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Probablemente nada ha cambiado más en la educación superior en los

últimos 50 años que los propios estudiantes. En “los viejos tiempos”,


cuando menos de un tercio de los estudiantes de las escuelas
secundarias continuaban su educación superior, la mayoría procedía de
familias que también habían ido a la universidad o al college. Por lo
general, provenían de contextos ricos o al menos financieramente
seguros. En concreto, las universidades podían ser selectivas, aceptando
a los postulantes con los mejores antecedentes académicos, y por lo
tanto tenían más posibilidades alcanzar el éxito. El tamaño de las clases
era menor y los profesores tenían más tiempo para enseñar y menos
presión para hacer investigación. La experiencia en enseñanza era
importante, aunque no tan esencial como ahora; los buenos estudiantes
estaban en un entorno en el que tenían muchas probabilidades de tener
éxito, incluso si el profesor no era el mejor profesor del mundo. Este
modelo “tradicional” sigue vigente en la mayoría de las universidades
privadas de élite como Harvard, MIT, Stanford, Oxford y Cambridge y
unas pocas instituciones de vanguardia. Sin embargo, en la mayoría de
las universidades públicas y los colegios comunitarios de dos años de la
mayoría de los países desarrollados, esta realidad ya no existe (si es que
alguna vez existió).

La base de estudiantes se ha tornado mucho más diversa. Por ejemplo,


en la Columbia Británica, aproximadamente dos tercios de la cohorte
escolar del Grado 8 de 2007/2008 (67%) ingresaron a la educación
pública postsecundaria en otoño de 2014 (Heslop, 2016).  A medida que
las jurisdicciones estatales exigen a las instituciones que suban en un
70% la tasa de ingreso a algún tipo de educación postsecundaria
(Ontario, 2011), las universidades y colleges deben incluir a aquellos
grupos previamente desatendidos, como las minorías étnicas (en
particular, afro-americanos y latinos en los EE.UU.), los nuevos
inmigrantes (en los países más desarrollados), estudiantes aborígenes
en Canadá y estudiantes con inglés como segundo lengua, de esta
manera las escuelas públicas del nivel inicial k-12 integran a la diversidad
de sus estudiantes. En otras palabras, las instituciones postsecundarias
representrán la misma diversidad socioeconómica y cultural que la
sociedad en general, en lugar de ser instituciones reservadas para una
minoría de élite.

Los gobiernos también están presionando a las universidades a aceptar


más estudiantes internacionales que pueden pagar matrícula completa o
aún más, lo que a su vez se suma la diversidad cultural y de idiomas. En
Canadá, de hecho, el número de estudiantes internacionales
presenciales ha incrementado drásticamente en los últimos 20 años. En
la University of British Columbia Vancouver en el año académico 2021-
2022, de un total de  60.000 estudiantes aproximadamente,  16.804 era
de estudiantes internacionales provenientes de  148 países, que
constituyen más de un cuarto del total del estudiantado (UBC, 2022).

También veremos que en muchos países desarrollados, los estudiantes


universitarios y terciarios son mayores de lo que solían ser y ya no son
estudiantes dedicados a tiempo completo al estudio y un poco de
diversión (o viceversa). El aumento en el costo de los aranceles y en el
costo de vida obliga a muchos estudiantes a tener un trabajo de media
jornada, lo que inevitablemente entra en conflicto con los horarios de las
clases regulares, incluso si los estudiantes son clasificados formalmente
como estudiantes de tiempo completo. Como resultado, los estudiantes
necesitan más tiempo para graduarse. En los EE.UU., el tiempo
promedio para finalizar una licenciatura de cuatro años es ahora de 5.1
años (Shapiro, et al., 2016).

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