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Copyright © 2022 Lily Perozo y Lina Perozo Altamar

Todos los derechos reservados.


Diseño de portada por: Tania Gialluca
Primera Edición: julio de 2022.
ASIN: B0B59GXFLC
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni
su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o medio, sin permiso previo de la titular del
copyright. La infracción de las condiciones descritas puede
constituir un delito contra la propiedad intelectual.
Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra
son ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o
desaparecidas es pura coincidencia.
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Contenido
Capítulo 1 ....................................................................................... 11
Capítulo 2 ....................................................................................... 24
Capítulo 3 ....................................................................................... 36
Capítulo 4 ....................................................................................... 49
Capítulo 5 ....................................................................................... 63
Capítulo 6 ....................................................................................... 74
Capítulo 7 ....................................................................................... 87
Capítulo 8 ..................................................................................... 102
Capítulo 9 ..................................................................................... 114
Capítulo 10 ................................................................................... 127
Capítulo 11 ................................................................................... 140
Capítulo 12 ................................................................................... 153
Capítulo 13 ................................................................................... 166
Capítulo 14 ................................................................................... 179
Capítulo 15 ................................................................................... 193
Capítulo 16 ................................................................................... 207
Capítulo 17 ................................................................................... 221
Capítulo 18 ................................................................................... 235
Capítulo 19 ................................................................................... 247
Capítulo 20 ................................................................................... 260
Capítulo 21 ................................................................................... 274
Capítulo 22 ................................................................................... 286
Capítulo 23 ................................................................................... 298
Capítulo 24 ................................................................................... 310
Capítulo 25 ................................................................................... 322

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Capítulo 26 ...................................................................................334
Capítulo 27 ...................................................................................348
Capítulo 28 ...................................................................................361
Capítulo 29 ...................................................................................372
Capítulo 30 ...................................................................................384
Capítulo 31 ...................................................................................397
Capítulo 32 ...................................................................................410
Capítulo 33 ...................................................................................424
Capítulo 34 ...................................................................................435
Capítulo 35 ...................................................................................449
Capítulo 36 ...................................................................................462
Capítulo 37 ...................................................................................476
Capítulo 38 ...................................................................................489
Capítulo 39 ...................................................................................502
Capítulo 40 ...................................................................................515
Capítulo 41 ...................................................................................528
Capítulo 42 ...................................................................................540
Capítulo 43 ...................................................................................551
Capítulo 44 ...................................................................................565
Capítulo 45 ...................................................................................579
Capítulo 46 ...................................................................................592
Capítulo 47 ...................................................................................606
Capítulo 48 ...................................................................................620
Capítulo 49 ...................................................................................632
Capítulo 50 ...................................................................................644
No dejes de leer el final de esta saga en… ...................................655

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Seguimos dedicando esta historia a nuestro hermano Omar,
pues sin él nunca nos hubiésemos animado a escribir y Quédate
hoy no sería una realidad.
A nuestras hermanas de la casa rosada, quienes fueron las
primeras en leer esta historia, gracias por animarnos a
publicarla, este es un sueño de todas que hoy se hace realidad.
Con cariño.

Lily y Lina Perozo Altamar

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A Dios por estar presente en nuestras vidas y enseñarnos que
nada en esta vida es imposible, si se lucha para alcanzarlo.
A nuestra familia que siempre nos apoya desde la distancia,
que creen en lo que hacemos y se siente orgullosos, los queremos
muchísimo.
A Jessica Fermín por su invaluable ayuda y trabajo con las
correcciones, también a mi querida Rossvier Peréz por ser la
lectora cero de esta historia. Sin ustedes no habría sido posible
publicar este día, mil gracias por su apoyo y ayuda.
A mi querida amiga Tania, gracias por brindarnos tu
talento a esta bella portada, una vez más.
A las chicas que leyeron cada capítulo en el grupo de
Hermanas Perozo, gracias por ser nuestras lectoras betas y por
vivir esta historia desde su proceso, por ser las primeras en
emocionarse y compartirme sus impresiones, gracias bellas.
A las chicas del equipo de preventa, que como siempre hacen
una labor extraordinaria: Andrea, Astrid, Dayana, Danitza,
Sandris, Evelin, Fátima, Lizeth, Fernanda, Gri y Jessica,
muchas gracias por todo.
A Astrid, Marisol y Macarena por crear esta cuenta
regresiva tan hermosa, gracias por compartir sus talentos con esta
historia, nos hicieron sentir halagadas y felices.
A las bookstagramers:
Bitácora de entretenimiento, Literarias Adictas, Coffee and
Books, Navegando en mi Kindle por ser parte de la cuenta
regresiva, y a todas las que compartieron y promocionaron la
historia. Gracias por su trabajo y el increíble apoyo que siempre
nos brindan.
Y, por último, para nuestras queridas lectoras, quienes una
vez más se dejan cautivar por nuestras historias, esperamos que
“Quédate” las conquiste y las haga vivir muchas emociones, se
les quiere con el corazón.

Lily y Lina Perozo Altamar


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Capítulo 1

Luciano sentía una abrumadora necesidad de correr hacia su


hijo, pero sus pies parecían estar clavados al suelo, y una gran
presión se apoderaba cada vez más de su pecho; de pronto, fue
consciente de que estaba conteniendo el aire. Lo soltó de golpe,
acompañado de un sollozo y dos lágrimas que bajaron por sus
mejillas, cuando fue realmente consciente de que sus ojos no lo
engañaban y que quien estaba en esa cama era su hijo. Estaba
vivo, muy enfermo, pero vivo.
Había dejado de creer en los milagros, pero en ese momento
estaba frente al más extraordinario que pudiera existir, y deseaba
comprobarlo con sus manos, acariciar y llenar de besos el rostro
de su Fabrizio Alfonzo. Sin embargo, tenía miedo de que todo
no fuese más que un sueño, como todos esos que había tenido
en el pasado y de los que despertaba sintiéndose vacío, culpable
y miserable.
Luchó contra el temor y movió un pie para avanzar hacia la
cama, pero antes de seguir, volvió medio cuerpo y su mirada se
encontró con la de Benjen, que admiraba la escena con los ojos
cristalizados por las lágrimas. Luciano sintió como si algo en su
interior lo empujara, sacándolo del trance, rápidamente dio tres
largas zancadas y llegó hasta él, para abrazarlo mientras liberaba
los sollozos que lo estaban ahogando, quería darle las gracias,
pero el llanto no lo dejaba hablar, solo se aferraba al abrazo del
hombre que le había devuelto a su hijo.
—Tranquilo…, Luciano, está bien…, está bien —susurró
Benjen, correspondiendo al abrazo y; al sentir cómo su hermano
se ahogaba con el llanto, le dio un par de palmadas en la espalda

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para calmarlo—. Ve a verlo…, pero trata de calmarte, no te
puedes morir ahora que tienes a tu hijo nuevamente —Le dijo,
alejándolo del abrazo.
—Yo… yo… no… —Necesitaba expresarle lo que sentía,
pero se le hacía imposible. Respiró profundo y al final pudo
hacerlo—. No tengo cómo… pagar… —dijo, desviando la
mirada a Fabrizio.
—Era yo, quien estaba en deuda contigo, porque tú te
expusiste para salvar a mi hijo, yo solo tuve suerte —respondió y
su sonrisa se hizo más amplia al recordar a Joshua.
—¿Suerte? ¿Cómo lo conseguiste? ¿Dónde estaba? —
preguntó confundido y alternó su mirada entre Benjen y su hijo.
—Después hablaremos de eso, ahora ve con él —indicó
mirando a su sobrino y a Fransheska, que no dejaba de besarle la
mano, mientras seguía llorando y lo observaba fijamente, tal vez
para asegurarse de que, estaba vez, sí era su hermano el que estaba
de regreso.
Luciano asintió sonriendo en medio del llanto, le dio otro
abrazo y se volvió para caminar hacia su hijo, quería correr para
estrecharlo entre sus brazos, pero las piernas trémulas no se lo
permitían y apenas podía avanzar con pasos lentos y dudosos.
Había anhelado tantas veces ese reencuentro que, aun teniéndolo
a pocos pasos de él, seguía sin poder creerlo; por eso ni siquiera
se detuvo a pensar en cómo, cuándo y dónde lo encontró Benjen,
lo único que le importaba era que estaba allí.
Sin embargo, sí fue consciente de que estaba enfermo y quería
saber qué tenía, por qué estaba sedado en esa cama, conectado a
esa máquina que lo ayudaba a respirar y a todas esas bolsas; era
como si llevase mucho tiempo postrado. El miedo comenzó a
estrujarle el pecho, pero se negó a dejar que le robara la felicidad
que sentía en ese instante, así que lo hizo a un lado y solo se
dedicó a admirar a su hijo, descubriendo que se veía como todo
un hombre, estaba mucho más alto que él e; incluso, se veía más
fuerte, aunque estaba muy delgado, podía distinguir esa

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musculatura de la que le habló en aquella carta. Sus rasgos habían
cambiado y, ciertamente, debía admitir que se parecía muchísimo
a Terrence, pero seguía siendo su Alfonzo, era su hijo.
Por fin llegó hasta la cama y sus piernas flaquearon, se dejó
caer de rodillas y lentamente acercó sus dedos trémulos hasta el
rostro pálido y desencajado de su hijo, pero se detuvo porque
temía que al momento de tocarlo se esfumase. Desvió la mirada
hacia su hija y se ahogó en sus ojos, que estaban colmados de
lágrimas, necesitaba que le confirmase que eso no era un sueño.
Fransheska asintió y le ofreció la mano de su hijo, animándolo
a tocarlo, él confió en ella y una luz lo envolvió cuando por fin
rozó la delicada, fría y suave piel de su Fabrizio. De inmediato,
su cuerpo empezó a convulsionar ante el llanto que brotaba de
su pecho, con tanta fuerza, que parecía estar a punto de
reventarlo.
—Hijo…, hijito de mi vida… —La certeza se apoderó de su
ser y sin perder más tiempo, acercó sus labios a la mano de
Fabrizio y comenzó a besarla, humedeciéndola con las lágrimas,
mientras esa sensación de vacío que sintió cuando se vio frente a
aquella tumba en Doullens, se iba desvaneciendo y, en su lugar,
crecía en su interior la de estar completo, después de siete años—
, perdóname…, perdóname… No te me vayas de nuevo…, por
favor, Fabrizio Alfonzo, no te me vayas… Quédate con nosotros,
Fabrizio…, quédate aquí…, en tu hogar, con tu familia…
Quédate conmigo, hijito de mi vida —expresó con la voz
ahogada por las lágrimas y sentía que el sentimiento en su interior
era tan grande, que comenzaba a presionar su pecho y lo estaba
ahogando, pero apenas sí era consciente de eso.
—Papá…, papi, trata de calmarte; por favor, respira… Te
estás ahogando, respira, por favor. —Le pidió Fransheska,
apoyándole una mano en la espalda, asustada al ver que estaba
demasiado conmocionado, era evidente que le estaba costando
respirar y su semblante lucía cada vez más pálido—. Señor

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Danchester, por favor. —Miró al único que seguía en ese lugar y
le pidió ayuda porque su padre comenzaba a ponerla nerviosa.
—Luciano, estás demasiado alterado y es peligroso para tu
salud. Debes tratar de calmarte —indicó Benjen, pero su
hermano ni siquiera le prestó atención, así que lo tomó por el
brazo y el temblor que percibió en él, hizo que se sintiera
alarmado—. Vamos, será mejor que descanses y lo veas más
tarde. —Intentó ponerlo de pie.
—No…, déjame aquí, estaré bien… So… solo quiero verlo…
Por favor, fueron siete años…, siete dolorosos años lejos de él…
—repitió, aferrándose a la mano de su hijo.
—Sí, pero no vas a ganar nada si mueres a causa de un ataque
en este momento. —Benjen empezaba a temer que algo así le
sucediera.
—¡Déjame, por favor! No me pasará nada de eso… Soy…
—No, no vengas con que eres médico y que estarás bien,
porque es evidente que estás muy alterado, mira cómo tiemblas
—pronunció con dureza, pero fue en vano porque Luciano no
escuchaba de razones, únicamente seguía aferrado a su hijo.
—Papá, por favor…, haga caso, le prometo que yo me
quedaré aquí junto a Fabri, vaya y descanse, solo serán unos
minutos —suplicó Fransheska, sin dejar de llorar y desvió una
vez más la mirada a Benjen.
Él, al verla tan asustada y que Luciano no cedía, sino que; por
el contrario, se aislaba aún más para crear una burbuja alrededor
de él y Fabrizio, supo que debía hacer algo más radical. Se puso
de cuclillas para estar a la misma altura de su hermano y llevó sus
manos a las mejillas de Luciano, casi obligándolo a que se volviera
hacia él y lo mirara a los ojos, necesitaba captar su atención.
—Luciano, mírame…, mírame. —Le ordenó y, bajo las
palmas de sus manos, pudo sentir cómo el rostro de su hermano
se tensaba. Él también lo hizo porque le resultaba algo extraño
ese tipo de contacto y de cercanía, pero su sentido de hermano
mayor le exigió que actuara justamente de esa manera—. Trata

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de calmarte, estás asustando a tu hija… Realmente estás mal, te
has puesto pálido y apenas puedes respirar, ¿acaso no lo sientes?
—cuestionó mirándolo fijamente.
—No…, no siento nada, solo quiero quedarme junto a mi
hijo, solo eso, por favor —suplicó y su mirada reflejaba el miedo
que sentía de perderlo de nuevo, eso no lo soportaría.
—Fabrizio está aquí, nadie lo va a mover, pero tienes que
calmarte porque necesita tu ayuda y si te enfermas o te pasa algo
más grave por no querer entrar en razón, no podremos ayudarlo
—Notó cómo Luciano parecía recapacitar porque tomó dos
bocanadas grandes de aire—. Además, existen otras personas que
te necesitan, tu esposa y tu hija —añadió desviando la mirada a
Fransheska.
—El señor Danchester tiene razón, papi… Nosotras también
te necesitamos y no sería justo que ahora que estamos juntos de
nuevo, tú nos faltes —mencionó acariciándole la espalda.
—Está bien…, está bien, me calmaré —respondió liberando
un último sollozo y asintió un par de veces para tranquilizar a su
hija. Luego posó su mirada en Fabrizio, recordando las palabras
de Benjen y un temor se apoderó de su pecho—. ¿Qué tiene? —
preguntó al fin con voz temblorosa, sin apartar la mirada de su
hijo—. ¿Por qué está respirando mecánicamente? —preguntó
acercándose y le acarició el cabello, mientras ponía todo de su
parte para dominar sus emociones.
—Primero necesito que te tranquilices un poco, porque no
puedes enfrentarte a tantas emociones en un solo día.
—¿Es algo grave? —inquirió Fransheska sollozando.
—Digamos que es delicado, pero tu hermano se encuentra
estable y puede mejorar, es por eso por lo que estamos aquí y no
les pedimos que viajaran hasta Europa, Fabrizio necesita de los
científicos que trabajan en tus laboratorios —respondió Benjen,
mirando a Luciano.
—Por favor, dime ya lo que tiene o los nervios harán que me
altere de nuevo —suplicó Luciano, sin percatarse de que le

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hablaba con mucha confianza, como si ya hubiese asimilado que
era su hermano.
—Será mejor que te lo explique el doctor que está a cargo de
su cuidado, él posee toda su historia clínica. —Le dijo al tiempo
que se ponía en pie y luego ayudó a Luciano.
—Iré contigo, solo dame algunos minutos más con él, por
favor —pidió sin poder apartar su mirada de Fabrizio—. Está
muy cambiado, apenas era un niño cuando se marchó… Y ahora
es todo un hombre, No lo vi crecer, me perdí tu vida, Alfonzo…,
me la perdí y todo esto es mi culpa, por mi maldita obstinación…
—expresó y el llanto regresaba una vez más, ahogándolo.
—Vamos, Luciano, él puede percibir y escuchar, lo vas a
angustiar si sigues llorando de esa manera. —Le indicó Benjen,
lo agarró por los hombros y por fin pudo alejarlo. Luego miró a
Fransheska, para comprobar si ella estaba en condiciones de
seguir allí.
—Yo me quedo…, estoy bien…, estoy bien —aseguró
entendiendo la mirada del duque, pero para confirmar que era así,
y se limpió las lágrimas—. Solo cuide de mi papá, por favor.
—Lo prometo —dijo confiando en que estaría bien a solas.
—Regreso en un momento, princesa. —Luciano le dio un
beso en la frente y luego le dio un vistazo a su hijo.
Le dolía en el alma tener que alejarse de él, pero más allá de su
sufrimiento, estaba su deseo de salvarle la vida, eso era todo lo
que le importaba en ese momento. Salió junto a Benjen y
mientras caminaban por el pasillo, empezó a ser consciente de
todo ese malestar que no había percibido antes, y no pudo evitar
preocuparse.
Fransheska los vio salir y tomó una silla que estaba cerca para
poder sentarse y conversar con Fabrizio, necesitaba decirle tantas
cosas que no sabía por dónde empezar. Suspiró sonriendo
porque recordó que siempre le pasaba lo mismo cuando
regresaban del colegio, ella no paraba de hablar y la mayoría del

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tiempo pasaba de un tema al otro para poder abarcarlo todo,
mientras él solamente sonreía y la escuchaba.
—Peter Pan…, Fabri…, estoy demasiado feliz de que estés
aquí con nosotros… No te asustes si me escuchas llorar, es que
no puedo con tantos sentimientos —expresó ahogada en el
llanto—. Estoy llorando de felicidad… El señor Danchester dice
que puedes escucharme, bien, quiero que sepas que te extrañé
muchísimo…, extrañaba que me hicieras reír… Por favor,
perdóname por molestarme contigo cuando te fuiste…, sé que lo
hiciste porque estabas dolido, pero te quería conmigo y es que
fue tu culpa porque me hiciste tan dependiente de ti... Papá tiene
razón, ya eres todo un hombre y estás más guapo… Peter Pan…
¡Cuántas cosas me perdí de tu vida!… No luciremos igual a la
última vez que nos vimos, pero te amo igual que antes; no, no es
cierto, te amo mucho más… —aseguró, acariciándole el hombro,
al tiempo que sonreía.
Una vez más, tomó la mano de su hermano y con cuidado se
la llevó a los labios para besarla, mientras seguía hablando de
algunas cosas que habían pasado en todos esos años.

Benjen llevó a Luciano hasta la habitación que le había


asignado su esposa, y estaba en el mismo piso para que estuviera
cerca de su hijo; antes de entrar, vio a una de las jóvenes del
servicio y le pidió que fuese por el doctor Farrell, para que
atendiera a Luciano. También porque era el más indicado para
explicarle el cuadro clínico de Fabrizio; vio que seguía bastante
alterado y, en ese momento, fue consciente de que Terrence tenía
razón, debió prepararlo primero para que la impresión de ver a
Fabrizio no resultara tan fuerte.
—Debes tranquilizarte, Luciano. —Le dijo Benjen, al ver que
seguía llorando como un niño.
—¿Cómo me puedes pedir algo así? —preguntó buscando la
mirada gris—. Esto es un milagro, mi hijo está vivo… ¡Está
vivo!... Había perdido toda la esperanza desde hacía mucho y…

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¡Dios mío! —exclamó riendo mientras llevaba las manos a la
cabeza y daba vueltas por la habitación, sintiendo el deseo de
regresar para ver a Fabrizio.
—Sí, está vivo… y es un milagro que lo esté, pero necesitamos
más que fe para mantenerlo así, tú hijo necesita de la ciencia
también —acotó con tono apacible porque no quería
preocuparlo y que se alterara más de lo que ya estaba.
—¿Qué tiene?... ¿Qué me le hicieron? —inquirió, mirándolo
fijamente y se acercó hasta él para obligarle a decirle, pero se
detuvo porque sabía que esa no era la manera de obtener una
respuesta.
—El doctor Farrell te explicará en detalle su condición, ya no
debe tardar —contestó y quiso apoyarle una mano en el hombro
para reconfortarlo, pero contuvo ese gesto porque aún no sentía
la confianza suficiente para hacer algo como eso.
—¿Fiorella? ¿Cómo está? ¿A dónde la llevaron? —preguntó
recordando a su esposa en ese momento.
—Tu esposa está bien, solo se desmayó, pero una enfermera
ya se está haciendo cargo de ella. —Benjen no quiso decirle quién
era la enfermera, esperaría a que se calmara—. Mejor siéntate e
intenta respirar más despacio. —Le aconsejó y al fin escuchó un
toque en la puerta—. Adelante. —ordenó, volviendo la mirada.
La puerta se abrió y la muchacha de servicio hizo pasar al
doctor que traía su maletín y venía en compañía de una
enfermera, que traía un tanque portátil de oxígeno. Benjen le dio
espacio a los profesionales para que hiciesen su trabajo, Farrell
hizo que Luciano se recostara en uno de los sillones y comenzó
a auscultarlo con el estetoscopio, mientras la enfermera le ponía
la máscara con el oxígeno.
—No es necesario que utilice un calmante, doctor —indicó
Luciano, al ver cómo el hombre sacaba del maletín un pequeño
frasco y se lo extendía a la enfermera para que preparara la
inyección—. Solo estoy un poco alterado, pero se me pasará…
También soy médico.

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—Entonces, sabrá que sí lo necesita, debemos bajar la
presión… señor Di Carlo —dijo categóricamente—. ¿Está bajo
algún tratamiento en estos momentos? —Le preguntó,
recibiendo la inyectadora.
—No, ninguno. —Luciano negó con un movimiento tenso y
le echó un vistazo a Benjen, que lo observaba con desconcierto.
—Sabe que hay situaciones que se escapan de nuestras manos,
doctor Di Carlo, justo como la que acaba de vivir… Eso pudo
alterarlo, pero presiento que su problema es más serio, necesitaría
de otros exámenes para confirmarlo.
—¿Confirmar qué, doctor Farrell? —preguntó Benjen,
sintiendo que un peso se alojaba en su estómago.
—Creo que el doctor Di Carlo, sufre de hipertensión —
respondió mientras miraba al duque por encima de los
anteojos—. No sé cómo no le ha dado un infarto —añadió con
reproche, porque si hubiera estado al tanto de eso, no habría
permitido que lo llevaran ante su hijo sin antes tomar algunas
medidas de precaución.
Luciano se mantuvo en silencio y no tuvo necesidad de ver a
Benjen, para saber que su mirada le estaba recriminando que no
estuviese controlando su condición, pero era que no la
consideraba tan grave; vio a la enfermera acercarse y le extendió
su brazo, mientras volvía el rostro hacia otro lado. Un segundo
después sintió el líquido frío correr por sus venas, poco a poco y
con la ayuda del oxígeno, los latidos de su corazón fueron
disminuyendo y; después de unos minutos, ya se sentía mejor, se
relajó en el sillón, soltando un gran suspiro.
—No le digas nada a Fiorella, ni a mis hijos —susurró
Luciano, levantando la mirada y clavándola en Benjen—. Te
prometo que en adelante voy a cuidarme, empezaré un
tratamiento y voy a mejorar.
—Espero que lo cumplas, porque Fabrizio te necesita ahora
más que nunca —respondió con tono severo, pero no quiso
hacerlo sentir peor, así que se relajó y tomó asiento—. Necesita

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que modifiques la fórmula de los broncodilatadores para hacerla
intravenosa.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que tiene Fabrizio? —preguntó con
preocupación, incorporándose para mirarlo a los ojos.
—Tranquilo, de momento se encuentra estable, pero será
mejor que el doctor Farrell te lo explique. —Benjen le cedió la
palabra al médico porque entre colegas se entenderían mejor.
Arthur Farrell, conocía a la perfección el caso de Fabrizio,
pues fue quien llevó su control las pocas veces que el joven
veterano había asistido al hospital; y lo consideraba un milagro,
así que en cuanto llegó desde Francia en ese estado de gravedad,
decidió ser quien estuviera a cargo de su cuidado. Y al enterarse
del traslado que planeaba hacer el duque de Oxford, se ofreció
como voluntario para acompañarlo, ya que ni siquiera tenía que
renunciar a su puesto porque estaba jubilado, pero seguía
trabajando para sentirse útil.
Por todo eso, le fue sencillo hacerle un resumen detallado de
todo el historial, siempre intentando mostrarse esperanzado para
que la condición cardiaca del italiano no fuese a empeorar.
Luciano solo asentía y a momentos algunas lágrimas escapaban
de sus ojos, pero las limpiaba rápidamente para disimular lo
mucho que le afectaba escuchar todo lo que su pequeño había
padecido, aunque a medida que el doctor avanzaba, no pudo
evitar llevarse las manos a la cabeza y sollozar, porque no era fácil
lidiar con el pronóstico de su hijo.
—Ahora, respira profundo, porque te tengo una mala noticia
—acotó Benjen, relajando la espalda al sillón y apoyó el codo en
el reposabrazos, dejando descansar su barbilla en el dedo pulgar.
—Su excelencia. —Arthur le dedicó una mirada de reproche,
pero el duque solo espabiló lentamente, indicándole que confiara
en él.
—¿Puede haber algo más grave que todo esto? —cuestionó
Luciano, aunque se angustió por la actitud de Benjen, su corazón

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no se aceleró gracias al calmante, respiró hondo y clavó su mirada
en la gris.
—Eres abuelo —soltó Benjen sin rodeos y mostró una amplia
sonrisa que iluminó su mirada, sabía que eso conseguiría alejar
tanta pena y preocupación de Luciano—. Lo eres desde hace
mucho tiempo…, para ser más exactos, cinco años.
Luciano apenas espabiló mientras asimilaba la información; de
inmediato, recordó que cuando entró a la habitación, alcanzó a
ver a una chica con un niño, pero por su mente nunca pasó que
estuviesen relacionados con Fabrizio, aunque el pequeño le causó
algo de impresión, pero jamás imaginó que sería su nieto. Sin
proponérselo una sonrisa se adueñó de sus labios, porque si bien
todavía no estaba preparado para serlo, sí era algo que deseaba y
esperaba que fuese como mínimo en un año, cuando su hija y
Brandon le dieran esa dicha.
—¿Estás seguro? —preguntó con voz temblorosa y las
lágrimas asomándose en sus ojos.
—Absolutamente, fue por Joshua que di con Fabrizio. Me
llevé un gran susto cuando lo conocí, porque era como ver a
Terrence pequeño… Hasta llegué a pensar que podría ser mi hijo
o mi nieto… —Su sonrisa se hizo más ancha, al ver que el rostro
de Luciano se iluminaba—. Fue en el hospital de veteranos de
Chelsea, había ido para hacer unas donaciones y el niño entró al
despacho del director… Te juro que casi me da un ataque cuando
se presentó como Joshua Alfonzo Di Carlo.
—¿Ese es su nombre? —preguntó Luciano, riendo.
—Así es —respondió asintiendo y compartiendo el mismo
gesto—. Sin embargo, todo era tan sorprendente que no podía
creerlo, pero luego de que Joshua saliera de la oficina, el doctor
Gilbert me habló del paciente y me dijo su nombre, también que
necesitaba donantes de sangre; y mi sorpresa fue aún mayor,
cuando descubrí que compartíamos el mismo grupo sanguíneo
—explicó mirándolo.

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—Es O negativo… —susurró Luciano, intercambiando una
mirada con Benjen, que no necesitó de palabras para saber por
qué no era extraño que compartieran el mismo tiempo de sangre.
—Me ofrecí como donador y, usando eso como excusa, le
pedí verlo… —Benjen calló un momento, pues siempre que
recordaba ese primer encuentro, sus emociones se alteraban.
Tragó para pasar el nudo en su garganta y continuó—: No sé
cómo explicar lo que sentí, el parecido entre nuestros hijos es
realmente impresionante; al verlo, pude entender porqué lo
confundiste con Terrence… Yo también hubiese…
—Me alegra que comprendas que no se trató de que no
conociera lo suficiente a mi hijo, sino que mi corazón y mi mente
me engañaron —pronunció mirándolo a los ojos, porque esas
palabras que le dijo le dolieron demasiado.
—Lamento haber dicho eso —dijo apenado y bajó la mirada,
pero luego la alzó para seguir—. Fabrizio llevaba más de un mes
internado en ese hospital y había sido operado tres veces, estaba
fuera de peligro, pero su estado seguía siendo delicado, así que le
pregunté a los doctores las posibilidades de trasladarlo hasta aquí
y como ya te explicó el doctor Farrell, accedieron a eso porque
en Londres no han tenido éxito con la fórmula de los
broncodilatadores. —Benjen se detuvo al ver cómo un par de
lágrimas rodaron por las mejillas de Luciano—. Está fuera de
peligro y está en tus manos que mejore.
—Y te juro que haré hasta lo imposible para que eso suceda,
le daré todo lo que necesite —expresó con convicción.
—Debes empezar cuanto antes, su esposa está muy
impaciente, quiere que Fabrizio vea cómo crece el hijo que viene
en camino y del que todavía no conoce su existencia, pues ella no
sabía que lo esperaba cuando él cayó en ese estado. Según me
contó, tu hijo le había pedido una niña, a la que llamaría Luna; y
ella quiso dársela —dijo con media sonrisa para aligerar un poco
la tensión de su hermano.

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—¿Seré abuelo por segunda vez? —preguntó, dejando libre
media carcajada de sorpresa, mientras parpadeaba.
—Así es, creo que Fabrizio no perdió el tiempo en estos siete
años —respondió con una sonrisa. Benjen estaba
verdaderamente feliz por haberlos reunidos y que ahora Luciano
pudiera ser parte de la vida de su hijo y también de la de sus
nietos.
Después de ese comentario, ambos se quedaron en silencio,
Luciano cerró los ojos sintiéndose adormitado, el doctor supo
que el calmante estaba haciendo su trabajo, por lo que, pidió
permiso para retirarse. Benjen decidió acompañarlo, no sin antes
hacer que Luciano le prometiera que se quedaría allí descansando,
necesitaba tiempo para analizar las cosas que le habían pasado y
las que estaban por venir.

23
Capítulo 2

Terrence acomodó a Fiorella en la cama de su habitación y


luego de que Marion se cerciorara de que solo se trataba de un
desmayo, se excusó para regresar a su recámara; toda esa
situación había alterado sus nervios y apenas podía lidiar con las
náuseas. Él estuvo de acuerdo porque veía que Joshua estaba
algo perturbado por las reacciones de sus abuelos, también
porque Fiorella despertaría desorientada, así que era mejor que
ellos estuvieran a solas, para él poder explicarle todo con calma.
Marion tomó a su hijo de la mano y salió al pasillo; por suerte,
la habitación donde la habían instalado los duques estaba cerca.
Abrió la puerta y caminó con rapidez hacia el baño, mientras se
llevaba la mano a la boca para mantener el vómito en su interior.
—¿Estás bien, mami? —preguntó el niño con preocupación.
—Sí, mi vida…, solo es el malestar del embarazo —respondió
desde el baño y una nueva ola de arcadas la atacó, expulsó
violentamente lo poco que había comido y; al escuchar que su
hijo llamaba a la puerta, se pasó el dorso de la mano por los labios
para limpiarlos—. En un momento salgo, pequeño; espérame
sentado en la cama, por favor —pidió porque su estómago le
anunciaba que las náuseas no habían pasado.
Joshua asintió un par de veces, aunque su mamá no podía
verlo, se alejó y tomó asiento al borde de la cama, estaba muy
nervioso y dentro de él crecía la necesidad de hacer algo. Así que
después de unos minutos de estar pensando, se bajó de la cama
de un salto y caminó de prisa hasta la puerta, salió al pasillo y; al
hacerlo, vio que el doctor, una enfermera y su tío el duque, salían
de una habitación y caminaban hacia las escaleras.

24
De inmediato, la curiosidad se apoderó de él, esperó a que se
alejaran lo suficiente y luego caminó con sigilo hacia esa
habitación, algo le decía que allí podía estar la persona a la que
deseaba ver. Respiró hondo y extendió su mano para girar la
perilla, abrió la puerta muy despacio y paseó su mirada por la
habitación.
Luciano estaba más calmado, pero no podía dejar de pensar
en todo lo que había pasado, todavía le costaba creer que su hijo
estuviese vivo, era un verdadero milagro y la emoción no le cabía
en el pecho, por eso dejaba salir ese sentimiento en lágrimas
silenciosas que bajaban por sus sienes. Le prometió a Benjen que
se quedaría allí, pero cumplir con eso era realmente imposible,
necesitaba comprobar una vez más que todo eso no era un sueño;
se quitó la mascarilla del oxígeno, cerró la válvula y lentamente se
incorporó hasta quedar sentado.
La sorpresa se apoderó de él cuando vio a un pequeño dentro
de la habitación, lo miró fijamente y su corazón le gritó enseguida
que era Joshua, así le había dicho Benjen que se llamaba su nieto.
Con algo de temor se puso de pie y se acercó hasta él, decidió que
su necesidad por ver a Fabrizio podía esperar. Sus ojos se llenaron
de lágrimas y le dedicó una gran sonrisa al notar que era idéntico
a su hijo cuando tenía la misma edad, solo que su cabello era un
poco más claro, en ese momento comprendió el asombro de
Benjen al verlo.
—Hola, Joshua —saludó con voz temblorosa y una mezcla de
nervios, alegría y muchas emociones más.
—Hola…, abu… abuelo —respondió, bajando la mirada,
pues se sentía mal por haber tenido ganas de no quererlo.
En ese momento el corazón de Luciano se contrajo con una
maravillosa sensación, la voz del niño era hermosa y escucharlo
decirle abuelo, lo hizo emocionarse como nunca pensó hacerlo.
Sintió algo muy parecido a eso que experimentó cuando Fabrizio
lo llamó papá por primera vez; de inmediato, las lágrimas que
nadaban en su garganta saltaron a sus ojos y su sonrisa se hizo

25
más amplia, pero no le pasó desapercibido que el niño se
mostraba algo retraído.
—¿Qué haces solito? ¿Dónde está tu mamá? —inquirió
tiernamente y quiso acariciarle el cabello, pero no sabía cómo
reaccionaría ante ese gesto, pensó que sería mejor ir despacio.
—Mami está en el baño…, no se siente bien, pero solo es mi
hermanita, que… que… No sé mucho de inglés…, solo lo que
tío Terry me ha enseñado… —dijo deteniéndose.
Luciano parpadeó rápidamente al escuchar al niño nombrar a
Terrence tío; la sospecha de que tal vez Benjen le hubiese
revelado el secreto, hizo que sus latidos se aceleraran
nuevamente. Tragó en seco para pasar el tumulto de emociones
que intentó cerrarle la garganta, al tiempo que negaba y se
enfocaba una vez más en su nieto.
—Puedes decírmelo en francés, te entenderé. —Le dijo
Luciano en el idioma natal de Joshua, sonriendo ante su tierno
acento gutural.
—Mi hermanita que la hace vomitar todo el tiempo. —
Terminó por decir lo que pasó.
—Eso es normal en su estado —acotó Luciano sonriendo,
aunque su nieto no podía verlo, porque aún no se atrevía a
mirarlo a la cara.
—Lo sé —susurró estrujando sus manos—. Así me dicen…,
que es normal que mami vomite.
—Te pareces mucho a tu padre cuando tenía tu edad. —Le
hizo saber, con la voz temblorosa por las risas y por las lágrimas.
—Sí, él siempre me lo dice… —dijo y al escuchar eso se llenó
de valor para llevar a cabo esa idea que se le había ocurrido—.
Abuelo…, perdona a mi papi, sé que él hizo algo incorrecto, pero
está arrepentido y sé que no lo hará de nuevo… Él te quiere
mucho y llora porque siente que ya no lo quieres… Por favor,
perdónalo, no deseo verlo llorar más —pidió soltando al fin un
sollozo y dos lágrimas cayeron al piso—. Yo lo quiero mucho…,
es mi papi y mi amigo…, es muy bueno con mi mami, con mi tío

26
y conmigo, es bueno con todos y lo quieren mucho… Perdónalo,
él no lo va a hacer de nuevo…, no lo va a hacer —dijo en un
susurro tembloroso ante el llanto.
—Yo también lo quiero —confesó, ahogando un sollozo,
pero las lágrimas sí lo desbordaron—. Joshua…, Joshua. —El
pequeño alzó la mirada, encontrándose con unos ojos idénticos
a los de él y que también estaban ahogados en lágrimas—. Tu
papá no hizo nada malo, quien se equivocó fui yo, no supe ser su
amigo, lo abandoné cuando más me necesitaba, pero porque creí
que era lo correcto…, Creí que hacía lo mejor para él... —Con el
pulgar limpió las lágrimas del niño, sintiendo en ese suave toque
una energía realmente extraordinaria.
—¿Lo vas a perdonar? —preguntó con lágrimas en los ojos.
—No tengo nada que perdonarle, mi niño… Soy yo el que
debe pedirle perdón por no haber sido el padre que él merecía…
Y lo haré, vamos a hacer que despierte y seremos muy felices, te
lo prometo —dijo y al fin se animó a estrecharlo entre sus brazos,
sintiendo que era como volver a tener a Fabrizio junto a su pecho.
—¡Gracias, abuelo!… ¡Gracias!… Mi mami se va a poner muy
feliz, ella siempre le decía que tú lo querías mucho, pero él tenía
miedo de ir a su casa… Yo pensaba que eras malo, abuelo,
aunque mi papi me decía que eres muy bueno, pero él lloraba y
yo no le creía; pero ahora sé que eres bueno. —En ese momento
rodeó con sus brazos el cuello de su abuelo—. Por favor, ayúdalo,
yo quiero que despierte y juegue conmigo, pero también quiero
que sepa que lo quieres —dijo ahogado por el llanto mientras
sollozos se escapaban de su boca.
—Lo siento…, siento no haberlos buscado antes, Joshua…
De verdad lo siento, mi angelito. —Luciano sintió su corazón
contraérsele ante el dolor que percibía en el niño. Lo abrazó
fuertemente, acariciándole el cabello—. Te prometo que nunca
más me voy a separar de ustedes, vendrás a vivir con tu abuela y
conmigo —pronunció, alejándolo del abrazo para mirarlo a los
ojos y le secó las lágrimas.

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—¿Sabes, abuelo? Papi hace cualquier cosa por mí…, por eso
lo quiero tanto… Es el mejor papá del mundo y lo extraño
mucho —mencionó y poco a poco su llanto fue menguando.
—No me quedan dudas de eso, pequeñín —dijo, sonriendo.
Se limpió las lágrimas sintiéndose tan emocionado, sabía que
su hijo debía ser mejor padre de lo que fue él, y eso lo llenaba de
orgullo, pero también lo avergonzaba, porque se suponía que
debió ser su ejemplo para seguir y; en lugar de eso, lo había
defraudado y alejado de su vida.
—Sí, es el mejor papi del mundo…, le pedí ir a Madagascar y
él prometió llevarme, sé que lo cumplirá, así como me prometió
que me llevaría a conocer el mar; y lo hice gracias a él… Tienes
que verlo, el agua es como el color de tus ojos, que es igual al de
papi y al mío… Abuelo, no tenemos mucho dinero, pero papi
trabaja todo el tiempo y es el mejor cocinero del mundo. Tienes
que probar su comida, abuelo, es muy rica… Y también va a la
universidad, porque será el mejor abogado de Europa, me dijo
que se lo prometió a mi tía —dijo todo eso, con una sonrisa
repleta de orgullo, porque Fabrizio era su héroe.
Luciano soltó una mezcla de sollozo y risa al escuchar las
palabras de su nieto, todo lo que le decía provocaba en él un
cúmulo de emociones contradictorias. Por una parte, se sentía
muy feliz de que su hijo hubiese ido detrás de sus sueños, a pesar
de todas las circunstancias que debió vivir; y por el otro, lo llenaba
de nostalgia e impotencia no haber estado junto a él.

Marion se desesperó al salir del baño y ver que su hijo no


estaba en la habitación, comenzó a llamarlo, pero él no le
respondía, así que decidió ir hasta la alcoba de su hermano,
suponiendo que estaría allí. Sin embargo, al caminar por el pasillo
escuchó su voz y se volvió, descubriendo que una de las
habitaciones tenía la puerta abierta; con cuidado se asomó y vio
que Joshua estaba en los brazos de su abuelo.

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La imagen hizo que el corazón casi le estallase de emoción,
porque sabía lo mucho que anhelaba su hijo conocer a sus
abuelos y sentirse amado por ellos. Se quedó en la puerta para no
interrumpir ese momento, que era tan especial para su pequeño.
Luciano percibió la presencia de alguien más en el lugar y
levantó la mirada, vio en el umbral a una joven rubia; su cuerpo
se estremeció al reconocerla, era la misma chica que había visto
en aquella tienda de abarrotes en Fossemanant. En ese momento,
su corazón le gritó que la siguiera, pero cuando al fin reaccionó y
lo hizo, fue demasiado tarde, pues ella había desaparecido; ser
consciente de lo cerca que estuvo de encontrar a su hijo, lo hizo
llenarse de dolor e impotencia.
—Buenas tardes, señor Di Carlo —susurró, nerviosa porque
su suegro la intimidaba, no era fácil para ella verlo por fin.
—Buenas tardes —respondió con la voz ronca y tragó para
pasar esa sensación que parecía cerrarle la garganta.
Detalló con su mirada a la joven, era muy hermosa y delicada,
hasta daba la impresión de ser la personificación de un ángel, y
su voz parecía la de una adolescente. Vio la alianza en el dedo
anular, que no dejaba dudas de que se trataba de la esposa de su
hijo; Fabrizio se había casado y ellos no tuvieron la oportunidad
de estar junto a él en un día tan especial, eso lo entristecía mucho.
—Encantada, mi nombre es Marion Di Carlo Laroche. —Se
presentó, armándose de valor y le extendió la mano.
—Mucho gusto, Luciano Di Carlo —dijo recibiendo la mano
e intentó sonreír para alejar la tensión que veía en ella.
—Imagino que tiene muchas preguntas, señor —comentó,
notando la insistencia con la que la veía.
—Sí, así es… —contestó, afirmando con la cabeza, pero
después de eso un pesado silencio se adueñó del lugar, porque
ninguno de los dos sabía cómo iniciar esa conversación.
—¡Dominique! —exclamó Joshua al verla en el pasillo y corrió
hasta ella con una gran sonrisa, quería presentarle a su abuelo.

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—Hola, Joshua, ¿cómo estás? —preguntó, mirándolo a los
ojos y percatándose de que el niño había llorado.
—Bien, ven, quiero presentarte a alguien. —La tomó por la
mano y la arrastró hasta donde estaba Luciano—. Mira, este
señor es mi abuelo, Luciano, del que te hablé. ¿Recuerdas? —
preguntó con entusiasmo y una sonrisa que iluminaba su mirada.
—Sí, lo recuerdo, Joshua. —Miró al hombre y le extendió su
mano—. Es un placer, Dominique Danchester Clydesdale. —Se
presentó a su tío con una gran sonrisa.
—Encantado, señorita Danchester Clydesdale, Luciano Di
Carlo. —Le dijo, respondiendo con el mismo gesto, mientras
notaba que tenía cierto parecido con su hija Fransheska.
—Hola, Dominique. —La saludó Marion, sonriéndole.
Dominique percibió cierta tensión en Marion y su tío, suponía
que debían tener una conversación pendiente, pensó que lo mejor
era retirarse y llevar a Joshua con ella, para que pudieran hacerlo.
Lo miró con una gran sonrisa, pues acababa de ocurrírsele una
idea, que estaba segura lo convencería de irse con ella.
—Marion, ¿puedo llevar a Joshua para que vea los caballos?
—¡Sí, por favor, mami! —pidió el niño, mirándola a los ojos.
—Está bien, mi vida. —Marion le agradeció a la chica con la
mirada—. Ve a ver los caballos, pero tengan cuidado.
—¡Gracias, mami! —esbozó Joshua con entusiasmo y tomó
la mano que Dominique le ofrecía, para caminar con ella.
—¿Te vas así? —Le preguntó Marion, al ver que se alejaba.
Joshua se soltó del agarre de Dominique y llegó corriendo hasta
ella. Marion se dobló un poco para estar a su altura y recibió el
beso que le dio en la mejilla—. Ten cuidado, no te acerques
mucho a los caballos.
—Lo haré, mami… Hasta luego, abuelo —mencionó y se
acercó hasta él, para darle un beso en la mejilla.
—Hasta luego, pequeñín —dijo, tomándolo en sus brazos y
sonriendo al ver lo espontáneo y cariñoso que era, igual que su
padre. Le dio un beso en la frente y luego lo puso en el suelo.

30
Lo admiró con una sonrisa mientras lo veía alejarse, aún le
parecía increíble todo lo que estaba viviendo; y cientos de
emociones bailaban dentro de su pecho. Una vez que su nieto
desapareciera en el pasillo, Luciano se volvió para mirar a su
nuera y le dedicó media sonrisa, podía notar cuán nerviosa estaba;
y mentiría si decía que él lo estaba menos, por eso respiró hondo
y le indicó con la mano los sillones.
—Por favor, toma asiento, Marion. —La invitó al ver que
seguía en el mismo lugar, como si estuviese congelada.
—Gracias —respondió con la voz trémula, se envolvió con
sus brazos, luego caminó hasta el sillón y lo ocupó. Esperó a que
su suegro hiciera lo mismo, tomó aire profundamente, pero
apenas pudo contenerlo unos segundos, lo soltó de golpe y posó
su mirada en el padre de Fabrizio—. Bien, señor Di Carlo,
pregunte y yo responderé lo que esté a mi alcance —dijo
luchando contra los nervios. Lo vio acomodarse la corbata y
relajarse en la silla, al tiempo que su frente se cubría de sudor—.
¿Se siente bien? Lo veo algo pálido —acotó preocupada por su
suegro.
—Estoy bien…, solo son las emociones vividas —respondió
tranquilamente y soltó otro suspiro, liberando la presión en su
pecho.
—Han sido muchas, señor Di Carlo…, por eso debería tomar
algo para que se relaje un poco —indicó ella tratando de
tranquilizarse y sentirse un poco más en confianza, ya que sus
piernas temblaban y lo único que le gritaban era que saliese
corriendo de ese lugar.
—Tranquila, ya el doctor Farrell, me puso un tranquilizante
—acotó mirándola a los ojos—. Marion, yo quisiera saber algunas
cosas, Benjen solo me ha contado que mi hijo está casado, que
tiene un hijo y otro que viene en camino. —Desvió la mirada al
vientre de su nuera, que ya mostraba el crecimiento de los
primeros meses. Ella asintió—. ¿Dónde viven? —preguntó sin
darle tiempo a Marion siquiera a espabilar.

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—En la comuna de Fossemanant, en Amiens —respondió,
aparentando una tranquilidad que no sentía realmente.
—¿Desde cuándo? —Luciano prosiguió con el interrogatorio,
que procuraba fuese amable, aunque era un interrogatorio, al fin
y al cabo.
—Llegamos el primero de octubre de 1916, un día después de
que los alemanes bombardearan Doullens… —Tragó para pasar
las lágrimas que inundaba su garganta—. Señor Di Carlo, siento
tanto no haberlo buscado antes, pero yo no sabía quién era
Fabrizio en realidad, yo creía que era Richard Macbeth y que su
familia vivía en Devon, solo eso conocía de su pasado, fue lo que
él me contó.
—Lo sé…, lo sé; después de mucho investigar, me enteré de
que había conseguido una identificación falsa para poder ingresar
a la Fuerza Expedicionaria, por eso tardé tanto en dar con él, pero
lo hice…
—Sí, sabemos que usted lo envió a buscar al hospital… Yo
estaba ahí cuando llegaron los militares ingleses, se presentaron
un mes después de que Fabrizio cayera, pero luego de eso no
regresaron… Mi hermano se enteró de que los alemanes
planeaban atacar Doullens y me exigió que me marchara de la
ciudad. —La voz le temblaba, así que respiró hondo para
continuar—. Al regresar al hospital donde estaba Fabrizio, vi que
mi hermano estaba en lo cierto, trasladaban a los altos mandos
militares y a los soldados que pertenecían a familias pudientes,
pero a los demás los dejaban atrás —dijo, bajando la mirada y
sollozando al recordar a todos aquellos jóvenes que dejaron sin
ningún remordimiento, para que fuesen asesinados por los
alemanes.
—Está bien, tranquila…, vamos con calma. —Luciano sabía
que eso no debía ser fácil para ella, por lo que, decidió ayudarla y
se enfocó en un momento que tal vez fuese menos traumático—
. ¿Como se conocieron? —preguntó tranquilamente,
acomodándose en el sillón llevando sus codos y apoyándolos

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sobre sus rodillas, para unir las palmas de sus manos mientras la
miraba a los ojos.
—Yo solo tenía seis meses de haber entrado como enfermera
voluntaria, y Fabrizio llegaba del frente… —Estaba por decir
algo más, pero el asombro que vio en la mirada de su suegro la
hizo detenerse.
—¿Enfermera? —No podía creer que su hijo, quien no quería
nada que tuviese que ver con la medicina, terminara con una
enfermera.
—Sí, señor Di Carlo…, solo tenía quince años, pero pude
entrar gracias a mi hermano, él me ayudó a encontrar el trabajo…
—¿Cómo tu familia permitió que, siendo tan joven, entraras
en ese infierno? —preguntó realmente sorprendido.
—Señor, sé lo que está pensando, pero necesitaba el trabajo,
mi mamá estaba muy enferma y; por la guerra, mi padre tuvo que
dejar los campos y buscar otros trabajos, pero lo que encontraba
apenas nos alcanzaba para comer; y tenía tres hermanos
pequeños… —explicó bajando la mirada, aunque no se sentía
avergonzada de su familia, sabía que, seguramente, no eran del
tipo que su suegro esperaba para emparentar—. Solo
contábamos con lo que mi hermano nos enviaba, y yo sentía que
debía ayudar de alguna manera, fue mi decisión y; aunque mi
padre no quería, terminó aceptando.
—Entiendo, fueron tiempos difíciles para todos —dijo,
sintiendo pena por ella, imaginarla tan joven atravesando esas
circunstancias, le hizo pensar en Fransheska y en lo afortunada
que su hija había sido.
—Señor, la mujer que ve delante de usted, no es quien
realmente soy yo —acotó mirándose la ropa—. Mi familia es de
origen muy humilde, y nosotros lo seguimos siendo… Tengo que
ser sincera con usted, pues no pienso venderle espejismos, esta
ropa me la compró la duquesa de Oxford. —Luciano escuchaba
atentamente y asintió para que ella continuase—. Soy hija de
campesinos, no fui a una escuela privada, no sé tocar el piano,

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bordar, pintar ni ninguna de esas cosas que hacen las señoritas de
clase alta; lo poco que sé, me lo enseñó mi madre y una institutriz
que llegaba una vez a la semana a la iglesia y nos reunía para
enseñarnos a leer y escribir. —Marion estaba temblando y sabía
que su suegro era consciente de ello—. Lo siento, usted me
preguntó cómo conocí a Fabrizio y yo le estoy hablando de mi
vida.
—Tranquila, sé que estás nerviosa, pero no estoy aquí para
juzgarte.
—Bien, como le decía, la primera vez solo nos vimos, ni
siquiera intercambiamos un saludo… Pero unos días después,
llegó a la enfermería con una herida de bala en la pierna… —Al
ver la mirada de terror de Luciano, se apresuró a continuar—. No
fue nada grave, solo un accidente, pero nos conocimos un poco
más, así comenzamos una amistad y; un mes después, nos
hicimos novios.
—¿Un mes? —La interrumpió, impresionado ante el corto
tiempo.
—Sí, señor Di Carlo, un mes, las cosas se dieron así… El
tiempo no importaba mucho en las campañas —dijo algo
avergonzada, pero quiso mejorar la impresión que le estaba
dando a su suegro, no quería que él la creyese una mujer
libertina—. Nuestra relación duró unos seis meses y estábamos
tan enamorados que hicimos una ceremonia simbólica para
entregarnos los votos como marido y mujer, queríamos que
nuestro amor fuese para siempre… Y una noche antes de que
Fabrizio fuese enviado al Somme, nos entregamos…
—Y así fue como quedaste embarazada. —No era una
pregunta, ella asintió bajando la mirada y una lágrima rodó por su
mejilla, la limpió rápidamente—. Te hiciste madre a los dieciséis
años y Fabrizio padre a los dieciocho… Ya saqué la cuenta por
la edad de Joshua. —Se apresuró a aclarar Luciano, al ver cómo
lo miraba Marion. No pudo evitar resoplar con molestia al
recordar todas las veces que había hablado con su hijo sobre los

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cuidados que debía tener—. ¿Acaso estaban locos? ¿Cómo
pudieron ser tan irresponsables? Tú eras enfermera y sabías las
consecuencias que podía tener intimar con un hombre,
comprendo que eras joven, pero seguro conocías métodos para
prevenir un embarazo, ¿por qué no los usaste? ¿Qué pretendías
con semejante locura? —preguntó mirándola a los ojos, con una
mezcla de asombro y reproche.
Marion se puso de pie con actitud airada y lo miró a los ojos
con resentimiento, sintiéndose realmente humillada por lo que las
palabras de su suegro le estaban dando a entender. No dejaría que
él viniera a ofenderla de esa manera tan ruin, culpándola de
haberse embarazado para aprovecharse de Fabrizio, solo porque
le había contado sobre las necesidades de su familia, pues en sus
planes jamás estuvo pretender que él se hiciera cargo de ellos,
jamás.

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Capítulo 3

Luciano miró con asombro a Marion, quien dé un momento


a otro pasó de ser una chica sumisa y temerosa a una mujer feroz
y que, a pesar de su pequeña estatura, se irguió ante él, de tal
manera, que lo hizo sentir intimidado. La furia que bullía en ella
hizo que sus ojos verdes se oscurecieran y relampaguearan,
demostrando que no estaba dispuesta a dejar que nadie mancillara
su amor por Fabrizio.
—Sí, lo sabía, señor Di Carlo, pero en ese momento no pensé,
solo me entregué a su hijo por amor… Él se iba al frente y…
¿Sabe qué? —Le dijo sumamente molesta—. No le voy a explicar
nada, no tengo por qué hacerlo… Yo no pretendía nada y si lo
que está insinuando es que yo me dejé embarazar porque quería
que Fabrizio se casara conmigo y así me mantuviera, está muy
equivocado —expresó con la voz vibrándole por la rabia que
corría por sus venas.
—Marion, cálmate…, eso no fue… —Luciano quiso
enmendar el error que había cometido, aunque sin intención.
—Sí, ¿me va a decir que eso no fue lo que quiso decir? Porque
su actitud me dice que lo pensó… Y déjeme aclararle algo, yo no
necesito el dinero de su familia, no necesito nada de esto —
espetó con las lágrimas a punto de desbordarla, se quitó el tocado
y con manos temblorosas deshizo su peinado, lanzando las cosas
en la mesa—. Cuando me entregué a él, era Richard Macbeth, así
que me importa muy poco si su apellido es Macbeth, Di Carlo o
Danchester… Quiero al hombre con el que he vivido cinco
años…, cinco años en los que nunca he necesitado de ustedes y;
aunque hemos vivido con muchas necesidades, éramos felices…

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He luchado con uñas y dientes para mantenerlo con vida, he
pasado noches en vela cuidándolo…, he dejado de comer un día
completo, para que a él no le faltara el pan. Así que, ahora no
venga a decirme que me embaracé para aprovecharme de una
posición que no sabía ni siquiera que tenía, porque nunca le
pregunté qué hacía su familia, ya que notaba que lo ponía mal
hablar de ello, y así hubiese sido un campesino como yo o un
carpintero, o un delincuente que se estaba encubriendo en la
guerra, igualmente hubiese seguido con él y me le hubiese
entregado sin reservas, porque me enamoré del joven que era
cuando estaba conmigo, y era lo único que me importaba…. —
Ese torrente de palabras salió de su boca, no podía controlarse,
los nervios y la rabia hacían estragos en ella.
—¡Marion, por favor ya para! —Luciano tuvo que alzar la voz
para que lo dejase hablar; él, al igual que ella, tenía los ojos
ahogados en lágrimas—. Disculpa si no me di a entender de la
forma correcta…, mi intención jamás fue ofenderte o decirte que
planeabas aprovecharte de mi hijo; más que un reproche, quise
expresarte mi preocupación de que te quedaras embarazada,
sabiendo el lugar donde estabas y el peligro que corrían tanto tú
como mi nieto… No me importa si tienes dinero, créeme, eso es
lo de menos… Me has demostrado con tu actitud que, quienes te
criaron, lo hicieron bien, y que realmente amas a mi hijo… No
cualquiera se hubiese hecho cargo de él, como tú lo has hecho, lo
has salvado cada día desde que lo conociste, estoy seguro de
ello…—expresó recordando aquella carta donde su hijo le
confesó que el desengaño que le causó Antonella Sanguinetti fue
tan grande, que hasta le quitó las ganas de vivir, pero era evidente
que Marion Laroche se las había devuelto—. Por favor, sígueme
contando su historia, quiero saber todo lo que ha vivido mi hijo
en estos años —pidió y le hizo un ademán para que tomara
nuevamente asiento.
Marion soltó un suspiro y decidió quedarse, aceptando las
disculpas de su suegro, confió en que decía la verdad y ocupó una

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vez más su lugar en el sillón; respiró profundo para armarse de
valor y comenzó a relatarle toda su historia junto a Fabrizio.
Sentía que su suegro estaba en el derecho de saber absolutamente
todo, no deseaba que pensara que su esposo no sufrió por estar
lejos de ellos y que continuó con su vida como si nada, porque
no había nada más lejano a la realidad; sin embargo, no sabía
cómo abordar el tema de Terrence Danchester.
—¿Por qué esperaron tanto tiempo para buscarnos? ¿Por qué,
Marion? ¿Tienen idea de todo lo que hemos sufrido? —cuestionó
Luciano, lleno de dolor e impotencia, el llanto lo había
desbordado en más de una ocasión al ser consciente de todo lo
que su hijo había sufrido, al igual que ellos lo hicieron al creerlo
muerto.
—Sí, señor…, lo sé y me he sentido culpable, pero Fabrizio
pasó mucho tiempo inconsciente, apenas despertaba para que
pudiera alimentarlo, no podía hablar y había perdido la vista. Su
recuperación fue lenta y agónica; cuando al fin fue consciente de
todo lo que había sucedido, ya yo estaba por cumplir siete meses
de embarazo, por poco y no me ve así, porque Joshua se adelantó.
—Yo los hubiese ayudado para que estuvieran mejor
atendidos y evitarles esos riesgos a los tres. Mi esposa, mi hija y
yo hubiésemos dado lo que fuera por estar con ustedes y
compartir cada uno de esos momentos, los tristes, los felices,
todos… —No pudo contener el sollozo que brotó de su garganta
al ver lo que se habían perdido.
—Mi esposo también hubiese deseado lo mismo y, créame,
no lo estoy justificando por su enfermedad, porque luego de que
él comenzara a mejorar, le insistí varias veces, pero Fabrizio tenía
miedo de buscarlos porque pensaba que no lo perdonarían… Y
también estaba lo otro de lo que se enteró y lo dejó devastado.
—¿De qué se enteró? —preguntó Luciano, tragando con
esfuerzo porque de pronto su garganta se cerró como si alguien
la apretara.

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—Sabe perfectamente de qué, señor Di Carlo… Y no soy
quién para juzgarlo ni culparlo, imagino que tuvo sus razones
para hacer lo que hizo, pero eso no estuvo bien. —Le reprochó,
mirándolo a los ojos.
—¿A qué te refieres, Marion? —preguntó, aunque ya
sospechaba algo porque ella había conocido a Terrence,
seguramente le contaron todo lo de la confusión, pero por su
actitud, daba la impresión de que ella lo había malinterpretado—
. Por favor, habla con claridad.
—Hablo de su decisión de llevar a alguien más a su hogar, para
que ocupara el lugar de Fabrizio… No se imagina cuánto sufrió
por ello… Claro, ustedes no sabían que él estaba vivo, pero mi
pobre Fabri se moría cada vez que lo veía a usted o a su hermana
en alguna revista, al lado de alguien que supuestamente era él; se
encerraba en sí mismo por días, pero en cada una de esas
ocasiones yo estaba allí para sostenerlo y le suplicaba que siguiera
adelante por nuestro hijo y por mí. —Marion lloró sin medirse
porque su suegro fuese casi un extraño, necesitaba sacarse todo
eso del pecho—. Pero era horrible verlo llorar porque sus padres
no lo conocieron lo suficiente como para darse cuenta de que
tenían en su casa a un extraño, porque yo los diferenciaría a millas
de distancia. —Su instinto sobreprotector estaba prevaleciendo
una vez más, sin detenerse a pensar en lo que decía, solo
expresaba lo que sentía y ella misma sintió rabia en su voz.
—Ya basta… ¡Suficiente, Marion! —exigió molesto por la
ligereza con la que los culpaba—. ¿Cómo puedes decir que no
conocíamos a nuestro hijo? ¡Es nuestro hijo!... Y que seas su
esposa no te da el derecho de decir eso, tú no tienes ni idea de lo
que fue para nosotros.
—Solo le estoy hablando de lo que sus actitudes nos hicieron
sentir. —Cuando se trataba de defender a Fabrizio, no se medía,
ni siquiera porque el contrincante fuese su suegro.
—Claro que sabíamos que no era Fabrizio…, lo sabíamos,
pero… ¡Maldita sea! —explotó con rabia al tiempo que se frotaba

39
la cara con ambas manos, luego se calmó y la miró—. El dolor
me jugó una mala pasada, había recibido un telegrama donde se
me informaba del bombardeo al hospital y que mi hijo había
muerto en ese ataque… Así que cuando vi a Terrence, la
esperanza renació en mí, pensé que los militares se habían
equivocado, que mi hijo de algún modo había llegado a América,
enviado por equivocación o que había desertado, no lo sé… Lo
único que me importaba era que lo tenía de vuelta y a eso me
aferré, pero después de unos meses, recibí otro telegrama donde
me daban la dirección de la tumba de Richard Macbeth y fui hasta
allá para gritarle a los militares lo inútiles que fueron, porque creía
que Fabrizio estaba conmigo, pero solo conseguí que me
estrellaran la verdad en la cara; entonces fui consciente del gran
error que había cometido —explicó mirándola a los ojos para que
viera que era sincero.
—Si se enteró de todo eso solo meses después, ¿por qué siguió
con la mentira? —cuestionó sin poder comprenderlo del todo.
—¿Qué estarías dispuesta a hacer por amor a Fabrizio? —
preguntó mirándola a los ojos.
—Ya se lo he dicho, señor, sería capaz de cualquier cosa, hasta
de dar mi vida por él —respondió levantando la barbilla.
—Ahí tienes la respuesta, yo lo hice por el amor a mi
esposa…. Porque fui yo quien cometió el error, fui quien se
equivocó y; cuando Fabrizio se fue a la guerra, Fiorella casi se
vuelve loca, se me moría de tristeza, mi familia se vino abajo…
Mi hija no quería verme porque me culpaba, mi mujer me
culpaba, yo mismo no podía con el remordimiento, pasé dos años
en una lucha incansable por traerlo de regreso, abandoné mi
hogar y mis empresas para instalarme en Francia, a la espera de
cualquier rastro que me llevara hasta él… —explicó llorando, ya
no le interesaba esconder lo que sentía en ese momento,
necesitaba soltar el dolor—. Casi quedé en la ruina por intentar
recuperar a mi hijo, pero nada de eso me importaba porque fui

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quien no le dio tiempo para reponerse de algo que me imagino te
contó y; si no lo hizo, no es mi derecho hacerlo sino el de mi hijo.
—Me lo contó, no tenemos secretos —respondió con
seguridad, Fabrizio se había ganado su confianza de nuevo.
—Me alegra mucho escuchar eso, porque yo, al igual que él,
también le mentí a la mujer que amaba, pensando que le evitaría
el dolor de saberlo muerto… Durante seis años cargué ese
pesado secreto, con el dolor y la culpa de haber llevado a mi hijo
a su muerte. Y lo más tonto es que en verdad pensé que había
engañado a mi esposa, porque se lo mantuve escondido hasta el
día en que Terrence rompió el bloqueo que le impedía recordar
su pasado. Tuve que confesarle todo y el dolor llegó nuevamente,
pero esta vez ella se resignó, porque ya lo sabía… Sus palabras
fueron: «Lo supe desde que te vi llegar con él a nuestra casa». Y también
que me había perdonado al ver el esfuerzo que hice para
regresarle a nuestro hijo, dándole uno idéntico… Y, lo de
Terrence, imagino que ya lo sabes —expuso un poco más
calmado, aunque realmente estaba agotado por todo lo vivido.
—Algo me han contado, el duque es muy reservado con el
tema, solo sé que el parecido se debe a que ellos son primos y
ustedes medios hermanos… Eso me lo dijo porque se lo exigí,
pues me traían con medias verdades, creían que Fabrizio era un
pago de favores, y no quería eso para mi esposo. Yo acepté venir
porque el duque me prometió que usted lo ayudaría y porque
antes de que recayera, Fabri estaba tratando de contactar con
ustedes… Pero después… —Marion rompió en llanto llevándose
las manos a la cara—. Yo creí que se me había muerto y me sentí
morir con él —confesó ahogada por el llanto, Luciano se acercó
a ella y la abrazó para consolarla—. Por favor…, por favor, señor
Di Carlo, tiene que curarlo…; tiene que hacerlo porque sin Fabri,
no soy nada…, nada —dijo en medio de sollozos que parecían
romperle la garganta y temblores que agitaban todo su cuerpo.
—Tranquila, no llores, por favor, eso no le hace bien a la
creatura. —susurró Luciano con voz ronca ante las lágrimas que

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lo estaban ahogando también, al tiempo que le acariciaba el
cabello—. Te juro que voy a hacer que mi hijo se recupere
completamente, no descansaré un segundo. —Se alejó un poco y
acunó el rostro de su nuera mientras limpiaba con sus pulgares
las lágrimas, viendo que era tan joven, pero a pesar de eso, había
mostrado una fortaleza increíble—. Gracias, hija… Gracias por
cuidar de mi hijo y por defenderlo con uñas y dientes…, hasta de
su propio padre; por convertirte en una leona cuando se trata de
proteger a mi Fabrizio Alfonzo. —Ella solo asintió.
Después de eso, él le pidió que fuese a su habitación y tratara
de descansar, porque todas esas emociones la habían alterado;
por suerte, él seguía medicado, así que su corazón no sufriría
ninguna taquicardia, por el momento. Ella quiso ir a la habitación
de Fabrizio, pero luego desistió porque ese momento debía ser
de la familia, ellos habían pasado seis años extrañándolo y
merecían al menos un día para poder tenerlo y entregarles todo
su amor, el mismo que tanta falta le hizo a su esposo durante esos
años alejados.

Fiorella fue recobrando la conciencia lentamente, pero su vista


estaba muy borrosa, así que parpadeó varias veces para aclararla,
su cabeza también estaba algo aturdida y le parecía que la
habitación daba vueltas. Inspiró profundo para llenar sus
pulmones de aire, porque sentía una opresión demasiado grande
en el pecho; pero esas sensaciones físicas no eran lo único que la
preocupaba, sentía un miedo que no podía explicar y las lágrimas
corrían por sus sienes.
Desvió la mirada y pudo ver a Terrence sentado en un sillón
junto a la ventana, con la mirada perdida en el jardín y sumido en
sus pensamientos, como tantas veces lo vio cuando estaba con
ellos en Italia. Ella se incorporó hasta quedar sentada, eso atrajo
la atención de Terrence, que se volvió a mirarla e inmediatamente
se puso de pie para acercarse y; sin decir nada, tomó asiento al
borde de la cama.

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Fiorella dejó que su mirada se perdiera en el rostro del joven,
detallando los rasgos de él, que estaba segura serían iguales a los
de su pequeño, si hubiese alcanzado la adultez. Un gran nudo se
formó en su garganta y comenzó a ahogarla, porque justo en ese
momento comprendió que todo había sido un sueño, sollozó con
fuerza soltando eso que le cerraba la garganta, se cubrió el rostro
mientras su cuerpo temblaba a causa del llanto.
—Tranquilícese, madre… —pidió Terrence, abrazándola—,
trate de calmarse. —Su voz estaba ronca por las emociones.
—Lo he soñado…, todo ha sido un sueño —esbozó en medio
del llanto, aferrándose a él, pero luego se alejó y llevó sus manos
para acunarle el rostro, vio sus ojos brillantes por las lágrimas,
mientras que de los de ella no dejaba de correr el llanto.
—No lo busque más en mí…, ya no tiene que hacerlo… No
ha sido un sueño, mamá —dijo Terrence liberando un par de
lágrimas—. Creo ya no debo llamarla así, ahora tiene un hijo que
se lo dirá por mucho tiempo… No lo ha soñado, él está vivo…
Fabrizio está vivo y está aquí —mencionó acompañándola en el
llanto, porque era consciente del sufrimiento que ella vivió
durante todo ese tiempo al creerlo muerto—. Mi padre lo
encontró en el Hospital de Veteranos de Chelsea y decidió traerlo
para reunirlo con ustedes.
—Por favor, no me mientas, no lo hagas porque me moriré…,
moriré si no es cierto. —Fiorella se aferró a las manos de
Terrence, dejándole ver su desesperación y lo devastador que
sería para ella enterarse de que tal vez era otra equivocación. De
solo imaginarlo, tembló y cerró los ojos fuertemente.
—Jamás le mentiría con algo así —aseguró, tomándole el
rostro y le acarició las mejillas—. Su hijo está vivo y, justo en este
momento, Fransheska y Luciano están con él
—¡Oh, Dios mío! —expresó riendo—. Quiero verlo…, por
favor, mi niño… Yo también quiero verlo —pidió e intentó salir
de la cama para correr hasta él—. Mi bebé… ¡Dios! ¡No puedo

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creerlo!… No puedo, por favor, llévame con él. —El llanto
apenas la dejaba hablar.
—Claro que la voy a llevar, pero primero tiene que
tranquilizarse, por favor. —Le pidió y pudo ver cómo ella respiró,
mientras que con manos temblorosas limpió su rostro.
—Yo estoy bien…, estoy tranquila. —Se puso de pie y quiso
correr, pero sus piernas temblaron. Él le tendió la mano para
ayudarla—. ¿Se me nota que he llorado? —Le preguntó y
Terrence negó—. Es que a mi bebé no le gustaba verme llorar, lo
hacía conmigo y no quiero que se ponga triste por mi causa. —
Le aclaró con una sonrisa que se confundía con las lágrimas.
—Gracias por todo. —Terrence se acercó y la abrazó con
fuerza, dejando escapar un par de sollozos—. Gracias por
brindarme ese amor, aunque le pertenecía a Fabrizio… En este
momento siento muchos celos de él y nunca pensé decirlo, pero
así me siento. No me conformaré con saber que es solo mi tía…
—¿Lo sabes? —preguntó con asombro y se alejó un poco del
abrazo para poder mirarlo.
—Sí, ya sé que mi padre y Luciano son hermanos, que
Fabrizio y Fransheska son mis primos y que usted es mi tía —
expresó con una sonrisa que iluminaba su mirada—. No se
imagina cuán feliz me hace formar parte de esta maravillosa
familia que me soportó por casi cuatro años. —Le dio varios
besos en la mejilla, mientras sonreía.
—Nada de soportarte, tú fuiste un maravilloso regalo para
nosotros y sabes que el amor que sentimos por ti es sincero…
Aunque ha sido una situación muy complicada para Luciano, en
el fondo, sé que él también es feliz de saber que llevas su sangre
—dijo mirándolo a los ojos y luego se puso de puntillas y le besó
la frente.
—Ahora sí, vamos para que vea que no le estoy mintiendo.
—Sí, vamos a ver a mi angelito —expresó con emoción.
Recibió la mano que Terrence le ofrecía y con la otra se
acomodó el cabello, no quería que Fabrizio la viera tan

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desencajada y que se pusiera triste; ya no quería ver una sola
lágrima en los ojos de su hijo; al menos, ninguna que no fuese de
felicidad. Salieron de la habitación y caminaron por el pasillo que
le estaba pareciendo interminable.

Fransheska seguía en la habitación junto a su hermano, se


había quedado sola con él y, aunque ya había pasado casi una
hora, para ella el tiempo se había detenido; sentía que una vez
más, ella tenía diez años y Fabrizio doce; justo cuando vivieron
las épocas más felices. No dejaba de admirarlo, se parecía tanto a
Terrence, los años los habían moldeados de igual manera, pero
en ese momento no tenía dudas, él era su hermano, podía sentir
ese hilo que los unía y que era tan fuerte.
—Fabri, sé que me dirás: «ya cállate, que me tienes mareado»,
pero compréndeme, han pasado muchos años y con ellos tantas
cosas. Te prometo que después escucharé con el mayor de los
placeres todo lo que tengas por contarme… Y es que no sabes,
encontré a mi príncipe… —Soltó una carcajada—. Ya eso te lo
dije, ¿verdad?… Sí, creo que es la quinta vez que lo hago, pero es
que soy tan feliz con él y descubrí que cuando estamos juntos, el
tiempo pasa volando, que tenías tanta razón…. ¡Ah! ¡Me voy a
casar! Así que quiero que mejores rápido, Peter Pan… Recuerda
tu promesa de entregarme en el altar. —Fransheska estaba
realmente feliz, pero en ocasiones se le escapaban algunas
lágrimas por la marea de sentimientos—. No tienes que sentir
celos, te amo igual que antes, aunque también amo a Brandon,
pero es un amor distinto, así como me lo dijiste muchas veces…
He comprendido cada una de tus palabras y lamento no haberte
entendido lo suficiente en ese entonces, era que te quería solo
para mí, que pasaras tu tiempo jugando conmigo… ¡Por Dios, te
extrañé tanto, Peter Pan!… Por eso quiero que despiertes, para
que veas que aun te amo y que eres muy importante para mí…
Sus palabras se vieron interrumpidas por el sonido de la puerta
al abrirse, ella se limpió rápidamente las lágrimas y se volvió para

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descubrir a su madre y a Terrence, entrando. Fransheska sollozó
cuando su mirada se encontró con la de su mamá, notaba la
incredulidad en ella, así que comenzó a asentir, confirmándole
que quien estaba en esa cama era Fabrizio.
Fiorella se acercó con pasos temblorosos, pero a mitad de la
habitación corrió, Fransheska se puso de pie y se acercó para
abrazarla y llevarla hasta su hermano, pues ella se había quedado
estática, no tenía poder sobre su cuerpo; por lo que, a su hija le
resultó fácil guiarla. Su mirada se perdió en el rostro de su
pequeño, ignorando todos esos aparatos a los que estaba
conectado. Fransheska la sentó en uno de los sillones, al mismo
tiempo que ella lo hacía y luego le agarró la mano entre las de ella,
para ponerlas sobre la mano de Fabrizio.
Fiorella tuvo la misma sensación de cuando lo cargó por
primera vez, esa en la que su hijo le pareció un ratoncito, por lo
blanco y pequeño que era. Sin embargo, su roce fue tan poderoso
que la hizo estremecer y su llanto le iluminó la vida; y justo en ese
momento lo estaba haciendo de nuevo; pues, luego de creerlo
perdido, su mundo se había oscurecido, pero después de todos
esos años, podía sentir cómo esa luz brillante y maravillosa la
envolvía de nuevo.
—Ratoncito… —susurró aquello que le dijo la primera vez y
las lágrimas rodaron por sus mejillas—. Mi vida, aquí estoy…,
soy tu mami y estoy aquí —expresó con voz temblorosa, llevando
su mano a la mejilla de su hijo, necesitaba estar más cerca de él,
así que dejó el sillón y se puso de rodillas; con mucho cuidado
para no lastimarlo dejó descansar la cabeza sobre su pecho, para
poder escuchar los latidos de su corazón—. Estás reviviendo mi
alma… ¡Dios mío! Gracias por este maravilloso milagro…,
gracias por devolvérmelo, yo te lo pedí tanto…, tanto —
agradeció mientras sus lágrimas mojaban el pecho de Fabrizio y
con su mano le acariciaba el costado; por primera vez, fue
consciente de su delicado estado de salud, se veía muy pálido,
delgado, con dos vías saliendo de su brazo y el tubo de la

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traqueostomía—. Chiquito…, dame tu dolor…, dámelo y yo lo
soportaré, quiero ayudarte porque no lo hice cuando debí y ahora
quiero hacerlo… Dame todo tu sufrimiento y lo lanzaré lejos de
ti, mi vida. —Ella hablaba mientras Fransheska le acariciaba la
espalda y el cabello, en ese instante se volvió para mirarla con una
gran sonrisa, pero sin dejar de llorar—. ¡Ay, hijita mía!… Mi
princesa, es tu Peter Pan, sí lo es…, es mi niño.
Terrence observaba la escena desde cierta distancia y más de
una vez tuvo que limpiarse las lágrimas, al ver la adoración que le
tenía a Fabrizio; ahora comprendía tantas actitudes de Fiorella,
de Fransheska y hasta del mismo Luciano. Suspiró y en ese
momento su mirada se encontró con la de Fransheska, pues
Fiorella no hacía más que admirar a su hijo y no era para menos,
pero también le preocupaba que colapsase como hacía minutos.
—Ya regreso…, iré por una enfermera para que esté
pendiente de Fiorella y también de Fabrizio; al parecer, él puede
percibir muchas cosas de las que lo rodean y todas estas
emociones pueden alterarlo —explicó a su prima y se dio la vuelta
para marcharse.
—¡Terry, espera! —pidió casi corriendo hasta él, se acercó
mirándolo a los ojos y de nuevo estaba llorando, pero esta vez de
felicidad—. ¡Gracias por traerlo!... ¡Dios, no tengo cómo explicar
lo mucho que esto significa!... ¡Gracias, gracias! —dijo
abrazándolo.
—No tienes nada que agradecer, Fran, sabes que deseo que
seas feliz y sé que tenerlo aquí los hará muy felices a todos —
respondió, alejándose para mirarla, porque quería verla a los
ojos—. Fue mi padre quien dio con él, todo gracias a Joshua.
—¿Joshua? —preguntó desconcertada.
—Sí, tu sobrino…, tienes un sobrino y es realmente increíble,
te va a enamorar cuando lo conozcas. —Sonrió al ver que ella
parpadeaba con asombro—. Tu hermano te hizo tía hace mucho
tiempo y lo hará por segunda vez, pues su esposa está embarazada
y todos esperan que sea una niña.

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Ella se volvió para mirar a Fabrizio y su corazón palpitó con
fuerza, mientras el pecho se le llenaba de felicidad, más lágrimas
se hicieron presentes y comenzó a reír con alegría. Luego miró a
Terrence y le dio un gran abrazo, recordando esas palabras de su
madre, donde le pedía que le diese los nietos que Fabrizio no
había podido darle, pero eso ya no sería necesario, porque ya
estos existían.
—Creo que me voy a desmayar de la emoción… Soy tía…
¡Soy tía!… ¡Mi Fabri tiene una familia! Pero… ¿Dónde están? —
preguntó mirándolo a los ojos.
—Pronto los verás. —Sonrió porque se imaginaba cuánto se
sorprendería cuando supiera quiénes eran—. Por ahora, lo mejor
es que estés junto a Fiorella, porque ella también puede
abrumarse ante tantas emociones, y ya se desmayó una vez. Le
diré a una enfermera que venga e iré a ver cómo está Luciano.
—Él está con tu padre…, le pedí que lo llevase con un médico
porque estaba muy alterado y me asusté mucho… Sé que desea
más que nada estar junto a Fabrizio, pero es mejor que se
tranquilice antes de regresar… Por cierto, ¿dónde están los
demás? —preguntó al caer en cuenta que se había olvidado de
todo a su alrededor.
—Están con Victoria, no te preocupes y disfruta de tu Peter
Pan, Campanita. —Le dijo, mostrando una hermosa sonrisa que
iluminaba su mirada, le dio un beso en la frente y después salió.
Fransheska regresó hasta su madre, se dejó caer en la
alfombra, adoptando la misma postura que ella y la abrazó por la
espalda, mientras cada vez se hacía más consciente de su
maravillosa realidad.

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Capítulo 4

Soltó el abrazo de su madre y después de un momento, supo


que esa posición no era muy cómoda, le costó convencerla de
que se alejara del pecho de su hermano, pero también lo hacía
por él. Fiorella comprendió y con la ayuda de su hija se sentó en
el borde del sillón, desde donde siguió admirando y acariciando a
su hijo, mientras las lágrimas brotaban como si fuesen una fuente
inagotable.
—Fabrizio…, corazón de mami —susurró con la voz trémula
y la mano de su hijo entre las de ella, admirando sus dedos unidos,
como habían estado tantas veces—. No me cabe el corazón en el
pecho… ¿Por qué tardaste tanto? ¿Por qué nos has hecho sufrir
de esta manera? ¿Acaso ya no nos querías? —preguntó entre
sollozos.
Fabrizio escuchaba voces lejanas y en ese momento una gran
nostalgia se apoderó de él, provocándole unas inmensas ganas de
llorar, pero no poseía la capacidad para hacerlo y drenar ese
sentimiento que lo envolvía. Su respiración se agitó por el aroma
que colmó sus sentidos y lo transportó a su infancia. Podía
reconocerlo, ese aroma que tanto adoraba y había extrañado: era
el de su madre. Eso hizo que una poderosa fuerza lo invadiera,
dándole el poder de separar sus labios y soltar un jadeo que fue
apenas un silbido, a causa de la traqueostomía.
La puerta se abrió lentamente, mostrando a un Luciano
dudoso y tembloroso, con los ojos ahogados en lágrimas, y le fue
imposible mantener la calma ante la imagen que se mostraba
frente a él. Sus ojos se encontraron con los grises de su esposa,
ella soltó un sollozo que retumbó en la habitación, al tiempo que

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le extendía los brazos, pidiéndole que se acercara. Luciano llegó
hasta ella y se aferraron en un abrazo que vino acompañado de
un torrente de sollozos.
—Perdóname, mi amor —pidió acariciando el cabello de su
esposa—. Es mi culpa que esté así. —Desvió la mirada hacia su
hijo, pero sin soltarse del abrazo—. Fabri, perdóname, hijo mío,
perdóname —repetía porque necesitaba hacerlo, pero el llanto no
le daba tregua y seguía cortándole la voz; sin embargo, él no
cesó—. Perdóname por haberte fallado, Fabrizio Alfonzo.
—Es nuestro niño…, nuestro Alfonzo… ¿Recuerdas cuando
lo tuve entre mis brazos por primera vez?… Tu no querías
entregármelo, pues te había hechizado y yo te lo pedía, pero tú
no me escuchabas, así que te dije que no asistirías a mis demás
partos, porque querías quedarte con mis hijos —dijo riendo al
recordar la cara que puso su esposo en aquel momento—. Sin
embargo, también fuiste quien me ayudó a traer al mundo a
nuestra princesa, Fransheska… No solo lo procreamos, sino que
también los trajimos juntos al mundo, jamás tendré cómo pagarle
a Dios por la familia y la vida maravillosa que me has dado, con
todo y sus momentos difíciles.
—Tú y mis dos hijos han sido lo mejor de mi vida. —Luciano
llevó sus manos a las mejillas de Fiorella y se acercó uniéndose
con ella en un beso tembloroso, que los afianzaba nuevamente
como familia.
Se alejaron y luego se volvieron a ver a su hija, que sonreía en
medio de lágrimas, les extendieron sus brazos y ella se lanzó para
abrazarlos con fuerza. Emocionada ante la grandeza del amor que
se profesaban y que había superado las pruebas más difíciles,
justo como lo había hecho el suyo con Brandon; y, seguramente,
el de Fabrizio con su esposa, porque todos eran amores de
verdad.
Luciano y Fiorella la cobijaron con sus brazos y le besaron la
cabeza mientras lloraban; en ese momento, las palabras no les
hacían falta, porque el sentimiento que los embargaba era tan

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grande, que no podía expresarse en voz alta. Ellos siguieron así
abrazados mientras veían a Fabrizio e intentaban convencerse de
que todo eso era una realidad, que él había regresado para darles
ese sentido que les faltaba a sus vidas y el que esperaban también
darle a la de él.

Marion miró su reloj y supo que Fabrizio tendría su revisión


médica en una hora, esperaría ese tiempo para llenarse de valor e
ir a la habitación de su esposo. Luego de conversar con su suegro,
pasó por la habitación de Manuelle, para contarle que hasta el
momento todo estaba bien, aunque todavía no conocía a su
suegra y su cuñada.
Su hermano la llenó de palabras de aliento, de abrazos y de
todo ese cariño que tanta falta le hacía; debía admitir que el
encuentro con Luciano Di Carlo fue mejor de lo que esperaba.
Después de estar un rato con él, regresó a su habitación y ahora
estaba sentada al borde de la cama, esperando que los minutos
pasaran lo más rápido posible, para ver a su esposo; de pronto, la
puerta se abrió y ella se sobresaltó.
—¡Joshua! —dijo impresionada al ver su aspecto, al tiempo
que se ponía de pie—. Mi vida, estás hecho un completo desastre.
—Mami, es que le di de comer a los caballos y también, con
la ayuda de Lucas, le dimos de beber —dijo emocionado,
acercándose.
—Sí, corazón, pero debiste tener más cuidado. ¿Ahora cómo
vas a ver a tu abuela en esas fachas? ¿Y qué pensará tu tía? —
preguntó alarmada, porque no quería que ellas pensaran que era
una madre descuidada.
—¿Ya despertó la abuela? —preguntó esperanzado.
—Sí, ya. Terrence me dijo que ella y tu tía están en la
habitación de tu papi. —Le dijo, poniéndose de cuclillas mientras
le quitaba la camisa, para seguir desvistiéndolo.
—Mami, báñame rapidito para ir a verlas —dijo con
entusiasmo.

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Minutos después, Marion terminaba de vestirlo, buscó uno de
los conjuntos más bonitos y se lo puso, quería que estuviese
presentable para su abuela y su tía. Luego de dejarlo listo, decidió
ducharse rápidamente, también escogió uno de sus vestidos
nuevos, uno que fuese bonito, pero sencillo.
Sabía que el señor Octavio la había estado preparando y
educando para ese momento, pero decidió presentarse ante la
familia de su esposo tal como era, una hija de campesinos,
hermana de militar y enfermera de un pequeño pueblo. Recogió
su cabello en una coleta, no se puso nada de maquillaje, porque
casi no le gustaba usarlo; en realidad, no le hacía falta, tenía un
rostro verdaderamente adorable.
—¿Qué tal me veo? —Le preguntó con una sonrisa a su hijo.
—Muy hermosa, mami, siempre te ves muy hermosa —
respondió riendo y luego la agarró de la mano—. Vamos, ya
quiero ver a mi abuela y a mi tía —añadió con entusiasmo y casi
la arrastró hacia la puerta.
El corazón de Marion se desbocó antes de que pudiese llamar
a la puerta, no sabía si sería prudente presentarse en ese
momento, pero su hijo estaba ansioso por conocer más de cerca
al resto de su familia. Respiró hondo para armarse de valor, pero
antes de que pudiese tocar, vio a Joshua levantar la mano para
hacerlo mientras elevaba la cabeza y la miraba sonriente; ese gesto
hizo que los nervios que la atormentaban casi desaparecieran.
—Sí, adelante —respondió Luciano desde el interior.
Joshua giró la perilla y abrió lentamente la puerta, sin soltar la
mano de su madre, justo en ese momento, le recordó tanto a
Fabrizio; estaba segura de que su esposo hubiese actuado igual, si
estuviese consciente. Entraron y de inmediato todas las miradas
se fijaron en ellos, Marion tragó para pasar el nudo de angustia
que le cerró la garganta, al tiempo que veía cómo las dos damas
miraban a Joshua.
Fiorella y Fransheska apenas sí podían creer que ese hermoso
niño que acababa de entrar fuese el hijo de Fabrizio, aunque su

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parecido con él no dejaba lugar a dudas, pero lo que realmente
las sorprendía era lo grande que estaba, era todo un hombrecito.
Joshua caminó lentamente hasta la cama donde estaba su padre,
que al ser lo bastante grande, le permitía subir, lo hizo con mucho
cuidado y se acostó como ya tenía acostumbrado, luego se acercó
para darle un beso en la mejilla, al tiempo que sonreía con
complicidad.
—Papi, mi abuelo no está molesto contigo… Y, tenías razón,
es muy bueno. Seguro estás muy feliz porque por fin estamos con
ellos —susurró en el oído de su padre—. Mi abuela es bonita,
pero todavía no me habla y mi tía tampoco, aunque es igual de
hermosa, parecen unas muñecas de esas de porcelana que tiene
mi madrina Céline y que el tío siempre me pide que no toque…
No entiendo por qué no me hablan, solo me miran y me miran
—acotó viéndolas a hurtadillas, ellas le sonrieron, lo que hizo que
él dejara ver media sonrisa.
Los presentes admiraban la escena como si estuviesen en
medio de un sueño, de inmediato, el corazón de Fiorella dio un
vuelco que hizo que su cuerpo se estremeciese y las lágrimas
bañaron nuevamente sus mejillas. Fransheska estaba
completamente embelesada con el niño, era tan hermoso como
un querubín, pero algo en él le resultaba conocido y no era solo
por el parecido con Fabrizio.
De repente, un recuerdo asaltó su mente y enseguida desvió la
mirada a la madre del niño, que se había quedado junto a la
puerta, aunque no pudo mirarla bien a la cara, un vacío se formó
en su pecho y se sintió arrastrada por una avalancha de
sensaciones. El mismo dolor, la misma angustia y nostalgia que
sintió hacía algún tiempo en la estación de trenes en París, volvía
hasta ella y la golpeaba con más fuerza, por lo que, un sollozo se
escapó de su garganta.
—Eres tú… —esbozó sin desviar la mirada de la rubia, que
justo en ese momento elevó la cabeza y sus ojos verdes se
encontraron con los grises—. Eres la chica de la estación de

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trenes en París —prosiguió sintiéndose caer por un precipicio.
Marion asintió y limpió una lágrima que corrió por su mejilla.
Fransheska sollozó con fuerza de nuevo mientras la miraba con
reproche—. ¿Por qué no me dijiste nada cuando nos vimos? —
Le reclamó mientras se ponía de pie.
—Yo… yo no…, no lo sabía —respondió ella pausándose por
el llanto que se anidaba en su garganta. Sabía que la culparían y
que incluso podían llegar a pensar que fue la que impidió que
Fabrizio regresase a Italia con ellos—. No sabía quién eras…
En ese momento sintió que el sudor frío se instalaba en su
nuca y que la habitación empezaba a darle vueltas, su vista se
tornó realmente borrosa y de un momento a otro sus piernas se
hicieron débiles, todo eso le indicó que se desmayaría. Enseguida
fue consciente de que podía hacerse daño si se caía, así que con
las pocas fuerzas que tenía se deslizó en la puerta para quedar
sentada en el suelo y cerró los ojos.
—¡Mami! —gritó Joshua asustado al ver cómo su madre se
desplomaba. Bajó con rapidez de la cama y corrió para llegar
hasta ella.
—¡Marion! —Luciano se alarmó y se apresuró para atenderla.
—¡Oh, por Dios! —Fransheska se sintió culpable.
—¡Jovencita! ¿Estás bien? —Fiorella también se acercó para
socorrerla, se asustó al verla tan pálida.
—Respira, hija…, tranquila, todo estará bien, respira. —
Luciano la sostuvo en brazos con cuidado.
—Luciano, vamos a ponerla en un sillón, para que esté más
cómoda —indicó Fiorella, mientras ayudaba a su esposo.
—Ven, Joshua…, tu mami está bien. —Le dijo Fransheska,
viendo cómo el niño empezaba a llorar y le tomaba la mano a su
madre. Lo giró quedando hechizada por esos grandes y hermosos
ojos topacios, idénticos a los de su hermano—. Todo está bien…,
tu mami está un poco cansada por el viaje y el embarazo, pero es
fuerte como tú —esbozó regalándole una hermosa sonrisa para
tranquilizarlo, el niño asintió, pero no dejaba de mirar a su madre.

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—No quiero que mami se duerma como papi… Ayúdala,
abuelo…, ayúdala, por favor —suplicó mirándolo a los ojos,
mientras los suyos se cristalizaban y no se apartaban de su madre.
—Tu mami está bien, Joshua, es normal por el embarazo que
a veces se desvanezca así, es normal —acotó, acariciándole la
mejilla para que se tranquilizara—. Démosle un poco de espacio
para que respire.
—Es tan joven… —susurró Fiorella, mientras le acariciaba la
frente, para retirar el sudor frío—. Y está muy delgada…,
pobrecita.
—Sí, es menor que Fransheska —respondió Luciano,
percatándose de que estaba realmente pálida. Le revisó los
antebrazos y los ojos, según su primer pronóstico, parecía
presentar los niveles de hemoglobina bajo—. Creo que no está
manteniendo un control adecuado del embarazo —acotó,
levantando la mirada para encontrarse con la de su esposa—.
Aunque, la anemia es muy común en las embarazadas, pero puede
ser peligrosa, si no se atiende a tiempo.
—Querida, trata de respirar…, toma aire despacio y luego lo
sueltas —susurró Fiorella—. Todo está bien.
Marion apenas podía levantar sus párpados, pues los sentía
realmente pesados, era consciente de las peticiones de las
personas a su alrededor. Sin embargo, su cuerpo en ese momento
no dependía de ella, se le habían agotado las fuerzas y sentía cómo
las lágrimas bajaban quemando sus sienes, pues le mantenían la
cabeza hacia atrás.
—Tranquila…, trata de respirar; sé lo horrible que son estos
desmayos, pero ya pasará —dijo Fiorella, sonriéndole.
Levantó la mirada y vio a su esposo, que ya no lucía tan
angustiado, así que ella también se relajó; seguidamente, desvió la
mirada a Fransheska, quien mantenía a Joshua en sus brazos. Le
dedicó una sonrisa para asegurarle que su madre estaría bien; su
mirada se quedó prendada de su nieto y pudo apreciar lo hermoso
que era, sentía como si hubiese regresado en el tiempo y estuviese

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viendo a Fabrizio, justo con esa edad, los mismos ojos
expresivos, el cabello alborotado e; incluso, pudo apreciar
algunos de los gestos de su hijo en Joshua.
Era evidente que Fabrizio había impuesto sus genes, por
encima de los de la chica, porque casi no había heredado nada de
ella, solo el color del cabello, que era un par de tonos más claro
que el de su hijo. Se vio envuelta en la ternura que irradiaba su
nieto y le estiró la mano para que se acercase; lo que Joshua hizo
inmediatamente. Fiorella le tomó la mano y se la llevó hasta la de
Marion, pudo ver cómo su nuera apretaba el agarre con las pocas
fuerzas que tenía.
—Mami, no te duermas. —Le susurró, dándole un beso en la
mano—. No te duermas como papi.
—Ella está bien, Joshua, solo está un poco cansada, pero no
se va a quedar dormida… —Le aseguró Luciano, mirándolo.
—¿Lo prometes? —preguntó con tono urgente.
—Sí, lo prometo. —Le sonrió para que confiara en él.
—Entonces, te creeré —dijo y suspiró aliviado. De pronto,
sintió cómo lo tomaban por la cintura, se volvió descubriendo
que era su abuela, que había tomado asiento en el sillón y ahora
lo apoyaba en sus piernas, para luego envolverle la cintura con
sus brazos.
—Tu mami está bien, mi niño. —Le dio un beso en la
sonrojada mejilla, sintiendo la más maravillosa de las sensaciones
al contacto de la suave piel en sus labios, le encantó tanto, que le
dio uno más, mientras le acomodaba el cabello detrás de las orejas
y luego le despejó un poco la frente—. Qué bonito eres…,
chiquilín. —Se acercó y besó la frente, luego lo abrazó,
meciéndolo y embriagándose del maravilloso aroma que brotaba
de su cuerpecito, sintiendo cómo las emociones se desbordaban
y, una vez más, las lágrimas se hacían presente.
—Abuela, no llores —susurró Joshua, alejándose un poco y
mirándola a los ojos—. Yo te quiero, papi me habló de ti —dijo,
acercándose y le dio un beso en la mejilla.

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—Yo también te quiero mucho, mi pequeñín. —Ella no pudo
retener un sollozo, que apenas expresaba una pequeña parte de la
emoción que la embargaba—. Yo también te quiero —expresó
con sinceridad, porque ya se había robado su corazón.
—Papi siempre me decía que eras muy bonita… Sí que lo eres,
abuela. —Llevó sus pequeñas manos a las mejillas de Fiorella—.
Yo siempre quise conocerlos, porque los papás de mami se
fueron al cielo… A ellos no los conocí ni por fotos, no tenemos;
pero mi tío, me cuenta cómo eran… y me los ha dibujado.
Dejó libre media carcajada que captó la atención de todos,
como si se tratase de la más hermosa melodía; y los contagió,
hasta a su madre, quien estaba empezando a reponerse, mostró
una sonrisa cansada, pues conocía muy bien el motivo de esas
carcajadas de picardía de su hijo y ya sabía por dónde venía.
—Pero lo hace muy mal… —Otra carcajada se escapó de su
boca y su mirada brillaba de picardía—. Mis dibujos son más
bonitos… Más…, más… —Desvió la mirada a su madre, quien
lo miraba con los ojos entreabiertos—. Mami, ¿cómo dice papi
que son mis dibujos? —Le preguntó con una sonrisa.
—Estilizados…, más estilizados.
—Eso… más estilizados, porque él me ha enseñado a usar los
colores correctamente. Mi tío, una vez pintó al señor Lapín…,
ese era mi conejo, pero él también se fue al cielo… Lo pintó de
azul, pero él era blanco, solo me dijo que lo pintó de ese color
porque es mi favorito, así como el color de papi.
—¿También te gusta el azul cobalto? —preguntó Fransheska
con gran emoción, y lo vio asentir—. ¡Qué maravillosa
casualidad! Vas a tener un armario lleno de ropa, y muchos
juguetes, porque tu papá dejó muchos en nuestra casa y yo los
guardé todos, te los daré cuando vayamos a Italia.
—¿Iremos a Italia? —preguntó, ilusionado.
—Por supuesto, iremos para que conozcas la casa donde
nació tu papá y veas los hermosos campos que la rodean. —
Fiorella estaba tan entusiasmada como él.

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—Seguro que papi se pondrá muy feliz… ¿Verdad, mami?
—Sí, mi vida, estará muy contento de volver —esbozó
sonriendo, porque sabía que así sería. Fabrizio por fin sería
realmente feliz.
—Abuela, yo sé hablar italiano, así que voy a entenderlos.
—¿En serio? —preguntó con la mirada brillante.
—Sí… Bueno, papi me enseñó algunas cosas, él sabe mucho
más, pero me prometió que me enseñaría todo —comentó
sonriendo—. Y mi tío, Terry, me está enseñando inglés. Voy a
hablar muchos idiomas. —Se irguió, mostrándose decidido a
conseguirlo.
—Nosotros también lo haremos —añadió Luciano con
rapidez, para evitar que hiciera otro comentario sobre el vínculo
familiar con los Danchester, delante de su hija—. Te
enseñaremos todo lo que quieras.
—¿En serio? —preguntó con una mirada brillante. Su abuelo
asintió con una sonrisa—. Me gustaría aprender a tocar el violín.
—¿El violín? —preguntó Fiorella, mirándolo con una sonrisa.
Lo vio asentir mientras se mordía el labio—. Eso es maravilloso,
tu tía Fransheska toca el piano y lo hace muy bien.
—¿Así como Dominique? —preguntó fijándose en su tía.
—Sí, lo hago tan bien como ella, pero lo que más me gusta es
bailar.
—A mí también… Y papi siempre me decía que había
heredado eso de mi tía Campanita —esbozó sonriéndole a la
hermosa joven.
Fransheska se emocionó tanto al escucharlo llamarla de esa
manera, que se lo quitó a su madre de las piernas y lo cargó para
llenarle el rostro de besos. Definitivamente, Joshua había
heredado el carisma de Fabrizio, en pocos minutos se había
ganado el corazón de todos, era muy vivaz e inteligente, pero lo
que más los enamoró fue que desde el principio se mostró
dispuesto a que fueran parte de su vida, era como si ellos siempre
hubiesen estado de alguna manera cerca de él.

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Joshua siguió hablando de su vida en Amiens y de todos sus
gustos, así como de muchos episodios con Fabrizio, lo que por
supuesto, atrapó toda la atención de los presentes. Luciano se
puso de pie y se acercó hasta la mesa donde había una jarra de
agua, tomó un vaso y lo llenó, luego regresó hasta donde estaban
todos y se lo tendió a su nuera.
—Gracias, señor —susurró tomándolo y dándole un sorbo.
—De nada… Marion, ¿llevas algún control con el embarazo?
—Le preguntó al tiempo que tomaba asiento.
—La verdad es que no he tenido tiempo, pero Victoria…,
quiero decir, la señorita Anderson, me revisó durante el viaje y
me dijo que todo estaba normal, solo me dio algunas indicaciones
que he seguido. Lo del desmayo seguramente se debió a todo lo
vivido hoy.
—Lamento haberme puesto así cuando te reconocí, no quise
hacerte sentir mal…, es solo que me sorprendió —dijo
Fransheska y se acercó para tomarle la mano.
—Está bien… Yo igual le reproché a Fabrizio que no hiciera
nada ese día; la verdad, es que siempre le insistí para que los
buscara, pero era un tema muy difícil de tratar con él…
—Tenía miedo, pensaba que el abuelo estaba molesto con él,
por haberse ido a la guerra —susurró Joshua con tristeza—, pero
sé que cuando despierte, estará feliz, porque el doctor Gilbert
decía que puede escuchar, así que seguro ya sabe que están aquí
y que ustedes no están molestos con él y que lo quieren mucho.
—Sí, pequeñito, lo queremos mucho y estamos felices de que
esté aquí —mencionó Fiorella, limpiándose una lágrima, mientras
le agarraba la mano a su esposo y le daba un suave apretón.
—No hablemos de cosas tristes, ¿está bien? —sugirió
Fransheska, tragó para pasar sus lágrimas y luego sonrió mirando
a su cuñada, que ya había recuperado el color—. Cuéntanos de ti,
Marion, tengo curiosidad por saber más de la mujer que
conquistó a mi hermano.

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—Bueno…, mis padres eran campesinos en Doullens… —
omitió lo de su muerte, porque eso sería tocar otro tema triste—
. Mi hermano era un teniente militar, y yo me enlisté como
enfermera voluntaria en la guerra, así fue cómo conocí a Fabrizio.
—¿Eres enfermera? —preguntó Fiorella con asombro.
—No puedo creerlo. —La carcajada de Fransheska retumbó
en la habitación—. Fabri, te salvas porque estás enfermo, si no,
te daba un buen coscorrón… —acotó Fransheska sin dejar de
reír mientras miraba a su hermano, después desvió la vista a su
cuñada—. Él odiaba todo lo referente a la medicina, la sangre le
daba ganas de vomitar, por Dios, tenías que verlo, se ponía pálido
hasta casi desmayarse… Además, no soportaba el olor a
hospitales… Sin embargo, terminó casado con una enfermera —
dijo riendo con asombro.
Fiorella vio a su nuera sonreír y, supo lo que su hijo vio en
ella, realmente era una joven hermosa, tenía un aura angelical y
era increíble la ternura que desbordaba en sus gestos; sin duda,
sus nietos serían hermosos. Sin embargo, lo que más apreciaba
era ese amor con que miraba a Fabrizio, casi con devoción; supo
que su niño había estado todo ese tiempo en buenas manos.
—Me lo contó cuando estábamos en el campamento —
respondió Marion, sonriendo al recordar esos días—. El miedo a
la sangre lo perdió mucho antes de que yo lo conociese…
Hubiera sido imposible el no perderlo en la guerra… —Se detuvo
al ver cómo los rostros de todos se contraían de dolor, y a su
suegra se le escapaba un sollozo—. Señora, la guerra fue cruel,
fuerte y despiadada, pero también había buenos momentos, que
nosotros mismos hicimos… Momentos maravillosos y que
siempre vamos a atesorar. Nosotros nos enamoramos en medio
de todo ese caos, cuando estábamos juntos, no existía nada malo,
era como escapar a un mundo aparte… Fabrizio es un hombre
único y debo darles las gracias por haberlo criado de esa manera,
por hacer de él un ser excepcional, que ha sabido cómo vencer
las más duras adversidades; y desde que me contó toda la verdad,

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no ha dejado de luchar por ser una mejor persona, por nuestro
hijo, por mí, pero, sobre todo, por él.
—Nosotros somos quienes debemos agradecerte a ti, que lo
hayas cuidado todos estos años —Fiorella le tomó las manos.
—Que le dieras todo el amor que siempre mereció —añadió
Fransheska, siempre aspiró verlo enamorado de una buena mujer.
—Y por traerlo de regreso con nosotros —comentó Luciano,
con los ojos llenos de agradecimiento y lágrimas.
—Y también por este hermoso pequeñín que se ha robado
nuestro corazón —comentó Fransheska, dándole un par de
sonoros besos en la mejilla, mientras lo abrazaba con fuerza.
—¿Y por mi hermanita? —preguntó Joshua, mirando a su
mamá.
—Sí, también por tu hermanita —repitió Fiorella y miró a
Marion, pidiéndole permiso para tocarle el vientre. La vio asentir
con una sonrisa y enseguida posó sus manos en la pequeña
barriga—. Te voy a consentir muchísimo y te prometo que serás
muy feliz.
En ese momento, se escuchó un llamado a la puerta, Luciano
dio la orden de entrar y vio que se trataba del equipo médico; los
dos doctores y las dos enfermeras los saludaron y luego se
acercaron a la cama, para iniciar el procedimiento. Los Di Carlo
sabían que los médicos le pedirían que salieran, así que
Fransheska se puso de pie y Marion hizo lo mismo, pero no para
salir, sino para lavarse las manos, porque ella también formaba
parte de la revisión de su esposo.
—Doctor Farrell, ¿puedo estar presente? —preguntó
Luciano, para saber en qué consistía la asistencia a su hijo.
—Sí, pero deberá permanecer en ese lugar, para evitar alguna
contaminación —acotó mientras se ponía los guantes.
—También quiero estar presente, Luciano —susurró Fiorella,
no quería separarse un segundo de su hijo—. Por favor, doctor.
—Pueden quedarse, pero el niño no —dijo mirando a Joshua,
porque sabía que siempre se ponía muy nervioso.

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—Yo me lo llevo —dijo Fransheska de inmediato y le dedicó
una sonrisa al ver que se ponía triste.
Ella tampoco quería alejarse un segundo de su hermano, pero
no quería exponer al niño a alguna situación que fuera a
provocarle alguna impresión, y ella tampoco se sentía con la
fuerza de ver lo que le harían a su hermano. Le extendió los
brazos a Joshua y al sentir el peso de su sobrino, se dijo que sus
padres lo tenían bien alimentado; sonrió y le dio un par de besos,
para que no estuviera triste por dejar a su padre.
—Vamos, te llevaré a conocer a Brandon, es mi prometido y
dentro de poco también será tu tío, aunque creo que se pondrá
muy feliz si desde ya lo llamas de esa manera —comentó con una
sonrisa, para entusiasmarlo.
—Está bien —dijo animándose, luego miró a Fabrizio—.
Papi, ya regreso, voy a conocer al novio de mi tía Campanita.
Todos sonrieron y los vieron salir, luego de eso, Marion
comenzó a prepararse. Fiorella y Luciano, la observaron mientras
se ponía los guantes y una mascarilla. El doctor Farrell, retiró con
cuidado la sonda que entraba a la traqueostomía, de inmediato,
un fuerte silbido se dejó escuchar en la habitación, era la
respiración de su hijo que salía por la boquilla y; en cada
inspiración, el pecho le temblaba.
Fiorella jadeó de la impresión y Luciano pasó el brazo por
encima de sus hombros, para acercarla a su pecho. Ella se recargó
en él, cerrando los párpados fuertemente, para no liberar las
lágrimas. Luciano podía parecer impasible, pero ella sentía los
latidos de su corazón, desbocados, ambos sufrían por su hijo.

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Capítulo 5

Los primos Anderson y los esposos Cornwall, habían pasado


al salón de té de la duquesa, en compañía de Terrence y sus
padres; todos habían decidido darles un tiempo a los Di Carlo,
para que pudieran disfrutar de su reencuentro con Fabrizio y
también para que conocieran a Marion y a Joshua. Mientras tanto,
ellos se ocuparon de ponerse al día con todo lo sucedido durante
esos dos meses que estuvieron alejados; por supuesto, el tema
central fue cómo se estaba manejando lo de la recuperación de la
identidad de Terrence.
Después de un rato, las mujeres pidieron dejar ese tema de
lado, porque los ponía tensos, así que decidieron enfocarse en la
boda. Annette y Fransheska, ya le habían concertado una cita a
Victoria, con la modista; no sabían si contaban con tiempo
suficiente, por eso habían decidido adelantar algunas cosas, pero
lo del vestido debía ser una elección de la novia.
—Cualquiera que me guste y me quede, estará bien —
comentó, pues no le daba importancia a eso; después de todo, la
primera vez que le entregó sus votos a Terrence, llevaba un
delicado vestido, que había comprado solo un día antes.
—Nada de eso, eres la heredera Anderson, futura condesa de
Wallingford, y todos estarán ansiosos por verte, así que debes
lucir espléndida ese día —sentenció Annette, mirándola.
—Annie… —Suspiró y estaba a punto de quejarse, cuando
escucharon un golpe en la puerta.
—Hablaremos de esto luego, pero desde ya te digo que apoyo
a la señora Cornwall —indicó Amelia, mirando a su nuera, luego
dirigió la vista hacia la puerta—. Adelante —ordenó.

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—Disculpen, estoy buscando a Brandon y me dijeron que
estaba aquí —pronunció Fransheska, entrando con su sobrino, a
quien llevaba de la mano por petición de él, ya que le había dicho
que no quería que creyesen que era un bebé, pues tenía cinco años
y medio.
—Aquí estoy, princesa —dijo Brandon, poniéndose de pie y
caminó hacia ella con una gran sonrisa.
—Imagino que ya estás al tanto de todo —comentó con la
voz vibrándole por las lágrimas que le inundaron la garganta.
—Sí, ya nos dijeron que tu hermano está vivo y que está aquí.
Estoy muy feliz por ti y por tus padres, sé lo que eso significa
para ustedes —respondió mirándola a los ojos y la estrechó entre
sus brazos con fuerza. La escuchó sollozar mientras se estremecía
contra su pecho, le acarició la espalda y dejó que se desahogara.
Tal vez, no lo había hecho por estar en presencia de sus padres—
. No te voy a pedir que no llores, porque sé que son lágrimas de
felicidad. —La movió para mirarla a los ojos y acariciarle las
mejillas con sus pulgares.
—Sí, son de la más grande y hermosa felicidad, ahora puedo
decir que soy completamente dichosa, mi amor… Y es que
todavía no puedo creerlo… ¡Dios, Fabri está vivo! ¡Es un
milagro! —Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas,
acompañando su sonrisa repleta de emoción—. Aunque no solo
he venido por eso, quiero presentarte a mi hermoso sobrino —
dijo y miró a Joshua para que no tuviera pena.
—Mucho gusto, señor, me llamo Joshua Alfonzo Di Carlo
Laroche. —Se presentó, irguiéndose para parecer más alto y
sonriendo.
—Es un placer, Joshua, mi nombre es Brandon William
Anderson —dijo extendiéndole la mano al pequeño, que tal
como le había dicho su prima, era muy parecido a Terrence.
—¿Usted se va a casar con mi tía Fransheska? —preguntó y
entrecerró los ojos para dedicarle una mirada, como esas que
hacía su tío Manuelle con su padre, y que se suponía era para

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recordarle que debía hacerla muy feliz o; de lo contrario, se las
vería con él.
—Sí, me casaré con ella… —Brandon tuvo que reprimir una
sonrisa al ver la mirada del niño, parecía un viejito cascarrabias y
supuso que había copiado ese gesto de alguien mayor—. Lo
haremos una vez que tu padre se recupere y pueda acompañarla
al altar.
—¡Qué bien! Él se pondrá muy feliz, porque estaba trabajando
mucho para venir y cumplir con esa promesa, siempre me lo decía
cuando le ayudaba a contar el dinero que estaba reuniendo…
«Esto es para estar en la boda de mi Campanita», decía; y aunque a
veces yo deseaba comerme un helado, no le pedía ni un centavo,
porque también quería venir —relató mirando al novio de su tía.
—¡Mi pequeño! —expresó Fransheska con agradecimiento y
lo cargó, dejándole caer una lluvia de besos en su rostro—.
Gracias por ser tan considerado con tu papi.
—Él siempre me decía que éramos un equipo y que debíamos
ayudarnos, así que yo lo hacía —contestó sonriendo.
—Eres un gran chico, Joshua —dijo Brandon sonriéndole y
se le ocurrió una idea—. Y eso se merece una recompensa, así
que enviaré a pedir un gran pote de helado, para que los tres los
comamos.
—¡Gracias, muchas gracias, tío Brandon! ¿Puedo llamarte así?
—preguntó, porque Manuelle siempre le recordaba que debía
guardarles respeto a las personas mayores.
—Por supuesto, desde ya eres mi sobrino. —Su sonrisa se
hizo más efusiva cuando vio al pequeño asentir con emoción,
también por el beso en la mejilla que le entregó Fransheska—.
Ven, te presentaré a algunos miembros de mi familia.
—Tía, ¿me puedes bajar? Por favor —pidió muy bajito, para
que no lo escucharan. Le gustaba que lo cargara, pero la crianza
que le había dado su tío, le recordaba que ya era un hombrecito.
—Claro, pequeñín —susurró sonriendo con complicidad. Lo
bajó y lo agarró de la mano para acercarse a los demás.

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—Joshua, ellos son mi sobrino y su esposa; a mi prima,
Victoria, ya la conoces —mencionó Brandon, señalándolos.
—Sí, ya conozco a Vicky… —dijo sonriéndole y caminó hasta
al señor que no conocía y que lo miraba con mucha atención—.
Encantado, Joshua Alfonzo Di Carlo Laroche —esbozó su
nombre completo, como le había enseñado su tío.
Annette y Sean se presentaron con el pequeño, mientras lo
miraban con absoluto interés, porque no cabía duda de su
parecido con Terrence; de inmediato, comenzaron a sospechar
de esa increíble semejanza. Eso debía tener alguna explicación
científica, no podía ser mera casualidad. La idea de que tuvieran
algún lazo sanguíneo se apoderó de los esposos, compartieron
una mirada bastante elocuente, aunque de sus bocas no salió una
palabra.
—Hola, Joshua, veo que ya conquistaste a tu tía Campanita —
comentó Terrence, mirándolos con una gran sonrisa.
—Me tiene completamente hechizada —respondió
Fransheska, y no pudo contenerse de besarlo en la mejilla.
—Y a mis abuelos también —esbozó Joshua con algo de
timidez, pero su mirada brillaba con orgullo y emoción.
Todos rieron ante la respuesta del niño, tenía un ingenio
excepcional y se notaba que era muy educado, vivaz e inteligente,
además de hermoso, pues parecía un muñeco de esos que estaban
de moda y les regalaban a las niñas en Navidad. Después de eso,
Fransheska comenzó a relatarle cómo habían sido las reacciones
de todos en cuanto vieron a Fabrizio.

Luciano y Fiorella se quedaron luego de que el doctor


terminara con la revisión, no querían alejarse de Fabrizio un solo
segundo, porque seguían temiendo que fuese a desaparecer;
aunque, a medida que pasaban las horas, se convencían más de
que eso no era un sueño. Fransheska y Joshua regresaron casi al
caer la tarde, él caminó hasta la mesa donde había dejado su libro,
lo agarró y con cuidado se subió a la cama, seguido por las atentas

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miradas de su madre, sus abuelos y su tía, que lo hacían sentir un
poco intimidado; por lo que, solo observaba los dibujos, pero
finalmente se llenó de valor y comenzó.
—«Todas las tardes, cuando regresaban de la escuela, los niños
acostumbraban a ir a jugar al jardín del gigante. Era un amplio y
hermoso jardín, con blando césped verde».1 —Joshua se
concentró en leer para su padre, como hacía todas las tardes.
Los esposos Di Carlo y su hija, se sintieron admirados porque
su lectura era perfecta; incluso, se sorprendieron y sonrieron
cuando lo escucharon darle una tonalidad distinta a cada
personaje. Se quedaron en silencio mientras disfrutaban de la
lectura del cuento: «El gigante egoísta», de Oscar Wilde. Cuando
Joshua terminó, le aplaudieron y le sonrieron, mostrando lo
orgullosos que estaban de él; hasta tuvieron que secarse las
lágrimas que derramaron, porque la fábula era realmente
hermosa.
—Mami…, estos cuentos son muy tristes —comentó Joshua,
intentando mantener el llanto dentro de sí.
—Sí, son algo tristes, pero también muy hermosos —
respondió Marion, poniéndose de pie, para darle un abrazo.
—Joshua, lees muy bien —dijo Fransheska, sonriéndole.
—Gracias, tía… Papi y tío Manuelle, me enseñaron muy bien.
—Incluso, haces las voces, eso es maravilloso —comentó
Fiorella, mirándolo a los ojos y no perdió la oportunidad para
cargarlo y sentarlo en sus piernas. Tenía la necesidad de
mantenerlo cerca y asegurarse de que ese querubín era de verdad.
Estaba más que enamorada de su nieto y le hacía muchas
preguntas acerca de su padre, quería saber qué había sido de
Fabrizio en todos esos años. Joshua parecía no cansarse de hablar
de Fabrizio, así que respondía todo con gran emoción. Cada
palabra dejaba claro que Fabrizio era un gran padre, y eso los
llenaba de orgullo a todos.

1
El Gigante Egoísta, Oscar Wilde, 1888.

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Marion admiraba a sus suegros y era partícipe de las
conversaciones, aunque no era tan sagaz como su hijo; tal vez,
porque al igual que a ellos, le costaba creer todo lo que había
sucedido. Fiorella, muchas veces, se quedaba mirándola y eso
hacía que ella, instintivamente, bajara la mirada. Marion no se
imaginaba que a la italiana aún le costaba verla como madre y
esposa de su hijo, nunca imaginó a Fabrizio casado con una
jovencita, pues pensaron que siempre se sentiría atraído por
mujeres mayores. Así que, verlo unido a una chica que era,
incluso, menor que su hermana, resultaba algo contradictorio.
Desvió la vista a su hijo e intentó imaginárselos tomados de la
mano, ella era mucho más baja que él, seguramente, apenas le
alcanzaría el pecho, ya que tenía la estatura y la delgadez de
Fransheska a los quince años.
El tiempo transcurrió sin que se diesen cuenta, solo se
percataron de que era la hora de cenar, porque Amelia entró a la
habitación y los invitó a que los acompañaran. Como ya
sospechaba, solo aceptaron Marion, Joshua y Fransheska, porque
no habría poder humano que lograra que los Di Carlo se alejaran
del lado de su hijo; por supuesto, la duquesa los comprendía, así
que les hizo subir la cena, ya que no habían probado bocado
desde el mediodía.
—Fransheska, he dispuesto habitaciones para ustedes,
imaginé que desearían quedarse cerca de Fabrizio —dijo Amelia
con una sonrisa.
—Estaríamos encantados, gracias, señora Danchester.
—Creo que habíamos acordado que me llamarías Amelia. —
Esperaba que dentro de poco le dijera tía.
—Tiene razón, muchas gracias, Amelia.
Al llegar al comedor, Fransheska les presentó a su cuñada, y
no le pasó desapercibidas las miradas de los Anderson, pues era
evidente que los sorprendía que la esposa de su hermano fuese
tan joven y que, además, también tuviera cierto parecido con
Victoria. Durante la comida, el tema central fue que habían

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decidido que las familias se quedaran en la mansión de los
Danchester, para evitar exponerse ante la prensa, por lo que, ya
se había organizado todo y sus pertenencias habían sido
trasladadas y acomodadas en varias habitaciones.
Luego de la cena, Fransheska regresó a la habitación de
Fabrizio, sus padres seguían junto a su hermano, completamente
embelesados con él; y no era para menos, ella también lo estaba.
Cómo le gustaría verlo sonreír, ya que el último recuerdo que
tenía de él era muy triste; su deseo de querer borrar de su mente
aquella escena, la llevó a acercarse a la cama y con cuidado
recostarse a su lado, le rodeó la cintura con el brazo y le dio varios
besos en la mejilla.
Luciano y Fiorella la miraban sonrientes, era como si el tiempo
hubiese regresado y sus hijos volvieran a ser ese par de pequeños
que eran antes de toda esa pesadilla. Se abrazaron y se dedicaron
a admirar el cuadro, hasta que el sueño consiguió vencerlos a los
tres, sintiendo que, una vez más, su familia estaba completa.

Un toque en la puerta despertó a Luciano, lo primero que


percibió, incluso antes de abrir sus ojos, fue que todo su cuerpo
estaba entumecido; luego, el peso de su esposa sobre él y,
finalmente, la calidez de los rayos del sol que entraban por el
ventanal. Parpadeó y miró a su alrededor, sintiéndose un poco
desorientado, pues no reconocía ese lugar, pero solo tardó unos
segundos en recordar dónde estaba y todo lo que había sucedido,
su mirada voló hacia la cama y la felicidad lo embargó al ver que
Fabrizio seguía allí y que Fransheska estaba a su lado.
—Fiore…, mi amor, ya es de día —susurró mientras se
incorporaba con cuidado y la llevaba hasta quedar sentados.
—Fabri… ¿Dónde está Fabri? —preguntó aturdida y lo buscó
con la mirada, soltó un suspiro cargado de alivio cuando lo vio.
Escucharon un segundo toque y Luciano se puso de pie,
arregló un poco su ropa y su cabello, luego caminó para abrir la
puerta; era Brandon, que había pasado para saber si necesitaban

69
algo. Luciano lo invitó a pasar, mostrando esa sonrisa que se
había anclado en sus labios desde que viera a su hijo; notó de
inmediato que, tal y como les había sucedido a todos, la mirada
de su yerno también fue atraída por la imagen de Fabrizio.
—No pudimos separarnos de él, todo esto es como un
milagro —dijo Luciano para excusarse.
—Lo comprendo, estando en su lugar, yo tampoco me
hubiera movido de su lado. —Posó la mirada en Fransheska y
una agradable calidez le colmó el pecho, saber que su prometida
era feliz, también lo hacía dichoso—. Aunque me temo que
tendrá que hacerlo, porque Benjen me pidió que le dijera que lo
espera en su despacho en una hora, se reunirán con los doctores
que están a cargo de Fabrizio.
—Por supuesto, ayer el doctor Farrell me explicó a grandes
rasgos la condición de mi hijo, supongo que desea verme para
decirme exactamente lo que necesita para Fabrizio —comentó
pensativo y la sombra de la preocupación se posó sobre él. Negó
para alejar los pensamientos negativos, luego se volvió para mirar
a su esposa—. Fiore, deberías descansar un poco.
—No es necesario, dormí bien —aseguró porque no quería
alejarse de Fabrizio, pero no podía esconder el cansancio.
—Luciano tiene razón, suegra, le hará bien descansar un rato.
Fabrizio no se moverá de aquí; además, su esposa debe estar por
llegar y también los doctores, no debe preocuparse, él estará bien.
—Sonrió para convencerla, luego miró a Fransheska—. También
me llevaré a mi novia, para que lo haga, no creo que durmiera
bien en esa posición, y es necesario que todos repongan energías.
Fiorella terminó cediendo porque una parte de ella le exigía
tener al menos un par de horas de descanso; se acercó a la cama
y posó sus labios en la frente de su hijo, dándole un beso
prolongado. Le susurró algunas palabras repletas de todo el
cariño y el amor que sentía por él, prometiéndole que regresaría
pronto; finalmente, se alejó muy despacio y sin dejar de mirarlo,
recibiendo la mano de su esposo.

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Brandon también se acercó a la cama y tomó a Fransheska en
sus brazos, con mucho cuidado; pues, si despertaba sobresaltada,
podía ocasionarle algún daño a Fabrizio. Su princesa estaba
profundamente dormida, así que él decidió no despertarla y
llevarla cargada hasta la habitación que habían dispuesto los
duques para ella.

Una hora después, Luciano entraba al despacho, Benjen se


puso de pie, junto a los doctores, lo invitó a tomar asiento en uno
de los sillones frente a su escritorio. Luciano se removió un poco
en el sillón, sentía cierta incomodidad, ya que suponía que los dos
galenos estaban al tanto del parentesco entre el duque y él.
—Bien, colegas, soy todo oídos. Por favor, dígame qué
necesita mi hijo —habló mirándolo a los ojos.
—Bien, doctor Di Carlo, primero necesitamos concretar una
reunión con los laboratorios Pfizer, para estudiar estas fórmulas
—dijo Arthur, sacando una de las hojas de las carpetas—. En
Londres ya hay algunos avances, pero no consiguieron
sintetizarla para hacerlas intravenosas. Son los broncodilatadores
que su hijo tomaba, pero fueron los que le causaron las úlceras,
así que ya no puede ingerirlas porque las paredes de su estómago
no los resistirían.
—Entiendo —murmuró Luciano y levantó la mirada del
papel, conocía algunas de las fórmulas y sabía qué función tenían.
—Mientras no le suministremos los broncodilatadores,
seguirá respirando a través del traqueostoma —acotó Ethan
Preston, el segundo médico a cargo de Fabrizio—. La mayoría de
los pacientes, pueden hacerlo sin ningún inconveniente; sin
embargo, el caso de su hijo es distinto, porque él tiene otras
complicaciones, todavía no se recupera del todo de las
intervenciones a las que fue sometido; por lo que, una recaída
sería bastante peligrosa. —Trató por todos los medios de ser
cuidadoso con lo que decía, ya que el duque se lo había pedido.

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—Comprendo. —Luciano percibía cierta tensión en sus dos
colegas y en Benjen, era como si le ocultaran algo—. ¿Me permite
la historia de mi hijo? Por favor —pidió estirando el brazo. Los
doctores miraron a Benjen, confirmándole a Luciano, que fue
este, quien les solicitó que no le compartieran todo el cuadro
clínico de su hijo—. ¿Qué sucede?
—Creo que lo más importante ahora es que llames y concretes
una cita con Pfizer, para empezar a trabajar en las fórmulas —
respondió Benjen, quería evitar que Luciano supiese por todo lo
que había pasado su hijo, sabía cuán doloroso podía ser para él.
—La cita estará para cuando yo la disponga, solo tengo que
llamar antes de salir y los mejores doctores e investigadores de
laboratorios Pfizer, juntamente con los Di Carlo, se reunirán, a la
espera de mi llegada, no te preocupes por eso. —Le respondió y
después desvió la mirada al doctor—. ¿Me permite la historia
clínica?
Benjen miró al doctor y asintió, dándole la orden de que se la
entregara, aunque deseaba evitarle ese dolor a su hermano, sabía
que no era justo que lo mantuviera ignorante del sufrimiento que
atravesó y seguía viviendo su hijo. Luciano agarró la carpeta y
trató de que sus manos no temblaran tanto, pero a medida que
leía, el dolor y la presión en su pecho aumentaban, así como sus
estremecimientos.
Su hijo había sido sometido a tantos estudios y tratamientos
médicos como psiquiátricos, el pobre lo había pasado entre
hospitales en todos esos años; ahora comprendía por qué no
había regresado a su casa. Cada frase que leía era un golpe seco a
su alma, que se iba desmoronando de a poco; y no podía retener
las lágrimas.
Se estremeció al leer que, durante la primera intervención de
las úlceras, los signos vitales de su hijo cesaron durante unos
minutos, pero las células cerebrales permanecieron vivas, por lo
que, fue posible llevar a cabo la resucitación. Esas palabras solo
le decían que Fabrizio había muerto clínicamente hacía unos tres

72
meses y que lo mantenían en coma para regenerar su cerebro,
pues fue el que más sufrió durante las convulsiones, y podía tener
graves lesiones.
—Por eso no quería que vieras el historial médico. —Le dijo
Benjen con remordimiento, al ver cómo Luciano dejaba la
carpeta sobre el escritorio y luego cruzaba sus brazos sobre la
madera, para esconder su rostro y romper a llorar mientras su
cuerpo temblaba.
—Mi hijo no merecía pasar por tanto sufrimiento… Como si
no hubiese sido suficiente con el infierno que fue haber estado
en la guerra, también debió cargar con todas esas secuelas, verse
sometido a todas esas torturas durante años… Mi hijo…, mi niño
—habló en medio de sollozos, sin levantar la cabeza—. Todo es
mi culpa…, no pude ayudarlo, no pude sacarlo a tiempo… No
pude, Benjen.
—Ahora puedes ayudarlo. —Benjen no pudo mantenerse
impasible ante su dolor. Se puso de pie y se acercó a él, para
apoyarle una mano en el hombro y consolarlo—. Antes no
pudiste rescatarlo de la guerra y salvarlo; sin embargo, ahora
puedes darle una vida normal y duradera, pero para ello debes
calmarte y enfocarte en lo que es primordial, necesitamos
sintetizar esas fórmulas.
—Sí…, sí, tienes razón, tengo que concentrarme en ayudarlo.
¿Me puedes facilitar una llamada? —preguntó con la voz rota.
—Por supuesto —respondió, acercándole el teléfono.
Luciano marcó a los laboratorios y pidió que un equipo de
científicos lo estuviese esperando; se saltaría todos los protocolos
y ya después hablaría con Charles Pfizer, para ponerlo al tanto del
asunto. Le agradeció a Benjen y le pidió al doctor Farrell, que lo
acompañara a los laboratorios; pero antes de marcharse,
necesitaba pasar por la habitación de su hijo, debía verlo una vez
más y asegurarle que haría hasta lo imposible por ayudarlo a tener
la vida que se merecía.

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Capítulo 6

Marion levantó los párpados lentamente y se encontró con la


más hermosa de las imágenes, el rostro de su niño aun dormido,
que parecía un angelito. Una sonrisa se dibujó en sus labios y
acompañó ese sentimiento de esperanza, esta que se había
instalado en ella, luego de que viera todo el amor que la familia
de Fabrizio les brindaban.
—Despierta, dormilón. —Le susurró al oído y se acercó para
darle un tierno beso en la mejilla, al tiempo que lo abrazaba, luego
le dio otro en la frente. Su hijo se aferró a ella y negó con la
cabeza. Marion soltó media carcajada, pues su actitud le
recordaba a Fabrizio—. Joshua, ya es tarde, debemos ir a
desayunar o tu tío nos dejará sin nada.
—Mami…, no quiero —susurró con pereza.
—Mi vida, vamos para que te bañes y bajemos, tenemos que
hacerlo a la hora justa o tus abuelos y tu tía pensarán que somos
unos perezosos —dijo, para ver si con eso lo convencía y le hizo
algunas cosquillas.
—Mis abuelos y mi tía … —Joshua fue despertando, pero al
recordar todo, se incorporó rápidamente—. Mami, no los
recordaba, seguro ya despertaron —dijo, bajando de la cama.
—Tranquilo, aún es temprano, pero vamos para darte un baño
y que pases por la habitación de tu tío, no lo saludas desde ayer;
y seguro estará celoso —mencionó, apretándole la nariz.
—Mami, ahora mi corazón tiene que ser más grande, para
poder quererlos a todos —dijo con una sonrisa.
—Estoy segura de que ya lo es, mi vida…, tu corazón es
inmenso.

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Marion lo agarró de la mano y lo llevó a la bañera, esta vez,
Joshua no quiso quedarse tanto tiempo, como siempre hacía; por
el contrario, apenas dejó que ella lo enjabonara una vez y le dijo
que ya estaba listo. Al salir del baño, escucharon que llamaban;
ella caminó de prisa, para abrir, pensando que pudo haberle
sucedido algo a Fabrizio, pero era su hermano, quien venía a
reclamar un poco de atención por parte de Joshua, que lo
entretuvo contándole todo sobre sus abuelos y su tía, mientras
Marion se bañaba y se preparaba, aunque antes pasaría a ver a
Fabrizio.
Al llegar al desayunador, vieron que los Di Carlo no estaban y
tampoco el duque, Marion se sintió extrañada y el miedo le dio
una punzada en el pecho; estaba por preguntar por ellos, pero
antes de poder hacerlo, su hijo se le adelantó. La duquesa les
explicó que, Fiorella y Fransheska, apenas hacía unas horas se
habían apartado de Fabrizio, y debían estar descansado; y que,
Luciano y Benjen, se encontraban en los laboratorios.
Más tranquilos, Marion y Joshua se sentaron a la mesa, junto
a Manuelle, la señorita Rogers y los demás invitados; su apetito
se despertó en cuanto vieron el desayuno que preparó Lorenza,
uno típico italiano, que esperaba les gustase mucho. Terrence y
Joshua, fueron los más entusiasmados con la deliciosa crostata de
salsa de fresas, que era una de las especialidades de la cocinera;
aunque, Victoria, no se quedó atrás, hasta le pidió la receta, para
poder preparársela a Terrence.
—¿Quedaste satisfecho? —Le preguntó Marion al niño,
limpiándole la boca con una servilleta, mientras le sonreía.
—Sí, mami…, la señora Lorenza cocina tan rico como papi.
—Sí, tienes razón —comentó Marion, asintiendo, había
extrañado mucho esos platillos italianos que le hacía su esposo—
. ¿Te parece si vamos a ver a tu papi? —preguntó, estaba ansiosa
por ir a verlo, ya que antes no pudo, porque se les hizo tarde.
—Claro, vamos a ver cómo amaneció. —Joshua bajó de la
silla y le extendió la mano a su mamá.

75
—Muchas gracias por el desayuno, estuvo delicioso; ahora,
con su permiso, nos retiramos para ir a ver a mi esposo.
—Gracias a ustedes por acompañarnos. Cualquier cosa que
necesiten, no duden en avisarnos —dijo Amelia, sonriéndoles.
Marion asintió con una sonrisa y tomó a su hijo de la mano,
siendo seguida por su hermano y su cuñada, quienes no se sentían
tan en confianza como para quedarse allí. Aunque suponían que
en algún momento tendrían que hacerlo, pues todos serían
familia; de camino a la puerta, vieron que Fransheska entraba al
lugar.
—¡Tía! —dijo Joshua con entusiasmo y corrió hasta ella.
—Mi angelito, qué lindo verte despierto. —Fransheska se
puso de cuclillas, para estar a la altura de su sobrino y lo amarró
en un abrazo, al tiempo que dejaba caer muchos besos en sus
mejillas, luego se levantó, cargándolo—. Anoche te quedaste
dormido y fue una hazaña ponerte el pijama —comentó ella,
sonriéndole y le apretó la nariz.
—Parece que pesara el doble cuando se duerme —acotó
Manuelle.
—Tiene toda la razón, teniente —respondió Fransheska, ya
habían sido presentados la noche anterior, durante la cena.
—Recuerde que puede llamarme Manuelle, ya no ejerzo como
militar —comentó con un tono amable, mientras la miraba. En
verdad parecía irradiar luz, como decía su cuñado cuando hablaba
de ella.
—De acuerdo, Manuelle… ¿Ya iban de salida? —preguntó,
mirando a su cuñada, que se veía más relajada que el día anterior.
—Sí, vamos a ver cómo amaneció Fabrizio —respondió
Marion.
—Voy a desayunar y luego pasaré para verlo, le llevaré flores
—dijo Fransheska con una brillante sonrisa.
—Tranquila, puedes tomarte tu tiempo, los doctores deben
estar terminando con su revisión y luego le daré su baño en seco,
eso me tomará media hora —respondió Marion, sonriendo.

76
—Está bien, nos vemos después y; Joshua, prepárate, hoy
vamos a jugar mucho, tengo un montón de juegos que hacía con
tu papi y te los voy a enseñar todos —mencionó con entusiasmo.
—¡Sí! Eso me gustaría mucho, tía Campanita.
Ella le dio un beso más y lo bajó para que fuera con su madre
a ver a Fabrizio, mientras lo veía alejarse, se intentaba convencer
de que ese hermoso niño era real y que era su sobrino. Caminó
hasta la mesa y aunque todos habían terminado de desayunar, se
quedaron para acompañarla y también para ponerla al día sobre
la conversación que habían tenido con respecto a los preparativos
de la boda doble; por supuesto, tanto Brandon como Victoria y
Terrence, se mostraron dispuestos a esperar a que Fabrizio se
recuperara para poder realizarla, ya que sabían que eso sería como
cumplir un sueño para ella.
Fransheska se emocionó mucho y les agradeció por ese
detalle, pero era lo mínimo que podían hacer por ella, luego de
que fuese quien tuvo la idea de aplazar su boda para que Victoria
y Terrence pudieran regresar. Aunque Brandon estaba loco por
tenerla como su esposa, era mayor su deseo de hacerla feliz, así
que no dudó un segundo en aceptar esperar un poco más;
después de todo, ellos dos ya habían disfrutado de las mieles del
amor.
Al cabo de un momento, todos se despidieron para atender
algunos asuntos; Annette y Sean, aprovecharían que estaban en
la ciudad, para visitar algunos amigos y también para ver cómo
estaba su propiedad en Westborough. La mantenían más por
sentimentalismo que por practicidad, ya que desde que se
mudaran a Chicago, pocas veces la usaban, pero había sido su
primer hogar y deseaban conservarlo por todos los recuerdos que
crearon allí.
Fransheska y Brandon salieron a pasear por el jardín, ella le
había pedido a la duquesa su permiso para cortar algunas flores,
quería darle algo de vida a la habitación de su hermano. Amelia
les recomendó que pasara por el cultivo de gerberas que, según

77
el jardinero, habían crecido mucho y estaban hermosas, además,
ese tipo de flores le darían justo lo que ella estaba buscando,
porque tenían colores muy vivos.
Victoria también se excusó para subir a su habitación,
necesitaba ir al baño; últimamente, sus ganas de orinar eran muy
frecuentes, se sentía cansada y sus senos estaban muy sensibles;
todo eso la tenía muy desanimada, porque eran indicativos de que
su período estaba próximo a llegar. La última vez que lo vio, fue
cuando llevaban unos cinco días de viaje y solo fue por un par de
días, lo que le resultó algo extraño, pero eso bastó para lanzar por
tierra sus esperanzas de estar embarazada, todavía no le había
comentado nada a Terrence, porque él tenía otras
preocupaciones y ella no quería sumarle más.

Debido a todo lo vivido durante las últimas semanas, Terrence


decidió hacer una cita con Clive, para que lo ayudara a calmar un
poco sus emociones, sentía que a veces amenazaban con
sobrepasarlo. Sabía que no podía ir hasta su consultorio, porque
si los periodistas lo veían salir de la casa, lo seguirían y; en cuanto
lo vieran llegar al lugar, descubrirían la relación que tenían con él,
y no quería que su psiquiatra se viese envuelto en todo ese circo.
Optó por llamarlo y pedirle el favor de que lo visitara; además,
quería hablarle de Fabrizio y pedirle que lo tratara, como
psiquiatra, era la persona más indicada para prepararlo para el
reencuentro con su familia. Seguramente, encontraría la manera
de ayudarle a asimilar todo lo ocurrido en esos últimos meses, en
los que había estado inconsciente; y hacer el choque menos
traumático para su primo.
Desde que supo que Fabrizio estaba vivo, había mostrado un
gran interés por cuidarlo, era como si tuviese una deuda con él,
por haber ocupado su lugar y disfrutar por tantos años de ese
amor que sus padres le brindaron. Fue sacado de sus
pensamientos cuando sintió que unos brazos le rodeaban la
cintura y unos labios le daban un delicado beso en su cuello.

78
—¿Qué haces aquí tan solo? —preguntó Victoria, mientras le
acariciaba el pecho y apoyaba la mejilla en su amplia espalda.
—Estaba pensando… —respondió y agarró una de sus
manos, para llevársela a los labios y besarla con ternura.
—¿En qué piensas? —preguntó, queriendo aligerar su carga.
—No sabría por dónde empezar. —Suspiró con pesadez y
luego movió el rostro para mirarla por encima del hombro.
—¿Por qué no lo haces por eso que te preocupa? —sugirió,
manteniéndole la mirada y le sonrió para animarlo.
—Han pasado tantas cosas en los últimos meses, pecosa —
inició y su voz sonaba más ronca, porque le estaba costando
poner en palabras sus pensamientos—. El mundo parece estar
girando con más velocidad, revelándonos tantas verdades en cada
vuelta… Todo empezó desde que recuperé mis recuerdos,
descubrir que mis padres se habían casado y habían tenido un par
de gemelos, su deseo de que yo también formarse parte de esa
familia que habían creado… —calló para no recordar su
separación, no tenía caso rememorar aquel episodio que tanto
daño les hizo a los dos, habían decidido olvidarlo.
—Mi reacción cuando me revelaste toda la verdad. —Ella vio
que él se cohibía, así que lo mencionó—. Sé que eso también te
lastimó y te confundió mucho… No te imaginas cuánto lo
lamento, Terrence.
—Pecosa…, eso ya quedó en el pasado, ahora estamos juntos
y es lo que realmente importa. —Se volvió para mirarla a los ojos.
—Sí, lo sé… —Bajó la mirada para esconderle su miedo más
grande y que llevaba semanas atormentándola. Sin embargo, no
dejó que la dominara y luchó contra ese sentimiento—. Y
siempre recordaré mi promesa, voy a quedarme a tu lado sin
importar lo que pase, juntos enfrentaremos cualquier adversidad
y la venceremos, encontraremos la solución a cualquier problema
y tendremos la vida que siempre hemos soñado, porque solo
unidos podemos ser realmente felices —dijo con convicción y se
abrazó con fuerza a él, dándole la pelea al miedo y a las lágrimas.

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—¿Está todo bien, pecosa? —preguntó desconcertado y
angustiado por esa reacción. Ella parecía estar sufriendo por algo
y él necesitaba saber qué era—. Mírame, Victoria —pidió
acunándole el rostro.
—Sí, todo está bien, Terry… Lo único que deseo es regresar
a Escocia, para vivir nuestro amor libremente y a plenitud, como
siempre quisimos —respondió con una sonrisa sincera, sintiendo
que él la llenaba de valentía y subió, rozándole los labios un par
de veces, para convencerlo, pero lo veía renuente a creerle—.
Confieso que cuando me despierto a medianoche y no estás a mi
lado, me lleno de temor, me aterra que todo haya sido un sueño…
Y me he visto tentada de ir hasta tu habitación, para asegurarme
de que estás allí —agregó para justificar su actitud—. Me gustaría
tanto que las cosas fueran como cuando éramos adolescentes y
podíamos escaparnos.
—Podemos hacerlo ahora, vayamos a los establos, tomamos
un par de caballos y salimos de aquí; hagámoslo, pecosa —dijo
entusiasmado, pero fue interrumpido por un golpe en la puerta,
se giró para mirarla y dudó en responder; sin embargo, un
segundo toque lo obligó a reaccionar, respiro hondo y habló—:
Adelante.
—Terrence, disculpa que los moleste, pero acaba de llegar el
doctor Clive Rutherford, en compañía de su esposa; me dijo que
lo estabas esperando —mencionó Octavio, entrando al
despacho.
—¡Dios! Casi lo olvido. Por favor, hazlos pasar, Octavio; me
reuniré con ellos aquí —dijo mirándolo y después se volvió hacia
Victoria, acariciándole la cintura—. Mi amor, si deseas, puedes
subir a descansar o salir al jardín, y en unos minutos te alcanzo.
—Me gustaría quedarme, si no hay problema; sé que todo esto
es muy complejo de explicar y tal vez yo pueda ayudarte,
permíteme hacerlo, por favor —pidió, acariciándole la mejilla.
—Está bien. —Terrence le dedicó una hermosa sonrisa.

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—Enseguida los hago pasar y también enviaré a una de las
jóvenes de servicio, por si se les ofrece algo.
—Gracias —mencionó Terrence y lo vio salir.
Sabía que esa no sería una sesión como las que acostumbraba
a tener con Clive, porque no podría hablar con libertad, teniendo
a su novia y a su mejor amiga en ese lugar. Y no era que quisiera
ocultarle algo a Victoria, se habían prometido que no tendrían
más secretos entre ellos, y estaba dispuesto a cumplirlo, pero la
relación de paciente-psiquiatra, debía ser solo de ellos dos.
Además, no quería que ella lo creyese loco, por lo que deseaba
contarle a Clive, con respecto a los episodios físicos que creía
haber compartido con Fabrizio, y a los que aún no le haya una
explicación lógica, ya que tenía claro que no eran gemelos.
—Buenas tardes —esbozaron los Rutherford, en cuanto
Octavio los hizo pasar al despacho del duque.
—Buenas tardes, bienvenidos. Gracias por venir. —Terrence
se acercó para saludarlo y, luego de darle la mano a Clive, fue
amarrado en un fuerte abrazo por Allison.
—Me encanta verlos juntos de nuevo —mencionó, alejándose
para mirarlo a los ojos—. Me sentí muy emocionada esta mañana
cuando vi la noticia en los diarios, donde confirmaban su
compromiso.
—La prensa, tarde o temprano, iba a comenzar a especular,
así que era mejor dejarles claro de una vez que, Victoria y yo, nos
casaremos.
—Felicitaciones, también me alegro mucho por los dos. —
Clive se acercó para darle un abrazo a ambos.
—Nosotros estamos realmente felices, y tengo que
agradecerle por toda la ayuda que me brindó —dijo Victoria,
sonriéndole al psiquiatra.
—Que «nos» brindó, porque también conseguiste que yo
recuperara mi pasado, y por eso siempre estaré en deuda contigo
—acotó Terrence, mirándolo a los ojos, para que viera que
hablaba en serio.

81
—No tienen nada que agradecer, es parte de mi profesión,
pero más allá de eso, me alegra haberles ayudado a solucionar sus
problemas —comentó, con el mismo gesto de la heredera, que
lucía muy distinta de la chica taciturna que él vio, antes de que
partiera hacia Europa.
—Creo que Clive tiene talento para esto, tal vez, también
debería hacer terapias con parejas, creo que ningún psiquiatra se
ha planteado eso; él podría ser un pionero —expresó Allison con
orgullo.
—No sé si eso sea posible, cariño, la mayoría de los pacientes,
prefieren tener sesiones separadas; incluso, aquellos que están
casados. —comentó, notando que Terrence se veía algo tenso, a
lo mejor por la presencia de las dos damas, así que quiso ofrecerle
una salida—. Y prefieren tratar ciertos temas solo en presencia
de su doctor —añadió mirando a Victoria.
—Tienes razón, mi amor, creo que deberíamos retirarnos para
que puedan hablar con tranquilidad. —Allison conocía muy bien
a su esposo y también a su amigo, sabía que estaban pidiendo un
momento a solas para poder hablar—. Victoria, ¿me acompañas
a saludar a mi madrina? Tengo mucho que no la veo y la he
extrañado estos meses.
—Yo…, sí, claro… Se pondrá feliz —contestó y miró a
Terrence, para saber si él estaba de acuerdo con que se marchara.
—Vayan, las alcanzamos después, solo hablaremos un poco
de Fabrizio —dijo él, al ver las dudas en la mirada de Victoria.
Ella se acercó y besó ligeramente sus labios, luego lo miró al
tiempo que asentía, confiando en que él estaría bien; Terrence le
dedicó una sonrisa para confirmarle que así sería. La vio alejarse
en compañía de su amiga y; una vez que la puerta se cerró, soltó
ese suspiro que lo estaba ahogando, mientras cerraba los ojos y
la preocupación que había estado disimulado, salió a flote.
—¿Cómo van las cosas? ¿Cómo te has sentido en estos días
con todo lo que ha pasado? —preguntó, notando su actitud, sabía
que lo había mandado a llamar porque algo sucedía.

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—Es complicado de explicar… Por un lado, todo marcha de
maravilla, mi relación con Victoria y con mis padres está mejor
que nunca… Sin embargo, hay algo que me preocupa.
—Háblame de ello —pidió, invitándolo a tomar asiento.
—Se trata de Fabrizio —comentó, dejándose caer en el sillón.
—¿Fabrizio Di Carlo? —inquirió, sin entender a qué se
refería.
—Sí, estaba en lo cierto cuando te hablé del hombre que vi en
la estación de trenes en París, en efecto, se trataba de él…
—¿Cómo dices? —Clive no pudo evitar sorprenderse ante esa
revelación, juraba que Terrence solo se había confundido.
—Lo que escuchaste, Fabrizio Di Carlo está vivo, todo este
tiempo estuvo viviendo en Amiens, junto a su esposa y su hijo.
—Eso es… Es increíble —comentó parpadeando y también
tomó asiento, porque la noticia lo había sorprendido.
Terrence comenzó a relatarle todo lo que sabía sobre lo
sucedido con su primo durante esos años, desde que cayera en el
Somme, a causa de un ataque con gas mostaza, pasando por la
acción de Marion y que cambió por completo su destino, así
como su vida en esa pequeña localidad francesa, donde había
estado todo ese tiempo; le detalló su hallazgo, hacía poco más de
un mes, en el hospital de veteranos de Chelsea; el parentesco
entre los dos, que daba la explicación a su asombroso parecido y;
finalmente, su llegada a América junto a ellos.
—Todo lo que me cuentas es realmente asombroso, parece
sacado de una novela de ficción. —No pudo evitar hacer ese
comentario, pero rápidamente quiso repararlo—. Lo siento, no
debí decir algo así, no era lo más acertado —añadió, sintiéndose
apenado.
—Tranquilo, yo mismo he llegado a pensar eso; incluso, he
llegado a creer que es una especie de broma muy macabra del
destino. Vernos envueltos en todo este caos, solo para que al
final, termináramos descubriendo que somos familia, resulta tan
irónico —comentó mirando el techo, al tiempo que soltaba un

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suspiro lento y pesado, para pasar a lo que realmente deseaba
tratar con Clive—. Sin embargo, no te pedí que vinieras solo para
ponerte al tanto de todo esto, sino porque existe algo que me
preocupa y quisiera pedir tu colaboración.
—Claro, cuenta conmigo, dime en qué puedo ayudarte.
—Fabrizio no sabe nada de lo que ha sucedido en todo este
tiempo, y es probable que despierte algo desorientado; según lo
que me contó su esposa, lleva años padeciendo de neurosis de
guerra y; tal vez, haber estado por tanto tiempo sedado, haya
removido todas esas experiencias de cuando cayó en el frente. —
Le explicó mirándolo a los ojos.
—Sí, es frecuente que eso suceda, aunque tú no padeciste de
ese trastorno, tienes mucha información sobre el mismo.
—Pasé años creyendo que sí lo sufría, así que… —Se encogió
de hombros, dándole a entender que eso lo había llevado a
estudiarlo.
—Comprendo, puedes contar conmigo —respondió
mirándolo.
—Muchas gracias, Clive… Y también me gustaría pedirte que
lo ayudes a prepararse para el reencuentro con sus padres, creo
que eso será mucho más complicado, porque él ha vivido todo
este tiempo con mucho remordimiento, dolor e incertidumbre; y
luego de verme en aquella estación, ocupando su lugar, cree que
soy un timador, que se está aprovechando de sus padres… Esa
idea ha hecho que, en él, creciera un profundo resentimiento
hacia mí —pronunció sin poder esconder la tristeza que eso le
provocaba, pues realmente deseaba tener una buena relación con
su primo, pero sabía que eso no sería sencillo.
—Tranquilo, conseguiremos la manera de aclarar todo este
malentendido y que la relación entre ustedes dos sea la que
esperas; o, por lo menos, que no existan rencores de por medio
—dijo porque no podía prometer nada, no sin antes ver qué tan
profundo era el odio que Fabrizio sentía hacia él.

