peligrosas que las contaminan;
b) Con respecto a la situación actual de la clase obrera, que hace
difícil su cristianización, se propone a los cristianos una acción con dos
fases sucesivas: primero, la liberación, y sólo después la evangelización. La
primera fase es independiente de las normas cristianas.
Este método es particularmente peligroso en la hipótesis que se
admita que la liberación será llevada a cabo por el comunismo, a cuyo
triunfo aceptan los cristianos colaborar, en contradicción con las directrices
formales de la Iglesia.
Conviene considerar que en la declaración del Consejo de Vigilan-
cia no sólo se condena la separación entre la acción obrera y la Fe, sino que
también la independencia entre los problemas que plantea la acción cívica,
cualquiera que sea su forma, y la Fe. No andan quizás tan distantes de la
388 ESTUDIOS PÚBLICOS

doctrina señalada por el Consejo de Vigilancia ciertas afirmaciones co-


rrientes hoy día en el sentido de que ya se ha superado la época en la cual
tenía importancia, para la acción temporal, la discusión y defensa de los
principios, debiendo considerarse únicamente si hay o no coincidencia en
ciertos objetivos temporales, aunque para obtenerla sea necesario suspen-
der la aplicación de algún principio fundamental.
Difícil es resumir, en una simple nota, cuáles son los puntos funda-
mentales en el cúmulo de errores que encierra el pensamiento sustentado
por “Jeunesse de l’Église” más arriba expuesto. Destacaremos, pues, los
principales. La tesis podría reducirse a las siguientes proposiciones: a) el
marxismo es una ciencia exacta de la sociedad; b) el comunismo es un
“valor” y la ciudad comunista un progreso liberador para la humanidad; c)
en estas condiciones, la sola acción cristiana legítima y eficaz es construir,
sin ningún proselitismo, la ciudad comunista. Todo esto se encuentra domi-
nado en el fondo por ciertas afirmaciones aún de mayor trascendencia, que
podríamos resumir así: d) el hombre es capaz de “liberarse” y construir un
mundo justo y perfecto al margen de la Fe; e) la perfección de ese mundo
futuro, alcanzado a través del comunismo, hará a los hombres maduros
para su reencuentro con Dios. La cristianización, en consecuencia, no ven-
dría a ser sino la asunción al plano sobrenatural de un mundo previamente
liberado por obra del hombre.
Las dos primeras afirmaciones referentes al comunismo están sobra-
damente condenadas por la enseñanza y disposiciones de la Iglesia. Mal
puede el marxismo ser una ciencia exacta de la sociedad si descansa sobre
fundamentos filosóficos totalmente erróneos. De allí que el comunismo no
pueda ser jamás considerado como un “valor” verdadero, ni la ciudad co-
munista un progreso liberador de la humanidad. Para la sana razón humana
es absolutamente imposible que de una doctrina que descansa en funda-
mentos erróneos pueda surgir un orden verdadero. La realidad histórica,
por lo demás, se ha encargado claramente de demostrar el engaño de ese
mundo “liberado”. Aun en el campo no católico aparecen ya pensadores
honrados que se preguntan si el comunismo no es acaso una nueva aliena-
ción de la humanidad, peor, probablemente, que la civilización capitalista.
¿No anuncia una nueva edad sombría en la cual reinarán sin freno el
terror, la brutalidad, la traición y delación organizadas? (Études, artículo
citado).
La categórica condenación que la Iglesia ha decretado sobre la doc-
trina comunista hace absolutamente inaceptable la afirmación tercera, esto
es, la necesidad de que la acción cristiana se concentre en colaborar en la
construcción del mundo comunista. Conviene no olvidar que la Congrega-
DESVIACIONES EN GRUPOS CATÓLICOS DE FRANCIA 389

ción del Santo Oficio ha impuesto la excomunión inclusive a quienes “den


el nombre a los partidos de los comunistas, o les presten favor”.
Las dos afirmaciones generales que señalábamos bajo las letras d) y
e) son de gravísima trascendencia. Ellas implican, en último término, negar
la existencia del pecado original y de su consecuencia que es el mal, atribu-
yendo al hombre la potestad de alcanzar la justicia por sí mismo, al margen
de la Fe. Si el hombre tiene ese poder, ¿para qué se produjo la Encarnación,
Pasión y Resurrección del Verbo? ¿En qué queda aquella frase de Cristo,
piedra angular de todo el pensamiento cristiano “Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida”? ¿Qué sentido tienen las Bienaventuranzas y toda la
doctrina de Jesús? No pasarían de ser sino consejos íntimos e imprecisos,
sin trascendencia alguna en el orden temporal. Como dice el Consejo de
Vigilancia de París, al condenar estos errores, “la Fe no aportaría en este
terreno (cívico y social) más que un ímpetu misterioso sin contenido expre-
sable”. La clara visión de un Santo Tomás sobre la naturaleza y fin de las
creaturas, sobre el orden que reina entre medios y fines, sobre el imperio
absoluto de la ley divina y de la ley natural, no sería sino una fantasía
subjetiva. Para el nuevo pensamiento no son ya los principios descubiertos
por la sana razón o revelados por Dios los que deben guiarnos, sino que
solamente el análisis de los hechos sobre un plano histórico. ¡Oscuro pen-
samiento muy impregnado de existencialismo y, a través de él, de antiquísi-
mas afirmaciones gnósticas!
Si bien estamos obligados a luchar sin descanso por el imperio de la
justicia y de la caridad, los cristianos debemos tener siempre en cuenta que
no nos será posible eliminar el mal y el sufrimiento. Hay en esto un miste-
rio de la Fe: debemos dar testimonio continuo de la verdad, pero debemos
también saber que, mientras el Reino de Dios no adquiera su plenitud al
final de los tiempos, nuestra tierra continuará siendo un valle de lágrimas.
La idea de que podamos con medios técnicos y materiales “liberar” al
hombre, es absolutamente contraria al sentido cristiano. La orden dada por
Cristo: “toma tu cruz y sígueme” continuará en vigor hasta que Él venga.
Toda afirmación contraria no pasa de ser sino una soberbia arrogancia.
Como dice con razón Robert Rouquette en el trabajo publicado en Études y
a que antes se ha hecho referencia, “el antiguo relato de la torre de Babel,
¿no domina acaso la historia de los hombres pecadores, tentados siempre
de idolatrar lo humano?”
En cuanto a la llamada “mística de asunción”, esto es, la idea de que
colaboremos primero a la construcción de un mundo al margen de la Fe
para elevarlo después al orden sobrenatural, implica la negación más com-
pleta del verdadero sentido de la vida cristiana. Sólo el testimonio vivo de
390 ESTUDIOS PÚBLICOS

cada uno y en cada momento puede convencer al mundo de la verdad.


Suspender todo apostolado individual, a pretexto de que después ob-
tendremos más, implica, no sólo un tonto e ingenuo oportunismo frente al
marxismo ateo, sino que una falta de Fe en la realidad del Cuerpo Místico,
de los Sacramentos y de la obra continua del Espíritu Santo a través de la
Iglesia.
Conviene meditar con detenimiento las erróneas doctrinas más arri-
ba expuestas. Ciertos aspectos de ellas pueden haberse infiltrado también
entre nosotros, en grado más o menos visible, y si no son eliminadas
oportunamente producirán con seguridad graves daños. Es absolutamente
indispensable una reforma social profunda y la Iglesia bien lo ha compren-
dido así al llamar a sus hijos a una intensa acción de apostolado en todos
los campos, principalmente en el obrero, pero no se obtendrán sino daños si
en esa labor se niegan y alteran profundos valores del pensamiento cristia-
no, como ha sucedido por desgracia en los movimientos que han sido
materia de estas breves reflexiones.
POSICIÓN CONTRARIA A LAS SANCIONES CONTRA CUBA 391

Posición contraria a las sanciones contra Cuba*

Señor Presidente, distinguidos colegas:

Quisiera exponer en forma breve los puntos de vista del Gobierno


de Chile respecto a esta Novena Reunión de Consulta de Ministros de
Relaciones Exteriores Americanos, reservándome el derecho de volver,
más adelante, sobre los proyectos de resolución que están en estudio.
No nos encontramos aquí reunidos en virtud del artículo 39 de la
Carta de nuestra organización, para tratar “asuntos urgentes y de interés
común”, ni para considerar, como sucedió hace dos años en Punta del Este,
“las amenazas a la paz y a la independencia política de los Estados Ameri-
canos, que pudieran surgir de la intervención de potencias extracontinenta-
les encaminadas a quebrantar la solidaridad” de los pueblos del hemisferio.
Los Cancilleres americanos hemos sido convocados esta vez para
considerar una determinada acusación y las medidas adecuadas en defensa
de un país que, al sentirse víctima de actos de intervención y de agresión
que afectan a su integridad territorial, a su soberanía y a sus instituciones
democráticas, ha invocado la aplicación del Tratado de Asistencia Recípro-
ca, fundamental instrumento en nuestro sistema de solidaridad continental.
No podíamos faltar a esta cita y es por eso que, desde todos los
puntos del continente, los Cancilleres o sus representantes autorizados he-
mos concurrido aquí para buscar una confrontación de nuestros puntos de
vista y adoptar las soluciones adecuadas al caso que se nos presenta.
El ámbito de nuestra convocatoria es, por lo tanto, preciso y delimi-
tado: debemos atenernos a los hechos que motivan la petición de una repú-
blica hermana y tomar las medidas convenientes para su legítima asisten-
cia. No debemos dictar normas generales ni, mucho menos, adoptar
acuerdos que, de alguna manera, exceden o infrinjan las disposiciones que
constituyen el sistema interamericano.

* Discurso pronunciado por don Julio Philippi, en su calidad de Ministro de Relacio-


nes Exteriores de Chile, en la Comisión General de la Novena Reunión de Consulta de
Ministros de Relaciones Exteriores Americanos celebrada en Washington D.C. el 25 de julio
de 1964. Reproducido de El Mercurio, 26 de julio de 1964. Documento proporcionado gentil-
mente por don Guillermo Canales, Editor del Centro de Documentación de El Mercurio.
392 ESTUDIOS PÚBLICOS

Solidaridad con Venezuela

Cuando Venezuela denunció actos que significaban intervención y


atentado contra su soberanía y sus instituciones democráticas, mi Gobierno
aceptó que se pusiera en movimiento la delicada maquinaria del Tratado de
Asistencia Recíproca, pues, el principio de no intervención está profunda-
mente anclado en las tradiciones chilenas. Desde muy antiguo, hemos con-
denado las intervenciones en la política interna o externa de los pueblos,
sea cual sea el motivo y vengan de donde vinieren. Por otra parte, nuestra
fidelidad al Sistema Interamericano y nuestra devoción por la democracia
representativa, que creo innecesario destacar aquí, nos mueven a solidari-
zarnos con el país intervenido, en la defensa de su sistema democrático de
gobierno y en resguardo de la paz continental.
En el caso especial de Venezuela, Chile, señor Presidente, ha venido
aquí a dar testimonio de su amplia solidaridad. Muchos lazos fraternales
unen a nuestros dos pueblos, muchos principios comunes nos han ligado
desde los primeros días de nuestra vida independiente. El propio arraigo en
la nación chilena del principio de no intervención, se lo debemos a uno de
los más grandes artífices de la estructura jurídica en la América latina, al
ilustre don Andrés Bello, venezolano y chileno a la vez. Hemos escuchado
la queja venezolana, los hechos han sido investigados y ahora nos enfrenta-
mos a la aplicación del Tratado de Asistencia Recíproca, una de las piedras
angulares del Sistema Interamericano, aquel tratado que, según uno de sus
más distinguidos comentadores, fue ideado “para hacer frente a situaciones
tremendas”, y en el cual se contrajeron los compromisos más trascendenta-
les asumidos hasta ahora por las repúblicas americanas en su vida de rela-
ción. El Tratado de Asistencia Recíproca es un instrumento destinado a
asegurar la paz “por todos los medios posible”, a la vez que a “hacer frente
a los ataques armados” y a “conjurar las amenazas de agresión”. Sus térmi-
nos fueron cuidadosamente pesados. Justamente porque debe aplicarse en
circunstancias de extraordinario peligro, en emergencias gravísimas, en que
sus consecuencias pueden revestir también extraordinaria gravedad.

Consecuencias y justo equilibrio

Por eso mismo, los redactores del Tratado dieron la necesaria flexi-
bilidad a sus disposiciones. No quisieron confiar su aplicación a jueces ni a
jurisconsultos, sino que a Ministros de Relaciones Exteriores, es decir, a los
representantes más caracterizados de los Gobiernos. Son ellos quienes de-
POSICIÓN CONTRARIA A LAS SANCIONES CONTRA CUBA 393

ben considerar conjuntamente, y actuando en cuidadosa consulta, cuáles


son las medidas colectivas más adecuadas que convenga a adoptar, tenien-
do —para ello— siempre en vista las legítimas peticiones de las partes que
han invocado la aplicación del mecanismo y el bien común propio del
sistema, cual es la efectiva preservación de la paz. De allí que, al adoptar
decisiones, deban medirse siempre no sólo las consecuencias que ellas
producirán para los países directamente afectados por el caso, sino que
también para el conjunto y, en lo posible, para cada uno de los países que
lo integran.
El bien común propio de este sistema estriba, al igual que en toda
forma de sociedad humana, en la adecuada y justa relación entre los bienes
legítimos de los distintos Estados que lo forman.
La sabiduría política consiste en encontrar, en cada caso, ese justo
equilibrio, ese orden de valores que es esencial a la paz entre los hombres y
los pueblos.
¡Fueron sabios los autores del Tratado de Asistencia Recíproca al
confiar a la inteligencia y a la ponderación de los Cancilleres del Continen-
te el análisis de estas situaciones y la adopción de medidas!
Ellas deberán en todo caso guardar, como es obvio, proporción con
la gravedad de los hechos producidos y con las consiguientes repercusio-
nes. El formalismo o el automatismo en la adopción de medidas no puede
tener cabida en nuestro sistema, cuyas decisiones son esencialmente políti-
cas pero que descansan como es propio en las profundas tradiciones del
mundo occidental, sobre instrumentos jurídicos claros y precisos, cuyo pro-
fundo respeto es condición primordial para alcanzar los fines perseguidos.

Repudio a intervenciones

El Gobierno de Chile, señor Presidente, repudia del modo más enfá-


tico todas las intervenciones y, en el caso actual denunciado por Venezuela,
está dispuesto a condenar enérgicamente los actos cometidos por el Gobier-
no de Cuba que importan una intromisión absolutamente inaceptable en la
soberanía venezolana.
Cree también que deben buscarse las fórmulas más eficaces que
impidan la repetición de tales actos, de manera que podamos ofrecer a
Venezuela y a cada una de las naciones de este hemisferio una garantía real
de que serán resguardadas de toda tentativa de intervención o de agresión.
Cree que los países americanos deben mantenerse muy alertas frente
a amenazas que no son teóricas o meramente ideológicas, sino que son
394 ESTUDIOS PÚBLICOS

reales. Pero cree también el Gobierno de Chile que el conjunto de medidas


del artículo 8 del Tratado, propuestas en contra de Cuba no son las adecua-
das. Ya muchos países americanos, haciendo uso de su facultad soberana,
han adoptado unilateralmente medidas que ahora se proponen con el carác-
ter de colectivas. Parece justo que aquellos países que, como Chile, no las
han tomado, continúen en la libertad necesaria para apreciar la convenien-
cia de adoptarlas. En efecto, si han mantenido esta actitud, no se debe a
infidelidad para con el Sistema Interamericano ni para con los ideales de-
mocráticos, sino que a realidades dignas de toda consideración y respeto.

Escepticismo sobre medidas propuestas

Tenemos, por lo demás, nuestras fundadas dudas acerca de la utili-


dad práctica que producirán algunas medidas que han sido propuestas.
Estas dudas parecen abonadas por la experiencia de los países que, espe-
cialmente, han sufrido inaceptables actos de intervención como los que
estamos condenando.
En esta materia merece consideración especial lo concerniente a la
ruptura de relaciones diplomáticas y consulares. La mantención de ellas por
parte de un país como el mío que no ha hecho misterio de la desaprobación
que le merece el régimen actualmente imperante en Cuba, es algo que
comprende también factores humanitarios. Tales relaciones en nada pueden
afectar la solidaridad con el agredido ni la regularidad del Sistema Intera-
mericano. Y el hecho podrá, incluso, ser analizado en proyecciones futuras
como un puente hacia el pueblo hermano, por ahora alejado del hogar
común democrático, pero cuyo regreso todos anhelamos.
Venezuela puede contar con la solidaridad de sus hermanos de
América ante los hechos denunciados y puede hacernos plena confianza
que, así como estamos a su lado ahora, estaremos junto a ella con toda
nuestra energía, si se produjesen nuevos atentados contra su integridad
territorial, su soberanía o su independencia política.
No es nada de fácil la tarea a que nos hallamos enfrentados en esta
Novena Reunión de Consulta. Cuesta coordinar debidamente los variados
elementos que deben contribuir a formar nuestro juicio. El estudio cuidado-
so y desapasionado, la serenidad y objetividad para medir las proyecciones
futuras de los pasos que demos, son factores que están activamente en
juego durante estos días de intenso trabajo, y que debieran permitirnos
alcanzar una solución conveniente.
POSICIÓN CONTRARIA A LAS SANCIONES CONTRA CUBA 395

No olvidemos que Dios ha prometido “la paz en la tierra a los


hombres de buena voluntad”, esto es, a los hombres justos que, como los
Cancilleres aquí reunidos, deben buscar la solución acertada a problemas
que interesan de un modo tan directo a la paz mundial”.
396 ESTUDIOS PÚBLICOS

Las cuestiones tributarias y cambiarias


en el proceso de integración*

SEÑOR ALEJANDRO SILVA BASCUÑÁN.— Continuando nuestra serie de


Conferencias, ahora tenemos la oportunidad de escuchar a don Julio Phi-
lippi. Creo que nada podría agregar yo, que ustedes ya no supieran, en
cuanto al brillo con que se ha desempeñado en la Cátedra, en el ejercicio de
la profesión, en el Gobierno, en innumerables actividades que lo hacen
especialmente preparado para el desarrollo del tema, que se relacionará
ahora con los efectos y los aspectos monetarios y cambiarios del proceso de
integración latinoamericana. Tiene la palabra, pues, nuestro distinguido
conferenciante.

SEÑOR JULIO PHILIPPI IZQUIERDO.— Quiero agradecer, en primer lugar,


al señor Presidente del Colegio de Abogados su amabilidad al haberme
pedido que me haga cargo de uno de los temas de éste tan interesante ciclo
de charlas sobre los aspectos de la Integración. Con mucho gusto lo he
hecho, aunque seguramente es mucha temeridad la mía haber aceptado un
tema que, en realidad, más que de juristas es de economistas, dentro de este
apasionante proceso de Integración en que nos vemos todos envueltos en el
actual mundo. Proceso éste de especial interés para Chile en el ámbito
latinoamericano de la ALALC, y con visos de tomar incluso campos de
integración mucho más amplios entre grandes grupos coordinados dentro
de la general convivencia de todas las Naciones.
Espero poder aportar, aunque más no sea si no en sus líneas ge-
nerales, algo útil a la mejor comprensión de algunos aspectos que inciden
en la cuestión Cambios e Impuestos .
Al iniciar el ciclo de estas conferencias, en una muy notable y
brillante exposición, el Ministro de Relaciones Exteriores don Gabriel Val-
dés citó en la primera parte de su exposición al Profesor Hallstein, quien
durante mucho tiempo dirigió el Mercado Común Europeo, en los siguien-
tes términos: “la Comunidad Económica Europea es una creación del Dere-
cho; sin embargo no ha nacido solamente del Derecho, sino que ella crea el
Derecho”. En esta corta frase se encierra mucho. La verdad es que el