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Terrence asintió, mostrándose agradecido; dentro de él, brilló
una luz de esperanza, confiaba en que su primo pudiera superar
el sentimiento de aversión que sentía por él y le permitiera
acercarse. De lo contrario, se sentiría muy dolido, porque lo único
que había procurado todo ese tiempo, era el bienestar de su
familia, había llegado a amar a Luciano y a Fiorella, también
quería a Fransheska, como si fuese su hermana; y le dolería
mucho tener que alejarse de ellos, para evitar confrontaciones
con él.

Joshua estaba sentado en los muslos de su tío, cuando su


mirada captó que un auto se acercaba; de inmediato, supuso que
allí venía su abuelo, rápidamente, bajó de las piernas de Manuelle
y corrió hacia la puerta, para ir a recibirlo.
—Joshua, te cuidado con las escaleras. —Le dijo, sonriente.
—Tendré cuidado, tío. Hasta pronto, señorita Rogers —
respondió antes de salir de la habitación, llegó hasta las escaleras
y las bajó con cuidado. Cuando pisó el último escalón, ya la
señora Carol abría la puerta—. ¡Abuelo! —dijo y corrió con los
brazos abiertos hasta Luciano, quien traía ambas manos
ocupadas, por lo que, se puso de cuclillas con una gran sonrisa;
llevaba apenas dos días conociendo a su nieto y ya lo amaba, ya
no podría vivir sin él.
—Mi angelito. —Lo saludó dándole un beso, mientras el niño
lo rodeaba con sus brazos por el cuello—. Aférrate con fuerza.
—Le pidió y Joshua cerró más los brazos en su cuello, y las
piernas en su torso. Porque tenía las manos ocupadas con los
presentes que le había comprado.
—Abuelo, ¿cómo te fue? ¿Qué hiciste todo el día? —
preguntó, mientras se sentaban en uno de los muebles.
La reunión con los científicos le llevó tan solo una hora, pero
lo que realmente les tomó tiempo fue empezar a separar las
fórmulas para iniciar el proceso de sintetizarlas. Luego de eso,
vendrían las pruebas, para ver si cumplían la misma función que

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las píldoras, y no perdían ningún beneficio durante el proceso.
Había dado la orden de trabajar las veinticuatro horas, por lo que,
se dividieron en dos grupos. Sin embargo, no abrumaría con
temas de adultos a su nieto, así decidió resumirle todo y enfocarse
en lo que deseaba que él disfrutara.
—Me fue bien, estaba buscando unos medicamentos para tu
padre, y algo para ti —respondió, sonriente y mirándolo.
—¿Algo para mí, abuelo? —preguntó emocionado y tomó el
estuche—. ¿Qué es? —preguntó observándolo detalladamente.
—Ya verás. —Lo abrió y sacó un hermoso violín. Joshua
abrió la boca en un gesto de sorpresa y soltó una carcajada.
—¡Es mi violín…! ¡Es mi violín! —expresó con la felicidad en
cada poro, se acercó y le dio un beso en la mejilla—. Ya quiero
aprender a tocarlo —dijo aplaudiendo.
—Después de la cena te enseñaré, y aquí te tengo otro regalo.
—¿Otro más? —preguntó, sin dejar de sonreír mientras veía
cómo su abuelo ponía ante él, algo cubierto por una manta negra.
—Levántala. —Le pidió. Él levantó la manta y enseguida la
dejó caer, luego lo miró a los ojos y volvió a levantar la tela.
—¿Es…? ¿Es el señor Lapín? —preguntó sorprendido, al ver
el conejo—. ¡Es el señor Lapín! —exclamó emocionado.
—Bueno, es otro señor Lapín. —Le aclaró Luciano con una
sonrisa, compartiendo la felicidad de su nieto, que admiraba al
conejo, lo puso en el suelo y se lanzó a los brazos.
—Eres el mejor abuelo… ¡El mejor! —dijo riendo.
Le dejó caer una lluvia de besos en una de las mejillas y fueron
sorprendidos por su abuela; quien, al ver esa imagen, se emocionó
mucho y quiso participar de la misma, así que también comenzó
a darle besos a ambos. A su nieto, porque sencillamente lo
adoraba, y a su esposo, por ese gesto que había tenido con el
pequeñito, sabía que, en adelante, ambos iban a darle todo eso
que no pudieron durante los primeros años de su vida, y lo harían
con el mayor de los placeres.

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Capítulo 7

Estar junto a su hermano se había convertido en una de las


cosas que más adoraba hacer, pasaba horas hablándole y; a pesar
de que no podían mantener un diálogo, porque él seguía sedado,
ella podía sentir la misma compenetración que tenían en el
pasado. Le gustaban los minutos a solas con él, porque podía
hablarle de lo que quisiera y también consentirlo, como en ese
instante, cuando le cepillaba el cabello; ya que, por lo general, era
Marion quien lo peinaba.
—Adelante —respondió al escuchar un toque en la puerta.
—Disculpe, señorita Di Carlo, su padre me pidió que le
avisara que la necesita en el despacho —anunció Louise, una de
las empleadas.
—¿A mí? —preguntó desconcertada y dejó el cepillo de lado.
—Sí, señorita, está reunido con los señores Danchester. Por
favor, si gusta, acompañarme —comentó con una sonrisa
amable.
—Claro, deme un momento, por favor —pidió y se acercó a
su hermano, para darle un beso en la mejilla—. Regreso
enseguida, Peter Pan…, no me extrañes tanto. —Le dio otro
beso, sonriéndole.
Luego caminó hasta la puerta y mientras se dirigían al
despacho del duque, un nudo de nervios se formó en su
estómago y sus latidos se aceleraron, como presintiendo algo.
Estaba al tanto de que su padre llevaba tres días en los
laboratorios, concentrado por completo en lo que los doctores le
habían pedido para que Fabrizio pudiera mejorar; se iba muy
temprano y regresaba casi al anochecer.

87
Louise, la dejó frente a la puerta del despacho, ella miró la
madera oscura e inspiró profundo, porque sentía que le estaba
costando respirar, negó con la cabeza intentando alejar esa
sensación de angustia de su pecho y llamó a la puerta. Escuchó la
voz del duque, invitándola a pasar, puso la mano en el pomo y lo
giró lentamente, abrió y se encontró con que no solo estaban sus
padres y los duques, sino también el resto de la familia
Danchester, Brandon, Victoria y Octavio.
—Pasa, por favor, hija —pidió Luciano, esforzándose por
mostrarse calmado, pero estaba aterrado—. Te hicimos llamar,
porque tenemos algo muy importante que contarte.
—Usted dirá, padre —mencionó mientras el temor en su
pecho se hacía mucho más grande, tomó asiento en el sillón junto
a Brandon y sintió cómo él le tomaba la mano, lo que la asustó
mucho más.
—Esto es un poco complicado de explicar —dijo, tratando de
hacer tiempo, aunque se había convencido de que estaba
preparado para ese momento, la verdad era que ya no estaba tan
seguro. Tomó aire por la boca y luego lo soltó despacio—. Todo
lo que te pido es que escuches con mucha atención y que trates
de entender antes de emitir juicios. —Luciano ya no podía ocultar
los nervios; de pronto, sintió la mano de su esposa apretar
suavemente la suya, para darle valentía.
—Luciano, deja que sea yo quien se lo explique, por favor —
solicitó Benjen, al ver la tensión que se apoderaba de su hermano.
Luciano dudó unos segundos y bajó la mirada, tenía mucho
miedo de la reacción que podía llegar a tener su hija, pero se llenó
de valentía y alzó la mirada, posándola en Fransheska. Sin
embargo, ver el miedo y la confusión en sus ojos, lo hizo sentir
intimidado, así que, finalmente, miró a Benjen y asintió, para darle
el poder de la palabra.
—Fransheska, ¿recuerdas cuando Terrence tuvo aquel
episodio de convulsiones y nosotros viajamos hasta Chicago? —
preguntó Benjen y la vio asentir, así que continuó—: En aquella

88
ocasión, tus padres nos hicieron una visita en la mansión
Anderson, deseaban hablar con Amelia y conmigo, para
explicarnos lo que había sucedido con nuestro hijo, la noche del
accidente —dijo, mirándola a los ojos y trató de mantenerse
calmado, pero su corazón latía rápido.
—Sí, estoy al tanto de eso, ellos me dijeron que se habían
reunido con ustedes y que todo había quedado aclarado —
expuso ella, mirando a Benjen; después, desvió la mirada hacia
sus padres y, por último, a Terrence, para buscar una respuesta—
. ¿Sucedió algo más en aquella ocasión? —preguntó, nerviosa.
—Ese día, Luciano y yo, tuvimos una discusión bastante
fuerte, las cosas se caldearon y yo amenacé con enviarlo a la
cárcel… —Su sobrina jadeó con terror y sus ojos se llenaron de
lágrimas, así que él se apresuró a continuar—: Sé que fue algo
estúpido de mi parte, porque de no ser por él, Terrence
seguramente hubiese muerto en aquel accidente. Sin embargo, ser
consciente de eso no me hizo desistir de la idea de hacerle pagar
por su delito…, yo deseaba cobrarle de alguna manera, todos los
años de sufrimientos que vivimos por su culpa.
—Pero mis padres también sufrieron…, porque ellos, a
diferencia de mí, eran conscientes de que el joven que vivía con
nosotros no era Fabrizio… —alegó Fransheska, para
defenderlos.
—Lo sabemos, querida…, pero el dolor nos tenía cegados; sin
embargo, tu madre y yo, intentamos mediar cuando vimos que la
discusión se les estaba saliendo de las manos, aunque no era fácil;
y solo Octavio lo consiguió —comentó Amelia, para que
Fransheska no se crease una mala imagen de Benjen; después de
todo, era su tío.
—En vista de la intensidad que había tomado ese altercado,
Octavio se sintió en la obligación de revelarnos un secreto que
había guardado durante toda su vida, que no le pertenecía porque
solo fue un testigo. —Benjen se detuvo y tragó para pasar esa
sensación que le secuestraba la voz, aunque no era el único que

89
se sentía perturbado, podía ver que Luciano cada vez estaba más
tenso y él también comenzaba a sentir que las palabras se le
atoraban en la garganta, así que decidió ir directo al grano—. Le
pedí a Octavio que llamase a la policía, pero él me dijo que no
podía hacerlo, porque mi padre y la señorita Christie, no se lo
perdonarían, que yo no podía enviar a la cárcel a mi hermano…
—¿Cómo dice? —preguntó Fransheska con los ojos muy
abiertos y boqueó un par de veces, sin poder creer lo que había
escuchado. Su mirada voló hacia su padre, pero él tenía la cabeza
gacha y se mostraba avergonzado, su actitud bastaba para que ella
tuviera una respuesta; sin embargo, se negaba a creerlo—.
Disculpe, señor Danchester, pero eso no es posible, mi padre…
—Sus palabras cesaron al ver que él levantaba el rostro y posaba
su mirada atormentada en ella.
—A todos nos resultó difícil de creer, pero luego de escuchar
a Octavio, no nos quedaron dudas, Luciano es el segundo hijo de
Christopher Danchester, mi padre —respondió y percibió cómo
el peso sobre sus hombros disminuía.
Fransheska se sintió tan abrumada que lo único que pudo
hacer fue dejar caer sus párpados y los apretó con fuerza, pero
eso no impidió que un par de lágrimas bajaran por sus mejillas.
Sus latidos se hicieron más lentos y su respiración se volvió
pesada, mientras intentaba asimilar lo que acababa de escuchar.
Respiró hondo y abrió los ojos para mirar a su padre, él solo
asintió con un movimiento apenas perceptible, pero su mirada
decía mucho más que mil palabras.
—¿Por qué no dijiste nada, papá? Han pasado más de tres
meses… ¿Por qué? —preguntó, mirándolo con una mezcla de
reproche y dolor.
—Hija…, yo… no quería aceptar algo así; incluso, ahora me
cuesta hacerlo. Por favor, intenta ponerte en mi lugar… En
menos de dos horas me cambiaron la vida y; todo lo que creía
cierto, no lo era. —Luciano no pudo contener el sollozo que se
atravesó en su garganta al decir aquello en voz alta—. El hombre

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que me educó, que siempre estuvo a mi lado y a quien creí mi
padre, no llevaba mi misma sangre… Ese hombre al que había
idolatrado toda mi vida me había engañado de la manera más
infame. —Otro sollozo le rompió la voz, pero luchó para
continuar, porque sabía que su hija merecía una explicación—. Y,
mi madre…, también me había mentido; y ni siquiera en su lecho
de muerte fue capaz de decirme la verdad… Mis padres me
habían engañado y yo no podía creerlo, simplemente, no podía
aceptarlo.
—Luciano…, cálmate, por favor —pidió Fiorella,
acariciándole la espalda, le dolía demasiado verlo sufrir.
—Estoy bien, Fiorella…, estoy bien —aseguró mirándola a
los ojos y después se volvió hacia Fransheska—. ¿Recuerdas
cómo te sentiste cuando descubriste que Terrence no era
Fabrizio? —inquirió mirándola a los ojos, su hija asintió y dejó
correr un par de lágrimas por sus mejillas—. Entonces,
entenderás que no podía revelarte una verdad tan grande y que ni
siquiera yo quería aceptar… Necesitaba tiempo para poner en
orden mis ideas y asimilarla —explicó con la voz ronca.
—Pero se suponía que no nos ocultaría nada más; que, como
familia, no tendríamos más secretos como este… Y usted lo calló
por tres meses, padre, fueron tres meses. —Le reprochó, aunque
lo comprendía, también le dolía que no le hubiese dicho nada.
—Lo sé…, lo sé, mi princesa, y no te imaginas cuánto lamento
defraudarte de nuevo, pero esto fue algo que me sobrepasaba; y
aunque me juré olvidar todo lo que había escuchado ese día, fue
imposible, porque no podía callar las preguntas y las dudas que
llegaban hasta mi mente, pasé tantas noches tratando de entender
y justificar la actitud de mis padres —dijo mirándola a los ojos.
—No había nada que justificar, Luciano…, lo que vivieron
nuestros padres; no requiere de explicaciones o justificaciones, se
enamoraron y se entregaron a ese sentimiento, nada más —indicó
Benjen, para evitar que su hermano siguiera sometido por la
vergüenza y la culpa—. Y puede que ellos no hayan actuado de

91
manera honesta, pero tanto tú como yo, tampoco lo fuimos con
nuestros hijos, le ocultamos todo esto porque pensamos que así
le ahorraríamos la confusión, pero la verdad fue que nos
sentíamos avergonzados.
—Yo tenía muchos motivos para sentirme así, era el fruto de
una relación clandestina —dijo Luciano con resentimiento.
—No, usted fue el fruto del amor entre Christopher
Danchester y Christie Fourier —acotó Terrence, para que no se
siguiera atormentando—. Ya pare de pensar en eso o seguirá
haciéndose daño, créame, sé porqué se lo digo —expuso
mirándolo a los ojos.
—Sé que todo esto ha sido muy difícil para ustedes, pero
deben entender que también lo es para mí…; y en este momento
me siento muy confundida —mencionó Fransheska e intentó
ponerse de pie, necesitaba salir de allí y caminar, eso la ayudaría a
desenredar la maraña de pensamientos que tenía en la cabeza.
—Fransheska, espera, por favor, escucha a tu padre —pidió
Brandon, sujetándola por el brazo para evitar que se marchara.
Él también se sentía conmocionado por todo lo que estaba
escuchando; ya que, hasta el momento, no tenía conocimiento de
nada de eso, ni Victoria ni Terrence se lo habían mencionado.
Aunque comprendía que no era algo que ellos pudieran
compartirle, y tal vez fue lo mejor, porque no hubiese logrado
ocultárselo a Fransheska, ya lo había hecho antes con lo de
Terrence y contó con la suerte de que ella no se lo reclamara, pero
se había prometido no ocultarle nada.
—Fran…, sé cómo te sientes porque me pasó lo mismo,
también me sentí engañado y me llené de rabia al ver que ellos se
habían quedado callados todo este tiempo, pero una vez que
comienzas a asimilar todo, puedes comprenderlos mejor; y si te
pones en su lugar, te darás cuenta de que no guardaron silencio
con la intención de lastimarnos —acotó Terrence, mediando por
sus padres.
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó, mirándolo fijamente.

92
—Dos semanas, después de que encontramos a Fabrizio, mi
padre nos reunió a Dominique y a mí, para contarnos todo —
calló al ver que ella dejaba libre un suspiro y cerraba los ojos,
dejándole ver que también le estaba reprochando—. Fran…,
siento no haberte dicho nada en cuanto llegamos, pero han sido
demasiadas emociones para todos; además, no me correspondía
hacerlo. Somos conscientes de que necesitas tiempo, pero al
menos, te pido que intentes comprender la manera de proceder
de todos. —Terrence trataba de evitar que ella cayese en el mismo
error que él cometió cuando se enteró de la verdad.
—Puedo entender, pero… ¡Por Dios! ¡Pónganse en mi lugar!
Hasta hace unos meses, creía que tú eras mi hermano; de repente,
me dicen que no es así, que Fabrizio había caído en el frente. En
ese momento, mi mundo se derrumbó y me costó mucho poder
retomar mi vida, ahora me entero de que mi hermano está vivo y
que hasta una familia tiene… Y ahora resulta que mi abuelo no
era mi abuelo, sino que soy la nieta de Christopher Danchester; y
que tú eres mi primo… Ya no estoy segura de nada…
—¿Te molesta que seamos primos, Fran? —inquirió
Terrence, sintiendo una extraña punzada en el pecho.
—¡No, por supuesto que no! Pero tampoco puedes esperar
que lo tome como si fuese la nota del estado del tiempo ¿Cuántos
cambios más tendré que aceptar sin perder la cordura? ¿Será que
sí son mis padres? ¿O también me dirán que soy adoptada? —
preguntó, mirándolos con terror.
—¡Claro que eres nuestra hija, Fransheska! —exclamó
Fiorella, entre asombrada y divertida—. Princesa, puedo
comprender que todo sea abrumador para ti, solo intenta tomarlo
con calma. Ahora, lo primordial es darle nuestro apoyo a tu
padre. —La abrazó.
—Estoy dispuesta a dárselo, padre, jamás podría molestarme
con usted, sabe que lo adoro —agregó Fransheska, más calmada.
—Gracias, mi princesa, gracias de verdad por perdonarme y
por comprenderme; te prometo que intentaré no cometer tantos

93
errores ni te guardaré más secretos —pronunció mirándola a los
ojos y la abrazó muy fuerte, al tiempo que dejaba correr un par
de lágrimas.
Los demás admiraban con emoción ese momento entre padre
e hija, Fransheska todavía se sentía muy contrariada, pero estaba
dispuesta a tomar las cosas de la mejor manera; después de todo,
era hermoso saber que Terrence y ella estaban unidos por la
sangre. Se separó de su padre y buscó a su primo con la mirada,
él le sonreía con esa complicidad que siempre había mostrado
con ella; sin pensarlo, corrió hasta él y lo amarró en un abrazo, la
hacía feliz saber que siempre formaría parte de su vida, porque
realmente eran familia.
Ese gesto provocó sonrisas en todos los presentes, los
mayores respiraron aliviados al sentir que las cosas habían salido
mejor de lo que imaginaron, aunque todavía faltaba conocer la
reacción de Fabrizio, cuando se enterase de todo. Esperaban que
fuese pronto, pues los doctores ya le habían suspendido los
medicamentos que lo mantenían sedado, y era cuestión de horas
para que despertara del coma.
Terrence se alejó un poco del abrazo y miró a su hermana, que
los veía sonriente, Fransheska le sonrió a Dominique y extendió
su brazo, para pedirle que se acercara a ellos. Los tres se unieron
en un abrazo y la felicidad dentro del estudio por fin fue
completa, cuando también se le unieron los esposos Danchester,
los esposos Di Carlo.

Para Joshua, leer era como viajar a mundos mágicos, le


gustaba creer que podía vivir en esos lugares donde había
dragones, castillos, brujas, piratas y sirenas, donde era amigo de
los buenos y podía derrotar a los malos con su espada, como el
más honorable de los caballeros, el más valiente de los piratas o
el más poderoso de todos los magos.
Con una gran sonrisa terminó de leer: «El cohete
Extraordinario», de Oscar Wilde; le gustaba cómo escribía ese

94
señor. Aunque, «El Ruiseñor y la Rosa», le pareció triste, lo
comprendió mejor cuando su abuela le explicó que muchas veces
era necesario sacrificarse, cuando se amaba verdaderamente.
Recordó que le había escuchado decir a su tío Manuelle, que su
mamá se había sacrificado muchas veces por su papá, aunque
suponía que se trataba de otro tipo de sacrificio, como le había
contado su abuela, solo deseaba que su mamá nunca tuviese que
dar la vida por su papá.
Cerró el libro y lo dejó de lado, sintiéndose muy satisfecho
porque cada vez leía más páginas, ya no le costaba tanto
pronunciar algunas palabras; estaba seguro de que cuando su
padre despertase, se sorprendería mucho. Su atención fue atraída
por el sonido que hacía el conejo, así que bajó del sillón y se
tendió sobre su estómago en la alfombra, para estar a la altura de
la jaula, mientras miraba cómo el nuevo señor Lapín, se comía
una hoja de lechuga.
—No haga ruido, señor Lapín, que mami está durmiendo —
susurró, llevándose un dedo a los labios—. Sé que te gusta la
comida, pero debes comer más despacio, el abuelo dice que es
mejor para la digestión... Esperaré a que mami despierte, para que
me dé permiso de llevarte al jardín; pero no corras tan deprisa
porque no puedo seguirte, ya te he dicho que no me gusta correr...
Bueno, seguiré leyendo mientras tú sigues comiendo.
Se puso de pie y pasó al lado de su madre, que estaba dormida
en el sillón, ella casi no había dormido porque el doctor le dijo
que su papá podría despertar en cualquier momento, así que
ambos decidieron quedarse en esa habitación para ser los
primeros que lo vieran cuando lo hiciera. Sin embargo, ya habían
transcurrido muchas horas desde que le dijo eso y aún seguía
dormido; suspiró, armándose de paciencia y subió con cuidado
en la cama, agarró el libro y lo abrió donde lo tenía señalado, para
seguir con la lectura.
Una hermosa voz que se escuchaba lejana fue sacando a
Fabrizio del profundo sueño donde había pasado casi tres meses,

95
lentamente, el sonido se iba haciendo más nítido y las palabras
empezaron a tener mayor sentido, descubrió que era la voz de su
hijo y quiso sonreír para hacerle saber que había regresado.
Intentó moverse, pero su cuerpo estaba muy rígido, entonces,
luchó por abrir sus ojos; sin embargo, sus párpados pesaban una
tonelada y, de pronto, fue consciente de algo en su garganta que
la obstruía y le provocaba náuseas, lo que provocó que una ola
de pánico lo recorriese.
No obstante, más allá de esa sensación que lo agobiaba, estaba
la felicidad que le provocaba escuchar la voz de su hijo, que era
la más hermosa que pudiera existir. Se esforzó para abrir los ojos
y ver a Joshua, y cuando por fin pudo conseguirlo, su corazón se
desbocó en latidos emocionados que golpeaban fuertemente
contra su pecho.
Le dio gracias infinitas a Dios por brindarle otra oportunidad,
era consciente de que estaba de regreso, no sabía cuánto tiempo
había pasado, tal vez unos días o semanas, desde que esa pesadilla
lo arrastró a aquel infierno. Pero la voz de su pequeño ángel lo
había traído de vuelta; tenía ganas de llorar, de reír, de gritar, pero
solo un par de lágrimas se deslizaron por sus sienes, provocando
en él, un enorme deseo de luchar para quedarse.
Por amor a ellos seguiría luchando y soportaría todos los
golpes que la vida les deparara, porque lo que más deseaba era
poder ver a su hijo crecer, estar con él en todas las etapas de su
vida, celebrar juntos sus victorias y llorar hombro a hombro sus
derrotas. Quería apoyarlo y darle sabios consejos para que se
convirtiera en un hombre de bien, cumplir todas las promesas
que le había hecho, eso deseaba más que nada en ese instante,
aunque también quería levantarse para abrazarlo y besarlo, pero
solo conseguía mover sus dedos.
—«Bueno, ¡ella se lo pierde y no yo! No voy a dejar de hablarle,
solo porque no me escuche. Me gusta oírme hablar. Es uno de
mis mayores placeres. Sostengo a menudo largas conversaciones
conmigo mismo y soy tan profundo que a veces no comprendo

96
ni una palabra de lo que digo». —Joshua continuaba concentrado,
para poder entender y; sin más, una nueva carcajada lo asaltó, con
rapidez se llevó una mano a la boca para taparla y no despertar a
su mamá.
Fabrizio gastaba sus energías en espabilar para atraer la
atención de su hijo, pero él parecía estar muy concentrado en el
libro, fue consciente de que estaba leyendo y eso lo llenó de
orgullo. Una vez más, intentó levantarse, pero no pudo ni siquiera
alzar la cabeza, algo en su garganta se lo impedía, así que optó
por llamarlo y; apenas movió su lengua, sintió cómo la fatiga lo
atacaba, trató de controlarla y retener el espasmo, no quería
vomitar porque asustaría a su hijo.
Luego de calmarse, se concentró y consiguió separar sus
labios, un silbido se escapó de su garganta, atrayendo de
inmediato la atención de Joshua, que levantó la cabeza y sus
miradas al fin se encontraron. La emoción lo embargó con tal
poderío, que su cuerpo tembló y un sollozo brotó de sus labios,
que luego esbozaron una sonrisa y el llanto se hizo más intenso.
Joshua se sobresaltó cuando vio que su papá había despertado,
se incorporó un poco en la cama y el libro fue a parar al suelo,
provocando un golpe seco, que hizo que su mamá se removiera
en el sillón, pero no despertó. Él separó los labios para expresar
su felicidad, pero el grito se le quedó atorado en la garganta, y
todo lo que pudo hacer fue espabilar varias veces, al tiempo que
una gran sonrisa se anclaba en su rostro, mientras miraba a
Fabrizio como si fuese un milagro.
—¿Papi? —preguntó al fin con la voz temblorosa por las
lágrimas que inundaron su garganta y no tardaron en deslizarse
por sus mejillas—. Papi…, papi, papi —repitió mientras limpiaba
con su dedo la lágrima que corría por la sien de su padre.
Fabrizio ya no podía contener más sus emociones, necesitaba
desahogar la presión que tenía dentro del pecho y que parecía
estar a punto de reventarlo, las ganas de llorar lo abrumaban. Un
sollozo escapó de su garganta, provocándole una intensa punzada

97
de dolor, pero apenas lo notó, estaba demasiado feliz, porque ver
a su hijo era como volver a nacer, poder mirar sus hermosos ojos
y escuchar su voz diciéndole: «papi», era lo mejor que le podía
pasar, se sentía igual de emocionado que cuando lo oyó decir esa
palabra por primera vez.
—Mi… mi… —susurró en medio de un silbido, mientras su
cuerpo vibraba—. Vi… vida. —Luchaba contra eso que le
cerraba la garganta.
Quería decirle que estaba devuelta y que no se iría nunca más,
sintió su mundo dar vueltas muy rápido, al sentir los labios de su
hijo besando su frente y cómo sollozaba diciéndole que lo quería
y que lo había extrañado, era la sensación más dolorosa, pero al
mismo tiempo, la más hermosa que pudiera experimentar.
—¡Mami! ¡Mami! —exclamó Joshua, para que despertara—.
¡Papi despertó! ¡Ya despertó! —pronunció, llorando de felicidad.
Marion escuchó la voz de su hijo y despertó sobresaltada,
había aprendido a tener el sueño ligero desde que estuviera en la
guerra; tardó un par de segundos en comprender lo que le decía
Joshua. Se incorporó quedando sentada y su mirada voló hacia la
cama donde reposaba su esposo, vio que tenía los ojos abiertos
y; justo en ese momento, sintió como si su vida cobrara un mayor
sentido.
Se acercó a él sin poder creer que estaba mirándose en los ojos
de su esposo, llevó las manos hasta su rostro y lo acunó con
ternura, mientras dejaba caer una lluvia de besos en su frente, sus
mejillas y sus labios, al tiempo que sus lágrimas humedecían cada
lugar.
—Mi dulce amor, estoy tan feliz de que despertaras —expresó
entre toques de labios—. Volviste, amor, volviste a mí… A
nosotros…
Fabrizio también quería besarla, pero su cuerpo aún estaba
muy entumecido y esa sensación de ahogo no lo abandonaba; por
el contrario, cada vez se hacía peor y comenzaba a desesperarlo.
El llanto se le estaba acumulando en la garganta y cada vez que

98
hacía el intento de pasarlo, una nueva oleada de náuseas se
apoderaba de él, obligándolo a retener el deseo de liberar sus
lágrimas en un torrente, solo le quedaba dejarlas salir a
cuentagotas y bajaban pesadamente por sus sienes.
—Papi…, papi… Es 14 de julio, despertaste para el
cumpleaños de mami. —Le dijo Joshua con emoción,
aplaudiendo.
Fabrizio no calculó el tiempo que había pasado ausente, ni
pensó en dónde estaba o cómo había logrado sobrevivir a su
última recaída, solo se concentró en obtener toda la fuerza
necesaria para poder hablarle al amor de su vida, a su hermosa
esposa, al ángel que una vez más lo había salvado de las garras de
la muerte; porque estaba seguro de que, si se seguía vivo, era
gracias a Marion.
—Fe… fe… feliz… cumple… años. —Luchó contra eso que
casi cerraba su garganta y consiguió felicitarla—. Mi amor... —
pronunció, mientras todo él temblaba, pero aun así le mostró una
sonrisa.
—Tranquilo, mi vida, no te agites…, no hables. —Le susurró
Marion con una brillante sonrisa, a través de las lágrimas. Se
acercó de nuevo y le dio un tierno beso en los labios, que duró
más que los anteriores, porque después de tres meses, estaba
siendo correspondida—. Te extrañé demasiado —confesó
rozando sus labios.
Fabrizio fue consciente, en ese momento, de algo distinto en
ella, movió lentamente sus dedos y sintió que el vientre de su
esposa estaba un poco más grande y duro. Desvió la mirada y
descubrió que sería padre por segunda vez, la emoción dentro de
él fue tan grande, que ya no pudo seguir reteniendo las ganas de
llorar abiertamente, porque la presión en su pecho lo haría
explotar, si no la dejaba salir, así que comenzó a sollozar mientras
sonreía.
Marion asintió, confirmándole lo que sus ojos cristalizados
por las lágrimas le preguntaban, le entregó la mejor de sus

99
sonrisas al tiempo que le sujetaba la mano para apoyarla en su
vientre. Fabrizio acarició suavemente el vientre de su esposa, al
tiempo que el deseo por ponerse de pie y abrazarla, lo estaba
volviendo loco.
—No, no puedes levantarte…, debes estar tranquilo; iré a
buscar al doctor, para que te revise. —Marion recordó que sus
sentimientos no debían cegar su deber como enfermera.
—No…, no…, es… espera… Quédate —rogó porque tenía
miedo de que todo eso no fuese más que un sueño.
—Intenta calmarte, mi amor…, por favor —suplicó Marion,
viendo cómo su rostro enrojecía y que estaba costándole respirar.
Fabrizio también fue consciente de que el aire comenzaba a
faltarle, por lo que, de manera espontánea, trató de inspirar para
llenar sus pulmones, pero su acción provocó que el oxígeno se le
quedara atascado en el traqueostoma. Bajó la mirada y en ese
momento fue consciente de un tubo que le atravesaba la tráquea,
los nervios se apoderaron de él e, inevitablemente, su cuerpo
empezó a estremecerse ante las arqueadas, que comenzaron a
ahogarlo.
Toda la calma que había reunido para no asustar a su esposa e
hijo lo abandonó y en cuestión de segundos se vio de nuevo
siendo sometido por el miedo. Sus esfuerzos desesperados por
intentar respirar solo consiguieron que su situación empeorara,
sus ojos enrojecieron por el esfuerzo, al tiempo que sus labios
iban tomando un tono azulado que comenzaba a asustar a
Marion.
—Fabri, no pasa nada…, trata de tranquilizarte…, por favor,
mi vida, solo respira despacio —susurró Marión, tratando de
mantener la calma para no asustar a Joshua.
—Papi…, papi, no hagas esto… Detente, papito, por favor…
Ya detente —suplicó y comenzó a temblar de miedo, al ver cómo
el cuerpo de su padre era sacudido por los espasmos.
—Joshua, no pasa nada…; no llores, mi vida —pidió Marion,
al ver que rompía en llanto—. Tu papi está algo alterado, pero ya

100
se le pasará, no llores. —Ella acarició el pecho de Fabrizio, que
cada vez se le veía más desesperado por buscar oxígeno. Un
silbido salió de su boca y los ojos se le quedaron en blanco,
anunciando que venían las convulsiones. Ella no pudo más y
comenzó a desesperarse también, mientras intentaba sostenerlo
por los hombros—. ¡Fabri! Mi amor, cálmate, cálmate —suplicó
con sus latidos desbocados.
Sin embargo, Fabrizio ya no pudo atender a sus llamados
porque, una vez más, su cerebro sufría los embates de las
convulsiones, aunque esta vez, no eran tan fuertes como las
sufridas en el pasado, porque no eran causadas por algo físico,
sino más emocional, era la reacción al pánico que estaba viviendo
en ese instante.

101
Capítulo 8

Después de dos horas, Fransheska había escuchado toda la


historia entre su abuela Christie y el difunto duque de Oxford,
Christopher Danchester; no podía pensar en él, como su abuelo,
porque eso sería desconocer a Alfonzo Di Carlo; y jamás lo haría.
Él seguiría siendo su adorado abuelo, el que siempre la consintió
y nunca le hizo sentir como si no llevaran la misma sangre,
aunque debía admitir que le entristecía mucho el destino que
habían tenido los tres.
Precisamente por eso, en más de una ocasión, las lágrimas
corrieron por sus mejillas y una dolorosa presión se adueñó de su
pecho, ante la tristeza que le dio enterarse de cómo se truncó un
amor tan hermoso. Le parecía injusto que su abuela y el duque se
hubiesen separado de esa manera, con tanto dolor de por medio;
aunque podía entender el proceder de su abuela; pero ella,
estando en su lugar, hubiese hablado claramente con Christopher
y que este decidiese lo que era mejor; a fin de cuentas, también
era su vida.
Fransheska quedó con un extraño sentimiento de tristeza,
luego de que Octavio terminase de relatar la historia de sus
abuelos y el duque; todos habían sufrido en ese triángulo
amoroso. Aunque sospechaba, que Alfonzo había sido quien
más, porque siempre estuvo enamorado de su abuela, pero ella
nunca logró corresponderle de la misma manera; al menos, no
con la devoción que le entregó a Christopher Danchester, eso
debió ser muy doloroso para él.
Estuvieron compartiendo unos minutos más y llegaron al
acuerdo que mantendrían las cosas como hasta ese momento o;

102
hasta que Fabrizio despertase, debían esperar a su reacción.
También acordaron lo que le dirían a la prensa sobre la relación
entre ambas familias. Al salir del estudio, sus semblantes lucían
más relajados, sentían que el peso de ese secreto que estuvo
agobiándolos por varios meses, se hacía más liviano, a medida
que lo iban compartiendo.
—¿Les gustaría acompañarnos a tomar el té? Es casi la hora y;
seguramente, Marion está cuidando a Fabrizio —sugirió Amelia
con una cálida sonrisa.
—Me parece una gran idea, claro, si no les incomoda. —
Benjen miró a Luciano, en verdad deseaba entablar una relación
más cordial con él, pues en solo días se había dado cuenta del
gran hombre que era.
—Sería grato…, además, nosotros no podemos estar más de
unos minutos en la habitación con Fabri, fue lo que
recomendaron los doctores. —Fransheska decidió responder, al
ver que su padre se quedaba en silencio. Ella también deseaba
contribuir a que la relación entre ellos fuese más cercana; después
de todo, eran hermanos.
—Perfecto —acotó Amelia—. Elizabeth preparó un pastel
Battenberg, y les aseguro que le queda delicioso.
Terrence se volvió para mirar a Victoria y le ofreció su brazo
para que lo acompañara al salón de té; aunque de un momento a
otro, empezó a sentir cierta dificultad para respirar, por lo que
pensó que sería mejor ir al jardín. Ella lo aceptó y le dio un suave
beso en la mejilla; desde que se reconciliaron, esas muestras de
amor eran igual de frecuentes que en el pasado, era como si el
tiempo no hubiese trascurrido y se comportaban como un par de
adolescentes.
—Creo que me gustaría más tomar un poco de aire —sugirió
y se llevó una mano a la corbata para aflojar el nudo.
—Claro —respondió ella y vio que él parecía algo aturdido—
. ¿Te ocurre algo, Terry? —inquirió, pues al mirarlo mejor vio
que se iba poniendo pálido y una capa de sudor perlaba su frente.

103
—No, no es nada… —respondió, pero antes de dar un par de
pasos se detuvo, le estaba costando mucho respirar.
—Terry, mírame… ¿Qué tienes? —Su actitud alarmó a los
demás, que se percataron del semblante perturbado de su novio.
—No puedo respirar…, no puedo… Vicky —esbozó de
manera entrecortada, deshaciendo por completo el nudo de su
corbata.
—Déjame ayudarte…, trata de tomar aire, despacio. —Le
quitó la prenda con manos trémulas; después, deshojó los
primeros botones de su camisa, mientras lo miraba a los ojos.
—Terrence... Intenta calmarte y dime qué sientes —intervino
Luciano, acercándose hasta él.
—No puedo respirar…, es como si algo me… me cerrase la
garganta y me presionase…, aquí en el centro del pecho —
respondió y comenzaba a asustarse en verdad.
—Cariño, no te presiones…, solo intenta tomar aire
despacio… Sabes cómo hacerlo, ¿lo recuerdas? —Amelia llegó
hasta él y el miedo comenzó a helarle la sangre, porque su hijo
cada vez se veía más pálido.
—Vamos, hijo…, haz como dice tu madre —pidió Benjen.
—Amor, no te esfuerces…, solo relájate y verás que ese ahogo
se pasa rápido… Todo estará bien, mírame… Toma aire por la
boca, hazlo lento —indicó Victoria, frotándole el pecho, pero eso
no parecía estar funcionando y sus ojos se llenaron de lágrimas,
pero luchó por parecer calmada para que él no se angustiara más.
—Será mejor que le demos espacio para que pueda respirar,
debe ser algún episodio alérgico, pues no padece de problemas
respiratorios. Terrence, siéntate y cierra los ojos —indicó
Luciano, al ver que los demás se agolpaban cerca de su sobrino y
también al ver el miedo en la mirada de Benjen.
—Tranquilo, hijo… Octavio, pide a alguien que traiga un
poco de agua, por favor… —En su voz se podía notar la angustia.
—No… puedo… respirar… Es cada… vez peor… —
expresó con mucho esfuerzo, porque nada de lo que estaba

104
intentando daba resultado, ni siquiera los ejercicios que había
aprendido con Enrico.
—Debemos llamar a un médico —suplicó Amelia,
aterrorizada porque los labios de su hijo iban tomando un tono
más oscuro.
—Victoria y yo somos médicos. —Le recordó Luciano y con
agilidad abrió el chaleco y luego la camisa de su sobrino, notando
que no tenía ningún tipo de reacción alérgica en su piel.
—Terry…, tranquilo, no te va a pasar nada, te lo prometo,
solo mírame y sigue intentando respirar. —Le pidió Victoria,
mirándolo a los ojos y no pudo contener la lágrima que se deslizó
por su mejilla.
—Está bien…, está… bien —respondió asintiendo e hizo lo
que ella le pedía, mientras luchaba por contener sus lágrimas.
El agobio que sentía comenzó a menguar y eso le permitió
tomar un poco de aire, pero también estaba sintiendo náuseas y
sus músculos cada vez se ponían más rígidos. Todos esos
síntomas trajeron a su memoria un desagradable recuerdo que
disparó el miedo en su interior, empezó a negar con la cabeza
mientras sus ojos se abrían con desesperación y su mano se aferró
con fuerza a la de Victoria.
—Voy por el doctor, él tiene un tanque de oxígeno. —
Fransheska cada vez se ponía más nerviosa, porque ya lo había
visto sufrir de esas horribles convulsiones y no quería vivir ese
episodio de nuevo.
—Vamos, te acompaño —dijo Brandon, intentando esconder
su preocupación, para no empeorar la situación.
—Fabrizio…, es Fabri… Fabrizio —esbozó Terrence, como
pudo, porque aunada a la presión en su pecho, también
comenzaba a temblar.
—¿Fabrizio? —preguntó Fiorella y la preocupación que sentía
por Terrence, se volcó de inmediato hacia su hijo.
Los demás lo miraron sin poder comprender a lo que se
refería, pero el miedo que vibraba en el ambiente se hizo más

105
intenso, Luciano y Fiorella compartieron una mirada, mientras
Fransheska se detenía en el primer peldaño de la escalera. Se
volvió y buscó con la mirada a su madre, ella soltó un jadeo
cargado de terror y se llevó una mano al pecho, al tiempo que el
llanto la desbordaba. Luciano también sintió cómo una oleada de
pánico lo recorría, estaba por alejarse de Terrence cuando
percibió que su cuerpo se estremecía con más fuerza.
—¡Terrence, mírame! ¡Terry, por favor! —exclamó Victoria,
presa de los nervios al ver que su rostro se contraía y se hacía aún
más pálido.
—No… soy yo… ¡Fabrizio! ¡Es Fabrizio! —pronunció en un
grito ahogado, apretando las manos que sostenían las suyas.
Intentó ponerse de pie, pero estaba muy débil para hacerlo.
Fransheska y Fiorella, salieron corriendo hacia la habitación
de Fabrizio, atormentadas por la sospecha de que algo grave
estaba pasando con él. Luciano se debatía entre dejar a su sobrino
y correr para ver a su hijo. Terrence, al verlo tan atormentado,
asintió instándolo a que fuera a ver a Fabrizio.
—Yo cuidaré de él —aseguró Victoria, mirándolo.
—Busquen uno de los tanques de oxígeno y una mascarilla —
indicó Luciano y luego salió detrás de su mujer y su hija.
Benjen y Brandon se dispusieron a hacer lo que Luciano les
dijo, sin perder tiempo, corrieron hasta el lugar donde guardaban
el equipo médico que habían dispuesto para Fabrizio. Dominique
también corrió a la cocina para buscar un vaso de agua para su
hermano, mientras Amelia y Victoria se quedaron junto a él,
atendiéndolo.

Marion veía cómo sus mayores miedos nuevamente cobraban


vida, arrastrándola a la tortura de ser testigo, una vez más, de
cómo su esposo se le iba. Había guardado la esperanza de que él
despertara y que poco a poco comenzara a recuperarse, pero sus
deseos de tener a Fabrizio de regreso, se estaban volviendo
cenizas en ese momento.

106
—¡No, no, no! —gritó y empezó a llorar mientras intentaba
aspirarlo, pero sus manos temblaban demasiado.
—Papi…, papi —repitió Joshua, en medio del pánico.
—No llores, Joshua…, no llores, él estará bien —suplicó ella
en medio de sollozos, pero el llanto de su hijo solo se hacía más
fuerte y comenzaba a desesperarla—. ¡Cállate, Joshua! —Le gritó
y su pequeño se asustó aún más. Marion no quiso hacerlo, pero
eso era consecuencia del desespero que le recorría en ese
momento.
Cada segundo era una tortura para Fabrizio y lo que tanto
temía se hacía realidad, de nuevo, era arrastrado a ese infierno
que vivió cuando cayó en el Somme. Sintió como una ráfaga, que
solo podía comparar con una descargar eléctrica, comenzaba en
las plantas de sus pies y subía con una rapidez descomunal por
sus piernas, estremeciéndolo. Al mismo tiempo que las náuseas
se volvían más intensas, porque la saliva lo estaba ahogando, él
no podía luchar contras las convulsiones que ya se apoderaban
de su columna y viajaban a su cerebro.
—¡Fabri, por favor! … ¡No, no, no! —gritó en medio de un
llanto desesperado, intentando de evitar que se estremeciera
porque era peligroso—. Joshua, corre… Ve a llamar al doctor…,
llama al doctor. —Le ordenó a su hijo, pero él no se movía.
Estaba clavado en ese lugar, temblando y llorando mientras
veía a su padre sacudirse de esa manera tan violenta, y que lo
estaba llenando de miedo, por lo que solo podía emitir gritos
cargados de llanto. Marion, al ver que no reaccionaba, decidió
arriesgarse y soltó a Fabrizio para ir en busca del doctor, abrió la
puerta y estaba por salir al pasillo, pero volvió la mirada a su
esposo y vio que él comenzaba a calmarse; sin embargo, sabía que
eso era momentáneo, porque las convulsiones solo le daban una
tregua de segundos.
—¡Doctores, ayúdenme, por favor!… ¡Doctor Farrell! —En
ese momento varias puertas se abrieron, ella vio uno de los
médicos que atendía a su esposo, también a una de las enfermeras

107
y a la señorita Rogers, todos se acercaron para ver qué sucedía—
. ¡Doctor Preston!... ¡Por Dios, venga rápido, Fabrizio despertó!
Marion sentía que todo el cuerpo le temblaba y el miedo calaba
en cada rincón de su ser, mientras el desespero jugaba con sus
emociones. El doctor llegó hasta ella y lo agarró por el brazo para
llevarlo a rastras hasta su esposo. Sin embargo, antes de entrar a
la habitación, alcanzó a ver a la familia de Fabrizio que corrían
hacia ella, seguramente, habían escuchado sus gritos; percibir en
ellos la misma desesperación que sentía, solo hizo que sus
emociones la desbordasen y rompió a llorar.
—Por favor, señor Luciano…, por favor, ayúdelo, ayude a mi
Fabri. Haga que todo esto pare, por favor —pidió llorando, cada
vez más desolada, porque sentía que perdería a su esposo.
Luciano sintió que su peor pesadilla estaba repitiéndose,
cuando creía tener entre sus manos la oportunidad de verse en
los ojos de su hijo, pedirle perdón y decirle cuánto lo amaba, la
muerte de nuevo se interponía entre ambos y amenazaba con
quitárselo, pero esta vez no se lo permitiría, no le fallaría nunca
más a su Fabrizio Alfonzo.
—Tranquila, no dejaré que le pase nada —aseguró Luciano y
se disponía a entrar a la habitación, cuando el doctor Preston le
impidió el paso, apoyándole una mano en el pecho.
—Nosotros nos encargaremos. —Le hizo saber con
determinación.
—No puede hacernos esto, yo necesito estar con mi hijo —
exigió Fiorella y dio un par de pasos para rebasar al médico.
—Señora, no pueden estar aquí en este momento, solo lo
alteraría más; y es primordial que lo tranquilicemos o todo lo
hecho hasta ahora será en vano —expuso con autoridad.
—Pero, doctor Preston, yo podría ser de ayuda —insistió
Marion.
—Cierren la puerta, absolutamente nadie entra —ordenó
Farrell, viendo que su colega apenas podía contener a los
familiares de Fabrizio.

108
Marion no podía quedarse fuera, debía estar junto a su esposo,
porque él la necesitaba y no dejaría que nadie alejara a Fabrizio
de ella, le había prometido que estaría siempre junto a él y lo haría.
Estaba a punto de ignorar las órdenes del doctor Farell, cuando
sintió que alguien la tomaba por la cintura, para retenerla; volvió
medio cuerpo, al tiempo que se sacudía, tratando de soltarse en
medio del desespero.
—Por favor, suélteme…, suélteme, señor Luciano —pidió
llorando—. Necesito estar con Fabrizio.
—Marion, debes tranquilizarte, ya mi hijo está en manos de
los doctores —respondió luchando para calmarla—. Yo también
quisiera estar con él, pero debemos hacer lo que dicen sus
médicos.
—Yo necesito entrar…, quiero entrar con él, se lo prometí…
¡Fabri! ¡Fabri! —suplicó llorando y terminó dejándose vencer por
la debilidad que se apoderó de ella y se recargó en su suegro.
—Luciano, yo también quiero estar con mi bebé, por favor,
dile al doctor que nos deje entrar, nos quedaremos en una esquina
para no estorbarles. —Fiorella estaba igual de desesperada que
Marion.
—Trata de calmarte, mujer… Los doctores tienen que hacer
su trabajo, deben estar concentrados por el bien de Fabrizio,
tenemos que hacer lo que nos piden —alegó Luciano, aunque
tenía mucho miedo no podía mostrarlo en ese momento
—Fabri va a estar bien, ¿verdad? Por favor, papi…, dinos que
mi hermanito va a estar bien —rogó Fransheska, entre sollozos.
—Está bien… Fabrizio está bien, solo debe estar nervioso y
desorientado… No llores, que tu hermano estará bien —dijo,
rodeando sus hombros con un brazo y la besó en la frente.
—Marion, ¿qué sucedió? —preguntó Manuelle con
preocupación, estaba duchándose cuando escuchó los gritos de
su hermana.

109
—Papito —esbozó ella y corrió hasta él, para abrazarlo,
necesitaba que le diera fortaleza. Sollozó cuando su hermano le
acarició la espalda.
—Cálmate, mi niña…, cálmate —pidió y se alejó un poco para
mirarla a los ojos, mientras le secaba las mejillas con los pulgares.
—Es que… Todo estaba bien, Fabrizio despertó y se veía algo
aturdido, pero se notaba que intentaba estar calmado, Joshua le
recordó qué día era hoy… —Un sollozo le rasgó la voz en ese
instante, pero sorbió por la nariz para continuar—. Entonces,
Fabri hizo un esfuerzo por hablar y me deseó feliz cumpleaños…
Yo le pedí que guardara silencio y estuviese tranquilo; de repente,
vio el traqueostoma en su garganta y se asustó mucho, su cuerpo
empezó a estremecerse y vi que estaba luchando con las náuseas.
Intenté calmarlo, pero todo fue inútil y; una vez más, estaba
sufriendo esas horribles convulsiones —dijo y rompió en llanto,
porque ya no aguantaba más.
—Tranquila, pequeña, recuerda tu embarazo… ¿Dónde está
Joshua? —preguntó mirándola a los ojos, asustado. Fue el único
que se percató de que su sobrino no estaba, recorrió rápido con
su mirada el pasillo y pudo verlos a todos. Marion solo soltó un
jadeo cargado de llanto, no podía siquiera hablar, ante las
lágrimas—. ¿Dónde está Joshua? —Le preguntó una vez más.
—Se quedó en la habitación, él estaba junto a Fabrizio… ¡Oh,
por Dios, mi pequeño! —exclamó, acercándose a la puerta, una
vez más.
Todos se angustiaron porque sabían lo perturbador que podía
resultar para el niño, ser testigo de una de las crisis de su padre,
no querían que estuviera allí. Marion alzó la mano y llamó a la
puerta un par de veces, aunque estaba muy preocupada también
debía recordar lo que acababa de decirle Manuelle; no podía dejar
que sus emociones afectaran el embarazo.

A pesar de que Arthur Farrell era médico, ya no contaba con


los nervios de acero que tuvo durante la guerra; se podía decir

110
que se había ablandado un poco. Ver el desespero de los
familiares de Fabrizio, lo puso nervioso y no era algo que pudiera
permitirse en ese momento, cuando la vida del joven dependía de
que estuviese calmado y concentrado; por eso le impidió la
entrada a la habitación, pero en cuanto se acercó a la cama, vio
que tenía otro problema.
—El niño, deben sacarlo de aquí. —Le ordenó a una de las
enfermeras, mientras se ponía los guantes.
—Vamos, pequeño. —Sophie se acercó para quitarlo del lado
de su padre, pero él estaba aferrado al cabecero de la cama.
—Joshua, mírame, pequeño, necesito que salgas para poder
atender a tu papá —pidió Arthur, pero el niño solo negó en
medio del llanto y se mantuvo aferrado a la cama—. Yo puedo
ayudarlo, confía en mí… Siempre lo he curado y me has dicho
que soy bueno… Pues, necesito que ahora tú seas bueno y salgas
de la habitación, te prometo que lo verás en unos minutos,
cuando ya esté más tranquilo. —Le dijo con voz tranquila para
que el niño creyera en él.
—Mi papi… ¿Se volverá a… a dormir? —preguntó hipando.
—Solo por un momento, para que podamos aspirarlo, pero
después te prometo que se quedará despierto y podrás contarle
todo lo que ha pasado en estos meses. ¿De acuerdo? —preguntó
mirándolo.
Esas fueron las palabras justas para que Joshua aceptase salir
de la alcoba. Arthur no perdió más tiempo y empezó a trabajar
rápidamente; lo primero era administrarle medicamentos
anticonvulsivos, para evitar que su cuerpo se agitara mientras lo
estuviesen aspirando. Fabrizio había perdido la conciencia, así
que le abrió los párpados y usó la linterna para ver sus pupilas, al
menos, su actividad cerebral no había cesado; sin embargo, era
muy pronto para comprobar si había quedado con secuelas o no,
para eso debían esperar que estuviese despierto.
Sophie abrió la puerta para sacar a Joshua, en cuanto se
asomó, vio que todos se acercaban y la miraban con expectativa,

111
pero ella no sabía mucho, solo que; al parecer, las convulsiones
habían cesado. El niño salió y sin mirar a ningún lado corrió hasta
su tío, que lo atrapó en un abrazo, lo sentó en sus piernas y lo
arrulló contra su pecho.
—Calma, campeón —susurró, acariciándole la espalda,
mientras lo sentía estremecerse por el llanto—. Ya verás que todo
va a salir bien... Tu padre solo está nervioso, pero una vez que se
calme, se pondrá bien… —pronunció con un nudo en la
garganta, al ver a su sobrino tan consternado. Marion se acercó y
acarició la espalda de su hijo.
—Mi vida…, perdóname, no quise gritarte…, tenía mucho
miedo; tengo mucho miedo —susurró en medio de sollozos. En
ese momento, Joshua se alejó del abrazo de su tío y la miró para
luego lanzarse a sus brazos, ella lo recibió para consolarlo y que
él le diera fortaleza.
—Mami…, yo también tengo miedo, no quiero que papi se
vaya al cielo… El doctor me prometió que lo va a ayudar…
Quiero que salve a papi, quiero que lo salve —dijo sollozando.
—Verás que lo hará, el doctor Farrell, es muy bueno y también
está tu abuelo que lo va a ayudar —dijo Manuelle, al ver que su
hermana no conseguía las palabras para responderle a su hijo.
—Sí, haré hasta lo imposible por salvar a tu papi —aseguró
Luciano.
Fransheska también se acercó a su sobrino y le dedicó una
mirada a Marion, para pedirle que la dejara cargarlo, ella se lo
entregó porque la verdad se estaba sintiendo muy débil; tal vez,
tanta tensión y angustia le habían arrebatado sus fuerzas. Joshua
pasó a los brazos de su tía, que le entregó una hermosa sonrisa
para consolarlo, mientras luchaba por contener su miedo y sus
deseos de ponerse a llorar.
—Todo estará bien, Joshua, tu papi es un hombre fuerte,
valiente y te ama muchísimo, ahora mismo debe estar pensando
en lo grande que estás y en lo mucho que te pareces a él —
pronuncio mirándolo.

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—Creo que ya descubrió que sé leer —dijo Joshua, mostrando
una sonrisa tímida—. Estaba por terminar el cuento cuando alcé
la vista y lo vi despierto… y sonreía —añadió, emocionado.
—¡Mi angelito! —expresó Fiorella, acercándose a él, para
llenarle el rostro de besos y se lo quitó a su hija para arrullarlo.
La emocionaba saber que Fabrizio había reconocido a Joshua,
ya que los doctores le habían advertido que posiblemente su
cerebro había sufrido algún daño mientras estuvo sin pulso,
durante la primera operación. Temía que a lo mejor no los
reconociese, como le había sucedido a Terrence o; lo que era
peor, que quedase postrado en esa cama de por vida. Pero todo
indicaba que su hijo estaba bien y eso era un milagro.

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Capítulo 9

Terrence apareció en el pasillo minutos después, junto a sus


padres, su hermana, Brandon y Victoria; caminaba con largas
zancadas y su mirada estaba fija en la puerta de la habitación que
ocupaba Fabrizio. El malestar había pasado, pero aún se notaba
sofocado; sin embargo, eso no le impidió ir a ver a su primo;
negándose incluso a las peticiones de Victoria y su madre, para
que se mantuviese sentado mientras se recuperaba, su mirada se
paseó por cada uno de los presentes y sus semblantes no le
mostraban nada bueno.
—¿Qué sucedió? —Le preguntó a Luciano, sin rodeos, pero
su tío solo negó con la cabeza, se le notaba apesadumbrado—.
¿Cómo está Fabrizio? ¿Quién está con él? —inquirió de nuevo
viendo que Marion estaba en el pasillo y por su actitud algo grave
había pasado. La desesperación estaba haciendo estragos en él; ya
sospechaba que tenía una especie de conexión sensorial con
Fabrizio, pero comprobarlo lo asustaba mucho—. Alguien hable,
por favor… ¿Qué sucedió con Fabrizio? ¡Marion! —exclamó con
angustia.
—Yo… yo, no sé…, no sé… —contestó, llorando de nuevo.
—Terrence, por favor, cálmese… Fabrizio está siendo
atendido por los doctores —indicó Manuelle en tono serio,
dejándole ver que no era el momento para crear un estado que
alarmara más a los presentes.
—Lo siento…, lo siento…, yo… —Se detuvo dejando libre
un suspiro y miró a Marion—. No quise gritarte…, lo lamento
mucho, es que estoy perturbado por lo que sucedió…
Discúlpame, por favor —pidió Terrence, mirándola a los ojos.

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—Está bien… —susurró ella bajando la mirada, aunque no
entendía la actitud de Terrece, nunca lo había visto tan alterado.
—Terry…, será mejor que vayamos a tu habitación, para que
descanses un poco, aun te ves pálido y estás sudando frío —
susurró Victoria, acariciándole la espalda.
—Estoy bien…, estoy bien, pecosa, ya pasó… Deseo
quedarme aquí y esperar a que el doctor salga y nos diga cómo
está mi primo —dijo dedicándole una mirada serena, para que no
tuviera miedo.
—Deberías hacerle caso a Victoria… Te avisaré en cuanto nos
informen algo —sugirió Benjen, intentando convencerlo.
—Hazle caso a tu padre, Terrence… La situación al parecer
no fue más que un susto; además, estar aquí te causará más
angustia y eso te puede hacer mal, ve a descansar y yo iré a verte
en cuanto sepamos algo de Fabrizio —indicó Luciano,
evidentemente preocupado por él.
En ese momento, Marion levantó la mirada, percatándose del
estado que mostraba Terrence; ciertamente, lucía perturbado,
pálido y desencajado, también las miradas de preocupación de
Victoria y la de sus familiares le hicieron sospechar que al joven
le había sucedido algo. Durante el viaje había notado que las veces
que estuvo con Fabrizio, se mostraba un poco inquieto y suponía
que era porque no terminaba de acostumbrarse al parecido, pero
ver su actitud en ese momento, le decía que se trataba de algo
más. El sonido de la puerta al abrirse captó su atención, apartó la
mirada de Terrence y la posó en el doctor Farrell, al tiempo que
caminaba hacia él.
—¿Cómo está Fabrizio? —inquirió mirándolo a los ojos.
—Su esposo está bien —dijo con voz tranquila.
—¡Dios mío, gracias! —exclamó Fiorella, llevándose las
manos al pecho y dos lágrimas de alivio rodaron por sus mejillas.
—Por favor, doctor, díganos cómo está mi hijo.
—Estable, solo fue la reacción normal que se da al despertar
luego de pasar tanto tiempo en coma. La mayoría de los pacientes

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se muestran desorientados, muchos no recuerdan quiénes son y
tampoco reconocen a sus familiares en los primeros minutos;
incluso, pueden pasar horas en ese estado, pero poco a poco
comienzan a recuperarse, así que no hay nada de qué alarmase —
comentó para tranquilizarlo.
—Pero… él nos reconoció, sabía quiénes éramos… Hasta me
deseó feliz cumpleaños, cuando Joshua le recordó qué día era hoy
—expuso Marion, mirándolo con nerviosismo.
—Eso es un gran síntoma; sin embargo, algo debió alterarlo.
—Se asustó cuando vio el tubo en su garganta —susurró
Joshua.
—Eso tiene sentido, para la mayoría es complicado adaptarse
al traqueostoma; por lo pronto, se ha quedado dormido y tal vez
despierte dentro de un par de horas… —dijo y luego miró al
padre del paciente—. Doctor Di Carlo, venga conmigo, por favor
—pidió, haciendo un ademán para que se acercase. Fiorella,
inmediatamente, caminó detrás de él—. Señora, lo lamento, pero
por ahora no puede entrar a la habitación, necesito hablar a solas
con su esposo y no puedo dejar al paciente sin supervisión, les
pido comprensión.
—Solo quiero ver que mi hijo esté bien —respondió Fiorella
con una mirada suplicante y cristalizada por las lágrimas.
—Su hijo está bien, por ahora, no tiene que preocuparse —
acotó para después mirar a Marion—. Sabe que cuidaré de su
esposo, usted debe descansar y tome un té para los nervios, la
impresión que sufrió puede afectar su embarazo. —Le ordenó en
tono amable.
—Yo estoy bien —mintió porque sí estaba sintiendo algo de
dolor en el vientre, pero si lo decía, la alejarían de Fabrizio.
—Marion, hazle caso al doctor, ve a tu habitación y descansa
—Manuelle le dedicó una mirada para que lo obedeciera.
—Ven conmigo, Marion, te hará bien recostarte un rato. —
Emma le ofreció la mano, al tiempo que le sonreía para
convencerla.

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—Sé que no podrás, pero al menos haz el intento —susurró
Fransheska con voz trémula, porque estaba reteniendo el llanto
para no asustar a su sobrino. Marion asintió limpiándose las
lágrimas con manos temblorosas y estiró los brazos para cargar a
Joshua—. Deja que lo cuide mientras tú descansas un rato, te
prometo que estará bien.
—Gracias —respondió, feliz de poder contar con el apoyo de
su cuñada, pues siempre había sido Manuelle quien se encargaba
de su hijo, cuando a ella ya no le quedaban fuerzas.
—Marion…, descansa, te prometo que no me moveré de esta
puerta y te avisaré si sucede algo. —Le susurró, mirándola.
Se alejó en compañía de su cuñada, Emma entendió la mirada
que le dedicara Manuelle y con una afirmación de su cabeza, le
hizo saber que cuidaría de ella. En cuanto entraron a la
habitación, le pidió que se diera un baño para que se relajara un
poco, mientras ella iba a la cocina por un té, que le ayudase a
conciliar el sueño.
Marion entró al baño y se sentó en el retrete, porque sentía
una ligera presión en el vientre y muchas ganas de orinar; una vez
terminó, miró hacia abajo y lo que vio hizo que el corazón se le
saltara un latido. Su ropa interior tenía una pequeña mancha de
sangre; los nervios se apoderaron de ella y comenzó a temblar
porque como enfermera sabía lo que eso significaba, respiró
profundo e intentó calmarse.
—No…, no…, por favor, no ahora… —susurró mientras las
lágrimas acudían nuevamente a su rostro, se llevó las manos al
vientre como queriendo retener a su bebé—. Luna…, por favor,
no me dejes..., pequeñita, papi ya sabe que vienes en camino y se
puso muy feliz, por favor, no te nos vayas. —Un sollozo se
escapó de su boca, porque el miedo la atenazaba sin piedad.
Emma seguía en la habitación porque ya la duquesa le había
dado la orden a una empleada de preparar el té, así que cuando
escuchó el sollozo de Marion, se alarmó. Sin pedir permiso entró
al baño y su mirada se fijó inmediatamente en la mancha roja que

117
tenía la prenda íntima, Marion levantó su vista atormentada y la
clavó en su cuñada.
—Tranquila, trata de respirar y no te desesperes. —Le dijo y
se acercó a ella con el aplomo de una profesional, se puso de
rodillas y revisó la prenda—. Es poca sangre, todo va a estar bien,
solo debes guardar la calma. Vamos para que te bañe en la tina,
será mejor allí, déjame ayudarte. —La sostuvo para ponerla de
pie y luego la desvistió, tratando de no demostrar temor—. No
vas a perder al bebé, pero deja de llorar, que eso le afecta —
susurró con voz temblorosa.
—Está bien, ya no seguiré llorando —Sorbió las lágrimas.
—Eso es —respondió con una sonrisa—. Ahora, lávate con
cuidado, no vayas a meter los dedos porque podrías causarte una
infección. Iré a buscar algo para que te vistas y no vayas a salir
sola, me esperas para que pueda ayudarte —indicó mirándola a
los ojos.
Emma salió de prisa y buscó entre las prendas de su cuñada
un camisón, ropa interior y también unas compresas para evitar
que se manchara. No encontró y supuso que Marion no tenía
porque hacía meses que no veía su período; sin perder tiempo,
salió para buscar algunas en su habitación, de las que había
llevado y todavía no usaba.
—¿Cómo está Marion? —Le preguntó Victoria, cuando la vio
en el pasillo, justamente iba a comprobar cómo estaba la joven.
—Su ropa interior tenía una leve mancha de sangre, es poco,
pero lo mejor es que guarde reposo. —Le contestó Emma.
—¡Dios! La impresión debió ser muy fuerte y ella ha estado
bajo demasiada tensión en estos días —expresó con
preocupación—. Iré a buscar un estetoscopio para ver cómo está
el bebé.
—La dejé en la bañera y le dije que no se levantara hasta que
regresara, solo voy a mi habitación por unas compresas.
—De acuerdo. —Victoria se alejó de prisa para buscar el
aparato.

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Minutos después, las dos entraban a la habitación, Emma fue
quien se encargó de ayudar a Marion a secarse y vestirse.
Después, Victoria la hizo recostarse en la cama y comenzó a
examinarla.
—¿Cómo está? —preguntó Marion con preocupación,
alzando un poco la cabeza para mirar lo que Victoria hacía en su
vientre.
—Su corazón se escucha bien, supongo que el sangrado no le
afectó… ¿Sientes algún dolor en esta parte? —preguntó
palpando con cuidado la zona baja de su vientre, casi en su pubis.
—Ahora no, pero hace un momento sí tenía una leve molestia,
se me pasó con el baño de agua tibia —respondió luchando con
sus nervios y las ganas de llorar que sentía.
—Eso es bueno, Marion —aseguró mirándola a los ojos, pero
veía que aún seguía con mucho miedo y eso era normal—. Puedes
estar tranquila, a tu bebé no le pasa nada.
—Pero… ¿Por qué tuve ese sangrado? —inquirió con
angustia.
—No fue un sangrado como tal, solo una pequeña mancha,
puede que solo haya sido por el susto —comentó para calmarla.
—Algunas veces es normal que las mujeres tengan ligeros
sangrados durante el embarazo, pero eso no significa
necesariamente que se deba a algo grave —alegó Victoria
basándose en su experiencia en el hospital y lo aprendido en el
instituto—. Lo importante es estar pendiente de los síntomas,
saber si empeoran o desaparecen, pero; sobre todo, debes guardar
reposo e intentar estar calmada, porque si tu presión sanguínea
aumenta a causa de la angustia, puedes tener consecuencias
mayores.
—Comprendo, intentaré hacer lo que me dicen, pero no
puedo quedarme acostada aquí todo el día, necesito estar con
Fabrizio.
—Ya escuchaste al doctor, Marion, tu esposo estará dormido
algunas horas, es mejor que tú también lo hagas —sentenció

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Emma, aunque ya no era su superiora, la estimaba y debía hacer
que entrara en razón y que, por una vez, se pusiera ella en primer
lugar.
—La señorita Rogers tiene razón, te aseguro que la familia de
Fabrizio cuidará muy bien de él y también tu hermano, relájate y
descansa, es lo mejor que puedes hacer por tu bebé —sugirió
Victoria, dándole una suave caricia en el vientre.
Una vez más se llenaba de nostalgia e; incluso, debía reconocer
que sentía algo de envidia porque ella también deseaba ver su
vientre crecer de esa manera. El destino sería demasiado cruel
con ella si no le daba esa dicha, porque su profesión la obligaba a
ver crecer a niños dentro de sus madres y luego traerlos al mundo,
pero parecía empeñado en negarle la posibilidad de saber lo que
era llevar a un hijo en su interior, verlo crecer y sentir cómo se
alimentaba de ella. Fue sacada de sus pensamientos por el golpe
en la puerta.
—Adelante —respondió guardando el estetoscopio.
Alice entró a la habitación, traía una bandeja con tres tazas de
té y se las ofreció; Victoria supuso que su suegra les había enviado
para todas, ya que ella también seguía muy nerviosa por lo que le
sucedió a Terrence. Le sirvió a cada una y luego se retiró; una vez
que Marion se durmió, Victoria y Emma también se marcharon.

En cuanto Luciano entró a la habitación, lo primero que hizo


fue acercarse a la cama donde reposaba su hijo, sus facciones
lucían tensas y daban la impresión de que aun en la inconsciencia
se sentía atormentado. Verlo sufrir de esa manera y no poder
hacer nada, era algo que lo hacía sentirse impotente, a pesar de
que estaba dando todo para tener rápido las pruebas finales de las
fórmulas, los científicos le habían dicho que todavía debía esperar
un tiempo, ya que apurarse podía ser arriesgado para Fabrizio.
—Por favor, doctor Farrell, dígame lo que realmente le
sucedió a mi hijo —preguntó con preocupación, alejando la
mirada de Fabrizio y posándola en su colega.

120
—Como ya le dije, su hijo tuvo la reacción normal que tienen
los pacientes comatosos al despertar; sin embargo, me
preocupaba lo que dijeron Marion y el niño, que él se alteró al ver
el traqueostoma, eso también es normal, pero en el caso de que
Fabrizio no se acostumbre a usarlo, tendré que dormirlo de
nuevo, y eso podría ser arriesgado para su salud, no podré
garantizar que despierte sin secuelas; ahora mismo no puedo
hacerlo, pues tuvimos que sedarlo y eso impidió que verificara
sus estímulos nerviosos y sensoriales, no sé qué daño hayan
podido dejarle las convulsiones —explicó mirándolo a los ojos.
—¡Dios mío! —expresó Luciano y se restregó la frente con
los dedos, un gesto que reflejaba su angustia—. Comprendo,
dígame, ¿qué necesita que haga? —preguntó, porque sabía que le
había pedido hablar por alguna razón.
—Que aceleren el proceso de las fórmulas.
—No hemos escatimado los recursos y esfuerzos, pero los
científicos han recomendado esperar una semana, deben
asegurarse de que los sujetos a los que les hicimos los estudios no
muestran reacciones adversas.
—Soy consciente de lo arriesgado que es lo que le pido, pero
es necesario que lo hagamos —indicó Arthur, vio el miedo en la
mirada de Luciano y decidió ser más flexible—. Puedo darle tres
días, pero si en ese tiempo su hijo no se acostumbra al uso del
traqueostoma.
—Entonces, ya mismo me voy a los laboratorios y le estaré
informando cualquier avance que tengamos; por favor, cuide
mucho de mi hijo —respondió Luciano y miró una vez más a
Fabrizio—. ¿Puedo acercarme a él? —preguntó con un nudo en
la garganta.
—Sí, por supuesto —respondió Arthur, haciéndole un
ademán.
—Gracias. —Luciano caminó hasta la cama y sentía que el
cuerpo se le estremecía de dolor al verlo tan indefenso; le sujetó
la mano, brindándole una suave caricia y bajó para darle un beso

121
en la frente, mientras se esforzaba por no llorar—. Resiste,
Alfonzo, por favor… Estoy haciendo lo humanamente posible,
pero ayúdame tú también, debes poner de tu parte; lucha, hijo
mío, hazlo por todos los que te amamos. —Le susurró, luego le
dio otro beso y se alejó.
En el pasillo seguían casi todos, a excepción de Amelia,
Marion, Victoria y la señorita Rogers, suponían que ellas estaban
acompañando a su nuera, pues se le notaba algo alterada. En
cuanto salió, fue abordado por su esposa, que estaba desesperada
por saber lo que el médico le había dicho, intentó tranquilizarla y
solo le dio un resumen; sin embargo, Fiorella quería más detalles,
pero él tuvo que excusarse diciéndole que debía irse a los
laboratorios a ver cómo iban las pruebas.

Joshua estaba más tranquilo gracias a Brandon y Fransheska,


quienes se lo llevaron a la habitación de ella e intentaron
distraerlo; le habían dado galletas y leche, pues sabían que le
gustaban mucho. Brandon le contaba sobre los lugares que había
conocido en sus viajes, y Joshua le confesó su deseo de conocer
Madagascar; de pronto, se le escaparon un par de bostezos, lo
que le recordó que ya casi era hora de su siesta.
—¿Tienes sueño, mi angelito? —preguntó Fransheska con
ternura mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar.
—Sí, tengo que ir con mami para que me bañe —respondió.
—Tu mami está descansando, puedes dormir aquí… Yo te
bañaré. —Le dijo sonriendo, pero él negó—. ¿No quieres dormir
aquí? ¿No te gusta mi cama? —preguntó desconcertada, pero con
ternura.
—Es que… —Desvió la mirada a Brandon y luego a su tía—
. Los únicos que me bañan son mami y papi, o tío Manuelle.
—Pero yo sé cómo bañarte, puedo hacerlo —alegó
Fransheska con una brillante sonrisa y Joshua negó una vez más.
—¿Por qué no dejas que tu tía te bañe, Joshua? No hay nada
de malo en que lo haga —acotó Brandon mirándolo a los ojos.

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—Sí, lo hay —susurró y bajó la mirada, al ver que ninguno
decía nada y solo lo miraban, se puso de pie sobre la cama y se
acercó a Brandon—. Me da vergüenza…, las damas no me
pueden ver desnudo, eso dice mi tío; es grosero de mi parte
mostrarme desnudo delante de mi tía. —Le dijo en el oído al
novio de su tía; y él en respuesta, dejó libre una carcajada.
—Tienes razón —acotó en medio de risas, mientras
Fransheska los miraba desconcertada—. Entonces, yo te bañaré.
—Le dijo al tiempo que le guiñaba un ojo a su prometida.
—¿Por qué lo harás tú? —cuestionó confundida.
—Porque tu sobrino es un caballero y no se mostrará desnudo
delante de ti, así que espera aquí mientras yo hago el intento de
bañarlo —respondió, tomando en brazos al niño y luego caminó
al baño.
En cuanto entraron, puso a Joshua en el suelo, luego abrió la
llave y encendió el hornillo para que se fuese calentando; se quitó
la chaqueta y después se subió las mangas hasta los codos.
Cuando terminó, ya el niño estaba desnudo, así que lo alzó para
meterlo con cuidado y se puso de rodillas para estar a su altura.
El baño no se le hizo tan difícil, ya que prácticamente Joshua
sabía hacerlo solo; al terminar, lo sacó y lo envolvió en una toalla,
aunque fue una labor sencilla, la experiencia de atenderlo le había
resultado única y le hizo vibrar el corazón de emoción.
Definitivamente, podía dar por sentado que ser padre sería uno
de los mejores regalos de la vida, y ya anhelaba poder disfrutarlo,
vivir cada momento junto a Fransheska, que estaba seguro sería
una maravillosa madre.
Cuando terminó de secarlo, vio que el niño solo tenía la ropa
que traía puesta, no iba a vestirlo con la misma y pensó en ir a
pedirle a Marion una muda. Sin embargo, supuso estaría dormida,
por lo que, decidió ir a su habitación y buscar alguna de sus
prendas; regresó con una de sus camisas y se la puso a Joshua,
que no dejaba de reír, al ver que le quedaba en los tobillos.

123
—Yo también me pongo las de papi —dijo emocionado—.
Ah y sus zapatos y también sus perfumes… A veces, hasta me
presta su uniforme del Camponeschi —añadió acomodándose en
la cama.
Después de media hora, Joshua se quedó dormido,
Fransheska y Brandon se dedicaron a admirarlo, ella
acariciándolo con ternura y de vez en cuando soltaba una lágrima,
que su novio secaba y le daba besos en la frente para consolarla.
Ambos se llenaban de tristeza al imaginar que Fabrizio llegara a
faltarle a su hijo, eso sería realmente cruel, porque era evidente
todo el amor y la admiración que el pequeño sentía por su padre,
así que rezaban para que estuviese bien pronto.

Fiorella acababa de terminar el té que Amelia le llevó y que


casi se obligó a tomar, todavía estaba muy preocupada por su hijo
y también por ese extraño episodio que había tenido Terrence. Al
parecer, no había sido nada que requiriese ser atendido en un
hospital, eso fue lo que aseguraron los médicos luego de verlo,
solo le indicaron reposo y dejaron un tanque de oxígeno en su
habitación, por si volvía a tener una crisis como esa, y Victoria
estaba cuidando de él.
De pronto, recordó a Marion y lo angustiada que se veía, por
un momento, temió que le pudiese pasar algo a ella o al bebé, la
idea hizo que la angustia se apoderara una vez más de ella. Salió
de la cama y sin perder tiempo, se dirigió a la habitación de su
nuera, llamó a la puerta con un suave toque, quien abrió fue la
prometida de su hermano.
—Buenas tardes, vine a ver cómo está Marion.
—Buenas tardes, ella está descansando en este momento,
pero…
Emma se interrumpió sin saber si contarle lo sucedido, sabía
que era algo privado de Marion; no obstante, la mujer era la
abuela del bebé que esperaba y merecía saber lo que ocurría. Le
hizo un ademán para que salieran de la habitación y estando en el

124
pasillo le explicó todo; como era de esperarse, Fiorella se alarmó
mucho, pero Emma la tranquilizó al comentarle lo que había
dicho Victoria, luego de escuchar eso insistió en quedarse para
cuidarla. Emma aprovechó para irse a descansar, pues había sido
un día de muchas emociones y agotador.
—Hola, querida. —Fiorella se acercó a la cama—. ¿Cómo
estás? —preguntó mirándola a los ojos.
—¿Le pasó algo a Fabrizio? —preguntó con voz desesperada
al tiempo que intentaba salir de la cama.
—No, tranquila, él está bien. —Fiorella le puso las manos en
los hombros, para que no saliese de la cama—. Fabri está bien y
tú debes quedarte en cama, no puedes estar de pie —dijo
abrazándola.
—¿Está segura de que está bien? ¿Quién está con él ahora? —
preguntó sintiéndose extraña ante el abrazo.
—Mi esposo lo vio y me ha dicho que está bien, así que trata
de no angustiarte, por favor, hazlo por el bebé. —La ayudó a
recostarse.
—Gracias, señora Fiorella —susurró Marion—. La verdad es
que me siento extraña con todo esto, no estoy acostumbrada a
recibir atenciones de nadie más que no sea de Fabrizio o mi
hermano —expresó con voz temblorosa—. Siempre he estado
acostumbrada a brindar mi protección, desde muy pequeña, pues
debía hacerlo con mis hermanitos y con mi mamá, quien era
cariñosa, pero no tenía tiempo para atendernos a todos… Y
cuando enfermó, fui quien se hizo cargo del hogar, tenía catorce
años y preparaba comida para todos, lavaba sus ropas, atendía a
mis hermanos; mi padre trabajaba todo el día, llegaba por la
noche realmente cansado y no hacía falta que me lo dijera, solo
me bastaba con ver sus manos. Ponía a hervir agua con
manzanilla y hacía compresas para ponérselas y aliviar su dolor,
también buscaba remedios caseros que aliviaran el dolor de mi
madre… Así fue cómo descubrí que debía ser enfermera, para
ayudarlos.

125
—Eres realmente fuerte, Marion, y lo has sido durante todos
estos años, así que es momento de dejarte ayudar, ahora nos
tienes a nosotros que también somos tu familia. Sé que llevamos
poco tiempo conociéndonos, pero para mí, eres como una hija
más. —Le dijo mirándola a los ojos, le limpió las lágrimas y se
acercó para darle un beso en la frente—. Ya, ya, querida, trata de
no llorar, le hace daño al bebé… No te imaginas cuán ansiosa
estoy de prepararle todas sus cositas, esperemos que mejores,
para que vayamos a comprarle todo lo que necesite… ¿Han
pensado en un nombre? —preguntó sonriente y llevando una de
sus manos para acariciarle el vientre.
—Luna…, si es niña, se llamará Luna. Fabri lo estuvo pensado
desde hacía algún tiempo y está empeñado en que sea una nena
—respondió sonriente y con más confianza—. Yo estaba
realmente indecisa en salir embarazada nuevamente, pero las
cosas iban muy bien, él estaba estable, trabajando y estudiando,
había decidido buscarlos y; bueno…, cuando me pidió con esa
mirada de ternura, que le regalara la Luna, me fue imposible
negarme y dejé de cuidarme, aunque él no lo sabía, yo… Yo
quería darle la sorpresa.
Fiorella asintió, dejando ver una sonrisa que intentaba ocultar
su desconcierto, al saber que su hijo no había pensado nunca en
llamar a sus hijos como Luciano o como ella; era lo que se
acostumbraba en algunas familias, por eso él llevaba el Alfonzo.
Al parecer, Fabrizio había querido romper con esa tradición,
quería pensar que era algo casual y no un acto consciente, le dolía
de solo imaginar que él estaba tan empeñado en olvidar su
pasado, que no deseaba ni siquiera que sus hijos llevasen sus
nombres, para no recordarlos.

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Capítulo 10

Clive llegó hasta la mansión Danchester, luego de recibir una


llamada de Terrence, donde le pedía que fuese a verlo con
urgencia, se escuchaba algo alterado, así que no dudó en hacer un
espacio en su agenda esa tarde. En cuanto llegó, lo hicieron pasar
al despacho del duque, minutos después, aparecía Terrence;
apenas vio su semblante, supo que no se había equivocado.
—Buenas tardes, Clive. —Lo saludó, estrechándole la mano
al tiempo que lo miraba a los ojos—. Gracias por venir tan
pronto.
—Buenas tardes, Terrence, no te preocupes, te dije que me
llamaras si necesitabas verme —respondió mirándolo
detenidamente—. ¿Qué sucedió? —inquirió mientras tomaba
asiento.
—Fabrizio despertó —respondió ocupando el sillón, aunque
esta vez no se tendió porque necesitaba ver a los ojos a su
psiquiatra, cuando le contase uno de los motivos por el que lo
había llamado.
—Eso es muy bueno… ¿O no? —cuestionó notando cierta
tensión en su paciente, también se le veía nervioso y ansioso.
—Sí, por supuesto…; sin embargo, sucedió algo que en
verdad me tiene muy desconcertado y temeroso…; tanto que, si
no le encuentro una explicación lógica o científica, terminaré
perdiendo la cordura.
—¿Tan grave es? —preguntó y lo vio asentir—. Cuéntame —
pidió mirándolo a los ojos y dedicándole toda su atención.
—Tuve otro episodio de esos tan extraños a los que los
doctores no le encontraron explicación, aunque esta vez fue

127
distinto… Todo empezó con una sensación de ahogo y, a medida
que pasaban los minutos, la situación se iba agravando hasta que
llegó un momento en el que casi no podía respirar; y no sé por
qué, pero en medio de esa agonía, lo primero que me vino a la
cabeza fue el nombre de Fabrizio; entonces, comprendí que lo
que me estaba sucediendo era provocado por mi primo, era él
quien estaba sufriendo ese episodio que repercutía en mí —
explicó con cautela, aun así, Clive no pudo disimular el asombro
que eso le provocaba—. Ya sé que todo esto es una locura, pero
es así…; de alguna manera, los dos estamos conectados.
—¿Cómo se dicen que están los hermanos gemelos? —
inquirió para tener un punto de referencia.
—Sí, supongo que sí… La cuestión es que nosotros no somos
hermanos, ni siquiera nacimos el mismo día, yo soy un año mayor
que Fabrizio, así que no entiendo nada de esto… Te juro que, si
no me volví loco antes, esta vez, puede que no tenga tanta suerte
—confesó sintiéndose rebasado por toda esa situación.
—Entiendo tu angustia, pero lo primero que debes hacer es
calmarte, Terrence, presionarte de esa manera puede afectar tu
estabilidad emocional y mental. Ahora, recuéstate y respira
profundo mientras haces una cuenta regresiva hasta el diez —
indicó al tiempo que sacaba una libreta y una pluma de su
maletín—. Empecemos… ¿Qué te llevó a pensar que Fabrizio y
tú tienen una conexión? —preguntó, ajustándose los anteojos
sobre el tabique.
—Las coincidencias… Desde hace un tiempo he venido
pensando en eso, pero solo hasta esta tarde pude comprobar que
estaba en lo cierto, cada vez que Fabrizio ha tenido un episodio
grave, yo también lo he vivido de alguna manera —dijo y al ver
que Clive lo escuchaba atentamente, continuó—: La primera vez
que convulsioné, fue el 18 de agosto de 1916, me encontraba en
las audiciones para mi primer protagónico; mientras estaba en el
escenario, empecé a sentir que me sofocaba y que mi vista se
nublaba; de pronto, algo parecido a una corriente eléctrica viajó

128
por toda mi columna y caí al suelo, donde mi cuerpo comenzó a
estremecerse sin control, los dientes me castañeaban y sentía que
cada músculo de mi cuerpo se contraía con tanta fuerza, que
apenas podía soportar el intenso dolor que eso me provocaba…
Fue mucho peor que las convulsiones que tuve recientemente,
por fortuna, solo sufrí una y luego me desmayé —relató Terrence
con la voz enronquecida al recordar ese traumático episodio.
—¿Cómo sabes que Fabrizio vivió algo parecido? —preguntó
Clive, necesitaba algo más específico para poder tomarlo como
prueba.
—Ese fue el día en que Fabrizio ingresó al hospital en
Doullens y según lo que nos contó su esposa, tuvo una
convulsión muy fuerte donde casi lo pierden —respondió
volviendo el rostro para poder mirar a su psiquiatra a los ojos, vio
que el dato lo había sorprendido, pero aún le quedaba más por
revelarle—. La segunda vez que sufrí las convulsiones, fue la
misma noche en que Fabrizio tuvo su recaída, recuerdo que;
incluso, en medio de la crisis, escuché un nombre resonar dentro
de mi cabeza…: Marion…, justo como se llama la esposa de mi
primo —añadió y soltó un suspiro lento y pesado.
—Todo lo que me cuentas parece increíble, Terrence… Y
diría que no son más que un par de casualidad y un efecto
imaginario, alimentado por tu pasado sintiéndote Fabrizio Di
Carlo —expuso con tono pausado y al ver que su paciente se
disponía a protestar, hizo una señal con su mano para que lo
dejara terminar su idea—. Sin embargo, los estragos físicos que
esto ha tenido en ti me prueban que existe una conexión; ahora,
lo complicado de explicar sería que ustedes no vienen de la misma
placenta, no compartieron un vientre durante su gestación, lo que
sería lo único que podría darle cierta lógica a todo esto; de lo
contrario, no sabría cómo encontrarle coherencia.
—¡Exacto! Es lo que me he repetido desde la mañana, cuando
sucedió este último episodio, nada de esto tiene lógica, es
absurdo, pero me está sucediendo, Clive…, me está sucediendo

129
y te juro que estoy a punto de enloquecer —expresó casi con
desesperación y la frustración comenzó a sumergirlo en ese mar
de zozobra que tanto odiaba.
—Tranquilízate, por favor, vamos a analizar las cosas con
calma y tratar de hallarle una explicación. Hagamos un ejercicio
de respiración, cierra los ojos y haz una cuenta regresiva desde el
número cien.
Clive paseó la mirada por el lugar, a ver si veía alguna jarra con
agua, pero todo lo que vio fue un mueble con bebidas alcohólicas,
pensó que, de momento, eso serviría. Se puso de pie y caminó
hasta el lugar para servirle un trago a Terrence, pero también
llenó un vaso para él, porque todo eso lo tenía demasiado
confundido y; por primera vez, en sus años de profesión, no sabía
cómo diagnosticar a uno de sus pacientes.
—Toma, solo por esta vez…, te hará bien —comentó
extendiéndole el vaso con dos dedos de whisky seco.
—Gracias —respondió Terrence y se incorporó para beberlo
de un solo trago, luego cerró los ojos de nuevo, recostándose.
Sintió cómo el calor del licor se expandía por su pecho y lo
reconfortaba.
—Bien, vamos a la otra parte… ¿Te ha contado la esposa de
Fabrizio, si él alguna vez experimentó algún episodio extraño?
No sé… ¿Algo como que había soñado con que cantaba sobre
un escenario, que estaba rodeado de periodistas, que se vio en un
lugar como el palacio donde te criaste o que se vio llegando en
un barco a América? —cuestionó, pero a cada una de sus
interrogantes, Terrence negaba.
—No lo sé, nunca pensé en preguntarle nada, porque solo
hasta ahora soy consciente de lo que nos une —contestó con
cansancio.
—Sería interesante saber si esta frecuencia es recíproca,
supongo que tendremos que esperar hasta que tu primo
despierte, para intentar indagar un poco más; hasta entonces, no
nos queda más que esperar.

130
—El doctor Farrell dijo que probablemente lo haga en un par
de horas, me gustaría que te quedaras para que estés presente —
dijo al tiempo que se levantaba con lentitud, sentía que el cuerpo
le pesaba más de lo normal, toda la tensión acumulada en él
comenzaba a pasarle cuenta—. La crisis que tuvo esta mañana
fue desencadenada por su reacción al traqueostoma, pero
supongo que también se debió al impacto emocional de verse en
un lugar extraño, sin saber lo que sucedió y cómo vino a parar
aquí.
—Por supuesto —respondió, poniéndose de pie—. Terrence,
entiendo que te preocupes por el bienestar de tu primo, pero no
puedes descuidar el tuyo… En estos momentos, tienes
demasiada presión encima, lo que podría desencadenar algún
episodio de ansiedad o de depresión, que podría
desestabilizarte…
—Sé que debo cuidarme, Clive; créeme que estoy intentando
estar calmado, pero hay situaciones como estas que me
sobrepasan.
—Entonces, intenta buscar un entorno más apacible, esta
propiedad es muy grande y puedes hacerlo, sal junto a Victoria a
dar un paseo a caballo o tengan una tarde de picnic en el jardín,
pasa ratos con tus hermanos y trata de distraerte con ellos; al
menos, por un día, libera tu mente de tantas preocupaciones. —
Le sugirió mirándolo a los ojos, en verdad le preocupaba su
estabilidad emocional.
—Te prometo que seguiré tus consejos, muchas gracias, Clive.
—No tienes nada qué agradecerme, estoy para ayudarte, como
tu psiquiatra y tu amigo —comentó con una sonrisa.
—Además, necesitas que el padrino de tu hijo sea una persona
cuerda —bromeó para aligerar la tensión que sentía.
—Sin duda alguna —dijo riendo y le palmeó el hombro.
—Por favor, acompáñame, te llevaré hasta la habitación
donde está mi primo. —Terrence, le hizo un ademán para
invitarlo a ir con él.

131
Al salir del estudio, se encontraron con los duques, quienes se
mostraron muy complacidos por la presencia del psiquiatra;
sobre todo, al conocer que su visita no había sido de cortesía,
sino en plan profesional. Amelia y Benjen, sabían que su hijo
estaba sometido por demasiadas emociones que podían afectarlo,
así que agradecían que pudiera contar con Clive, para que lo
ayudara a lidiar con todo eso.

Manuelle no sabía cuánto tiempo había pasado junto a esa


puerta, tal vez, unas cuatro horas o más; su prometida se acercó
y estuvieron conversando unos minutos. Le contó lo que le había
sucedido a Marion, él quiso ir a verla de inmediato, pero Emma
se lo impidió, diciéndole que estaba dormida y que era mejor
dejarla descansar; además, para terminar de convencerlo, le
prometió que la cuidaría y le recordó que él debía cumplir con su
palabra de quedarse allí.
—Su suegra está con ella ahora, así que aprovecharé para
descansar unos minutos y después volveré a verla —dijo
masajeándose el cuello, últimamente estaba muy cansada,
suponía que era el cambio de horario.
—Ve, necesitas descansar —acotó Manuelle, notando que
lucía pálida y sabía que no estaba durmiendo bien.
—Nos vemos más tarde, teniente. —Sonrió y le dio un beso.
También sonrió mientras la veía alejarse, en ese momento, una
empleada se acercó hasta él y le ofreció un aperitivo y; por
extraño que pudiera parecer, Manuelle lo rechazó. La angustia le
tenía la garganta completamente cerrada y la espera solo lograba
inquietarlo más, aunque su semblante se notara realmente
relajado.
Su mirada captó, al inicio del pasillo, a Terrence, que se
acercaba junto a otro hombre; supuso que sería el psiquiatra del
que les había hablado y que les ayudaría con la situación de
Fabrizio. Le pareció acertado que llegara en ese momento, ya que
según el doctor Farrell, su cuñado no tardaría en despertar.

132
—Buenas tardes, Manuelle. —Lo saludó Terrence.
—Buenas tardes, Terrence —respondió Manuelle, clavando la
mirada en el hombre que llegó junto a él.
—Le presento al doctor Clive Rutherford, fue quien llevó mi
caso de fuga disociativa, y tiene mucha experiencia en neurosis
de guerra. ¿Recuerda que le dije que vendría para prestar su ayuda
con Fabrizio? Creo que será más fácil para mi primo asimilar la
situación, si cuenta con la guía de un profesional —comentó
mirándolo a los ojos.
—Sí, lo recuerdo. Mucho gusto, doctor Rutherford, Manuelle
Laroche. —Se presentó, tendiendo la mano.
—El placer es mío, señor Laroche, aunque no sé si deba
dirigirme a usted como teniente. Me dijo Terrence, que había
servido en Verdún —pronunció mostrando esa sonrisa que
intentaba conseguir que las personas confiaran en él.
—Manuelle, estará bien. Fui dado de baja en 1916, así que
pocas veces se dirigen a mí por mi rango militar. —Le aclaró con
amabilidad.
—Bien, Manuelle…, creo que usted me será de ayuda, ya que
necesito a alguien que conozca a Fabrizio, para que me ponga un
poco al tanto de las cosas y así comenzar a trazar una estrategia.
—Cuente conmigo, me gustaría ayudar en lo que pueda.
—¿Podemos entrar? —preguntó Clive, mirando la puerta.
—Le preguntaré al doctor Farrell —mencionó Terrence.
Tocó y una de las enfermeras le abrió—. Hola, Sophie, ¿puedes
decirle al doctor que ha venido el psiquiatra? —pidió, mirándola.
—Por supuesto, señor Danchester, deme un momento. —No
cerró la puerta porque le parecía una descortesía hacerle algo así
a un conde.
—Buenas tardes, señores, pasen adelante, por favor —
mencionó Arthur y con un ademán los invitó a entrar; sabía que
ellos controlarían sus emociones y no alterarían al paciente.
La mirada de Terrence se desvió inminentemente a Fabrizio,
tragó grueso para pasar el nudo que se formó en su garganta, al

133
ver la arritmia en su pecho. Se obligó a alejar su mirada de él y
apretar sus manos en puños, para esconder el temblor que lo
invadió, odiaba el sentirse de esa manera. Clive, al ver la dirección
que tomaba la mirada de Terrence, la siguió e; inevitablemente, la
suya también se ancló en Fabrizio, tragó en seco para pasar la
impresión que le produjo el parecido entre ambos.
—¿Seguro… son primos? —preguntó sin evitar titubear.
—Según nuestros padres, sí —respondió Terrence, lo más
bajo que pudo, pues no quería que su voz perturbara a Fabrizio—
. Doctor Farrell, él es mi psiquiatra —dijo señalándolo.
—Es un placer, Arthur Farrell, me alegra tenerlo aquí —dijo,
tendiéndole la mano
—Encantado, Clive Rutherford, y espero serles de ayuda.
—Estoy seguro de que sí, creo que no tardará en despertar;
desde hace unos minutos el sueño ha sido más intranquilo.
—Me retiraré. —Terrence no quería estar allí cuando su primo
despertase, porque no sabría cuál sería su reacción ni la suya.
—Me aparece lo mejor —comentó Clive, porque podía notar
que el solo hecho de que Terrence estuviera en ese lugar, era algo
que lo perturbaba—. Cualquier cosa, hablaremos más tarde.
—Gracias —dijo y se dio media vuelta para huir del sonido
que hacía la respiración de Fabrizio.
Luego de que Terrence salieran, Clive entabló una
conversación con Manuelle, para así conocer un poco más a
Fabrizio, era importante que el paciente se sintiese en confianza;
y para eso necesitaba darle indicios de que lo conocía un poco.
De la familia Di Carlo ya tenía referencias gracias a Terrence, pero
era consciente que ellos serían un tema que no tocaría por el
momento.
El parecido entre ellos era realmente impresionante y no podía
evitar desviar la mirada hacia la cama; se sentía como si hubiese
regresado en el tiempo y estuviese viendo a Terrence, acostado
en su diván, mientras le contaba sus inquietudes sobre un pasado
que no le pertenecía. La cabeza de Clive era un torbellino de

134
teorías que intentaban darle una explicación a ese impresionante
parecido, aunque como le había explicado Terrence, por parte de
su familia paterna, existía un precedente; el parecido entre su
majestad, el rey Jorge V, y el último Zar de Rusia, Nicolás
Romanov, cuyas madres, Alejandra y Dagmar, eran hermanas; al
igual que Benjen y Luciano.
Sin embargo, eso no explicaba la conexión que su paciente
compartía con Fabrizio; al menos, que los dos monarcas también
las hubiesen compartido. De pronto, fue consciente de que se
estaba perdiendo en sus divagaciones y que no prestaba atención
a lo que Manuelle le decía, por lo que, se recriminó y luego se
enfocó una vez más en la charla con el teniente.
Según le contaba, Fabrizio tenía una personalidad muy
diferente a la de Terrence; sin embargo, notó un par de actitudes
que eran semejantes en ambos. Suponía que esas características
eran lógicas, dado que eran familia, y tal vez les habían sido
heredadas por su abuelo, que era la base en común de ambos;
incluso, la carga genética que les heredó, podía ser la causante de
esa conexión, pero tendría que esperar a que Fabrizio despertara,
para descubrirlo.

Los murmullos que inundaban el ambiente lo fueron sacando


del intranquilo sueño donde estaba, lo primero que sintió fue un
intenso dolor en su estómago y su pecho, seguido de una
secuencia de imágenes en completo desorden, que se estrellaban
rápidamente contra sus párpados cerrados. Eran recuerdos que
lo llenaban de dolor y de rabia, porque no pudo hacer nada para
evitar las convulsiones, por más que luchó, las malditas lo
vencieron y su hijo tuvo que presenciarlo todo.
El recuerdo era tan nítido que incluso le parecía escuchar en
ese instante el llanto de Joshua y los gritos desesperados de
Marion, suplicándole que resistiera. La impotencia y la frustración
se apoderaban una vez más de él, provocando que sus latidos se

135
aceleraran y que unas ganas infinitas de llorar lo embargaran,
deseaba poder luchar con todo lo que tenía y seguir junto a ellos.
Deseaba ver a su Luna, porque estaba seguro de que sería una
niña, quería que lo fuera y anhela cuidarla, también llenarse de
celos y rabia con cada chico que cayera rendido ante su belleza,
así como lo hizo con su Campanita. Quería arrullarla entre sus
brazos y perderse en sus ojos, como tantas veces lo había hecho
en los de Joshua; deseaba verla crecer y sentirse el padre más
orgulloso del mundo.
La desesperación se fue apoderando de él y una nueva arcada
hizo que su cuerpo se estremeciera, anunciándole que se
aproximaba una de las cosas que más odiaba en el mundo, pero
esta vez no dejaría que lo venciera. Se preparó para soportar e
intentó tomar aire porque sabía que eso le ayudaría, pero sintió
que había algo obstruyendo su garganta y era lo que le provocaba
las náuseas; se esforzó en abrir los ojos y sus párpados parecían
pesar una tonelada, pero al fin lo consiguió.
—Fabrizio, tranquilo…, tranquilo, solo trata de respirar. —
Clive se puso de pie y se acercó a la cama, al tiempo que le hacía
un ademán para que Manuelle guardara silencio—. Hazlo
despacio…, concéntrate.
Fabrizio comenzó a negar y sus ojos se llenaron de lágrimas,
necesitaba hacerle entender a ese hombre que no podía hacerlo,
que algo le cerraba la garganta. Se sentía completamente
desorientado, sin saber cuánto tiempo había pasado desde que
despertó y vio a su esposa e hijo. Tal vez habían sido minutos o
días, no podía decirlo porque cuando lo dormían, perdía todo
sentido.
—Fabrizio, piensa en algo agradable…, trata de pensar en algo
que te aleje de la angustia que sientes. —Le indicó Clive,
mirándolo.
—Fabrizio…, soy el doctor Farrell, tal vez me recuerdes, te
atendía en Londres —comentó Arthur y decidió acercarse
porque veía el rumbo al que se estaba digiriendo, debía evitar que

136
convulsionara de nuevo—. Mírame…, intenta calmarte, sé que
no sabes cómo respirar con el traqueostoma, así que mientras te
acostumbras, te pondré la mascarilla con oxígeno, ¿está bien? —
preguntó, pero Fabrizio no parecía prestarle atención, miraba a
todos lados, como buscando a alguien—. Sophie, prepara el…
—Ma… Ma… —Fabrizio al fin pudo esbozar al menos la
primera sílaba del nombre de su mujer, esperaba que lo
entendieran.
—Tranquilo, no te esfuerces en tragar, porque el
traqueostoma te causará fatiga —acotó Clive—. Esto de aquí…
—Se señaló el lugar en su garganta—, te ayuda a respirar; y si lo
saturas, no podrás hacerlo, solo trata de calmarte, puedes
conseguirlo, solo tienes que concentrarte.
La voz del doctor calaba como un arrullo en los oídos de
Fabrizio, pero él no podía controlarse, necesitaba ver a Marion,
porque comenzaba a sentir un espantoso temor al pensar que le
había sucedido algo malo. Su corazón se descontroló y las
lágrimas corrieron por sus sienes, intentó levantarse, pero el
doctor lo sujetó para mantenerlo inmóvil, sin comprender que la
incertidumbre lo estaba torturando.
—Ma… —Una vez más hizo acopio de toda su fuerza—.
Marion —Logró que el nombre de su esposa le saliese nítido.
—Marion está bien —respondió Arthur, comprendiendo al
fin cuál era el motivo de su desesperación—. Sé que quieres verla,
pero está descansando. ¿Recuerdas lo que sucedió? —Le
preguntó, para saber si recordaba los episodios anteriores y
descartar posibles lesiones cerebrales. Fabrizio trató de asentir y
Arthur suspiró con alivio al ver que respondía
satisfactoriamente—. Excelente, es muy bueno que tu memoria
esté bien… Marion estaba algo nerviosa y tuve que pedirle que se
fuese a descansar, pero está bien. Ahora necesito que te calmes,
porque te está costando respirar y eso puede ser peligroso… —
Lo vio asentir de nuevo, así que continuó—. Has sido intervenido
varias veces desde que tuviste aquellas convulsiones en tu casa de

137
Amiens, y sigues en recuperación, así que debes poner de tu parte
para mantenerte calmado. Fabrizio, solo tienes que concentrarte
en respirar lento. —No podía evitar sentirse nervioso al ver el
influjo descontrolado de su respiración y su pulso todavía seguía
muy acelerado.
Fabrizio estaba intentándolo, pero una vez más, las náuseas lo
atacaban y sintió un sabor amargo subir por su garganta,
reconocía ese sabor, era el líquido que se acumulaba en sus
pulmones. Por instinto trató de incorporarse para expulsar el
vómito y evitar que lo ahogase, pero al hacerlo, sintió una intensa
pulsada en su estómago que lo hizo estremecer y sollozar con
fuerza.
—¡Fabrizio, no te levantes! —ordenó Arthur, tratando de
evitar que se incorporase violentamente, sabía que su motricidad
no era buena y; si se caía de la cama, podía lastimarse
seriamente—. Sophie, tráeme la máscara de oxígeno y ten listo el
sedante, tiene el pulso descontrolado; y si sufre otra convulsión,
su cerebro puede que no la resista —anunció, tratando de que
Fabrizio pusiera todo de su parte y lo ayudase.
—Fabrizio, mírame… ¡Mírame y enfócate en mi voz! —exigió
Clive, pensando que a lo mejor el único método para calmarlo,
sin tener que llegar a sedarlo, sería la hipnosis—. Escucha mi voz.
Fabrizio veía a los doctores batallar por calmarlo, y él quería
ayudarlos, pero su cuerpo no obedecía a su cerebro, era como si
fueran en direcciones distintas y sentía que comenzaba a perder
el control. Estaba siendo arrastrado por un poderoso torbellino
y ya podía percibir las descargas eléctricas que comenzaban en las
puntas de sus dedos; no quería convulsionar ni ser víctima de esa
tortura, nadie más que él deseaba controlarse, pero no podía,
necesitaba algo que lo ayudase.
—Fabrizio…, cuenta mentalmente, solo cuenta —susurró
Clive.
Él lo intentó, pero su mente estaba demasiado ocupada en
resistir las convulsiones, lo único que consiguió hacer fue estrujar

138
las sábanas, mientras apretaba los dientes, el dolor en las paredes
del abdomen y las ganas de vomitar lo estaba torturando. Ya no
podía más, se estaba quedando sin fuerzas y las lágrimas
colmaron sus ojos porque sabía que ese pequeño temblor en sus
párpados anunciaba las convulsiones.
—¡Fabrizio! ¡Por tu bien, no convulsiones! ¡Maldita sea, lucha
contra esas convulsiones! ¡Hazlo! —Le exigió Manuelle, con su
tono que mezclaba una orden militar y una súplica.
Las miradas de reprobación y pánico de los doctores y la
enfermera se posaron en él, pero no le quedó más que arriesgarse
al ver que ellos no podían hacer nada. Puso la silla de ruedas en
marcha para acercarse hasta él, tal vez, si veía un rostro conocido
podía calmarse, ya que era evidente que estaba desesperado por
saber de su hermana, y ella no estaba allí, pero él lucharía a su
lado para mantenerlo vivo.
—Por tu bien, resiste. No pienso criar a tus hijos, esa labor es
tuya y de mi hermana, juraste quedarte con ella y vas a cumplirle.
La voz de Manuelle lo sacó violentamente del agujero oscuro
donde se encontraba, al tiempo que lo llenaba de una mezcla de
felicidad y miedo, pero también le dio la fortaleza para resistir. Se
enfocó en el consejo que le daba el hombre de cabello cobrizo;
supuso que debía ser un psiquiatra, por cómo se expresaba.
Empezó a contar mentalmente mientras veía de reojo a su
cuñado; nunca imaginó que ver la cara colmada de pecas de
Manuelle, le causaría tanta felicidad y tranquilidad al mismo
tiempo, que en ese momento lo veía como su salvador.

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Capítulo 11

Manuelle también se alegraba mucho de verlo, por primera


vez en tres meses, sus miradas se encontraron y estaban brillantes
por las lágrimas. Una sonrisa se adueñó de sus labios al ver a su
hijo, pues más que su cuñado, lo sentía como ese hijo que
necesitaba de la guia de un padre, aunque en adelante, tendría la
de su verdadero progenitor.
—Le pediste a mi hermana la Luna, las estrellas y toda una
constelación, así que cálmate y respira, maldita sea. —Le advirtió
con voz dura, pero sin dejar de sonreírle—. ¿Vas a respirar? —
preguntó mirándolo a los ojos y vio que a Fabrizio se le
dificultaba asentir, por lo que se le ocurrió ayudarlo a
comunicarse de otra manera—. No intentes hablar, responde con
señas militares, ¿las recuerdas?
Fabrizio levantó el pulgar indicándole un sí y de inmediato se
enfocó en tratar de recordar las señas militares, concentrarse en
eso le ayudó a superar su estado actual y; poco a poco, las náuseas
fueron desapareciendo, lo que le permitió respirar mejor. Sin
embargo, la molestia que sentía en su garganta se mantenía, por
lo que, no se arriesgaba a pasar la poca saliva que tenía en la boca
y así evitar que pudiera ahogarse de nuevo.
Clive y Arthur miraban sorprendidos el cambio que había
mostrado el paciente, con solo escuchar la voz de su cuñado y
verlo acercarse, suponían que fue su entrenamiento militar lo que
predominó en ese instante de desesperación; después de todo, los
veteranos de guerra habían sido adiestrados para superar
verdaderos momentos de crisis.

140
—Bienvenido, Fabrizio —susurró Manuelle con media
sonrisa y le acarició la frente, un gesto de ternura que pocas veces
le había brindado—. Mi hermana y Joshua están bien, pero se
asustaron mucho, así que el doctor pensó que era mejor que no
estuviesen aquí, por si sufrías otra crisis… Como efectivamente
acaba de pasarte —añadió y vio cómo su cuñado dejaba caer los
párpados, mostrándose apenado. No quería hacerlo sentir mal,
así que continuó—: Te hemos extrañado mucho; sobre todo, tu
hijo, que se la pasa diciendo que eres la princesa de La Bella
Durmiente —bromeó y le sacó una sonrisa.
Fabrizio se llevó dos dedos lentamente a los ojos, diciéndole
con ese gesto que lo estaba viendo y que sabía que se burlaba de
él. Manuelle soltó una carcajada corta, pudo notar que estaba más
tranquilo, pero también que le costaba mover las extremidades,
por lo que, supo que debía armarse de paciencia, ya que esa
conversación se llevaría su tiempo.
—Bueno. —Manuelle hablaba, pero también hacía señas—.
Tienes un hijo en camino desde hace cuatro meses, aún te queda
tiempo para ver cómo crece esa barriga, así que mejórate
rápido… No, no vayas a llorar. —Le advirtió con voz suave, al
ver cómo los ojos de su cuñado se cristalizaban; sabía lo que
deseaba, pero no era prudente por el momento, su hermana debía
descansar—. Se que deseas verlos, pero tendrás que conformarte
con mi cara —bromeó de nuevo y le sujetó la mano. Fabrizio le
dio un apretón y le sonrió—. ¿Te has dado cuenta que Joshua
sabe leer? —Le preguntó y la mirada de su cuñado se iluminó,
dándole la respuesta, pero también trató de asentir haciendo que
el traqueostoma se moviera un poco y Manuelle vio cómo una
arqueada lo atacaba—. Tranquilo, no muevas mucho la cabeza,
sé que ese tubo es molesto, pero lo necesitas para respirar.
Arthur aprovechó que Manuelle interactuaba con Fabrizio,
para ir evaluando algunas de sus reacciones, parecía estar bastante
lúcido, lo que era maravilloso, dado todas las convulsiones que
había sufrido. No obstante, su condición motriz parecía un poco

141
más afectada, pero eso era algo que ya esperaba, el joven había
perdido masa muscular y movilidad, al estar postrado en esa cama
por casi cuatro meses.
—¿Me recuerdas, Fabrizio? —preguntó Arthur, poniéndose
en el campo visual del joven, lo vio dudar unos segundos, pero
después levantó el pulgar—. Bien, eso es bueno, tu memoria
parece estar bien.
—Fabrizio Di Carlo, es un verdadero placer conocerte
finalmente, no tienes idea de cuánto he escuchado acerca de ti.
—Clive se acercó haciendo que desviara la mirada de su cuñado
y la fijara en él—. Debo darte mi más sincero respeto, porque has
demostrado ser más que un soldado, eres un guerrero… Mi
nombre es Clive Rutherford, soy psiquiatra y estoy aquí para
ayudarte —habló mirándolo a los ojos para infundirle
confianza—. Sé que permitirás que lo haga, porque quieres
mejorarte lo antes posible, por tu esposa y tus hijos, ¿no es así?
—Su voz era serena y pausada, para no sobrecargarlo con
información.
Fabrizio sabía que no podía asentir, por lo que, espabiló y
levantó el dedo pulgar, haciéndole saber que podía entenderlo y
también que estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario por
recuperarse.
—Te voy a explicar todo lo que ha pasado en este tiempo que
has estado dormido, pero iremos despacio, para no abrumarte,
¿entendido? —dijo tomando asiento y vio cómo Fabrizio
espabiló una vez más, para luego desviar la mirada a Manuelle,
quien asintió. Era evidente cuánto confiaba en su cuñado—. Has
estado casi tres meses sedado, por eso te cuesta un poco mover
las extremidades, pero poco a poco recobrarás tu fuerza. Lo que
causó tu colapso fueron los broncodilatadores, estos ocasionaron
varias úlceras pépticas que se perforaron y tuvieron que
intervenirte de emergencia en el hospital de Amiens, pero luego
fuiste trasladado hasta el centro de veteranos en Chelsea, donde

142
el doctor Farell se hizo cargo de tu caso —dijo señalando al
galeno a su lado, quien le sonrió con cariño.
Todo eso se lo había contado Manuelle, mientras estuvieron
conversando, y él había decidido que era prudente que Fabrizio
también lo supiera, aunque intentaba darle solo la información
pertinente, porque no quería angustiarlo. Sin embargo, debía
hacerlo consciente de la gravedad en la que estuvo, para que
comprendiera que su estado seguía siendo delicado y debía
controlarse; lo vio asentir mientras parpadeaba para contener las
lágrimas, cuando supo que no se alteraría, continuó con su
explicación.
—Por ese motivo los suspendieron, pero debido a tu
insuficiencia pulmonar, tuvieron que hacerte una traqueostomía,
ya que no podías respirar por tu cuenta; sin embargo, no vas a
estar mucho tiempo respirando mecánicamente, dentro de poco
te van a suministrar los broncodilatadores vía intravenosa, y
dependiendo de la reacción que presentes, podrás deshacerte de
ese molesto tubo que quieres arrancarte y tirar a la basura. —Le
hizo ese último comentario para que Fabrizio sintiera que
empatizaba con él y podía verlo como a un amigo.
—Imagino que deseas algo de mí —indicó Manuelle, al ver
que volvía el rostro hacia él y lo miraba fijamente. Su cuñado
espabiló una vez y luego levantó su mano para simular que
escribía, aunque le estaba costando mucho el solo hecho de elevar
su muñeca—. ¿Crees que puedas escribir? —Le preguntó y
Fabrizio parpadeó—. Bien, déjame buscarte lápiz y papel —dijo
y miró la mesa donde su sobrino dejaba sus cosas. La enfermera
fue más rápida y le pasó una libreta y un lápiz.

Feliz cumpleaños, amor mío; hoy, 14 de julio, uno de los días más
importantes de mi vida, porque se celebra un año más de tu maravillosa
existencia, Dios me dio la dicha de volver contigo… Justo hoy, para poder
compartirlo contigo, lamento lo que sucedió y te prometo que no te haré pasar
por eso de nuevo, nunca más.

143
Sé que hoy no vendrás, lo más probable es que te hayan obligado a dormir
y eso lo agradezco, debes descansar, Marion, por ti y por la bebé. Soy el
hombre más afortunado del mundo por tenerte y espero muy pronto poder
besar tus labios y tu vientre. Mientras, me conformaré con mirar la luna, esa
que es tan hermosa como la que crece dentro de ti, porque sé que será una
niña tan bella como su mamá.

Te amo con toda mi alma,

Fabrizio.

Le llevó casi media hora escribir esas líneas, que no se


asemejaban en nada a su pulcra caligrafía; por el contrario,
parecían los garabatos hechos por un niño de dos años, estaba
seguro que su hijo escribía mejor. Sin embargo, conseguían
expresar parte del amor que sentía por su esposa, porque estaba
seguro de que no existían palabras en el mundo para poder
expresarlo todo.
Cuando terminó, soltó un suspiro, sintiéndose
verdaderamente agotado y le devolvió la libreta junto al lápiz a su
cuñado. Manuelle arrancó la hoja y la iba a doblar, pero Fabrizio
le hizo una seña para que la leyera y después miró hacia la cortina.
Su cuñado sonrió y se deslizó hasta la ventana, para hacer lo que
le pedía, con la ayuda de la enfermera corrieron las cortinas
mostrando una luna completamente llena y muy hermosa, que
iluminó con su resplandor la habitación.
Fabrizio moduló con sus labios un «gracias» y luego dejó ver
una sonrisa que también iluminó su mirada; dejando que los
recuerdos de todas las veces que la contempló junto a Marion
volviesen a él. Minutos después, se quedó dormido porque aún
había residuos de sedante en su sangre; además, le tomaría un
tiempo poder recuperar sus fuerzas, pero lo más significativo no
fue que se mantuviera despierto un par de horas, sino que
consiguiera controlarse y evitar que su cuerpo convulsionara.

144
Manuelle decidió dejarlo al cuidado de los doctores,
consciente de que ellos lo harían bien; mientras él iría a ver cómo
seguía su hermana y le llevaría la nota. Estaba seguro de que se
pondría feliz en cuanto la leyera, y que insistiría en ir a verlo, pero
esta vez no podría complacerla, debía quedarse en cama por su
bienestar.
Clive también salió junto a Manuelle, ya había cumplido con
su rol por ese día, pero volvería al día siguiente, para ayudar a
Fabrizio con su proceso, tal como le había prometido. Se
despidió del teniente en el pasillo y al bajar se encontró con
Terrence; le explicó en líneas generales lo que había sucedido y
luego se marchó, porque era tarde.
Manuelle llamó a la puerta con un ligero toque y un minuto
después aparecía su prometida debajo del umbral, la saludó
compartiendo un suave y breve beso. Entró a la recámara, que se
encontraba apenas iluminada por la lámpara de noche, era
evidente que su hermana estaba dormida y eso lo alegraba, pues
debía descansar para que pudiera recuperarse, así como lo estaba
haciendo Fabrizio.
—¿Cómo está? —preguntó en voz baja, desviando su mirada
hacia la cama donde reposaba Marion, se veía muy frágil.
—Está bien, al parecer, no fue más que un susto por las
fuertes emociones, como dijo la doctora Anderson; sin embargo,
debe guardar reposo absoluto durante un par de días, aunque no
será fácil, pues no dejaba de insistirme en que le permitiese ir a
ver a su esposo. Tendrás que hablar con ella, a ti te hace más caso
—respondió mirándolo a los ojos y se tomó la libertad de
sentarse sobre las piernas de su prometido, dejando descansar su
cabeza sobre el poderoso pecho de Manuelle.
Por lo general, no era una mujer que buscara muestras de
afecto físicas; en ese aspecto, se parecía mucho a Manuelle, solo
le bastaba con algunos besos y caricias para sentirse complacida.
Sin embargo, últimamente estaba muy antojada de mimos, y ya
comenzaba a desconcertarla su actitud, pues le recordaba a la de

145
su gato Sensei, cuando ella picaba pescado y él se sobaba en sus
piernas.
—No te preocupes, me encargaré de eso —dijo al tiempo que
le acariciaba la espalda y le daba suaves besos en el cabello—. Se
quedará en esta cama durante esos dos días, así me toque
amarrarla; no se levantará hasta que estemos seguros de que no
corre ningún peligro. —Recordó la nota en el bolsillo de su
camisa, la sacó y la puso junto a la almohada, para que su hermana
la viese en cuanto despertase.
—¿Cómo sigue tu cuñado? —preguntó Emma, viendo lo que
hacía.
—Ya despertó y se encuentra estable…Aunque estuvo a
punto de volver a convulsionar, no reaccionaba ante los pedidos
de los doctores para que se calmara… Yo veía que todo se estaba
yendo por un barranco, así que me arriesgué y le hice saber que
estaba allí, a pesar de que el psiquiatra me había pedido que me
mantuviera al margen, pero escucharme fue lo único que
funcionó, de inmediato empezó a calmarse.
—Tienes un don para calmar las crisis de otros —comentó
recordando cómo la había tranquilizado luego de que le contase
todo su pasado. Buscó sus labios y le dio un beso.
—Supongo que lo aprendí estando en el frente —comentó sin
darle mucho énfasis, no quería traer recuerdos tristes a su
mente—. Lo importante es que todo estará bien, estoy seguro de
que Fabrizio va a mejorar, aunque por el momento no puede
hablar por el traqueostoma, pero pudimos comunicarnos por
medio de señas militares, también quiso enviarle esa nota a
Marion, por su cumpleaños; tardó mucho tiempo en hacerla y
apenas se entiende, pero es tan terco como mi hermana y no
desistió —comentó con una sonrisa.
—Tiene muchos motivos para vivir y tendrá más cuando sepa
dónde estamos y con quiénes. —Emma no pudo evitar sentir
algo de nostalgia, pues desde hacía días la rondaba la idea de ir a
visitar la tumba de su madre, solo que no sabía si sería seguro.

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Manuelle percibió la tristeza en su tono de voz y no tardó en
comprender lo que le sucedía, quiso alejar esa sensación de ella y
la estrechó con fuerza entre sus brazos, apoyándole los labios en
la frente, para darle un beso prolongado y cargado de ternura.
Con todo lo que estaban viviendo, se había olvidado del asunto
que habló con el duque, le daba pena tener que molestarlo de
nuevo, pero necesitaba darle la certeza a la mujer que amaba, de
que todo estaría bien.
Mientras mantenía en sus brazos a Emma, su mirada estaba
fija en Marion, por eso se percató del momento en que ella
comenzaba a despertar. Apartó los brazos de su novia para poder
rodar la silla, pero antes de que pudiera moverse, Emma lo
detuvo y se puso de pie; él sonrió al ser consciente de que a ella
le apenaba que su hermana los viese de esa manera, tal vez porque
aún no estaban comprometidos.
—¿Cómo te sientes, pequeña? —preguntó Manuelle, mientras
extendía su mano para acariciarle la mejilla.
—Papito —esbozó somnolienta, pero al recordar que él había
quedado al pendiente de su esposo, se alertó de inmediato—. ¿Le
sucedió algo a Fabri? —preguntó con la voz ahogada por el
temor.
—Tranquila, está bien, ya despertó. —Vio sus intenciones de
levantarse, así que la sostuvo por los hombros—. No…, no te
levantes, sabes que no puedes hacerlo, Marion.
—Pero quiero verlo y que sepa que estoy a su lado —susurró
con urgencia y la mirada brillante por las lágrimas de felicidad.
—Eso tendrá que esperar hasta mañana, ya quedó dormido,
pero te envió algo —dijo señalando la hoja de papel que había
dejado sobre la almohada.
—¡Mi Fabri! —Marión la agarró con manos temblorosas y
empezó a leer, segundos después, dos lágrimas se estrellaron en
el papel.
—Recuerda todo y, según la primera evaluación que le hizo el
doctor, no parece haber ninguna lesión cerebral; eso sí, tendrá

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que ponerse a hacer caligrafías junto a Joshua —dijo con media
sonrisa.
—¿Estás seguro, papito? —preguntó con preocupación,
porque el trazo en esa hoja no se parecía en nada a la de su
esposo, sino a la de esos pacientes que han sufrido algún tipo de
parálisis.
—Sí, lo estoy… Nos comunicamos por medio de señas
militares y sigue siendo el mismo Fabrizio de siempre, así que no
tienes nada de qué preocuparte, Marion —acotó mirando sus
ojos ahogados en lágrimas—. Ahora, quien debe cuidarse eres tú.
—Tu hermano tiene razón, Marion, en este momento, debes
pensar en ti y en el bebé… ¿Cómo te sientes? —Emma se acercó
y con disimulo revisó las sábanas para ver si las había manchado.
—Me siento bien, solo algo débil y me duele un poco la
espalda, nada más —susurró bajando la mirada—. Prometo
cuidarme, no quiero perder al bebé —dijo acariciando
suavemente su vientre.
—No lo vas a perder, pero es necesario que guardes reposo,
como te indicó la señorita Anderson… Sabes que no me gusta
reprenderte, pues ya no eres una niña, pero debes ser responsable
con la vida que llevas en tu vientre, porque siempre estás
luchando y luchando, día tras día, pero eres humana y tarde o
temprano el cuerpo se resiente. Como enfermera, deberías
saberlo. —Marion solo lo escuchaba, manteniendo la mirada en
sus manos rozando el vientre—. ¿Estás entendiendo lo que te
quiero decir? —Su voz era tierna, pero no por eso dejaba de tener
autoridad.
—Sí, papito, lo entiendo —susurró con voz temblorosa—.
Pero es que soy lo único que tiene —añadió mirándolo a los ojos.
—«Eras» lo único que tenía, no olvides que ahora está su
familia, y debes aceptar esa nueva realidad. —Vio cómo su
hermana fruncía el ceño y él resopló, no le extrañaba nada esa
actitud, sabía que estaba celosa, por eso le aclararía un par de
puntos—. Marion, he notado tu contrariedad cuando la hermana

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o sus padres quieren pasar tiempo con él, y… —Ella trató de
detenerlo, pero él levantó la mano, para que lo dejara continuar—
. Y estoy seguro de que lo haces inconscientemente, pero lo estás
sobreprotegiendo, y te recuerdo que tu hijo es Joshua, no
Fabrizio…
—No es justo…, no estás siendo justo, Manuelle —susurró,
deteniéndolo con voz temblorosa, dejándole ver su descontento.
—No te molestes, solo te estoy dando un consejo; además, no
es sano para tu estado. —Manuelle trató de suavizar su tono—.
Solo te pido que lo compartas con su familia, ellos han pasado
años creyéndolo muerto, sufriendo por su ausencia; y es lógico
que deseen estar junto a él, para recuperar el tiempo perdido.
—Yo también he pasado meses extrañándolo, además, es mi
esposo.
—Lo sé, pero no es tuyo, no completamente; sé que lo amas,
pero ellos también, y muestra de eso es que te han recibido sin
hacer tantas preguntas y sin importarles tu origen humilde, solo
tienen palabras de agradecimiento para ti y han demostrado que
ya te sienten como parte de su familia, así que tú también debes
aceptar que ellos sean parte de la tuya —pronunció con voz
tranquila; sin embargo, ella mostraba la actitud de cuando era una
niña y él la regañaba—. Ven acá —pidió estirando los brazos y
ella se incorporó un poco, Manuelle la abrazó y la recargó en su
pecho mientras le besaba los cabellos.
—Ahora me siento como la villana del cuento, como si fuese
una bruja egoísta —susurró con la garganta inundada en lágrimas.
—Ya deja de fantasear tanto…, no eres mala, solo que tu amor
por Fabrizio sobrepasa lo normal —respondió a su comentario.
—Es solo que no estaba preparada para ser tan especial para
alguien… Sabes que nuestros padres nunca elogiaron lo que
hacíamos, eran tan estrictos y serios —contuvo un sollozo al
recordar todas las veces que se quedó esperando, aunque fuese
un pequeño reconocimiento por su parte, pero nunca llegó—.
Fabrizio era distinto, cada una de sus palabras me hacían sentir

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importante… Fue el primer hombre que me hizo sentir que
verdaderamente me escuchaba, me comprendía y me valoraba;
pero… con su familia…, me siento extraña. No estoy
acostumbrada a tantas atenciones, aunque me agrada que sean
amables conmigo, es algo que a veces me abruma.
—Te entiendo, pero tendrás que acostumbrarte, porque de
ahora en adelante, ellos también serán parte de tu vida. No sé…,
algo me dice que, Fiorella Di Carlo, es tan mamá gallina como tú;
y no dejará ir a su hijo, me parece que tendrás que vivir cerca de
tus suegros —dijo sonriendo, aunque en el fondo sentía tristeza,
porque significaría separarse de ella y de Joshua. Vio que Marion
estaba por decir algo, pero en ese momento, se escuchó que
llamaban a la puerta—. Adelante —ordenó a quien tocaba.
—¡Feliz cumpleaños, mami! —dijo Joshua, entrando y dando
brincos enérgicamente, mientras sonreía.
Detrás de él, venía Fiorella, y traía en sus manos un hermoso
pastel rosa con varias velas encendidas, mientras le dedicaba a
Marion una maravillosa sonrisa. Fransheska y Luciano también
entraron a la habitación y venían sonrientes; él acababa de llegar
de los laboratorios y estaba feliz porque traía buenas noticias,
además, Terrence le había contado lo que dijo el doctor
Rutherford sobre su hijo, así que ahora tenían motivos de sobra
para celebrar.
—¡Feliz cumpleaños, mami! —repetía Joshua emocionado.
Marion apenas consiguió parpadear ante la impresión que le
causó esa imagen, desvió la mirada a su hermano, quien se
encogió de hombros y le regaló una sonrisa, animándola a dejarse
homenajear. Ella sentía el corazón latir fuertemente y las lágrimas
que nuevamente se anidaban en sus ojos, pero esta vez eran de
felicidad.
Hacía solo unos minutos le había dicho a su hermano, que
únicamente estaba acostumbrada a las pocas atenciones que sus
tres caballeros le ofrecían, pero ahora la familia de Fabrizio

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también la veían como si fuese una hija más, así que no solo su
esposo recuperó a su familia, también le dio una a ella.
Joshua parecía un resorte dando brincos, pero su mirada se
posó en el pastel y se perdió en la luz de las velas; ella notó que
todos le dedicaban sonrisas de verdadero afecto y apenas podía
creer que tanto cariño fuese cierto, pero lo era y ella estaba muy
feliz.
—¡Feliz cumpleaños! —Le dijo Fiorella, sonriente y puso el
pastel frente a ella—. No olvides el deseo antes de apagar las
velas.
Marion afirmó para expresarle que no lo olvidaría, ya que la
emoción que la embargaba no la dejaba hablar, todos sabían el
deseo que pediría, pero igualmente lo mantuvo en secreto. Sopló
dejando algunas velas encendidas, por lo que, tuvo que soplar de
nuevo y esta vez con ayuda de Joshua. Después de eso, una lluvia
de aplausos irrumpió en la habitación, Fiorella puso el pastel en
la mesa de noche y fue el turno de Luciano para felicitarla, llevó
sus manos a las mejillas de Marion y le dio un beso en la frente.
—Feliz cumpleaños, hija. —Le dijo mirándola a los ojos.
Marion apenas pudo esbozar un «gracias» inaudible,
Fransheska se sentó en el borde de la cama con cuidado, pues ya
su madre los había puesto al tanto de la situación de su cuñada,
le dio un cálido abrazo y un par de besos en la mejilla.
—¡Feliz cumpleaños, Marion! —Se alejó un poco y con una
maravillosa sonrisa continuó—: Debiste decirnos que hoy era tu
cumpleaños, así te hubiésemos hecho algo mejor, pero bueno, lo
importante es que no pasó sin celebrarlo. Ahora sí estamos de la
misma edad, mira nada más a ese Fabri, nunca dejó que le
confesara mi amor a su mejor amigo, porque yo era menor, pero
apenas me llevaba tres años…
—Me lo contó, te gustaba Ángelo. —Le dijo Marion,
sonriente, mientras Luciano y Fiorella también reían.
—No quiero ni imaginar lo que dirá cuando se entere de que
mi prometido me lleva diez años —comentó riendo con picardía.

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—Seguro se pondrá muy celoso —dijo compartiendo el
mismo gesto—. Recuerdo que vimos a Ángelo hace unos meses
en París.
—¿Ángelo vio a Fabrizio? —preguntó Luciano,
desconcertado, pero de inmediato recordó un comentario que el
chico le había hecho la última vez que se vieron, cuando cenaron
en París.
—Sí, en el Festival Mundial de Tango… —Se alarmó un poco
al ver la mirada de asombro y desconcierto de todos—. En
realidad, yo tropecé con él, cuando salía del teatro, mientras
Fabrizio esperaba un taxi; se me cayó la cartera y él me ayudó a
recogerla, además, intentó coquetear conmigo, fue en ese
momento que Fabrizio lo vio.
—¡Tan típico de Ángelo! —Se quejó Fransheska, recordando
que siempre fue un mujeriego, aunque nunca le insinuó nada a
ella.
—En principio, Fabri se puso celoso y deseaba ir a reclamarle,
porque no sabía que era él, pero en cuanto lo reconoció, se olvidó
de toda su molestia y se puso muy feliz de verlo; sin embargo,
tuvo miedo de acercarse; y antes de que Ángelo llegara hasta
nosotros, subimos al taxi y nos alejamos —respondió
tranquilamente.
El relato de Marion hizo que los esposos Di Carlo se buscaran
con la mirada, pues los dos estaban pensando exactamente lo
mismo; las palabras de Ángelo cuando les aseguró que había visto
a su hijo en ese lugar. Por supuesto, en ese momento pensaron
que el chico había estado confundido, porque el único hombre
idéntico a Fabrizio estaba en Chicago, para esa fecha. Ahora
sabían que no se había equivocado, ciertamente, había
reconocido a su mejor amigo.

152
Capítulo 12

Luciano y Fiorella comprendieron que no tenía caso


mencionar lo que les había dicho Ángelo, arrepentirse de no
haber indagado más en aquel momento, no cambiaría nada de lo
que había sucedido. Sin embargo, les alegraba saber que su hijo
había llevado una vida normal, a pesar de sus carencias y de su
condición física, no les molestaba que lo hubiese hecho, aunque
sí los entristecía no haber sido parte de su vida durante esos años
que fueron tan importantes para él.
—¡No lo puedo creer! ¿Fueron al Festival Mundial de Tango?
—preguntó Fransheska, emocionada—. ¡Qué envidia, Marion!
—Sí… Bueno, no teníamos para ir, con nuestros salarios ni
en sueños hubiésemos podido darnos un lujo como ese —
susurró algo apenada—. Pero, Casimiro Ain, fue al restaurant
donde Fabri trabajaba y quiso llamar al chef para felicitarlo por la
comida, pero Dimitri envió a Fabrizio en su lugar. Fabri me dijo
que no lo podía creer cuando vio al bailarín, mucho menos, que
le regalara unos pases especiales para el evento.
—¡Oh, por Dios! Voy a golpear a mi hermano por no haberme
enviado al menos una carta, contándome todo eso —expresó
Fransheska, mirando con asombro a su cuñada.
—Estaba muy emocionado esa noche y sé que más de una vez
pasaste por sus pensamientos —dijo Marion, recordando lo
maravillosa que había sido esa noche—. Sobre todo, cuando salió
Carlos Gardel, recuerdo que dijo: «Si Campanita hubiese estado
aquí, seguro se desmaya de la emoción» —añadió sonriente.
—Me hubiese gustado tanto acompañarlo —comentó
Fransheska con una sonrisa tensa, imaginando la reacción que

153
tendría su hermano cuando le dijese que había rechazado a
Gardel por Brandon.
—Bueno, ¿por qué no comemos un poco de pastel? —sugirió
Fiorella, para salvar a su hija de ese momento. Le hizo una seña
a la empleada para que le ayudara a servir.
—El pastel lo hicimos abuela y yo —dijo Joshua, mirando a
su madre—. Ella pensaba que yo no sabía. —Sonrió con orgullo.
—Este campeón se la pasa en la cocina junto a Fabrizio,
preparan comidas realmente deliciosas —acotó Manuelle.
—¿Ves, abuela? Te lo dije, soy un chef —pronunció sonriente.
—Eres una caja de sorpresa, mi angelito. —Lo cargó y le dio
un montón de besos en las mejillas.
Fiorella recordó el momento que su nieto le dijo que su mamá
estaba de cumpleaños, de inmediato, se le ocurrió hacerle algo
especial; le contó el plan a su nieto y a su hija, ambos se
emocionaron mucho y Joshua le pidió que lo dejara ayudarle,
asegurándole que sabía cómo preparaban los pasteles. Bajaron y
le pidieron permiso a la duquesa para usar su cocina y prepararle
una tarta de cumpleaños a Marion. Apenas podía creer cuando
Joshua comenzó a decirles todos los ingredientes que debía usar
e; incluso, mencionó algunas técnicas.
Comenzaron a disfrutar del pastel y alabaron el trabajo de
Fiorella y Joshua, pues le había quedado muy rico; mientras tanto,
Luciano aprovechó para conversar con Manuelle, acerca del
estado de su hijo. Saber que se encontraba estable fue bálsamo
para el alma de los Di Carlo, que a pesar de las sonrisas que
mostraban en ese momento, no habían dejado de preocuparte
por Fabrizio.
A la pequeña celebración, también se sumaron los Danchester
y los Anderson, quisieron pasar a desearles felicidades a Marion,
pero sabían que no podían quedarse mucho tiempo, porque ella
necesitaba descansar. Además, ellos también tenían un
compromiso importante al día siguiente, se reunirían temprano

154
con sus abogados y un par de agentes de la policía, que pretendían
interrogar a Terrence, sobre lo sucedido la noche del accidente.
—Joshua, ¿quieres dormir con tu abuelo y conmigo? —Le
preguntó Fiorella, poniéndose de cuclillas para estar a la altura de
su nieto.
—Abuela, es que yo duermo con mami…, yo cuido de ella —
dijo algo apenado por rechazarla—. Se lo prometí a papi. —
Desvió la mirada a su madre, mientras sospechaba que algo
sucedía, porque cada vez que quiso subirse a la cama, su tío
Manuelle no lo dejaba.
—Ven acá, mi vida, pero ten cuidado al subir —susurró
Marion, extendiendo la mano, lo sentó a su lado y lo abrazó—.
Hoy no podrás dormir conmigo porque tu hermanita está
enfermita y no debemos mover mucho la cama —susurró
acariciándole la mejilla con el pulgar.
—Mami, pero mi abuelo es médico y puede curarla; ¿verdad,
abuelo? —preguntó con la voz vibrante por las lágrimas.
—El bebé estará bien, pero para eso es necesario que tu mami
duerma tranquila hoy —dijo Luciano, para convencerlo.
—Pero… yo soy su guardián, ella no puede dormir sola.
—No va a dormir sola, campeón, yo me quedaré aquí,
cuidándola. —Le dijo Manuelle, mirándolo a los ojos.
—Tío…, no puedes dejar que se acerquen los duendes ni las
brujas. —Le advirtió con seriedad.
—Te prometo que nada malo se acercará a tu madre —
respondió levantando su mano derecha, en señal de promesa.
—Está bien, me voy a dormir con mis abuelos, pero solo
porque mi tío te cuidará, pero si necesitan ayuda, me llamas y
vendré enseguida. —Le hizo saber, mientras la miraba.
—Te prometo que lo haré, ahora, dame un beso —pidió con
una sonrisa que intentó esconder su tristeza, porque su pequeño
no se había ido y ya comenzaba a extrañarlo. Joshua le besó la
mejilla y ella le dejó caer un par de besos en sus mejillas y frente—
. Que Dios te bendiga, mi vida, y que el ángel de la guarda te

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proteja. Pórtate bien —susurró y tuvo que retener un sollozo,
cuando Joshua le rodeó el cuello.
—Te amo, mami —dijo dándole un beso en la mejilla.
—Yo también, mi vida… Ahora, ve con tus abuelos.
—Tío, voy a confiar en ti. —Su voz denotaba preocupación.
—Confías en el mejor… Hazles caso a tus abuelos y no
olvides llevar un pijama, tu cepillo dental y ropa para mañana.
Que Dios te bendiga. —Le dio un beso en la frente.
Joshua tomó todo lo necesario y se llevó un pijama azul
cobalto, que era muy parecido a los que usaba su padre. Los Di
Carlo se despidieron de Marion con besos y abrazos y le hicieron
saber que no dudara en llamarlos, a la hora que fuese, si los
llegaba a necesitar.
La emoción en Fiorella era evidente mientras caminaba por el
pasillo, llevando a su nieto de la mano; era como regresar el
tiempo y sentir que era Fabrizio, quien iba junto a ella. Luciano
se encargó de bañarlo y; aunque estaba cansado por todo el
trabajo en los laboratorios, fue una experiencia que disfrutó como
la primera vez. Llevaba mucho tiempo sin reír abiertamente, pero
era imposible no hacerlo ante las ocurrencias de su nieto.
Una vez que Joshua estuvo listo, pidió un libro para leer y les
explicó que le gustaba hacerlo antes de dormir, que antes era su
tío, Manuelle, quien le relataba algún cuento, pero que ahora que
él ya sabía, le gustaba hacerlo por su cuenta. Luciano no supo qué
hacer, pues no tenía libros apropiados para un niño, solo revistas
médicas; y no podría bajar a buscar alguno en la biblioteca o
regresar a la habitación de Marion. En ese momento, su esposa
salió del baño y fue su oportunidad para dejarle esa tarea a ella.
Fiorella vestía un camisón gris perla, con su salto de cama a
juego, tenía el cabello suelto y una sonrisa que iluminaba sus ojos
grises. Luciano se acercó y le dio un suave beso en el hombro,
ella le correspondió acariciándole el cabello para aligerar parte del
cansancio que veía en él, luego caminó y tomó asiento al borde
de la cama, le sonrió a Joshua y lo rodeó con sus brazos.

156
—Abuela, le pedí un libro de cuentos al abuelo, pero creo que
no tiene. ¿Puedo tomar una revista? —Le preguntó desviando la
mirada a las que reposaban sobre la mesa de noche.
—No creo que te gusten, mi cielo…, son de medicina, y son
muy aburridas. Ahí no encontrarás caballeros valientes ni brujas.
—Me gustarán, abuela, me gusta la medicina. Cuando sea
grande, quiero ser como el doctor Gilbert… Fue el médico que
curó a mi papi en Londres. —Su abuela soltó una carcajada y él
se sintió extrañado, pensó que a lo mejor no le creía—. Es cierto,
abuela, quiero ser el mejor de todos… Quiero regalarle unas
piernas a mi tío y también quería curar a papi, pero sé que mi
abuelo lo hará, porque mi papi un día me dijo que mi abuelo era
el mejor médico de todos; entonces, yo quiero ser como él —dijo
mirándola con emoción.
—¡Ay, mi chiquito! No tienes ni idea de lo feliz que harás a tu
abuelo, cuando sepa que quieres ser médico, no se lo podrá creer.
Fiorella lo estrechó con fuerza contra su pecho y un par de
lágrimas rodaron por sus mejillas, la emocionaba saber que su
nieto le daría a Luciano eso que tanto anhelaba. Sabía que su
esposo ya no se aferraba a ese sueño, pero tan solo imaginar que
podía cumplirlo en su nieto, seguramente, lo haría inmensamente
feliz y; esta vez, no sería una imposición, sino un deseo
compartido por ambos.
—Eso también me dijo mi papi, ¿se lo podemos decir ahora o
crees que deba esperar a que sea más grande? Porque tío Manuelle
dice que me falta mucho para saber lo que quiero ser de grande,
y que puedo cambiar de opinión, pero yo no lo creo.
—Puedes hacer lo que desees, tu abuelo te apoyará siempre,
si deseas ser un gran doctor como él o si deseas ser un abogado
como tu papi o bailar como tu tía, cualquier cosa que desees,
puedes hacerla y nosotros estaremos allí, apoyándote —expresó
conmovida.
—Eso mismo dijo mi papi, una tarde que unos niños me
hicieron llorar, porque decían que no podía ser médico. —Los

157
ojos de Joshua se llenaron de lágrimas al recordarlo—. «Nunca
permitas te digan lo que puedes o no puedes ser. Solo lucha por
tus sueños y por lo que te haga feliz» —sollozó y se abrazó a su
abuela—. Lo extraño mucho.
—Ya pronto se pondrá bien y estará contigo, no llores, mi
chiquito, no llores. —Lo abrazó y le besó la frente con ternura,
luego se alejó un poco de él y lo miró a los ojos—. Te prestaré
las revistas de tu abuelo, para que comiences desde ya a
estudiarlas y seas el mejor doctor de todos —anunció para
animarlo, no quería que llorase.
—Gracias, abuela. —Se secó las lágrimas con la manga del
pijama, luego agarró la revista con cuidado y comenzó a leerla.

Luciano había tardado unos minutos más que su esposa, pero


le fue imposible no quedarse un rato bajo la lluvia de agua
caliente, que poco a poco fue relajando sus músculos cansados.
Cuando regresó a la habitación, se encontró a Fiorella mirando
embelesada a Joshua, quien parecía muy interesado en una de sus
revistas de medicina; al parecer, no le resultaban tan aburridas, tal
vez por las ilustraciones.
—Abuelo, ¿sabías que tú tienes treinta y dos dientes, y que yo
tengo solo veinte? —preguntó elevando el rostro para verlo, pero
antes de que respondiera, señaló la línea en la revista—. Aquí lo
dice, mira… Los niños hasta los seis años aproximadamente
tienen veinte dientes temporarios, conocidos también como
dientes de leche o dientes primarios… Bueno, los míos son de
leche, porque tomo mucha leche, pero me gusta que la endulcen
—dijo sonriendo, mientras Luciano lo admiraba maravillado, al
ver cómo el niño leía y comprendía todo con gran facilidad.
Asintió con una sonrisa y Joshua continúo—: Comienzan a
formarse desde que estamos en la pancita de nuestra mamá y se
empiezan a caer cuando tenemos entre cinco y seis años.
Perdemos estos y luego nos salen treinta y dos dientes
permanentes, que también se llaman dientes secundarios… ¿Esto

158
quiere decir que se me caerán lo dientes de leche? —preguntó,
cerrando la revista.
—Sí, tienen que caerse para darle paso a los dientes de adulto,
que también se les llama: dientes de hueso —acotó Luciano,
tomando asiento en la cama.
—¿Y me va a doler? —preguntó asustado.
—No, para nada, muchos se caen solos. —Le respondió
sonriendo.
—Joshua, dile a tu abuelo qué quieres ser cuando grande —
intervino Fiorella.
—Abuelo, cuando sea grande. —Se puso de pie y levantó las
manos por encima de él, para crear más estatura—. Quiero ser
como tú, quiero ser el mejor doctor de todos y hacer unas piernas
para tío, trabajar con mami en el hospital y pensaba curar a mi
papi, pero sé que tú lo harás —dijo emocionado, mirándolo.
Sin embargo, más emocionado estaba Luciano, a quien el
corazón se le disparó en frenéticos latidos por la felicidad que lo
embargó. Sintió ganas de llorar, de reír y hasta de saltar, pero solo
pudo quedarse allí estático, mirando los brillantes ojos topacio de
su nieto. Sintió la mano de su esposa acariciarle la espalda y
desvió la mirada hacia ella, que le regalaba una gran sonrisa y lo
veía con los ojos cristalizados por las lágrimas, al tiempo que
afirmaba con la cabeza.
—¿Seguro que quieres ser médico? —preguntó con voz
quebrada.
—Claro, abuelo, segurísimo —respondió asintiendo—.
Quiero ser como tú y curar a mucha gente —añadió sonriendo.
Una risa rebosante de alegría se escapó de la garganta de
Luciano, acompañando a las dos gruesas lágrimas que bajaron
por sus mejillas, mientras veía a su nieto y aun no podía creer lo
que le había dicho. Lo abrazó con mucha fuerza y besó su frente,
tan emocionado que no tenía palabras para expresar su felicidad,
así que se puso de pie rápidamente y caminó hasta la mesa donde
estaba su portafolio.

159
—Luciano, ¿qué buscas? —Le preguntó, ante su reacción.
—Mi libreta de notas —contestó sin dejar de lado la labor.
—¿Y eso para qué? —inquirió desconcertada.
—Para preparar un telegrama que enviaré mañana a Italia —
exclamó con emoción al conseguirla y comenzó a escribir.
—¿Un telegrama? —El desconcierto impregnaba la voz de
Fiorella, pero no podía dejar de sonreír al ver su entusiasmo.
—Sí… —Regresó y se sentó al borde de la cama—.
¿Recuerdas aquel terreno de Florencia al que no sabía qué uso le
daría? —preguntó al tiempo que comenzaba a escribir, la vio
asentir y continuó—: Bueno, quiero que a más tardar la próxima
semana empiecen a construir el mejor y más grande hospital de
toda la ciudad, tendrá los mejores equipos médico, sus propios
laboratorios y salas de rehabilitación, para los veteranos como el
teniente Laroche —expresó realmente emocionado.
—Luciano, nuestro nieto solo tiene cinco años.
—Sí, ya sé que tiene cinco años, pero un hospital no se
construye de la noche a la mañana, Fiore, necesita años… Quiero
que apenas Joshua reciba el título, tenga su consultorio, que un
equipo médico de cientos de doctores esté a su disposición,
quiero que mi nieto sea el mejor y más reconocido de todos los
doctores, que su nombre sea de reconocimiento mundial. —La
emoción hacía vibrar su voz.
—Está bien, tienes razón —dijo ella, sonriente, no quería
opacar la felicidad de su esposo—. Pero ese telegrama puede
esperar a mañana, recuerda que tienes que madrugar.
—Sí, mi amor…, tienes razón, será mejor que descanse;
primero debo encontrar la manera de curar a Fabrizio y después
le construiré el mejor hospital de Italia a nuestro nieto —
pronunció, dejando sobre la mesa de noche la libreta y su mirada
una vez más se fijó en Joshua, que lo veía con emoción y
desconcierto—. ¿Te gustaría tener tu propio hospital, Joshua? —
Le preguntó, tomándolo por la cintura y acostándolo en medio
de su esposa y él.

160
—Sí, abuelo…, quiero tener un hospital muy grande, con
muchas enfermeras y doctores —respondió entusiasmado.
Dio media vuelta y cerró con sus brazos el cuello de su abuelo,
Luciano lo abrazó y él hundió la cara en el hueco de su cuello,
que era tibio y tenía un aroma muy parecido a su papá. Fiorella
se acercó y abrazó a Luciano, dejando a Joshua en medio de
ambos, le dio un beso en los cabellos a su nieto y; al alejarse, pudo
ver cómo las lágrimas bajaban por el rostro de su esposo. Ella las
limpió con ternura, así pasaron algunos minutos hasta que los tres
se quedaron dormidos.