* Conferencia dictada por don Julio Philippi Izquierdo el 17 de noviembre de 1967,


en el Consejo General del Colegio de Abogados. Publicada en Revista de Derecho y Jurispru-
dencia y Gaceta de los Tribunales, LXIV, Nº 9 (noviembre 1967), pp. 213-229. Su reproduc-
ción en esta antología cuenta con la debida autorización de Editorial Jurídica de Chile.
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 397

distinguido hombre público, que tan importante tarea ha cumplido en el


esfuerzo común por llevar adelante la integración europea, ha expresado en
esta breve sentencia un gran contenido acerca de lo que es el derecho frente
a los modernos problemas que se le van planteando a lo largo del tiempo.
La norma jurídica es, en último término, la forma sustancial de todo fenó-
meno de relación social. Pero la norma jurídica como forma sustancial de
todo fenómeno de relación social, no es una creación puramente teórica o
abstracta; no es sólo una elaboración de las mentes de los juristas. Para que
la norma jurídica cumpla efectivamente su misión de definir en concreto lo
que es justo en medio de las relaciones sociales ha de descansar y estar
relacionada muy íntimamente con la realidad que pretende resolver.
El derecho positivo, como lo decía años atrás el distinguido Profesor
Carnelutti en una inolvidable conferencia en el Foro de la Escuela de Leyes
de la Universidad de Chile, no tiene en la cuna de su nacimiento como
autor al jurista, sino que tiene en realidad, como antecedente inmediato, los
hechos concretos de la vida diaria que exigen una definición justa de con-
flictos surgidos entre los intereses de hombres que están viviendo, movién-
dose y buscando fines que les son debidos y para los cuales creen tener
aspiraciones legítimas. La ley y el derecho, por lo tanto, dependen ín-
timamente de la realidad que pretenden resolver. Esto, que es una verdad
elemental sobre la cual no necesito detenerme, es esencial —y por eso cito
la frase del Profesor Hallstein— en relación a las modernas tendencias del
derecho que inciden en el proceso de integración, materia de las distintas
conferencias que se han dado aquí en el seno del Colegio de Abogados. La
Ley, la expresión concreta del derecho positivo, sólo será útil, sólo cumpli-
rá su tarea, sólo será verdadero derecho, cuando haya logrado aunar en ella
los principios fundamentales e inconmovibles de la virtud de la justicia,
con el conocimiento claro y perfecto de la realidad económico-social a la
cual se va a aplicar. La norma puramente abstracta, teórica, puede ser muy
perfecta para un grupo de sabios sentados en sus escritorios o laboratorios,
pero resultará absolutamente inoperante si no tiene una relación estrecha y
concreta con la realidad en la cual pretende incidir.
En todo este complejo campo de la integración en la cual se van
perfilando nuevas aplicaciones de muchas ramas del derecho, el problema
de relacionar los principios fundamentales de la virtud de la justicia con los
hechos económico-sociales y llevarlos a una solución adecuada es extraor-
dinariamente difícil. El escollo principal estriba en que la materia económi-
co-social que comprende o que constituye todo el proceso de integración
es, en realidad, una materia nueva. En ella intervienen una serie de discipli-
nas científicas, en la cual tienen que trabajar intensamente economistas,
398 ESTUDIOS PÚBLICOS

sociólogos, políticos, expertos en las más variadas ciencias, todas ellas


relacionadas con el desarrollo económico y social de los pueblos. En reali-
dad nos encontramos en el umbral de un nuevo mundo en el cual como ya
lo han oído ustedes en otras de las conferencias, el concepto de soberanía
individualista y autónomo, sobre la cual se fundaba el Derecho Internacio-
nal hasta hace poco, ha cedido el paso a un concepto cada día más preciso
del bien común internacional en el cual las Naciones, sin perder su propia
individualidad, ni ver en nada afectada su independencia, empiezan a coor-
dinar los bienes que les son propios dentro de un equilibrio general. Esta
nueva fase del derecho, esta concreción mayor y cada día más urgente del
bien común internacional en orden al desarrollo económico que incide
especialmente en las relaciones de los pueblos entre sí, tanto en general
como en particular, por regiones, por zonas o por ámbitos de cultura, exige,
como digo, la intervención simultánea de numerosas disciplinas. Basta ana-
lizar, aunque sea en forma superficial, cualquiera de los muchos problemas
concretos que nos plantea un proceso de integración como el iniciado en la
ALALC, para ver que en realidad el centro de gravedad está, en primer
lugar, en manos de los hombres que dominan las ciencias económicas. Si
bien las decisiones son tomadas, en definitiva, por los políticos, ellas deben
necesariamente descansar en un gran cúmulo de datos técnicos, sin cuya
perfecta comprensión no será posible determinar qué es lo justo y qué es lo
conveniente al elaborar las normas que han de dar forma estable a aquellas
soluciones.
La tarea del jurista frente a este nuevo mundo del derecho de
interrelación económica y social entre Naciones no es nada fácil, y ello por
varios motivos. En primer lugar porque, como lo acabo de señalar, las
materias, los hechos económico-sociales en los cuales van a incidir las
normas, están condicionados por ciencias que, en general, los hombres de
derecho no dominamos. Ciencias, por lo demás, en plena evolución. Basta
observar las largas discusiones de los economistas sobre cualquiera de las
materias que interesan al desarrollo económico de un país, para darse cuen-
ta de que ni incluso entre ellos, entre los hombres de ciencia que dominan
esas disciplinas, hay un criterio uniforme y claro acerca de cuáles son, en
un problema determinado, las soluciones más seguras. Por un lado, pues,
cierto alejamiento, cierto desconocimiento de los hombres de derecho de
los fenómenos económicos y las leyes que los rigen, hace especialmente
delicada la tarea de los juristas en la formulación de las normas.
Pero hay otro factor. Nosotros estamos habituados a un mundo jurí-
dico lógicamente muy perfecto, a un mundo cuyas raíces emanan del Dere-
cho Romano amalgamado al Derecho Germánico; a un mundo que elaboró
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 399

normas extraordinariamente sabias, muchas de ellas seguramente definiti-


vas y casi imposibles de perfeccionar más, destinadas a regular el orden de
relaciones de los ciudadanos dentro del ámbito nacional en una serie de
materias. Pero muchas de esas normas, que eran valederas en cuanto a
principios fundamentales en el orden en que hasta ahora manejábamos el
Derecho, empiezan a demostrarse como insuficientes o incompletas cuando
se las quiere aplicar a este nuevo mundo de las relaciones de los Estados y
de los Pueblos dentro del concepto del bien común internacional.
Ya ustedes habrán oído en otras exposiciones cómo la idea misma
de soberanía, a la cual acabo de referirme hace un momento, empieza a no
ser del todo adecuada dentro del concepto clásico de individualidades abso-
lutamente autónomas que se entienden entre sí sólo en el plano de los
Tratados internacionales, o sea, sólo en el plano del contrato libremente
pactado. Apreciarán cómo la soberanía de los Estados no está sometida en
sus relaciones justas únicamente a lo que ellos libremente acuerden, sino
que están también obligadas a respetar una serie de principios y normas
objetivos que constituyen los fundamentos de la paz internacional y son, al
mismo tiempo, condiciones necesarias para el progreso de cada uno de los
pueblos y el bienestar del conjunto.
La distinción clásica en que tanto hemos insistido en la enseñanza
universitaria entre el Derecho Público y el Derecho Privado, hace tiempo
ya que ha perdido la precisión en sus límites. Hay una serie de ramas del
Derecho que están incidiendo en todos estos procesos que no sabríamos ya
cómo clasificar dentro de estas estructuras clásicas. El concepto mismo del
bien común internacional, su contenido, las repercusiones que tiene no sólo
en el Derecho Constitucional interno de cada país sino también en todos los
mecanismos que preservan la paz y ayudan al desarrollo económico de los
pueblos, son materias en las cuales las nociones del Derecho están en gran
evolución. Estas dificultades, propias por lo demás de una época sometida
a profundos y rápidos cambios, obligan a los hombres de Derecho a un
doble gran esfuerzo: por un lado, es necesario que aprendamos a entender
los datos, a veces muy oscuros, de la ciencia económica para lograr captar
lo que los técnicos nos dicen acerca de los fenómenos que deben quedar
encerrados en las normas jurídicas. Y, por otra parte, debemos revisar
nuestras propias estructuras fundamentales del Derecho para ver en qué
sentido deben ser ampliadas o modificadas, con el objeto de dar cabida
dentro de sistemas universales generales, concordes y armonizados, a todos
estos nuevos fenómenos y situaciones que deben ser resueltas como un
imperativo del desarrollo de los pueblos y de la paz entre ellos.
400 ESTUDIOS PÚBLICOS

Necesitamos, por lo tanto, compenetrarnos bien de los hechos que


inciden en toda esta mecánica y poder así determinar cuáles son las exigen-
cias de la justicia frente a estos fenómenos. Solamente así estaremos los
hombres de Derecho en condición de poder aportar nuestro importante
concurso a la estructuración y elaboración de fórmulas y normas que vayan
estabilizando todos aquellos pasos positivos que se dan en el campo de la
integración multinacional.
Si uno revisa, por ejemplo, el Tratado Fundamental de Roma de la
Comunidad Económica Europea, ve inmediatamente cómo es una síntesis
admirable de economistas y hombres del Derecho; cómo junto a la solución
de muchísimos problemas técnicos sus autores fueron al mismo tiempo
estableciendo los cauces jurídicos, creando los instrumentos y los organis-
mos, fijando los conceptos que permitiesen resolver las innumerables cues-
tiones que todos los días se presentan en este nuevo campo del Derecho y
de la Economía.
Pido excusas por haberme detenido algunos minutos en estas ideas
generales. Seguramente ustedes las habrán oído expresar en forma mucho
más clara y perfecta por quienes me han precedido en el uso de la palabra,
pero me parecía necesario hacer una breve referencia a ellas.
Es evidente, y estas son todas verdades de sentido común, que un
proceso económico de verdadero desarrollo descansa sobre la base elemen-
tal de un esfuerzo productivo. Y es también evidente que el esfuerzo sólo
será productivo si el resultado económico es positivo, es decir, si produce
lo que los economistas llaman utilidad. La utilidad a su vez implica, y no
hago sino recordar verdades elementales, que se obtengan ventajas median-
te el esfuerzo empleado. En otros términos, que haya una cierta proporción
entre costos y precios, o sea, un margen en el cual se alcance una remune-
ración legítima.
El proceso de integración implica forzosamente una ampliación de
nuestros horizontes económicos. Podríamos imaginarnos un grupo de per-
sonas que vivan en una economía cerrada, en una economía de autoabaste-
cimiento, que vivan exclusivamente de lo que ellas mismas produzcan, sin
necesidades o posibilidad de intercambio con otros grupos. Es evidente que
la economía de tal grupo cerrado tendrá ciertas características que son muy
diferentes a la economía de un grupo que necesariamente deba integrarse
con otros en el intercambio, por no ser capaz de producir todo aquello que
necesita: mientras mayor sea el ámbito o el campo de integración de los
grupos, mientras mayor sea la necesidad de intercambio, mayor es la com-
plejidad de los problemas.
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 401

La moneda nace en el desarrollo económico como un signo, como


una mercadería que facilita el intercambio. Evidentemente que la forma
primitiva de relacionarse era el trueque, el cambio de un objeto por otro,
pero como los valores difícilmente resultaban equivalentes, se buscó el
factor común y la moneda en realidad no es sino una mercadería más que
se agrega a las otras, pero que tiene la peculiar misión de servir de medida
al intercambio.
Ahora bien, mucho puede decirse y discutirse sobre el problema de
la moneda, su valor intrínseco, las políticas monetarias, etc., pero no es
nuestra tarea adentrarnos en eso.
Sólo quería con estas breves reflexiones llegar a lo siguiente: si un
país mantiene una economía de autoabastecimiento o principalmente de
autoabastecimiento, un mercado cerrado en el cual su producción es consu-
mida en el interior con muy pocas exportaciones e importaciones, el pro-
blema del valor de la moneda en relación a otras monedas, o sea, el proble-
ma del valor de esa mercadería en relación a otra mercadería moneda es
muy secundario. En cambio, si el país necesita abrir los mercados, si nece-
sita aumentar el campo de los consumidores colocando el producto también
en el extranjero, si debe importar las materias primas para alimentar su
producción o si requiere, incluso, importar una serie de productos porque
no es capaz de elaborarlos él mismo, entonces el problema de la relación de
esta mercadería moneda entre uno y otro país pasa a ser cada vez más
importante. De ahí que el proceso de integración en que estamos empeña-
dos dentro de la ALALC —que es sólo un primer paso hacia un mercado
común, pues la ALALC sólo es inicialmente una zona de libre comercio
que tiende hacia un mercado común— implica forzosamente una relación
cada día mayor entre las monedas de los países interesados. Es cierto que el
ejemplo que yo proponía de un país de autoabastecimiento es puramente
teórico. No hay ningún país que cumpla esas condiciones y no es, por tanto,
el proceso de integración el que va a iniciar el mecanismo de importaciones
y exportaciones que siempre ha existido entre nosotros, pero ahora debe ser
ampliado extraordinariamente pues los productores han de competir no
sólo en el mercado interno que puede regular sus precios con cierta prescin-
dencia de los tipos de cambio, sino también en mercados externos, en los
cuales el valor de las monedas pasa a ser de gran importancia.
El problema de los Impuestos, carga a través de la cual el ciudadano
retribuye al bien común todos los servicios que éste le presta, es también un
importante factor que incide directamente en el problema costos y, por lo
tanto, en el margen de ganancias de la actividad productora.
402 ESTUDIOS PÚBLICOS

Cambios e Impuestos son, por lo tanto, fundamentales en el proceso


de integración y de allí que se les haya incluido en un tema específico en el
ciclo de las charlas organizadas por el Colegio de Abogados.
Veamos primero lo relacionado con los Cambios.
El problema de los cambios dentro de un proceso de integración
puede ser analizado desde diversos ángulos. En primer lugar, importa esta-
blecer un mecanismo fácil de convertibilidad de una moneda a otra, lo que
lleva como idea final la posibilidad de una moneda única.
Ya hemos dicho que la moneda no es sino una mercadería con una
función especial, pero una mercadería que también está sujeta a una serie
de complicadas leyes económicas. Dentro de este mercado ampliado al cual
me vengo refiriendo, es evidente que sólo podrá haber un intercambio
activo de mercaderías, personas y servicios, si los sistemas monetarias
coadyuvan a la agilidad del mecanismo o por lo menos no lo entorpecen.
Para ello es esencial que exista entre los mismos una fácil y abierta conver-
tibilidad, o sea que las monedas sean intercambiables entre sí sin mayores
tropiezos. Si así no fuere, se crearán graves entorpecimientos en el proceso
de liberación de exportaciones e importaciones, en el tráfico de mercade-
rías, colocaciones de capitales de un país en otro, asociaciones de capitales,
etc., que enervarán o retardarán el proceso de integración. Es indudable que
no es lo mismo invertir dineros en una empresa para producción dentro de
otro país y con miras, por ejemplo, a colocar los productos en el mercado
de la zona o en el mercado internacional, si los precios que se obtengan con
la exportación no son convertibles si los dineros han de quedar bloqueados
en el extranjero o si al convertirlos se ha de pagar un alto costo, ya sea a
título de desvalorizaciones cambiarias, a título de impuestos especiales u
otros. Es indudable que la producción exige una agilidad de movimiento de
esta mercadería que es el dinero a través de la cual se recuperan los costos
y se obtiene la utilidad.
¿Cuál es la situación sobre el particular en los modernos procesos de
integración? Veamos primero la Comunidad Europea que es la de mayor
experiencia, la que está más adelantada, la que ha demostrado la mayor
agilidad y la mayor inteligencia en la formación y en el manejo de estas
cuestiones.
En el Tratado sobre la Comunidad Europea se contemplan normas
de tipo general sobre aspectos cambiarios, siendo la principal la contenida
en su artículo 107 Nº 1, de acuerdo con el cual “cada Estado miembro
considerará su política en materia de tipo de cambio como un problema de
interés común”. Si bien —artículo 104— se respeta a cada Estado el dere-
cho a practicar la política económica que considere más adecuada para
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 403

asegurar el equilibrio de su balanza global de pagos y para mantener la


confianza en su moneda, velando siempre por asegurar un alto nivel de
ocupación y estabilidad en los precios, se reconoce a las autoridades de la
Comunidad el derecho de autorizar a los demás Estados miembros para
adoptar medidas necesarias, por tiempo limitado, que los defiendan frente a
una política cambiaria seguida por otro de los Estados y que se aparte del
espíritu general y finalidades del Tratado.
De hecho, la gran estabilidad monetaria de los países que integran la
Comunidad Europea hace que las cuestiones cambiarias no cobren mucha
trascendencia.
En el sistema de la ALALC, el problema de los cambios es bastante
más difícil y complicado por la sencilla razón de que en todos nuestros
países existe, por causas económicas que no es del caso exponer, periódicas
devaluaciones monetarias. No hay ninguno de los que forman parte de la
ALALC que esté libre de este tipo de flagelo. La convertibilidad de las
monedas y la agilidad cambiaria dentro de países que tienen estas caracte-
rísticas es bastante complicada. El crónico proceso de inflación en el cual
vivimos se expresa, ya sea en devaluaciones bruscas, cada cierto tiempo,
como la que se hizo en Chile el año 1962, o bien paulatinas y continuadas
como la que estamos aplicando a partir de ese año. Pero siempre tenemos
devaluaciones, y ellas no están coordinadas con análogos procesos en otros
países de la zona, de modo que todo el sistema está afectado por la amplia-
ción adicional de la inestabilidad monetaria, regida por las necesidades de
política económica propias de cada país.
Ahora bien ¿cómo podría alcanzarse una cierta armonía? Es eviden-
te que no bastan los acuerdos, pues la realidad económica interna será a
menudo más fuerte que ellos. Las desvalorizaciones monetarias son conse-
cuencia de una serie de problemas de crecimiento, de falta de desarrollo o
de desarrollo disparejo de los distintos sectores de un país que no pueden
corregirse sino en pequeña medida por simples acuerdos internacionales.
Será por lo tanto necesario aminorar los efectos negativos para lo cual
deberá, en primer lugar, tratar de mantenerse la mayor convertibilidad mo-
netaria posible. A ello tiende el régimen que tenemos actualmente en el
cual, si bien la convertibilidad de la moneda no es totalmente libre, es
bastante ágil. Dentro de ciertas reglas controladas por el Banco Central, se
opera en dos áreas —bancaria y de corredores— constituyendo delito el
negociar fuera de los controles bancarios o en contravención a las detalla-
das normas que —con fuerza de ley— imparten las autoridades cambiarias.
Las operaciones de comercio exterior funcionan en forma suficientemente
expedita, y contemplan también medidas adecuadas para el ingreso y reex-
404 ESTUDIOS PÚBLICOS

portación de capitales foráneos cuya venida sea de interés para el país. Así,
se aúna una razonable convertibilidad con el necesario control exigido por
nuestro propio desarrollo.
La primera exigencia de la zona de libre comercio es evidentemente
garantizar o asegurar por lo menos una convertibilidad de este tipo. La
tendencia ha de ser el liberalizarla progresiva y prudentemente, sin perder
de vista la meta final —aún muy distinta— de una moneda uniforme.
Concebir teóricamente un sistema de estabilidad monetaria desde el punto
de vista jurídico no es difícil. Pero obtener efectivamente un sistema de
estabilidad monetaria en la política económica de un país como los nues-
tros sí que lo es, y en alto grado; la experiencia nos lo demuestra de un
modo doloroso día a día.
Pero hay otro factor que es de gran importancia en el sistema cam-
biario y que incide también, en forma muy decisiva, en el desarrollo del
proceso de integración. Es la necesaria relación entre tipos de cambio y
precios. Es evidente que dentro de un mercado cerrado, de un mercado más
doméstico, de un mercado en el cual la exportación y la importación fueren
secundarios, podría pensarse que los tipos de cambio pueden ir por un
camino distinto al de los niveles de precio. Así, un país que consume gran
parte de lo que produzca, que no tiene gran interés en colocar excedentes
en los mercados externos, podría manejarse en un cambio artificial sin que
hubiera mayores distorsiones económicas en la falta de coordinación entre
precios y cambios. Pero el problema se modifica sustancialmente cuando
entramos a estos amplios campos de los procesos de integración; ahí es
indispensable que los tipos de cambio marchen paralelos a los niveles de
precios, pues de otro modo se distorsionan los costos y se hace muy difícil
o a veces imposible los esfuerzos del país para continuar presente en el
amplio mercado que se ha abierto mediante el proceso de integración.
¿Por qué la distorsión entre cambios y precios tiene tal incidencia?
Por razones muy simples. Imaginémonos que el cambio opere sobre niveles
más bajos que los valores de los niveles reales de precios internos. Inme-
diatamente afectará la exportación, pues es evidente que si los costos inter-
nos se guían por los precios internos y el valor de retorno que tiene el
productor al exportar no corresponde a los niveles de costos internos, verá
afectada la relación costos-precio. Por el contrario, si los valores del cam-
bio fueren más altos que el índice interno de precios, si bien ello afectaría
al sector de industrias que necesitan elementos importados para la elabora-
ción de sus productos, acarrearía al mismo tiempo ventajas en la exporta-
ción, que seguramente pronto serían anuladas por contramedidas adoptadas
por los otros países interesados. Tratar de mantener, por tanto, una relación
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 405

razonable entre precios y cambios es condición fundamental para el buen


desarrollo del proceso de integración.
¿Puede esto obtenerse sólo por la vía jurídica? Es evidente que no,
pues no son las leyes las que van a asegurar estas condiciones en el ámbito
de los cambios; son las políticas económicas y sociales de cada uno de los
países y la adecuada relación entre ellas lo que puede asegurarlo. Sin em-
bargo, hay ciertos mecanismos jurídicos mediante los cuales los hombres
del derecho podemos colaborar de un modo más directo, que inciden o
ayudan a normalizar o estabilizar este tipo de procesos dentro de toda la
gran problemática que acabo de señalar.
En primer lugar, tenemos una experiencia interesante aquí en Chile
a través de los llamados Estatutos del Inversionista Extranjero. Ustedes
saben que se han dictado ya diversos Estatutos para asegurar las inversio-
nes extranjeras en el país. ¿Qué es lo que asegura el Estatuto en materia de
cambios? El Estatuto no asegura el tipo de cambio pero sí el acceso al
mercado de divisas; o sea, garantiza el derecho a la convertibilidad. El
régimen del Estatuto no asegura que si se traen tantos dólares y se transfor-
man en tantos escudos, cuando el aportante quiera llevarse los dólares con
los mismos escudos va a comprar la misma cantidad de esa moneda extran-
jera. Tal seguridad sería absurda, pues los dólares que vienen, al transfor-
marse en escudos, se invierten en bienes corporales que constituyen los
activos del negocio y que, si éste es manejado con éxito, mantendrá su
valor intrínseco real. En el momento en que el inversionista ejerce su
facultad de retornar las utilidades o los capitales, se le asegura el derecho
de poder adquirir las divisas al tipo de cambio que corresponda, de acuerdo
con los mercados. Igual garantía se le reconoce para sus utilidades, a más
de otras franquicias que no es del caso analizar.
Pero no sólo tenemos en esta materia el Estatuto del Inversionista
sino que también en nuestra Ley de Cambios hay otros mecanismos que
están teniendo cada día más aplicación. Me refiero a los convenios cambia-
rios con el propio Banco Central en los cuales dicha institución asegura al
capital que llegue en ciertas condiciones, y a sus utilidades, el acceso al
mercado de divisas cuando quiera salir del país. También en este caso es
sólo ese derecho, y no el tipo de cambio, el que se garantiza.
En ambos casos, esto es, en el Estatuto del Inversionista y en los
Convenios de la Ley de Cambios, estamos frente a la interesante figura
jurídica de un “contrato-ley”.
Menciono estos mecanismos, pues son de especial utilidad si se
aplican preferentemente a capitales provenientes de la zona de la ALALC y
a inversiones de otro origen destinadas a desarrollar industrias encuadradas
406 ESTUDIOS PÚBLICOS

dentro de los procesos de integración regional. Evidentemente que eso


tendría que ir aparejado con la reciprocidad correspondiente que permita
también a nuestros capitales invertirse en otros países de la zona.
Estos mecanismos contribuirían a aumentar la seguridad de conver-
tibilidad, pero es un camino limitado por el hecho de que los países que
integramos la ALALC somos todos bastante pobres en capital. La verdad
es que los recursos importantes de capital para el desarrollo de cada país y,
por lo tanto, para el progreso de la zona vienen de los sectores de los países
altamente desarrollados que son los que tienen excesos de capitales. Pero
en todo caso, sería interesante estudiar la posibilidad de un Estatuto inver-
so, un Estatuto para el capital chileno que se invierta en otros países de la
zona, contemplada la inversión no en cuanto al régimen jurídico del país en
el cual se invierte, sino que mirada desde el punto de vista del país desde el
cual sale el capital. De hecho se está haciendo ya, dentro del marco de la
ALALC, con el Grupo Andino. Se busca la manera de colocar capitales en
empresas multinacionales con el objeto de hacer avanzar la racionalización
de las inversiones en los distintos países y de ese modo aprovechar al
máximo las mejores condiciones de producción y de mercado.
Nosotros no tenemos todavía disposiciones legales en este sentido y
es un vacío que valdría la pena llenarlo. Las materias que deben analizarse
son, especialmente, las cambiarias y las tributarias.
Hay también, en cuanto a Cambios, otro camino que está siendo
aplicado y que consiste en los seguros de convertibilidad, o sea, diluir los
riesgos de modo que grandes sistemas de seguros puedan asegurar la fácil
convertibilidad dentro de la zona. El problema no es simple pues el sistema
de la ALALC está integrado por países de distinto grado de desarrollo. En
realidad, los socios de la ALALC nos clasificamos en tres: los más desarro-
llados, los medianos, entre los cuales estamos nosotros, y los más débiles.
Dentro de estos países, si se establecen sistemas de seguros igualitarios,
evidentemente se da gran ventaja a los países más poderosos, de modo que
se buscan fórmulas económicas y jurídicas que permitan eventualmente
seguros proporcionales, en los cuales a cada país se le asigna una cuota que
no puede ser excedida mientras los demás no hayan obtenido también su
cuota.
Hay países, como Estados Unidos, que han creado ya el seguro de
convertibilidad pero para sus propios nacionales. Inversiones en la zona se
están haciendo sobre la base de leyes norteamericanas que aseguran al
inversionista americano la convertibilidad en la inversión que haga en paí-
ses dentro del hemisferio occidental y especialmente dentro de Latinoamé-
rica. Esos seguros norteamericanos no sólo cubren la convertibilidad, sino
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 407