Marion despertó cuando el sol apenas despuntaba y se filtraba


por las delgadas cortinas, se movió y extrañó el calor de su hijo,
así que palpó la cama, buscándolo, pero rápidamente recordó que
se había ido a dormir con sus abuelos, para que ella pudiera
descansar. Giró el rostro y pudo ver a la señorita Rogers tendida
en el sillón, mientras su hermano seguía en la silla de ruedas, con
la cabeza tumbada hacia un lado; el pobre se había quedado
dormido en esa posición tan incómoda.
Ella se movió con cuidado para salir de la cama y; al levantarse,
le echó un vistazo a la manta que su cuñada había puesto y que
seguía inmaculada, eso le provocó un gran alivio. Apenas había
dado un par de pasos, cuando Manuelle despertó sobresaltado,
ella le sonrió para hacerle saber que todo estaba bien y solo debía
ir al baño.
La compresa que se había puesto solo tenía una leve mancha
violeta, que apenas se apreciaba, lo cual era muy bueno, pues
indicaba que no tenía ninguna hemorragia. Una vez que regresó
a la habitación y sintiendo que el bebé ya no corría peligro,
comenzó a insistirle a su hermano para que la dejara ir la
habitación de su esposo, necesitaba estar allí cuando Fabrizio
despertase.
—Está bien, pero antes, debes pasar unos minutos en la tina
con agua caliente, como lo indicó la señorita Anderson; y ponerte

161
un vestido, no puedes salir en ropa de dormir —dijo Manuelle
con seriedad.
—Por supuesto. —Marion asintió con una gran sonrisa.
—Te ayudaré —dijo Emma y la acompañó al baño.
Llegar hasta la habitación de Fabrizio había sido una odisea,
no porque le costara caminar, sino porque debía hacerlo
lentamente y no había nada peor que un teniente del ejército
francés, guiándole los pasos; además de una jefa de enfermera
ayudándole; al llegar, se encontraron con que seguía dormido. En
la habitación estaba Rose, la enfermera de turno, ella y Emma la
ayudaron a sentarse en un cómodo sillón que estaba junto a la
cama, y por órdenes de Manuelle, le pusieron una frazada sobre
los hombros.
—Papito, no tengo frío, con esto voy a preocupar a Fabrizio,
el pobre pensará que tengo la peste. —Le dijo mirándolo.
—Te lo dejas puesto, Marion Violet. —La voz autoritaria de
Manuelle, no le dejó derecho a réplica.
Emma sonrió ante la actitud de los dos hermanos, luego
caminó hasta el sillón que estaba junto a la ventana y tomó
asiento, Manuelle deslizó la silla para estar a su lado y
comenzaron una conversación en susurros, para no despertar a
Fabrizio, porque sabían que él debía descansar. Marion los
espiaba de vez en cuando y veía cómo Emma acariciaba con
ternura el rostro de su hermano; suponía que era porque se veía
agotado, ya que había pasado toda la noche cuidando de ella.
Manuelle podía parecer muy serio y hasta hosco en algunas de
sus actitudes, pero al lado de Emma, no era más que una mansa
paloma; era hermoso ser testigo del amor que se prodigaban. Sus
manos entrelazadas y las miradas que se dedicaban eran una
muestra de lo poderoso que era ese sentimiento, y de cómo una
mujer dominaba a uno de los más temidos tenientes de Verdún,
solo con caricias en el rostro.
Suspiró porque ella también estaba ansiosa por tener lo
mismo, una vez más, quería sentir lo poderoso y extraordinario

162
que era el amor, sentir su cuerpo vibrar con solo un roce de
manos. Desvió la mirada de la pareja y, al hacerlo, se encontró los
ojos más hermosos que había visto en su vida; y la miraban
fijamente. El corazón se le desbocó en latidos cuando un: «hola»,
se formó en los labios de su esposo, y fue lo que la sacó de su
embelesamiento.
—Hola —susurró ella, con voz temblorosa ante la emoción.
En ese instante, se sintió mucho más enamorada de él, sacó su
mano de debajo de la frazada y la llevó a su mejilla para acariciarla.
Fabrizio cerró los ojos ante su toque, privándola un instante de
su mirada, pero vio cómo luchaba por subir su mano para tomar
la suya y llevársela a los labios, dejando caer un beso en sus
nudillos.
—Te extrañé tanto, Fabri. —En su voz se evidenciaba las
emociones que la embargaban y una lágrima rodó por su mejilla.

Manuelle y Emma escucharon sollozar a Marion, de


inmediato, se alarmaron y volvieron la mirada hacia ella, pero
vieron que esa reacción era porque Fabrizio había despertado. Al
comprobar que todo estaba bien, decidieron no interrumpir ese
mágico momento, solo serían testigos de la felicidad que él y
Marion compartían.
Solo les bastaba dedicarse miradas para comunicarse, Fabrizio
se percató de la vestimenta de Marion y no tuvo que ser adivino
para saber que el embarazo se había complicado. Temió que
Manuelle no le hubiese dicho toda la verdad, por lo que, bajó la
mirada al vientre de su esposa, esperando que su hija siguiese allí.
Ella fue consciente de lo que Fabrizio deseaba, pues lo
conocía a la perfección, se llevó las manos a los hombros y bajó
la manta, luego pegó el camisón a su cuerpo, dejándole ver la
pequeña barriga al tiempo que le entregaba la más linda de sus
sonrisas. Lo vio emocionarse hasta el punto de que, de sus ojos,
brotaron un par de lágrimas, mientras sus labios resecos
esbozaban una sonrisa repleta de alegría y orgullo.

163
—Esta es mucho más grande que la de Joshua, para estar en
la semana dieciséis, parece de veinte —acotó sonriente, al tiempo
que la acariciaba—. Cariño, ¿me escuchas bien? —Él levantó el
dedo pulgar, sabía que ella también entendía las señas militares—
. Te amo…, te amo tanto, mi vida, no imaginas cuánto. —Tomó
la mano de él y la llevó a sus labios para besarla—. Gracias por
luchar, por no abandonarme.
Dos lágrimas quemaron las sienes de Fabrizio, ya sabía cómo
lidiar con el traqueostoma y, esta vez, no sintió que el llanto lo
ahogaba, esa era la cuarta vez que despertaba, pues solo dormía
por pequeños lapsos y, una de esas veces, el doctor Farrell le
explicó con más tranquilidad cómo debía manipularlo con su
tráquea, para evitar la fatiga. Estiró con cuidado la mano para
tomar la libreta que reposaba en la mesa de noche. Marion, al ver
el movimiento, se la pasó. Fabrizio le dedicó una larga mirada,
para después escribir.

«Estás mucho más hermosa, te aseguro que no me voy a ningún lado, me


quedo contigo y con mis hijos. Te amo, Marion».

Ella leyó la nota y su sonrisa se hizo más efusiva, confiaba en


esa promesa, porque él nunca le había fallado a ninguna, siempre
había luchado contra todas las adversidades para regresar a su
lado. Se acercó con el cuidado que ameritaba las condiciones de
ambos, y le dio un tierno beso en los labios y; por primera en tres
meses, era correspondido.
Apenas separó sus labios de los de su esposo y estaba por
alejarse, cuando sintió cómo Fabrizio los rozaba, saboreando su
beso y gemía con satisfacción. Después, movió lentamente su
dedo, indicándole que le diera otro; ella sonrió y lo complació,
deseando prologar ese momento, porque lo había extrañado
demasiado y ambos merecían una recompensa.
Esta vez fue él, quien se aventuró a succionar suavemente los
labios de su esposa y comenzaba a deleitarse con su maravilloso

164
sabor, cuando alguien dentro de la habitación se aclaró la
garganta, arrancándolo de la dulce fantasía. Marion tuvo que
recurrir a toda su fuerza de voluntad para alejarse, lo miró
sonriente y con las mejillas sonrojadas, como si fuese una
chiquilla que acababa de ser pescada en una travesura.
Fabrizio también le sonrió y luego desvió su mirada al otro
extremo de la habitación, encontrándose con la severa de
Manuelle; tal y como lo imaginaba. Sin embargo, lo que lo
sorprendió fue ver que la señorita Rogers estaba sentada a su lado
y estaban tomados de la mano, se les notaba muy compenetrados
y algo le dijo que su cuñado al fin se había animado a declararle
sus sentimientos a la jefa de Marion.
Hasta ese momento no había preguntado dónde estaba, pero
sabía que no era en un hospital, porque la habitación era
demasiado lujosa para pertenecer a alguno. Lo que se le vino a la
mente era que estaba en la mansión Pétain, aunque se le hacía
extraño que el coronel no lo hubiese visitado; tal vez, los doctores
solo dejaban pasar a familiares directos y por eso aún no lo veía.
Sin embargo, cayó en cuenta de que el doctor que lo atendía
era el mismo que lo veía cuando iba a chequearse en el hospital
de veteranos de Chelsea; además, recordó que el psiquiatra que
lo ayudó a calmarse la noche anterior era inglés. Eso lo confundió
mucho, pues se planteaba la posibilidad de no estar en Francia,
sino en Inglaterra. Su mente aún estaba algo aturdida, por lo que,
decidió que no se pondría a armar tramas en ese momento, ya
después se enteraría de todo lo que había sucedido mientras
estuvo inconsciente.

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Capítulo 13

Manuelle se acercó junto a Emma, tratando de ignorar la


mirada divertida de su cuñado, que prácticamente le gritaba: «¡Lo
sabía!». Lo más vergonzoso era que él lo había negado cada vez
que Fabrizio, en plan confidente, se lo mencionaba; siempre
alegó que lo que sentía por Emma era cariño fraternal; así que,
ahora que había quedado al descubierto, se sentía expuesto y
nervioso.
—Vas despertando y ya tengo que llamarles la atención, como
si fuesen un par de jovencitos. —Le dijo Manuelle, con su
habitual tono de reproche—. Diles a tus hormonas que se
controlen.
Fabrizio sabía que Manuelle solo buscaba desviar su atención,
para que no hicieran ningún comentario sobre él y Emma Rogers;
se salvaba de que ahora no podía hablar, aunque siempre podía
escribirlo. Sonrió con picardía y levantó un poco la mano para
saludar a la mujer, ella correspondió, regalándole media sonrisa,
él desvió la mirada hacia Marion y pudo ver que también sonreía
con picardía.
—Amor, déjame decirte que, dentro de poco, mi hermano ya
no nos va a regañar más, porque también está enamorado; así que
seguramente será más comprensivo —dijo, tomándole la mano.
Entrelazó sus dedos para después llevársela a los labios y
besarla, mientras controlaba la carcajada que bailaba en su
garganta, al ver el rostro sonrojado de su hermano. Fabrizio le
hizo una seña a Marion, para que le regresara la libreta; por suerte,
ya estaba escribiendo más rápido y con mejor destreza que la
noche anterior.

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«¿No que solamente era un cariño fraternal? Ya sabía que esa
mujer te traía loco… Me alegro mucho por ti, solo espero que,
con ella, no seas tan amargado o te quedarás sin novia muy
pronto».
Mientras escribía, no podía ocultar la sonrisa de sus labios,
terminó y le pasó la libreta a Manuelle, luego lo miró expectante
y se sintió contento al ver que había logrado sacarle una sonrisa.
—Ya veo que mantienes tu buen humor —murmuró mientras
sentía la cara sumamente caliente ante el sonrojo. Su hermana no
se lo pensaba dos veces para ponerlo en evidencia.
Fabrizio intentó hablar, pero la molestia en su garganta le
recordó que no podía hacerlo, así que le extendió la mano. Su
cuñado no se salvaría de que le hiciera un par de bromas.
«Felicitaciones, cuñado, pero debes darte prisa en casarte y
tener hijos, porque vas más lento que los italianos a la guerra».
La sonrisa bailaba en los labios de Fabrizio, cuando le extendió
de nuevo la libreta, tenía unas ganas inmensas de soltar una
carcajada, pero era consciente de que el tubo en su garganta se lo
impediría y hasta podía terminar ahogándose. Manuelle recibió la
nota y la leyó, entrecerró los ojos, dedicándole una mirada de
advertencia a su cuñado, pero también quiso jugarle una broma.
—En eso tienes mucha razón, si hubiera sido por ustedes, los
alemanes nos patean el… —calló al recordar que había damas
presentes—. En fin, me alegra mucho que estés tan de buen
humor hoy, porque dicen que eso es bueno para la salud; y tú
debes mejorarte muy rápido, tienes a dos hijos que criar —dijo y
vio que su cuñado le indicaba un número con sus dedos, al
tiempo que sonreía con la mirada brillante—. ¿Siete? —preguntó
desconcertado.
—Sí, papito, Fabri y yo tendremos siete hijos —comentó
Marion, dedicándole una mirada divertida.
—Eres muy valiente, Marion, después de todos los partos que
he asistido, no me imagino teniendo más de un par. Mucho
menos si van a tener el tamaño de tu hermano —acotó Emma.

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—¿Solo dos? —preguntó Manuelle, contrariado.
Fabrizio y Marion rieron ante la cara de desilusión de él,
aunque siempre había dicho que tener tantos niños era una
locura, sabían que, en el fondo de su corazón, también deseaba
tener varios hijos. Solo que se había negado a la posibilidad de
casarse y tener una familia, desde que perdiera las piernas. Pero
gracias a Emma Rogers, había recuperado esa ilusión y ambos
esperaban que fuese muy feliz, se lo merecía.
De pronto, escucharon que la puerta se abría, todos se
volvieron para mirar, a excepción de Fabrizio, quien no podía,
pero su corazón se estremeció como presintiendo algo. No tardó
en comprender que tenía razón, una extraordinaria energía se
apoderó del lugar, cuando Joshua entró en compañía de una
enfermera.
—¡Papi! ¡Papi! ¡Has despertado! —exclamó corriendo hacia él.
Fabrizio le tendió la mano y le dedicó una maravillosa sonrisa,
sintiendo que el corazón le iba a explotar de emoción al ver a su
hijo de nuevo. Lo miró a los ojos, acariciándole la mejilla y con
tan solo sentir la suavidad de su piel, fue como revivir en ese
instante.
Se llenó de toda esa vitalidad que su pequeño campeón
irradiaba y que lo hizo sentir como si fuese capaz de correr un
maratón y ganarlo, él y Marion le habían dado la fuerza para
mantenerse con vida. Alejó su mano y se llevó un dedo a la
mejilla, indicándole que le diera un beso; su hijo se acercó y con
mucho cuidado lo hizo un par de veces.
—Me has hecho mucha falta, papi… —confesó con los ojos
cristalizado por las lágrimas, aunque no eran de tristeza, sino de
felicidad—. Ya sé leer y te he leído todos los días. ¿Me
escuchabas? —Le preguntó mirándolo a los ojos.
Fabrizio asintió, mostrando una gran sonrisa, luego le hizo una
seña a su cuñado, pidiéndole la libreta y empezó a escribirle,
sintiéndose feliz de que también pudiera comunicarse con él.

168
«También te extrañé demasiado, mi pequeño. Claro que te
escuchaba y me encantaba que lo hicieras, solo que no podía
despertar… Pero no me dormiré más y te prometo que voy a
mejorar pronto, para que lo hagamos juntos».
Joshua leyó la nota y le mostró una gran sonrisa que iluminaba
sus hermosos ojos topacio, su padre le hizo una seña para que
subiera y se acostara junto a él. Joshua no perdió tiempo y con
mucho cuidado se subió a la cama, para después acostarse a su
lado y apoyar la cabeza sobre su pecho, recibiendo el confortante
calor que su padre le ofrecía; y no pudo evitar sollozar al sentir
que lo envolvía con sus brazos.
—Te quiero mucho, papi —esbozó llorando de alegría.
Fabrizio le acarició la espalda con ternura, para expresarle que
él también lo quería muchísimo, aunque deseaba con todas sus
fuerzas darle un beso en el cabello, sabía que no era conveniente
que hiciera un movimiento brusco. Sacrificaría todo eso de
momento, pero después les retribuiría cada beso, abrazo y caricia
que no pudo darle en el tiempo que había estado dormido, los
recompensaría por todo.
Pasaron los minutos y las conversaciones se hicieron siempre
de la misma manera, ellos hablaban y Fabrizio escribía; por
suerte, cada vez le resultaba más fácil. El equipo médico llegó
para hacer su rutina de terapias físicas y también para chequear
su estado en general. Marion quiso quedarse, pero todos le
recordaron que debía guardar reposo.
—Te prometo que vendré a verte más tarde —dijo
acariciando el rostro de su esposo y le dio un par de besos.
Él asintió sonriéndole, aunque le costaba mucho separarse de
ellos, sabía que debía poner de su parte para recuperarse pronto.
Le dolía saber que se había perdido la boda de su hermana, pero
ahora más que nunca estaba decidido a buscar a su familia.
El sol de ese día parecía brillar con mayor fuerza, los colores
a su alrededor eran tan intensos, que el paisaje parecía más lleno
de vida, todo era más radiante y Fransheska sabía perfectamente

169
a qué se debía que percibiera todo de esa manera. Su hermano
por fin había despertado y según los doctores, su condición era
estable, pero no solo eso, las convulsiones no habían causado
ningún daño; además, Joshua ya le había contado que su papá
seguía siendo el mismo de siempre, que le hizo varias bromas a
su tío, que no dejaba de besar a su mamá y de desordenar su
cabello.
Joshua era el niño más hermoso, alegre e ingenioso que
hubiese conocido, siempre supo que Fabrizio sería un padre
maravilloso; y ver cómo su hijo se expresaba de él, se lo
confirmaba. Le encantaba escucharlo hablar y ver que, más que
padre e hijo, eran amigos, que lo admiraba muchísimo y no era
para menos, Fabrizio había sido un ejemplo de constancia y
superación, cada detalle de su vida durante estos últimos años
hacía que ella también lo admirase.
Fransheska sonrió con emoción y extendió los brazos cuando
su sobrino corrió hasta ella para abrazarla, ambos estaban felices
porque él les había ganado a Brandon, Sean y Terrence, en un
juego que les enseñó y que practicaba en la casa de su padrino, el
coronel Vicent Pétain. Ella lo tomó en brazos y dejó caer una
lluvia de besos en su pequeño y tierno rostro, mientras reían
llenos de felicidad.
Brandon admiraba a Fransheska y lo emocionaba verla sonreír
con tanta felicidad, se notaba tan llena de vida y hermosa; además,
verla con el pequeño en brazos hizo que su corazón latiese con
fuerza y que el anhelo de ser padre se apoderara de él. Deseaba
que esa imagen se repitiera, pero que el niño en sus brazos fuese
fruto del amor que se profesaban; escucharlo llamarla mamá, en
vez de tía y, a él, papá, sospechaba que ese sería uno de los
mejores momentos de su vida.
Fue sacado de sus pensamientos por la algarabía de Joshua,
que reía luego de ganarle de nuevo a Sean, mientras Terrence y
Fransheska, también se burlaban. Escucharon unos pasos
acercarse y se volvieron para descubrir que eran Annette y

170
Victoria, llegaban después de varios minutos desaparecidas,
todos pensaron que debían estar con los preparativos de su boda.
—Sean está completamente cautivado por Joshua…, parece
un niño, jugando con él, hasta le dio igual arruinar el pantalón de
casimir que le traje de Perú y que cuidaba como si fuese un tesoro
—expuso Brandon, con una sonrisa al ver cómo su sobrino se
encontraba de rodillas sobre el pasto, para estar a la altura del
niño y mirarlo a los ojos.
—No es de extrañar, Joshua es un niño adorable…, es
ingenioso, alegre, siempre está atento a las cosas para aprender y
entender lo que sucede a su alrededor —dijo Victoria, sentándose
junto a Terrence y entrelazando su mano con la suya.
—Es un niño hermoso y muy amigable… Nos dejó
asombrados de lo desenvuelto que es para la edad que tiene, sus
padres han hecho una excelente labor con él, a pesar de tenerlo
siendo tan jóvenes —indicó Annette, observando el cuadro con
una sonrisa.
—Creo que Sean está exteriorizando su deseo de ser padre de
nuevo —acotó Terrence con media sonrisa.
—Yo pienso igual, Annie… Es tiempo de darle un hermano
a Keisy, estoy seguro de que ella estará encantada con la idea; y
mi sobrino lo estará aún más —mencionó Brandon, sonriendo.
—¿Quieres ser tío abuelo de nuevo, Brandon? —inquirió
Annette, y sonrió cuando él frunció el ceño ante la mención del
término: «abuelo».
—Mejor espera a que sea padre, Annie… Si no, Fransheska
dudará, antes de darle el sí en el altar a un abuelo —comentó
Victoria, riendo ante la cara de miedo de su primo.
Brandon no pudo evitar reír de su situación, su mirada se
encontró con la de su novia; de inmediato, sintieron esa poderosa
conexión que había entre los dos, y su sonrisa se hizo más amplia.
Dentro de ella, también se despertó ese deseo de tener entre sus
brazos al hijo del hombre que amaba y que la amaba con la misma
intensidad.

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—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Sean, rodeándole la
cintura a su esposa mientras la miraba a los ojos.
—Nada especial…, estamos debatiendo si convertimos a
Brandon en tío abuelo, de nuevo —respondió con una sonrisa.
—No, nada de eso, primero será padre —sentenció
Fransheska, sentándose junto a él y tomándole la mano.
Brandon no pudo disimular su sorpresa al escuchar esas
palabras, de inmediato, clavó su mirada interrogativa en la de su
novia, mientras sentía cómo los latidos se le desbocaban. Ella le
acarició la mano con el pulgar, al tiempo que movía sus pupilas
de un lado al otro, para indicarle que no dijo eso porque ya
estuviese embarazada, sino porque era su mayor deseo a futuro.
Los demás se percataron de la actitud de Brandon y también
se sorprendieron; con excepción de Sean, quien estaba al tanto
del secreto de su tío y Fransheska. Annette y Victoria,
intercambiaron una mirada que no necesitaba de palabras para
saber lo que había pasado por sus cabezas, pero intentaron
disimular para no incomodar a la pareja.
Terrence, por su parte, se tensó y frunció el ceño, no pudo
evitar sentir celos de hermano, pero luego comprendió que su
actitud era absurda, pues él había hecho su mujer a Victoria; y
jamás había recibido un solo reclamo por parte de Brandon, así
que tampoco tenía el derecho de reprocharle nada que hubiese
hecho con Fransheska.
—Planeamos tener una familia grande, así que debemos
darnos prisa, para lograrla —aclaró Fransheska, notando las
actitudes de sus acompañantes—. Deseamos que el próximo año,
para estas fechas, ya tengamos al primero de nuestros hijos —
añadió con una sonrisa casual, que intentaba ocultar sus nervios.
—¡Sí! Yo quiero muchos primitos para jugar con ellos y
compartirles mis juguetes, también quiero que mi hermanita
llegue pronto… Tío Terrence, tú y Victoria también tendrán
bebés, ¿verdad? —preguntó Joshua, mirándolo a los ojos.

172
—Por supuesto, Joshua, también espero que los tengamos
muy pronto —contestó Terrence con seguridad y le dedicó una
mirada a Victoria, pudo ver que sus ojos estaban llenos de dudas,
así que se acercó y le dio un beso en la mejilla—. Seguro tendré a
una pequeñita volviéndome loco con sus travesuras. —Le dijo,
para animarla.
—Yo… —Victoria tragó para pasar las lágrimas que
inundaron su garganta—, creo que también tendré a un rebelde
volviéndome loca todo el tiempo —añadió sonriéndole a
Terrence.
Los presentes comenzaron a reír por sus ocurrencias, Victoria
también le dio un beso a su novio, agradeciéndole que siempre
mantuviera las esperanzas de que un día serían padres.
Continuaron con la conversación por unos minutos más, hasta
que Fransheska recordó que casi era hora del baño de Joshua.
Brandon ya sabía que su sobrino no se dejaba bañar por ella, así
que se puso de pie y los acompañó a la casa, para ocuparse de su
nueva labor e ir ganando práctica, para cuando le tocase bañar a
sus hijos.

Gerard salió muy temprano de su casa, aprovechando que era


domingo y no debía ir a su oficina, últimamente, se sentía
encerrado, malhumorado; todo le parecía absurdo y nada lo
llenaba, ni su trabajo ni sus amigos; ni siquiera las mujeres que se
esmeraban por entregarle placer, pues esa sensación se había
vuelto muy efímera, a pesar de que acababa rendido en esos
cuerpos que se entregaban a él; aunque, en el fondo, sentía que
no le dejaban nada, lo que era justo, pues él tampoco les daba
nada a ellas. Sentía que iba por la vida sin un rumbo, sin un
destino al que llegar, porque nadie lo esperaba, estaba solo.
Fue sacado de sus pensamientos por el extraño sonido que
hizo su auto y que cada vez era más fuerte, fue reduciendo la
velocidad hasta orillarlo. Bajó con rapidez y caminó hasta el capó
para descubrir qué le pasaba al motor, se quemó los dedos apenas

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lo tocó. Lanzó una maldición al aire, rápidamente, alejó su mano,
buscó su pañuelo y; con mayor precaución, lo abrió. De
inmediato, expulsó una nube de vapor caliente, que estuvo a
punto de quemarlo.
—¡Mierda! ¡Lo que me faltaba! —exclamó molesto, viendo
que el auto estaba realmente recalentado. Se quitó la chaqueta y
la lanzó al interior del auto, luego se dobló sus mangas hasta
llevarlas a los antebrazos. Intentó quitar la tapa del radiador, pero
estaba demasiado caliente—. ¡Por un demonio! ¿Ahora quién
sabe cuánto deba esperar aquí?… Y lo peor es que hace bastante
que no veo otro auto en el camino. ¡Querías alejarte de la gente,
pues lo has conseguido, Gerard! —Se frotó con preocupación.
Después de quince minutos, el motor se había enfriado un
poco, así que intentó una vez más quitar la tapa del radiador; al
hacerlo, se percató del origen del problema; por suerte, llevaba
un envase con agua para esas emergencias. Sin embargo, el agua
no fue suficiente, así que no le quedó más remedio que ir en busca
de más.
El lago no estaba muy lejos, por lo que, solo tardó unos
minutos en divisarlo; los rayos del sol se hacían más intensos y su
cuerpo empezó a empaparse de sudor. Abrió los primeros
botones de su camisa mientras se acercaba al agua cristalina.
Antes de llenar el envase, quiso refrescarse y agarró agua con sus
manos, se salpicó el rostro y liberó un suspiro profundo,
manteniendo los ojos cerrados.
Fue sacado de su estado de ensoñación por el sonido de un
chapoteo, abrió los ojos y paseó su mirada por el lago, a no más
de diez metros pudo divisar la figura de alguien que nadaba en las
cristalinas y refrescantes aguas. Su curiosidad lo llevó a enfocar
mejor la vista y descubrió que se trataba de una mujer, su
exuberante figura desnuda no le dejó dudas.
De inmediato, su sentido de caballerosidad lo instó a apartar
la mirada, dio un par de pasos para alejarse, pero la tentación de
echarle un último vistazo lo invadió de nuevo. Se ocultó tras una

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gran roca, para que no lo descubriera, y se sintió como un
adolescente, espiando a esa ninfa que se sumergía en las calmadas
aguas. Por alguna extraña razón, no lograba apartar la mirada de
la mujer frente a él, ciertamente, a esa distancia no se podía
admirar a plenitud, pero eso no le importaba, porque su sola
presencia lo tenía completamente hechizado.
Los nervios lo invadieron cuando la vio volverse hacia donde
él estaba, tal vez, había sentido su insistente mirada sobre ella; se
agachó para llenar el envase y luego intentó alejarse, pero el
sonido del chapoteo se hizo más cercano, seguramente, ella lo
había descubierto. Maldijo en pensamientos sintiéndose estúpido
e infantil, respiró hondo y se puso de pie para dar la cara y
disculparse; pero apenas levantó la mirada, fue hipnotizado por
la figura de la mujer, que ahora sí podía apreciar en todo su
esplendor.
El agua se deslizaba por su piel de un hermoso tono
bronceado, sus piernas eran largas y torneadas, sus caderas
anchas y muy femeninas, el hermoso monte de Venus, que
apenas cubría el rincón más íntimo de aquel maravilloso cuerpo;
su vientre, que asemejaba a una media luna, su cintura era
estrecha y sus senos dos hermosas colinas, coronadas por unos
pezones oscuros, seguramente por el frío, se mostraban erguidos,
como a la espera de un sutil toque.
La mujer llevaba la cabeza gacha mientras escurría su espeso
cabello negro, se notaba tan relajada y ajena a la situación; ni
siquiera era consciente de que él estaba allí y que lo había atrapado
en una especie de embrujo. Su cuerpo era como un imán, y él
parecía estar hecho de acero macizo; incluso, una parte al sur de
su anatomía comenzaba a despertar ante esa gloriosa imagen.
—¡Oh, por Dios! —exclamó ella y enseguida el miedo se
apoderó de su cuerpo—. ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?
¡Váyase, váyase! —Intentó cubrirse con las manos.
—Espere…, no le haré daño —mencionó elevando sus
manos, al ver el pánico en ella—. Tranquila…, mi auto se

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accidentó y solo vine por un poco de agua. —Se volvió, dándole
privacidad—. Lo siento…, no fue mi intención incomodarla —
agregó avergonzado, debió actuar como un caballero y no como
un depravado.
—Está bien —murmuró, sin dejar de lado la cautela—.
¿Podría, por favor, alcanzar mi ropa? Está en aquel árbol de allá
—pidió señalando, pero intentando mantenerse alejada de su
mirada; se sentía tan expuesta y estúpida por ceder a su deseo de
nadar en el lago.
—Por supuesto…, deme un minuto. —Gerard se acercó al
lugar, tomó las prendas y regresó, extendiéndoselas—. Aquí
tiene, señorita. De nuevo, disculpe mi atrevimiento, no fue mi
intención…
—No se preocupe…, no es su culpa, yo debí ser más
cuidadosa —admitió con molestia mientras se vestía con su
cuerpo aún húmedo—. Bueno, veo que ya tomó lo que estaba
buscando… Ahora puede irse, ya márchese. —Le indicó en tono
imperativo.
—Eso pensaba hacer, no tiene porqué tomar esa actitud —
expuso, molesto por el tono de ella, que lo trató como escoria.
—Bueno… ¿Qué espera, entonces? ¿O acaso le quedó alguna
parte de mi cuerpo por mirar y desea hacerlo en este momento?
—preguntó para hacerle sentir culpable, pues había sido el fisgón.
—Soy un caballero, pero también soy hombre; y usted una
mujer muy hermosa… Admito que la miré, pero tendría que estar
ciego para no caer en la tentación de hacerlo; sin embargo, sé que
estuvo mal y ya le pedí disculpas. —Se defendió de sus ataques.
—Perfecto…, aceptadas sus disculpas y; ante su evidente
reticencia para salir de este lugar, lo haré yo… Lástima que no
pueda decir que fue un placer, señor… —Se detuvo, pues no
sabía el nombre.
—Gerard Lambert. —Se presentó, viendo que ella se paraba
delante de él y lo miraba con asombro, seguramente al
reconocerlo.

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En ese momento, él pudo ver su rostro y se quedó admirado
ante la belleza de la mujer, sus ojos eran café, grandes y hermosos,
con pestañas largas y tupidas, cejas arqueadas, una nariz perfilada,
pómulos fuertes pero estilizados, y sus labios eran voluptuosos,
como lo era toda ella; se encontraban teñidos de un suave tono
rosa natural, al igual que sus mejillas. Después de admirarla en
detalle, regresó a sus ojos.
—¡Vaya, ministro! No sabía que, además de la política,
también era aficionado a espiar mujeres mientras toman un
baño… Bueno, señor Lambert, suerte con su auto —dijo dándole
la espalda.
—Yo… no la estaba espiando… —Eso era una mentira, aun
así, intentó defenderse, pero la figura de la mujer no lo dejaba
coordinar, la delicada tela de su vestido se había pegado a su
cuerpo aun húmedo, mostrándole su redondo y exquisito trasero,
ya que ella no llevaba ropa interior—. Fue un encuentro casual,
solo eso, señorita… —Se interrumpió, porque tampoco sabía su
nombre.
—Será mejor que me recuerde como: la desconocida que nada
desnuda en un lago. Adiós, ministro, que tenga un buen día —
expuso mirándolo por encima de su hombro. Después, se alejó
con un andar desenfadado, como si fuese una reina.
Gerard se quedó inmóvil mientras la veía caminar entre los
árboles y; de pronto, fue como si hubiese desaparecido, no había
rastro de ella y tampoco vio el camino que pudo haber tomado.
Frunció el ceño y negó con la cabeza cuando se le cruzó la idea
de que esa mujer solo había sido una fantasía, creada por su
imaginación. Aunque debía admitir que tenía toda el aura que se
le atribuye a las ninfas, era como una diosa imponente, hermosa
y soberbia.
Una combinación que podía volver loco a cualquier hombre,
incluso, a uno tan exigente como él, y estaba seguro de que no
hubiese descansado hasta conseguir que esa altanera mujer se
rindiera en sus brazos. Sin embargo, las cosas desde hacía mucho

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eran distintas, ahora sabía que ni siquiera esa diosa bajada del
mismísimo Olimpo, podía sacar de su cabeza y su corazón a
Victoria Anderson.
Estaba al tanto de todo lo sucedido en su vida, durante el
último mes, y se suponía que debía estar feliz al saber que ella
había recuperado a su primer amor, pero seguía doliéndole que
nunca hubiese tenido ni siquiera una oportunidad de demostrarle
cuánto podía amarla y su capacidad de hacerla feliz. Soltó un
suspiro pesado, pues ya no tenía caso seguir aferrado a ese amor
imposible; miró una vez más en la dirección por donde se marchó
la mujer, sin duda alguna, ese había sido un episodio bastante
particular, pero estaba seguro de que terminaría olvidado, en un
par de días.

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Capítulo 14

Habían pasado doce horas desde que le suministraron la


segunda dosis de los medicamentos; hasta el momento, los signos
vitales estaban en los parámetros normales y no presentaba
ninguna reacción negativa. Seis horas antes, el doctor Farrell le
había hecho una prueba y pudo certificar que Fabrizio respiraba
por la nariz, sin dificultad; así que, decidió sellar el paso del
traqueostoma.
—¿Te sientes cansado, Fabrizio? —preguntó mirándolo a los
ojos, él negó apenas perceptiblemente y levantó el dedo pulgar,
indicándole que estaba bien—. Te pregunto una vez más, ¿sientes
que puedes respirar bien por la nariz? ¿No te duele el pecho?
Fabrizio parpadeó y volvió a levantar su pulgar, eso hizo sentir
satisfecho a Arthur, pues era prioridad saber la opinión del
paciente. Aunque según la auscultación que le estaba haciendo en
ese momento, podía escuchar que sus pulmones estaban
funcionando bien. Todo indicaba que los medicamentos habían
hecho el trabajo necesario, terminó y alejó el estetoscopio.
Fabrizio miró de manera interrogativa al doctor, pues le
preocupaba que no estuviese listo para que le quitara ese molesto
tubo de su garganta. Él le respondió alzando el pulgar y
dedicándole una sonrisa, Fabrizio también sonrió y suspiró, se
sentía de maravilla poder hacerlo al fin; tomó la libreta que
reposaba a un lado de la cama y comenzó a escribir, luego se la
mostró al galeno.
«Quiero ver a mi esposa».
—Entiendo, pero ella no puede estar presente, recuerda que
estamos probando el nuevo tratamiento y que no sabemos qué

179
reacción puedas tener, por lo que, preferimos no arriesgarnos. —
Le explicó mientras se ponía los guantes—. ¿Estás preparado
para la decanulación? —Desvió la mirada al tubo de plata.
«Por Favor». Escribió rápidamente, mirándolo suplicante.
—Está bien, esto no te va a doler, así que recuerda estar
tranquilo, sigue respirando por la nariz, como siempre —indicó
mirándolo. Fabrizio asintió—. Bien, estamos listos, Sophie.
—Sí, doctor —respondió, entregándole todo el material.
—Fabrizio…, si sientes alguna molestia, levanta la mano y me
detendré —dijo y vio al paciente parpadear, indicándole que lo
había entendido—. Bien, trataré de hacerlo lo más rápido posible,
solo trata de inhalar despacio. —Arthur haló con mucho cuidado
la cánula y pudo ver cómo Fabrizio sufría un espasmo a causa de
la fatiga, por lo que, se detuvo un segundo—. No mires lo que
estoy haciendo, porque te pondrás nervioso, solo concéntrate en
respirar por la nariz.
Fabrizio estaba intentando hacer todo lo que el médico le
pedía, pero la sensación era realmente desagradable, no por lo
dolorosa, sino por las náuseas que le provocaba. Sus ojos se
cristalizaron y se percató de cómo la enfermera tomaba una toalla
y la ponía debajo de las manos del doctor; por más que quiso, no
pudo evitar que su mirada se desviara de nuevo a las manos del
médico y vio el tubo de plata cubierto y goteando mucosidad, lo
que le causó aún más fatiga, pero se concentró en la respiración,
antes de que una arqueada se atravesara.
—Listo, lo que viene es más simple, solo voy a limpiar y
aspirar un poco. Ahora necesito que respires normal. —Le dijo
mientras tomaba una jeringa llena de solución salina y la introdujo
en el orificio, vaciándola de a poco, lo que causó tos en el chico,
que no pudo evitar la sensación más espantosa al sentirla subir
por su nariz y expulsarla—. Tranquilo, ya casi termino, ya casi.
Fabrizio pensaba en cómo estar tranquilo con todas esas
sensaciones y sabores subiéndole y bajándole por la garganta y,
como si fuese poco, expulsarlo por la nariz. Sentía el corazón

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latirle un poco más rápido, pero debía controlarse. Por fin sintió
que el doctor sacaba la jeringa, pero el alivio le duró poco, ya que
rápidamente metió otra, con la que comenzó a aspirar, lo que fue
realmente una mejora, pues ya no soportaba las ganas de vomitar.
Terminó y presionó con su dedo en la herida, lo que sí le provocó
dolor, por eso levantó la mano.
—Sé que es doloroso, pero debes aguantar solo un poco, debo
presionar de esta manera, para verificar que el aire pasa bien
desde los pulmones a tu nariz… Respira despacio, ya va a pasar.
—Arthur podía ver su sufrimiento y lamentaba tener que hacerlo
pasar por todo eso, pero era necesario—. ¿Te arde la tráquea
cuando respiras? —Fabrizio asintió al tiempo que apretaba los
párpados e intentó cerrar la boca para evitar vomitar—. No, no,
mantén la boca abierta… El aire debe fluir por tu nariz y tu boca.
Te pondré un poco de Novocaína, eso adormecerá el área y
aliviará el dolor. —Sophie le extendió un pequeño frasco y él se
aplicó unas gotas en el dedo, luego lo pasó cerca de la herida.
Una vez más repitieron el proceso de aspirado, porque
necesitaban retirar la mayor cantidad de flema de la tráquea; por
suerte, el anestésico local había hecho su efecto, facilitándole las
cosas a Fabrizio. Solo quedaba el último paso, el que determinaría
si podían o no retirar de manera definitiva la cánula. El doctor le
indicó que tosiera y, como era de esperarse, al principio lo hizo
con mucho temor, pero luego de comprobar que no le resultaba
doloroso, puso más empeño; sobre todo, al notar que eso le
ayudaba a pasar la flema.
—¿Cómo te sientes? —preguntó y Fabrizio levantó el pulgar,
para responder—. Intenta decirlo en voz alta —apuntó mientras
hacía presión en la herida, para evitar que el aire se escapara.
—Bi… bien —esbozó con un tono un poco más grave.
Escuchar su voz, lo hizo sonreír—. Estoy… bien —repitió con
entusiasmo.
—Perfecto, tus cuerdas vocales parecen estar perfectas…
Ahora, voy a tapar la herida con esta gasa y terminamos —dijo,

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cubriéndola bien con el vendaje—. ¿Sientes que respiras
normalmente?
Fabrizio asintió y una sonrisa se dibujó en su rostro al poder
hacer el movimiento sin dificultad, se sentía liberado, ya que ese
molesto tubo le impedía mover el cuello y la cabeza. La enfermera
se acercó y con una gasa húmeda le secó la cara, pues la solución
salina se había demarrado por todos lados. Con la ayuda del
doctor, se sentó y cambiaron la almohada, lo que le provocó
cierto alivio, aunque si fuese por él, se daría un buen baño bajo la
regadera, pero sus piernas aun no soportaban su peso.
—Veamos cómo están los signos vitales, si escuchó que
puedes respirar normalmente, no te pondré la cánula.
—Respiro… bien —pronunció y esta vez su voz salió
acompañada de un silbido que le resultó irritante.
—Cada vez que vayas a hablar, debes presionarte para que el
aire no se escape. —Le presionó la herida—. El orificio sanará
pronto y solo quedará una cicatriz apenas visible… Veamos,
habla.
—Quiero… ver a mi esposa y a mi hijo —pidió mirándolo.
—Vamos con calma, Fabrizio, de momento solo podrás tener
conversaciones cortas y sé que, si los hago venir, no podrás
controlar el impulso de hablar con ellos —acotó tomando
asiento, mientras observaba cómo la enfermera acomodaba las
almohadas.
La faena de ese par de días lo había dejado agotado, a su edad,
no era tan fácil cumplir con un turno de casi veinticuatro horas,
y era prácticamente lo que había hecho. Fabrizio notó el
cansancio de su doctor y, por consideración a él, aceptó esperar
para ver a su familia.

Margot estaba en el desayunador junto al jardín, cuando


Dinora se acercó para entregarle los diarios, dejó de lado su taza
de café y comenzó a hojearlos. Desde la llegada de la familia
Danchester, no dejaban de salir noticias en la prensa; aunque en

182
su mayoría eran solo especulaciones, porque los duques y su hijo
no habían concedido ninguna entrevista, ni enviado un
comunicado oficial.
Sin embargo, eso cambió ese día, pues lo primero que vio fue
el anuncio de la rueda de prensa que ofrecería la familia, y tendría
lugar en uno de los salones del hotel Palace. Suponía que sus
sobrinos estarían allí, brindarle su apoyo, lo que era lógico,
después de que Terrence y Victoria anunciaran que se casarían
pronto; cosa que le molestó, pues no siguieron con el protocolo,
noticias como esas debía darlas la familia, no ellos. Pero ¿qué más
podía esperar de ese par de rebeldes?
—¿A qué hora dijo mi sobrino que llamaría? —preguntó a su
ama de llaves, mientras tomaba otro diario. Todos anunciaban lo
mismo.
—A las nueve, señora. —Dinora sacó el reloj de bolsillo que
le había regalado su padre y observó la hora—. Todavía quedan
treinta minutos para que el señor Brandon llame.
—Perfecto, muchas gracias, Dinora.
—¿Desea algo más, señora? —preguntó como de costumbre.
—No, así estoy bien, gracias, ya puedes retirarte.
Dejó de lado el ejemplar del Chicago Post, que anunciaba que
uno de sus corresponsales estaría en Nueva York, para asistir a la
rueda de prensa. Después de media hora, terminó su desayuno y
se dirigió hasta el despacho; mientras esperaba la llamada de su
sobrino, revisó la correspondencia, le seguían llegando muchas
invitaciones para tomar el té, y todas venían de las damas más
cotillas de la ciudad; soltó un suspiro y, un segundo después, el
teléfono repicaba.
—Buenos días, Brandon —respondió segura de que era él.
—Buenos días, tía, veo que estaba esperando mi llamada.
—Sí, hay un par de asuntos que quería conversar contigo.
—Bien, la escuchó. —Brandon sabía que el anuncio de la
rueda de prensa haría que su tía se pusiera algo nerviosa.
—Imagino que asistirán mañana a la rueda de prensa.

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—Sí, así es… Iremos para mostrar nuestro apoyo a los
Danchester y a los Di Carlo —respondió con un tono casual.
—¿De qué hablarán? —No quería que ningún anuncio la
tomara por sorpresa, necesitaba estar al tanto de todo lo que
sucedía, para poder prepararse a la lluvia de preguntas que le
harían sus amistades.
—Los abogados le aconsejaron a Terrence, que relatase lo
sucedido, pero que no entrara en muchos detalles.
—¿Le dirá a la prensa lo que hizo Luciano Di Carlo? —
inquirió algo alarmada—. Eso podría suscitar muchos
comentarios.
—Es algo inevitable, tía; aunque los Danchester, han
intentado por todos los medios mantener un bajo perfil esta
semana, la prensa hizo un espectáculo de todo esto y no
descansarán hasta tener cada detalle. Por eso los abogados les
recomendaron decir la verdad, solo se alteró una pequeña parte,
que no podrán cuestionar, pues se dio dentro del seno de la
familia Di Carlo y deberán creer en su palabra.
—Todo esto me preocupa mucho, Brandon… Las
autoridades podrían abrir una investigación contra Luciano o el
mismo Terrence Danchester, y nuestra familia se vería
perjudicada.
—Nada de eso pasará, tía, puede estar tranquila, ni mi suegro
ni Terrence tienen cuentas que rendirles a las autoridades, los
abogados han hecho un excelente trabajo. Incluso, Sean lo ha
certificado, aunque no sea su rama legal, él confía en la labor del
gabinete que asesora a los Danchester y a los Di Carlo, son de los
mejores abogados del país.
—Bien, confiaré en ustedes… ¿Revelarán que Fabrizio Di
Carlo está vivo? —preguntó, porque era otro tema que le
preocupaba.
Todavía le parecía asombrosa toda la historia que le contase
su sobrino sobre el joven, haber sobrevivido a la guerra y pasar
todo ese tiempo lejos de la familia, en lugar de buscarlos. No

184
hacía juicios en voz alta, para no escuchar los reproches de
Brandon, y porque ella no era Dios para juzgar a nadie, pero el
comportamiento del hijo de los Di Carlo, le parecía muy
desconsiderado.
—Solo si es necesario, pero todo apunta a que la prensa
presionará para que revelen cada detalle. —Recordó lo del
parentesco que a lo mejor también salía a relucir, aunque dudaba
que fuese por voluntad de su suegro, pues él no deseaba que se
supiera; sin embargo, pondría al tanto a su tía, para que estuviese
preparada—. Hay otra cosa, pero no tengo la potestad para
hablar de ello, pues es un asunto que solo les concierne a las dos
familias, lo único que le pido es que no se alarme mucho cuando
se entere y no me reclame por no decirle.
—Tranquilo, comprendo que no desees traicionar la
confianza de tu suegro y de Benjen Danchester, aunque ya
sospecho de lo que se trata; en realidad, llegué a esa conclusión
después de tener aquella reunión, cuando Terrence le reveló toda
la verdad a Victoria.
—No me extrañaría, usted es una mujer muy suspicaz, aunque
debo mencionar que, a mí, sí me sorprendió un poco.
—Solo me bastó ver a Luciano y al duque, interactuar esa
tarde, para darme cuenta de que escondían algo y que eso estaba
relacionado con la reunión que habían tenido días antes en este
despacho, además, por la manera en cómo el exsecretario del
duque se marchó de la mansión, supuse que les había hecho una
revelación relacionada con sus padres y; por lo que tú me dejas
ver ahora, sé que no estaba equivocada, tu suegro y el de Victoria,
son hermanos —mencionó sin poder esconder la satisfacción
que le daba ser poseedora de una gran intuición—. Claro que, lo
del parecido de sus hijos, seguía resultándome intrigante, hasta
que recordé que todos los que habían tenido la oportunidad de
conocer a Nicolas Románov, hablaban del asombroso parecido
que tenía con su primo, el Rey Jorge V… Así que, existe un
precedente que explique ese parecido entre Fabrizio y Terrence.

185
—Lo que dije antes, usted es una mujer muy suspicaz, tía
Margot; si fuese detective, estoy seguro de que resolvería muchos
casos —comentó riendo, admirado por el ingenio de la matrona.
—Imagino que sí, aunque para eso, hubiese tenido que nacer
hombre —dijo ante el cumplido de su sobrino.
—Victoria es la primera doctora de la familia Anderson, usted
pudo ser la primera detective. —La risa vibraba en su voz.
—Deja de decir tonterías, Brandon Anderson. —Le reprochó.
—Está bien, no se moleste. Por cierto, Vicky está aquí y desea
saludarla —mencionó, viendo la cara de miedo de su prima.
—Pues dile a esa inconsciente que no hablaré con ella por
teléfono, deberá esperar hasta que regresen, para que tengamos
una seria conversación —dijo enrudeciendo su voz, pues Victoria
no se salvaría del sermón que tenía pendiente.
—Lo haré… Ella también me pide que le diga que la quiere
mucho y que la extraña. —Quiso ir suavizándole el terreno a
Victoria, que le agradeció, dándole un beso en la mejilla y siguió
pegada al auricular.
—Tengo asuntos que atender, hablamos después, cuídense
mucho… Y yo también los quiero. —Trató de no sonar
emocionada.
—La queremos, tía, cuídese usted también. —Los dos le
hablaron al auricular al mismo tiempo y luego colgaron.
Margot luchó contra la sonrisa que deseaba apoderarse de sus
labios al escuchar la voz de la loca de su sobrina, pero al final,
terminó cediendo porque podía notar que después de tanto
tiempo, ella volvía a estar feliz. Trascurrido un minuto, se
concentró en los detalles de la boda, debía hacer que ese día fuese
un gran acontecimiento, para que la sociedad olvidara el asunto
de los Danchester y los Di Carlo.

Clive había tenido un par de sesiones con Fabrizio, aunque no


hablaron de sus padres, para no ponerlo sobre aviso; al parecer,
él ni siquiera sospechaba que estaba en América. Decidió enfocar

186
la terapia en las emociones que le causaba su condición física,
sabía que eso lo afectaba mucho; podía notarlo cada vez que
intentaba expresarse y se le olvidaba que debía presionar la gasa
en su cuello.
La idea era darle herramientas para que pudiera lidiar con la
frustración, la ansiedad y la depresión que le causaba estar todo
el día en esa cama, casi sin poder hablar y bajo supervisión de los
doctores. Aunque también estaba su necesidad de esclarecer esa
conexión que Terrence parecía tener con él; le hizo preguntas
sobre esos episodios y si en algún momento vivió otros que
hubiesen surgido de la nada y que le resultaran extraños.
Terrence le había comentado que él nunca vivió episodios
graves de salud, solo una vez estuvo hospitalizado por una
neumonía, que ganó cuando escapó de su casa con catorce años.
También le habló sobre una noche cuando le dieron una golpiza,
estando borracho, que lo dejó muy mal y tuvo que ser atendido
por las monjas del colegio, luego de que su padre lo llevara.
Aunque el más grave de todos fue cuando estuvo a punto de
morir en el accidente del que lo salvó Luciano; dos de esos
episodios habían ocurrido antes de que su primo se fuese a la
guerra, así que, si él también los vivió, entonces allí estaba la clave,
los dos tenían esa conexión. Sin embargo, Fabrizio le aseguró que
nunca había tenido ningún episodio extraño antes del ataque con
gas mostaza; por el contrario, era un joven bastante sano y nunca
debió ser hospitalizado durante su adolescencia.
Eso lanzó por tierra la teoría de que el vínculo entre ellos fuese
recíproco, como se daba en algunos gemelos. Clive quiso usar un
último recurso y decidió hablar con los padres de Fabrizio, tal
vez, ellos podían recordar algún episodio que el joven no. Con
ellos sucedió exactamente lo mismo, ninguno recordó un suceso
como los que Terrence describía; su última opción, fueron
Marion y Manuelle.
—¿Por qué nos pregunta eso, doctor Rutherford? —preguntó
Marion, preocupada, mientras lo miraba a los ojos.

187
—Terrence ha experimentado algunos episodios bastante
particulares, y todo apunta a que están relacionados con Fabrizio.
—Clive respondió con cautela, para no alarmarlos.
—¿Qué quiere decir, doctor? —cuestionó Manuelle,
tensándose y le agarró la mano a su hermana, para calmarla.
—Verán, en agosto de 1916, Terrence estaba haciendo unas
audiciones, pero de repente, comenzó a sentirse mal, cayó al suelo
y tuvo una convulsión que lo dejó inconsciente. Lo trasladaron al
hospital y, después de varias pruebas, los doctores no pudieron
dar con la causa que pudo desencadenar ese ataque. Luego de
eso, Terrence no tuvo más episodios iguales; sin embargo, el
suceso se repitió el 25 de abril de este año…
—¡Oh, por Dios! —Marion se llevó las manos a la boca y miró
con asombro al psiquiatra, mientras las piernas le temblaban.
Ella llevaba esas fechas grabadas a fuego en su memoria, la
primera fue cuando su esposo llegó del frente y convulsionó, con
tanta fuerza, que el doctor Miller casi se rindió con él. La segunda
vez, fue el día que Fabrizio estuvo a punto de morir en sus brazos,
a causa de la úlcera perforada; negó con la cabeza porque no
entendía nada, pero hasta su mente llegó la primera reacción que
tuvo Terrence, cuando vio cómo aspiraban a su esposo, parecía
estar sufriendo con él.
—Espere un momento, doctor Rutherford… ¿Lo que usted
está queriendo decir es que Terrence pudo percibir las dos
ocasiones en que mi cuñado estuvo al borde de la muerte? —
Manuelle no podía creer lo que el psiquiatra le decía.
—Fue lo que concluimos, luego de que Terrence sufriera un
ataque de asfixia, hace una semana, justo en el momento que
Fabrizio despertó —respondió mientras lo miraban atónitos.
—Yo… lo noté algo alterado ese día… Estaba pálido y
sudoroso —murmuró Marion, acudiendo a sus recuerdos—.
También preguntó varias veces por el estado de mi esposo.
—Sí, recuerdo eso… ¿Cómo es posible? Hasta donde tengo
entendido, solo los gemelos comparten ciertas emociones y

188
sensaciones, pero ellos solo son primos, y la verdad es que nunca
hemos visto a Fabrizio sufrir algún episodio extraño, solo los
comunes de su condición. —Manuelle estaba intentando hallarle
lógica a todo.
—Es lo que también tratamos de averiguar, pero según todo
lo que ustedes, los padres de Fabrizio y él mismo me han contado,
parece que dicha conexión no es recíproca. Solo Terrence es
quien percibe todas esas sensaciones, lo que me hace enfocarme
en otro diagnóstico.
—¿Cuál sería? —preguntó Manuelle, interesado.
—Creo que primero se la compartiré a Terrence, ya veremos
si tiene sentido. —Se puso de pie y les ofreció la mano—. Muchas
gracias por recibirme, señora Di Carlo. Un gusto verlo, Manuelle.
—No tiene nada que agradecer, por favor, manténganos al
tanto.
—Si cuento con la autorización de Terrence, tenga por seguro
que lo haré, espero que se recupere pronto, hasta luego —
mencionó para despedirse y caminó hasta la puerta en compañía
de Manuelle.
Terrence lo esperaba a los pies de la escalera, se le notaba
bastante ansioso y sabía que, lo que estaba a punto de decirle, iba
a empeorar esa sensación en él. Le hizo un ademán para pedirle
que lo acompañara al despacho, no le parecía adecuado tener esa
conversación en medio del salón; sin embargo, no contaba con
que los Di Carlo le hubiesen mencionado el asunto a los
Danchester, ni que su paciente también lo compartiera con su
prometida, por lo que, ahora todos estaban a la espera de sus
comentarios.
—¿Qué te dijeron? —inquirió Terrence, mirándolo a los ojos.
—¿Fabrizio también tuvo alguno de los episodios? —
cuestionó Fiorella, que apenas podía mantener calmados su
nerviosos.
—¿Tendremos una terapia de grupo? —cuestionó Clive,
mirando a Terrence a los ojos, se le notaba algo incómodo.

189
—Como las que daban los psiquiatras en los hospitales
militares a los veteranos —respondió Terrence, recordando las
veces que asistió a esas reuniones donde les daban el mismo
diagnóstico a todos.
—Bien, si es tu decisión. —Clive accedió, suponiendo que lo
que su paciente no deseaba era tener que darles la misma
explicación a todos; así que le dejaría a él ese trabajo—. Su
excelencia, creo que sería mejor reunirnos en su despacho.
—Por supuesto, vayamos. —Benjen sujetó la mano de su
esposa y caminaron hacia el despacho, seguidos por los demás.
Al entrar, cada pareja ocupó su lugar, mientras lo miraban
expectantes. Clive caminó hasta una silla y, antes de sentarse,
suspiró con disimulo, esperando que nadie notase que no se
sentía muy cómodo con esa situación. Las sesiones debían ser
privadas e individuales, aunque, entendía la preocupación de los
familiares de Terrence, no quería que lo que estaba a punto de
decir, pusiera a su paciente en una situación que lo incomodaría.
—Por favor, Clive, dinos de una vez lo que averiguaste —
pidió Terrence, mirándolo a los ojos.
—Fabrizio no ha experimentado ninguno de los
acontecimientos que han puesto en peligro tu vida —respondió,
enfocándose solo en él; lo vio tensarse y su mirada reflejó cierto
temor—. Lo que me lleva a pensar en otro diagnóstico. —Clive
se ajustó los anteojos sobre el tabique—: Creo que padeces de
algo que aún sigue bajo estudio y se ha denominado: Trastorno
de Identidad Disociativo.
—¿Eso qué significa, Clive? —preguntó Amelia, angustiada,
pues se escuchaba como algo bastante serio.
—Como mencioné, no existen muchos estudios sobre ello,
aunque un grupo de colegas ha realizado algunos trabajos. Aquí
en América está el doctor Mortin Prince, fundador de «La Revista
de Psicología Anormal»2, y que ha realizado un extenso estudio

2
Primer periódico de lengua inglesa, dedicado exclusivamente a la psicoterapia.
Fundado en 1906.

190
sobre este fenómeno, a los que algunos llaman comúnmente
como: Personalidad Múltiple. Es un trastorno psicológico,
creado por el subconsciente.
—Espera un momento, Clive —pidió Terrence y respiró
hondo porque empezaba a alterarse—. ¿Estás queriendo decir
que todos esos episodios que he vivido han sido provocados por
mi mente?
—Sé que puede sonar absurdo, Terrence, pero es lo único que
podría darle una explicación a tu caso —respondió mirándolo a
los ojos, para que confiara en su palabra—. Existen casos
documentados de personas que, incluso, han desarrollado
padecimientos físicos, creados por su mente; es lo que llamamos:
Enfermedades Psicosomáticas… Puede que todos aquí piensen
que lo que digo es una tontería, pero el campo de la mente es tan
extenso y su poder es tan enorme, que después de siglos
estudiándola, no se ha terminado de conocer por completo, y es
muy probable que nunca se consiga, porque a diferencia del
cuerpo, la mente está hecha de cosas intangibles y difíciles de
explorar —explicó paseando la mirada por los presentes, que se
mostraban sorprendidos y hasta escépticos por sus comentarios.
—Si eso es así, ¿por qué justamente ha compartido los
episodios que vivió Fabrizio? —cuestionó Victoria, como
persona de ciencia, necesitaba una explicación más concisa, pero;
sobre todo, necesitaba que le aseguraran que Terrence no estaba
en peligro.
—Según los doctores, Janet, Flournoy, Ribot y Prince, quienes
más han ahondado en este tema, las personas que la padecen son
capaces de crear varias personalidades en sus cabezas, a las que
les dan distintas destrezas, padecimientos y caracteres; pero en el
caso de Terrence, solo creó una: la de Fabrizio Di Carlo —
contestó, mirando a Victoria, que cada vez se mostraba más
sorprendida.
Un pesado silencio se adueñó del lugar tras la declaración de
Clive, seguido de un tropel de dudas e interrogantes, que ninguno

191
se atrevía a esbozar, porque no sabían si eso empeoraría la
situación de Terrence, o aportaría algo de claridad a esa situación
tan confusa que él vivía.
—Yo llegué a creer que, ciertamente, era Fabrizio; deseaba
con todas mis fuerzas ser él —murmuró Terrence, sin poder
mirar a sus padres ni a Victoria, no quería lastimarlos—. Sin
embargo, eso no explica por qué pude experimentar las
convulsiones que él sufrió en agosto de 1916, ya que, en ese
entonces, yo ni siquiera era consciente de su existencia —expresó
con la mirada cristalizada. Estaba cansado de no poder darle una
explicación lógica a lo que le sucedía y así acallar los miedos que
lo atormentaban.
—Esto es solo una teoría, Terrence, quizá la más acertada para
describir tu caso, pero como ya dije, existen tantas cosas en
nuestras mentes, a las que, a lo mejor, nunca consigamos hallarle
una explicación lógica … Tal vez, eso que vives sea una condición
física, que se deba a una fuerte carga genética, heredada por tu
abuelo y que no recibió Fabrizio; también existe esa posibilidad,
pero es un tema que no manejo, aunque se podría buscar a
especialistas en el área —sugirió Clive, no quería dejarlo solo con
esa carga y con tantas dudas.
—No, me niego a ser un conejillo de indias… —dijo
Terrence, poniéndose de pie—. Muchas gracias por tu ayuda, si
me disculpan, iré a descansar, todo esto me tiene muy agotado.
Caminó de prisa hasta la puerta y salió del despacho, pudo
escuchar las voces de su madre y de Victoria, llamándolo, pero
en ese momento necesitaba estar solo, no quería que ninguna de
las dos fuese víctima de su frustración. No subió las escaleras
porque sabía que el primer lugar donde lo buscarían sería en su
habitación, así que siguió de largo y se dirigió hasta el establo,
seguramente, cabalgar le ayudaría a aclarar sus pensamientos y
calmaría sus emociones.

192
Capítulo 15

Las notas desafinadas y rápidas de un violín inundaban la


habitación, las mismas eran ejecutadas con energía por Joshua,
que ya se creía todo un profesional moviendo el arco con rapidez
y, en algunas ocasiones, lo hacía lentamente, dándole mayor
dramatismo a su interpretación. Aunque su abuelo apenas le
había explicado lo que era el instrumento y un poco de lo básico;
sin embargo, él quería saltarse esa parte e interpretar con maestría
el violín, delante de su padre.
Se apasionaba tanto que hasta los gestos improvisaba,
mientras que Manuelle trataba de soportar el disonante sonido
que ya lo tenía con dolor de cabeza, pero no se atrevía a decirle
que parara, porque estaba muy entusiasmado. Pero como si le
leyera el pensamiento o se hubiese cansado, se detuvo y como
todo un violinista profesional, bajó el violín, mostrándoles una
maravillosa sonrisa y les hizo una reverencia.
—¡Bravo! ¡Bravo!… Sin dudas, la mejor interpretación en
violín que he escuchado hasta hoy —dijo Fabrizio mientras
aplaudía. Podía hablar con mayor claridad y ya no era necesario
presionar la herida, pues había comenzado a cicatrizar. Desvió la
mirada a Manuelle, que también aplaudía, pero lo miraba con
sarcasmo—. ¿Qué?... Para mí, lo es, nadie podrá hacerlo mejor
que Joshua —reafirmó elevando una ceja y empezó a aplaudir
nuevamente, al tiempo que sonreía.
Ante la emoción, Joshua empezó a brincar, mientras sonreía.
—¡Ya sé! ¡Ya sé! —expresó emocionado—. ¿Quieres que lo
toque otra vez, papi? —Le preguntó mirándolo. Los ojos de su
tío, Manuelle, se abrieron desmesuradamente.

193
—Por supuesto. —Le dijo acomodándose en las almohadas,
para disfrutar de toda la energía que su hijo desbordaba, y de su
carita tomándose la interpretación realmente enserio. Poder vivir
esos momentos, era su mayor regalo. Joshua se acomodó el violín
y estaba por crear la primera nota, cuando alguien llamó a la
puerta.
—Adelante —respondió Manuelle, agradecido con quien
acababa de salvarlo de seguir aumentando su dolor de cabeza.
Clive Rutherford entró en la habitación y detrás de él, lo
hicieron el doctor Farrell y otra enfermera. Manuelle supo de
inmediato lo que eso significaba, Fabrizio vería a su familia; hasta
el momento, había sido toda una odisea mantenerle el secreto;
sobre todo, por Joshua, a quien no dejaban solo con su padre,
para que no cometiera la imprudencia de decirle algo, aunque ya
le habían dicho que debía guardar el secreto, porque era una
sorpresa.
—Buenos días, Fabrizio, Joshua, Manuelle —saludó Clive a
los presentes, pero dirigió su mirada al teniente, confirmándole
que la madre de Fabrizio esperaba afuera y debía prepararlo.
—Ven, Joshua, dejemos que el doctor hable con tu padre,
mientras seguimos con tus clases —dijo extendiéndole la mano.
—Está bien. —Joshua dejó a un lado el violín y corrió hasta
su padre, subió a la cama y le besó la mejilla—. Regresaré para
terminar el… ¿Cómo dijiste, papi? —Le preguntó, mirándolo.
—El concierto —dijo con una sonrisa llevando sus manos a
la cara de su hijo y le dio un beso en la frente—. Esperaré
ansioso… Ahora, dame un abrazo. —Le pidió y Joshua se aferró
a él.
—Nos vemos después, cuñado. —Manuelle le sonrió.
Le hubiese gustado estar allí para ver la reacción de Fabrizio,
cuando viera a su madre, pero era mejor dejar que el psiquiatra se
encargara de mantenerlo tranquilo. Salió con Joshua de la
habitación y vio a la señora Di Carlo junto a su hija, en el sillón
que habían puesto en el pasillo; les dedicó una sonrisa y luego se

194
alejó con su sobrino, antes de que a él se le ocurriera la brillante
idea de quedarse.
Clive tomó asiento en el sillón más cercano, mientras el doctor
Farrell revisaba los signos vitales de Fabrizio, y la enfermera
anotaba; al terminar, no se marchó como era costumbre, sino que
tomó asiento en el mueble de cuero de tres puestos, que estaba
al otro lado de la habitación. Ese gesto hizo que Fabrizio se
extrañase, ya que, por lo general, sus sesiones con el psiquiatra
eran privadas; así que de inmediato supuso que iban a tocar un
tema que podía alterarlo y por eso el doctor y la enfermera
permanecieron en la habitación.
—¿Cómo te sientes, Fabrizio? —preguntó Clive,
incorporándose un poco en el sillón, para estar más cerca del
paciente. Pudo notar que la acción del doctor lo había tensado.
—Yo… estoy bien, doctor Rutherford —respondió de
manera casual, pero decenas de interrogantes bailaban en sus
pupilas.
—¿Estás seguro? Creo que te has puesto algo nervioso —
acotó mirándolo fijamente, porque de su reacción dependería si
continuaba.
—Estoy bien —contestó mirando los ojos celestes del
psiquiatra, y suspiró para bajar la presión en su pecho—. Lo que
me gustaría es poder retomar mi vida, estoy cansado de este
encierro.
—Créeme que te entiendo, pero debes tener paciencia, tu
recuperación se llevará su tiempo. —Su voz era apacible, para ir
creando en él, un estado de calma. Lo vio asentir y decidió
continuar—: Fabrizio, seguramente, te has preguntado muchas
veces dónde estamos, ¿no es así? —inquirió adentrándose en el
tema.
—Sí, muchas veces. No he preguntado porque sé que Marion
confía en el lugar donde estoy, y eso me basta —contestó
recorriendo con la mirada la habitación—. Aunque,
definitivamente, no es un hospital, aquí hay demasiado lujo.

195
—Tienes razón, no es un hospital; y como dices, Marion
confía en quienes te tienen en este lugar. —Pudo ver cómo los
ojos de Fabrizio mostraron cierto desconcierto—. Tampoco nos
encontramos en Francia, fue necesario trasladarte a Gran
Bretaña, para poder realizarte algunas intervenciones —explicó
para ir dándole piezas.
Fabrizio pudo comprender varias cosas en ese momento, el
acento británico del psiquiatra, la presencia del doctor Farrell, el
lujo de ese lugar; sin embargo, seguía sin descubrir quién lo había
llevado hasta allí. Porque si se trataba del coronel Pétain, era
extraño que hasta el momento no se hubiese presentado para ver
cómo estaba.
—Entonces, ¿esto es un hotel? —preguntó y no le dio tiempo
a Clive para responder—. Y por el paisaje, podría decir que está
a las afueras de Londres —prosiguió, tratando de desenmarañar
la telaraña que se había formado en su cabeza.
—Lo siento, pero no has acertado —dijo mostrándole media
sonrisa, para aligerar un poco la tensión en su paciente.
Sin embargo, su gesto no causó el efecto deseado; por el
contrario, Fabrizio se tensó más. De repente, le pareció estar
atendiendo nuevamente a Terrence Danchester, ese gesto de
levantar la ceja izquierda con tal sarcasmo, se les daba a los dos
de la misma manera.
—Estuviste un tiempo en Londres, allí te realizaron dos
operaciones, pero después, te trasladaron a otro país.
—Vaya, entonces, di la vuelta al mundo en ochenta días —
dijo y en el aire vibró el sarcasmo y la alegría.
—La verdad es que te llevó mucho más tiempo estar donde
estamos —respondió Clive, viendo que iban por buen camino.
—Entiendo, doctor Rutherford… ¿Y se puede saber en qué
país hemos hecho la parada? —preguntó mirándolo a los ojos.
—Por una gran casualidad del destino, has llegado a Estados
Unidos de América —acotó observándolo y pudo ver cómo su
sonrisa se congelaba, mientras el pecho se le agitaba,

196
evidenciando que su respiración se había acelerado—. ¿Te asusta
estar aquí? —inquirió al ver su reacción, pero no obtuvo
respuesta audible, él solo dejó caer sus párpados—. Fabrizio…
Fabrizio, mírame. —Le pidió al ver cómo lágrimas corrían por
sus mejillas—. No debes alterarte, sé que no fácil, pero debes
esforzarte por permanecer tranquilo.
Fabrizio dejó de escuchar la voz del psiquiatra en cuanto
pronunció «América». Sabía quiénes estaban en ese país, porque
él había trabajado arduamente para llegar hasta ellos y; de algún
modo, lo había conseguido. Su mente fue colmada por los
recuerdos con su familia y decenas de emociones comenzaron a
sacudirlo con fuerza. Fue como si algo que había permanecido
dormido dentro de él, se despertara con una fuerza que no podía
contener; y lo estaba ahogando, así que separó sus labios y un
torrente de sollozos brotó de su garganta.
—Quiero verlos, por favor —rogó abriendo sus párpados y
un jadeo se escapó de su garganta, ante la magnitud de sus
emociones.
—Primero debes tratar de calmarte, Fabrizio, no es sano que
te alteres. Necesito que estés tranquilo, si no lo haces, no podrás
verlos…
—Deje de analizarme, doctor —exigió desesperado, tratando
de controlar el llanto—. Solo quiero verlos… Si no los trae, juro
que me importarán un bledo las restricciones médicas y saldré a
buscarlos —Le advirtió con cierta molestia.
—Está bien…, haré pasar a uno de ellos, solo a uno. —Desvió
la mirada a la enfermera, para que dejara pasar a la madre de
Fabrizio.
Fabrizio siguió a la enfermera con la mirada, mientras todo su
cuerpo temblaba y la ansiedad estaba a punto de hacerlo pedazos;
ni siquiera se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración
y que eso no era bueno para él; en ese momento, no sentía ningún
dolor. Por fin la puerta se abrió y le pareció que trascurriera una

197
eternidad, hasta que pudo verla; de inmediato, un jadeo se escapó
de su garganta y las lágrimas empezaron a salir a borbotones.
Ver a su madre después de tantos años, tantos dolores y
ausencia, era como presenciar un milagro, el más hermoso y
grande de todos; su mente viajó a la última vez que se vieron y
fue como regresar en el tiempo, de nuevo se sentía como un
adolescente de dieciséis años y no como el hombre de veintitrés
que era.
Los ojos de su madre estaban rebosantes de lágrimas, igual
que en aquel entonces, pero también tenían un brillo que le llenó
el alma de calidez; sollozó, aun sin poder creer que todo eso fuese
real, que ella estuviera allí. No podía apartar la mirada de ella, a
pesar de lo avergonzado que se sentía por haberse marchado
como lo hizo, por hacerla sufrir durante tantos años; deseaba con
desesperación que su mirada le pidiera perdón una y mil veces, ya
que su voz había desaparecido, deseaba que fuesen sus ojos los
que hablaran por él.
Fiorella se sentía tan abrumada por las emociones de verlo
despierto, que su cuerpo comenzó a temblar y las piernas no le
daban para llegar hasta él. Su corazón latía con la misma emoción
de la primera vez que lo tuvo en sus brazos o la que sintió dos
semanas atrás, cuando supo que estaba vivo; dejó escapar un
lento gemido, ante la imposibilidad de su cuerpo de correr hacia
él, como tanto deseaba.
Ver esos hermosos ojos colmados de lágrimas y ese gesto de
bajar su rostro, mostrándose apenado, le provocó la misma
ternura de años atrás, pues esa era la manera en la que su niño le
pedía perdón cuando cometía algún error. Ese solo gesto le
confirmó que era él, seguía siendo su niño, nada en él había
cambiado y podía sentirlo; su Fabrizio había regresado con ella,
eso la ayudó a liberarse del estremecimiento que recorría su
cuerpo y casi corrió hasta él.
—Mamá…, perdón… Perdóneme, mami; por favor,
perdóneme, nunca debí hacerla sufrir de esa manera —dijo en

198
medio del llanto que hacía que todo su cuerpo se estremeciera—
. No lo haré más, le juro que no me iré de nuevo, se lo juro, mamá.
—Mi niño…, mi Fabrizio, ya no llores, estás aquí conmigo.
—Ella le besó las mejillas casi con desespero mientras lloraba.
—Me arrepentí, mami… Actué sin pensar, pero le juro que no
quise hacerla sufrir. —Fabrizio se aferraba al abrazo, sintiéndose
un niño de nuevo, mientras se refugiaba en la extraordinaria
calidez del pecho de su madre y se dejaba envolver por ese olor
que lo llenaba de paz y que tanto había extrañado—. Yo la amo,
mamá… Sé que soy un mal hijo, pero la amo —pronunció,
queriendo fundirse en Fiorella.
Ella se abrazó a él y lo besaba cada segundo que tenía
oportunidad; era su hijo, aunque su tono de voz había cambiado
por uno totalmente gutural, aunque fuese un hombre mucho más
alto que ella, esa inocencia aun reinaba en su mirada. Le acariciaba
el cabello y la espalda, porque empezaba a sentir que le estaba
costando respirar, y no quería que tuviera una crisis; intentó
calmarlo dándole besos en la frente mientras lo arrullaba.
—¡Ay, hijito, te extrañé tanto!… Tanto, mi chiquito… Sigues
siendo mi chiquito. —Fiorella sentía que el corazón le iba a
explotar de tanta felicidad, de tener a su hijo entre sus brazos y
de que él fuese consiente de que ella lo amaba con cada fibra de
su ser—. Mi corazón, dime que no estoy soñando —pidió
sujetándole el rostro para mirarlo.
—Dígame usted que esto no es un sueño… Por favor, dígalo,
mamá, dígame que todo es real —suplicó mirándola y un jadeo
se quedó atrapado en su garganta, provocándole una punzada de
dolor.
Fabrizio sentía que se quedaba sin aire y se esforzó por
conseguir más, así que tomó una gran bocanada, para no tener
otra crisis, no quería que su madre fuera testigo de un episodio
tan horrible. En su afán por querer conseguir oxígeno, esforzó a
sus pulmones y se provocó un ataque de tos; su rostro empezó a

199
sonrojarse, lo que atrajo la atención de los doctores y la
enfermera.
—Mi niño, intenta respirar despacio… Fabri, hazlo conmigo,
no te desesperes —rogó Fiorella, sobándole el pecho para
ayudarlo.
—Fabrizio, cálmate y trata de tomar aire despacio, por favor,
no te esfuerces, porque será más complicado —acotó Clive,
mirándolo.
—Nosotros nos encargaremos —indicó Arthur con
determinación.
Fiorella estaba asustada al ver que su hijo no podía respirar y
trató de contener sus gritos de desesperación, mientras luchaba
contra la enfermera que intentaba alejarla de él. Quería ser quien
le frotara la espalda, como lo hacía cuando era un niño. Vio que
Fabrizio estaba empeorando y que ella dificultaba que lo
atendieran, así que cedió y se alejó, para permitir que el doctor le
pusiera la máscara de oxígeno.
—Prepara una dosis de sedante. —Le ordenó Farrell a la
enfermera, ya que el oxígeno solo servía para controlar la tos,
pero no para que se calmara. Fabrizio negaba con la cabeza y
Artur comprendía que no quería que lo sedaran, pero debía
hacerlo—. Tienes que calmarte, te prometo que todo estará bien.
—No, por favor… —Fabrizio intentó demostrar que podía
controlarse, para que no lo sedaran, pero lo hizo muy tarde, pues
ya la enfermera diluía el medicamento en la vía conectada a su
antebrazo y poco después sintió el líquido frío entrar en su
vena—. Por favor…, no…, no… Mamá, no me quiero dormir
—suplicó mirándola, ella se acercó a él, le tomó una mano y con
la otra empezó acariciarle el rostro, percatándose de cómo el
sedante empezaba a hacerle efecto—. Mami, dile que lo detenga,
por favor, me portaré bien, pero que no me duerma de nuevo —
pidió con la voz pesada—. Quiero verla, mamá, la he extrañado
demasiado… Ahora no quiero dormir.

200
—Tranquilo mi bebé, me quedaré contigo y, cuando
despiertes, estaré aquí, descansa —susurró en medio de lágrimas
y empezó a tararearle una de las canciones que le dedicaba cuando
niño, tratando de sorber sus lágrimas—. Ninna nanna marinare
(Nina nana de mar) 'Ngopp a varca, miezo o mare. (La barca en medio
del mar) Lo te parl e nun respunn (Yo te hablo y no respondes) Te si
perze miez o suonn (Estás perdido en medio del sueño).
La voz de Fiorella lo arrullaba como lo hacía cuando apenas
era un bebé de meses, mientras las lágrimas seguían saliendo con
facilidad y él apenas podía mantener los ojos abiertos. Los
doctores no tuvieron el valor para alejarla de su hijo; solo la
dejaron allí, mientras presenciaban esa escena que era
hermosamente dolorosa. Ella continuó con su canción, a pesar
de que ya Fabrizio estaba dormido, pero lo hacía porque eso
también la tranquilizaba, la enfermera le acercó una silla, para que
estuviese más cómoda.
—Gracias —dijo, tomando asiento sin soltar la mano de su
hijo, se la llevó a sus labios y le dio un eterno beso. Luego miró
al doctor—. Por favor, permita que me quede…, quiero estar
aquí cuando despierte —pidió, limpiándose las lágrimas, ella en
realidad no era consciente de que Fabrizio era un hombre, para
ella seguía siendo su bebé—. Se asustará si no me ve cuando lo
haga.
—Está bien, señora, la dejaré quedarse. —Arthur también era
padre y comprendía esa necesidad de la mujer por estar junto a
su hijo.
Fiorella asintió sonriendo con alivio y luego posó su mirada
en el rostro de Fabrizio y le acarició las cejas con ternura, al
tiempo que le daba muchos besos en la mano, sintiendo la
suavidad de su piel, que a cada minuto se hacía más fría. Sabía
que era por el sedante, pero quiso asegurarse de que su corazón
siguiera latiendo; con cuidado, acomodó la cabeza cerca del
pecho de su hijo, para escuchar los latidos de su corazón, y el
sonido comenzó a arrullarla hasta que se quedó dormida.

201
Manuelle estaba en su habitación, leyendo un libro mientras
Joshua hacía sus tareas de matemáticas, cuando escuchó que
llamaban a la puerta; de inmediato, se alarmó pensando que a lo
mejor algo le había ocurrido a Fabrizio. Sin embargo, no se
trataba de él, al parecer, el encuentro de su cuñado con su familia
había salido bien; quien solicitaba su presencia era el duque.
—Muchas gracias, dígale que enseguida estaré con él. —Le
respondió, dejando el libro de lado. El estómago se le tensó y el
corazón se le aceleró al sospechar de lo que Benjen Danchester
deseaba hablarle.
Le pidió a Joshua que siguiera haciendo sus tareas y que se
comportara bien, ya que lo dejaría al cuidado de Emma, que
acababa de salir de la ducha y se veía tan hermosa como siempre,
aunque solo llevaba una toalla enrollada en el cabello y una bata
de baño. Se acercó a ella y aprovechando que su sobrino estaba
concentrado y que no los veía, la agarró por la cintura para
sentarla en sus piernas y darle un intenso beso en los labios,
prometiéndole en ese gesto que no dejaría que nadie le hiciera
daño ni que los separara.
—¿Y eso a qué se debe, teniente? —preguntó ella,
sorprendida.
—Solo quise hacerlo, se ve muy hermosa hoy, señorita Rogers
—dijo con una sonrisa, ella le entregó el mismo gesto y le dio
otro beso, aunque más mesurado—. ¿Puedes cuidar a Joshua un
momento? El duque pidió hablar conmigo —dijo esquivándole
la mirada.
—Por supuesto —respondió y no le pasó desapercibida la
tensión en él—. ¿Está todo bien, Manuelle? —preguntó
directamente, porque sentía que le estaba ocultando algo.
—Sí…, sí, todo está bien. —Se alejó, para escapar de la mirada
escudriñadora de su novia—. Regreso en un momento.
Salió de la habitación sin mirarla, para que no descubriera el
motivo de su reunión con el duque, sabía que ella era tan intuitiva

202
como él, muestra de ello era esa pregunta que acababa de hacerle.
Llegó al despacho del duque, se echó hacia adelante y llamó a la
puerta; de inmediato, escuchó la voz del inglés, invitándolo a
pasar.
—Buenas tardes, señor Danchester —dijo al entrar y rodó la
silla para quedar cerca del escritorio—. Me dijeron que deseaba
verme.
—Buenas tardes, Manuelle, así es —respondió mirándolo a
los ojos, luego abrió la gaveta para sacar lo que le entregaría—.
Hace una hora recibí este sobre, es de parte del detective al que
le pedí que investigara a las personas relacionadas con su
prometida.
—Muchas gracias, señor Danchester, no se imagina lo
importante que es esto para Emma y para mí —expresó
realmente agradecido.
—No tiene nada que agradecerme, es el cuñado de mi sobrino
y eso nos convierte en familia —respondió Benjen con una
sonrisa amable. Ya no le resultaba tan incómodo hablar del
vínculo entre los Di Carlo y él—. Si necesita algo más, no dude
en acudir a mí; y, por favor, llámeme Benjen, recuerde que
acordamos eso —dijo porque a lo mejor, lo que estaba en ese
sobre no eran buenas noticias.
—Le tomaré la palabra, gracias de nuevo, señor… Benjen. —
Le ofreció su mano y salió del lugar para no quitarle más tiempo.
Durante todo el camino de regreso, se vio tentado de abrir el
sobre y ver lo que el investigador había conseguido, pero prefirió
esperar hasta que le contara a Emma lo que había hecho; después
de todo, se trataba de su vida. Llegó a la habitación y la encontró
sola, lo que le extrañó, pero ella le dijo que su sobrino había
insistido en que lo llevara a ver a Marion, porque deseaba saber
cómo estaba y hacerle compañía.
—Y bien, ¿para qué deseaba verte el duque? —preguntó
mirándolo a los ojos, pues la duda había quedado rondando en
su cabeza.

203
—Para darme esto —dijo entregándole el sobre. Ella lo
recibió y lo miró extrañada y él supo que era mejor explicarle
todo—. Antes de que lo abras, creo que debería sincerarme
contigo.
—¿Sincerarte? ¿A qué te refieres, Manuelle? —inquirió,
tensándose.
—Le pedí ayuda para averiguar lo que ha sido de las vidas de
Marcus Wilkinson y de tu padre.
—¿Que hiciste qué? —cuestionó mirándolo con un asombro,
que rápidamente fue reemplazado por la molestia y tiró el sobre
al suelo.
—Emma…, yo… solo quería ayudarte, te prometí que lo
haría.
—¿Buscando a los dos hombres que más daño me hicieron en
la vida? —cuestionó poniéndose de pie, se sentía furiosa.
—Necesitamos conocer qué ha sido de ellos, para saber si
siguen siendo una amenaza. —Rodó la silla para acercarse, pero
ella le rehuyó—. Tú te fuiste huyendo de este país por culpa de
Marcus Wilkinson y has regresado porque yo te lo pedí, lo último
que esperaba era que eso te pusiera en peligro… Solo estoy
tratando de protegerte, pero desde mi posición, es muy difícil, así
que necesito saber cuál es la que ocupa él, necesito tener esa
ventaja para poder defenderte.
—¡Por Dios! Hablas como si estuvieses organizando una
estúpida estrategia militar —espetó con rabia, se sentía
traicionada.
—¡Tal vez sea porque soy un jodido militar! —Manuelle no
pudo evitar alzar su voz, le molestaba que ella menospreciara sus
esfuerzos por cuidarla. La vio sobresaltarse y mirarlo horrorizada,
eso lo hizo sentir como un miserable, así que se acercó despacio,
buscando una tregua—. Emma, lo siento, no debí gritarte… Es
solo que… odio verte preocupada y tensa todo el tiempo; desde
que llegamos a este país, un miedo se apoderó de ti. Y no intentes
hacerme creer lo contrario, porque no lo conseguirás —dijo en

204
cuanto vio que ella negaba con la cabeza—. Solo deseo protegerte
y te juro que no le hubiese pedido ayuda a nadie, si no estuviese
en esta maldita silla de ruedas; habría ido personalmente hasta
Boston y les enseñaría a tu padre y a Marcus Wilkinson, cómo
debieron tratarlas a tu madre y a ti.
—Yo no quiero saber nada de ellos, nunca más. —No pudo
seguir luchando contra los sollozos que la ahogaban. Rompió a
llorar y se cubrió el rostro con las manos, porque odiaba
mostrarse débil.
—Jamás te expondría a un encuentro con ellos. —Le aseguró
y la agarró por la cintura, para sentarla en sus piernas, mientras la
envolvía con sus brazos—. Sé que no estuvo bien hacer esto a
tus espaldas, pero solo intentaba cuidarte, no quería que te
atormentaras pensando en lo que podía descubrir el detective…
Si lo deseas, ahora mismo botamos ese sobre a la basura y
hacemos como si nada hubiese pasado.
—Eso no haría que mis miedos desapareciesen —murmuró
ella con el rostro escondido en el cuello de él.
—Entonces, ¿qué deseas que hagamos? —preguntó,
moviéndose para mirarla a los ojos y le acarició la mejilla con
ternura.
—Necesito pensar…, dejémoslo en el cajón de la mesa de
noche, hasta que pueda decidir qué hacer —respondió
mirándolo. Manuelle asintió y se acercó para rozar sus labios, ella
le correspondió—. Siento mucho haberme alterado —dijo
bajando la mirada, pero él le sostuvo el mentón con el dedo para
que lo viera a los ojos.
—Y yo siento haberte gritado, juro que no lo haré otra vez.
Por favor, perdóname —pidió mirándola a los ojos.
—Te perdono, yo también me exalté. Pero si lo haces de
nuevo, será la última vez, porque no me volverás a ver, Manuelle
Laroche —pronunció mirándolo con seriedad—. No estoy
dispuesta a vivir ningún tipo de maltrato.

205
—Jamás te sometería a ninguno, en verdad, te amo, Emma; y
todo lo que deseo es cuidarte, aunque sea desde esta silla. —No
acostumbra a compadecerse por su condición de minusválido,
pero en ese momento, sabía que estar así lo limitaba para cuidar
de ella.
—Incluso, desde esa silla, eres más hombre de lo que jamás lo
han sido mi padre y Marcus, así que no te sientas mal ni te
menosprecies, Manuelle —dijo y le acarició las mejillas con
ternura.
Él la pegó a su pecho y atrapó sus labios en un beso repleto
de pasión y convicción, quería que ella se sintiera realmente
segura a su lado y que supiera que haría lo que fuese por
defenderla. Después de un momento, Emma se puso de pie y
recogió el sobre, lo guardó donde había dicho que lo haría. Se
tendieron en la cama, para descansar, pero los besos y las caricias
los llevaron a hacer el amor; después de todo, una reconciliación
no estaba completa, si no se sellaba con una entrega.

206
Capítulo 16

No sabía cuánto tiempo pasó dormido, pero cuando


despertó, fue consciente de un leve peso sobre su abdomen;
abrió los ojos lentamente y pudo ver la cabeza de su madre,
reposando sobre este, estaba dormida. Desde ese mismo
instante, él solo fue consciente de ella, acercó su mano y
acarició lentamente sus sedosos cabellos castaños, mientras las
lágrimas corrían por sus sienes y sentía como si estuviese
renaciendo. Ver a su madre después de tanto tiempo, era uno
de los regalos más grande que Dios podía darle.
Sorbió las lágrimas y luego soltó un suspiro, al sentir que
su respiración se agitaba; sabía que debía calmarse, sino quería
que lo volvieran a dormir. Solo deseaba admirar el rostro de
su madre dormida, descubriendo todos esos cambios que se
había perdido, había algunas líneas de expresión alrededor de
sus ojos, pero solo hacían que se viese aún más hermosa; con
cuidado, quiso acariciarlas.
Al parecer, ella fue consiente del temblor en su abdomen,
a causa del llanto; y de las caricias en sus cabellos, porque abrió
lentamente los párpados, mostrándole esos hermosos ojos
grises que tanto había extrañado. No dijeron nada, pues no les
hacía falta, sus miradas empañadas por las lágrimas hablaban
por ellos, y una sonrisa compartida se dibujó en sus rostros,
mientras la felicidad y la grandeza de estar así tan unidos,
como madre e hijo, los rebasaba.
Fabrizio sollozó al ser consciente de que nunca podría
recuperar los siete años que estuvo alejado de ella, pero en
adelante, solo viviría para adorar a su madre y a su familia.

207
Prometía dedicar lo que le quedaba de vida a sanar todas las
heridas que les causó, a compartir con ellos, con Marion y sus
hijos; solo esperaba que Dios fuese generoso con él y le
permitiera vivir mucho tiempo para cumplir con esa promesa.
Fiorella vio el remordimiento en los ojos de su niño, de
inmediato, se incorporó y llevó la mano hasta su rostro, para
secarle las lágrimas, mientras negaba con la cabeza y le sonreía,
porque no quería que él se sintiera culpable de nada. Se acercó
y le dejó caer una lluvia de besos en el rostro, dejando escapar
sollozos cargados de sentimientos.
—Mi niño…, mi hermoso niño… Te extrañé tanto… —
expresó acariciándole el rostro y le cabello con ternura, sin
dejar de besarlo.
—Ya no llore más, madre… Por favor, no derrame una
lágrima más por mí —suplicó Fabrizio, recogiéndolas con sus
pulgares.
—No puedo hacer otra cosa que llorar, pero es porque
estoy muy feliz, mi niño… Le pedí tantas veces a Dios, que
me permitiera mirarme de nuevo en tus ojos soñadores, que
me dejara sentir el calor de tus manos y escuchar tu voz, lo
hice con tanto fervor, que me escuchó y te mantuvo con vida
para que pudieras regresar. —Lo miraba embelesada.
—Siento mucho no haberlos buscado antes, pero tenía
demasiado miedo, mamá… Nunca recibí una respuesta a las
dos cartas que le envié y pensé que ustedes me odiaban —
confesó sollozando.
—¡No, no digas eso, Fabrizio! Nosotros jamás te
odiaríamos. Fransheska y tú son el amor más grande que tu
padre y yo tenemos, son nuestro tesoro; y ahora que también
tienes un hijo, debes ser consciente de que, sin importar los
errores que cometan nuestros niños, siempre vamos a estar
para ellos. Tu padre y yo, te amaremos de manera
incondicional —pronunció mirándolo a los ojos, para que
supiera que le decía la verdad.

208
—Pero yo fui… tan cruel e insensato, actué por impulso y
no medí las consecuencias que tendrían mis actos. Solo
pensaba en mi dolor y no me detuve un instante a pensar en
ese que le provocaría a ustedes.
—Ya no te atormentes más con eso, mi pequeño, vamos a
olvidarnos de todo ese dolor y dediquémonos a ser felices —
pidió mirándolo y sonriéndole—. Mejor déjame traer a alguien
que está desesperada por verte. —Se puso de pie y caminó
hasta la puerta.
Antes de abrir, les dedicó una mirada a los doctores, para
pedirles permiso, ambos asintieron y ella les agradeció con una
sonrisa; luego abrió la puerta y su mirada se encontró con la
de su hija, que de inmediato se puso de pie. Fabrizio vio entrar
a su hermana y rompió en llanto, mientras extendía sus brazos
para abrazarla.
—Ni se te ocurra llorar, Peter Pan. —Le exigió con la voz
ahogada por el llanto, mientras lo miraba a los ojos.
Fransheska lo abrazó con mucha fuerza, sintiendo que
ahora sí estaba completa. Un sollozo se escapó de la garganta
de Fabrizio, la había extrañado demasiado; sus charlas, sus
ocurrencias, la complicidad entre los dos.
—Te dije que no lloraras. —Le reprochó, aunque ella
igualmente lo hacía.
—Campanita, mi Campanita —expresó, llorando y llevó
las manos a sus mejillas, para acercarla y besarle la frente—.
No te imaginas la falta que me hiciste —confesó mirándola a
los ojos.
—Fabri…, también te extrañé tanto, hermanito —habló
con la verdad, porque durante ese tiempo que Terrence no
estuvo con ella, había sentido un enorme vacío en su pecho.
—Mi pequeña y bella hada, qué hermosa estás. —El llanto
y la culpa lo invadían de nuevo, se alejó un poco y se perdió
en la mirada gris de la que no dejaban de brotar lágrimas, que
él intentaba secar con sus pulgares—. Perdóname, hermanita,

209
te lo suplico…, perdóname por dejarte… Soy un desgraciado
porque te prometí que nunca nadie nos separaría, y terminé
siendo yo quien lo hiciera…
—Eso no importa, Fabri… Ya no importa porque estás
aquí conmigo, regresaste. —Una carcajada de felicidad se
atravesó en su garganta, confundiéndose con sus lágrimas;
cerró con sus manos las muñecas de su hermano y se alejó
para mirarlo mejor—. Eres tú, realmente eres tú… ¡Estás
vivo!… Déjame pellizcarte, para ver si no estoy soñando —
dijo y agarró una mejilla de Fabrizio, apretándola.
—¡Auch! —Se quejó por el pellizco y ella sonrió con
picardía, como cuando era niña—. Campanita, es al revés…,
quien tiene que pellizcarte, soy yo —acotó sonriendo, era
imposible no hacerlo con ella.
—Hazlo, entonces, ¡¿qué esperas?! —dijo, agarrando la
mano de su hermano, le dio un beso y se la llevó a la mejilla.
—Mejor con un beso… o con dos, tres, cuatro… —
Fabrizio repartió besos por todo el rostro de su hermana,
estaba feliz.
Sin embargo, no dejaba de llorar y se abrazó una vez más a
ella, se sentía en un sueño; pero, evidentemente, no lo era, el
pellizco de su hermana se lo dejó claro. No podía creer que ya
fuese toda una mujer, estaba tan hermosa y elegante, parecía
una reina. Un gran sollozo se atravesó en su garganta y no
pudo retenerlo.
—No…, no llores, hermanito. —Fransheska quiso alejarse
para calmarlo, pero Fabrizio se aferró más a ella.
—Me he perdido de tanto, por estúpido, por cobarde, por
egoísta…, por… —habló en medio de las lágrimas.
—Por dolor, por desespero…, desasosiego —completó
ella y; esta vez, sí se alejó para mirarlo a los ojos—. Deja de
llorar, Peter Pan, sabes que nunca me gustó verte así, no lo
hagas. —Le pasó los pulgares por las mejillas, para secar sus
lágrimas—. Te ves horrible cuando lloras.

210
—Entonces, deja de hacerlo tú también, porque no pareces
precisamente un hada… Luces horrible y, si tu esposo te ve
así, seguro te pedirá el divorcio, aunque no sin antes dar un
grito de espanto —dijo, sonriendo. Fransheska lo miró con
asombro y su sonrisa se hizo más ancha—. Sí, sí…, sé que te
casaste… Cuando te comprometes con alguien importante, es
imposible que no salga en los diarios, así que me enteré de que
habías encontrado a tu príncipe… Fran…, yo… —
Nuevamente, las lágrimas rodaron por sus mejillas, pero ella
negó para que no llorara—. Cuando me enteré de que te
casabas, quise estar presente, así que trabajé mucho para
ahorrar y poder comprar los pasajes, pero todo me salió mal,
no estaba en mis planes que me enfermara, solo quería verte
vestida de princesa… Pero no pude…, no pude… Lo siento,
Campanita…, siento no haber cumplido mi promesa.
—Deja de llorar. —Le pidió con una gran sonrisa,
acariciándole el rostro para secar su llanto—. Podrás cumplir
tu promesa, todavía no me he casado.
—Pero si me han dicho que han pasado más de tres meses,
y tú te casabas en mes y medio —dijo con el desconcierto
dominándolo.
—Así es, pero no lo hice —respondió sonriente.
—¿Acaso se atrevió a dejarte plantada ese desgraciado? ¿O
hizo algo para que cancelaras la boda? —cuestionó mirándola
fijamente y, sin esperar respuesta, se movió para intentar salir
de la cama—. Ya mismo lo voy a buscar —amenazó,
queriendo ponerse de pie.
—Espera un momento, gallito de pelea. —Le dijo Fiorella
con una sonrisa y lo sostuvo por los hombros.
—¡Claro que no! —Fransheska soltó una carcajada, su
hermano no había cambiado—. Pospusimos la boda porque
la prima de Brandon tuvo que atender un asunto muy
importante en Europa y regresó hace poco, ella es como una
hermana para mi prometido, así que decidimos esperarla. —

211
Fue prudente porque después de lo que les contara Marion,
sabía que no debía hablar de Terrence, no por el momento—
. Lo que significa que no te has salvado, aún falta un mes, para
que me entregues en el altar —dijo con una maravillosa
sonrisa.
—¡Eso dalo por hecho! —expresó con emoción y le besó
la mejilla—. Pero primero quiero hablar con ese hombre que
piensa llevarse a mi Campanita —añadió con tono serio.
—¡Ah, pero mira qué descaro, mamá! —Se quejó paseando
su mirada llena de asombro entre los dos, su madre solo
sonreía admirándolos—. Él quiere hablar con Brandon,
seguro para amenazarlo, pero no me preguntó hace cinco
años, si yo quería ser tía o si tú querías ser abuela… Te puso
vieja, mami.
—¿Vieja yo? —Se llevó una mano al pecho, fingiendo
asombro.
—No, mamá, usted es la abuela más joven y hermosa que
pueda existir —alegó abrazándola y dándole un beso en la
frente—. Es más, si quiere, puede ver a mi hijo como un
sobrino.
—¡Ah, no! Eso sí que no, ya me emocioné siendo abuela…
Gracias, mi niño, gracias por regalarme un nieto tan hermoso,
que me tiene enamorada. Hasta duerme conmigo, ¡y creo que
no te lo regresaré! —expresó dejando ver su gran felicidad.
—¡Mamá, no! —dijo Fabrizio, haciendo un puchero.
—¿Cómo que no? Si dentro de poco tendrás otro, para que
lo consientas, mientras yo me quedo con Joshua; claro, a
menos que no quieras —respondió ella, imitando su puchero.
—No es eso, mamá… Pensé que sería yo, quien dormiría
con usted, como antes —mencionó con una actitud algo
infantil, era como si el tiempo hubiese regresado y él fuera un
adolescente.
—Pero, Fabrizio…, si el niño es Joshua —indicó
sonriendo.

212
—Sí, pero recuerde que yo también soy su niño —acotó
con un tono de reproche, sin dejar de lado lo malcriado.
—¿Acaso sientes celos de tu propio hijo, Fabrizio Alfonzo?
—Le preguntó, entrecerrando los ojos y lo miró fijamente.
—No me extrañaría para nada, siempre fue muy celoso —
acotó Fransheska con una sonrisa traviesa.
—No, no estoy celoso —dijo, desviando la mirada.
Las dos soltaron una carcajada que lo hizo sonrojarse, pero
para que no se sintiera mal, le besaron las mejillas al mismo
tiempo, y él les entregó la mejor de sus sonrisas, sintiéndose
realmente consentido. Siguieron hablando para ponerse al día
de todo lo que habían vivido, aunque no tocaron el tema de la
guerra, porque Marion les había dicho que a él no le gustaba
hablar de esa etapa de su vida, y ellas lo entendían.
—Fabri, ¿cómo es eso de que conociste a Casimiro Aín y
que fue él, quien te dio las entradas para el Festival Mundial
de Tango? ¿Cómo no fuiste capaz de enviarme al menos un
telegrama anónimo? —Le reprocho, cruzándose de brazos y
mostrándose molesta.
—Lo siento mucho, Campanita, pero todo pasó muy de
prisa; además, yo apenas estaba recuperando mi vida,
trabajando y estudiando; además, esa invitación fue algo
inesperado… Fue el único evento importante al que asistí en
estos años —dijo, sonriendo al recordarlo—. También debo
decirte que tuve la oportunidad de ver cantar al grande, Carlos
Gardel. —Esperaba que su hermana lanzara un grito de
emoción, pero Fransheska no reaccionó así.
—Tranquilo, solo estoy bromeando… Yo también conocí
a Carlos Gardel —dijo apenas emocionada—. Fue por
casualidad en un restaurante de París, pero él fue muy amable,
me había visto bailar noches atrás, en un club en Beauvais…
Se acercó a nuestra mesa y compartió durante algunos
minutos, luego se marchó y; después de un rato, trajo a sus
músicos y me pidió que bailara con él —expresó con algo de

213
emoción y sonrió al ver a su hermano parpadear con
asombro—. Después, me dedicó una canción muy hermosa,
nunca la había escuchado, así que imagino que todavía no la
estrenaba; a decir verdad, tampoco la he escuchado en la radio,
tal vez la presentará más adelante, me regaló la letra, se llama:
«El día que me quieras» —recordar ese momento la hacía feliz,
pero pensar en lo que sucedió después con Brandon, la
entristecía, pues estuvo a punto de perderlo.
—¿Lo dices en serio, Fran? ¿Bailaste con él y hasta te
dedicó una canción? —inquirió desconcertado, porque su voz
y su actitud no eran la de una chica que vivió todo eso junto a
su amor platónico.
—Sí, es un hombre encantador, creo que esa nota debe
estar en nuestra casa de Florencia, ¿no es así, mamá?
—Sí, con todo lo demás que te envió —dijo ella, sonriente.
—¿Cómo que todo lo demás? —preguntó Fabrizio,
parpadeando.
—Mi vida…, es que Gardel quedó prendado de tu
hermana, y hasta cartas le envió a la casa. —Le dijo Fiorella,
más emocionada.
—¿Y qué sucedió? —preguntó intrigado y miró a su
hermana.
—Me pidió que le permitiera visitarme, pero no lo
acepté…
—¡¿Qué?! ¿Estás loca, Campanita?… ¿Cómo rechazaste a
Carlos Gardel?… ¡A tu amor de toda la vida, aparte de Ángelo!
—Estaba impresionado porque ella tuvo la oportunidad de ser
la esposa de uno de los hombres más reconocidos
mundialmente, y lo rechazó.
—Cuando lo conocí, ya me había enamorado de Brandon
—dijo con una maravillosa sonrisa y miró a su hermano a los
ojos, sabía que él la comprendería—. Mi novio cambió por
completo mi concepto acerca del amor, y pude diferenciar
entre una ilusión y el amor real.

214
—Entonces, tiene que ser un gran hombre, tu Brandon —
dijo con una sonrisa, acariciándole con el pulgar la mejilla. Él
sabía lo que era estar enamorado, y todo en Fransheska gritaba
que estaba muy enamorada del que sería su esposo; su mirada
parecía una noche colmada de estrellas—. Pero dime, por lo
menos, que sabe bailar tango —pidió sonriente y haciendo
montoncito con los dedos.
—No tanto como Carlos, pero Brandon se defiende…
Además, ¿qué tanto me criticas? Si te casaste con una
enfermera, y bien que decías: «Odio el olor a hospital». No te
gusta y ya vas por el segundo hijo, con una chica que siempre
olía a medicamentos y que hasta es menor que yo. —Le
reprochó, sonriendo con malicia.
—Lo acabas de decir, hermanita, el amor puede cambiarlo
todo; y ahora adoro el olor a hospitales, pero solo el que está
impregnado en la piel de mi esposa —dijo mostrándose
verdaderamente feliz.
Ya no le daba vergüenza mostrar sus sentimientos delante
de ellas, porque ahora tenía la absoluta certeza de que era
correspondido. Marion le había demostrado un amor
incondicional, maravilloso y sincero, desde que se hicieron
novios; y que había crecido día a día, desde ese entonces. Ellas
también se mostraron felices al saber que él había encontrado
a la mujer que se merecía, que lo hacía verdaderamente feliz;
solo les bastó ver el brillo que desprendió su mirada cuando
habló de ella.
—Disculpen. —El doctor se acercó a ellos—, lamento
mucho interrumpir su charla, pero Fabrizio debe descansar;
en diez minutos le toca el medicamento y lo pone a dormir.
—Tiene razón, doctor, disculpe —dijo Fiorella,
levantándose.
—Tranquila, señora Di Carlo, comprendo su emoción.
—Doctor, ¿podría dejar que se queden conmigo? —pidió,
porque no quería separarse de ellas ni cuando durmiera.

215
—Mi vida, debes descansar, te prometo que regresaré y me
quedaré toda la noche contigo. —Lo besó para despedirse.
—Yo también, Peter Pan —susurró Fransheska,
besándolo.
—Mamá… ¿Y Papá? —preguntó, tomándole la mano y
sintiendo un gran nudo en la garganta. Hasta el momento no
había preguntado por él, pero le había extrañado no verlo allí.
—Él está muy ocupado en los laboratorios, desde que
llegaste no ha parado de trabajar para crear la fórmula que te
están administrando, pero lo verás esta noche; está igual de
feliz que todos, por que estés con nosotros —pronunció,
dándole un beso en la mano y mirándolo a los ojos, había
notado su temor al preguntar por Luciano, y sabía por Marion,
cómo se había torturado todo ese tiempo—. Está todo bien,
ahora duerme, mi chiquito hermoso. —Le dijo con ternura.
—Eso es un chiste, ¿verdad, mamá? —comentó con
sorna—. Si parezco un esqueleto y estoy tan blanco que
seguro me veo como un fantasma.
—A mí no me lo pareces y estoy segura de que a Marion
tampoco. —respondió y se acercó dándole un beso en la
frente.
—Sí, estás sumamente apuesto, ¿quién iba a pensar que ese
adolescente horrible, se convertiría en un hombre que arranca
más de un suspiro? —Le dijo Fransheska, depositándole un
beso en la mejilla; y Fabrizio la abrazó para despedirse.
—Te amo, mi bebito... Descansa y recupérate pronto.
—Yo también las amo mucho —pronunció con la voz
ronca por las lágrimas que le habían inundado la garganta.
—Y nosotras a ti, Peter Pan —dijo Fransheska,
abrazándolo muy fuerte—. Regresaremos esta noche,
descansa. —Le dio un beso y, después de eso, caminó hacia la
puerta junto a su madre.
Después de un par de minutos, estaba solo en la habitación
mientras su mirada se perdía en la vista que se apreciaba a

216
través de la ventana, y alguna lágrima caprichosa corría por su
mejilla, al recordar que hacía solos unos instantes, estuvieron
a su lado su madre y hermana. Sentía como si estuviese en el
más maravilloso de los sueños, ese que tantas veces recreó en
su mente, pero que ahora era su más hermosa realidad. Cerró
los ojos y, una vez más, se quedó dormido.

Terrence se sentía feliz al ver la actitud de Fransheska y de


Fiorella, ellas casi flotaban de la felicidad, cuando se
encontraron en el pasillo; le dijeron que acababan de salir de
hablar con Fabrizio y que todo había vuelto a ser como antes;
que sentían que el tiempo no había pasado. Él no pudo evitar
sentirse celoso, pero enseguida se reprochó porque no era
justo que pretendiera seguir recibiendo las mismas atenciones
de cuando era Fabrizio, debía aprender a lidiar con ello y a
aceptar que su rol dentro de la familia Di Carlo, había
cambiado.
Se despidió de ellas porque se le hacía tarde para ir a la
rueda de prensa, bajó las escaleras y se reunió con los
hombres, pues las damas aun no estaban listas. Diez minutos
después, vio a su madre, Victoria y a Annette, bajar las
escaleras, su pecosa lucía hermosa y solo bastó con que sus
miradas se encontraran, para que todo el miedo que sentía
desapareciese, se acercó a ella y la abrazó con fuerza.
—Todo estará bien, ya lo verás —susurró Victoria,
acariciándole la espalda y le dio un par de besos en la mejilla.
—Lo sé, aunque confieso que estaba un poco asustado,
pero teniéndote a mi lado, sé que no habrá nada que me haga
daño.
Victoria le entregó su mejor sonrisa y le acarició el cabello,
mirándolo con todo ese inmenso amor que sentía por él;
luego, recibió su brazo y caminaron hacia la puerta. Estaban
por salir de la casa, cuando escucharon unos pasos rápidos que
se aproximaban, se volvieron y descubrieron que era

217
Fransheska, quien bajaba las escaleras casi corriendo, y
Fiorella caminaba con prisa detrás de ella. Les hicieron saber
que lo acompañarían y; aunque él les aseguró que no era
necesario, no consiguió que desistieran. Sabían que era mejor
afrontar esa situación como una familia.

El gran salón de convenciones del Palace se encontraba


colmado de periodistas; y no era para menos, el caso de
Terrence Danchester, era el tema del que todo el país estaba
hablando. Sobre todo, después de que se supiera que
contraería matrimonio con la heredera de la insigne familia
Anderson, y que también estaba relacionado con la misteriosa
familia Di Carlo, que pronto emparentaría con el magnate
bancario.
Además, el interés de las personas se agudizaba porque el
ex Heldentenor, recientemente había recibido el título de
conde de Wallingford, de manos del mismísimo Rey Jorge V
de Inglaterra. Todo eso tenía a los periodistas muy ansiosos y
expectantes, por lo que, cada vez que se abría alguna puerta,
todos volteaban en dirección a esta, a la espera de que fuese el
chico o algún miembro de su familia, a pesar de que aún
faltaban unos minutos para que la rueda de prensa comenzara.
Mientras tanto, en el salón contiguo, hacían entrada la
familia Danchester, acompañada por los Anderson, los
Cornwall y los Di Carlo, así como por los esposos Rutherford
y todo el equipo de abogados. Luciano se sentía tan nervioso
como Terrence, porque sabían que, si los periodistas
comenzaban a indagar sobre las cosas que habían acordado
decir, podrían verse en serios problemas, quizá no legales,
pero las imágenes de ambos quedarían desacreditadas.
El abogado que actuaría como moderador, les anunció que
la rueda de prensa comenzaría en cinco minutos, y que el salón
estaba lleno de periodistas. Los abogados se reunieron para
revisar una vez más lo acordado y ultimar detalles con

218
Terrence, Benjen y Luciano, ya que serían ellos los que estarían
sobre el podio, respondiendo las preguntas, el resto de los
presentes debería sentarse en los puestos que habían
organizado dentro del salón, pero alejados de los reporteros,
para que no pudiesen incomodarlos, queriendo hacer
preguntas ventajosas.
—Creo que Ernest, estará realmente tentado a darte el
próximo protagónico, nunca un salón se había llenado así para
una rueda de prensa —esbozó Allison, para relajar a Terrence,
se notaba tenso.
—Gracias, Ally, pero eso no me relaja mucho, solo deseo
que esto termine pronto y poder regresar a la tranquilidad que
tenía meses atrás.
—Por lo pronto, debes prepararte para lo que te espera
ahora, Terrence, nunca has tenido problemas para manejar al
público y esta no será la excepción, solo debes concentrarte
—mencionó Clive, viendo que estaba realmente nervioso—.
Bueno, nosotros los dejamos solos unos minutos, para que
puedan conversar; iré a ver cómo está Luciano. —Se alejó
tomado del brazo con su esposa.
—Yo tengo una mejor idea para que te relajes —dijo
Victoria una vez que los vio alejarse y le acarició con suavidad
la espalda, él se volvió para mirarla a los ojos, la sonrisa en ella
se hizo más amplia y se acercó a su oído—. Después que
salgamos de aquí, buscaré la manera de raptarlo y llevármelo a
donde podamos estar solos; una vez allí, prometo besarlo,
acariciarlo, desvestirlo… —Vio cómo Terrence mostraba
media sonrisa, así que continuó—: Me deleitaré admirándolo
desnudo y luego lo haré mucho más, cuando el placer de
nuestra unión me recorra y viaje al cielo, aferrada a su cuerpo.
—Pecosa. —Le advirtió con la voz ronca—. Será mejor
que dejes de decir esas cosas o harás que entre a ese salón,
lleno de periodistas, con una erección del tamaño del Big Ben.

219
Victoria lo miró con asombro y soltó una carcajada al
tiempo que se mordía el labio y se sonrojaba, pues su
comentario también la había excitado. Terrence no pudo
resistir el deseo de perderse en los labios de su novia, se movió
para darle la espalda a los demás y atrapó su boca en un beso
lento y profundo.
—Creo que, en lugar de relajarme, me has desconcentrado
por completo, ahora no recuerdo siquiera lo que tenía que
decir, solo pienso en lo que sucederá después de esta tediosa
rueda de prensa —susurró contra los labios de ella, mirándola
a los ojos.
—Solo debes ser tú mismo… ¿Recuerdas lo que me dijiste
una vez en Escocia? «Solo deseo ser yo mismo» … Ahora es
tu oportunidad para serlo, Terry. Dejarás atrás a Fabrizio y
volverás a ser tú, podrás tomar de nuevo las riendas de tu vida
—dijo mirándolo a los ojos.
Terrence asintió un par de veces mientras le sonreía, lo
emocionó que ella recordara sus palabras; de inmediato, sintió
cómo la confianza se iba apoderando de su cuerpo y le daba
la valentía para afrontar esa situación. Se volvió para mirar a
los demás y todos le sonreían, demostrándole que podía
contar con ellos. Agarró la mano de su novia y caminó para
entrar a la sala de convenciones, Victoria tenía razón, ese era
su momento y debía aprovecharlo para recuperar su vida.

220
Capítulo 17

Un rumor recorrió el salón cuando la puerta se abrió y


salieron los abogados de la familia Danchester, luego el doctor
Clive Rutherford; lo que sorprendió a muchos, dado que era
el esposo de la soprano Allison Foster; quien, según rumores,
había tenido una relación sentimental con el heldentenor. Al
psiquiatra le siguió Luciano Di Carlo, los duques de Oxford y;
finalmente, Terrence Danchester, quien venía tomado de la
mano de Victoria Anderson; de inmediato, todas las miradas
se posaron en la pareja.
Terrence echó un vistazo hacia el salón y vio a la gran
cantidad de personas que se hallaban allí reunidas, en un
segundo, el miedo se apoderó de él, sintió que el estómago se
le encogía y sus manos comenzaban a temblar, cubriéndose
también de una ligera capa de sudor. Victoria pudo apreciar el
cambio en él y apretó más la unión de sus manos, acariciando
con su pulgar el dorso, para ayudarlo a relajarse, no quería
alejarse de él, pero habían acordado que ella no subiría al
escenario, así que lo soltó; sin embargo, al ver que su novio se
quedaba paralizado frente a las escaleras, regresó hasta él.
—Todo estará bien…, amor, mírame. —Él se volvió y ella
pudo ver la angustia en sus ojos—. Terry, sé que eres capaz de
salir triunfante de esta prueba, dentro de tu corazón está la
fuerza para hacerlo, solo tienes que encontrarla —susurró y
sin importar que el salón estuviese lleno de personas, lo besó
en los labios con gran ternura—. Te amo muchísimo, te amo
—dijo para llenarlo de confianza.

221
—Gracias, Vicky… Yo también te amo con toda mi alma
y te prometo que haré esto por los dos, gracias por estar aquí,
pecosa —expresó con los ojos ahogados en llanto y la besó de
nuevo.
Después de eso, se alejó de ella, llenó sus pulmones de aire
y puso un pie en el primer escalón, sintiendo que un peso se
instalaba sobre sus hombros, pero no dejó que eso lo venciese
y avanzó un poco más. Continuó con pasos seguros hasta
llegar a donde lo esperaban los demás. Amelia notó el
nerviosismo de Terrence y la sorprendió, pues su hijo jamás le
había temido a un escenario, menos al público.
—Siéntate junto a mí, cariño. —Se acercó a él y le extendió
la mano con una hermosa sonrisa, para llenarlo de confianza.
Terrence le agradeció ese gesto y se sentó junto a ella, justo
en el centro de la mesa, desde donde podía ver a todos los
periodistas; no obstante, intentó no fijarse en ninguno y
desvió su mirada a donde estaban las personas que lo amaban
y le sonreían. Se sirvió un poco de agua y la bebió de un trago,
luego le hizo una seña al abogado que se encargaría de
moderar, para que diera inicio.
—Buenas tardes, caballeros… Debo agradecerles por la
paciencia y la colaboración que nos han brindado el día de hoy,
intentaremos que esto sea lo más rápido y sencillo posible.
Primero, el señor Terrence Danchester les contará lo sucedido
la noche del 04 de octubre de 1916… Luego les explicará la
razón por la que ha permanecido alejado de su entorno todos
estos años, así como el lugar en donde estuvo y; finalmente,
se hará una ronda de preguntas, que los presentes
responderán, solo si consideran que deben hacerlo. Esto no
es un juicio y; por lo tanto, no están obligados a ello. Espero
que sigan el lineamiento, guarden silencio y tengan paciencia;
de ser así, saldrán de este lugar con sus dudas esclarecidas. Sin
más que agregar, empezamos —explicó Theodore y tomó
asiento junto a sus colegas.

222
—Buenas tardes, caballeros —pronunció Terrence,
acallando los murmullos que recorrían el salón—. Al igual que
el licenciado Rumsfeld, les agradezco su presencia en este
lugar, lamento si han visto truncados sus intentos de tener
algún adelanto durante la semana, pero lo justo era que todos
tuvieran acceso a la información al mismo tiempo; dicho esto,
comenzaré. —Respiró profundamente para aligerar la presión
que sentía sobre su espalda y tragó para pasar el nudo en su
garganta—: La noche del 04 de octubre de 1916, a eso de las
ocho y veinte de la noche, salí de un pequeño restaurante en
el centro de la ciudad, y me disponía a subir a mi auto, cundo
fui interceptado por dos sujetos… —Terrence continuó su
relato de los hechos.
Los periodistas escuchaban atentamente cada palabra, sin
hacer ningún comentario, solo se dedicaron a tomar nota de
los detalles relevantes; aunque, en realidad, toda la historia era
sumamente interesante. El cantante estaba dando detalles que
ellos pudieron constatar cuando sucedió el accidente, como
que el cadáver encontrado fue reconocido solo porque estaba
dentro del auto y llevaba un anillo que le pertenecía, esas
fueron las únicas pruebas por las que la policía y su padre
llegaron a la conclusión de que se trataba de él.
—Desde el mismo momento que desperté, Luciano
intentó ayudarme, me pidió que le contara todo lo que
recordaba y así lo hice…, intenté exponer con un poco de
lógica el remolino que giraba en mi cabeza, pero todo lo que
recordaba era la explosión; antes de eso, no recordaba nada,
ni mi nombre, dónde vivía o trabajaba, ni siquiera si tenía
familia… En el lugar donde debían estar mis recuerdos, solo
había un gran espacio lleno de sombras y murmullos que no
lograba descifrar, todo era muy confuso y, con el pasar de los
días, más me desesperaba. Luciano seguía creyendo que yo era
su hijo y que por algún motivo había venido a parar a América,
así que me llevó con él a Italia. Después de un tiempo, la

223
familia Di Carlo comprendió que yo no era a quien ellos
buscaban, aun cuando el parecido físico era impresionante, yo
no era Fabrizio Di Carlo. —Su voz sonó firme cuando dijo
esas palabras y eso lo hizo sentir bien, porque ya no tenía el
deseo de ser nadie más que no fuera él, bebió un poco de agua
y siguió—. Esperamos unos días para ver si se daba alguna
mejoría e; incluso, fui a ver a varios doctores, pero ninguno
logró ayudarme… Así trascurrió el tiempo y, mientras
Luciano seguía en la búsqueda de su hijo, yo también seguía
intentando recuperar mi pasado. Después de unos meses y en
vista de que ninguno de los dos logramos los resultados
deseados, le pedí que me dejara quedar en su casa y ocupar el
puesto de aquel chico que habían perdido siendo un niño,
sabía que no era lo mismo y que me arriesgaba a que ellos
malinterpretaran mi petición, pero no deseaba reemplazar a
Fabrizio ni imponerles mi presencia, solo quería hacerles un
poco más llevadero el dolor por la pérdida de Fabrizio.
Brandon y Sean admiraban con satisfacción el desempeño
de Terrence, no cabía duda de que el don para la actuación era
algo innato en él, se notaba tan tranquilo, cada palabra que
salía de su boca, lo hacía con certeza y seguridad; como si cada
acontecimiento fuese cierto y no algo inventado hacía unos
días, cuando acordaron lo que harían para liberar a los Di
Carlo de cualquier consecuencia legal. Recordó que las damas
de la familia se sintieron maravilladas ante su ingenio, cuando
les expresó su idea. Y si contaban al pie de la letra la historia
creada por él, nadie saldría perjudicado.
—La conexión entre nosotros era bastante fuerte, así que,
acostumbrarnos a actuar como una familia, no fue difícil.
Desde ese momento, dejé de ser un desconocido y me
convertí en Fabrizio Di Carlo; sin embargo, ninguno
desistimos de nuestro empeño por recuperar lo que
deseábamos. —Volvió a tomar aire y paseó su mirada en los
asistentes, para comprobar que nadie dudara de su palabra.

224
Victoria sentía que su corazón latía con rapidez, mientras
mantenía una oración para que todo saliera bien y miraba con
orgullo a su novio, que estaba demostrando que su don para
la actuación seguía intacto. Terrence se comportaba de manera
tan casual, como si no estuviese nervioso; sus ademanes, sus
miradas y hasta el tono de su voz, era una perfecta
combinación que no dejaba lugar para dudas.
—Deseo aclarar bien que la familia Di Carlo, no es
responsable de que yo hubiese pasado tantos años sin saber la
verdad y alejado de las personas que amo. Ellos no solo me
brindaron un lugar donde quedarme, sino que también me
ofrecieron una familia; incluso, depositaron en mí, parte de ese
amor que era para Fabrizio. Me hicieron sentir como un hijo
y un hermano… Y eso es algo que jamás tendré cómo pagarles
—expresó mirando a cada uno de los miembros de la familia,
demostrándoles que era sincero.
Fransheska, Fiorella y Luciano, les respondieron con
sonrisas y lágrimas de agradecimiento, pues para ellos, él
también había sido hijo y hermano, ese que alivió el dolor de
no tener al suyo. Y también estaban en deuda con él, por todo
lo que hizo, por cada cosa que les ofreció y por cuidar de ellos,
como aún seguía haciendo justo en ese momento, al liberarlos
de la condena que seguramente recibirían, si llegaba a hacerse
de conocimiento público toda la verdad.
—Durante los carnavales en Venecia de 1921, recibimos la
visita de Brandon y Victoria Anderson, de quienes había sido
muy cercano; ellos me reconocieron de inmediato, pero se
sintieron confundidos porque yo estaba ocupando el lugar de
Fabrizio Di Carlo, así que concluyeron que el parecido era solo
una casualidad, y no dijeron nada. Sin embargo, meses
después, Victoria me contó la historia que habíamos vivido
juntos y eso empezó a abrir una brecha en ese muro que
bloqueaba mis recuerdos. —La miró, agradeciéndole por
haberlo traído de regreso—. Debido a un asunto personal,

225
Fransheska y yo debimos viajar a este país, pero antes de dejar
Europa, mis padres, que ese día estaban en el puerto de
Southampton, pudieron verme en la cubierta del Mauretania;
y de inmediato la curiosidad se despertó en ambos. Desde ese
momento, comenzaron a investigar y visitaron a Luciano, que
les relató todo lo que sabía sobre mí y así confirmaron que era
Terrence Danchester.
Terrence miró a sus padres para corroborar que no estaba
olvidándose de nada, a pesar de la seguridad que mostraba en
el exterior, por dentro sentía que los nervioso lo atenazaban y
debía hace gran esfuerzo para que su voz no lo delatara.
—Mis padres decidieron viajar hasta América, para
comprobar que todo era cierto, aquí nos reunimos y a ellos no
le quedaron dudas; por mi parte, aún no recobraba mi pasado,
pero pude sentir una conexión especial con ellos. Los últimos
meses había estado asistiendo a terapia con el doctor
Rutherford. No di con él por ser el esposo de mi entrañable
amiga, Allison Foster, sino por un artículo de prensa —aclaró
para que no creyesen que eso había sido planeado—. Él me
ayudó con mi recuperación y la canalizó de manera que todo
esto fuese menos traumático para mí —esbozó volviéndose
para mirar al psiquiatra, que se encontraba a unos puestos de
él—. Para finales de marzo de este año, conseguí desbloquear
todos mis recuerdos; decidí viajar a Londres, para presentarme
ante el Rey Jorge V, quien bendijo mi compromiso con
Victoria y me otorgó el título de Conde de Wallingford,
aunque aquí soy un ciudadano más… Ahora he regresado para
contraer nupcias con mi prometida, el mismo día que lo harán
Brandon Anderson y Fransheska Di Carlo, teniendo como
testigos a nuestras familias y amigos. También para hacer de
conocimiento público mi historia, solo espero no haberlos
aburrido —finalizó con tono calmado y luego agarró el vaso
con agua y lo bebió por completo.

226
De inmediato, un tropel de palabras inundó el lugar,
Theodore se puso de pie y les pidió silencio, recordándoles
que todos tendrían su tiempo para preguntarle lo que desearan
a los presentes en el panel. Miró a Benjen Danchester y él le
hizo una seña para que le diera unos minutos, sabía que
Terrence se estaba exigiendo mucho y no quería que toda esa
presión lo afectara.
Amelia se acercó hasta su hijo y le acarició la mejilla con
ternura, mientras Benjen le dedicaba una mirada que le
confirmaba que lo había hecho bien. Terrence les agradeció y
su mirada buscó a Victoria, que se mostraba orgullosa y feliz
por él. Sean se acercó, entregándole una lista de las posibles
preguntas que formularían los periodistas, lo había hecho
mientras Terrence contaba todo lo sucedido.
—Gracias —esbozó recibiendo la hoja—. Todo estuvo
bien, ¿verdad? —Era la primera vez que dudaba de su
actuación.
—Estuvo fantástico…, todos saldrán de aquí convencidos
de que la historia que le has contado es real. Evidentemente,
te van a acribillar a preguntas, pero muéstrate impasible y no
entres en detalles, solo cosas generales, que no lleven a tener
que extenderte en algunos puntos que no trabajamos bien…
Aunque la verdad, no creo que debas sentirte nervioso, lo has
hecho muy bien —respondió Sean, con una sonrisa y una
mirada divertida, al verlo así por primera vez.
—No estoy nervioso, Sean Cornwall… Ni que fuese un
novato, es solo que quiero hacerlo completamente creíble y
salir de esto de una vez por todas —acotó Terrence,
mirándolo a los ojos, adoptando esa postura erguida y segura
que lo caracterizaba.
—Es una lástima, tenía la ilusión que los nervios te
mantuviesen preso todo el día y así retarte a una pelea de
esgrima. Tengo una revancha pendiente desde hace muchos

227
años —dijo porque en verdad lo tenía planeado, pensó que así
relajarían la tensión.
—Puedes tener la revancha cuando gustes y, aun así,
perderás… Tendría que hacer falta más que cincuenta
periodistas desesperados por información, para ponerme
nervioso —expuso con esa media sonrisa que era tan usual en
él, cuando era el rebelde del colegio.
—Bien, eso lo veremos esta tarde al salir de aquí, mejor ve
preparando tu apuesta, Terrence, y procura que no sea algo
que lamentes mucho perder. —Le dio una palmada en el
hombro mientras mostraba una amplia sonrisa y luego regresó
a su puesto.
—Bien, caballeros, retomamos —anunció Theodore,
parándose detrás del atrio—. En mis manos tengo una lista de
los representantes de los medios de comunicación presentes
el día de hoy… Los iré nombrando en este orden, para que
puedan hacer dos preguntas a las personas sobre este
escenario. Solo dos preguntas, caballeros, por favor,
comenzamos… New York Herald, David Bennet…
—Buenas tardes a todos los presentes… Señor
Danchester, ¿piensa regresar a los escenarios o se instalará en
Europa, para atender las obligaciones de su título nobiliario?
—Lo interrogó David, observándolo por encima de sus
anteojos.
—Buenas tardes, David… —Lo saludó reconociéndolo
como uno de los mejores reporteros de la ciudad—. La
pregunta que me hace es bastante complicada de responder en
este momento, aunque he analizado muchas cosas en los
últimos días y llegué a la conclusión de que, por ahora, me
alejaré de todo lo que tenga que ver con la vida pública —
contestó y un rumor se extendió por el lugar—. Tampoco
pienso ocupar mi puesto en la Cámara de Lores del
Parlamento Británico, como respetuosamente se lo hice saber
a su majestad, el Rey Jorge V, pues mi vocación nunca ha sido

228
la política. En este momento, quiero darle prioridad a mi
bienestar emocional, necesito poner un poco de orden a mi
vida y eso únicamente lo haré dedicándole el tiempo necesario,
por ese motivo he decidido regresar a Europa, para estar una
temporada allá, junto a Victoria, después de nuestro
matrimonio. Ya el tiempo hará el resto.
Los minutos pasaban y hasta ese momento las preguntas
eran sorteadas con gran destreza por parte de Terrence, se
sentía más confiado a medida que el tiempo pasaba, y eso se
notaba en su postura, ya no mostraba esa tensión que lo hacía
lucir rígido, como al principio. Uno a uno los periodistas
fueron formulando sus preguntas, algunos le pedían que
hablara sobre su relación con sus padres, otros sobres sus
impresiones al llegar a suelo americano, si había ido a la casa
de la Ópera, sobre su vida como Fabrizio Di Carlo y si no se
había hecho complicado un cambio tan radical, como pasar de
haberse criado como un inglés, a convertirse en un italiano de
nacimiento, lo que provocó algunas risas y que él se relajara
mucho más.
—Rupert Smith, de El New York Amsterdam News.
—Buenas tardes, damas, caballeros… Señor Danchester,
como ya nos ha explicado, no tiene conocimiento de quiénes
fueron las personas involucradas en su secuestro, pero casi se
podría asegurar que esos hombres pertenecen a la mafia que
desde hace algunos años azota a Nueva York —hizo una
pausa, viendo cómo el joven se tensaba, así que quiso aclarar
su comentario—. Por supuesto, ahora tiene más seguridad,
pero… ¿No teme que esas personas tomen alguna represalia
en su contra o la de su familia? Esa como primera interrogante
y la segunda sería: ¿Piensa iniciar una investigación para
esclarecer todo lo ocurrido y hacer pagar a los culpables por
su delito?
—En primer lugar, no he pensado que esos sujetos tengan
algún interés en hacerme daño, he estado caminando por las

229
calles de Nueva York, desde hace varios meses, sin la
presencia de guardaespaldas; y no he llegado a sentirme
amenazado. Pero supongo que ahora que se ha hecho público
todo este asunto, debo tener más precauciones; no obstante,
le puedo asegurar que no dejaré que esto me coarte de modo
alguno… Mi padre tiene el poder para proteger a mi familia,
así que a ellos no se acercarán; y de la seguridad de mi futura
esposa, me encargaré personalmente, en todo momento —
respondió con total seguridad, dejando ver que no tenía
miedo—. En cuanto a su segunda inquietud, dejaré que la
justicia se haga cargo de ello, no pienso enfrascarme en
cacerías de brujas ni en una desgastante venganza. Dios me ha
dado una nueva oportunidad y les puedo jurar que esta vez
aprovecharé cada segundo de mi vida, para ser feliz. Antes no
era una persona muy devota, debo confesarlo, pero las
experiencias vividas me han hecho comprender que, más allá
de cualquiera de nosotros, existe una fuerza mucho más
grande y poderosa, que nos lleva a través de senderos
desconocidos que debemos aprender a andar —expresó con
sinceridad.
Solo quedaban dos periodistas entre ellos el Chicago
Tribuna y el New York Times, dos de los más importantes
diarios de la ciudad y el país. Jack Russell, sería el último en
hacer sus preguntas, estaba realmente cansado de tantas
palabras estúpidas y halagos para Terrence Danchester, como
si fuese un Dios o algo parecido. Por lo menos, le quedaba el
consuelo que ninguna de sus preguntas había sido tocada hasta
el momento; y no se había visto en la tarea de buscar otras,
tenía como diez, pero de esas solo podía hacer tres.
—Bien, vamos con el señor Green, que representaba al
Chicago Tribuna —mencionó Theodore, mirando al hombre
en cuestión.
—Buenas tardes, señor Danchester, damas, caballeros…
Las dos preguntas que tengo son muy sencillas, la primera…:

230
¿La prensa tendrá acceso a su boda con la señorita Anderson?
Y la otra, si no es muy personal: ¿Cómo pudo surgir una
relación como la que comparten, atravesando usted una
situación tan complicada como la falta absoluta de su
identidad? —preguntó Louis, con algo de incomodidad,
porque no consideraba que eso fuese importante, pero fue lo
que su jefe le exigió que preguntara, ya que todo Chicago
estaba al pendiente de la relación entre la heredera Anderson
y el conde.
—Me da mucha pena admitir esto, pero no estoy al tanto
de cómo se está llevando la organización de la boda, como
saben, acabamos de arribar a la ciudad y no hemos viajado
hasta Chicago. La decisión de casarnos la tomamos estando
en Europa e hicimos partícipes a nuestros familiares y amigos,
a través de un telegrama… Algo poco convencional, lo sé; sin
embargo, eso no les extrañó, porque lo esperaban, dado el
tiempo que llevamos de novios. Han sido las damas de las
familias, quienes se han encargado de todo; y estamos
infinitamente agradecidos —dijo mirando a Victoria, luego a
las Di Carlo y a Annette—. Y con respecto a su otra
pregunta… ¿Alguna vez se ha enamorado, señor Green? —
preguntó Terrence, con media sonrisa.
—Por supuesto, soy el padre de dos hermosos hijos, que
son el fruto del amor que siento por mi mujer —contestó
asombrado por la disposición para hablar de un tema al que
antes le rehuía.
—Perfecto, entonces, sabrá que el amor es un sentimiento
que no se puede detener, ni conoce de razones o
conveniencias, solo llega para adueñarse de todo; sin darnos
tiempo a analizar si lo que nos sucede está bien o mal, o si será
el momento apropiado. Solo ocurre y, si corremos con suerte,
puede llegar a hacernos muy felices, como lo es usted o como
lo soy yo en este momento —explicó con una amplia sonrisa
y posó su mirada en la dueña de su corazón.

231
—Señor Jack Russell, del New York Times… Sus
preguntas, por favor —pidió Theodore, mirándolo por
encima de los anteojos.
—Buenas tardes a todos, mis preguntas van dirigidas al
señor Di Carlo —dijo sorprendiendo a los asistentes—. ¿Por
qué cuando supo que el joven en su hogar no era su hijo, no
le pidió que se marchara? Lo pregunto porque es lo que uno,
por lógica, hubiese hecho; tomando en cuenta que podía estar
mintiendo para que usted no lo echara de su casa; ya que, al
dejarlo, podía poner en riesgo a su familia, más teniendo a una
hija señorita —explicó mirándolo con seriedad y haciendo
caso omiso a los murmullos que se desataron en el lugar.
—Buenas tardes, señor Russell, tal vez no sea padre, pero
si lo es, sabrá lo importante que son los hijos para uno. Desde
el momento en que lo acogí en mi casa, también lo hice en mi
familia; era apenas un chico que necesitaba una mano, y no
dudé en ofrecérsela. En ningún momento temimos por
nuestra seguridad, sabíamos que él jamás nos haría daño. Con
el tiempo, uno aprende a diferenciar entre las personas buenas
y las malas; créame cuando le digo que, Terrence Danchester,
es un ser humano extraordinario, capaz de sacar adelante a una
familia que se desboronaba, como lo hacía la mía; incluso, me
ayudó a levantar mi negocio, que había quedado
prácticamente en la ruina por la búsqueda de Fabrizio.
También le salvó la vida a mi hija, cuando ambos se vieron en
una situación bastante delicada, anteponiendo la seguridad de
ella, a la suya. Tengo muchísimas razones más para responder
a su pregunta, pero con decirle que queremos a Terrence,
como si fuese uno más de mi familia, debe bastarle. —Luciano
no titubeó en ningún momento, todo lo que decía era
completamente cierto, y los presentes allí pudieron verlo.
Fiorella sintió un deseo enorme de correr hasta su esposo
y abrazarlo, agradecerle por expresar lo que significó Terrence
para ellos, pero también quería hacerle saber a su sobrino que,

232
verdaderamente, lo querían y que ese amor no había
disminuido por haber recuperado a Fabrizio. Él nunca dejaría
de ser importante para ellos, porque durante cuatro años fue
su hijo y aun lo seguía siendo, muestra de ello era que estaban
allí, mostrándole todo su apoyo.
Terrence se sorprendió y después, como era lógico, se
molestó por las insinuaciones del reportero, era evidente que
lo había hecho con la intención de desacreditarlo y ofenderlo.
Se vio tentando a responder, antes de que lo hiciera Luciano,
para pedirle respeto, pero las palabras de su tío lo dejaron con
un maravilloso sentimiento de satisfacción y calidez, que le
inundó el corazón.
Sabía que los Di Carlo, lo apreciaban como si fuese un hijo,
pero también que, con la llegada de Fabrizio, todo cambiaría
y él debía acostumbrase a ello. Tal vez por eso las palabras de
Luciano y las miradas de Fiorella y Fransheska, lo
conmovieron tanto, porque reforzaban lo que él expresaba.
—Entiendo perfectamente, señor Di Carlo, quisiera
hacerle otra pregunta, si me permite. —Esperó a que el
hombre asintiera, para continuar—: Ahora que nos dicen del
parecido de su hijo Fabrizio Di Carlo con el señor Danchester,
supongo que esa semejanza debe ser realmente asombrosa,
¿no es así? Digo, ¿tanto se parecen como para que las personas
cercanas a su familia no descubriesen el engaño? Claro está, a
menos que todo el mundo supiera la verdad, cosa que dudo,
pues el señor Danchester, llegó al país hace varios meses, bajo
la identidad de Fabrizio Di Carlo e; incluso, hizo negocios con
los laboratorios Pfizer, firmando documentos y realizando
otras operaciones legales bajo ese nombre; lo que nos lleva a
hablar de fraude y de suplantación de identidad. Delitos
punibles, que debemos atribuirle a Terrence Danchester.
Una exclamación generalizada se apoderó de todos en el
salón, haciéndole saber que había llegado muy lejos con esa
acusación. Victoria sintió que su corazón se saltaba un latido

233
y, de inmediato, posó su mirada cargada de preocupación en
Terrence, aunque los abogados le habían confirmado que todo
estaría bien, ese hombre acababa de hacer añicos ese sentido
de seguridad que los representantes legales le habían brindado;
de pronto, empezó a sentir miedo de lo que pudiera pasarle a
su rebelde.

234
Capítulo 18

Terrence se sintió sorprendido ante la acusación tan directa


que hizo el periodista, pensó que cambiaría de actitud, luego
de que Luciano lo pusiera en su lugar; sin embargo, lo que
acababa de hacer, sin duda, rozaba la osadía. Vio la mirada
cargada de miedo de su pecosa y eso lo llenó de ira, no iba a
dejar que ese imbécil con ganas de llamar la atención,
atormentara a Victoria de esa manera.
—Señor Russell… Hasta donde tengo entendido, usted es
un periodista, ¿no es así? Los abogados titulados son los
caballeros sobre este estrado. Desde el inicio se les dejó muy
en claro que esto era una rueda de prensa, no un juicio. Si
alguien siente que mi actitud y mi manera de proceder los ha
ofendido o perjudicado de alguna forma, lo lamento, pero fue
algo que escapó de mis manos. No intente hacerme ver como
el victimario, porque no lo soy, la vida me golpeó primero y
yo solo reaccione; créame, luché con todas mis fuerzas para
evitar que las personas cercanas a mí salieran lastimadas, pero
me fue imposible… Tal vez, pedir perdón no servirá de nada,
pero tampoco siento que deba hacerlo, ya que no fui el
responsable de lo que me sucedió, así que no voy a dejar que
alguien venga a juzgarme de buenas a primeras, solo porque
desea tener un titular para vender más periódicos o porque
quiere ascender de puesto —sentenció, mirándolo con furia.
—Mi labor es ser veraz, ecuánime y consecuente con mi
profesión, señor Danchester, con el respeto que se merecen
mis compañeros, pero la mayoría de las preguntas que le
hicieron no han sido más que halagos y estúpidos intentos de

235
conseguir alguna información de la manera más delicada
posible, para ganarse su simpatía. Lo siento, pero yo no tengo
por qué ser condescendiente con usted, solo porque haya sido
una gran estrella de ópera, sea el Conde de Wallingford o haya
resucitado. Tengo que hacer mi trabajo, como me lo dicta mi
profesión, y es precisamente lo que hago, ni más ni menos…
Lamento si le parezco grosero o muy indagador, pero me
gusta ser franco y no tengo que ponerme guantes de seda, para
hacer mi trabajo —replicó mirándolo directamente a los ojos,
en una actitud retadora.
—Señores, por favor, mantengamos la compostura —
pidió Theodore, para calmar los murmullos que se desataron
en el lugar.
—Tranquilo, Terrence…, ese hombre solo busca resaltar,
no le des la oportunidad de hacerlo —susurró Amelia, al ver
la tensión en su hijo.
—Un imbécil…, eso es lo que es. —Respiró hondo para
calmar sus latidos, luego soltó el aire para drenar la ira que lo
consumía.
—Hijo, no dejes que te perturbe, lo estás haciendo muy
bien y es evidente que eso le molesta. Se ha mostrado
impaciente durante toda la rueda de prensa, solo busca llamar
la atención.
Benjen intentó disimular la molestia que le había
provocado los comentarios del reportero, pero; sobre todo, su
actitud tan descarada. Lo había descubierto dedicándole
miradas de anhelo a Victoria, pero no le diría nada a Terrence,
para no empeorar la situación. Era evidente que Russell, solo
estaba actuando por despecho.
Brandon también estaba molesto por el comportamiento
del periodista, era evidente que pretendía arruinar todo y
desacreditar a Terrence, con ese interrogatorio descarado. Le
dedicó una mirada a su sobrino, para indicarle una de las
carpetas sobre la mesa, Sean la agarró y revisó los documentos

236
en esta, enseguida dejó ver media sonrisa ante la astucia de su
tío. Con el pecho hinchado de seguridad se aclaró la garganta
y se puso de pie para intervenir.
—Doctor Rumsfeld, permítame aclarar algo —anunció
pidiendo el derecho a palabra, su colega asintió dándoselo y él
prosiguió—: Señor Russell, mencionó las palabras: «fraude y
suplantación de identidad», alegando que esto ameritaba una
condena legal, que debía caer sobre el señor Danchester, ¿no
es así? —inquirió mirándolo a los ojos, el reportero asintió con
un gesto descortés, y Sean sonrió—. Bien, veamos… El señor
Charles Pfizer, dueño de los laboratorios que llevan su
apellido, socio de los Di Carlo, nos entregó un documento
donde asegura que no plantea realizar ninguna demanda legal
en contra de Terrence Danchester, pues jamás hizo negocios
con él, sino con Fabrizio Di Carlo y con su padre…
—Eso tendría fundamento de haber ocurrido hace seis
años, pero no en este momento; ya que, entonces, el señor
Charles Pfizer, también estaría quebrantando la ley. Todos los
documentos firmados por Fabrizio Di Carlo, después de 1916
carecen de legalidad, todas las relaciones comerciales que han
mantenido los laboratorios Di Carlo con otras empresas y que
han estado bajo la administración del señor aquí presente, son
fraudulentas, porque el verdadero Fabrizio Di Carlo está
muerto —alegó Jack, con una mirada arrogante.
—¿Está usted seguro de ello, señor Russell? Porque en este
lugar, nadie ha mencionado que el hijo de Luciano Di Carlo
esté muerto. En realidad, no hemos hablado de él, hasta el
momento —expuso mirándolo con una tranquilidad
asombrosa.
En ese instante, un rumor de lamento corrió entre los
periodistas que ya habían hecho sus preguntas, puesto que
ninguno hizo mención sobre el joven, para no incomodar al
señor Di Carlo, que se mostraba algo desencajado, y para no
perder una pregunta ante lo evidente, que bien podían hacerle

237
al verdadero protagonista de la historia. Las demás damas se
vieron tentadas a ponerse de pie y decirle unas cuantas
palabras al reportero resentido y envidioso, pero prefirieron
dejar que fuese Terrence y los demás, quienes manejaran la
situación.
—¿Está diciendo que Fabrizio Di Carlo está vivo? —
inquirió mirando a Cornwall con recelo, el abogado solo
levantó una ceja, dándole una respuesta evidente. Jack se
desconcertó por un momento, pero no permitió que eso lo
distrajera—. Si eso es así, ¿por qué no está hoy en este salón?
¿Por qué no vino a presentarse ante nosotros y aclarar todo
este enredo? —preguntó con un tono exigente, que pudo ver,
no le gustó a los involucrados en el caso.
—Por la obvia y sencilla razón de que esta rueda de prensa
giraba en torno al señor Danchester, no a Fabrizio Di Carlo.
Además, él se está recuperando de unas complicaciones
médicas, que no viene al caso explicar en este momento —
contestó Sean con naturalidad.
—¿Era la persona que subieron a la ambulancia, el día de
su llegada y que venía acompañado de dos mujeres, un
pequeño y un discapacitado? —interrogó Davison, aunque
sabía que ya no tenía derecho a más preguntas, no pudo
contenerse.
—Efectivamente, la persona en la camilla era Fabrizio Di
Carlo y estaba acompañado por su esposa, Marion Di Carlo
Laroche; su hijo, Joshua Alfonzo Di Carlo Laroche, y su
cuñado, el teniente Manuelle Laroche, que viajó junto a su
prometida, la señorita Emma Rogers —respondió Benjen,
dejando perplejos a todos los reporteros en la sala.
—Cada compromiso asumido por Laboratorios Di Carlo,
es una responsabilidad mía personal, ya que soy el único
propietario y su representante legal —intervino Luciano—;
independientemente de que, Terrence, haya intervenido en las
negociaciones de los términos y condiciones de dichos

238
contratos. Y, hasta el momento, nunca le hemos incumplido
a ninguno de nuestros asociados.
—Y no habiendo partes lesionadas, señores, queda
totalmente anulado cualquier delito que pueda serle atribuido
al señor Danchester —concluyó Sean.
—Aunque, bien puede darse el caso que el señor Fabrizio
Di Carlo, entable una demanda contra Danchester. —A Jack
le parecía injusto que el cantante saliera ileso.
Un silencio se apoderó de las familias involucradas y de los
abogados; algunas miradas se dirigieron a Luciano, que no
pudo esconder su reacción cuando su cuerpo se tensó, al
recordar lo que le había dicho Marion, de la percepción que
su hijo tenía de Terrence. Sin embargo, él era el único
responsable de todo y no podía permitir que su sobrino pagase
por un delito que no había cometido.
—Mi hermano no tiene nada que reprocharle a Terrence,
es completamente absurdo plantear algo así; además, somos…
—Fransheska calló cuando se dio cuenta de que estaba a
punto de revelar su parentesco con los Danchester.
—Nuestro hijo no es una persona resentida ni vengativa,
señor Russell —intervino Fiorella, al ver el semblante
angustiado de Luciano—. Le aseguro que jamás le haría daño
a Terrence, nosotros tampoco lo permitiríamos; si bien es
cierto que toda esta situación ha sido muy complicada, tengo
la certeza de que, como familia, lograremos superarla —
pronunció con total seguridad.
—Señor Russell, le recuerdo que esto es una rueda de
prensa, no un interrogatorio vil, malintencionado. Ha
formulado más de las preguntas que le correspondían. Por
favor, tome asiento para que podamos concluir. —Le indicó
Theodore.
—Espere un momento, doctor Rumsfeld; en realidad, una
de mis preguntas quedó sin respuesta. Se trata del parecido
entre el señor Terrence Danchester y Fabrizio Di Carlo, creo

239
que el público está interesado en saber más sobre este, ya que
resulta algo intrigante; sobre todo, si tomamos en cuenta que
entre ellos no existe un lazo familiar. A menos, claro está, que
sí lo haya y lo estén ocultando.
Jack vio cómo la tensión se apoderaba de ellos e intentó
disimular su sonrisa mientras cruzaba los brazos sobre su
pecho, dedicándole una mirada de triunfo, porque sabía que
había tocado un tema sensible. Estaba dispuesto a sacar a la
luz todos los trapos sucios de esas familias, pues no se creía
todo eso del cuento del trauma psicológico ni lo de la
casualidad, ellos encondían algo, y él lo descubriría.
Terrence le respondió clavando su mirada cargada de rabia
en él, demostrándole que no lo intimidaba y que tenía que
hacer mucho más que eso para sacarlo de sus casillas. Si lo que
estaba buscando era provocar un escándalo, perdía su tiempo,
porque estaban preparados y ya habían acordado lo que
responderían a esa pregunta.
Entre los familiares y amigos de ambas familias se instaló
un silencio tenso e incómodo, Luciano fue quien hizo más
visible su turbación al aflojarse un poco la corbata y agarrar el
vaso de agua, bebiéndolo casi de un trago. Benjen parecía
impasible, pero un músculo que latía en su mandíbula
mostraba su descontento por la situación a la que los había
llevado ese hombre. Agarró una pluma y escribió unas
palabras en una hoja, luego se la extendió a Luciano con
disimulo, aprovechando que los periodistas murmuraban
entre ellos y no los veían.
«Voy a decir toda la verdad».
Luciano levantó la mirada de la hoja y la clavó en Benjen,
mostrándose completamente perplejo, pensó que él sería el
último en querer revelar la verdad; ya que, evidentemente, eso
sería una deshora para los Danchester. Aunque también lo
sería para él, porque sería visto como el hijo bastardo de
Christopher Danchester; de inmediato, una mezcla de

240
desasosiego y temor se apoderó de su pecho y rápidamente
escribió su respuesta.
«No lo hagas, por favor. No estamos obligados a
responder… Solo ignoremos la pregunta de ese
hombre».
Escribió, a pesar de saber que eso era imposible, pues todos
los reporteros estaban esperando por una respuesta que
explicara el parecido entre sus hijos. Su mirada buscó a las de
su mujer e hija; y ellas, al parecer, sabían lo que Benjen
planeaba, porque asintieron para hacerle saber que apoyaban
esa decisión.
Luego miró a Terrence y su sobrino también se mostró de
acuerdo, lo que lo hizo sentir que estaba sin escapatoria; sin
embargo, extendió la nota a Benjen. Su hermano, al verla,
mostró media sonrisa, esa que era tan parecida a la de
Terrence, y que Fabrizio también la había heredado;
seguramente, era un gesto de Christopher Danchester.
«No lo hago porque me vea obligado, poco me
importa lo que ese idiota diga o piense, lo haré porque
así lo deseo y quita esa cara de pánico, que no te estoy
diciendo que serás fusilado. Eres mi hermano y eso es
algo que no podemos seguir ocultando, así que al diablo
con lo que opine la gente, no le debemos nada a nadie…
Solo quiero saber si me apoyas en esto».
Benjen escribió todo eso y se lo extendió de nuevo a su
hermano. Luciano lo recibió y contuvo la respiración mientras
leía, no pudo esconder su asombro y parpadeó con
nerviosismo. Se sentía incapaz de volverse para mirarlo, todo
su cuerpo estaba rígido como una piedra, soltó de golpe el aire
retenido con un profundo suspiro y asintió, no había nada más
que decir, lo estaba apoyando.
—Señor Russell. —La voz de Benjen, resonó dentro del
salón, con esa fuerza y carácter que poseía; de inmediato,
todos enfocaron sus miradas en él, que a su vez fijó la suya en

241
el reportero—. Usted preguntó a qué se debía el parecido
entre nuestros hijos. Bien, tome el lápiz y la libreta, para que
escriba la respuesta… Terrence Danchester y Fabrizio Di
Carlo, están unidos por un lazo de sangre bastante fuerte —
pronunció sin titubear y esta vez la ola de murmullos que
recorrió el salón, fue aún mayor; sin embargo, él continuó con
aplomo—: Esos rasgos físicos que los hacen lucir como
gemelos, les fueron heredados de mi padre, ya que son nietos
de Christopher Danchester, el noveno duque de Oxford.
—¿Cómo? ¿Nietos? ¿Qué dice? —Esas interrogantes
fueron parte del tropel que surgió luego de esa declaración.
—Caballeros, caballeros… Vamos a retomar el orden, por
favor —solicitó Theodore, que a pesar de estar al tanto de esa
información, no imaginaba que su cliente fuese a revelarla.
—Disculpe que lo interrumpa, señor Danchester, pero
usted está queriendo decir que… —Martin se detuvo, pues no
se atrevía a esbozar lo que el duque insinuaba.
—Que Luciano Di Carlo y yo, somos hermanos —
respondió con la misma seguridad que mostrase antes—. Mi
padre tuvo una relación con la señora Christie Fourier, de la
que nació el caballero sentado a mi izquierda, ninguno de los
dos teníamos conocimiento sobre esto, porque nuestros
padres lo mantuvieron como un secreto; pero debido a ciertas
circunstancias, mi administrador y quien ha trabajado toda la
vida con la familia Danchester, nos puso al tanto de toda la
verdad. Sin embargo, ese no es el tema que nos reúne hoy en
este lugar, por lo que, les pido que respeten nuestra decisión
de no hablar más de ello. Solo hemos decidido exponerlo
debido a la insistencia del señor Russell, por ahondar en un
tema que es de carácter personal —indicó Benjen, mirando al
hombre directamente a los ojos.
—Solo he realizado mi trabajo, señor Danchester, mi labor
es investigar hasta encontrar la verdad; y esto es una muestra
de ello. Lamentablemente, ya no tengo la oportunidad de

242
hacer más preguntas, pero aún me quedan muchas dudas —
admitió Jack, sin dar su brazo a torcer, sentía que había hecho
un buen trabajo.
—Usted hace su trabajo, señor Russell, pero recuerde que,
como periodista, su deber es ser imparcial. No puede ir por
allí, juzgando a las personas y atacándolas como hizo con
nuestro hijo, así que la próxima vez, mida sus acciones; o lo
siguiente que conocerá de nosotros será la demanda que
interpondrán nuestros abogados. —Amelia fue muy clara.
Jack afirmó con un movimiento tenso de su cabeza, no le
preocupaban las amenazas de la duquesa de Oxford, pero
sospechaba que su jefe sí se sentiría muy agobiado, si algo así
sucedía; y era muy probable que él quedara sin trabajo. Los
otros periodistas se miraban entre sí, mordiéndose las ganas
de lanzar un torrente de preguntas, porque estaban casi
seguros de que, si lo hacían, Benjen Danchester, no les
respondería, ya lo había dejado claro.
—Bien, caballeros, hemos llegado al final. —Theodore
tomó la palabra para finalizar, pero Martin Wallis se puso de
pie.
—Si me permiten, me gustaría hacer solo una pregunta
más, para el señor Luciano Di Carlo —pidió mirándolo a los
ojos. Luciano asintió con un gesto rígido para que
continuara—: Quisiera saber si piensa mantener su apellido o
si pedirá ser reconocido como un Danchester —cuestionó
con cautela, porque no sabía cómo tomaría esa pregunta.
—Seguiré llevando el apellido del hombre que me educó y
me crio como si fuese su hijo. Para mí, nada ha cambiado,
Alfonzo Di Carlo, seguirá siendo mi padre —respondió con
seguridad.
—Muchas gracias por responder, señor Di Carlo.
—Antes de finalizar —intervino Terrence—. Quisiera
agradecerles a todos por venir y darme la oportunidad de
contarles mi historia, sé que para algunos todavía quedan

243
muchas incógnitas, pero no hay nada más que contar, eso fue
todo lo que sucedió. Les pido que, por favor, respeten nuestra
privacidad y nos permitan llevar nuestras vidas de manera
normal —pidió para que ya no los siguieran a todos lados.
—Señor Danchester, en nombre de mis colegas y mío
propio, le digo que es un placer tenerlo de nuevo con nosotros
y felicidades por su compromiso con la señorita Anderson,
por su título de Conde de Wallingford y por haber recuperado
su vida —mencionó Rupert Wallis—. Espero que no pase
mucho tiempo para que lo veamos sobre los escenarios.
Duque de Oxford, gracias porque sabemos que, sin su
consentimiento, esta rueda de prensa no hubiese tenido lugar.
Señor Di Carlo, gracias por su colaboración. Duquesa, si su
señor esposo lo permite, por favor, denos la dicha de verla
presentarse al menos una vez más —dijo sonriéndole y Amelia
le devolvió el gesto—. Gracias a los abogados, a las damas
presentes, señor Anderson, doctor Rutherford, que tengan
buenas tardes —finalizó, sonriendo.
—Muchas gracias a ustedes, damos por terminada esta
rueda de prensa, cualquier otro detalle, se les estará
informando mediante un comunicado oficial. Que tengan una
feliz tarde.
Todos los involucrados pudieron respirar con alivio, luego
de tanta tensión, aunque no esperaban tener que llegar al
punto de revelar el parentesco entre Benjen y Luciano,
tampoco les parecía que hubiera sido algo catastrófico para
ambos. Por el contrario, sentían que se habían quitado un peso
de encima, se pusieron de pie y de manera espontánea
compartieron un abrazo que duró poco, pero que fue muy
significativo para ellos y sus familias.
Victoria se puso de pie y caminó la tribuna, Terrence
también se levantó y a mitad de los escalones se amarraron en
un emotivo abrazo. Se sentían tan felices de que todo eso
hubiese acabado con bien, a pesar de los momentos de tensión

244
que les hizo vivir Jack Russell, pero había recibido su
escarmiento por querer abusar de su posición, para
incomodarlos.
—Gracias por estar a mi lado, pecosa —susurró Terrence,
acariciándole la espalda y se alejó de ella para acunarle el
rostro.
—Siempre lo estaré, mi rebelde, sin importar lo que pase,
estaré contigo —reafirmó la promesa que le hiciera en
Escocia.
Terrence se acercó para darle un suave beso en los labios,
al que Victoria correspondió con entusiasmo, sin importarle
que estuvieran rodeados de periodistas. Algunos de ellos
sonrieron ante ese gesto, se notaba que estaban muy
enamorados y que ese amor no era reciente, sino que había
nacido hacía mucho tiempo, por lo que, era un milagro que la
vida los hubiese reunido para que lo vivieran una vez más.
Allison le dirigió una mirada cómplice a Fransheska,
indicándole que la acompañara y empezó a aplaudir
efusivamente; los demás no tardaron en unírseles y después lo
hicieron los periodistas, a excepción de Jack Russell, que se
marchó como perro apaleado. Victoria y Terrence, accedieron
a tomarse algunas fotografías, así como las demás parejas;
incluso, Luciano y Benjen, posaron juntos.
Después de unos minutos, decidieron regresar a la mansión
Danchester. Clive los acompañaría, en vista de que Luciano
sería el próximo en ver a Fabrizio. Quería estar presente, en
caso de que alguno de los dos sufriese una crisis nerviosa o de
ansiedad.
Los autos se pusieron en marcha y Terrence se sumió en
un silencio algo extraño, pero nadie mencionó nada, pues
pensaron que seguramente estaba cansado o analizando para
sí mismo todo lo ocurrido. Sin embargo, una vez que tomaron
las calles del centro, vieron que salía de ese estado de letargo
y miraba por la ventanilla.