que abarcan también los riesgos de guerra, revolución y hasta expropiacio-


nes.
En el Tratado de Montevideo no hay normas específicas sobre pro-
blemas cambiarios, pero de algunas de sus disposiciones se deduce eviden-
temente que los socios de la ALALC, si bien tienen libertad para manejar
su propia política monetaria y cambiaria, deben hacerlo respetando el senti-
do y la buena fe del Tratado. En otros términos, no pueden usar mecanis-
mos cambiarios para burlar, destruir o debilitar concesiones que se han
otorgado a través de las negociaciones aduaneras con motivo de la aplica-
ción del Tratado. Todo esto emana especialmente del artículo 3º de acuerdo
con el cual durante el período indicado en el artículo 2°, que es de doce
años, las partes contratantes eliminarán gradualmente para la esencia de su
comercio recíproco, gravámenes y restricciones. Y agrega: “Para los fines
del presente Tratado, se entiende por gravámenes, los derechos aduaneros y
cualesquiera otros recargos de efectos equivalentes, sean de carácter fiscal,
monetario o cambiario que incidan sobre las exportaciones”. No podría un
país de la ALALC, por ejemplo, utilizar cambios diferenciales para sacar
ventaja en la exportación; no podría premiar la exportación de un determi-
nado producto asignándole un cambio especial más alto con el objeto de
permitir al productor romper la competencia dentro de la zona, porque eso
sería burlar una de las franquicias aduaneras que se hayan dado en las
negociaciones.
Esta única norma, si bien no entraba al manejo general fundamental
de la política cambiaria, implica el no poder aplicar medidas discriminato-
rias que destrocen, destruyan o burlen ventajas o avances ya obtenidos en
este lento y paulatino proceso de desgravámenes aduaneros que implica la
zona de libre comercio.
Dije al comienzo que, también teóricamente, podría pensarse en una
moneda única dentro de las grandes zonas de integración. En el Mercado
Común Europeo, ya el año 1961 se planteó y se aprobó un acuerdo en el
sentido de buscar eventualmente la fijación de una moneda única, pero no
es una materia que haya sido considerada como esencial, pues si existe
libre convertibilidad, el que haya una moneda única o no resulta más o
menos secundario.
En cuanto a Impuestos, el Tratado de la ALALC es algo más explí-
cito y envuelve numerosos problemas que caen ya directamente dentro del
campo de lo jurídico. El ideal sería tener sistemas de impuestos por lo
menos análogos. Es muy difícil llegar a ello, pero se está avanzando en ese
sentido debido a que hoy día prácticamente todos los países interesados en
la ALALC están empeñados en revisar sus sistemas tributarios. Ellos recu-
408 ESTUDIOS PÚBLICOS

rren por lo general, a los mismos organismos internacionales o extranjeros


que proporcionan asistencia técnica, ya sea el Banco Interamericano, ya el
Banco Internacional, la Alianza para el Progreso, o expertos del Departa-
mento de Estado de los Estados Unidos. El hecho de que se recurra común-
mente a la misma fuente de técnicos ayudará a alcanzar una cierta mayor
uniformidad en los sistemas impositivos, por lo menos, en algunas de sus
líneas fundamentales.
Para avanzar en los procesos de integración no es necesario que se
unifiquen previamente los sistemas tributarios, pero será indispensable ir
armonizándolos en los aspectos fundamentales.
Para ello conviene distinguir entre impuestos internos e impuestos
externos. En los impuestos externos, entendiendo por tales aquellos que
afectan al comercio internacional, lo que primero juega, evidentemente, es
todo el sistema aduanero. Entiendo que en exposiciones anteriores se expli-
có ya el mecanismo de los procesos aduaneros de la ALALC. En dos
palabras, es el siguiente: los países se comprometieron a que dentro de un
plazo de doce años, deben liberar de gravámenes aduaneros, casi el 100%
del intercambio básico. Esto se hace mediante negociaciones anuales, bas-
tante complicadas, en las cuales los países van intercambiando franquicias,
con lo que se obtienen las llamadas listas nacionales con rebajas en los
aranceles aduaneros que faciliten el intercambio de mercaderías entre los
países de la zona. Estas listas nacionales, cada tres años se transforman en
lo que se llama la lista común. La lista común se diferencia de las listas
nacionales en que los productos y ventajas ya incorporados a la lista común
no pueden retirarse. En cambio las ventajas incluidas en la lista nacional
pueden canjearse en la negociación siguiente por otras ventajas, si el país,
al aplicarlas durante un año, constata un error que le ha producido alguna
distorsión contraria al legítimo interés en el manejo de sus propios merca-
dos de exportación.
Todo este sistema de desgravámenes es lo que constituye la finali-
dad obligatoria actual del Tratado de la ALALC. El Tratado no crea un
mercado común, sino una zona de libre comercio que tiene como obligato-
rio el desgravamen dentro del citado plazo de doce años. Pero el Tratado
contempla, como segunda meta mucho más ambiciosa, transformar la zona
en un mercado común. Se entiende por tal un mercado en el cual las
mercaderías y los servicios transitan libremente, exista total convertibilidad
de las monedas y absoluta movilidad de las personas. Un mercado común
no es por tanto lo mismo que una zona de libre comercio. En la zona de
libre comercio se trata sólo de la liberación del intercambio esencial entre
sus miembros, pero manteniendo cada país su propia identidad en cuanto a
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 409

la mercadería, el origen, etc. En cambio en el mercado común, esa identi-


dad se integra en alta medida dentro del conjunto, e incluso se elabora un
arancel común frente a terceros países. La Comunidad Europea es un mer-
cado común, no así el grupo de los Siete de la Asociación Europea de Libre
Comercio, que en gran parte es sólo una zona de libre comercio, aunque
con algún mayor avance que la nuestra.
Pues bien, en materia tributaria, el primer aspecto, como digo, son
los impuestos externos. En los impuestos externos juega ante todo este
mecanismo de los aranceles aduaneros que van obteniendo paulatinamente
rebajas con el objeto de liberalizar el comercio dentro de la zona.
De acuerdo con el Tratado, las rebajas aduaneras, a medida que se
otorgan, no pueden ser afectadas o alteradas por otros mecanismos y de ahí
la norma de su artículo 3°, más arriba citado. De modo que el cumplimien-
to del Tratado implica no sólo ir desgravando paulatinamente el intercam-
bio de mercaderías entre los países de la zona, sino que obliga gravemente
a ser muy leal con las consecuencias de los desgravámenes. Un Tratado,
como todo contrato, se interpreta y aplica de buena fe. Esto implica que
cuando se da el paso se debe medir bien las consecuencias, sobre todo si la
ventaja otorgada ha quedado incorporada a una de las listas comunes tri-
anuales, pues ya no pueden ser retiradas salvo que se ofrezcan compensa-
ciones y con el consentimiento de los otros miembros del club. De modo
que el avance del desgravamen obliga a una serie de medidas internas con
el objeto de ir respetando la exactitud en el cumplimiento de lo otorgado.
¿Por qué esta norma es tan importante? Porque había muchas mane-
ras indirectas de destruir por un lado lo que por otro se hacía. Uno puede
dar ventajas aduaneras, pero es relativamente fácil burlarlas indirectamente,
por ejemplo, con subsidios, con depósitos discriminatorios, con trámites
extraordinarios para la importación de mercaderías, con regímenes de boni-
ficaciones, en fin, con una serie de mecanismos que, en realidad, pueden
esterilizar por un lado lo que se acaba de dar por el otro. Todo eso, sin
entrar en detalle, está más o menos previsto en el Tratado de la ALALC y,
en todo caso, está en su espíritu. De allí que no puedan colocarse impuestos
cuya aplicación venga a vulnerar la ventaja ya dada a otro país a través de
la negociación aduanera. Tampoco sería lícito, como digo, dar bonificacio-
nes o cambios preferenciales.
Hay, sin embargo, ciertos mecanismos que son lícitos, si bien suelen
dar también lugar a dificultades, pues encierran una serie de problemas
económicos y también jurídicos. Me refiero al llamado “draw back”. El
“draw back” es la devolución que un país hace de ciertos impuestos al
productor que exporta una mercancía. Es admitido en el Tratado de la
410 ESTUDIOS PÚBLICOS

ALALC, como lo es también dentro del Tratado de la Comunidad Europea,


pues se estima que los países tienen derecho a bonificar el producto expor-
tado devolviéndole el monto de aquellos impuestos internos que estimen
conveniente restituir. La razón de por qué se permite la aplicación del
“draw back” es lógica. La política interna tributaria de un país debe estar
condicionada primordialmente a las necesidades fiscales y puede incluso
llegar a ser muy dura como, por ejemplo, en caso de una grave emergencia,
o de la aplicación acelerada de un programa de redistribución de los ingre-
sos. Es lógico que esas políticas internas no presionen en exceso, dificulten
o paralicen el comercio exterior. De ahí que pueda devolverse al exportador
los o ciertos impuestos que han incidido en la producción de la mercadería
que va a luchar en el mercado externo. En ALALC existen problemas en
cuanto al “draw back” porque, a diferencia del Tratado de la Comunidad
Europea, en el cual se estatuyó expresamente que no podría devolverse a
este título “más de aquellos impuestos que el productor hubiera efectiva-
mente pagado”, en el Tratado de Montevideo, si bien eso va implícito, no
está dicho. Como la aplicación técnica de esta regla es complicada, hoy día
ya hay ciertas recriminaciones entre los países acerca de devoluciones que
algunos de ellos están dando a ciertas exportaciones bajo el título de “draw
back” y que, a juicio de otros países, exceden en realidad la devolución
estricta de los impuestos autorizados por el Tratado.
Las dificultades surgen en diversos aspectos, como, por ejemplo,
establecer la manera de calcular y devolver el “draw back” en impuestos
como el nuestro que grava la compraventa o la enajenación de cosas corpo-
rales muebles. El sistema chileno es el que llaman los economistas un
impuesto de cascada, pues incide en cada una de las transferencias sucesi-
vas a lo largo de la elaboración de la mercadería. El productor que compra
materia prima paga el impuesto y si después lleva al mercado un producto
semielaborado vuelve a pagarse impuesto sobre el valor total y al venderse
al consumidor, una vez terminada la manufactura, el comprador lo paga
una vez más. En otros países el sistema es el llamado impuesto al valor
agregado mediante el cual el impuesto pagado en una etapa se resta del
impuesto a pagar en las etapas posteriores. De allí que si el “draw back” se
aplica devolviendo sólo el último impuesto, los países que tienen el sistema
de impuesto en cascada quedan dañados frente a los países que tienen el
impuesto sobre el valor agregado. En la Comunidad Europea surgió el
problema pues los países tenían diferentes sistemas. Se consideró como
posible solución calcular los términos medios, pero en realidad la mejor
manera de zanjar la cuestión es unificar los regímenes internos en un solo
modelo.
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 411

Uno de los puntos más delicados que hay en materia tributaria,


dentro del ámbito de las integraciones, es el problema de la doble tributa-
ción especialmente a la renta. Simplificando mucho la exposición —pues
nos hemos excedido demasiado en el tiempo— desearía destacar sólo algu-
nos aspectos.
En primer lugar la cuestión estriba en saber qué rentas deben gravar-
se. Si se grava solamente la utilidad producida en el país, no parece surgir
dificultad. Pero diferente es si, como lo hace la ley nuestra, se aplica
también el impuesto a la persona residente en el país sobre todas sus rentas
aunque la fuente esté en el exterior.
Esta segunda fórmula es la que crea el problema de la doble tributa-
ción, pero es al mismo tiempo justa —y aun necesaria— si se la mira desde
el punto de vista del interés interno nacional. No queda sino resolver la
dificultad a través de Tratados. En la Comunidad Europea, los países deben
negociar para evitar la doble tributación. Dentro de la ALALC no hay nada
específico sobre esto. Desgraciadamente hasta ahora se ha avanzado poco
en esta materia, pues faltan muchos antecedentes técnicos y un mejor cono-
cimiento de parte de los juristas de los sistemas tributarios que se aplican
en los países con los cuales pudiéramos celebrar Tratados de doble tributa-
ción.
Hay, además, en los Tratados de doble tributación, otro grave pro-
blema que afecta en forma muy especial a los países en desarrollo como
Chile. Es la cuestión denominada “sparring clause” y consiste en lo si-
guiente: en los países como el nuestro, con el objeto de inducir la inversión
en ciertas líneas, se dan determinadas franquicias tributarias. ¿Qué sucede?
Que si el capital extranjero viene acogiéndose a esa franquicia, Chile no le
aplicará impuesto a la utilidad que obtenga. Pero si el país de origen, como
normalmente sucede, grava también la renta que sus nacionales obtengan
de fuente extranjera, en el fondo la franquicia chilena no operará como
inductiva a la venida de ese capital. O, si viene, el beneficiado es el Fisco
extranjero. Para corregir esto los países como el nuestro solicitan que en los
tratados sobre doble tributación el país extranjero no sólo acepte imputar
impuesto a impuesto, sino que también permita a su contribuyente imputar
franquicia a impuesto. Veamos, por ejemplo, el caso de las industrias pes-
queras. Con el objeto de fomentar esta actividad productora, la Ley pesque-
ra dio grandes franquicias tributarias, exonerando la utilidad casi totalmen-
te de impuesto a la renta. El capital norteamericano, por ejemplo, que ha
venido, ha gozado de esa franquicia pero como la ley americana grava,
también, las rentas que tienen su origen en el exterior pero que las percibe
una persona domiciliada en Estados Unidos, en definitiva el sistema, desde
412 ESTUDIOS PÚBLICOS

el punto de vista tributario, se traduce en una ventaja para el Fisco norte-


americano y el sacrificio hecho por el Fisco chileno no ha beneficiado al
capital que vino. En cambio, si se obtiene en un Tratado de doble tributa-
ción, que la franquicia sea imputada al impuesto norteamericano como
impuesto pagado, entonces sí que el capital va a estar inducido a venir a
hacer la inversión, porque obtiene efectivamente la franquicia.
Dentro de la legislación nuestra hay algunas disposiciones relacio-
nadas con esta materia. En el artículo 4º de la Ley de la Renta se dio
facultad al Presidente de la República para poder adoptar medidas que
eviten la doble tributación o disminuyan sus efectos. En el impuesto Adi-
cional hay otra disposición, el artículo 64, que también permite al Presiden-
te de la República rebajar impuestos en aquellos casos en los cuales, apli-
cándose el impuesto de la Primera Categoría más el impuesto Adicional,
estime que esto puede desvirtuar ventajas que el país podría obtener apro-
vechando sistemas creados por países extranjeros altamente desarrollados,
que han dado incentivos a capitales que se inviertan, por ejemplo, en el
hemisferio occidental. Estas facultades hasta la fecha no han sido emplea-
das, porque no son de fácil aplicación.
En realidad, en el problema tributario lo principal está en poder,
como decía, armonizar los sistemas de modo de evitar que los impuestos,
por un lado, estén distorsionando el libre juego de precios y cambios y, por
el otro, evitar que los sistemas tributarios puedan pesar duplicados sobre las
mismas rentas, agravando así o aumentando los costos propios en la elabo-
ración del producto.
Hay muchos otros aspectos técnicos especialmente relacionados con
puntos más específicos en materia de impuestos, pero creo que ya he abu-
sado demasiado de la paciencia del distinguido público y no voy a exten-
derme más.
Para terminar quisiera solamente volver al punto de partida.
Ustedes dirán ¿qué tiene que hacer todo lo que hemos oído al relator
con nuestra tarea de hombres del Derecho? En realidad, buena parte de lo
que he dicho incide en temas que son más bien propios de la Ciencia
Económica. Sin embargo, repito lo expresado al comienzo: dentro de estos
mecanismos hay que ir elaborando las normas que permitan estabilizar los
sistemas de un modo que cada cual sepa a qué tiene derecho, qué es lo que
puede hacer y qué es lo que no puede hacer. No debemos olvidar que, en
definitiva, quienes elaboran las normas son siempre los hombres de Dere-
cho, pero para ello, vuelvo a repetir, es condición previa que entendamos
los problemas, que hagamos el esfuerzo de estudiarlos, que nos habituemos
con ciertas nociones o ciertos elementos de otras ciencias que hasta ahora
LAS CUESTIONES TRIBUTARIAS Y CAMBIARIAS EN EL PROCESO... 413

no nos eran muy necesarias en el ejercicio de la profesión y que ahora


pasan a ser fundamentales en la vida jurídica.
Ha sido tradicional que el abogado sea un mal matemático, lo que,
sin embargo, no siempre es cierto; conozco muchos y distinguidos aboga-
dos que son buenos matemáticos. Hoy día ya no podemos ignorar las
matemáticas y lo estamos viendo todos los días en una serie de campos en
los cuales tenemos que actuar. Cuantas veces, para entender un problema
jurídico de impuestos o una dificultad en derecho comercial, nos vemos
obligados a entender un balance, a analizar lo que es una revalorización de
activos y a desentrañar problemas de contabilidad dentro de las normas
jurídicas tributarias, cambiarias o financieras.
Lo mismo sucede dentro de este amplio y apasionante mundo de la
integración. No podremos prestar los servicios que el país exige de noso-
tros como hombres de Derecho, si no hacemos, dentro de las medidas de
nuestro tiempo y de nuestras posibilidades, el esfuerzo por captar y enten-
der de qué se trata, cómo están jugando todos estos mecanismos, qué se
busca, qué es lo que hay que definir, cómo podemos definirlo y cómo
podemos determinar todos aquellos principios que hagan posible esta aven-
tura extraordinaria de tratar de coordinar, en breve tiempo, sistemas econó-
micos que hasta ahora se han motivado dentro del antiguo marco del trato
solamente bilateral entre Estados soberanos.
En realidad estamos viviendo un momento apasionante en la evolu-
ción del Derecho. A mediados del siglo pasado hizo crisis el sistema volun-
tarista e individualista dentro del Derecho Privado y empezó a enfrentar
todo un ancho mundo del Derecho Social, con todas sus ramificaciones, el
Derecho Administrativo, el Derecho Laboral, el Derecho Económico. Se
sobrepasó el criterio de que el Derecho Privado nacía fundamentalmente de
la libre voluntad de los contratantes y que sólo por excepción podía la ley
atribuir derechos; ya dejó de estar centrado el campo del Derecho Privado
en la libre voluntad que genera el acto jurídico. Se amplió mucho más, se
introdujo la noción del bien común como un elemento concreto que exige
ciertas relaciones de justicia que van por encima, son más fuertes, que la
simple voluntad de los contratantes.
Vean ustedes el Derecho Laboral, ¿qué es sino una amplia aplica-
ción de principios de justicia que se imponen a la voluntad de los contra-
tantes y que dejan muy pequeño campo de movimiento a la libre voluntad
de contratar?
Eso mismo sucede hoy día en el campo del Derecho Internacional.
Vivimos una época en la cual esta rama del saber jurídico abandona cada
vez más el cuadro contractual clásico de los tratados bilaterales para confi-
414 ESTUDIOS PÚBLICOS

gurar un sistema de integraciones jurídicas dentro del concepto de bien


común internacional que es, en el fondo, el concepto del orden internacio-
nal. Y no olvidemos aquella famosa frase de los antiguos, repetida por San
Agustín: “la paz no es sino la tranquilidad en el orden”, orden que sólo se
obtiene cuando impera la virtud de la justicia. Como dicha virtud consiste
en atribuir a cada cual lo suyo, nuestra misión como hombres de Derecho
es, como lo ha sido siempre, encontrar la fórmula que permita en este
moderno proceso de integraciones multinacionales atribuir también a cada
cual lo que en justicia le es debido para que, de este modo, reine el orden y
reinando el orden impere la paz.

Muchas gracias.

SEÑOR ALEJANDRO SILVA BASCUÑÁN.— A nombre del Consejo Gene-


ral del Colegio de Abogados y con estos aplausos, estoy seguro, interpre-
tando el sentir de todos los asistentes, yo agradezco de la manera más
efusiva la conferencia que nuestro ilustre amigo nos ha dado, tan clara, tan
novedosa, tan interesante, tan aprovechada por todos, en la cual ha demos-
trado sus condiciones de maestro, que nos ha contribuido, con todo ello, a
pasar una tarde extraordinariamente interesante que todos agradecemos de
corazón. Agradezco muy especialmente la presencia del señor Ministro de
la Corte Suprema don Israel Bórquez que, una vez más, con ella ha expre-
sado la adhesión de Jueces y Abogados a esta obra común del Progreso y
del Derecho.
ASPECTOS PROCESALES EN JUICIO ARBITRAL ALTO PALENA 415

Aspectos procesales en el juicio


arbitral sobre Alto Palena*

A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre el diferendo chileno-


argentino en el Palena, en general hay un conocimiento más bien superfi-
cial de los hechos que configuraron la controversia. De allí que suelan
formularse afirmaciones impregnadas en mayor grado por el entusiasmo
patriótico que por verdad objetiva. Está aún por escribirse la verdadera
historia de aquella controversia, cosa que sólo es posible abordar ahora,
cuando ha sido esclarecida y resuelta mediante la oportuna intervención del
Árbitro que ambos países designaron en 1902.
No es nuestro ánimo entrar en esta ocasión al análisis de fondo del
caso. No es tarea fácil sintetizar el voluminoso material que constituye el
juicio desarrollado en Londres entre 1964 y 1966. Sólo queremos, en estas
notas, relatar algunos aspectos procesales que nos parecen de especial inte-
rés, tanto por su proyección en otros posibles diferendos fronterizos entre
Chile y Argentina, como por la utilidad que encierran para los estudios
propios de una Facultad de Derecho. En más de algún aspecto los procedi-
mientos seguidos en aquel juicio son incluso utilizables en nuestros proce-
sos arbitrales de derecho interno.
Bien conocido es el Tratado General de Arbitraje firmado entre
Chile y Argentina en el otoño de 1902. Constituye uno de los históricos
“Pactos de Mayo”, conjunto de sabios documentos que permitieron a am-
bos países superar una tensa situación, a punto del estallido bélico, provo-
cada en buena parte por diferendos en las cuestiones limítrofes. Al mismo
tiempo, con la firma de esos importantes tratados se creaba un sistema de
arbitraje obligatorio que aseguraría la vía jurídica para resolver los proble-
mas que, inevitablemente, habría de traer la demarcación de una larguísima
frontera a través de regiones en aquel tiempo —y aun en parte ahora— no
del todo conocidas o con cartografía defectuosa.
El origen de tan importante Convenio, su texto, la interpretación que
ambas Partes Contratantes le dieron con motivo de la discusión y aproba-
ción en sus Parlamentos, la glosa posterior de los tratadistas, el Derecho
Internacional y su reciente aplicación al caso “Palena”, dejan fuera de toda
duda la perfecta aplicabilidad de ese instrumento a las cuestiones o disputas

* Julio Philippi, “Aspectos procesales en el juicio arbitral sobre Alto Palena”. Sepa-
rata de Estudios en honor de Pedro Lira Urquieta (Santiago: Editorial Jurídica de Chile,
1970), pp. 125-134. Su reproducción en esta antología cuenta con la debida autorización de
Editorial Jurídica de Chile.
416 ESTUDIOS PÚBLICOS

fronterizas entre Chile y Argentina. Aun más, puede afirmarse que el siste-
ma fue creado principalmente con ese objeto, ya que allí incidían los peli-
grosos roces que durante varios decenios, a fines del siglo pasado y co-
mienzos del actual, estuvieron a punto de conducir a la guerra a las dos
naciones1.
Este Tratado, notable por varios conceptos, crea un Tribunal Arbi-
tral permanente: el Gobierno de Su Majestad Británica. Asimismo, estipula
la obligatoriedad general de la solución arbitral, con taxativas excepciones.
Para poner en marcha el procedimiento, prevé como primer camino
la posibilidad de un acuerdo entre las Partes acerca de la cuestión que se
someterá a la decisión del juez (art. 4º); pero, a falta de dicho acuerdo,
reconoce a cualquiera de ellas el derecho al recurso unilateral (art. 5º).
Quisieron así sus sabios redactores impedir que la renuencia de una Parte a
fijar los términos del compromiso o a convenir en aspectos procesales
secundarios pudiere hacer letra muerta tan importante pacto. El propósito
manifestado fue evitar que se produjera el caso que el Profesor Georg
Dahm analiza bajo el rubro “sabotaje a la vía arbitral”2.
En el caso de Palena el Tratado General de Arbitraje fue puesto en
movimiento precisamente por decisión unilateral del Gobierno de Chile,
esto es, mediante aplicación de su art. 5º. Habiendo fracasado los numero-
sísimos intentos de alcanzar un acuerdo, Chile solicitó del Árbitro, quien ya
había aceptado el cargo en 1903, que fijara los términos del compromiso, la
época, lugar y formalidad del procedimiento y resolviera todas las dificul-
tades procesales que pudieran surgir en el curso del debate.
Chile planteó la cuestión en los términos que resultaban de la nume-
rosa correspondencia diplomática cambiada con Argentina sobre esta mate-
ria, esto es, refiriéndola a toda la línea de frontera entre el hito 16 (con-
fluencia del río Encuentro con el Palena) y el hito 17 (punto de corte en la
ribera norte del Lago Palena o General Paz). Debe recordarse que, por su

1 Un interesante análisis de este punto hace el profesor J. Guillermo Guerra en su

clásico estudio La Soberanía en las Islas al sur del Canal Beagle, Imprenta Universitaria,
1917, pp. 351 y siguientes. Hay también diversos antecedentes oficiales emanados del Gobier-
no argentino, como ser la Nota enviada a nuestro Gobierno, el 30 de octubre de 1963 referente
a la dificultad surgida en el Palena por la construcción de un cerco por parte de Gendarmería.
En ella, después de afirmar que el problema de frontera común es un problema de fácil
solución si hay serenidad de los pueblos y buena voluntad de los gobiernos, recuerda que “el
Arbitraje ha sido sin excepción, el medio que hemos utilizado para salvar nuestras divergen-
cias. A él debemos recurrir, por lo demás, obligatoriamente en todos los casos, porque así lo
ordena el Tratado de Arbitraje suscrito en 1902 con una anticipación que fue ejemplo para el
mundo”.
2 Dr. Georg Dahm, Völkerrecht (Stuttgart: W. Kohlhammer Verlag, 1961), tomo II,

p. 467.
ASPECTOS PROCESALES EN JUICIO ARBITRAL ALTO PALENA 417

parte, Argentina sostenía que parte de esa línea ya estaba fijada por los
acuerdos de la Comisión Mixta de Límites de 1955, siendo por tanto proce-
dente arbitrar sólo respecto de la zona intermedia.
Había, pues, fundamental desacuerdo incluso sobre la materia pro-
pia del diferendo. Pero cabe observar que Argentina no negó en ningún
momento que el Tratado fuera plenamente aplicable a una cuestión fronte-
riza que envolvía discusión sobre territorios. Esta actitud está en plena
concordancia con el Tratado y es diferente de la que parece haber asumido
después en el caso de las islas de la región del Beagle.
Planteado el problema en estos términos, Argentina reconoció que
existía total divergencia en todos los puntos y que, en consecuencia, proce-
día entrar a jugar el art. 5º del Tratado, coincidiendo por tanto con Chile en
la aplicabilidad de esa norma. O sea, el juicio del Palena se inició y se
formalizó por la vía del recurso unilateral, pues a la declaración argentina
de que el Tribunal estaba en presencia del caso que contempla el citado art.
5º, no puede atribuírsele el carácter de una aceptación o asentimiento que
fuere necesario para que el mecanismo arbitral del Tratado entrara a fun-
cionar. Cada una de las Partes tiene facultad para acudir a la Corte Arbitral
si la competencia de ésta ha sido convenida de antemano y tal competencia
deriva del Tratado, sin que sea necesaria una nueva sumisión3. Si Argentina
hubiere negado la aplicabilidad del art. 5º, habría sido el propio árbitro el
llamado a dilucidar, como cuestión previa, si se daban o no los supuestos
para esa aplicación que Chile sostenía. Es evidente que el Tratado entrega a
la propia competencia del Árbitro cualquiera cuestión previa que pueda
suscitarse sobre su aplicabilidad, pues, de otra manera, no se obtendría la
garantía de expedito funcionamiento que sus disposiciones consagraron.
Por lo demás, ello se desprende claramente de su texto y de su historia 4.
En el pleito del Palena, el Tribunal no requirió pronunciarse sobre
este punto de derecho pues, como se ha dicho, ambas Partes estaban en una
posición concordante.
Abocado al caso, el Gobierno de Su Majestad Británica, en virtud
del citado artículo 5º, procedió a designar un Tribunal de Arbitraje com-

3
Dahm, op. cit., T. II, p. 489.
4 Entre otros antecedentes conviene recordar que don Joaquín González, Ministro
Interino de Relaciones Exteriores de Argentina a quien correspondió patrocinar el Tratado
ante el Congreso, lo entendió así. Tanto quienes apoyaron los arreglos concertados con Chile,
sea en cartas que vieron la luz pública o en el Congreso —Pellegrini, Figueroa Alcorta y
Drago entre los más conspicuos— como aquellos que impugnaron la política del Presidente
Roca y de su Gobierno —Gómez, Mujica, Plaza y, por cierto, Estanislao S. Zeballos—
estuvieron contestes en que el Tratado tenía una amplitud mayor que los Pactos de Arbitraje
entonces conocidos (Gustavo Ferraris, Conflicto y Paz con Chile, Eudeba, B. Aires, 1968,
pp. 91 y sgtes.).
418 ESTUDIOS PÚBLICOS

puesto por tres destacadas personalidades del Reino Unido, jurista el uno,
geógrafo el otro y cartógrafo el tercero5.
Al mismo tiempo, dicho Gobierno tomó la iniciativa para fijar los
términos del compromiso. Oyó a los representantes de las Partes a quienes
había entregado antes un proyecto de decisión. Por último, el 1º de abril de
1965, en presencia del desacuerdo de ellas, ejerció la facultad que le conce-
de el Tratado y dictó unilateralmente una resolución mediante la cual fijó la
materia de la litis, el procedimiento y las demás características que tendría
el juicio.
Al dictar esta resolución (que se conoció en español, a través del
pleito, como “compromiso”) dio plena aplicación al tantas veces citado
artículo 5º del Tratado de 1902, manifestado expresamente en uno de los
considerandos que estaba facultado para darle efecto.
Interesantes son, desde un punto de vista procesal, las disposiciones
contenidas en la resolución:
El artículo 1º señaló la cuestión concreta sobre la cual el Tribunal de
Arbitraje debía informar al Gobierno británico, es decir, al Árbitro: el curso
del límite chileno-argentino en el sector comprendido entre los hitos 16 y
17. Como este punto era el más difícil y controvertido entre las partes, se
redactó en forma que daba cabida a los planteamientos de los dos litigantes,
al contemplar las posibilidades de que, dentro de ese sector, ninguna parte
o alguna ya estuviere “fijada” (“settled”). Asimismo, se declaraba en forma
expresa que la formulación de la cuestión era sin perjuicio de lo relativo al
peso de la prueba.
El Tribunal debía llegar a sus conclusiones ciñéndose a los princi-
pios del Derecho Internacional.
En el art. 2º se ordenó a las Partes nombrar uno o más Agentes para
los fines del arbitraje y se fijó como asiento del Tribunal la ciudad de
Londres.
El art. 3º entregó en manos del Tribunal el determinar, previa con-
sulta a las Partes, el orden y fecha para la entrega “de los alegatos escritos y
de los mapas y todas las demás cuestiones de procedimiento, escritos u
orales, que puedan surgir”. Pero nuevamente previno que la fijación de
semejante orden sería sin perjuicio de cualquiera cuestión sobre el peso de
la prueba.
El art. 4º fijó como idioma oficial el inglés, obligando a los litigan-
tes a suministrar al Tribunal la traducción en dicha lengua de todo docu-
mento o declaración verbal.
5
Lord Mac Nair como Presidente, Mr. L. P. Kirwan y el Brigadier K. M. Papworth.
Como Secretario se designó al Profesor D. H. N. Johnson.
ASPECTOS PROCESALES EN JUICIO ARBITRAL ALTO PALENA 419

En el art. 5º se ordenó a las Partes respetar el derecho de libre


acceso a su territorio a cualquiera de los miembros del Tribunal o a quien
éste designare para los efectos de cumplir con sus funciones. Lo mismo
regía respecto de los representantes autorizados de ambas Partes a quien el
Tribunal hubiere solicitado que acompañare a uno de sus miembros. Esto
sería sin afectar los derechos de los litigantes.
El art. 6º previó el que las Partes de común acuerdo, o el Tribunal,
resolvieren ordenar levantamientos cartográficos, caso en el cual ellos se
harían bajo la guía de éste.
Como podía suscitarse alguna cuestión sobre la interpretación y
aplicación del Compromiso mismo, el art. 7º estatuyó que tales dificultades
quedaban también bajo la competencia del Tribunal.
De acuerdo con el art. 8º, el Laudo debía decidir definitivamente
cada uno de los puntos controvertidos y expresar el fundamento de cada
una de tales decisiones.
En conformidad con el art. 9º, el Tribunal permanecería en funcio-
nes hasta la completa ejecución del Laudo y sólo cesaría en ellas una vez
que aprobara la demarcación hecha en el terreno. Así se evitaba la posibili-
dad de que el cumplimiento material de la sentencia llevare a un conflicto
que escapara a la jurisdicción del Tribunal.
El art. 10 (en concordancia con lo dispuesto por el art. 13 del
Tratado de 1902) declaró la obligatoriedad e inapelabilidad del Laudo.
Como durante el juicio podía presentarse el caso de que algún
miembro del Tribunal falleciese o quedare inhabilitado para actuar, el art.
12 previó tal evento reservando al Gobierno de Su Majestad el llenar la
vacante y ordenó que, si tal cosa sucediere, los procedimientos debían
continuar como si no hubiere ocurrido la vacancia.
Por último, el art. 13 estableció que el Laudo sería notificado a las
Partes por intermedio de sus Agentes.
Fijadas así, claramente, las bases fundamentales del juicio, el Tribu-
nal fue determinando a lo largo del mismo las normas aplicables a aquellos
aspectos procesales que no aparecían específicamente contemplados en la
resolución del 1º de abril. Lo hizo sobre la base del art. 3º del “compromi-
so”, oyendo siempre a las Partes, sea en audiencias verbales, sea mediante
presentaciones escritas.
Interesante es destacar que si bien fue Chile quien, como ya se ha
explicado, puso en movimiento el mecanismo arbitral, el procedimiento
fijado por el Tribunal previó que ambas Partes presentaran sus memorias
simultáneamente, acompañadas de los mapas y de la documentación proba-
toria. A continuación, y en igual forma, se cursaron las Contramemorias.
420 ESTUDIOS PÚBLICOS

Evacuados los referidos escritos fundamentales, el Tribunal fijó un


último plazo dentro del cual podían las Partes presentar la prueba comple-
mentaria que no hubieren podido acompañar oportunamente por razones
justificadas, o que fuera necesaria frente a los documentos y alegaciones
formulados por la otra Parte en su Contramemoria. El material presentado
en esta última oportunidad es el denominado “rebuttal evidence”6.
Mientras se desarrollaba la discusión sobre el fondo del juicio, te-
nían lugar otras diligencias de gran importancia. El Tribunal resolvió hacer
una inspección en el terreno y, para prepararla, solicitó de las Partes una
presentación en cierto sentido “provisoria” de mapas que le permitieran
tomar conocimiento de la región en disputa. Ordenó también un levanta-
miento aéreo de la zona y llamó a audiencias verbales sobre aspectos mera-
mente geográficos y cartográficos. Durante varios días el Tribunal escuchó
las exposiciones sobre tales temas, especialmente en relación a la toponi-
mia y a la descripción física de la zona entre los hitos 16 y 17. Los
defensores no debían entrar, en esa oportunidad, en argumentos legales
sino limitarse a ilustrar al Tribunal sobre los aspectos de la realidad geográ-
fica. Fácil es comprender, sin embargo, que fue inevitable, también en esa
etapa de alegatos, discutir más de algún problema de fondo, pues en la
toponimia había entre ambos países divergencias básicas alrededor de las
cuales giraban argumentos importantes.
También en relación a la próxima visita al terreno el Tribunal plan-
teó una delicada cuestión: Chile, en su Memoria, presentó abundante mate-
rial sobre lo que se llamó más tarde “la historia viva” de la zona, esto es, la
historia de la colonización y la situación actual de los pobladores. Argenti-
na, en su Memoria, consciente de su debilidad en este aspecto, no abordó el
tema estimándolo impertinente al juicio, por cuanto se trataba, a su criterio,
de interpretar la sentencia de 1902 para su correcta aplicación en el terreno,

6 La Memoria chilena consta de 482 páginas; la acompañan dos volúmenes de docu-

mentos probatorios, uno de 651 páginas y el otro de 399 páginas más una carpeta con 30
mapas y esquicios. La Contramemoria chilena tiene 361 páginas más un anexo cartográfico de
31 páginas, tres volúmenes de documentos probatorios con un total de 996 páginas y una
carpeta con 7 planos o esquicios. La “rebuttal evidence” chilena está formada por 292 páginas
de documentos y 37 planos o esquicios. Las presentaciones y el material argentino se resumen
como sigue: la Memoria argentina tiene 257 páginas y está acompañada de tres volúmenes
con 721 páginas de documentos y una carpeta que contiene 56 planos y esquicios. La Memo-
ria fue completada con un volumen especial sobre colonización, con 113 páginas de documen-
tos y 10 esquicios. La Contramemoria argentina está formada por dos volúmenes con 432
páginas, tres apéndices con 22 páginas, dos volúmenes de documentos con 483 páginas y 7
nuevos planos o esquicios. La “rebuttal evidence” argentina tiene 199 páginas de documentos,
entre ellos varios esquicios. Durante el proceso, tanto Chile como Argentina agregaron nuevos
documentos y planos que, con la venia del Tribunal, pasaron a formar parte del expediente.
ASPECTOS PROCESALES EN JUICIO ARBITRAL ALTO PALENA 421

sin que la colonización posterior pudiere agregar ningún elemento con


influencia en la decisión de la litis 7.
El Tribunal no lo consideró así y, sin pronunciarse sobre el fondo de
la cuestión, solicitó de Argentina que complementara su Memoria también
en este aspecto, cosa que la defensa de dicho país hizo antes del traslado de
la Misión a Palena.
El alcance que debía atribuirse a los hechos constitutivos de la “his-
toria viva” dio lugar a interesantes discusiones doctrinarias, de bastante
alcance práctico. En relación con ciertas “fechas críticas”, correspondía
dilucidar si los hechos posteriores a la misma tenían alguna relevancia, si
aparecían encadenados a los anteriores o si constituían una repetición de
tales hechos que así resultaban confirmados.
Con motivo del levantamiento aerofotogramétrico, en el cual Chile
insistió desde el primer momento, se trabó también controversia. El proble-
ma fue resuelto por el Tribunal ordenando el levantamiento en una región
con la suficiente amplitud solicitada por Chile.
La misión en el terreno estuvo formada por dos miembros del Tribu-
nal al cual éste agregó dos expertos del Ejército británico8. Ella trabajó en
la zona entre diciembre de 1965 y febrero de 1966. El Tribunal, allí consti-
tuido, mantuvo el control absoluto de todas las operaciones y fue resolvien-
do, en continuo contacto con representantes de las Partes, las dificultades o
problemas que surgían. Interesante es observar que el Tribunal pidió a las
Partes que no enviaran a esta diligencia a sus abogados defensores o aseso-
res jurídicos, con el objeto de evitar que la tarea de comprobar hechos fuere
alterada por polémicas sobre las tesis en juego.
El trabajo en el terreno se cumplió cuidadosamente. Los miembros
del Tribunal, sin escatimar esfuerzos, recorrieron la región valiéndose de
todos los medios de transporte. De gran utilidad fue la ayuda de los heli-
cópteros. Ambos países constituyeron, ante el Tribunal, representantes au-
torizados y equipos de asesores, incluso en materias geográficas y cartográ-
ficas, ya que durante la estadía de la Misión en Palena se elaboraba por la
empresa designada por el Tribunal el levantamiento aéreo y se recogían los
datos para el plano definitivo de la zona.
En esa forma, la inspección ocular del Tribunal, ayudado por los
recursos de la técnica, permitió asir en forma circunstanciada y cabal la

7 Es curioso que algunas críticas chilenas a la actuación de la defensa de nuestro país

coincidan en la apreciación argentina, siendo manifiesta la conveniencia chilena de dar valor a


estos antecedentes.
8 Mr. L. P. Kirwan y el Brigadier K. M. Papworth. Se agregaron el Mayor W. D.

Rushworth y el Staff Sergeant M. G. Browning.


422 ESTUDIOS PÚBLICOS

realidad geográfica de la zona, cuya deficiente representación, en los tiem-


pos del arbitraje de la Reina Victoria y de su sucesor al trono, había genera-
do el diferendo.
Terminada la tarea en el terreno, el Tribunal quedó en condiciones
de analizar la totalidad del caso y, para hacerlo, citó a las Partes a los
alegatos finales. Estos duraron algo más de un mes y en ellos intervinieron
tanto los Agentes como los abogados defensores y sus asesores jurídicos9.
Finalizados los alegatos, en el curso de los cuales cada Parte sinteti-
zó sus peticiones, la causa quedó en estado de sentencia. Argentina formuló
15 puntos concretos sobre los cuales el Tribunal debía pronunciarse; Chile
planteó 50 cuestiones precisas.
El 24 de noviembre de 1966 el Tribunal elevó a su Majestad la
Reina Isabel II un detenido Informe sobre la materia sometida a su conoci-
miento y el 9 de diciembre del mismo año el Árbitro dictó sentencia,
acogiendo la solución propuesta por el Tribunal en su informe.
El cumplimiento del fallo fue vigilado por personal designado por el
Tribunal. La línea de frontera se fijó claramente en el terreno y en junio de
1967 la Comisión Demarcadora elevó un completo informe final, el cual
fue aprobado por aquél. Se erigieron todos los hitos necesarios, determi-
nándose con absoluta precisión sus coordenadas, con lo cual se puso punto
final a este largo y complicado conflicto fronterizo.
Largo sería señalar las numerosas personas que, o bien integrando el
equipo oficial de la defensa chilena o como asesores en las más diversas
materias, hicieron posible el enorme esfuerzo desplegado por nuestro país
en este litigio. Desde las autoridades máximas hasta los más modestos
funcionarios y con la ayuda generosa de diversas personas del sector priva-
do, pudieron desarrollarse minuciosas investigaciones10 y coordinarse una
clara y firme línea de acción en uno de los casos de frontera más intrinca-
dos a la luz del Derecho Internacional. Se mantuvo, así, viva nuestra tradi-
ción de que en este tipo de problemas no juegan ni las diferencias políticas
ni las opiniones personales. Quienes vivimos día a día esta dura tarea
podemos apreciar la injusticia que se encierra en algunas críticas precipita-
das y superficiales que han solido formularse después de terminado el
juicio, hechas sin mala intención, pero que demuestran un conocimiento
muy incompleto de la realidad del caso.

9 La versión taquigráfica de los alegatos forma tres volúmenes con 619 páginas.
10
Por ejemplo, una sola investigación efectuada en el Archivo Nacional por funcio-
narios especializados del Ministerio de Tierras y Colonización, obligó a compulsar más de
125.000 documentos, entre los cuales aparecieron cuatro o cinco que fueron útiles a la defensa
chilena.
ASPECTOS PROCESALES EN JUICIO ARBITRAL ALTO PALENA 423

***

A esta escueta exposición de los hechos quisiéramos agregar algu-


nas reflexiones.
En primer lugar llama la atención el procedimiento seguido de pre-
sentaciones simultáneas. Era el más justo, pues si bien Chile suscitó el
juicio, frente a la complejidad del asunto implicaba una cierta desventaja
presentar primero sus posiciones.
El procedimiento de exigir la presentación simultánea de las alega-
ciones de las Partes tiene su origen en la práctica de las Comisiones Mixtas
de Arbitraje, llamadas a conocer de cuestiones en que generalmente inciden
reclamaciones recíprocas11. En los arbitrajes en que acciona sólo una Parte,
no es éste el sistema más aplicado. En el caso de Palena, en cambio, se
justifica plenamente y gracias a él las respectivas defensas se plantearon en
un pie de igualdad procesal.
Para las audiencias orales, Argentina solicitó la precedencia fundán-
dose en el orden alfabético; Chile no se opuso.
Siguiendo el criterio anglosajón, más inclinado a agotar primero los
hechos antes de entrar a las argumentaciones, las Memorias fueron una
exposición detallada, extremadamente cuidadosa y documentada, del desa-
rrollo del problema a través del tiempo. Es evidente que cada Parte iba ya
entrelazando en su relato los puntos de apoyo de sus planteamientos, pues
las Memorias debían terminar con la formulación de peticiones concretas.
Las Contramemorias fueron una complementación de las Memorias
pero, al mismo tiempo, una refutación de los hechos, argumentaciones y
peticiones contenidos en la presentación contraria.
Dentro del concepto de la buena fe procesal al cual el derecho
anglosajón da gran importancia, las exposiciones de los hechos van justifi-
cándose de inmediato con los documentos probatorios y no se concibe la
posibilidad de retener intencionadamente elementos de prueba a fin de ser
presentados más adelante en forma sorpresiva. Incluso puede el Tribunal, si
tal cosa se hiciere, no admitir el documento; y, sin lugar a dudas, tal actitud
poco correcta de la Parte en nada contribuiría a favorecerla. Este sano
criterio obliga también, como es obvio, a presentar aun los aspectos desfa-
vorables de los hechos y los documentos relevantes que puedan no benefi-
ciar la propia tesis, pues su omisión o deformación intencionada demostra-
ría un cierto temor a la verdad, lo que iría en desmedro de la defensa.