245
—Douglas, gire a la izquierda en la próxima calle, por
favor…, y siga hasta el cementerio —indicó con voz calmada,
sin volverse a mirar a sus acompañantes, aunque sabía que
todos lo veían a él.
—Terry…, creo que mejor será ir a la casa, debes estar
cansado. Además, no tenemos nada que hacer en ese lugar —
mencionó Victoria, no quería volver allí y menos junto a él.
—Tranquila, pecosa, solo nos tomará unos minutos —
contestó acariciándole la mano y la miró a los ojos, para que
confiara en él.
Benjen y Amelia, se miraron desconcertados, no sabían qué
pensaba hacer su hijo en ese lugar, pero decidieron
permanecer en silencio, para no contradecirlo; además, la
curiosidad les ganaba. Lo mismo sucedió con los ocupantes
de los otros autos, quienes al ver que ellos se desviaban,
decidieron seguirlos y descubrir lo que sucedía.
Terrence sentía una presión apoderarse de su pecho, a medida
que se adentraban en el camposanto, intentó distraerse mirando
la larga hilera de árboles que bordeaban el camino y aun
conservaban su verdor, a pesar de estar en verano. Sintió cómo
la mano de Victoria apretaba la suya con ternura, se volvió para
mirarla y pudo ver que sus ojos estaban llenos de miedo, él
también se sentía asustado, pero era mayor su deseo de liberarse
de una vez por todas de lo que lo mantenía atado a ese momento
trágico de su vida.

246
Capítulo 19

El auto se detuvo frente al lugar donde estaba la tumba con el


hermoso ángel en duelo, sobre la lápida que llevaba su nombre y
marcaba el día que había perdido, en esencia, su vida, y que tanto
sufrimiento le había provocado a las personas que amaba. Sus
palpitaciones se aceleraron y podía sentirla retumbar en cada
rincón de su cuerpo, pero lo hacían con mayor intensidad en sus
sienes, por lo que, la apretó con fuerza, al tiempo que cerraba los
ojos y respiraba profundamente para armarse de valor.
—Terry…, amor, no tienes por qué hacer esto, no tienes que
ir a ese lugar —susurró Victoria, acariciándole la espalda y lo miró
con preocupación, le dolía verlo tan atormentado.
—Tengo que hacerlo, Vicky…, lo necesito —respondió
abriendo sus ojos y posó la mirada en ella, para que lo
comprendiera.
Le dio un beso y luego bajó del auto, sin perder tiempo se
quitó la chaqueta, la lanzó en el asiento trasero y después se dobló
las mangas de su impecable camisa blanca, hasta los codos; todo
eso bajo las miradas desconcertadas de Victoria y sus padres.
Luego caminó hasta el guarda equipaje y le pidió al chofer que lo
abriese, seguidamente, sacó un enorme mazo de hierro y lo
sostuvo con fuerza.
El desconcierto se adueñó de los Danchester y de Victoria,
quienes bajaron del auto, mientras veían a Terrence avanzar hacia
la tumba. Sospechaban lo que pretendía hacer, pero les parecía
que no era necesario. Si lo que deseaba era derrumbar ese lugar,
solo tenía que pedirles a los obreros del cementerio que lo
hicieran, no tenía por qué encargarse él mismo.

247
El resto, llegó hasta ellos y bajaron de los autos, se miraron
buscando respuestas, pero ninguno sabía por qué se habían
desviado. Caminaron hasta donde estaba Victoria, junto a los
duques; de inmediato, se asombraron al ver cómo Terrence
levantaba el gran martillo y lo dejaba caer con fuerza sobre la
lápida, provocando que un sonoro estruendo retumbara en el
lugar.
—¿Qué está haciendo Terry? ¿Por qué actúa así? —preguntó
Fransheska, desconcertada, observándolo con angustia.
—Está haciendo algo que cree necesario, está destruyendo el
último vestigio que queda de su supuesta muerte… Esa lapida
lleva su nombre —contestó Brandon, comprendiendo la actitud
de su amigo.
—Clive, ¿crees que esto sea sano? —inquirió Allison,
preocupada.
—Sí… En realidad, diría que es muy conveniente, está
liberando la rabia y la frustración que lo embargó cuando se
enteró de toda la verdad —respondió, observándolo con
detenimiento.
Victoria, Amelia y Benjen, lo miraban en completo silencio,
conscientes de que, no era prudente interrumpirlo. Si lo hacía, era
porque realmente lo necesitaba, suponía que destruir esa tumba
terminaría de liberarlo de los fantasmas que aún lo atormentaban.
Ella no pudo evitar que las lágrimas se hicieran presentes,
también se sentía aliviada y al mismo tiempo triste, era como si
una dolorosa y vieja parte de ella, se estuviese quebrando junto
con esa lápida.
Terrence sentía que su cuerpo temblaba más por la presión y
el dolor emocional, que por la fuerza que debía imprimir para
causarle algo de daño a la lápida. Sentía que el resentimiento
escapaba de su corazón, llevándose todo ese sufrimiento que
guardó durante años y que ahora lo dejaba vacío, respiró hondo
mientras sentía sus músculos cada vez más rígidos y sus brazos
adoloridos.

248
—¿Por qué tuvieron que hacerla de mármol de carraca? —
preguntó mientras seguía golpeando, causándole apenas daño a
la pieza.
Quería olvidar todo lo que había pasado, las lágrimas, las
noches de soledad, la sensación de pérdida, la desesperación, la
impotencia. Ya no quería recordar lo que había sido su vida años
atrás y quería destruirlo justo como estaba haciéndolo con esa
pieza de mármol.
Benjen notó el temblor en las manos de Terrence, que cada
vez golpeaban con menos fuerza, demostrando que empezaba a
cansarse; se acercó con cautela. Él estaba completamente absorto
en su autoliberación y se sobresaltó cuando sintió su mano
apoyarse sobre su hombro y se detuvo para volverse a mirarlo,
sorprendido.
—Lamento no haberla destruido antes… No debiste
encontrar esto, Terry, nunca debiste hacerlo —susurró y lo
amarró en un abrazo.
Terrence dejó caer el mazo y se aferró a su padre, al tiempo
que rompía en sollozos; no le gustaba mostrarse vulnerable, pero
en ese momento no podía evitarlo; sin embargo, escondió el
rostro en el pecho de su padre. Aunque ya era un hombre e;
incluso, estaba más alto que su padre; en ese momento, se sintió
como un niño de cinco años, que necesitaba desesperadamente
ser consolado.
Amelia y Victoria, no pudieron seguir inmóviles ante esa
imagen, necesitaban alejar de los hombres que amaban, esa
tristeza que los sometía; se acercaron para abrazarlos y brindarles
fortaleza. Aunque no pudieron contener sus lágrimas y las
desbordaron en medio de sollozos, lucharon contra ese
sentimiento de congoja, para hacerles saber que estaban allí para
ellos y siempre lo estaría.
Los demás observaban la escena y se sintieron muy
conmovidos, deseaban que fuese un acto liberador para él y que
al fin pudiera comenzar una nueva vida. Después de unos

249
minutos, se sintieron más calmados, regresaron al coche y
salieron de ese lugar, con el propósito de olvidarse de una vez por
todas de ese terrible pasado.

Despertaba sin saber por cuánto tiempo estuvo dormido, su


mirada se dirigió al ventanal, las cortinas estaban a medio cerrar,
por lo que, pudo notar que ya casi oscurecía. Recorrió la
habitación con su mirada y vio a Marion, sentada en el sillón junto
a la cama, estaba tan concentrada en el tejido, que no se percató
de que él había despertado.
—Deberías intercalarle unos hilos morados —pronunció
cuando ella la extendió y pudo ver que era una prenda para la
bebé.
Marion se puso de pie con mucho cuidado y, sin soltar la
prenda, se acercó a su esposo. Él se levantó para quedar sentado
y ella le acomodó las almohadas en la espalda. Fabrizio aprovechó
esa cercanía para llevar sus manos a las mejillas de Marion y darle
varios besos cargados de ternura, apenas contactos de labios.
—¿Por qué morado? —preguntó en medio de esas suaves
caricias que la elevaban, sintiendo los labios de su esposo más
húmedos y cálidos, lo que hacía que fuese más placentero.
—Es tu color favorito… y quiero que Luna vista los colores
que le gustan a su madre, así como Joshua prefiere el azul cobalto.
Ya verás, pintaré su cuarto de morado —susurró contra sus
labios, mirándola a los ojos y luego posó la mano en el vientre de
Marion, acariciándolo con ternura—. ¿Cómo te sientes, mi amor?
¿Cómo está mi princesa? —preguntó posando los labios en su
mejilla.
—Estamos bien, pero, amor…, no sabemos si será niña. —
Suspiró y cerró los ojos, sintiendo cómo le acariciaba el rostro
con los labios y el corazón empezó a latirle más fuerte y las
piernas a temblarle.
—Yo estoy muy seguro de que lo será, mi amor —respondió
sonriendo y sin dejar de acariciarla.

250
—Bueno, eso espero, porque tu hermana me ha traído mucha
ropita en color rosa. —Pudo sentir cómo la respiración de él
cambiaba, pero no se alejó; por el contrario, la amarró en un
abrazo—. Le dije que me gustaba mucho hacerle la ropa, así que
solo conseguí que me trajera docenas de ovillos de lana rosa —
acotó y Fabrizio soltó en su oído esa risa que para ella era la más
hermosa melodía y que le alteraba los latidos del corazón.
—No debes preocuparte, estoy seguro de que será una nena,
puse todo mi empeño para que así fuese, y será tan hermosa
como su madre. —Se alejó un poco y llevó las manos a sus
mejillas—. Gracias, amor… Gracias por darme el mayor regalo
del mundo —dijo mirándola a los ojos, al tiempo que se
humedecían los de ambos.
—No hay nada que agradecer, corazón… —Negaba con la
cabeza, viendo esa luz en los ojos de su esposo. Lo veía feliz,
como nunca lo había visto; y eso la hacía sentirte tan bien, pues
la felicidad del hombre que ama también era la suya—. Te amo,
Fabrizio…, te amo tanto.
Él acariciaba con los pulgares sus mejillas y sus otros dedos se
entrelazaban en las hebras doradas; tomó sus labios una vez más
en un beso prolongado y más intenso, de esos que hacían que su
vientre vibrara. La lengua de Fabrizio hacía piruetas en su boca,
llevándola a los extremos del placer. Lo deseaba demasiado, pero
sabía que, por el momento, debían esperar.
La salud de ambos estaba por encima de sus ganas, aunque él
no la estaba ayudando; por el contrario, esa caricia que se
apoderaba de su cadera le estaba poniendo las cosas muy difíciles.
Fabrizio la deseaba como nunca, siempre le había sido difícil
contenerse ante ella y, después de tanto tiempo, ese beso lo
arrastraba por el más crudo de los placeres, deseaba hacerle el
amor, pero sabía que era imposible; sin embargo, se conformaría
con devorar la boca de su esposa.
—Ejem… Ejem…

251
Alguien carraspeó, pero los dos estaban tan sumidos en ese
beso, que no escucharon la puerta abrirse; sin embargo, el sonido
gutural los hizo regresar a la realidad. Ella se apartó mirando hacia
otro lado, al tiempo que se limpiaba los labios disimuladamente,
sin querer percatarse de quién era. Sentía toda la sangre
concentrarse en sus mejillas, a causa de la vergüenza, pues era
consciente de que los vieron en una situación realmente
escandalosa.
A su mente llegó la cara de desaprobación del doctor Farrell,
sabía que la reprendería por estar agitando a Fabrizio de esa
manera. Esperó a que su esposo los justificara, pero él quedó
inmóvil con las manos en sus hombros, y ella pudo sentir cómo
empezaron a temblarles. De inmediato, supo que no era el
doctor, sino alguien más y; tras tener casi la certeza de que era su
suegro, su vergüenza se triplicó y solo quiso que la tierra se
abriera y se la tragase.
Fabrizio miraba a su padre mientras todo su ser vibraba, fue
consciente de que estaba conteniendo el aire, al sentir una leve
presión en su pecho; por lo que, lo expulsó lentamente,
recordándose mantener la calma, pero no había nada que pudiera
hacer para controlar a su corazón, que latía con tanta intensidad
que le dolía. El miedo hacía estragos en él e; inevitablemente, las
lágrimas subieron inundando su garganta; espabiló para no
dejarlas salir, al tiempo que tensaba la mandíbula, para hacerles
más presión, pero estaba seguro de que, si al menos pronunciaba
una palabra, rompería a llorar.
Luciano no podía creer que lo estuviese viendo despierto,
había deseado tanto ese momento, pero ahora que por fin había
llegado, no sabía qué hacer. Sentía un dolor en el pecho, pero no
era algo físico, sino más bien, emocional, pues dentro de él,
chocaban la felicidad, la tristeza y la culpa, exigiéndole hacer algo.
Tragó en seco, para pasar las lágrimas, intentar calmarse y actuar.
Los brazos le temblaban y supo que era una señal de lo que
debía hacer; de inmediato, los levantó y se los extendió. Su hijo,

252
al ver ese gesto, rompió a llorar, fue como si la presa que contenía
su llanto se hiciese añicos y él dejó salir todo en un torrente de
sollozos que lo estremeció. Luciano acortó la distancia entre los
dos, lo miró a los ojos unos segundos y luego se fundió en un
abrazo muy fuerte con su hijo, sintiéndolo tan delgado y frágil,
que le quebró el corazón.
Fabrizio no podía creer que estuviese entre esos brazos que
tanto añoró durante los años alejados, en todos esos momentos
en los que se sintió perdido y había necesitado tanto de ese abrazo
que su padre le ofrecía, que apenas podía creer que pudiera
tenerlos una vez más. Los sollozos de ambos inundaron la
habitación y sus cuerpos se estremecían a causa del llanto,
mientras se aferraban como queriendo recuperar en ese
momento todo el tiempo que habían perdido.
—Papá…, papá, perdóname, por favor, perdóname… —Era
lo único que Fabrizio podía expresar, en medio del llanto.
—No digas nada, hijo… Solo déjame abrazarte…, solo eso —
pidió Luciano, al tiempo que se aferraba más al abrazo.
Era todo lo que deseaba hacer en ese momento, disfrutar del
milagro de tener a su hijo entre sus brazos, sintiendo el calor de
su cuerpo. Quería darle ese abrazo que no le entregó aquella
mañana, cuando lo dejó en la habitación del colegio, o esos que
le pidió en las cartas y que por la distancia no pudo darle. Deseaba
brindarle la certeza de que nunca más lo dejaría, que sin importar
lo que pasara, él siempre estaría a su lado y lo apoyaría, no le
fallaría de nuevo.
—Perdone mi rebeldía, padre… Sé que le causé un daño
irreparable… —suplicó mientras el llanto lo hacía temblar.
—Perdóname tú a mí, hijo… No pude escucharte, fui tan
testarudo y no supe mantenerte a mi lado cuando más lo
necesitaste… Sé que debí actuar de otra manera, pero no sabía
cómo… Pensé que estaba haciendo lo mejor para ti —confesó
en medio de sollozos—. No te imaginas cuánto lamenté haberte
dado la espalda aquella mañana… Por favor, perdóname por

253
haberte abandonado cuando más me necesitabas, perdóname,
hijo mío… Y ya no me odies, porque eso me rompería el corazón
—pidió acariciándole la espalda, desahogando todo su dolor.
—Jamás podría odiarlo, jamás. —Se movió para mirarlo a los
ojos y que él viera que decía la verdad—. Yo lo amo, padre, y no
he dejado de pensar en usted. —Fabrizio llevó sus manos a las
mejillas de su padre y comenzó a brindarle caricias trémulas—.
Lo recordaba todo el tiempo; sobre todo, aquellos días cuando
era un niño y lo veía a usted tan grande… Cuánto lo admiraba
y…, ahora… —Le estaba costando hablar, porque las lágrimas lo
ahogaban—. Ahora que soy adulto, lo veo mucho más grande y
lo admiro mucho más... Padre, no puedo entender cómo fui
capaz de hacer lo que hice… Estaba resentido con el mundo, con
la vida, pero no tenía derecho a lastimarlos por algo que no era
su culpa… No debí volcar toda mi frustración, mi dolor y mi
rabia en ustedes… Soy un mal hijo…, soy el peor de todos y no
merezco el amor que me tienen, no lo merezco —expresó en
medio de un llanto doloroso y bajó la mirada, avergonzado.
—No digas eso, Fabrizio Alfonzo, mírame. —Le exigió,
alzándole el rostro con sus manos—. Eres mi hijo y te adoro…
Eres uno de mis mayores tesoros y, sin duda, estoy en deuda con
Dios, porque te ha regresado a mí, por fin escuchó mis súplicas…
Porque te juro que, aún después de ver esa tumba en Doullens,
yo seguía pidiéndole que me dejara verte, aunque fuese una vez
más… No podía hacerme a la idea de que ya no lo haría de nuevo
y me moría todos los días al despertar, porque empezaba a olvidar
tu voz… —Soltó un sollozo, sintiendo una gran presión
estrujarle el corazón.
—Yo tenía el mismo miedo; sobre todo, cada vez que mi
mente me llevaba a esos rincones oscuros, donde olvidaba todo;
incluso, quién era… Pero siempre luchaba por escapar de ese
abismo y lo hacía gracias a mi esposa, a mi hijo y a ustedes; era el
amor de ellos y la esperanza de volverlos a ver, lo que me
mantenía cuerdo, lo que me daba la fuerza para soportar las

254
dolencias de mi cuerpo y vencer a los demonios en mi cabeza —
pronunció con la voz rasgada por la desesperación.
Luciano lo envolvió con sus brazos, una vez más, apretándolo
muy fuerte, porque su hijo daba la impresión de estar a punto de
romperse, pero él lucharía por mantener unidas todas sus partes,
no dejaría que se derrumbase. Fabrizio hundió el rostro en su
pecho, como si fuese un niño de cinco años, él lo arrulló mientras
le besaba el cabello y lo dejó desahogarse, nunca más le diría que
los hombres no lloraban.
Luciano, a pesar de estar envuelto en una marea de
sentimientos, que lo llevaban de un lado a otro, era consciente de
que no podía exponer a su hijo a tantas emociones.
—De ahora en adelante, yo estaré a tu lado para curarte y te
ayudaré a luchar contra todos esos demonios —aseguró
mirándolo a los ojos y limpió con sus pulgares las lágrimas que
surcaban el rostro de Fabrizio—. ¡Ay, hijito mío! Todavía no
puedo creer que estés aquí… Me quise morir cuando leí tu carta,
pero quiero que sepas que en ningún momento estuve molesto
contigo; por el contrario, la rabia era conmigo mismo, por no
haber sido el padre que prometí ser cuando te tuve la primera vez
entre mis brazos… —Un sollozo escapó de su garganta,
cortándole la voz, pero respiró hondo para calmarse y seguir—.
Al día siguiente, viajé con tu madre hasta Londres y; desde
entonces, no dejé de buscarte, lo hice todos los días durante dos
años. Quería encontrarte y pedirte perdón por no comprender
tus sentimientos, no los tomé en serio… Tú estabas destrozado,
por lo que te había hecho esa mujer, y yo me mostré tan
indolente. Perdóname, Alfonzo, perdóname —rogó sollozando.
—Usted siempre fue un buen padre, fui yo quien no supo
manejar esa situación y busqué lo que creí era la salida más fácil,
sin medir la gravedad de la decisión que estaba tomando. Fui un
egoísta al pensar solo en mi dolor, pero no en ese que les causaría
a ustedes… Me arrepiento de haberlos lastimado, pero tal vez,
ese era mi destino, pues allí conocí a la mujer que le dio

255
significado al verdadero amor. —Fabrizio lo detuvo porque
Marion estaba cerca y no quería que ella escuchase sobre
Antonella; además, él tampoco quería recordar esos momentos
que le provocaban tanta vergüenza.
—Me hubiese gustado tanto que ese encuentro se hubiese
dado en otras circunstancias, ninguno de los dos merecía vivir ese
infierno para poder conocerse, eran tan jóvenes e inocentes —
mencionó Luciano con pesar, al recordar el relato de Marion e
imaginar todas las angustias que vivieron—. Y por eso te dije
tantas veces que era mejor esperar, Fabrizio, que todo tenía su
momento.
—Lo sé y ahora lo comprendo, pero era un joven estúpido y
pensé que… —Negó con la cabeza, para no dejar entrar a
Antonella en sus pensamientos, ella estaba enterrada en el
olvido—. Eso ya no importa, porque ahora tengo a mi lado a la
mujer que amo y que me dio todas las razones para luchar por mi
vida. Marion también me alentó para que los buscara, yo estaba
intentándolo, padre, le juro que estaba dando lo mejor de mí,
pero tuve esta recaída… —Fabrizio sintió cómo la impotencia y
el dolor se le venían de golpe, presionando su pecho hasta el
punto en que una vez más le costaba respirar.
—Tranquilo, tranquilo… Ahora estás aquí y te pondrás bien.
—Luciano vio que su respiración se volvía irregular, así que
rápidamente buscó la mascarilla y le puso el oxígeno—. Esto te
ayudará, solo debes relajarte, te prometo que ya no tendrás más
dificultades para respirar. Hemos hecho grandes avances con los
broncodilatadores y podrás usarlos sin que te hagan daño. —Le
dio un beso en la frente, mientras le acariciaba el cabello y lo
admiraba.
Fabrizio subió la mano para acariciarle el rostro, también a él
le costaba creer que fuese verdad, que estaba junto a su padre,
después de tanto tiempo. Veía esas líneas de expresión en sus ojos
y su frente, el cabello lo tenía más canoso y su barba lucía más

256
tupida, tal vez no había tenido tiempo de recortarla, pues su
madre le había dicho que se la pasaba en los laboratorios.
Marion se asustó un poco cuando vio que su suegro tuvo que
recurrir a la mascarilla de oxígeno, pero al comprobar que
Fabrizio estaba bien, se tranquilizó y continuó con su labor,
dándole el espacio para que los dos vivieran ese momento. Se
sentía muy feliz al ver que su esposo por fin le daba a su
conciencia el consuelo que tanto necesitó. De pronto, escuchó
que la puerta se abría.
—Papi. —Joshua entró con el estuche del violín en mano y al
ver a su padre despierto, corrió hasta la cama. Dejó el
instrumento a un lado y subió con cuidado, él lo envolvió con
uno de sus brazos y lo acercó a su cuerpo—. ¿Estás bien? —
preguntó al ver que tenía la mascarilla. Su padre asintió de
nuevo—. ¿El abuelo te perdonó? —Le preguntó, elevando la
cabeza para mirarlo a los ojos.
—Sí, tu abuelo me perdonó —respondió compartiendo una
sonrisa cómplice con su hijo. Se quitó la mascarilla porque ya se
sentía mejor.
—¡¿Ves, papi? ¡Te lo dije! —expresó Joshua emocionado y
miró a Luciano—. Abuelo, no llores, papi ya no se va a enfermar,
tu medicamento es muy bueno, recuerda que eres el mejor doctor
del mundo. —Le dijo poniéndose de pie y se acercó para rodearle
el cuello con sus brazos, su abuelo correspondió al abrazo y dejó
libre un sollozo—. No llores, abuelo —susurró con voz
estrangulada.
—Está bien, Joshua, no pasa nada malo, solo lloro de felicidad
—dijo alejándose del abrazo, para mirar a su nieto a los ojos.
—Ah, entiendo, la abuela dice que llorar de felicidad es bueno,
yo también lo hice cuando papi despertó —acotó Joshua,
sonriendo, luego recordó algo y bajó de la cama—. Por cierto,
abuelo…, creo que el violín se dañó, ya no suena igual —dijo con
tristeza y vergüenza, mientras lo tomaba para entregárselo.

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—Veamos, Joshua, seguro no es nada que no pueda repararse
—dijo con una sonrisa y lo sacó del estuche, quiso hacer un par
de notas y supo de inmediato lo que le había pasado—. Solo se
desafinó, en un momento lo acomodo.
—¿Por qué se desafina, abuelo? —preguntó mientras miraba
cada movimiento que hacía, pues él también quería aprender a
repararlo.
—Bueno, pueden ser muchos motivos, ya sea porque no se
toca adecuadamente, eso tiende a desafinarlo; sobre todo, cuando
son nuevos o también puede pasar cuando se deja de utilizarlo
por un tiempo —respondió sin dejar de lado la labor.
Fabrizio los admiraba con una sonrisa que llegaba hasta su
mirada, al tiempo que a su cabeza venían los recuerdos de su
padre tocando el violín, para que se durmiera; sobre todo, en las
noches cuando tenía miedo. Había anhelado tanto ese momento,
poder ver a su hijo compartir con su abuelo, que conociera al
maravilloso hombre que era, y que su padre tuviera la
oportunidad de enseñarle tanto a Joshua.
—¿Y cómo puedo hacerlo yo mismo? —preguntó mientras se
rascaba distraídamente una de las mejillas.
—Tienes que aprender, ¿recuerda las notas musicales?
—Sí, abuelo, son: DO, RE, MI, FA, SOL, LA y SI. —Las
cantó como él le había enseñado, para que no lo olvidara.
Fabrizio soltó una carcajada y Luciano posó la mirada en él,
sonriendo también al escuchar ese sonido que tanto había
extrañado y seguía siendo idéntico. Aunque un poco más ronco,
pues ya no tenía la voz de un chico, sino la de un hombre.
—¿Y qué hago con las notas? —preguntó Joshua, para atraer
la atención de su abuelo, que se había quedado mirando a su papá,
como a veces lo veía a él, como decían en los cuentos: hechizado.
—Bueno, para afinarlas, hay que llevar un orden, primero es
la cuerda que representa a la nota: LA —explicó, extendiéndole
el violín—. ¿Cuál es la cuerda que debemos afinar primero? —Le
preguntó, para saber si aún recordaba el orden.

258
—Creo que es esta —dijo señalando una cuerda, mostraba
una sonrisa para esconder sus dudas.
—No, Joshua, esa es: MI. —Le explicó con media sonrisa, le
gustaba el ingenio que mostraba su nieto—. Después te enseño a
afinar el violín, primero vamos a ponerle un poco de resina al
arco, que le hace falta. Se nota que has tocado bastante, porque
la has desgastado. —Mostró media sonrisa, mientras pasaba la
barra por las cuerdas del arco.
—Todo el día, es que quiero aprender rápido —respondió
riendo—. Toca un poco, abuelo, me gusta escucharte —pidió,
aplaudiendo con entusiasmo.
Luciano adoptó la postura correcta y luego de comprobar que
el violón estaba afinado, posó la mirada en Fabrizio; empezó a
tocar una hermosa pieza que le dedicaba a su hijo cuando estaba
pequeño, para que se durmiera. Fabrizio la recordó y la emoción
lo hizo derramar un par de lágrimas, pero luchó por mantenerse
calmado, no quería que sus emociones lo alterasen y el doctor
tuviera que dormirlo.

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Capítulo 20

Después de unos minutos, Joshua también quiso tocar el


violín, con una efusiva sonrisa, agarró el instrumento y lo
acomodó sobre su hombro. Respiró profundo y empezó a rozar
el arco contra las cuerdas, produciendo sonidos muy desafinados;
sus padres y su abuelo solo lo miraban mientras sonreían; luego
de varios minutos, se detuvo y soltó un suspiro de frustración,
desconcertándolos.
—¿Qué sucede? ¿Por qué te detienes? —preguntó Fabrizio,
sonriendo, al ver el descontento en la cara de su hijo.
—Es inútil, papi, no puedo tocar igual que el abuelo, ni
siquiera se escucha igual —respondió, dejando de lado el violín.
—Pequeñito, no te desanimes, es solo cuestión de práctica y
paciencia, solo eso —acotó Luciano, mirándolo con cariño.
—Es que es muy difícil, abuelo, creo que no lo tocaré más —
dijo con una mezcla de tristeza y resignación.
—Joshua, ven acá. —Fabrizio le extendió los brazos, era la
primera vez que lo cargaba desde que despertó y lo sintió algo
pesado, eso le hizo sonreír. Lo miró a los ojos mientras le
acomodaba el cabello detrás de las orejas—. No tienes que
desistir, si quieres tocar el violín, hazlo.
—Pero es muy difícil, papi —susurró con desgano.
—Sí, claro, pero si fuese fácil, cualquiera lo haría, por eso no
todos tocamos el violín. Además, lo importante es que te guste y;
si es así, verás que, con la práctica, lo harás cada vez mejor; te
sabes las notas, eso…, eso es lo más difícil. Solo tienes que prestar
atención a todo lo que el abuelo te dice e ir paso por paso, no
podemos ir tan rápido en la vida, porque todo tiene su tiempo,

260
eso me lo dijo tu abuelo una vez. —Levantó la mirada,
encontrándose con la de su padre y ambos sonrieron, luego miró
de nuevo a su hijo—. Pero, al igual que tú, deseaba que todo
ocurriera rápido y no le hice caso, pretendía volar cuando apenas
empezaba a caminar, por lo que, terminé muy mal. Pero si haces
las cosas despacio, te prometo que todo saldrá bien.
—Tu padre tiene razón, descansa hoy y lo retomas mañana.
—Está bien, haré lo que me dicen, tendré paciencia.
Todos sonrieron al ver que habían conseguido aplacar la
frustración de Joshua, a pesar de ser solo un niño, era evidente
que estaba detrás de un sentido de perfección que no era muy
propio de su edad. Tal vez haberse criado entre adultos era lo que
había forjado su carácter de esa manera, pero debían guiarlo para
que también disfrutara de su infancia, era hora de que también
actuara como un niño.
La puerta de la habitación se abrió y, al escucharla, todos se
volvieron, para encontrarse con Fransheska, quien asomaba
medio cuerpo, mostrando una gran sonrisa. Fiorella también
venía detrás de su hija, ambas habían esperado para darle a
Fabrizio un momento con su padre, pero ya no podían seguir
aguantando la curiosidad, querían saber cómo había ido su
reencuentro. Luciano les sonrió y le hizo un ademán para que
entraran, quería que ellas estuvieran allí también.
Fabrizio observó cómo su madre se acercaba a Marion y le
daba un beso en la frente, ver a dos de las mujeres que más
amaba, demostrarse afecto, hizo que la emoción lo invadiera de
golpe. Era realmente extraordinario saber que su esposa se había
ganado el cariño de todos; aunque no esperaba menos, Marion
era una mujer extraordinaria.
Fiorella se acercó hasta Luciano y le dio un beso en la mejilla,
luego le acunó el rostro, percatándose de que había llorado; y no
era para menos, tener a su hijo de regreso, era un milagro.
Finalmente, llegó a su destino, que no era otro que llenar de besos

261
y abrazar a su hijo. Solo se habían separado por unas horas y le
parecía una eternidad.
—¿Cómo te sientes, mi niño? —preguntó mirándolo a los
ojos y acariciándole con sus pulgares los pómulos.
—Estoy bien, mamá, me siento bien —respondió sin desviar
su mirada de los hermosos ojos grises.
—¿Seguro, mi vida? —inquirió una vez más y Fabrizio asintió,
sonriéndole—. Qué bello estás, mi nenito —mencionó con
infinita ternura—. Mi chiquitico, mi ratoncito… —En ese
momento una carcajada explotó en medio de los dos.
—¡Ratoncito! —dijo Joshua, riendo—. Papi, eres un ratoncito
como los que corren por el jardín y que mi tío quiere atrapar…—
acotó sin dejar de reír y todos los presentes lo acompañaron—.
Abuela, le hablas como si fuera un niño más pequeño que yo.
—Sí, mi vida, tu papi es mi niño… Para mí, no ha crecido, lo
veo tal como te veo a ti —acotó riendo, al tiempo que se acercaba
a la mejilla de su nieto y dejaba caer una lluvia de besos.
—Es imposible que lo deje de ver como un niño, Joshua,
siempre ha sido el consentido de mamá —acotó Fransheska,
riendo.
En ese momento, fue consiente de la mirada que compartía su
hermano con Marion, nunca había visto ese brillo en los ojos de
Fabrizio, siempre que le hablaba de Antonella, su mirada brillaba,
pero nunca con la intensidad que mostraba en ese instante. Podía
ver el anhelo de los dos enamorados, así que se le ocurrió una
idea. Se puso de pie y le tendió la mano a Marion, que la recibió
mirándola con desconcierto, le sonrió para que confiara en ella y
le ayudó a levantarse con cuidado, luego la llevó hasta la cama de
su hermano.
—Disculpen, mamá y Joshua, pero Marion debe descansar y
creo que puede hacerlo al lado de Fabri —dijo, dedicándole una
mirada cómplice a su hermano.
—Tienes razón, no es prudente que esté tanto tiempo sentada,
hagámosle espacio para que pueda descansar. Ven acá, chiquilín

262
—dijo Fiorella, poniéndose de pie y cargó a Joshua, que se lanzó
a sus brazos, cerrándole la cintura con sus piernas.
—Joshua, no te acostumbres, mira que es mi mamá. —Le
advirtió Fabrizio con tono divertido.
—Y es mi abuela y me dice que soy el más bonito y consentido
—acotó sonriente y rodeándole el cuello con sus brazos.
—Bueno, no se peleen por mí, que a los dos los amo —
intervino.
Fransheska ayudó a Marion para que se tendiera al lado de
Fabrizio, que de inmediato la envolvió con uno de sus brazos y
le dio un beso en la frente. Fiorella se sentó al lado de Luciano,
con su nieto en las piernas, y Fransheska bordeó la cama, para
sentarse en uno de los muslos de su padre, que le rodeó con sus
brazos la cintura.
—Campanita, ¿cuándo es la boda? —preguntó Fabrizio,
mirando a su hermana a los ojos.
—Todavía no lo sé, corrimos la fecha —respondió sonriente.
—¿La pospusiste de nuevo? Es la segunda vez… ¿Será que no
te quieres casar? —Le preguntó con los ojos entrecerrados.
—Claro que me quiero casar, Peter Pan, es solo que tú debes
entregarme y todavía no estás recuperado. —Le recordó
mirándolo.
—Entiendo, pero estaré mucho mejor dentro de poco; así
que, ya ponle fecha a la ceremonia. —Le aseguró.
—Sí, lo sé, pero si le pongo una fecha ahora, tendría que… —
Un nudo en la garganta no le permitió continuar.
—Tendría que viajar en una semana a Chicago, pues será allá
donde se llevará a cabo la ceremonia y tiene que estar presente
para los últimos preparativos; y no quiere marcharse. —Luciano
acudió en su ayuda, sabía que su hijo entendería la situación.
—No voy a viajar, papá —sentenció con voz temblorosa.
—¿Por qué no lo harás, Fran? —inquirió Fabrizio—. Es el día
más importante de tu vida, no puedes estar posponiéndolo todo
el tiempo.

263
—Tú no puedes viajar aún y no quiero irme sin ti —
respondió, levantando la mirada y la fijó en la de su hermano.
—Solo serán unos días de diferencia, princesa —acotó
Fiorella, acariciándole la mejilla, no le gustaba verla triste. Luego
dirigió la mirada a su hijo, para ver si él lograba convencerla—.
Los doctores nos pidieron esperar por unos resultados y a que
estés más fuerte. Así que, le hemos dicho que viaje junto a
Brandon y sus familiares, pero no quiere, ya sabes lo testaruda
que es tu hermana.
—Comprendo —murmuró mirando a su hermana—. ¿Puedo
hablar a solas con Fran? Solo serán unos minutos.
—Sí, claro —respondieron al unísono.
Fiorella se puso de pie, llevando a Joshua en sus brazos.
Fransheska estaba algo renuente, pues sabía cuál era la intención
de Fabrizio, aun así, se levantó para que su padre se parase.
Marion también se puso de pie y salió junto a sus suegros; un
pesado silencio se apoderó de la habitación y ella no se atrevía a
mirar a Fabrizio.
—Ven acá, mi hermosa hada —pidió con los brazos abiertos,
ella se metió a la cama y lo abrazó. Fabrizio le acarició el cabello—
. ¿A que le temes? —preguntó, buscando su mirada.
—A nada…, solo quiero que estés presente en mi boda, que
cumplas tu promesa de entregarme —respondió, haciendo un
puchero.
—Claro que cumpliré mi promesa, Campanita, te voy a
entregar junto a papá —susurró besándole la frente—. No creas
que voy a perderme el verte vestida como una princesa ese día.
—Pero es que no quiero viajar si no es contigo, no quiero
separarme de ti. —Hizo más fuerte el abrazo—. No otra vez, por
favor —pidió con voz temblorosa.
—Yo tampoco quiero separarme de ti, pero no es justo que
detengas tu vida por mí. —Le puso un dedo en la barbilla para
alzarle el rostro y mirarla a los ojos—. Debes continuar con los
preparativos, porque si sigues posponiéndola, Brandon se

264
cansará de esperar y se buscará a otra; entonces, tú serás un hada
que vestirá santos —bromeó para aligerar la tristeza de su
hermana.
—Brandon no hará nada como eso, él solo me quiere a mí y
hará aquello que me haga feliz —expresó con absoluta
convicción.
—Eso espero, que él no tenga ojos para nadie más y que se
desviva por hacerte feliz; si no, busco la manera de escribirle a
Gardel, mira que lo prefiero a él… —dijo sin dejar de sonreír,
pero al ver la mirada reprobatoria de Fransheska, se puso serio—
. Fran…, hermanita hermosa, me muero de celos, te lo juro, pero
sé que tienes que hacer tu vida al lado del hombre que amas; y no
quiero que, por mi culpa, estés posponiendo tu matrimonio. Yo
me casé y; aunque deseaba tanto invitarlos, no sabía cómo
acercarme a ustedes; además, Manuelle, prácticamente me llevó
al altar con el rifle —soltó media carcajada.
—Es que, con Marion, hiciste todo al revés, Peter Pan.
Se sonrojó al recordar que, Brandon y ella, también había rotó
con lo tradicional y se habían entregado como hombre y mujer,
antes de casarse. Por supuesto, eso no se lo confesaría a su
hermano, por mucha confianza que se tuvieran, era un tema que
no sabría cómo hablarlo con un hombre; de pronto, descubrió a
Fabrizio observándola de manera inquisidora, eso hizo que sus
nervios se dispararan y desvió la mirada para esconderle su
secreto.
—Tienes razón, pero no me arrepiento; sin embargo, sé que
no fue lo correcto y por eso, ahora que estoy en esta posición,
entiendo perfectamente a Manuelle y quiero que Brandon se case
contigo lo antes posible; de lo contrario, se las verá conmigo. Y
puede que ahora esté convaleciente, pero todavía tengo la fuerza
para, con un solo golpe, ponerlo a comer tierra…
—¡Ey! ¡Ey! No harás nada de eso, Fabrizio Alfonzo, en serio,
necesito que me prometas que tratarás bien a mi novio y dejarás
de lado esos celos fraternales tan infantiles. —Le advirtió,

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apuntándole con un dedo en el pecho—. Brandon es un hombre
maravilloso, siempre ha cuidado de mí y no tengo la menor duda
de que nos casaremos, pero lo haremos cuando sea el momento
—sentenció mirándolo a los ojos.
—Pues, espero que sea pronto —dijo frunciendo el ceño.
—Te has vuelto un cascarrabias. —Ella se burló y le apretó la
nariz.
Fabrizio trataba de contener los celos que lo estaban
devorando, conocía muy bien a su hermana, su forma de hablar
y de mirar, la habían delatado. Además, él tenía la experiencia
suficiente para saber cuándo alguien se ha entregado a la persona
que ama, y todo indicaba que su hermana ya lo había hecho. Esa
devoción que mostraba por su novio, cómo brillaba su mirada y
hasta cómo se sonrojaba, eran las muestras más fehacientes, solo
esperaba que, Brandon Anderson, en verdad mereciese lo que
Fransheska le había entregado. Y no se refería a lo físico, sino a
sus sentimientos.
—Solo quiero que seas feliz, que nunca tengas que derramar
una lágrima por amor —expresó mirándola a los ojos.
—Brandon no me hará sufrir, él me ama; verdaderamente, me
ama, Fabrizio —susurró mirándolo a los ojos, suspiró y se
levantó hasta quedar sentada, se cruzó de piernas como cuando
era una niña y se dispuso a convencerlo—. Él es un hombre
maravilloso, es apuesto, amable, honesto, caballeroso, ama
profundamente a su familia.
—Lo describes como al hombre perfecto —masculló, celoso.
—Bueno, lo sería si no se hubiese puesto celoso cuando
conocimos a Gardel, y no hubiese adoptado esa actitud tan
insegura e infantil, que mostró los días siguientes —dijo
blanqueando sus ojos. Lo que hizo que su hermano riera—. Sin
embargo, eso también me gustó de él, comprendí que actuaba así
porque le afectaba que yo pudiera fijarme en alguien más, lo que
era absurdo, ya que estaba profundamente enamorada de él, así
que decidí arriesgarme y me le declaré…

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—¿Que tú hiciste qué? —preguntó sorprendido y también se
incorporó hasta quedar sentado, mientras parpadeaba.
—Le dije que… —Fransheska se detuvo antes de repetir las
palabras que alguna vez le dijera Terrence, sabía que no era el
momento de hablar de su primo, fingió recordar y luego siguió—
. Le dije que, Gardel, siempre había sido mi sueño, mi amor
platónico, y que por eso me dejé deslumbrar en aquel momento,
pero que mi realidad era él y que lo que en verdad deseaba era
que estuviésemos juntos.
—¿Y él qué dijo? —preguntó lleno de curiosidad.
—¡Me besó! —expresó con la mirada brillante y se dejó caer.
—Campanita. —Le reprochó Fabrizio, frunciendo el ceño.
—Fue el beso más maravilloso… Bueno, el primero de
muchos —dijo y suspiró con ensoñación, pero comenzó a reír al
ver la mala cara que ponía su hermano—. Peter Pan, no te pongas
así, tú también estás enamorado y deberías comprenderme… El
amor es algo tan especial, hace que todo sea perfecto; incluso, me
quita el miedo, porque cuando estoy junto a Brandon, no le temo
a los truenos, ni siquiera los escucho.
—¿Y es que acaso has pasado muchas tormentas con él? —
inquirió alzando una ceja y mirándola con suspicacia.
—Sí, la primera vez, regresábamos de pasar el día en San
Gimignano, y tuvimos que orillar el auto, porque la tormenta no
nos dejaba ver; le hablé de mi miedo a los truenos y de cómo me
protegías cuando era pequeña, eso me ayudó a distraerme —dijo
y le alegró ver que Fabrizio sonreía, así que continuó—. La
segunda, estaba en la casa de campo de los Anderson, se
avecinaba una tormenta terrorífica, y yo me había quedado… —
Fransheska fue consciente de lo que estaba a punto de revelarle
y se calló de golpe.
—¿Y tú qué? —La actitud de su hermana acababa de
confirmarle sus sospechas, se había quedado muda, bajó el rostro
y sus mejillas estaban rojas como cerezas maduras.

267
—Y por suerte, Brandon también estaba allí, así que me
acompañó para que no tuviese miedo y la tormenta pasó muy
rápido —respondió y le dio gracias a su voz por sonar normal o;
al menos, eso esperaba. Su hermano la miraba fijamente,
poniéndola nerviosa. Tragó para pasar el nudo en su garganta y
le sonrió—. Y bueno, no te aburriré contándote todas las veces
que Brandon y yo hemos pasado una tormenta juntos, solo debes
tener presente que, seguí tu consejo y le entregué mi corazón a
un hombre que lo merece —dijo mirándolo a los ojos.
—Me enorgullece que estés segura del amor de tu prometido
y que no hayas cometido errores como yo —respondió con un
hilo de voz.
—Peter Pan…, mírame —pidió al ver que bajaba el rostro—
. Tú no cometiste ningún error, tu amor no fue un error…
—Está bien, Fransheska… No estaba enamorado, solo era
una ilusión, pero no hablemos del tema —dijo apretando la
mandíbula.
—Fabrizio Alfonzo. —Le puso una mano en la mejilla para
hacerlo volver la mirada, él no se negó, pero ella pudo sentir que
seguía manteniendo tensa la mandíbula—. Estabas enamorado,
claro que lo estabas, solo que no de la mujer correcta.
—Por favor, Campanita —pidió en un hilo de voz, porque su
garganta se cerraba—. No hagas que me avergüence más. —
Apenas logró decir y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
—No tienes nada de qué avergonzarte, mi Peter pan —
susurró, besando las lágrimas de su hermano y acariciándole el
cabello.
—Amo a Marion —aclaró con un sollozo de por medio.
—Lo sé, estoy segura de que la amas, si pudieras observar
desde afuera, podrías darte cuenta de cómo te brillan los ojos
cuando la miras, pero también amaste anteriormente y no tienes
por qué sentirte culpable por ese sentimiento —pronunció con
voz queda.

268
—Claro que sí —respondió mientras ella negaba—. ¿Acaso
no recuerdas todo lo que sufrieron por mi culpa? Fui un
completo imbécil, un estúpido adolescente, que no pensaba en
las consecuencias… Yo los dejé por alguien que no valía la pena
y la seguí sufriendo por dos años más, como si no me hubiese
bastado todo lo que me hizo…
—Por eso le di una buena bofetada —acotó orgullosamente.
—¿Que tú qué? —preguntó mirándola, perplejo.
—Pues sí, fui hasta su casa y le di una bofetada, estaba muy
dolida cuando me enteré de lo que había hecho —respondió
mirándolo.
—Fran…, no debiste hacer eso, tú no tenías que manchar tu
hermoso corazón con odio —lamentaba haberla llevado a eso.
—No me reclames nada, Fabrizio, necesitaba hacerlo… Fue
una forma de drenar tanta ira que sentía en ese momento, y sé
que estuvo mal, papá me reprendió, pero no me arrepiento, ella
se lo merecía por haberte lastimado —dijo con convicción, pero
luego se quedó en silencio, pues había algo que deseaba
preguntarle, pero no sabía cómo hacerlo, respiró hondo y se armó
de valor—. Fabri, ¿qué sientes cuando piensas en ella? —Su
mirada se fijó en la de su hermano.
—¿Que qué siento? —Fabrizio no esperaba esa pregunta,
aunque sabía que tarde o temprano llegaría. No quería pensar en
eso, pero tal vez, era momento de afrontarlo—. Un montón de
cosas, pero ninguna buena, ella fue la culpable de todos los
errores que cometí, por su culpa los abandoné y me lancé a una
muerte casi segura, porque; incluso, años después, representó un
problema entre Marion y yo, la única vez que discutimos fue por
su causa, y ya estaba casando de que siguiera haciéndome daño.
Quería tener el poder para desaparecerla porque una vez más,
estaba acabando con lo único bueno que tenía… Marion casi no
me perdonaba, ya que pensaba que aun sentía algo por esa
mujer… Tuve que hacerle entender que ni siquiera la pensaba.
—¿Y es así? —inquirió Fransheska, una vez más.

269
—Claro que lo es, no me importa lo que haya sido de su vida,
aunque a pesar de todo, no le deseo ningún mal, pero para mí, ya
es pasado. Ahora soy feliz junto a la mujer que amo y que estoy
seguro me ama, tengo un hijo maravilloso y una nena en camino,
estoy seguro de que será una niña, porque la he soñado incluso
antes de concebirla… ¿Sabes, Fran? Tal vez pensarás que estoy
loco, pero quiero tener por lo menos cinco hijos más, puedo ser
un buen padre —dijo con orgullo.
—De eso no hay duda, Joshua es un niño maravilloso, pero
tantos niños te van a volver loco —dijo sonriendo al igual que él.
Veía esa paz en sus ojos y sabía que él le decía la verdad,
siempre había tenido una mirada transparente, que era incapaz de
mentir; ya no sentía nada por Antonella Sanguinetti, y eso era
maravilloso. Al fin se había liberado de ese amor que le trajo más
tristeza que alegría, estaba en paz consigo y recibiendo todo el
cariño que se merecía.
—Si no me ha vuelto loco Joshua, créeme que una docena no
lo hará —dijo guiñándole un ojo—. Entonces, solo puedo dar las
gracias por todo lo que me ha pasado, porque no ha sido más que
el camino para llegar hasta aquí. Sí que ha sido un camino rocoso
y espinado, pero ha valido la pena, valió la pena todo el dolor que
sufrí durante la guerra.
—Fue un precio muy alto —mencionó ella con tristeza.
—Lo fue, es cierto, pero lo que he conseguido, bien lo valía
—aseguró mirándola a los ojos—. Valió la pena que Antonella
me rompiera el corazón y lo lanzara por un acantilado, Marion lo
reconstruyó con toda la paciencia y amor del mundo… Ella es mi
ángel y sentí mi alma vibrar nuevamente cuando la vi bajo la
lluvia, llevaba dos años sin sentir mariposas en el estómago;
bueno, las sentía cuando pasaba hambre por días, pero me refiero
a otro tipo de mariposas —dijo sonriendo—. Fue mi luz, yo
estaba mal, no sé cómo había soportado tanto tiempo en la
guerra, pero ella llegó para sanar todas las heridas, fue una
bendición y; junto a ella, he vivido los momentos más

270
maravillosos que pudiera anhelar, somos una misma alma —
expresó emocionado hasta las lágrimas.
—Mi Peter Pan…, estás muy enamorado —acotó riendo.
—Sí que lo estoy, no sabes cómo deseo poder dormir
abrazado a mi enfermera… Lo fue desde que sacó una bala de mi
muslo, me empeñé en que así sería desde ese día… Era una niña
hermosa, yo no sé qué tiene Marion, ni qué fue lo que causó en
mí, pues se veía menor que Alessandra, pero su sola presencia me
hizo temblar, siendo tan diminuta, era mucho más delgada que
tú, cuando tenías trece años; muchas veces, tenía miedo de
abrazarla, por temor a quebrarle un hueso, pero ella siempre ha
sido muy fuerte, tiene una fortaleza única; tanto, que con apenas
quince años soportó todos los horrores de la guerra y consiguió
salvarme.
—Es una mujer extraordinaria y me alegra mucho que la hayas
encontrado, Fabri, también que desees tener muchos hijos con
ella: estoy segura de que todos serán tan maravillosos como
Joshua —dijo sonriéndole—. Bueno, creo que es hora de irme.
—¿Ya? Aun es temprano —dijo buscando el reloj en la pared.
—Tú debes descansar para recuperarte rápido y así puedas
cumplir todos tus sueños y también tu promesa de llevarme al
altar.
—Tranquila, te casarás antes de los veinticinco —bromeó y
en respuesta recibió un pellizco de su hermana—. ¡Campanita!
—Ya sé que mi celoso hermano, desea que me quede para
vestir santos, pero lamento decirte, que eso no será posible.
—Claro que no…; es decir, me cuesta imaginar que dentro de
poco te convertirás en la esposa de un magnate americano, pero
ya lo iré asimilando… Es algo raro, pero siento como si el tiempo
no hubiese pasado y todavía fueses la jovencita de catorce años,
de la que me despedí frente al internado en Francia —expresó
con nostalgia.
—Sigo siendo esa jovencita, bueno, en esencia —dijo
sonriendo y le tomó las manos—, pero también soy una mujer

271
ahora y debes hacerte a la idea, porque pretendo darte muchos
sobrinos, no quiero que te desmayes cuando me veas con una
gran barriga como esta. —Agarró una almohada y se la puso en
el vientre, mientras reía.
—Está bien, ya con eso me convenciste. —Se acercó y dejó
caer una lluvia de besos en el rostro de su hermana.
—¿Sabes qué? Hoy vas a dormir con tu enfermera, voy a
hablar con papá, haré eso por ti. —Le dijo con entusiasmo,
dándole un beso. —Ya verás cómo en unos minutos te la traigo.
—Sabes que te adoro, ¿verdad? —preguntó mostrándole una
sonrisa más amplia y ella elevó la barbilla con presunción, lo que
lo hizo reír—. Me hiciste tanta falta, Campanita —susurró
dándole otro beso.
—Tú también me hiciste falta, pero ya está bien de lágrimas
por hoy —indicó al ver que la mirada de su hermano se
cristalizaba—. Me voy a buscarte la enfermera —acotó saliendo
de la cama.
—Te lo agradezco, tú también deberías ir a ver a tu…, tu…
—Le costaba darle ese término a su cuñado.
—A mi príncipe —añadió sonriendo.
—Sí… Aunque, un hada no se casa con príncipes, creo que
debería ser con un elfo —expuso sonriente.
—Bueno, podría ser un elfo, por su belleza, pero no…
Brandon es un príncipe, seré la primera hada que se case con uno
—acotó sin dejar de reír—. No creo que haga mucha diferencia,
ya que tú rompiste los esquemas, pues no tolerabas nada de la
medicina y resulta que te me casas con una enfermera. —Le besó
la mejilla—. Descansa.
—Tú también —dijo soltando su mano, aunque no quería
separarse de ella, debía descansar—. Te quiero mucho. —Le besó
la frente.
—Yo también te quiero, Fabri. —Ella tampoco deseaba
separarse de él, pero sabía que no debía agotarlo. Se despidió
desde la puerta con la mano y luego salió de la habitación.

272
Minutos después, Marion entraba a la habitación junto a sus
padres y Joshua, ella se acostó a su lado con la ayuda de Fiorella;
se despidieron rápidamente, para dejarlos descansar. El pequeño
ya llevaba varias noches durmiendo con ellos.
Marion y Fabrizio se quedaron conversando por un buen rato,
hasta que el sueño los venció.

273
Capítulo 21

Gerard estaba en una de esas fiestas que desde hacía un tiempo


habían dejado de agradarle, pero a las que debía asistir por
cumplir con su compromiso como personaje público. Por suerte,
Jean Pierre, había aceptado acompañarlo, haciéndole menos
tediosa la velada. Paseaba su mirada carente de interés, entre las
personas más importantes de la sociedad parisina; cuando de
pronto, captó la figura de una mujer que sobresalía entre la
mayoría.
Llevaba un vestido que resaltaba sus prominentes curvas y su
cabello caía en hondas sobre su espalda, dándole un aspecto
sensual y rompiendo con el estilo corto que predominaba en
aquel salón. De inmediato, sintió cómo su corazón daba un
vuelco, como si la hubiese reconocido, aunque ella se encontraba
de espaldas.
Sin embargo, estaba casi seguro de que se trataba de la mujer
misteriosa que vio bañándose en el lago hacía una semana y que
no había conseguido sacar de su cabeza. Como atraído por una
fuerza, sus pasos lo acercaron al grupo donde había varios
conocidos suyos, que no había saludo hasta el momento, así que
usaría eso como pretexto.
—Buenas noches, caballeros, damas —habló para captar la
atención de los presentes, pero su mirada solo se fijó en ella.
—Querido ministro Lambert, qué bueno tenerlo con nosotros
esta noche. —Charles Rimbaud se acercó para estrechar su mano.
Ella se volvió para mirarlo y pudo ver la turbación en sus ojos,
pero eso solo duró unos segundos, pues enseguida retomó su
postura relajada y actuó como si nunca se hubiesen visto. Un

274
mesonero se acercó para ofrecerles champaña, él agarró una copa
y le dio un sorbo mientras mantenía su mirada fija en ella, no
sabía por qué, pero sentía que ya la había visto mucho antes de
su encuentro en el lago.
Sin embargo, antes de que pudiesen presentarlos, ella se
excusó y se alejó del grupo; dejándolo una vez más con las ganas
de saber cómo se llamaba. No le pareció prudente indagar con
Charles, ya que era uno de los más grandes chismosos de todo
París; además, no lo dejaría en paz hasta que lograse sacarle algo
a cambio de esa información.
Después de media hora de estar paseando su mirada por todo
el salón, casi convencido de que ella se había marchado, logró
verla en una de las terrazas. Las delicadas cortinas se movían al
compás de la suave brisa, creando un velo que casi le ocultaba a
esa mujer que por alguna razón no podía sacar de su cabeza; se
veía hermosa y etérea, apoyada en el balaustre del balcón, con su
mirada perdida en el oscuro jardín que llenaba de dulces
fragancias todo el lugar.
—Parece que la fiesta no la entretiene mucho —expuso
caminando lentamente hacia ella.
—Tampoco a usted, ministro —dijo volviéndose a mirarlo,
pudo sentir su presencia antes de verlo, así como la intensidad de
su mirada.
—¿Por qué se alejó del grupo donde estaba cuando llegué? —
preguntó sin rodeos y parándose junto a ella.
—¿Por qué debería haberme quedado? Ya no tenía nada más
que hacer allí —respondió mirándolo a los ojos y su actitud era
desafiante.
—¿Por qué se comporta de esa manera conmigo? ¿Acaso hay
algo en mí, que la moleste o que merezca su desdén? —inquirió
de nuevo con su mirada oscura como la noche, clavada en ella.
—¿Por qué me mira usted como lo hace? ¿Acaso hay algo en
mí, que pueda interesarle, ministro? —preguntó volviéndose
hacia él y se irguió para parecer más alta y segura de sí misma.

275
—¿Podría dejar de contestar mis preguntas con otras,
señorita…? Ni siquiera sé su nombre —indicó, esperando que
ella se presentase.
—Lo siento, pero no tengo por qué ceder a su interrogatorio,
ministro Lambert. Y si le interesa saber algo de mí, entonces,
busque la manera de averiguarlo por sus propios medios… Pero
antes, déjeme decirle algo que tal vez le ahorre tiempo: no soy
una chiquilla a la que pueda engatusar con su posición, dinero o
aspecto físico. Ahora, si me disculpa, tengo que irme, siga
disfrutando de la velada —dijo para marcharse, pero él la detuvo
tomándola por el brazo.
—Espere un momento, por favor… La verdad, no sé a qué se
debe su actitud para conmigo, pero creo que se ha creado una
impresión errónea. Mi intención no ha sido incomodarla o
aprovecharme del episodio pasado, yo, simplemente… —
Intentó explicar por qué deseaba conocer más de ella, pero era
algo que ni él mismo sabía.
—Simplemente, ve algo que piensa puede tener y se lanza a
por ello, así de sencillo, pero no todas somos tan ilusas como para
dejarnos envolver por su arrolladora personalidad; así que,
suélteme ahora mismo o armaré un escándalo que saldrá hasta en
los diarios.
—Está bien, pero al menos, dígame por qué me odia.
—¿Que por qué lo odio? Pues bien, se lo diré. —Gezabel
respiró profundo, para mantenerse calmada y poder
desahogarse—. Tal vez no me recuerde, pero fui una de las tantas
niñas tontas que se enamoró de sus encantos, de esos ojos y de
esa sonrisa que derrochaban misterio; en realidad, no me
enamoré, lo que sentí por usted no fue más que una estúpida
ilusión de adolescente, gracias a Dios, pero eso no evitó que me
rompiera el corazón al ver que me lanzaba a un barranco, solo
porque encontró un juguete más hermoso…
—Disculpe, señorita —Él la detuvo, sorprendido ante la
avalancha de reproches—, pero no recuerdo haberla conocido,

276
creo que me está confundiendo con alguien más —expuso
mirándola a los ojos.
—Estoy completamente segura de lo que digo, la verdad, en
cuanto lo vi, pude recordarlo; sin embargo, usted me ha olvidado
por completo, como es evidente… Pero ¿sabe algo? No me
extraña, en ese entonces, yo era apenas una «niña», como me
llamó —expresó con resentimiento y tragó para liberarse del
ardor que le escocía la garganta, producto de la rabia que llevaba
por dentro—. Sin embargo, sentía y sufría igual que cualquier
otro ser humano, y usted no tenía derecho a romper mis ilusiones
como lo hizo, solo porque tenía catorce años, pues a pesar de mi
corta edad, me enamoré de quien creí era el hombre más
maravilloso que había conocido, pero resultó ser un miserable —
expresó temblando de la rabia y le dio la espalda, para esconder
sus ojos llenos de lágrimas.
—Espere, por favor… Solo déjeme recordar todo esto que
me cuenta —pidió caminando detrás de ella—. No puede
pretender que recuerde a todas las chicas que he conocido en mi
vida… —Hablaba cuando ella se volvió a mirarlo con rabia y
desdén.
—No lo esperaba… Ahora es más cínico que antes, la política
lo ha instruido muy bien —expresó con rencor, quería lastimarlo
ahora que tenía el valor para enfrentarlo—. Lo único que espero
de esta vida es que algún día alguien le haga pagar por todos los
desengaños que ha causado, Gerard Lambert…, que le cobren
muy caro todas las lágrimas que por usted se han derramado —
mencionó mirándolo a los ojos.
—Ya lo han hecho… —respondió y su corazón se contrajo
de dolor al recordar que había llorado por una mujer, como nunca
lo imaginó—. Créame, ya pagué por todos esos errores que
cometí con las mujeres y; lo más irónico de todo, es que quien
cobró venganza por usted y por muchas otras, fue la mujer más
maravillosa que he conocido en mi vida, pero que también es un
imposible para mí.

277
—No le creo nada de lo que me dice —respondió con
desconfianza, pero su corazón la obligó a quedarse allí y
escucharlo.
—Créalo, es la verdad, no tengo por qué mentirle con
respecto a esto… Al menos, usted, tiene motivos para odiarme y
un día ese odio hará que se olvide de mí…, pero yo no tengo ni
siquiera eso, porque la mujer que amé es tan extraordinaria, que
me resulta imposible odiarla… Me enamoré de la única mujer que
me rechazó, así que siéntase complacida, señorita, porque aún
estoy pagando por el mal que le hice —esbozó con la voz ronca
por las lágrimas.
Se quedaron en silencio, dejando que fuesen sus miradas las
que hablasen con la verdad, ella pudo ver claramente el dolor en
él, lo reconocía porque también lo había vivido. Tan solo era una
jovencita cuando conoció al apuesto hijo del ministro Gautier
Lambert, durante aquellas vacaciones, en la villa de Beauvais, solo
bastó un mes para dejarse deslumbrar por la sonrisa y el carisma
del chico.
Quedó tan prendada de él, que estuvo dispuesta a todo, con
tal de hacerle ver que ella era la indicada para ser su novia, pero
no contaba con la presencia de otras chicas que también se
hospedaron cerca de la villa Lambert, y que atrajeron su atención.
Al final de las vacaciones, él solo pensaba que ella era una
chiquilla molesta y llorosa, mientras que, Angelica Peterson, era
la encarnación de la mismísima Venus.
Abatida por ese desengaño, se juró que nunca volvería a
dejarse deslumbrar por un hombre, de buenas a primeras, que
valía muchísimo como para andar llorando por alguien que ni
siquiera le había dado la oportunidad de demostrarle quién era en
realidad y que podía amar intensamente, a pesar de su corta edad.
Tiempo después, cuando lo vio de nuevo, no era Angelica a quien
traía colgada de su brazo, sino a otra hermosa y muy elegante, por
supuesto.

278
Aunque esa misma noche se enteró de que su reputación de
mujeriego aumentaba con el paso del tiempo y las madres con
hijas casamenteras se encontraban en una disyuntiva, no sabían si
aceptar que sus hijas salieran con él y tener la esperanzada de que
lograran atraparlo o impedirle siquiera acercárseles, pues era
sabido por todos en París, que él y Jules Leblanc, eran unos
mujeriegos sin remedio y que ninguno de los dos pensaba
seriamente en comprometerse.
En ese entonces, ella salía con alguien y no abandonaría esa
relación estable por recobrar aquella estúpida ilusión, que solo le
causó dolor. Pero ahora que había regresado a París, el destino se
empeñaba en poner a Gerard Lambert en su camino.
—Gezabel…, mi nombre es Gezabel Cárdenas, solías
llamarme: Geza —esbozó sin saber a ciencia cierta por qué lo
había hecho. Sentía un remolino de sentimientos en su interior.
Gerard se volvió para mirarla un tanto sorprendido, pues la
Gezabel Cárdenas que recordaba, era una niña de figura diminuta
y no ese portento de mujer que tenía ante sus ojos. Sin embargo,
esos hermosos ojos cafés, le revelaron que era la misma mirada
de aquella jovencita soñadora, inteligente e intensa, con quien
compartió unas vacaciones de verano, en la villa de su padre.
—¿Gezabel Cárdenas? Ya recuerdo, tu padre era el embajador
de España en Francia, ¿no es así? —inquirió, acercándose a ella.
—Sí…, lo fue hasta hace poco, pues decidió retirarse y
regresar a Madrid… Yo me fui antes, para estudiar y acompañar
a mi madre, que había enfermado y deseaba estar en su país. No
volví a París hasta hace veinte días, solo vine de visita… Tengo
pensado marcharme dentro de un mes —respondió y se
recriminó por darle destalles de su vida.
—Comprendo… —mencionó y se quedó en silencio,
mirándola.
No sabía qué más decir, estaba realmente sorprendido, nunca
imaginó que aquella chiquilla que le confesó su amor, hacía tanto
tiempo, se hubiese convertido en esa mujer. Definitivamente, el

279
tiempo había pasado dejando su huella en la figura desgarbada y
plana de Gezabel; dejó ver una sonrisa al recordar que le resultaba
difícil pronunciar su nombre y por eso le puso un diminutivo;
además, que lo había hecho por cariño, pues le recordaba a su
prima Edith.
—¿Acaso dije algo gracioso? —preguntó ella con recelo,
retomando su actitud fría y distante.
—¡No! Por supuesto que no, solo recordaba algunas cosas…
Ha pasado mucho tiempo y estoy algo sorprendido.
—Sí, ha pasado mucho tiempo y muchas cosas han cambiado,
no es bueno regresar al pasado y menos si no tenemos nada grato
que recordar —puntualizó y esquivó su mirada.
—¿Por qué dices eso? No creo que todo lo que vivimos aquel
verano, haya sido tan desagradable, recuerdo cuánto reíamos, que
te enseñé a montar a caballo y que también estabas empeñada en
aprender esgrima… Eras muy valiente, me agradaba compartir
contigo, Geza —mencionó, buscando sus ojos.
—Entonces, será mejor quedarnos con esos buenos
recuerdos. —Le extendió la mano para despedirse, él la aceptó y
su solo roce la hizo temblar, debía alejarse—. Que estés bien,
saluda a tu prima y a tu padre de mi parte. —Caminó de prisa,
huyendo.
Gerard la vio alejarse y ni siquiera pudo esbozar una palabra
de despedida, se volvió para mirar la oscuridad que reinaba en el
jardín, sintiendo una corriente de aire frío que llegó hasta sus
huesos. Después, posó su mirada en el cielo colmado de estrellas,
recordando una noche igual a esa, donde alguien más lo había
dejado de la misma manera, solo y desorientado. Sin pensarlo
mucho, camino de prisa hasta el salón y empezó a buscarla. La
vio cuando salía por la puerta principal y caminó con pasos
apresurados, para alcanzarla; logró hacerlo justo antes de que
entrara al auto que la esperaba.
—¡Geza, espera, por favor! —pidió tomándola del brazo. Ella
se volvió a mirarlo sorprendida y él le sonrió—. No le daré tus

280
saludos a mi padre, quiero que lo hagas personalmente, ven el
domingo a mi casa, para que compartamos un almuerzo… —dijo
y al ver que ella estaba a punto de negarse, continuó—: Por favor,
solo serán un par de horas… Prometo no ser el miserable que fui
hace diez años.
—Gerard, entiendo tu deseo de compensarme, pero no creo
que sea buena idea que intentemos retomar una amistad que la
verdad no funcionó muy bien; además, me marcharé en un mes
y; después de eso, viajaré a América y no sé cuándo regrese —
alegó, intentando dejar las cosas así. Su presencia la había puesto
muy nerviosa, esos ojos oscuros la estaban cautivando de nuevo
y no podía dejar que eso pasara.
—Bien, ya tienes planes hechos, así que, un almuerzo no los
afectara… Míralo de esta forma, tú sientes que fui un
desagraciado contigo, me odias por ello y no puedo culparte, pues
de verdad fui bastante insensible cuando me confesaste que
estabas enamorada de mí… Déjame resarcir el daño y cerremos
este ciclo ¿Te parece? Si bien no quedamos como amigos, al
menos la próxima vez que nos veamos, no tendrás deseos de
matarme —explicó, dejándola sin escapatoria.
—Está bien…, acepto, pero solo será un almuerzo y tu familia
debe estar presente, pues son el motivo por el que iré —dijo con
seriedad.
—Perfecto, será como dices, no tienes nada de qué
preocuparte... El almuerzo en casa de mis padres empieza a la
1:00pm…
—De acuerdo, ahí estaré —prometió con una leve sonrisa.
—Que descanses, Geza —dijo, llevándose la mano de ella a
los labios, para darle un delicado beso.
Gezabel subió al auto, mostrándole una sonrisa que intentaba
ocultar los nervios que la invadieron al ser consciente de lo que
acababa de aceptar. Gerard le regaló una sonrisa que llegaba hasta
su mirada, al tiempo que levantaba la mano, para despedirse.

281
La luz del sol entraba con sus luminosos y poderosos rayos a
la habitación, llenándolo de calidez, mientras Marion sonreía
satisfecha al ver su trabajo terminado. Dejó el cepillo y las tijeras
sobre la mesa, luego agarró un espejo de mano y lo puso frente a
Fabrizio, para que viera su nuevo corte de cabello.
—¡Vaya! Parezco otro —Movió la cabeza para mirarse.
—Has quedado hermoso —dijo ella, doblándose un poco y le
dio un beso, apenas contacto suave de labios.
Marion había sentido entrar a la enfermera, un par de veces,
en la noche, para hacer su rutina, pero ella fingió estar
profundamente dormida, temiendo que la regañara por estar
durmiendo con Fabrizio. Por suerte, no le dijo nada, lo que
agradeció infinitamente, porque esos casi cuatro meses que no
pudo hacerlo, fueron una tortura y le parecieron una eternidad.
—Gracias, mi amor —respondió rozando sus labios.
Dejó el espejo sobre sus piernas y llevó las manos a las mejillas
de su esposa, para retenerla allí y besarla nuevamente, deseando
hacer el beso más profundo. Quería prologar un poco más ese
momento y disfrutar de las sensaciones que viajaban por su ser y
le hacían vibrar el alma, a pesar de lo que muchos pensarían, no
por haber estado dormido la había extrañado menos; por el
contrario, lo hizo tanto como ella.
—¿Cómo te sientes? —Él se alejó un poco para mirarla.
—Mucho mejor; pero, sobre todo, feliz —respondió
acercándose.
—Ven acá, quiero consentirte un poco —pidió, sonriendo.
Llevó las manos hasta las rodillas de Marion y las metió debajo
del suave camisón, le rozó las piernas con una caricia lenta y
comenzó a subir, mientras sentía que ella temblaba y se erizaba
bajo el roce de sus manos. Él elevó la mirada, encontrándose con
la de su mujer, que brillaba y estaba cargada de anhelo; sabía que
no podía tenerla en ese momento, pero la deseaba con locura y
necesitaba darle un poco de alivio a las ganas que estaban a punto
de calcinarlos.

282
—Ayúdame —pidió para que sostuviera la tela debajo de su
busto.
Ella lo hizo, cerrando los ojos y dejando libre un suspiro,
como muestra de rendición. Él llevó las manos a sus caderas y la
acercó aún más, dejándola en medio de sus piernas. Admiró la
pequeña barriga y empezó a rozarla con sus labios mientras
mantenía los ojos cerrados, los suspiros se escapaban de los
labios de Marion, al tiempo que cada poro de su piel se erizaba y
el corazón le latía desbocado.
—Fa… Fabri… Fabrizio…, por favor —rogó con voz
ahogada, ante la sensación que la estaba incendiando—. No me
hagas… esto —dijo y hundió sus dedos en el sedoso cabello
castaño.
—Solo quiero hacerte mimos —respondió en un susurro.
Abrió los ojos para deleitarse con la nívea piel que se estaba
sonrojando ante los besos, le acarició los muslos y; de pronto, fue
consciente de que sus rodillas flaqueaban, así que decidió parar.
—En lugar de eso, me estás torturando, no te imaginas cuánto
te he extrañado —confesó, sintiendo cómo su intimidad
palpitaba.
—Siento mucho haberte dejado por tanto tiempo, pero voy a
recompensarte cuando ambos estemos bien —susurró mirándola
a los ojos y ella le regaló una sonrisa, él aprovechó que estaba
muy cerca de su hija, para hacerle una petición—. Luna, quiero
que le hagas caso a papi y que no salgas de ahí hasta que sea el
momento adecuado. ¿De acuerdo, mi princesita? —pronunció,
rozando el vientre—. Quiero que el tiempo pase rápido, para que
todos vean que eres una hermosa niña… Estoy seguro de que
serás tan fuerte como tu mami. —Una vez más, llevó sus labios
al vientre de Marion, para besarlo—. Quiero que te aferres muy
bien, porque… yo estoy dando lo mejor para reponerme
pronto… —De repente, un toque en la puerta los hizo
sobresaltarse.

283
—Tus padres. —Ella dio un paso hacia atrás y dejó caer su
camisón.
—Adelante —respondió Fabrizio, luego de recomponerse un
poco, y acomodó la frazada sobre sus piernas, para ocultar su
erección.
—¡Buenos días! —saludó Fransheska con entusiasmo,
asomando medio cuerpo. Su boca se abrió con sorpresa al ver el
nuevo corte de su hermano, se veía mucho mejor.
—Buenos días, Campanita —respondió, sonriendo—. Ven,
pasa. —Le pidió con voz cariñosa.
—He venido a presentarte a alguien —dijo al tiempo que
entraba tomada de la mano de su novio.
—Buenos días. —Brandon posó la mirada en el joven y se
sintió como cuando vio a Terrence en Venecia, el parecido era
asombroso.
Fabrizio fijó su mirada en el hombre que su hermana llevaba
de la mano y lo reconoció de inmediato, por fin conocía en
persona al famoso Brandon Anderson. De inmediato, una mezcla
de sentimientos se apoderó de su pecho y el que más resaltaba
era el de los celos, al recordar que ese hombre se llevaría a su hada
lejos de él. Si lo pensaba, era algo injusto porque apenas la
recuperaba, pero tampoco podía pretender que ella pausase su
vida para quedarse con él; sobre todo, porque ya él tenía a Marion
y a sus hijos.
—Buenos días —respondió Marion, dando gracias a su voz
por no mostrar los estragos del placer que vivió hacía unos
instantes.
—Marion, ¿tú le cortaste el cabello? —Se acercó sonriéndole.
—Sí, siempre lo hago con los tres —respondió refiriéndose
también a Joshua y a Manuelle.
—Te felicito, le ha quedado muy bien, ahora te ves más lindo,
Peter Pan, y tus ojos se ven más claros —acotó detallándolo.
Brandon lo observó y notó que, efectivamente, no tenía el
mismo color de ojos que Terrence, el suyo era más parecido al de

284
Luciano, pero no era la única diferencia. El tono de voz también
era diferente, Fabrizio lo tenía un poco más grave y gutural, tal
vez por la herida del traqueostoma y por los años que llevaba
hablando en francés.
—¡Ah, qué cabeza la mía! —exclamó Fransheska, llevándose
una mano a la frente—. Qué despistada soy, Fabri, te presento a
Brandon Anderson, mi prometido —anunció con evidente
orgullo.
—Mucho gusto, Fabrizio, es un placer conocerte. —Brandon
se presentó con una sonrisa, tendiéndole la mano.
—Igualmente, señor Anderson —respondió recibiendo el
saludo, mientras estudiaba la mirada de su cuñado.
—Fabrizio, ¿qué es eso de señor? —preguntó riendo, se sentía
nerviosa, pero intentaba ocultarlo—. Solo llámalo: Brandon.
—Sí, por favor —pidió, tratando de ganarse la confianza de
su cuñado.
—Está bien, será Brandon… Usted puede llamarme: Fabrizio
—acordó, intentando mostrarse cordial, pero no podía obviar los
celos que sentía al verlo tomado de la mano de su pequeña hada;
sin embargo, se esmeró por disimular y no hacerles pasar un mal
rato—. Tomen asiento, por favor —pidió señalando el sillón
cerca de él.
Brandon y Fransheska hicieron lo que le pedía y se quedaron
en silencio, mientras el nerviosismo vibraba en el ambiente, no
pensaron que ese momento sería tan tenso. Él era un hombre
seguro y pocas cosas podían generarle temor, una de ellas era ver
al hermano de su princesa tratarlo de manera tan distante y fría;
realmente, le preocupaba que Fabrizio no lo aceptase, porque
sabía lo importante que era para Fransheska, que los dos se
llevaran bien.

285
Capítulo 22

Fabrizio miraba fijamente al magnate, al tiempo que trataba de


obviar el hecho de que había intimado con su hermana sin estar
casados; la manera cómo le tomaba de la mano y mostraba cierta
posesión sobre ella, se lo había confirmado.
Respiró profundo y prefirió centrar su atención en algo más;
si seguía pensando en ello, solo se llenaría de rabia y del deseo de
darle un golpe que le rompiera la nariz. Se imaginó la escena para
así sentirse mejor; luego, suspiró y desvió la mirada a su
Campanita, que lo veía sonriente, pero la conocía muy bien y
sabía que esa era la misma mirada que mostraba cuando bailaba
frente a extraños, estaba nerviosa.
Tal vez, estaba siendo demasiado injusto, egoísta e hipócrita
al juzgarlos; después de todo, Marion y él también sucumbieron
ante la tentación. Debía recordar que lo realmente importante era
que ellos estuviesen enamorados; eso era mucho más poderoso
que hacerse promesas en una ceremonia eclesiástica, frente a
cientos de personas.
Sin embargo, no dejaba de sentir cierto recelo hacia ese
hombre, tal vez, se debía al hecho de que era diez años mayor
que ella y, por ende, más experimentado; o quizá porque seguía
considerando a Fransheska como su hermanita. Aunque era
evidente que ya era toda una mujer y que él debía respetar sus
decisiones, aun así, se enfocó en estudiar la manera como
Brandon Anderson se comportaba con ella y descubrir si
ciertamente era ese «príncipe» que su hermana le había descrito.
—¿Cómo te sientes, Fabrizio? —Brandon decidió ser quien
iniciara la conversación, suponía que era lo correcto.

286
—Mucho mejor, cada momento siento más energía, tantas,
que me gustaría practicar un poco de esgrima —respondió,
desviando la mirada lentamente de su hermana, para mirar al
rubio a los ojos; apenas elevó la comisura, para tratar de sonreír
de manera amable.
—¿Te gusta la esgrima? —preguntó Brandon, obviando la
doble intención en las palabras de su cuñado, que parecía ser más
obstinado que Terrence; al parecer, no era tan cariñoso como
Fransheska lo describía, tal vez, los años y las experiencias vividas
lo habían cambiado.
—Era su pasión, además del tango. —Fransheska miró a su
prometido—. Ganó varios torneos infantiles y juveniles en París,
Londres y Venecia —añadió regresando la vista a su hermano y
dedicándole una de esas sonrisas que encantarían a los ángeles.
—Fran respondió por mí. —Trató de permanecer serio y no
soltar la carcajada que se anidaba en su garganta, al ver el
semblante contrariado de su cuñado—. Pero llevo mucho tiempo
sin practicarlo, aunque perfeccioné otros tipos de luchas, durante
la guerra. Podía derribar a hombres más altos y corpulentos que
usted —acotó y mostró una sonrisa perversa, que hizo brillar sus
ojos topacios.
—No lo pongo en duda —respondió Brandon, ignorando el
mensaje detrás de sus palabras, no caería en una confrontación.
—¿Ya tienen todo preparado para la boda? —intervino
Marion, al ver que Fabrizio buscaba intimidar a Brandon. Al
parecer, no recordaba lo mal que Manuelle se lo hacía pasar, cada
vez que le reclamaba.
—Aún faltan algunos detalles, como: enviar las invitaciones,
las últimas pruebas de los trajes y debemos ir a la iglesia, para
hablar con el padre que oficiará la boda —respondió Fransheska,
agradeciéndole a su cuñada con una sonrisa, por desviar el tema
a uno menos tenso.
—¿Y quiénes serán los padrinos? —preguntó Fabrizio e
intentó relajarse al sentir el toque de su esposa.

287
—Jules Leblanc y Edith Dupont —respondió Fransheska.
—¡Vaya! Veo que has mantenido tus amistades, Campanita…
Jules Leblanc, ¿no era el alto y flacucho de tu colegio?
—Sí, al que le tenías miedo y no le reclamabas por mi amistad
—dijo soltando una carcajada, quiso cobrarle por molestar a
Brandon.
—¿Yo…? —cuestionó Fabrizio mientras abría la boca con
sorpresa y luego la cerró con indignación. Era verdad que el chico
era mayor y mucho más alto que él, pero nunca le tuvo miedo—
. Eso no es verdad. —Desvió la mirada a Marion, que también
sonreía—. No le tenía miedo, Campanita, lo sabes bien. —Se
defendió con vehemencia.
—Pues, deberías, ahora mide casi dos metros y; si antes era
flacucho, ya no lo es —dijo sonriendo con picardía—. Edith es
la prometida de Jean Pierre, su hermano mayor.
—¿Edith está comprometida? —preguntó, elevando ambas
cejas ante la sorpresa, aunque no debería extrañarle.
—Sí, se cansó de esperarte… —Vio cómo él tragaba en seco
y Marion se tensaba un poco—. Claro, ya que nunca te dignaste
siquiera a mirarla —añadió para enmendar su error.
—Me alegro por ella —acotó mientras acariciaba con su
pulgar la mano de su esposa, que seguía entrelazada con la suya—
. ¿Y por fin decidieron cuándo viajarán? —preguntó mirando a
su hermana.
—Sí, lo haremos la próxima semana, cuando tú también
puedas viajar —anunció Fransheska con una gran sonrisa.
—Fran… —Fabrizio suspiró y negó con la cabeza, no podía
creer que fuese tan cabeza dura, pero bueno, tenía a quién salir.
—Yo estoy de acuerdo en esperar —comentó Brandon y lo
miró a los ojos, para que supiera que su apoyo era sincero.
—Solo debo llamar a la imprenta, para darles la fecha de la
boda, y eso puedo hacerlo desde aquí; una vez que lleguemos,
enviaré las invitaciones. La reunión con el sacerdote debe hacerse
dos semanas antes de la ceremonia, y todavía falta para eso…

288
Con lo del vestido de novia y el traje de Brandon, no hay
problema, pues ambos los están confeccionando aquí —dijo con
una sonrisa triunfante.
—Como ves, cuñado, ya mi hermosa princesa tiene todo
arreglado, así que no te sientas mal porque retrasemos nuestro
viaje. —Brandon agarró la mano de Fransheska, la besó
—Sí, ya veo… Bueno, eso te dará tiempo para relajarte,
porque imagino que debes estar muy nervioso y; si no lo estás, te
aseguro que el día de la boda lo estarás, serás el hombre más
temeroso e inseguro del mundo. Créeme, así me sentí, y eso que
ya vivía con Marion. —Le dijo con una sonrisa y luego miró a su
esposa.
—¿En serio tenías miedo? —pregunto ella en francés.
—Claro que sí y no te imaginas cuánto. Además, tu hermano
no me ayudaba —respondió en el mismo idioma de su esposa.
—El vestido no me dejaba correr, así que no hubiese
conseguido escaparme y dejarte plantado —dijo seriamente
mientras lo miraba a los ojos. Pudo ver cómo él tragaba en seco
y palidecía. A ella se le iluminó el rostro con una gran sonrisa y;
por instinto, llevó sus manos a las mejillas de Fabrizio. Como
siempre le pasaba cuando veía sus ojos, estos la llevaron a otro
universo, le dio varios besos, solo toques de labios, y comenzó a
reír—. Mi vida, estaba jugando, sabes que nunca haría algo así, te
amo demasiado. —Le aseguró en medio de besos.
Era la primera vez que Fransheska veía a su cuñada actuar de
manera tan desinhibida y sonreír de esa manera. Antes de que su
hermano despertara, ella lucía como si estuviese apagada, y ahora
la veía brillar. Fue consciente de que, en ese momento, Brandon
y ella no existían; suspiró con ensoñación y alivio, porque podía
notar que su hermano ya no se mostraba tan arisco con su novio.
Brandon se miraba en un futuro con Fransheska, soñaba que
ese amor que ya compartían se hiciera aún más grande y profundo
con el paso de los años, así como el de Fabrizio y Marion. Incluso,
podía recibir sus consejos, porque a pesar de que eran más

289
jóvenes que ellos, contaban con más experiencia en cuestiones de
pareja y de familia.
—Creo que, en eso de los nervios, tienes razón… He
acompañado a mis sobrinos y, aunque estaban completamente
seguros de que las novias no los dejarían esperando frente al altar,
caminaban de un lugar a otro y no dejaban de hablar e; incluso,
confesaron que tenían miedo. —Brandon dejó ver media sonrisa
al recordar los episodios.
—Manuelle estuvo conmigo y casi me lanza por la ventana —
acotó Fabrizio, sonriendo—. Te aseguro que me dará mucho
placer estar presente cuando le toque a él, esperar por la señorita
Rogers —dijo riendo con malicia—. Es una pena que tenga que
perderme tu espera…
—¡Fabri, no seas cruel! —Le reprochó, aunque no pudo
disimular su sonrisa, la hacía feliz ver que ya le hacía bromas a su
novio.
—Solo soy sincero, Campanita… Esas horas son
interminables, pero bien valen la pena, porque cuando estás
frente al altar y ves entrar a la dueña de tu corazón, te das cuenta
de que eres el hombre más afortunado sobre la tierra —mencionó
y desvió la mirada a Marion, que le dedicó una tímida sonrisa.
—Estoy seguro de que así será… Fransheska es lo más
importante y preciado que tengo, ella ilumina todos mis días, me
llena la vida de risas, de colores, de alegría. Mi mayor deseo es
hacerla inmensamente feliz, pues de su felicidad depende también
la mía —pronunció con sinceridad y ella se acercó para darle un
beso en los labios.
Fabrizio sabía que Brandon era sincero, podía verlo en su
manera de mirar a Fransheska; además, porque Marion
significaba exactamente lo mismo para él. Y debía admitir que
cuando lo vio por primera vez en aquella foto del periódico, algo
en él, le inspiró confianza; aunque, al ser consciente de hasta
dónde habían llevado su relación, se sintió un poco defraudado.
Sin embargo, viendo el amor que le profesaba a su Campanita,

290
no le quedaba más que reconocer que su cuñado se merecía una
oportunidad, porque no había irrespetado a su hermana, ni se
había aprovechado de su inocencia; él, simplemente, la amaba.
—Me alegra escuchar eso… Pues, mi hermana solo merece lo
mejor, Fran es una chica maravillosa y créame cuando te digo que
te llevas una joya, la más preciada de los Di Carlo —indicó
Fabrizio, sintiendo que una peculiar nostalgia lo invadía y sus ojos
se humedecieron.
—No me queda la menor duda de ello, Fransheska es una
mujer extraordinaria y yo me siento el hombre más afortunado
sobre la tierra al tenerla a mi lado y ser el merecedor de su amor…
Por eso pienso darle todo lo que desee, y más —dijo mirándola
a los ojos.
—Te amo por eso…, eres mi príncipe —expresó con la
mirada brillante por la emoción—. Yo también te daré todo lo
que desees, para hacerte feliz siempre; cada día llenaré tu vida de
risas y no solo de las mías, sino también, de las de nuestros hijos.
Marion y Fabrizio admiraban sonrientes, el amor y la
complicidad que había entre los prometidos, el sentimiento que
compartían se les desbordaba por los poros, sus miradas brillaban
como si estuviesen cargadas de estrellas y sus sonrisas dejaban
ver cuán enamorados estaban. Fabrizio se sentía feliz al ver que
su hermosa hada, ahora era toda una mujer con el poder y la
belleza para hacer que un hombre se sintiera el más afortunado
sobre la tierra.
Después de unos minutos más de conversación, donde la
tensión que se había notado al principio se había esfumado por
completo, para la satisfacción de todos. Brandon y Fransheska,
se despidieron para permitirle descansar a los esposos, Marion
debía seguir guardando reposo, mientras que Fabrizio no
esforzarse demasiado para hacer que su recuperación se diera lo
más rápido posible.

291
Luciano y Benjen, habían acordado que esa tarde hablarían
con Fabrizio, debían ir poniéndolo al tanto de cómo habían
sucedido las cosas, para que cuando llegase el momento de
reunirlo con Terrence, no fuese tan complicado. Llegaron a la
habitación y estaban a punto de llamar, cuando escucharon las
carcajadas, gritos y hasta gemidos que provenían del interior;
giraron sus cabezas lentamente y se miraron a los ojos,
avergonzados por lo que estaban escuchando e interpretando.
—Creo que tu hijo está ocupado de momento y, al parecer,
los medicamentos son muy buenos.
—Sí, eso parece —murmuró Luciano, asombrado por el
comportamiento de su hijo «convaleciente».
Estaban por marcharse cuando en ese momento la puerta se
abrió, mostrando a Marion sonriente y con el cabello
desordenado, sus pasos se congelaron en el quicio de la puerta al
ver a su suegro y al duque, quienes le dedicaron miradas
inquisitivas y luego las desviaron a la cama, donde estaba Fabrizio
con una gran sonrisa.
—Hemos venido a ver a Fabrizio —dijo Luciano con voz
calmada, pero su mirada era un claro reproche.
—Eh…, sí, por supuesto. Pasen, por favor —mencionó
apenada, mientras se acomodaba el cabello. Pudo ver cómo ellos
miraron disimuladamente las sábanas revueltas, y rápidamente
quiso darles una explicación—. Disculpen el desorden,
estábamos jugando.
—¿Jugando? —preguntaron los hermanos al unísono.
—Sí, padre, siempre lo hacemos. —Fabrizio quiso ayudarle a
su esposa a salir de ese momento tan incómodo—. Aunque no
llegamos a la guerra de las almohadas, porque aún me duelen los
brazos —añadió sonriendo y vio cómo ellos se miraron y
sonrieron; seguramente, al ser conscientes de que habían
tergiversado lo que sucedía.
—Entiendo, pero deberían evitar esos juegos hasta que estés
sano, Fabrizio —indicó Luciano seriamente.

292
—Le prometo que tendré más cuidado, padre. —Fabrizio era
consciente de que no podía esforzarse de esa manera, pero él
quería poder vivir plenamente.
Marion se sentó junto a él y vio que su semblante se tornaba
serio, pero cuando se volvió a mirarla, puedo notar que en sus
ojos todavía brillaba la diversión. Ella no pudo evitar el sonreírle
y bajó el rostro para esconderla, no quería que su suegro pensara
que no lo tomaba en serio; por el contrario, había llegado a
respetarlo mucho, pero Fabrizio no le hacía las cosas fáciles,
porque seguía riendo.
—Ya no son unos niños… —Luciano se disponía a darles un
sermón, para recordarles que lo que estaba en juego era su salud.
—Luciano, son solo jóvenes y no hay nada de malo en que se
diviertan. —Benjen intervino, al ver que la preocupación de su
hermano lo estaba llevando a un camino equivocado.
—De acuerdo —murmuró y luego se enfocó en el motivo de
esa visita—. Hijo, quiero que conozcas a Benjen Danchester,
duque de Oxford. —Hizo un ademán hacia su acompañante.
Benjen dio un paso al frente para estar más cerca y le tendió
la mano, sentía como si estuviese frente a su hijo, solo que tenía
el cabello más claro y su piel estaba tan pálida que casi se veía
traslúcida. Además del color de los ojos, que brillaban por la luz
que se colaba por la ventana y los hacían ver tan claros, que sus
pupilas eran apenas visibles, dando la impresión de ser los ojos
de un lobo siberiano, aun así, era tan parecido a Terrence, que le
era muy difícil no relacionarlos.
El choque emocional era más fuerte que las otras veces, en ese
momento, realmente entendió la confusión de Luciano, si lo
hubiese encontrado después de la supuesta muerte de su hijo,
probablemente, habría actuado igual y también se hubiese
aferrado a él.
—Es un verdadero placer, Fabrizio —expresó con una
sonrisa sincera, al tiempo que le extendía la mano.

293
—Su excelencia —recordó que ese era el trato que debía
dársele a un miembro de la realeza. Se incorporó para estrechar
su mano y de inmediato percibió una sensación de confianza y
respeto, mientras miraba los ojos grises del distinguido
caballero—. El placer es mío, por favor, tomen asiento —pidió y
señaló el sillón frente a él—. Me gustaría saber a qué se debe el
honor de su visita —comentó siendo directo y le dio una mirada
fugaz a Marion, que parecía tranquila, pero algo en su semblante
mostraba preocupación.
—Disculpen, con su permiso, iré a ver si ya Joshua despertó
de su siesta —dijo poniéndose de pie—. Regresaré más tarde, no
te alteres.
—Está bien —respondió, viendo que ella le rehuía la mirada,
eso le resultó más sospechoso. Le besó la mano y luego la vio
alejarse.
Marion sabía que debía dejar que los hombres manejaran esa
situación, aunque si fuese por ella, sería mejor que esperaran,
Fabrizio no estaba preparado para noticias que lo alteraran. Había
vivido demasiadas emociones en pocos días; además, ella era
consciente de la rabia que su esposo le tenía a Terrence, y que
haría falta más que una explicación para hacerlo cambiar de
parecer. Solo esperaba que hicieran lo acordado, confiaba en su
suegro.
—Hijo —habló Luciano, para captar su atención, pues aún
mantenía la mirada en la puerta. Fabrizio se volvió para verlo, así
que respiró hondo y prosiguió—: ¿Marion no te ha contado
cómo llegaste hasta nosotros? —preguntó, tratando de iniciar la
conversación.
—Pensé que Manuelle se había comunicado con ustedes y que
habían organizado mi traslado —dijo frunciendo el ceño.
—Eso habría sido lo idóneo, pero no fue lo que sucedió, quien
dio contigo en el hospital de veteranos y organizó todo para
traerte hasta aquí, para que pudiéramos reunirnos, fue Benjen
Danchester.

294
—¿Cómo? —inquirió desconcertado, mirando al duque.
—Creo que lo mejor será que le expliques cómo se dieron las
cosas desde el principio —sugirió Benjen, a su hermano.
—Sí, tienes razón… —Luciano se sobó las arrugas de la frente
y respiró hondo antes de continuar, debía concentrarse—.
Cuando te enlistaste como voluntario, intenté reunirme con
algunos altos mandos de la Fuerza Expedicionaria Británica, para
informarles que eras menor de edad y de nacionalidad italiana,
por lo que, no podías formar parte de sus filas. Sin embargo,
todos estaban muy ocupados preparando estrategias de ataque y
ninguno quiso atenderme… La verdad era que, para ellos, solo
eras un peón más dentro del tablero y no podían perderte, pero
para mí, era mucho más, eras mi hijo y no iba a quedarme de
brazos cruzados, así que busqué ayuda en otros lugares. —Le
dolía ver la mirada atormentada de su hijo, pero era necesario que
le contara cómo habían ocurrido las cosas—. Me dirigí al
Parlamento y solo a una persona le interesó mi caso, alguien que
comprendió mi desesperación; y esa persona fue el duque de
Oxford… —Miró a Benjen a los ojos, agradeciéndole una vez
más por apoyarlo—. Él me ofreció su ayuda sin miramientos, le
solicitó a un par de coroneles que me brindaran toda la
colaboración posible y, desde ese instante, empezó tu búsqueda
Fabrizio miró a Benjen a los ojos y después bajó la mirada,
sintiéndose realmente apenado, el corazón empezó a latirle más
rápido porque una vez más la culpa invadía todo su ser. Le dolía
demasiado escuchar a su padre relatar esos momentos que
debieron ser una pesadilla para él y también para su madre y su
hermana.
—Siento mucho haberlo puesto en esa situación, su excelencia
—esbozó levantando la mirada para verlo y afrontar sus errores.
—No tienes por qué, Fabrizio —respondió Benjen con voz
serena, pero por dentro, sus emociones se estremecían al verlo
tan frágil.

295
Fabrizio parecía un niño cuando lo reprendían, en ese
momento, no se veía como un hombre de veintitrés años; alguna
vez le escuchó decir a Terrence, que Fiorella lo trataba como a
un pequeño, ahora lo comprendía, ella estaba acostumbrada a
tratar con un ser vulnerable. Fabrizio siempre dependió más de
su apoyo y cariño. Muy distinto de Terrence, que se mostró más
rebelde e independiente; esa era otra diferencia entre ellos,
aunque la verdad era que, su hijo, aprendió a serlo porque no
tenía quién lo escuchara, lo guiara y le mostrara un amor
incondicional, como el que le habían brindado a su sobrino.
—Ofrecí mi ayuda porque me sentí de cierta manera
identificado con tu padre, ya que estaba en una situación algo
similar; mi hijo también me había abandonado —confesó el
motivo que lo había llevado a ayudarle a Luciano, y vio que su
hermano lo miraba sorprendido, pues nunca se lo había contado.
—¿También se enlistó? —preguntó Fabrizio con curiosidad.
—No, él fue menos drástico —acotó con media sonrisa.
—Querrá decir, menos estúpido —murmuró molesto y
apenado.
—Tu decisión no fue estúpida, tal vez impulsiva; pero, créeme
cuando te digo que tienes más valor y fortaleza de la que te
imaginas. Lo bueno fue que, por una increíble casualidad,
logramos dar contigo y ahora estás con tu familia —dijo
sonriéndole.
—Sé que hablar de todo esto es muy difícil para ti, que son
cosas que ninguno de los dos deseamos recordar, pero también
soy consciente de que debes tener muchas preguntas, pero
estamos aquí para darte las respuestas, queremos que te enteres
de todo, hijo, y que puedas entender muchas de las cosas que
sucedieron. —Luciano buscó la manera de acercarse más al tema
que le importaba en ese momento.
—Sí, tengo cientos de preguntas, padre. —La mirada cargada
de seriedad de Fabrizio, se ancló en la de Luciano—. Algunas que

296
me atormentan más que otras, pero por el momento, prefiero
evitarlas. —Sus últimas palabras iban cargadas de rencor y dolor.
—¿Por qué quieres evitarlas? —preguntó Luciano y sintió
cómo el corazón se le contraía, para luego desbocarse.
—Porque no quiero respuestas vagas, no quiero… —Negó
con la cabeza y luego bajó el rostro, no podía mirarlo a los ojos.
Se estaba llenando de una rabia inexplicable, sabía que, aunque
no quisiese, iba a terminar muy lastimado y les reclamaría a sus
padres por no haberlo conocido lo suficiente como para dejarse
engañar. No podría controlarse y terminaría reprochándoles que
dejaran que un extraño ocupara su lugar, pues los dos le habían
confesado que lo creían muerto, entonces, ¿cómo pudieron
permitir algo así?
—Prefiero dejar el pasado atrás, confío en que actuó
correctamente, padre —dijo alzando la mirada nuevamente y
fijándola en él.
—Fabrizio, creo que primero deberías escuchar y después
sacar tus conclusiones, deja que tu padre te explique —intervino
Benjen, al ver que el semblante de su sobrino había cambiado
completamente.
No había rastros en él de la persona vulnerable, ahora se veía
como un juez, dispuesto a dictar una sentencia de culpable; sabía
que en cuanto Luciano empezara a hablar de su hijo, las cosas se
complicarían. En ese momento, comprendió que lo que le había
contado Marion era cierto, el resentimiento que sentía Fabrizio
hacia Terrence, es muy grande. Solo esperaba que el amor que
sentía por su familia fuese suficiente como para superar todo eso.

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Capítulo 23

La suave brisa movía su cabello mientras su cuerpo se movía


con maestría, guiando al animal que llevaba por las riendas, lo
manejaba tan bien, que parecían estar unidos, sincronizando cada
paso, cada brinco, cada estiramiento; mientras el viento aclaraba
sus pensamientos y se llevaba la tensión que cada día se hacía más
pesada. Pensó que después de la rueda de prensa y de haber
descargado la frustración sobre la lápida con su nombre, estaría
al fin liberado, pero aún le hacía falta una prueba y tal vez sería la
más difícil de todas, debía verse nuevamente cara a cara con
Fabrizio y; esta vez, sería para afrontar sus realidades.
Comprendía perfectamente que todos se preocupasen por su
estado de salud, él también lo hacía, pero era consciente de que,
cuanto más tiempo transcurriese sin decirle la verdad, más
complicado sería hacer que comprendiera todo. Seguramente, se
sentiría engañado y por experiencia sabía lo duro que era eso;
podía entender los miedos de Luciano, pero debían encontrar una
salida y tenía que ser pronto.
Tomó impulso para saltar unos obstáculos que había más
adelante, luego fue refrenando al caballo, para que no se
lastimara, puesto que el terreno comenzaba a ser irregular. Un
minuto después, vio un hermoso y cristalino arroyo que corría
entre piedras y desembocaba en un provocativo pozo; se acercó
y bajó del caballo, sintiendo el deseo de refrescarse, metió las
manos y las llenó de agua, luego salpicó su rostro.
—Este paisaje es hermoso… ¿No es verdad, Jofiel? Solo hace
falta alguien para que sea perfecto… Y ambos sabemos de quién
hablo… Vamos por ella, la traeré a este lugar y nos olvidaremos

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de todos los problemas por un par de horas —indicó con
decisión mientras subía al lomo de su caballo, para después salir
al galope hacia la casa.
Cuando la imponente y hermosa mansión de los Danchester
se presentó ante sus ojos, lo embargó una sensación de calidez, y
era porque ya reconocía ese lugar como su hogar y no solo como
la casa de sus padres. Llegó hasta la terraza donde estaban algunos
reunidos, entre ellos, su hermosa novia. Desmontó con un
movimiento diestro, sin apartar su mirada de ella, que le dedicaba
una preciosa sonrisa.
—Te ves tan hermosa —susurró mirándola a los ojos, al
tiempo que le rodeaba la cintura con los brazos y rozaba sus
labios.
—Estoy segura de que se debe a que soy una mujer
enamorada, pero no soy la única que luce radiante, tú estás muy
guapo… Te robaste todos mis suspiros cuando te vi montado
sobre Jofiel, te veías tan galante, tan seguro…, deseable —
susurró acariciándole el pecho.
—Pecosa…, no deberías tentarme de esa manera, mira que
esta abstinencia me está volviendo loco… Espera, ahora que
recuerdo, me debes algo —pronunció mirándola a los ojos.
—Sí, sé que no he cumplido con lo que te prometí el día de la
rueda de prensa, pero tendremos que seguir esperando, porque la
casa está llena de personas y cualquiera podría darse cuenta…
—Pues tengo la solución, he venido a invitarte para que
demos un paseo por la propiedad, es muy extensa, hermosa y
descubrí un lugar que deseo que veas. Estoy seguro de que te
encantará, porque recordaremos nuestros días frente al lago en
Escocia —dijo con voz sugerente, acariciándole la cintura.
—Terry, me encantaría…, de verdad, pero es que… yo… No
me he estado sintiendo bien —respondió mirándolo a los ojos.
—Vicky, amor. —Le acunó el rostro, acariciándole las
mejillas—. ¿Por qué no me habías dicho nada? —preguntó
buscando sus ojos.

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Ella tenía ciertas sospechas sobre el motivo de sus malestares;
en realidad, todos apuntaban a eso, como obstetra lo sabía e;
incluso, Annette y Allison, le habían confirmado que lo que sentía
estaba relacionado con un posible embarazo. Sin embargo, tenía
mucho miedo de ilusionarse y que después resultara que no era
así, pues también había visto que algunas pacientes; sobre todo,
las deseosas por embarazarse, presentaban los síntomas, pero a la
final, el resultado era negativo, así que estaba esperando a que su
período volviese a fallar, para estar segura de que había ocurrido
un milagro.
—Porque no es nada serio…, creo que es toda la presión que
vivimos desde que llegamos, los preparativos de la boda, lo de
Fabrizio… Supongo que todo me ha agotado un poco. —Se
excusó, acariciándole el pecho con ambas manos.
—Sí, tienes razón, pero con mayor motivo, deberías venir
conmigo y así nos relajamos un poco —pidió con una sonrisa
encantadora.
Victoria levantó la mirada y estuvo tentada a decirle por qué
no podía subirse a Jofiel y cabalgar junto a él, pero al verse
rodeada de tantas personas, se contuvo; sin embargo, una idea se
atravesó en su mente y una sonrisa iluminó su mirada.
—¿Sabes qué?… Iré contigo, me hace falta tomar un poco de
aire y sol, creo que eso me hará bien —expuso con la emoción
vibrando a través de todo su cuerpo—. Solo dame unos minutos
para organizar algunas cosas y que tengamos un picnic privado
—agregó con una sonrisa pícara y le rozó los labios, lo que lo
dejó deseando más.
Se giró con rapidez para encaminarse a la casa, pero el
movimiento le produjo un mareo, su vista se tornó borrosa y las
piernas le flaquearon. Por suerte, todavía estaba cerca de
Terrence, que al ver cómo se tambaleaba, la sujetó por la cintura
y la apoyó en su cuerpo, para darle estabilidad.
—Pecosa… ¿Estás bien? —inquirió Terrence con tono
alarmado y le dio la vuelta para mirarla—. Victoria, mírame…, te

300
has puesto muy pálida y estás fría —acotó tomando su rostro
entre las manos, ella tenía los ojos cerrados y respiraba
forzadamente.
—Estoy bien, no es nada, Terry… Solo fue un mareo por el
movimiento brusco. —Abrió los ojos e intentó sonreír para
aliviar la tensión en él—. No me pasa nada de verdad…
De repente, la debilidad se apoderó de ella y sintió que el suelo
bajo sus pies comenzaba a desintegrarse, todo pareció hacerse
más denso y antes de que pudiera ser consciente de lo que le
estaba sucediendo, se desvaneció entre los brazos de Terrence.
Él sintió que el alma se le caía al suelo al ver a Victoria
completamente pálida e inconsciente en sus brazos; de inmediato,
el pánico se apoderó de él y su corazón se desbocó, mientras la
sujetaba con fuerza para evitar que se cayera.
—¡Pecosa! ¡Victoria, reacciona! ¡Mi amor, mírame, por favor!
—gritó desesperando, acariciándole una mejilla, pero ella no
respondía.
Los demás se alarmaron ante sus gritos y en cuanto vieron que
sostenía el cuerpo de Victoria, completamente flácido entre sus
brazos, se pusieron de pie para acercarse. Brandon fue el primero
en llegar y tomó entre sus manos la de Victoria, después lo hizo
Fransheska; por la experiencia que había adquirido gracias a su
padre, actuó de manera más practica y le tomó el pulso, descubrió
que estaba bastante débil, pero era constante, así que no había de
qué preocuparse.
—Solo se ha desmayado, Terry… No te angusties, será mejor
que la llevemos a su habitación —indicó con tono tranquilo,
mirándolo.
—Pecosa, abre los ojos, no juegues así conmigo… —rogó
cargándola y empezó a caminar hacia la casa.
—Tranquilo, Terry… Seguramente es un simple devaneo.
Victoria es una chica fuerte; de todas maneras, le avisaré a uno de
los doctores, para que la vea —dijo Amelia, al verlo tan
angustiado.

301
—Tu madre tiene razón, no es nada por lo que preocuparse…
—dijo Annette, pero al ver la angustia y la molestia en los ojos de
Terrence, quiso agregar algo que lo tranquilizara—. Los hombres
siempre se alarman por estas cosas que son bastante naturales…
Te aseguro que lo que tiene Victoria, no es nada malo —
pronunció con una sonrisa enigmática y su mirada brillaba.
—Ella va a estar bien…, no te preocupes —mencionó
Brandon, queriendo tranquilizarlo.
—Muchas gracias por sus buenas intenciones, pero necesito
que un doctor lo asegure… Pecosa, por favor, reacciona, abre los
ojos… No me hagas esto, no me angusties así, por favor —pidió
mientras caminaba por el pasillo y le besó la frente.
Subió las escaleras con rapidez, apenas era consciente del peso
de su novia, en ese instante, únicamente, estaba concentrado en
su ruego para que ella despertase. Su corazón latía con dolorosa
lentitud y su cuerpo era presa de un ligero temblor, al tiempo que
el nudo que comenzaba a formarse en su garganta le hacía cada
vez más difícil respirar y los ojos ya se les habían inundado de
lágrimas, que estaba seguro se desbordarían, si ella no
reaccionaba. Aunque solo habían pasado un par de minutos,
sentía como si hubiesen trascurrido horas.
—Terrence, ve más despacio; de lo contrario, tropezarás y
terminarás cayendo con ella —indicó Amelia a sus espaldas.
—Estoy teniendo cuidado, madre…, solo busquen a uno de
los doctores, por favor, siento que Victoria cada vez se pone
peor, su piel está fría y se ve más pálida… ¡Dios, no me hagas
esto! Haz que despierte. —Levantó la mirada cuando llegó hasta
el pasillo.
—¿Qué sucede? ¡Vicky! ¡Oh, por Dios! ¿Qué le ocurrió? —
preguntó Fiorella, alarmada al ver la escena.
—Sufrió un desmayo, tenemos que avisarle a papá, para que
venga a examinarla —contestó Fransheska, más tranquila.
—Iré por él —dijo Marion mientras le echaba un vistazo a
Victoria, luego caminó hacia la alcoba de Fabrizio.

302
—Por favor, Brandon, abre la puerta. —Le pidió Terrence,
frente a la habitación que su madre le había asignado a Victoria.
—Terrence, intenta respirar o el doctor deberá atenderlos a
los dos… —dijo Brandon con tono calmado al darle paso.
Terrence recostó a Victoria en la cama con mucho cuidado,
sin apartar un solo instante su mirada de ella, luego se sentó al
borde y comenzó a acariciarle el cabello y el rostro, intentando
controlar las inmensas ganas de llorar que tenía, no soportaba
verla así.
Los demás veían la escena sintiéndose preocupados,
especialmente, los caballeros que no estaban al tanto de las
sospechas de Victoria; sin embargo, Annette y Amelia, apenas
podían disimular su felicidad, pues ese desmayo, casi lo
confirmaba. Victoria estaba embarazada.
Sean se acercó a su prima y la miró con preocupación, porque
ella estaba bastante pálida y su rostro lucía desencajado y se
notaba más delgada. Sabía que algo le estaba sucediendo, porque
había notado que ella y su esposa estaban muy sospechosas, pero
a pesar de sus enormes esfuerzos para que Annette le dijera algo,
no lo había logrado, aunque por la actitud de Danchester, él
tampoco sabía nada.

El corazón de Luciano latía lenta y dolorosamente, por lo que,


trataba de respirar profundamente para calmarse y armarse de
valor para por fin contarle a su hijo toda la verdad, esa que sabía
le dolería demasiado, porque él adoraba a su abuelo Alfonzo.
Estaba por retomar la conversación, cuando una algarabía
proveniente de los pasillos hizo que los tres se sobresaltaran,
Benjen y Luciano se miraron a la cara.
—Creo que ocurre algo, iré a ver —Benjen, se puso de pie.
—¡Marion! —Fabrizio, de inmediato, se preocupó por su
esposa al escuchar las voces provenientes del pasillo y oyó
claramente a una que pedía la presencia de un doctor. Lo primero
que le vino a la mente fue que su Luna estaba nuevamente en

303
peligro, intentó ponerse de pie, pero sus rodillas temblaron—. Le
pasó algo a Marion —afirmó angustiado.
—Hijo, cálmate, por favor. —Luciano se levantó rápidamente
y lo sostuvo para evitar que se cayera—. No creo que sea ella.
Benjen abrió la puerta y Marion estaba al otro lado. Fabrizio,
al verla, sintió cómo el alma regresaba a su cuerpo y soltó el aire
que había contenido. Volvió a sentarse con la ayuda de su padre
y le extendió la mano a su esposa, pidiéndole que se acercara y lo
abrazara, pues la sola idea de perderla a ella o a su pequeña, lo
puso a temblar.
—¿Qué ocurre, Marion? —preguntó Benjen, mirándola.
—Victoria se desmayó, señor…
—¿Cómo? ¿Y eso por qué? —cuestionó, alarmándose.
—No lo saben y por eso me pidieron que le avisara al señor
Luciano —respondió para tranquilizar un poco al duque, pero no
lo consiguió, porque él salió rumbo a la habitación de Victoria
con rapidez.
Fabrizio lo miró desconcertado, pero después recordó que así
se llamaba la prima de Brandon; al parecer, también era familiar
del duque o su esposa, lo más probable, debido a su urgencia.
—Voy a ver cómo está, regreso enseguida —dijo Luciano.
—Por supuesto, padre, vaya a atenderla, seguiremos hablando
después —respondió mirándolo alejarse, suspiró aliviado, porque
en el fondo, no quería seguir con esa conversación, no si eso lo
llevaba a cuestionar el proceder de sus padres. Miró a Marion,
que se acercaba a él, y le extendió la mano—. ¿Crees que sea algo
grave?
—No lo creo, mi amor, por lo que he notado en el semblante
de Victoria, en los últimos días, pienso que está embarazada.
Bueno, es lo que sospecho —respondió con una sonrisa, sabía
cuánto ella anhela concebir un bebé; y todo apuntaba a que lo
había conseguido.
—Imagino que el duque de Oxford se pondrá muy feliz
cuando sepa que va a ser padre —comentó con una sonrisa.

304
—¿Padre? —cuestionó Marion, viéndolo con extrañeza.
—Sí… Bueno, al verlo salir tan de prisa, me dio la impresión
de que era su esposa.
—Victoria no es su esposa, es su nuera. —Le aclaró, riendo.
—¡Vaya! Estaba completamente perdido —admitió
burlándose de sí mismo—. Bueno, supongo que igual se pondrá
feliz al saber que será abuelo —añadió con una gran sonrisa, al
recordar que el hombre le había dicho que su hijo también lo
había abandonado; por lo visto, ya lo había recuperado, así como
su padre a él.
—Sí, todos estarán muy felices. —Sonrió, pero luego se quedó
pensativa, porque eso quería decir que debían celebrar el
matrimonio antes de que el embarazo comenzara a notársele.
—¿Y tú, alguna vez te desmayaste? —preguntó él con voz
suave.
—Con Joshua, más de un par de veces, pero con este
embarazo no me he desmayado, aunque al principio tenía
muchísimas náuseas y; ahora, unos antojos incontrolables por los
dulces.
—¡Luna, por Dios! —Soltó media carcajada y abrió mucho los
ojos—. Tendré que comprar acciones en Cadbury Schweppes o
en el grupo Nestlé. —Empezó a acariciarla.
—No te preocupes, tiene una abuela y una tía que no dudan
en satisfacer su apetito voraz; siempre me traen galletas, postres,
chocolates… Creo que no te hará falta comprar acciones en esas
empresas —comentó riendo y se recostó en su pecho.
—Ya Joshua me quitó el puesto de consentido, y sospecho
que Luna también lo hará —acotó haciendo un puchero.
Marion sonrió y lo besó para consolarlo; de pronto, la puerta
se abrió sorpresivamente y entró Fransheska, prácticamente
corriendo, mientras los esposos la miraron con desconcierto.
—Disculpen, vine por el maletín de primeros auxilios. —Se
excusó y caminó hasta el armario donde lo guardaban las
enfermeras.

305
—¿Pasó algo, Campanita? —preguntó Fabrizio, preocupado.
—No, todo está bien, Victoria tuvo un desmayo, pero ya papá
la está atendiendo —respondió con una sonrisa y caminó hacia la
puerta de nuevo—. Ustedes sigan en lo que estaban y olviden mi
intromisión —dijo con una gran sonrisa y salió a toda prisa.
—Creo que todo el mundo piensa que tú y yo… —Elevó las
cejas un par de veces, en un gesto travieso, mientras le acariciaba
la espalda.
—Ni se te ocurra, Fabrizio… Ya con la mirada y el regaño de
tu padre, fue más que suficiente —acotó, fingiéndose seria.
—No, mi padre no pensó nada malo, pues no estábamos
haciendo nada… Pero sí tengo muchas ganas de hacerlo… —
Ella iba a hablar, pero él se adelantó—. Ya sé que debemos
esperar, pero cuando estemos mejor y nuestra hermosa Luna no
corra peligro, nos encerraremos al menos una semana, para
recuperar todos esos meses perdidos —susurró contra los
pomposos labios de su esposa.
—Ya podrás cumplir con tu promesa. —Ella rozó sus labios
y dejó que su lengua los humedeciera, pero no quiso seguir
poniendo a prueba su fuerza de voluntad, así que se alejó—. Con
todo lo que sucedió, no pude despertar a Joshua, regreso en un
momento.
—Está bien, tráeme a ese roba corazones aquí. —Sonrió y
subió sus labios para pedirle un beso, ella se lo dio y luego la vio
alejarse.
No sabía qué encanto se había apoderado de su esposa, pero
verla embarazada lo hacía desearla más, se veía como si estuviese
llena de luz y; seguramente, se debía a la vida que albergaba
dentro de ella. Ansiaba, casi con desesperación, poder amarla
como meses atrás, cuando esa enfermedad que lo aquejaba no era
un impedimento; sabía que debía tener paciencia, pero no era de
sus cualidades. Suspiró con ensoñación y después enfocó la
mirada en el ventanal, deseaba tanto poder salir y caminar por el
jardín, disfrutar del sol y de estar al aire libre.

306
De pronto, a sus pensamientos llegó la conversación que
quedó a medias con su padre y el duque, le resultaba bastante
peculiar que fuese precisamente el inglés, quien lograrse dar con
su paradero, después de tantos años. Aunque lo que le resultaba
más extraño era la aparente confianza que había entre el duque y
su padre; incluso, entre Marion y ese hombre, pues ella nunca se
dirigió a él, por su título, sino como: señor. Solo esperaba que el
hombre volviese, para continuar con la conversación y descubrir
todas las incógnitas que empezaban a formarse en su cabeza.

La situación dentro de la habitación de Victoria seguía


bastante tensa; sobre todo, por parte de Terrence, que no dejaba
de mirarla y acariciar su mano, a momentos le besaba la frente y
la mejilla. Luciano se sentó al borde de la cama y lo primero que
hizo fue revisar sus signos, le tomó el pulso, levantó sus párpados
para mirar sus pupilas y tocó su frente, ciertamente, su
temperatura corporal había bajado, sus labios y su piel había
perdido color, pero nada le indicaba que fuese algo más que un
desmayo; aunque debía dar con la causa.
—Ella está muy pálida… y sus manos están frías, antes de
desmayarme me dijo que se había estado sintiendo mal —dijo
Terrence a Luciano, apenas dedicándole un vistazo, pues su
mirada cargada de preocupación no abandona a Victoria—. Por
favor, hágala reaccionar.
—Tranquilo…, debe ser agotamiento, estos días han sido muy
ajetreados para todos, su pulso es débil, pero constante… En
cuanto llegue Fransheska con el maletín, le tomaré una muestra
de sangre, para hacer algunos estudios; tal vez sea un caso de
anemia…
—Pero Victoria se alimenta bien y cuida de su salud —acotó,
porque no le parecía que ese fuese el motivo.
—Entonces, no tienes de qué preocuparte… Ya verás que no
es más que un susto y terminarás sintiéndote tonto, por
angustiarte sin razón, mejor respira e intenta relajarte. —Le

307
ordenó Luciano, más preocupado por su estado alterado, que por
el de Victoria.
Fransheska llegó y le entregó el maletín, de inmediato, Luciano
procedió a examinar a Victoria con el estetoscopio y pudo
comprobar que todo estaba normal; aunque, de repente, una idea
se apoderó de sus pensamientos. Enseguida miró dentro del
maletín, pero no había un estetoscopio de Pinard, para
comprobar si sus sospechas eran ciertas; tal vez, era mejor no
contar con ello en ese momento, ya que en la habitación estaban
los familiares de la joven, y no quería exponerla.
Decidió esperar a que ella estuviese consciente, para hacerle
algunas preguntas, aunque siendo obstetra, seguramente Victoria
le daría la respuesta; entre tanto, tomó una jeringa, una liga y
empapó un algodón con alcohol, para tomar una muestra de
sangre. Fiorella se había acercado para ayudarlo y le identificó el
tubo con la muestra. Mientras lo hacía, intercambió una mirada
con él y vio que ella también tenía sus mismas sospechas, lo que
los hizo sonreír.
—Pecosa, gracias a Dios —Terrence le acarició el rostro.
—Terry… ¿Qué sucedió? —preguntó mirándolo con
desconcierto, su voz sonaba ronca y un poco aturdida.
—Te desmayaste… ¿Cómo te sientes? —inquirió mirándola a
los ojos y sin poder dejar de lado la angustia.
—Un poco… desorientada… y sofocada —contestó
llevándose una mano a la cabeza y cerró los ojos nuevamente.
—No hables…, solo quédate quieta, todo estará bien —
expresó, dándole un prologado beso en la frente.
—Creo que lo mejor será que salgamos, para que Victoria
pueda descansar —sugirió Amelia con una sonrisa. Ella no se
había asustado en ningún momento, porque había estado
observándola durante los últimos días y estaba casi segura de la
causa de ese desmayo.
—Mi esposa tiene razón, por lo visto, el devaneo de Victoria
no representa nada grave y solo necesite descansar un poco, ¿o

308
crees necesario llevarla a un hospital? —preguntó Benjen a su
hermano.
—No, no lo creo, con reposo estará bien… Llevaré la muestra
de sangre a los laboratorios, para que le hagan los estudios y
conozcamos con certeza a qué se debió el desmayo —respondió,
al tiempo que posaba su mirada de nuevo la paciente—. ¿Estás
de acuerdo, Victoria? ¿O deseas que te llevemos al hospital? —
preguntó mirándola a los ojos.
—Estoy bien, señor Luciano… Muchas gracias por
preocuparse… ¿Pueden dejarme a solas con Terrence? Por favor
—pidió mirándolo.
—Por supuesto, hija, tómense su tiempo —respondió con
una sonrisa amable y guardó la muestra de sangre, aunque la
verdad no creía que hiciera falta analizarla, la actitud de Victoria
ya le revelaba su diagnóstico—. Cualquier cosa estaré en el
pasillo, por si me necesitan… Y no sigas preocupándote, hijo,
todo está bien. —Le puso una mano en el hombro y le dedicó
una sonrisa, luego salió.
Victoria agradecía que Luciano hubiese accedido y esperaba
que a nadie se le ocurriese entrar, porque no podría decir una sola
palabra con alguien más mirándola. Sabía que esa petición no era
habitual y que no era bien visto dejarlos solos, pero necesitaba un
momento para poder hablar con Terrence.
Ella quería crear un momento especial, para compartirle sus
sospechas, pero ya no podía esperar más, ni quería seguir
manteniendo a su novio sometido por la zozobra.

309
Capítulo 24

Quedaron solos y ella se incorporó para sentarse y estar más


cómoda, miró a Terrence a los ojos y le dedicó una sonrisa para
tranquilizarlo, mientras le acariciaba la mejilla y buscaba en su
interior las palabras que expresasen la emoción que la recorría.
Después de todo lo que había pasado, ya no podía seguir
teniendo dudas; aunque el miedo había nublado su conocimiento
en los últimos días, ese desmayo acababa de brindarle la absoluta
certeza de que Dios le había concebido el milagro que tanto había
pedido.
—Pecosa…, háblame, por favor… ¿Qué sucede? —La
interrogó, mirándola a los ojos, dejando ver la angustia que lo
embargaba.
—Terry…, yo… ¿Me das un abrazo? Por favor —rogó al
tiempo que sonreía, en medio de las lágrimas que casi la
desbordaban.
—¿Por qué estás así? ¿Qué ocurre, pecosa? —preguntó,
fundido a ella, en ese abrazo que poco a poco comenzaba a
calmarlo, pero que no alejaba del todo la angustia que llevaba por
dentro.
—Yo…, yo…, no sé cómo decirte esto… Quiero tener las
palabras justas para expresar lo que llevo aquí dentro —Se señaló
el pecho con la mano—. Tal vez, debería empezar por darte las
gracias por llegar a mi vida, por enseñarme que, a pesar de todo,
siempre encontraremos la manera de continuar… Cuando ya no
esperaba nada más, tú apareciste para salvarme, demostrándome
que podía amar otra vez…

310
—Vicky…, mi amor, me has dado lo mismo y; créeme, soy
muy feliz al escucharte decir todo esto, pero presiento que estás
así por algo más, ¿cierto? —preguntó con el corazón latiéndole
muy de prisa, mientras sentía el temblor de sus manos.
—Sí, hay algo más y la felicidad que eso me provoca es tan
grande que, si pudieras ver dentro de mi pecho, comprenderías
cómo me siento… —Su sonrisa se hizo más ancha cuando acunó
el rostro de Terrence y dejó caer una lluvia de besos en sus
labios—. Gracias… por estar conmigo, gracias por hacerme la
mujer más feliz del mundo…, gracias por hacerme madre… —
Sintió que su pecho casi explotaba de la emoción al decir esa
frase, con la que tanto había soñado.
—¿Madre? —preguntó parpadeando y el temblor que recorría
su cuerpo se hizo tan intenso, tanto, que pensó que lo quebraría,
pero no era una emoción mala; por el contrario, era
extraordinaria.
—¡Sí, madre! ¡Estamos esperando un bebé! ¡Seremos padres!
—expresó tan llena de emoción que su cuerpo temblaba y las
lágrimas corrían por sus mejillas, mientras una sonrisa las
acompañaba—. Bueno, eso creo; es decir…, he tenido algunos
síntomas y…
Victoria calló cuando vio que Terrence cerraba los ojos con
fuerza, pero enseguida los abrió y la miró con tanta devoción, que
la hizo sollozar; podía ver que él deseaba poner en palabras lo
que sentía, pero la emoción le había robado la voz. Su rebelde
soltó un sollozo cargado de llanto, hundió el rostro en su vientre
y rompió a llorar como un chiquillo, convulsionando a causa de
los sollozos.
—Mi vida…, Terry…, mírame —susurró, acariciándole con
ternura la espalda. Él alzó el rostro para mirarla a los ojos.
—Pecosa…, ángel mío…, fuiste tú quien me enseñó a vivir y
a amar, me salvaste de tantas maneras, Victoria… Y ahora me das
este maravilloso regalo… ¡Dios mío, gracias! ¡Gracias por ella,
por… mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Voy a ser padre! ¡Me vas a hacer padre!…

311
Ahora soy yo, quien quiere que abras mi pecho, para que veas lo
que siento… Es tan poderoso que quiero saltar, bailar, cantar —
expresó rebosante de emoción y se puso de pie, la agarró de las
manos y después, con un movimiento delicado, la envolvió en
sus brazos, para bailar—. Mi hermosa pecosa me hará padre…
¡Padre! —exclamó emocionado.
—¡Y yo seré madre! —Victoria lo acompañó en esa danza, al
tiempo que sonreía, pero de repente se puso seria—. Bueno,
todavía no estoy completamente segura, porque no tengo una
prueba científica…, es solo mi instinto y todos los síntomas que
está presentando mi cuerpo, pero no te dije nada antes, porque
no quería que te ilusionaras en vano.
—¿En vano? ¿Cómo que en vano? Si pusimos todo nuestro
empeño en crear a este bebé, sabía que no sería en vano —dijo
con absoluta convicción y sonrió con picardía, al ver que ella se
sonrojaba—. Y no necesito de ninguna prueba, yo creo en ti y en
lo que estás sintiendo, porque dentro de mi corazón, también
puedo sentirlo —mencionó, llevándose una mano de ella al
pecho, para que pudiese sentir sus latidos desbocados—. Me
basta con ver ese brillo en tu mirada y esa sonrisa, para saber que,
dentro de ti, comienza a crecer nuestro milagro.
—Te amo, te amo, mi rebelde… Vas a ser el padre más bello
del mundo —dijo mientras dejaba caer una lluvia de besos en el
rostro de su novio, casi levitando de la felicidad.
—Te amo, te amo, pecosa. Tú también serás la madre más
bella ¡Quiero decírselo a todos!… Quiero que sepan que soy el
hombre más feliz de todo el universo, porque seré padre…
¡Terrence Danchester, va a ser padre!… Y va a tener un hijo junto
a la mujer que ama… —mencionó y la sentó con cuidado al
borde de la cama.
—¡Terrence, espera! ¡Mi amor! —exclamó Victoria,
emocionada al verlo así, le extendió los brazos—. Dame un beso
antes… y prepárate para el sermón de tu padre —dijo con una
sonrisa traviesa.

312
—Sinceramente, no me importa, estoy demasiado feliz como
para ocultarlo, ya después me aguantaré el sermón de las siete
montañas, si el duque quiere, pero tengo que compartir mi
felicidad con los demás; de lo contrario, seré quien terminará
desmayándose… —pronunció, acercándose hasta ella para
amarrarla en un abrazo y apoderarse de sus labios, con un beso
intenso y tierno al mismo tiempo—. ¿Puedo llegar a decirte que
te amo, un millón de veces en un día? —preguntó divertido y la
besó de nuevo, luego se separó y corrió hasta la puerta.
Terrence abrió la puerta y todos posaron sus miradas en él,
estaban realmente intrigados, luego de escuchar la algarabía que
provenía de la habitación. Las damas exclamaron emocionadas
con solo ver su gran sonrisa, su mirada brillante y su cabello
ligeramente desordenado; sin embargo, los caballeros lo miraron
como si se hubiese vuelto loco.
—Victoria está bien; en realidad, está más que bien… Ella está
perfecta y yo estoy tan feliz, que no me importa si luzco como un
loco, porque… ¡Voy a ser padre! —exclamó, dejando libre esa
emoción que lo embargaba e hinchaba su pecho.
—¡¿Qué?! —Se escucharon las voces de Benjen, Sean y
Brandon.
—Que vas a ser abuelo, Benjen —corroboró Luciano,
realmente divertido al ver el semblante de su hermano—.
Victoria está embarazada, esa fue la causa de su desmayo. Pero
llevaré su muestra al laboratorio, para confirmarlo, aunque no
creo que sea necesario, pues ella, mejor que nadie, lo sabría —
agregó en tono casual.
—Yo tampoco necesito una prueba, solo me basta con que
ella ya sienta que nuestro hijo crece en su vientre y con esta
emoción que invadió mi cuerpo en cuanto me lo dijo; seremos
padres, estoy absolutamente seguro —sentenció con emoción,
pero al ver el semblante de los hombres Anderson, supo que
debía presentarles su disculpa—. Brandon, yo… —intentó
excusarse.

313
—No tienes que decir nada… Te salvas de un sermón, solo
porque yo esperaba este sobrino desde hace mucho tiempo, ya
era hora de que llegase a sus vidas —dijo con sinceridad.
Terrence respondió a esas palabras dándole un fuerte abrazo,
de esos que se le daban a un hermano, porque eso había sido
Brandon para ambos. Siempre los había apoyado en todo
momento, con su amistad y su cariño incondicionales, con sus
oportunos consejos, que hicieron que las cosas no fuesen tan
difíciles para Victoria y él.
—Gracias por comprender y por estar allí siempre para
nosotros —dijo con los ojos llenos de lágrimas y lo abrazó de
nuevo.
—Pues, mi tío no te dará un sermón, pero yo sí, Danchester
—mencionó Sean, con el ceño fruncido y el mentón rígido.
—¡Cornwall, por Dios! ¿Puedes olvidar tu antipatía por unos
minutos?… —Se quejó, volviéndose para mirarlo—. En lugar de
eso, ¿por qué no me das un abrazo y me felicitas? —sugirió y sin
esperar una respuesta, fue él quien se acercó para abrazarlo.
—¿Eh? Bueno, bueno, está bien, felicitaciones —dijo
sorprendido ante el gesto de Terrence.
—Te prometo que cuidaré de ella y la haré inmensamente
feliz. —Se movió para mirarlo—. Si alguna vez escuchas una
queja de Victoria, por mi culpa, me pararé ante ti, para que me
des una golpiza.
Sean solo asintió y mostró media sonrisa, a la que Terrence
respondió de igual manera, luego volvió para encontrarse con su
madre y la abrazó muy fuerte, tomándola por la cintura y
elevándola un poco. Ella reía abiertamente, igual que él,
aferrándose de sus hombros para no caer, feliz y sorprendida por
esa espontaneidad de su hijo; adoraba verlo tan feliz, y estaba
segura de que sería un padre maravilloso.
—Felicidades, hijo, no te imaginas lo feliz que me siento al
saber que al fin voy a ser abuela de un bebé de ambos; desde la
primera vez que los vi juntos, supe que era la chica indicada para

314
ti… Tu vida será maravillosa, Terry, estoy segura de ello —
expresó emocionada, dejando libre un par de lágrimas y
besándole la mejilla.
—Lo será, madre…, lo será… —Su mirada se encontró con
la de Fiorella, que lo veía con los ojos brillante por las lágrimas.
—Felicidades, Terry, me siento tan feliz por ti y por Victoria.
—Le dio un fuerte abrazo, acariciándole la espalda—. Dios los
ha bendecido…, ser padres es el mayor regalo que la vida puede
darnos, y ustedes lo tienen ahora —añadió mirándolo a los ojos.
—¿Será que mi hermano primo me deja felicitarlo por
hacerme tía? —preguntó Fransheska con un fingido tono de
reproche, pero sonreía.
—¡Por supuesto que sí, mi hermana prima! —contesto él, casi
corriendo hasta ella, para amarrarla en un abrazo; la tomó por la
cintura y la elevó igual que a su madre.
—¡Oye, Terry! Bájame, pareces un niño —expuso riendo con
alegría—. ¡Felicidades, futuro papá!… Por cierto, hablando de
padres, ¿dónde está Victoria? —preguntó y miró hacia la
habitación.
—Admirando la felicidad del padre más apuesto de este
mundo —respondió Victoria, con una gran sonrisa que
iluminaba su mirada.
—Espera al primer mes después del nacimiento y verás que
no luce igual —esbozó Sean, en tono divertido.
—Mi amor, no seas cruel…; además, los trasnochos tampoco
son tan malos, después de unos meses, las ojeras desaparecen —
dijo Annette, había aprovechado la algarabía formada por
Terrence, para escabullirse en la habitación y felicitar a su amiga.
—Siempre supe que Annette era más inteligente que tú,
Cornwall… —Se acercó hasta ella, tomándola sorprendida y
repitiendo la misma acción que hiciese con su madre y
Fransheska, mientras reía.
—¡Espera, Terry! Tienes que comenzar a comportarte como
un padre…, deja de jugar así. —Le reprochó, frunciendo el ceño,

315
pero no pudo evitar sonreír ante la emoción del rebelde de
Brighton.
—Sí, es bueno que alguien se lo recuerde —mencionó Benjen,
que tenía una extraña mezcla de sentimientos dentro de su pecho.
—Padre…, ya sé que me va a reprender durante horas, pero
mejor déjelo para otro día, porque hoy estoy demasiado feliz…
—No creo que el semblante de Benjen, sea porque esté
molesto… Creo que aún no logra asimilar que va a ser abuelo. —
Por primera vez, le hacía una broma a su hermano mayor.
—¿Te estas burlando, Luciano? —inquirió Benjen,
levantando una ceja, ese gesto tan propio de los Danchester.
—¿Yo? ¿Acaso te he dado esa impresión? —contestó con
otras preguntas, mientras intentaba controlar una carcajada.
—Pues, déjame decirte que igual…, tendrán que pasar dos
años para que alguien me llame abuelo; sin embargo, ya a ti te
llaman así y próximamente tendrás a otro…; lo que, en
resumidas, cuentas me deja en mejor posición… —sentenció,
levantando la barbilla.
—Esperen un momento, ¿estoy escuchando bien? Benjen,
¿realmente estás preocupado porque serás abuelo, en lugar de
emocionarte? —cuestionó Amelia, mirando a su esposo con
asombro.
—¡Claro que no, mujer! Es solo que… no hace ni un año me
hice padre de gemelos y… —Se detuvo, sintiéndose un tonto.
—Y yo lo voy a hacer abuelo dentro de unos meses, no está
tan mal, duque —expuso Terrence, intentando controlar la
carcajada que revoloteaba en su pecho, pero su mirada divertida
lo delataba.
—Terrence…, ni se te ocurra reírte… —Le advirtió, pero su
hijo soltó una carcajada, que de inmediato acompañó Luciano—
. ¡Perfecto! Búrlense de mí…, parecen unos chiquillos —dijo
frunciendo el ceño.
—Y tú pareces un viejo cascarrabias —mencionó Luciano, a
quien Joshua le había enseñado lo maravilloso de ser abuelo.

316
La risa de Terrence se hizo más sonora, contagiando también
a su madre y a Victoria, quienes lucharon por contenerse, pero
no lo consiguieron; Fransheska también intentaba disimular su
risa, pero tampoco tuvo éxito e; incluso, Brandon, expuso una
gran sonrisa.
Benjen resopló, un gesto nada propio de un hombre de su
distinción, pero en ese momento se le perdonaba; aunque, al final,
terminó compartiendo la felicidad que los embargaba a todos, se
acercó a su hijo y lo miró fijamente, Terrence fue disminuyendo
su risa, viendo ese brillo especial que se desprendía de los ojos de
su padre.
—Felicidades para los dos…, aunque igual tendrán su sermón,
pero este momento es para celebrar una noticia tan maravillosa,
gracias por darnos este regalo… Un nuevo Danchester se suma
a la familia… ¡Qué sea bienvenido! —expresó emocionado y
abrazó muy fuerte a Terrence, después, buscó los ojos de su
hijo—. Serás un padre extraordinario, Terrence Danchester,
estoy absolutamente seguro —sentenció con los ojos llenos de
lágrimas y su hijo se aferró a ese abrazo que le ofrecía, mientras
los dos lloraban de felicidad.
Marion, Joshua, Manuelle y Emma, habían escuchado la
algarabía en el pasillo y salieron a ver lo que sucedía, presenciaron
todo desde la distancia, aún no se sentían tan compenetrados con
ellos, como para formar parte de un momento así. Sin embargo,
Joshua se dejó llevar por esa espontaneidad que lo caracterizaba
y en cuanto escuchó que tendría un primito, salió corriendo para
felicitar a su tío Terry y a su tía Vicky, mientras expresaba su
deseo de que fuese un varón, para poder jugar con él y enseñarle
muchas cosas.

Fabrizio se había aventurado a caminar solo, apoyándose en


la ayuda que le brindaba su bastón, estaba en el baño, observando
su reflejo que, poco a poco, se mostraba mejor; las ojeras casi
habían desaparecido y, aunque su palidez se mantenía, no era tan

317
marcada como la primera vez que se vio. Indiscutiblemente, los
cuidados de su esposa y de su madre, habían hecho una gran
diferencia; escuchó las exclamaciones de felicidad que provenían
del pasillo y se llenó de curiosidad, al parecer, el futuro padre ya
había recibido la confirmación del embarazo y estaba
compartiendo su felicidad con todos.
—¿Esa risa es la de mi padre? —Se preguntó desconcertado y
sonriendo también—. Hacía mucho que no lo escuchaba reír de
esa manera, bueno, con Joshua lo hace, pero en este momento
está soltando una sonora carcajada… —Salió del baño y caminó
hasta la puerta para escuchar mejor—. Creo que no tendría nada
de malo si me asomo al pasillo, para ver el motivo de tanta
felicidad; aunque, siendo la prima de Brandon la futura madre,
seguro mis padres y mi hermana la tienen en mucha estima…
Hasta ahora no los he visto, ni a ella…, ni a su esposo… ¿Quiénes
serán? —Se preguntó en voz alta.
Estaba por girar el pomo para salir, tal vez, hasta podría
acercarse para conocer y felicitar a los futuros padres; sin
embargo, la prudencia lo hizo detenerse, recordándole que no
podía inmiscuirse en un momento así. Solo les pertenecía a los
amigos, familiares y a los felices padres. Regresó a la cama para
intentar descansar, debía hacerlo para recuperar sus fuerzas y
cumplir con todas las promesas que había hecho, ahora más que
nunca tenía motivos para vivir.

Horas más tarde, en la habitación de Victoria, solo quedaban


sus suegros, Brandon, Fransheska y; por supuesto, Terrence, que
no se había apartado de su lado un solo segundo, manteniendo
sus manos entrelazadas mientras se dedicaban miradas y sonrisas
cargadas de amor. Para su sorpresa, Benjen no se enfrascó en un
elaborado sermón, solo habló sobre las responsabilidades que
debían tener en adelante; Amelia, por su parte, le dijo que no se
preocupara de que la noticia se corriera, pues todo el personal era
de confianza y; a la única persona, fuera de su círculo, que debían

318
hablarle de eso era a la modista, en caso de necesitar hacer
algunos ajustes al vestido, pero Violet había sido su amiga durante
años y sabía que también en ella podían confiar.
—Quisiera hacerles una petición…, sé que tal vez no esté
bien, pero me gustaría quedarme esta noche con Victoria —pidió
Terrence, sorprendiendo a los presentes—. Padre, sé que esto no
es apropiado y créame que me armé de valor para solicitarles algo
así, quizá no puedan comprenderlo, porque no han pasado por
ello, pero esta felicidad que llevo dentro de mi pecho es muy
grande y lo único que deseo es poder quedarme toda la noche
vigilando el sueño de Victoria y de nuestro hijo… Sé que si
estuviera casado no tendría que verme en esta situación y es mi
culpa…
—Nuestra, Terry…, nuestra, yo asumo mi parte de
responsabilidad en todo esto y me gustaría que se pusieran un
momento en nuestro lugar —solicitó ella, mirándolos a los ojos.
El silencio que reinó en el lugar durante unos segundos fue
bastante incómodo, Amelia le dedicó una mirada a su esposo y él
la comprendió al recordar cuando ella le dijo que le hubiese
encantado dormir entre sus brazos, cuando se enteró de que
estaba embarazada de Terrence, pero en ese entonces, él estaba
en Londres. Benjen también lamentó no haber estado a su lado,
también trajo a su memoria la noche que junto a su esposa
descubrió que esperaban a Madeleine y Evans, la emoción que
los embargó en ese instante les impidió conciliar el sueño, y sabía
que era lo mismo que les pasaría a su hijo y a Victoria.
Brandon y Fransheska también compartieron una mirada
cómplice y significativa, ellos sabían lo difícil que era separarse
después de pasar momentos tan maravillosos juntos. El frío que
se apoderaba de sus cuerpos por las noches, cuando añoraban el
calor del otro, comprendieron de inmediato que, si fuesen ellos,
quienes se encontrasen en una situación similar, también
desearían estar juntos para compartir su felicidad y no tener que
separarse.

319
—Mi intención no es ponerlos en una situación incómoda…,
entendería perfectamente si se niegan, en vista de que ya hemos
abusado de su confianza, pero solo deseo cuidar de ella y de
nuestro hijo, esta noche…
—Por mí, no hay problema —dijo Brandon, mirándolo con
una sonrisa amable—. Sería absurdo de mi parte reprocharles
algo a estas alturas, mi prima es una mujer adulta y con el poder
para decidir lo que desea; sin embargo, es la casa de tus padres y
son ello, quienes deben decidir si aceptan. —Los miró,
dejándoles la decisión.
—Bueno, no soy el más indicado para presentarme como
ejemplo de rectitud y decoro —confesó Benjen, poniéndose por
primera vez en los pies de su hijo—. Hubiera dado la mitad de lo
que tengo, para regresar el tiempo y tener la oportunidad de
escuchar de los labios de Amelia, que sería padre por primera vez,
estar junto a ella desde ese momento… Sería demasiado egoísta
impedir que tú lo disfrutes, así que puedes quedarte con Victoria
—dijo con la voz grave por todas las sensaciones que los
recuerdos habían provocado dentro de su pecho. La nostalgia por
un pasado que por más que luchase nunca podría recuperar, pero
al menos, le daría a su hijo esa satisfacción.
—Gracias…, de verdad, muchas gracias por este voto de
confianza —pronunció poniéndose de pie y se acercó para
abrazarlos.
—Queremos que sean felices —dijo Fransheska, emocionada.
—Todo está bien…, no tienen de qué preocuparse, pero
estaría bien si mantenemos esto entre nosotros —sugirió Amelia,
sonriendo.
—Muchas gracias, seremos discretos. —prometió Victoria,
mirando a sus suegros y después a su primo—. Gracias,
Brandon…, te quiero mucho —agregó dándole un abrazo.
—No tienes que agradecer nada… Para mí, es como si ya
estuviesen casados —mencionó con media sonrisa y le dio un
beso en la frente.

320
—Yo estoy encantada con la noticia y con verlos tan felices,
así que pueden contar con todo mi apoyo y; por los demás, no se
preocupen, sabrán entenderlos —aseguró Fransheska,
acercándose hasta cada uno para darles un fuerte abrazo—.
Felicidades de nuevo por este maravilloso regalo del cielo, espero
que descansen, porque mañana tendrán a mi madre aquí muy
temprano, para atiborrarte de comida; y a mi padre con cajas y
cajas de vitaminas —puntualizó divertida.
—Que descansen, hijos, nosotros nos retiramos —mencionó
Amelia, que también los abrazó muy fuerte y besó sus frentes
mientras los miraba con cariño—. Regresaré para traerte un
pijama, Terrence, y puedas dormir cómodo. —Tomó la mano de
su esposo.
—Gracias, madre —pronunció, dedicándole una sonrisa.
Quedaron solos y él se volvió a mirar a Victoria, no necesitó
decir nada para hacerle saber cuán feliz estaba. Su mirada podía
decir más que miles de palabras, ese brillo que hacía lucir el azul
de sus ojos más intenso e inmensamente hermosos, haciéndole
sentir a Victoria, que era la mujer más maravillosa sobre la tierra.