11 Marcel Sibert, Traité de Droit International Public (París: Librairie Dalloz, 1951),

t. II, p. 441.
424 ESTUDIOS PÚBLICOS

El Tribunal, siguiendo el sistema anglosajón, no se limitó a tramitar


procesalmente el litigio, sino que mantuvo una posición muy activa en todo
momento. Suscitaba las cuestiones, formulaba preguntas y, en las audien-
cias verbales, era muy frecuente que interrumpiera a los defensores comen-
tando sus afirmaciones, pidiendo explicación si no las encontraba claras e
incluso, en más de alguna oportunidad, ponía en aprietos a los abogados al
confrontar sus afirmaciones con lo dicho en alguno de los numerosos docu-
mentos o en audiencias anteriores. Demostraba con ello, en todo instante,
un profundo conocimiento del material acumulado en autos.
La Misión en el Terreno, que actuó como órgano del Tribunal fuera
de su sede de Londres, mantuvo siempre igual temperamento y en ciertas
ocasiones —algunas bien delicadas— tuvo que tomar determinaciones in-
mediatas. Pero en todo momento los jueces actuaban previa consulta a las
Partes. Ésta se hacía, o bien por escrito, o en audiencias verbales, teniendo
siempre el mayor cuidado de que cada cual pudiera hacer valer sus puntos
de vista o pretensiones en forma oportuna.
Así, lo que en nuestro derecho procesal llamamos “incidentes”, se
iban resolviendo a lo largo del juicio mediante “órdenes” del Tribunal.
Hubo cuestiones muy debatidas, como las ya mencionadas, concernientes
al levantamiento aerofotogramétrico y al mapa consiguiente, a la presenta-
ción de pruebas sobre uso de la tierra y colonización, a la representación en
el plano de detalles que parecían pequeños, pero eran decisivos, etc., pun-
tos todos que fueron definidos siempre en tiempo oportuno, por lo general
dando cabida a la tesis más amplia, que era casi invariablemente la chilena.
Un ejemplo ilustra el rol activísimo que el Tribunal desempeñaba.
Con motivo de la Misión en el Terreno, habiendo Chile denunciado traba-
jos de construcción de un camino que alcanzó a llegar desde el lado argen-
tino hasta muy cerca de la confluencia del verdadero río Encuentro con sus
afluentes López-Mallines, la Misión decretó como medida conservatoria
provisional su suspensión, orden que fue acatada de inmediato.
El procedimiento pragmático y sencillo, muy acorde con la práctica
anglosajona, a que se ciñó el arbitraje de Londres, concuerda en términos
generales con los principios de carácter procesal que sustentan el Estatuto
de la Corte Internacional de Justicia, los Estatutos de las Comunidades
Económicas Europeas del Carbón y Acero y del Euratom. El Tratado Ame-
ricano de Soluciones Pacíficas (Pacto de Bogotá de 1948) reglamenta en
forma muy minuciosa un completo y complejo mecanismo para la designa-
ción de los árbitros; en materia de procedimiento, en cambio, es muy parco,
dejándolo a las estipulaciones del Compromiso que habrían de celebrar las
Partes o que la Corte Internacional de Justicia formulará en subsidio.
ASPECTOS PROCESALES EN JUICIO ARBITRAL ALTO PALENA 425

En ningún momento —contrariamente a lo que se ha supuesto—


hubo llamados a la conciliación por parte del Tribunal, o gestiones de las
Partes en tal sentido. A través de todo el proceso, las defensas, como señala
el propio Informe del Tribunal (que forma parte del laudo de 1966), se
mantuvieron inalterables, sin hacer las Partes jamás concesiones o recono-
cimientos que pudieren haber conducido a una decisión transaccional.
Por último, quisiéramos destacar la correctísima relación que duran-
te todo el difícil litigio se observó entre las Partes, sus defensores o aseso-
res y el Tribunal. Si bien a veces la discusión obligaba a planteamientos
difíciles, siempre supo mantenerse el natural respeto por el contrincante y
la elevada forma en que debe dilucidarse todo diferendo entre Partes que
respetan la majestad del Derecho.
La solución del caso de Palena es una nueva confirmación de la
tradición jurídica y de paz seguida entre ambas naciones. Demuestra también
cómo, una vez colocada la cuestión en la vía legal adecuada, cesan las
tensiones y la solución es acatada por ambos países sin reservas de ninguna
especie.
Estas fecundas experiencias permiten confiar en que también el otro
problema histórico —el caso de las islas en la región del Beagle— encuen-
tre pronto su término mediante la aplicación del mismo Tratado de 1902.
Éste es el único instrumento que ha estado y está disponible, pues contem-
pla un Tribunal permanente, ya constituido, y que ha revelado su eficacia
para zanjar esta clase de controversias.
426 ESTUDIOS PÚBLICOS

Intercambio de cartas con el ministro de Relaciones Exteriores,


Clodomiro Almeyda Medina (1971-1972)*

Santiago, 10 de septiembre de 1971

Señor D.
Julio Philippi Izquierdo,
Presente.

Mi distinguido amigo:

Con motivo de la dictación por el Gobierno Británico del Compro-


miso Arbitral para solucionar, en conformidad al Tratado General de Arbi-
traje de 1902, el diferendo chileno-argentino en la región del Canal de
Beagle, según está en conocimiento de Ud., nuestro Gobierno se encuentra
preocupado de adoptar las medidas necesarias para preparar la defensa de
Chile en el pleito.
A tales efectos, ya ha procedido a designar a los Agentes previstos
en el Compromiso y a contratar a los abogados ingleses que actuarán ante
el Tribunal Arbitral. Se propone ahora establecer una Comisión, formada
por un pequeño número de personalidades y funcionarios, cuya misión
consistirá en asesorar en el estudio y consideración de los aspectos jurídi-
cos, diplomáticos y técnicos relacionados con el arbitraje y colaborar en la
orientación general que debe imprimirse a nuestra defensa.
Conocido su patriotismo, la versación de Ud. en el problema del
Canal de Beagle y su experiencia y valioso aporte en el arbitraje de Palena,
desearía el Gobierno contar con su importante colaboración en esta mate-
ria. Por ello, me atrevo a rogarle quiera aceptar su incorporación a la
Comisión de Estudios a que antes me he referido, convencido como estoy
de que, en materias internacionales de interés permanente para el país, que
no dicen relación con problemas carácter ideológico, ha existido tradicio-
nalmente una línea de continuidad por sobre cualquier contingencia y un
amplio propósito de cooperación de parte de todos los sectores nacionales.

Aprovecho esta oportunidad para saludarle muy atentamente y repe-


tirme su afmo. y S. S.

Clodomiro Almeyda Medina


Ministro de Relaciones Exteriores

* Documentos proporcionados por la familia de don Julio Philippi.


INTERCAMBIO DE CARTAS CON CLODOMIRO ALMEYDA 427

Personal

Santiago, 14 de septiembre de 1971

Señor don
Clodomiro Almeyda M.
Ministro de Relaciones Exteriores.
Presente.

Estimado señor Ministro y amigo:

He recibido su amable carta de fecha 10 del mes en curso en la cual,


refiriéndose al Compromiso Arbitral dictado por el Gobierno de Su Majes-
tad Británica para resolver el diferendo chileno-argentino en la región del
Canal de Beagle, me invita a participar en una Comisión de Estudios que se
formará dedicada a colaborar en la orientación general que debe imprimirse
a nuestra defensa.
Con mucho gusto acepto su amable invitación, pues, tal como Ud. lo
expresa, todos hemos de prestar plena colaboración en materias internacio-
nales de interés permanente para el país y que no dicen relación con proble-
mas de carácter ideológico. Es esta una noble tradición mantenida por el
Ministerio de su digno cargo y que permitirá, también en este caso, aunar
esfuerzos y voluntades en la adecuada defensa de los claros derechos de
Chile.
Agradeciéndole su confianza, quedo a su disposición para ayudar,
ad honorem, a medida de mis conocimientos y con el mayor interés.
Lo saluda muy atentamente su afmo. y S. S.

Julio Philippi
428 ESTUDIOS PÚBLICOS

Santiago, 11 de septiembre de 1972

Señor
Don Julio Philippi I.
Presente.

Estimado amigo:

Ya aprobado, por unanimidad, en el Senado, el Tratado sobre Solu-


ciones Pacíficas, suscrito en abril pasado en Buenos Aires, cumplo con el
grato deber de agradecerle, en nombre del Gobierno y mío propio, la muy
importante y decisiva intervención que Ud. tuvo, en la Comisión de Rela-
ciones Exteriores de esa Corporación, en favor de la aprobación de dicho
Tratado.
Estoy cierto que el extraordinario éxito logrado, y que tan profundas
repercusiones tiene para el interés nacional y para el porvenir de nuestras
relaciones con Argentina, se debe, en gran parte, a la ilustrada y prestigiosa
opinión favorable expresada por Ud. en forma tan versada como decidida.
Una vez más, Ud. ha prestado un señalado servicio a la causa de
Chile.
Con todo afecto, lo saluda su amigo y S.S.

Clodomiro Almeyda
Ministro de Relaciones Exteriores
INTERCAMBIO DE CARTAS CON CLODOMIRO ALMEYDA 429

Santiago, 12 de septiembre de 1972

Señor
Don Clodomiro Almeyda
Ministro de Relaciones Exteriores.
Presente.

Estimado Ministro y amigo:

He recibido su amable carta de ayer en la cual se refiere a la ayuda


que pude prestar en la aprobación del Tratado sobre Soluciones Pacíficas
suscrito en abril último con la República Argentina, y recientemente despa-
chado por el Senado.
Agradezco a Ud. su atención. Ha sido para mí un honor el haber
colaborado en esta tarea de especial interés para nuestro país.
Deseo, por mi parte, expresarle mis más cordiales felicitaciones por
el éxito alcanzado y expresarle mi confianza en que pronto quedará termi-
nada la tramitación de este Pacto, tan importante para la pacífica conviven-
cia de ambas Naciones.
Lo saluda afectuosamente su amigo y S. S.

Julio Philippi
430 ESTUDIOS PÚBLICOS

Reflexiones sobre bien común, justicia,


derecho y formalismo legal*

El concepto de bien común es muy empleado en la vida social y


política, pero no por ello bien conocido. En más de alguna ocasión se le usa
atribuyéndole un contenido, un alcance o unas proyecciones que no son
correctos.
Extraño sino el de la inteligencia humana que, en cada ciencia, las
nociones básicas, por lo mismo que son tales, sean las más difíciles de
analizar.
El concepto de bien común puede ser entendido en diversas formas:
se habla de bien común del hombre, del bien común de la sociedad, del
bien común del Estado, del bien común internacional; se emplea con diver-
sos alcances, pero siempre cuando se usa el término “bien común”, trata de
expresarse o de destacar que hay un tipo de bien que interesa a todos y que
no se identifica ni confunde con el bien particular de cada cual.
Por bien común entendemos siempre un bien que va más allá del
bien particular y que, conviniendo a cada uno individualmente, tiene un
sello superior, pues, siendo bien de muchos, o bien de todos, es de una
jerarquía más alta y diferente que el bien de cada uno.
Difícil es esclarecer esta materia si no utilizamos el tradicional y
mejor sistema de filosofar cual es observando previamente la realidad so-
cial. Hagamos un rápido análisis de ciertos hechos que saltan a la vista, y
de allí trataremos de remontarnos hacia los conceptos metafísicos.
Si observamos la realidad social, comprobamos inmediatamente la
existencia de grupos, que están en cierta escala, en cierto orden de impor-
tancia, tanto por el número de personas que los forman como por las
finalidades que los caracteriza. Es ésta una afirmación que no necesita
mayores explicaciones. Podemos ir de las necesidades más pequeñas, de
fines insubstanciales, hasta la sociedad máxima del orden temporal, que es
el Estado, o del orden internacional, que es la sociedad de las Naciones, o
del orden sobrenatural, que es la Iglesia.
Si observamos la vida del hombre, veremos que se desarrolla, desde
que nace, en mil formas, a través de diversos grupos que están escalonados
en ciertas jerarquías y que tienen también diversa importancia, tanto por

* Julio Philippi, “Reflexiones sobre bien común, justicia, derecho y formalismo


legal”, en Julio Philippi y otros, Visión crítica de Chile (Santiago: Ediciones Portada, 1972),
pp. 23-35. Acerca de este mismo tema, véase el artículo de don Julio Philippi sobre bien
común y justicia social publicado en Finnis Terrae Nº 31 (1961).
REFLEXIONES SOBRE BIEN COMÚN, JUSTICIA, DERECHO... 431

sus fines, como por su extensión, por su grado de permanencia y por otros
factores, fáciles de observar si se comparan diversos grupos de sociedades
o de instituciones de la vida social. En ellos, sin embargo, es fácil encontrar
ciertos factores comunes. Veremos que en todo grupo, en toda organización
formada por el hombre como ser inteligente y libre, hay ciertas característi-
cas que siempre se repiten. Podemos comparar desde un club de deportes,
hasta una sociedad política organizada, que es el Estado, pasando por toda clase
de asociaciones y sociedades de diversos fines. En todas ellas notaremos
una pluralidad de sujetos ligados por cierta unidad en el fin perseguido.
Si comparamos, por ejemplo, la pluralidad de personas que transitan
en un momento determinado por una calle, veremos que hay pluralidad,
pero es una pluralidad accidental, meramente física, que no responde por lo
general a ninguna unidad de fin. El que uno transite por la calle, no tiene
ninguna relación con que haya otras personas que lo hagan al mismo tiem-
po. Podría uno solo transitar por la calle para cumplir su propio fin, siéndo-
le absolutamente indiferente que existan o no otros transeúntes en ese mo-
mento. Podría suceder que dos personas vayan simultáneamente por la
calle con la intención de entrar a la misma tienda, a comprar un mismo
objeto; pero eso sería un factor meramente accidental para quienes consti-
tuyen, en ese momento, una cierta pluralidad de hecho.
En cambio, cuando hablamos de un grupo organizado, hablamos de
la pluralidad que conscientemente va hacia un mismo fin.
La unidad de fin en la pluralidad puede ser, también, de distinto tipo
según la duración, permanencia o trascendencia del fin que se persigue. El
fin común en la acción de una pluralidad de sujetos puede ser muy intenso,
pero sólo momentáneo. Tomemos el caso de una manifestación callejera
heterogénea y espontánea: hay un fin en esa pluralidad, puede ser un fin de
corta duración, pero que se agota en el mismo actuar; carece de mayor
permanencia.
Las verdaderas sociedades implican una pluralidad de sujetos con
unidad de fin, pero esta unidad tiene cierta duración que puede ser mayor o
menor. Una sociedad que se forma entre varios particulares, tiene una deter-
minada duración. Otro tipo de pluralidad puede ser, incluso, de duración
indefinida, como son aquellas impuestas por la naturaleza del hombre. Así,
el Estado no está sujeto a plazo, ni tiene tiempo en su duración como socie-
dad política; la comuna, la familia, todas ellas son de duración indefinida.
Pero hay un tercer elemento en la pluralidad de sujetos con una
unidad de fin que es determinante en el problema. La unidad de fin condi-
ciona en el grupo, a su vez, una determinada manera de actuar. No se trata
de una reunión de personas que busquen un mismo fin; hay algo más: el fin
432 ESTUDIOS PÚBLICOS

perseguido exige de los miembros del grupo una determinada manera de


actuar. No se trata de una reunión de personas que busquen un mismo fin;
hay algo más: el fin perseguido exige de los miembros del grupo una
determinada forma de actuar coordinada, una cierta relación que, si no se
produce, el fin no es alcanzado.

El origen de la institución

¿Cómo nace una sociedad, una institución cualquiera? Tomemos el


ejemplo de una sociedad comercial. ¿Cómo se origina? Nace alrededor de
una idea de algo que sería interesante hacer —una determinada empresa—.
Pero esto que se desea no puede efectuarse individualmente por quien lo ha
discurrido pues no dispone sólo de todos los medios. Necesita agruparse
con otras, ya sea para reunir el capital, obtener los elementos técnicos, las
relaciones comerciales, etc. Debe agrupar alrededor de la idea motriz cen-
tral a diversas personas. Tenemos de nuevo pluralidad de sujetos, unidad de
fin, pero es necesario coordinarlos entre ellos para obtener algo que es,
precisamente, crear la empresa que les interesa y hacerla funcionar con
éxito. Y esa coordinación debe ser tal que el actuar de cada uno de ellos
resulte eficaz para obtener el fin perseguido. Ese es el motivo de por qué se
hace el contrato de sociedad, por qué se estipula lo que cada uno está
obligado a hacer y lo que no puede hacer, por qué se le prohíbe al socio lo
que sea contrario al fin social, etc. Ese modo condicionado de actuar es lo
único que va a hacer posible obtener el resultado.
Si los interesados se asocian, pero en seguida cada uno marcha por
su lado y persigue su fin individual en desmedro del interés común, y quien
debiera aportar los capitales no los pone y quien debió trabajar se dedica a
otra cosa, sencillamente la finalidad perseguida no se alcanza.
Ha sido necesario, por lo tanto, que se coordine el actuar de esos
sujetos, y no de cualquier modo, sino en relación a aquello que se quiere
obtener y que no puede alcanzarse sino mediante una determinada manera
de operar. Aquí vemos estos tres elementos típicos y característicos de una
sociedad: la pluralidad, la unidad en el fin y la unidad de acción para hacer
posible conseguir el fin.

Naturaleza del hombre

Dejemos ya la observación de la realidad. Ella nos servirá de base


para el camino, algo difícil, que debemos emprender a continuación.
REFLEXIONES SOBRE BIEN COMÚN, JUSTICIA, DERECHO... 433

¿Qué ha pasado al formarse esta entidad, institución o sociedad?


Vemos que está formada por individuos de la especie humana, por seres
inteligentes y libres que se han agrupado y han coordinado su acción de
una determinada manera. Los socios son los mismos, las personas no han
cambiado, no han quedado ni más pequeñas ni más altas, ni menos ni más
inteligentes; sin embargo, algo ha acaecido. Tenemos personas que antes
no estaban relacionadas para perseguir ese fin y que ahora están coordina-
das para hacerlo. ¿Qué es lo que ha sucedido en relación a los sujetos
comprometidos en la sociedad? Para responder, debemos concentrar la
atención en algunas características del ser humano.
El hombre ha sido definido como una sustancia individual, sensible,
de naturaleza racional; compuesto de cuerpo y alma, es un solo ser sustan-
cial. Este ser inteligente y libre, dotado, está llamado a alcanzar un fin
último, la Eterna Bienaventuranza. Su inteligencia tiende a la Verdad per-
fecta, y su voluntad al Bien perfecto. Pero su naturaleza, por voluntad del
Creador, está llamada a alcanzar la bienaventuranza a través del tiempo y a
través de un complejo actuar. El hombre peregrina a lo largo del tiempo,
desde la criatura recién nacida, que todavía no es responsable, hasta el
sujeto en la plenitud de la responsabilidad. Y lo hace actuando en coordina-
ción con sus semejantes, modo de ser impuesto por su propia naturaleza
social. El hombre aislado no puede normalmente —salvo vías extraordina-
rias, reservadas a la omnipotencia divina— alcanzar su último fin. Este
actuar social coordinado, este continuo deambular en el tiempo en estrecho
contacto con sus semejantes, esta necesidad de relación inteligente con sus
prójimos, va produciendo en cada uno de los individuos múltiples perfec-
ciones, pues se determina en forma accidental en cualidades que, a su vez,
son medios que le permitan acercarse al fin último, personal y propio de
cada cual.
Esta determinación accidental se produce en el hombre a través de
todas las formas del actuar social y le hará posible alcanzar ciertos fines,
ciertos bienes que, aisladamente, no podría llegar a obtener. De modo que
formar determinadas sociedades de carácter voluntario, de pertenecer a
sociedades necesarias como el Estado y la Familia, es en el hombre una
perfección de carácter accidental en relación a su sustancia. La determina-
ción del accidente es una realidad ontológica. No es una pura ficción cuan-
do decimos que el grupo, que la sociedad, es una realidad. Largo sería
entrar en un análisis más profundo acerca de la realidad metafísica de la
determinación en el accidente. Así lo enseñan Aristóteles y Santo Tomás de
Aquino. La realidad no es agotada por la sustancia, también los accidentes
son reales. En consecuencia, la determinación accidental de cada uno de los
434 ESTUDIOS PÚBLICOS

hombres, al participar en una sociedad, es una realidad del tipo accidental,


pero no por eso menos realidad.
¿Qué ha sucedido, pues, al formarse una sociedad? No se ha llama-
do a la vida a un nuevo ser sustancial. Es errónea la afirmación de algunos
juristas del siglo pasado en el sentido de que al asociarse diez hombres, hay
enseguida once seres. No hay once seres sustanciales; hay los mismos diez
seres sustanciales, pero cada uno de ellos se ha determinado accidental-
mente, al formar la sociedad, en algo que es conveniente a su naturaleza,
siempre que la institución formada le facilite llegar a fines intermedios que,
a su vez, le permitirán acercarse al fin último.
Analizando desde otro punto de vista, esta coordinación en el actuar,
por parte de los sujetos que constituyen el grupo o sociedad, no es sino una
forma de crear un orden. Es un orden, en el sentido de que subordine la
acción de cada uno de ellos a un cierto sistema regido por una finalidad;
una finalidad que interesa a todos y a cada uno de ellos y que sólo puede
ser obtenida en la medida en que cada uno de ellos la respete y mantenga
ese orden.

Qué es el bien común

Nos acercamos así al concepto mismo de bien común. El bien co-


mún de la sociedad es, precisamente, ese orden en el actuar que condiciona
y coordina la operación de los diversos sujetos dentro de un sistema deter-
minado, y hace así posible, a cada uno de ellos, su propio desarrollo. El
bien común, por lo tanto, es un bien moral, pues consiste, precisamente, en
mantener un determinado orden en una pluralidad, orden que es esencial,
que es condición “sine que non” para cierta armonía que interesa a todos y
que hace posible el bien particular de cada uno.
El bien común de la sociedad estriba, pues, en respetar y mantener
siempre esta determinada armonía, impuesta por la naturaleza social del
hombre, que regula, reglamenta u ordena —empleemos la misma palabra—
el actuar de cada uno de los sujetos, dentro del conjunto. Pero, al mismo
tiempo, y esto se desprende del breve análisis de la realidad que hicimos,
este bien moral de orden, este bien que asegura la coordinación en el grupo,
tiene precisamente como razón de ser la propia perfección de cada uno de
los seres racionales, de los sujetos individuales, que constituyen el grupo.
El hombre, como ser inteligente y libre, al integrar el conjunto no ha
enajenado su sustancia, no la ha alterado, ha agregado un accidente que la
enriqueció. ¿Por qué lo ha hecho? Porque ese modo de actuar ha de ser el
REFLEXIONES SOBRE BIEN COMÚN, JUSTICIA, DERECHO... 435

camino adecuado para que, conforme a su propia naturaleza social, pueda


avanzar en la perfección.

***

Si bien a nuestro juicio, la naturaleza íntima del bien común es la


que hemos explicado, también suele definírsele por sus consecuencias. Así,
por ejemplo, la conocida definición de Merkelback, en su obra “Summa
Theologica Moralis”.
“El bien común es la común felicidad temporal, o sea, la perfecta
suficiencia de vida, debidamente subordinada a la bienaventuranza eterna;
el buen vivir humano o la armónica plenitud de los bienes humanos, el bien
humano en la plenitud y según la proporción que requiere la naturaleza
humana, el bien humano perfecto en cuanto puede tenerse en este mundo”.

Bien común y bien particular

Este simple análisis permite ya definir o determinar, con exactitud,


la relación entre el bien común y el bien particular.
El bien común del grupo consiste, como hemos dicho, en mantener
el orden en el actuar; el bien particular será el bien propio de cada uno de
los sujetos sustanciales que forman el grupo. Difiere, por lo tanto, el bien
común del bien particular tanto por la calidad, como por la extensión. Éste
mira a la finalidad propia del sujeto; en cambio, aquél dice relación al
orden en el actuar de los sujetos. Difiere también por su extensión, pues el
bien particular, por su propia definición, es sólo bien de uno y no de
muchos. En cambio, este bien moral del orden en el actuar, es bien de
todos, ya que es precisamente ese orden el que va a asegurar a todos la
obtención de su bien particular. Se trata, por lo tanto, de bienes de naturale-
za distinta.
En seguida, por lo mismo que son bienes de naturaleza diferente, los
bienes particulares no pueden confundirse con el bien común, ni éste con-
siste en la suma de aquellos.
El tercer lugar, el bien común no es óbice ni obstáculo para la
obtención del bien particular. Al contrario, el bien común es la condición
para que se obtenga el verdadero bien particular.
Si volvemos al análisis de nuestro ejemplo sobre cómo nació una
sociedad contractual y cuáles son sus características, veremos claramente
que el mantener el orden creado en el grupo y la búsqueda del fin legítimo
436 ESTUDIOS PÚBLICOS

conveniente al grupo es, precisamente, lo que hace posible que cada uno
alcance su propio bien o interés particular.
Y una última consecuencia: es evidente que en el orden metafísico
no puede haber jamás oposición entre el legítimo bien particular y el verda-
dero bien común, pues, como hemos visto, siendo de diferente naturaleza,
aquél sólo se alcanza dentro de éste. Es cierto que en la vida social obser-
vamos continuas tensiones en esta materia, pero su causa no arranca de una
supuesta incompatibilidad de ambos bienes en sí, sino de nuestra imperfec-
ción y dificultad para conocer verdaderamente el bien, ya sea de la parte, o
del todo. Tales conflictos implican error o deformación o del bien particu-
lar o del bien conjunto.
Si volvemos a nuestro ejemplo y suponemos que quienes trabajan en
la empresa quieren obtener una remuneración desmedida a las posibilida-
des de la sociedad, es evidente que ponen en conflicto su apetito particular
con el interés de ésta. Pero allí no hay oposición entre dos bienes verdade-
ros, ya que la demanda de mayores remuneraciones, si es desmedida en
cuanto a las posibilidades reales de la empresa, será una exigencia injusta.
Por el contrario, si por finalidades aparentes de bien común se pos-
pone o se disminuye en exceso la remuneración legítima a quienes aportan
el trabajo, tendríamos también un conflicto, pero allí estaría fundado en que
el bien común ha sido distorsionado y que se ha tratado de ocultar, bajo su
nombre, una ganancia injusta del capital frente al trabajo o alguna mala
distribución del ingreso que a todos interesa.
En lo ontológico, repetimos, ambos bienes se coordinan, ya que el
bien común viene a ser la condición, el clima, el medio dentro del cual el
actuar de cada uno va a permitirle llegar a su legítimo y honesto bien
particular.

El bien común de la sociedad política

El concepto de bien común es aplicable a todo tipo de sociedad que


cuente con los elementos antes señalados: pluralidad de sujetos, unidad en
el fin y unidad en la acción con ciertas características de permanencia. Con
todo, en la filosofía social y en el lenguaje corriente, por regla general el
concepto se aplica al bien propio de la sociedad política, o sea, del Estado.
La sociedad política es la más perfecta de las sociedades temporales, sin
perjuicio de la sociedad internacional, cuyo bien o fin es, en ciertas mate-
rias, superior al bien de cada Estado, pues resguarda la paz y la justicia
entre éstos.
REFLEXIONES SOBRE BIEN COMÚN, JUSTICIA, DERECHO... 437

Si aplicamos lo ya dicho al Estado como sociedad política organiza-


da, vemos que su bien común estriba en mantener un determinado orden en
el actuar de los ciudadanos, condición indispensable para el desarrollo de la
nación. El mantener ese orden es un bien moral; en el orden temporal, es el
bien moral más excelso, ya que hace posible el bienestar del conjunto y
éste, a su vez, permite el bienestar de cada uno de los ciudadanos. Como
enseña Santo Tomás de Aquino, es un bien de tan extraordinaria calidad
que no hay ninguna virtud humana cuyos actos no sean ordenables, mediata
o inmediatamente al bien común. Siendo el bien propio de la sociedad el
más alto en el orden temporal, todo lo temporal interesa al bien común. Es
un bien universal, por serlo de toda la sociedad política, un bien que perte-
nece a todos, y que, en consecuencia, no puede ser reducido ni amputado.
El concepto legítimo de bien común excluye toda deformación limi-
tante. Jamás podrá identificarse con el bien de una clase o grupo ni con el
bien de algunos; no puede nunca reducirse, pues, siendo el bien que intere-
sa al orden de todo el conjunto, es indudable que todos y cada uno de los
miembros de la sociedad tienen derecho a ser resguardados por el bien
común. En el momento en que dicho bien, como lo concibe la doctrina
marxista, tiende a identificarse exclusivamente con los intereses de un gru-
po o clase, es deformado y no puede cumplir sus finalidades; ha sido
reducido, eliminando de sus beneficios a un sector de los ciudadanos. Esto,
necesariamente, atenta en contra del orden y de la paz, necesarios para el
desarrollo de la nación.
El bien común no puede reducirse condicionándolo de un modo
excluyente a una determinada doctrina política, de cuyas consecuencias
pudiera resultar limitación en los derechos fundamentales de algún sector
de ciudadanos que integran la nación. Dejaría, así, inmediatamente de ser
verdadero bien común.
Este bien de orden que interesa a todos debe hacer posible, funda-
mentalmente, que la libertad e inteligencia de cada uno de los ciudadanos
puedan actuar respetando siempre lo justo. De allí que la legítima divergen-
cia de doctrina o de opiniones ha de tener amplia cabida dentro del concep-
to de bien común y su cercenamiento atenta en contra de derechos básicos
de la persona humana.

Bien común y justicia social

El bien común está resguardado por la virtud de la justicia, especial-


mente en su aspecto general o social. La justicia es la más excelsa de las
438 ESTUDIOS PÚBLICOS

virtudes que interesan al orden temporal precisamente porque resguarda


este bien moral fundamental, que es el bien de orden dentro del cual se
desarrolla, crece y prospera la comunidad. Es esta virtud la encargada de
mantener el conjunto y de velar por la integridad de este orden que asegura
la paz y la plenitud del desarrollo de cada uno de los miembros del grupo.
La justicia social, por lo mismo que es la virtud que asegura la
integridad del bien propio de la sociedad, no puede confundirse con el
interés de un grupo o de una clase, por muy numerosos que sean. No podrá
jamás identificarse con nada que excluya a alguien o a algún miembro de la
sociedad. Si el bien común interesa a todos, por su propia naturaleza onto-
lógica, también la justicia social debe velar por todos.
Se define la virtud de la justicia como aquella que “da a cada cual lo
suyo”. Precisamente, se da a cada cual lo suyo, mediante la aplicación de la
justicia, siempre que no se la limite. Es erróneo el concepto, presente a
menudo en opiniones o escritos, de que la justicia social consiste en dar
sólo satisfacción, por cualquier medio, a necesidades de determinados gru-
pos o clases. Puede tratarse de exigencias especialmente fuertes de la justi-
cia en un momento histórico determinado, pero no se agota allí el conteni-
do de dicha virtud.
La justicia social, por lo mismo que resguarda este orden universal
que interesa a todos los miembros del grupo, debe ocuparse de aquello que
es lo más urgente, pero sin descuidar jamás también sus otras y generales
funciones, aunque aparezcan como de menor apremio o de menos exten-
sión o importancia en un momento determinado. Nunca una injusticia po-
drá legitimarse moralmente fundándose en el contenido de justicia que
tenga una determinada reivindicación social. También en esto se diferencia
de manera esencial el pensamiento cristiano del marxista.

Los objetivos del bien común

Si analizamos el bien común propio de la sociedad política, esto es,


de un pueblo o de una nación, veremos que debe asegurar diversos aspectos
o bienes que se sintetizan, principalmente, en cuatro puntos:
El bien común debe asegurar un orden jurídico adecuado, es decir,
que resguarde la recta aplicación de la virtud de la justicia. Esto implica el
respeto de los derechos básicos del hombre, la integridad de las institucio-
nes que garanticen ese respeto y su adecuada y oportuna adaptación a la
realidad social, siempre sujeta a transformaciones y cambios.
El bien común debe asegurar un orden económico, esto es, un orden
que asegure a todos la posibilidad de poseer los bienes materiales que le
REFLEXIONES SOBRE BIEN COMÚN, JUSTICIA, DERECHO... 439

sean necesarios. Mientras en mayor grado lo obtenga, más perfecto será el


cumplimiento de su misión.
En tercer lugar, el bien común debe asegurar un adecuado sistema
de educación, que permita a todos recibir del patrimonio cultural lo que le
sea necesario y útil. Y en este aspecto, los derechos y obligaciones básicas
radican primeramente en la familia. Si bien es asimismo deber del Estado
velar por el cumplimiento de este fin, su acción es sólo subsidiaria y com-
plementaria a la que desarrollen los padres de familia y la iniciativa
privada.
Y, por último, el bien común debe asegurar un mecanismo institu-
cional que promueva el bienestar, con justicia y prudencia.
Velar por un ordenamiento jurídico adecuado —no puramente for-
mal— es asegurar, precisamente, la aplicación de la virtud de la justicia.
Pero ella no tiene por objeto hacer iguales a todos los hombres. Dar a cada
cual lo suyo no es dar a todos o a cada cual lo mismo. La justicia social no
es de igualdad aritmética, sino proporcional. Es la virtud que, dentro del
cuerpo social, debe asegurar a todos y a cada uno aquello que necesite, lo
cual estará determinado y condicionado por mil factores variables en rela-
ción a los pueblos y a las situaciones históricas o concretas determinadas.
Pero siempre permanecerá, como base inmutable, el respeto a los derechos
esenciales del hombre.
Nunca ha sido finalidad de la justicia asegurar la igualdad absoluta
más allá de esos derechos esenciales. Lo que tiene de grande el pensamien-
to cristiano, desde el punto de vista de la filosofía social, es, precisamente,
que concibe un orden jerárquico, un orden lógico, en el cual los seres,
desde la materia inanimada hasta el hombre, tienen sus órbitas, sus posicio-
nes, su sitio preciso, están relacionados unos con otros. Es cierto que todos
los hombres somos iguales en cuanto a la sustancia, en cuanto a nuestro fin
último y a nuestros derechos y obligaciones básicas, todos somos sujetos
activos y pasivos de las mismas virtudes, todos somos creaturas inteligen-
tes y con el derecho a ser libres, pero no todos llegamos al fin último
exactamente por el mismo camino accidental.
La justicia social debe asegurar en el orden —y esa es exigencia
fundamental del bien común— que a nadie falte aquello que le es necesario
como bien intermedio, para llegar a su fin último, pero de ninguna manera
esa exigencia significa de que a cada uno se le asigne lo mismo que otro
tenga. Siempre habrá desigualdades. En la desigualdad no está la injusticia;
la injusticia estriba en que a alguien le falte lo que necesite, lo que le es
adecuado. Eso es “lo suyo”, definido por la virtud, pero no es injusticia el
que los hombres estén en distintas posiciones y tengan diversas labores o
440 ESTUDIOS PÚBLICOS

misiones, llamados a vocaciones diferentes dentro de la sociedad, desde las


más humildes hasta las más altas.
El Dante, con aquella claridad y profundidad de su pensamiento, lo
expresa en una breve frase: “La justicia es proporción que existe entre los
hombres, relativa a las cosas y a las personas, la cual, conservada, mantiene
la sociedad y, destruida, la aniquila”. Es proporción que conserva a la
sociedad. Destruida la proporción, se destruye la sociedad. Una pseudojus-
ticia igualitaria y rasante no haría sino transformar la sociedad, que es un
orden, en una masa gris más bien propia de los seres irracionales, todos en
un mismo nivel y absolutamente privados de una serie de virtudes que
descansan, precisamente, en este hecho real: que los hombres estamos lla-
mados al mismo fin, pero por caminos que, si bien son análogos, no son
unívocos ni son siempre los mismos. Pero todos debemos actuar inteligen-
te, honesta y libremente.

Misión de la autoridad

Es fácil determinar la naturaleza de la autoridad derivándola de estas


breves reflexiones que hemos hecho sobre la naturaleza de la sociedad. Si
el bien propio de la sociedad es mantener un determinado orden en el
actuar; si ese orden en el actuar es condición para que cada uno obtenga su
legítimo bien particular, es obvio, dada la naturaleza humana y su imper-
fección, que alguien resguarde el orden y esa es la misión de la autoridad.
De allí que se la defina con razón como el gerente del bien común. Tiene,
por lo tanto, la misma excelsitud propia del bien común y de la justicia
social, pero en su propia naturaleza está la limitación. Jamás la autoridad
será autoridad si, lejos de resguardar el bien común, lo daña. Y lo daña al
deformarlo, al identificarlo, de un modo excluyente, con un bien de clase,
con un bien de grupo, o con un bien disminuido o deteriorado por una
determinada filosofía política. La autoridad deberá mantener siempre su
misión universal, cuidando por el bienestar del conjunto y de cada uno de
los miembros de la sociedad. Allí estriba su grandeza y allí está su limita-
ción. Concebimos el mundo como un orden, como todo un sistema que
tiene un fin, propio del hombre, inteligente y libre, creado como centro del
universo. Y este fin se alcanza dentro de la multiplicidad, de la diferencia-
ción y, al mismo tiempo, dentro de un actuar determinado que lleva a la
plenitud de la perfección de las cualidades que hacen del hombre un ser
diferente de todos los otros que carecen de inteligencia y de voluntad. Este
orden maravilloso ha llamado a verdadero éxtasis a tantos filósofos, a
REFLEXIONES SOBRE BIEN COMÚN, JUSTICIA, DERECHO... 441

tantos metafísicos. Es el “cosmos” de Pitágoras sinónimo de “hermosura”.


Es ese orden objetivo, creación de la Inteligencia Divina, tan exactamente
definido por San Agustín como “la disposición de cosas iguales y desigua-
les, atribuyéndose a cada cual su propio fin”.
Es incompatible con estos conceptos aquella tendencia, tan marcada
en épocas de crisis como la nuestra, de predicar el odio y la destrucción
como la vía adecuada para construir un mundo mejor. La injusticia no se
combate con una nueva injusticia, sino mediante la corrección y evolución
inteligente de las instituciones y el respeto a las virtudes morales.
Hay un curioso trasfondo de magia primitiva en quienes creen que a
través de la violencia, la destrucción, la negación incluso del derecho a la
vida a parte de los ciudadanos, ha de surgir, cual nueva ave fénix, un orden
mejor.
La tarea a la cual el hombre está siempre llamado es mucho más
elevada y noble: debe aplicar su inteligencia para corregir lo injusto, adap-
tar o sustituir las instituciones, hacer evolucionar las normas de modo de
alcanzar para el conjunto un mejoramiento de las condiciones sociales.
Pero sustituir la inteligencia y el derecho por la fuerza bruta, es renegar del
hombre y sumirlo en la jungla de lo irracional.
Es, pues, grave obligación la de contribuir siempre a la transforma-
ción oportuna de las instituciones, a una más perfecta aplicación de la
justicia y a la necesaria evolución de las formas sociales. Pero sin olvidar
nunca que la sociedad es para el hombre, y no reducir a éste, como lo
intenta el marxismo, a un simple engranaje secundario, inserto en una
estructura de poder en la cual el bien común se confunde con la ideología
excluyente de un grupo político.
Es cierto que en ciertas circunstancias es legítimo en el hombre el
empleo de la violencia, pero sólo como “ultima ratio”, esto es, como recur-
so extremo, y siempre que tenga por exclusivo objeto defender la justicia
en todo su amplio y profundo sentido. Son los casos de “legítima defensa”,
ya sea individual o colectiva, en los cuales el empleo de la fuerza en
amparo del derecho será, por lo general, una lamentable consecuencia ne-
gativa de la incapacidad por parte de la autoridad —nacional o internacio-
nal, en su caso— de velar efectivamente por la paz, que es el orden dentro
de lo justo.

El “legalismo formal” y lo “injusto”

Los chilenos nos enorgullecemos —y con razón— de nuestra tradi-


ción de respeto al orden jurídico.
442 ESTUDIOS PÚBLICOS

Afincándose en profundas raíces hispánicas, el genio de Portales


como político y el de Bello como jurista, imprimieron a nuestra República
un rumbo que le permitió crecer, hacerse respetar y ser respetada de una
manera notable, a pesar de su discreta estatura en el concierto de las nuevas
Naciones que surgían en el Continente Americano.
Bello, dando forma a lo intuido por el genio portaliano, supo situar
el centro de gravedad de nuestra convivencia social en la forma objetiva de
derecho que expresara lo verdaderamente justo, superando caudillismos
que sumieron a otros pueblos en largos y dolorosos períodos en los cuales
se pretendía identificar la ley con el capricho o las veleidades de quienes
detentaban el poder.
Pero, ¿cuál es el auténtico contenido de esta noble y valiosa tradi-
ción?
Hemos recordado ya, sucintamente, lo que es la ley: norma ordena-
dora en el actuar de seres libres, coordinados necesariamente dentro del
bien común de la sociedad. El valor intrínseco de la ley positiva no emana,
por tanto, de la voluntad omnipotente de quienes ejerzan el poder para
dictarla, pues no toda ley, por ser tal, concuerda necesariamente con lo que
en sí es “justo”. La fuerza moralmente obligatoria de una regla de derecho
positivo arranca, en último término, de su auténtica naturaleza de norma
dirigida a resguardar el verdadero interés general que exige, a su vez, el
debido respeto de los derechos esenciales de los ciudadanos.
No pretendemos entrar en una discusión académica sobre la natura-
leza íntima de lo jurídico. Bástenos recordar que, con muy raras excepcio-
nes más bien propias del marxismo, la filosofía del derecho exige, para que
la norma positiva sea una ley verdaderamente justa, que guarde efectiva
relación con el bien común o bien de la sociedad, considerado como una
realidad objetiva. Semejante exigencia se funda, para algunos, en los prin-
cipios inmutables del derecho natural y para otros en un sentimiento colec-
tivo de la equidad, pero en todo caso descansa en elementos más profundos
que la simple voluntad del legislador.
Ya lo dijo Cicerón en términos insuperables: “Hay una ley no escri-
ta, innata, que no hemos aprendido de nuestros maestros ni recibido de
nuestros padres, ni estudiado en los libros: nos la ha dado la naturaleza
misma. Esta ley natural es el espíritu y la razón del sabio, la regla del justo
y del injusto. De esa ley suprema, universal, nacida antes que ninguna otra
ley hubiera sido escrita, que ninguna ciudad hubiere sido fundada, se deriva
el derecho” (Oratione partitiones). Y en otras de sus obras —De Legibus—
expresa duramente y con sobrada razón: “Es completamente necio pensar
que no hay más derecho que el positivo”.
REFLEXIONES SOBRE BIEN COMÚN, JUSTICIA, DERECHO... 443