321
Capítulo 25

Minutos después, estaban en la tina, brindándose tiernas


caricias que los hacían sentir en un estado de placidez absoluto,
ella recostada sobre su pecho, mientras observaba la mano de él,
que tenía entre las suyas. Sonreía y suspiraba cuando Terrence
dejaba caer suaves y cálidos besos en su cuello y hombros,
susurrándole palabras cargadas de amor y devoción,
compartiendo esa intimidad que era realmente maravillosa.
Aunque habían pasado dos semanas desde la última vez que
estuvieron juntos, no sentían ese deseo desenfrenado que los
embargaba cada vez que estaban así de cerca, desnudos y en
completa libertad para entregarse. Las ansias acumuladas que
debían tener después de ese tiempo de abstinencia no estaban
presentes en ella, en ese momento, tampoco en Terrence, que era
tan apasionado e impulsivo. Toda la pasión había sido
reemplazada por esa infinita ternura que se entregaban en cada
caricia, cada mirada y cada beso.
Sus pieles comenzaron a arrugarse, anunciándoles que ya
llevaban mucho tiempo en el agua, él la ayudó a salir de la bañera
y buscó una toalla, para secarla con una delicadeza como si se
tratase de una niña, mientras Victoria lo admiraba embelesada,
por ese amor que Terrence le profesaba. No quiso quedarse atrás
y también tomó una toalla para secarlo; terminaron y él la tomó
en sus brazos para regresar a la habitación, con cuidado, la dejó
en la cama y buscó en el armario un camisón para ponérselo, todo
eso ante la mirada divertida de Victoria.
—Terry…, creo que has olvidado que tengo veintitrés años y
me estás tratando como a una niña de cinco.

322
—Te equivocas, pecosa, solo te trato como a una mujer
embarazada.
—Pero así no se trata a las embarazadas; además, puedo
valerme por mí misma —alegó divertida y mirándolo a los ojos.
—Lo sé…, pero resulta que estás embarazada de mí y; de
ahora en adelante, prometo tratarte como a una reina,
complacerte en todo…, cumplir cada deseo o antojo que tengas
—mencionó, alejándose para ponerse su pijama y luego entró a
la cama.
—¿De verdad estás dispuesto a complacer cualquier antojo o
deseo que tenga? —susurró acariciándole el pecho.
—Cualquiera… Te daré lo que quieras y sé que te encantan
los dulces, así que, si me toca ir a la cocina y prepararte algún
postre, lo haré en este preciso instante —contestó llevándose la
mano de ella a los labios, para darle un beso prologando.
—Me alegra escucharlo, pero no tengo antojos de ningún
dulce en este momento, quiero algo que es único, especial y que
solo tú puedes darme —dijo y su mirada se paseaba por el rostro
de Terrence, que dejó ver esa media sonrisa que ella adoraba.
—¿Qué pensamientos rondan esa cabecita? —preguntó,
dándole un suave beso en los labios.
—Quiero que me cantes…, adoro cómo lo haces, Terry… Tu
voz me llena de paz y calidez —susurró acariciándole la mejilla y
sonrió con emoción para convencerlo.
—Bien…, veamos cómo puedo complacer a mi adorada
pecosa —dijo mientras buscaba en su cabeza una melodía para
dedicarle, recordó una que cantaba Enrico y que a él le gustaba
mucho, se aclaró un poco la garganta para estar a la altura de su
mentor, respiró profundamente un par de veces y comenzó—.
«Non so dove trovarti, non so come cercarti… Ma sento una
voce che nel vento parla di te… Quest'anima senza cuore, aspetta
te… Adagio. —Su voz lentamente fue inundando la habitación,
mientras deslizaba sus manos por la espalda de Victoria, en una
lenta y tierna caricia—. Chiudo gli occhi e vedo te… Trovo il

323
cammino che mi porta via dall'agonia… Sento battere in me
questa musica che, ho inventato per te».3
A esas alturas, ya ella sabía hablar perfectamente el italiano,
por lo que, no hacía falta que él la tradujece, podía entender cada
una de las frases que le dedicaba; y su corazón se encogió un poco
de tristeza. Una lágrima rodó por su nariz y un suspiro cargado
de melancolía brotó de sus labios, mientras acariciaba el pecho de
Terrence y agradecía poder sentir cómo su corazón latía.
—«Se sai come trovarmi, se sai dove certami… Abbracciami
con la mente… Il sole mi sembra spento, accendi il tuo nome in
cielo… Dimmi che ci sei, quello che vorrei… Vivere in te…» —
La voz de Terrence fue menguando, dando por finalizada la
hermosa melodía.
—Es tan hermosa, me encantó, Terry… Muchas gracias —
expresó y sonrió, sus ojos estaban colmados de llanto, porque la
canción realmente la había conmovido—. Por favor, nunca dejes
de cantarme.
—Nunca lo haré…, te cantaré siempre a ti y a nuestro hijo.
Él se alejó muy despacio para mirarla a los ojos y la besó con
suavidad, la acarició, dejando que fuesen sus manos, sus labios,
sus ojos los que le mostrasen lo que sentía y lo desbordaba, para
cubrir su cuerpo de amor. Comenzó a bajar hasta llegar a su
vientre, subió con delicadeza el ligero camisón rosa y fue dejando
caer suaves besos que la hacían temblar y erizaban su piel, apenas
se notaba una ligera curva al final o; al menos, esa era la impresión
que le daba, pero sabía que su hijo estaba allí, creciendo y
haciéndose más fuerte, alimentándose de ese amor que sus padres
compartían y que era infinito.
Ella cerró los ojos, dejándose embriagar por este cúmulo de
sensaciones y emociones que giraban dentro y fuera de su cuerpo,
envolviéndola en un estado de satisfacción único, el mismo que

3
Adagio, esta obra fue originalmente atribuida al compositor veneciano del
siglo XVIII, Tomaso Albinoni.

324
podía sentir en Terrence y que la colmaba de alegría. Acariciaba
con suavidad el cabello, los hombros y la espalda del padre de su
hijo, se sentía tan maravilloso ser consciente de que estaba
esperando un hijo del hombre que siempre había amado y que él
fue quien germinó esa pequeña semilla que llenaría de luz sus
vidas.
—¿Cuánto tiempo tiene nuestro bebé, pecosa? —preguntó
con la voz cargada de emoción y elevó la mirada mientras sonreía.
—No lo sé con exactitud…; pero, según mis cuentas, poco
más de un mes, la última vez que vi mi período de manera normal,
fue dos semanas antes de desembarcar en Europa, luego lo vi de
nuevo en el barco, pero no fue igual que siempre y, desde ese
momento, comencé a sospechar, aunque tenía tanto miedo de no
estar embarazada que no podía ver todas las señales que mi
cuerpo me daba y que debían ser evidentes para mí, pues soy
obstetra —dijo con una sonrisa apenada.
—No tenías por qué sentirte así, pecosa, recuerda lo que
hablamos; íbamos a ser padres, de una u otra manera —dijo
acariciándole el vientre y subió para darle un suave beso en los
labios.
—Sí, sé lo que habíamos acordado, pero era inevitable que no
estuviera temerosa y llena de dudas, Terry… Yo había anhelado
tanto tener un bebe, que me parecía injusto que no fuese posible
—confesó mirándolo a los ojos y los suyos se llenaba de lágrimas,
notó que se ponía triste, pero ya no tenía motivos para estarlo,
así que cambió de tema—. Creo que quedé embarazada estando
en Escocia —añadió con una gran sonrisa.
—¿Durante nuestra luna de miel? —preguntó con una gran
emoción, recordando que siempre, antes de quedarse dormido,
miraba a Victoria y le pedía a Dios que les diera ese milagro.
—Sí, en nuestra luna de miel —confirmó ella, sonriendo—.
Bueno, tengo que tomar unas medidas a mi vientre, para saber las
semanas exactas que tiene el bebé, pero estoy casi segura de que
fue en esos días.

325
—Sabía que sucedería, pusimos mucho empeño en concebirlo
—acotó con una sonrisa pícara. Se apoyó en su codo para mirarla
mientras seguía acariciándole el vientre y lo besaba—. Entonces,
Stephen o Virginia, nacerá para marzo —dijo luego de sacar las
cuentas.
Victoria separó sus labios para responder, pero al escuchar los
nombres que había mencionado Terrence, se sintió abrumada
por la emoción; sus ojos se llenaron de lágrimas, que no tardaron
en derramarse y; con cuidado, se incorporó para acunar el rostro
de su novio y darle muchos besos.
—¿Quieres que nuestro hijo lleve el nombre de alguno de mis
padres? —A pesar de haberlo escuchado, necesitaba confirmarlo.
—Sí, si es varón, quiero que se llame como tu padre y que
honre al hombre que fue —respondió mirándola a los ojos,
absolutamente convencido de su deseo—. Sabes cuánto
apreciaba a mi suegro y jamás olvidaré el voto de confianza que
me dio, al permitir nuestra relación. Quiero que nuestro hijo
herede, junto a su nombre, su esencia. Pondré todo de mi parte
para que eso sea posible.
—Terry… —La voz se le cortó por la emoción y se acercó
para abrazarlo—. Gracias, mi amor, es un gesto muy hermoso.
—Soy quien se siente agradecido por este maravilloso milagro
que me has permitido tener, por confiar en nuestro amor y
mantener la esperanza; sabía que Dios iba a ser generoso con
nosotros y nos daría a Stephen o a Virginia, porque, aunque no
conocí a tu madre, sé que era una mujer tan maravillosa como tú,
y así quiero que sea nuestra hija.
—¿No crees que tus padres se pondrán celosos? —preguntó
mirándolo, porque no quería que sus suegros se sintieran
desplazados.
—Supongo que Amelia, sí —dijo con una sonrisa traviesa—,
pero no te preocupes, tendremos más hijos; incluso, si estuvieses
esperando gemelos, podremos llamarlos como nuestras madres o

326
nuestros padres. —Su sonrisa se hizo más ancha e iluminó sus
ojos.
—¿Gemelos? —Victoria tragó para pasar el nudo en su
garganta y sus ojos se agrandaron—. Pobre de mí…, tendré una
barriga tan grande, que no podré ni caminar y el parto será
bastante complicado. —Cerró los ojos y se estremeció al
imaginarlo.
—Vicky, mírame —pidió apoyándole dos dedos bajo el
mentón, para hacer que lo viera a los ojos—. Estaré a tu lado en
cada momento, tomaré tu mano y te ayudaré a traer a todos
nuestros hijos al mundo —prometió y le agarró la mano para
darle un beso.
—Está bien, prometo ser valiente —respondió con una
sonrisa, en el fondo, la emocionaba la idea de tener varios hijos.
—¡Esa es mi pecosa! Por eso te adoro tanto —expresó
emocionado y le llenó el rostro de besos, mientras reían.
Victoria había contado con la compañía de sus primos,
Annette y Patricia, pero durante los primeros años de su vida,
prácticamente, no tuvo personas con quienes jugar, por eso se
hizo amiga de las gallinas, las vacas y los patos. Fueron momentos
divertidos, pero a veces llegó a sentirse sola; y no quería que sus
bebés tuvieran ese sentimiento, les daría todo cuanto ella no tuvo
y eso también significaba darles muchos hermanos con quienes
jugar.

Una vez más, el sueño le rehuía, despertaba antes de que el sol


saliera y se quedaba inmóvil en la cama, observando el decorado
del cielo raso. Ya habían pasado casi tres semanas desde que llegó
a América y ni siquiera se había acercado a casa de su tío, para
saber cómo estaba, tenía un miedo atroz de enterarse de algo
doloroso, que le dijeran que su padre o Marcus, también le habían
hecho algo a él.
Le fue imposible retener el sollozo que escapó de sus labios,
cuando el dolor y la incertidumbre la asaltaron de nuevo; se llevó

327
la mano a la boca para acallarlos, porque no quería despertar a
Manuelle. Se volvió para mirarlo y sus leves ronquidos le
anunciaron que seguía dormido; con cuidado, se movió para salir
de la cama y caminó hasta el ventanal, corrió un poco las cortinas
y vio que el cielo comenzaba a teñirse de un hermoso tono malva,
que anunciaba un nuevo día.
Se envolvió con sus brazos para brindarse un poco de calor, a
esa hora, siempre hacía frío, a pesar de que estaban en verano;
soltó un suspiro cargado de nostalgia al recordar la emoción de
todos, el día anterior, cuando la señorita Anderson le confesó a
su prometido que estaba embarazada, aunque algo así podía
suscitar un escándalo, a nadie parecía preocuparle, pues la alegría
era más grande. También estaba el cambio que había dado
Marion, desde que Fabrizio despertó; irradiaba luz y hasta parecía
que, en lugar de caminar, flotaba.
—Todos en esta casa son dichosos, todos menos yo —
admitió con tristeza—. Por lo menos, no como lo anhelo,
después de sufrir tanto.
A pesar de tener a su lado a un hombre maravilloso, que la
amaba y la apoyaba de manera incondicional, no lograba librarse
de los fantasmas de su pasado; y eso le impedía ser
completamente feliz. Necesitaba llenarse de valor para
derrotarlos; de pronto, su mirada se volvió hacia la habitación y
alcanzó a ver el sobre que había dejado en la mesa auxiliar, no se
había atrevido a tocarlo desde que Manuelle se lo entregó, tenía
mucho miedo de lo que podía leer en ese reporte.
—¡Maldita sea, Emma! ¡Ya basta, tú nunca has sido una
cobarde!
Se irguió, sacando el pecho, y caminó con determinación hasta
la mesa donde estaba el sobre, lo tomó sin vacilar y rasgó el sello;
sus dedos temblaron cuando rozaron el fajo de papeles. Cerró los
ojos y una vez más el miedo intentaba trepar por sus piernas, pero
esta vez, no lo dejó avanzar mucho, respiró hondo y sacó un

328
reporte bastante grueso, lo que le sorprendió, pues esperaba
encontrar unas pocas hojas.
—Hay fotografías —susurró al sentir el grueso y resbaloso
papel de estas, pero no se atrevió a mirarlas—. No quiero saber
cómo lucen esos desgraciados hoy en día, he luchado mucho por
olvidar sus rostros.
La habitación aún estaba en penumbras, lo que le dificultaría
leer, así que se acercó a un sillón que estaba junto al ventanal y
abrió un poco más la cortina; el cielo cada vez estaba más claro,
permitiéndole ver las pequeñas letras de una máquina de escribir.
Las primeras páginas estaban dedicadas a su padre, decían que un
par de años después de la muerte de su madre, él comenzó a
beber más y había perdido su trabajo, también se quedó sin hogar.
En ese momento, se encontraba en un refugio para indigentes,
a donde fue llevado por los miembros de la iglesia, luego de que
estuviera semanas deambulando por las calles. El reporte también
mencionaba que estaba enfermo, sufría de cirrosis hepática, a
causa de su adicción al alcohol; los doctores le daban poco
tiempo de vida. Enterarse de eso le provocó sentimientos
contradictorios, no podía decir que la hacía feliz, pero tampoco
la entristecía; ni siquiera podía decir que sentía lástima por el
hombre que había asesinado a su madre.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó al pasar al informe de Marcus, y
comenzó a temblar, tanto, que las hojas estaban a punto de
escapar de sus manos, su mirada asombrada y cristalizada por las
lágrimas se paseaba por las líneas—. Esto… ¡No puedo creerlo!
—susurró al tiempo que una dolorosa presión se apoderaba de
su pecho.
Sollozó y rápidamente se tapó la boca con una mano, porque
sabía que de un momento a otro empezaría a llorar, la vista cada
vez se le empañaba más, por lo que, parpadeó y respiró hondo
para calmarse, necesitaba cerciorarse de que lo que decía allí era
verdad, así que lo leyó de nuevo un par de veces. Cerró los ojos,
llevándose las hojas al pecho, mientras ese peso que había llevado

329
por años, sencillamente, se desvanecía, dándole una sensación de
libertad que no había conocido nunca, ni siquiera cuando fue una
niña; el muro que había estado conteniendo sus emociones no
aguantó más y ella rompió en llanto.
Manuelle despertó por su sollozo y tanteó, buscándola a su
lado; al no encontrarla, pensó que a lo mejor estaba en el baño y
que lo que había escuchado solo fue su imaginación, cerró los
ojos e intentó seguir durmiendo, porque todavía no amanecía. Sin
embargo, un segundo después no fue un sollozo lo que lo alertó,
sino el llanto doloroso y casi desesperado de su mujer; alzó la
cabeza y la vio sentada en el sillón que estaba junto a la ventana.
Verla así, le espantó el sueño.
—Emma… Emma… ¿Qué sucede? —preguntó Manuelle,
algo aturdido, mientras se incorporaba y estiraba la mano para
alcanzar la silla de ruedas que siempre dejaba cerca—. Por favor,
dime qué te sucede. ¿Por qué estás así? —Rodó para quedar al
borde de la cama.
—Soy libre… ¡Soy libre, mi amor! ¡Libre! —exclamó en medio
del llanto y la risa. Se puso de pie y corrió hacia la cama, casi se
lanzó encima de él y comenzó a besarle el rostro, agradeciéndole
por haber investigado todo eso y quitarle las cadenas que la
ataban a Marcus.
—¿Cómo dices? —Se quedó allí al ver que ella se acercaba.
—Yo… Acabo de leer el informe del detective y dice que
Marcus está muerto… —respondió y vio cómo su novio abrió
los ojos con asombro—. Al parecer, fue asesinado por unos
asaltantes en un callejón del centro de Boston… Bueno, eso fue
lo que dijo la familia, pero según redacta el detective, su contacto
en la policía dice que quienes hicieron eso no le quitaron sus
pertenencias, que el ataque parecía más de carácter personal,
porque lo habían golpeado con saña y que murió a causa de una
fuerte contusión en la cabeza —explicó en un torrente de
palabras mientras lo miraba a los ojos; sentía que, decir aquello
en voz alta, lo hacía más real y la llenaba de alivio.

330
—Es bastante extraño, ¿no te parece? —preguntó llevado por
su curiosidad militar—. ¿Me permites ver el reporte?
—Sí…, me resulta confuso… Hasta donde sabía, Marcus no
tenía enemigos y su familia tampoco —dijo entregándole los
papeles—. Hay unas fotografías, supongo que son del cuerpo,
pero no quise verlas.
—Tranquila, es mejor que no lo hagas —mencionó
sospechando que podía ser una imagen perturbadora.
Encendió la luz de la lámpara de noche y comenzó a revisar,
ciertamente, la imagen era impactante y el informe de la autopsia
detallaba que su cuerpo había sido golpeado con mucha
contundencia, lo que le indicaba que ese ataque no había sido por
un simple robo, parecía más un crimen de odio. Dado lo que le
había comentado Emma, probablemente, Marcus Wilkinson, fue
víctima de personas que veían como una abominación de la
naturaleza, a hombres como él; y esas personas eran, en su
mayoría, fanáticos religiosos. Quizá sus asesinos asistían a la
misma iglesia y habían descubierto su secreto.
—Es algo lamentable... —susurró ella y vio que él alzaba la
mirada y la veía con desconcierto, así que quiso aclarar su
comentario—; es decir, me alegra saber que ya no estoy unida a
alguien que me hizo tanto daño, pero la manera en la que
murió… —Se estremeció al imaginarlo.
—Sí, fue un acto bastante cruel. —Manuelle se mostró de
acuerdo. Aunque luego de que Emma le contara su historia, llegó
a aborrecer a ese hombre, nunca le deseó la muerte; sin embargo,
no podía negar que le provocaba un gran alivio saber que ya no
representaba un obstáculo entre ellos, pero quedaba alguien
más—. ¿Y qué hay de tu padre?
—Según el informe, tampoco le queda mucho tiempo,
desarrolló cirrosis hepática, debido a su alcoholismo y está
bastante grave, perdió la casa y ahora vive en un refugio para
indigentes —respondió con indiferencia, porque no le importaba
su destino.

331
—¿Y cómo te hace sentir eso? —preguntó con cautela.
—No lo sé…, no puedo decir que sea algo que me alegre, pero
tampoco me genera tristeza, supongo que es lo que se merece.
—¿Irás a verlo? —Sabía que se estaba metiendo en un tema
delicado, por eso escogía con mucho cuidado sus palabras.
—¡No, por supuesto que no! —Su cuerpo se irguió,
adoptando una postura defensiva—. No tengo nada que hablar
con ese hombre. Cuando me marché, le dijo a mi madre que yo
había muerto para él, pues bien, también murió para mí ese día y
lo último que deseo es tenerlo frente a mí —sentenció mirándolo
con seriedad.
—Te comprendo…, lo dije porque… —Inhaló profundo
para continuar—. No lo sé, dicen que cuando uno perdona a las
personas que le hicieron daño, consigue olvidar todo el
sufrimiento y dejar atrás el rencor —explicó mirándola a los ojos.
—Dejaré de sentir todo eso cuando él ya no exista —dijo con
convicción, no quería estar en presencia del causante de todas sus
pesadillas—. Lo único que me haría regresar a Boston, es mi
necesidad de visitar la tumba de mi madre.
—Si es lo que deseas, podemos hacerlo… Iré contigo y le
prometeré que voy a cuidar de ti y de la familia que tengamos,
que puede descansar en paz, porque tienes a tu lado a un hombre
que te ama profundamente y velará por que nadie más te vuelva
a causar algún daño —dijo mirándola a los ojos, para que supiera
que era sincero.
—Eso… me gustaría mucho, Manuelle. —Sonrió al tiempo
que dos lágrimas bajaban pesadas por sus mejillas, le había
emocionado su declaración—. Podemos planearlo luego de que
se celebren las bodas.
—Hablando de eso… ¿Cuándo le gustaría que fuese la
nuestra, señorita Rogers? —preguntó sin rodeos, deseaba hacerla
su esposa.
—Si por mí fuera, le daría el sí, mañana mismo, pero no creo
que sea cortés de nuestra parte, celebrar nuestra boda antes de

332
que lo hagan nuestros anfitriones —respondió acariciándole el
cabello.
—Tienes razón, lo mejor será esperar, por lo menos, ya
pusieron la fecha y solo tendremos que esperar un mes.
—Aunque no es necesario hacerlo para empezar a buscar a
nuestro primer bebé —comentó con una sonrisa coqueta, que se
volvió una carcajada de felicidad cuando vio que a él se le
iluminaba la mirada. Agarró el informe del detective y lo lanzó al
piso, luego se sentó sobre los muslos de Manuelle y empezó a
desabotonar la camisa del pijama, mientras le besaba el cuello—.
Vamos, teniente Laroche, tenemos mucho trabajo por delante
para darle un primito a Joshua. Miré, que ya Victoria y Terrence
nos llevan ventaja —añadió riendo.
—Entonces, no perdamos tiempo —respondió con el mismo
ánimo y la sujetó por las caderas, al tiempo que le ofrecía sus
labios.
Emma se apoderó de esa boca de labios carnosos y expertos,
que la enloquecía; gimiendo al sentir cómo, las fuertes manos de
Manuelle, le apretaban los glúteos y la acercaban a él, para que el
roce de sus intimidades le ayudase a ganar rigidez. Ella también
intensificó el balanceo de sus caderas, para que su centro se
lubricara; las manos de él quedaron libres para quitarle el
camisón, dejándola completamente desnuda, pues no
acostumbraba a usar nada más para dormir.
Se separaron un minuto, cuando ella se puso de pie, para
ponerle seguro a la puerta, ya que Joshua acostumbraba a pasar
por la habitación, antes de bajar a desayunar y; aunque siempre
llamaba primero, era mejor prevenir. Regresó a la cama donde
Manuelle ya la esperaba ansioso, muy excitado y listo para iniciar
con esa ardua y maravillosa labor, a la que se dedicaron por la
siguiente hora.

333
Capítulo 26

La noche de la fiesta, Gerard averiguó con algunos invitados,


qué había sido de la vida de Gezabel, en todos esos años. Supo
que se había convertido en una talentosa artista, también, que
había tenido una relación con un prestigioso abogado y que todo
el mundo pensaba que acabaría en matrimonio, pues duró varios
años.
Sin embargo, eso no sucedió porque, según los más cercanos,
la pareja había decidido terminar su noviazgo de mutuo acuerdo,
y prueba de ello era que seguían siendo amigos; después, se supo
que la separación se dio porque sus carreras profesionales iban
por rumbos distintos. Entre uno y otro comentario, logró
obtener su dirección en París, por supuesto, su interés por la
hermosa española, suscitó algunos comentarios, pero nada que
fuese muy relevante o con lo que no pudiese lidiar; después de
todo, ambos eran hijos de diplomáticos.
Ahora estaba frente a la puerta del departamento que ocupaba
Gezabel, en una de las zonas más exclusivas de París, era casi
mediodía y ella había quedado de llegar a su casa a la una de la
tarde. Sin embargo, algo le dijo que tal vez podía arrepentirse, así
que decidió pasar por ella y así no perder la oportunidad de verla
de nuevo y tener una charla; ni siquiera sabía por qué sentía tanto
interés, pero de momento, tampoco deseaba analizarlo y solo se
dejaba llevar.
—Gerard…, pero ¿qué haces aquí? ¿Cómo supiste dónde
encontrarme? —preguntó mirándolo y parpadeó con
nerviosismo, estaba tan desconcertada que ni siquiera lo invitó a
pasar.

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—Hola, Gezabel. —La saludó con una sonrisa—. Pensé que,
tal vez, te gustaría llegar conmigo a la casa y no presentarte así
nada más, aunque ya le dije a mi padre y está encantado con verte
de nuevo —respondió, comprobando que ella ya estaba vestida
para salir.
—Disculpa, no te saludé, ¿cómo estás? —Le dedicó una
sonrisa y se obligó a concentrarse, no podía ponerse de esa
manera cada vez que estuviese frente a él—. Pasa, por favor.
—Estoy bien, gracias —dijo y atravesó el umbral,
encontrándose con un hermoso salón muy luminoso y todo
pintado de blanco.
—No tenías que molestarte en pasar por mí, tengo auto y sé
conducir —mencionó con orgullo, porque pocas mujeres lo
hacían, pero ella era diferente a todas—. Además, siento decirte
que todavía no estoy lista…, tendrás que darme unos minutos.
—Claro, no tengo problema —respondió con una sonrisa.
—Perfecto, toma asiento, por favor. —Le indicó uno de los
sillones de piel—. ¿Deseas algo de tomar mientras me esperas?
—preguntó mirándolo a los ojos, pero de inmediato desvió la
vista, para no ser consciente de lo apuesto que se veía.
Siempre lo había sido y por eso ella quedó deslumbrada en
cuanto lo vio, pero los años, definitivamente, habían aumentado
su atractivo, haciendo que sus rasgos más fuertes y definidos. Los
hombres no solían llevar barba, porque según muchas mujeres,
eso les daba un aspecto descuidado; sin embargo, en él, esta
resultaba peligrosamente seductora, dándole un toque de misterio
a sus ojos oscuros.
—No…, tranquila, estoy bien. Por favor, continúa con tu
arreglo, yo esperaré paciente —contestó con una encantadora
sonrisa.
Ella asintió y salió rumbo a su habitación, al menos, eso
dedujo al verla desaparecer tras una puerta al final del pasillo; su
mirada se paseó por el lugar, era elegante, espacioso y muy
bonito, para tenerlo solo por un mes, le había dado su toque

335
especial. En una esquina estaba lo que parecía un taller de
pinturas, había grandes lienzos con figuras abstractas, que
parecían bocetos; también había acuarelas, pinturas y pinceles. Le
habían mencionado sus amigos que ella se dedicaba a las artes
plásticas. Fue sacado de sus pensamientos por unos ruidos que
provenían de la habitación donde Gezabel estaba y; de pronto,
escuchó un grito ahogado que lo sorprendió, al parecer, no estaba
sola.
—Disculpa la demora, ya estoy lista —mencionó con una
sonrisa, pero se notaba nerviosa y algo acalorada.
—¿Todo bien? —preguntó Gerard, mirándola a los ojos.
—Sí, por supuesto… ¿Por qué la pregunta? —inquirió
mirándolo.
—No…, por nada, solo me pareció… —calló al ver que un
hombre salía de la habitación donde ella había estado.
Un silencio incómodo se instaló en el lugar, mientras los
caballeros se observaban, estudiándose con cierto desafío en la
mirada. El que salió de la habitación era un hombre alto, de
contextura delicada pero no desgarbada, cabello castaño oscuro,
ojos ámbar y piel blanca; sus rasgos eran claramente españoles y,
para desgracia de Gerard, solo estaba vestido con un elegante
pijama negro.
Gezabel se quedó paralizada ante esa imagen de los dos en
franco desafío, movió la cabeza y después caminó hasta donde
estaba su compañero, que miraba a Gerard con semblante serio.
Aunque ella sabía que, en su interior, Francisco estaba muy
divertido por ese comportamiento tan estúpido. No podía creer
que decidiera salir de la habitación, a pesar de que le pidió
encarecidamente que no lo hiciera.
—Francisco…, pensé que seguías dormido. Por favor,
permíteme presentarte a Gerard Lambert, un amigo de la familia
—dijo tomándolo del brazo y apretándolo con fuerza innecesaria.
—Mucho gusto, señor ministro, Francisco del Ávila Valverde
—mencionó, extendiéndole la mano mirándolo a los ojos.

336
—Encantado, señor del Ávila —dijo sin saber qué más decir.
Mantuvo su mirada fija en él, mientras recibía el fuerte
apretón, una molesta sensación se apoderó de su pecho, como si
se tratase de un fuego que se hizo más intenso cuando vio cómo
el hombre acariciaba suavemente la espalda de Gezabel y apoyaba
la mano en su cadera.
—He escuchado excelentes comentarios de su gestión, señor
Lambert; al parecer, heredó el buen juicio de su padre… Solo hay
un detalle que se sigue comentado, al menos, en España, y está
relacionado con su soltería. —Tuvo que detenerse para disimular
el dolor que le causó el pellizco que Gezabel le dio en la espalda.
—No creo que eso sea un asunto que afecte mi labor con el
Estado, señor del Ávila —respondió en tono hosco.
—Gerard tiene razón, Francisco… Su vida personal no es
asunto de nadie más que de él y sus allegados… Ahora, si nos
disculpas, tenemos un almuerzo con su padre y no deseo llegar
tarde, sería descortés de mi parte —mencionó con una sonrisa,
pero su mirada le advertía que dejara de lado ese tipo de
comentarios.
—Por supuesto, hermosa… Fue un placer, señor Lambert. —
Se volvió para mirar a Gezabel—. Yo también saldré a hacer
algunas diligencias y comeré con unos amigos… Los pintores no
tenemos una hora exacta para comer y lo hacemos cuando nos
sentimos famélicos, lo mismo nos sucede cuando tenemos
deseos de hacer el amor… o cuando pintamos, ¿no es así, cariño?
—inquirió con un brillo en su mirada y una gran sonrisa, al ver
cómo el francés tensaba la mandíbula y sus ojos se oscurecían.
Era evidente que sentía celos de su cercanía con Gezabel, pero a
él, poco le importaba; que se aguantase, se lo merecía por
imbécil—. Bueno…, bueno, no les quito más tiempo. Nos vemos
esta noche. —Le dio un beso en la mejilla y sonrió al ver que
estaba sonrojada, sabía que no era por vergüenza, sino por rabia.
—Nos vemos, Francisco —indicó mirándolo con tono serio.

337
—Hasta luego, señor del Ávila —dijo Gerard y caminó junto
ella, mostrando cierta tensión en su manera de andar.
El viaje hasta la mansión Lambert, casi se hizo en completo
silencio, solo un par de comentarios por parte de ella, que Gerard
respondía con monosílabos o de manera muy escueta. Gezabel
notó que estaba pensativo y no comentó nada más, solo se dedicó
a pensar en todas las torturas que le haría a Francisco, en cuanto
se vieran.
No podía creer que tuvo la osadía de hablar de esa manera
delante de Gerard, por un momento, sintió que se moriría de
vergüenza; aunque era cierto que ella no tenía intenciones de
entablar una relación más cercana con Gerard, tampoco le parecía
amable espantarlo de una manera tan grosera. Llegaron a la casa
y se quedó encantada con su arquitectura, que seguía el estilo
neoclásico parisino, sus paredes eran de piedra en color crema, lo
cual le aportaba sobriedad; le encantaban las formas basadas en
modelos griegos y romanos antiguos.
—Bienvenida, señorita Cárdenas. —La saludó Gautier, en
cuanto la vio entrar junto a su hijo, se acercó y estaba por besarle
la mano, cuando ella lo sorprendió besándole las mejillas, lo que
lo hizo sonreír.
—Muchas gracias, señor Lambert, es un placer verlo después
de tanto tiempo —dijo sonriendo y mirándolo a los ojos.
—El placer es todo mío, querida, ven conmigo —pidió
ofreciéndole el brazo, para llevarla hasta el salón, luego la invitó
a tomar asiento en un sillón de dos plazas y le dedicó una mirada
a su hijo, para que ocupara el puesto vacío junto a ella—. ¿Como
está tu padre? Hace mucho que no sé de él —comentó
sentándose en el sillón frente a ella.
—Está muy bien, disfrutando de su retiro, aunque de vez en
cuando, asesora a aquellos jóvenes interesados en la política, que
solicitan sus consejos —comentó con una sonrisa.
—Lo entiendo, yo tampoco puedo dejar de lado la política y
también asesoro a Gerard, en ocasiones, aunque debo decir que

338
mi hijo tiene una gran intuición y sabe muy bien cómo manejarse
en este medio, ha hecho cosas de las que me siento muy orgulloso
y estoy seguro de que repetirá en el cargo. —Sonrió mirando a la
dama.
Gautier era plenamente consciente de que estaba resaltando
las cualidades de su hijo, para hacer que ella se interesara en él, ya
estaba cansado de verlo sufriendo por Victoria Anderson.
Deseaba que, Gerard, encontrara a una buena mujer, que le
hiciera olvidar a la americana, con la que pudiera casarse y formar
una familia. No quería irse de ese mundo sin al menos conocer a
uno de sus nietos.
—Todo lo aprendí de usted, padre —intervino Gerard,
sonriéndole con agradecimiento—. Gezabel es una gran artista
—dijo mirándola.
—La verdad es que sigo aprendiendo… Me falta mucho para
ser considerada una gran artista —esbozó con verdadera
modestia.
La sorprendió ese comentario, aunque tomando en cuenta que
sabía dónde se estaba quedando, era evidente que había
averiguado más sobre ella. Ese repentino interés de Gerard, le
provocó sentimientos contradictorios; por una parte, se sentía
halagada, pero por otra, sabía que debía andarse con cuidado o
terminaría peor que con el corazón roto, por segunda vez.
—Tienes el talento y eso es lo más importante, los cuadros
que están en tu apartamento son muy buenos —dijo con
sinceridad.
—Bueno, tendrás que invitarme a verlos, Gezabel —comentó
Gautier, comprometiéndola a otro encuentro con ellos, la vio
sonreír y asentir, aunque era evidente que se había puesto
nerviosa y supo que su hijo ya causaba cierto efecto en ella —.
Bien, pasemos al comedor.
Los Lambert se esmeraron por hacerla sentir bien, aunque eso
no aligeraba los nervios que seguían latentes en ella. Al terminar
la comida, Gerard la invitó a dar un paseo por el jardín, ya que

339
ella había expresado su admiración por el diseño, pero Gautier se
excusó, alegando una dolencia en sus rodillas; algo bastante
sospechoso, pensó ella, ya que en ningún momento le notó
dificultad para caminar.
—Estás muy callado —mencionó Gezabel, posando su
mirada en unas preciosas rosas damasco.
—Tienes razón…, disculpa, estaba pensando en otra cosa.
¡Vaya anfitrión que soy! —Se excusó dejando ver media sonrisa.
—Tranquilo, imagino que la mente de un ministro siempre
está ocupada. Tal vez, ya debería irme —calló al ver que se
acercaba.
Él atrapó entre sus dedos un mechón del sedoso cabello, que
había escapado del peinado y se movía al antojo de la ligera brisa
que los envolvía. Gezabel se sorprendió y se volvió, aunque no
se apartó, sino todo lo contrario; se quedó quieta mientras lo
miraba fijamente, perdiéndose en sus hermosos ojos negros.
Gerard también estaba hipnotizado por sus enigmáticos ojos
café, había algo en ella que no lograba descifrar, pero que lo tenía
cautivado, aun no podía creer que fuese aquella chiquilla que
conoció hacía diez años. Aunque todavía tenía ciertas actitudes
que se la recordaban, como: ese brillo que hacía lucir sus ojos tan
claros, como la miel, y eran como una ventana a su alma, la que
seguía llena de sueños, de esperanzas y de cosas maravillosas.
Todo eso empezaba a despertar un enorme deseo dentro de
él, pero no era ese deseo carnal y banal que era fácil de satisfacer,
lo que estaba sintiendo era distinto y solo lo había sentido una
vez en su vida. Gezabel, percibía su cuerpo temblar y lo peor era
que no podía librarse del embrujo que esos ojos estaban lanzando
sobre ella; su corazón latía muy de prisa y sus labios estaban como
a la espera de que él los humedeciera; dentro de ella, batallaban el
deseo y el temor.
—Siempre fuiste tan hermosa… —susurró Gerard, llevando
la mano a su mejilla, ella cerró los ojos y suspiró—. Tu piel es tan
suave.

340
—Gerard… —esbozó al ser consciente de su proximidad.
Gezabel pudo sentir que su aliento le quemaba sus labios, pero
su voz, más que una invitación, era una señal de alto, no podía
darse el lujo de caer de nuevo en sus encantos, ella tenía planes,
tenía muchas cosas que hacer; y ninguna tenía que ver con él.
—Lo siento…, discúlpame, Geza… No quise incomodarte,
habíamos llegado a un acuerdo —dijo alejándose un poco de ella.
—No te preocupes…, me agrada haber limado las asperezas
contigo, eso nos ayudará a dejar muchas cosas atrás; sobre todo,
ahora que deseo empezar una vida nueva, ser independiente,
conseguir las cosas por mi propio esfuerzo y no por la influencia
de mi padre… Verás, tengo todo decidido y, cerrar este capítulo,
es maravilloso —habló intentado mostrarse calmada y casual.
—Me alegra ver que estás bien, que deseas luchar por tus
sueños y que, la próxima vez que nos veamos, me des un abrazo,
en lugar de mirarme como un miserable —dijo con media
sonrisa—, pero lo que más deseo, Gezabel, es que seas feliz…
Espero que el señor Del Ávila valore el honor de tener a una
mujer como tú a su lado…
—En eso no puedo complacerte, porque entre Francisco y yo,
no existe una relación de pareja, él solamente es un amigo.
—Bueno…, veo que las relaciones entre los artistas son
bastante liberales, como dicen; no puedo juzgarte, eres una mujer
adulta que puede tomar sus propias decisiones, pero… de verdad
me gustaría que encontraras al hombre que te valore y te haga
feliz… No solo que desee pasar una temporada contigo, tú
mereces más que eso —mencionó mostrando que era sincero,
que deseaba lo mejor para ella.
—Es increíble escuchar a uno de los mayores mujeriegos de
París, hablar de compromisos —dijo dejando libre una carcajada,
no lo hizo para juzgarlo, simplemente, lo miraba sorprendida.
—Exmujeriego y, para tu información, siempre fue más la
fama que la realidad. —Se defendió, mirándola a los ojos.

341
—En todo caso, señor exmujeriego, entre Francisco y yo, no
existe el tipo de relación que estás suponiendo, porque mi
amigo… A él no le gustan las mujeres, no para llevar una relación
amorosa. Francisco es homosexual… Es un secreto en Madrid,
pero aquí en París, donde las personas son un poco más libres de
pensamiento, puede ser quien realmente es; somos amigos desde
hace mucho tiempo…, estudiamos juntos y se vino conmigo a
París, porque acaba de sufrir una ruptura amorosa —explicó,
conteniendo la risa ante su cara de asombro.
—Yo… nunca lo hubiese imaginado…, se veía muy dueño de
ti —dijo completamente desconcertado—. ¿Estás segura de que
no finge ser así, para estar cerca de ti? —preguntó mirándola a
los ojos, la verdad no podía creer que ese hombre fuese así.
—No finge, Gerard…, créeme. Me quedó muy claro, una
mañana que llegué a su apartamento, cuando estábamos en la
universidad. Habíamos quedado en reunirnos esa tarde, pero yo
llegué en la mañana, para dejarle un material y decirle que no
podría verlo después… Yo tenía un juego de llaves, porque
compartíamos el estudio y; cuando entré, lo vi con su compañero
de piso en el sofá, teniendo…
—Está bien, está bien… Te creo, no tienes que contarme nada
más ni entrar en detalles, ya entendí… ¡Vaya! Cuando piensas que
has visto todo en la vida —mencionó con el ceño fruncido.
Ella soltó una carcajada ante la actitud de Gerard, era
comprensible que no estuviese acostumbrado a ese tipo de
relaciones, pero para ella, que se movía en el medio artístico, era
bastante común; además, Francisco era como un hermano y lo
adoraba. Después de pasada la impresión de ese primer
encuentro logró comprender los sentimientos de su amigo y
pudo ver que no había nada de malo en eso, que el amor era igual
de válido entre un hombre y una mujer o entre dos hombres;
siempre y cuando fuese verdadero.
—Mi amigo es un hombre maravilloso y yo estaría encantada
de tener una relación con él, si fuera otra su condición, es una

342
gran persona, Gerard; y no merece ser juzgado por lo que haga
con su vida privada… ¿Sabes? Estar en este medio, me ha
enseñado muchas cosas, he madurado rodeada de personas que
me han enseñado el verdadero valor de la vida y que este no se
rige solamente por lo que hagas con un hombre dentro de una
habitación, sino por tu manera de desenvolverte en el día a día,
con todos tus semejantes.
—De verdad, me sorprende cuánto has cambiado, Gezabel…
Todo ha sido para mejor, y pensar que antes te consideraba una
niña caprichosa, que… —Se detuvo para no ser imprudente.
—Que quería tenerte a como diera lugar, porque confundía
una ilusión de adolescente con un sentimiento tan grande, como
lo es el amor… —Terminó ese comentario por él, lo hizo con
una sonrisa, no tenía caso molestarse por el pasado—. Sí, tenías
razón; sin embargo, yo pensé que era real y, para ese entonces, el
mundo solamente era lo que podía ver a través de las ventanas
del castillo donde fui criada… Sufrí mucho, pero debo
agradecértelo, pues me enseñaste a pensar mejor las cosas, antes
de dejarme deslumbrar por alguien; igual no estoy exenta de
cometer errores, pero ahora cuento con la madurez para
afrontarlos y salir lo más airosa posible —mencionó con
seguridad.
No obstante, por dentro, sabía que había algo ante lo que no
podía salir sin quedar perturbada, y era esa reunión con Gerard.
Se había engañado diciendo, una y otra vez, que todo sería
normal, solo dos viejos amigos que se reencontraban para
compartir un rato, nada más, pero le estaba costando demasiado
no ceder ante su deseo de besarlo.
—No sé cómo responder a eso… No sé si te hice un bien o
un mal, pues ahora eres una mujer desconfiada —esbozó en tono
que era mezcla de diversión, desconcierto y preocupación—. Y
al mismo tiempo, eres una mujer maravillosa, independiente,
hermosa… Y harás feliz al hombre con el que te decidas a tener
una relación seria.

343
«Un hombre que no seré yo», ese pensamiento se atravesó en
su cabeza, pero por suerte, no lo dijo en voz alta.
—Creo que falta mucho para eso, mis prioridades en este
momento son otras, Gerard —susurró y esquivó su mirada.
—Me parece bien que sigas tus sueños, cuenta con mi apoyo
en lo que sea que necesites —calló porque no sabía qué más decir.
—Ya me consideras una gran artista y eso es suficiente. —Una
vez más, se perdía en su mirada, pero tuvo la fortaleza para
escapar—. En verdad, me encantó compartir con ustedes, pero
ya tengo que irme.
Gerard sabía que no tenía más excusas para seguir
reteniéndola allí; además, no ganaba nada con eso, porque ella le
había dejado claro que no estaba interesada en una relación, por
el momento. Y él no sabía si estaba listo para hacer el intento de
sacarse a Victoria de la cabeza y el corazón, no quería arruinar las
cosas de nuevo con Gezabel.

Joshua veía con diversión la escena, mientras su lengua se


paseaba intermitentemente por una paleta de caramelo color rubí.
Tenía rato luchando con la carcajada que hacía piruetas en su
garganta, porque su tío le había dicho que no estaba bien burlarse
de los mayores, pero era muy divertido ver a su padre, siendo
tratado como a un bebé.
—Madre, de verdad, puedo comer solo —alegó mirándola y
luego a la cuchara repleta de consomé.
—No, mi vida, aun tienes que reponer fuerzas y; aunque no
lo creas, el solo hecho de comer, te agota… A ver, abre la boca.
—Mama… —Suspiró con impaciencia.
—Fabrizio Alfonzo, abre la boca —dijo con seriedad—.
Tienes que comer. —Lo reprendió cariñosamente, como cuando
era un niño.
—No me estoy negando, solo quiero comer por mi cuenta.
—Ya dije que no… ¡Por Dios! Eres terco como una mula.

344
—Esto es vergonzoso. —Fabrizio se resignó y abrió la boca,
porque sabía que sería imposible hacer desistir a su madre.
Saboreó el caldo y gimió de satisfacción al probar de nuevo su
comida—. Esto está delicioso, mamá —expuso sonriente, nadie
podría cocinar mejor que ella, bien decía su abuelo, Alfonzo, que
su padre se había casado con una mujer cuyas manos habían sido
forjadas por los ángeles.
—¿Ya ves? Y no quieres comer, tienes que hacerlo, mi vida,
para que estés fuerte y pronto puedas caminar sin ese bastón.
Fabrizio, una vez más, abrió la boca, lo más incómodo había
pasado y ya no le resultaba tan difícil comer de la mano de su
madre, mientras pensaba que podría tomar tres platos más. Su
mirada se desvió a Joshua y descubrió que lo veía con la burla
bailando en sus pupilas.
—Joshua, deja de burlarte. —Le pidió, tratando de parecer
serio.
—No lo hago, papi… —dijo negando, pero una carcajada lo
delató.
—No te burles de tu padre, Joshua, en un ratico también te
daré la tuya. —Fiorella miró a su nieto con una sonrisa.
—No, abuela, yo sé comer solito; además, estoy fuerte, mira
—expuso sosteniendo la chupeta en su boca y elevó uno de sus
brazos mientras que, con la mano, retiró la manga para mostrar
el pequeño brazo y lo apretó para mostrar el músculo, luego sacó
la chupeta y continúo—. Tengo los brazos casi como los de mi
tío, Manuelle.
—Tu tío es musculoso, Joshua, y tú estás gordo —acotó
Fabrizio con tono divertido—. No te gusta hacer ejercicios y
tienes que hacerlos para que puedas algún día tener los brazos
como tu tío.
—Pero no ahora, papi, cuando esté grande levantaré pesas
todas las mañanas, como lo hace mi tío —aseguró saboreando la
chupeta.

345
Fiorella lo miraba con una hermosa sonrisa, adoraba esa
confianza que existía entre padre e hijo, una vez más, llenó la
cuchara y la llevó a la boca de Fabrizio. Después, tomó la
servilleta para limpiarle los labios, pero su hijo se la quitó,
pidiéndole que lo dejara hacer al menos eso, aunque le sujetó la
mano y le dio un par de besos.
—Gracias, mamá —dijo sin desviar la mirada de los ojos
grises.
—Gracias a ti, mi vida, por regresar… —Dejó el plato sobre
la mesa, se acercó y le besó la frente—. Y traernos tan maravilloso
regalo, nunca pensé que tendría un nieto tan hermoso, inteligente
e ingenioso; la verdad es que cuando creo que no puede
impresionarme más, hace o dice algo que me deja sin argumentos,
parece un viejito.
—Creo que se debe a la crianza, pues lo hemos hecho entre
Manuelle y yo, Marion trabajaba todo el día, era la única que podía
hacerlo… —Dirigió la mirada a su hijo y le acarició el cabello,
estaba orgulloso de él, sabía que se ganaría el cariño de su
familia—. Joshua, ¿ya le has demostrado a tu abuela cómo bailas
Charleston? —preguntó y su hijo negó, sonrojándose. Fiorella
desvió una vez más la mirada a su nieto, con la sorpresa reflejada
en sus ojos—. Bueno, cuando quieras, le pides que te acompañe
a bailar, ella lo hace muy bien.
—¿En serio, abuela? —preguntó, parpadeando emocionado.
—Sí, mi vida y tú tía, Fransheska, es maravillosa. Esta misma
tarde quiero que usted, caballerito, nos invite a una pieza de
Charleston —dijo con una sonrisa y Joshua asintió con energía—
. Adelante —dijo al escuchar que llamaban a la puerta, Marion
entró con una sonrisa.
—Mami. —Joshua bajó de la silla y corrió hacia ella—. Bailaré
Charleston con la abuela y con mi tía —dijo entusiasmado.
—¿En serio? Me encantaría verlos —respondió, doblándose
para besarle la frente—. Vamos a limpiarte, tienes caramelo por
todos lados; si sales al jardín, te llevarán las hormigas.

346
—Mami, las hormigas no pueden cargarme —dijo riendo.
—¡Oh, claro que sí! Pueden hasta con un elefante.
Joshua abrió los ojos con asombro y ella sonrió, apretándole
la nariz, luego lo agarró de la mano y caminó a uno de los
muebles; buscó un paño húmedo y empezó a limpiarlo. Fabrizio
la miraba cautivado, se le veía realmente hermosa con su pequeña
barriga, con ese bonito y elegante vestido; en apariencia se notaba
un poco distinta, pero su esencia era la de la misma chica que lo
enamoró.

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Capítulo 27

Marion había llegado para ayudarlo a bañarse, así que su madre


salió de la habitación y se llevó a Joshua con ella; su esposa
caminó hasta el baño y preparó la tina, mientras él se quitaba la
ropa. Después de una semana de recuperación, por lo menos, ya
podía hacer eso sin ayuda y cada vez se sentía más fuerte; sin
embargo, no se atrevía a dejar el bastón, porque si sufría una
caída, podría tener graves consecuencias.
Lo sorprendía el profesionalismo de Marion, que frotaba su
cuerpo con rapidez y diligencia, como si no le afectara verlo
desnudo, mientras que él no dejaba de temblar y desearla al sentir
cada toque de sus manos. Era una tortura estar así delante de ella
y no poder hacer todo lo que su imaginación recreaba, quería
meterla dentro de esa enorme bañera y hacerle el amor hasta que
no quedara una pizca de fuerza en él.
—Piensa en otra cosa, Fabri —murmuró ella, alejando su
mano de su abdomen, al ver cómo su miembro se iba poniendo
rígido.
—Como si fuesen tan fácil, siento tus manos acariciándome.
—No te estoy acariciando, solo te lavo —alegó y se puso de
pie, porque si seguía tan cerca de él, no podría contenerse.
—¿Cuándo podremos…? Ya sabes —preguntó mirándola
con anhelo y la sujetó de la mano para besarle los nudillos.
—No lo sé…, cuando estés recuperado del todo.
—Pues, ya lo estoy —aseguró mirando su erección y luego le
guiñó un ojo, entregándole una sonrisa provocativa.
—No, no lo estás. —Le echó agua en la cabeza para bajarle la
calentura, mientras reía. Pensó que no estaría mal si ella también

348
se metía de cabeza en esa bañera, porque estaba ardiendo—. Y
deja de estar tentándome, malvado. —Lo reprendió, sonriendo.
Marion lo ayudó a ponerse de pie y luego buscó una bata de
baño para envolverlo, luego lo sentó en un banquito mientras
buscaba su ropa. La mirada de Fabrizio se perdía en la espalda de
su esposa, mientras lo invadían sentimientos encontrados, entre
los que reinaba la impotencia. Deseaba, casi con desesperación,
hacerle el amor, pero era consciente de que aún no podía.
Trató de calmarse, poniendo en práctica uno de los ejercicios
que el psiquiatra le había sugerido, para controlar su ansiedad;
respiró profundo e intentó viajar mentalmente a otro lugar. Falló
garrafalmente cuando Marion se detuvo justo delante de él, de
inmediato, el trasero de su esposa lo ató a ese lugar, no había otro
paraíso mejor que ese.
—¿Qué te gustaría ponerte hoy? —preguntó mirando las
prendas.
—Puedo ponerme lo que sea —respondió él mientras se
secaba el cabello con la toalla—. Ya que tengo tanta ropa.
—Sí…, tu madre y hermana han llenado el armario, creo que
van de compras todos los días —respondió con una sonrisa, se
dio media vuelta y le mostró una camisa celeste.
—Pero no toda la ropa es nueva, me he dado cuenta de eso
—dijo revelando su curiosidad, había algunas cosas que todavía
no le decían.
—Bue… Bueno, está también la que yo traje —respondió
sintiéndose nerviosa al recordar que, en su mayoría, esa ropa era
de Terrence, que se la ofreció, aunque ella se negó en incontables
oportunidades, pero Fransheska la terminó convenciendo.
—Algunas de esas prendas no son de la que tenía en Francia,
son elegantes y ya están usadas, a pesar de haber sido lavadas,
tienen cierto olor a perfume —dijo buscando su mirada.
—Sí, creo que son de tu padre. —Le dio la espalda porque no
podía mentirle mirándolo a los ojos—. Mejor nos damos prisa,
que el doctor no debe tardar. —Agarró rápidamente algunas de

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las prendas nuevas y luego cerró el armario. Se acercó hasta
Fabrizio, para ayudarlo—. Te voy a ayudar, pero nada de
tentarme. —Le advirtió sonriendo.
—Está bien, mi señora, me portaré bien —dijo sonriendo con
actitud de niño travieso.
Fabrizio notó que todas las prendas que había agarrado
estaban nuevas, lo que le resultó sospechoso, era como si ella no
quisiera que siguieran ahondado en el tema. Sabía que no tenía
motivos para desconfiar de Marion, porque ella nunca le ocultaría
nada; sin embargo, no podía quitarse de la cabeza el hecho de
que, hasta el momento, nadie había mencionado al hombre que
se hizo pasar por él.

Fiorella y Joshua, caminaban por el pasillo mientras


conversaban; ella, realmente disfrutaba de esos momentos con su
nieto, porque siempre la sorprendía con su ingenio, tenía un don
para expresarse; y le encantaba escuchar sus anécdotas con
Fabrizio. Definitivamente, su hijo, con todo y sus limitaciones, se
había convertido en un excelente padre para Joshua, y eso la
llenaba de orgullo.
—Abuela, esa es la habitación de tío Terrence, ¿verdad? —
preguntó, señalando una de las puertas del pasillo.
—Sí, mi vida, ¿qué dices si le hacemos una visita sorpresa? —
sugirió con una sonrisa, acercándose a la puerta.
—Sí, abuela —respondió entusiasmado—. Pero espera a que
me esconda, para sorprenderlo —pidió mirando a su alrededor.
—Está bien, yo llamo y, cuando Terrence abra, sales… ¿Bien?
—preguntó y su nieto asintió con una sonrisa traviesa, caminó de
prisa y se escondió detrás de unas cortinas.
Fiorella llamó a la puerta y un minuto después, Terrence le
abrió, mostrándose sorprendido, era evidente que no esperaba su
visita, lo que era lógico, pues desde que Fabrizio despertara,
apenas había pasado tiempo con él. Se sintió apenada por tenerlo
tan abandonado, se acercó y le dedicó una hermosa sonrisa, a la

350
que él correspondió de igual manera, fue como regresar el
tiempo, como cuando ella llegaba a su habitación en Florencia,
para conversar con él y consentirlo.
—Hola, hijo. —Lo saludó, dándole un abrazo—. ¿Cómo
estás? —preguntó acunándole el rostro, al tiempo que lo miraba
a los ojos.
—Bien, ma… Bien, Fiorella. —Estuvo a punto de llamarla:
madre, pero se corrigió. Aún le resultaba extraño no hacerlo.
—¿Y cuándo empezarás a llamarme tía? —preguntó
sonriente.
—Cuando me haga a la idea, estoy seguro de que será muy
pronto —respondió sonriendo—. Pase, por favor —pidió,
haciéndole espacio.
Fiorella le palmeó suavemente el pecho y entró a la habitación,
él estaba por cerrar la puerta, cuando Joshua salió dando un
brinco, lo que hizo que Terrence se sobresaltara.
—¡Hola, tío Terry! —exclamó con alegría y abrió los brazos,
su sonrisa se volvió una carcajada al ver que había conseguido
sorprenderlo—. ¡Te asusté! —aseguró en medio de la risa y
Terrence no pudo evitar acompañarlo ante su travesura, mientras
su abuela los admiraba sonriente y le guiñó un ojo.
—Sí que me asustaste —admitió, doblándose un poco y abrió
los brazos para cargarlo. Joshua salió corriendo y se le lanzó—.
Estás más pesado —dijo Terrence, riendo, al momento de
cargarlo.
—Todos lo dicen, papi, tío Manuelle, tía Campanita… Ella
casi no puede conmigo, se cansa rápido —mencionó sonriendo,
al tiempo que entraban a la habitación—. Es que Lorenza cocina
delicioso y me da mucha comida, también dulces —dijo mirando
a su tío a los ojos.
—Hablaré con Lorenza, para que no te dé tanta comida.
—Pero tío, a mí me gusta que me dé mucha comida; además,
mi abuela dice que si me como todos los alimentos, seré muy
fuerte… ¿Verdad, abuela? —preguntó mirándola y ella asintió.

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—Pero en las comidas entran los vegetales, Joshua, y no te
gustan. Debes comerlos —indicó Fiorella y su nieto negó con la
cabeza mientras hacía una mueca de desagrado y sacaba la lengua.
—Eres un pillo. —Terrence soltó una carcajada.
—¿Estabas ocupado, hijo? —preguntó mirándolo.
—No…, solo leía un poco y estaba esperando que viniesen a
preparar el equipaje —respondió y la invitó a tomar asiento,
mientras él lo hacía también, dejando a Joshua en una de sus
piernas.
—Tío, ¿te puedo ayudar a preparar el equipaje? Yo siempre le
ayudo a mami —preguntó, elevando la cabeza para mirarlo.
—Claro, Joshua, déjame buscar las maletas. —Lo puso en el
suelo y caminó a un armario, sacó tres maletas y las dejó sobre la
cama—. Ven, te subiré para que se te haga más fácil —dijo
dejándolo en la cama.
—Tienes mucha ropa, tío Terry —dijo al ver que sacaba un
montón de camisas, pantalones y chaquetas.
—¿Tres maletas? ¿Por qué tantas? Recuerda que tienes mucha
ropa en la casa de Chicago —mencionó Fiorella.
—Yo… —Terrence buscaba las palabras adecuadas para
poder explicarle—. Tía…, no me quedaré en la casa de Chicago
con ustedes, creo que mientras llega el día de la boda, nos
quedaremos en un hotel.
—¿Un hotel? —preguntó desconcertada y, antes de que él
respondiera, siguió—. No, no… De ninguna manera, Terrence,
te quedarás con nosotros y tus padres también, la casa es lo
suficientemente grande para todos. ¿Cómo se van a quedar en un
hotel, si ustedes nos han tenido todo este tiempo aquí? Además,
somos familia —dijo en un tono que no admitía negativas.
—No queremos incomodarlos…
—¡Por Dios! Ustedes no van a incomodar a nadie. —Fiorella
trataba de mantener la voz baja, para que Joshua no escuchara,
mientras Terrence lo observaba acomodar unas camisas dentro
de las maletas o, mejor dicho, jugar; sin embargo, ella sabía que

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había escuchado sus palabras—. Conoces la casa, sabes que
pueden quedarse una docena de personas. —De pronto, vio que
él se tensaba—. ¿A quién crees que vas a incomodar? —preguntó
suavizando la voz y le acarició la mejilla.
—A Fabrizio —murmuró y Fiorella lo miró desconcertada—
. Sabe lo que piensa de mí, ha escuchado al teniente Laroche y a
Marion, él piensa que soy un estafador, que me aproveché de su
desesperación…
—Pero no eres nada de eso, Terrence; por el contrario, tú
fuiste un rayo de luz para nosotros, en medio de la oscuridad…
Fuiste mi salvación, hijo… —Una lágrima rodó por su mejilla,
pero la limpió rápidamente, para que su nieto no la viera llorar—
. Si no hubieses llegado, tal vez, yo no estuviese aquí… No podía
con tanto dolor y me estaba dejando vencer, pero tú me
devolviste las ganas de seguir luchando y; a pesar de que sabía
que no eras mi hijo, me aferré a ti como si fueses una tabla de
salvación… —Le apretó la mano con fuerza, luchando por no
soltar los sollozos que la ahogaban al recordar esa época tan
oscura y dolorosa de su vida—. Tú fuiste mi salvación, no eres
ningún estafador y estoy segura de que Fabrizio lo va a entender.
Mi hijo no puede albergar malos sentimientos, por favor, créeme,
yo lo conozco… Además, es tu primo, sé que llegarán a ser muy
unidos, y voy a retratarlos juntos —dijo con tono esperanzador,
sonriendo a través de las lágrimas y se acercó para abrazarlo.
En ese momento, se escuchó un toque a la puerta, se
separaron y Terrence tragó para pasar las lágrimas que estuvo
conteniendo; se puso de pie y caminó para abrir.
—¡Abuelo! —Joshua bajó de la cama y luego corrió hacia él.
—¡Pequeñín! —Luciano lo recibió cargándolo y dándole un
beso en la frente.
—¿Así que te has acordado de que tienes otro hijo? —
preguntó Fiorella, sonriente, mientras se ponía de pie.
—Él viene todas las noches a conversar conmigo —acotó
Terrence sonriendo—. Quien poco me visita es usted.

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—Lo siento, mi vida —respondió haciendo un puchero,
después correspondió al beso que Luciano le ofrecía—. Amor,
estoy tratando de convencer a Terrence, para que se quede con
nosotros en Chicago.
—Yo también he estado intentándolo durante toda la semana
—respondió buscando la mirada de su sobrino, que en ese
momento tomaba asiento frente a ellos.
—No tendrás que intentarlo más, porque se van a quedar en
la casa. Hoy mismo llamaré para que preparen las habitaciones.
—Fiorella vio que él iba a negarse, pero no lo dejó hablar—. Se
van a quedar en la casa y; si no lo haces, Terrence, te buscaré en
el hotel donde te quedes, te daré unas buenas nalgadas y después
te llevaré por las orejas a la casa.
—Te van a pegar, tío Terry. —Joshua soltó una carcajada.
—Está bien…, me doy por vencido. —Terrence sonrió ante
las palabras y actitud del niño. Luego desvió la mirada a su tío—
. Esta misma noche hablo con mis padres, para preparar todo.
—¿Cuándo vas a visitar a mi papi, tío Terry? —preguntó
Joshua, mirándolo a los ojos—. Ya quiero que lo veas, para que
se sorprenda.
—Aún no llega la hora —contestó Terrence, sonriendo, pero
ese gesto no llegaba a la mirada.
—Recuerda que es una sorpresa, Joshua, debemos esperar un
poquito más —dijo Fiorella, para evitar que cometiera una
imprudencia delante de su hijo—. Mejor vamos a terminar de
arreglar el equipaje de tu tío. —Se lo quitó a Luciano de los brazos
y se acercó a la cama, para distraerlo, acomodando las prendas.
—Te prometo que mañana hablaré con Fabrizio y le aclararé
todo. —Luciano buscó la mirada de su sobrino—. Sé que esto
no será fácil, pero es lo correcto… Es solo que no estoy
preparado para que mi hijo me odie de nuevo, apenas llevamos
pocos días en paz.
—Fabrizio tendrá que comprender, pues no tiene derecho a
reprocharle nada, fue él quien los abandonó… —dijo, pero al ver

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que su tío se tensaba, intentó rectificar—. Sí, ya sé que era un
joven y que no sabía lo que hacía, pero ahora es un hombre adulto
y debe saber que actuó mal, que no tiene la moral para juzgar sus
acciones —alegó para que Luciano dejara de lado tanta culpa.
—Eso no evitará que se sienta defraudado cuando sepa que
no pude reconocer que tú no eras él, me dirá lo mismo que
Marion, que era mi hijo y ni siquiera lo conocía… Y estará aún
más resentido conmigo cuando le cuente que una vez que
descubrí la verdad, seguí engañando a Fiorella y a Fransheska…
Es probable que me odie —expresó con el miedo vibrando en su
voz, no quería ser fatalista, pero había cometido demasiados
errores que, tal vez, su hijo no le perdonaría.
—Yo escuché y no juzgué, comprendí que usted estaba
confundido y desesperado. —Terrence lo tomó de las manos y
lo miró a los ojos—. Él, más que nadie, debería comprenderlo.
—Tienes razón, Terry…, pero no puedo obligarlo a que lo
haga.
—Soy consciente de que Fabrizio ha pasado por situaciones
difíciles, pero ustedes también sufrieron, y si él realmente los
quiere, va a entenderlos. Confíe en el amor que se tienen —dijo
mirándolo.
Terrence comprendía el miedo de Luciano y no era su
intención presionarlo, pero necesitaba que todo eso se aclarara de
una vez por todas. No podían esperar hasta el día de la boda y
que él lo viese junto al altar, cuando llevara a Fransheska. Sabía
que acababan de recuperarlo y que sería devastador para ellos
perderlo de nuevo, pero debían armarse de valor y afrontar esa
situación; porque, tarde o temprano, todo se descubriría; y sería
peor si no era por medio de su familia.

La duquesa de Oxford le había solicitado, un par de semanas


atrás, una cita a su amiga, la prestigiosa diseñadora Madeleine
Vionnet, para ver algunos de sus bocetos y escoger el vestido de
novia, que luciría la futura condesa de Wallingford, el día de su

355
boda. En aquella ocasión, la mujer se había trasladado hasta la
mansión Danchester, para mostrarle los diseños a Victoria y
tomarles las medidas. Sin embargo, la prueba del vestido debía
hacerse en el atelier, por eso, Amelia, Annette, Fransheska y
Victoria, se dirigían en ese momento hacia el local ubicado en una
de las zonas más exclusivas de Manhattan.
—Tranquila, querida, conozco a Madeleine desde hace
muchos años y es una profesional como ninguna. Podemos
confiar en ella, te lo garantizo, es una mujer muy discreta; estoy
segura de que no le dirá a nadie de tu embarazo —mencionó
Amelia, para ahuyentar el temor que veía en la mirada de Victoria.
—Si fuese por mí, le gritaría a todo el mundo que espero un
bebé de Terrence, pero sé que eso le provocaría un enorme
disgusto a mi tía, y no quiero empeorar las cosas, ya bastante
molesta está conmigo por haberme marchado a Europa —
comentó, bajando la mirada.
—Estoy segura de que se le pasará en cuanto sepa que la harás
tía abuela. —Annette sonrió, para alentarla y le apretó la mano.
—Pienso igual, la señora Margot, puede ser muy severa, pero
su corazón se derrite cuando se trata de bebés —acotó
Fransheska.
Los autos se detuvieron y, de inmediato, los guardaespaldas
las ayudaron a bajar, las acompañaron al interior del local y se
mantuvieron cerca. Benjen, así lo había ordenado, en vista del
comentario que había hecho el periodista, sobre la mafia que
azotaba a Nueva York. No quería que, por ningún motivo, ellas
estuviesen en riesgo.
—Bienvenidas, por favor, pasen por aquí. La señora las está
esperando. —Les informó Denise, con una sonrisa.
—Muchas gracias. —Le dijo Amelia y la siguió.
Entraron a una amplia habitación con grandes ventanales que
llenaban todo el lugar de luz, Madeleine, estaba inclinada sobre
una mesa de dibujo, donde iba resaltando los detalles del vestido
que ya estaban listos. Alzó el rostro y miró por encima de sus

356
anteojos a las damas que hacían su entrada, les dedicó una sonrisa
y caminó para recibirlas con besos y abrazos.
—¡Estamos ansiosas por ver el vestido! —expresó Amelia.
—A pesar de que tuvimos que dar carreras, hemos conseguido
crear una hermosa pieza, con la que me siento muy satisfecha.
—No se imagina cuánto le agradezco todo el esfuerzo —dijo
Victoria con una sonrisa nerviosa, le apenaba mucho tener que
pedirle a la diseñadora que le añadiera unos centímetros a la
cintura del vestido—. Pero tengo que pedirle un favor más.
—No me digas que adelantaron la fecha o que necesitas otro
vestido. —Se alarmó al escuchar las palabras de la futura condesa.
—No, no es nada de eso… Yo… —Victoria no pudo
continuar.
—Verás, querida amiga. —Amelia se acercó a Madeleine y le
rodeó los hombros con un brazo—. La boda no se ha adelantado,
pero mi nieto sí —dijo con una sonrisa y la mirada repleta de
orgullo.
—¿Tu nieto? No entiendo, Amelia —cuestionó, mirándola.
—Señora Madelaine, lo que la duquesa intenta decir es que,
Victoria, está embarazada —respondió Fransheska, que tenía
confianza con la mujer, porque también había diseñado su
vestido.
—Por lo tanto, tendrá que hacerle un pequeño ajuste en la
cintura, para que le quede bien y su estado pueda disimularse. Por
favor —pidió Annette con una encantadora sonrisa.
—¡Oh! —esbozó Madeleine, mirando el vientre plano de
Victoria, luego parpadeó para ocultar su sorpresa y sonrió—.
Felicidades, señorita Anderson, un hijo siempre es una bendición.
—Muchas gracias, la verdad es que estoy inmensamente feliz;
aunque, lamento tener que hacerla trabajar doble —respondió
mirándola a los ojos, mostrándose realmente apenada.
—¡Oh, no se preocupe! —expresó sonriendo y agarró su cinta
de medir—. El modelo que escogió tiene una falda amplia y el
corte es justo en la cintura, así que con un par de centímetros

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bastará y su vientre no se marcará en lo absoluto… Es lo bueno
de un vestido de novia estilo princesa —comentó mientras le
medía la cintura.
—¡Qué maravilla! —expresó Amelia, casi aplaudiendo—. Ya
le había dicho que el diseño le favorecía a su estado… Por favor,
amiga, queremos verle el vestido puesto —pidió con una mirada
de súplica.
—Por supuesto, ya está en el probador, acompáñeme, señorita
Anderson. —Le hizo un ademán para que fuera delante de ella.
Diez minutos después, Victoria salía llevando su vestido;
todavía no lo había visto porque los espejos estaban en el salón
donde la esperaban su suegra y sus amigas. En cuanto ellas la
vieron, se llevaron las manos a sus bocas y exclamaron, mientras
la miraban con admiración, lo que aumentó su ansiedad por ver
cómo lucía; caminó con cuidado y se subió a la pequeña
plataforma circular, luego giró de espacio y su mirada se encontró
con el reflejo en el enorme espejo.
—¡Oh, Dios mío! —expresó con voz temblorosa mientras se
llevaba las manos al pecho, su corazón se desbocó y la primera
imagen que llegó a su cabeza fue el rostro de su padre, era como
si pudiera verlo junto a ella, sonriéndole con orgullo—. Es
bellísimo… —sollozó y dos lágrimas se deslizaron por sus
mejillas.
—Tú haces que se vea así —comentó Amelia, poniéndose de
pie para admirarla mejor, le entregó un pañuelo para que se secara
las lágrimas—. Pareces un ángel, Victoria. —Le sonrió con
cariño.
—Sí, tu suegra tiene razón…, te ves tan hermosa. —Annette
también se levantó para acercarse a ella, quería abrazarla, pero
temía dañar el vestido que aún necesitaba de las costuras finales.
—Quisiera tanto que mi papá estuviese aquí —esbozó
Victoria en medio de lágrimas que no pudo contener.
—Lo está, querida, estoy segura de que, Stephen, te está
viendo en este momento. —Amelia se acercó y le dio un abrazo

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para consolarla, ella sabía lo que era no tener la presencia física
de un padre, cuando se viven momentos tan importantes—. Y sé
que tu mamá también te estará viendo, ambos deben sentirse muy
felices y orgullosos.
Victoria rompió a llorar, porque necesitaba sacar de su pecho
ese sentimiento de nostalgia, no bastaba solo con imaginarlos allí,
deseaba sentir sus brazos rodeándola y los besos que le daba en
el cabello. Su suegra y sus amigas la rodearon con sus brazos para
brindarle consuelo, sabían que ese momento provocaba un
cúmulo de emociones en ella, que, al estar embarazada, eran más
intensas.
Annette le besó la mejilla mientras intentaba contener su
propio llanto, entendía cómo se sentía Victoria en ese instante y
lo difícil que era para ella, así como lo fue para Patricia, no tener
a sus padres en esos momentos que eran tan especiales. Le
acarició el cabello y, poco a poco, su amiga se fue calmando, le
entregó una sonrisa entusiasta y luego la hizo volverse hacia el
espejo, para que viera lo hermosa que lucía.
—Terry se va a caer de espalda cuando te vea —dijo riendo.
Victoria comenzó a reír acompañada por Amelia y
Fransheska, mientras se imaginaban la escena, la nostalgia seguía
latente dentro de ella, pero al menos, ya no se llevaba toda la
felicidad que sentía al ver que uno de sus más grandes sueños
estaban cerca de cumplirse. Deslizó las manos por su talle,
sintiendo el hermoso bordado del vestido y luego la posó en su
vientre. La diseñadora tenía razón, el modelo evitaba que se
notara la pequeña curva que ya empezaba a formarse.
—Muchas gracias, madame Vionnet, este vestido es una obra
de arte, le agradezco que haya insistido en diseñarlo para mí.
—No tienes nada que agradecer, es un placer diseñar para
chicas como ustedes, con un aura tan especial, que hacen que mis
manos hagan magia —comentó con una sonrisa, paseando su
mirada entre Victoria y Fransheska—. Por cierto, señorita Di
Carlo, su vestido ya está listo. ¿Qué le parece si hacemos la última

359
prueba? Así vemos si hay que ajustar algún detalle; de lo
contrario, podrá llevárselo a Chicago.
—Sí, hazlo, Fran, quiero ver cómo te ves con tu vestido —
pidió Victoria, mirándola con entusiasmo.
—Sería genial, así tendremos una idea de cómo se verán las
dos el día de la boda. —La alentó Annette, aplaudiendo.
—Por supuesto, me encantaría… —respondió con una
sonrisa.
Era una lástima que su madre no estuviera presente, pero sabía
que estaban intentando recuperar todo el tiempo que no estuvo
junto a su hermano. Caminó junto a la asistente y la diseñadora,
luego de unos minutos, entraba al salón luciendo tan hermosa
como Victoria, los dos diseños tenían el mismo corte en la falda,
que las hacía lucir como si fuesen princesas de cuentos de hadas.
—¡Qué belleza de vestido! —exclamó Annette, maravillada
por los detalles de pedrería en la parte superior del vestido, que
bajaban en delicados diseños florales por la falda.
—Realmente pareces una princesa —dijo Victoria,
emocionada.
—Tú también te ves como una, Vicky —respondió
tomándole las manos—. Y nuestros futuros esposos son unos
príncipes, estoy segura de que vamos a tener la vida que siempre
soñamos.
—Sí, así será —sentenció Victoria, convencida de eso.
Las futuras novias se abrazaron, sintiéndose dichosas y luego
se volvieron para mirarse en el espejo que cubría casi toda la
pared, se quedaron prendadas de sus imágenes mientras sonreían
emocionadas. Las lágrimas se hicieron presentes cuando
Madeleine y Denise, se acercaron con los velos, se los pusieron
para que tuvieran la imagen completa de cómo lucirían el día
soñado, aunque todavía les faltaba el maquillaje y el peinado, pero
solo así, ya se veían radiantes.

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Capítulo 28

Fabrizio despertó con una gran sonrisa, porque había tenido


un maravilloso sueño, estaba en su casa de Italia y se bañaba en
la piscina junto a Marion y a sus hijos, ya que también estaba
Luna. Se movió envolviendo los hombros de su esposa con su
brazo y la recostó en su pecho, disfrutando del calor de su cuerpo
y luego hundió la nariz en su espesa cabellera dorada, para
embriagarse con el olor a flores de la loción que ella usaba para
mantenerlo así de hermoso.
—Buenos días —susurró cuando la vio parpadear y luego
abrir sus hermosos ojos verdes, iluminándole el día.
—Buenos días, mi amor… ¿Cómo te sientes? —preguntó
Marion, acariciándole la mejilla y también le sonrió.
—Hambriento —respondió riendo y comenzó a besarla.
—Me parece que no es de comida —señaló mientras reía al
sentir las cosquillas que él le hacía en el cuello con su barba.
—Me encanta que seas tan intuitiva —esbozó travieso.
—Fabri…, para, por favor… Fabri… ¡Mojaré la cama! —Le
advirtió entre carcajadas—. Lo digo en serio, Fabrizio Alfonzo.
—Me llamaste como lo hace mi madre. —La miró con
asombro.
—Para ver si así me haces caso —comentó riendo y consiguió
escapar de él—. En serio, debo ir al baño… Y yo sí tengo hambre
de comida, así que me daré un baño, para que desayunemos.
—Está bien, no debemos hacer que Luna pase hambre —
comentó acariciándole el vientre, Marion le dio un rápido beso.
Él se quedó embelesado mirándola mientras luchaba con el
deseo que tenía de hacerle el amor, era tan injusto dormir a su

361
lado y tener que contenerse. Ya llevaba dos semanas despierto y
cada vez se sentía mejor, no creía que tener relaciones fuese a
afectarlo de algún modo.
No supo cuánto tiempo pasó recreando la fantasía de todo lo
que le haría a su esposa, cuando al fin pudiera amarla como tanto
deseaba; pero de repente la puerta del baño se abrió y ella aparecía
delante de sus ojos con un hermoso vestido morado y una trenza
de medio lado; sin duda, el embarazo la hacía verse más hermosa.
—¿Lista? —preguntó sonriendo mientras la admiraba y ella
asintió con una brillante sonrisa—. Bien, vamos a pedir algo rico
de comer, para mis amores ¿Qué se te antoja? Podemos pedirle a
una de las señoras del servicio que lo suba…
—¡Ay, no, Fabri! No me gusta que me hagan las cosas ¿Y si
no le echa suficiente miel a la ensalada? Mejor lo hago yo y, para
ti, prepararé algo especial —dijo acunando el rostro de su esposo
mientras le acariciaba los pómulos con los pulgares.
—Está bien —acotó sonriendo—, pero no tardes, porque
desde ya, te extraño. —Llevó la mano a su nuca para acercarla y
darle un beso.
—No tardaré —prometió, luego caminó hacia la puerta y salió
de la habitación rumbo a la cocina.
Fabrizio aprovechó que había quedado solo y comenzó a
caminar sin el bastón, llevaba varios días haciéndolo a escondidas,
porque el doctor Farrell, le ordenó que siempre lo usara y que no
se esforzara mucho. Entendía el afán del médico por cuidarlo,
pero él era quien mejor conocía su cuerpo y sabía hasta dónde
podía soportar; estaba seguro de que sus piernas no le fallarían.
Caminó a la ventana, alzó ambas manos y en un movimiento
enérgico corrió las cortinas, de inmediato la luz caló en la
habitación, haciéndolo parpadear.
Su mirada recorrió el hermoso paisaje, ya su familia le había
dicho que estaban en la mansión de los duques de Oxford; ante
tanta opulencia, quedaba demostrado lo que era pertenecer a la
realeza británica. De pronto, alcanzó a ver la silueta de un hombre

362
sobre un caballo que se acercaba a la casa, le pareció curioso que
alguien saliera a cabalgar tan temprano, así que esforzó un poco
más la mirada para verlo mejor y no tardó en reconocerlo.
De inmediato, sintió como si le hubieran dado un latigazo, su
estómago se tensó y la sangre comenzó a correr más rápido por
sus venas, alimentando la hoguera que cobró vida dentro de su
pecho. Podía reconocerlo incluso desde esa distancia, era el
hombre que estaba junto a Fransheska en la estación de trenes en
París, el que salió con su padre en el diario, el malnacido
impostor.
Sus pensamientos cayeron en un torbellino mientras intentaba
darle una explicación a la presencia de ese sujeto en aquel lugar,
pero la ira que lo recorría no lo dejaba pensar. Apretó con fuerza
las cortinas, drenando en el agarre todo ese odio que había
crecido día con día hacia ese desgraciado; su respiración cada vez
era más agitada y todo su cuerpo temblaba a causa de la furia que
lo consumía, entre tanto, su mirada seguía anclada al hombre que
cada vez estaba más cerca.
Supuso que sus padres lo habían enviado a prisión luego de
descubrir su engaño o; por lo menos, que le habían pedido que
desapareciera de sus vidas para siempre, jamás imaginó que ellos
permitirían que estuviera bajo el mismo techo que él. Cerró los
ojos y se llevó una mano al rostro para restregarlo, creyendo que
a lo mejor estaba en medio de una pesadilla, pero al abrirlos, nada
había cambiado, ese hombre seguía cabalgando en dirección a la
casa.
No quería emitir ningún juicio contra sus padres en ese
momento, sabía que ellos tenían un gran corazón y que quizá ese
estafador se había ganado el cariño de su familia mediante
engaños, pero no podía quedarse como si nada ante esa situación.
Haría que pagara por todo lo que había hecho; tenía motivos para
enviarlo a prisión, porque suplantó su identidad por mucho
tiempo, y no descansaría hasta hacerle pagar por todo, sería
despiadado para defender a los suyos.

363
Soltó la cortina y se dio media vuelta para caminar a la puerta,
en ese momento, no sentía una pizca de debilidad en su cuerpo;
por el contrario, por sus venas corría esa fuerza letal que lo
invadía cada vez que debía enfrentarse con el enemigo en el
campo de batalla. Su mano se ancló el pomo de la puerta y sin
siquiera detenerse a pensar en las consecuencias que estar tan
alterado podía provocarle, lo giró para ir tras su objetivo: partirle
la cara a ese malnacido.
Llegó hasta el salón y miró a todos lados, buscando la puerta
que daba hacia el jardín, pero no conocía esa casa y sus
pensamientos no eran claros, porque estaba completamente fuera
de sí. De pronto, escuchó el retumbar de unos pasos que se
acercaban, no tuvo que esperar mucho para saber que se trataba
de él; incluso, en su manera de andar se podía sentir lo arrogante
que era.
Se dejó guiar por el sonido de los pasos y se acercó al pasillo
desde donde provenían, aunque le costase admitirlo sabía que su
salud no le permitiría enfrentarlo de manera frontal. Sin embargo,
había aprendido ciertas técnicas en el ejército, que ahora le
servirían; se puso de espaldas, apoyándose a un lado del pasillo,
justo a la entrada y a la espera de que apareciese para tomarlo por
sorpresa e inmovilizarlo.
Se mantuvo quieto como un león al acecho, pero todos sus
sentidos estaban alertas para aprovechar la ventaja que le daba un
ataque sorpresa. Su mirada captó la punta de una bota y luego
unas manos que golpeaba distraídamente un par de guantes de
cuero; por fin, pudo apreciar el perfil del miserable impostor y
con un movimiento más rápido que el de un parpadeo, estiró su
brazo, llevándolo a la altura del cuello mientras que, con su otra
mano, le sujetaba la muñeca.
—¿Que demo…? —esbozó Terrence, ante el imprevisto
ataque.
Sus palabras fueron cortadas por el poderoso golpe que lo
estrelló contra la pared y lo hizo estremecer, pero también por la

364
sorpresa de saber quién lo había atacado. Se miró en los ojos
topacio que ardían de furia y se quedó inmóvil mientras el brazo
en su cuello comenzaba a cortarle la respiración. Fabrizio lo había
sometido con una rapidez tal, que no tuvo tiempo de reaccionar
ni siquiera por instinto.
Sus acciones se congelaron y no podía mover un solo músculo
ante su impresión de verlo por primera vez despierto y tan de
cerca, era como si su imagen se hubiese escapado del espejo y
estuviese intentando ahorcarlo. La presión que ejercía Fabrizio
con su antebrazo era demasiada para un hombre que estaba
convaleciente, pensó que, tal vez, la ira le daba esa fuerza que
estaba a punto de asfixiarlo.
—¿Qué haces aquí, desgraciado? —pronunció arrastrando las
palabras, con los dientes apretados mientras temblaba y hacía
cada vez más fuerte su presión, como si en verdad quisiera
asesinarlo.
Terrence no sabía qué decir y tampoco tenía la manera de
hacerlo, porque su garganta estaba casi cerrada, su vista empezó
a nublarse y los músculos se le tensaron hasta la falta de aire. No
imaginó que el odio de Fabrizio fuese tan grande que lo llevara a
quitarle la vida, su mirada se cristalizó más por el dolor emocional
que por el físico.
Fabrizio podía ver cómo el rostro de su contrincante se
sonrojaba cada vez más, por la falta de oxígeno, y no tenía la
intención de aflojar la tortura; por el contrario, solo aumentaba
más la presión. Su mirada recorría cada rasgo de ese desgraciado,
pues estaba empeñado en encontrar las diferencias, no quería ver
las similitudes, aunque para su desgracia, verlo era como mirarse
en un espejo.
—¿Como tienes los cojones de estar en esta casa, cerca de mi
familia? —Su voz se elevó mientras se inclinaba hacia él,
ejerciendo mayor violencia con su antebrazo—. ¿Crees que vas a
poder seguir con tu teatro? ¡Pues te equivocas!... No tienes idea
de lo que te espera… Te vas a arrepentir hasta el último día de tu

365
miserable vida, por haberlos engañado, voy a hacer que te
encierren en una celda. —Lo amenazó conteniendo las ganas de
matarlo, misma que aumentaban a segundos.
Terrence empezó a angustiarse al escuchar las palabras de su
primo y por la falta de oxígeno, pero no hizo el intento de
liberarse, porque sabía que, si utilizaba la fuerza, las cosas serían
peor. Sin embargo, su instinto de supervivencia se hizo presente
y empujó a Fabrizio, lo suficiente para alejarlo y poder tomar un
poco de aire, pero la respuesta fue un contraataque que, una vez
más, lo estrellaba contra la pared.
—¿Que vas a hacer, imbécil? ¿Crees que porque estoy
enfermo no puedo joderte? No tienes ni idea de con quién te has
metido, más bien, agradece que no te he roto el cuello, porque te
juro que es lo que me provoca en este momento —dijo
empujándolo y lo llenó de satisfacción escuchar que su cabeza se
golpeaba con la madera—. ¿Aun tienes a mis padres engañados?
¿Qué treta te inventaste, para que ellos permitieran que te
quedaras aquí? —cuestionó mirándolo con furia.
Terrence sentía su rostro cada vez más caliente y sus venas
hinchadas por el esfuerzo que hacían para mantener la
circulación; Fabrizio no estaba pensando en lo que hacía o su
objetivo realmente era matarlo. Sin embargo, él tenía un futuro
maravilloso por delante y no dejaría que se lo arrebatara, tampoco
que siguiera calumniándolo, así que, con un movimiento más
contundente, lo volvió a empujar.
Fabrizio retrocedió y vio que estaba a punto de perder el
dominio de la situación, por lo que, le soltó la muñeca y con la
rapidez de un rayo, hizo un puño para estrellárselo en la cara,
pero un estruendo de metal y vidrio rompiéndose, hizo que
volviera el rostro. Su mirada se posó en Marion, que lo miraba
con asombro mientras temblaba y sollozaba; no quería que ella
se asustara, porque sabía que su embarazo era delicado, así que
alejó su mano de aquel malnacido.

366
Victoria llegó al lugar tras escuchar el estruendo y, en cuanto
vio lo que sucedía, un miedo atroz se adueñó de su cuerpo; su
cabeza fue asaltada por un mareo y su corazón se lanzó en una
carrera frenética. De inmediato, sus sentidos se pusieron alerta y
su instinto le exigió defender al hombre que amaba, el que,
claramente, estaba en peligro. Sin ponerse a analizar que tal vez
ella también se ponía en riesgo, ya que Fabrizio tenía la apariencia
de un desquiciado.
—¡Fabrizio, no! —gritó y caminó de prisa para alejarlo de
Terrence. Se aventuró y le sujetó la mano que se había quedado
detenida con el puño en el aire—. No, por favor, no le hagas
daño. —Le rogó con los ojos ahogados en lágrimas.
Terrence ancló su mirada en Victoria y quiso encontrar su voz
para pedirle que se alejara, pero la presión sobre su cuello no se
lo permitía y si intentaba liberarse por la fuerza, se exponía a que
Fabrizio reaccionase con violencia y, en un movimiento brusco,
terminara lastimándola. Se llenó de miedo y se quedó inmóvil,
rogándole a Dios para que Fabrizio se calmara, ya que lo único
que podía hacer para no empeorar la situación, era ver a su pecosa
deteniéndole la mano mientras él la admiraba y en su semblante
reflejaba cierto desconcierto.
Fabrizio fue consciente de que casi había dejado de respirar y
que se estremeció cuando sintió el toque de la chica sobre su
puño, vio el miedo en sus ojos y también lo percibió en el temblor
de su mano. Sin embargo, lo que más lo sorprendió fue la manera
como se aproximó a él y que lo llamara por su nombre, como si
se conociesen. Negó con la cabeza para aclarar su confusión y
soltó un suspiro pesado, que fue sosegando el latir apresurado de
su corazón y, despacio, relajó el puño.
Todos los que estaban reunidos en el comedor, para disfrutar
del desayuno, escucharon el ruido y los gritos de Victoria; se
pusieron de pie y casi corrieron hasta el salón. Ninguno se
imaginó que se encontraría con una escena como la que veían, se
suponía que Fabrizio no estaba en condiciones para salir de su

367
habitación todavía, así que, verlo en ese lugar sometiendo a
Terrence, los impactó tanto que no encontraban sus voces para
hacerlo entrar en razón.
Amelia sintió una gran opresión en su pecho en cuanto vio a
su hijo luchando por conseguir oxígeno, mientras Fabrizio, que
parecía estar completamente fuera de sí, lo mantenía prisionero y
estaba a punto de golpearlo. Los demás también sintieron cómo
la angustia se adueñaba de sus cuerpos, cada uno temiendo, en
grado distinto, por la seguridad del otro; pues, si bien Fabrizio
parecía tener ventaja, no podían obviar que seguía convaleciente
y que ese esfuerzo que estaba haciendo podía tener
repercusiones.
—¡Oh, Dios mío!... ¡Fabrizio! —Fiorella sintió que sus latidos
se redujeron hasta el punto de ser dolorosos, respiró hondo para
armarse de valor y llegar hasta su hijo, necesitaba calmarlo.
Fransheska sintió un gran dolor apoderarse de su pecho al
presenciar esa imagen que era realmente cruel, había imaginado
que ellos terminarían siendo grandes amigos. Confiaba en
Terrence, sabía que su interés por Fabrizio era real, y también
confiaba en que su hermano lograse ver lo maravilloso que era su
primo, que pudiese entender todo lo ocurrido durante su
ausencia. Sin embargo, todas sus esperanzas se estaban
derrumbando en ese instante, pues lo único que veía en Fabrizio
era un enorme rencor.
—Peter Pan… Por favor, no…, no… —rogó, sollozando.
Luciano miró a su hijo con los ojos llenos de terror al ser
consciente de que todo se había descubierto de la peor manera,
que la pesadilla que tanto temía se había vuelto realidad. Sabía
que debía reparar todo el desastre que había ocasionado, así que
reunió todo el valor que llevaba en su interior para que su voz
sonase lo más calmada posible.
—Hijo, déjalo… Fabri, déjalo, por favor —pidió Luciano y
dio un par de pasos con cautela—. Le estás haciendo daño a
Terrence, por favor, suéltalo. —Trató de mediar con él y se

368
acercaba con cuidado, como si en lugar de su hijo, fuese un
animal salvaje.
La ira en Fabrizio aumentó al escuchar a su familia defender a
ese desgraciado, la rabia, el dolor, la impotencia y la decepción
hacían estragos en él, mientras los celos lo arrastraban al infierno,
pues en ese momento, se sintió realmente desplazado. Se volvió
y los vio a todos preocupados por aquel miserable que se había
aprovechado de ellos, mientras que, a él, lo veían como si fuese
un perro rabioso.
Las ganas de llorar estaban a punto de doblegarlo, porque en
ese momento fue consciente de que su peor pesadilla se hacía
realidad, ellos realmente lo habían reemplazado por aquel maldito
impostor. Sintió un enorme deseo de acabar con él y sabía que
no sería difícil, le rompería el cuello antes de que alguien pudiera
detenerlo; pero cuando esa idea atravesaba su cabeza, vio la
angustia reflejaba en el rostro de Marion y supo que no podía
hacerle eso a ella y a sus hijos, así que lo soltó.
Terrence despegó su espalda de la pared al sentirse liberado,
luego comenzó a inspirar hondo, para recuperar el aliento,
mientras Victoria le sobaba el pecho para que sus músculos se
relajaran y le resultara más fácil llenar sus pulmones de oxígeno.
Encogió los hombros y movió su cabeza de un lado al otro, para
liberar la tensión que se había acumulado en su cuello, estiró la
espalda que también estaba rígida y luego miró a su novia a los
ojos, sonriéndole para tranquilizarla.
Fabrizio dio un paso para alejarse, pero la ira y la impotencia
seguían dominándolo, por lo que, le propinó un empujón que lo
estrelló nuevamente contra la pared. Terrence dejó ver un gesto
de dolor cuando su cuerpo se arqueó ante el golpe que retumbó
en el lugar, ya que había sido bastante fuerte.
—¡No! ¡Ya basta Fabrizio! —gritó Victoria, volviéndose para
encararlo—. No vuelvas a lastimarlo.
Las demás mujeres también dejaron libres gritos de angustias
mezclados con sollozos cuando vieron como Fabrizio empujaba

369
a Terrence. El instinto materno de Amelia se hizo presente y dio
un par de pasos para llegar hasta ellos e intervenir, pero se detuvo
al ver que su hijo la miraba y negaba, pidiéndole que no lo hiciera.
Fabrizio hizo caso omiso de las reacciones de las damas,
porque sentía demasiada rabia, decepción y frustración en ese
momento, como para detenerse a pensar en otra cosa que no
fuese las ganas que tenía de romperle la cara a ese desgraciado.
Seguramente, se sentía victorioso al ver cómo su propia familia le
daba la espalda para apoyarlo; eso hizo que el odio resurgiera y
pensó en darle ese golpe que había quedado en el aire, si no lo
hacía, nada menguaría su ira; alzó su mano, dispuesto, pero su
mirada se posó en la chica y entendió que le era imposible
lastimarlo, teniéndola a ella en medio.
—Ni se te ocurra, Fabrizio… La tocas a ella y te juro que vas
a lamentarlo. —Terrence recuperó su voz que estaba más grave
de lo normal, por la presión que él le había hecho en la garganta.
Rodeó a Victoria con su brazo y la puso detrás de su cuerpo, para
protegerla, porque si debía golpear a su primo, lo haría.
Fabrizio clavó su mirada cargada de odio en los iris zafiro y
descubrió que ahí estaba la primera diferencia, el color de sus ojos
era distinto. También notó otra al escuchar su voz, no era igual a
la suya; sin embargo, el tono le provocó una sensación de
rechazo, aunque lo que le dio más rabia fue que lo creyese capaz
de lastimar a una mujer, jamás haría algo como eso.
—Mi problema es contigo y, no será hoy, pero puedes jurar
que te partiré la cara, miserable. —Lo amenazó y se dio la vuelta
para alejarse—. Marion, vamos a empacar, nos largamos de esta
casa, ya no tenemos nada más que hacer aquí —añadió apenas
dedicándole una mirada a su esposa y caminó a las escaleras.
—Lo siento —susurró Marion, mirando a sus suegros con
tristeza, pero como era de esperarse, apoyaría a su esposo, así que
caminó detrás de él, sintiendo que sus piernas todavía temblaban.
—Mi niño…, Fabrizio, por favor, tenemos que hablar —
suplicó Fiorella, siguiéndolo—. No puedes irte, espera… —Su

370
voz temblaba al ver que su hijo no tomaba en cuenta sus palabras,
solo subía las escaleras, como si no la escuchase.
—Hijo, todo tiene una explicación, debes escucharnos. —
Luciano sentía que su alma estaba a punto de hacerse añicos
porque, una vez más, se le escapaba de las manos—. Fabrizio
Alfonzo, no puedes irte sin antes conocer toda la verdad, por
favor…
Los demás observaban la escena y podían sentir el dolor de
los Di Carlo; sin embargo, no se atrevían a decir nada, porque no
sabían si sus comentarios empeorarían la situación. Fransheska
no podía encontrar su voz, aún no asimilaba todo lo que había
sucedido, solo un sollozo se escapó de su garganta al ver a su
hermano decidido a marcharse y; esta vez, se iría odiándolos a
todos.

371
Capítulo 29

Manuelle fue el último en llegar al salón, pero lo que vio le


bastó para comprender que todo se había descubierto de la peor
manera. Esa era la consecuencia de la cobardía de los Di Carlo,
su miedo de perder a Fabrizio los había llevado a tratarlo con
guantes de seda, creyendo que lo cuidaban, pero eso había
desatado una hecatombe; sin embargo, alguien debía poner orden
en ese desastre y decidió ser él.
—¡Fabrizio, baja ahora mismo y escucha a tus padres! —La
voz de mando de Manuelle retumbó en el lugar. Decidió
intervenir al ver que su cuñado hacía caso omiso a los llamados
de su familia, apenas logró que se detuviese en el último escalón,
así que insistió—. ¡¿Vas a seguir comportándote como un idiota?!
—gritó con rabia porque no podía creer que fuese tan obstinado
e indolente—. Baja ya mismo o subiré y te juro que no te
conviene, porque así sea arrastrándome, llegaré hasta ahí y te daré
la paliza que tu padre nunca te dio —dijo con su mirada en la
espalda tensa de Fabrizio.
Vio a Marion volverse y, por primera vez, su mirada no era de
reproche por lo que le estaba diciendo a su marido, sino de
súplica, ella quería que lo convenciera de quedarse, porque sabía
que, si se marchaban, le romperían el corazón a Joshua, no era
justo que perdiera a sus abuelos y a su tía. Los demás se
mantuvieron en silencio y dejaron que Manuelle lidiara con la
complicada situación, ya que, esa demostración de carácter les
dejaba ver que no necesitaba de su ayuda.
Fabrizio no podía negarse a la petición de Manuelle y, no
porque le tuviese miedo, sino por el respeto que le inspiraba y

372
porque sabía que tenía razón en cierta parte; a pesar de toda la
rabia que ardía en su ser, debía darles a sus padres la oportunidad
de que le explicasen por qué aquel hombre estaba en esa casa.
Bajó, evitando posar la mirada en él, no quería descontrolarse una
vez más y saltarle encima.
—Hijo, todo tiene una explicación, por favor, solo tienes que
escucharnos —suplicó Luciano con voz temblorosa.
—Es mejor que pasen al despacho —sugirió Benjen,
aparentemente, estaba tranquilo, pero le dolía la actitud de
Fabrizio.
—Sí, mi niño, llevas mucho tiempo de pie y te puede hacer
mal —pidió Fiorella, acercándose a él y lo sujetó de la mano,
tragó las lágrimas porque debía estar calmada. Al llegar al
despacho, lo llevó a un sillón.
—Debes calmarte, sabes que estar así puede hacerte daño. —
Luciano ocupó el sillón que estaba frente a ellos y se aflojó la
corbata.
Fransheska le dio un fuerte abrazo a Terrence, mientras
sollozaba con un gran dolor por lo que había hecho Fabrizio, no
podía reconocer en ese hombre que había atacado a su primo, al
ser maravilloso que era su hermano. Terrence le acarició la
espalda con ternura, luego se alejó un poco para mirarla a los ojos
y le sonrió, intentando que creyese que todo estaba bien, no
quería angustiarla.
Sin embargo, ella en su corazón sabía que no era así, la actitud
de Fabrizio lo había lastimado, pero poner eso en palabras solo
empeoraría las cosas, así que le dio un beso en la mejilla y después
se acercó a Marion; al ver que se notaba tan desamparada y
perturbada, le pasó el bazo por encima de los hombros y caminó
con ella al despacho.
—Salgamos de aquí, pecosa. —Terrence agarró de la mano a
Victoria, para retirarse, necesitaba salir de la casa y respirar.
—Terrence, creo que es preciso que estés presente —
mencionó Benjen, antes de que se alejara—. Debemos estar

373
presente, no podemos dejar a Luciano solo con esto, él me pidió
ayuda para contarle todo a Fabrizio y se la ofrecí, pero también
necesita de tu apoyo… Sabes, por experiencia propia, que esto
no será fácil para él.
—Mi presencia solo hará que Fabrizio se altere más, ¿acaso no
lo vio, padre? —Le preguntó molesto y no pudo evitar llevarse la
mano a la garganta, para aliviar la molestia que le dejó el ataque
de su primo.
—Sí, lo vi y, créeme, no me gustó nada su actitud, pero es
comprensible que Fabrizio esté molesto, él no conoce la verdad
y todos sabíamos lo que pensaba de ti, por eso debemos
aprovechar esta oportunidad para aclararlo —indicó mirándolo.
—Tu padre tiene razón, hijo —intervino Amelia, no quería
que se marchara de allí tan alterado.
Terrence desvió la mirada a Victoria, quien asintió,
haciéndole ver que estaba de acuerdo, así que él miró a sus padres
una vez más, para después caminar al despacho, donde pasó sin
llamar, ya que habían dejado la puerta abierta. Al parecer, su padre
tenía razón, esperaban por ellos para comenzar, pues allí estaban
todos los demás.
Manuelle rodó su silla para estar junto a Marion y le tomó la
mano, mientras la señorita Rogers y Fransheska, estaban en el
mismo sillón, Victoria caminó para sentarse en otro, junto a sus
suegros. Sin embargo, Terrence se mantuvo de pie y apoyó uno
de sus brazos en la chimenea, quedando lo más lejos posible de
Fabrizio, su mirada se cruzó con la de su tío, que le pedía una
disculpa y él solo asintió.
Fabrizio se irguió, adoptando una postura defensiva cuando
vio que aquel imbécil entraba a la reunión, se suponía que solo
hablaría con su familia, así que no entendía qué tenía que hacer él
en ese lugar. Quiso levantarse para sacarlo a patadas, pero su
madre le acarició el brazo tiernamente y negó con la cabeza,
mientras su mirada le suplicaba que no hiciera nada; cedió porque
no le gustaba verla tan angustiada.

374
Se obligó a calmar sus emociones y optó por ignorarlo, así que
buscó a su padre con la mirada y pudo apreciar claramente cómo
los latidos de su corazón le brincaban en la garganta, sus manos
también temblaban y su mirada estaba cristalizada por las
lágrimas. No quería verlo de esa manera, pero tampoco podía
actuar como si no hubiese pasado nada, cuando lo único que
sentía por ese tipo era odio, desprecio y un enorme deseo de verlo
tras las rejas.
—Fabrizio, ¿cómo te sientes? —preguntó Luciano, al ver que
las manos de su hijo temblaban.
—¿Cómo cree que me siento, padre? —respondió con
pregunta y su voz ronca evidenció la furia que lo dominaba.
—Hijo…, solo te pido que escuches y que estés calmado, por
favor… Sé que no es fácil, pero es vital que lo hagas, por tu estado
de salud —pidió, pues eso era lo que más le preocupaba.
—Estaré bien, ahora necesito que me explique lo que está
pasando.
—Para mí, no es sencillo hablar de lo que sucedió, porque son
recuerdos muy dolorosos… —Luciano vaciló y se estrujó las
manos, no sabía cómo empezar, respiró profundo y decidió
hacerlo desde el principio—. Fabrizio, apenas recibí tu carta,
pensé que se trataba de una broma de mal gusto, porque tú eras
muy obediente y nunca mostraste ser un joven revolucionario.
Aunque eso no evitó que me angustiara y tu madre lo notó, ella
supo que pasaba algo y me obligó a contárselo… Imagino que no
hace falta que te diga cómo se puso… —dijo y vio cómo su hijo
bajaba la mirada y la clavaba en sus rodillas, mientras su esposa le
frotaba el brazo para consolarlo.
—Luciano…, no es necesario que le digas todo, él va a
entender…, sé que va a entender —pidió Fiorella, al ver cómo la
culpa doblegaba una vez más a su pequeño.
—Quiero saber todo, madre —susurró con voz ronca y miró
sus ojos grises, mientras que los de él, estaban ahogados en
lágrimas, pero no las derramaría y regresó la mirada a sus rodillas.

375
—Al día siguiente, viajamos a Londres y, al llegar al colegio,
nos dimos cuenta de que todo era verdad… —Luciano continuó
con su relato a partir de allí, sin guardarse ningún detalle.
Fabrizio escuchaba cada palabra de su padre, pero sentía tanta
vergüenza, que no se atrevía a levantar la mirada para verlo a los
ojos; había sido tan egoísta, solo pensó en el dolor que él vivía.
Nunca reparó en aquel que le estaba causando a su familia;
aunque era consciente de lo que eso les haría, jamás imaginó que
llevaría a su madre a ser internada en un hospital, ni a que su
padre terminara en una celda en Doullens, por intentar llegar al
campamento donde él estaba.
Sollozó con fuerza, llevándose las manos a la cabeza y
comenzó a temblar, al tiempo que los sollozos escaparon de sus
labios como un torrente incontrolable que le lastimaban la
garganta, que aún no estaba curada del todo. Su madre lo rodeó
con sus brazos y comenzó a darle besos en la espalda, haciéndolo
sentir más culpable, porque él no merecía todo ese amor que ella
le tenía, no lo merecía en absoluto.
Marion sentía como si le estuviesen exprimiendo el corazón al
ver a Fabrizio sufrir de esa manera, quería evitarle a toda costa
tanto dolor, pero comprendía que él debía saber toda la verdad,
pues solo así entendería el proceder de sus padres. En parte,
también se sentía culpable, porque nunca trató de investigar un
poco más y ponerse en contacto con su familia, desde un
principio; eso les habría ahorrado tanto dolor y culpa a todos,
además, él se hubiese recuperado mucho más rápido.
—Después de casi dos años buscándote, por fin te
encontraron…, pero estabas en el frene y era imposible traerte
de regreso al campamento… Tenía prohibido regresar a
Doullens, así que me quedé en Florencia, a la espera de cualquier
noticia; después de un mes, recibí un telegrama donde me
informaban que habías sido víctima del gas mostaza en El Valle
del Somme, pero estabas vivo y habías sido llevado al hospital
militar en Doullens. El coronel Smith, me sugirió trasladarte

376
hasta el hospital de veteranos en Chelsea, pero algo así era
demasiado costoso —expuso y con dedos trémulos se limpió las
lágrimas—. Y nosotros, prácticamente, estábamos en la ruina —
susurró y pudo ver cómo su hijo se frotaba la cara en un acto de
desespero, haciendo evidente su culpa.
—Padre…, yo no merecía que usted hiciera todo eso por mí,
ni que perdiera todo el patrimonio de la familia… No debió
hacerlo —dijo sin tener el valor para mirarlo. Sabía cuánto le
había costado a su abuelo crear y sacar adelante los laboratorios,
y luego el sacrificio de su padre al dejar de lado su pasión por la
medicina, para ponerse al frente de ellos, así que no era justo que
perdieran todo por su culpa—. Yo había tomado una decisión y
debía correr con las consecuencias. —No podía contener su
llanto y, entre más escuchaba, más avergonzado se sentía.
—No llores, mi niño…, no llores —suplicó Fiorella,
abrazándolo.
—Claro que lo merecías, Fabrizio, eres mi hijo y te juro que
haría lo que fuera por ti… Cualquiera de los miembros de esta
familia se merecen todos los sacrificios que sean necesarios;
incluso, si he de dar mi vida por alguno de ustedes, lo haría sin
dudarlo —expresó con absoluta convicción, mirándolo a los
ojos.
—Padre —murmuró sintiéndose indigno de tanta devoción.
—No te cuento todo esto para que te sientas mal, Fabrizio
Alfonzo, lo hago porque necesito que comprendas el porqué de
algunas cosas, que te pongas en nuestro lugar —pidió y esperó a
que su hijo lo viera a los ojos para poder continuar—: Busqué
préstamos en cada banco de Italia e; incluso, fuera del país, pero
ya no tenía nada que entregar como garantía y se negaron, así que
recurrí a alguien que sin pedir nada como garantía, aceptó
prestarme ese dinero, Brandon Anderson.
Fabrizio buscó con la mirada a su cuñado y sus ojos azules
mostraban esa serenidad que los caracterizaba; sin embargo, los
brazos cruzados sobre su pecho decían que algo lo incomodaba.

377
Tal vez, temía que él pensara que le había cobrado ese favor a su
padre, pidiéndole a Fransheska en compromiso como pago, pero
era algo absurdo, porque sabía que su padre nunca cedería a algo
así; además, su hermana se veía realmente enamorada, y él
también se notaba igual.
—Sin embargo, existía un inconveniente, no contaba con esa
cantidad en efectivo en la sucursal de Londres, por lo que, tuve
que venir a América, para buscarlo. Durante el viaje, siempre me
mantuvieron informado de tu estado y eso mantenía mis
esperanzas. Dos días después de mi llegada, me reuní con
Brandon y me entregó el dinero; esa misma tarde, fui a comprar
el boleto de regreso a Europa, no podía perder tiempo… Me
costaba creer que estaba a un mes de recuperarte, pero todas mis
expectativas se desplomaron, cuando llegué al hotel y me
entregaron un telegrama, en el que me informaban que el hospital
donde estabas había sido bombardeado por los alemanes y que
no hubo sobrevinientes. —Un par de lágrimas rodaron por sus
mejillas y llevó ambas manos para limpiarse el rostro, recordar
ese episodio aún dolía y le parecía hasta mentira que estuviese
contándolo a su hijo.
—Lo siento…, lo siento tanto, padre —susurró con la voz
estrangulada, luchando por permanecer calmado, pero no era
fácil.
Fiorella frotaba el brazo de su hijo mientras observaba a su
esposo y alguna lágrima rebelde se le escapaba, pero la limpiaba
rápidamente con su mano libre. De pronto, la mano de Fabrizio
se posó sobre la suya y la apretó con urgencia, al tiempo que se
volvía a mirarla con el arrepentimiento reflejado en su semblante.
—Mamá, yo… no quería…, lo siento, madre… De verdad, lo
siento tanto, no tenía derecho de hacerlos sufrir tanto…
Campanita —susurró mirando primero a su madre y después a
su hermana, que solo sollozó.
—Ya todo eso pasó…, ya pasó… —Fiorella agarró la mano
de su hijo y se la llevó a los labios, para darle un par de besos.

378
Luciano dirigió la mirada a Terrence, quien, al parecer, adivinó
su necesidad de que lo mirara porque coincidieron en el gesto,
buscó en su sobrino la fortaleza para continuar, porque no sería
nada fácil lo que vendría. También le estaba pidiendo perdón por
lo que su hijo le había hecho. Terrence asintió, dejándole claro
que todo estaba perdonado, sabía que su tío había actuado bajo
mucho dolor y presión, sabía que no era quién, para juzgarlo, y
que nadie más podía hacerlo.
Fabrizio desvió la mirada a su padre y descubrió que él y ese
imbécil estaban poniéndose de acuerdo en algo, lo que le provocó
una desagradable sensación. Sin embargo, evitó mirar al
impostor, para no llenarse de rabia nuevamente y solo lo ignoró;
en ese momento, su padre regresó la mirada a él y se tensó al
darse cuenta de que estaba estudiando la interacción entre ambos.
—Fabrizio, yo no sabía qué hacer, ni siquiera podía pensar
con claridad, porque todo mi mundo se vino abajo, pensé en tu
madre y en tu hermana… No sabía cómo iba a continuar mi vida
sin ti…, sin ustedes, porque sabía que también las perdería a
ellas… —Luciano se guardó el grave episodio que había sufrido,
no quería que su familia se preocupara por él. Respiró hondo y
sin mirar a nadie en particular, continuó—: Unos días después,
salí del hotel, caminé durante horas, sin un rumbo fijo, sabía que
debía viajar, pero tenía tanto miedo de regresar a Italia, solo con
un telegrama que confirmaba tu muerte. —Las palabras se le
quedaron atrapadas en la garganta, pero respiró hondo y se obligó
a continuar—. Y como si Dios, hubiera querido darme una
segunda oportunidad para reivindicarme, puso a Terrence frente
a mí, y era tanto mi deseo de recuperarte, que pensé que eras tú…
—No…, no lo era, padre —dijo con voz ronca y dura, pues
escuchar a su padre confundirlo con ese hombre lo llenaba de
rencor y desprecio; no en contra de su progenitor, sino de sus
acciones.
—En ese momento, yo estaba tan confundido, Fabrizio…,
llevaba tanto dolor en mi alma, que mi mente me jugó una mala

379
pasada y… y creí que eras tú, sé que suena horrible y que quizá
me odies porque pienses que no te conocí lo suficiente como para
no ver la diferencia, pero fue lo que sucedió —confesó con una
mirada atormentada, mientras el llanto bajaba libremente por sus
mejillas.
—¿Cómo es eso posible? —cuestionó Fabrizio con el pecho
agitado por el torbellino de emociones que lo azotaba. Intentó
ponerse de pie, pero la mano de su madre lo sostuvo y su mirada
le pidió que se quedara allí; que, por favor, siguiese escuchando.
Resopló con resignación y miró de nuevo a su padre—. Por
favor, continúe, explíqueme lo que sucedió en detalle —pidió con
una glacial cortesía.
Luciano le contó todo sobre el intento de secuestro, el
accidente, cómo había salvado a Terrence de una muerte segura,
lo que sucedió los días siguientes y su decisión de llevárselo a
Italia, pues estaba convencido de que era su hijo. Bajaba el rostro
porque no podía soportar la mirada de reproche que le dedicaba
Fabrizio, era tan doloroso que él creyese que no lo conocía como
para notar la diferencia, pero eran tan parecidos, que su mente
prefirió aferrarse a un espejismo, que creer la verdad.
—Estaba convencido, porque ustedes parecen gemelos…
—¡Pero no lo somos! —gritó Fabrizio, que no pudo aguantar
que dijera eso una vez más. Las damas se sobresaltaron ante su
inesperada actitud, por lo que, suspiró y trató de calmarse—. No
lo somos… Desgraciadamente, nos parecemos, pero yo soy
Fabrizio Di Carlo y él solo es un impostor, que se aprovechó de
su dolor, un delincuente. ¿Por qué cree que esos hombres lo
agredían? Sin duda, eran cuentas pendientes entre bandidos —
sacó el rencor que había alimentado todo ese tiempo en su
interior, y su teoría se vio reforzada cuando su padre le reveló la
situación en la que encontró a ese hombre.
Terrence apretó la mandíbula con fuerza, para retener las
palabras en su garganta, aunque en el fondo deseaba explorar y
decirle a Fabrizio que estaba garrafalmente equivocado y que no

380
hacía más que sacar conclusiones que eran tan estúpidas como su
actitud. Se volvió para clavar su mirada en él y exigirle que lo
respetara, estaba cansado de ser considerado con alguien que lo
tenía en tan baja estima.
No podía creer que su primo fuese tan intransigente, que ni
siquiera le diera el beneficio de la duda, todo lo que hacía era
juzgarlo y no había nada que Terrence odiara más que eso. Cruzó
los brazos sobre su pecho y le mantuvo la mirada, queriendo
dejarle bien en claro que nunca se burló de nadie ni tuvo la
intención de ocupar su lugar.
—No…, no, Fabrizio, estás equivocado. Terrence no se
aprovechó de mi situación, porque él no la conocía —dijo
Luciano mientras negada con la cabeza—. Solo creyó en lo que
yo le dije… Él recibió un golpe muy fuerte en la cabeza y, eso,
junto a otros traumas, hicieron que bloqueara sus recuerdos,
sufrió un daño muy severo.
—Padre… ¡Por Dios! ¿Cómo puede ser tan ciego, acaso no se
da cuenta de que solo fue una jugada?… ¡Otra más de sus
trampas!
—Fabrizio Alfonzo, te recuerdo que soy médico y puedo
saber cuándo alguien presenta una enfermedad real o cuándo la
finge —dijo mirándolo con seriedad—. Y si bien no soy
psiquiatra, tengo la edad suficiente como para reconocer a un
mentiroso.
Fabrizio resopló con rabia y se pasó las manos por el cabello,
intentando drenar la impotencia que sentía al ver que su padre
una vez más, le estaba dando la razón a ese desgraciado y lo
anteponía a él, que era su hijo. Se sentía enfurecido, su corazón
iba muy rápido y, por ende, sus pulmones también lo hacían, todo
eso era porque la ansiedad de no poder abrirle los ojos a sus
padres, lo abrumaba sin piedad y comenzaba a respirar con
dificultad, así que se obligó a calmarse.
—Yo fui quien cometió todos los errores, porque no solo me
lo llevé y lo alejé de sus familiares, de sus amigos, de su

381
prometida… Y los hice sufrir al creerlo muerto… También le
impuse una vida que no era la suya. —Luciano intentaba que su
voz no temblara, pero la culpa lo sometía y estaba seguro de que
jamás lo abandonaría, por eso no se atrevía a mirar a su hermano
ni a su cuñada, menos a Victoria—. Me presenté con él en
Venecia, donde estaban tu madre y tu hermana, asegurándoles
que eras tú y que por fin había conseguido llevarte a casa, aunque
no les conté nada de mi viaje a América, ni el modo con el que
había dado «contigo».
—¡No, no, no! Padre, ¿por qué hizo eso? —Fabrizio lo
interrumpió al sentirse impactado por su revelación.
Imaginó otros escenarios relacionados con la presencia de ese
hombre en su casa; que, a lo mejor, su padre había puesto un
aviso en la prensa y que el impostor, al enterarse de eso, se había
presentado en su casa para aprovecharse de la situación. También
pensó que pudo haberlo encontrado en un hospital militar y, al
ver el parecido con él, se había confundido y por eso se lo llevó
a su casa; que, en medio de toda esa situación, el estafador los
había engañado, asegurándoles que era él y que no tenía memoria,
para justificar sus mentiras, pero jamás se imaginó que resultaría
siendo una «víctima» y que ahora su padre lo defendiera con tanto
ahínco; todo eso era absurdo.
—Yo estaba desesperado y confundido —alegó Luciano.
—¿Con qué derecho engañó a mi madre y a mi hermana de
esa manera? —El grito que soltó Fabrizio retumbó en el lugar,
mientras todo su cuerpo temblaba y la furia que sentía era visible
en el sonrojo y en las venas hinchadas de su rostro.
Luciano se sintió aturdido y temeroso, al tiempo que los
latidos de su corazón parecían haberse concentrado todo en su
garganta, ahogándolo. El dolor lo barrió por completo,
haciéndolo estremecer mientras veía el odio que refulgía en los
ojos de Fabrizio, era consciente de que merecía su desprecio por
haberlos engañados a todos; sin embargo, no sabía si sería capaz
de soportarlo.

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Terrence no podía concebir cómo Fabrizio le gritaba a su
padre de esa manera, después de todo lo que Luciano había hecho
por él, de todo lo que había pasado. Le parecía demasiado injusto
y la rabia jugaba con sus emociones, pero seguía poniendo de su
parte para mantenerse calmado, aunque le dolía ver a su tío tan
asustado y herido.
—No me importa que ese imbécil se hiciera pasar por mí —
espetó Fabrizio y lo señaló con un dedo acusador, sin mirarlo—.
Pero que usted engañara a mi madre y a mi hermana, eso fue lo
peor que pudo hacer, jugar con su dolor, con su esperanza y su
cariño, solo por cubrir sus equivocaciones y exponerlas al peligro
de meter a un completo desconocido a nuestra casa… ¡Eso jamás
podré perdonárselo! Nadie le dio ese derecho —gritó
encolerizado, mirando a su padre.
—¡Ese derecho se lo diste tú cuando decidiste largarte sin
importarte el daño que le causarías a tu familia! ¡Solo pensabas en
tu maldito dolor, pero el de ellos te importó una mierda! Así que
no vengas ahora con reclamos, porque eres tú, quien no tiene
ningún derecho para hacerlo —exclamó Terrence y se acercó de
manera amenazadora, para defender a Luciano de los ataques de
Fabrizio.
No pudo seguir conteniendo la rabia que lo carcomía, no se
quedaría de brazos cruzados mientras el hombre al que había
considerado un padre era atacado sin piedad, por alguien por el
que había estado dispuesto a entregarlo todo; incluso, su propia
vida. Su mirada se ancló a la de Fabrizio, el topacio y el zafiro se
retaban ferozmente, vio a su primo ponerse de pie para
enfrentarlo, pero eso no lo intimidó en lo absoluto; por el
contrario, se plantó delante de él.

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Capítulo 30

Brandon y Benjen se levantaron inmediatamente y se


acercaron para intervenir, la alerta se había disparado en ellos,
porque sabían que Fabrizio había hecho mermar la paciencia de
Terrence. Y ni siquiera podían decir que no se lo había buscado;
por el contrario, no había dejado de insultarlo desde el momento
en que se vieron, por eso ahora temían que Terrence se cegase y
respondiese con las mismas agresiones.
—¡Fabri! —gritó Marion, poniéndose de pie, mientras el
miedo y la angustia hacían temblar todo su cuerpo.
—Terry…, mi amor, por favor, debes calmarte —suplicó
Victoria, con los ojos llenos de lágrimas, sintiéndose responsable
por haberle pedido que asistiera a esa reunión, no debió hacerlo.
—Fabri, por favor, tú no eres violento, cálmate. —Fiorella se
puso de pie y lo sujetó por el brazo, para alejarlo de Terrence.
Luciano extendió un brazo en medio de los dos, para evitar
que esa confrontación fuese a más, pensó que ellos respetarían su
autoridad de padre y de tío. Sin embargo, siguieron con ese duelo
de miradas, ignorando a todos y; por sus posturas, podía ver que
en cualquier momento alguno de los dos podía lanzar un golpe.
—No sabes nada… Tú no sabes nada —siseó Fabrizio con
rabia y los ojos se le inundaron de lágrimas—. ¡¿Qué puedes saber
tú, imbécil?! —explotó estirando un brazo y una vez más
golpeaba a Terrence en el hombro, haciéndolo retroceder.
—Tranquilo, Fabrizio, por favor, tranquilízate. —Luciano se
volvió hacia su hijo porque sabía que tenía un carácter más
sumiso y que sería más fácil calmarlo—. Recuerda que no debes
altearte.

384
Luciano vio a Terrence acercarse de nuevo, retando con su
actitud a Fabrizio y se quedó tan cerca que podía sentir cómo la
furia y el calor vibraba entre ambos. El aire en el salón se tornó
tan denso, que apenas se podía respirar, todos estaban rígidos,
alertas y sus corazones parecían una manada desbocada de
caballos salvajes.
—Terrence. —Lo llamó su padre, al ver que no atendían los
llamados de Luciano, pero a él tampoco le hizo caso.
Fabrizio sentía cómo dentro de él, se despertaba ese animal
que habían creado en la guerra, al que le habían lavado el cerebro
y que actuaba por instinto. Ese lado había permanecido dormido
por mucho tiempo en él, pero una vez más, estaba allí, podía
sentirlo atravesar su cuerpo y recorrer su espina dorsal.
Terrence había intentado no caer en las provocaciones y se
aguantó cada insulto en silencio, pero estaba cansado de ser
tolerante con alguien que era tan irracional y que solo quería
arreglar las cosas por medio de la violencia. Su cuerpo y su orgullo
le exigían que se defendiese de esas agresiones, porque si Fabrizio
tenía la suficiente fuerza para atacarlo, entonces también
soportaría que le diera un puñetazo en la boca y lo hiciera callar.
—¡Aquí quien no sabe nada eres tú, juzgas y levantas juicios,
mientras te comportas como un estúpido adolescente! —Le gritó
Terrence, regresándole el golpe en el hombro y haciéndolo
retroceder.
—¡No!... Terrence, por favor, no lo lastimes —rogó Fiorella,
reteniendo a Fabrizio, ante el temor de que no pudiesen
controlarse. Sabía que su hijo se llevaría la peor parte.
—¡Terrence, ya detente, por favor! —intervino Victoria,
buscando los ojos de su prometido, pero él tenía la mirada fija en
Fabrizio.
—¡Cálmense los dos! —exigió Luciano, luego optó por un
tono más conciliador—. Por favor, hijos.
—¡Él no es su hijo! —gritó Fabrizio encolerizado y clavó la
mirada en su padre, los celos lo golpearon sin piedad al escuchar

385
que lo llamaba de esa manera y la simple palabra retumbaba en
su cabeza.
—Tal vez merezca mucho más que tú que me llame de esa
manera —dijo Terrence con convicción, posando su mirada en
el perfil de Fabrizio, con toda la intención de herirlo.
Tras escuchar esas palabras, Fabrizio supo que no se había
equivocado, aquel miserable estaba rivalizando con él, por ser
quien ocupara ese lugar en el corazón de su padre; se volvió
lentamente para mirarlo a los ojos, apretó la mandíbula para no
derramar las lágrimas. Pero, a pesar de su esfuerzo, bajaron por
sus mejillas como si fuesen lava ardiente, mientras sus latidos
disminuían porque sentía que su corazón estaba siendo oprimido
con una gran fuerza, hasta convertirlo en un puño que golpeaba
contra sus costillas; sin embargo, su orgullo no le permitiría
dejarse vencer tan fácilmente por aquel desgraciado.
—Pero no lo eres… Yo soy Fabrizio Di Carlo —siseo con la
voz ronca por las lágrimas, pero con una prepotencia que nunca
había mostrado—. Yo soy su hijo, tú no eres nadie.
—Ya está bien, Luciano y Fiorella, controlen a su hijo —
demandó Amelia, que no soportaba un insulto más hacia
Terrence.
—Lo siento mucho —murmuró, apenado—. Fabrizio, por
favor, ya es suficiente. —Luciano sentía como si estuviese arando
en el mar.
—No tienes ni idea de quién soy… Y vas a tener que tragarte
cada una de tus palabras. —Terrence también podía ser muy
arrogante cuando se lo proponía; en eso, él tenía más experiencia
que Fabrizio.
—Eso lo dudo, todo tu circo se vino abajo ¡Así que lárgate!
Esto es un asunto familiar y no eres parte de la familia —gritó
una vez más y aprovechó para propinarle otro empujón.
Terrence no pudo contener su ira y también estrelló su mano
con bastante fuerza contra en el hombro izquierdo de Fabrizio,
olvidando por completo su estado de salud. Ese gesto estuvo a

386
punto de desatar una guerra entre los dos, pero Brandon y Benjen
lo impidieron al sujetarlos, mientras las mujeres gritaron ante el
pánico que las invadió.
—¡Maldita sea! ¡Qué se calmen, carajo! —La voz de Luciano
retumbó en el despacho, como el sonido de un trueno.
Las mujeres se sobresaltaron y desviaron sus miradas
aturdidas a Luciano; tanto ellas como los caballeros, estaban
asombrados por esa demostración de temperamento que nunca
le habían visto; a excepción de sus hijos y Fiorella, que sí conocían
ese genio. Fabrizio sintió el corazón brincarle en la garganta al
ver a su padre tan molesto, dejándole claro que debía obedecerlo,
y así fue cómo toda la furia y la rebeldía que ardían dentro de él,
se apagaron de golpe.
Luciano perdió la paciencia y dejó ver ese carácter que había
sepultado después de recibir la noticia de que Fabrizio había
partido a la guerra. La adrenalina corría desbocada por su ser,
mientras la rabia lo dominaba y sentía su corazón latir
fuertemente, pero en ningún instante se contrajo ante el dolor,
era como si la situación que estaba viviendo no les permitía a sus
músculos mostrarse débiles.
Terrence se quedó inmóvil y en silencio mientras miraba el
semblante alterado de Luciano, olvidó la disputa y la
preocupación se instaló en su pecho, porque sabía que no era
recomendable que su tío se alterase. Por otra parte, no podía salir
de su asombro, ya que era la primera vez que veía a Luciano
reaccionar de esa manera, nunca lo escuchó alzar la voz y, muchas
veces, lo había desesperado ver la paciencia y la serenidad con la
que se tomaba las cosas.
—Fabrizio Alfonzo, te sientas ahora mismo. —Le ordenó
arrastrando las palabras y mirándolo a los ojos, mientras
intentaba controlar los latidos acelerados de su corazón.
—Que él se largue primero —demandó, tratando de calmarse,
pero sin esconder la hostilidad en sus palabras—. No es de la
familia y no tiene por qué estar aquí. —No obedeció a su padre.

387
—Será mejor que me vaya…, es evidente que no llegaremos a
ningún lado con esto y ya estoy harto. —Terrence sentía la rabia
latiendo en su ser y; si no se marchaba en ese momento, tal vez
no podría seguir conteniéndose—. Hagan lo que deseen —dijo
haciendo un ademán como si ya nada le importara.
—No, tú te sientas junto a Victoria. —Luciano le señaló el
asiento, mantenido su postura de supremacía, luego desvió la
mirada a Fabrizio—. Se queda porque yo lo digo y tiene tanto
derecho como tú, de estar aquí, porque también es parte de la
familia, y no porque quiera suplantar a nadie ni porque sea un
estafador… Él es tu primo y tienes que aceptarlo. —Sus palabras
fueron concisas y su mirada no le rehuyó, para que viera que le
decía la verdad.
El secreto que se mantuvo guardado por tantos años,
finalmente, se había revelado para Fabrizio, de una manera tan
directa y abrupta, que dentro del estudio se escuchó un eco de
exclamaciones y jadeos cargados de asombros. Benjen buscó la
mirada de Luciano, porque no podía creer lo que acababa de
hacer, él había insistido en hablarle del parentesco con mucho
tacto, no quería causar un choque emocional demasiado fuerte en
su hijo; sin embargo, acababa de soltarlo sin más.
Las últimas palabras hicieron eco en la cabeza de Fabrizio y
en sus ojos se reflejó el desconcierto, mientras miraba a su padre,
esperando que corrigiese lo que acababa de decir. Sin embargo,
al ver que no lo hacía, el miedo se apoderó de él y su cuerpo fue
recorrido por un espasmo que fue tensando cada uno de sus
músculos, hasta ponerlos rígidos como una piedra, y sus latidos
enloquecieron.
—No…, no puede ser —dijo mientras negaba con la
cabeza—. Esto es un absurdo…, es una completa locura. ¿Por
qué me miente, padre? —preguntó mirándolo a los ojos.
—No te estoy mintiendo, Fabrizio —respondió Luciano con
la voz más ronca, se dejó caer en el sillón y cerró los ojos, porque
toda la adrenalina comenzaba a disiparse.

388
—Mamá, tía Emilia, tiene dos hijas; tío Cesare, solo tiene a
Leonardo… —Su madre solo asentía mientras lo miraba a los
ojos, él desvió la vista nuevamente a su padre—. Y usted ni
siquiera tiene hermanos, así que no entiendo cómo es que ese
hombre puede ser mi primo —cuestionó Fabrizio, echándole
apenas un vistazo, para que la rabia no resurgiera en él.
Luciano se quedó en silencio mientras buscaba en su cabeza
las palabras para contarle esa verdad que ni siquiera él había
asimilado del todo; aunque su relación con Benjen, había
mejorado bastante, prefería seguir viéndolo como un amigo, pero
llamarlo hermano y sentirlo así, era algo para lo que no estaba
preparado. Fabrizio aprovechó el mutismo de su padre, para
buscar a Fransheska, ella le diría toda la verdad porque, más que
hermanos, eran cómplices y sabía que nunca le mentiría; sin
embargo, antes de que pudiera tener una respuesta de ella, la vio
desviar la mirada y ese gesto provocó que un enorme agujero se
formara en su estómago, anunciándole algo muy malo.
—Fabrizio… —Luciano lo llamó para atraer su atención—,
lo que voy a explicarte no será fácil de asimilar, pero es la verdad,
así que, te ruego que escuches con atención y que me dejes
terminar, antes de hacer algún comentario.
Fabrizio asintió mientras el miedo iba calando en su interior y
sus entrañas se encogían, no era la primera vez que sentía algo
así, era la misma sensación que tuvo cuando llegó al frente en
Ypres y supo que su vida cambiaría. Su padre continuó con el
relato y a medida que avanzaba, las emociones en él se
intensificaban, pasó por el dolor, la angustia, la culpa, la rabia, la
impotencia y muchos sentimientos más a los que no podía darles
una definición exacta.
Cuando le reveló quiénes eran los padres del hombre que se
había hecho pasar por él, el asombro fue tan grande, que se sintió
abrumado y; de inmediato, su mirada voló hacia la pareja sentada
a su izquierda. Pudo ver en las miradas de los duques, que su
padre decía la verdad, en ese instante, toda su teoría se fue por la

389
borda, ya no podía culparlo de ser un estafador, porque no tenía
necesidad; por el contrario, estaba en una posición mucho más
acomodada, pues era un conde.
—Sigo sin entender… —Fabrizio trataba de concentrarse
solo en las palabras de su padre, ignorando las reacciones de las
personas a su alrededor, que solo lo ponían más nervioso.
—Te juro que yo me sentía tan desconcertado como tú,
porque esta verdad me cambió la vida… Y todavía no la he
asimilado del todo.
—¿De qué verdad habla, padre? —preguntó con voz ahogada,
mientras sus pupilas nerviosas lo miraban.
—Yo… no soy hijo de Alfonzo Di Carlo —confesó, un
sollozo se escapó de su garganta y se llevó ambas manos al
rostro—. Mi padre bilógico fue Christopher Danchester, el
noveno duque de Oxford.
—¿Cómo dice? —preguntó Fabrizio y dos lágrimas se les
escaparon, mientras el pecho se le agitaba—. Por favor,
explíquese.
—Tu abuela tuvo una relación con Christopher Danchester y
quedó embarazada, pero él era un hombre casado y ella decidió
terminar con ese amorío, por el bien de Benjen y el mío… Poco
tiempo después, conoció a tu abuelo Alfonzo, era el doctor que
llevaba el control de su embarazo y se ofreció a ayudarla, estoy
seguro de que lo hizo porque estaba enamorado de ella y porque
él…
Luciano, se detuvo y cerró los ojos, apretando con fuerza los
párpados, como si con eso pudiera escapar del dolor y la rabia
que sintió al descubrir que toda su vida, estuvo engañado. Un
sollozo se escapó de su garganta mientras negaba con la cabeza.
Sintió que más lamentos pujaban por salir de su garganta, pero
no quería mostrarse tan vulnerable y afectado, así que se esforzó
por tomar aire para calmar esa tormenta emocional que lo
azotaba y poder contener su llanto.

390
—Luciano, si quieres yo puedo… —Benjen lo vio en esa
situación y quiso ayudarlo, pero su hermano elevó una mano,
pidiéndole con ese gesto que lo dejara continuar.
—Estoy bien, estoy bien —repitió pasándose las manos por
la cara para secarse las lágrimas, inspiró hondo y posó la mirada
en su hijo, una vez más—. Tu abuelo, Alfonzo, no podía tener
hijos, así que no dudó en hacerse cargo de mi madre, de mí y
cumplir su sueño de ser padre… Yo no sabía que él era estéril,
siempre pensé que había decidido no tener más, porque mi madre
estuvo a punto de morir durante mi nacimiento —explicó con la
voz vibrándole por las emociones que no le daban tregua, una
vez más, tomó aire para calmar los latidos desbocados de su
corazón y lo miró—. Benjen, es mi hermano mayor, así que es tu
tío y el de Fransheska, lo que significa que Terrence y tú son
primos, por eso tienen ese parecido tan asombroso, porque
ambos lo heredaron de Christopher Danchester.
Fabrizio no lo podía creer, todo le parecía tan confuso que;
incluso, comenzaba a sentirse mareado, cerró los ojos un
momento mientras tomaba aire e intentaba sosegar los latidos de
su corazón, que parecían retumbarle en las sienes. La cabeza le
dolía y no le extrañaba en lo absoluto, después de recibir toda esa
avalancha de información, era lógico que se sintiese de esa
manera, abrumado, desconcertado, dolido y, lo peor de todo era
que, no sabía qué hacer o decir, veía a su padre tan atormentado,
pero no tenía palabras para consolarlo.
—Ninguno de los dos estábamos al tanto de esto, había sido
un secreto que nuestros padres guardaron, pero que mi
secretario, Octavio, se vio en la necesidad de revelarlo, para evitar
que yo enviara a mi hermano a la cárcel —añadió Benjen,
mirando a Fabrizio.
Su sobrino le dedicó una mirada cargada de desconcierto
mientras soltaba un par de lágrimas, su imagen parecía la de un
niño completamente perdido y frágil. Nunca había visto una
mirada igual en Terrence, ciertamente, su hijo se había mostrado

391
vulnerable en un par ocasiones, pero lo de Fabrizio era mucho
más; entonces, supo que, a pesar de ser un hombre de veintitrés
años, no lo era emocionalmente.
Fabrizio sentía que su mente estaba envuelta en una especie
de neblina, en los que iba buscando recuerdos con sus abuelos,
porque necesitaba encontrar indicios que le confirmaran que lo
que decía su padre y el duque, era verdad. Ellos siempre fueron
muy unidos y se veían tan enamorados, la complicidad que tenían
era algo que él siempre había admirado y deseado también,
siempre estaban juntos.
—No…, nada de esto puede ser verdad —refutó, mirando al
duque, pero un recuerdo llegó hasta su cabeza y el corazón se le
encogió.
Él tenía unos doce años y su abuela estaba muy mal con el
alzhéimer o; quizá, solo recordaba lo que más anhelaba, la
cuestión fue que ese día, ella le rogó que la llevara hasta el ático
de su casa en Florencia, donde guardaba su cofre de secretos. Él
la llevó para evitar que subiera sola y sufriera una caída. Christie,
le pidió que moviera algunas cajas y encontró el famoso cofre, se
lo entregó y ella lo abrió; dentro, había unos recortes de
periódicos, en los que siempre aparecía el mismo hombre, era un
duque británico de cabello oscuro y ojos claros.
De inmediato, pensó que ese era el hombre con el que su
abuela lo confundía cada vez que lo llamaba: «mi duque». La miró
extrañado, pero su sonrisa al ver a ese hombre le impidió juzgarla
y se convenció a sí mismo de que, a lo mejor, solo se trataba de
una fantasía de la juventud. Sin embargo, la revelación que su
padre acababa de hacerle confirmaba aquello que en un principio
sospechó, pero no quiso creer, ahora comprendía por qué su
abuelo, Alfonzo, se ponía serio cada vez que la escuchaba
llamarlo así y la alejaba de él.
Fabrizio retuvo un sollozo al regresar de sus recuerdos y su
mirada se perdió una vez más en el rostro de su padre, que seguía
llorando, quería ponerse de pie y correr hasta él, para abrazarlo,

392
pero la conmoción de descubrir todo eso lo tenía congelado en
ese lugar. No podía entender por qué sus abuelos los habían
engañado de esa manera, sin pensar en el daño que eso les haría
como familia.
—Padre. —Lo llamó con un hilo de voz—. En verdad lo
siento, no sé qué decir en este momento, necesito tiempo. —Se
soltó del abrazo de su madre y se puso de pie, debía salir de allí,
porque sentía que se estaba ahogando bajo el peso de toda esa
verdad.
Su mirada se cruzó con la de Terrence y pudo ver que él
también lo observaba, pero no de forma altiva o reprobatoria;
por el contrario, su mirada se mostraba comprensiva y eso lo hizo
sentir peor, porque le recordó lo mal que había actuado. Fabrizio
no pudo mantenerle la mirada, porque estaba demasiado
avergonzado por haber actuado de manera tan violenta y
precipitada, bajó el rostro y sin decir una sola palabra, caminó
hasta la puerta, la abrió y salió del despacho.
—Fabrizio… —Marion se puso de pie para ir con él, sabía
cuánto estaba sufriendo su esposo en ese momento.
—Marion…, es mejor dejarlo solo un momento —susurró
Fiorella, que se había puesto de pie, para consolar a su esposo.
Marion asintió y se sentó, solo por complacer a su suegra, no
porque quisiera quedarse allí, sabiendo que su esposo la
necesitaba en ese momento. Desvió la mirada hacia Manuelle,
para ver si podía contar con su ayuda y convencer a la madre de
Fabrizio, para que la dejara ir con él, pero su hermano negó con
la cabeza, haciéndole saber que estaba de acuerdo con su suegra.
Terrence sintió un gran vacío en el estómago y su corazón,
cuando vio a Fabrizio salir del estudio, sin siquiera decirle una
palabra; no esperaba una disculpa, aunque eso habría sido lo
correcto. Tampoco esperaba que se mostrase feliz o complacido
con la noticia de su parentesco; simplemente, deseaba que les
diese la oportunidad a todos de explicarle cómo se sentían y
cómo habían manejado esa situación.

393
Sabía perfectamente que también había estado mal, que su
actitud retadora lanzó más leña al fuego que estaba consumiendo
por dentro a Fabrizio, pero ¿qué podía hacer? Lo había sacado de
sus cabales. Soportó estoicamente cada insulto, acto de violencia
y sus miradas cargadas de desprecio, pero lo que no podía
aguantar era que viniese a darse golpes de pecho y le echase en
cara a Luciano la culpa.
Todos estaban conscientes de que su tío había sido el culpable
de la mayor parte de ese desastre, pero eso no libraba a Fabrizio
de su responsabilidad, porque de no haber sido por la decisión
que tomó, Luciano jamás se hubiese visto en la obligación de
hacer todo lo que hizo; entonces, ¿a qué demonios venía tanto
drama y esa postura de ofendido que mostraba? Respiró
profundamente para calmarse, porque sentía que, una vez más, la
rabia le carcomía el pecho.
—Terry, salgamos a tomar un poco de aire, te hará bien —
mencionó Victoria, poniéndole una mano sobre el hombro, que
estaba rígido como una piedra y su mirada lucía sombría.
—Sí, creo que será lo mejor —respondió con un tono ronco.
Intentó esbozar una sonrisa para alejar la preocupación que
veía en su mirada, no quería que todo eso afectara a su embarazo;
sin embargo, no consiguió que sus labios formaran ese gesto.
Sujetó la mano de Victoria y la apretó con suavidad, sintiendo de
inmediato la fortaleza que solo ella le brindaba; se puso de pie y
su mirada se encontró con las de los demás, que mostraban su
preocupación por lo acontecido.
—Terrence…, lamento tanto toda esta situación, debí haber
reunido el valor para hablar con Fabrizio y aclarar las cosas antes
que algo como esto sucediera —dijo Luciano, mirándolo.
—No tiene que lamentarse por nada… Usted no es el único
responsable de todo esto, cada uno tenemos nuestra cuota de
culpa, así que, deje de ponerse esa carga tan pesada sobre sus
espaldas y asumirla de manera exclusiva… —Se detuvo para
liberar un suspiro, que más parecía un lamento, y bajó el rostro—

394
. Yo soy quien tiene que disculparse con todos por mi
comportamiento, no debí responder a las agresiones de Fabrizio,
él está en recuperación y pude lastimarlo seriamente; en verdad,
lo lamento, Marion, tía Fiorella —dijo mirándola a los ojos, para
que supieran que era sincero.
—Está bien, querido… También lamento haberme alterado,
es solo que tenía miedo de que pudieran lastimarse —comentó
Fiorella con la tristeza todavía vibrando en su voz.
—Lo importante es que la situación no pasó a mayores —
acotó Amelia, para aligerar la culpa que veía en su hijo.
—No te sientas mal, Terry… Todos aquí sabemos que estabas
tan preocupado por la salud de Fabrizio como nosotros, que no
hacías más que procurar su bienestar y; que, si existe alguien que
está actuando de mala manera, es mi hermano. Lo adoro con
todo mi corazón, pero la manera en la que te atacó no tiene
ninguna justificación… Me duele demasiado verlo así, jamás
pensé que mi hermano pudiese llegar a ser tan intransigente y
violento… Fabri no era así —sollozó y se limpió rápidamente
una lágrima que rodó por su nariz—. Sé que ha pasado por
situaciones horribles, que vivió un infierno en la guerra, pero él
tuvo mucho de culpa en todo lo que le pasó… —Se interrumpió
para tomar aire y lamentó decir eso delante de Marion, pero
necesitaba desahogarse—. Lo siento, pero es hora de que todos
nos hagamos responsables de nuestros actos y comprendamos
que no existe un villano en esta situación, lo ocurrido fueron
circunstancias del destino, y Fabrizio debería poner también de
su parte, como lo hemos hecho todos. —Se expresó con esa
madurez que había ganado, gracias a tantas situaciones difíciles
que había atravesado desde joven.
—Fabrizio… solo está confundido y dolido, pero sé que
entenderá, no es un mal hombre. —Marion no pudo evitar
defenderlo.
—Lo sabemos, hija…, por eso le daremos el tiempo que
necesite para que pueda asimilar todo esto —comentó Luciano,

395
consciente de lo difícil que era, pues él aún estaba lidiando con
ello.
—Sí, solo espero que no se le dé por marcharse y desaparecer
de nuevo de nuestras vidas. —Fransheska soltó ese comentario
sin pensar, estaba muy dolida y molesta con su hermano, porque
nada justificaba ese odio desmedido hacia su primo o los
reproches que le hizo a su padre—. Lo lamento, Marion… —
dijo al ver que sus palabras la lastimaron. Era mejor que saliese,
se puso de pie y dio un par de pasos para caminar hacia la puerta.
—Fran, ¿a dónde vas? —inquirió Fiorella con preocupación.
—A tomar un poco de aire, madre… No deseo quedarme
aquí, reviviendo todo lo que sucedió, y tampoco puedo hablar
con Fabrizio, porque es obvio que no entenderá de razones en
este momento. Creo que todos necesitamos un momento para
calmarnos y pensar con tranquilidad y decidir cómo debemos
actuar —contestó mirándola.
—Creo que es lo mejor —indicó Brandon, le extendió la
mano para acompañarla y les dijo con la mirada a sus suegros que
no se preocupasen, que cuidaría de su prometida.
Luciano y Fiorella asintieron, confiando en él, y los vieron
salir, no dejaron de sentirse preocupados por ella, pues siempre
salía afectada de alguna u otra manera con todo lo que sucedía en
la familia. Muestra de ello era su deseo de tener a Fabrizio a su
lado, mientras caminaba hacia el altar. Deseo que, tal vez, no se
haría realidad, si no conseguían que su hijo comprendiese todo lo
sucedido y limara las asperezas con Terrence.

396
Capítulo 31

Marion se puso de pie y aprovechó la oportunidad que su


cuñada le brindaba al dejar la puerta abierta, aunque los padres de
Fabrizio no creyesen prudente que su esposo tuviese compañía;
ella sabía que él la necesitaba, pues más allá de la actitud que todos
le reprochaban y que ella tampoco justificaría, sí podía
comprenderla. Era, tal vez, la única que sabía todo lo que su
esposo sentía hacia Terrence, y que, aunque le explicasen una y
mil veces lo que había ocurrido, le sería muy difícil hacer que ese
odio desapareciese en un abrir y cerrar de ojos.
—Se necesitaría de un batallón para mantenerla alejada de
Fabrizio —dijo Manuelle, al ver que los padres de su cuñado
posaban la mirada en Marion, que abandonaba el despacho. Ellos
se volvieron a mirarlo y aprovechó para justificar la actitud de su
hermana, aunque la verdad, no tenía que hacerlo, Marion solo
estaba actuando como lo haría una buena esposa—. Si ella siente
que Fabrizio la necesita, estará junto a él, aunque tenga que
enfrentarse a quien sea; créanme, lo sé por experiencia. Aun si mi
cuñado no la necesitase, ella estaría allí.
—Claro…, comprendemos —mencionó Fiorella con una
sonrisa.
—Yo también me retiro —anunció Terrence, sin mirar a nadie
en particular, porque seguía apenado—. Una vez más,
discúlpenme por todo. —Después de eso, salió.
Una vez en el salón, miró a ambos lados porque no sabía a
dónde ir, se sentía desorientado y abrumado por los sentimientos
que lo atormentaban sin piedad, exigiéndole que los dejara salir.
Pensó en ir a cabalgar de nuevo, pero no quería separarse de

397
Victoria y sabía que, en su estado, ella no podía acompañarlo,
soltó un suspiro pesado y cerró los ojos, para poner en orden sus
pensamientos.
—Te llevaré a un lugar que te hará olvidar todo esto —esbozó
Victoria, acariciándole el pecho y le rozó los labios con suavidad.
Él abrió los ojos y ella le dedicó una hermosa sonrisa, se le
había ocurrido una idea que estaba segura lo animaría o; por lo
menos, haría que dejase de atormentarse. Terrence sonrió y ella
interpretó eso como un sí, se puso de puntillas y lo besó con
mayor intensidad.
—Bien, antes, necesito subir para buscar mi bolso… Y
también tengo que pedirle un favor a tu madre —dijo con una
sonrisa traviesa bailando en sus labios y su mirada.
—¿Qué está tramando esa hermosa cabecita? —preguntó
intrigado.
—Ya lo verás…, espérame aquí, por favor, enseguida regreso.
Victoria subió las escaleras de prisa, llegó a su habitación y
tomó una maleta pequeña, aunque había dejado algunas prendas
en su casa, dudaba que alguna le quedase. Agarró un camisón,
ropa interior y un par de vestidos, también su cepillo de dientes;
luego, buscó el cofre donde guardaba las llaves que le había
entregado su suegra, hacía mucho y las tomó para guardarlas en
su bolso; después, se dirigió a la habitación de Terrence y repitió
el mismo procedimiento. Cuando regresó al salón, su novio
estaba en compañía de sus padres, se le notaba más tranquilo, los
tres se sorprendieron al verla con la maleta.
—Vicky…, ¿por qué llevas esto? —preguntó Terrence y se
acercó rápidamente para tomar el equipaje.
—Después te explico, ahora ve a preparar un auto. —No le
dio tiempo para hacer más preguntas—. Amelia, necesito pedirle
un favor —dijo y la tomó por el brazo para alejarse.
—Por supuesto, querida —dijo mirándola con curiosidad.
—Quiero alejarlo de toda la tensión que hay en este lugar, al
menos, por un par de días y pensé en llevarlo a nuestra casa —

398
hablaba en susurro con su suegra, para que su novio no la
escuchase.
—Eso me parece fantástico, justo la semana pasada le pedí a
dos empleadas que fuesen a limpiarla, como ya hemos terminado
con los preparativos de la boda, pensé que a lo mejor querían
empezar con la decoración de la casa y que estuviese lista a su
regreso de la luna de miel —explicó en el mismo tono de su
nuera.
—Muchas gracias, no tendremos que lidiar hoy con el polvo
—dijo riendo con alivio—. Pero lo que deseaba pedirle era algo
más…
Amelia asentía mientras escuchaba las palabras de Victoria,
aprobando con una sonrisa la idea, porque sabía que eso, sin
duda, haría que Terrence olvidase el amargo episodio que vivió
con su primo; incluso, podía jurar que se pondría muy feliz.
Le aseguró que se encargaría de todo, llamaría a Thelma, que
seguía cuidando la propiedad, y le pediría que llevase todo lo que
le había pedido Victoria, y algunas cosas más.
—La casa tiene los servicios restaurados y el teléfono
funciona, así que, cualquier cosa que necesiten, solo tienes que
llamarme. De verdad, muchas gracias por esto que haces por mi
hijo.
—No tiene nada que agradecerme, amo profundamente a
Terry y haría lo que fuera por verlo feliz y en paz —comentó
sonriendo y le dio un fuerte abrazo, agradeciéndole su apoyo.
—Ya hice lo que me pediste, Vicky… Ahora, dime qué
planeas.
—No seas tan impaciente, ya te lo diré. —Se acercó a su
suegro y le dio un abrazo para despedirse—. No se preocupe,
cuidaré de él.
—Lo sé. —Benjen no había escuchado los planes de su nuera,
porque salió junto a Terrence, pero confiaba en ella.
—Mi vida. —Amelia se acercó a su hijo y le acunó el rostro
para mirarlo a los ojos—. Te adoro tal y como eres, recuérdalo

399
siempre, por favor. —Se acercó y le dio un beso en la frente,
luego lo abrazó.
—Lo haré, gracias, madre… —esbozó sin siquiera esforzarse
en sonreír, porque sabía que no lo lograría, pero le besó la mejilla.
—Todo estará bien, Terrence. —Benjen también lo abrazó
muy fuerte—. Cuídense mucho —pidió mirándolo a los ojos.
Terrence y Victoria asintieron, luego se tomaron de la mano
y, con pasos seguros, se dirigieron a la puerta principal, que
Octavio mantenía abierta. Antes de salir, no pudo evitar que su
mirada se desviara a la escalera y que la preocupación por
Fabrizio cruzara su mente; sin embargo, decidió que intentaría no
pensar en lo sucedido y solo se dedicaría a lo que fuese que
Victoria tenía en mente.