Es cierto que, por el buen orden razonable en el convivir humano,


ha de presumirse que toda norma positiva emanada de autoridad legítima
corresponde verdaderamente al interés general. Y de allí que no sea permi-
tido subordinar la validez o imperio de la ley al criterio personal de cada
ciudadano. Pero esta presunción —como tal— no es absoluta y es por eso
que los sistemas jurídicos han de contemplar necesariamente la defensa
efectiva de los derechos básicos ciudadanos frente a las arbitrariedades del
poder ejercido injustamente. Y aun, en último extremo y cumplidas riguro-
sas condiciones morales, puede el pueblo levantarse legítimamente en con-
tra del tirano y de sus inicuas arbitrariedades. Todo ello no es sino una
consecuencia lógica de la naturaleza del hombre, de su finalidad última, de
la estructura de la sociedad y del verdadero concepto de bien común, objeto
de las reflexiones que preceden.
El principio de la necesaria concordancia entre lo objetivamente
justo y la norma positiva es un principio básico, permanente y moralmente
ineludible para todo legislador. La ley sólo será justa si respeta los dere-
chos esenciales de los ciudadanos, debidamente coordinados con el verda-
dero interés general o social. Para ello será necesario que el legislador,
tomando como “materia” los hechos y problemas sociales concretos que
deba resolver, aplique a ellos los principios fundamentales de la justicia,
virtud moral que, como ya hemos visto, es inmutable y debe dirigir todo el
actuar de los hombres en sociedad.
Ni la ley positiva ni sus estructuras jurídicas son intocables. No
pueden ni deben serlo, pues, como representan la solución de necesidades
concretas de una sociedad en constante evolución, están obligadas a adap-
tarse continuamente a cada época. De allí que sea absolutamente erróneo
defender una supuesta intangibilidad de la ley positiva a pretexto de respe-
tar lo jurídico. Una norma que pudo ser justa en la época en que se dictó,
puede dejar de serlo por haberse modificado las condiciones que la motiva-
ron. Así, por ejemplo, el régimen de los mayorazgos y vinculaciones nació,
históricamente, por la necesidad de mantener la unidad militar, social y
económica que representaban ciertos puntos avanzados en fronteras en con-
tinua guerra o peligro. Desaparecida esa causa, se transformó en un privile-
gio injusto que debió ser abolido. Pues, hoy día reaparece en una forma
diferente de propiedad vinculada, al ordenarse que la pequeña empresa
artesanal o agrícola no sea destruida por la aplicación rígida de una legisla-
ción sucesoria estrictamente igualitaria.
Pero así como la norma positiva para continuar siendo justa debe
estar sometida a continua revisión y adaptación, ha de cuidarse que ella sea
siempre la auténtica expresión del bien de la comunidad, no identificado
444 ESTUDIOS PÚBLICOS

sólo con el interés de un grupo, por numeroso que sea, llámese clase,
“ismo”, partido político u otro tipo de organización.
La primera condición para ello —como ya dijimos— estriba en que
no se dañen los derechos esenciales de los ciudadanos.
Una de las grandes conquistas del hombre en su larga evolución por
ordenar su vida en sociedad de un modo pacífico consiste precisamente en
destacar y proteger esos derechos. Son los ciudadanos, en último término,
los elementos que constituyen la sociedad. Ella no es sino un haz de rela-
ciones —muy importante dada la naturaleza social del ser humano—, pero
complementarias a la personalidad de cada uno de los hombres que la
integran.
Larga —y a veces sangrienta— ha sido la historia de la defensa de
los derechos fundamentales del hombre. En el occidente son los viejos
fueros españoles, la Carta Magna y tanto otro documento que van jalonan-
do este proceso. Hoy día, ya en un ámbito mundial, es la Declaración de los
Derechos Humanos, notable código en cuya elaboración cupo gran influen-
cia a Chile y a destacados juristas nuestros.
La tradición jurídica, esto es, la tradición de respetar lo verdadera-
mente justo, no estriba, pues, en un fetichismo de la “ley escrita”, sino en el
esfuerzo por ajustarla al verdadero interés social. Si se mantuvieren leyes
que han quedado inadecuadas, o se dictaren leyes contrarias a derechos
fundamentales del hombre, quienes en su aplicación quisieren cubrirse con
la tradición jurídica chilena estarían, en verdad, desconociéndola.
No debe olvidarse que también el tirano, al cometer sus iniquidades,
alegará en su favor una legalidad “formal” que él mismo ha creado median-
te normas injustas.
La virtud de la justicia no es el capricho de quienes ejerzan el poder
y pretendan aplicar determinadas ideologías que excluyan de alguna mane-
ra valores básicos del hombre. La justicia —calificada ya por Aristóteles
como la más excelsa de las virtudes morales— descansa en la naturaleza
misma del hombre como ser inteligente y libre y exige, por tanto, que a
todos los ciudadanos se les resguarden sus derechos esenciales y se les
asegure, en la medida que el interés común lo permita, los medios adecua-
dos para el cumplimiento de sus tareas.
Por desgracia presenciamos hoy día un continuo abusar a pretexto
de lo “justo”, bajo la capa del cumplimiento puramente formal de normas
positivas vigentes o de normas “ad hoc” que se dictan para cohonestar una
injusticia, escudándose ésta a continuación bajo el pretexto de que se trata
de un acto “legal”.
REFLEXIONES SOBRE BIEN COMÚN, JUSTICIA, DERECHO... 445

¡Qué pobre sería el concepto de lo jurídico y de lo justo si pudiere


reducirse arbitrariamente a un mero juego formalista! Llevará a un fariseís-
mo cada vez más apartado de las verdaderas exigencias de la justicia y, por
último, al predominio de la fuerza. Por desgracia no faltan quienes, sincera-
mente convencidos de representar doctrinas de avanzada social, en esta
materia retrotraen siglos o milenios tratando de justificar que el mero cum-
plimiento de la letra de cualquier precepto legal positivo encuadra dentro
de la noble tradición jurídica chilena. Las consecuencias de tan errada
posición están a la vista: debilitamiento peligrosísimo del principio de auto-
ridad, deformación de los sistemas jurídicos positivos utilizándose la Cons-
titución Política —que es en sí una carta de derechos y deberes fundamen-
tales del ciudadano— como instrumento para poner en práctica medidas
arbitrarias, entre ellas la destrucción de la propiedad privada, abusos en
contra de otros derechos básicos del ciudadano y tanto hecho negativo que
contribuye hoy día a esterilizar o limitar entre nosotros generosos impulsos
de renovación social, perjudicando gravemente el interés común. La sana
intención, digna del mayor apoyo, de buscar formas sociales más justas, se
ve obstaculizada por quienes, a menudo, olvidan o desprecian valores hu-
manos elementales1.

1 Recopilación y síntesis de diversas conferencias y publicaciones, revisadas por el


autor.
446 ESTUDIOS PÚBLICOS

Carta a José Miguel Barros F.*

Santiago, 25 de febrero de 1973

Señor
José Miguel Barros F.
Londres

Querido José Miguel:

Espero habrás recibido mi carta del 19 de este mes. Después de


enviarla a Mario para que me hiciera el favor de incluirla en la valija, recibí
la tuya del día 16, que te agradezco. Paso a referirme a diversas materias:

Libros de Gusinde. Escribí a Nacho avisándole que mi amigo ale-


mán le enviara por la vía más segura los dos tomos, a fin de que Nacho
pueda hacérmelos llegar. Tengo gran interés en recibirlo, pues nunca los he
visto ni conozco los mapas y fotos que deben tener como anexos.
Sesiones de la Comisión. No ha habido más. Álvaro sigue aislado y
creo que tendrá todavía para algún tiempo.
Fotos y película sugeridas por el Prof. Weil. Estuve con el Cdte.
Lorca, quien debe luego partir a la zona para tomar las fotos y la película
que sugirió el Profesor Weil. Estuvimos estudiando el programa y espero
que resulten, pues las que se tomaron en nuestro viaje de enero son muy
malas, debido a las pésimas condiciones del tiempo, especialmente las de
Gable y de bahía Sleggett.
Borrador del capítulo histórico-geográfico. Días atrás me avisó Ma-
rio que había llegado y que él había ordenado se me enviara copia por
DIFROL, pero hasta hoy no la he recibido. Es lástima, pues habríamos
podido revisarla este fin de semana con Eugenio. Después será difícil en-
contrar el tiempo necesario, pero habrá que hacerlo.
No sé si el no envío se deberá al “curioso” hecho de que el Ministe-
rio de Justicia me ha eliminado como abogado integrante de la Corte Su-
prema, después de haberlo servido por muchos años. Según me dice Ger-

* Documento proporcionado por la familia de don Julio Philippi.


CARTA A JOSÉ MIGUEL BARROS 447

mán Vergara, Quico y Mario estaban indignados y nada habría sabido el


Min. Relaciones. Pero no creo que ni el Presidente ni su Ministro de Justi-
cia ignoren mis tareas. Resulta curioso que pueda asesorar al gobierno en el
delicado caso del Beagle, y no tenga competencia para continuar actuando
en la Corte Suprema. ¡Cosas de estos tiempos! Pero no teman que tan
insólita medida vaya a modificar mi decisión de seguir colaborando en el
Beagle mientras quieran recibir mi modesta ayuda. El desaire recibido en
nada altera mi voluntad de seguir colaborando en una causa de interés
nacional. Y no se hable más del asunto.
Exploraciones de 1830. Hemos trabajado mucho con Eugenio en un
memorándum sobre los viajes de mayo de 1830, sin esperar que puedan
allegarse nuevos antecedentes. Pienso que es necesario que tú conozcas el
posible planteamiento, no para incluir nada de esto en la Memoria, pero
para ver si hay que hacer alguna leve referencia o alguna salvedad, espe-
cialmente en relación con los documentos de 1918. Redactar una hipótesis
de trabajo puede también ser útil para las investigaciones que haga el
Comandante Green.
Documentos que me dejaste para su estudio. El legajo correspon-
diente al documento principal es muy interesante. Pero en él hay, a más de
ciertos errores en la reconstrucción histórico-geográfica, afirmaciones in-
comprensibles, como es suponer una tesis chilena que uniría el Cabo del
Espíritu Santo con el Cabo de Hornos. Se insiste también en que Murray
habría visto desde isla Gable hacia el E el mar abierto, lo que, a juzgar por
nuestro viaje de enero último, no es así. Creo que debiera hacerse una
reserva al utilizar este material.
Otros antecedentes. Escribí días atrás a Nacho Cox dándole el dato
de una publicación aparecida en “The United Service Journal and Naval
and Military Magazin”, Londres 1830, sobre el primer viaje de la Beagle,
escrita sobre la base de “un diario de a bordo”. Aparece mencionada en una
publicación argentina de muy pequeño interés e importancia. No recuerdo
que la hayamos revisado.
He encontrado también una referencia a un derrotero norteamerica-
no de la zona, publicado en 1890. Di la información a Arturo Ayala para
que vea la manera de ubicarlo. Me avisa que no está en DIFROL ni lo tiene
la Marina. Le sugerí que preguntaran a Londres pues seguramente debe
estar en las bibliotecas especializadas como la de la Sec. Geográfica de
Londres. En caso de que allí no apareciera, habría que buscarlo en U.S.A.
Mi amigo Francisco Orrego me escribe desde Washington diciéndo-
me que ha encontrado en la OEA una Biblioteca Colón, iniciada a comien-
448 ESTUDIOS PÚBLICOS

zos de siglo y paralizada alrededor de 1945, razón por la cual no está


disponible al público y es escasamente conocida. Me da una lista de diver-
sos mapas que allí encontró. Puse el hecho en conocimiento del señor
Pizarro de DIFROL, pudiéndole establecer contacto con Francisco para que
se continúe la pista. No tengo noticias posteriores.
Mapas que tuvo Fitz-Roy en 1829-30. Tarde o temprano va a ser
necesario reconstruir los mapas con que presumiblemente contaba Fitz-Roy
cuando llega a la zona en 1829-30. Quizás el Cdte. Green, con todo el
material existente en Londres, pudiera avanzar en ese sentido. Es útil tener
a la vista el libro de Basílico (que ya tanto nos ha ayudado en numerosos
aspectos.), págs. 41 y 42. Se entendería mucho mejor el enorme trabajo
hecho por Fitz-Roy, Murray y Stokes en abril-mayo 1830 si supiéramos
con qué mapas contaron.
Estos aspectos histórico-geográficos no deben tomarte tiempo por
ahora, pues bien escaso lo tendrás para hacer frente a la preparación de la
Memoria, pero quizás, como te digo, el Cdte. Green pudiere ir avanzando
en estas materias.

Un abrazo de tu amigo

J. Philippi
NOTAS SOBRE JUICIO ANTE ARBITRADORES 449

Notas sobre el juicio seguido


ante arbitradores*

La institución del arbitraje es muy antigua en el derecho. Ella impli-


ca sustraer del conocimiento de la justicia ordinaria determinadas materias
para someterlas al fallo de una o más personas designadas al efecto. Tam-
bién la distinción entre árbitros de derecho y arbitradores encuentran sus
raíces en viejos usos. Dice al respecto don Alfonso X en las Partidas:

árbitros en latin, tanto quiere decir, en romance, como Juezes aueni-


dores, que son escogidos, e puestos de las partes, para librar la
contienda, que es entre ellas. E estos son en dos maneras. La una es,
quando los omes ponen sus pleytos e sus contiendas, en mano de-
llos, que los oyan, e los libren según derecho… La otra manera de
Juezes de auenencia es, a que llaman en latin Arbitradores, que
quiere tanto dezir como aluedriadores, e comunales amigos, que son
escogidos por anuencia de ambas partes, para auenir, e librar las
contiendas que ouieren entre si, en qualquier manera que ellos
touieren por bien.

Y el sabio legislador precisa con exactitud que los primeros deben


actuar “como si fuessen Juezes ordinarios”, reconociendo en cambio a los
Arbitradores la facultad de que su juicio “sea fecho a buena fe, e sin
engaño”1.
Numerosos estudios se han efectuado sobre este tema, siendo de
destacar entre los autores chilenos, por su profundidad y amplitud, el de
Patricio Aylwin A.2.
No pretendemos en estas breves notas, abordar toda la materia, sino
hacer ciertas reflexiones sobre aspectos que en la práctica se han demostra-
do como de especial interés. Aspiramos, con ello, a aportar alguna expe-
riencia personal que pudiere ser de utilidad a quienes corresponda desem-
peñar las delicadas tareas de arbitrador tanto en el procedimiento como en
el fallo.

* Julio Philippi, “Notas sobre el juicio seguido ante arbitradores”, en Estudios jurídi-
cos, Vol. 2 (julio-diciembre 1973), Facultad de Derecho, Universidad Católica de Chile,
pp. 261-272. Su reproducción en esta edición cuenta con la debida autorización de la Facultad
de Derecho de la Universidad Católica de Chile.
1 Part. 3, tít. 4, ley 23, en 2 Las siete partidas 107-10 (Glosa del Lic. Gregorio López,

Barcelona, Imp. de Antonio Bergner, 1844).


2
P. Aylwin, El Juicio arbitral (Santiago, Editorial Jurídica de Chile) [en adelante
Aylwin].
450 ESTUDIOS PÚBLICOS

Aceptado el cargo en forma legal, declarado constituido el compro-


miso y emplazadas las partes conforme a la ley, son de especial importan-
cia los acuerdos que se alcancen en orden al procedimiento, o, en subsidio,
las reglas que el propio árbitro determine dentro de sus atribuciones. No
debe olvidarse que, en conformidad a lo dispuesto en el art. 636 de nuestro
Código de Procedimiento Civil, el arbitrador no está obligado a guardar en
sus procedimientos y en su fallo otras reglas que las que las partes hayan
expresado en el acto constitutivo del compromiso3, lo que no excluye, a
nuestro parecer, la posibilidad de que esas reglas puedan también ser fija-
das durante el proceso por acuerdo de las partes o por resolución del arbi-
trador.
Las normas supletorias contenidas en nuestro sistema procesal son
muy simples, pero ellas contienen ciertos principios que es conveniente
destacar: las partes debe ser emplazadas y oídas adecuadamente, es necesa-
rio agregar al juicio los elementos probatorios con el debido conocimiento
de los interesados, debe dejarse testimonio en los autos de la sustanciación
del litigio y la sentencia ha de llenar los requisitos que señala el art. 640 del
Código de Procedimiento Civil, entre ellas, a más de llevar fecha y ser
firmada por el arbitrador, debe contener la decisión de la litis y ser autori-
zada por un ministro de fe o por dos testigos en su defecto. Si bien el ya
citado art. 636 hace regir esas normas a falta de otras reglas que las partes
hayan fijado, parece lógico afirmar que ni siquiera el acuerdo de las partes
puede prescindir de tales principios, pues constituyen reglas mínimas pro-
cesales que garantizan propiamente el derecho de defensa y la recta com-
prensión de la sentencia que se dicte4.
La experiencia demuestra que es útil comprender en las normas que
regulen el procedimiento lo siguiente:
a) La indicación del objeto del juicio. Si el arbitraje se hubiere cons-
tituido para conocer, en general, de las dificultades surgidas entre las partes
en orden a un determinado vínculo o vínculos jurídicos, o a ciertos hechos
no precisados al requerirse la intervención del árbitro, la indicación del
objeto será en términos generales, expresándose que su particularización ha
de quedar fijada por las peticiones que se formulen en su oportunidad. La
indicación del objeto es fundamental, pues en relación a ella jugarán posi-
bles vicios de incompetencia y ultra petita;
b) Es muy conveniente que los litigantes otorguen los poderes con
las facultades enumeradas en ambos incisos del art. 7º del Código de Proce-

3
El art. 223 del Código Orgánico de Tribunales repite esta regla.
4 Véase Aylwin 516 passim.
NOTAS SOBRE JUICIO ANTE ARBITRADORES 451

dimiento Civil, pues ello facilitará un posible avenimiento, como también


acordar prórrogas en el plazo dentro del cual el asunto ha de ser resuelto.
c) En cuanto al procedimiento mismo, es recomendable confirmar
expresamente las muy amplias atribuciones del amigable componedor, se-
ñalando algunas como, por ejemplo, poder investigar por sí mismo los
hechos incluso fuera del lugar en el cual se lleva el juicio, oír opiniones
técnicas sin ceñirse a las formalidades propias de los informes periciales,
exigir a las partes la presentación de las probanzas en la forma, tiempo y
circunstancias que el propio árbitro estime convenientes, reservarse el dere-
cho de recibir o no a prueba la causa y de citarlas a comparendo en cual-
quiera etapa del juicio y, en general, llevar a cabo todas y cada una de las
diligencias que él mismo estime necesarias o útiles para el fiel cumplimien-
to de su labor, sin más limitación que el proceder siempre con conocimien-
to previo de todas las partes.
De especial utilidad resulta la atribución del árbitro para exigir a los
propios interesados, o a sus apoderados, respuesta a preguntas que les
formule en cualquier estado del proceso. Cuando ya los litigantes han ex-
puesto sus razones, expresado lo que piden y suministrado las probanzas
sobre las cuales se apoyan, estará el árbitro, previo un estudio cuidadoso de
todos los antecedentes, en condiciones de forzar en cierto sentido a las
partes a completarlos, ya sea esclareciendo posiciones ambiguas, ya sea
pronunciándose sobre puntos determinados u obligándolas a presentar, den-
tro de un plazo, todas las demás informaciones que sean de su conocimien-
to y que hayan retenido por razones de estrategia procesal u otras;
d) En general, es útil aplicar el sistema de presentación de peticiones
dentro de un plazo común. Ello no será aconsejable cuando claramente es
una de las partes la que va a accionar en contra de la otra, pero es frecuente
que todas tengan algo que pedir. La representación paralela implica mante-
nerlas en cierto pie de igualdad procesal, sin que ello signifique alterar los
principios de equidad en cuanto al peso de la prueba.
Por lo que respecta a las presentaciones de las partes, es adecuada la
práctica de establecer en el primer comparendo solamente las fases inicia-
les. Así, cuando se trate de demandas simultáneas, ha de contemplarse el
plazo para su presentación y el trámite de traslado también dentro de cierto
término, a fin de que cada uno pueda expresar sus opiniones. Algo análogo
ha de hacerse si se prevén presentaciones sucesivas. Fuera de estas prime-
ras tramitaciones, es preferible no establecer de antemano más reglas y
dejar para el momento oportuno al criterio del árbitro, en defecto de acuer-
do entre las partes, y resolver cómo ha de continuar el juicio, pues ello
dependerá del curso que tome el debate. A veces resultará conveniente
452 ESTUDIOS PÚBLICOS

ordenar nuevos traslados para réplicas y dúplicas, o bien, habrá llegado el


momento de abordar la recepción de pruebas, citar a conciliación, etc.
Es conveniente dejar testimonio de que los plazos son de días hábi-
les, y esclarecer si será o no aplicable al juicio el feriado de vacaciones que
para los miembros del Poder Judicial contempla el Código Orgánico de
Tribunales;
e) Si bien estimamos que el arbitrador está facultado para resolver
toda cuestión sobre procedimiento que pueda surgir y que no esté prevista y
puede interpretar los acuerdos tomados por las partes durante el juicio, es
aconsejable dejar de ello constancia expresa;
f) De especial importancia es el empleo, por parte del arbitrador, de
sus facultades para llamar a conciliación. Conviene dejar testimonio de su
derecho a hacerlo cuantas veces quiera y en cualquier estado del juicio.
El arbitrador o amigable componedor es juez, de modo que en defi-
nitiva su misión consistirá en juzgar5. Pero no puede olvidarse que, tal
como lo demuestra el desarrollo histórico de la institución, en el ejercicio
de su cargo ha de tratar de llevar a las partes a un entendimiento. Como
dicen las Partidas, debe “Auenirlas de qual manera quisiere” y más adelan-
te agrega que los arbitradores, e liberándolas, de manera que finquen en
paz”6.
La experiencia demuestra que si el arbitrador asume desde un co-
mienzo un rol activo en el juicio, toma las iniciativas que estime conve-
niente y está en todo momento impuesto del estado de la discusión, será
difícil que no obtenga un avenimiento;
g) En lo que concierne a notificaciones, incluso de la sentencia
definitiva, conviene establecer las siguientes formas: personal, mediante
copia enviada por mano o por correo certificado ordinario. Es razonable
que, en el primer caso, la notificación se entienda efectuada el mismo día;
en el segundo, un día después del envío por mano, y tres después de la
colocación de la carta en el correo. Si se ha designado actuaria, es útil dejar
testimonio de que las notificaciones podrán ser hechas tanto por él como
por el propio árbitro, y que el testimonio estampado en los autos por cual-
quiera de ellos será suficiente prueba del hecho de la notificación;
h) Por lo general, los arbitrajes de arbitradores son en única instan-
cia pues las partes renuncian de antemano a todo recurso. En el caso excep-
cional de contemplarse alguna segunda instancia, habrá que cuidar bien su
estructuración y qué recursos proceden. Es obvio, tal como lo dispone el