Marion abrió la puerta de la habitación con mucho cuidado y


vio a Fabrizio sentado al borde de la cama, de espaldas a ella, supo
que estaba llorando cuando lo escuchó sollozar. Se acercó y
Fabrizio elevó la mirada, mostrando sus ojos enrojecidos por
todo el llanto que había derramado. Su mirada reflejaba el
inmenso dolor que estaba sintiendo.
Se sentó a su lado mientras su mirada se perdía en el rostro
desencajado del hombre que amaba, con la mano empezó a
recorrer con infinita ternura su espalda, para darle consuelo. Le
dio un beso en el hombro y dejó descansar la barbilla sobre este,
sabía que a veces no eran necesarias las palabras entre los dos,
solo bastaba con estar así, para que él supiera que ella siempre
estaría allí para él.
Fabrizio liberó todos los sollozos que lo estaban ahogando y
se aferró a ella como si fuese su tabla de salvación, pero luego se
alejó del refugio y llevó los codos hasta sus rodillas, se cubrió el
rostro con las manos y trataba de sofocar los sollozos. Negó con
la cabeza para aclarar sus pensamientos, necesitaba entender
muchas cosas que giraban en su cabeza, pero solo se veía
arrastrado a los recuerdos de su infancia, al lado de sus abuelos.

400
Marion sabía que, por el momento, no podía hacer nada más
que dejar que Fabrizio sacara de su pecho todas esas emociones
que lo estaban torturando. Mientras ella lo consolaba con besos
y caricias, intentando no mostrar el dolor que sentía al verlo sufrir
de esa manera; no podía liberar el llanto que colmaba su garganta,
porque debía ser un pilar para él y llenarlo de fortaleza.
Después de un rato, sintió cómo el llanto de su esposo
comenzaba a menguar, por lo que, llevó sus manos para acunarle
el rostro y hacer que la mirara a los ojos. Le limpió con los
pulgares las lágrimas, se acercó para besarlo en los labios.
—No lo entiendo…, yo… no puedo creerlo, ellos se amaban,
me consta que se amaban mucho, Marion —esbozó de repente,
poniendo en palabras todas las dudas que lo asaltaban.
—Estoy segura de eso, mi amor… Tus abuelos se querían
mucho, pero ella también amó al duque, su historia fue…
complicada. Tal vez cuando estés más calmado, puedo pedirle al
señor Octavio, que venga y te la cuente —sugirió mirándolo a los
ojos y le acarició la frente.
—No, no quiero saber nada de eso… Alfonzo Di Carlo,
seguirá siendo mi abuelo, no me importa lo que digan los demás
—expresó con resolución, porque nada cambiaría sus
sentimientos.
—Lo entiendo y jamás te pediría que dejaras de sentirlo como
tal, ninguno de tus familiares lo ha hecho, pero quizá, escucharlo
te ayude a comprender que en esta historia no existe ningún
villano, todos han sido víctimas de las circunstancias —comentó
con cautela y esperaba que él entendiera que Terrence no era una
mala persona.
—Marion… —calló sin saber cómo continuar esa
conversación, no quería seguir pensando en ello, porque entre
más lo hacía, más se sentía confundido por el proceder de sus
abuelos—. Necesito tiempo para intentar comprender todo esto,
te prometo que cuando esté preparado, hablaré con ese señor…
y con mi padre.

401
—Está bien, vamos a darnos un baño de agua caliente, eso
nos ayudará a relajarnos. —Le pidió y no hizo falta que él le dijese
nada, pues con la mirada le dejó ver que la obedecería.
—¿Me acompañarás? —preguntó rogando para que ella dijera
que sí, porque necesitaba de su calor.
Marion asintió con una sonrisa, bajó de la cama y lo agarró de
la mano para ayudarlo a levantarse. Él lo hizo lentamente y no
porque no pudiese, sino porque sentía que un peso se había
posado sobre su espalda, le costaba reconocerlo, pero sabía que
era el remordimiento por su actitud de hacía un momento.
Ella abrió el grifo y sin perder tiempo encendió el hornillo,
para que el agua se calentara; de inmediato, una nube de vapor
comenzó a llenar el baño. Fabrizio seguía vestido y Marion vio
que estaba algo distraído, ya que se había quedado mirando uno
de los botones de su pijama, así que ella se encargó de desvestirlo
y luego le ayudó a entrar en la tina.
Una vez que Fabrizio estuvo sentado, ella empezó a quitarse
todas las prendas y, por primera vez desde que salió del coma,
quedó desnuda delante de él. Le regaló una sonrisa al ver cómo
la miraba, no con deseo, como normalmente hacía desde que
despertó, sino con una ternura que la conmovió; recibió la mano
que le ofrecía y se sujetó fuerte para entrar en la bañera y quedó
sentada frente a él.
—¿Por qué eres tan buena con este tonto? —preguntó con las
lágrimas pujando por desbordarlo, una vez más.
—Porque amo con todo lo que tengo a este tonto —
respondió con una hermosa sonrisa—. Y te entiendo, porque he
visto tu dolor, tu impotencia y tu angustia, desde que te enteraste
de que alguien más ocupaba tu lugar… Sabía lo que sentías
hacia… Terrence… —Lo vio fruncir el ceño cuando escuchó ese
nombre—. Comprendo que, si actuaste así, solo fue porque
sentías que debías defender a tu familia. Tal vez, no fue la mejor
manera, pero tampoco podían esperar que no reaccionaras —
acotó tomando sus manos y besándolas.

402
Las emociones aun latían con fuerza en su interior y lo
torturaban cada vez que su mente recreaba la escena acontecida
esa mañana; había sido un completo desconsiderado con su
padre. Trató de retener un sollozo, pero fue en vano porque igual
se escapó de su pecho, ahora que estaba más calmado era
consciente de que se dejó dominar por la rabia y acabó mostrando
la peor parte de él, frente a todos.
—No quiero que mi familia piense que me he convertido en
alguien más, que la guerra me volvió un hombre violento, porque
he luchado durante años para liberarme de todo lo que viví en
ese infierno.
—Yo sé, mi amor…, estoy segura de que ellos también lo
saben. Lo que sucedió fue solo un arranque de rabia, cuando
todos estén más calmados, les pedirás disculpas y olvidarán este
episodio.
Fabrizio asintió con un gesto tenso y bajó su mirada, la idea
de pedirle disculpas al hijo del duque, no estaba en sus planes,
pues él también lo había atacado. Marion se acercó para
abrazarlo, le dedicó una hermosa sonrisa y rozó sus labios un par
de veces. Después, con una esponja le frotó el cuerpo y
delicadamente acarició sus párpados, que estaban bastante
hinchados; subió sus labios para besarlos mientras lo abrazaba
tan cerca como su vientre se lo permitía.

Terrence condujo hasta el portón de la propiedad y se sintió


aliviado al ver que no había un solo periodista en las
inmediaciones, tal vez se habían cansado de esperar por alguna
novedad. Uno de los hombres de seguridad se acercó y le
preguntó si no llevaría escolta, él respondió que no era necesario,
lo último que deseaba era tener que lidiar con la presencia de un
par de extraños siguiéndolos.
—Dirígete al norte, por Old Westbury —dijo Victoria, una
vez que atravesaron el gran portal de hierro forjado.
—¿Hacia dónde vamos, pecosa? —preguntó con curiosidad.

403
—Lo descubrirás pronto —respondió sonriendo y le acarició
la mano que sostenía la palanca de cambios. Luego volvió la
mirada hacia la ventanilla y se concentró en leer los avisos que le
había indicado su suegra, sonrió al ver uno—. Continúa por
Powerhouse.
—Está bien, señora misteriosa —respondió él, mostrando
una sonrisa, aunque no tan entusiasta como la de ella.
—Ahora, gira a la derecha con dirección a Roslyn. —Lo miró
para ver su reacción al escuchar el lugar a donde iban.
—¿Vamos a nuestra casa? —preguntó parpadeando y alternó
su mirada entre Victoria y la carretera Lincoln.
—Así es —dijo, mostrando una gran sonrisa. Aprovechó que
se habían detenido en un semáforo y lo besó.
Por primera vez desde el altercado, Terrence dejaba ver una
sonrisa genuina y eso la hizo sentir muy feliz con la decisión que
había tomado, sacarlo de la mansión Danchester fue lo mejor
para él. Solo esperaba que, estando en su casa de Roslyn, lograse
hacer que se olvidara de lo sucedido, al menos, durante un par de
días, él agarró su mano y se la llevó a los labios para darle un beso,
justo antes de ponerse en marcha.
Minutos después, estaban frente a la propiedad que había sido
testigo de la entrega de sus votos y del momento en el que
consumaron su amor. Terrence sintió un cúmulo de emociones
al ver que seguía luciendo exactamente igual; él se había visto
tentado de visitarla, antes de partir hacia Europa, pero pensó que
estar allí solo alimentaría su dolor, así que eso lo hizo desistir.
—No ha cambiado nada —esbozó recorriendo con su mirada
los ventanales, el balcón y la amplia puerta principal.
—Nos ha estado esperando todo este tiempo —susurró
Victoria emocionada y con la mirada cristalizada—. Vamos,
tenemos un fin de semana para disfrutarla, será como en los
viejos tiempos —añadió entusiasmada y bajó del auto.
—Será mejor que en los viejos tiempo —acotó él mientras le
rodeaba la cintura con el brazo y le daba un beso en el cuello.

404
Victoria se estremeció de deseo y anticipación ante esa
declaración, debía admitir que extrañaba sus encuentros íntimos,
ya que, con la casa llena de tantas personas, no se atrevían a tener
relaciones. Sin embargo, allí tendrían absoluta libertad para
disfrutar de sus cuerpos y liberar las riendas de su pasión; además,
ahora contaban con más experiencia y aprovecharían cada
minuto de ese tiempo a solas.
Ella sacó las llaves de su bolso y estaba a punto de ponerlas
en la cerradura cuando escuchó que unos pasos se acercaban
desde el interior.
—¡Bienvenidos! —dijo Thelma con una gran sonrisa, luego de
abrirles la puerta—. ¡Por Dios, señor Terrence! ¡Qué alegría verlo!
—Se acercó saltándose todas las normas sociales y lo abrazó.
—También me alegra mucho verla, señora Thelma —dijo
mientras sonreía y no podía evitar sentirse algo extraño, pues no
era muy dado a recibir ese tipo de demostraciones afectivas.
—Estoy tan contenta de que estén juntos de nuevo, cuando
los vi en la prensa, no lo podía creer —comentó mirando a
Victoria—. Se ve muy hermosa, señora… Perdón, señorita
Anderson.
—Muchas gracias, Thelma, y no tiene que disculparse, ya me
siento la señora Danchester, desde el momento en que nos
conocimos.
—El destino intentó separarlos, pero Dios siempre obra en la
vida de sus hijos, y logró reunirlos de nuevo —expresó con
emoción.
Los tomó de las manos y se las puso una sobre la otra,
agradeciendo en ese momento al cielo y sintiendo un enorme
alivio, porque no había dejado de sentirse culpable desde que dejó
que aquella malvada mujer entrara en la casa y se la llevara. Los
abrazó sin dejar de sonreír, luego les dejó un momento para que
vieran la casa, que estaba igual a como la habían dejado, mientras
ella acomodaba en la despensa y el refrigerador, la compra que
hizo por petición de la señora Amelia.

405
—Gracias por mantener la casa en buenas condiciones, no
parece que hubiese estado sola durante tanto tiempo —dijo
Terrence viéndola.
—No tiene nada que agradecer, lo hice con mucho cariño…
Bueno, ahora los dejo, para que puedan tener la casa para ustedes
solos. En la cocina tienen la comida que me encargó su señora
madre y también puse productos nuevos en los baños. En la guia
telefónica resalté mi número, por si necesitan algo, no duden en
llamarme.
—Gracias por todo, señora Thelma, vaya con cuidado. —
Victoria la despidió con un abrazo y un beso en la mejilla.
—Nos vemos, Thelma —siguió el ejemplo de su novia y la
abrazó.
La acompañaron hasta la puerta y la vieron alejarse; luego,
comenzaron a recorrer la casa, deseaban sentirse en ese lugar
como la primera vez que la disfrutaron juntos. Con todo lo
sucedido, a ninguno le dio tiempo de desayunar, aunque Terrence
no tenía mucho apetito, sabía que su pecosa debía alimentarse,
para que su bebé creciera sano y fuerte, así que se puso manos a
la obra y la complació, preparándole un emparedado de pollo y
mayonesa.
—¿En qué te ayudo? —preguntó ella con una sonrisa
entusiasta.
—Tranquila, solo quédate sentada, yo me encargaré de todo.
—Eso me encantaría, pero si me quedo solo mirándote, voy a
empezar a fantasear contigo y; antes de que termines la receta,
voy a arrastrarte a la habitación —confesó y sonrió con picardía.
—¡Pecosa! —exclamó con parpadeos de asombro.
—¿Qué? —preguntó riendo—. Tú me animaste a expresarme
con libertad y ser sincera siempre sobre mis deseos carnales.
—Sí… y me hace feliz que lo seas, pero ahora me pusiste en
una disyuntiva, no sé si seguir con esto para alimentarte a ti y a
mi hijo, o subir a nuestra habitación y hacerte el amor —señaló
mirándola.

406
—Bueno, puedes hacer las dos cosas, primero vamos a comer,
porque en serio me muero de hambre, luego subimos para que te
dediques a consentirme por lo que resta del día —sugirió
sonriendo.
Se acercó a Terrence, que seguía sorprendido por su
desenvoltura, le dio un roce de labios, porque sabía que, si lo
besaba, no se iba a poder contener y ni siquiera subirían. Le
pediría que le hiciera el amor allí mismo, como casi hicieron en
Escocia, cuando jugaron con la mermelada. Su novio le
respondió con entusiasmo, pero ella se alejó, dejándolo con ganas
de más, le dedicó una sonrisa sugerente y luego se concentró en
buscar una olla, para poner a hervir agua para el pollo.
Mientras esperaba, Victoria le quitó un pan, lo llenó de
mermelada de fresa y empezó a comerlo delante de él,
aparentemente, su actitud era inocente. Sin embargo, las miradas
que le dedicaba su rebelde al ver cómo se pasaba la lengua por
los labios, dejaban claro que, no lo eran tanto, pero mantuvo su
decisión de alimentarla primero y después haría todo lo que
estaba recreando en su cabeza justo en ese momento.
—Como no te concentres, perderás un dedo —dijo ella, al ver
que no dejaba de mirarla mientras picaba la lechuga.
—Sí, pues será tu culpa… Mermelada de fresa, ¿en serio,
pecosa? —preguntó elevando una ceja. Ella solo se encogió de
hombros y le dedicó una sonrisa de supuesta castidad.
Media hora después, estaban degustando los deliciosos
emparedados de pollo y mayonesa, que quedaron tan deliciosos
como la primera vez que él se los preparó, por eso se animaron a
comer más de uno. Sus estómagos quedaron tan llenos, que
ambos supieron que su idea de subir a la habitación para hacer el
amor debía esperar hasta que hicieran digestión, así que,
decidieron salir a caminar un rato, dentro de los terrenos de la
propiedad.
—Viendo esos árboles tan altos y gruesos, se me acaba de
ocurrir una idea —comentó ella, volviéndose para mirarlo.

407
—Cuéntamela —pidió parándose detrás de ella y rodeándole
la cintura con los brazos, mientras miraba el par de robles.
—Quisiera que nuestros hijos tengan una casa del árbol, pero
no solo para los niños, también tienen que poder subir las
niñas… —Se volvió para mirar a Terrence a los ojos, quería que
la apoyara en ese sentido—. Ellas tendrán la misma oportunidad
para divertirse que sus hermanos, no quiero que deban quedarse
encerradas como me sucedió a mí, que mientras Anthony,
Christian y Sean, podían salir a pescar en el lago o pasar todo el
día en la casa del árbol, yo debía bordar y tejer; eso me parecía
tan injusto y desigual, que pasaba molesta todo ese tiempo,
aunque no era culpa de ellos, sino de mi tía, que no me dejaba.
—Nuestras hijas tendrán las mismas oportunidades que
nuestros hijos, van a poder montar a caballo, pescar, practicar
esgrima y tener una casa del árbol —pronunció Terrence con
sinceridad, porque deseaba cultivar en ellas, el mismo espíritu de
Victoria—. Tal vez, me cueste mucho no ponerme celoso cuando
les aparezca el primer pretendiente, pero seguiré el ejemplo de tu
padre y confiaré en el chico que ellas elijan.
—Serás un padre maravilloso —expresó Victoria con
emoción.
—Y tú una madre extraordinaria —dijo sonriendo y le dio un
par de toque en los labios, luego alzó la mirada para comenzar a
imaginarse cómo sería esa casa entre los dos robles—. Yo nunca
tuve una, pero más de una vez la deseé… Claro, no podía hacerla
en el colegio, no me lo permitían; tampoco podía hacerla en el
palacio de mi padre, a pesar de que sobraba el terreno, mi
madrasta jamás lo hubiese permitido, Además, que se supone que
se construyen para disfrutarla en compañía de hermanos, los
míos… Bueno, ni siquiera me hablaban, y tampoco tenía ningún
primo… —Se interrumpió sintiendo un nudo formarse en su
garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Terry… —susurró ella al percibir su cambio, su cuerpo fue
recorrido por un temblor muy leve, pero que Victoria logró

408
sentirlo, así como la tensión que lo invadió—. Amor…, Terrence,
mírame. —Le pidió acariciándole el pecho con ternura.
—Estoy bien…, estoy bien, Victoria —dijo, pero su voz
sonaba más grave de lo normal por las lágrimas que llenaron su
garganta.
Ella se quedó en silencio para darle su espacio y dejar que sus
sentimientos fluyeran cuando tuvieran que hacerlo; sabía que
todo lo ocurrido lo había afectado, aunque estaba luchando para
mostrarse fuerte, como siempre. Sin embargo, había cosas que lo
sobrepasaban y le causaban heridas, como el rechazo tan abierto
que mostró Fabrizio hacia él, que seguramente le recordó al que
tuvo que soportar durante años, por parte de sus medios
hermanos y su madrastra.

409
Capítulo 32

Terrence dejó que su mirada se perdiese entre el espeso follaje


que era atravesado por algunos rayos de sol, mientras las lágrimas
bajaban por sus mejillas sin que las notara. Una gran opresión se
adueñaba de su pecho y apenas lo dejaba respirar, era como si
algo creciera dentro de él y debía dejarlo salir o lo rompería.
Finalmente, se rindió ante lo inevitable y soltó un sollozo
cargado de dolor, una queja que brotaba de lo más profundo de
su alma.
Victoria le rodeó la cintura con sus brazos, al tiempo que
apoyaba su mejilla en la espalda del chico, sintiendo ese temblor
que lo invadía a causa de los sollozos que brotaban sin control de
su interior, comenzó a acariciar con suavidad el pecho de Terry.
—Estoy… bien, pecosa…, no es nada, ya pasó —dijo
limpiándose las lágrimas y respirando profundamente, para
aligerar la presión.
—No…, no lo estás, Terry, no tienes por qué fingir
conmigo… Mírame, por favor. —Le volvió el rostro para mirarlo
y, ver el dolor que reflejaban sus ojos, también la lastimó—. Mi
vida… —susurró con la voz estrangulada y lo amarró en un
abrazo.
Terrence rompió a llorar, dándole la libertad de sacar de su
pecho todo eso que lo lastimaba; el llanto amargo y doloroso que
brotaba de él, lo hacía estremecer. Después de unos minutos,
comenzó a calmarse, aunque a veces un sollozo se escapa de sus
labios y Victoria le acariciaba el cabello y las mejillas, recogiendo
con sus dedos las gruesas lágrimas que no dejaban de salir.
Caminaron hasta una pequeña banca de madera y se sentaron,

410
ella hizo que él recostara la cabeza sobre sus muslos y con suaves
caricias lo fue consolando.
—Yo deseé tantas cosas, Vicky… Pasé noches soñando que
mis padres llegaban al colegio y me llevaban con ellos, pero los
años pasaban y nada ocurría… ¿Qué no hubiese dado yo, por
haber recibido lo que Fabrizio tenía y que lanzó a un barranco,
por su desengaño? —confesó en medio de una tempestad que
desataba toda la impotencia, el resentimiento y el dolor que había
soportado por años.
—Lo sé, mi amor…, lo sé…, pero ya todo eso quedó atrás,
ahora las cosas son distintas. Estás junto a tus padres y ellos te
han demostrado que te aman muchísimo y que lamentan todo el
daño que te hicieron, sabes que me hace muy feliz verlos unidos
y saber que tú decidiste darles la oportunidad de sanar las heridas
que te causaron —pronunció, acariciándole el cabello y le daba
suaves besos en la sien.
—Sí… —suspiró y buscó su mirada—. Lo hice porque no
soportaba la idea de perder lo que me habían dado los Di Carlo,
quería ser parte de una familia… Y porque todos merecemos una
oportunidad para enmendar nuestros errores… Es por eso por
lo que no entiendo por qué Fabrizio actuó de esa manera.
Comprendo que me odiara porque lo suplanté y porque creyera
que engañé a sus padres, pero una vez que supo que todo había
sido una gran confusión y que soy parte de su familia, él mantuvo
su postura y se fue de ese salón odiándome con la misma
intensidad. —Su voz no podía ocultar el dolor y la rabia.
—No pienses eso, Terry… Creo que está confundido y dolido
por lo que le ocultaron sus abuelos, recuerda que a ti también te
sucedió lo mismo cuando te enteraste… Solo debes darle tiempo.
—Pero la molestia con mi padre fue porque no me contó nada
y pasó un mes callándose algo que, para mí, era muy importante;
sin embargo, en cuanto recapacité, fui a verlo para disculparme…
Pero es evidente que Fabrizio no hará nada de eso y te juro que
siento tanta rabia e impotencia. Quisiera odiarlo de la misma

411
manera y que no me importe lo que le pase, que desaparezca y no
sepamos nunca más de él, pero no puedo hacerlo… No puedo
porque tenía la esperanza de que Fabrizio fuese ese hermano que
nunca tuve… Hasta llegué a imaginar lo que habría sido si
nuestros abuelos se hubiesen quedado juntos; probablemente, no
estaríamos como estamos ahora, lo habría ayudado con lo de
Antonella, aconsejándolo para que no cometiera la locura de irse
a la guerra —expuso sin importarle si parecía un iluso por creer
que las cosas serían así de sencillas.
—Las cosas siempre ocurren por algo, Terry… Si eso no
hubiese pasado, entonces, Fabrizio no tendría a su lado a Marion,
y Joshua no existiría, tampoco Luna… Y no quiero pensar lo
peor, pero si Luciano no te rescata, creyendo que eras su hijo, tú
no hubieras salido ileso de ese accidente. —Se estremeció de
horror de solo imaginarlo—. Ahora no estarías aquí conmigo ni
tendría la dicha de ser madre, porque solo lo deseaba contigo. Por
favor, ya no sigas atormentándote con lo que hizo Fabrizio, él
tendrá que reconocer que cometió un error y deberá pedirte
disculpas —aseguró mirándolo a los ojos.
Victoria lo abrazó con fuerza y él se dejó envolver por ese
amor incondicional que ella le brindaba, sorbió sus lágrimas y
luchó por alejar la pena que lo golpeaba en ese instante. Se fue
calmando hasta quedarse dormido, arrullado por las suaves
caricias que le daba en el cabello mientras se perdía en la imagen
de su amor, que justo en ese momento se veía como un pequeño,
que lo único que deseaba era amor, compresión y cariño; que
tendría, pues ella se encargaría de dárselo.

Fabrizio estaba sentado al borde de la cama con el pantalón


del pijama, mientras Marion llevaba la camisa, vio que no llegaba
casi a las rodillas, como antes, ahora apenas alcanzaba a cubrirle
los muslos, debido a su barriga, la que cada día parecía más
grande. La admiraba comer con entusiasmo la ensalada de frutas
que le habían traído una de las empleadas, también llevó avena y

412
jugo de manzana, para él. Su esposa, prácticamente, lo obligó a
comer, pues no tenía mucho apetito.
Terminó el tazón de avena y Marion lo recompensó con una
hermosa sonrisa; él intentó responderle de la misma manera, pero
seguía sintiéndose apenado por el episodio de esa mañana. Aún
le costaba aceptar la realidad y no quería pensar en las demás
personas que ahora eran parte de su familia, mucho menos en
Terrence, porque sentía una mezcla contradictoria de emociones,
las cuales lo torturaban.
Se obligó a dejar de pensar en eso y enfocó su mirada en
Marion, que preparaba los utensilios médicos para curarlo, ella
dejó la bandeja metálica en la mesa de noche y se puso un par de
guantes. Él elevó la cabeza, para que ella pudiese retirar la gasa
húmeda de su cuello; seguía sintiéndose mal por haberla
angustiado en su estado y también lamentaba haberle gritado a su
padre, no merecía que lo tratara de esa manera, después de todo
lo que había pasado y hecho por él.
—¿Cómo es Terrence? —hizo esa pregunta sin analizarla,
pero le había estado rondado la cabeza desde hacía rato. Sintió
cómo las manos de su esposa temblaron—. Solo tengo curiosidad
e imagino que has interactuado con él —acotó, tratando de
mantener su voz tranquila.
—Él estaba en Europa, cuando el duque te encontró, y viajó
con nosotros; desde entonces, ha estado cerca todo el tiempo,
pero tu padre estaba esperando el momento más indicado para
poder hablarte de él, porque sabía que no lo tomarías de la mejor
manera, ya que yo les había advertido lo que pensabas de él, que
era un estafador y los tenía a todos engañados. —Marion trataba
de escoger muy bien sus palabras, puesto que no quería que su
esposo se alterase una vez más.
—¿Y cómo es su personalidad? ¿Tanto se parece a mí, como
para que todos creyeran que era yo? —preguntaba, aun con la
cabeza elevada, para que ella pudiese hacer su trabajo. Sin
embargo, notaba la tensión en su esposa—. Marion, solo quiero

413
comprender todo esto y para saber cómo actuar —confesó,
esperando que lo entendiera.
—No sé qué deba responderte, Fabri —susurró porque no
quería hacerlo sentir mal, sabía que lo haría cuando le contase
que; en realidad, Terrence, siempre había estado velando por su
bienestar.
—La verdad, lo que has visto hasta ahora… Después de lo de
mis abuelos, creo que puedo con lo que sea que vayas a
revelarme… Sé que serás sincera, como siempre, ¿no es así? —
La miró fijamente.
—Sabes que nunca te he dicho una mentira —alegó ofendida
y se separó un poco para mirarlo a los ojos.
—No me dijiste que él estaba aquí —señaló alzando la ceja
derecha.
—Creímos que era mejor que tu padre te explicara todo lo que
sucedió, que después lo vieras y hablaras con él, de manera
civilizada. —Lo vio bajar la mirada, apenado, así que soltó un
suspiro para relajarse, no era su intención hacerlo sentir mal—.
No solo se parecen físicamente, ese gesto que acabas de hacer
con tu ceja, también lo hace él, de la misma manera… Tiene la
misma sonrisa ladeada que enseñas a veces… Cuando algo le
desagrada, no lo esconde, frunce el ceño, así como lo hacen tú y
Joshua.
—¿Nuestro hijo lo ha visto, han compartido? —preguntó,
sintiendo que su pecho se hundía, como si todo el aire escapara
de él.
—Sí… Y se llevan muy bien —respondió y rápidamente
cambió de tema—. Es poco lo que yo he hablado con él, debo
admitir que su parecido contigo me perturbaba y por eso lo evito.
Aunque, lo poco que he visto, debo decir que es tan testarudo
como tú, que ama mucho a su familia y que no es mala persona…
—calló y suspiró al ver que la herida estaba más roja que el día
anterior, seguramente, se había lastimado con los movimientos
bruscos que hizo al bajar y atacar a Terrence. Humedeció un

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algodón con antiséptico y lo pasó por la herida—. Si alguien ha
estado pendiente de tu estabilidad y de que mejoraras, es tu
primo; además, para Joshua, ha sido ese amigo que tanto
necesitaba, por eso me extrañó su actitud retadora contigo.
—Supongo que lo saqué de sus casillas —admitió y se quejó
cuando Marion presionó la herida con un poco más de
intensidad.
—Lo siento, pero debo asegurarme de que quede cerrada.
—Está bien, confío en mi enfermera. —Sonrió para esconder
el dolor—. Yo… sé que fui algo impulsivo, pero solo quería
romperle la cara y cobrarle lo que pensaba que le había hecho a
mi familia. No sabía nada de esto y, el resentimiento que siento
hacia él no ha desaparecido del todo… De momento, no deseo
hablarle, y más le vale que deje de comportarse como si fuese hijo
de mis padres… Solo es su sobrino, nada más —dijo sintiendo
una punzada de celos.
—Fabri, ya deja los estúpidos celos, que tus padres te aman y
nadie te quitará tu lugar… Pareces un niño, ni Joshua es tan
celoso como tú. —Vio que fruncía el ceño, se acercó para darle
un beso, apenas contacto de labios y lo miró a los ojos, llenándolo
de esa confianza que necesitaba—. Comprendo que no desees
hablar con él, en este momento, pero tendrás que hacerlo porque
son familia; además, sé que tu buen corazón te hará ver tus
errores y actuar de la manera correcta.
—Ahora mis celos son por ti, parece que, el tal Terrence, te
agrada mucho —comentó, alzando una ceja y la miró con
seriedad. Ella soltó una carcajada, que hizo que él se tensara más.
—Solo a ti se te ocurre que voy a ponerme a coquetear con tu
primo, teniendo semejante barriga —dijo señalándola.
—Pues a mí me resultas muy atractiva con tu estado, tus
caderas están más anchas y tus senos más voluptuosos.
—Sí, pero yo jamás coquetearía con ningún hombre, porque
estoy perdidamente enamorada de este tonto que tengo en frente
—dijo apretándole la nariz—. Y por si no lo notaste, Terrence,

415
tiene novia; o, mejor dicho, prometida, porque se casará muy
pronto con Victoria.
—¿La prima de Brandon? ¿Era la rubia que lo defendió y me
llamó por mi nombre, como si me conociera? —cuestionó,
parpadeando con desconcierto—. ¿Cómo que su prometida, no
está embarazada? —Frunció el ceño porque cada vez entendía
menos.
—Sí, están esperando un bebé, aunque aún no se han casado;
ellos, al igual que nosotros, se adelantaron… —comentó
sonriendo—. Y te llamó con tanta confianza porque… fue tu
novia; es decir, la novia de Terrence, cuando aún no sabía que era
él y pensaba que eras tú…
—Marion, no entiendo nada, por favor, explícame.
—Es una historia complicada y muy larga, pero intentaré
resumirla para ti —pensó que podía ser una buena idea que
Fabrizio conociera la historia de Terrence y Victoria, porque
entre más conociera a su primo, más rápido desaparecería el
rencor que sentía hacia él.
Marion comenzó a relatarle la historia de ese amor que era tan
hermoso y fuerte, como lo era el suyo con Fabrizio. Aunque era
un asunto privado y tal vez estaba siendo abusiva al hablar sin el
permiso de los protagonistas, lo hacía con una buena intención.

Victoria apenas podía mantener los párpados abiertos


mientras le acariciaba el cabello a Terrence, que dormía
plácidamente en su regazo; ella bostezó con fuerza y movió su
cabeza para no ceder a su necesidad de dormir. La tensión y la
angustia vividas durante la mañana, se había robado toda su
energía y, en ese momento, ansiaba poder recostarse en la
cómoda cama de la habitación principal y dormir un par de horas.
—Terry…, mi amor —susurró, besándole la mejilla, al tiempo
que deslizaba la mano por su espalda—. Mi rebelde, despierta.
—Pecosa…, me quedé dormido —respondió y se incorporó
despacio, luego se frotó los párpados para aclarar su vista.

416
—Sí, solo unos minutos. Te hubiese dejado dormir mucho
más, pero seguramente habríamos terminado en el césped,
porque yo también estoy que me caigo de sueño… Ya sabes, tu
hijo me hace dormir más que un panda —dijo con una sonrisa,
recibió la mano que su novio le ofrecía y se levantó despacio,
porque sentía que sus piernas estaban entumecidas—. Creo que
será mejor que subamos a descansar.
—Sí, tienes razón… Vamos a dormir un par de horas y así
complacemos a este bebé, que resultó tan perezoso como la
madre. —Vio que ella lo miraba con asombro y se disponía a
protestar—. No digas que no, desde el colegio te costaba mucho
levantarte y, en Escocia, yo siempre debía hacer el desayuno,
porque tú siempre decías que tenías mucho sueño y te tapabas
con las cobijas, de pies a cabeza.
—Pero eso era por tu culpa, que me desvelabas —objetó.
—Está bien, lo acepto. —Sonrió con picardía y la envolvió
con sus brazos, para pegarla a su cuerpo—. Y este fin de semana
también voy a desvelarte, así que vete preparando, pecosa
perezosa.
Ella lo miró con asombro y separó sus labios para replicar,
pero Terrence la calló atrapando su boca con un beso que, en
segundos, la hizo olvidar hasta de lo que iba a reclamarle. Le
rodeó el cuello con los brazos para ponerse de puntillas y
profundizar el beso; él la tomó en brazos y caminó con ella hacia
la casa. Subieron a la habitación y apenas se despojaron de
algunas prendas, para dormir más cómodos; en medio de besos
y caricias, el sueño se fue apoderando de ellos.
Un par de horas después, Terrence era el primero en
despertar, su mirada se deslizó por el maravilloso rostro de
Victoria, que parecía resplandecer bajo las luces doradas de la
tarde. Se acercó muy despacio a ella y comenzó a dejar caer besos
cálidos en su tersa piel, mientras su mano se deslizaba por la
cintura hasta las caderas y, lentamente, empezó a subirle el
vestido, quería despertarla dándole placer.

417
—Terry —susurró ella con un suspiro y se estremeció al sentir
el roce de sus dedos por encima de su ropa interior.
—¿Quieres que te deje dormir un poco más? —preguntó,
porque a lo mejor estaba siendo desconsiderado con ella.
—No, quiero que continues…, acaríciame —respondió sin
abrir sus párpados y subió sus labios, pidiéndole un beso. Él rozó
sus labios y ella pudo sentir que sonreía, suspiró deseando más y
no se cohibió en pedirlo—. Mete la mano dentro de mi ropa
interior y tócame más abajo.
—¿Quieres que te acaricie aquí? —preguntó luego de deslizar
sus dedos por los cálidos y suaves pétalos de esa rosa ardiente
que lo enloquecía. Victoria gimió en respuesta y él siguió, al
tiempo que le besaba el cuello, suspirando en su oreja—. ¿Te
gusta esto, pecosa?
—Sí, me encanta… ¡Se siente tan bien! —expresó y su
respiración comenzaba a tornarse más pesada, mientras la
hoguera que se formaba en medio de sus piernas le iba calentando
todo el cuerpo. Abrió los ojos y ancló la mirada en los de
Terrence, y aferró la mano a su nuca, para atraerlo hacia ella—.
Bésame, mi amor…, quiero sentir tu lengua acariciando la mía,
probar tu sabor —susurró ansiosa.
Terrence la complació de inmediato y dejó que su lengua
entrara, llenando la boca de su pecosa, mientras sus dedos
también se deslizaban en su interior, que ya estaba húmedo,
caliente y palpitante. Gimieron juntos y ella comenzó a mover sus
caderas de manera sensual, invitándolo a darle mucho más,
mientras sentía que empezaba a elevarse; pero, de pronto,
Terrence detuvo el beso y se alejó. Ella intentó protestar ante ese
repentino cambio, pero en cuanto la boca de su novio se adueñó
de su intimidad, su mente quedó en blanco y una poderosa ola de
satisfacción la barrió de pies a cabeza.
—¡Oh, Dios…! —exclamó al sentir la pesada y ágil lengua de
su rebelde, que se abría paso entre sus labios y se hundía en su
interior, rozando ese punto exacto que la ponía a temblar—.

418
Terry… ¡Oh, Terry! ¡Por favor! ¡Por favor! —suplicó en medio
de temblores.
—Dime lo que deseas y te lo daré —murmuró él,
completamente embriagado por el sabor y el olor de Victoria.
—No te detengas… ¡Por favor! ¡No te detengas! —Estaba a
punto de alcanzar su liberación. Cerró los ojos y arqueó el cuerpo,
como si estuviese a punto de quebrarse—. Mueve tu lengua allí…
—rogó, sintiendo un fuerte tirón en su vientre bajo y sus piernas
temblaron.
—¿Aquí? —preguntó con una sonrisa ladina, mientras hacía
lo que ella le pedía. Le encantaba ver cómo iba descubriendo el
placer junto a él y le pedía lo que deseaba, sin apenarse, como
antes.
—¡Sí, justo allí! —exclamó y todo su cuerpo se tensó hasta
doler, separó sus labios y soltó un poderoso jadeo—. ¡Santo cielo,
Terry!
Apretó los párpados con fuerza y apoyó sus manos en la nuca
de su novio, para mantenerlo allí, mientras todo su cuerpo se
estremecía con tanto poderío, que creyó que se rompería, pero
tenía la certeza de que eso no sucedería. Aunque ya lo había
vivido antes, ahora sabía que todas esas emociones y sensaciones
se llamaban: «orgasmo», y que era habitual que los amantes las
vivieran, cada vez que tenían relaciones sexuales, siempre y
cuando ambos disfrutasen del acto.
Le había hecho algunas confesiones a Annette, porque sabía
que luego de cuatro años de casada, su amiga tenía más
experiencia en las relaciones íntimas. Ella le había dado algunos
consejos, no solo hablando desde lo que conocía, sino también
de lo que le había escuchado a algunas amigas; todas estaban de
acuerdo en una cosa: a los hombres les gustaba que les hicieran
saber cuándo les estaban brindando placer, que fuesen expresivas
y, precisamente, por eso se había mostrado más osada, porque
sabía que a Terrence le gustaría y que su orgullo masculino se
elevaría por las nubes.

419
Terrence pudo sentir la tensión que invadía el cuerpo de
Victoria y cómo su centro se puso más caliente; presionó su
lengua justo contra ese botón rosa que vibraba con fuerza, para
darle otro orgasmo. Ella se arqueó y sus caderas se despegaron
de la cama, haciendo espacio para que él pudiera meter sus manos
y masajearle suavemente el par de suaves y redondas nalgas, que
lo enloquecían cuando la veía caminar delante de él, con ese
sensual y elegante andar.
—Terry…, no… No puedo más —confesó sintiendo que
estaba a punto de orinarse, con el embarazo su vejiga se llenaba
muy rápido y no sabía cuánto conseguiría aguantar. Moriría de
vergüenza si llegaba a mojar la cama en ese momento o; peor aún,
si se orinaba en la boca de su rebelde—. Por favor… ¡Aléjate de
allí! —dijo con aprensión.
—Solo relájate y disfruta de la sensación, pecosa —susurró
dejando que su aliento caliente bañara la sensible y húmeda piel.
—No puedo… ¡Dios! ¡Voy a mojar la cama! —exclamó
avergonzada y se cubrió el rostro con las manos, mientras sentía
que sus piernas temblaban más a cada segundo.
Terrence fue asaltado por la sorpresa, al principio, pero luego
soltó una carcajada y se alejó, antes de que su rostro fuese bañado
por orina; le dio un par de besos en el vientre, que tembló bajo
sus labios. Llevó sus manos a las de Victoria, para quitarlas de su
rostro, no quería que ella sintiera vergüenza con él, se acercó y le
dio un beso.
—¿No crees que estás lo bastante grande como para mojar la
cama, pecosa? —bromeó y la risa bailaba en su mirada.
—Es culpa de tu hijo. —Se quejó, moviéndose rápido para
salir de la cama, necesitaba vaciar su vejiga lo antes posible.
—¿Mi hijo? Te recuerdo que lo hicimos entre los dos —
comentó sonriendo mientras la veía alejarse con prisa.
—Sí, lo recuerdo… —dijo cuando regresó del baño, vio a
Terrence tendido en la cama y se le ocurrió una idea. Subió y
comenzó a gatear hacia él—. También que disfrutamos mucho

420
mientras lo hacíamos, y estoy segura de que será un bebé
maravilloso —añadió con una gran sonrisa mientras abría el
botón del pantalón de Terrence y luego bajaba la cremallera, para
deslizar su mano por debajo de la ropa interior y atrapar su
potente erección, que tembló bajo sus caricias.
—Vicky… —Suspiró y elevó sus caderas, para que siguiera
masturbándolo, le encantaba cómo había aprendido a
complacerlo.
—Creo que todavía estás en deuda conmigo, Terrence —
susurró contra sus tentadores labios, mientras lo miraba a los
ojos.
—Tú fuiste la que corrió, Victoria —respondió acariciándole
uno de los senos, con delicadeza, porque ella le había comentado
que los tenía sensibles por el embarazo.
—Sí, pero ya no correré de nuevo. —Le aseguró, antes de
atrapar su boca en un beso ardiente e intenso, que los puso a
temblar.
Luego se alejó con una sonrisa traviesa y estuvo a punto de
hacer algo que Annette le había comentado, pero aún seguía
pareciéndole demasiado osado, debía primero hacerse a la idea,
luego ponerla en práctica y rogar para brindarle el mismo placer
que Terrence le daba. Separó sus piernas, apostándolas a cada
lado de él, y con cuidado bajó las caderas, para llevarlo a su
interior, mientras sentía cómo sus pliegues se dilataban al
recibirlo y gimió cuando lo tuvo por completo, él se mantuvo
quieto y ella le agradeció con una sonrisa.
—¿Es seguro para el bebé, que llegue tan profundo? —
preguntó él con algo de preocupación y conteniendo su deseo de
moverse.
—Sí, todo está bien —respondió moviéndose de arriba abajo
y un poco en círculos, gimiendo y suspirando—. Nuestro bebé
está en mi útero y tu miembro no puede llegar hasta allí, aunque
eres bastante dotado… —Se dobló para acercarse a él y le rozó
los labios con la lengua—. Puedes amarme como siempre,

421
Terry… No te cohíbas pensando que nos harás daño, porque no
será así.
—¿Dotado? ¿Con quién estuviste hablando? —preguntó
mirándola fijamente. Le extrañaba que ella se expresara así.
—Con Annette —contestó sonriendo con picardía, sin dejar
de moverse con la misma cadencia, deslizó los labios por su
fuerte mandíbula, hasta llevarlos a su oreja—. Me dio algunos
trucos que deseo poner en práctica más adelante. —Sonrió en la
bonita oreja de Terrence, le mordió el lóbulo y luego se movió
para enderezarse.
—Pecosa… —murmuró con tono de advertencia, porque ella
lo estaba llevando al límite—. ¡Estás jugando con fuego!
—Estoy deseosa de quemarme en tu fuego, Terrence…
Solo eso bastó para que él tomara parte activa de ese
encuentro, con un movimiento rápido, la tomó por las caderas
para sostenerla mientras marcaba el ritmo desde abajo, primero
lo hizo despacio y tratando de no hundirse por completo. Sin
embargo, a medida que los jadeos, los gemidos y la mirada
excitada de Victoria le pedía más, no pudo seguir conteniéndose
y se lanzó en un ritmo casi salvaje, haciendo que las caderas de su
novia rebotaran con fuerza contra las suyas.
Victoria arqueó su espalda al sentir esos asaltos contundentes
que la pusieron a sollozar y que hicieron que cada fibra de su ser
se estremeciera con tanta fuerza, que estuvo a punto de caerse
hacia atrás. Por suerte, Terrence la sostuvo a tiempo, aunque no
había peligro de que se hiciera daño, porque la cama era bastante
grande, pero eso haría que sus cuerpos se separasen y no quería
que eso sucediera por nada del mundo, así que se aferró con
fuerza a los hombros de su novio.
Él pensó que ella estaría más cómoda en otra posición, así que
le rodeó la cintura con uno de sus brazos y, con cuidado, la giró
para ponerla de espaldas en la cama, mientras la cubría con su
cuerpo y retomaban el mismo ritmo de minutos atrás, primero
lento y luego desbocado. Sus miradas se fundieron al igual que

422
ellos, en medio del sudor que cubría sus cuerpos, del calor
abrasador que brotaba de sus pieles y del excitante sonido que
hacían sus sexos al chocar.
El orgasmo estaba cerca, podían sentirlo vibrando en la unión
de sus cuerpos y con una rapidez asombrosa empezaba a viajar
dentro de ellos, aceleraron sus latidos y sus respiraciones. Sus
bocas se buscaron con desesperación, besando, succionando y
hasta mordiendo, se aferraron con fuerza en un abrazo que los
mantuvo unidos en medio de los temblores que los azotaron.
Luego, se sumieron en un exquisito remanso de paz, plenitud y
satisfacción.

423
Capítulo 33

Las últimas luces del día entraban por el amplio ventanal e


iluminaban la habitación, bañando las pieles desnudas de
Terrence y Victoria, quienes se quitaron la ropa para hacer el
amor una segunda vez. En ese momento, disfrutaban del estado
de letargo que se apoderaba de ellos luego de la explosión de sus
cuerpos. Él le acariciaba la espalda con suavidad mientras le
besaba el cabello y sonreía al ver su vientre que ya mostraba una
muy ligera curva; ella descansaba sobre su pecho, donde dejaba
caer besos y suspiraba con ensoñación; de pronto, él recordó algo
y se movió para mirarla.
—Pecosa…, hay algo que quiero entregarte —dijo
incorporándose y llevándola con él hasta quedar sentados, luego
se puso de pie.
—¿Qué? —preguntó desconcertada ante su repentino cambio
de actitud y lo siguió con la mirada, mientras caminaba al armario.
—Dame un momento y lo verás, lo guardé en un
compartimento secreto y estoy casi seguro de que sigue allí —
respondió buscándolo, esperaba que su madre no lo hubiese
tomado—. ¡Sí, lo sabía! Aquí está —anunció triunfante y se
volvió con la cajita de terciopelo.
—¡Oh, por Dios! —exclamó llevándose las manos a la boca,
mientras lo miraba sin poder creerlo—. Mi anillo de compromiso.
—Sí, tu anillo —esbozó sonriente mientras se sentaba al
borde de la cama—. Creía que a lo mejor mi madre lo había
encontrado y lo tenía guardado, pensaba pedírselo para
entregártelo cuando fuese a hablar con tu tía y pedirle tu mano,
de manera formal.

424
—Ya hiciste eso cuando cumplí diecisiete años, así que ponme
ese anillo ahora mismo, por favor. Lo he extrañado muchísimo
—suplicó mirándolo con los ojos brillantes por las lágrimas de
emoción.
—Está bien, como desees, mi hermosa pecosa. —Lo sacó de
la cajita y luego le pidió la mano para ponérselo.
—No, espera… Antes, tienes que pedirme que sea tu esposa.
Y debes hacerlo como dicta la tradición —mencionó con
determinación.
—Ya te he pedido dos veces que seas mi esposa, Victoria —
acotó algo confundido, porque no sabía a lo que ella se refería.
—Sí, pero no de rodillas —alegó poniéndose de pie, para
cumplir con el ritual, quería sentirse como en los cuentos de
hadas.
—¿En serio, pecosa? —preguntó parpadeando.
—Por supuesto —asintió con entusiasmo, demostrándole que
eso era lo que deseaba—. Vamos, mi rebelde, haz tu mejor
propuesta.
—Bien, prometí complacerte en todo lo que te hiciera feliz,
así que, aquí vamos… —Suspiró y no pudo evitar sonreír al verla
con una actitud digna de princesa, aunque estaba desnuda y tenía
el cabello revuelto. Se puso de rodillas mientras sostenía el anillo
con una mano y la miraba a los ojos con anhelo—. Victoria
Anderson Hoffman, ¿quisieras brindarme el honor y la dicha de
ser mi esposa? Para acompañarte cada día y cada noche, estar a
tu lado en los momentos felices y también en los difíciles, gozar
de la entrega de nuestros cuerpos y aprender juntos muchas
maneras de satisfacernos… Para criar contigo a todos los hijos
que Dios nos envíe y tener el privilegio de envejecer a tu lado —
pidió con la voz vibrándole por las emociones.
—¡Oh, Terry! —susurró y las lágrimas escaparon de sus ojos,
para rodar por sus mejillas, cuando asintió efusivamente—. ¡Sí,
claro que acepto compartir mi vida contigo, mi rebelde! ¡Acepto

425
ser tu esposa y la madre de tus hijos! Te amo tanto, Terry…,
tanto.
Se dobló para poder besarlo en los labios con toques húmedos
por las lágrimas, no solo de ella, sino también las de él, que se
derramaron por la emoción que sentía. Le acunó el rostro para
atraerla y el cabello dorado de su pecosa cayó como un velo sobre
él, creando una imagen de ensueño por la luz que entraba en la
habitación, mientras sus labios danzaban en un beso profundo,
cargado de amor y devoción.
—¿La escuchaste, bebé? Tu mami me dijo que sí… Ella
aceptó ser mi esposa y estaremos juntos por el resto de nuestras
vidas. Vamos a formar una hermosa familia y te prometo que
seremos muy felices, vas a tener a los mejores padres del mundo,
siempre los voy a cuidar y estaré para ustedes, nunca volveremos
a estar solos —esbozó Terrence emocionado, mirando el vientre
de su pecosa y la hizo enderezarse, para dejar caer una lluvia de
besos, allí donde estaba su hijo.
—Sí, es una promesa, no volveremos a estar solos.
Victoria sonrió en medio de lágrimas de felicidad, al tiempo
que le acariciaba el cabello y bajó un poco para besarlo también,
sintiendo que su vida era mucho más maravillosa de lo que había
soñado y estaba muy agradecida por eso. Ya no le importaba
haber sufrido tanto años atrás, porque sabía que, en adelante, el
destino iba a recompensarla con una vida llena de dicha y mucho
amor, como siempre lo soñó.
Terrence la tomó en brazos mientras la besaba con emoción y
se metió con ella en la cama, para hacerle el amor una vez más,
deseando que esa vida juntos empezara desde ese momento.
Aunque sabía que todavía debían esperar tres semanas para hacer
oficial su unión, al menos durante esos dos días que estarían allí,
se prometió que no permitiría que nada le robara la felicidad.
Una vez más, sus cuerpos se unían en esa danza maravillosa
que el amor les proponía, entregándose esta vez con una infinita
ternura, mientras se miraban a los ojos y se reforzaban esas

426
promesas que se habían hecho. Dejaron de lado la fogosidad de
los encuentros anteriores, para dedicarse a las caricias y los besos
llenos de calma, amándose sin prisas, pero sin pausa,
descubriendo y disfrutando de otra manera de amar.

La luz del sol entraba de lleno por el gran ventanal que daba
al parque, iluminando la pequeña habitación que estaba pintada
completamente de blanco; adornada por preciosos muebles en
una escala de tonos beiges, grises y otros de un rojo oscuro que
le daban algo de color y armonizaban a la perfección con el piso
de madera oscura, creando un ambiente sumamente cálido y
especial, adecuado a quien ocuparía ese lugar dentro de unos
meses.
Estaban en la casa que habían comprado a su regreso de la
luna de miel, aunque ambos eran felices en sus pequeños
apartamentos, sabían que necesitaban un hogar más grande para
formar una familia. Daniel contaba con los medios para hacerlo,
ya que antes de la boda, su padre le había dado parte del
patrimonio que le correspondía como su heredero, el resto
quedaría en acciones de la cadena hotelera que se había
recuperado de su mala racha.
Vanessa estaba bajo el umbral de la puerta, observando cómo
su esposo colgaba un lindo cuadro del cascanueces, en una de las
paredes, mientras entonaba una alegre canción. Daniel no tenía
el talento de un barítono, pero a ella le encantaba verlo tan
contento y; lo amaba tanto, que no le importaba que su voz no
fuera armoniosa ni sublime, igual la enamoraba cada vez más;
aunque, si su padre lo escuchaba, diría que tenía una bota metida
en la boca.
—Está quedando muy hermosa…, pero creo que te estás
adelantando, Daniel, aún no sabemos si será varón. —Caminó
hacia él, con una sonrisa enigmática. Ella tampoco estaba segura,
pero su abuela le había dicho que sí lo sería, porque todas las
mujeres de la familia habían tenido primero un hijo varón.

427
—No me estoy adelantando, Vanessa… Tal como me dijiste,
escogí un color neutral para pintar las paredes —alegó enseguida.
—Sí, pero los muebles son para un cuarto de niño,
aprovechaste que mis padres vinieron de vista, para ponerte de
acuerdo con tu suegro en distraerme y comprar todo esto. Mira
que resultaste bastante listo, eso es hacer trampas —expuso con
un puchero.
—Vanessa Lerman, yo no soy un tramposo… Bueno, ya no
—respondió con media sonrisa y bajó de la silla en que estaba
montado para que el cuadro quedara alto—. Además, los colores
no son exclusivos de un niño, ¡mira ese hermoso sillón rojo, que
te compré para que puedas dormirlo y darle de comer! Es
realmente hermoso y muy femenino…, también están esas
cortinas y un par de mantas en el mismo tono —señaló en su
defensa, acercándose a ella.
—El rojo no es un color precisamente para niña… —Lo miró
arqueando una ceja y él solo sonrió con picardía—. Me has hecho
trampa, pues no has comprado nada rosa y; si tenemos una hija,
no habrá nada en esta habitación acorde a ella, creo que la
próxima semana saldré de compras.
—Vanessa… ¿Por qué estás empeñada en que sea una niña?
—inquirió frunciendo el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho.
—Daniel… ¿Por qué estás empeñado en que sea un niño? —
preguntó frunciendo el ceño también y llevándose las manos a la
cintura, ante eso ambos dejaron libres una sonora carcajada.
—Mi vida…, no estoy empeñado en que sea varón, aunque
estoy casi seguro de que lo será… —dijo con una sonrisa
entusiasta—, pero si resulta ser una hermosa damita, créeme,
estaré igual de feliz. No te niego que la idea de tener a un varón
me emociona mucho, porque podré enseñarle juegos y
compartiremos cosas de hombres, pero si es una niña, también
encontraré muchas cosas para hacer juntos… Como… —Se
detuvo pensado en algo, pero su mente quedó en blanco—.
¡Vanessa! ¡No he pensado en qué puedo hacer si tenemos una

428
niña! —confesó desconcertado y lleno de temor—. No he tenido
el mejor ejemplo por parte de mis padres de cómo criar a un hijo.
—No necesitas romperte la cabeza pensando en eso, cuando
llegue el momento, estoy segura de que encontrarás muchas cosas
para hacer con ella, lo importante es que la ames y la protejas; lo
demás, se irá dando —dijo acariciándole el pecho al ver su
angustia—. Nadie enseña a cómo ser padres, es algo que
aprendemos a medida que nos desenvolvemos en ese papel…
Los hijos no vienen con un manual de instrucciones, todo eso lo
descubriremos a medida que transcurrimos este camino que
comenzó hace seis meses… Confieso que estoy tan nerviosa
como tú, pero confío en que todo saldrá bien. Si estamos juntos,
nada puede salir mal, Daniel —expresó mirándolo a los ojos y le
rodeó el cuello con los brazos, para darle un beso.
—Es que yo… no sé cómo ser un buen padre… Tú tienes la
imagen de los tuyos, que fueron cariñosos y comprensivos, pero
mis padres no fueron los mejores de este mundo…
—Dani, no eres como ellos… Tú eres tú, y serás un padre
maravilloso; en realidad, ya lo eres, mira lo que has hecho con
este lugar, luce hermoso, está lleno de cariño y amor, eso ya es
muestra de lo excelente que serás, así que ya deja esos temores,
que este solo es el primero… Me pediste cinco, ¿o es que ya no
lo recuerdas? —inquirió mirando con una amplia sonrisa.
—Por supuesto que lo recuerdo…, solo que no sé si sea tan
buena idea; después de todo, yo no era un dechado de virtudes, y
temo que no sepa cómo lidiar con tanta responsabilidad —calló
al ver que ella ponía los ojos en blanco. Él suspiró y continuó—:
Está bien, dejaré eso de lado y mejor me lleno de ese optimismo
que tú desbordas, solo quiero que me prometas algo —pidió
mirándola con seriedad.
—Lo que sea, mi amor, sabes que estamos para apoyarnos
siempre —contestó, tomándole la mano y viéndolo a los ojos.
—Vanessa, quiero que, si en algún momento llegas a ver que
no le estoy dando la educación correcta a nuestros hijos o, por

429
casualidad, te enteras de que encubro o apoyo algún acto
reprochable que ellos hagan y los justifico, me lo hagas saber y
que me exijas que adopte una postura firme, para que ellos no se
desvíen del buen camino. No permitas que mis vicios del pasado
influyan en la crianza de nuestros hijos… No deseo que sean un
reflejo de lo que fui en mi infancia, no quiero que eso ocurra en
ninguna circunstancia, porque te aseguro que no hay nada de lo
que me avergüence más que de eso… Quiero ser un buen padre,
y para ello necesito de tu apoyo y tu guía —mencionó mostrando
la urgencia que lo embargaba.
—Daniel, no tienes nada de qué preocuparte… Te puedo
asegurar que serás un padre maravilloso. ¿Sabes por qué lo sé? —
preguntó mirándolo a los ojos, él negó apenas con la cabeza,
sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas, ella sonrió y continuó—:
Porque dentro de ti, siempre existió un hombre extraordinario
que solo buscaba un poco de amor y atención, sé que actuaste
mal, pero fue solo porque no tuviste alguien que te guiase por el
camino correcto, no eres malo, Daniel, solo debías madurar para
ser el gran hombre que eres… Y te prometo que, si alguna vez
noto que haces algo incorrecto, seré la primera en llamarte la
atención, aunque algo me dice que no será necesario, porque ya
has cometido errores y sabes perfectamente cómo evitarlos. Sé
que vas a poder con esta gran responsabilidad.
Él se emocionó al ver esa devoción y confianza que su esposa
le brindaba, la abrazó con fuerza y le agradeció a Dios por ponerla
en su camino y por todo lo que le había dado. Los besos se
hicieron más intensos a medida que pasaban los minutos y el
deseo que no había menguado un ápice en esos meses de casados,
se hizo presente; él la tomó en brazos con un movimiento rápido,
pero cuidadoso, para caminar hasta su habitación e hicieron el
amor con sutileza y ternura, con esa nueva forma de amarse que
habían aprendido desde que ambos se enteraron de que traerían
al mundo a su hijo.

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Manuelle no podía concentrarse en su lectura, porque seguía
preocupándole lo sucedido esa mañana, confiaba en que su
hermana hiciese entrar en razón al testarudo de Fabrizio y le
impidiera esa estupidez de alejarse de nuevo de su familia. Ya era
hora de que ella, Joshua y el bebé que venía en camino, tuvieran
una vida tranquila, sin sobresaltos ni carencias; y sabía que eso
solo sería posible si los Di Carlo estaban cerca, para cuidarlos y
brindarles su apoyo, pues la salud de su cuñado seguía siendo muy
inestable.
—Si ella no lo convence, entonces, tendré que hacerlo yo —
sentenció dejando el libro de lado y giró la silla de ruedas.
—¿A dónde vas, Manuelle? —preguntó Emma, que acababa
de salir del baño y lo vio dirigirse a la puerta.
—Iré a ver a mi cuñado, necesito hablar con él y evitar que
cometa una estupidez —respondió apenas echándole un vistazo.
—Manuelle… —Emma suspiró con desgano, se sentía
agotada físicamente, pero también de ver que él siempre
intentaba solucionarle la vida a los demás, a su hermana, a
Fabrizio e; incluso, a ella—. ¿Podrías, por favor, mantenerte al
margen de esto y dejar que sea Fabrizio, quien resuelva esta
situación? —cuestionó mirándolo.
—Eso me gustaría, pero es que mi cuñado tiene un don para
tomar las peores decisiones —dijo estirando la mano para abrir.
—Creo que lo subestimas y también los demás, Fabrizio no es
un niño y es momento de que todos lo traten como el hombre
que es, porque mientras sigan sobreprotegiéndolo y tomando
decisiones por él, jamás conseguirá ser del todo independiente.
Ya sé por qué la hermana le dice: «Peter Pan» —mencionó con
seriedad.
—Sé a lo que te refieres y estoy de acuerdo contigo, soy
consciente de que, más que un bien, le está haciendo un mal; ya
se lo he dicho a mi hermana, que a veces lo cuida más que a
Joshua, pero…

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—Manuelle, tu cuñado es un hombre capaz de tomar sus
propias decisiones, y todos debemos respetarlas.
—En verdad, lo haría, Emma…, pero la estabilidad de mi
hermana y mis sobrinos es lo que está en riesgo… Fuiste testigo
de todo lo que tuvimos que pasar por su recaída, las carencias
económicas y el impacto emocional que esto tuvo en Joshua y en
Marion, no quiero que ellos vuelvan a pasar por eso —expuso
dejando ver su preocupación.
—Mi amor…, sé que lo único que deseas es cuidar de tu
familia y sabes que es una de las cosas que más admiro de ti, pero
debes confiar en tu cuñado… La verdad, no creo que él vaya a
ser tan estúpido como para alejarse de su familia, solo por esto,
menos cuando le han explicado cómo se dieron las cosas.
Fabrizio ha sufrido mucho por estar lejos de ellos y te aseguro
que no renunciará luego de haberlos recuperado, solo debemos
darle tiempo —explicó acercándose.
—Está bien, confiaré en su buen juicio —aceptó suspirando.
—Me parece perfecto, verás que todo saldrá bien y no tendrás
que preocuparte por tu hermana y tus sobrinos… Ahora,
ayúdame a pensar en un nombre. —Le pidió con la mirada
brillante.
—¿Un nombre? —preguntó Manuelle, desconcertado,
mirándola para tratar de descubrir a qué se debía esa petición.
—Sí…, en realidad, deberían ser dos; para que, llegado el
momento, no dudemos… Uno femenino y otro masculino —
acotó con una amplia sonrisa y luego caminó de prisa hasta el
baño.
—¿Qué sucede, Emma? —preguntó sin saber qué pretendía.
—¿Cree que me seguirá queriendo, aun con esta apariencia,
teniente Laroche? —cuestionó saliendo del baño con una barriga
que hizo con un par de toallas y las metió bajo su vestido.
Manuelle apenas lograba coordinar sus pensamientos, para
comprender lo que su novia intentaba decirle; parpadeó y tragó
para pasar el tumulto de emociones que se le subieron de golpe a

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la garganta, mientras fijaba su mirada en la barriga simulada.
Después, miró a los ojos verdes que lo hechizaron y que le
sonreían tiernamente en ese momento; se llevó las manos al
rostro y lo cubrió, para esconder sus lágrimas, porque un hombre
no debía llorar.
Cuando aquella granada varita le arrebató las piernas, también
se llevó su esperanza de tener una familia, sabía que ninguna
mujer iba a querer formar un hogar con un hombre minusválido,
que no pudiera brindarle estabilidad o la representara. Así fue
cómo se resignó a ser solo un tío, porque sabía que nunca tendría
hijos; y estaba feliz con ese papel, hasta que la conoció a ella y
quiso más. Emma estaba cambiando por completo su mundo, no
solo al aceptarlo en su condición, sino también al brindarle la
dicha de ser padre.
—Manuelle… —susurró Emma con una marea de emociones
recorriendo su ser, entre las que prevalecía el miedo de que él no
quisiera ser padre—. ¿Acaso no te emociona la idea? —preguntó
temerosa, porque no sabía lo que haría, si él le decía que no quería
ser padre; sin duda alguna, tendría al bebé, pero esperaba criarlo
junto a él.
—¡Sí, por supuesto que sí! ¡Claro que estoy feliz, Emma! Y no
te imaginas cuánto... Siempre quise tener hijos y fue otra de las
razones por las que me enlisté, aspiraba a conseguir el dinero
suficiente para formar un hogar y brindarle a mi familia todo
cuanto estuviera en mis manos, solo que… —Se miró el vacío
debajo de sus rodillas.
—Esto no te limita en nada, Manuelle… —Ella se puso de
cuclillas y le apoyó las manos sobre los muslos—. Tú eres un
hombre completo, independiente y; prácticamente, has criado a
tu sobrino. Así que, estoy segura de que también vas a poder criar
a tu hijo y que serás un padre extraordinario.
—¿En verdad seré padre? —preguntó mientras su pecho se
agitaba por la emoción que apenas podía contener y se secó las
lágrimas.

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—No estoy cien por ciento segura, porque aún no me hago
una prueba, pero por todo lo que me está pasando, creo que
existe una gran probabilidad —respondió con una gran sonrisa.
—Pues, ya me veo con un hijo en los brazos… —dijo él,
quitándole las toallas para poder acariciarle el vientre—. Así que,
para aumentar esas probabilidades, aprovechemos que estamos
solos y hagamos el amor —acotó ensanchando su sonrisa y la
besó con pasión.
Emma le respondió con el mismo entusiasmo, acariciándole
el cabello y secándole con sus pulgares las mejillas que seguían
húmedas por las lágrimas; de pronto, soltó un pequeño grito
cuando él rodó, llevándola hasta la cama. Sonrió ante la astucia
de su teniente, ahora sabía de quién la había heredado Joshua, y
esperaba que su hijo también lo hiciera. Quería que tuviera todo
de él, porque era el hombre más maravilloso que había conocido
en su vida.

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Capítulo 34

Fabrizio despertó pasada las tres de la tarde, estaba solo en su


habitación y supuso que Marion había salido para atender a
Joshua; suspiró y rodó para quedar bocarriba. Su mirada se perdió
en los relieves del cielo raso, mientras su mente era torturada una
vez más por los acontecimientos de esa mañana; entre más
pensaba en ello, más vergüenza sentía, porque había atacado al
hijo del hombre que prácticamente le salvó la vida, quien además
de todo, era su tío.
La puerta de la habitación se abrió sorpresivamente, lo que
hizo que él se sobresaltara y que con manos temblorosas se
limpiara las lágrimas que una vez más había derramado. Se
incorporó hasta quedar sentado y vio a su hijo, que entraba
mostrando esa sonrisa que podía iluminar su día más oscuro, le
tendió los brazos y le pidió que se subiera a la cama, para poder
darle un abrazo, lo necesitaba en ese momento.
—Papi, he venido para leerte. —Joshua llegó dispuesto a
cumplir con su costumbre de todas las tardes, pero al ver que su
padre tenía los ojos y la nariz roja, se preocupó—. Papi, ¿estás
llorando? —preguntó posando su pequeña mano en la mejilla de
su padre.
—No, mi vida, no estoy llorando, solo tengo alergia… —dijo
para tranquilizarlo e intentó sonreír, acomodándole los cabellos.
—Papi, ¿otra vez estás enfermo? ¿Los medicamentos no te
hacen bien? —Su voz se convirtió en un susurro tembloroso.
—Me siento muy bien, los medicamentos de tu abuelo son los
mejores y ya no estaré enfermo de nuevo. —Se acercó y le besó
la frente, al tiempo que apretaba sus párpados para no llorar,

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respiró profundo, embriagándose con el olor que brotaba del
cabello de su hijo—. ¿Qué me vas a leer hoy? —Miró el libro que
llevaba.
—Es un libro nuevo, se llama «Los viajes de Gulliver», estaba
en la biblioteca y mi tío… —Joshua calló al darse cuenta de que
estuvo a punto de mencionar a Terrence, se suponía que no debía
hacerlo. Miró a su padre sin saber cómo continuar, porque le
habían enseñado que no estaba bien mentir y, si seguía, tendría
que hacerlo.
—¿Tu tío… Terry? —preguntó Fabrizio con la voz
estrangulada.
—¡Sí! —exclamó Joshua asintiendo y sonrío aliviado—. ¿Ya
lo conociste, papi? —preguntó con la mirada brillando de
curiosidad.
—Eh… sí, lo conocí esta mañana. —Desvió su mirada.
—¿Y viste que es igualito a ti? ¿Verdad que es increíble?
Cuando lo vi la primera vez, pensé que eras tú y me acerqué para
abrazarlo, pero cuando me di cuenta de que no era así. Me asusté
mucho y salí corriendo, pero él logró alcanzarme y me explicó
que ustedes dos se parecían porque eran primos; en ese
momento, no entendía mucho, pero después me mostró un libro
donde había dos señores que también eran primos y se parecían
mucho, eran… —Se llevó una mano a la frente para recordar los
nombres, pero solo consiguió hacerlo con sus títulos—. Uno es
el rey de Inglaterra y el otro era el zar de Rusia.
—Jorge V y Nicolas Románov —acotó Fabrizio y frunció el
ceño al recordar a ambos personajes y su asombroso parecido.
Los monarcas eran sobrinos de Christopher Danchester, su
supuesto abuelo de sangre, lo que, sin duda, reforzaba la razón
de ese parecido que tenía con el hombre al que creyó un timador.
Debía tratarse de algo heredado por ese lado de la familia; negó
con la cabeza y se frotó el rostro para liberarse de esa extraña
sensación que lo embargaba, porque la certeza de ser familiar de
Terrence Danchester, comenzara a resultarle aplastante.

436
—Sí, esos mismos —dijo Joshua, sonriendo—. También se
parecen mucho, como ustedes dos. Mi tío abuelo duque, me dijo
que ellos eran sus primos y que quizá todo esto se daba por algo
que estaba en su sangre, porque todos tenemos el mismo tipo —
añadió todo lo que le habían explicado para saciar su curiosidad.
—Parece que te llevas muy bien con ellos —murmuró
Fabrizio, celoso al ver que esas personas ya formaban parte de su
familia.
—Mucho, papi… Me gusta hablar con tío Terry, porque es
como tú y me responde todo lo que le pregunto, también juega
conmigo y me está enseñando a hablar en inglés… Su novia se
llama Victoria, también es muy parecida a mami, una vez se los
dije y se echaron a reír, porque saben que es cierto —dijo
mostrando una sonrisa traviesa.
—Sí, tienes razón, es parecida —respondió Fabrizio al
recordar a la chica y tuvo que sonreír; sobre todo, porque Marion
también se lo había mencionado y, además, le comentó que ella
era doctora.
Joshua siguió contándole lo que había vivido con los
Danchester, desde que se conocieran en el hospital, pudo notar
que, dentro de él, había nacido un cariño especial por esas
personas. Todo eso le echaba en cara que había cometido un
enorme error y una gran injusticia.
Después de estar hablando más de una hora, Joshua comenzó
a sentir sueño, porque no había tomado su siesta; ya que,
Dominique, lo invitó a pasear en su caballo y él aceptó de
inmediato, pues se divertía mucho a lomos de esos nobles
animales. Le contó eso a su padre y Fabrizio le dijo que cuando
joven, tenía un lindo caballo en Florencia, que también le
gustaban mucho y que iba a hacer todo lo posible por conseguirle
uno y enseñarle a cabalgar.
Minutos después, Fabrizio lo admiraba mientras dormía sobre
su pecho, agarró el libro que estaba en la cama y lo miró; de
inmediato, pensó en la persona que se lo había entregado a

437
Joshua. Soltó un suspiro lento y cerró los ojos para escapar de la
mirada cargada de reproche de Terrence; de pronto, un suave
toque en la puerta lo sacó del estado de sopor donde se había
sumido, pensó que se trataba de alguno de los doctores que venía
a revisarlo.
—Adelante —susurró, para no despertar a su hijo.
—No sabía que tenía mañas para dormir —dijo Luciano,
viendo cómo Joshua tenía enroscado uno de sus dedos en el
cabello de Fabrizio. Su hijo levantó la mirada inmediatamente,
encontrándose con la suya—. Tú también las tenías, no podías
dormir sin una prenda que llevase el olor de tu madre, pasabas
toda la noche oliéndola y, si te la quitábamos, despertabas
buscándola.
—No lo recuerdo —susurró con la garganta inundada.
—Te la quitamos a los seis años, pasabas noches en vela
llorando, pidiendo alguna prenda de Fiorella —mencionó
llegando a un lado de la cama, pidiendo permiso con un ademán
para sentarse. Fabrizio asintió y él pudo ver cómo batallaba con
las lágrimas—. Lo hicimos porque cuando tuvieras que estudiar
fuera de casa, como ya habíamos acordado, dado nuestras
ocupaciones, sería más difícil para ti, si mantenías esa costumbre.
—Su mano de posó en la espalda de su nieto y la acarició
tiernamente, se quedaron en silencio sin saber qué decir, tenían
mucho por hablar, pero no sabían cómo empezar.
—Padre…, papá. —Su voz sonó ronca porque seguía dándole
batalla a las lágrimas—. Sé que, pedir disculpas o decir que lo
siento, no bastará para perdonar mi comportamiento de esta
mañana… —Un sollozo se atravesó en su garganta.
—Está bien, hijo, comprendo tu sentir y sé que soy el
responsable de que actuaras como lo hiciste, yo debí ser sincero
contigo y hablarte de esto —susurró sintiendo las lágrimas
anidarse en su garganta.
—Padre, por favor, deje de tratarme con tanto cuidado y de
verme como a un niño, porque ya no lo soy.

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—Fabrizio… —Luciano quiso intervenir, no quería que él se
castigara con lo sucedido, pues no todo había sido su culpa.
—Por favor, déjeme continuar… Ahora soy un hombre y
debería reprenderme por mi comportamiento, por mi manera tan
violenta de actuar, sin detenerme a escuchar explicaciones —dijo,
consciente de que era lo que se merecía—. Siento haber
explotado de esa manera, poque lo que menos quería era que
ustedes vieran el hombre en el que me convirtieron en la guerra,
uno violento, que se cegaba y solo actuaba sin pensar; eso fue lo
que me sucedió hoy… Llevaba muchos años sin sentir esa
adrenalina que recorría mi cuerpo cuando estaba frente al
enemigo… Yo sé que ustedes no admiten la violencia y que me
criaron con esos principios, pero estos han cambiado, yo cambié.
—Las lágrimas empezaron a quemar sus mejillas.
—No has cambiado, Fabrizio Alfonzo, es solo que a veces
nos cegamos ante algunas situaciones que nos provocaban rabia
e impotencia, pero no eres una mala persona, no lo eres —
aseguró mirándolo a los ojos—. Puede que ahora seas más
impulsivo y que tu temperamento se haya vuelto más difícil, pero
eso puede mejorar con la guía de un buen psiquiatra, que te ayude
a canalizar esas emociones.
Luciano hablaba por experiencia, porque cuando Terrence no
conseguir recobrar sus recuerdos, sufría esos arranques de rabia
y pasaba semanas sin hablar con nadie, apenas salía de su
habitación. Aunque nunca fue violento ni les gritó, solo se
encerraba en él mismo y los trataba como si fuesen unos
desconocidos; lo que realmente eran, pero las terapias lo
ayudaron y confiaba en que también lo hicieron con su hijo,
pensó mientras le secaba las lágrimas con su pulgar.
—Lo sé, no soy el único con secuelas de la guerra, pero es la
primera vez que actúo de esta manera, desde que estuve en el
frente… Y todo fue porque… —Suspiró para liberar un poco de
la presión que sentía en el pecho y le hacía difícil hablar—. Yo
me había hecho a la idea de odiar a ese hombre, desde que lo vi

439
en la estación de trenes, junto a Fransheska, y después en aquel
diario con usted… La idea de ser suplantado por un completo
extraño, no me dejaba en paz y pensaba que él los estaba
engañando, pero lo que más me dolía era imaginar que mi familia
no me conocía lo suficiente, como para darse cuenta de que el
hombre junto a ellos no era yo. —Fabrizio estaba dejando salir
todo eso en un torrente de palabras que iban acompañadas por
el llanto.
—Lamento mucho que te sintieras de esa manera. —Luciano
bajó el rostro, avergonzado—. Si tan solo hubiese tenido la más
pequeña esperanza de que seguías con vida…
—Yo sé que lo que hice fue imperdonable, por eso no los
busqué… Además, ya no era el Fabrizio que ustedes conocieron;
durante mucho tiempo solo fui un fantasma y no quería que me
vieran así... —Se secó las lágrimas y la nariz con la manga de su
pijama—. Que ese hombre estuviera en mi lugar, no era culpa de
ustedes, sino mía, yo soy el único responsable de todo este
desastre, y ninguno de ustedes merecían que los juzgara, no tengo
el derecho de hacerlo. Debería darme contra las paredes por
haberle gritado, pero estaba fuera de mis cabales —admitió con
la voz vibrando de la rabia que sentía con él mismo.
—No, no deberías hacerlo, porque tienes razón, yo no tenía
ningún derecho de engañar a tu madre y a tu hermana de esa
manera… Fui cruel y egoísta; sobre todo, con Fiorella. No le dejé
llorar a un hijo que creíamos muerto, ella tuvo que esconder ese
dolor. —Su voz se quebró al recordar todo eso—. Al menos, yo,
tenía dónde desahogarme, iba todos los meses o cada vez que
podía a la tumba en Amiens, ahí dejaba libre mi dolor y mi culpa,
pero ella no podía hacerlo y; cuando todo se descubrió, me
rompió el corazón enterarme de que siempre supo que el joven
en nuestro hogar no era su hijo, yo había sido un estúpido al
pensar que podía engañarla, como si eso pudiera hacerse con el
corazón de una madre, pero me dijo que lo aceptó porque sabía
que yo; de cierta manera, había cumplido mi promesa de llevarte

440
de nuevo a nuestro hogar. —Un sollozo se escapó de su garganta
y se llevó las manos al rostro, para cubrirlo porque no podía con
la vergüenza.
—Ya no llore, por favor, no derrame una lágrima más por
mí… Han sido muchas y jamás tendré cómo pagar por cada una.
Se supone que un hijo debe dar felicidad y orgullo, pero yo solo
les he causado dolor… No me extraña que quisieran a otro en mi
lugar.
—No, claro que no, a pesar de que amo mucho a Terrence,
solo fue otro hijo, para tu madre y para mí, pero nunca ocupó tu
lugar… Incluso, desde su llegada, todo fue completamente nuevo
para él, su ropa, sus cosas personales, su habitación era la
contigua a la tuya. Fiorella decidió que fuese así, con la excusa de
que la cama era pequeña para que estuviera cómodo, pero yo debí
suponer que lo hizo porque no quería que nadie irrespetara tu
espacio… —aseguró mirándolo para que viera que decía la
verdad—. Terrence no es malo; por el contrario, es una excelente
persona y le estaré agradecido eternamente porque nos ayudó a
superar el dolor que nos consumía, si no lo hubiese encontrado,
no habría tenido el valor para regresar a Italia. Pero, al llevármelo,
arruiné su vida y le hice daño a muchas personas, cometí un error
más grande, tratando de enmendar el de tu partida.
—Lamento haberlo llevado a esa situación, en verdad lo hago,
padre…, pero no me puede pedir que acepte todo esto y vaya a
pedirle disculpas a… a Terrence. —Soltó un suspiro cansado—.
Este odio que siento hacia él fue creciendo día a día, durante dos
años; y no puedo hacer que desaparezca de un día para el otro…
Solo le pido que me dé un poco de tiempo, por favor —pidió
mirándolo y soltó otro suspiro que dejó en evidencia su
frustración.
—Está bien, no voy a presionarte para que te disculpes con él,
si no lo haces de corazón, no tendría sentido. Solo te pido que no
pretendas que nos alejemos de él, porque lo amamos y quiero que
respetes eso.

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—No lo haré, padre —dijo con voz ahogada por el dolor y los
celos que eso le provocaba, era algo que no podía controlar—. Si
lo quieren, no soy quién para pedirles que dejen de hacerlo…. Él
se ha ganado ese derecho y yo no soy nadie para arrebatárselo,
me ha quedado claro que veló por ustedes y les ayudó a salir
adelante, hizo lo que debería haber hecho yo —pronunció
sintiendo el corazón contraérsele ante el dolor.
—Fabrizio, sabes muy bien que la familia siempre debe estar
unida, fue lo que nos enseñó mi padre.
—Alfonzo Di Carlo —susurró, bajando la mirada a la cara de
Joshua, mientras trataba de retener el sollozo.
—Sí, mi padre fue y seguirá siendo Alfonzo Di Carlo… Fue a
quien conocí, quien me dio amor y comprensión, quien estuvo a
mi lado en mis momentos tristes y felices… Yo no me dejaré
guiar por la sangre que corre en mis venas, sino por lo que siento
latir aquí —sentenció, llevándose la mano al pecho.
—Yo tampoco debería dejarme guiar por la sangre que corre
por mis venas, ya que según me dijo Marion, es toda Danchester.
Resulta que no soy compatible con usted, sino que llevo el mismo
grupo sanguíneo que el duque de Oxford y el conde de
Wallingford, solo falta que usted me diga que no soy su hijo —
acotó mirándolo a los ojos.
—Claro que eres mi hijo, cabeza dura, estoy seguro de ello
porque puse bastante empeño en procrearte, y yo mismo te traje
al mundo. Seguí todos y cada uno de tus pasos, así que te prohíbo
que vuelvas a decir eso o tomaré en cuenta la sugerencia del
teniente Laroche y te daré una buena paliza. —Lo amenazó con
media sonrisa y le desordenó el cabello—. Y sí, llevas el grupo
sanguíneo de los Danchester, yo tenía el de mamá, pero eso es lo
de menos, ya te lo dije… ¿Acaso no te sientes un Di Carlo? —
preguntó mirándolo a los ojos.
—Soy un Di Carlo —respondió con entusiasmo, mostrando
una gran sonrisa, a través de las lágrimas—. Te amo, papá.

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—Yo también te amo, hijo. —Se acercó para abrazarlo y darle
un beso en la frente—. Te amo porque eres mi hijo, sangre de mi
sangre, fruto de mi más grande amor —dijo llevando las manos
a sus mejillas y le acunó el rostro—. Solo quiero que me hagas un
gran favor.
—¿Cuál? —preguntó con las emociones temblando dentro de
él.
—Trata de acercarte a tu primo… —Vio que se iba a negar
una vez más, pero no lo dejó hablar—. No te estoy dando una
orden ni mucho menos voy a imponértelo, solo quiero que te des
la oportunidad de conocerlo, trata de hacer las paces con él. Mira
que en dos semanas se casa y ya no lo veremos en un buen
tiempo, no podrás tener por ahí al espejo andante —bromeó para
aligerar su tensión.
—Se ha vuelto muy gracioso —comentó frunciendo el ceño y
su padre se carcajeó, él sonrió, contagiado por su buen humor,
luego dejó escapar un suspiro resignado—. Haré el intento, pero
no le aseguro nada… Imagino que él está aquí. —No pretendía
verlo en ese momento, solo quería saber si seguía cerca.
—Ahora mismo no, se fue con su prometida a la casa que le
compró para vivir con ella una vez casados… Creo que volverá
el lunes.
—¿Pasará el fin de semana a solas con su prometida, en su
futura casa? —preguntó desconcertado.
—Sí… Bueno, ellos tienen una relación un tanto «moderna»,
se conocen desde el colegio y desde muy jóvenes andaban de
rebeldes, rompiendo las reglas… Además, Victoria está
embarazada, así que…
Luciano se quedó callado porque no le parecía muy adecuado
ese comportamiento; en caso de que fuese su hija, no lo
permitiría, aunque tampoco podía juzgar a Terrence y a Victoria,
porque Fiorella y él, también tuvieron relaciones sexuales antes
de casarse, y ella también quedó embarazada, pero siempre
fueron discretos.

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Suponía que Benjen no podía reclamarle, porque no tenía la
moral para hacerlo, ya que él también lo concibió fuera del
matrimonio; pensó que, definitivamente, ninguno de los hombres
que tenían en sus venas la sangre Danchester, podían controlar
sus impulsos carnales.
—Como lo que se tenía que evitar, sucedió, no hay problema
en que hagan de las suyas ¡Cómo han cambiado las cosas! —
murmuró mirando a su padre—. Empiezo a sentirlo parte de la
familia, ya ninguno quiere esperar a casarse para procrear —
comentó sonriendo.
—Al menos él, aún puede disimularlo, pero tú, con un
caballerito de cinco años, ni cómo esconderlo —dijo sonriendo
mientras miraba y acariciaba la espalda de su nieto—. Espero que
después de este que viene en camino, pares la producción por un
tiempo.
—No, no lo creo, padre… Lo hablé con Marion y acordamos
tener ocho hijos —acotó y su sonrisa se convirtió en una
carcajada, al ver la cara de alarma de su padre—. Aún les quedan
muchos por criar y eso sin contar los de Fransheska. Ya verá unas
cuántas haditas brincando y bailando por toda la casa… —Lo vio
sonreír con entusiasmo y quiso darle algo de esperanza, para que
viera que esa conversación no había sido en vano—. Y me
imagino que, si quiere a Terrence como un hijo, también tendrá
a los de él, haciendo de las suyas, pero tranquilo, que Manuelle
sabe cómo meterlos en cintura con ese don militar que tiene, y
estoy seguro de que lo ayudará con eso —dijo con los ojos
brillantes al imaginar ese futuro al lado de su familia.
En ese momento, la puerta se abrió, captando inmediatamente
las miradas de ambos, Marion se quedó en silencio y los miró,
sintiendo el corazón brincar en su pecho al ver que su esposo
había llorado; sin embargo, sonreía y se notaba menos tenso que
antes. Suponía que ya había aclarado todo con su suegro y eso la
hizo muy feliz, aun así, quiso darles más tiempo, por si no habían
terminado su charla.

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—Siento interrumpirlos, volveré dentro de un rato.
—Está bien, hija…, ya estaba por marcharme, puedes
quedarte —dijo Luciano y se dobló un poco para darle un beso
en el cabello a Joshua, seguido de uno en la frente a Fabrizio—.
Te amo, hijo, recuérdalo siempre —susurró mirándolo a los ojos.
—Yo también, papá… Dele un beso a mamá de mi parte y
dígale que disculpe mi actitud —respondió y le besó la mejilla.
—Lo haré, descansa. —Luciano asintió y caminó a la puerta,
llegó hasta Marion y le besó la frente—. Tú también descansa,
hija, no debes estar caminando tanto. —Le dijo mirándola a los
ojos.
—Gracias, señor —acotó Marion con media sonrisa.
Luciano caminó a la puerta y la abrió, pero antes de salir, miró
una vez más a su hijo en la cama, con su nieto sobre su pecho,
regalándole un hermoso y único cuadro. Una sonrisa se dibujó en
sus labios, sabía que no había cambiado y tenía la certeza de que
no podía guardar rencor en su corazón.
Después de un rato, su madre también pasó para conversar,
pero cada vez que intentaba hablar sobre lo sucedido esa mañana,
ella esquivaba el tema; tal vez, para que él no se siguiera
recriminando. Aunque, al igual que su padre, también le pidió que
no se cerrara a la posibilidad de conocer a Terrence, asegurándole
que él, era un gran hombre y que estaba segura de que se llevarían
muy bien; una hora después, se marchó para atender algunos
pendientes con Fransheska.
—Mis padres siguen tratándome con guantes de seda —
murmuró para Marion, una vez que vio a su madre salir de la
habitación.
—No ganan nada con reprocharte lo que hiciste, saben que
estás arrepentido y que cuando sea el momento, harás lo correcto
—dijo dándole un toque de labios y luego se puso de pie—. Iré a
hornear mis magdalenas, enseguida regreso.
Fabrizio se quedó pensando en las palabras de sus padres y lo
que acababa de decir Marion, no hacía falta ser un adivino para

445
descubrir a lo que se refería con: «hacer lo correcto». Todos
esperaban que se disculpara con Terrence y se convirtieran en los
primos inseparables, pero eso no era tan sencillo. Soltó un
suspiro y se recostó abrazando a su hijo, deseando poner su
mente en blanco, aunque fuese por un momento, casi lo consigue
cuando el sueño empezaba a apoderarse de él, pero entonces, su
esposa regresó con una bandeja de magdalenas, té, leche y café,
que lo trasportaron a las tardes en Fossemanant.
—Joshua, despierta…, mira lo que hizo tu mami —mencionó
con una sonrisa entusiasta, mientras le acariciaba el cabello.
—¿Magdalenas? —preguntó parpadeando, mientras fijaba la
mirada en la bandeja. Al reconocer uno de sus dulces favoritos,
se espabiló de inmediato y se incorporó hasta quedar sentado—.
¡Qué ricas se ven, mami! —añadió saboreándose con anticipación
y recibió una.
Marion sonrió al ver el entusiasmo de sus dos amores,
presentía que algo así podía animar a Fabrizio, y a su hijo le
encantaría; además, que a ella le ayudó a relajarse, pues lo
ocurrido en la mañana, la había alterado un poco y sabía que no
era bueno para su bebé. De pronto, escuchó que llamaban a la
puerta y dio la orden para que entraran, debía ser Manuelle, ya
que le había dicho que haría magdalenas y a él también le
gustaban mucho, lo vio entrar junto a Emma y se le notaba
distinto, más sonriente y como si su rostro estuviese iluminado.
—Papito, date prisa, antes de que Joshua y Fabri te dejen sin
nada.
—Qué ni se les ocurra comérselas todas —dijo señalándolos
y vio cómo ese par de bribones sonreía con picardía.
—Tú comes más que nosotros, tío —Joshua agarró otra.
—Come despacio o te hará daño. —Le comentó Marion,
sonriendo, y agarró un platito para servirle a su cuñada—. Emma,
toma estas o te quedarás sin probarlas. —Se las ofreció, notando
que ella también se veía extraña, aunque ya llevaba días notando
eso y sospechaba algo.

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—Gracias, Marion. —Sonrió y se llevó una a la boca—. En
verdad están muy ricas, tendrás que compartirme la receta.
—Por supuesto, tiene un secreto de nuestra madre.
—Manuelle…, quería pedirte disculpas por mi actitud de esta
mañana —susurró Fabrizio, para que Joshua no lo escuchara.
—No es a mí a quien le debes una disculpa, sino a tus padres,
a tus tíos y a tu primo y su prometida —dijo mirándolo a los ojos.
—Él si no me trata con guantes de seda —murmuró Fabrizio
con el ceño fruncido, y Marion sonrió, negando con la cabeza—
. Ya hablé con mis padres y les pedí perdón —añadió mirando a
su cuñado.
—Me alegra escucharlo… Bueno, yo quería… —Manuelle
sintió que los nervios lo invadían cuando supo que había llegado
el momento de contarles lo del embarazo de Emma, sus manos
comenzaron a sudar y buscó la mirada de su novia, para tener
apoyo, ella le sonrió asintiendo y lo agarró de la mano. Manuelle
respiró hondo, reuniendo toda su valentía para hacer el
anuncio—. Tendremos un hijo —dijo con una sonrisa mezcla de
nervios y felicidad.
—¡Papito! —Marion se puso de pie y se abalanzó sobre él,
para abrazarlo y besarlo—. ¡Felicidades para ti también, Emma!
¡Qué maravillosa noticia! —La abrazó con mucha emoción.
—Muchas gracias. —Emma le devolvió el abrazo y la miró a
los ojos—. Aún no lo he confirmado, pero según mi experiencia
como enfermera, todo indica que estoy embarazada.
—¿Tendrás un bebé, tío? —preguntó Joshua, parpadeando.
—Él no, lo tendrá su prometida —dijo sonriendo y haciendo
énfasis en la última palabra.
—Nos vamos a casar —alegó Manuelle de inmediato—.
Luego de que lo hagan los que ya tienen una fecha fijada.
—Creemos que es lo más cortés con nuestros anfitriones —
dijo Emma, pues también le apenaba no estar casada.
—Por supuesto. —Fabrizio le sonrió para aligerar la tensión
que veía en los dos. Él, menos que nadie, podía criticarlos—.

447
Reciban mis más sinceras felicitaciones, un hijo es la mayor
bendición del mundo.
Cargó a Joshua para sentarlo en su pierna y acarició el
hermoso vientre de su esposa, mientras veía a su cuñado con una
sonrisa que pocas veces había mostrado. Realmente, estaba feliz
por Manuelle, era un gran hombre y merecía experimentar la
felicidad de tener su propia familia. Se prometió que les ayudaría,
así como Manuelle lo había hecho con Marion y con él.

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Capítulo 35

Gautier consiguió la manera de que su hijo y Gezabel, se


volvieran a encontrar, llamó a la joven y le recordó su deseo de ir
a ver su trabajo, poniéndola en el compromiso de organizar esa
reunión, a la que, por supuesto, asistió junto a Gerard. Luego de
eso, coincidieron en una fiesta organizada por uno de sus amigos,
en la que se mostraron más cercanos, bailaron y bromearon como
si fuesen una pareja de enamoramos, y no simplemente amigos;
al final de la noche, él se ofreció a llevarla hasta su apartamento.
—Gracias por traerme —dijo ella, en cuanto el auto se detuvo
frente a la fachada del lujoso edificio, en Saint-Germain-des-Près.
Estaba lloviznando y pensó que sería mejor despedirse allí.
—Fue un placer, la pasé muy bien esta noche, Geza. —La
miró y, una vez más, dentro de él, latía el deseo de besarla.
—Yo también la pasé muy bien.
Gezabel sonrió y su mirada también se ancló en la de él,
mientras sentía cómo el ambiente se cargaba de una poderosa
fuerza que la atraía hacia Gerard y, sin darse cuenta, se fueron
aproximando. Las luces de un auto que pasó a alta velocidad
reventaron la burbuja donde se encontraban y; al darse cuenta de
lo cerca que estaban, se alejaron intentando disimular su
conmoción detrás de sonrisas apenadas.
—Bien, creo que será mejor que entre, antes de que esta
llovizna se haga más fuerte —dijo ella y llevó la mano hasta la
manilla de la puerta.
—Espera, yo te abriré la puerta —mencionó Gerard y le
sostuvo la mano, para impedir que bajase.
—No es necesario, Gerard.

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—Claro que sí, un caballero siempre acompaña a una dama
hasta la puerta de su casa —comentó y sin darle tiempo a negarse,
bajó del auto y caminó hasta su puerta, para abrirle.
—Muchas gracias, caballero. —Sonrió de manera coqueta y
caminó de prisa junto a él, hasta el pórtico, para no mojarse.
—Bien, aquí estás, sana y salva —bromeó y se acercó para
darle un beso en la mejilla—. Descansa, Gezabel.
—Descansa tú también. —Los nervios la hacían sentir tonta
y casi lo besa en los labios, lo que no hubiese estado mal, porque
lo deseaba, pero sabía que era mejor mantenerse en lugar seguro.
Gerard le dedicó una sonrisa encantadora mientras por su
mente pasaba la idea de envolverla en sus brazos y besarla, pero
se contuvo porque eso podía echar por tierra los avances que
había tenido para recuperar su confianza. Era mejor ir despacio,
para no cometer errores, aunque en realidad, no sabía a dónde
iba su relación con Gezabel, pues podía sentir la atracción entre
ambos, pero también muchas dudas.
Le dio la espalda y se alejó hacia su auto con paso lento, como
a la espera de que ella hiciera o dijera algo, porque él no tenía el
valor para hacerlo, le aterraba ser rechazado una vez más por la
mujer que había despertado esos sentimientos que creyó no
viviría de nuevo.
Gezabel sintió que el corazón le daba un vuelco al verlo
alejarse, tenía justo al alcance de su mano eso que por tanto
tiempo soñó, y lo estaba dejando marchar; le daba miedo volver
a sufrir, era verdad, pero algo le decía que esta vez todo podía ser
distinto, si ella así lo quería.
—Gerard. —Lo llamó y caminó, exponiéndose a la lluvia, para
acercarse a él, necesitaba verlo a los ojos—. Me acabo de decidir,
tú eres el hombre al que deseo hacer feliz… Solo te pido que no
me rompas el corazón, no otra vez… Estoy dispuesta a entregarte
todo, pero más vale que, esta vez, sepas valorarlo; de lo contrario,
lamentarás haberme puesto la escalera para subir. Así que, será
mejor que dejes el pasado en el pasado, incluyendo cualquier

450
sentimiento que haya despertado en ti, esa otra mujer… Te
quiero solo para mí —pidió con la voz ronca por las emociones,
después, tomó las solapas de la gabardina, para atraerlo a ella y
atrapar su boca en un beso suave e intenso al mismo tiempo.
Gerard se sorprendió ante su gesto y sus palabras, pero un
segundo después correspondía al beso con la misma emoción, la
amarró a su cuerpo, tomando la diminuta cintura con sus brazos
y se perdió en esa maravillosa sensación que le estaba
provocando. Era completamente distinto a lo que había vivido
en los últimos meses, cuando buscaba placer en otras mujeres;
ella estaba despertando eso que llevaba mucho tiempo dormido
dentro de él, la necesidad de estar junto a alguien y cifrar sus
esperanzas en una vida con esposa e hijos.
—Lo quiero todo contigo, Geza… Realmente, deseo ser ese
hombre al que harás feliz, y ser yo quien te llene de dicha…
—¿Lo dices en serio? —preguntó con la voz temblorosa,
mientras las gotas de lluvia se deslizaban por su rostro.
—Absolutamente —respondió sonriendo y la besó una vez
más, para confirmarle que era sincero.
Cuando al fin se separaron, sus miradas brillantes se
fundieron, sus respiraciones eran agitadas; sus labios, ligeramente
hinchados, daban muestra de la pasión desbordada en ese beso,
y sus corazones latían llenos de felicidad y esperanza. Una certeza
crecía dentro de ellos y aunque pudiese parecer un poco
apresurado, ambos sabían que lo que sentían era algo por lo que
valía la pena arriesgarse.
—¡Nos hemos empapado por completo! —exclamó ella,
riendo, cuando fue consciente de su realidad y elevó el rostro al
cielo—. Será mejor que entremos, tienes que quitarte esta ropa o
te resfriarás.
—No es necesario, ve y entra…, estoy bien, llegaré a mi casa
y me daré un baño de agua caliente —indicó Gerard, no quería
someterse a la tortura de estar sin ropa frente a ella y no poder
hacer lo que llevaba semanas imaginando.

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—Tu casa está a cuarenta minutos de aquí, cuando llegues allí,
ya estarás estornudando y tendrás fiebre. Ven, te prestaré una
bata o un pijama de Francisco, no se molestará —comentó,
siendo un tanto exagerada, pero sería desconsiderado dejarlo ir
así.
Tiró de su brazo y lo llevó al interior, luego caminaron de prisa
hasta el ascensor, ya que su apartamento quedaba en el último
piso; cuando entraron, lo hicieron en silencio para no despertar a
su compañero. Ella encendió la luz y vio una nota sobre la mesa
junto a la puerta, era de Francisco y le informaba que se había ido
por el fin de semana a Lyon, con su nueva conquista, que no se
preocupara y le dejaba libre el apartamento, para que hiciera lo
que quisiera.
—Estamos solos, Francisco se fue a Lyon —anunció batiendo
la nota y la dejó de nuevo sobre la mesa. Luego se quitó el abrigo
para colgarlo en el perchero—. ¿Qué haces aún vestido? Quítate
eso o te vas a resfriar —indicó y al ver que no reaccionaba, estiró
sus manos.
—Gezabel, espera… —Le sostuvo las manos y soltó el aire
como si le apretaran el pecho—. Sé que eres una mujer que valora
la sinceridad, así que te diré esto… —anunció mirándola a los
ojos y pudo sentir que se tensaba y lo veía con algo de temor,
quizá imaginaba que iba a retractarse—. No he dejado de
imaginarme haciéndote el amor, desde que te vi desnuda en el
lago; te deseo de una manera tan intensa, que apenas conseguía
contener mis deseos de besarte esta noche. Y no sé si tendré la
voluntad de mantener mi postura de caballero, una vez que me
desnude… Jamás te obligaría a nada, pero no quiere decir que no
intente seducirte.
Gezabel lo miró sorprendida y parpadeó, para aclarar sus
pensamientos que se volvieron un torbellino, acompañando los
latidos de su corazón, que se habían desbocado. No la
escandalizaba la confesión de Gerard, porque ella también había
estado imaginándoselo desde que lo vio hecho todo un hombre,

452
él también despertaba su deseo y, aunque su intención al llevarlo
allí no era para tener relaciones, ese beso que se habían dado la
había dejado con ganas de más.
—¿Y si soy yo la que te seduzco? —Una sonrisa cargada de
sensualidad se dibujó en sus labios, al tiempo que lo miraba a los
ojos.
—Geza…, en verdad, no quisiera que… —Ella lo calló
apoyando un dedo sobre sus labios y negó con la cabeza.
—Sí quieres y yo también… Somos adultos y no hay nada que
nos impida hacer lo que deseamos —susurró antes de besarlo con
pasión.
Gerard hizo a un lado su sentido de moralidad y la envolvió
con sus brazos para pegarla a su cuerpo, al tiempo que
profundizaba el beso y sus labios se movieron con la destreza de
quien había besado muchas bocas. Deslizó sus manos por ese
turgente par de nalgas, que lo enloquecían, y las apretó con un
gesto demandante, pero sin llegar a ser brusco; ella gimió en
respuesta y se acercó más a él, demostrándole que no la había
ofendido su manera de tocar, sino todo lo contrario.
—Sí, tienes razón, te deseo con locura —confesó besándole
el cuello, embriagándose con su exquisito perfume de gardenia.
—Yo también lo hago y te he imaginado haciéndome el amor,
Gerard… Haz realidad mis fantasías —pidió, dándole suaves
toques de labios, mientras le acariciaba la espalda y lo miraba.
—¿Estás segura de esto? —preguntó porque, como caballero,
era su deseo que ella fuese quien tuviera la última palabra.
—Sí, no hay nada que desee más en este momento… —Buscó
su mirada para ser sincera—. Antes tengo que decirte algo…
—Está bien, te escucho. —Le mantuvo la mirada.
—No soy virgen… Estuve con mi pareja anterior, se suponía
que íbamos a casarnos y… —calló, bajando la mirada al ver que
él fruncía el ceño—. Sé cuán importante es para los hombres que,
las mujeres con las que desean tener una relación formal, no haya
estado con alguien más, y entiendo si eso te molesta y…

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—Geza…, tranquila, no pasa nada. —Le puso un dedo debajo
de la barbilla, para levantarle el rostro y que lo mirara a los ojos.
—¿Lo dices en serio? —Lo miró con escepticismo.
—Sí…, es decir, por supuesto que hubiese deseado ser quien
viviera todo eso por primera vez contigo, pero…
—Pero sería muy hipócrita de tu parte exigirme castidad,
cuando has estado con decenas de mujeres —comentó
arqueando una ceja.
—Tampoco han sido tantas —alegó de inmediato, pero no
pudo esconder la sonrisa al ver la mirada acusadora de Gezabel—
. Bien, sí he estado con muchas mujeres y, tienes razón, sería
hipócrita de mi parte juzgarte por haber estado con alguien más.
—Perfecto, entonces, olvidémonos del pasado y hagamos
como si, para los dos, fuese la primera vez —pidió acariciándole
el pecho.
—No sé si quiera hacer eso, mi primera vez fue desastrosa;
solo recordarlo me avergüenza, fui torpe, dudé todo el tiempo y
el acto apenas duró unos minutos —confesó, riéndose—.
Prometo que solo usaré la experiencia ganada y me entregaré por
completo a ti, me dedicaré a complacerte para que sientas que
conmigo todo es distinto y mejor. —Eso último lo dijo desde su
orgullo masculino.
—Está bien, pero entonces, también deja que yo use mi
experiencia y puede que consiga hacerte sentir que, conmigo,
todo es distinto y mejor —susurró mirándole los labios y luego
los acarició con la lengua.
Gezabel se alejó de él y le dio la espalda, mientras llevaba las
manos al broche en el cuello de su vestido; lo abrió, dejando caer
la prenda a sus pies y luego caminó hacia el pasillo. Miró por
encima de su hombro y Gerard se había quedado hipnotizado
ante su figura desnuda, así que, sonrió de manera traviesa y le
dedicó una mirada, tan provocativa, que lo hizo reaccionar en un
segundo, pero antes de que pudiera alcanzarla, ella caminó de
prisa y entró a la habitación.

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Gerard se quitó la gabardina y la dejó en el perchero, luego
caminó por el pasillo, tomándose su tiempo mientras se quitaba
las mancuernas y sonreía imaginando lo que sería esa noche. Al
entrar, vio a Gezabel completamente desnuda y acostada en la
cama, de medio lado, como si estuviese posando para una
pintura, él recorrió con la mirada sus senos voluptuosos, su
cintura estrecha, sus caderas anchas y sus piernas torneadas, que
escondían ese rincón que se moría por conocer.
—¿Es así como me habías imaginado? —preguntó con la voz
ronca mientras se acariciaba con suavidad el pezón.
—Sí —respondió él, en el mismo tono y se acercó despacio—
. Y también de otras maneras —confesó y usando la fuerza a su
favor, la sujetó por la cintura para ponerla bocabajo.
Ella jadeó y él sonrió con sensualidad, luego bajó y comenzó
a besarle la nuca muy despacio, dándole la libertad a sus labios
para que rozaran y succionaran la suave piel. Podía sentir cómo
Gezabel se erizaba y temblaba bajo sus besos y sus caricias.
—Gerard… —esbozó su nombre acompañado de un gemido,
cuando sintió la cálida y húmeda lengua deslizarse por su
columna, provocando estremecimientos que le recorrieron todo
el cuerpo.
—Me encanta tu olor…, tu calidez… Tu cuerpo es perfecto,
Geza… ¡Me vuelves loco y todavía no te hago mía! —susurró sin
dejar de besarla y lamerla, pero cuando llegó al redondo trasero,
no pudo contener su deseo de morderlo suavemente; la escuchó
jadear y sonrió contra el espacio de piel que había sido víctima de
su malicia, luego, pasó su lengua y terminó besándolo—. Imagino
que ya has recibido sexo oral —comentó y la vio afirmar con la
cabeza, no podía hablar y eso era bueno, porque quería decir que
él, estaba haciendo las cosas bien, le acarició las caderas,
instándola a subirlas un poco—. Pero no como te lo daré yo, esta
noche —expresó complemente seguro.
Se tendió en la cama para quedar en la posición perfecta y ella
empujó sus caderas un poco hacia arriba, ofreciéndose a él de una

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manera que lo hizo delirar. Le dio placer como no lo había hecho
otro hombre, haciendo derroche de toda su experiencia, la llevó
al éxtasis en medio de temblores, jadeos y gemidos, que eran el
preludio de una noche que sería inolvidable para los dos.
Gerard fue consciente de eso, cuando Gezabel lo tumbó sobre
su espalda y se subió a él, dejándolo en medio de sus piernas,
mientras Lo desnudaba y le dedicaba miradas cargadas de deseo.
Una vez que él estuvo desnudo, ella también hizo gala de su
experiencia y le dio un goce igual de intenso con su boca,
demostrándole que era capaz de hacerlo olvidar a cualquier mujer
que hubiese estado antes, y supo que lo había conseguido cuando
él, solo podía pronunciar su nombre.
—¡Eres increíble! —susurró acariciándole el cabello, mientras
sentía el pecho hinchado y que su liberación pendía de un hilo.
—Me halaga escuchar eso —murmuró sobre la piel
temblorosa de su abdomen y deslizó su lengua, subiendo hasta su
pecho.
—Ven aquí —pidió, agarrándola por la cintura para acercarla;
atrapó su boca en un beso intenso, que los hizo gemir.
Él giró con destreza, poniéndola bajo su cuerpo, y empezó a
deslizarse sobre ella, haciéndola consciente de cada músculo
tenso y caliente de su cuerpo. Luego le separó las piernas y las
subió para darle libertad a su erección, que se deslizó como si
fuese un pincel, entre los labios húmedos y palpitantes de ella.
—Gerard…, Gerard… —Su voz era un reflejo de la
necesidad que hacía estragos en ella y que la hizo removerse
debajo—. Te quiero dentro de mí…, ahora —dijo y se aferró a él
con brazos y piernas.
Gerard no pudo resistirse ante esa demanda y lentamente fue
entrando en ella, ensanchando sus pliegues, que lo abrazaban
como si fuese un fino guante, haciéndole sentir el suave y
excitante roce de la piel sobre piel. Sus labios apenas se rozaban
y sus miradas estaban ancladas cuando sus cuerpos quedaron
todo lo íntimamente unidos que les era posible, como si hubiesen

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sido creados para estar así; y esa sensación hizo que sus corazones
se estremecieran, porque eso les dejaba claro que esa entrega era
mucho más que física.
Dejaron a un lado sus temores y se dedicaron a disfrutar de
ese momento, dándole la libertad a sus cuerpos para que hablaran
por ellos, que cada roce, beso y caricia los uniera un poco más.
No tardaron en sentir cómo las olas de calor los recorría de pies
a cabeza, exigiéndole cada vez más; y se volcaron en un ritmo
sensual y salvaje, que los llevó a la cima del placer.

La mirada gris se perdía en el hermoso y extenso mar, mientras


la suave brisa traía el rumor de las olas y el salobre de las aguas
que rodeaban a la preciosa isla de Madeira. Antonella, cerró los
ojos y respiró hondo, dejándose envolver por la paz que le
brindaba ese lugar; de pronto, se sobresaltó cuando unos brazos
le rodearon la cintura, ni siquiera lo había escuchado acercarse,
sonrió al sentir el tierno beso en su cuello y apoyó el peso de su
cuerpo en Adriano.
—Esperaba darte los buenos días cuando abriera los ojos,
pero siempre te escapas antes de que amanezca —susurró,
dejando caer besos fugaces sobre la tersa y cálida piel de su cuello.
—Ya era de día cuando salí —alegó sonriendo y se volvió para
mirarlo—. Y, recuerda, acordamos que mantendríamos nuestros
encuentros de manera discreta, no quiero ir por allí, provocando
habladurías, ya sabes cómo son los demás socios, siempre
buscarán algún motivo para criticarme, porque odian que una
mujer lleve el mando de esta compañía. —Le dio un beso para
recompensarlo por haberse marchado antes de que despertara.
—No tendríamos que mantener nuestra relación en secreto, si
aceptaras mi propuesta de matrimonio —señaló, mirándola a los
ojos.
—Nuestra relación no es un secreto, todos saben que tú y yo
estamos juntos. —Le esquivó la mirada y se alejó, como siempre
que él mencionaba algo con respecto al matrimonio.

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—Me gustaría que supieran que también eres mi mujer, así
dejarían de estar de babosos detrás de ti. No creas que no me doy
cuenta cómo te cortejan delante de mis narices —expresó con
molestia.
—¿Y crees que, con ponerme un anillo en el dedo, cambiarás
eso? —inquirió mirándolo divertida.
—¡Por supuesto! Pero si todavía con eso no les queda claro,
ser tu marido me dará el derecho para romperles la nariz.
—No me uses como excusa para golpear a nuestros socios —
dijo riendo y tomó asiento detrás del escritorio—. Yo no tengo
nada que ver en esa vieja riña que te traes con ellos.
—Oh, sí…, créeme, tienes mucho que ver; aunque también
está el hecho de que siempre estén menospreciando mis ideas,
porque según ellos, no tengo ningún título universitario y solo
soy comerciante con suerte… Los muy tontos no saben que es
mejor conocer cómo funciona un negocio en el plano real, y no
en libros escritos por otros.
—En eso tengo que darte la razón, pero es complicado
cambiar el pensamiento de hombres tan arcaicos; ya ves, después
de todos estos años, tengo que seguir luchando para que me
escuchen —dijo y abrió su agenda para saber lo que tendría para
ese día; un par de golpes en la puerta atrajeron su atención—.
Puedes pasar, Fátima.
—Con su permiso, señora… Les traje café y los diarios.
—Muchas gracias. —Antonella agarró su taza de capuchino y
le puso dos terrones de azúcar.
—Gracias, Fátima —dijo Adriano, tomando su taza de
expreso.
—¿Necesitan algo más? —preguntó como de costumbre.
—No, así está bien, puedes retirarte.
Fátima salió, dejándolos a solas, era una persona de confianza
y de las pocas en Madeira que sabía la verdadera naturaleza de su
relación; Adriano agarró uno de los diarios y se fue a la parte de
noticias sobre economía, aunque no tenía un doctorado en

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finanzas, había aprendido a interpretar esos artículos a su manera
y sacaba provecho de ellos. Antonella, por su parte, le dejó eso a
él y se fue a sección de sociales, hacía mucho que no cotilleaba
sobre lo que estaba sucediendo en las altas esferas de la sociedad
europea.
Su vista recorría las noticias sin detenerse en ninguna, pues no
había nada interesante, hasta que un apellido se estrelló contra
sus pupilas y la hizo parpadear con asombro; de inmediato, bajó
para leer el artículo. Aunque quizá no era la mejor idea, ya que se
había propuesto olvidar todo lo relacionado con ellos; sin
embargo, su fuerza de voluntad no fue lo suficientemente fuerte.

Los Di Carlo, otro secreto descubierto de la realeza


británica.

Su mirada se paseó por las fotografías, para confirmar que se


trataba de la familia que ella conocía, había una foto de Luciano,
junto a Benjen Danchester, en la que se hacía referencia a que
eran hermanos. Antonella sacudió la cabeza lentamente, para
despejar el aturdimiento que la envolvió, ya que no entendía
cómo era eso posible.
Pasó a la otra fotografía, donde estaba ese hombre que se hacía
pasar por Fabrizio, junto a la heredera de los Anderson; el pie de
foto decía que era Terrence Danchester Gavazzeni, conde de
Wallingford. Su confusión fue aún mayor, luego de leer eso.
Sintió que la cabeza daba vueltas, incluso, juraba que la vista se le
había vuelto borrosa, pero se obligó a calmarse y decidió leerlo
todo, para descubrir de qué iba esa historia.
—¿Qué es eso que te tiene tan entretenida? —preguntó
Adriano, pues le había hecho un par de comentarios y ella no
había respondido.
—No es nada —contestó intentando esconder su conmoción,
pero la vibración en su voz la delató.

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—Para no ser nada, te tiene muy distraída —comentó,
dándole otro sorbo a su café, mientras fruncía el ceño. Una vez
más, Antonella se quedaba en silencio y él siguió con el artículo
que leía, ya después, le compartiría sus impresiones.
Antonella se concentró nuevamente en la nota del diario,
estaba por leer el reportaje, cuando otra fotografía al final de la
página captó su atención. En la imagen había una camilla cubierta
por unas cortinas que ocultaban al paciente que llevaban en ella,
su corazón se desbocó como si presintiera algo y, un inexplicable
temor se apoderó de ella, antes de leer lo escrito al pie de la
fotografía.
«Llegada de Fabrizio Di Carlo, junto a su esposa e hijo, a la
ciudad de Nueva York».
Un nudo se le formó en la garganta y las lágrimas la inundaron
en un segundo, como si acabaran de abrir una presa; releyó un
par de veces ese texto y luego enfocó su mirada en la imagen.
Solo podía ver la camilla cubierta por unas cortinas y, a su lado,
caminaba una jovencita rubia, que llevaba a un niño en brazos.
—Esto no es posible —susurró parpadeando para no
derramar las lágrimas que ya colmaban sus ojos.
Respiró hondo y puso todo de su parte para no llorar, pero no
podía controlar el temblor en su cuerpo, ni esa mezcla de
emociones que la estaban torturando. Cada palabra en ese
artículo era una revelación que la golpeaba con fuerza, el hombre
que regresó de la guerra no era Fabrizio y los Di Carlo lo sabían,
solo se hizo pasar por él.
Descubrir que solo había sido una víctima en todo ese juego
de mentiras, la hacía sentir furiosa, aunque sabía que ella era, en
parte, responsable de la decisión de Fabrizio, no merecía que la
engañaran de esa manera. Sin embargo, toda su rabia se esfumó
cuando siguió leyendo y llegó a la parte donde se hablaba de él;
según uno de los abogados de los Danchester, su hermoso niño
estaba vivo, aunque en una condición de salud delicada.

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Su cabeza era una maraña en ese momento, porque no
entendía nada; según lo que averiguó con los militares franceses,
Richard Macbeth, que era como se había registrado en el ejército
británico, había muerto en el bombardeo al hospital en Doullens.
Así que, no entendía cómo era que ahora estaba vivo; aunque, a
decir verdad, eso era lo de menos en ese momento, lo que
realmente importaba era que ella tenía una oportunidad para
verlo y hablar con él, lo que, sin duda alguna, haría.

461
Capítulo 36

Antonella se llevó el periódico al pecho y un sollozo escapó


de su garganta, mientras lágrimas de felicidad bañaban su rostro;
deseaba con todas sus fuerzas mirarse nuevamente en los ojos
topacio de Fabrizio y que le permitiera abrazarlo una vez más.
Sintió que la invadía la necesidad de tomar el primer barco con
destino a Nueva York, aunque, eso tardaría demasiado y
necesitaba verlo lo más pronto posible. Podía contactar a algunas
personas que hacían viajes en aviones, era algo peligroso, pero
estaba dispuesta a correr ese riesgo por él.
—¿Qué sucede, Antonella? —preguntó al ver su actitud y la
miró a los ojos, para que no le mintiera.
—Adriano, necesito una reunión con Peter Hartman. —Fue
lo único que dijo, con la voz ronca por las emociones.
—¿Peter Hartman? —preguntó, elevando las cejas con un
gesto de sorpresa—. ¿El presidente de KLM Royal Dutch
Airlines?
—Claro, es el único Hartman que conocemos. —Se levantó y
caminó a la ventana, dejando el diario sobre el escritorio.
Adriano estiró la mano y lo agarró, para descubrir qué había
visto ella allí, para que se pusiera de esa manera; apenas le echó
un vistazo al encabezado y luego su mirada se paseó por las
fotografías. Reconoció al joven con el que Antonella tuvo una
relación, aunque según el pie de la foto, no se trataba de Fabrizio
Di Carlo, sino de Terrence Danchester Gavazzeni, quien
ostentaba el título de conde de Wallingford.
Frunció el ceño sin entender cómo era eso posible, así que
leyó el artículo y descubrió que Luciano Di Carlo y Benjen

462
Danchester, eran medios hermanos, lo que hacía que el tal
Terrence Danchester y el examante de Antonella, fueran primos,
a eso se debía su asombroso parecido; la verdad, todo eso poco
le importaba, no obstante, enterarse de que Fabrizio Di Carlo
estaba vivo, sí le impactó.
—¿Piensas viajar a América? —preguntó levantando la mirada
y anclándola en su espalda, pero no obtuvo respuesta—.
Antonella, eso es una locura, los vuelos trasatlánticos son, en su
mayoría, para correo, no para personas, porque son muy
riesgosos.
—Me encargaré de convencer a Hartman, para que me
permita viajar… Necesito ir a América —alegó con
determinación y se volvió para mirarlo a los ojos, esperando que
él la comprendiese.
—Vas a buscar a Fabrizio Di Carlo —afirmó, tratando de
controlar la rabia que inundaba su ser—. Solo vas a hacer el
ridículo, ¿para qué quieres verlo? —preguntó, poniéndose de pie,
para confrontarla.
—Solo quiero hablar con él y pedirle que me perdone por
todo el daño que le hice —susurró desviándole la mirada.
—¿Que te perdone? —Soltó media carcajada, mezcla de
asombro y reproche—. No me insultes pretendiendo engañarme,
Antonella Sanguinetti, tú vas para buscar otra oportunidad, pero
te diré algo, solo conseguirás seguir sufriendo por ese hombre…
¡Por el amor de Dios! Deja de lado tanto romanticismo y
compórtate como la mujer que eres, y no como una tonta
jovencita. —Sus palabras expresaban la rabia que sentía al ver
cómo la mujer que amaba, una vez más, lo dejaba por otro.
—No…, todo será distinto esta vez, Adriano… El hombre al
que no le importaba y que me dejó, haciéndome sufrir, era… —
Agarró el diario y miró la foto, buscando el nombre—. Terrence
Danchester, fue él, quien me lastimó, pero con Fabrizio todo será
distinto… Solo él y yo sabemos lo que sentimos…

463
—Lo que sentían —expuso deteniéndola—. Por si no lo
leíste, allí dice bastante claro que está casado, tiene un hijo y, por
lo que se ve en esta imagen, tiene otro en camino, así que, dudo
mucho que siga sintiendo lo mismo que hace cuatro años. —Las
palabras salieron sin pensar, sabía que le había lastimado y se
arrepintió al verla temblar, por lo que, suspiró con frustración—
. Solo quiero evitar que sufras más.
—Puede que tengas razón y que Fabrizio ya me haya olvidado,
pero igual, deseo verlo para hablar con él, necesito hacerlo. —
Limpió con rabia una lágrima que corrió por su mejilla.
—No puedes salir corriendo detrás de alguien que no te
recibirá con los brazos abiertos y, que, por el contrario, te
lastimará con su odio y su indiferencia… Antonella, le hiciste
mucho daño a ese muchacho.
—Lo sé… ¡Maldita sea, lo sé! —gritó desesperada al ver que
él no la comprendía—. Sé que le destrocé el corazón, pero lo hice
porque necesitaba que se olvidara de mí y que pudiera cumplir
sus sueños de ser un gran abogado… Solo necesito que él sepa
que nunca quise hacerle daño… ¿Acaso es mucho pedir,
Adriano? ¿Es mucho pedir, aclararle al único hombre que he
amado, que solo me dejé llevar por mis inseguridades? Que no
quería limitarlo, que no quería truncar sus sueños… ¿Acaso es
mucho? —cuestionó con la voz alterada.
Adriano sintió que Antonella le clavaba un puñal en el
corazón, al confesarle que solo había amado a Fabrizio Di Carlo;
es decir, que, para ella, él nunca había significado nada. Solo había
sido el hombre que estuvo allí para complacerla cuando el cuerpo
le pedía un desahogo, un compañero de cama y nada más, casi
quiso ponerse a llorar y reírse de sí mismo, al ver lo patético que
había sido todos esos años, pensando que realmente conseguiría
enamorarla.
—Adriano…, yo… solo necesito esto para darle vuelta a la
página y poder seguir con mi vida. Tú deberías comprenderme y
apoyarme.

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—¿Apoyarte?... ¡Por un demonio! —exclamó, saliéndose de
sus cabales—. ¿Quieres que te apoye, para que vayas detrás de
otro? —inquirió, sintiéndose muy ofendido.
—¡No! ¡Por supuesto que no! Quiero que me apoyes para
cerrar este episodio en mi vida —respondió con la voz trémula.
—Tú no quieres eso, lo veo en tus ojos, Antonella… Lo que
realmente quieres es regresar con Fabrizio Di Carlo, sin importar
las personas que lo rodean —dijo, tratando de hacerla entender.
—Ya una vez me sacrifiqué para complacer a las personas que
nos rodeaban, y casi muero en el intento, ya una vez pensé en los
demás… Primero en mis padres, cuando me casé con Doménico,
y luego en los Di Carlo, cuando me alejé de Fabrizio… ¿No crees
que es justo que ahora piense en mí, en lo que yo siento, en lo
que yo quiero? ¿Hasta cuándo voy a tener que anteponer la
felicidad de los demás a la mía? ¿Hasta cuándo? —preguntó
mientras lloraba.
—¿Y crees que podrás ser feliz, destruyendo una familia?
¿Qué pasará con esa mujer embarazada y con el pequeño que ha
pasado sus primeros años junto a su padre? Fabrizio Di Carlo,
ahora es un hombre casado, aquí lo dice. —Tomó el diario y lo
acercó a ella—. Por no decir que, lo más seguro, es que esté lleno
de resentimiento hacia ti y te escupa a la cara todo el daño que le
hiciste; queriéndolo o no, pero lo hiciste —explotó, lanzando el
diario al suelo.
Antonella temblaba y lloraba, él se quedó mirando cómo las
lágrimas brotaban de los ojos grises, sin decir nada, no podía verla
de esa manera, por lo que, sin pedir permiso, la abrazó. Le dolía
verla sufrir por amor, cuando él tenía tanto para entregarle; llevó
sus manos a sus mejillas y las cubrió, para limpiarle con sus
pulgares las lágrimas.
—Yo perdí… yo perdí todo…, Adriano. —Sus palabras salían
entrecortadas por el llanto, mientras lo miraba a los ojos—. Y lo
peor es que ni siquiera puedo culpar a nadie…, pues solo yo tengo
la culpa, fui yo quien no supo lidiar con este sentimiento…

465
—No has perdido nada, Antonella, mírame. —Acunó su
rostro, para que lo viera a los ojos—. Tal vez, sí perdiste y ya
sufriste mucho por eso, pero no hay necesidad de que sigas
haciéndolo, porque eso es parte de tu pasado y debes dejarlo ir…
Yo puedo hacerte feliz, puedo hacerlo, si me dejas —susurró,
dándole suaves toques de labios.
—No…, no podrás. —Antonella le puso las manos en el
pecho, para alejarlo, vio el gesto de dolor que atravesó el rostro
de Adriano y se sintió mal por él, pero no podía mentirle.
—Está bien, no te diré nada más, si quieres ir a América y
exponerte a que te hagan más daño, entonces, hazlo, pero no te
ayudaré… Contacta tú misma a Hartman y convéncelo de la
manera que te dé la gana, yo me largo. —Le dio la espalda,
dispuesto a marcharse.
—Adriano… —Su voz se apagó cuando un terrible mareo se
apoderó de su cabeza; de pronto, sintió como si sus piernas se
volvieran de goma y estiró su mano para alcanzarlo, pero no pudo
hacerlo.
Adriano agarró el picaporte y estaba por girarlo cuando
escuchó un fuerte golpe detrás de él, se volvió de inmediato y vio
a Antonella inconsciente en el suelo. Su corazón, que latía
desbocado por la rabia, casi se congeló por el miedo que le
provocó verla así, corrió hasta ella y la sostuvo en sus brazos,
asombrado por su palidez.
—Antonella…, mi amor, reacciona, por favor… Antonella,
abre los ojos —suplicó acariciándole el rostro, pero ella seguía
desmayada, lo primero que hizo fue tomarle el pulso, estaba débil
y eso realmente lo asustó—. ¡Fátima, llame a un doctor! —pidió
ayuda a la secretaria.
—¿Qué sucede señor? —preguntó al entrar—. ¡Ay, por Dios!
¿Qué le sucedió a la señora? —Se alarmó, llevándose las manos a
los labios.
—No lo sé…, creo que se desmayó, por favor, llama a un
doctor, rápido. —Su voz reflejaba la desesperación que sentía.

466
Fátima caminó de prisa hasta su escritorio, para llamar a su tío,
que era doctor y vivía a pocas calles de ese lugar; después de
cumplir con eso, fue hasta la cocina para preparar un vaso con
agua y azúcar. Regresó a la oficina y ya el señor Doglio, la había
recostado en el sofá, mientras la miraba con esa preocupación
que solo muestran los hombres cuando están profundamente
enamorados.
No estaba equivocada, Adriano Doglio, había estado
enamorado de Antonella desde niños, pero ambos pertenecían a
distintos estratos sociales en aquella época. Él solo era el hijo de
un comerciante de telas, y ella la única hija de un abogado de
cierto renombre en Florencia; cuando cumplió los veinte años, le
declaró su amor, pero ya Antonella estaba comprometida con
Doménico Sanguinetti.
—Debe ser el doctor —mencionó Fátima al escuchar el
timbre.
Adriano sostenía la mano de Antonella y la besaba con
devoción mientras la miraba, le asustaba la palidez de su rostro y
temía que las emociones por lo de Fabrizio Di Carlo, hubiesen
afectado su salud. Sabía que algunas emociones podían
influenciar en el estado físico de las personas; vio entrar al doctor,
un hombre que pasaba los cincuenta años, de inmediato, se puso
de pies, para recibirlo.
—Buenos días, doctor, gracias por haber venido tan pronto
—comentó porque sabía que solo habían trascurrido pocos
minutos, aunque para él, se sintieron como horas.
—Buenos días, señor Doglio, no se preocupe, es mi deber
acudir con prontitud ante las emergencias… Veamos lo que tiene
la señora Sanguinetti —comentó Joaquín, sacando el
estetoscopio de su bolso.
—Tuvimos una discusión y ella se alteró un poco, pero no se
veía mal… Yo le di la espalda y estaba a punto de salir, cuando
escuché el golpe, al volverme, la vi tendida en el piso —explicó
alternando su mirada entre el doctor y Antonella.

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—Puede estar tranquilo, sus signos vitales son estables,
aunque su respiración es un poco superficial, pero nada de qué
preocuparse… Tampoco parece tener señales de anemia —dijo
mirándole las uñas y el párpado inferior, sacó unas sales del
maletín y las puso bajo su nariz.
—Gracias a Dios —mencionó Adriano, cuando la vio
reaccionar, se acercó a ella y se puso de cuclillas, para sostenerle
la mano.
—¿Qué… me sucedió? —preguntó ella, parpadeando, tenía la
vista algo borrosa y la cabeza le dolía mucho.
—Te desmayaste —respondió acariciándole el rostro.
—¿Cómo se siente, señora Sanguinetti? —preguntó Joaquín,
mirándola por encima de sus anteojos.
—Bien…, algo aturdida y me duele un poco la cabeza; creo
que me golpeé al caer —respondió, llevándose la mano a la parte
de atrás.
—Seguramente, permítame verla. —Ella se incorporó un
poco con la ayuda de Adriano y él pudo sentir que tenía una
pequeña hinchazón en la parte de atrás de la cabeza—. Sí, aquí
hay señal de un golpe… Fátima, ¿podrías traer algo de hielo en
un pañuelo? Por favor —pidió a su sobrina y luego buscó la
mirada de la paciente—. Antes de recetarle algún medicamento,
tengo que hacerle un par de preguntas personales, señora
Sanguinetti, así que, si no le importa, señor Doglio, ¿podría…?
—No me iré a ningún lado —sentenció, sujetando su mano.
—Adriano, por favor —murmuró, recordándole que debía ser
más discreto, pues su actitud estaba siendo demasiado reveladora.
—Me quedaré aquí, Antonella… Si lo que tienes es algo serio,
quiero estar a tu lado y apoyarte —dijo mirándola a los ojos.
—En realidad, no podría darle un diagnóstico seguro, solo se
trata de una evaluación, pero si la señora no tiene problema con
que usted se quede, entonces, continuemos. —Joaquín no tenía
que ser adivino para saber la naturaleza de la relación entre ellos,
pues saltaba a la vista y le daba mayor fundamento a sus

468
sospechas. Agarró su libreta y su estilográfica—. Señora
Sanguinetti, ¿hace cuánto que no ve su período menstrual? —
preguntó mirándola a los ojos, para que no mintiera.
—Yo… no lo recuerdo —respondió y los nervios la asaltaron
ante esa pregunta tan directa y, en cierto modo, incómoda.
—¿Hace más de un mes? —La vio asentir y cómo sus ojos se
llenaban de lágrimas—. ¿Se ha estado sintiendo mal por las
mañanas, náuseas, mareos, cansancio, dolor en los senos, ganas
frecuentes de orinar? —Su esposa era matrona y él había
aprendido de ella, cuáles eran los síntomas que presentaban las
mujeres embarazadas.
—Yo… he estado algo cansada, pero es que hemos tenido
mucho trabajo, no he tenido náuseas, mareos ni desmayos, este
es el primero y; en cuanto a lo otro, sí los he experimentado, pero
son síntomas que tengo cuando va a venir mi período y seguro
debe estar por llegar —explicó con la voz temblándole a causa de
los nervios que hacían estragos en ella. Tuvo que apretar sus
labios para no sollozar cuando vio el escepticismo en la mirada
del doctor.
—Tengo que hacerle una prueba…
—No estoy embarazada, doctor Goncalves —aseguró en un
tono de voz bastante alto, que no solo pretendía convencer al
doctor, sino a ella misma de que no estaba esperando un hijo.
—¿Embarazada? —preguntó Adriano y su corazón se
convirtió en un tambor de banda marcial, latiendo tan rápido que
le dolía.
—Es lo que indica la sintomatología de la señora Sanguinetti.
—Eso no es posible. —Una vez más, Antonella intentó negar
lo que parecía evidente, y su cuerpo comenzó a temblar.
—Sí, lo es… ¡Claro que lo es, Antonella! —acotó Adriano,
mirándola con asombro, no podía creer que ella rechazara la idea
de manera tan tajante, eso realmente le dolía.
—Adriano, por favor, déjanos a solas —pidió ella con
seriedad.

469
—No, si estás embarazada, ese bebé es mi hijo y yo tengo
derecho de estar aquí y enterarme de lo que sea que tengas que
decir.
—Por favor, vamos a calmarnos —pidió Joaquín—. Señor
Doglio, hasta no hacer una prueba, no podemos hablar de un
embarazo.
—Pero usted acaba de decir que ella tiene todos los síntomas.
—También pueden ser de cualquier otro malestar —expresó
Antonella con molestia y se puso de pie, necesitaba escapar de
ese lugar.
—La señora tiene razón, no debemos apresurarnos. —
Joaquín se puso de parte de ella, porque era lo ético; sin embargo,
debía cumplir con su labor de médico—. Solo necesito una
muestra de orina, para hacer una prueba y descartar o confirmar
el embarazo.
Un pesado silencio se apoderó del lugar tras esa solicitud,
mientras Adriano y Antonella tenía un duelo de miradas, que ella
perdió, pues le dio la espalda y caminó hasta el ventanal, en busca
de aire fresco. Él soltó un suspiro pesado y cerró los ojos
mientras buscaba en su interior toda la paciencia que pudiera
reunir, no quería perder los estribos una vez más y arruinar todo
con Antonella, mucho menos, después de lo que acababan de
descubrir.
—Lamento haberme demorado, aquí está el hielo —dijo
Fátima, entrando al despacho y pudo percibir la tensión en el
ambiente.
—Déjalo aquí, querida. —Joaquín lo puso sobre una mesa
auxiliar.
—¿Podrían dejarnos a solas? Por favor —pidió Adriano.
—Por supuesto —respondieron al unísono tío y sobrina.
—Muchas gracias por venir, doctor Goncalves, cualquier
cosa, le estaremos avisando —dijo mirándolo a los ojos.
—Siempre a su orden, señor Doglio, que estén bien. —Tras
decir eso, salió de la oficina junto a Fátima.

470
Adriano caminó hasta Antonella, pero no la abrazó, como
había hecho tan solo horas antes, no quería que ella se sintiera
presionada y tampoco deseaba sufrir otro rechazo. Solo se quedó
allí, mirándola mientras buscaba en su mente las palabras
adecuadas para iniciar esa conversación, pero ni siquiera sabía si
ella estaba dispuesta a escucharlo, porque hacía unos minutos
quería ir en busca de Fabrizio Di Carlo.
—Tengo miedo, Adriano…, todo esto me da tanto miedo y
no sé si esté preparada —confesó y rompió en llanto.
—Antonella… —Él se arriesgó a abrazarla, quería hacerle
sentir que estaba para apoyarla en lo que fuera. Se alejó un poco
para mirarla a la cara—. Mi amor, no tienes nada que temer, yo
siempre voy a estar contigo y haré lo que sea que necesites,
incluso, si en verdad sientes que debes ir a ver a Di Carlo…
—Hablo de lo que dijo el doctor… Eso es lo que me tiene
aterrada, porque ya no soy una jovencita, Adriano… Tengo más
de treinta años y, a mi edad, un embarazo podría ser muy
riesgoso; además, no sabría cómo ser una buena madre —admitió
con vergüenza.
—Antonella, ninguno de esos miedos tiene fundamento, tú
eres una mujer joven, fuerte y sana, así que ¡Por supuesto que
podrás llevar un embarazo a buen término! —aseguró totalmente
confiado—. Y sobre ser una buena madre, estoy absolutamente
convencido de que también lo conseguirás, porque eres
inteligente, sensible, tenaz y posees una voluntad de hierro para
superar las adversidades. Has tenido una vida dura, que te ha
dejado muchas enseñanzas, y sé que todo eso te ha preparado
para afrontar una labor tan importante como lo es criar a un hijo;
además, ya te lo dije, no estarás sola, yo pienso estar a tu lado y
te prometo que daré lo mejor de mí, para ser un buen padre.
—Todo lo que dices suena tan bien, pero lamentablemente no
alcanza para tranquilizarme… Justo en este momento siento que
me estoy ahogando, que las paredes se cierran en torno a mí y
están a punto de aplastarme —expuso todas las emociones que

471
sentía, porque no tenía la fortaleza para mentir y mostrarse
calmada.
—Ven conmigo. —La sujetó de la mano y caminó con ella.
—Espera, Adriano…, todavía no me siento del todo bien.
—Vamos al mar, te aseguro que respirar aire fresco y tomar
sol, te hará bien, confía en mí, Antonella. —Le pidió con una
sonrisa.
Ella no consiguió negarse ante el repentino entusiasmo de
Adriano, además, sabía que él tenía razón, le haría bien salir a
caminar y respirar el aire que soplaba desde el mar, eso le ayudaría
a calmar sus emociones y aclararía sus pensamientos. Asintió,
recibiendo la mano que él le ofrecía y salieron de la oficina,
subieron al auto para poder bajar hasta la costa, Adriano le dedicó
una sonrisa y la tomó de la mano, para darle un beso en el dorso,
luego puso el auto en marcha.
Casi una hora después, llegaban a la hermosa playa de
Machico, una de las pocas en la isla, con fina arena dorada; en
cuanto Antonella bajó del auto, la brisa desordenó un poco su
cabello y pegó el vestido a su figura. Él no pudo evitar bajar la
mirada a su vientre, con la esperanza de verlo; tal vez, era su deseo
que el doctor tuviera razón o; ciertamente, se veía distinto. Se
acercó a ella y le dio un beso en la sien, luego le rodeó la cintura
con el brazo y caminaron hasta la orilla.
Adriano se quitó los zapatos para sentir la suavidad de la arena
en sus pies y la animó para que ella hiciera lo mismo, luego
caminaron tomados de la mano y cedieron ante su deseo de meter
los pies en el agua. Después de llevar unos minutos caminando,
llegaron hasta una de las barreras de piedras, que le daban esa
forma de medialuna a la playa. Antonella se sentó para admirar el
mar y él le dio un momento a solas, para que pudiera dejar aflorar
sus sentimientos.
La verdad era que, él también necesitaba pensar en lo que
haría, estaba bastante claro lo que deseaba y también que debía
responder por ella y por el niño que probablemente ya estaba en

472
camino. Sin embargo, sabía que no era una decisión que
dependiese completamente de él, sino que debían tomarla entre
los dos. Aunque todo indicaba que lo más obvio era que ambos
se casaran y formaran una familia, con Antonella nunca se podía
dar las cosas por sentado.
El agua fría del mar bañaba sus pies mientras caminaba por la
costa, de vez en cuando, volvía la mirada hacia ella y podía ver
que estaba llorando; y eso le provocaba sentimientos
contradictorios. Lo hacía pensar en si su reacción hubiese sido la
misma, si el padre de ese bebé fuese Fabrizio Di Carlo, pero
negaba con la cabeza, para alejar esa idea; y se enfocaba en el
miedo que ella le había confesado.
Quizá era eso lo que realmente la tenía en ese estado y no el
hecho de que él fuese el padre; después de todo, si había aceptado
tener una relación con él, era porque veía que podían tener un
futuro juntos. De pronto, tropezó con una pequeña piedra que le
lastimó el pie, metió la mano en el agua para sacarla, era blanca
casi cristalina, lo que le extrañó, ya que siendo Madeira una isla
volcánica, la mayoría de sus piedras eran negras; le dio vuelta en
sus dedos y sintió como si eso fuese una señal; de inmediato,
regresó sobre sus pasos y llegó hasta donde ella estaba sentada en
las piedras del rompeolas.
—Antonella. —Su voz sonó extraña, como si hubiese
requerido de un gran esfuerzo pronunciar su nombre. La miró y
por un par de segundos dudó en lo que estaba a punto de hacer,
pero se armó de valor y se puso de rodillas mientras la miraba a
los ojos.
—Adriano… —Una alerta se encendió dentro de ella, en
cuanto lo vio adoptar esa posición y sintió que el corazón se le
aceleraba, presintiendo lo que él haría; quiso escapar de esa
situación, pero su cuerpo parecía haberse congelado en ese lugar.
—Yo sé que estás muy confundida, asustada y que sientes que
no sabes cómo lidiar con lo que te depara el futuro, pero no tienes
por qué afrontar todo esto sola… Yo quiero estar a tu lado y no

473
solo como tu amigo, tu amante o tu apoyo, sino como el hombre
que realmente te haga feliz, sé que puedo hacerlo. Si me das la
oportunidad, te juro que no te arrepentirás… Y sí, soy consciente
de que no todo será perfecto, tendremos momentos buenos y
también difíciles, pero prometo que, en cada uno de ellos, voy a
estar allí para cuidarte, para abrazarte y sostenerte; estaré contigo
cada vez que me necesites, porque te amo con todas las fuerzas
de mi corazón y deseo que seas mi esposa.
—Adriano… —Antonella se sintió abrumada por esa
declaración de amor incondicional, uno que no esperaba recibir,
después de haberlo tenido con Fabrizio. Aunque sabía que él
siempre la había querido, no esperaba que fuese de un manera
tan intensa y profunda.
—Por favor, solo dame una oportunidad… Cásate conmigo
—dijo abriendo su mano y le mostró la piedra que acababa de
encontrar.
—Yo… —Ella se sorprendió al ver lo que le estaba
ofreciendo, una piedra blanca, algo hermoso y sencillo, quizá
mucho más honesto que cualquier anillo de brillantes, y eso la
hizo sonreír.
—Prometo cambiarlo por un diamante, el más bello del
mundo —alegó de inmediato al ver que ella sonreía, sorprendida.
—Es una piedra muy hermosa —dijo acariciándola y la tomó
entre sus dedos, para verla mejor—. He tenido muchos anillos
con diamantes y creo que ninguno ha venido acompañado de una
propuesta tan realista como la que acabas de hacerme —calló
sintiendo que lo que diría a continuación iba a cambiar su vida
para siempre, aunque lo había decidido antes de que él llegara,
porque sabía que era lo correcto. Respiró hondo y lo miró a los
ojos—. Acepto ser tu esposa, Adriano… Te prometo que
también pondré todo de mi parte, para que esta relación tenga
más momentos buenos que malos, estaré contigo cada vez que
me necesites y daré lo mejor de mí, para que este hijo que viene

474
en camino crezca en un hogar feliz —añadió con una sonrisa
sincera, confiando en que, quedarse junto a él, era lo mejor.
Adriano estaba tan emocionado que no encontró su voz para
responderle y decidió demostrarle con gesto cuán feliz lo había
hecho al aceptarlo. Se puso de pie para tomarla en brazos con
cuidado y luego buscó sus labios para perderse en ellos, sellando
de esa manera las promesas que acababan de hacerse, que juraban
sería para siempre.

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Capítulo 37

Terrence estaba acostado bocabajo en la cama, con el rostro


de medio lado y una sonrisa que nacía en sus labios y llegaba hasta
su mirada, mientras sentía sobre su espalda los suaves besos de
Victoria. No pudo evitar quejarse cuando ella se le sentó encima,
pero ese gesto también lo hizo sonreír, parecía una niña tratando
de despertarlo; él agarró una almohada y se la puso en la cabeza,
para anunciarle que seguiría durmiendo, lo que hizo que ella
jadeara con indignación.
—Terrence Danchester, ¡no te hagas el dormido! Ya sé que
estás despierto y hoy te toca hacer el desayuno, vamos, levántate,
que tu hijo y yo tenemos mucha hambre —mencionó y al ver que
él seguía sin inmutarse, comenzó a hacerle cosquillas.
—¡Pecosa!... ¡Vicky! ¡Para! —dijo riendo mientras su cuerpo
se estremecía de manera involuntaria, cuando ella tocaba algunos
de sus lugares sensibles—. Ya…, ya, está bien, me levantaré, par
de glotones —refunfuñó, aunque sonreía.
—Muchas gracias, mi amor… —esbozó con un tono angelical
y se tumbó en la cama, para seguir durmiendo.
—¿Qué se les antoja hoy? —Le preguntó, dándole suaves
toques de labios, mientras le acariciaba el vientre con ternura.
—¡Panqueques! —respondió, entusiasmada—. Lo queremos
con arándanos y banana, mantequilla y mucho jarabe de arce.
—¿No te hará daño tanto dulce, pecosa? —preguntó
frunciendo el ceño.
—Es un antojo, Terry. —Hizo un puchero, para que cediera.
—Está bien, haré los panqueques más deliciosos que hayas
probado en tu vida, pecosa —aseguró sonriendo y se puso de pie,

476
para recoger su pijama; no sabía qué sentido tenía usarlos estando
con Victoria, si siempre acababa durmiendo desnudo—. Regreso
enseguida.
—¿No se te olvida algo? —preguntó con una sonrisa coqueta
y señaló sus labios, recordándole que debía besarla antes de irse.
Terrence sonrió y se acercó para rozar sus labios un par de
veces, pero Victoria lo sostuvo de la nuca y profundizó el beso,
despertando sus deseos de quedarse allí y hacerle el amor.
—Pecosa, si no me dejas ir en este momento, comerás esos
panqueques para el almuerzo. —Le avisó, porque ya eran las
nueve de la mañana y él se tomaría su tiempo para hacerle el
amor.
—Me acabas de poner en un aprieto, porque ahora no sé qué
se me antoja más —confesó mirándolo a los ojos, pero en ese
momento su estómago gruñó, haciendo que los dos rompieran
en carcajadas.
—Creo que alguien está protestando. —Terrence le acarició
el vientre desnudo, se veía más hermoso cada día.
—Sí, ya está dejando ver que tendrá tu carácter.
Después de un par de besos más, Terrence se marchó para
complacer los antojos de sus dos amores; por suerte, tenía todos
los ingredientes para preparar los panqueques. Había descubierto
cierta fascinación por la cocina y no podía evitar pensar en que
esa sería otra cualidad que compartía con Fabrizio, ya que él
estaba trabajando como asistente de cocinero, antes de tener su
recaída.
Decidió hacer esos pensamientos a un lado, ya afrontaría todo
eso cuando regresara esa tarde a la mansión de sus padres,
mientras tanto, disfrutaría de esas últimas horas junto a Victoria
y se concentraría en su labor. Mezcló todos los ingredientes y los
puso en un sartén, cuidando que no se quemaran; hizo suficientes
para comer él también, después de tener eso listo, puso unas
tocinetas en el sartén y un par de huevos, ya que él deseaba algo
salado; también hizo un poco de café, exprimió algunas naranjas

477
y; por último, sirvió los platos con un bonito decorado que lo
hizo sonreír, sintiéndose satisfecho.
—Llegó el desayuno —anunció entrando en la habitación con
la bandeja, ella se había quedado dormida de nuevo, así que puso
el desayuno sobre la mesa auxiliar y la despertó con besos—.
Pecosa, te traje tus panqueques con mucho jarabe de arce.
—Gracias, mi amor —respondió sonriendo con los ojos
cerrados y frunció sus labios, pidiéndole otro beso.
—Pensé que te ibas a desmayar del hambre —mencionó
alzando una ceja, ella sonrió con picardía y él no pudo resistirse
a su encanto, así que le dio un beso apasionado, disfrutando de la
calidez de su piel desnuda—. El desayuno se enfriará y no me
importaría, pero tengo a un hijo que alimentar, así que dejemos
esto para después —añadió, anteponiendo su deber de padre, a
su deseo de hombre.
Victoria sonrió y se acomodó para tomar el desayuno, se
maravilló ante lo perfectos y apetitosos que lucían los
panqueques; recompensó a su novio con un beso y luego se
deleitó con su comida, saboreaba cada bocado, acompañándolo
de un gemido.
—En verdad, están deliciosos, creo que serás el encargado de
hacer todos los desayunos, cuando estemos casados —dijo
tomando otro bocado, cerró sus ojos y su rostro reflejó el deleite
que sentía.
—Creo que eso era algo que ya me esperaba —comentó
riendo mientras disfrutaba del desayuno, en verdad, le había
quedado rico.
—Lo malo de regresar a la casa de tus padres, es que allá no
podrás cocinarme, Lorenza no te dejará entrar a su cocina. —
Hizo un puchero, aunque en su mirada bailaba una sonrisa.
—Podríamos quedarnos aquí —sugirió mirándola a los ojos,
aunque sabía que no era posible que hicieran eso.
—Sería maravilloso, pero si no regresamos hoy, tus padres
estarán aquí mañana a primera hora, y ya fue suficiente con una

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vez que nos atraparan corriendo desnudos por la casa. —Solo
recordar aquel episodio, la hacía sonrojarse de vergüenza.
Terrence soltó una carcajada, aunque también se sonrojó al
recordar ese momento tan embarazoso, definitivamente, no se
expondría a que algo como eso sucediera de nuevo. Terminaron
y se quedaron unos minutos reposando, mientras hacían planes,
como: los lugares a los que regresarían cuando estuvieran en
Europa, todo lo que le enseñarían a su hijo y lo que deseaba que
él heredara de cada uno de ellos.
Después de un rato, se pusieron de pie y entraron al baño,
para comenzar a prepararse y volver a la mansión Danchester;
como era de esperarse, no desaprovecharon la oportunidad para
hacer el amor, ya que sabían que no volverían a estar juntos hasta
que se celebrara la boda, en dieciocho días. En cuanto llegaran a
Chicago, ella se iría a su casa y él se quedaría con los Di Carlo,
aunque eso último todavía lo tenía algo indeciso, porque no
quería estar bajo el mismo techo que Fabrizio, si eso iba a generar
tensión entre los dos.

Fabrizio no quería salir de su habitación, porque se sentía muy


apenado, aunque ya los doctores lo habían autorizado para dar
paseos por el jardín, él temía cruzarse con los duques de Oxford
o algún otro miembro de la familia Danchester. Marion le había
dicho que, Terrence, no había regresado a la casa; al parecer, esas
escapadas que se daba con su prometida no eran criticadas por
las familias y; pensó que, si sus padres hubieran sido igual de
comprensivos con él, las cosas hubieran sido distintas. Aunque al
ver a Marion con su maravilloso vientre de seis meses y peinando
a Joshua, no se arrepentía de las decisiones que tomó.
—Adelante —ordenó ella, al escuchar que llamaban a la
puerta.
—Buenos días —saludó Amelia con una sonrisa, entrando
junto a Benjen en la habitación—. Marion, Joshua… Hola,
Fabrizio.

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—¡Tía abuela! ¡Tío abuelo! —pronunció Joshua con
entusiasmo mientras bajaba de la silla y luego corrió hacia ellos.
—Hola, pequeñito… ¡Qué guapo luces! —Amelia sonrió al
ver que llevaba puesto uno de los conjuntos de marinerito que le
compró.
—Señores Danchester. —Marion se puso de pie, para
recibirlos.
—Sus excelencias —esbozó Fabrizio con la voz estrangulada
y obligó a sus piernas temblorosas a que lo levantaran.
—¿Cómo sigues, Fabrizio? —preguntó Benjen, mirándolo a
los ojos, aunque él apenas sí le mantenía la mirada.
—Mucho mejor, gracias por preguntar. —Fabrizio sentía que
un grueso nudo se le estaba formando en la garganta. Miró a su
esposa, pidiéndole ayuda, porque ella conocía mejor a los duques.
—Me alegra escucharlo, pronto podrás retomar tu vida.
Benjen tampoco sabía cómo iniciar esa conversación, aunque
había sido quien convenció a Amelia, para que fueran a verlo, ya
que ella seguía resentida por la manera en la que había tratado a
Terrence. Él también era consciente del mal proceder de
Fabrizio, pero no quería que su sobrino se sumara una culpa más,
a las muchas con las que ya cargaba sobre sus espaldas.
—Hemos venido a invitarlos a que almuercen con nosotros,
los doctores dijeron que ya puedes salir de la habitación —
comentó Amelia con una sonrisa. Ver a Fabrizio era como ver a
Terrence, y su instinto de madre le hacía imposible estar molesta
con él.
—Se lo agradecemos mucho, pero no creo que sea
conveniente.
—¿Por qué? —preguntó Benjen, notando su incomodidad.
—Si lo dices por nuestro hijo, no tienes que preocuparte, él
no está en la casa y, si lo estuviera, te aseguro que el episodio que
ocurrió no se repetiría. Terrence es un joven comprensivo,
ciertamente, tiene un carácter bastante fuerte y es terco en algunas
ocasiones, pero también es muy noble y sé que olvidará todo lo

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sucedido, luego de una disculpa —explicó Amelia con
amabilidad, pero dejándole saber que era su deber pedirle
disculpas a su hijo, por la manera en la que actuó.
—Antes, quisiera ofrecérselas a ustedes. —Fabrizio captó la
indirecta de la duquesa; sin embargo, no estaba listo para hacer
eso que le pedía; solo imaginarse frente a Terrence, alteraba sus
emociones. Les hizo un ademán, invitándolos a sentarse—. Por
favor, tomen asiento.
—¿Quieres que me quede? —susurró Marion, mirándolo.
—No quiero que Joshua se dé cuenta de lo que ocurrió.
—Bien, iré a ver a mi hermano. —Ella le sonrió para animarlo
y luego agarró la mano de su hijo—. Ven conmigo, cariño,
vayamos a ver a tu tío, que seguro nos ha extrañado mucho.
—Está bien —respondió Joshua, entendiendo la mirada que
le dedicaba su madre, era una de esas que le decía que debía dejar
a los adultos, para que trataran temas de personas mayores—.
Hasta pronto, tío y tía, nos vemos en la comida. —Se despidió
con una sonrisa.
—Hasta luego, Joshua —dijeron los dos, sonriendo al
pequeño y lo siguieron con la mirada, hasta que abandonó la
habitación.
—Yo… en verdad quiero pedirles disculpas por mi actitud, sé
que fue una absoluta falta de respeto hacia ustedes y a su hogar;
aunque, no sabía el parentesco que los unía a… —Fabrizio sentía
su lengua tan pesada, que las palabras se le enredaban—. Aunque,
por supuesto, eso no me justifica de algún modo… Lo que quiero
decir es que, lamento haberlos ofendido y herido con mi
comportamiento, sepan que no soy un hombre violento y lo
sucedido fue un ataque provocado por la rabia, la frustración, los
celos y por el miedo, pero en ninguna circunstancia se repetirá —
aseguró mirándolos y tuvo que parpadear para alejar las lágrimas
que colmaban sus ojos, porque se sentía muy avergonzado.
—Aceptamos tus disculpas y sabemos que son sinceras,
aunque, nuestra intención al venir no ha sido para reprochar tu

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conducta, sabemos que lo sucedido solo se debió al calor del
momento. Además, estamos al tanto de que ya tus padres
hablaron contigo y te aclararon algunas cosas —dijo Amelia y no
pudo evitar sonreír para animarlo. Definitivamente, el parecido
que tenía con su hijo, le ablandaba el corazón, aunque minutos
atrás, seguía molesta con él.
—Tampoco vinimos a pedirte que le ofrezcas tus disculpas a
Terrence, queremos que lo hagas, por supuesto, pero que sea algo
que nazca de ti y que seas sincero… Creemos que es lo que los
dos necesitan para poder comenzar desde cero —dijo Benjen,
mirándolo a los ojos y lo vio fruncir el ceño—. Fabrizio, yo puedo
entender cómo te sientes y sé que no es fácil asimilar todo lo que
ha sucedido, pero te aseguro que, una vez que lo hagas, te sentirás
mejor; será como si te quitaras un peso de encima —añadió con
optimismo y, en un gesto que nació de manera espontánea, llevó
su mano al hombro de su sobrino.
Fabrizio sintió cómo todos sus músculos se tensaban bajo el
toque de la fuerte y cálida mano del duque, de inmediato, buscó
la mirada del hombre que se suponía era su tío y lo vio como si
lo mirase por primera vez, percibiendo una sensación de
familiaridad en su interior.
—Gracias por ser tan comprensivos. —Fue todo lo que pudo
decir, mientras intentaban comprender las emociones en su
interior, que lo hacían sentir confundido; tragó para pasar las
lágrimas que inundaron su garganta—. Les agradezco mucho que
vinieran, aunque sé que debí ser yo, quien los buscara para
presentarles mis disculpas.
—Tranquilo, comprendemos que no te sintieras listo para
hacerlo, pero por favor, no te quedes encerrado en esta
habitación, necesitas salir a respirar aire fresco y tomar un poco
de sol; si no, te verás como un fantasma el día de la boda de tu
hermana —bromeó Amelia y le sonrió para animarlo, mientras le
acariciaba el hombro con un gesto maternal, que no pudo evitar.

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—Bien, te dejamos para que descanses, pero recuerda nuestra
invitación, sería agradable tenerte en la comida y así podrás
conocer al resto de la familia —comentó Benjen, levantándose.
—Por supuesto, será un honor acompañarlos, sus excelencias.
—Él también se levantó para despedirlos.
—Querido, estamos en América y aquí no usamos los títulos;
además, somos familia… —Amelia habló y se reprochó en
pensamientos, al ver que eso a él no le había sentado bien, pues
se había tensado—. Bueno, ya te acostumbrarás, descansa.
Salieron de la habitación con la certeza de que habían hecho
bien al ir verlo, sabían que esa invitación lo había puesto en un
compromiso al que no se negaría, pues deseaba mejorar la
impresión que había causado en ellos. Ahora solo restaba que,
Terrence y Victoria, volviesen a la mansión a la misma hora, para
que pudieran coincidir. Sabían que la única manera en que los dos
solucionarían las cosas era que se vieran de nuevo, ya que
mientras Fabrizio siguiese encerrado en su alcoba, y Terrence
huyendo, no se arreglaría nada.

Los Di Carlo, se emocionaron mucho cuando vieron a


Fabrizio unirse a ellos para el almuerzo; aunque, Benjen y Amelia,
les habían asegurado que los acompañaría, ellos seguían teniendo
sus dudas. Por supuesto, lo recibieron con sonrisas y lo
presentaron con Dominique, pues los gemelos comían en su
habitación; podían notar que él estaba algo nervioso y tenso, pero
hacía el esfuerzo por sonreír y conversar.
—Señor Di Carlo, me contó Joshua, que estudia Derecho en
La Sorbona —comentó Dominique, para iniciar un tema de
conversación.
—Yo… sí, así es, aunque apenas hice un año, pero deseo
retomarlo.
—Los profesores dicen que es muy buen estudiante —acotó
Joshua con orgullo—. Y también ayuda a otros alumnos con sus
tareas.

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—Fabrizio hizo algunas pruebas para medir cuánta
preparación tenía, luego de los resultados, lo asignaron al tercer
año, y era el mejor de su clase —añadió Marion con una gran
sonrisa, deseaba mejorar la imagen de su esposo delante de los
Danchester, hacerles ver que era un hombre civilizado y muy
inteligente.
—Y estoy segura de que será el mejor abogado de Europa,
como me lo prometió —dijo Fransheska, extendiendo su mano
para acariciar la de él, que descansaba sobre la mesa.
—Así será y tendrá todo nuestro apoyo —dijo Fiorella,
sonriéndole.
—Sí, será lo que siempre quiso ser. —Luciano lo miró a los
ojos, para demostrarle que esas palabras eran sinceras, que lo
apoyaría en su sueño de ser un gran abogado.
—Muchas gracias a todos por sus palabras —susurró
Fabrizio, emocionado y tragó para pasar sus lágrimas.
—Es nuestro deber como padres apoyarlos para que consigan
sus sueños, aunque a algunos nos cuesta un poco soltar las
riendas y creemos que somos los únicos que sabemos lo que es
mejor; la verdad, es que solo ustedes saben lo que realmente los
hace felices. —Benjen recordó lo contrariado y molesto que se
sintió cuando Terrence le dijo que deseaba dedicarse al canto,
pero luego su opinión cambió—. La primera vez que vi a mi hijo
sobre un escenario, mi pecho se llenó de orgullo, él se veía tan
dueño de sí mismo, desbordaba seguridad, pasión y talento… En
ese instante, supe que había heredado el talento de su madre y
que sería un enorme error obligarlo a dejar el canto… Ya había
cortado sus alas muchas veces y no era justo que siguiera
haciéndolo, así que lo dejé que siguiera con su sueño.
—Además, él ya no era un pichón, para que pudieras hacerlo
—acotó Amelia, porque ya su hijo había demostrado su carácter.
—Y tenía una mamá águila, para defenderlo.
Fabrizio se sintió realmente interesado en conocer más de la
historia de su primo, pensaba que, entre más supiera de su pasado

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y de su forma de ser, más fácil sería desligarlo de la imagen que
se había formado de él y; a lo mejor, eso le ayudaba a aceptarlo.
Siguió escuchando más anécdotas de la familia Danchester y ya
no le parecía tan casual que todas alabaran a Terrence; sin
embargo, eso no le molesto, pero sí debía admitir que lo hacía
sentir incómodo que solo dijeran cosas buenas de él, tanta
perfección, empezaba a provocarle algo de inseguridad.
—Supongo que deberá tener algún defecto —murmuró,
creyendo que no lo escucharía; al parecer, no lo había hecho lo
suficientemente bajo, porque todos fijaron sus miradas en él—.
Lo siento.
—¡Oh, querido! Por supuesto que los tiene —respondió
Amelia, que había estado estudiando las reacciones de Fabrizio—
. Es orgulloso, algunas veces, es muy obstinado, es perfeccionista
y eso a veces lo hace exigirse demasiado, casi siempre
terminábamos los ensayos y él se quedaba, porque decía que no
estaba satisfecho con su desempeño.
—Se escapaba del colegio, para ir a los bares en Londres,
apostaba, bebía y se metía en muchas peleas, hacía rabiar a las
pobres monjas todo el tiempo; además, siempre quería llevarme
la contraria y por eso teníamos muchas discusiones… Era un
rebelde sin causa, hasta que conoció a Victoria y su vida tomó un
rumbo distinto —admitió Benjen.
—Sí, gracias a Vicky, su vida mejoró mucho, se propuso ser
una mejor persona para ella y lo consiguió —acotó Amelia,
sonriendo.
—Le gusta poner sobrenombres, es muy serio para su edad y
siempre se guardaba sus problemas —añadió Dominique.
—Como ves, tiene tantas virtudes como defectos, pero ¿quién
no es así? —preguntó Amelia, mirándolo a los ojos.
Fabrizio asintió y luego bajó el rostro, apenado por haber
juzgado una vez más a su primo; él, menos que nadie, tenía el
derecho de hacer algo como eso. Quiso ponerse de pie y retirarse
a su habitación, pero sabía que eso sería un gran acto de

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inmadurez y una descortesía hacia sus anfitriones, debía aprender
a lidiar con sus errores y afrontarlos de la mejor manera, sin
ofender ni lastimar a los demás.
—Sí, usted tiene razón, señora Amelia, todos tenemos
defectos y virtudes, lamento haberme expresado así de su hijo —
dijo mirándola, para que supiera que su disculpa era sincera.
—No tienes que disculparte, Fabrizio, entendemos que
escuchar solo las cosas buenas de alguien a quien no conoces,
pueda resultar exasperante —respondió con una sonrisa para
aligerar su tensión.
—Además, Terry también se criticaba a sí mismo, cuando no
sabía que era él —comentó Fransheska, con una sonrisa
traviesa—. Recuerdo lo celoso que se ponía cada vez que Victoria
hablaba de él y lo atormentaba la idea de que ella siguiese
amándolo.
—Sí, sentía celos de él mismo —mencionó Brandon, riendo,
y los Danchester lo acompañaron al recordar el episodio del
anillo de Victoria, cuando dijo que él le daría otro.
Fabrizio también mostró una sonrisa tensa y luego desvió la
mirada hacia Marion, consciente de que ella lo comprendería,
porque él también había sentido celos de todo el amor que sus
padres y su hermana le dieron a Terrence, durante los años que
vivió en su hogar, ocupando su lugar, recibiendo todo lo que
suponía era suyo.
Después de unos minutos, terminaron el almuerzo y Fabrizio
pudo respirar aliviado, por fin podía regresar a la seguridad que
representaba su habitación. Todos se pusieron de pie y él les
agradeció la invitación y lo amables que habían sido; salió del
comedor junto a Marion, ya que Joshua le había pedido quedarse
para seguir con sus clases de violín, junto a Dominique, ya que su
abuelo debía ir a los laboratorios.
Estaba por subir las escaleras, cuando escuchó que un auto se
detenía en la entrada y la ama de llaves caminaba para abrir la
puerta, apenas tuvo un visaje de las personas que bajaban del auto

486
y; de inmediato, sus emociones se alteraron. Agarró de la mano a
Marion y casi la arrastró por los escalones hacia arriba, no quería
toparse de nuevo con Terrence, no estaba preparado para
afrontar un encuentro con él, en ese momento. Su esposa lo miró,
sorprendida.
—Fabri…, espera, no vayas tan de prisa. —Marion intentó
que aminorara el paso, parecía estar a punto de correr.
—Es él —respondió como si eso bastara para que entendiera.
—Sí, lo sé, pero no es un demonio, para que tengas que huir
de esta manera —señaló con una mezcla de desconcierto y
diversión.
—No se trata de eso, es solo que no quiero verlo en este
momento, por favor, Marion… Solo subamos, antes de que nos
vea —suplicó.
—Creo que ya es demasiado tarde para eso —murmuró ella,
al ver que Terrence y Victoria, ya habían entrado al salón.
Fabrizio sintió como si la carga que llevaba sobre su espalda
se hiciera más pesada, apenas le permitió mover sus piernas, para
subir un par de escalones más. Respiró hondo, deseando que eso
le ayudara a calmar a su corazón que latía desbocado, cerró los
ojos y pudo escuchar la voz de Terrence, así como su risa, luego
de saludar a la anciana.
Luego, su agudo sentido del oído, que había desarrollado en
la guerra, lo hizo consciente de sus pasos que resonaban en el
piso, diferentes a los que hacían los tacones de su prometida. Los
de él, eran determinados y fuertes, parecían poseer toda la
confianza del mundo, pero de repente, se detuvieron en seco;
entonces, lo supo, su primo lo había visto en la escalera, ya no
tenía escapatoria.
—Buenas tardes, Marion… ¿Cómo has estado? —preguntó
Victoria, con una sonrisa, mientras sostenía la mano de Terrence.
—Bien, gracias… ¿Cómo les fue? —Ella sabía que Fabrizio
hubiese preferido que no entablara una conversación con ellos,
pero no podía ser grosera con quienes tanto la habían ayudado.

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—De maravilla —respondió sonriendo y miró a Terrence,
quería que mantuviera el ánimo con el que había llegado.
—Me alegra mucho —dijo con sinceridad y luego miró a su
esposo, acariciándole la espalda—. Fabri, ¿quieres intentar hablar
con él? —preguntó en voz baja y con cautela.
—Marion, no me siento bien —esbozó con todo el esfuerzo
que representaba para él, decir esas breves palabras—. Creo que
mejor subiré a descansar, quédate y comparte con ellos, estaré
bien.
—Tranquilo, iré contigo —respondió sonriéndole, luego miró
a Victoria y a Terrence—. Nosotros subiremos a descansar, pero
tal vez, nos veamos más tarde; fue grato verlos.
—Por supuesto, descansen —contestó Victoria con una
sonrisa forzada, pues esperaba que ya Fabrizio hubiese asimilado
todo lo ocurrido y estuviera dispuesto a hablar con su novio.
La conversación se dio entre las dos, porque ellos no se
dirigieron la palabra en ningún momento. Fabrizio ni siquiera se
volvió a verlos y esa actitud hizo que la brecha que los separaba
se hiciese un poco mayor. Terrence mantuvo un control férreo
de sus emociones, para no demostrar que esa actitud de su primo
lo estaba lastimando; se puso esa máscara de la indiferencia que
usaba cuando su madrastra y sus medios hermanos lo ofendían;
luego, se volvió hacia Victoria y le sonrió, como si el episodio que
acababa de acontecer jamás hubiese ocurrido.
Sin embargo, ella lo conocía mejor que nadie en el mundo y
notó que su ánimo había cambiado, aunque intentaba aparentar
que todo seguía igual, sabía que no era así y no lo sería hasta que
su primo cambiara su actitud con él. No iba a permitir que la
felicidad que sentía fuese empañada por ese comportamiento
infantil y egoísta de Fabrizio, tenía que hacer algo para
solucionarlo y debía ser pronto; pues, en cinco días saldrían hacia
Chicago.

488
Capítulo 38

Después de ese fin de semana idílico, Gerard y Gezabel,


habían sido reclamados por sus realidades; no obstante, lo que
habían vivido, les dejaba claro que su relación podía funcionar y
ambos deseaban que así fuera, por eso, él había tomado una
decisión, pero no le dijo nada porque necesitaba analizarla un
poco más. Ella lo despidió en la entrada de su apartamento, en
medio de besos robados, como si fuesen un par de jovencitos que
se negaban a separarse.
Gautier, se sentía como cuando, en su época de ministro,
conseguía que Francia llegase a un excelente acuerdo con otro
país, que le traería estabilidad y muchos beneficios. Sabía que la
comparación tal vez no era la más apropiada, pero luego de años
viviendo en la política, no tenía nada mejor para hacer esa
analogía; estaba muy feliz por ver a su hijo ilusionado
nuevamente con el amor y siendo correspondido.
Mientras no estaban haciendo el amor, hablaron sobre sus
planes, ella ya tenía organizado su viaje a Nueva York, saldría la
semana siguiente, eso podía significarse una separación, y era algo
que les incomodaba a ambos. Sin embargo, Gerard podía tener
la solución en sus manos, solo que no estaba seguro de si era lo
correcto, así que pensó en hablarlo con su padre, sabía que sus
consejos le ayudarían a tomar la mejor decisión.
—Gezabel tomará un barco hacia América, la próxima
semana —dijo luego de darle un gran sorbo a su copa de merlot.
—Sí, ella me había contado que planeaba viajar por su trabajo
y que estará allá por un par de meses. —Gautier sabía que ese
comentario no había sido casual, podía ver la tensión en él.

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—He pensado que, tal vez, podría acompañarla —mencionó,
fingiendo que estaba concentrado en sus vieiras.
—¿Viajar con ella hasta América? —preguntó fijando la
mirada en él, aunque estaba claro que eso era lo que su hijo estaba
diciendo, el desconcierto lo hizo preguntárselo para confirmarlo.
—Así es, recuerde que viajar a Chicago estaba entre mis
planes. Sabe que Brandon me ha invitado a su boda con
Fransheska Di Carlo —contestó alzando la mirada para verlo.
—Sí, claro que lo recuerdo… Solo que, no asistirías nada más
a esa boda, sino también a la de Victoria con Terrence
Danchester.
—Lo sé —murmuró Gerard y bebió un poco más de vino.
—¿Y crees que estás listo para afrontar algo así? —preguntó
sin rodeos, era un hombre directo, sobre todo, con su hijo.
—No lo sé…, supongo que no lo sabré hasta que llegue el
momento, pero confío en que lo asumiré de la mejor manera…
Hace tiempo que me resigné a que lo que sentía por Victoria, no
tenía futuro y que debía dejarlo ir. Precisamente, por eso decidí
intentar tener una relación con Gezabel, sé que ella me ayudará a
dejar todo eso atrás —mencionó confiando en que sí podría
conseguir ser feliz junto a su novia; de hecho, ya lo hacía.
—Sabes que te apoyaré en lo que sea que decidas, pero déjame
darte un consejo. —Lo miró a los ojos, para que no tomara sus
palabras a la ligera, aunque sabía que nunca lo había hecho.
—Se lo agradecería, es por eso por lo que quise hablarle de
esto, esperaba que usted me diera su opinión —confesó con la
voz vibrándole por las contradictorias emociones que sentía.
—No uses a Gezabel para liberarte del recuerdo de Victoria,
ni la veas como tu tabla de salvación. Sé sincero con ella, las
mujeres son muy intuitivas y; si ella llega a tener la más ligera
sospecha de que aún sigues enamorado de Victoria y que solo
estás a su lado por despecho, te dejará sin miramientos… Ya una
vez le rompiste el corazón y ella aceptó darte una oportunidad,

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pero dudo mucho que lo haga de nuevo; así que, piensa muy bien
lo que deseas hacer y si eso beneficiará o no a su relación.
—Comprendo lo que dice y, créame, no es mi intención
lastimar a Geza, odiaría perderla solo por cometer una estupidez
—murmuró, bajando la mirada para esconder su confusión.
De nuevo, era atormentado por sus sentimientos hacia
Victoria, aunque ya no la pensaba tanto como antes y, verla en
esas fotografías, besando a Danchester, no lo llevó a ahogar sus
penas en alcohol. No sabía si seguiría manteniendo la misma
calma cuando estuviera frente a ella o la viera caminar hacia el
altar, para casarse con otro. Negó con la cabeza, para rechazar
que ocupara una vez más sus pensamientos, ahora debía
dedicarlos solo a la mujer con la que había pasado momentos
maravillosos en las últimas semanas.
—En verdad, me siento muy bien a su lado, es una mujer
increíble y me resulta sencillo imaginarme un futuro junto a ella.
—Eso es lo importante, Gerard…, que sientas que puedes
tener una vida junto a ella y que seas correspondido, hijo mío…
—Se acercó y le agarró la mano mientras le dedicaba una
sonrisa—. Estoy seguro de que, si tu madre estuviera viva,
también desearía que apostaras por esta relación con Gezabel, a
ella le agradaba mucho —añadió con tono cómplice y le dio un
suave apretón en la mano.
—Lo sé, he recordado algunos episodios de aquellas
vacaciones en Beauvais. —Sonrió y luego soltó un suspiro
pesado—. Creo que mejor me quedaré y esperaré a que ella
regrese, eso sería lo más seguro.
—Ciertamente, pero no sé si sea lo mejor, porque entonces
no sabrás si realmente superaste a Victoria. Y mientras no tengas
eso claro, no vas a poder amar a Gezabel, como ella se merece…
Además, ese encuentro entre ustedes se dará tarde o temprano,
nuestras familias son amigas y tenemos negocios en común. —
Gautier había reflexionado sobre su primera reacción y pensó que

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había sido un poco exagerada, debía confiar en Gerard y su
capacidad para manejar esa situación.
—¿Qué me aconseja, entonces? ¿Acompaño o no a Gezabel,
en ese viaje? ¿Le parece bien que vaya a la boda de Victoria con
Danchester? —cuestionó sin comprenderlo, creyó que él deseaba
que se mantuviese allí y evitara cometer algún error con Gezabel.
—Para las dos preguntas, mi respuesta es sí… Viaja junto a tu
novia, pasen ese tiempo juntos y conózcanse mejor, el viaje
durará unos veinte días y; después de eso, puede que tus dudas
queden completamente despejadas. Yo supe que tu madre sería
la mujer de mi vida, cuando solo tenía un mes conociéndola. —
Sonrió recordando que sus amigos bromeaban, diciendo que lo
suyo había sido amor a primera vista—. Y, al final, puede que ver
a Victoria, contrayendo matrimonio y feliz, junto a otro hombre,
cierre ese capítulo en tu vida, que aún sigue inconcluso —finalizó
con un tono esperanzador.
—Tiene razón, muchas gracias por sus consejos, padre…
Sabía que usted me ayudaría a ver todo con mayor claridad y a
tomar la mejor decisión —dijo Gerard con una sonrisa y se
levantó para abrazarlo.
—No tienes nada que agradecerme, soy tu padre y haría lo que
fuera por verte bien y feliz. Fue una promesa que le hice a
Lucienne y a mí mismo, cuando naciste —mencionó acunándole
el rostro para mirarlo a los ojos—. Y espero que luego de eso,
por fin decidas casarte y darme un nieto, no quiero reunirme con
tu madre sin antes haberlo conocido y poder contarle sobre él —
añadió sonriendo.
Gerard asintió con una gran sonrisa, pensando que bien podía
ser una niña, tan hermosa como Gezabel, eso le agradaría mucho.

Fabrizio decidió permanecer dentro de la recámara, no se


atrevía a salir, sabiendo que Terrence había regresado y que
podían encontrarse si ponía un pie fuera. Sin embargo, luego de
que Marion le dijera que todos habían salido para encargarse de

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algunos asuntos pendientes, antes de partir hacia Chicago, reunió
el valor y bajó para tomar un poco de sol, porque realmente lo
necesitaba.
Tenía los ojos cerrados y la cara elevada al cielo, dejando que
los cálidos rayos del sol bañaran su rostro, siempre le había
agradado esa sensación de paz y calidez que lo envolvía cuando
estaba así. Las luces traspasaban la delgada piel de sus párpados,
mientras sus pupilas se movían debajo y jugaban con ellas, esa
sensación lo hacía sonreír como cuando era niño y hacía lo
mismo.
Se había quedado en la casa acompañado únicamente del
personal de servicio, ya que los doctores y las enfermeras se
tomaron el día libre y; después de mucho insistir, su madre
consiguió llevar a Marion y a Joshua al atelier, donde se estaban
confeccionando los vestidos para la boda de su hermana. Él
esperaba acompañarlos para mandar a hacer el suyo, pero resultó
que, curiosamente, su traje ya estaba casi listo y lo único que hacía
falta era que tomaran unas medidas para hacer algunos ajustes,
que un sastre vendría para hacerlo esa tarde.
Él no comentó nada, pero sabía perfectamente de quién
habían tomado las medidas para hacer su traje; también de quién
era parte de la ropa que se había puesto estando allí. Suspiró para
evitar que sus pensamientos se enfocaran una vez más en aquello
que lo atormentaba e intentó dejar su mente en blanco; sin
embargo, la presencia de alguien más en el lugar, lo sacó de ese
estado de placidez, parpadeó para aclarar la vista.
Su mirada se encontró con unos ojos verdes de mirada intensa,
que lo veían con cautela, como si lo estuviesen viendo por
primera vez o como si le tuviese miedo. Reconoció a la joven y
supo que se trataba de lo segundo; desvió la mirada, no por
descortesía, sino por vergüenza.
—Hola, Fabrizio… ¿Cómo te sientes? —Lo saludó Victoria
con la voz más ronca y tragó para pasar el nudo que se había
formado en su garganta, mientras caminaba hacia él.

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—Buenos días, señorita, bastante bien, gracias —contestó,
volviéndose para mirarla.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó con una sonrisa.
—Por supuesto… Por favor, tome asiento. —La invitó a
seguir y le hizo un ademán hacia la silla frente a él. Se pasó una
mano por el cabello, gesto que hacía cada vez que estaba nervioso
y era menos evidente que ese de mover con insistencia la pierna.
—Gracias —dijo con una sonrisa, luchando por parecer
casual, aunque no podía evitar sentirse nerviosa, no era sencillo
hablar con alguien idéntico a Terrence, pero que era un extraño
para ella—. Me gustaría hablar contigo…, de mi prometido, si no
tienes problema.
Fabrizio soltó un suspiro pesado, sabía que ella no había
llegado hasta allí por casualidad; sin embargo, no podía negarse a
lo que pedía, eso sería poco caballeroso de su parte y ya bastante
lo fue en su primer encuentro. Asintió con un gesto rígido y posó
la mirada en ella, dispuesto a escucharla, mientras notaba lo que
todos decían, que era muy parecida a Marion; y tenían razón,
ambas eran rubias y tenían los ojos verdes, pero la chica frente a
él era más alta que su esposa, no era tan delgada y; por supuesto,
su condición privilegiada la hacía ver más cuidada y elegante.
—Yo… no sé por dónde empezar —confesó con una sonrisa
nerviosa y desvió la mirada a sus manos.
—Supongo que quiere contarme algo sobre él, aunque ya mis
padres, mi hermana e; incluso, los duques lo han hecho… Y ayer,
durante la comida, todos hablaron de él —dijo, para ahorrarle ese
momento que, evidentemente, le incomodaba.
—Imagino que lo hicieron; sin embargo, ninguno de ellos lo
conoce tan bien como yo —aseguró mirándolo a los ojos—. Y
no he venido para hablarte de lo maravilloso que es Terrence,
sino para contarte mi experiencia y la manera en la que reaccioné
cuando me enteré de que él, no era… tú. —Frunció el ceño,
porque eso había sonado extraño.

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Hizo a un lado esa sensación y empezó a relatarle su historia
con Terrence, desde que se conocieron y de cómo, poco a poco,
fue descubriendo al maravilloso joven que había debajo de toda
esa rebeldía y arrogancia que mostraba con los demás. La historia
llegó al momento más difícil en su vida, cuando pensó que ya no
tenía motivos para seguir luchando, Fabrizio sabía lo que era eso
y la consoló.
—No tiene por qué contarme esto, si le resulta tan difícil —
dijo mirándola a los ojos y dándole un suave apretón en la mano.
—Tengo que hacerlo…, necesito que entiendas por qué
reaccioné como lo hice —respondió manteniéndole la mirada, se
secó las lágrimas con el pañuelo que había llevado, porque sabía
que, recordar todo eso, la alteraría; respiró hondo para calmarse
y continuar—. El tiempo pasaba y yo seguía sumida en el mismo
abismo del que me era imposible salir… Era como si me hubiese
quedado sepultada en aquella tumba junto a él, luchaba todos los
días por mostrarme feliz, pero la verdad era que me sentía muy
desdichada y todo el dolor que acumulé durante ese tiempo,
estalló una noche… Y no estaría aquí de no ser por mi primo,
que entró a mi habitación justo cuando estaba a punto de
lanzarme del balcón, y evitó que cometiera esa locura. —Victoria
bajó la mirada, mostrándose muy avergonzada.
—Le entiendo —mencionó tomándole las manos y buscó su
mirada—. En serio, lo hago, señorita… Aunque, por
circunstancias diferentes, también estuve en tu misma
situación… Pensé en lanzarme por la ventana de mi habitación
en el internado —confesó algo que solo sabía su padre, porque
se lo escribió en una carta—. Tal vez, muchos que nunca han
estado en una situación como esa, crean que somos débiles o que
buscamos la salida más «fácil y rápida», pero lo cierto es que hay
que tener mucho valor, solo para pensarlo.
—Lo lamento tanto…, ese tipo de situaciones son de las
peores que un ser humano puede atravesar —expresó
solidarizándose con él.

495
—¿Qué hizo Brandon, luego de eso? —preguntó para desviar
el tema de él y esa etapa oscura que vivió, no quería recordarla.
—Hablamos y ya no pude seguir escondiéndole lo mal que
estaba, así que él decidió que emprendiéramos un viaje hacia
Europa, para visitar a nuestros familiares y también
aprovecharíamos para conocer algunos países que todavía yo no
hacía. Mi primo es un aventurero y dice que no hay nada que
ayude más a alejar la tristeza, que recorrer el mundo y vivir
realidades que nos alejen de las nuestras —dijo con una sonrisa
que Fabrizio correspondió—. Así fue cómo llegamos a Italia, por
esas fechas, eran los carnavales de Venecia y me entusiasmaba ir,
también coincidimos con la última presentación de Enrico
Caruso, quien era muy cercano a nosotros, gracias a la señora
Amelia. —Victoria notó que se había desviado, así que retomó el
tema—. La cuestión fue que, en esa velada, nos encontramos con
tus padres, ellos nos invitaron a un almuerzo al día siguiente y allí
fue cuando mi mundo se puso de cabeza.
—Puedo imaginar la conmoción que fue para usted, ver a
alguien idéntico al joven que amaba, comportándose como otra
persona, en una familia distinta… —mencionó, frunciendo el
ceño.
—La verdad fue que me desmayé en cuanto lo vi —confesó
con una sonrisa tímida y sus mejillas se sonrojaron.
—Seguramente le habría sucedido lo mismo, si era a mí, a
quien encontraba en su lugar —acotó sonriendo, aunque pudiera
parecer extraño, le estaba resultando muy interesante ese relato.
—Sí, es lo más probable —respondió riendo, la actitud de él
había cambiado y ella se sentía más cómoda—. En un principio,
me aferré a la idea de que era Terrence, que de algún modo, estaba
vivo y que algo había ocurrido para que estuviera en ese lugar,
pero verlo actuar tan diferente, el trato con tu familia y que no
me reconociera, fue minando esa idea, porque no había nada que
lo unieran a mi prometido, además del parecido físico; aunque,
en ocasiones, esa personalidad que yo bien conocía, salía a flote

496
y me llevaba a tales extremos de confusión, que te juro, estuve a
punto de creer que me volvería loca; sobre todo, porque tu
familia actuaba tan normal y jamás sospeché que él tuviera ese
bloqueo, así que olvidé la idea de que era mi rebelde y comencé
a verlo como… Fabrizio —esbozó con cautela, para que no se
enfadara.
Él solo tensó la mandíbula y le mantuvo la mirada, mientras
tragaba para pasar el nudo en su garganta, esta vez, no fue la rabia
lo que invadió su cuerpo, sino otro sentimiento que no logró
definir, tal vez eran celos y no podía evitarlo. Sabía que había sido
por su culpa, por no haber buscado a sus padres antes, pero no
fue justo que otro recibiera lo que se suponía era suyo; intentó
sacar esos pensamientos de su cabeza y se enfocó de nuevo en la
conversación.
—A diario, vivía sometida por emociones contradictorias,
quería estar cerca de él y, por otro lado, me asustaba su cercanía;
mi corazón y mi razón estaban luchando constantemente, pero al
final, ganó el corazón y nos hicimos novios, así fue cómo, una
vez más, sentí que mi mundo era maravilloso, aunque no
perfecto, porque no le hablé de su parecido con Terrence; y ese
secreto me pesaba mucho, temía que él creyese que mis
sentimientos no eran reales, que solo lo aceptaba porque era
idéntico a mi «difunto prometido». —Se sonrojó al ver que su
sonrisa era idéntica a la de Terrence.
—Entonces, se hizo novia de él… Ahora comprendo que me
trate con tanta confianza. —Marion no le había dicho eso, tal vez,
por celos.
—Tiene razón, no debería tratarle así… ¡Ay, lo siento! A usted
apenas lo conozco —esbozó apenada y de nuevo bajó la mirada.
—No tienes por qué limitarte, Victoria… ¿También puedo
tutearte? —preguntó, buscando los ojos verdes, ella alzó la
mirada y la posó en él, al tiempo que dejaba ver una hermosa
sonrisa

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—Sí, por supuesto —respondió asintiendo—. Tal vez, deba
confesarte que, a pesar de haber sido la novia de Fabrizio Di
Carlo, por once meses y diez días…, nunca dejé de amar a
Terrence —expresó, sonrojándose un poco y esquivando su
mirada.
—La verdad…, no sé cómo sentirme ante eso, Victoria —dijo
rascándose la cabeza—. Quizá debería decir que estoy
desilusionado por no haber logrado ganarme el corazón de una
mujer como tú, aunque fuese de nombre, pero, por otra parte,
me alegra que haya sucedido justo así; de lo contrario, todo
hubiese sido más complicado, porque puede que Terrence y yo
seamos casi idénticos físicamente, pero estoy seguro de que
nuestras personalidades distan mucho… Al menos, eso deseo
pensar —indicó, mostrando media sonrisa, para aligerar un poco
la tensión que se podía sentir en el aire.
—Bueno, por lo que me ha contado Marion y lo que he visto
de ti, durante esta charla, sí puedo decir que tienen caracteres
diferentes… Así que, si te hubiese encontrado a ti, en lugar de a
Terrence, en Venecia, es probable que la relación se hubiese
quedado en una bonita amistad; aunque, no sé si habría
conseguido lidiar con esa mezcla entre el parecido y las
personalidades distintas…
—Bueno…, esa fue una manera muy sutil de rechazarme,
señorita Anderson —bromeó, para esconder su ego herido.
—¡No! ¡Oh, por favor, no pienses así! No lo digo por ti… Es
solo que, yo… no hubiese podido; incluso, si lo intentaba
aferrándome solo al parecido físico, habría fracasado. Ni siquiera
logré amar completamente al Fabrizio que conocí, solo porque
llevaba un nombre distinto, imagina que también se comportaran
diferentes.
—Tranquila, solo estoy bromeando. —Mostró una sonrisa
traviesa.
—A veces, no logro entender por qué me cegué ante una
realidad tan grande. —Victoria recordó que, en el tiempo que

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vivió junto a Terrence, en Italia, él siempre mantuvo su esencia y
siempre fue él, aun así, ella no pudo verla—. Supongo que fue
por miedo, temía que todos los años de dolor y lágrimas hubiesen
sido en vano…—De pronto, se puso seria al recordar que todo
había sido una locura al principio y lo fue más, luego de que todo
salió a la luz—. Fui tan estúpida, debí seguir aferrada a la idea de
que era él —susurró, más para sí misma, que para Fabrizio.
—No digas eso…, tú no eres adivina, no podías saber lo que
en realidad había pasado —señaló en tono amable, mirándola.
—No…, no hablo de eso, sino de mi actitud cuando todo se
descubrió. Me porté como una verdadera estúpida, no sé qué me
pasaba por la cabeza en ese momento, solo era capaz de ver mi
dolor y me lancé a juzgar a todos los que sabían la verdad y me la
ocultaron; incluso, a Brandon, pero Terrence fue quien llevó la
peor parte, le eché en cara todo mi dolor, mis miedos, mis
frustraciones…, cada episodio vivido durante los cuatro años que
lo creí muerto, le dije que lo odiaba. —Su voz se cortó al
mencionar eso y levantó la mirada para buscar la de Fabrizio—.
Lo juzgué sin darle la oportunidad de explicarme lo que había
sucedido… ¡Dios, realmente fui muy cruel con él! —expresó,
llevándose las manos a la cara, para ocultar su vergüenza.
Fabrizio tragó para pasar el nudo que le cerró la garganta al
verse reflejado en Victoria, él se había portado de la misma
manera que lo hizo ella, se cegó ante su propio dolor, su odio y
no escuchó razones. Simplemente, se atribuyó el papel de juez e
impartió su condena, como si tuviese el derecho para ello, cuando
había actuado como un completo estúpido y; lo peor de todo era
que, lo seguiría haciendo, porque no estaba listo para pedirle
disculpas a Terrence. Necesitaba tiempo para aceptar que el papel
que representaba dentro de su vida había cambiado, que ya no
era el estafador que se aprovechó del dolor y la buena fe de su
familia, ahora era su primo.
—Yo, menos que nadie, debería presentarme aquí y hablarte
de no juzgar ni culpar a Terrence, no tengo la moral para hacerlo,

499
porque yo actué de peor manera, lo conocía y sabía que él jamás
hubiese hecho nada para herirme, siempre cuidó de mí…;
incluso, en su ausencia, podía sentirlo a mi lado, y fue eso lo que
me mantuvo en pie durante cuatro largos y tormentosos años…
—susurró dejando correr sus lágrimas, ella le debía eso a su
novio, tenía que hacer que su primo reconociese su error y se
acercara a él—. Fabrizio, sé que no soy la más indicada para
pedirte esto, pero quisiera…
—Lo intentaré… —murmuró y su corazón se lanzó en una
carrera desbocada—. No puedo prometerte que será hoy… o
mañana. Aunque comprendo cómo se dieron las cosas, aun no
puedo desligar todo lo que creía, de la realidad que tengo entre
mis manos ahora… Sé que actué de manera agresiva, te aseguro
que no soy ese hombre que viste hace tres días, me disculpo por
mi actitud y por haberte asustado; te aseguro que no fue mi
intención y no se me pasó por la cabeza agredirte, ante todo, soy
un caballero —aclaró mirándola a los ojos.
—Lo sé y no me sentí en peligro, solo temía por Terry… Y
también por ti, porque aún sigues en recuperación.
—No quiero que me malinterpretes ni que pienses que soy un
malagradecido, un egoísta e inmaduro, que no logra superar sus
celos irracionales… Simplemente, deseo que te pongas en mi
lugar, justo como acabas de hacer que yo me ponga en el tuyo, e
intentes entender que también necesito tiempo para asimilar todo
esto.
—Lo comprendo perfectamente, yo también necesité varios
días para asimilar todo lo que había sucedido, lo que había hecho
y después ver cómo conseguiría reparar mis acciones, solo que
luego tuve que esperar casi un mes. —Dejó ver media sonrisa
ante la mirada sorprendida de él, que intentó disimular—. No fue
por mi gusto, te lo aseguro… Terrence estaba resentido,
decepcionado y se marchó a Europa. No puedo culparlo por
hacer eso, yo merecía su indiferencia e; incluso, su odio, pero para
mi suerte, me perdonó bastante rápido, pensé que tendría que

500
rogarle por días para que me escuchara, pero solo bastó con que
hablásemos una vez y… —Se interrumpió, dejando ver un leve
sonrojo y bajó la mirada a sus manos—, y nos prometiésemos
nunca más volver a alejarnos, que enfrentaríamos cualquier
adversidad unidos —agregó con una hermosa sonrisa y en un
movimiento espontáneo, acarició su vientre, que sentía más
grande cada día.
Él supo exactamente a lo que ella se refería, sin tener que
escucharlo de sus labios, también por qué Terrence la había
perdonado sin tener que rogarle tanto, las mujeres tenían sabias
y maravillosas maneras de convencer a un hombre de sus
sentimientos. Si lo supiese él, que no pudo evitar caer en la
tentación que Marion le presentó, esa primera vez que estuvieron
juntos. El amor y la pasión eran así, una vez que se lanzaban a
volar, no existía nada que pudiera detenerlas y, por lo general,
terminan dando extraordinarios frutos.
Después de eso, cambiaron de tema y se centraron en sus
familias, ella le contó un poco más de su infancia y él de su vida
en Francia, junto a Marion, Joshua y Manuelle. Así pasaron los
minutos, hasta que Victoria se puso de pie con emoción al
escuchar el motor de un auto y supo que era Terrence, quien
regresaba; se despidió de Fabrizio con una sonrisa y un abrazo,
porque no podía evitar sentir que, de alguna manera, lo conocía
y que le tenía cierta estima.

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Capítulo 39

Terrence llegó a la casa junto a los demás miembros de la


familia, quienes lo habían acompañado a su última reunión con
la policía, luego de que se llegara a la conclusión de que los dos
hombres que lo atacaron habían muerto. Uno el día del accidente
y el otro a finales del año pasado, se dio por cerrado el caso de su
intento de secuestro.
El caso de su tío también quedó sin efecto, ya que nunca se
interpuso ninguna denuncia en contra de Luciano, por sacarlo del
país bajo la identidad de Fabrizio. Aunque el fiscal a cargo de la
investigación alegó que debía iniciarse un proceso y tener a el
Estado como demandante, no tenía lo necesario para proceder,
ya que, Clive, presentó un informe en el que se declaraba al
italiano con neurosis traumática, lo que lo libraba de cualquier
acción legal.
En cuanto a su caso, el fiscal Johnson, tampoco tuvo manera
de proceder, porque Fabrizio había firmado una declaración,
donde dejaba claro que nunca interpondría ninguna demanda en
su contra, ya que sus acciones no lo habían perjudicado de modo
alguno. Estaba seguro de que ese documento lo firmó por
petición de Luciano y Fiorella, sabía que su primo seguía molesto
con él, porque no lo había buscado para ofrecerle una disculpa o;
al menos, tener una conversación.
—¡Terry! —exclamó Victoria en cuanto lo vio y corrió hacia
él, se colgó de su cuello y atrapó su boca en un.
Los caballeros siguieron de largo, Benjen sabía que no tenía
ningún sentido pedirles que mesuraran su comportamiento, pues
eran un par de rebeldes que hacían lo que querían. Brandon, por

502
su parte, no veía nada de malo en que fuesen así de efusivos, a la
hora de mostrar sus sentimientos, si su suegro no fuera un
hombre tan serio, él también actuaría en público de la misma
manera con Fransheska.
—¿Y este recibimiento? —preguntó Terrence algo
desconcertado.
—Es que estoy tan agradecida de tenerte conmigo —
respondió y se abrazó a él con fuerza, mientras sus ojos se
colmaban de lágrimas.
—Yo también estoy agradecido de estar a tu lado, pecosa —
dijo besándole el cabello y después se movió para mirarla. La
sonrisa en sus labios desapareció, cuando vio que ella tenía los
párpados ligeramente hinchados y enrojecidos—. ¡Estuviste
llorando? —La miró con el ceño fruncido; más que una pregunta,
era una afirmación.
—Sí…, pero no por nada malo, es que el embarazo me pone
muy sensible y estaba hablando con Fabrizio.
—¿Él te hizo llorar? —Su cuerpo se tensó y se llenó de rabia.
—¡No! Por supuesto que no —respondió de inmediato—. Se
portó muy bien conmigo, pero le hablé sobre… Mi reacción
cuando me enteré de toda la verdad, yo quería que él viera que,
juzgarte sin siquiera darte una oportunidad para hablar, era algo
estúpido e injusto. —Le explicó mirándolo a los ojos.
—No tenías que hacer eso, pecosa —murmuró desviando la
mirada, para no dejarle ver que la actitud de Fabrizio lo seguía
lastimando. Mostrarse indiferente era su mejor arma—. Ya sabes
que decidí no prestarle atención a lo que él haga, yo cumplí con
mi deber de ayudarlo para que se reuniera con su familia, siento
que ya mi deuda está saldada; y si él desea seguir alimentado el
rencor que siente hacia mí, es asunto suyo… Me cansé de vivir
como un esclavo del resentimiento y la culpa, de ahora en
adelante, todo lo que deseo es ser feliz junto a las personas que
amo —aseguró mirándola y le acarició el vientre mientras la
besaba, para convencerla de que estaba bien.

503
—Lo sé…, perdóname por ser una entrometida, solo quería
que las cosas entre ustedes se solucionaran y; creo, de todo
corazón, que eso es posible. Tu primo es una buena persona y,
una vez que comprenda todo lo que ocurrió, sé que recapacitará
y te pedirá disculpas.
—¿Acaso hablaste mucho con él? —cuestionó y su voz no
pudo esconder la punzada de celos que le atravesó el pecho.
—Sí, un par de horas… —Victoria soltó una carcajada al ver
que alzaba una ceja y se tensaba—. ¡No me dirás que estás celoso
de él! —preguntó, pero él no respondió, solo apretó los labios en
un gesto de molestia—. ¡Por el amor de Dios, Terrence
Danchester!... Fabrizio tiene una bellísima esposa, que está muy
embarazada, con la que tiene un precioso hijo… Y, por si fuera
poco, yo llevo al tuyo en mi vientre. ¿En verdad crees que
deberías tener motivos para estar celoso? —Parpadeó con
asombro y quiso pegarle, por cabezota.
—Fuiste su novia —alegó, encogiéndose de hombros.
—No, fui «tu novia», porque de quien me enamoré, aun
llevando otro nombre y otra vida, fue de un tonto y celoso
rebelde, que…
Terrence la calló con un beso intenso y posesivo, que no solo
buscaba reafirmar la idea de que ella siempre lo había amado, sino
también para reparar la estupidez que acababa de hacer. Victoria
tenía razón, no existía ningún motivo para que él se sintiese
celoso de su primo, así como Fabrizio no tendría que estarlo de
Marion; sus mujeres los diferenciaban perfectamente y los
amaban por sus esencias, no por sus apariencias.

Fabrizio entró a la casa poco después de Victoria, porque


quería ver si alcanzaba a escabullirse a su habitación, antes de
toparse con su primo. Sin embargo, no logró llevar sus planes a
cabo, porque en cuanto se acercaba por el pasillo, escuchó su voz
y se detuvo en seco; suspiró y decidió esperar a que se marchara,
para poder subir.

504
Alcanzó a escuchar la voz de Victoria y sitió curiosidad por
saber si ella le hablaría del encuentro que habían tenido, dio un
par de pasos para acercarse, pero cuidando que no lo vieran,
luego agudizó más su sentido del oído. Frunció el ceño al
escuchar que le preguntaba si él la había hecho llorar, eso en
verdad lo enfureció, ¿qué clase de hombre pensaba que era? ¿Un
bruto capaz de hacer daño a una dama?
Pensó en salir de donde estaba y responderle, pero antes de
que pudiera dar un paso, Victoria salió en su defensa y eso lo hizo
sentir bien; definitivamente, ella le agradaba mucho. Siguió
escuchando y la respuesta de Terrence le lanzó una gran verdad
en la cara, era absurdo seguir alimentando un odio hacia alguien
que no lo merecía.
Lo que siguió, le provocó una mezcla de asombro y diversión,
¿en serio estaba celoso de él? Cuestionó en pensamientos
mientras sonreía y negaba con la cabeza. La respuesta de Victoria
casi lo hace soltar una carcajada, era una chica bastante aguerrida
y no le importaba dar su opinión, sin pelos en la lengua; le parecía
bien que haya puesto en su lugar al tonto de su primo.
—¡Qué fue mi novia! Vamos, pedazo de idiota, fue tuya
siempre —susurró, riendo de lo absurdo de esa situación.
De pronto, se quedaron callados y pensó que a lo mejor ya se
habían ido, pero al asomarse para comprobarlo, vio que sus bocas
estaban ocupadas en algo más que en hablar. Se estaban besando
de una manera que escandalizaría a muchos, aunque no a él,
porque también besaba a Marion de la misma manera, aunque
nunca en público; pero ellos estaban en medio del salón, a la vista
de cualquiera y; prácticamente, se devoraban. Y ambos lo hacían,
porque la señorita Anderson, no se quedaba atrás, estaba colgada
del cuello de su primo. Ahora comprendía por qué no habían
esperado hasta estar casados, para concebir a su primer hijo.
Al fin, subieron las escaleras, tomados de la mano; suponía
que no irían a continuar con ese derroche de pasión, ya que
estaban en casa de sus padres. Él esperó un par de minutos para

505
subir y, por suerte, no se encontró con nadie en el camino, llegó
hasta su habitación y sin poder evitarlo, sus pensamientos
volvieron a las conversaciones que había tenido con su familia y
con Victoria. Tenía que reunir el valor para ver a su primo a la
cara y pedirle disculpas.

Tres días después, las familias salían rumbo a la estación de


trenes, para emprender su viaje a Chicago. Durante una reunión
en la que estuvieron Brandon, Benjen, Luciano y Terrence,
decidieron que no lo harían en una caravana, sino con intervalos
de tiempo, para que fuese de modo más discreto. Salieron de la
casa en autos alquilados, para no usar los identificados con el
escudo del ducado de Oxford; dos tenían las ventanillas cubiertas,
para evitar que vieran a Fabrizio y a su familia, ya que sabían que
la prensa los esperaría en la estación.
Los reporteros tenían buenos contactos en todos lados, así
que en cuanto supieron que alguien había comprado todos los
vagones de primera clase para ese viaje, llegaron a la conclusión
de que serían las familias que protagonizarían el mayor evento del
año. El tren partiría a las cinco de la tarde y, ya desde las dos, un
grupo se apostó a las afueras de la estación, y otro intentó mover
sus influencias para ingresar a la sala de espera, pero dada que era
un área privada y exclusiva para los pasajeros de primera clase,
no pudieron acceder.
—Espero que, en Chicago, no nos acosen de esta manera.
Victoria vio cómo varios hombres con cámaras fotográficas
corrían tras el auto que ocupaba junto a su novio, Annette y Sean;
se sentía algo nerviosa por ese encuentro con la prensa. Sabía que,
si llegaban a notar su embarazo, su hijo y ella serían el centro de
un escándalo, así que se puso un abrigo para evitar que se notara,
aunque su deseo era gritarle al mundo que sería madre, sabía que
no era el momento para hacerlo.

506
—Una vez que la boda se celebre, se olvidarán de ustedes y
buscarán a alguien más a quien molestar —comentó Sean,
mirando a los hombres con el ceño fruncido.
—Sean tiene razón, no te preocupes, Vicky —dijo Annette
sonriéndole y le dio un suave apretón en la mano.
—No dejaré que nos molesten —aseguró Terrence,
mirándola.
—Creo que están aquí por Fabrizio, seguramente, desean ver
si pueden fotografiarlo o hacerle algunas preguntas —murmuró
Sean, su instinto de abogado, le decía que detrás de eso iban los
reporteros.
—Sí, tal como habíamos comentado, solo espero que, la idea
de mi tío dé resultado —mencionó Terrence con algo de
escepticismo, mientras se acomodaba el fedora.
—Confío en que los despistará y, si no, por lo menos,
disfrutaremos del disfraz… Sin ofender, pero me siento como un
gánster —dijo Sean riendo y pasó los dedos por el borde del
fedora que llevaba.
—No creo que haya mucha diferencia entre un gánster y un
abogado, los dos amedrentan con sus discursos —murmuró
Terrence y sonrió al ver cómo su coterráneo fruncía el ceño.
—Pero existe una pequeña diferencia, nosotros usamos
nuestra inteligencia para los discursos, mientras que los gánsteres
llevan una pistola en la mano —argumentó con una sonrisa
arrogante.
—¡Ay, por Dios, aquí vamos de nuevo! —Se quejó Annette—
. Ya empezarán a comportarse como un par de chiquillos.
Victoria soltó una carcajada al ver que el comentario de su
amiga había hecho que Terrence y su primo se sintieran
avergonzados, era verdad que ese tipo de discusiones los hacía
ver como si estuviesen de nuevo en el colegio. Suspiró y les
agradeció con una sonrisa, porque eso la había ayudado a
relajarse, besó a su novio y le dedicó una sonrisa traviesa; cuando

507
el auto se detuvo, respiró profundo para armarse de valor y
enfrentar a la prensa, que de seguro los hostigaría.

Fabrizio iba con Marion, Joshua y su padre en otro auto, lo


habían vestido de manera muy similar a los demás caballeros y
también llevaba un sombrero; seguía pensando que todo eso era
absurdo y que su padre lo estaba sobreprotegiendo. Él no tenía
por qué esconderse de la prensa ni negarse a responder sus
preguntas, que lo hiciera solo daba la impresión de que tenía algo
que esconder y les daría más de qué hablar.
—No soy un niño, puedo lidiar con esto, padre —comentó
con el ceño fruncido, mientras miraba a Luciano.
—No se trata de eso, Fabrizio Alfonzo… —Inspiró para
armarse de paciencia, a veces, le daba la impresión de que su hijo
seguía sintiéndose de dieciséis años—. Mira, estos reporteros
pueden ser bastante habilidosos, si te pongo delante de ellos,
empezarán a hacer preguntas incisivas e incómodas, van a
ahondar en temas personales y a cuestionarte por cosas que no
deseas que lo hagan.
—No tienen el derecho —refutó Fabrizio enseguida.
—No lo tienen, pero lo harán porque desean obtener algún
titular que les haga vender muchos periódicos, lo mejor en estos
casos es mantener un perfil bajo… Debemos seguir el consejo
del doctor Rutherford, ya tendrás tiempo para prepararte y, así,
cuando desees hablar con ellos, estarás consciente de que nada
de lo que digan o hagan podrá afectarte, mientras tanto, es mejor
esperar —explicó firme en su postura de evitar ese encuentro.
—Mi amor, creo que tu padre tiene razón… Además, tú no
tienes nada que hablar con esas personas, no te conocen ni tú los
conoces a ellos —comentó Marion, acariciándole la mano para
calmarlo.
—Yo creo que papi también quiere salir en los periódicos,
como lo hace tío Terry —dijo Joshua con una sonrisa pícara.

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—¡Claro que no! —respondió Fabrizio a la defensiva, al ver
que Marion y su padre lo miraban con curiosidad—. Es solo que
no deseo que anden inventando historias sobre mí… Sé que no
me han dejado leer los diarios por alguna razón. —Los miró
fijamente para que supieran que él no era un tonto y notaba todo
eso.
—No han escrito nada que deba preocuparte y, si lo hubiesen
hecho, los abogados se encargarían, así que puedes estar
tranquilo.
—Por supuesto —murmuró y desvió la mirada hacia la
ventanilla, pero resopló con rabia porque no podía ver nada, la
habían cubierto con unas telas oscuras—. Ya me siento como
Cuasimodo.
—Papi, pero tú no tienes una joroba —comentó Joshua, al
recordar ese nombre. Su tío, Manuelle, había leído: «Nuestra
señora de París», y le habló de ese personaje que vivía en las torres
de una gran catedral.
—No la tengo, pero parece que tu abuelo cree que sí, me
quiere mantener oculto —susurró mirando con complicidad a su
hijo.
—Seguro porque eres feo, papi. —Sonrió mordiéndose el
labio y en sus ojos brillaba la malicia.
Fabrizio sabía que se burlaba de él, así que arrugó la cara para
recrear la imagen que debía tener el jorobado y luego atrapó a
Joshua, para hacerle cosquillas. Sin embargo, su hijo fue hábil y
consiguió escapar, encontrando refugio en los brazos de su
abuelo; quien de inmediato, lo envolvió con gesto protector.
Fabrizio sonrió ante esa imagen y, sin siquiera notarlo, la molestia
que sentía se fue alejando.
Al llegar a la estación, fueron abordados por un grupo de
periodistas y, de inmediato, la tensión se apoderó de ellos, el auto
siguió avanzando y se detuvo justo frente a una de las entradas.
Segundos después, los guardaespaldas crearon un círculo de
seguridad, para mantener a los reporteros lejos de ellos, y

509
abrieron la puerta; el primero en salir fue su padre, luego lo hizo
Marion y él se sintió avasallado por los nervios.
—Ven conmigo, no dejaré que nadie te moleste —aseguró
Marion, ofreciéndole la mano y sonrió para animarlo.
—Lo sé —murmuró y se obligó a dejar de temblar.
Recibió la mano y se movió para salir del auto, pero antes
sacudió la cabeza para alejar el pánico que intentaba apoderarse
de él; era tonto sentirse de esa manera, cuando hacía solo minutos
le había asegurado a su padre que podía controlar esa situación, y
ahora se mostraba como un cobarde. Plantó los pies en el
pavimento y se irguió cuan alto era, debía mostrarse confiado e
imperturbable, como seguramente había hecho su primo; que,
según todos, tenía un gran dominio de la prensa, así que él no se
quedaría atrás; sin embargo, su resolución se hizo añicos cuando
las luces brillantes de las cámaras fotográficas estallaron ante sus
ojos, obligándolo a bajar la mirada y tener que esconderse tras el
fedora, mientras una lluvia de preguntas caía sobre él.
—¿Cómo se siente de salud, señor Di Carlo? ¿Cómo es su
relación con el señor Terrence Danchester? ¿Dónde estuvo todo
este tiempo? ¿Por qué no regresó con su familia luego de la
guerra? ¿Qué piensa de que su primo se hiciera pasar por usted?...
—preguntaban distintas voces, mientras él intentaba avanzar en
medio de ese caos.
—Por favor, déjennos pasar, caballeros… El señor Di Carlo
hijo, no responderá sus preguntas —mencionó Thomas, quien
estaba al frente de los hombres que debían escoltar a Fabrizio.
—Por favor, denos al menos unas palabras… —pidió George
y consiguió que sus miradas se encontraran.
—Mi estado de salud está mejorando, gracias por preguntar
—dijo y agradeció que su voz no reflejara los nervios que sentía.
—¿Cómo se lleva con su primo? —preguntó Jack y vio que el
italiano tensaba los hombros ante esa pregunta.
—Lo siento, se nos hace tarde para subir al tren. —Caminó
de prisa junto a Marion, para atravesar la puerta.

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Su padre le pasó el brazo que tenía libre por la espalda, para
protegerlo, luego caminaron hacia la sala de espera, donde
estaban los demás. Entró, sintiéndose algo aturdido, pero respiró
profundo para calmarse y demostrarle a todos que estaba bien;
de repente, sintió como si una fuerza extraña se apoderara de él,
y se volvió, para mirar hacia atrás; vio a Terrence, que lo
observaba con preocupación.
—¿Estás bien, querido? —preguntó Fiorella.
—Sí… —Fabrizio le mantuvo la mirada a su primo, pero la
vergüenza, una vez más, se apoderó de él y tuvo que desviarla—
. Sí, madre, estoy bien, tranquila. —Sonrió para que ella le creyera.
Minutos después, empezaron a subir al tren, los primeros
fueron Fabrizio y su familia, ya que eran el blanco de los
periodistas, que seguían rondando la entrada de la sala de espera;
además, los guardaespaldas le habían dicho que algunos también
andaban por los andenes. Luego lo hicieron los esposos Di Carlo,
junto a Brandon y Fransheska; los duques, decidieron esperar un
poco más, pues los reporteros parecían cohibirse y ser más
respetuosos en su presencia.
Hicieron la segunda llamada para abordar, Terrence se puso
de pie junto a Victoria, sus padres y los esposos Cornwall, para
caminar hacia el tren. Su novia se había estado sintiendo mareada
y con náuseas en los últimos días, así que él les pidió a sus padres
quedarse con ella en el mismo compartimento, para cuidarla.
Los malestares de Victoria no se debían solo a su embarazo,
sino al reencuentro con su tía Margot, que la había castigado con
su indiferencia y se había negado a hablarle por teléfono. Todo
eso le dejaba claro que las cosas no serían fáciles, mucho menos
cuando se enterase de que estaba esperando un hijo bajo esas
circunstancias; seguro se sentiría muy decepcionada, y debía
admitir que eso la atormentaba.

Cuando el silbato del tren anunció la llegada a Chicago, apenas


había conseguido dormir y se la había pasado inquieta, a pesar de

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estar rodeada por los brazos de su rebelde. Para empeorar sus
nervios, al llegar, también estaba repleta de periodistas, que no
solo intentaban tomarle fotografías a Fabrizio y a su familia, sino
que también se abalanzaron sobre Terrence y ella.
Por suerte, los guardaespaldas que había contratado su primo
pudieron controlar la situación; abordaron los autos que los
llevarían hasta las mansiones correspondientes, tal como se había
decidido en Nueva York, ya que, como parejas a punto de
casarse, no estaba bien visto que convivieran bajo el mismo
techo.
—Pecosa, por favor, déjame acompañarte —pidió Terrence,
mientras le acariciaba las manos y la miraba a los ojos—. Quiero
estar a tu lado cuando le des la noticia a tu tía, es mi deber.
—Lo sé y créeme que me encantaría, pero creo que tu
presencia solo provocaría que mi tía esté más a la defensiva; sabes
que siempre ha tenido sus reservas, y tú tampoco es que la
soportes mucho.
—Tienes razón, pero esta vez estoy dispuesto a aguantar su
sermón en completo silencio… Bueno, siempre que no pretenda
humillarte, porque si eso llega a pasar, no me quedaré callado;
prometí cuidar de ti y de nuestro hijo, así que no dejaré que nadie
se atreva a causarles daño, ni siquiera Margot Anderson —
sentenció mirándola.
—Y por eso te amo, pero también por eso es por lo que deseo
evitar este encuentro entre los dos, mejor déjame hablar con ella
primero y después te prometo que te llamaré para que lo hagamos
los tres —dijo y le besó las manos para convencerlo—. Además,
sé defenderme, Terry… Y si ella intenta mancillar el fruto de
nuestro amor o a mí, sabré cómo actuar; por favor, confía en mí.
—Está bien… —Terrence suspiró con resignación y la vio
sonreír, por lo que, también lo hizo, aunque con menos
entusiasmo—. Pero igual iré contigo y me quedaré en el salón,
con Brandon… Te prometo que no intervendré en su
conversación, pero luego de que le des la noticia de que estamos

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esperando un bebé, seguramente, ella deseará hablar conmigo; y
lo correcto es que yo esté allí —dijo mirándola a los ojos, pero
intentando esconder el verdadero motivo de su petición.
Algunas mujeres, como Margot Anderson, podían reaccionar
de manera violenta al verse en situaciones como esa, ya lo había
hecho en el pasado, cuando encontró a Victoria en su casa.
Thelma le había contado que la mujer le dio una bofetada a su
pecosa; esa vez, se llenó de impotencia al no estar allí para
defenderla, por eso ahora no la dejaría sola; y si la matrona se
atrevía a tocarle tan solo un pelo a Victoria, la sacaría de esa casa
y la alejaría de esa bruja para siempre.
Una hora después, bajaban frente a la imponente fachada de
la mansión Anderson, los duques también quisieron
acompañarlos, porque como padres, era su deber responder por
sus acciones, aunque ya Terrence fuese un hombre. Fueron
recibidos por el ama de llaves, que los hizo pasar al salón de la
matrona, que llegó minutos después y cumplió con el saludo de
protocolo, pero de inmediato se excusó con ellos, pidiendo un
momento para hablar a solas con su sobrina, y se la llevó al
estudio. Antes de salir, Victoria le dedicó una sonrisa.
—Tranquilo, no sucederá nada… Nuestra tía puede ser muy
severa, pero quiere mucho a Victoria y no hará nada para
lastimarla —dijo Brandon, pero vio el escepticismo en la mirada
de su amigo, por lo que, planteó otro escenario—. Y si eso
sucede, créeme, seré el primero en reprocharle su actitud y tomar
medidas, como ya lo hice en el pasado. —Comprendía su miedo,
pero algo le decía que, esta vez, todo sería distinto. Margot
Anderson, no era la misma de hacía años.
—Espero que no tengamos que llegar a eso —murmuró y la
tensión se apoderó una vez más de su cuerpo, apoyó los codos
sobre sus rodillas y se echó hacia adelante, cruzando sus dedos.
—No te preocupes, cariño… Todo saldrá bien —dijo Amelia
y le masajeó los hombros, que estaban duros como piedras.

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Victoria entró al despacho mientras luchaba con las náuseas y
el temblor en sus piernas, se sentía débil y sabía que todos esos
síntomas eran provocados por el miedo que le provocaba la
mirada severa de su tía. Respiró profundo para armarse de valor
y hablar primero, sabía que debía presentarle su disculpa por
haberla angustiado, echó los hombros hacia atrás y tragó saliva
para alejar la pesadez de su lengua.
—Tía Margot…, yo quisiera decirle que lamento mucho…
—Aún no te he dado permiso para hablar, Victoria, primero
lo haré yo —sentenció mirándola a los ojos.
—Por favor, tía… Antes de que empiece con su sermón,
permítame decirle esto, antes de que la emoción me ahogue o
acabe vomitando sobre la alfombra, por los nervios —suplicó
mirándola a los ojos.
—¿Acaso te sientes mal? —preguntó con preocupación,
notando que sí lucía algo pálida y se acercó a ella.
—No… Bueno, sí…, es solo que estoy muy nerviosa. —Su
voz vibraba por el esfuerzo de retener el llanto.
—Habla de una vez, chiquilla, ¿qué es lo que tienes que
decirme? —demandó Margot, sintiendo que sus latidos se hacían
pesados.
—Yo… estoy embarazada… —anunció con una sonrisa que
casi le dividía el rostro en dos y le iluminaba la mirada—. Voy a
tener un bebé, tía Margot… Tendré un hijo de Terrence —
expresó de manera entrecortada, a causa de las lágrimas que la
ahogaban.
Finalmente las dejó correr mientras veía cómo su tía abría los
ojos con asombro y se tambaleaba, dando la impresión de que se
desmayaría; por lo que, velozmente, se acercó para poder
sostenerla. Sin embargo, su tía se recuperó rápidamente,
adoptando su postura erguida de siempre y la miró con
curiosidad, primero su rostro y después bajó la vista hasta su
vientre, para comprobar que lo que decía era cierto.

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Capítulo 40

Margot sintió que el aire se le quedaba atorado en la garganta,


cuando escuchó las palabras de Victoria, al tiempo que un cúmulo
de emociones estallaban dentro de su pecho y la lanzaban de un
lugar a otro, como si fuera una marioneta. Por una parte, le
molestaba que su sobrina se hubiese dejado llevar por sus
impulsos pasionales, una vez más, pero por el otro, la idea de que
un nuevo miembro llegara a la familia, la hacía muy feliz; sobre
todo, porque sabía lo que significaba para Victoria, poder traer
un hijo al mundo.
—¿Estás segura de eso, Vicky? —Pudo dar con su voz, para
hacer esa pregunta, a pesar de las emociones que la asaltaban.
—Sí, estoy absolutamente segura —dijo y para confirmarlo,
pegó la tela de su vestido, para que pudiera apreciar su vientre.
—¡Ay, por Dios! —Margot se llevó las manos a la boca,
mientras miraba la pequeña curva del vientre de su sobrina. Dejó
ver una gran sonrisa y luego la miró—. ¡Pequeña, qué felicidad!
Yo sabía que tendrías este milagro, Dios no podía ensañarse de
esa manera con dos mujeres Anderson —expresó con la voz
ahogada en llanto y se acercó para abrazarla con ternura y darle
un par de besos en la mejilla.
—Tía…, no se imagina lo feliz que me siento, yo anhelaba
tanto poder ver mi vientre crecer, tener entre mis brazos a un
niño que naciera de mí y poder amamantarlo… —sollozó
reforzando el abrazo de su tía, se sentía tan feliz y agradecida por
su reacción.
—Lo sé, mi niña, lo sé —dijo acunándole el rostro para
mirarla a los ojos, y los de ella también dejaba correr su llanto. Se

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sentía como si ese milagro estuviese ocurriendo en ella—. Yo
también estoy feliz por ti… Sin embargo, tengo que reprenderte,
Victoria, no estuvo bien lanzarte en un viaje sola hacia Europa,
¿en qué estabas pensando? —preguntó alarmada por lo que pudo
haberle sucedido.
—No estaba sola, tía. Angela y Antonio, me hacían compañía
y en lo único que pensaba era en recuperar a Terrence. Usted sabe
lo injusta que fui con él…, no solo cuando descubrí que no era
Fabrizio, sino también en el pasado, cuando le dije que no lo
quería, para alejarlo.
—Sí, sé que ustedes dos han cometido muchos errores… y sé
que tu primo tuvo la prudencia de enviarte acompañada, pero al
parecer, no cuidaron de ti como debía; de lo contrario, no
hubieses llegado así… —alegó posando la mano en el vientre que
apenas sobresalía.
Se suponía que la estaba regañando, pero no podía dejar de
sonreír por la maravillosa noticia; si su hermano estuviese vivo,
seguramente, estaría brincando de la felicidad. Qué pena que
Dios lo hubiese llevado a su encuentro tan pronto. Stephen
merecía vivir cada uno de esos momentos junto a Victoria, verla
caminar hacia el altar y convertirse en madre; solo esperaba que,
desde el cielo, lo viera todo.
—Por favor, tía…, no los culpe a ellos, la única responsable
fui yo.
—No, nada de eso, para hacer un bebé, se necesita de dos
personas, así que, no eres la única responsable, ese rebelde de
Terrence Danchester, también lo es. —Su tono de voz y su
semblante se hicieron más severos al recordar al hijo de los
duques de Oxford.
—Por supuesto, no podría haberlo hecho sola; además, usted
tenía razón, se necesitaron de muchos intentos para poder
concebir a este bebé —respondió asintiendo con la mirada
brillante de picardía y una sonrisa ladina.

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—¡Victoria Anderson Hoffman! ¡Modera tus palabras, por el
amor de Dios! —dijo Margot, escandalizada por su forma de
expresarse—. No me pasé la mitad de mi vida educándote, para
que hables de esa manera. Una señorita… o señora de bien, jamás
debe hablar con tanta libertad de su intimidad, ni siquiera con un
familiar.
—Lo siento, tía —murmuró, aunque sabía que eso no era
verdad, sus amigas y ella podían tratar esos temas con confianza,
lo que estaba bien, porque así aclaraban muchas de sus dudas.
—Y más allá de la felicidad que este nuevo miembro en la
familia representa, no puedo dejar de reprocharte que te
embarazaras sin estar casada, tu comportamiento ha sido
escandaloso. Las mujeres de esta familia, siempre se han
mantenido puras hasta llegar al altar…
—No puede asegurar algo así, tía Margot —refutó Victoria,
con tono desafiante—. Usted misma acaba de decir que las
mujeres de esta familia, no hablaban de su intimidad.
—¡Pero qué niña tan impertinente! —Separó sus labios con
asombro y la miró con molestia; porque, ciertamente, la había
vencido con sus propias palabras—. Pues, si alguna sucumbió a
la tentación de entregarse a su futuro esposo, antes de tiempo, te
aseguro que no lo hizo llevando a su primogénito en el vientre,
porque se hubiese notado, lo que me lleva a un tema muy
importante, ¿cómo lo disimularemos?
—No se preocupe por eso, el vestido de novia tiene una falda
bastante amplia y ni siquiera se notará que estoy embarazada, ese
día me veré como una princesa —respondió con una gran
sonrisa.
Margot sonrió ante el entusiasmo de su sobrina y suspiró,
relajándose y resignándose a disfrutar de la emoción de ser tía
abuela, de nuevo. Ya no tenía caso lanzarle todos los reproches
que había ido anotando en su lista mental, pues sabía que eso no
haría mella en Victoria, no había conseguido dominar esa vena
rebelde que heredó de Stephen, y sabía que, a esas alturas, no lo

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haría; esa sería una labor de Terrence Danchester, una vez que
ella fuese su esposa.
Regresaron al salón de té y en cuanto atravesaron la puerta,
Terrence se puso de pie para acercarse a Victoria, en su mirada
se reflejaba la angustia a la que había sido sometido, por lo que,
ella le sonrió para tranquilizarlo. Él frunció el ceño, sin entender,
y desvió la mirada hacia la matrona, para buscar respuestas; la
mujer se veía extrañamente calmada, dada la situación, y eso lo
desconcertó aún más.
—Reciba mi enhorabuena, Terrence… Deseo que el hijo que
espera junto a mi sobrina les traiga mucha felicidad —pronunció
Margot con su habitual tono, aunque también había algo de
calidez impregnada en sus palabras—. Permítanme felicitarlos
también, sus excelencias.
—Muchas… Muchas gracias, señora Margot —respondió
Terrence, parpadeando sin salir de su asombro.
Esperaba que le diera un sermón más intenso y largo que el de
su padre, sonrió con alivio al comprender que eso no sucedería;
sin embargo, sujetó la mano de Victoria, por si acaso la mujer se
arrepentía y una vez más, intentaba separarlos. Tomaron asiento
de nuevo y, esta vez, cumplieron con la tradición de hacer la
petición de mano, aunque estaba claro que eso sería solo un
formalismo, porque Victoria ahora podía decidir por sí misma y
porque el bebé que crecía en su vientre aseguraba que su boda se
llevara a cabo.

Gerard estaba en la cubierta del barco que lo llevaría a


América, ya que había decidido seguir el consejo de su padre,
pero todavía tenía sus dudas con respecto a si lo que estaba
haciendo era lo mejor para su relación con Gezabel. Habían
pasado dos semanas maravillosas, siendo amigos, cómplices y
amantes, ella le había demostrado que era bastante liberal en
cuanto al sexo y, a pesar de lo que pudiera pensarse, no era algo
que le molestara; por el contrario, él disfrutaba de todo lo que

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había aprendido durante su relación anterior, así como ella lo
hacía de la experiencia que él había ganado con los años.
Fue sacado de sus pensamientos cuando sintió unos brazos
rodear su cintura, luego unos labios suaves y cálidos se posaron
en su cuello, mientras el aire se llenaba del dulce aroma a flores
de su perfume; de inmediato, su corazón saltó de emoción al
reconocerla. Suspiró y dejó ver una sonrisa, al tiempo que le
acariciaba los brazos sin volverse para mirarla, disfrutando de ser
consentido de esa manera y de la sensación de paz que Gezabel
le daba; ella, con un gesto como ese, podía ahuyentar todas sus
dudas y hacerle sentir que su lugar era a su lado.
—Estás muy pensativo —mencionó, dándole un beso cerca
de la oreja, mientras le acariciaba el pecho.
—Sí…, recordaba el día en que una preciosa y altanera joven
me hechizó, mientras nadaba completamente desnuda, en un
cristalino lago, y luego desapareció, dejándome con la sensación
de que todo había sido una fantasía —contestó acariciando las
manos de ella.
—¡Qué interesante! Cuéntame más… ¿Esa joven te cautivó
por su belleza o por su altanería? —inquirió sonriendo.
—La verdad… —Se volvió para mirarla y la rodeó con sus
brazos, acercándola a su cuerpo—. Todo en ella me cautivó, su
belleza, su inteligencia, su carisma… Incluso, su altanería, que a
veces me vuelve loco —respondió con una sonrisa encantadora.
—¿Y solo con sus berrinches te vuelve loco? —preguntó
deslizando las uñas por su cuello, en una caricia lenta que lo hizo
estremecer.
—No, me enloquece mucho más cuando es tierna y
apasionada… Cuando me lleva al cielo, demostrándome que se
ha convertido en una experta amazona, cuando se entrega por
completo y me hace sentir el hombre más afortunado del mundo
—confesó mirándola a los ojos.
Hasta el momento, ninguno de los dos se había aventurado a
definir el sentimiento que compartían, tal vez, era muy pronto

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para llamarlo amor. Así que, simplemente, estaban dejando que
las cosas fluyeran a su ritmo, que fuera el tiempo juntos el que le
diera un significado a lo que sentían y si era lo suficientemente
poderoso para dar el importante paso de emprender una vida
juntos.
—Con tantos halagos, ahora esa joven se siente en deuda,
señor ministro —respondió sonriéndole con picardía.
—Estoy seguro de que se le ocurrirá alguna manera de
saldarla… Pero si no, yo tengo algunas en mente —susurró
mirándole los labios y no pudo resistir la tentación de besarla, a
pesar de las miradas curiosas que se volvían hacia ellos.
—Pues, déjame decir que yo también, pero para eso
necesitamos más privacidad. —Gezabel también había notado
que los miraban.
—No perdamos tiempo entonces y vayamos a nuestros
camarotes —dijo tomándola de la mano para caminar con ella.
Siendo él una figura pública y ella, de cierto modo, también,
debían guardar ciertas apariencias y por eso viajaban en
camarotes distintos; sin embargo, estos tenían una puerta que los
comunicaba. Él lo había solicitado de esa manera y también que
el personal que los atendiera fuera muy discreto; aunque, era
consciente de que no podía acallar los rumores, por lo menos,
evitaría que tuvieran pruebas para sustentarlos.
Cumplieron con el mismo ritual de siempre, se despidieron en
el pasillo y, una vez dentro, se reunieron en el que ocupaba ella.
Gerard hizo justamente lo que había dicho, sin perder tiempo se
acercó para apoderarse de esa dulce y tentadora boca, con un
beso urgido, mientras sus manos se movían con agilidad para
despojarla de la ropa, al tiempo que Gezabel hacía lo mismo.
Una vez desnudos, él la tomó en brazos y caminó hasta la
amplia cama, con cuidado la dejó sobre las suaves mantas y se
dedicó a besar su cuerpo hasta tenerla al borde del éxtasis,
haciendo que, una vez más, se necesitaran con desesperación. Y
así, la pasión hizo derroche en sus cuerpos, dejando que el sexo

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fuese ese vínculo que los unía, pero que poco a poco, empezaba
a fortalecer el sentimiento que, sin esperarlo, había llegado a sus
vidas para darles un sentido distinto.

Marion estaba acostada bocarriba y sonreía, perdida en la


tierna imagen de su hijo, que estaba acostado sobre sus piernas y
tenía el libro apoyado en su barriga mientras le leía a Luna. Le
encantaba ver cómo Joshua estaba sumergido por completo en la
historia y se emocionaba o rabiaba con Blancanieves, era
maravillosa la comunicación que mantenía con su hermana, le
hablaba como si pudiese verla; seguramente, porque había visto
a su padre hacerlo muchas veces.
Su mirada se posó en Fabrizio, que salía del baño y solo llevaba
el pantalón del pijama; la emocionaba ver que cada día lucía más
recuperado. Su esposo se apoyó en el marco de la puerta y cruzó
los brazos sobre el pecho, mientras admiraba la escena y ella
podía ver la felicidad destellar en su mirada topacio.
—Bien, Luna…, por hoy es suficiente, no te leeré más, estoy
cansado y tengo sed —anunció Joshua al tiempo que cerraba el
libro y lo dejaba a un lado.
Besó la barriga a su madre, luego giró sobre su cuerpo y se
dejó caer en la cama, quedando boca arriba y alcanzó a ver a su
padre que le sonreía. Lo vio llenar un vaso de agua y luego caminó
hasta la cama, para entregárselo, él lo recibió y lo bebió casi todo.
—Estás tomando mucha agua, espero no mojes la cama. —
Le susurro Marion, acariciándole el cabello.
—¡Mami! —Giró la cabeza con energía, para mirarla—. No
mojo la cama, mi tío, Manuelle, me enseñó a no hacerlo. —Le
aclaró con orgullo y le entregó el vaso a su padre.
—Pero con este vaso que te acabas de tomar, seguro te
levantarás a medianoche, para ir al baño —acotó Fabrizio y
recibiendo el vaso.
Lo dejó en la mesa de noche y luego tomó un frasco con crema
humectante, que le había comprado su madre para Marion, se

521
sentó al borde de la cama, dispuesto a iniciar con su rutina de
todas las noches.
—Espera un momento —pidió Marion y puso unas
almohadas en su espalda, para estar más cómoda.
—Papi, ¿te puedo ayudar? —preguntó mirándolo a los ojos.
—Claro. —Le respondió con energía.
Llevó las manos a los muslos de su esposa, para subirle el
camisón con cuidado, hasta dejarlo debajo del busto. Joshua se
sentó en los muslos de su madre y extendió las manos hacia él,
para pedirle crema. Le puso un poco en las palmas, su hijo las
frotó, imitándolo, y las llevó a la barriga de Marion que, como
siempre, comenzaba a reír por las cosquillas que le causaban los
primeros toques.
—Se siente suave, mami —dijo con una gran sonrisa y
acariciando con sus manos llenas de crema el vientre.
—Sí, se siente muy bien —respondió ella, admirando lo que
su hijo hacía, después, desvió la mirada a Fabrizio.
Él la miraba a los ojos y le sonreía, se acercó para darle un
beso tierno, suave pero enloquecedor; después, se dejó caer
sentado sobre sus talones. Finalmente, posó sus manos en el
vientre de su esposa, al lado de las de Joshua, iniciando caricias
conjuntamente, mientras Marion reía, cuando rozaban las partes
más sensibles.
—¿Te da cosquillas, mami? —preguntó sin levantar la mirada
de lo que sus manos hacían.
—En algunas partes —respondió despeinándolo un poco.
—A papi también le dan cosquillas —dijo riendo, al pensar en
la travesura que deseaba hacer y miró de reojo a su padre.
Aprovechó que estaba descuidado y llevó la mano a su costado,
moviendo rápidamente sus dedos, pues sabía que eso le producía
muchas cosquillas.
—¡Joshua, no! ¡Eres un bribón! —exclamó Fabrizio, riendo,
después de que su cuerpo se sobresaltara a la primera sensación.

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—Papi, un poquito nada más. —Su rostro dejaba ver esa
mezcla entre ternura y picardía, que podía encantar a cualquiera.
Se movió con cuidado, sus dedos tamborileaban las costillas
de su padre, que se carcajeó y se alejó en un acto reflejo, pero él
apenas lo dejó alejarse, cuando una vez más lo atacaba. Su mamá
también reía al ver cómo jugaban y cómo su papá parecía un niño
más, dejándose gobernar por sus travesuras; mientras él sentía
cómo su pequeño corazón latía emocionado, porque había
extrañado eso.
—Con que quieres hacerme cosquillas, ¿eh? Pero no te gusta
que te las haga —dijo con la intención de tomarlo y torturarlo,
Joshua adivinó lo que haría y rápidamente se puso de pie.
—No, papi… —Puso las manos al frente, pidiendo una
tregua, pero era imposible—. ¡No, papi! —Se le escapó un grito
y después comenzó a reír, cuando sintió la barba de Fabrizio
frotarse contra su estómago.
La sensación era mucho más fuerte y no podía dejar de reírse,
pero también sentía que las ganas de orinar lo atacaban, así que
hizo varios intentos hasta que se liberó y dio un brinco para
bajarse de la cama, mientras su padre reía abiertamente.
—Ya verás, tú empezaste, Joshua. —Le advirtió Fabrizio,
riéndose y pasando una pierna por encima de Marion, para bajar
de la cama.
Su hijo intentaba esconderse detrás de las cortinas y cuando
bajó de la cama, emprendió la huida y corrió para llegar hasta la
puerta; Fabrizio lo siguió y ambos reían como hacía mucho
tiempo no lo habían hecho. Joshua salió corriendo por el pasillo
y Fabrizio hacía el intento de seguirlo, pero sus piernas no
estaban del todo recuperadas y aun le costaba correr, por lo que,
su hijo le llevaba ventaja.
—¡Tío Terry, ayúdame!… ¡Ayúdame, tío Terry! —pidió en
medio de carcajadas y se escondió detrás sus piernas.
—¿Qué sucede, Joshua? —preguntó riendo y buscándolo con
la mirada, mientras le niño le rodeaba una pierna con los brazos.

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—Papi me quiere hacer cosquillas, tío Terry…, ayúdame —
respondió en medio de risas y casi sin aliento.
Terrence levantó la mirada y se encontró con Fabrizio, que
salía de la habitación corriendo a medias y riendo; al parecer, se
creía un niño más, jugando todo el tiempo con Joshua; en ese
instante, las palabras de Fiorella hicieron eco en su cabeza: «Tú
no eres violento». Fabrizio se detuvo a unos pasos de distancia,
la sonrisa se había esfumado y ambos se miraban a los ojos,
aunque esta vez, no lo hacía con un franco reto, sino como si
quisieran decir muchas cosas.
Fabrizio sintió que sus latidos se aceleraban por una razón que
no tenía nada que ver con la carrera, sabía que debía pedirle
disculpas y sentía que debía hacerlo, pero no encontraba las
palabras. Tal vez, ese era el momento más adecuado; sin
embargo, su garganta se había cerrado y su mente estaba en
blanco, justo como le pasaba cuando quería decirle toda la verdad
a Marion, pero no reunía el valor.
—Vamos a jugar, tío…, juguemos con mi papi —dijo Joshua,
al ver que ninguno de los dos hablaba.
Terrence sintió que salía del refugio que le daban sus piernas
y se paró delante, sin perder tiempo, lo sujetó de la mano y tiró
para que avanzara un paso; en ese momento, apartó la mirada de
Fabrizio y miró a Joshua. Se encontró con sus ojos brillantes y
esa sonrisa que robaba corazones; tragó para pasar el tumulto de
emociones y le dedicó una sonrisa al pequeño, sintió la necesidad
de iniciar un tema de conversación, pero el mutismo de su primo
no lo animaba.
Fabrizio se sentía estúpido por no poder hablar y pedirle
perdón. ¿Por qué le costaba tanto que esa palabra saliera de su
boca? Sabía que no era cuestión de orgullo, tal vez, se debía a algo
más, como le había dicho el doctor Rutherford, que todo viene
acompañado de algo más; y empezaba a sospechar de lo que se
trataba. Pedirle perdón a Terrence, era como pedirse perdón a sí
mismo, por todos los errores que había cometido, y aún no estaba

524
preparado para hacerlo; seguía sintiéndose culpable, no tenía el
coraje para afrontar una conversación en la que saldría a relucir
su estúpido comportamiento de adolescente.
—Me gustaría mucho jugar, Joshua, pero tengo que reunirme
con mi padre —dijo sonriéndole para que no se sintiera
rechazado.
—Pero dile a tío abuelo que quieres jugar con nosotros.
—No puedo, vamos a terminar de concretar lo de la luna de
miel. —acotó y vio su desilusión—, pero te prometo que mañana
sí, ¿está bien? —sugirió con media sonrisa.
—Tío Terry…, ahora todo es el matrimonio, mi abuela habla
del matrimonio, mi abuelo, mi tía Campanita, mi tío Manuelle, mi
mamá… ¡Hasta mi papá! —dijo, al tiempo que fruncía el ceño y
cruzaba los brazos sobre su pecho, en son de protesta.
—Lo sé…, pero ya pronto será la boda y no se hablará más
de matrimonios, hasta que tú seas grande y te cases —dijo
Terrence, riendo y le desordenó el cabello, imaginándolo ya
siendo un hombre y; por lo que sospechaba, también sería muy
parecido a él.
—Joshua, ven acá. —Lo llamó Fabrizio y su voz se escuchó
ronca, por la marea de emociones que lo azotaban.
Su mirada coincidió una vez más con la de su primo, pero solo
unos segundos, porque él la volvió a desviar. Sabía que Terrence
no jugaría con ellos, pues lo más seguro era que siguiera molesto
por su actitud y tenía todo el derecho de estarlo, hasta era
probable que no lo perdonase; después de todo, estaba a dos
semanas de casarse y luego se marcharía.
Tal vez, decidiría nunca más visitar a sus padres y, por extraño
que pudiera parecer, eso le dolía, porque ellos se habían
encariñado con él y sufrirían su ausencia. Pensar en eso seguía
provocándole celos, pero no podía negar la realidad, Terrence se
había ganado todo eso al estar junto a ellos en tiempos difíciles,
brindándoles apoyo y comprensión.

525
Terrence pensó en decir algo para aligerar la tensión que se
sentía entre los dos, pero no sabía en qué situación se encontraba
su primo, si por lo menos estaba dispuesto a llevar una relación
cordial por hacer felices a sus familiares. Aunque por su
comportamiento distante, sospechaba que todavía seguía
molesto, le provocaba preguntarle a quemarropa, pero la
presencia de Joshua lo cohibía, no quería enfrascarse en una
discusión delante del pequeño.
—Tu tío está ocupado y ya es tarde, debemos dormir. —Le
susurró a su hijo, mirándolo a los ojos. Nunca haría que sus
diferencias con Terrence afectaran la relación que tenía con
Joshua.
—Está bien…, será mañana. —Suspiró con un gesto tan
teatral, que provocó las risas de su tío y su papá.
—Despídete de él —dijo Fabrizio y lo vio regresar hasta su
primo.
—Buenas noches, tío Terry, que descanses. —Joshua se puso
de puntillas y le hizo un gesto, para que bajara y poder besarle la
mejilla.
—Descansa tú también, pequeñín… —Le entregó el mismo
gesto y esperaba que Fabrizio no se molestara por eso. Lo vio
regresar hasta su padre, que le dedicó una sonrisa y le extendió la
mano.
—Buenas noches —dijo Fabrizio, sin mirarlo a los ojos, le
hubiese gustado decir algo más; sin embargo, solo se dio la vuelta.
—Descansa —murmuró Terrence y sonrió, pero ese gesto se
borró de sus labios al ver la espalda de su primo.
Esa imagen lo impactó tanto que sintió que se quedaba sin
oxígeno, un nudo se formó en su garganta y la presión en su
pecho era insoportable; las lágrimas subieron en un torrente, pero
las retuvo, apretando fuertemente la mandíbula. Se suponía que
no debería afectarle ver esas cicatrices en la espalda de su primo,
ya había estado trabajando con Clive, para ir liberándose de esa
extraña conexión que, según su psiquiatra, era producto de su

526
mente, pero en ese momento no podía obviar la sensación que lo
embargaba, era como si pudiera percibir cada una de las marcas
en su propia espalda, y eso hizo que se estremeciera
involuntariamente.
Los vio entrar a la habitación y cerrar la puerta; de inmediato,
un par de lágrimas se escaparon de sus ojos y rodaron por sus
mejillas, pero las limpió rápidamente y respiró hondo para
calmarse. Debía hacerle caso a Clive y dejar de darle tanto poder
al bendito parecido entre los dos, necesitaba poner límites y que
a su mente le quedara claro que no eran la misma persona, sino
dos completamente distintas.
Decidió continuar con su camino y reunirse con su padre,
seguramente, hablar con él le ayudaría a distraerse; no obstante,
el recuerdo de la espalda de su primo no lo abandona; seguía
haciendo eco dentro de su cabeza y a cada paso que daba sentía
sus piernas temblar. Sospechaba que ni Fransheska ni Fiorella las
habían visto, porque unas cicatrices así, les causarían un profundo
sufrimiento; ahora entendía por qué Marion no dejaba que ellas
lo atendiesen, no quería que las vieran y sufrieran.

527
Capítulo 41

Llevaban diez días en Chicago y por fin podía tomarse un


momento, luego de ponerse al día con todos los pendientes, llegó
a la casa de su prometida y le extrañó un poco el silencio que
reinaba; sobre todo, por la cantidad de personas que se estaba
quedando allí. Había ido a regresarle su pasaporte a Fransheska,
que se lo había entregado para hacer los últimos trámites de su
viaje de luna de miel.
También debía hablar con su suegra, que era la única al tanto
del itinerario, pues se encargaría de armar el equipaje de
Fransheska, y le había prometido que le guardaría el secreto, ya
que él deseaba que fuese una sorpresa. El ama de llaves, lo hizo
pasar al salón y, minutos después, vio aparecer a su novia en las
escaleras; lucía realmente hermosa en ese vestido de seda azul,
con su cabello suelto, justo como a él le gustaba verla, con esa
sonrisa que iluminaba su mundo.
—Buenas tardes, mi amor —susurró apoyando los antebrazos
en sus hombros y bajó para rozar sus labios con un beso dulce y
sutil.
—Buenas tardes, princesa, te ves tan hermosa —mencionó
mirándola a los ojos, rodeó con sus manos la diminuta cintura y
la acercó más a él, para hacer ese beso más íntimo.
Ella deslizó sus dedos en el cabello dorado, al tiempo que
separaba sus labios, para que él tomase lo que deseaba; gimió
cuando la lengua de su novio acarició la suya con sensual lentitud,
haciendo que una ola de calor la recorriese, estremeciéndola.
Escucharon el sonido de unos pasos en la segunda planta y se
separaron, ella le sonrió, dedicándole una mirada traviesa, y

528
Brandon se negó a privarse del placer de seguir con ese beso, así
que la sujetó de la mano y la llevó hacia la terraza.
Después de comprobar que estaban solos, la apoyó con
suavidad en una de las paredes y luego llevó sus manos al cuello
de Fransheska, para acariciarla mientras la veía a los ojos que
brillaban con anhelo. Él se acercó y dejó caer una lluvia de besos
en sus pomposos labios, pero deseaba más y sabía que ella
también, así que se apoderó de su boca por completo, gimieron
y temblaron cuando fueron atrapados por un vórtice de
sensaciones maravillosas y placenteras.
Fransheska se aferró a su cuello y se puso de puntillas para
besarlo mejor, deslizó la lengua dentro de su boca,
acompañándolo en esa sensual danza que la enloquecía. Los
centímetros de estatura que los separaban se hacían notar más
cuando se besaban de pie, pero estando en una cama, no
representaban ningún problema; por el contrario, a ella le
encantaba que fuese más alto.
—Me estaba volviendo loco por besarte así —susurró con la
mirada brillante, una vez que se separaron, aunque siguió
acariciándola.
—Siento como si hubiesen pasado años desde la última vez…
Es que han pasado tantas cosas, que no hemos tenido tiempo
para nosotros, perdóname por haberte dejado tan abandonado
en las últimas semanas —expresó ella, mientras le acariciaba el
pecho.
—Te perdono porque te llevaré conmigo por mucho…,
mucho tiempo y te tendré solamente para mí —respondió con
una gran sonrisa y cedió ante su deseo de acariciarle los senos.
—En realidad, me tendrás para toda la vida, dentro de una
semana —acotó con una sonrisa que iluminaba su mirada y le
rozó de nuevo los labios—. Y hablando de eso… ¿Trajo los
pasajes para nuestro viaje de bodas, señor Anderson? —
preguntó, mirándolo a los ojos.

529
—Lamento tener que desilusionarla, señora Anderson, pero
solo traje esto —dijo, entregándole su identificación—. Los
pasajes quedaron resguardados en un lugar seguro, hasta un día
antes de nuestra boda.
—¡Brandon! Pero no es justo ¿Me tendrás con esta
incertidumbre hasta el día de la boda? Pensé que hoy por fin
descubriría a dónde me llevarás. —Le reprochó, haciendo un
puchero y cruzó los brazos sobre su pecho, en una actitud
malcriada.
—Luces como una niña a la que le he negado un dulce —dijo
aguantando una carcajada, pero en cuando ella alzó la barbilla con
altanería, comenzó a reír y se acercó para abrazarla.
—No es gracioso, me has tenido con la incógnita por más de
un mes, y como si eso no fuese suficiente, te burlas de mí. Seguro
que todo el mundo sabe a dónde iremos, menos yo… ¡Yo, que
soy la novia y la única que irá en ese viaje contigo! —expresó,
sintiéndose frustrada.
—Fran…, ven aquí, princesa. —Le pidió, rodeándola con sus
brazos para pegarla a su cuerpo, y buscó sus ojos—. En primer
lugar, solo tres personas, incluyéndome, sabemos a dónde
iremos; segundo, no me estaba burlando de ti… —Ella levantó
una ceja, demostrándole que no le creía, él suspiró para no reír—
. Bueno, está bien…, sí me pareció muy divertida tu actitud, pero
te aseguro que no hago esto por molestarte, solo deseo darte una
sorpresa… Mírame, sabes que nunca te negaría nada… —dijo y
vio cómo la mirada de su novia se iluminaba—. Pero en esto no
pienso ceder, tan solo falta una semana y, si ya has esperado por
un mes, ¿qué importa esperar unos días más? —inquirió con una
sonrisa mientras le acariciaba la espalda.
—No…, no importa mucho, pero si no logro dormir y llego
al altar con unas ojeras espantosas, será únicamente tu culpa, y
no podrás quejarte —acotó levantando la barbilla.
—Creo que tendré que hablar con Edith, para que te dé de
esos tés que prepara tan bien —dijo sonriendo seductoramente y

530
deslizó las manos por sus caderas—. Necesito que mi esposa esté
completamente relajada para la aventura que nos espera y, para
ello, debe dormir muy bien —mencionó paseando la mirada por
su rostro.
—Entonces, ¿tendremos una aventura? —preguntó con
entusiasmo mientras lo miraba, se sentía feliz de al menos haberle
sacado eso.
—Sí, tendremos muchas a lo largo de nuestra vida juntos —
dijo sonriendo, sin revelarle nada más.
Su mirada se deleitó con sus labios rosados, llenos y delicados,
con esas gemas tan preciosas que eran sus ojos y con su cabello,
que se movía con la suave brisa que llegó envolviéndolos. Subió
sus manos en una caricia lenta, hasta posarlas en su cuello,
deslizándolas con suavidad para dibujar círculos en sus mejillas
sonrosadas.
Fransheska cerró los ojos y suspiró ante la suave caricia, él se
acercó para beber su aliento y acariciar con su lengua los labios,
dándole roces sutiles, tibios y húmedos, que la hicieron
estremecer. Había echado de menos esas muestras de amor; sus
brazos se descruzaron en un movimiento espontáneo y se
anclaron en la nuca de su novio.
—Te vales de tus encantos para hacerme olvidar de todo —
susurró ella con los ojos cerrados, sintiendo que flotaba después
de ese beso.
—Yo tendría que decir lo mismo, Fransheska; si tan solo
supieras lo que estoy pensando en estos momentos —confesó y
sus pupilas estaban dilatadas por la excitación que corría por sus
venas.
—Puedo adivinarlo. —Sonrió con seguridad.
—¿A sí? Dígame, ¿en qué estoy pensando, señora Anderson?
—La retó con una sonrisa llena de picardía y deslizó las manos
por su cintura.
—Estás pensando en… en nuestra boda. —Deslizó sus dedos
por la solapa de la chaqueta, él sonrió y ella también lo hizo.

531
—Está bastante cerca…, pero no lo suficiente. Le daré una
pista —comentó al tiempo que bajaba la mano, para acariciar con
suavidad la curva de su derrier. Sus ojos se llenaron de un brillo
especial, al sentir el temblor en ella y ver cómo se mordía el labio
con suavidad, acompañado de un leve rubor que se extendió por
sus mejillas.
—Estás pensando en… la noche de bodas —susurró,
sintiendo que una ola de calor la recorría y sus piernas temblaban.
—Sí, señora Anderson…, estoy pensando en lo que haremos
cuando estemos solos y pueda tenerla en mis brazos, como mi
esposa, cuando seas completamente mía… —susurró en su oído,
para después darle un beso lento y cálido en su cuello, mientras
se pegaba a ella.
—Yo también lo deseo, estoy loca por ser complemente tuya
y gritárselo al mundo —pronunció, acariciándole la espalda.
Gimieron cuando sus bocas se unieron de nuevo en un beso
que no pidió permiso ni empezó con suaves roces, fue un beso
directo, intenso y febril, cargado de esa pasión que apenas podían
contener. Sus cuerpos se unieron en un estrecho abrazo y solo las
prendas los separaba, pero incluso a través de ellas, podían sentir
el abrasador calor que los envolvía y también la excitación, en el
caso de él, que era más evidente.

Fabrizio estaba bastante aburrido en su habitación, ya que


Marion, Joshua y su madre salieron temprano, pero aún no
regresaban; y su hermana lo había dejado para recibir a su
prometido. Según le contó, la familia Danchester, había viajado
hasta la localidad donde vivían las tías maternas de Victoria, y no
regresarían hasta el día siguiente, así que, podía deambular por la
casa con tranquilidad.
Decidió bajar para caminar un poco y ejercitar las piernas, ya
que solo le quedaba una semana para la boda y quería poder
disfrutar de ese día. Llevar a su hermana al altar e; incluso, bailar
junto a ella y su madre, como tanto lo había anhelado.

532
Caminaba sumido en sus pensamientos y llegó hasta la terraza,
le pareció que estaba sola, pero justo antes de entrar, escuchó
unas voces que reconoció de inmediato, eran la de su hermana y
su cuñado. Pensó en marcharse para darles un poco de
privacidad, pero las palabras y la actitud de su hermana lo
hicieron detenerse; sonrió al comprender que le estaba haciendo
un berrinche por algo relacionado con su viaje de bodas, su
Campanita no cambiaba.
También lo divirtió la actitud de su cuñado; que, ante todo, se
mostraba como un hombre serio, pero en ese momento parecía
un chico haciéndole bromas. Su pecho se hinchó de felicidad al
ver ese amor que compartían y le aseguraba que su hermana sería
muy dichosa, como siempre había deseado que lo fuera.
Como siempre, luego de una discusión, venía la reconciliación,
pero él no se quedaría para presenciarlo porque no era un fisgón;
además, su hermana merecía un poco de privacidad. Dio un par
de pasos para alejarse, cuando escuchó las voces de los futuros
esposos y las palabras de Brandon lo detuvieron en seco.
—¿Cómo que señora Anderson? —Se preguntó frunciendo el
ceño—. Ya sabía que no estaba equivocado, estos dos se
adelantaron a la noche de bodas… Ese hombre se salva que está
a una semana de casarse con mi hermana, si no… Bueno,
tampoco tendría caso armar un escándalo que perjudicaría tanto
a Fransheska. Fabrizio, la amas demasiado como para hacer algo
como eso y; aunque te cueste admitirlo, seguramente, Anderson
no fue el único responsable de lo que sucedió; sin embargo, se
suponía que él debía respetarla y esperar el momento indicado,
ya era un hombre adulto, responsable de sus actos —murmuró
cruzándose de brazos, entrecerrando los ojos y aguzó más su
oído, para enterarse de lo que hablaban—. Sí, ya sé…, hace unos
minutos te dijiste que no eras un fisgón, pero… aunque ya lo que
no tenía que pasar igual pasó, ella no será su esposa hasta dentro
de una semana; y si Manuelle me amenazó ya teniendo un hijo

533
con Marion, el banquero no se va a escapar de que le dé un buen
susto.
Sentenció y abrió la puerta sin llamar, pero fue quien acabó
sorprendido al ver la intensidad del beso que su Campanita
compartía con ese hombre. Parpadeó con asombro y luego se
aclaró la garganta, para atraer su atención; sintió la molestia por
el esfuerzo, pero fue algo que no pudo evitar.
Ellos se separaron de manera abrupta al ser sacados de la
burbuja mágica donde estaban, era evidente que ni siquiera
habían escuchado sus pasos. Fransheska sintió que su rostro se
encendía al ver la mirada reprobatoria de su hermano clavada en
ellos; mientras que, Brandon, solo se aclaró la garganta, para que
su tono no revelara la excitación que sentía. Intentó cubrirse con
su novia, para esconder el bulto debajo de su cintura, mientras
sentía que sus mejillas se encendían como si fuese un chiquillo,
solo para empeorar la situación.
—Disculpen la intromisión —esbozó con el entrecejo
fruncido.
—Buenas tardes, Fabrizio… ¿Cómo estás? —Brandon lo
saludó, intentando parecer casual.
—Buenas tardes, Brandon, muy bien, gracias… Y, por lo que
veo, tú también lo estás —señaló mirándolo a los ojos,
manteniendo esa postura que había copiado de Manuelle.
—Fabri, no sabía que… habías decidido salir de la habitación,
pensé que te quedarías descansando —dijo Fransheska, sintiendo
que sus piernas todavía temblaban, no sabía si era por los nervios
al verse descubierta o si era resultado del beso que seguía
vibrando en todo su cuerpo.
—Estaba aburrido y decidí bajar para tomar un poco de aire…
—En ese caso, ven y acompáñanos… Pediré té y galletas. —
Hizo un ademán hacia una de las sillas, para invitarlo a sentarse.
—Quizá no sea buena idea, por lo visto, ustedes estaban muy
ocupados y; a lo mejor, desean compartir a solas unos minutos

534
más —mencionó, clavando la mirada en su cuñado, quien lucía
nervioso, lo que le parecía bastante bien.
—Tranquilo, a partir de la próxima semana, tendré toda la vida
para compartir con tu hermana; así que, aprovéchala, antes de
que me la lleve a… —calló y miró divertido a su novia, quien se
llenó de curiosidad, olvidándose del miedo y la vergüenza que
sintió al ser atrapada por su hermano—. Antes de que me la lleve
a nuestro viaje de bodas —agregó con una hermosa sonrisa,
cuando ella suspiró con resignación.
—Ya sé que no lo dirás, así que no me hagas sufrir… Siempre
lo he dicho, a veces puedes ser muy malo —murmuró con un
puchero.
—Y tú siempre eres adorable —susurró con una sonrisa—.
Iré a saludar a Luciano, fue un gusto verte, Fabrizio… Regresaré
para despedirme, princesa. —Le acarició la mejilla y le dio un roce
de labios.
Lo vieron marcharse, Fabrizio con el ceño fruncido y ella con
una sonrisa que iluminaba sus ojos, mientras tomaba asiento en
una de las sillas y suspiraba con ensoñación. Fabrizio la miró
fijamente, sin esbozar una palabra, aunque su semblante
expresaba mucho.
Fransheska se volvió para mirar a su hermano con una sonrisa,
pero ese gesto se le congeló en cuanto vio la manera
escudriñadora con la que la observaba; sintió que los nervios se
apoderaban de ella, una vez más, y deseó haber huido con
Brandon. Sin embargo, en ese momento, recordó las palabras de
Edith, cuando le dijo que, haberse entregado al hombre que
amaba, no era algo de lo que debía avergonzarse, ya que su actitud
no había perjudicado a nadie.
—¿Por qué me miras así? —inquirió ella con absoluta
inocencia.
—¿Por qué será, Fransheska Emilia? —respondió con una
pregunta y su voz tenía un matiz oscuro.

535
—¡Fabrizio Alfonzo, no me llames así! —exclamó, mirándolo
a los ojos y se cruzó de brazos—. Por favor, deja ya ese papel de
hermano celoso, que ya no te queda. Brandon y yo nos casamos
en una semana y, si crees que está mal que nos besemos,
entonces, eres más anticuado que papá —expuso, levantando la
barbilla.
—Yo, más anticuado que… —esbozó con asombro—. Mira,
Fransheska Di Carlo, una cosa es que estés a punto de casarte y
otra muy distinta es que… ¿Por qué te llamó: «señora Anderson»?
—preguntó sin preámbulos y pudo ver cómo ella se tensaba de
inmediato.
—Me llamó así porque él…, pues nosotros… —intentó
explicarse mientras su voz temblaba—. ¿Cómo lo escuchaste? —
cuestionó desconcertada, sintiendo que los nervios la pondrían
en evidencia.
—Lo escuché por casualidad, pero escuché claramente
cuando te llamaba así, Campanita. —indicó cruzando los brazos
sobre su pecho.
—¿Por casualidad? ¡Nos estabas espiando, Fabrizio Alfonzo!
—Lo acusó, asombrada por su osadía y también se cruzó de
brazos.
—¡Claro que no! No soy un fisgón —dijo frunciendo el ceño.
—Sí, por supuesto, y yo soy Blancanieves, y a mi alrededor
están los siete enanitos —mencionó con sarcasmo, levantando
una ceja.
—Fransheska, no intentes desviar la conversación, aún no me
has contestado por qué te llama así, si todavía no están casados
—puntualizó con la misma actitud.
—Es… solo un juego y no tiene nada de malo que me llame
así, a mí me gusta cómo se escucha… Además, debo ir
acostumbrándome —contestó esforzándose por parecer
tranquila, pero sentía que el corazón le saltaría por la boca, de un
momento a otro.

536
—Sí, seguramente te encanta cómo se escucha, pero existe un
pequeño detalle, que tú todavía no eres la señora Anderson ¿No
es así?... Porque ser la señora Anderson, implicaría que ustedes…
—¡Fabri, pareces un viejo cascarrabias! Ya olvídalo, voy a
pedirle a Francis, que envíe a alguien con té y galletas —
mencionó, poniéndose de pie y, antes de que él pudiera decir algo
más, pasó con rapidez a su lado y caminó hacia la puerta.
—Está bien, huye, hada cobarde —esbozó dejando ver media
sonrisa, se sorprendió cuando sintió que ella regresaba y le daba
un beso en su mejilla, al tiempo que le rodeaba el cuello con los
brazos.
—No soy un hada cobarde, pero tú sí eres un viejito
cascarrabias… Debe ser el hecho de que ahora seas padre… Y
tanto que te molestaba que papá estuviese diciéndote qué hacer.
Pobre Joshua, no tendrá vida dentro de unos años; por suerte,
tiene a su tía Campanita, que le piensa solapar algunas travesuras
—pronunció con diversión.
—Estás tentando a tu suerte, Fransheska Emilia, será mejor
que vayas por esas galletas y ese té, antes de que te someta a un
exhaustivo interrogatorio… «Señora Anderson». —Le advirtió,
intentando parecer serio, pero sin conseguirlo, porque sus mimos
lo ablandaban.
—Tengo una idea mejor, te llevaré de paseo… Quiero que
conozcas un lugar muy especial, sube a buscar un abrigo y nos
vemos en cinco minutos en el salón —mencionó con entusiasmo.
—¿Un abrigo? Fran, pero si estamos en verano… pareceré un
viejo reumático —alegó frunciendo el ceño.
—Y si no te lo pones, Marion se molestará, así que sube y haz
lo que te pido, ya verás que no te vas a arrepentir. —Le dio otro
beso y salió caminando con el entusiasmo de una chiquilla.
Fabrizio se quedó sentado, viéndola alejarse con una sonrisa
mientras negaba con la cabeza, su Campanita seguía siendo la
misma niña que dejó hacía tanto tiempo; entre ellos, nada había
cambiado, aunque ahora era una mujer, una hermosa mujer,

537
capaz de hacer que un hombre tan centrado, como Brandon
Anderson, voltease el mundo completo para hacerla feliz, para
cumplir sus fantasías, pues estaba seguro de que ese viaje del que
no deseaba adelantarle nada, sería la realización de un sueño;
después de un minuto, se levantó para hacer lo que su hermana
le pedía.
Fransheska se dirigió hasta el despacho de su padre, para
hablar con Brandon, llamó a la puerta y segundos después,
entraba con esa sonrisa que podía iluminar el día más nublado.
Caminó primero hasta su padre, para darle un beso cariñoso en
la mejilla, no quería que él también se pusiera celoso, como
Fabrizio; luego, se acercó a su novio y le tomó las manos,
dedicándole una mirada brillante.
—Brandon, me gustaría llevar a Fabrizio a ver mi jardín. ¿Nos
llevas? —preguntó con una sonrisa radiante.
—Por supuesto, princesa —contestó con el mismo gesto.
—Perfecto, él subió a buscar un abrigo… —Se interrumpió al
ver la sorpresa reflejarse en los rostros de su novio y su padre—.
Ya sé que estamos en verano, pero no está de más prevenir —
agregó, actuando como una madre que cuida de un niño.
—Creo que se sorprenderá mucho —acotó Luciano,
sonriendo y pensó en acompañarlos, pero tenía mucho trabajo
atrasado.
Un minuto después, los prometidos se encontraban en el
salón, a la espera de Fabrizio, lo vieron llegar envuelto en un
pesado abrigo gris plomo y su rostro dejaba ver el descontento
por tener que llevarlo; parecía un niño al que estaban obligando
a llevar algo que no deseaba. Brandon y Fransheska, intentaron
disimular la risa que podía verse en sus miradas; se despidieron
de Luciano y caminaron hasta el auto, Brandon le abrió primero
la puerta a su cuñado, para que subiese a la parte de atrás; luego,
a su novia, que ocupó el puesto junto a él.
Fabrizio admiraba el paisaje de extensos valles que, de algún
modo, le recordaban a la Toscana, suspiró, añorando estar en su

538
casa y sentir que verdaderamente había regresado. Tan solo
habían pasado diez minutos cuando el auto se detuvo frente a un
inmenso portal de hierro forjado, en el centro tenía un gran
escudo, con la figura de lo que parecía un yelmo y debajo estaba
escrito: «Anderson»; también tenía una placa con otras figuras de
cruces y estaban enmarcados en plumas. Creía que su cuñado era
solo un banquero, pero al parecer, no.
—Bienvenido a la mansión Anderson, Fabrizio —anunció
Brandon, mostrándole una sonrisa por el retrovisor, al tiempo
que se ponía en marcha para entrar a la propiedad.
—Tienes una hermosa propiedad —mencionó, observando el
paisaje que parecía interminable, evidentemente, más grande que
el de su casa en Florencia, pero con cierto parecido.
—También será el hogar de Fransheska —respondió,
llevándose la mano de ella a los labios, para darle un beso.
—Por supuesto, dentro de una semana, cuando el sacerdote
los declare marido y mujer —señaló mirándolo y fue consciente
de la mirada cómplice que compartían.
Él sonrió de manera discreta, pero ella fue más expresiva, soltó
una carcajada y le sacó la lengua a su hermano, por el retrovisor;
lo que hizo que, Brandon, también riera abiertamente. Le
encantaba ver esa felicidad que su princesa irradiaba, sabía que
no solo se debía a que dentro de poco estarían casados, sino a
que Fabrizio estaba allí y cumpliría con su sueño de llevarla al
altar.

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Capítulo 42

El auto siguió con su recorrido, Fabrizio vio sobre una colina


la inmensa mansión que parecía hecha de mármol, porque
resplandecía bajo los rayos del sol. Tenía amplios ventanales, una
entrada majestuosa y columnas que le daban cierto aire de
ostentosidad y arrogancia; las que, para ser sincero, no veía ni en
su cuñado ni en Victoria.
—¿Acaso tú también eres parte de la realeza? —preguntó al
bajar del auto, vio el desconcierto en la mirada de su cuñado, así
que se explicó—: Lo digo por el escudo en la entrada de la casa y
por esta mansión… —agregó, observando la casa y luego a él.
—El escudo pertenece al clan Anderson, del que soy jefe; sin
embargo, mi madre sí era parte de la realeza; era la sobrina de
Guillermo IV, duque de Gloucester y Edimburgo; mi tío abuelo
murió sin dejar descendencia, no hizo las gestiones para que fuese
asignado a ningún otro miembro de la familia; por lo que, el título
se ha mantenido cerrado hasta hoy —contestó con naturalidad.
—Pero podrías optar por ese ducado, si lo deseas; sobre todo,
teniendo el apoyo del duque de Oxford; que, según muchos, es
el primo favorito del Rey Jorge V. No te sería muy complicado
hacer la solicitud ante el parlamento, para ser nombrado duque
de Gloucester y Edimburgo —acotó Fabrizio, mirándolo a los
ojos.
—A lo mejor…, pero no es algo que me quite el sueño, ya
bastante responsabilidad tengo con estar al frente de la familia,
como para también llevar el peso de un ducado y las obligaciones
dentro del parlamento, que eso acarrea… Sería disponer de
menos tiempo para hacer lo que en verdad deseo y para dedicarle

540
a la familia que pienso formar junto a tu hermana —explicó
siendo sincero.
Fabrizio asintió, entendiendo y aprobando la postura de su
cuñado, él tampoco cambiaría la vida que lleva junto a Marion,
por todo el dinero y el poder del mundo, ella le ha dado los
mejores tesoros que un hombre pudiese tener. Subieron la
escalinata y fueron recibidos por el ama de llaves, que lo saludó
creyendo que era Terrence, pero Fransheska, acudió en auxilio de
la mujer y le aclaró que era su hermano; fue evidente que la mujer
se sorprendió por el impresionante parecido, pero supo disimular
y le dedicó una sonrisa cordial.
—Buenas tardes, querida —dijo Margot y luchó por dominar
a su curiosidad, cuando vio que venía acompañada por quien
suponía era el verdadero hermano—. ¡Qué alegría recibir tu visita!
—Buenas tardes, señora Margot —respondió con una sonrisa
y se acercó para besar sus mejillas. Luego se alejó y le extendió la
mano a Fabrizio—. Permítame presentarle a mi hermano.
—Encantado, señora… Fabrizio Di Carlo. —Se presentó,
notando cómo lo miraba la anciana.
—Es un placer, señor Di Carlo… Margot Anderson —
expresó en un tono ecuánime, que procuraba no revelara las
contradictorias emociones que la embargaban—. Por favor,
acompáñenme al salón de té. —Los invitó con una sonrisa
amable, para ocultar el interés que le despertaba ese joven, quería
saber qué tanto se parecía en personalidad a Terrence
Danchester, ya que físicamente era mucho.
—Nos encantaría… —A Fransheska le apenaba tener que
negarse.
—Ellos han venido a ver otro lugar, tía —señaló Brandon,
para salir al rescate de su novia, también para evitar que la
matrona incomodara a Fabrizio, con algún interrogatorio.
—Entiendo… Bueno, nos veremos más tarde, que disfruten
del paseo —respondió con una sonrisa.

541
—Por supuesto, muchas gracias —esbozó Fransheska,
aliviada.
—Me dio mucho gusto conocerla, señora Anderson.
—Digo lo mismo —respondió y lo siguió con la mirada
mientras se alejaba junto a Fransheska, luego se volvió para mirar
a su sobrino y ya no escondió su asombro—. El parecido,
ciertamente, es increíble.
—Sí, lo es… Aunque, cuando comienza a tratarlo, puede
notar las diferencias entre ambos; sobre todo, en sus
personalidades. Terrence es más serio y de carácter más fuerte;
Fabrizio, por el contrario, es más bromista y sentimental. A pesar
de haber estado durante dos años en las trincheras y haber vivido
todo ese infierno, sigue teniendo mucho del joven que fue…
Quizá se deba a la manera en la que lo trata mi suegra o por lo
sobreprotectora que es su esposa, Marion.
—Consentir a un hombre no le hace ningún bien; por el
contrario, les hacen tener un carácter débil y nunca acaban de
madurar. Lo mismo pasa con las mujeres, por suerte, mi madre
me enseñó esa lección en el poco tiempo que estuvo conmigo, y
forjó este carácter en mí —esbozó con orgullo, porque sentía que
había desempeñado una excelente labor en criar a todos sus
sobrinos.
Brandon solo sonrió para no contradecirla, también porque
en parte ella tenía razón; sin embargo, no habría estado mal, si
ella hubiera sino menos severa y más comprensiva con ellos; lo
que, por supuesto, sí haría él, cuando fuese padre. Ya casi eran
las tres de la tarde, así que la acompañó para tomar el té y
aprovecharía para hablarle de su viaje de bodas, sabía que ella era
una de las personas que debían estar al tanto del tiempo que se
tomaría para viajar con Fransheska.
Fransheska y Fabrizio, se detuvieron en la puerta que daba
hacia el jardín, ella lo miró con una gran sonrisa, antes de abrir;
se lamentó de no haber llevado una cinta para vendarle los ojos.
Él se volvió a mirarla con desconcierto, no sabía a qué se debía

542
todo ese misterio, pero debía reconocer que, la actitud de su
hermana, lo tenía muy intrigado.
—Debes cerrar los ojos, Fabri.
—¿En verdad tengo que hacerlo, Fran? —inquirió incómodo.
—Si…, es una sorpresa y no tiene caso si la ves antes, así que
cierra los ojos y confía en mí, te guiaré para que no tropieces…
—dijo tomándolo de la mano, para salir—. ¡Y no hagas trampas,
Fabrizio Alfonzo! —agregó con una sonrisa al ver cómo luchaba
por no abrir los ojos. Se puso delante de él y lo sujetó de las
manos, luego comenzó a caminar despacio. Dos minutos
después, entraban al hermoso jardín, réplica exacta del suyo en
Florencia—. Bien… ¡Ya puedes abrirlos!
Fabrizio lo hizo y parpadeó para ajustar los ojos a la intensa
luz que entraba por las paredes de cristal, paseó la mirada por el
lugar, solo le bastaron unos segundos para reconocerlo y que un
nudo se formara en su garganta, al tiempo que sus ojos se
llenaban de lágrimas y su corazón se lanzaba en una carrera
frenética. Cada rincón de ese lugar era idéntico al jardín de su casa
en Florencia, no le hacía falta ningún detalle; incluso, estaba la
fuente de Amor y Psique, que tanto le gustaba a su madre, las
mismas flores, las bancas, los arcos de los rosales. Era una réplica
idéntica de ese espacio donde tantas horas pasó en compañía de
su madre y de su hermana. Ni siquiera se había percatado de que
estaba llorando, hasta que ella se acercó para abrazarlo.
—Campanita, esto es… —Su voz estaba ronca por la
emoción.
—Es como estar en casa… Sí, lo es… Cada rincón posee el
mismo detalle de nuestro jardín, ¿no es precioso? —preguntó con
emoción, mientras miraba a su alrededor.
—¡Sí, lo es! En realidad, es asombroso… ¿Cómo está aquí?
¿Quién hizo todo esto? —preguntó absolutamente
conmocionado.
—Brandon… Lo hizo construir para mi cumpleaños, fue su
regalo y, justamente ese día, me pidió que fuese su esposa. Nos

543
sentamos en esa banca, frente a la fuente de Amor y Pisque…
Bueno, yo me senté, él se puso de rodillas —esbozó, suspirando
y sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar uno de los días más
felices de su vida.
—Entonces, fue aquí donde te entregó ese anillo que casi no
te deja levantar la mano —dijo en tono divertido, pero al ver la
emoción que desbordaba a su hermana, la abrazó con fuerza—.
Lamento habérmelo perdido, Fran…
—Está bien, Fabri… De algún modo, estuviste conmigo… Y
no me refiero a la presencia de Terrence, sino a la tuya… Tú
estabas en cada recuerdo que llegaba a mi cabeza, de tantos
momentos que vivimos en este lugar —mencionó, acariciándole
las mejillas.
—Te juro que me hubiese encantado estar presente ese día y
ver tu felicidad, hermanita —sollozó, pero de inmediato respiró
hondo para pasar las lágrimas—. ¿Por qué no me cuentas cómo
sucedió todo? Seguramente, debes recordar cada detalle…
Cuéntame cómo te trajo Brandon hasta aquí y las palabras que te
dijo, quiero saberlo. —Le pidió, emocionado al ver que la mirada
de ella se iluminaba, él quería estar presente en sus recuerdos; al
menos, lo haría de esa manera.
Fransheska empezó a relatarle todo en detalle, desde que
despertó esa mañana y vio el hermoso arreglo de flores que
Brandon le envió, junto a las instrucciones para que llegase, la
sorpresa del jardín y sus palabras, pues las recordaba con
exactitud. Fabrizio soltó una carcajada cuando le dijo que casi le
provoca un infarto a su novio al quedarse muda cuando le pidió
matrimonio.
Él pudo entender el significado especial que este lugar tenía
para su hermana y Brandon, era donde sus fantasías se volvían
realidades. Caminaron unos minutos tomados de las manos y
viendo cada detalle, mientras ella le contaba alguna anécdota
acontecida en este, así como los recuerdos que llegaron de aquel
en Italia, entre risas y lágrimas.

544
—Me alegra tanto que estés aquí y que compartas conmigo
uno de los días más felices de mi vida… Han pasado muchos,
Fabri…, pero todavía quedan muchos más por disfrutar y; saber
que tú estarás en ellos, me llena de dicha —expresó con emoción,
mirándolo a los ojos.
—Y yo estoy feliz por estar aquí contigo, sabes que no solo
eres mi hermana, también eres mi cómplice y mi amiga… Sé que
me perdí muchos años, pero te prometo que, de ahora en
adelante, estaré junto a ti siempre, no me alejaré nunca más,
Fransheska… Es una promesa —esbozó con una sonrisa
mientras la abrazaba.
—Fabri…, en verdad soy muy feliz, pero existe algo que no
me deja serlo completamente y, tal vez, solo tú puedas dármelo.
—Mi hada, sabes que te daría cualquier cosa que te haga feliz,
solo tienes que pedirlo —mencionó acunándole el rostro y no
hizo falta que ella le dijera nada, sus ojos hablaban claramente y
le suplicaban que hablara con su primo. Ellos nunca habían
necesitado de palabras para entender lo que sentían y justo ahora
Fabrizio lo estaba viviendo—. Fran…, en verdad quisiera
intentarlo…, pero no es fácil…
—Eso me haría completamente feliz, y no solo a mí, sino
también a nuestros padres. Puedo entender que te sientas
confundido, pero si supieras todo lo que Terrence hizo por
nosotros y entendieras que él nunca quiso aprovecharse de la
situación que vivíamos, que las cosas solo se dieron así y nada
más; por favor, déjame contarte —dijo tratando de hacerlo
entender, mientras le tomaba las manos.
—No sé si estoy preparado para escuchar cómo él les dio todo
aquello que yo les negué, al haberlos abandonado. —Las lágrimas
le inundaron la garganta en solo segundos.
—Fabri…, al menos, permíteme hablarte de algo que me
sucedió a mí y que, aunque no lo quisiera recordar jamás, siento
que es necesario, para que puedas comprender mi actitud y la de
nuestros padres; estoy segura de que podrás entender por qué le

545
estaré eternamente agradecida a nuestro primo —mencionó
mirándolo a los ojos.
Fabrizio asintió y tragó para pasar las lágrimas e intentar
mostrarse sereno ante ella, si deseaba hablarle él, debía
escucharla. Fransheska le agradeció con una sonrisa y respiró
profundamente para empezar. Tan solo recordar a Enzo
Martoglio, la hacía estremecer de miedo, pero debía ser valiente
para enfrentarlo una vez más y contarle a su hermano sobre ese
episodio tan traumático en su vida.
Fabrizio escuchó atentamente el relato de su hermana y, a
medida que avanzaba, un mal presentimiento se iba apoderando
de él, no le gustaba nada la actitud de ese hombre, que intentaba
persuadirla para que recibiera sus atenciones. Al llegar al
momento en el que ella decidió actuar por cuenta propia y exigirle
que la dejara en paz, supo que había sido demasiado imprudente
al exponerse de esa manera, sabía que era valiente, pero ese infeliz
pudo haberle hecho algún daño, y en ese momento se sintió tan
impotente como su primo.
Cuando su hermana llegó al secuestro, una dolorosa presión
se apoderó de su pecho y una mezcla de rabia, miedo, dolor e
impotencia lo invadió. Vio que sufría y quiso detenerla, no era
necesario que reviviera todo eso; sin embargo, Fransheska le
pedio continuar y él dejó que se desahogara, mientras le brindaba
su apoyo, pero en ese momento, recordó algo que los sorprendió.
—Fran… ¡Dios mío! ¡Lo sabía! Yo tuve una horrible pesadilla
contigo esa noche… Estábamos sobre el escenario del teatro en
Florencia, tú me invitaste a bailar y cuando te tomé de las manos,
el piso bajo tus pies despareció, dejando un enorme abismo, y
apenas estabas sostenida por mis manos, pero a cada minuto te
me hacías más pesada, era como si algo intentara alejarte de mí y
yo gritaba pidiendo ayuda, mientras sentía que te me resbalabas
de las manos… Estaba desesperado sin saber cómo evitar que te
cayeras y te escuchaba rogarme que no te soltara… Cuando supe
que no aguantaría más, grité preso del pánico y; de repente, sentí

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cómo una mano se apoyaba sobre la mía y el peso menguó… Al
levantar la mirada, para ver a la persona que me ayudaba, lo
reconocí, era él… Era Terrence, escuché su voz que me dijo: «No
vamos a dejar que le suceda nada… Tranquilo, no le va a pasar
nada… Fabrizio, la vamos a sacar» —pronunció, pues lo
recordaba con exactitud. Su hermana lo miró, atónita.
—Eso es… ¿Cierto? ¿En serio soñaste con él? —Fransheska
parpadeó con asombro, recordando los extraños episodios que
había vivido Terrence y que estaban ligados a su hermano.
—Sí… —Fabrizio no quiso decirle que no era la primera vez
que lo hacía, pues en su sueño anterior lo había visto con
Antonella y luchó con él, por celos. Negó con la cabeza y se
centró de nuevo en la conversación—. Esa misma mañana,
intenté comunicarme con nuestros padres, pero me dijeron que
no estaban en casa, la persona que atendió fue bastante reservada
y no dio más detalles, solo había sido un sueño y no sabíamos
cómo explicar lo que había sucedido, así que nos quedamos con
esa explicación… Fran, de verdad, no pensé que algo así estaba
pasando, de haberlo sabido, te juro que habría viajado hasta
Florencia, para estar contigo; lo siento tanto, hermanita…
Lamento no haber estado para protegerte —expresó dejando
correr un par de lágrimas mientras la abrazaba.
—Lo sé, Fabri… Sé que hubieses ido a Florencia, pero tal vez
fue lo mejor, si te aparecías allá, te hubieses puesto en peligro
también —dijo mirándolo a los ojos y le acarició la mejilla, para
que no se atormentara. Respiró hondo y continuó—. Decidimos
continuar con nuestros planes y viajamos a París, sentía que allí
estábamos a salvo, pero la verdad era que la pesadilla no había
terminado. —Un nuevo temblor recorrió su cuerpo y apretó con
fuerza las manos de su hermano, buscando la fortaleza para
continuar—: Ese hombre logró dar con la casa donde nos
quedábamos, no sé cómo lo hizo, pero entró a la propiedad…
Yo estaba paseando en el jardín y fui una presa fácil para él, quise
alejarme y gritar, pero me amenazó con hacerle daño a nuestros

547
padres y a mi hermano. Tenía un arma y me exigió que me
marchara con él… Yo tenía mucho miedo y me negué, pero dijo
que los mataría y tuve que tomar una decisión, así que acepté irme
con él…
—¡No! ¡Fransheska, no! —Se puso de pie, dominado por la
impotencia y el dolor, negando con la cabeza—. ¿Por qué hiciste
algo así? —preguntó con los ojos llenos de lágrimas y la voz
ronca.
—¡Porque no tenía otra opción! —exclamó con la misma
desesperación que sintió en aquel momento—. Si no hacía lo que
me pedía, mis padres y Terrence hubiesen pagado las
consecuencias… En aquel entonces, creía que eras tú y sabes que
yo jamás habría permitido que a mi Peter Pan le sucediese algo,
no hubiese podido vivir con esa culpa…, lo sabes, Fabri —
susurró llorando.
Él tragó en seco, sintiendo un gran vacío en su estómago y un
vértigo invadirlo, su hermanita estaba dispuesta a sacrificarse por
él, con tal de mantenerlo a salvo; no era a Terrence a quien
protegía, lo estaba protegiendo a él, por Dios santo, no merecía
tanto amor ni tanta devoción, él la había abandonado. Se dejó
caer de rodillas, en medio de un llanto amargo que hacía
estremecer su cuerpo; se sentía el peor hermano del mundo, solo
fue un egoísta y un miserable, con razón ella amaba tanto a
Terrence, su primo había sido mejor que él.
—Por favor, hermano, no llores... —Ella lo abrazó con fuerza
y le acarició el cabello, mientras contenía su llanto—. Ese hombre
no se salió con la suya… Antes de que pudiésemos abandonar la
casa, escuché que Terrence me llamaba, en ese momento, el
miedo hizo que me arriesgara y grité tu nombre con todas mis
fuerzas, él corrió hasta donde estaba y logró salvarme… —omitió
que estuvo a punto de morir a manos de ese hombre, para no
sumar más culpa a su hermano, le dolía verlo así—. Sin embargo,
Enzo Martoglio consiguió escapar, pero días después, lo
atraparon en Florencia, gracias a Terrence… Dio con él, antes

548
que la policía y le cobró todas las angustias que nos hizo vivir,
casi lo mata a golpes… Estoy segura de que, de no haberlo
atrapado antes, hubiese movido cielo y tierra para ajustar cuentas
personalmente.
—Yo habría hecho lo mismo —expresó con un tono duro y
sombrío, imaginando lo que le haría a ese malnacido, pues
también pensaba cobrarle lo que le había hecho a su familia—.
Dime que todavía sigue allá, y así tenga que pagarle a quien sea,
haré que me lleven hasta él, para partirle el alma, por haberte
hecho pasar por todo eso, por siquiera osar mirarte. —La rabia
se le desbordaba por los poros.
—Ese hombre tenía muchas influencias, porque era parte del
fascismo; por eso, nuestros padres decidieron que lo mejor era
enviarnos a Terrence y a mí a América, ya que Brandon le había
rogado que lo hiciera, quería tenerme a su lado, para protegerme.
—Entonces, sí es un príncipe…, salió al rescate de su princesa.
—Sí, lo mismo dijo Terry —comentó riendo y vio que su
hermano también lo hacía—. Durante unos meses, estuvimos a
salvo, pero Enzo Martoglio consiguió sobornar a unos guardias
y escapó de la prisión.
—Malnacido… ¿Por eso están en América? ¿Siguen huyendo
de él? —preguntó con preocupación, mirándola.
—No sé cómo lo hizo, pero nos localizó… Vino hasta aquí y
buscó a unos conocidos suyos, que estaban con la mafia, pero
ellos, al enterarse de sus planes, decidieron jugar mejor sus cartas
y contactaron a Brandon, le pidieron una recompensa a cambio
de matarlo o entregárselo a la policía… Mi príncipe, por
supuesto, les dio lo que pedían y decidió que fuese la justicia
quien se encargara de él… Brandon insistió en estar presente el
día que lo apresaran, tuvieron una discusión y Enzo logró quitarle
el arma a uno de los oficiales, alcanzó a dispararle a Brandon,
antes de que los guardaespaldas lo abatieran —relató con la voz
vibrándole por las lágrimas que ya no podía contener—. Cuando
me enteré de lo sucedido y de su delicada condición, casi me

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vuelvo loca, tuve tanto miedo de perderlo… Te juro que no sé
qué hubiera sido de mí, si ese hombre me arrebataba a mi
príncipe… —sollozó porque el solo recuerdo la lastimaba.
—Campanita…, ya no llores, esa pesadilla terminó,
hermanita…
Fabrizio la envolvió con sus brazos y la acomodó en su regazo,
arrullándola como a una niña mientras le acariciaba la espalda y
le besaba en el cabello. Estaba en deuda con su cuñado, por
haberse arriesgado de esa manera, para acabar con ese malnacido,
pero también lo estaba con Terrence.
Si antes tenía en duda hablar con su primo y pedirle disculpas,
ahora sabía que tenía la obligación de hacerlo, y no como algo
impuesto, sino porque él se merecía su gratitud de por vida. Si
Terrence no hubiese estado junto a su hermana, hoy no tendría
la oportunidad de tenerla de nuevo junto a él, de verse de nuevo
en sus soñadores ojos grises, así que buscaría la manera de
demostrarle cuánto se lo agradecía.

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Capítulo 43

Las praderas que rodeaban la extensa y hermosa propiedad de


las hermanas Hoffman, les dieron la bienvenida con todo su
esplendor, pues a pesar de estar en el verano, la hierba seguía
siendo verde y las flores mantenían sus colores brillantes, como
si estuviesen en primavera. Los autos donde viajaban la familia
Danchester, en compañía de Victoria, se detuvieron en la entrada
de la preciosa casa que conservaba su encanto y su calidez.
Brandon había contratado a algunos hombres para que
hicieran mejoras en la casa y que fuese más cómoda para las dos
ancianas, a quienes consideraba como sus tías. También
construyeron una casa a pocos metros de la principal y buscaron
a una familia, para que ayudara a Julia y Olivia, ya que a su edad
no era bueno que estuviesen solas y a cargo de todo el trabajo
que representaba mantener ese lugar.
—¡Bienvenida, Vicky! ¡Mi niña! ¡Qué alegría tenerte aquí!
Las dos mujeres caminaron todo lo rápido que sus avanzadas
edades le permitían, Victoria corrió hasta ellas, para reunirse en
un abrazo muy estrecho y las llenó de besos. Julia y Olivia estaban
tan emocionadas de verla así de feliz. Sabían que su niña estuvo
apagada durante cuatro años, pero gracias a Dios, había vuelto a
ser ella misma, podían sentirlo en esa emoción que desbordaba,
en sus ojos que brillaban como preciosas esmeraldas y en su risa
cantarina.
—Las extrañé mucho —expresó mirándola a los ojos.
—Y nosotras a ti… Te ves tan hermosa —dijo Julia,
alejándose un poco para mirarla mejor y vio algo que la hizo
temblar—. ¿Vicky?

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—¡Oh, santo cielo! —exclamó Olivia, llevándose las manos a
la boca y parpadeó, creyendo que no veía bien—. Vicky…,
estás…
—Sí…, embarazada —anunció con una mezcla de temor,
orgullo y felicidad—. Tías…, sé que para ustedes lo más
importante es mi felicidad, pero también que les hubiese gustado
recibir esta noticia después de que estuviera casada, pero… —Un
nudo de nervios le cerró la garganta, impidiéndole continuar, y
todo su cuerpo tembló; temía haberlas decepcionado.
—Mi niña… —Olivia le apretó las manos con ternura y buscó
su mirada—. Está bien, un hijo siempre es una bendición.
—Señoras Hoffman…, les presento mis disculpas por
haberme dejado llevar por mis impulsos, sé que debimos esperar
y que, como hombre, era mi deber insistir en ello, pero nos ganó
el amor; y la verdad es que no me arrepiento, porque significaría
hacerlo del hijo que esperamos… Y nada en el mundo me ha
hecho tan feliz, como saber que seremos padres —expresó
Terrence, con sinceridad mirándolas.
—Mis niños, no se preocupen, que estas dos ancianas
esperaban con anhelo esta noticia, el que haya ocurrido antes es
lo de menos, lo importante es que su hijo crecerá dentro de la
familia que formarán en el seno de Dios, pues ya falta poco para
que consagren su unión —dijo Julia, desde la sabiduría que le
habían dado los años.
—Muchas gracias, tía. —Victoria la abrazó con fuerza.
—Te queremos mucho y sabes que jamás vamos a
molestarnos porque hagas algo que te traiga felicidad, menos si
se trata de un bebé… Imagino lo felices que estarán tus padres
en el cielo —dijo Olivia con los ojos llenos de lágrimas y la
estrechó entre sus brazos—. Felicidades, mi pequeña…
Felicidades a los dos —añadió mirando a Terrence y le hizo un
ademán, para que se acercara y poder abrazarlo.
Los futuros padres y sus acompañantes sonrieron con alivio,
aunque sabían que las mujeres tenían muy buen corazón y eran

552
comprensivas, eso no impedía que tuvieran cierto temor por sus
reacciones; gracias a Dios, había sido la mejor. Luego de ese
momento de lágrimas y risas, pasaron al interior de la casa, para
disfrutar del delicioso almuerzo que las hermanas habían
preparado para ellos, también de una receta de pan de maíz, que
había hecho la mujer que ahora las ayudaba con las labores del
hogar.
Por fin, los Davis, pudieron conocer a la maravillosa joven
Victoria, de la que las dos mujeres tanto les hablaban y los hacían
reír cuando les contaban algunas anécdotas. Quedaron
encantados con su belleza y su alegría, comprobando que las
hermanas Hoffman tenían razón, la chica parecía un ángel.
—Por favor, acompáñennos a tomar el té. —Les pidió
Victoria con una sonrisa, pero vio que ellos dudaban.
—Muchas gracias, señorita Anderson, pero no creo que sea lo
correcto. —Samuel se negó, porque no querían que los invitados
creyesen que se tomaban atribuciones que no les correspondían.
—Le agradecemos la invitación y nos honra, pero esta es una
reunión familiar —alegó Marie-Anne, bajando la mirada.
—Ustedes han ayudado mucho a mis tías, han cuidado de ellas
y se han vuelto muy cercanos. En verdad, me encantaría
conocerlos mejor; por favor, compartan con nosotros y
cuéntennos de sus vidas.
—Comprendemos que esta invitación pueda resultarles
extraña, pero nuestras familias no son como otras. Por favor, nos
complacería si nos acompañan —comentó Terrence con una
sonrisa amable, para convencerlos y les hizo un ademán hacia las
sillas.
—Además, ya Julia y Olivia, nos pusieron al tanto del talento
para el canto que posee Anne, y estamos deseosos de escucharla
—añadió Amelia, mirando cariñosamente a la niña.
Benjen, les dedicó una sonrisa amable, pues sospechaba que
su negativa tenía algo que ver con su postura distante; sin
embargo, no era algo que hiciera adrede para mantener a las

553
personas alejadas, simplemente, era un rasgo que venía arraigado
a su personalidad, la cual había sido forjada por sus padres e
institutrices.
—Está bien, pero permítanme servirles. —Marie-Anne tomó
la decisión al ver que su esposo seguía renuente.
Los invitados aceptaron porque sabían que, si no accedían,
ellos se retirarían; luego de que cada uno tuvo su taza de té, los
Davis comenzaron a relatarles sobre ellos. Tenían dos hijos, un
varón de catorce años, llamado William, y Anne, de diez; se
habían mudado desde Nashville, en busca de un mejor porvenir.
Sin embargo, al ser afroamericanos, algunas personas seguían
creyéndolos inferiores y les dificultaban las cosas, los
sobrecargaban de trabajo y no querían darles el salario justo. Les
relataron cómo conocieron a las hermanas Hoffman y todo lo
sucedido hasta que fueron contratados para acompañarlas y
apoyarlas con las labores del hogar.
Una mañana, la señora Davis llegó con su pequeña hija para
ofrecerles sus servicios de limpieza, las hermanas sintieron que
esa ayuda les caía del cielo porque últimamente se les estaba
haciendo todo cuesta arriba, así que las aceptaron. Al final de la
tarde quedaron tan satisfechas con el trabajo, que no solo le
dieron una paga justa, sino que también le entregaron un par de
cestas con verduras, mermeladas, huevos, leche, panes y les
pidieron volver la semana siguiente.
Al cabo de un mes, el señor Davis junto a William también las
visitaron para hacer algunas reparaciones en el establo y el huerto,
el hombre no quiso cobrarles por el trabajo ya que estaba muy
agradecido por la comida que siempre les enviaban, pero ellas
insistieron pues a veces tenían muchos alimentos para dos
mujeres solas y ancianas; así fue como comenzaron a entablar una
amistad.
Tiempo después, cuando Brandon les sugirió que era
recomendable que tuvieran unas personas que les hiciera
compañía y que vivieran en la misma propiedad; en caso de poder

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ayudarlas con prontitud si se presentaba una emergencia. Julia y
Olivia de inmediato pensaron en la familia Davis, ya que eran
buenas personas y para ese momento no contaban con un hogar
propio donde vivir; les plantearon la idea a los esposos y ellos se
mostraron inmensamente agradecidos con ellas, incluso dijeron
que no les cobrarían por sus servicios, que con techo y comida se
sentían bien recompensados.
Sin embargo, las hermanas Hoffman sabían que necesitarían
dinero para cubrir sus necesidades y enviar a sus familiares en
Nashville, así que acordaron que les pagarían un salario simbólico
y también les darían unas tierras que ellas no usaban, para que
sembraran alimentos que pudieran vender. Así fue como los
Davis comenzaron una nueva vida en un hogar que podían
considerar como propio; desde entonces habían trascurrido dos
meses y no podían estar más que agradecidos con las hermanas,
que también se ofrecieron para enseñarles a leer y escribir,
dándoles el trato digno que como personas merecían.

Acababan de anunciar el tren proveniente de Nueva York, por


lo que, Jules se dirigió con Douglas a los andenes, le había
mencionado a Frank, que no tendría problemas en que Gerard se
quedara en su apartamento, aunque eso significaba tener que
renunciar por un tiempo a sus encuentros con Elisa. Sin embargo,
cuando les infirmó en un telegrama que llegaría acompañado por
su novia, decidieron que lo mejor era que se quedase en la
mansión Wells. Se ofreció para ir por él a la estación y conocer a
la mujer que había conseguido atraparlo.
Las personas empezaron a descender mientras la mirada verde
gris buscaba a Gerard, como siempre, su amigo haciéndose
esperar, pensó con una sonrisa. Por fin lo vio bajar junto a una
mujer de cabello castaño y figura exuberante, lo que lo
sorprendió, pues siempre le habían atraído las rubias y delgadas,
venían tomados de manos y se notaban muy compenetrados
mientras sonreían.

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—Lambert. —Lo llamó a unos pasos de distancia.
Gerard se detuvo sorprendido y se volvió al reconocer la voz
que había pronunciado su nombre; una gran sonrisa adornó sus
labios cuando su mirada se encontró con la de Jules. Soltó la
mano de Gezabel, dedicándole una mirada, luego dio dos largas
zancadas para llegar hasta su amigo de toda la vida y envolverlo
en un abrazo.
—¡Leblanc! —dijo sin poder dejar de sonreír y palmeó la
mejilla de su amigo—. No has cambiado nada.
—Tú tampoco, bueno, no físicamente, estás igual de flaco y
desgarbado que siempre —bromeó, luego desvió la mirada a la
dama detrás de Gerard, mostrando su interés.
—Jules, te presento a mi novia —dijo con orgullo y le ofreció
la mano, para que ella se acercara, al tiempo que le sonreía.
—Es un placer, señorita… Jules Leblanc. —Se presentó con
una gran sonrisa, admirándola. Debía reconocer que era muy
hermosa.
—El placer es mío, señor Leblanc… Gezabel Cárdenas.
—¿La hija del embajador? —preguntó asombrado.
—Sí, así es —respondió con una gran sonrisa ante su
asombro.
—¡Vaya! ¡Tú sí que has cambiado! —acotó, parpadeando.
—Tú también y mucho. Sabía que serías muy alto, pero nunca
que te volverías tan musculoso —dijo con una sonrisa y lo
recorrió con la mirada; de pronto, sintió la mano de su novio
apretarle la cintura, se volvió para verlo y le sonreía a Jules, pero
su mirada era seria—. No te pongas celoso, solo bromeo con él…
Sabes que desde que estamos juntos, solo tengo ojos para ti —
susurró y le dio un breve beso.
—No lo estoy —mintió porque su novia tenía razón, pero no
solo por la confianza con que trataba a Jules, sino por todas las
miradas masculinas que se posaban en ella—. Será mejor que
salgamos, hay mucha gente en los andenes, por cierto, ¿y el señor
Wells?