5
Id., 151.
6 Part. 3, tít. 4, leyes 23, 26, en Las siete partidas, supra nota 1.
NOTAS SOBRE JUICIO ANTE ARBITRADORES 453

artículo 239 del Código Orgánico de Tribunales, que nunca tendrá cabida la
casación de fondo en contra de una sentencia de amigable componedor,
dada su propia naturaleza, pero nada impide que se prevea una segunda
instancia también de arbitrador. Por el mismo motivo, tampoco procede un
recurso de inaplicabilidad.
La renuncia genérica a todos los recursos, tal como lo afirma el
Profesor Aylwin 7, no implica suprimir los de reposición, interpretación y
rectificación o enmienda, pues, a menos de haber sido también excluidos
en forma específica, caen plenamente dentro de la competencia del amiga-
ble componedor.
La renuncia a todo recurso, por muy categórica que sea, general y/o
enumerativa, tampoco excluye, según la doctrina de nuestros autores y la
jurisprudencia, la casación de forma por incompetencia y por ultra petita, ni
el recurso de queja. Volveremos sobre el particular.
i) Por último, no está de más dejar claramente precisado que el arbi-
trador podrá, después de dictada la sentencia, conocer de su cumplimiento.
En caso de conciliación es, asimismo, conveniente precisar que el árbitro
continúa en funciones mientras no se haya dado íntegro cumplimiento a lo
acordado. Todo ello siempre que esté dentro del plazo convencional o legal
en el cual ha debido dictar sentencia, o del plazo especial que se le fije para
tales efectos. Semejante estipulación es recomendable, pues, si bien el
artículo 635 del Código de Procedimiento Civil reconoce al árbitro de
derecho competencia para conocer de la ejecución de su sentencia definiti-
va “si no está vencido el plazo por que fue nombrado”, no hay norma
expresa para los arbitradores y la jurisprudencia no es clara al respecto8.
Veamos ahora cuál es el ámbito dentro del cual el árbitro debe dictar
su sentencia.
Siguiendo los principios tradicionales del derecho en estas materias,
el artículo 223 del Código Orgánico de Tribunales establece que “el arbi-
trador fallará obedeciendo a lo que su prudencia y la equidad le dictaren”.
Y el artículo 640 del Código de Procedimiento Civil, al fijar los requisitos
de la sentencia del arbitrador, expresa que ella debe contener “las razones
de prudencia o de equidad que sirven de fundamento a la sentencia”.
Llama desde luego la atención la redacción diversa de ambos pre-
ceptos, pues mientras el Código Orgánico habla de “la prudencia y la
equidad”, el Código de Procedimiento Civil separa ambos conceptos por
una o. No atribuimos, sin embargo, mayor significación a tal diferencia,
pues, a nuestro juicio, no se ha tratado de establecer dos elementos diferen-
7
Aylwin 524, 501.
8
Id. 457.
454 ESTUDIOS PÚBLICOS

tes copulativos o disyuntivos sino de expresar que es el árbitro, mediante su


prudencia, quien determina lo equitativo. Este concepto suele expresarse
también en el derecho con las expresiones fallar “según su ciencia y con-
ciencia”, “según su leal saber y entender”, “conforme a la verdad sabida y
buena fe guardada”, “de acuerdo con la voluntad de la justicia natural”,
sentencia dictada “ex equo et bono” o, como dice el comentario de Grego-
rio López a las Partidas, “conociendo el avenidor de buena fe conforme a la
verdad de cualquier modo sabida”. Para Tapia, en el Febrero Novísimo, el
arbitrador debe resolver “procediendo con moderación”9.
Tan amplios conceptos ¿quieren decir que el arbitrador puede resol-
ver sin sujeción absolutamente a ninguna norma objetiva? ¿Podría afirmar-
se que falla a su capricho o mero arbitrio?
Veamos con mayor detenimiento el punto, pues encierra interesan-
tes problemas.
Nuestra legislación positiva no ha definido ni lo que debe entender-
se por prudencia, ni por equidad. Siguiendo las normas de interpretación de
la ley, recurramos al Diccionario de la Real Academia:
La prudencia es una de las virtudes cardinales que consiste en dis-
cernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello.
Significa también, en nuestro idioma, templanza, moderación, discerni-
miento, buen juicio, cautela, circunspección, precaución. Todo ello apunta
claramente a una facultad de la inteligencia al distinguir entre lo bueno y lo
malo, pero también a una característica de la voluntad al operar con tem-
planza, moderación, discernimiento. No actuaría, pues, con prudencia el
arbitrador que, por ejemplo, expidiera su fallo en forma precipitada, sin
haber oído debidamente a alguna de las partes, o sin analizar los anteceden-
tes con el debido cuidado.
¿Y qué ha de entenderse por equidad? El Código Civil habla sola-
mente en su art. 24 de la equidad natural como la última norma de interpre-
tación de la ley, aplicable en defecto de todas las anteriores10. Otros textos
legales, como los citados del Código de Procedimiento Civil y del Código
Orgánico de Tribunales, emplean la expresión equidad a secas.
El Diccionario de la Real Academia define el término, entre otras
acepciones que no vienen al caso, como bondadosa templanza habitual;
propensión a dejarse guiar, o a fallar, por el sentimiento del deber o de la
conciencia, más bien que por las prescripciones rigurosas de la justicia o
9
Id. 153; Part. 3, tít. 4, ley 23, en Las siete partidas, supra nota 1; 4 E. de Tapia,
Febrero Novísimo 34 (Valencia: Impr. de Ildefonso Mompié, 1828).
10 Así lo ha declarado la Corte Suprema en diversas sentencias. Véase Repertorio de

legislación y jurisprudencia chilenas- Código Civil 102, 2ª ed. (Santiago, Editorial Jurídica de
Chile, 1968).
NOTAS SOBRE JUICIO ANTE ARBITRADORES 455

por el texto terminante de la ley. También como justicia natural por oposi-
ción a la letra de la ley positiva.
El origen de este concepto es muy antiguo. Ya Aristóteles se ocupó
de la equidad en relación a lo justo. En el Libro V de su Ética a Nicómaco
leemos:

Lo equitativo, siendo justo, no es lo justo según la ley, sino la


regulación de lo justo legal. La causa de esto es que toda ley es
universal; mas, respecto de algunas cosas no es posible decir recta-
mente de manera universal. En los casos en que es necesario expre-
sarse universalmente, pero imposible hacerlo de este modo correcta-
mente, la ley toma el caso común, no ignorando que hay error. No
por eso la ley es menos recta. En efecto, el error no está en la ley ni
en el legislador, sino en la naturaleza de la cosa, pues desde su
origen la materia de lo operativo es así. Por consiguiente, cuando la
ley dispone de manera universal, mas acontece un caso particular
fuera de lo dispuesto universalmente, entonces se procede rectamen-
te si donde calló el legislador, o donde erró al hablar en absoluto, se
corrige la falta. Porque el legislador, de estar presente, hubiera esta-
tuido así; y si lo hubiera sabido, hubiese establecido tal ley11.

Santo Tomás de Aquino, al comentar este texto, abunda en el mismo


sentido e identifica a la equidad con la epiqueya, esto es, con la excepción
del caso particular frente a la norma general. Agrega: “lo equitativo es
mejor que lo justo legal, pero está contenido bajo lo justo natural”12.
Dada su estrecha relación con el derecho, también los juristas se han
ocupado de la equidad. Sin entrar a los variados conceptos que se han
emitido, quisiéramos destacar el pensamiento de Coviello, para quien la
equidad no se contrapone al derecho ni es tampoco el espíritu de la ley,
sino que constituye la justicia en un caso determinado.
Siguiendo en cierto sentido el pensamiento aristotélico13 explica
que:
El derecho establece normas; mas estas normas son generales y
corresponden a una relación de la vida, abstractamente considerada
como tipo y como promedio tomado de una infinita variedad de
casos, por lo cual ocurre con frecuencia que la norma que corres-

11 Texto incluido en la obra de Santo Tomás de Aquino, La justicia-Comentario al

libro quinto de la Ética a Nicómaco, 238, B. R. Raffo Maguasco, tr. (Buenos Aires, 1946).
12
Id. 239.
13
N. Coviello, Doctrina general del Derecho Civil, 8, Felipe de J. Tena, tr. (México,
1938). Fundamentalmente difiere Coviello del pensamiento tomista en cuanto no acepta el
derecho natural y concibe la ley positiva como un ordenamiento abstracto, posición propia del
idealismo jurídico pero alejada del realismo cuyo punto fundamental de partida fijó Aristóte-
les.
456 ESTUDIOS PÚBLICOS

ponde al hecho según ordinariamente se realiza y por lo cual es


abstractamente justa, no corresponde a la realidad de un caso deter-
minado que presenta particulares circunstancias y, por consiguiente,
resulta injusta en el terreno concreto. Tener en cuenta las circuns-
tancias especiales del caso concreto, y no aplicar en su rigidez la
norma general, sería el oficio de la equidad. Para Coviello, cuando
el juez hállase autorizado para recurrir a la equidad, no debe ser ésta
una convicción meramente subjetiva y arbitraria, sino que debe te-
ner un fundamento objetivo en la especial naturaleza de la relación
de hecho. De otro modo, no sería la equidad sino el arbitrio el que
se substituiría al derecho14, 15.

Muy poco hemos encontrado en los autores nacionales sobre este


tema. Don Paulino Alfonso, refiriéndose al art. 24 del Código Civil, rela-
ciona la equidad natural con el derecho natural, pero agrega que al hablar el
Código Civil de este concepto no se ha referido a la virtud que templa o
suaviza el rigor de la ley, pues si ésta existe, el juez es obligado a aplicarla,
sino a la virtud que, inspirándose en los principios de justicia natural y
eterna, suple el silencio de la ley escrita y complementa, por decirlo así, la
obra del legislador16. Análogo concepto se encuentra en la recopilación
publicada de los apuntes de clase sobre Código Civil de los profesores
Cood, J. C. Fabres, Claro S. y J. F. Fabres17.
Si bien la definición que se dé al concepto de equidad puede variar
según cual fuere el criterio jusfilosófico en el cual se encuadre, pensamos
que ha de coincidirse en estimarla como la aplicación a un caso particular
de lo justo, entendido, no como sinónimo estricto de lo legal, sino como
expresión de ese substrato de derecho vigente que impera en la vida social
y que se afinca, en último término, en la propia naturaleza del hombre.
Este somero análisis permite, pues, concluir que la prudente estima-
ción de la equidad hecha por el arbitrador, si bien descansa en su propia
convicción y raciocinio, no es producto de su capricho o mero arbitrio, sino
que estriba en detectar cuidadosamente lo que en verdad es justo frente al
caso particular. Como la conclusión está fundada en su propia valoración,
no podrá ser revisada, a menos que se haya contemplado alguna adecuada
instancia superior.

14 Id.9.
15 De gran interés es el notable estudio de Alipio Silveira, La equidad en el Derecho
del Trabajo, 42 Revista de Derecho, Jurisprudencia y Ciencias Sociales y Gaceta de los
Tribunales (R.D.J.), L 5 (1945).
16 P. Alfonso, Explicaciones del Código Civil, 114 (Santiago, 1882).
17 P. Alfonso, Explicaciones del Código Civil, art. 24 (Valparaíso, 1887).
NOTAS SOBRE JUICIO ANTE ARBITRADORES 457

Con todo, y como se desprende de lo dicho, si su fallo fuere dictado


con manifiesta imprudencia o fundado en el capricho o mero arbitrio, esa
intangibilidad desaparece.
Sin pretender en este breve ensayo agotar tan fundamental tema,
desearíamos abordar más detenidamente algunos aspectos.
Innecesario resulta recordar que hay determinadas materias que
nuestra legislación prohíbe someter al conocimiento de árbitros18. Estima-
mos que si dentro de un arbitraje surgiere directa o indirectamente algún
punto que implique pronunciarse sobre ellas, el compromiso, sea de dere-
cho o arbitrador, está impedido de hacerlo. Así se ha declarado por nuestros
tribunales. Las sentencias, citadas por don Manuel E. Ballesteros, se refie-
ren a cuestiones sobre filiación que han incidido en juicios de partición 19.
Tampoco puede el arbitrador prescindir de normas básicas de proce-
dimiento señaladas por las partes o, en su defecto, por la ley. Nuestro
ordenamiento procesal contempla disposiciones sobre la casación de forma
en contra de sentencias de arbitradores, como es el art. 796 del Código de
Procedimiento Civil, si bien su procedencia en ciertos casos ha dado origen
a dificultades 20.
Otra importante limitación en el aspecto procesal tiene el arbitrador
en la materia sometida a su conocimiento. No puede abocarse a asuntos
ajenos a ella y de allí que, como ya lo dijimos, su sentencia, aun cuando se
hubieren renunciado todos los recursos, será casable de forma por incom-
petencia y por ultra petita. Así se ha resuelto en repetidas oportunidades
por nuestros tribunales 21.
Conviene recordar que también por la vía indirecta de una acción
común de nulidad de la convención de arbitraje o del nombramiento de
árbitro podrá dejarse sin efecto una sentencia de arbitrador, a pesar de
haberse renunciado todos los recursos. No se trataría, en tal evento, de una
nulidad procesal susceptible de hacerse valer solamente por los medios que
contempla el ordenamiento para juicios, sino de la acción propia del dere-
cho civil que permite anular las convenciones o contratos. La distinción

18 Código Orgánico de Tribunales, arts. 229, 230, y otras leyes especiales.


19 2. E. Ballesteros, La ley de organización y atribuciones de los tribunales de Chile
105 (Santiago, 1890).
20
Aylwin 526.
21
De especial interés es la sentencia de la Corte Suprema publicada en 10 R.D.J. II,
1, 353 (1913), pues declaró incluso que la renuncia al recurso de apelación no impedía a la
parte apelar en contra de la resolución de un arbitrador que declara improcedente una casación
de forma deducida fundándose en que el fallo se dictó ultra petita y con manifiesta incompe-
tencia. Y como no se había previsto en el compromiso un tribunal de segunda instancia,
ordenó a la respectiva Corte de Apelaciones conocer de esa apelación.
458 ESTUDIOS PÚBLICOS

entre ambos aspectos encierra puntos delicados, que no es el caso dilucidar


en esta oportunidad, analizados cuidadosamente en sentencias de nuestros
tribunales. Acogida la acción de nulidad de la convención que dio origen al
asunto arbitral, la sentencia caerá también debido al efecto retroactivo pro-
pio de la nulidad judicialmente declarada establecido en el art. 1.687 del
Código Civil22.
Por último, también en el campo de los recursos, debe recordarse
que la Corte Suprema, en virtud de las facultades que le otorgan los arts. 86
de la Constitución Política*, 540 y 541 del Código Orgánico de Tribunales,
puede conocer de quejas deducidas en contra de sentencias dictadas por
arbitradores, aun cuando estén renunciados todos los recursos e incluso si
en esa renuncia se mencionare expresamente la queja23. Estimamos que ella
procede no solamente en casos en los cuales exista alguna infracción grave
de los preceptos procesales aplicables al juicio, sino también frente a fallos
inmorales, dolosos, manifiestamente inicuos, absurdos, contradictorios,
ininteligibles o imposibles de cumplir. Así, la Corte Suprema ha anulado
una sentencia de arbitrador por estimar que no podía acogerse una demanda
de perjuicios fundada en un supuesto incumplimiento del contrato, en cir-
cunstancias de que ese contrato había sido cumplido24. Pensamos, sin em-
bargo, que debe hacerse uso muy moderado de esta facultad correccional
en cuanto al criterio mismo de lo decidido por el amigable componedor,
dada su amplia facultad para estimar prudentemente lo que considere equi-
tativo.
No cabe duda que el arbitrador puede fallar en contra de ley expre-
sa, pues en eso consiste, como ya hemos explicado, su facultad de guiarse
por la equidad. Con todo, tal como lo manifiesta el Profesor Aylwin25,
“bien puede el arbitrador sujetarse a los preceptos legales en el fallo del
juicio, si encuentra en ellos la más estricta prudencia y justicia; su calidad
no lo obliga a despreciar las normas de derecho”.
El mismo autor señala ejemplos para confirmar la amplitud de las
atribuciones del arbitrador e incluye en ellos la posibilidad de aceptar como
válido un acto viciado de nulidad absoluta, declarar incapaz a una persona
capaz y viceversa, alterar las reglas del peso de la prueba, etc., “aunque con
ello viole disposiciones de orden público, si en su conciencia cree que así
es prudente y equitativo”. Y agrega otros ejemplos:

22
Aylwin 505.
* [La referencia es al art. 86 de la derogada Constitución de 1925, que establecía la
superintendencia correccional de la Corte Suprema. En la actual Constitución esta superinten-
dencia está mencionada en el art. 79 (N. de los antologadores).]
23
Id., 524, 504.
24
62 R.D.J. II. 1, 162 (1965).
25 Aylwin 152.
NOTAS SOBRE JUICIO ANTE ARBITRADORES 459

un amigable componedor puede admitir que se le pruebe un contra-


to de compraventa de bien raíz por otros medios que la escritura
pública, aunque la solemnidad de instrumento auténtico esté pres-
crita por razones de orden público; su omisión no obsta a que el
arbitrador adquiera, en virtud de otras pruebas, el convencimiento
de que tal contrato se ha convenido entre las partes y que es de
justicia ordenar su cumplimiento, para cuyo efecto puede disponer
que se reduzca a escritura pública 26.

Coincidimos con la opinión del señor Aylwin en cuanto a que las


facultades del arbitrador no están limitadas ni siquiera por disposiciones de
orden público, siempre que, como es obvio, se trate de materias suscepti-
bles de someterse a compromiso.
De gran interés es un caso fallado como amigable componedor por
Arturo Alessandri R.27 Fundándose en razones de equidad, claramente se-
ñaladas al resolver, ordena distribuir una herencia intestada entre hermanos
e hijos ilegítimos del causante con prescindencia de las reglas del Código
Civil sobre esas materias. Surge la pregunta, ¿podría hacerse algo semejan-
te modificando las cuotas hereditarias de asignatarios forzosos? A nuestro
juicio, sí, siempre que ello esté claramente incluido en el compromiso y se
den razones de equidad muy bien fundadas.
Nuestra Corte Suprema, con razón, ha establecido sin embargo un
límite al arbitrador en los preceptos de derecho público y atribuye esa
calidad a las normas que regulan la competencia en materia de asuntos
laborales 28.
¿Podrá un arbitrador resolver prescindiendo de una sentencia ante-
rior, dictada por la justicia ordinaria o por otro tribunal y que cumple con
los requisitos legales para producir cosa juzgada entre las partes? En otros
términos, ¿está el arbitrador sujeto a las reglas consignadas en nuestra
legislación sobre el mérito de las sentencias ejecutoriadas? La cuestión no
merece duda si todos los interesados están de acuerdo en que el compromi-
so pueda modificar esa decisión anterior, o contradecirla, pero la dificultad
surgirá si es una de las partes la que le pide prescindir del mérito de cosa
juzgada de un determinado fallo por estimarlo inequitativo. No hemos en-
contrado resuelto el punto ni en los autores ni en la jurisprudencia chilena.
En la jurisprudencia francesa la cuestión ha sido debatida, primando el
principio de que debe respetarse la cosa juzgada emanada de sentencias
anteriores, a menos que en el compromiso se faculte al árbitro para rever-

26
Id. 153.
27 28 R.D.J. II. 1, 108 (1931).
28 56 R.D.J. II. 3, 188 (1949).
460 ESTUDIOS PÚBLICOS

las29. También han resuelto los tribunales franceses que el arbitrador queda
sujeto a la cosa juzgada emanada de su propia sentencia30, lo que no es
óbice, a nuestro juicio, para que pueda conocer y resolver peticiones de
modificación o rectificación que las partes le formulen, salvo que hubieren
renunciado específicamente a ello o que hubiere ya vencido el plazo del
arbitraje.
¿Qué reglas de criterio podrían ser útiles a un amigable componedor
para determinar con prudencia qué es lo más equitativo en el caso sometido
a su fallo?
Dada la naturaleza de la prudencia y equidad, cualquier intento de
enumerar factores forzosamente ha de ser incompleto y no podrá limitar el
amplio campo dentro lo cual opera el arbitrador. Con todo, ensayaremos
algunos:
a) Como ya hemos dicho, los preceptos de la ley positiva que regu-
len el caso pueden ser una guía útil inicial, pues es lógico suponer que el
legislador generalmente ha sabido expresar lo justo;
b) Dentro de este primer supuesto deberá atribuirse a los textos
legales positivos su más profundo sentido e intención y no estarse solamen-
te a su tenor literal. Es la ratio legis la que indicará el pensamiento de
fondo del legislador. En este sentido, la tarea del amigable componedor
frente a la interpretación de textos legales es diferente a la del juez, pues
éste, por razones de prudencia, ha sido colocado por el Código Civil en un
estrecho campo que bien merece, en nuestro actual estado de desarrollo
jurídico, una cuidadosa revisión.
c) Especialmente atento ha de estar el arbitrador a los hechos o
circunstancias posteriores a la dictación de la ley positiva y que, en conse-
cuencia, el legislador no pudo considerar; y a aquellos otros que, por su
naturaleza muy peculiar o de escasa ocurrencia, no cabían propiamente en
un ordenamiento general;
d) De gran utilidad será para el arbitrador el empleo de ciertos
principios morales básicos de la vida jurídica, como el de no enriquecerse
sin causa, no abusar de su derecho, no aprovecharse de su propia mala fe ni
de la debilidad o ignorancia ajena, ni celebrar contratos leoninos, aceptar la
revisión de estipulaciones que han llegado a transformarse en excesivamen-
te onerosas por causas no previsibles, etc. Si bien estos conceptos también
juegan dentro de los sistemas de derecho estricto, en ellos no siempre es
fácil su aplicación. El arbitrador, en cambio, podrá emplearlos con amplia

29
8 Pandectes françaises 115, Nos. 1414-15 (París, 1890).
30 Id., 119, Nº 1431.
NOTAS SOBRE JUICIO ANTE ARBITRADORES 461

libertad. Por lo general, ellos serán una de las guías más seguras para
establecer lo equitativo;
e) En definitiva, el arbitrador ha de sopesar los elementos indicados
en cuanto le sean útiles, en relación con todos los demás factores, de
cualesquiera naturaleza que sean, que su prudencia le aconsejen considerar
y que le permitan resolver la cuestión como lo habría hecho un legislador
justo frente a ese caso particular, aun cuando con ello deba ir en contra de
ley expresa.
Y para terminar, ¿qué mejor resumen de las limitaciones del arbitra-
dor que las señaladas por don Alfonso el Sabio en las Partidas?

Otrosí decimos, que si el mandamiento, o el juyzio de los auenido-


res fuesse contra nuestra Ley21, o contra natura, o contra buenas
costumbres; o fuesse tan desaguisado que non se pudiesse cumplir,
o si fuese dado por engaño, por falsas prueuas, o por dineros; o
sobre cosa que las partes non ouiessen metido en mano de los aueni-
dores; por cualquier destas razones, que fuesse aueriguada, non val-
dría lo que assi mandassen, nin la parte que assi non lo quisiesse
obedecer, non caería por ende en pena32.

31 La expresión “nuestra ley” debe entenderse en el sentido restrictivo de derecho

público, de preceptos que dicen relación con la Corona, pues si se la quisiere interpretar como
toda norma jurídica positiva, los arbitradores se identificarían con los árbitros de derecho, en
contra de lo preceptuado en las propias Partidas.
32
Véase nota 1 supra.
462 ESTUDIOS PÚBLICOS

ÍNDICE

ESCRITOS Y DOCUMENTOS DE JULIO PHILIPPI

Primera Parte

Introducción ..................................................................................... 325

1. “Maritain y el problema político” (1937) ................................. 335

2. “Apostolado social y acción política” (1937) ........................... 342

3. “Notas sobre nulidad e inexistencia en nuestro Código Civil”


(1937) ....................................................................................... 352

4. “Notas sobre acción social agrícola” (1938) ............................ 360

5. “Limitación de la propiedad territorial: Notas en torno de una


polémica” (1939) ...................................................................... 366

6. “Sindicalización campesina” (1947) ........................................ 374

7. “¿A dónde va el socialismo-cristianismo?” (1947) .................. 376

8. “Desviaciones en grupos católicos de Francia” (1952) ............ 383

9. Posición contraria a las sanciones contra Cuba (1964) ............ 391

10. “Las cuestiones tributarias y cambiarias en el proceso de


integración” (1967) ................................................................... 396

11. “Aspectos procesales en el juicio arbitral sobre Alto Palena”


(1970) ....................................................................................... 415

12. Intercambio de cartas con el ministro de Relaciones Exteriores,


Clodomiro Almeyda Medina (1971-1972) ............................... 426

13. “Reflexiones sobre bien común, justicia, derecho y formalismo


legal” (1972) ............................................................................. 430
ÍNDICE DOCUMENTO 463

14. Carta a José Miguel Barros F. (1973) ....................................... 446

15. “Notas sobre el juicio seguido ante arbitradores” (1973) ........ 449

Segunda Parte
(Por aparecer en Estudios Públicos Nº 75, invierno de 1999)

16. “Modelos en el campo del derecho” ( 1978) ............................

17. Estructura social del pueblo yámana (1978) ..........................

18. Sentencia arbitral del 20 de mayo de 1981 ...............................

19. Fallo del Tribunal Constitucional del 26 de noviembre de 1981


sobre ley que modifica el Código de Comercio .......................

20. Ángeles y demonios (1995) .................................................

También podría gustarte