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—No pudo venir porque tenía una reunión importante en la
empresa, así que vine a recibirte y llevarte a la mansión. —Jules
le hizo un ademán para que caminaran delante de él.
—¿Y al fin conseguiste adaptarte a este país? ¿O sigues
maldiciendo a tu suerte? —preguntó Gerard y compartió una
mirada cómplice con su novia, antes de continuar—. Jules hizo
un berrinche enorme cuando su padre anunció que lo enviaría a
América, pero igual lo subieron a un barco y lo enviaron aquí,
para que se corrigiera.
—No me lo recuerdes, imbécil, estoy aquí por tu culpa, fuiste
quien me presentó a Chantal —dijo caminando al lado de su
amigo.
—Chantal…, la despampanante pelinegra de ojos violeta. Aún
sigue de fiesta en fiesta —dijo sonriendo, pero cambió su actitud
al recordar que Gezabel iba junto a él—. Yo te la presenté, pero
tú la engatusaste, así que no me culpes. —Le dio un golpe en el
hombro.
—Espero que tu tiempo aquí te haya reformado, Jules, y que
ya no estés conquistando jovencitas —murmuró Gezabel,
lanzándole una mirada seria y la misma se la dedicó a Gerard.
—A mí no me mires así, hace tiempo que dejé esa vida. Ahora
soy un hombre respetable, serio y enamorado —alegó con una
sonrisa repleta de inocencia y le besó la mejilla para convencerla.
—Eso espero, por tu bien —murmuró mirándolo—. ¿Y qué
hay de ti? ¿Alguna mujer ha conquistado al escurridizo Jules
Leblanc?
—Lamento decepcionarte, Gezabel, pero mi corazón se niega
a abandonar su libertad; aunque, he descubierto que no solo este
país es grandioso, toda América lo es. Hace poco viajé a
Colombia y quedé encantado con su cultura, su gastronomía, la
música… y; por supuesto, con las esmeraldas, que tanto
enloquecen a las mujeres.
El recorrido se hizo en medio de una charla alegre, recordando
viejos tiempos y lo que había pasado desde que no se veían, ya

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que a pesar de estar al tanto de muchas cosas por cartas, no era
lo mismo que hacerlo en persona. Jules le preguntó a Gezabel
por la familia, y también bromeó un poco sobre ese verano en la
villa de los Lambert, pues como ella no sentía un interés amoroso
por él, conservaban mejores recuerdos de aquellos días.
Una hora después, el auto estacionó frente a la mansión y; al
bajar, se encontraron con las puertas abiertas, mientras el
mayordomo y otra de las empleadas los recibían. Jules los saludó
con confianza y, ellos, aunque mantuvieron la distancia,
mostraron el cariño que le tenían. Gezabel admiró el gran salón
de la mansión, dejando claro que la parte exterior solo era el cofre
a tanta elegancia y opulencia; esa casa era una obra de arte, desde
los cimientos hasta los techos.
—Buenos días —saludó Elisa, bajando las escaleras.
A su lado iba Dennis, tomando la mano de Frederick, que ya
bajaba solo los escalones, al llegar al último escalón, su hijo se
soltó de la mano de la niñera al reconocer a Jules y salió corriendo
para recibirlo. Él lo tomó en brazos con una gran sonrisa, luego
desvió la mirada a Elisa y de inmediato su corazón comenzó a
latir más rápido, ella era la única que tenía el poder de hacer que
sus latidos se aceleraran de un instante a otro, con una emoción
que solo ponía definir como amor.
Gezabel se percató de esa interacción y le resultó un tanto
extraña, parecía que, en lugar de recibir a un conocido de la
familia, estuviesen recibiendo al jefe del hogar. Desde la actitud
cercana de los sirvientes, pasando por la emoción del pequeño en
cuanto lo vio, hasta la mirada que la señora de la casa le dedicaba,
todo daba esa impresión.
Gerard la miró con detenimiento y no tardó mucho en
descubrir que no había cambiado nada en esos años, seguía
siendo la misma mujer altiva que él había conocido. Desvió la
mirada al niño en los brazos de Jules y sonrió al ver al hijo del
señor Frank, le alegraba mucho que al fin cumpliera con su sueño

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de ser padre, ese pequeño se parecía mucho a él, aunque le parecía
un tanto retraído.
—Buenos días, señora Wells, es un placer verla nuevamente…
Muchas gracias por recibirnos en su casa. —La saludó
cortésmente, estrechando su mano y mirándola a los ojos.
—Lo mismo digo, señor Lambert, sea bienvenido —
respondió, notando que había cambiado desde que lo vio.
—Por favor, permítame presentarle a mi novia.
—Encantada, Gezabel Cárdenas. —Le extendió la mano con
una sonrisa, admirando el rostro clásico y elegante que poseía la
dama. Como artista, había estudiado los patrones de belleza.
—Es un placer, Elisa Wells —respondió con el mismo gesto
y vio cómo Jules tensaba la mandíbula. Sabía que él apenas podía
soportar que ella usara su apellido de casada, pero era algo que
no podía evitar en ese momento—. Señor Leblanc, ¿cómo está?
—preguntó mirándolo a los ojos, y en los de ella brillaba la
picardía que él tanto adoraba.
—Muy bien, señora, gracias —respondió mientras asentía.
—Señor Lambert, imagino que usted y su novia deben estar
cansados por el viaje. Si gustan, pueden subir enseguida a sus
habitaciones o; si lo prefieren, podrían tomar un aperitivo antes,
solo tiene que pedirlo a algunas de las empleadas; de más está
decir que pueden sentirse como en su casa. —Desvió la mirada a
Gezabel y, mirándola mejor notó que, aunque a primera vista
parecía mayor, su sonrisa dejaba ver que no debía tener más de
veinticinco años.
—Gracias, señora, es muy amable —respondió Gezabel,
sonriendo. Gerard le había comentado que Elisa era bastante
difícil en su trato, pero lo cierto era que no lo parecía. Tal vez, la
vida de casada y de madre habían hecho que su carácter mejorara.
—Muchas gracias por el ofrecimiento, el viaje fue agotador,
por lo que, de momento, nos gustaría descansar —dijo Gerard.
—En ese caso; por favor, acompáñenme, les mostraré sus
habitaciones —mencionó caminando delante de los huéspedes.

559
Gerard se sintió un tanto sorprendido porque esperaba que
ella los enviase con alguna de las empleadas, como se
acostumbraba; sobre todo, porque en el pasado siempre se
mostró arrogante y despectiva. Llegaron a la segunda planta y
caminaron por el largo pasillo, decorado por algunas piezas de
arte que atrajeron la atención de Gezabel; llegaron hasta dos
puertas que ya estaban abiertas.
—Son dos habitaciones distintas, pero se comunican por esa
puerta —dijo señalando la puerta azul con decoraciones doradas.
Gerard y Gezabel solo se miraron e intentaron disimular su
sorpresa ante la acotación sugerente de la anfitriona, sin duda
alguna, la señora Wells, había pensado en todo. Gezabel entró a
la habitación y dejó su bolso de mano sobre la cama, mientras
admiraba el lugar con una sonrisa, se volvió para mirar a su
anfitriona y le agradeció.
—Yo tengo que regresar a la empresa, pero regresaré esta
noche para que podamos conversar de las cosas que quedaron
pendientes. Es una alegría tenerlos aquí —dijo Jules,
sonriéndoles.
—Imagino el sacrificio que significa para ti, tener que
renunciar a una noche de fiesta —bromeó mirándolo.
—Para tu información, ya no son tantas —expuso sintiéndose
observado por Elisa—. Hasta luego, Gezabel, ha sido un placer
verte nuevamente —acotó con media sonrisa y se acercó para
darle un abrazo. Luego caminó hasta su amigo—-. Pórtate bien,
nos vemos esta noche —murmuró en su oreja y le dio un par de
palmadas en la espalda.
—Igualmente, Jules —dijo con una sonrisa
—Que descansen, si desean algo, ya saben, solo tienen que
pedirlo —pronunció Elisa, que se había tensado luego de ver la
complicidad que había entre la mujer de Gerard Lambert y Jules.
Salió de la habitación en compañía de su amante, pero
manteniendo las distancias, a pesar de que estaban solos en el
pasillo. Escucharon que la puerta de la habitación de los invitados

560
se cerraba y, de inmediato, sus miradas se buscaron. Él miró a
ambos lados y al ver que, ciertamente, estaba desierto, no pudo
contener su deseo de besarla, la arrinconó contra la pared y le
devoró los labios con una intensidad a la que estaban
acostumbrados, pero la prudencia impidió que fueran más allá y
se separaron, retomando sus posturas; bajaron mostrándose ante
todos como unos simples conocidos.

Los días seguían transcurriendo y los preparativos para las


bodas iban viento en popa; a pesar de que la de Victoria y
Terrence, se había decidido solo dos meses antes, fue tiempo
suficiente para que se acoplara sin problemas. Las invitaciones
habían sido enviadas y las familias empezaban a llegar desde
Inglaterra, Francia y Escocia, pero también los que vivían en
Canadá y en otras ciudades de Los Estados Unidos, entre estos
últimos, Daniel Lerman y su esposa.
—¡Daniel, Vanessa, bienvenidos! —Elisa se acercó a él y lo
amarró en un abrazo en cuanto lo vio bajar del auto.
—Hermanita, qué hermosa te ves —dijo admirándola con una
sonrisa, en verdad se veía radiante.
—Gracias, aunque tú no te quedas atrás, me encanta tu
bronceado, es evidente que la luna miel te sentó de maravilla —
comentó mirándolo y luego se volvió hacia su cuñada—. Y tú, te
ves bellísima, Vanessa, por Dios… ¡Qué grande está mi sobrino!
—expresó con emoción, le dio un abrazo y después le acarició el
pronunciado vientre.
—Gracias, Elisa… Tú te ves hermosa, como siempre y; tienes
razón, siento que, en lugar de uno, llevó a dos bebés.
—Por favor, vengan conmigo, seguramente están agotados
por el viaje —pidió ofreciéndoles sus brazos para caminar con
ellos.
Daniel no quería exponer a Vanessa a algún desaire por parte
de su madre, y a pesar de que su padre le insistió para que se
quedara en la mansión familiar, él decidió aceptar la invitación de

561
su hermana. Elisa le había mencionado, en su última llamada
telefónica, que Gerard Lambert había viajado junto a su novia,
desde Francia, para asistir a las bodas, y que también se quedarían
allí.
Eso no resultaba ningún problema para él, ya que su antipatía
hacia el francés se había convertido en cosa del pasado e; incluso,
le alegraba saber que él también había superado el sentimiento
amoroso que tuvo por Victoria y que había encontrado el amor
en otra mujer. Ellos los esperaban en la terraza, su hermana hizo
las presentaciones y se quedaron un rato charlando mientras se
refrescaban con el té que les ofreció, ya que el calor del verano
empezaba a sentirse.
—Si nos disculpan, subiremos para descansar, el viaje nos ha
dejado agotados —mencionó Daniel, cuando sintió que Vanessa
apoyaba la cabeza en su hombro—. Encantado de conocerla,
señorita Cárdenas. Me agradó verlo de nuevo, Gerard —dijo
poniéndose de pie.
—Digo lo mismo, pero, por favor, llámenme: Gezabel —
pidió sonriéndole a los esposos.
—Perfecto, creo que también podemos tutearnos —comentó
Vanessa, sintiendo gran empatía por la joven española.
—Nos veremos para el almuerzo, descansen. —Elisa los
acompañó, ya que debía ir a la cocina, para revisar el menú de ese
día.
Suspiró viendo a la pareja alejarse, lucían tan felices y
enamorados, que en su pecho le parecía un tanto cruel e irónico
que el amor pudiera respirarse en cada rincón de la mansión,
excepto en la alcoba de los anfitriones. Frank, cada vez estaba
más sumido en los negocios, llegaba a la casa agotado y apenas
compartía con los invitados durante la cena; incluso, se quedaba
dormido antes que ella.
Procuraba llegar lo más tarde que podía a la alcoba para
evitarlo, se quedaba charlando con Gerard y Gezabel, hablando
con André, sobre asuntos de la casa y también pasaba por la

562
habitación de Frederick, para verlo dormir. Todo eso con la
intención de no tener que cumplir con sus obligaciones maritales,
sentía que cada vez se le hacía más difícil. Antes de que Jules
apareciera en su vida, se había resignado a su mala suerte y, cada
vez que su esposo la buscaba, ella solo se evadía y lo dejaba que
obtuviera lo que deseaba.
Sin embargo, desde que su amante y ella confesaran sus
verdaderos sentimientos, la relación había adquirido otro matiz,
la necesidad de pertenecer solamente uno a otro, era cada vez
mayor, y apenas conseguían esconderle al mundo cuánto se
amaban. Todos los días vivía con el temor de que alguien se diera
cuenta y los expusiera, sabía que el escándalo arruinaría su vida,
que acabaría lastimando y decepcionando a quienes quería, su
padre, su hijo y a Frank; por no decir del daño que le causaría a
Jules.
—Señora Elisa… ¿Está usted bien? —preguntó Gerard,
sacándola de sus pensamientos. Iba de camino a su habitación y
le desconcertó verla en medio del salón, mirando hacia la nada.
—Sí…, sí, por supuesto, solo me quedé pensando. —Se
excusó con una sonrisa nerviosa—. Ustedes los hombres tal vez
crean que una mujer no tiene mucho que pensar, pero le aseguro
que es todo lo contrario, siempre tenemos la mente ocupada con
tantas cosas.
—Nunca he dudado de eso, incluso, me atrevería a decir que
ustedes tienen más cosas en las que pensar, que nosotros.
—¿Necesitaba algo? —preguntó para desviar la conversación,
no quería seguir hablando de sus pensamientos.
—No, solo iba a mi habitación por el libro que estaba leyendo,
pero la vi aquí y pensé que le sucedía algo… Lamento haberla
molestado —dijo observándola con detenimiento, ella se notaba
nerviosa.
—Gracias, pero está todo bien… Ahora, si me disculpa, debo
ir a verificar si la cocinera tiene el menú de hoy —dijo con una
sonrisa.

563
Gerard asintió mostrándole el mismo gesto y la vio caminar
hacia la cocina, mientras subía las escaleras, no pudo sacarse esa
imagen de su anfitriona. No era la de una mujer a la que le
preocupara el menú, casi estaba seguro de que a ella le sucedía
algo más y; no supo por qué, pero lo que fuese, empezaba a
preocuparlo.

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Capítulo 44

Las luces de un bello sol de mediodía entraban por las dobles


puertas de madera laqueada y cristal, iluminando toda la
habitación, al tiempo que traían consigo el exquisito aroma a
flores del jardín. Para su fortuna, ese día había resultado bastante
fresco y el cielo se mostraba despejado y hermosamente celeste,
como los ojos del hombre que ese día sería su esposo. Fransheska
no le había mentido a Brandon, cuando le dijo que no conseguiría
dormir la noche antes de la boda, pues apenas, había conciliado
el sueño unas cuatro horas.
Aunque no se sentía agotada, sino todo lo contrario, su cuerpo
vibraba lleno de energía, expectativa y alegría, habían anhelado
tanto que ese día llegara, que aún no se lo podía crear. Sin
embargo, no tenía que seguir deseándolo, el día de su boda por
fin había llegado y esa tarde se convertiría oficialmente en la
señora Anderson.
Edith y su madre se habían encargado de su arregló, cuidando
cada detalle para que luciera tan hermosa como siempre había
deseado verse el día de su boda. Su tía Amelia había llegado a la
habitación con una botella de champaña y le aseguró que beberse
una copa la ayudaría a relajarse.
Su madre aprovechó ese momento para tener la tradicional
charla sobre su noche de bodas. Sabía que ya Fransheska tenía
experiencia previa y que Edith también había iniciado su vida
sexual con su prometido, así que habló con absoluta libertad y le
entregó lecciones que realmente la hicieran disfrutar de la
experiencia que viviría esa noche y no solamente cumplir con un
deber.

565
—¡Mamá, tía Amelia, no sean tan explícitas por favor! —
exclamó con el rostro pintado de carmín, pero sus ojos
desprendían un intenso brillo que hacía lucir aún más hermoso el
gris.
—Mi vida, no debes avergonzarte, deberás vivir todo eso y si
te lo comentamos es para que estés preparada. No tiene nada de
malo; por el contrario, es muy natural —indicó Fiorella con una
sonrisa.
—No sé a dónde tiene planeado llevarte Brandon de luna de
miel, pero estoy segura de que durará algunos meses y es lo más
justo después de haber esperado tanto para casarse. Tu esposo
deseará tenerte únicamente para él, aunque concebir a un
heredero no lleva mucho tiempo; por lo general, ten por seguro
que no descansará hasta asegurarlo, aunque si el viaje es muy
largo, creo que lo mejor será que esperen porque si quedas
embarazada los malestares podrían arruinarles la experiencia —
explicó Amelia mirándola.
—También lo creo, mejor dedíquense a disfrutar del viaje
primero.
—En lugar de relajarme me están poniendo más nerviosa y
ansiosa —confesó mordiéndose el labio inferior.
—Yo, en tu lugar, estaría entusiasmada —dijo Edith con
picardía.
—¿Tú también? —cuestionó Fransheska parpadeando. Todas
rieron a su costa y ella acabó por hacerlo también—. Les
agradezco mucho sus consejos, este asunto era algo que me tenía
muy pensativa pues no sabía cómo hacérselo saber a Brandon,
pero ahora con sus argumentos creo que él accederá a esperar un
tiempo.
—Verás que sí… Aunque igual tu esposo no te dejará salir en
días de la habitación, no te dejará dormir, apenas si se darán
tiempo para comer… —aseguró Fiorella con una sonrisa pícara.
—O tomar un baño, aunque es probable que él también desee
acompañarte; tú solo debes relajarte y dejarle las riendas, verás

566
que es muy sencillo y satisfactorio mostrarte dispuesta a aprender
todo lo que Brandon desee enseñarte, aunque ahora mismo estés
roja de la vergüenza por escucharnos hablar así, más adelante nos
lo agradecerás —dijo Amelia con una sonrisa para que se sintiera
confiada.
—Estoy segura de que lo haré, tía… Yo deseo que mi
matrimonio sea perfecto en todos los aspectos, que Brandon se
sienta orgulloso y complacido por haberme tomado como esposa
—dijo emocionada.
—No me quedan dudas de que así será, por eso nunca está
demás tener conocimientos extras —aseguró Fiorella y la
abrazó—. Bien, vamos a ponerte el vestido —añadió con
entusiasmo.
Fransheska se puso de pie y le entregó la copa a su tía, entró
al baño para ponerse la lencería que usaría y salió minutos
después con una bata de seda. Cuando se la quitó y reveló el
conjunto, todas sonriendo, imaginando que Brandon perdería la
cabeza cuando la viera. Después con la ayuda de Edith y de su
madre se metió con cuidado en el nido de tul y seda que ellas
fueron subiendo poco a poco. Tenía una idea de cómo deseaba
lucir, pero al mirarse al espejo, todas sus expectativas fueron
rebasadas; el vestido, su cabello y el maquillaje lucían perfectos
para tener su «Felices por siempre» junto a Brandon.
—Cielos, Fran… ¡Te ves tan hermosa! —expresó Edith con
una gran sonrisa y la mirada cristalizada.
—Como toda una princesa —pronunció Amelia,
admirándola.
Fiorella se había quedado sin palabras ante la imagen de su
hija, siempre soñó verla vestida de novia, lista para unir su vida a
la de un gran hombre que la hiciera feliz. La llenaba de nostalgia
saber que su pequeña hada ya no pasaría tanto tiempo junto a
ella, la iba a extrañar muchísimo, pero sabía que sería muy dichosa
y eso la consolaba.

567
—Siempre supe que serías la novia más hermosa que mis ojos
pudiesen ver… Desde el mismo instante que te tuve en mis
brazos, mi corazón reconoció a la hermosa princesa que había
llegado a nuestras vidas, para llenarla de dicha —susurro Fiorella
con los ojos cristalizados por las lágrimas mientras la admiraba.
—¡Mami! —expresó Fransheska y le extendió los brazos, para
que se acercara—. ¿Te he dicho alguna vez que eres la mejor
madre del mundo? ¿Que soy la chica más afortunada por ser tu
hija? —preguntó mirándola a los ojos y los de ella también se
habían humedecido.
—Sí…, me lo has dicho muchas veces y también me lo has
hecho sentir, mi pequeña. Te juro que yo también me siento la
madre más afortunada del mundo por tenerte como hija, mi
hermosa niña que soñaba con hadas, duendes y príncipes, con un
mundo mágico…
—Y presiento que seguiré soñando con todo eso, porque he
encontrado a mi príncipe, al hombre que está dispuesto a soñar
conmigo… Brandon es… tan especial, me ama por quien soy,
con todas mis fantasías —mencionó con una gran sonrisa.
—No me queda la menor duda, él te dará muchos motivos
más para seguir soñando… ¡Ay, princesa! ¡Cuánto me hubiese
gustado que nada triste nos hubiese pasado! Poder compartir más
contigo en estos años… Perdóname por haberte dejado relegada
en algún momento, por asumir que tú entenderías los problemas
que nos aquejaban y que entenderías si, a veces, me hundía en mi
dolor y me aislaba de todo… Nunca quise hacerte sentir menos
importante que Fabrizio, yo los amo a los dos por igual. Lo sabes,
¿verdad? —inquirió mirándola a los ojos.
—Mami…, nunca podría reprocharte nada, tú sufriste
demasiado y sería muy egoísta de mi parte mostrar algún tipo de
celos por mi hermano, menos al ser consciente de lo que
vivimos… Sé que me amas… —Le tomó las manos y la miró a
los ojos—, no de la misma forma en que amas a Fabrizio, pero
no importa, todas las madres tienen un preferido, por una razón

568
u otra. Y no me molesta que Fabrizio sea el tuyo… Eres la mujer
que más amo en este mundo y anhelo ser tan buena madre como
tú, que mis hijos sientan el mismo amor que Fabri y yo sentimos
—expresó a punto de derramar sus lágrimas.
—Lo serás, Fransheska… Estoy segura de que serás aún
mejor, pues tu corazón siempre ha mantenido equilibrio perfecto,
eres inteligente y honesta, amorosa y justa… Tus hijos tendrán a
una maravillosa madre y una abuela que los consentirá
muchísimo —dijo con una sonrisa y le dio un abrazo muy fuerte,
acariciándole la espalda.
—Fransheska, vine para ver… —Luciano entró a la
habitación y se encontró a madre e hija amarradas en un abrazo.
De inmediato, su corazón pareció dar una voltereta y saltó de
alegría al ver a su hija vestida de novia—. Mi princesa —susurró
acercándose a ella, mientras un nudo se formaba en su garganta
y los ojos se le llenaban de lágrimas.
Fransheska realmente se veía como una princesa de cuentos
de hadas en ese vestido, parecía que estaba flotando en una nube
blanca y pomposa, de lo amplia que era la falda. Recordó la
primera vez que la vio entre mantas iguales de impolutas y
esponjosas, con sus grandes pestañas descansando sobre sus
mejillas sonrojadas, con ese mohín en sus labios rojos, que era
gracioso, tierno y muy decidido a la vez.
Desde ese momento, les dejó ver que tendría un poderoso
carácter, que sería una soñadora, pero también tendría los pies en
la tierra; y así había sido. Su pequeña se había convertido en una
mujer maravillosa, valiente, bondadosa y con una fortaleza que
muchas veces fue lo que consiguió mantenerlos unidos como
familia.
—Papi… ¿Cómo me veo? —preguntó girando medio cuerpo
mientras le regalaba una sonrisa que iluminaba su rostro.
—¡Bellísima! Luces como una verdadera princesa —contestó
sonriéndole y llorando al mismo tiempo, extendió sus brazos para
abrazarla, procurando no arrugar el vestido—. Mi pequeña hada,

569
deseo tanto que seas muy feliz junto a Brandon, sé que es un buen
hombre y que te dará todo lo que has soñado… Yo no te hubiese
entregado a alguien que no fuese digno de ti —esbozó con
emoción, mirándola.
—Él es digno, papi… Brandon me ama, me respeta, me valora
y me ha demostrado a cada instante que soy lo más importante
en su vida, me ha salvado de una u otra manera, él lo ha hecho…
Siempre me ha dado lo que deseo y estoy segura de que me dará
mucho más, tendremos una maravillosa vida juntos y ustedes
serán testigos de eso; aunque, vayamos a vivir en países lejanos,
siempre nos veremos y te prometo que también vas a tener que
enseñarles mucho a los nietos que te daré —expresó secándole
las lágrimas con sus pulgares, mientras ella dejaba escapar un par,
pero de inmediato respiró hondo para retenerlas—. ¡Oh, por
Dios! No debo llorar o acabaré echa un desastre. —Sonrió, para
alejar la melancolía, se suponía que debía ser un día feliz.
—Nunca serías un desastre, princesa… La verdad, no había
visto a una novia tan hermosa como tú… —Se interrumpió al
ver la mirada traviesa de su hija y el puchero de Fiorella, mostró
una sonrisa nerviosa y aclaró—: Bueno, no había visto una novia
tan hermosa desde tu madre. Cuando me casé con Fiorella, fue
como estar ante la presencia de un ángel, y tú hoy luces como una
princesa. ¡Qué afortunado soy de tenerlas en mi vida! —El pecho
se le hinchó de orgullo y se acercó para abrazarla con mucho
cuidado.
—Y nosotras de tenerte en la nuestra —susurró Fiorella,
dándole un beso en la mejilla—. Creo que hoy necesitaremos
muchos pañuelos —añadió sonriendo y secándole las mejillas a
su esposo.
—Luces muy apuesto, papi, seré una novia muy envidiada
cuando me vean entrar a la iglesia, acompañada por dos
caballeros tan guapos… Hablando de eso, ¿ya Fabri está listo?
No ha venido a verme —mencionó haciendo un puchero y
mirándolos.

570
—Yo le pedí que no lo hiciera, quiero que te vea cuando bajes
las escaleras… Y se suponía que tu padre haría lo mismo, pero
nos hizo trampa —acotó mirando a Luciano fijamente.
—Lo siento, pero no pude resistirme, quería ver a mi princesa
con su vestido de novia. —Se excusó con una gran sonrisa.
—Me siento tan emocionada, hoy dos de nuestros hijos se
casan… Sé que Terrence es nuestro sobrino, pero yo lo siento
como si fuese mi niño; en verdad, somos unos padres muy
afortunados, si tan solo… —Fiorella se interrumpió, para no
dañar el momento con tristezas, seguía lamentando que Fabrizio
no se acercara a su primo.
—Algo me dice que hoy puede ser un buen momento para
que ocurra eso que tanto deseamos; por parte de Terrence, sé que
será muy fácil, él está dispuesto a perdonar a Fabrizio… También
confío en que nuestro hijo logre disipar las dudas y los recelos —
presagió Luciano, pasando un brazo por los hombros de su
esposa, para abrazarla.
—Tengo el mismo presentimiento… Sería el mejor regalo que
Fabri pudiese darnos, creo que no pasa de hoy en que se dé la
oportunidad para conocer mejor a Terry y descubrir lo
maravillosa persona que es nuestro primo —pronunció
Fransheska, esperanzada.
Un minuto después, llegó Francis, para avisarles que los autos
que los llevarían a la iglesia habían llegado y esperaban a la señora
Fiorella, para recibir su aprobación. Luciano y ella salieron para
atender los pendientes, mientras Fransheska se admiraba una vez
más en el espejo. Solo le faltaba el velo que estaba extendido
sobre un diván, para que no se arrugara, suspiró al ser consciente
de que todavía debía esperar un par de horas para salir hacia la
iglesia, pero cada minuto se le hacía eterno y sentía que necesitaba
distraerse con algo; de lo contrario, saldría corriendo a la mansión
Anderson.

571
Su mirada se perdía en el paisaje mientras su corazón latía
acelerado, sabía perfectamente a qué se debía la angustia y nervios
que lo gobernaban, mientras trataba de encontrar el valor para
poder pedir disculpas. Sin embargo, decenas de dudas
revoloteaban en su cabeza, no quería que todo saliese mal y
arruinar la boda de su hermana, pues jamás se lo perdonaría.
Trataba de drenar los nervios apretando el botón de platino de la
mancuerna en el puño de su camisa, pero no estaba funcionando
y el tiempo se agotaba.
Fabrizio volvió la mirada al reloj que estaba en una de las
paredes de la habitación, marcaba la una de la tarde; sabía que,
dentro de poco, Terrence se marcharía a la iglesia y después de
eso, no tendría oportunidad para hablar con él; se frotó la frente
y soltó un suspiro pesado para calmar sus latidos. El coronel
Pétain, le dijo una vez que pedir perdón no era solo decirlo,
también debía sentirlo, justo en ese momento él sentía que estaba
listo para pedir perdón, pero temía a la reacción que pudiera tener
su primo.
En el fondo, deseaba llevarse bien con él, quería verlo como
ese hermano mayor que necesitó para que le diese consejos, tal
vez, alguien que lo comprendiera. Su madre siempre lo mimó y
su padre no lo enseñó a ser autosuficiente, solo le daba órdenes
y siempre trató de solucionar sus problemas por él, incluso, ahora
lo hacía.
No dejaron que formara el carácter ni la fortaleza de Terrence;
por el contrario, siempre lo sobreprotegieron, haciéndolo débil e
inseguro. Necesitaba, por una vez en su vida, afrontar las
consecuencias de sus acciones, debía tener la valentía para pedirle
disculpas y hacerlo mirándolo a los ojos, debía aceptar que era un
hombre, que ese adolescente que se fue a la guerra quedó
sepultado en las trincheras; dio un par de pasos y se detuvo frente
al espejo.
—Es momento de que actúes como un hombre, Fabrizio,
ahora eres padre y esposo, tienes que aceptar que el tiempo pasó,

572
que no todo se quedó suspendido, que has cometido muchos
errores, pero es hora de afrontarlos —esbozó mirando su reflejo
mientras sentía que las lágrimas estaban a un parpadeó de
derramarse—. Nadie puede hacerse responsable por las
decisiones que tomaste, tienes miedo de que Terrence te reproche
de nuevo haber abandonado a tu familia, pero eso fue lo que
hiciste, imbécil… ¿Qué más puede decirte? ¿Cuánto más te puede
doler? Tu peor miedo era que tu familia te odiara y no lo hicieron;
por el contrario, te han dado más apoyo y amor del que te
mereces… Así que, busca a Terrence y agradécele por todo lo
que hizo por ellos, por cuidar de Fransheska y que fuese posible
que hoy puedas cumplir con la promesa de entregar a tu hada en
el altar —sentenció con la vista borrosa por las lágrimas.
Respiró hondo, armándose de valor, y se dio media vuelta para
caminar a la puerta, con un claro propósito, pedirle perdón a su
primo. Salió de la habitación y se dirigió con pasos seguros hacia
la habitación de Terrence; sabía cuál era la puerta porque se había
detenido justo delante de ella unas tres veces en esa semana, pero
el valor siempre terminaba por abandonarlo antes de llamar.
Sentía que el corazón le brincaba en la garganta y una molesta
punzada en su cabeza le nublaba la visión, tenía las manos
cubiertas de sudor y le temblaban; todos esos malestares eran
causados por miedo, pues no era la primera vez que le sucedía.
Sin embargo, estaba decidido a pedirle disculpas a Terrence, solo
esperaba de corazón, que no fuese demasiado tarde; respiró
hondo y alzó la mano para llamar a la puerta.
—Adelante. —La voz de Terrence se escuchó desde el otro
lado.
Fabrizio giró el pomo sin pensar y abrió la puerta, vio a su
primo parado delante del espejo mientras se acomodaba el
cabello, él también se reflejaba en este y fue como ver su imagen
triplicarse, lo que lo hizo sentir extraño. Solo se distinguía por el
color del traje que llevaba puesto, que era distinto al de Terrence;

573
de inmediato, la mirada zafiro se encontró con la suya a través del
reflejo y se mostró sorprendida.
Terrence tardó un segundo en salir de su desconcierto y
volverse para mirar a Fabrizio, mientras intentaba descubrir qué
lo había llevado a presentarse en su habitación. Lo primero que
atravesó su cabeza fue que tal vez había ido para amenazarlo o
insultarlo de nuevo, quizá estaba allí para advertirle que después
de ese día no quería verlo nunca más cerca de su familia; lo que
sea que lo hubiese llevado a ese lugar, no permitiría que arruinara
uno de los mejores días de su vida.
—¿Querías verme? —preguntó adoptando una postura altiva.
—Sí…, vine para… —Las palabras se le quedaron atoradas
en la garganta, mientras miraba a su primo y no se atrevía a
moverse del umbral de la puerta—. ¿Puedo… pasar? —preguntó
al fin.
—Sí…, claro, acércate —respondió Terrence, relajando su
postura, también estaba nervioso, pero lo disimulaba mejor que
su primo.
Fabrizio dio un paso para entrar, luego cerró la puerta y se
quedó en ese lugar, apretó sus manos un par de veces, sin poder
esconder el nerviosismo que lo recorría. Frunció el ceño y tragó
para pasar el nudo que le cerraba la garganta, cerró los ojos un
instante y evocó en su mente la imagen de su hermana aquella
tarde en el invernadero.
—Quiero decirte que tienes razón en cada una de las palabras
que me dijiste. Abandoné a mi familia…, me dejé llevar por mi
dolor y por la rabia que sentía en aquel momento, debido a las
imposiciones de mi padre… Fui un estúpido impulsivo y no
pensé en el dolor que les causaría a mi madre y a mi hermana,
solo pensé en mi sufrimiento y eso fue muy egoísta. —Habló tan
rápido que apenas respiraba.
—No fue mi intención hacerte sentir mal… —Terrence
intervino al ver que, una vez más, Fabrizio estaba siendo
torturado por la culpa.

574
—Por favor…, déjame continuar, no te imaginas cuánto me
costó llegar hasta aquí y hacer esto —pidió mirándolo a los ojos,
lo vio asentir con un gesto rígido, así que prosiguió—: Sé que me
porté como un imbécil y que no tengo la moral para juzgar a
nadie, que todo esto sucedió por las decisiones que yo tomé…
—Se detuvo para tomar aire y tratar de calmar el latido acelerado
de su corazón, luego lo soltó en un suspiro pesado y miró a
Terrence a los ojos—: Solo quiero decirte que siento haberte
agredido aquel día…
—Fabrizio…, puedo entender tu enojo, porque me sentí igual
cuando descubrí la verdad… Te sentiste engañado por tu familia
y por las personas en quienes confiabas, a quienes amabas… —
Terrence quiso hacerle ver que no tenía que cargar con toda la
culpa; después de todo, él también fue provocador aquella
mañana en el estudio.
—No, no puedes entenderlo, Terrence… Nuestras
situaciones fueron distintas… Yo había creado una teoría dentro
de mi cabeza, que alimentó un odio irracional hacia ti, un odio
que intentaba esconder el que sentía en contra de mí mismo, por
lo que le había hecho a mi familia; necesitaba a alguien a quien
culpar y tú fuiste esa persona… Así que cuando te vi en la casa
que suponía era de mis padres, me sentí burlado, tienes razón,
pero también me dejé llevar por la rabia que no solo sentía hacia
ti, sino también hacia mí… Necesitaba sacar todo ese odio y por
eso me abalancé de esa manera contra ti, pero quiero que sepas
que no iba a hacerte daño realmente, incluso, si resultabas ser un
timador como creía, te hubiese enviado a prisión, pero no te
habría matado, porque ese acto es realmente horrible y me juré
que jamás lo haría de nuevo. —Le aseguró mirándolo a los ojos.
—Nunca te creí capaz de lastimarme de ese modo, a pesar de
la ira que veía esa mañana en tus ojos, sabía que no existía en ti la
crueldad para comerte un acto como ese, menos delante de tu
familia, pero no te niego que me asustó que te cegaras y lastimaras
accidentalmente a Victoria, porque ella estaba entre nosotros, eso

575
fue lo único que me preocupó en ese momento —confesó
esperando que eso no lo ofendiera, solo estaba siendo sincero.
—Jamás le hubiese puesto una mano encima a tu novia… No
soy alguien violento, aunque en la guerra quisieron quitarnos la
humanidad y volvernos unas máquinas de asesinar, no lo
consiguieron…—La vergüenza lo hizo darle la espalda a su
primo—. Yo solo espero que puedas aceptar mis disculpas, te
aseguro son sinceras —dijo agarrando la manilla de la puerta,
necesitaba salir antes de derrumbarse.
—Fabrizio, espera…, por favor, yo también necesito que me
escuches —pidió con voz temblorosa, ante las emociones que
eran un torbellino en su pecho—. Acepto tus disculpas, pero
también deseo que tú aceptes las mías… Lamento todo lo que te
dije en ese momento, también fui impulsivo y te juzgué sin tener
el derecho, yo no estaba en tu lugar cuando tomaste esa decisión,
pero puedo comprenderte porque también viví un desamor que
casi me llevó a lanzarme a la muerte, y tampoco me importó el
daño que le hacía a mi madre —confesó con la mirada puesta en
la espalda tensa de su primo.
Fabrizio se detuvo al escuchar esas palabras y el sentimiento
impreso en cada una, podía sentirlas tan cercanas, que era un
reflejo de él. No pudo ganarles la pelea a las lágrimas que
finalmente lo desbordaron, pero apretó sus labios para contener
los sollozos que le oprimían el pecho, mientras su mirada nublada
se fijaba en la puerta.
—Me da vergüenza admitirlo, pero hubo una época de mi vida
en que me convertí en un alcohólico, y también fue por amor; al
menos, tú decidiste ir a luchar con valentía por la libertad de
algunos países, pero yo me lancé a los bares para beber y tratar
de olvidar, sin importarme que en ese proceso pudiera acabar con
mi vida… Como ves, no somos tan distintos, yo también soy
impulsivo y rencoroso, me cuesta pedir perdón, pero cuando lo
hago, es desde el corazón… Lo que te dije lo hice sin pensar, sé
que amas a tu familia y, créeme, te admiro porque lograste superar

576
etapas en tu vida que, tal vez, yo nunca hubiese conseguido…
Fransheska siempre me decía que su hermano nunca se rendía,
me lo repetía cada vez que yo daba las cosas por perdidas y dejaba
de ir a las terapias con los psiquiatras… Ella me alentaba para que
no desistiera de recuperar mis recuerdos, pero yo no tenía tu
misma valentía y acabé dejándome llevar por la corriente, acepté
vivir con ese vacío que tenía dentro de mi cabeza, en medio de
las penumbras.
—Si ser valiente era enlistarte en la guerra, créeme, es mejor
darse por vencido, no hay nada más doloroso ni espantoso que
ese infierno y, además, ser consciente de que tu decisión casi
destruye a tu familia. —Fabrizio trataba no recordar esos
momentos vividos en guerra, pero sentía que necesitaba
desahogarse o quizá justificarse.
—Pero a pesar de todo el dolor y el horror que tuviste que
vivir en aquel infierno, encontraste algo bueno, allí conociste a la
mujer que le dio sentido a tu vida —mencionó Terrence con
seguridad.
—Sí, eso es cierto y aunque el precio fue muy alto, te juro que
atravesaría ese infierno cuantas veces fuesen necesarias, sí sé que
al final conoceré a Marion... —confesó con una sonrisa—.
¿Sabes? Ya no esperaba nada de la vida, solo deseaba una muerte
rápida que acabara con mi sufrimiento, pero en cuanto la vi en
aquel día lluvioso, fue como estar ante un ángel, ella me regresó
las ganas de vivir y de amar, a su lado supe lo que era el verdadero
amor.
—Te comprendo perfectamente, yo también tengo a un ángel
a mi lado, la mujer que me salvó de tantas maneras, que me
enseñó lo que era ser realmente amado y me aceptado por quien
era, que nunca quiso cambiarme… A la que amo con toda mi
alma y que hoy haré mi esposa.
—¡Santo cielo! Había olvidado que tú debías prepararte para
la boda, siento haberte quitado tanto tiempo, será mejor que me

577
vaya para que sigas y no se te haga tarde o Victoria jamás te lo
perdonará —dijo mostrando una sonrisa apenada.
—Tranquilo, ya estoy listo y… —miró el reloj colgado en la
pared—. Todavía falta media hora para que salgamos a la iglesia.
Un llamado a la puerta hizo que Fabrizio se tensara y su
mirada se posó en la hoja de madera mientras sentía que, una vez
más, sus latidos se desbocaban. Terrence le indicó a la persona
que llamaba, que siguiese, pensando que no había problema en
que descubriesen que Fabrizio estaba allí; por el contrario, si era
alguien de la familia, seguramente, se sentiría feliz al enterarse de
que su primo y él por fin se habían reunido para hablar, aclarar
los malentendidos y comprometerse a llevar una relación cordial.

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Capítulo 45

Fransheska abrió la puerta de la habitación con una sonrisa


traviesa, en cuanto ellos la vieron, se sintieron atrapados por una
especie de embelesamiento, como si en ese lugar hubiese entrado
realmente un hada que irradiaba luz y belleza. Ella se quedó a
unos cuantos pasos de ambos, permitiéndoles verla en todo su
esplendor, lucía realmente hermosa, como una princesa, justo
como la habían imaginado; a decir verdad, se veía mucho mejor.
—Me escapé para ver… —Había entrado con una gran
sonrisa que se congeló al ver que en la habitación también estaba
su hermano, un ligero temblor la recorrió y un nudo se formó en
su garganta—. Fabri, no sabía que estabas aquí —susurró
posando la mirada en su hermano.
—Ven, acércate. —Le pidió con una sonrisa, mientras le
extendía la mano, su voz era más grave por las emociones que
bailaban dentro de su pecho, al ver a su hada tan hermosa.
Ella recibió la mano que su hermano le ofrecía y lo miró a los
ojos, buscando el motivo de su presencia en ese lugar, pero
Fabrizio solo le dedicó una sonrisa. Desvió la mirada a Terrence,
que se notaba relajado y la admiraba con una sonrisa, esa que
siempre le dedicaba y que la hacía sentir como su hermana; sus
latidos se habían hecho más lentos por el miedo, pero al parecer,
no había nada que temer.
—¿Está todo bien? —preguntó con cautela, mirándolos.
—Sí…, todo está bien, Fran… No debes preocuparte —
respondió Terrence, admirando lo hermosa que lucía;
seguramente, Brandon se enamoraría más cuando la viera
caminar hacia el altar.

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—Luces tan preciosa… Creo que no me equivoqué cuando
dije que eras un hada…, aunque no una cualquiera, eres la
princesa de las hadas, la más hermosa de todas. —Su sonrisa le
iluminaba la mirada cristalizada por las lágrimas.
—Gracias —respondió con una sonrisa coqueta—. Mamá
quería que me vieras cuando bajara las escaleras, pero creo que
arruiné su sorpresa —añadió con algo de tristeza.
—No te preocupes, podemos fingir que no te he visto… —
dijo con una sonrisa cómplice y paseó su mirada por el vestido.
—Me parece bien, no esperaba encontrarte aquí —señaló sin
salir de su aturdimiento, intentó sonreír y movió la cabeza
ligeramente para aclarar sus ideas—. Vine para ver a Terry, antes
de que saliera para la iglesia y… —Se interrumpió y buscó la
mirada de su hermano, necesitaba que él lo asegurase—. ¿De
verdad todo está bien? Es decir… ¿Ustedes hablaron? —inquirió
paseando su mirada de uno al otro.
—Hablamos y todo está bien, Campanita, quita esa cara de
espanto —bromeó Fabrizio, acariciándole el hombro.
—Ambos nos disculpamos por lo sucedido, hablamos de las
razones que nos llevaron a actuar de esa manera y todo quedó
aclarado. No nos tendrás discutiendo el día de tu boda —
comentó Terrence con una sonrisa y la miró con ternura.
—¡Dios! ¡No puedo creerlo! ¡Gracias! ¡Gracias a ambos! —
exclamó llena de emoción y abrazó a su hermano con fuerza,
sintiendo su corazón latir con rapidez—. Fabri, no te imaginas
cuán feliz me hace esto… —expresó mirándolo a los ojos y le dio
un beso en la mejilla, luego se volvió hacia su primo y acortó la
distancia para darle un abrazo, sentía que eso era demasiado
hermoso para ser verdad—. No tengo palabras para explicar lo
feliz que me siento… —dijo mirando a Terrence a los ojos y los
suyos estaban a punto de ser desbordados por las lágrimas. Miró
a su hermano—. Es como si el sueño que he tenido desde que
regresaste con nosotros, se hiciera realidad, Fabri… Gracias por
abrir tu corazón y darte la oportunidad de conocer a Terry.

580
—Haría lo que fuese por verte feliz, Campanita… Además, la
vida es muy corta como para desperdiciarla en rencores sin
sentidos —dijo mirándola, pero luego posó su vista en
Terrence—. Sé reconocer cuando me equivoco y, aunque no
parezca evidente, me esfuerzo por hacer las cosas bien… Cada
día estoy luchando por ser una mejor persona —dijo y miró de
nuevo a su hermana—. Sé que he cometido muchos errores y
lastimado a las personas que amo o que solo fueron víctimas de
las circunstancias. Así que créeme cuando te digo que estoy
realmente arrepentido de mis acciones, que no me alcanzará la
vida para resarcir el daño que les causé. Lamento muchísimo
haberme perdido tantas cosas, pero dedicaré lo que me resta de
vida para reparar cada error y a recuperar el tiempo que perdí —
acotó con sus pupilas ahogadas en lágrimas, las que luchaba por
no derramar.
—Todos hemos cometido errores y hemos sido víctimas de
las circunstancias, Fabrizio… Así que, conscientes o no de las
decisiones que tomamos, lo importante es asumirlas con entereza
y tratar de sobrellevarlas, no podemos permitirles que nos
dominen para siempre, debemos romper las cadenas que nos
mantiene atados al pasado, liberarnos de las culpas… Sé que no
es sencillo, pero tampoco es algo imposible, y menos cuando
cuentas con el apoyo de las personas que quieres. —Terrence le
habló desde la experiencia.
—Así es, debemos dejar el pasado atrás y declaro que de ahora
en adelante ya no habrá más penas en nuestras vidas, a partir de
este momento todo será felicidad, armonía; y las únicas lágrimas
que derramaremos serán de alegría… ¡Ay, por Dios! Estoy tan
feliz, que no puedo expresarlo con palabras, este es el mejor
regalo que pudieron darme… No, esperen hay uno mejor, Terry,
dame tu mano. —Le pidió, su primo se acercó despacio y le tomó
la mano mientras la miraba, ella hizo más amplia su sonrisa y se
volvió hacia su hermano—. Tú también, dame tu mano, Fabri —
dijo mirándolo a los ojos.

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Ellos accedieron mientras sentían sus corazones latir
desbocados y un nudo de lágrimas les apretaba las gargantas, al
tiempo que ambos hacían un esfuerzo enorme por no derramar
las que ya colmaban sus ojos. Terrence tenía más dominio sobre
sus emociones que Fabrizio, así que se le hacía más sencillo; sin
embargo, pudo ver cómo su primo tragó un par veces cuando
dieron un paso adelante y quedaron uno frente al otro, mirándose
con dudas y anhelos a la vez.
—Fabri…, te amo con toda mi alma, siempre serás mi
cómplice, mi hermano… Pero a Terry lo amo tanto como a ti, él
también fue esa guía y esa compañía que me ayudó en tantos
momentos difíciles, a quien le debo tanto, que jamás tendré cómo
pagarle… Y más allá de eso, también es mi hermano, porque así
lo siento en mi alma y mi corazón… Es nuestro primo de sangre
y eso es innegable, pero por encima de ello, es mi hermano y;
cuando regresaste, uno de mis mayores deseos era que este
momento llegase, verlos a ambos así, poder tenerlos juntos, sin
rencores, celos ni odios de por medio. —Respiró hondo para
calmar sus emociones y luchar contra el nudo que hacía que su
voz se quebrase; se acercó un poco más a Terrence y giró el rostro
para mirar a Fabrizio a los ojos y le apretó con suavidad la mano,
al ver que estaba tan conmovido como ella—. Él es mi hermano,
Fabrizio… y también es el tuyo, nosotros somos tus hermanos;
ahora, en lugar de una hermana entrometida y fantasiosa, tienes
a dos… Tienes a un hermano mayor, que será tu apoyo siempre
que lo necesites; créeme lo que te digo, pues es la verdad, sé que
eso es lo que Terry lleva dentro del corazón y está dispuesto a
dártelo, si lo deseas, solo debes aceptarlo… ¿Le das un abrazo a
tus hermanos? —inquirió mirándolo y sus lágrimas estaban a un
pestañeo de ser derramadas.
Ambos tragaron, pasando las lágrimas e inspiraron
profundamente, al tiempo que se miraban los ojos como si
estuvieran viéndose realmente por primera vez, sin rencores, sin
miedos ni dudas de por medio. Terrence se mantuvo inmóvil,

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porque el temor de ser rechazado no era algo fácil de superar,
aunque su corazón latía lleno de esperanza y rogaba que dejara
que esos sueños que había tenido toda su vida regresasen a él,
esos donde era acogido por una familia que lo amaba por quien
realmente era, sin presiones sin lástima u obligación, sino porque
realmente lo amaban y querían que fuese parte de ellos.
Fabrizio sintió que su mundo adquiría un nuevo sentido, uno
que jamás esperó tener; aunque tal vez era demasiado pronto para
decir si aceptaba o no la proposición de su hermana, algo dentro
de su pecho deseaba hacerlo. No obstante, no era sencillo hacer
como si todo lo pasado hubiese desaparecido, él debía ganarse la
confianza y el aprecio de su primo con hechos y no solo con
palabras, solo así conseguirían una relación sólida, sincera y
cercana.
Las fichas estaban sobre la mesa, pero ellos debían escogerlas
bien, para no acabar en un desastre, para que eso que les pedía su
hermana fuese una realidad; así que decidió dar el primer paso.
Pensó que cuando intentara avanzar hacia Terrence, sus piernas
estarían pesadas como el granito, pero se sorprendió al darse
cuenta de que todo su cuerpo estaba realmente liviano y sonrió
al ver cómo la expectativa se apoderó de su hermana y de su
primo.
Fransheska sintió cómo su corazón se lanzó en una carrera
frenética al ver que Fabrizio accedía a lo que le había pedido,
suspiró mientras una resplandeciente sonrisa se pintaba en sus
labios y esa misma luz alcanzaba su mirada. Sintió cómo Terrence
temblaba y aunque estaba completamente inmóvil, no percibía
tensión en su cuerpo, solo estaba a la espera de lo que su hermano
pudiese hacer.
Fabrizio miró primero a su hermana con una sonrisa, la abrazó
y le dio un beso en la frente, buscando en ese gesto la fortaleza y
la humildad para dar y recibir. Luego desvió la mirada a su primo
y extendió un brazo para posar la mano en su hombro y acercarlo
a él, mientras mantenía a Fransheska unida a ellos.

583
Fransheska se liberó muy despacio apretando con suavidad la
mano de Terrence, pidiéndole con ese gesto, que también
abrazase a su hermano. Vio que se amarraban en un abrazo y su
pecho pareció estallar de júbilo ante esa imagen, de inmediato, las
lágrimas que tanto lucharon por contener se hicieron presentes
en los tres, sin que ninguno pudiese evitarlo, en medio de una
sensación de calidez y paz que los envolvió completamente.
Ella sollozó al tiempo que las lágrimas rodaban por sus
mejillas y unía las manos con emoción, admirando el
extraordinario cuadro que tenía ante sus ojos, le hubiese gustado
tanto que sus padres y sus tíos estuviesen allí, que todos pudiesen
ver ese abrazo que sus hermanos compartían. Ahora podía llamar
hermano a Terrence, con absoluta libertad, ya no tendría que
cohibirse delante de Fabrizio, pues había aceptado ese lazo que
los unía, se acercó a ellos cuando se separaron un poco y les dio
un tierno beso en la mejilla a cada uno.
—Los amo, a los dos… Son los mejores hermanos que alguien
pudiese soñar en su vida, gracias por este gesto que han tenido,
gracias por hacerme tan feliz —expresó emocionada y les rodeó
las cinturas con sus brazos, uniéndose los tres en un nuevo
abrazo.
Terrence sentía que la presión en su pecho crecía a cada
momento y ya no podía seguir luchando contras sus lágrimas,
necesitaba liberar esa emoción tan diferente a cualquiera que
hubiese sentido. Era como si acabara de ganar a un hermano y
eso era extraordinario, liberó sus lágrimas al tiempo que sonreía
con efusividad y; dejándose llevar por la emoción, abrazó de
nuevo a Fabrizio, haciéndole sentir que cada palabra dicha por
Fransheska, era cierta; sería su hermano mayor y estaría para él,
siempre que lo necesitase.
Fabrizio nunca pensó que ese encuentro terminaría así; en
realidad, no imaginó en sus sueños más absurdos una escena
como esa, no estaba dentro de sus planes entablar una relación
con Terrence, como la que le proponía Fransheska. Sin embargo,

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ese gesto de su primo removió muchas emociones dentro de él,
porque en su corazón entendió que, si realmente hubiese contado
con un hermano mayor, que lo hubiera aconsejado y ayudado a
soportar todo aquello que tiempo atrás tuvo que vivir, se
hubiesen evitado muchos problemas.
—Creo que será mejor que nos sigamos preparando o, de lo
contrario, no llegaremos a la iglesia —mencionó Fabrizio con la
voz ronca, dejando libre un suspiro y desviando la cara, para
limpiar con disimulo las lágrimas que mojaban sus mejillas.
—¡Oh, por Dios! ¡La boda! —exclamó Fransheska, llevándose
las manos a la boca—. Seguramente arruiné mi maquillaje… —
Se alejó para mirarse y con cuidado se pasó las manos por las
mejillas.
—En realidad, estás hecha un desastre —indicó Fabrizio y
sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo dio—. Será mejor que hagas
algo, si no, Brandon terminará dejándote en el altar, cuando vea
lo espantosa que luce su futura esposa —añadió mirándola con
diversión.
—Sí, es muy probable. —Terrence se unió a la broma.
—Él jamás haría algo así y menos el día de hoy; sin embargo,
será mejor que me arregle, antes de que nuestra madre me vea y
se desmaye —mencionó divertida y caminó de prisa hasta ellos,
primero se acercó a Fabrizio, para abrazarlo y darle un beso en la
mejilla—. A pesar de ser un infantil incorregible, te adoro.
Gracias por estar aquí —dijo mientras lo miraba a los ojos,
después se giró hacia Terrence, le tomó las manos y lo miró a los
ojos—. Gracias por todo, por ser mi primo, mi hermano, mi
amigo… Por traerlo de regreso y aceptar que mi anhelo de verlos
juntos sea una realidad, te amo con todo mi corazón y estoy feliz
de que hoy estés junto a mí —expresó con emoción y le besó la
mejilla, luego soltó sus manos para rodearlo con sus brazos.
—No tienes nada que agradecer, yo también te adoro, Fran...
Eres una joven maravillosa y me siento muy orgulloso de que me
consideres un hermano más. Además, no existe otro lugar en el

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mundo donde desee estar este día. —Le recordó mirándola a los
ojos.
— ¡Tienes razón! —exclamó dejando libre una carcajada—.
Ambos nos casamos, soy tan feliz, que no puedo creerlo, tengo
unos hermanos maravillosos y me casaré con mi príncipe.
—Creía que tu prometido era banquero —dijo Fabrizio,
sonriendo.
—Ese es su trabajo, pero su verdadera esencia es la de un
príncipe; y es completamente mío —respondió mientras abría la
puerta, al ver que su hermano iba a protestar, se adelantó—.
Bueno, lo será dentro de unas horas, nos vemos… Los adoro —
dijo y salió de prisa.
—Está perdidamente enamorada, ¿no es así? —reconoció
Fabrizio, con una sonrisa luego de que ella saliera.
—Sí, lo está…, pero Brandon la ama igual y puedes jurar que
Fransheska será muy feliz, él se encargará de cumplir todos sus
sueños y darle lo que desee. Es un gran hombre, es leal, justo y
responsable; si no hubiese sido así, te aseguro que lo habría
espantado como hice con los otros que intentaron conquistarla
antes y que no me generaron una buena impresión… Así que no
tienes nada de qué preocuparte —indicó Terrence, con una
sonrisa mientras se ajustaba el chaleco.
—Entonces, cumpliste bien con tu papel de hermano, al
espantarle a los casanovas —comentó sonriendo y vio que su
primo asentía con orgullo—. No pongo en duda que sea un gran
hombre, pero si tan solo hubiese resistido la tentación y
esperado… —dijo con el ceño fruncido y suspiró—. ¡Demonios!
Sigo haciendo lo que se supone debo evitar, soy el menos
indicado para juzgarlo… Pero es mi hermanita y… —Se
interrumpió al ver que estaba hablando con demasiada confianza
y que tenía toda la atención de su primo sobre él.
—¿A qué te refieres? —Terrence frunció el ceño.
—¡Ah, no! No me hagas decirlo en voz alta... —respondió
negando con la cabeza—. Quiero seguir viendo a Fran, como mi

586
hermanita, al menos, hasta que se presente delante de mí con un
vientre de siete meses y me diga que me hará tío… Solo en ese
momento creo que aceptaré que ya se ha convertido en una mujer
—añadió con la voz ronca por la nostalgia que se apoderó de él.
Terrence se quedó en silencio, procesando las palabras de
Fabrizio y no tardó mucho en comprender lo que significaban;
frunció el ceño y sintió una ola de calor provocada por los celos
fraternales. Sin embargo, le ocurrió lo mismo que a su primo y se
reprochó por ese resentimiento que pretendía sentir hacia
Brandon; ya que tampoco estaba en una posición para juzgarlo,
por haber cedido ante el deseo, pues a él también le había
sucedido con Victoria y no solo la había hecho su mujer, sino que
también la embarazó.
—Ahora entiendo por qué fue tan comprensivo cuando se
enteró de que Victoria y yo esperábamos un bebé —agregó
sumido en sus pensamientos, pero la carcajada de Fabrizio lo
regresó a la realidad.
—Lo siento, pero pensé que era el único con celos fraternales
—dijo con media sonrisa, divertido ante la reacción de su primo.
—Supongo que no…, pero igual es muy poco lo que puedo
hacer en estos momentos, no solo porque están a dos horas de
casarse, sino porque yo también llevo una paja en mi ojo… En
realidad, es un enorme tronco, comparado con ellos —expuso
con una sonrisa que llegaba a su mirada y estaba repleta de
orgullo.
—Tienes razón… Por cierto, mi enhorabuena por ese bebé
que viene en camino, estoy seguro de que los hará muy felices a
Victoria y a ti —sonrió al recordar que lo había visto celoso
porque ella habló con él—. Bueno, creo que será mejor que me
marche, para que puedas continuar arreglándote.
—La verdad es que no me vendría mal tu compañía, creo que
evitará que desgaste la alfombra… Mi paciencia ha aumentado
con los años, pero justo hoy siento que ya se agota, deseo estar
frente al sacerdote y que nos declare marido y mujer, para poder

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escaparme con Victoria y regresar a Escocia —agregó con una
sonrisa—. Solo espero que los periodistas no estén muy intensos
hoy y nos dejen disfrutar de esta ocasión con plenitud… —
mencionó con esa esperanza.
—Marion me comentó que…, antes del accidente, eras
cantante de ópera, como tu madre, y que eras muy famoso —dijo
Fabrizio, de manera casual, se le daba con mucha facilidad hablar
con su primo.
—¿Que era? —inquirió Terrence, dejando ver media sonrisa
y elevando la ceja, un gesto que seguramente sorprendió a
Fabrizio, pues había visto que se daba igual en él—. En realidad,
lo sigo siendo, no me dejan en paz un minuto; claro, en Nueva
York era mucho peor, aquí el asedio se ha calmado un poco,
aunque dudo que hoy sea así, pero no soy el único famoso aquí,
¿ya viste lo que sucedió en la estación de trenes? Todos están
esperando que aparezcas, para bombardearte a preguntas, pero
tranquilo, estaremos contigo —aseguró mirándolo a los ojos,
para que no se angustiara.
—A decir verdad, no me preocupan —mintió y fue tan
evidente que, Terrence, le dedicó una sonrisa condescendiente—
. Bueno, sí…, un poco, pero sabré cómo manejarlos.
—Sé que así será y, cuando desees hablar con ellos, estaré allí
para ayudarte; no es por vanagloriarme, pero sé cómo manejarlos.
—Gracias —respondió con una sonrisa de agradecimiento.
Fabrizio tragó para pasar el nudo en su garganta, mientras se
frotaba las manos ante los nervios, él no estaba acostumbrado a
recibir ese tipo de atención y menos de personas que no conocía.
Lo último que deseaba era ser tratado como la atracción principal
de un circo, pero afrontaría eso de la mejor manera.

Fransheska caminaba de prisa por el pasillo, debía regresar a


su habitación y retocarse el maquillaje, antes de que su madre la
viese así, pero solo con recordar que Fabrizio y Terrence habían
aclarado las cosas, sus ojos se llenaban de lágrimas de nuevo y la

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emoción amenazaba con desbordarla. Respiró profundamente
para calmar sus emociones, pero cuando vio a su madre, lo soltó
de golpe.
—¿Se puede saber dónde andabas, Fransheska Emilia? —
inquirió Fiorella, acercándose a ella una vez que la vio en el
pasillo.
—Señora…, disculpe que la moleste, pero Fabrizio no está en
la habitación… Lo dejé solo unos minutos, para ir a terminar de
vestir a Joshua y, cuando regresé, no lo encontré allí —explicó
Marion, un tanto nerviosa y apenada.
—Ya Terrence debe estar listo, Benjen, pero tal vez necesite
algo —dijo Amelia, saliendo de la habitación que ocupaba con su
esposo.
—Acaba de llegar un auto, debe ser el padrino, que viene por
Edith —dijo Luciano, viendo a parte de su familia en el pasillo.
Fransheska mostró una sonrisa traviesa y su mirada se iluminó
al ver que todos se habían encontrado en el pasillo, aplaudió con
emoción, atrayendo su atención y se irguió para hacer el anuncio.
—Fabrizio está con Terrence, hablaron e hicieron las paces.
—¿Que Fabri está…? —cuestionó Marion, parpadeando y
sintió que su cabeza comenzaba a dar vueltas.
—¿Qué dices, Fran? —preguntó Fiorella, mirando a su hija.
—¿Cómo sabes que están juntos? —inquirió Benjen,
mostrándose calmado, pero era evidente que se había puesto
nervioso.
—Porque estaba con ellos hasta hace un momento. Salí para
retocarme el maquillaje, porque la emoción me hizo llorar y lo
arruiné… Mamá, ¿me ayudarías…? —Se quedó con las palabras
en la boca y los vio a todos caminar hasta la habitación de
Terrence.
Los miró divertida ante su reacción y esperó a ver quién sería
el valiente que se atrevería a llamar a la puerta, todos se miraron
unos segundos, hasta que su tío, Benjen, fue quien lo hizo. Él
inspiró hondo y luego dio un par de golpes en la puerta, segundos

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después, la voz de su primo daba la orden para que entrasen, su
tío giró la manilla despacio y se asomó a la habitación, mostrando
apenas medio cuerpo.
—Terrence, vine para saber si…
Fabrizio estaba por preguntarle a Terrence si había una
manera de evitar todo ese espectáculo de periodistas y fotógrafos
a su alrededor, pues no deseaba tener que enfrentarse a ellos.
Además, se suponía que toda la atención debía estar centrada en
los novios; antes de que las palabras salieran de sus labios,
escuchó que llamaban a la puerta y; una vez más, su cuerpo era
presa de un temblor.
—Padre…, pase, por favor. —Le hizo un ademán y sonreía.
—No he venido solo… Marion estaba buscando a Fabrizio
y… Fransheska nos dijo que estaba aquí —acotó entrando a la
habitación y dejó la puerta abierta, para que entrasen los demás.
Lo primero que hizo Marion al entrar fue mirar a su esposo,
que la tranquilizó, dedicándole media sonrisa; de inmediato,
suspiró con alivio y sus latidos menguaron. Amelia y Fiorella no
pudieron mantenerse donde estaban y también pasaron a la
recámara; sus miradas preocupadas buscaron de inmediato a sus
hijos, que parecían estar muy tranquilos y; al igual que Marion,
liberaron en un suspiro el aire que habían estado conteniendo,
desde que escucharon a Fransheska.
Luciano atravesó el umbral de la puerta con pasos cautelosos
e igual que el resto, también fijó su mirada en los jóvenes. Un
pesado silencio se apoderó del ambiente, mientras todos los
recién llegados los veían con una tensa expectativa, a la espera de
que les dijesen lo que había sucedido, aunque, era evidente que
habían arreglado sus diferencias, pero necesitaban una
confirmación.
—Yo… quise venir para hablar unos minutos con
Terrence…, pero debo irme, aún me faltan algunas cosas y ya casi
es hora de que salgamos para la iglesia… Si me disculpan. —Se
excusó Fabrizio y caminó rápidamente, porque no soportaba las

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miradas de angustia, miedo y desconcierto que le dedicaban su
esposa y sus padres.
—¿Está todo bien, Fabrizio? —inquirió Luciano, sujetándolo
del brazo y mirándolo a los ojos.
—Sí, padre…, todo bien, ya hablamos y las cosas quedaron
aclaradas —contestó, dedicándole una sonrisa para tranquilizarlo.
—Todo está en orden, tío Luciano —dijo Terrence y vio
cómo todas las miradas se volvían hacia él—. Nadie debe
preocuparse… Fabrizio y yo hablamos, aclaramos todo e hicimos
las paces —añadió mirando a su tío y a su madre, quienes estaban
a punto de llorar.
—Cariño. —Fiorella se acercó a su hijo y lo abrazó—. Sabía
que tu corazón te guiaría para hacer lo correcto —dijo mirándolo
a los ojos.
—Sabemos que hoy es un día para que la familia esté unida —
expresó Fabrizio con una gran sonrisa.
—Sí, hoy es un día de celebración familiar… —esbozó
Fransheska desde la puerta, con una enorme sonrisa y las pupilas
ahogadas en lágrimas, que se esforzaba por no derramar—. Así
que será mejor que nos demos prisa o Brandon se volverá loco si
llego tarde. Madre, necesito su ayuda con el maquillaje… Vayan
todas a retocar los suyos, porque este par nos hizo llorar antes de
tiempo —acotó riendo y se recogió el vestido para girar y caminar
de prisa hasta su habitación.
Todos rieron ante las ocurrencias de Fransheska y las damas
salieron detrás de ella; por su parte, Benjen y Luciano,
comprendieron que no debían hacer más preguntas y que ya
llegaría el momento para que sus hijos les dijeran cómo se dio esa
conversación entre ellos. Mientras esperaban el momento de salir
hacia la iglesia, se enfocaron en ofrecerles algunos consejos a
Terrence, sobre cómo debía afrontar su vida de casado, ya que
tenían mucha experiencia que, seguramente, le sería útil para
llevar un matrimonio armonioso y feliz.

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Capítulo 46

Jules miró el reloj de muñeca, para verificar la hora, llevaba


quince minutos esperando a su cuñada, aunque ella le había
asegurado, en una llamada, que ya estaba lista, de eso había
pasado casi una hora. Se suponía que los padrinos deberían llegar
primero y; si no se daban prisa, acabarían por llegar junto a la
novia, a la que, por cierto, se moría por ver, pero sabía que según
la tradición eso no era posible.
Escuchó el sonido de unos tacones y de inmediato se puso de
pie, desvió la mirada hacia lo alto de las escaleras y vio a su
cuñada, que bajaba los escalones con cuidado. La espera sin duda
había valido, Edith se veía muy hermosa y en sus labios se
dibujaba esa encantadora sonrisa que, sin duda alguna, era lo que
había cautivado a Jean Pierre.
—Llamé hace una hora y me dijeron que me estabas
esperando, casi me estrello por el camino, porque no quería
hacerte esperar y…
—No seas exagerado, Jules, solo me faltaba un poco —dijo
llegando al último escalón—. Necesitas una novia, para que
aprendas a llevar el tiempo como lo hacemos las damas —añadió
acercándose a él, saludándolo con un beso en cada mejilla.
—No me dejaste terminar… Iba a decirte que bien valió la
pena esperar, te ves muy hermosa —expuso con media sonrisa.
—Tú también te ves muy guapo en ese frac —dijo mirándolo
con una sonrisa—. ¿Estás bien? —Le preguntó al notarlo un
poco pálido.
—Sí —afirmó, pero enseguida se corrigió—. La verdad es que
no… Me siento algo nervioso —confesó y su cuñada lo miró por

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unos segundos a los ojos, para luego soltar una carcajada—. No
te burles, Edith —murmuró Jules, arrastrando las palabras.
—¿Enserio estás nervioso, Jules? —preguntó y dejó de reír,
compadeciéndose de él, aunque le parecía extraño que se sintiera
así.
—Sí, es enserio —repuso—. Es más, tengo una fatiga terrible.
—Ni que fueras el novio —expuso ella, mirándolo
desconcertada.
—Eso lo sé, pero me siento nervioso… Seguramente, porque
es la primera vez que soy padrino de una boda y no podré salirme
a mitad. Sabes que adoro a Fran, pero este tipo de ceremonias,
no son lo mío.
—No seas tonto, Jules Leblanc… ¿Acaso no piensas casarte
algún día? —cuestionó mirándolo a los ojos, su cuñado le esquivó
la mirada y eso la extrañó, ya que, por lo general, él hacía un gesto
de desagrado y negaba mientras reía con sorna, pero esta vez, se
mostró intimidado por su comentario—. Espera un momento,
¿qué fue eso? —preguntó, tomándolo de la mano y sintió que
estaba muy fría y sudorosa.
—¿Qué es qué? —cuestionó sin mirarla y llevó una mano a su
estómago, sintiendo que los nervios le estaban provocando
acidez.
—Jules Louis Leblanc… —pronunció con una sonrisa
traviesa mientras lo escudriñaba con la mirada.
—Deja de mirarme de esa manera y de pensar lo que sea que
estés pensando. —Fingió fastidio para esconder sus emociones y
evitar que descubriera que sí había pensado en casarse, pero la
mujer con la que deseaba hacerlo, ya lo estaba—. Mejor dime
dónde queda un baño… Necesito devolver el almuerzo y sacarme
este malestar del cuerpo —añadió con la voz ronca por retener la
fatiga.
—Sí, será lo mejor, empiezas a verte pálido, pero ya
hablaremos de esto y me dirás… —Se interrumpió al ver que él
hacía una mueca de desagrado y se tapaba la boca—. Ve rápido…

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Está por ese pasillo, la segunda puerta a la derecha. —Le indicó
con premura y Jules se alejó sin decir nada, dando largas zancadas.
Entró al baño de visitas y apenas le dio tiempo para quitarse
la chaqueta y dejarla sobre un diván. La primera arcada lo sacudió
con fuerza y el estómago se le contrajo dolorosamente; la
segunda, hizo que su garganta ardiera. Después de un par de
minutos, sintió que el malestar comenzaba a pasarle, su frente
estaba perlada de sudor frío y un sabor amargo le impregnaba la
boca.
Bajó la cuerda del inodoro y todos los residuos gástricos
desaparecieron, se acercó al lavabo para enjuagarse la boca; sin
embargo, el mal sabor no desaparecía, así que buscó en los
estantes y encontró la botella de brandi, preparada con vinagre,
también estaba un pequeño vaso de cristal, el cual llenó y se llevó
a la boca; de pronto, un llamado lo hizo escupir el licor en el
lavabo, para responder.
—Un momento —pidió al tiempo que tomaba una toalla y se
secaba los labios rápidamente. Mientras se ponía la chaqueta,
volvieron a llamar, supuso que era Edith, así que abrió—. Ya
estoy…
Su mirada se encontró con un espacio vacío, que lo
desconcertó, pero al bajar la vista, vio a un niño que le llegaba un
poco más arriba de las rodillas, y lo miraba impresionado, como
si estuviese viendo a un gigante; elevó la comisura derecha,
mostrándole un gesto amable.
—Hola…, señor. —Lo saludó Joshua, sin dejar de mirarlo
con asombro, pensaba que su papá y su tío Terry eran altos, pero
ese señor lo era mucho más—. Lo siento, lo escuché y pensé que
era mi mamá. —Se disculpó, alzando mucho la cabeza para poder
mirarlo a los ojos.
—Hola, pequeño, tranquilo… Ya había terminado —
respondió Jules con una sonrisa al escuchar su acento y saber que
era francés—. Disculpa que haya tardado, pero no me sentía bien
y tuve que devolver el almuerzo. —Detallaba con la mirada al

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niño que, tal vez, llegaría a los cuatro años, era un poco más alto
que Frederick, pero con unos grandes y brillantes ojos topacio.
—Uf, eso es desagradable… A mi mamá le pasaba todo el
tiempo, pero todos dicen que es porque está embarazada. —Se
sintió más en confianza para expresarse, pues el señor le habló en
francés.
—Por suerte, yo no lo estoy —comentó riendo y algo en ese
pequeño le resultaba familiar—. ¿De qué parte de Francia eres?
—Soy de Amiens, mi comuna se llama Fossemanant —
respondió como le había enseñado su tío—. Mi mami y mi tío,
Manuelle, también son franceses, pero mi papi, mis abuelos y mi
tía, son italianos; también tengo otros tíos que son de Inglaterra,
y otros de este país —explicó con desenvoltura, mientras veía al
señor afirmar.
—Qué bien, tienes una familia muy variada e internacional —
dijo sonriéndole—. Bueno, ya debo irme, fue un placer
conocerte…
—Joshua, me llamo Joshua Alfonzo Di Carlo Laroche —
contestó con una sonrisa, sintiéndose orgulloso de su nombre,
como siempre.
—Encantado, Joshua… Yo soy Jules Louis Leblanc, y soy de
París. —Se presentó con una sonrisa y se dobló para ofrecerle la
mano, lo detalló mejor y su sonrisa se hizo más amplia al
descubrir quién era el padre. Ya Edith lo había puesto al tanto de
la increíble historia de Fabrizio Di Carlo—. Eres el sobrino de
Fransheska, ¿verdad?... Yo seré su padrino de la boda —dijo
mirándolo a los ojos.
—Sí, señor, soy su sobrino… ¿Será el padrino de mi tía,
Campanita? —preguntó con una sonrisa.
—Sí…, de tu tía, Campanita… ¿Sabes? Conocí a tu papá
cuando era joven, Fransheska siempre me hablaba de su Peter
Pan —dijo sonriente—. Bien, te dejo para que sigas al baño, nos
vemos en la iglesia, fue un placer conocerte, Joshua. —Le
extendió la mano, para despedirse de él, mientras le sonreía.

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—También me gustó conocerlo, señor Jules Leblanc, nos
vemos en la boda —mencionó, recibiendo la mano y la estrechó
con firmeza, como le había enseñado su tío.
Jules sonrió asombrado por su desenvoltura y la claridad con
la que se expresaba. Deseó que, Frederick, algún día llegara a
hablar como él. Edith le dedicó una sonrisa de alivio cuando lo
vio entrar al salón, tal vez, pensó que él se había escapado, para
no cumplir con su compromiso, lo que lo hizo sonreír.
Nunca le haría algo como eso a Fransheska, no solo porque la
adoraba y quería estar presente en ese día tan especial, sino
porque ella lo buscaría hasta debajo de las piedras, para matarlo.
Le ofreció el brazo a su cuñada y caminaron hacia la puerta, para
luego subir al auto y dirigirse a la iglesia donde se llevaría a cabo
la boda.

Victoria no podía creer que la mujer reflejada en el espejo


fuese ella, lucía mucho más hermosa de lo que hubiese estado
alguna vez, el vestido la había enamorado desde la primera vez
que se lo vio puesto; y lo hizo mucho más al verse maquillada y
peinada, en verdad parecía una novia. Deslizó sus dedos por la
amplia falda, y una radiante sonrisa se dibujó en sus labios e
iluminó su rostro; suspiró para no derramar las lágrimas que
colmaban sus ojos y ese mismo sonido se escuchó detrás de ella,
como si se tratase de un coro; se volvió, haciendo su sonrisa más
amplia y miró a quienes la acompañaban.
—Pareces un ángel, Victoria, realmente te ves hermosa y
radiante —mencionó Annette, emocionada mientras la admiraba.
—Me siento como un ángel y no porque luzca de esa manera,
sino porque siento que estoy en medio de un maravilloso y
mágico cielo —expresó feliz, al tiempo que daba una vuelta,
provocando que la cola del vestido hiciese un hermoso y sublime
giro en el aire, como si en realidad fuese a extenderse y elevarla.
—¡Vicky! ¡Espera! ¡Lo arrugarás! —gritaron sus amigas, al
tiempo que sonreían y corrían para acomodarlo.

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Julia y Olivia, sonreían divertidas al ver la escena y sus pechos
se hinchaban de emoción por la alegría que embargaba a su
adorada Victoria, se sentían tan felices al ver que por fin sería
dichosa, como tanto lo habían soñado. Les recordó tanto a
Virginia, en ese momento; su madre también se veía igual de
radiante el día de su boda, aunque su vestido, su maquillaje y su
peinado eran más sencillos, lo que realmente la hacía ver
espléndida era la felicidad que llevaba por dentro, la misma que
en ese momento podían ver en Victoria.
—Olivia, si comienzas a llorar ahora, cuando llegues a la iglesia
estarás deshidratada. —Le advirtió Julia, con una sonrisa y se
limpió disimuladamente las lágrimas, con un delicado pañuelo de
seda.
—Creo que las dos deberíamos tomar en cuenta ese consejo,
porque también estás llorando, no creas que no te vi —respondió
Olivia, riendo, al tiempo que se secaba las lágrimas y suspiró—.
No puedo creer que nuestra chiquilla ya sea toda una mujer y que
esté a punto de comenzar una nueva vida junto al hombre que
ama y; que, incluso, esté esperando un bebé —expresó con la
mirada brillante.
—Te entiendo, el tiempo pasa tan rápidamente… —Julia
también suspiró con nostalgia—. Me parece que fue ayer cuando
ayudamos a Virginia a traerla al mundo, era tan rosada y
pequeñita… Cuando dio sus primeros pasos o cuando nos llamó
tías, por primera vez.
—Todas las travesuras que hacía después, sus risas que
llenaban nuestro hogar y el fuerte carácter que mostraba algunas
veces. ¡Cuánto me alegra que volviera a ser nuestra Vicky! —
expresó mirándola.
—A mí también me alegra mucho, sé que los golpes de la vida
la habían hecho esconderse en una coraza, pero aquí está de
nuevo y estoy segura de que nunca más perderá su alegría ni su
esencia, ahora tiene muchos motivos para ser feliz —dijo Julia,
admirándola con emoción.

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—Y lo será, estoy segura de ello. —Olivia tenía la misma
certeza que su hermana. Se acercó a su sobrina mientras
sonreía—. Te ves tan hermosa, mi ángel. Sé que tus padres te ven
desde el cielo y sonríen por ti —dijo extendiéndole las manos,
para intentar llenar ese vacío que ellos habían dejado en la vida
de su niña.
—Sí, estarán felices y orgullosos de la gran mujer en la que te
has convertido —expresó conteniendo sus lágrimas, pero vio que
ella iba a llorar, así que le acercó su pañuelo—. No, no llores, ellos
están aquí… Stephen estará a tu lado cuando camines hacia el
altar, y Virginia estará cuidando de ti cuando debas traer al mundo
al bebé que crece en tu vientre, ellos estarán en cada momento
importante de tu vida, porque son parte de ti, debes tenerlo
presente siempre, Vicky. —Julia sonreía en medio de las lágrimas
que no pudo contener.
Victoria asintió mientras apretaba sus labios para no sollozar
y desvió la mirada a la fotografía de sus padres, que estaba sobre
su mesa de noche, había sido tomada el día de su boda y los dos
se veían tan felices, justo como lo estaba ella en ese momento.
Cerró sus ojos para imaginarlos allí, rodeándola con sus brazos y
besando sus cabellos, como solían hacer, mientras le decían que
ella había sido lo más maravilloso que les había pasado en la vida,
ya que esa frase se la dejó escrita su madre en una carta, y su padre
también se la repetía siempre.
Sus tías y sus amigas la rodearon, llenándola de una sensación
maravillosa de calidez, haciéndola sentir que realmente sus padres
estaban allí con ella. No pudo contener sus lágrimas cuando la
nostalgia y la felicidad se apoderaron de su corazón, las dejó
correr libremente y pensó que Terrence la vería igual de hermosa,
si llegaba con el maquillaje corrido; y sabía que la comprendería,
porque la amaba.
Sin embargo, Annette y Patricia, no serían unas buenas amigas
y madrinas si dejaban que se presentase en esas condiciones; así
que, una vez que las emociones se apaciguaron, la llevaron de

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nuevo hasta el tocador y la sentaron para arreglarla. Después de
unos minutos, lucía igual de hermosa, su piel blanca como la
porcelana no tenía un solo rastro de las lágrimas y resplandecía
de nuevo.
Escucharon un llamado en la puerta y rápidamente ordenaron
el tocador, pensando que quizá se trataba de la matrona, que
había ido para ver cómo había quedado Victoria. Annette y
Patricia la ayudaron a ponerse de pie y acomodaron la cola del
vestido, para que luciera perfecta, luego dieron la orden para que
entraran y se sorprendieron al ver que quien lo hacía no era la tía
Margot, sino Angela.
—¡Victoria! ¡Qué hermosa te ves! Oh, lo siento, señorita
Anderson, se ve usted espléndida —expresó con la mirada
brillante de emoción.
—¡Angela! No puedo creer que estés aquí… ¿Cuándo llegaste?
—Victoria se acercó para abrazarla, sabía que ni sus tías ni sus
amigas le reprocharían que tratara a su dama de compañía con
familiaridad.
—Hace una hora, pero pasé primero por la casa, para
refrescarme y venir a ayudarla… Aunque, por lo que veo, ya no
hace falta, luce como un ángel —expresó con las lágrimas al
borde de sus pestañas.
—Gracias, amiga… Ya estoy casi lista, pero más que tu ayuda,
me hace feliz tu presencia —dijo con sinceridad, apretando más
el abrazo y sintió algo que no había notado—. Espera… ¿Tú…?
—Se alejó para mirarla—. Angela, ¿estás embarazada? —
preguntó, aunque era obvio.
—¡Sí, tengo tres meses! —respondió riendo—. Ya estaba
embarazada cuando salimos hacia Europa; al llegar a Italia,
comencé con los malestares; de inmediato, la abuela de Antonio
aseguró que estaba esperando un bebé, así que consultamos a un
doctor y él lo confirmó —explicó con una gran sonrisa.
—¡Felicitaciones, me siento tan feliz por Antonio y por ti! —
dijo acariciándole el vientre, que estaba más grande que el suyo.

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—Felicidades, Angela —dijeron Julia y Olivia, abrazándola.
—Qué lindo que estés esperando un bebé —mencionó
Patricia.
—Enhorabuena, Angela. —Annette también la felicitó.
—Pues, yo también te tengo una noticia —anunció Victoria y
pegó la falda del vestido para mostrarle su vientre.
—¡Oh, Dios mío… Vicky! —exclamó mirando con alegría y
asombro la curva de lo que sin duda era un embarazo.
—Tengo un mes menos que tú, pero el vestido lo disimula
muy bien y; por suerte, he sentido muy pocos malestares, casi
nada.
—En verdad, me alegra mucho, sé cuánto deseaban usted y el
señor Terrence, un bebé…, pero seguro su tía me reprochará por
haberla dejado sola —acotó con una mezcla de risa y llanto.
—No te preocupes por eso, ella está feliz con la noticia;
además, desde hoy seré la señora Danchester. —Sonrió y le besó
la mejilla.
Angela hizo a un lado el miedo que le provocaba la
reprimenda de la matrona, miró a Victoria con una gran sonrisa
y la abrazó, mostrándole con ese gesto que realmente estaba feliz
por ella. Ahora que vivía en carne propia la experiencia de ser
madre, sabía que el milagro de llevar un hijo en el vientre y traerlo
al mundo, bien valía aguantarse cualquier regaño, así que con
gusto lo aceptaría.

Su vida daría un nuevo giro a partir de ese día y había soñado


tanto con todo lo que viviría en adelante, con la libertad que
tendría, al menos por unos meses, que tenía ganas de gritarlo a
todo pulmón; y poco le importaba si creían que el centradísimo
magnate Brandon William Anderson Ferguson, se había vuelto
un demente por gritar que era el hombre más feliz del mundo.
Sentía que su pecho cada vez se hacía más ancho, para abarcar la
emoción que lo embargaba; de pronto, un suave golpe en la
puerta lo sacó de sus ensoñaciones.

600
—Adelante —ordenó mientras se veía en el espejo de cuerpo
entero y se acomodaba los puños de su camisa.
—Hijo…, ya falta poco para que salgas. Pasé para ver cómo
iba todo —dijo Margot, entrando a la habitación.
—Ya estoy listo, tía… En realidad, lo estoy desde hace una
hora —respondió con una sonrisa y se acercó a ella—. ¡Vaya!
Luce muy hermosa… Si los reyes de Inglaterra hubiesen asistido
a la boda, estoy seguro de que la reina, Mary, habría sentido
envidia al verla.
—No exageres, Brandon… Solo me vestí para esta ocasión
tan especial… Si lo dices por la tiara, déjame decirte que fue idea
de tu prometida. Ella insistió en que se me vería bien, pero tengo
mis dudas —alegó, sonrojándose—. También fue su idea que
usara algo de maquillaje y este vestido de seda más liviana…
Accedí para complacerla, porque estaba muy entusiasmada, pero
no sé… ¿En serio me veo bien? ¿No parezco una de esas mujeres
desubicadas, que no saben lo que les queda mal y hacen el
ridículo? —inquirió mirándolo.
—Tía, si existe algo que me han inculcado desde niño es ser
sincero en cualquier circunstancia y más con las personas
allegadas, créame cuando le digo que luce espléndida, y debo
felicitar a Fransheska, por convencerla para que luciera así este
día —aseguró, tomándole las manos para mirarla a los ojos—.
Estoy seguro de que hoy le robará más de un suspiro a algunos
caballeros —dijo con una amplia sonrisa.
—¡Brandon, por favor! Deja de decir tonterías, a mi edad, ya
no estoy para andar con ciertas actitudes, tampoco me interesa
atraer la atención de ningún caballero. No creas que no sé qué ya
no luzco la belleza que poseía antaño, puedo ser vieja, pero no
soy ilusa y sé muy bien que estoy arrugada, llena de canas y
achaques… Soy perfectamente consciente de mi edad. —Le
ofendió que se burlada.
—Tía, por favor, no se ofenda porque lo que le digo es
cierto… Usted es hermosa, elegante; y eso ni los años o las

601
arrugas podrán borrarlo, así que no se extrañe cuando algún
caballero contemporáneo con usted la halague —dijo mirándola
a los ojos y sonrió al ver que se sonrojaba—. Y le insistiré a
Fransheska para que la haga verse todos los días tan bella como
luce hoy… Y no admitiré negativas al respecto, Margot Anderson
—señaló al ver que intentaba protestar.
—Eres un adulador —dijo sonriendo, hacía mucho que nadie
resaltaba su belleza; sin embargo, se tornó seria—. Pero te
advierto que no quiero que estés haciendo comentarios sobre
posibles relaciones sentimentales con ninguno de los caballeros
presentes el día de hoy, mira que soy una mujer respetable y muy
centrada. ¿Entendido? —Le dejó claro, al ver esa mirada pícara
que él mostraba.
—Entendido… No haré ningún comentario; sin embargo, si
algún caballero desea cortejarla de manera formal, tendré que
decírselo y usted deberá darles una respuesta, pues es de muy mal
gusto dejarlos con la interrogante con respecto a su reacción. ¿No
le parece? —inquirió con una sonrisa, viendo el sonrojo de su tía.
—¡Brandon William, ya hablé! Mejor concéntrate en tu
boda… Ya decía yo que con lo soñador que eres, no podía casarte
con una mujer que no fuese igual, Fransheska te llena la cabeza
de fantasías —expuso y le dio la espalda para esconder la sonrisa
que él le había provocado.
—En realidad, ella me llena la vida de fantasías extraordinarias
y de realidades maravillosas, tía; me hace sentir el hombre más
feliz sobre la tierra, y es lógico que también desee ver felices a las
personas que amo, y a usted la amo con todo mi corazón… Ha
sido una madre para mí y aunque en muchas ocasiones hemos
tenido diferencias, la verdad, no tendré cómo agradecerle todo lo
que ha hecho por esta familia, pero en especial, por mí. Sin su
guía, su temple y sus consejos no hubiese podido con este peso
—mencionó acercándose para tomarle las manos y mirarla a los
ojos—. Soy la cabeza de la familia Anderson, pero el pilar

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fundamental es usted; y eso nadie podrá ponerlo en duda, jamás
—agregó con el pecho lleno de emoción.
—Brandon… —Margot sintió cómo se le quebraba la voz por
las emociones que se desataron en su pecho al escuchar las
palabras de su sobrino—. Solo he sido quien me ha tocado ser,
llevado a cabo el papel que la vida me dio… Y sé que no he sido
perfecta, que he cometido muchos errores, pero créeme, siempre
ha sido pensando en el bienestar de todos —expresó con el llanto
oprimiendo su pecho.
—Lo sé, tía…, sé que siempre ha sido así —dijo mirándola.
—Dios no me bendijo con hijos nacidos de mí, pero me los
dio a ustedes y me aterraba fallar en la importante labor de hacer
que fueran hombres y una mujer de bien… Sabes que perdí a mi
madre siendo muy joven y, sin ella, no hubo nadie que me
enseñara cómo criar a un hijo, no tenía a nadie que me aconsejara
cómo debía actuar ante situaciones difíciles… Tuve que
aprenderlo sola y tratar de hacerlo de la mejor manera, pero dudé
muchas veces de las decisiones que tomaba y me aterré ante
situaciones que sentía se me escapaban de las manos, por eso
quizá fui demasiado radical en algunas ocasiones, pero todo fue
provocado por el miedo a fallar, porque ser Margot Anderson,
no ha sido fácil —confesó mirándolo a los ojos y posó la mano
en su mejilla, al tiempo que sonreía—. Pero cuando veo a mi
familia… Cuando te veo a ti, a Christian, a Sean; incluso, a la
rebelde de Victoria, me siento feliz de ser parte de sus vidas, de
haber moldeado en algún momento sus caminos y haberles
indicado cómo seguirlos… Aunque después, ustedes tomaron el
suyo, eso me hizo sentir bien, porque me demostró que no estaba
criando títeres, sino a hombres y una mujer con temple y fuertes
convicciones, para mantenerse firme ante las adversidades…
—Usted nos preparó para eso, ver su fortaleza, su
determinación y su honestidad, así como la del tío Stephen, fue
lo que nos hizo lo que somos hoy en día y; créame, todos estamos
muy agradecidos… Ya sé que tengo alma de aventurero y que no

603
soy el mejor sobrino del mundo, pero deseo que sepa que la
quiero mucho… No dude de eso nunca.
—Lo sé, querido… Y si te confieso todo esto hoy, no es
porque estés a punto de casarte y Victoria también, lo hago
porque siento que he cumplido mi papel y creo que es justo que
sepan que me siento muy orgullosa de ambos —expresó con los
ojos cristalizados por las lágrimas—. A partir de hoy, tu visión
del mundo y de la vida cambiarán, y lo hará aún más cuando a tu
vida llegue la bendición de un hijo, que espero no tarde mucho,
mira que ya estoy vieja y deseo al menos ver unos dos o tres
herederos Anderson por allí, corriendo… Como en los viejos
tiempos, cuando los chicos y Victoria nos llenaban la vida de
alegría… Solo ellos lograban hacerme sonreír de verdad en esa
época tan difícil, aligeraban la carga que llevaba sobre mis
espaldas. —Su voz era ronca por las lágrimas que se acumulaban
en su garganta, mientras los recuerdos llegaban hasta ella.
—Por lo pronto, ya el de Victoria viene en camino; tendrá que
esperar un poco más, por los míos, pero le prometo que le daré
esos nietos que tanto anhela —dijo Brandon, conmovido por los
recuerdos.
—Gracias, hijo. —Sonrió y le besó cada mejilla.
Brandon le dio un fuerte abrazo, agradeciéndole también con
ese gesto por haber sido una madre para él, llenando el vacío que
dejó la suya cuando apenas era un niño y; luego, al perder a su
hermana, Alicia. Se separaron mirándose a los ojos que ya no
pudieron seguir conteniendo el llanto y lo dejaron correr, aunque
no por mucho, pues Margot no permitía que las emociones la
dominaran, mucho menos cuando podía arruinar su maquillaje.
—Bien, basta de lágrimas, que todavía nos quedan muchas
emociones por vivir… Será mejor que pases por la habitación de
Victoria, para que la veas antes de salir para la iglesia, ya es casi
hora y el novio no debe llegar tarde —ordenó retomando esa
postura erguida y segura, mientras caminaba hacia la puerta.

604
—Lo he dicho, tienes mucha fortaleza y no cambiarás, Margot
Anderson —dijo Brandon, riendo, pues él seguía llorando, pero
ella ya lucía estoica, como siempre; le tomó la mano y besó la
mejilla—. La verdad, no deseo que cambies ni un poco…
Aunque dudo que puedas seguir mostrándote tan impasible,
cuando tengas a Brandon Anthony corriendo por toda la casa —
agregó con una sonrisa pícara y la mirada brillante, ante la
sorpresa que había causado en su tía, al escuchar el nombre que
pensaba ponerle a su primer hijo.
Margot sonrió emocionada y apretó aún más la unión de sus
manos, demostrándole con ese gesto que la hacía muy feliz que
honrara a su precioso ángel. Salieron de la habitación tomados
del brazo y ella no podía dejar de mirarlo, sintiéndose orgullosa
de cómo se veía su sobrino ese día, no solo por lo apuesto que
lucía, sino por la felicidad y seguridad que irradiaba.

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Capítulo 47

Lo primero que vio Brandon, cuando Angela abrió la puerta,


fue a Victoria, llevando un bellísimo traje de novia y de inmediato
quedó embelesado por ella, lucía tan hermosa que apenas podía
creer que fuese real. A su cabeza llegó aquella imagen de la
pequeña que consiguió deambulando por el bosque y que lo había
confundido con un ángel, su inocencia y al mismo tiempo su
carácter, lo cautivaron en ese momento, además del enorme
parecido con su hermana Alicia.
Nunca vio a Victoria como a una hija, aunque después de que
muriese su tío, Stephen, él asumiera en parte ese papel, pero
apenas le llevaba siete años y; antes de Fransheska, nunca pensó
en tener hijo. Sin embargo, al ver a su prima en ese instante, le
hizo imaginar el día en que él viese a su hija vestida de novia, y se
emocionó tanto, que no le quedaron dudas de que sería el padre
más feliz y orgulloso, que su corazón latiría justo como lo estaba
haciendo en ese instante.
—¿Te quedarás allí parado todo el día? —preguntó Victoria,
con una hermosa sonrisa, mientras apoyaba las manos en su
cintura.
—¿Eh? Disculpa, Victoria, estaba… —Intentó salir del estado
de ensoñación y se acercó hasta ella.
—En otro mundo… Uno de fantasías, seguramente, pero
déjame decirte que no es tu princesa quien está en esta habitación,
sino tu prima, así que dime… ¿Cómo me veo? —preguntó
sonriendo.
—¡Maravillosa! Te ves como un ángel… Y en realidad,
pensaba en el futuro, en lo que sentiré cuando vea a la hija que

606
sueño tener algún día, justo como luces tú ahora… Espero que
mi pequeña irradie la misma felicidad que veo en ti… Esa que
hace que te veas tan hermosa, porque no es solo el vestido, el
peinado o el maquillaje… Esa luz y esa belleza se proyectan
directamente desde tu corazón y tu alma —esbozó emocionado
y le acarició la mejilla con ternura.
—Brandon… —Sus ojos se humedecieron de nuevo y se
amarró a él en un abrazo, luego se movió para mirarlo a los
ojos—. Me siento tan feliz, estoy empezando a creer que es un
sueño…
—Si quieres, te pellizco, para que veas que es real —dijo
riendo.
—Mejor lo hago yo —dijo ella y le apretó la punta de la nariz
mientras reía, luego suspiró cuando las emociones la embargaron
de nuevo—. Gracias por estar a mi lado siempre, por ser más que
un primo, un hermano para mí… Por sostenerme cuando sentía
que ya no podía más… No sé qué hubiese hecho sin ti —confesó
y no pudo contener la lágrima que rodó por su mejilla.
—Hubieses continuado, porque hay mucha fortaleza dentro
de tu corazón, Victoria… Aunque hayas sentido que a veces te
fallaba y que la desesperación te ganaba, así que estoy seguro de
que hubieses salido adelante. —Le acunó el rostro para mirarla a
los ojos—. Tú merecías tener esta felicidad y; de alguna u otra
manera, sé que iba a llegar a ti.
—Yo también sabía que tú la encontrarías, y estoy tan segura
de que serás plenamente feliz —dijo apoyando las manos en sus
mejillas—. Mereces cada cosa buena que te guarde el destino,
mereces tener a tu lado a una chica como Fransheska y mereces
tener una familia maravillosa… Y quiero muchos sobrinos, pues
yo te daré muchos a ti —agregó mirándolo a los ojos con una
sonrisa que iluminaba su mirada.
—De eso no me quedan dudas…Ya me llevas ventaja; algo
me dice que, Terrence y tú, no perderán tiempo para tener otro
más —acotó divertido al ver el leve sonrojo que pintó las mejillas

607
de su prima y le besó la frente—. Prometo que yo también te daré
muchos sobrinos y le traeremos a esta casa la alegría que tenía,
años atrás. —Se volvió para mirar a la matrona y le extendió la
mano, invitándola a acercarse a ellos—. Solo espero que mi tía,
no tenga ningún problema en dejarlos correr por la casa o trepar
a un árbol, de vez en cuando… Tampoco si deciden tener
mascotas —dijo con la mirada brillante y aguantando una
carcajada al ver cómo le cambiaba el semblante.
—¿Aceptará todas las mascotas que tengan nuestros hijos, tía
Margot? —inquirió Victoria, mirándola con anhelo.
—Las aceptaré, siempre y cuando sean mascotas tradicionales,
nada de animales exóticos. —Le advirtió al recordar que su
sobrino hizo un berrinche cuando ella le dijo que no podía tener
un ciervo de mascota.
—Entendido, será un perro, un gato, un conejo o… un
ciervo…
—¡Brandon William! ¡He hablado! —Lo reprendió como a un
niño.
Todos rieron a carcajadas y Margot también dejó ver media
sonrisa que trató de disimular, pues debía dar ejemplo; sentía que
el peso de responsabilidad que siempre había llevado en su
espalda comenzaba a hacerse más ligero. Sabía que había muchas
cosas que no cambiarían en ella, pero se sentía tan bien esa
especie de libertad que empezaba a sentir ahora que veía a sus
sobrinos realizados.
—Victoria, quiero hacerte entrega de algo que Stephen
deseaba que tuvieras —anunció, sacando de su pequeño bolso
una cadena con un relicario—. Cuando su enfermedad se agravó,
me pidió que enviara a hacer esto. Debo confesar que en un
principio me negué, porque hacerlo, significaría que tenía que
asumir que él se iría, pero tras su insistencia lo hice, y cuando se
lo mostré, me pidió que lo guardara hasta este día.
Victoria tomó el relicario con dedos temblorosos y en ese
instante todo lo demás desapareció para ella, acarició con el

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pulgar el escudo de la familia Anderson que tenía en la parte
frontal y luego lo abrió muy despacio. Dentro, estaba una
fotografía de sus padres con ella en brazos, cuando era bebé; en
la otra cara, estaba una de ella, junto a Terrence, cuando cumplió
dieciséis años. Una sonrisa se dibujó en sus labios y; al mismo
tiempo, un par de lágrimas rodaron por sus mejillas.
—Lee la inscripción que tiene detrás —dijo Margot con la voz
ronca por tener que aguantar su llanto.
—Sí… —Victoria le dio la vuelta y acarició la caligrafía que
sentía era la de su padre, luego leyó en voz alta—: «Has sido lo
más maravilloso que nos ha pasado en la vida y siempre
estaremos contigo, porque eres nuestra Victoria». —Ella no pudo
seguir conteniendo sus emociones y las liberó en un torrente de
sollozos, se llevó el relicario al pecho y apretó los párpados con
fuerza.
Sintió cómo su primo la envolvía en sus brazos y acercaba a
su pecho, para darle consuelo, mientras le daba un par de besos
en el cabello y le acariciaba la espalda con ternura. Eso fue un
bálsamo para su alma que extrañaba tanto que su padre hiciera
eso, que habían pasado noches añorando su cariño y también la
presencia de su madre; aunque a ella apenas la recordaba, no
dejaba de dolerle el hecho de que Dios se los hubiese llevado tan
pronto.
—Le prometí que te lo daría… Sabía que iba a conmocionarte,
creo que debí pasar más temprano a verte —comentó Margot al
ver que su maquillaje iba a dañarse. Le acarició el cabello para
consolarla.
—Muchas gracias, tía —susurró, abrazándose a ella con
fuerza.
—Ya no llores, pequeña… Tu padre habría querido verte
sonriente.
—Lo sé…, lo sé, pero lo extraño demasiado —sollozó.
—Pues, ahora lo tienes aquí, ven…, vamos a ponerte su
regalo.

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—Sí —dijo alejándose un poco y se dio la vuelta para que su
tía se lo pusiera. Luego caminó hasta el espejo y le pareció lo más
hermoso que podía llevar ese día, pero al ver su rostro, suspiró
con desgano—. Chicas…, lo siento tanto, otra vez arruiné el
maquillaje.
—Tranquila, enseguida lo retocamos —dijo Annette,
sonriéndole.
—El de todas —acotó Patricia, ya que ese gesto del papá de
Victoria también había tocado una fibra sensible en ellas.
Todos rieron mientras se secaban las lágrimas con sus
pañuelos, que evidentemente tendrían que reemplazar por otros,
porque ya esos estaban húmedos y no estaría de más llevar uno
extra a la iglesia. Escucharon que llamaban a la puerta y, cuando
Angela abrió, vio que eran Christian y Sean, quienes estaban
buscando a Brandon, pero también aprovecharon para ver a
Victoria; y como era de esperarse, ambos quedaron cautivados
por la belleza de su prima.
Minutos después, llegó Dinora, para notificarle a Brandon que
Robert acababa de llegar junto a su esposa y lo esperaban en
salón; él se despidió de su prima con un abrazo cariñoso y una
linda sonrisa. Sus sobrinos lo acompañaron para ayudarlo con los
últimos detalles, y mientras se acomodaba la chaqueta y el cabello
frente al espejo, sentía que su corazón se aceleraba y la emoción
en él, crecía.

En cuanto la mirada de Terrence se posó en la imponente


fachada de la Catedral El Santo Nombre, sintió que su corazón
se saltaba un latido, para después desbocarse; y que su cuerpo era
embargado por la ansiedad. Le había tomado tanto tiempo llegar
a ese momento, que a veces sentía el temor de que algo malo
pudiera ocurrir y que su sueño de casarse con Victoria, no se
diera; aunque suponía que a esas alturas y con un bebé en camino,
ya nada podía evitar que ellos se convirtieran en marido y mujer
aquel día.

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El auto se detuvo, pero ellos se quedaron dentro mientras
veían al gran grupo de periodistas que estaba reunido a las afueras
de la catedral; Amelia y Benjen, aprovecharon ese momento para
hablarle a Terrence de sus responsabilidades como hombre de
familia. Le hicieron saber que confiaban plenamente en él y que
sabían que no fallaría, porque se casaría con la mujer que amaba
y eso no lo dejaría cometer errores; aun así, le recordaron que
siempre escuchara a su corazón en los momentos difíciles que
enfrentarían; ya que, incluso las parejas más enamoradas, los
tenían.
—Nada de tomar un barco para irse a Europa —comentó
Amelia, dándole una palmada en la mano y mirándolo a los ojos.
—Tampoco le serviría para escapar, ella iría detrás de él —
bromeó Benjen, su hijo lo miró con asombro y su mujer comenzó
a reír.
—Les prometo que no haré eso de nuevo, cuando tengamos
problemas, nos encerraremos en nuestra habitación y los
resolveremos… —Quiso vengarse de sus padres—. «Hablando»
—añadió con una sonrisa pícara.
Benjen se puso serio al ver que Terrence le había dado la
vuelta al juego, para vencerlo, y Amelia volvió a reír esta vez, a
costa de su esposo. Se acercó para darle un beso en la mejilla y él
sonrió, asumiendo su derrota, pero feliz de la complicidad que
empezaba a construir con su hijo. Dos autos con el escudo de la
familia Anderson, también llegaron a la catedral, y Terrence sintió
que su corazón se lanzaba en una carrera frenética, mientras
contenía la respiración.
—Debe ser Brandon —dijo Amelia, riendo por su
nerviosismo.
—Sí, creo que lo mejor será bajar y entrar a la iglesia,
estaremos menos expuestos allí —sugirió Benjen, mirándolo.
—Por supuesto —respondió estrujando sus manos.
Su padre salió primero y le ofreció la mano a su madre,
segundos después, lo hacía él y alcanzó a ver que Brandon

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también bajaba de su auto, en compañía de la matrona, Robert
Johansson y su esposa. De inmediato, una ola de murmullos se
dejó escuchar entre los invitados que iban llegando y los
periodistas. Terrence se acercó a Brandon, para saludarlo con una
gran sonrisa y se unieron en un abrazo.
—Señor Anderson, señor Danchester ¿Cómo se sienten el día
de hoy? —preguntó Martin, para atraer su atención.
—Creo que eso es algo bastante obvio, amigo —contestó
Terrence, mirándolo divertido—. Pero si quiere que lo exprese
con palabras…, diría que me siento el hombre más feliz del
mundo, y supongo que Brandon diría que se siente igual —
bromeó mirando a su amigo.
—Ciertamente y es algo común decir esas palabras; sobre
todo, cuando estamos por casarnos con mujeres maravillosas,
hermosas y a las que amamos profundamente —acotó Brandon,.
—¿Nos compartirá a dónde se irá de luna de miel, señor
Anderson?
—Mi futura esposa todavía ignora nuestro destino, porque
planeo darle la sorpresa después de la boda, así que no puedo
responder a esa pregunta, pero no se preocupe…, prometo
enviarle una postal desde nuestro primer destino, y allí le
mencionaré algunos de los siguientes; será un viaje de varios
meses —respondió con una amplia sonrisa.
—Seguro lo disfrutarán mucho —comentó el reportero, que
admiraba el espíritu aventurero del magnate. Ya había hecho un
reportaje sobre los lugares que visitó con su fundación—. ¿Y qué
hay de usted, señor Danchester? ¿Piensa regresar a Europa?
—Sí, tenemos pensado pasar unos meses en Escocia y; tal vez,
regresar para las fiestas de Navidad —respondió, sonriente.
—¿Tendremos la oportunidad de ver al señor Fabrizio hoy?
—Lo interrogó John, que había estado en la rueda de prensa.
—Sí, mi primo viene en compañía de Fransheska, será el
encargado de entregarla, junto a mi tío… Él no está
acostumbrado a toda esta atención, así que les pediré que sean

612
considerados; las últimas semanas han sido muy agitadas para él
y todavía sigue en recuperación.
—No se preocupe, señor Danchester…, seremos
mesurados—acordó mirando a sus colegas, quienes asintieron.
—Se los agradezco… Bueno, caballeros, como
comprenderán, debemos ocupar nuestros lugares.
—Muchas gracias por acompañarnos en este día tan especial
—añadió Brandon con un tono amable.
—Gracias a ustedes por tomarse el tiempo para responder
nuestras preguntas. —Martin habló en nombre de todos.
Brandon y Terrence les sonrieron y después caminaron al
interior de la iglesia, en compañía de sus familiares; dentro del
recinto, ya los esperaban Jules y Edith, los que habían sido
designados como padrinos de anillos, por Fransheska. También
estaban Clive y Allison, quienes serían los padrinos de velación
de Terrence y Victoria; en total, serían ocho madrinas y ocho
padrinos, ya que también estaban los de arras y lazo, tal y como
lo dictaba la tradición.
—Buenas tardes. —Brandon y Terrence los saludaron.
—¡Terry! ¡Qué apuesto luces! —Allison se acercó para darle
un abrazo, luego se separó para mirarlo a los ojos—. ¿Cómo están
los nervios? —preguntó con una sonrisa traviesa.
—No estoy nervioso, Allison —mencionó con tranquilidad,
pero sus manos sudaban y su corazón golpeaba con fuerza contra
su pecho.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó mirándolo fijamente.
—Por supuesto, estoy absolutamente seguro de la decisión
que he tomado y también de que Victoria no me dejará plantado
—comentó riendo; decía la verdad, no estaba nervioso, pero sí
muy ansioso.
—Admiro tu calma, Terry… —señaló Brandon y mostró una
sonrisa apenada—. Yo sí confieso que estoy algo nervioso y
tengo una ansiedad que me está torturando, y se hace peor a cada
minuto que pasa.

613
—Te acompaño en ese último sentimiento, también me siento
impaciente por que el sacerdote nos declare marido y mujer.
—Es algo muy normal estar nerviosos y ansiosos, aunque
estén seguros de que todo saldrá tal y como lo esperan, siempre
existe cierto temor de que algo lo impida —acotó Clive con voz
calmada.
—Sobre todo, si se trata de una escapista profesional, como
Victoria —murmuró Terrence para él, pero los demás lo
escucharon.
—Ella no volverá a huir nunca más, Terry —aseguró
Brandon.
Terrence asintió mostrando una sonrisa mientras sentía que la
tensión lo dejaba poco a poco, confiaba en Brandon, pero más
confiaba en su pecosa; sabía que Victoria jamás lo dejaría, se lo
había prometido. Además, él se había asegurado de que se
quedara a su lado siempre, ahora llevaba en su vientre una parte
de él; sonrió, relajando sus hombros y su mirada se posó una vez
más en la entrada, a la espera de que la mujer de su vida la
atravesara.

La familia Wells, llegó a la catedral faltando media hora para


que comenzara la ceremonia; se le hizo tarde porque Elisa decidió
cambiar a último momento el vestido amarillo que tenía planeado
lucir ese día. Cuando se lo puso, sintió que le quedaba un poco
ajustado en las caderas y los senos; además, le parecía que su
vientre también se veía un poco abultado, o quizá era que estaba
algo paranoica, porque su periodo se había retrasado.
Con la ayuda de Flavia e Irene, se lo quitó y se puso uno azul
marino, pero ese no se le veía bien con el collar de esmeraldas
que le había regalado Jules y deseaba lucir ese día. Probó con uno
en rosa, pero se veía muy pálida, el morado tampoco le favorecía
y era muy oscuro para una boda, así que terminó por usar uno
dorado de falda amplia que se le veía muy bien y no se pegaba a
su vientre.

614
—Hay que darnos prisas o entraremos junto a las novias —
dijo Frank, quien no había superado la molestia por la demora de
su mujer.
—Ya sé que tardé más de la cuenta, Frank, pero todavía falta
media hora para que comience la ceremonia. —Le recalcó,
recogiendo la larga falda de su vestido. Frank cambió su gesto
malhumorado al ver a los reporteros y le tendió la mano para
ayudarla a bajar—. Por lo mismo le pedí a los demás que se
adelantaran —murmuró y después sonrió, pues como era de
esperarse, los reporteros los enfocaron enseguida.
Elisa puso su mejor sonrisa mientras posaba, ya que no se
perdonaría salir mal en una fotografía que después rodaría en
todos los diarios de país. Hizo un ademán para saludarlos, como
siempre, dejando en el aire la elegancia, arrogancia y frivolidad
que la caracterizaba.
—Frank, vamos a buscar a Frederick, tengo que acomodarlo
para cuando llegue la prometida de mi tío —expuso, halando
sutilmente la mano de su esposo, para llevarlo a la iglesia.
—Dennis puede encargarse de eso, Elisa —susurró
tomándole la mano para darle un beso, gesto perfecto para una
fotografía.
—Necesito explicarle lo que deberá hacer y que no le de
miedo, sabes que se pone nervioso —le dijo tratando de contener
su rabia.
—Siempre te he dicho que eso es porque lo consientes mucho
y no lo dejas experimentar por sí solo… —calló al ver que Elisa
le dedicaba una mirada furiosa, aunque seguía sonriendo—. Bien
haz lo que desees, mi amor, estaré con Gerard y Gezabel —dijo
para no tener una discusión en ese momento, le dio otro beso
para despedirse.
—Sí, querido. —Disimuló la rabia y el dolor que sentía cada
vez que él le echaba la culpa de la enfermedad de su hijo.
Elisa caminó haciendo respiraciones profundas para controlar
su enojo; no entendía lo que le estaba sucediendo con Frank, pero

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últimamente todo lo que él decía o hacía le molesta. A veces se
recrimina por tratarlo así, pero no podía evitar molestarse ante la
falta de interés que Frank mostraba por su hijo, siempre
minimizando sus problemas, pensando que con pagar a decenas
de doctores que lo atendieran, sería suficiente, cuando lo que su
pequeño realmente necesitaba era su atención y su amor de padre.
Dennis bajó con el niño en brazos y le dedicó una sonrisa
tímida a la señora, pudo ver en los ojos marrones, que intentaba
contener el llanto, seguramente el señor había dicho algo que la
lastimó; sabía que su relación no andaba bien desde hacía
semanas. Elisa le agradeció con una sonrisa y estiró los brazos
para cargar a su hijo, vio que Frederick parecía algo retraído así
que le dio un beso en la mejilla para animarlo, después se dio
media vuelta y caminó hacia la iglesia.

Los miembros de la familia Di Carlo comenzaron a llegar,


primero lo hicieron Fiorella junto a su nieto y su nuera, luego el
auto donde venían Manuelle con Emma y finalmente llegó el auto
donde vendría la flamante novia. Ese era el objetivo de los
reporteros, pero no por fotografiar a la futura señora Anderson
sino por obtener imágenes de Fabrizio Di Carlo; sin embargo, al
acercarse vieron que el auto tenía unas cortinillas que
obstaculizaba la vista hacia el interior.
La tensión y los nervios se apoderaron de Fabrizio, en cuanto
escuchó el murmullo de voces y los pasos que se acercaban al
auto; pero intentó luchar con esas sensaciones para no preocupar
a su padre ni a su hermana. Fransheska podía ver claramente los
nervios en Fabrizio, por lo que llevó su mano y la posó en la
mejilla de su hermano, ante el toque él cerro los ojos y cubrió la
suya, agradeciéndole ese toque que lo tranquilizaba.
Fabrizio se sobresaltó y abrió sus ojos al escuchar que alguien
tocaba la ventanilla del auto, su padre corrió la cortinilla y era
Marion; de inmediato sus latidos se aceleraron porque él pensó
que le sucedía algo porque la vio agitada.

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—¿Qué sucede, mi amor? ¿Estás bien? —preguntó mirándola
a los ojos, en cuanto su padre abrió la puerta.
—Sí, estoy bien, pero… Necesito que te quedes con Joshua
un minuto, es que… Debo ir al baño y no puedo llevarlo conmigo
porque el monaguillo les dará las indicaciones de lo que deben
hacer… Y tu mamá está hablando con el sacerdote.
—Por supuesto —dijo Fabrizio y se movió para salir.
—Espera hijo, será mejor que vaya yo —Luciano lo sujetó por
el brazo, quería evitarle un encuentro con la prensa.
—No, usted debe quedarse con mi hermana.
—Pero en cuanto salgas esos reporteros se te lanzarán encima.
—Estaré bien, por favor confíe en mí —murmuró mirándolo.
—Papá confíe en mi Peter Pan, estoy segura de que sabrá
manejar esto —dijo Fransheska con una sonrisa para apoyarlo.
—Está bien, pero no respondas ni una pregunta.
—Papá eso sería descortés —acotó mirándolo a los ojos.
—Es cierto, bueno si no quieres parecer descortés solo saluda,
con un ademán y nada más —le aconsejó.
—Y sonríe, que no se te note que estás nervioso.
—No lo estoy, Campanita… —negó, obligándose a sonreír.
—Sí lo estás, Peter Pan, no sabes mentir, pero no tienes nada
de preocuparte, ahora ve o la pobre Marion ya no aguantará.
—Está bien, estaré un minuto con Joshua y luego regresaré
por ti; de lo contrario, Brandon vendrá a buscarte pensando que
te has arrepentido —Le apretó la nariz y sonriendo divertido.
—Date prisa para que mi príncipe no piense que lo dejaré
plantado —Le puso las manos en la espalda para sacarlo del auto.
Fabrizio bajó del auto y buscó con la mirada a Marion que
estaba en la entrada de la iglesia junto a Joshua, dio un par de
pasos para caminar hacia ellos; cuando de pronto vio el revuelo
de los periodistas que corrían hacia él e hicieron que sus nervios
se dispararan. Se dio media vuelta con la clara intención de
regresar al auto; sin embargo, ver a su familia lo hizo reunir la
valentía para continuar, así que se irguió cuan alto era y avanzó.

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—¡Señor Di Carlo! ¿Puede responder algunas preguntas por
favor? —preguntó August, sorprendido al verlo por primera vez.
—¿Piensa quedarse por mucho tiempo en América señor Di
Carlo? ¿Dónde estuvo todo este tiempo?
—¿Cómo sigue su salud señor? —inquirió Martin, mirándolo.
—¿Cómo es su relación con el señor Terrence Danchester?
—Jack Russell seguía tras lo que consideraba era el verdadero
encabezado.
—¿Por qué se mantuvo tanto tiempo alejado de su familia?
—¿Es verdad que cayó en la batalla del Somme y casi muere?
Fabrizio escuchaba la lluvia de preguntas a sus espaldas,
aunque intentaba mostrarse relajado e ignorarlas, pero no podía
hacerlo; suspiró, cerrando los ojos unos segundos y después se
volvió hacia los reporteros. Apenas logró sonreír y elevar la mano
en un saludo, pensó que eso los apaciguaría, pero solo hizo que
se animara más por lo que apresuró sus pasos.
—Señor Di Carlo ¿Cómo se siente ahora que está de vuelta
con su familia? —Douglas pensó que eso lo tentaría a responder.
—¿Cómo se sintió cuando supo que el señor Terrence
Danchester ocupó su lugar todo este tiempo? —Jack insistió en
el tema, como el periodista incisivo que era.
Fabrizio frunció el ceño ante esa pregunta y respiró
profundamente para no delatar los recuerdos que se apoderaron
de su cabeza en ese momento. No porque siguiese sintiendo
rencor hacia su primo en ese instante, sino porque aún le
avergonzaba como había actuado; apresuró el paso mientras los
fotógrafos hacían su mejor esfuerzo para lograr una imagen
donde pudiera apreciarse su parecido con Terrence.
—Yo que pensaba que nos habían tomado el pelo con esa
historia de los primos y que lucían como gemelos, pero la verdad
no veo ninguna diferencia entre ambos —dijo August sin perder
detalle del hombre.
—Lo cierto es que parece más arrogante que Danchester, al
menos aquel se acercó y respondió algunas preguntas con ese aire

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de pavo real que siempre luce, pero este no se ha dignado ni
siquiera a eso.
—De seguro está nervioso, recuerden que el señor
Danchester nos pidió que fuéramos considerados con él porque
no está acostumbrado a este tipo de situaciones —indicó Martin
a su favor.
—Puede que sea como dices, pero eso no evita que sea
educado y al menos responda con más que un saludo y esa sonrisa
hipócrita que nos dedicó, no creo que se muera por ello —señaló
Jack, furioso.
Los demás asintieron, apoyando la postura de su colega, pues
no era fácil estar todo el día en ese lugar para que su objetivo no
se acercase siquiera a ellos y no le diera una sola respuesta. Solo
esperaban tener mejor suerte en la recepción a la que algunos
habían sido invitados para cubrir el evento, aunque se les había
advertido que no debían hostigar a ningún miembro de la familia.

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Capítulo 48

Elisa escuchó el revuelo de los periodistas y se volvió para ver


lo que sucedía, en cuanto su mirada se topó con el hombre que
subía la escalinata, se sintió algo confundida porque pensaba que
Terrence ya debía estar esperando junto al atar. Sin embargo, las
preguntas que le hacían los reporteros le aclararon que no se
trataba del hijo de los duques de Oxford sino del verdadero
Fabrizio Di Carlo; el asombro la golpeó de tal manera que se
tambaleó sobre sus tacones.
Alejó la mirada de aquel hombre y entró a la iglesia, sin poder
creer que realmente existieran dos personas tan parecidas sin ser
hermanos, eso era algo absurdo; de pronto vio que él se acercaba,
así que respiró profundo para calmar sus emociones, puso de pie
a Frederick en la alfombra y ella bajó, quedando de cuclillas para
acomodarle el plastrón, tratando de distraerse con esa tarea;
alcanzó a ver de reojo que el hombre se reunía con una mujer y
un niño que debían ser su familia, pues el pequeño se parecía
mucho a él.
—¿Estás bien? —preguntó Marion, acariciándole la mejilla.
—Sí, todo está bien, mi amor… Ahora ve, yo me quedo con
Joshua —respondió sonriéndole y le dio un beso en la mano.
—Regreso enseguida —acotó y caminó de prisa para alejarse.
—¿Por qué esa gente te hace tantas preguntas, papi? —
cuestionó Joshua con curiosidad mientras lo miraba.
—Porque, al igual que a todos, les asombra mi parecido con
tu tío Terrence y quieren saber muchas cosas, pero no podía
responderles porque me hubiesen mantenido ocupado por
demasiado tiempo y eso habría retrasado la boda —respondió

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detalladamente y su hijo asintió con una sonrisa. Fabrizio vio a la
mujer que estaba en el salón y se notaba algo tensa—. Buenas
tardes —saludó con una sonrisa amable.
—Buenas tardes —respondió Elisa elevando la mirada, su voz
tenía un acento completamente distinto al de Terrence.
—Nuestros hijos tendrán una labor bastante difícil —dijo él
con media sonrisa y también se puso de cuclillas—. Encantado,
Fabrizio Di Carlo —se presentó, extendiéndole la mano.
—Es un placer, Elisa de Wells, soy sobrina de Brandon —
respondió con una sonrisa y estrechó la mano que le ofrecía;
sintiéndose algo extraña pues ya alguien más se había presentado
ante ella con ese nombre, pero con una actitud menos amable.
—Desde hoy será también la sobrina de mi hermana —acotó
soltando sutilmente el agarre y volviendo la cabeza hacia Joshua,
para acomodarle el botonier que era una hermosa rosa blanca.
—Sí, será mi tía política… Aunque es menor que yo —dijo
sin pensarlo, pero después se dio cuenta que no había sido un
comentario educado—. Es una joven encantadora —quiso
enmendar su error.
—Sí, realmente lo es. —Fabrizio la miró de soslayo y elevó la
comisura derecha en una sonrisa, para hacerle ver que su
comentario no lo había molestado; después de todo, estaba en lo
cierto, el futuro esposo de su hermana le llevaba diez años.
Joshua veía a la dama y le parecía que era muy bonita, tenía el
cabello del mismo color que Mathieu, pero no tenía pecas sino
una piel muy blanca; como las de las muñecas de porcelana de su
madrina. Después miró al niño que era más bajito y supuso que
debía tener unos cuatro años, su cabello era marrón y sus ojos
también, le regaló una sonrisa, sintiendo el deseo de entablar una
amistad con él.
—Creo que este campeón perdió su botonier —mencionó
Fabrizio, mirando al niño de la pelirroja
—¡Oh, cielos, lo olvidé en el auto! —dijo Elisa, alarmada—.
¿Podría cuidar de Frederick un segundo mientras lo busco, por

621
favor? —preguntó al tiempo que su rostro se cubría de carmín
por la vergüenza, además de que el parecido de Fabrizio con
Terrence la tenía nerviosa.
—No hace falta, yo le pondré el mío —dijo quitándoselo—.
Debo regresar al auto por mi hermana y ahí tenemos una docena,
porque sabemos que Joshua terminará arruinando unos cuantos
durante la ceremonia —añadió sonriente.
—Papi —susurró avergonzado, aunque su padre habló en
inglés, Joshua supo que había bromeado sobre él.
—Tienes unos ojos preciosos, Joshua. —le dijo con cariño—
. No te preocupes, no eres el único que juega con el botonier,
mira a Frederick… Tu padre no ha terminado de ponerle el suyo
y ya quiere quitárselo —dijo Elisa, pero no obtuvo respuesta.
Comprendió el motivo de su silencio, cuando vio que su
padre, le habló en francés, traduciéndole lo que ella le había
dicho, en ese momento el pequeño soltó una carcajada.
—Apenas sabe algunas palabras en inglés —acotó Fabrizio
desviando la mirada a Elisa, quien asintió y le regaló una sonrisa.
—Así que eres francés… Mi esposo también. —Elisa le habló
en su idioma, ya que lo manejaba a la perfección.
—Yo soy de Amiens —dijo sonriente y con más confianza.
—Mi esposo es de París —mencionó ella, admirando la
desenvoltura del niño para entablar una conversación.
—¿Su esposo es el señor de París, el alto, alto, muy alto? —
preguntó elevando su brazo por encima de su cabeza para hacer
la estatura del señor que había conocido.
—En realidad, mi esposo no es tan alto, es un poco más bajo
que tu papá —respondió Elisa y sintió tristeza al ver a Frederick,
que miraba con anhelo a Joshua, como deseando hablar con la
misma agilidad.
—Ah, entonces debe ser otro señor de París, porque ese era
muy alto y tenía muchos músculos, como mi tío Manuelle.
—Definitivamente no es mi esposo —dijo Elisa riendo y
olvidándose de que el padre del niño estaba allí—. Por lo que me

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dices debe ser el señor Leblanc, también es de París y es tal cual
lo describes —expresó y su mirada se iluminó al recordarlo.
—Sí, es él… Me dijo su nombre, pero lo había olvidado —
asintió sonriendo con timidez y desvió la mirada a Fabrizio—.
¿Papi, qué tengo que llevar yo?
—Deberás llevar las alianzas para dárselas a la señorita
Dupont y ella se las entregará a tu tía —respondió Fabrizio
tratando de controlar la sonrisa que bailaba en sus labios.
—¿Y tú qué llevarás? —Le preguntó a Frederick al tiempo que
le ponía una mano en el hombro. El niño solo se alzó de
hombros, en clara señal de que no sabía, así que Joshua miró a su
padre—. Papi pregúntale qué llevará él. —Quería ayudarlo.
—Mi hijo quiere saber qué llevarás, Frederick… Seguramente
serán las arras. —Fabrizio habló en inglés para que entendiera.
Frederick al sentirse en confianza con Joshua intentaba hablar;
sin embargo, al segundo intento desistió y miró a su madre
buscando ayuda en ella. Elisa sintió como un nudo le cerraba la
garganta y apretó la mandíbula para ganarle a las ganas de llorar
que le subieron de golpe, mientras su mirada se perdía en el rostro
de su pequeño, ella no veía en Fabrizio Di Carlo ni Joshua a
personas crueles, así que se dispuso a explicar la condición que
afectaba a su hijo.
—A Frederick le cuesta comunicarse —expuso y no pudo
evitar que su voz se escuchara ronca, Fabrizio la miró sin
comprender—. Mi hijo… sufre de un trastorno del habla, es
tartamudo —susurró en francés para que Joshua entendiera, al
tiempo que volvía la mirada cristalizada a su padre.
Fabrizio apenas espabiló ante las palabras de la dama pelirroja,
tragó grueso para tragar la molesta sensación en su garganta; ya
que como padre imaginaba lo duro que debía ser tener a un hijo
con tal problema. No debía ser fácil para sus padres ni para el
niño lidiar con esa condición de no poder comunicarse bien,
mucho menos siendo tan pequeño y sin poder comprender a
cabalidad lo que le sucedía.

623
—¿Frederick está enfermo, papi? —preguntó Joshua en un
susurro, para no ser imprudente.
—No, mi vida —respondió Fabrizio de inmediato—. Solo le
cuesta hablar, su voz se pausa involuntariamente… Es como
cuando tienes hipo que no puedes hacerlo de manera normal, a
él le pasa todo con mayor frecuencia —le explicó con voz
cariñosa y la sobrina de su cuñado le dedicó un dedicó una mirada
de agradecimiento.
—Pero… ¿Puede curarse?… ¿Podrá hablar algún día como
nosotros? —preguntó y su mirada se tornó triste, su corazón
bondadoso comprendía por lo que pasaba el niño a su lado.
—Tal vez… Sí —contestó él, desviando su mirada a la joven
madre que asintió—. Hay tratamientos que pueden ayudarlo —
continuó y miró a su hijo, que en ese momento pasó su brazo por
encima de los hombros de Frederick, siendo un poco más alto y
le besó en la sien.
—No te preocupes, Frederick… Yo te voy a curar, voy a ser
el mejor médico y te voy a curar. —Le dijo depositándole otro
beso, mientras le sonreía.
Elisa no pudo retener la lagrima que rodó por su mejilla al ver
a Joshua siendo compresivo y cariñoso con su hijo, ofreciéndole
palabras de aliento que, viniendo de otro niño, seguramente
tendrían mayor significado para su hijo. Desvió la vista a Fabrizio
y vio que le dedicaba una mirada de ánimo, en lugar de las de
compasión que había recibido desde que compartió con sus
familiares la condición de su hijo; limpió rápidamente la lágrima,
respiró profundo y le sonrió en agradecimiento.
—Frederick… dice mi hijo que no te preocupes, que él te va
a ayudar para que mejores, tal vez sea un poco difícil porque no
hablan el mismo idioma, pero sé que se entenderán y podrán
jugar —Le explicó Fabrizio rozando con sus dedos la mejilla del
niño, que le regaló una sonrisa—. Eso sí, deberán esperar a que
termine la ceremonia.
—Papi dile que jugaremos con el señor Lapín.

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—Lapín es su conejo —aclaró Fabrizio con una sonrisa.
—Seguramente le gustara, Frederick tiene a Daniel, un perro
que le regaló su tío por Navidad —expuso Elisa con una
sonrisa—. Si no hay inconveniente, podrían llevar a Joshua a mi
casa un día y así puedan jugar y conocerse mejor. —Sentía que
debía darle la oportunidad a su hijo de interactuar con otros niños
y tal vez eso lo ayudaría a desenvolverse mejor y ser más seguro,
pues lo veía asentir y sonreír mientras Joshua le hablaba, aunque
no le entendiese.
—Me parece perfecto, Joshua no tiene amigos de su edad en
este país y sé que extraña tenerlos porque en Francia dejó a los
nietos de nuestros vecinos —dijo Fabrizio con entusiasmo.
—Entonces está acordado —sentenció ella y miró a su hijo
con una gran sonrisa—. ¿Fred, quieres que Joshua vaya a la casa
a jugar contigo y con Daniel? —Le preguntó mirándolo.
—S-s-sí… sí —respondió Frederick sonriendo emocionado.
—Genial, estoy seguro de que la pasarán muy bien —expresó
Fabrizio, contento de que Frederick pronunciara una palabra.
—Ya estoy aquí —anunció Marion entrada al lugar con una
sonrisa, que se congeló al ver a la hermosa y elegante dama que
estaba junto a su esposo y le sonreía—. Fabri… creo que deberías
volver al auto para esperar junto a Fransheska y tu padre, yo me
encargaré de Joshua.
—Está bien, también creo que lo mejor será mejor que
responda algunas de las preguntas de los reporteros y así terminar
con este acoso de una vez. Toda la atención de este día debe ser
para los futuros esposos —dijo mirándola a los ojos.
—Está bien, pero iré contigo… y estaré a atenta para que no
te incomoden —dijo como si él tuviese la misma edad de su hijo.
—Yo puedo cuidar a Joshua, si desea —se ofreció Elisa.
—Le estaría muy agradecido —respondió Fabrizio y percibió
la tensión en su esposa—. Por cierto, no las he presentado, señora
Wells, permítame presentarle a mi esposa, Marion Di Carlo.
—Encantada —dijo extendiéndole la mano.

625
—Es un placer, Elisa Wells… sobrina de Brandon —aclaró
para alejar los celos que podía ver en la mirada de la rubia. Que
la había asombrado en cuanto entró, pues tenía cierto parecido a
Victoria, aunque ya Sean le había contado sobre eso—. Vayan
tranquilos, yo cuidaré de Joshua y seguramente los demás niños
no deben tardar en llegar —añadió en un tono amistoso.
—Pórtate bien, Joshua… regresamos en unos minutos —
susurró Marion en francés, aunque suponía que la señora le
entendía, pues todas esas damas de la alta sociedad parecían
expertas en varios idiomas.
—Está bien, mami —contestó con una sonrisa.
Fabrizio respiró hondo para armarse de valor y tomó la mano
de su esposa, sintiendo de inmediato como su cálido toque
alejaba el miedo que sentía y sosegaba el latido acelerado de su
corazón. Caminó junto a ella hasta el lugar donde estaban
reunidos los reporteros, quienes al verlo ir en su dirección
comenzaron a disparar sus cámaras con el objetivo de conseguir
una buena imagen.
—Buenas tardes, caballeros… Disculpen que no los haya
atendido antes, pero mi esposa y mi hijo requerían de mi
presencia —mencionó intentando parecer casual, pero el agarre
de su mano con la de Marion, estaba sudando—. He escuchado
sus preguntas y deseo dar una respuesta general… si les parece
bien, ya que para la mayoría no tengo respuesta y porque este día
debe ser para los esposos —indico mirándolos, pero sin ver a
ninguno en particular para no ponerse más nervioso de lo que
estaba y que ellos dominaran la situación.
—Nos parece perfecto, señor Di Carlo, por favor empiece
cuando se sienta cómodo —señaló Martin con un tono amable.
—Deben estar al tanto de lo delicado que estuve de salud y
que es casi un milagro que esté día hasta aquí para compartir con
mi hermana su felicidad, pero gracias a una extraordinaria
casualidad y la intervención del duque de Oxford y de Terrence
pude hacerlo, también a los esfuerzos de un gran equipo médico

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y de mi padre que no ha cesado un solo minuto en su empeño
para estabilizar mi salud… Decir que me siento feliz es quedarme
corto, mi pecho no puede abarcar la emoción que siento al estar
hoy aquí y poder estar junto a mi familia de nuevo ha sido hacer
realidad mi sueño más grande —explicó mirando al caballero
quien parecía ser amable y eso lo tranquilizaba.
—¿Por qué espero tanto tiempo para regresar con su familia?
—preguntó Luc que deseaba algo que le diera un encabezado.
—Tuve motivos muy grandes que me lo impedían —
respondió y soltó un suspiro pesado al tiempo que cerraba los
ojos, luchando con la presión en su pecho y las ganas de llorar al
recordar todo lo que se perdió por estar lejos. Respiró
profundamente y siguió—: El tiempo pasado en la guerra dejó
muchas cicatrices en mí, no solo físicas sino también mentales…
Nadie sale ileso de un infierno como ese y no me estoy
justificando, pero no me sentía listo para retornar a mi hogar y
mucho menos para hacer sufrir a mi familia con las secuelas que
me había dejado la guerra,
—¿No le parecía que cruel que ellos lo creyeran muerto? —
cuestionó David, él había perdido a su hijo en el conflicto.
—He cometido muchos errores en el poco tiempo que llevo
de vida, pero estoy dispuesto a emendar cada uno y entregarle a
mi familia todo eso que tiempo atrás les negué sin quererlo…
Ahora solo deseo dejar el pasado, el dolor y las penas atrás y
comenzar de nuevo —habló y no pudo evitar que su voz se
escucharse ronca y dolorosa.
—Creo que ya fue suficiente, mi amor. —Marion buscó su
mirada y apretó la unión de sus manos, al tiempo que le sonreía
para alejar la sombra que intentaba cubrirlo.
—Una pregunta más, señor Di Carlo… ¿Cómo es su relación
con Terrence Danchester? —inquirió Jack, mirándolo fijamente.
—Todo ha pasado demasiado rápido para mí… ha sido como
un torbellino en el que sigo girando y cada día me entero de algo
nuevo… Salí del coma hace apenas veinte días y en ese tiempo

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todos han tratado de hacerme las cosas lo más sencillas posibles;
Terrence en especial y es algo que le agradezco mucho…
Evidentemente no podemos crear una relación estrecha de un día
para otro, pero ambos deseamos sea de esa manera en un futuro;
así que solo puedo decirles que las cosas están bien entre los dos
—expresó un poco tenso, pero intentando sonreír.
—¿Y cómo han lidiado con el parecido? ¿Sus familiares los
han confundido en algún momento? —pregunto Arthur que era
fotógrafo y deseaba tener una imagen de los dos juntos, sabía que
podría ganar mucho dinero con una fotografía así.
—En realidad, no somos idénticos, tenemos nuestras
diferencias y nuestras familias saben reconocerlas —respondió
con una sonrisa nerviosa—. Bien, caballeros, les agradezco por
toda su atención, espero haber respondido sus dudas y disculpen
sino soy tan elocuente como mi primo, pero él tiene mucha más
experiencia. Ahora debo ir por mi hermana o mi cuñado se
volverá loco —agregó sonriendo.
—Muchas gracias por su tiempo, señor Di Carlo, esperamos
tener la oportunidad de conversar un poco más con usted en otra
oportunidad, dele nuestras más sinceras felicitaciones a su
hermana y su primo… Ah, y felicidades por su bebé, a usted
también señora —mencionó Martin para despedirlo.
Fabrizio agradeció con una sonrisa y Marion la emuló, después
de eso ella regresó hasta la iglesia para estar con Joshua, mientras
él volvía al auto donde lo esperaban Fransheska y su padre, ya su
hermana se notaba nerviosa. Faltaban diez minutos para que la
ceremonia iniciara, pero Victoria todavía no llegaba y comenzaba
a temer que a lo mejor le había sucedido algo; de pronto vio que
dos autos se acercaban con bastante prisa y causaron revuelo
entre los reporteros.
—¡Ha llegado! —exclamó Fransheska con gran alivio y sonrió.
—Sí, justo a tiempo, aquí la impaciente fuiste tú que nos
hiciste venir media hora antes, Campanita —bromeó Fabrizio,
mirando los autos.

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—Ya lo sé, pero es que no podía más con la ansiedad, ahora
sí, bajemos que mi futuro esposo me espera —mencionó ella con
impaciencia e inspiró para relajarse.
Luciano y Fabrizio sonrieron mientras la admiraban unos
segundos, recordando aquellos maravillosos momentos que ella
les había dado; compartieron un suspiro, bajaron del auto y luego
le ayudaron con el vestido.
Fransheska fue la primera en bajar y de inmediato la cámara
de uno de los tres fotógrafos que había contratado para que
capturara las imágenes de ese día, así como las de los reporteros
se enfocaron en ella. Las exclamaciones de admiración no se
hicieron esperar al ver lo espléndida que lucía la futura señora
Anderson, que parecía ir flotando en una nube de lo pomposa
que era la falda de su vestido de novia y estaba toda bordada con
brillantes, como si se tratase de una verdadera princesa de
cuentos de hadas, su aura, su belleza y su elegancia los cautivaron
a todos y no dejaron de sacarle fotografías.
Sin embargo, no fue la única que los hechizó, ya que un par
de minutos después, cuando la señorita Anderson bajó del coche
en compañía de los hermanos Cornwall, también atrajo las
miradas de todos los que estaban a las afueras de la catedral. La
hermosa rubia parecía un ángel, su espectacular vestido se veía
como si estuviese hecho de miles de cristales que destellaban bajo
las luces de la tarde y el largo velo; al igual que el de la señorita
Di Carlo, debía medir por lo menos unos cinco metros.
Definitivamente, habían escogido vestidos a la altura de las bodas
del año, estaban seguros de que más de una jovencita soñaría con
tener vestidos como esos para sus bodas.
La afamada diseñadora Madeleine Vionnet no solo se encargó
de crear esas piezas de arte, sino que también estaba allí con dos
de sus asistentas para asegurarse de que las novias los lucieran en
todo su esplendor. Ya que eso le traería tanta publicidad, que era
casi seguro que su agenda estaría ocupada hasta el año entrante o
quizá un poco más, pues cada madre casamentera de la alta

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sociedad iba a desear que su hija luciese tan maravillosa como las
dos chicas que en ese momento posaban para los fotógrafos.
—Fran… lamento haberme retrasado, pero es que tuvieron
que maquillarme tres veces… Entre la ausencia de mis padres en
este día y el embarazo, no podía dejar de llorar —se justificó
Victoria, mirándola.
—Tranquila, has llegado bien… Yo fui quien se adelantó, es
que estoy demasiado ansiosa —confesó con una sonrisa nerviosa.
—Yo también y supongo que nuestros futuros esposos están
iguales, así que será mejor que entremos o saldrán a buscarnos —
dijo compartiendo una sonrisa cómplice con ella.
Annette y Patricia entraron a la iglesia para organizar el cortejo
y entregarle a cada niño las ofrendas que llevarían; Elisa y Marion
le ayudaron para agilizar la tarea. Eso sorprendió un poco a las
esposas Cornwall quienes nunca imaginaron que la pelirroja
estaría allí y mucho menos que colaboraría para que todo saliera
perfecto, aunque; a decir verdad, su actitud había mejorado.
—Bien. —Annette atrajo su atención—. Las niñas llevarán los
pétalos de rosas, Joshua los anillos para Brandon y Fransheska,
debes entregárselos al señor Leblanc…
—El señor de París —acotó Elisa con una sonrisa, para que
el niño supiera de quien le hablaba y lo vio asentir—. Frederick
llevará a las argollas de Victoria y Terrence, se las darás a tu tío
Daniel ¿está bien? —preguntó mirando a su hijo a los ojos, era la
primera vez que hacía de pajecito y quería que todo saliera bien
para que él no se sintiera mal luego—. Si tienes alguna duda, solo
haz lo que haga Joshua. —Su hijo asintió con una sonrisa y ella
le respondió con el mismo gesto.
—Lo harás muy bien, corazón —aseguró Patricia mirado a
Frederick con ternura—. Paul, cariño… tú llevarás las arras y
debes repartirlas entre el señor Robert y el señor Danchester.
—Está bien, mamá —respondió con esa formalidad que había
heredado de sus padres y recibió el pequeño cofre donde había
dos bolsitas con las monedas—. Creo que debemos salir ya o

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Alicia se quedará sin pétalos —dijo señalando a su pequeña
hermana que ya los estaban lanzando.
—¡Oh, pequeña! No, debes esperar a que camines por el
pasillo. —Patricia se puso de cuclillas para recogerlos.
—Tranquila tía Patty, yo le enseñaré cómo hacerlo —dijo
Keisy que había salido igual de organizada que su madre.
—Buenas tardes, señoras… El padre me envía para decirles
que ya el señor Wilson ya está el órgano y solo espera por ustedes
para iniciar la ceremonia —anunció Mathias, uno de los
monaguillos.
—Bien… Dígale que ya estamos listos —respondió Annette
con una sonrisa que rebosaban entusiasmo.
Todos asintieron para asegurar que la ceremonia saldría tal
como se había planeado, cada madre tomó a su hijo de las manos
y salieron por la puerta lateral, ya que las principales se habían
cerrado para que nadie fuera a las novias antes de tiempo.

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Capítulo 49

Las notas de la marcha nupcial inundaron el lugar captando la


atención de todos dentro de la iglesia, que de inmediato se
pusieron de pie y se volvieron para mirar hacia las puertas que se
abrían en ese momento. Las hermosas niñas Cornwall entraron
dejando caer pétalos de rosas blancas y rojas sobre la alfombra,
detrás de ella los pajecitos también marchaban, anunciando que
las novias harían su entrada en solo instantes.
Un rumor recorrió a los asistentes y la expectativa se podía
sentir en el aire, al mismo tiempo los futuros esposos adoptaron
una postura solemne y elegante, cada uno en el lugar que le
correspondía. Habían ensayado que entraría una detrás de la otra,
pues el pasillo no era lo suficientemente ancho para que pudieran
hacerlo las dos junto a sus familiares, así que la primera en
aparecer bajo el umbral fue Fransheska, acompañada por su
padre y su hermano.
Una exclamación generalizada se dejó escuchar entre los
asistentes apreciando la belleza de la señorita Di Carlo, que lucían
como una princesa. Aunque ya todos eran conscientes de la
innegable belleza que poseía, esa tarde lucía como si fuesen una
fantasía, como ya le había dicho una verdadera hada.
Brandon sintió como sus latidos se desbocaron desde el
momento en su mirada se posó en Fransheska, de inmediato todo
lo demás desapareció y para él solo existía la bellísima princesa
que caminaba hacia el altar. Su pecho se fue llenando de un
extraordinario sentimiento de felicidad y una placentera
sensación lo recorría mientras veía avanzar por el pasillo, a su
cabeza llegó el recuerdo del día en que la conoció.

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«Buenas tardes…» Había dicho ella y su voz fue como seda
que lo acarició, no sabía lo que era ser estremecido por el amor
hasta ese momento, hasta que se vio reflejado en los ojos grises
de Fransheska. Sus hermosos ojos grises se fundieron en los
suyos, desprendiendo un esplendoroso brillo que lo hechizo por
completo; y tonto de él, que después de caer en el embrujo de
Fransheska Di Carlo, se había negado su realidad, alegando que
era apenas una jovencita.
Sin embargo, él sabía que eso no la hacía prohibida para su
corazón o sus deseos, tampoco fue un impedimento para que ella
hiciera tambalear todo su mundo con esa primera sonrisa que le
dedicó. Lo mejor vino después, cuando le confesó que lo amaba
y lo llevó a vivir en su mundo, dándole un motivo para soñar y
por primera vez sintió el deseo de quedarse, aunque no en un
espacio físico sino junto a ella.

Fransheska suspiró con ensoñación y sintió que sus rodillas


flaqueaban cuando posó su mirada en la gallarda figura de
Brandon junto al altar, estaba tan hermoso que resplandecía. Se
sentía tan afortunada de haber encontrado a su príncipe, ese
hombre que la cuidaba y la amaba profundamente, que le
entregaba la ternura y la pasión a manos llenas, que le permitía
seguir soñando y se animaba a hacerlo junto a ella.
El corazón le latía tan de prisa que sentía que iba a saltarle del
pecho, y un leve temblor le recorrían todo el cuerpo, suspiró para
calmar sus emociones; de lo contrario se echaría a correr para
llegar hasta él. De pronto, hasta ella llegó el recuerdo del día en
que conoció a Brandon y su mundo cambió.
«Mucho gusto señorita, Brandon William Anderson»
Menciono él provocando que su corazón latiese de manera
distinta, como si hubiese despertado de un largo y profundo
sueño. Anunciándole que había llegado quien siempre soñó,
aunque tuvo miedo, uno atroz que la llevó a negarse esa realidad,
a cerrarse a algo que ya estaba dentro de su alma y su corazón.

633
¿Qué hubiera sido de su vida si Brandon no se hubiese
quedado en Italia? ¿Sin esa maravillosa oportunidad que Dios le
brindó de compartir más con él? Tal vez se hubiese resignado a
vivir a medias, a conformarse con un amor calmado y bonito. Por
ello bendecía al destino y a todo lo que jugó a su favor para tener
la dicha que estar a punto de compartir su vida con Brandon.
«¡Madre por Dios! Ya no hayas donde buscarle esposa a
Fabrizio, por favor te agradezco que no intentes mencionarle a
mi padre que ves al señor Anderson como un buen partido para
mí, no vaya a ser que el distinguido señor, tenga algún primo
panzón, calvo e engreído que esté buscando esposa.»
Una risita escapó de sus labios al recordar lo que había dicho
sobre él antes de conocerlo, ignorando por completo que ese
hombre al que imaginaba tan aburrido como un caracol, resultaría
siendo él que llenaría sus días, quien la haría estremecer con cada
beso y caricia, que iluminaría su mundo con una sonrisa o una
mirada: su príncipe, él que creaba un mundo perfecto y mágico.
—¿Qué te resulta gracioso, Campanita? —preguntó
intrigado—. Si ríes porque Brandon te ve completamente
embelesado, es mejor que te vayas acostumbrando, pues de ahora
en adelante siempre te mirara así todo el tiempo.
—No me estoy riendo de Brandon; por el contrario, pienso
que es el hombre más guapo que puede existir sobre la tierra…
Solo recordaba —contestó sin desviar la mirada de su prometido.
—Ese recuerdo será por casualidad cuándo le dijiste a tu
madre que no deseaba casarte con «El calvo, viejo y panzón señor
Anderson» —sugirió Luciano divertido, también estaba
recordando ese día.
—Sí, ¿cómo lo sabe? —inquirió ella sorprendida.
—Porque estoy seguro de que él también está recordando lo
mismo… Y se estará preguntando cómo fue que llegó esta
hermosa jovencita que camina hacia él vestida de novia a
convertirse en el centro de su vida y su felicidad —respondió
sorprendiendo a sus hijos, a veces podía ser un romántico.

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—Y él se convirtió en todo eso para mí también, papá. —
Fransheska sintió una calidez colmar su pecho al pensar que
Brandon también estaría recordando el día en que sus vidas
cambiaron para siempre.

Los sentimientos dominaban a Fabrizio y su corazón parecía


un tambor que golpeaba fuertemente, mientras el nudo en su
garganta se cerraba cada vez más, se suponía que debería mirar al
frente, pero le era imposible apartar la mirada de su hada. Todavía
no podía creer que estuviese allí, llevando a su hermanita al altar
junto a su padre, como una vez se lo prometió; su mirada se cruzó
con la él y vio que también estaba brillante por las lágrimas que
retenía, mientras Fransheska veía al frente, anhelando llegar hasta
su futuro esposo.
—Si siguen así me van a hacer llorar y arruinaré el maquillaje
—susurró ella con voz temblorosa, sorprendiéndolos pues
seguramente creían que estaba perdida en la imagen de Brandon.
Ellos sonrieron sintiéndose atrapados como niños, le dieron
una caricia en los brazos y miraron hacia el frente porque si no lo
hacían los tres iban a terminar llorando. Fabrizio se percató de las
miradas de asombros de aquellos que no lo habían visto, algunos
incluso se volvían para mirar a Terrence y después lo veían a él
de nuevo, lo que provocó que sus nervios se intensificaran; por
lo que, desvió la mirada al frente y vio a Joshua caminando al lado
de Frederick, sonrió al ver lo rápido que su hijo hacía amigos.
De pronto vio a alguien entre las personas, que lo mirada
divertido y con esa complicidad de hermanos que tuvieron
durante años. Ángelo Lombardi le regalaba una amplia sonrisa a
la que correspondió, pero también se le escapó un sollozo. Quería
abrazarlo y que le contara que había sido de su vida, también
hablarle de la suya y todo lo que había pasado durante esos años;
la presencia de su mejor amigo lo llevó a muchos años atrás,
acercándolo cada vez más a ese pasado que abandonó. Vio a la

635
chica que estaba junto a él y pensó que era su esposa, pero ella lo
miraba con anhelo y no tardó en darse que era Alexandra.
Supo que la había reconocido y su sonrisa se hizo más amplia,
regalándole el brillo de sus lindos ojos marrones, se había
convertido en toda una mujer, que seguramente arrancaría más
de un suspiro. La última vez que la vio, fue cuando ella lo besó y
le confesó su amor, pero al decirle que no podía corresponderle,
se marchó muy molesta y luego de eso él le escribió algunas
cartas, pero nunca le respondió.

Brandon sentía como ese pasillo fuese interminable y le estaba


costando toda su fuerza de voluntad, seguir la tradición y
permanecer quieto en ese lugar, cuando lo que realmente deseaba
hacer era caminar hacia Fransheska para amarrarla en un abrazo
y besarla con pasión. Finalmente, sus deseos fueron cumplidos y
pudo tenerla frente a él, su padre y su hermano se apartaron un
poco para que él pudiera acercarse y subir el delicado velo que
cubría el hermoso rostro de su princesa.
—Brandon… Te hago entrega de mi hija… Ella es una de las
razones por las que lucho día a día, es el sol que iluminó nuestra
casa hasta el día de hoy y esperó pueda hacerlo cada vez que les
sea posible… Quiero creer que más que despidiendo a una hija,
le estoy dando la bienvenida a un hijo —expresó Luciano con la
voz ronca y los ojos cristalizados, tomó la mano de su hija y la
puso sobre la de su yerno—. Ella es nuestro tesoro y sé que no
existen en este mundo mejores manos en las que pueda entregar
a mi princesa, que en las tuyas… recíbela y hazla la mujer más
feliz de este mundo. —Luchaba por no derramar las lágrimas.
—Cuida de nuestro tesoro —dijo Fiorella dándole un abrazo.
—Brandon… Yo sé que tal vez no sea el más indicado, pues
no fui el hermano que conociste junto a Fransheska; sin embargo,
quiero pedirte que hagas feliz a mi hermana, que esa sonrisa que
nos ha alegrado la vida permanezca en sus labios, nunca la hagas
llorar…, sé que quizá sea mucho pedirte porque todos como

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humanos y cometemos errores, pero intenta evitarlos con ella, mi
hermana solo merece felicidad en su vida. —Le pidió batallando
contra las lágrimas que apenas lo dejaban hablar.
—Les prometo que dedicaré mi vida para que Fransheska sea
la mujer más feliz de este mundo, nunca le faltará nada, y no me
refiero solo a lo económico sino a los sentimientos… —Brandon
se volvió para mirar a su futura esposa—. Siempre me tendrá
junto a ella cuando me necesite y estará segura a mi lado… Dios
me bendijo cuando la puso en mi camino y créanme cuando les
digo que día a día le agradeceré dándole lo mejor de mí —
mencionó Brandon, también estaba bastante conmovido por las
palabras de su suegro y cuñado.
Los tres asintieron, le dieron un fuerte abrazo para sellar ese
pacto, luego abrazaron a Fransheska y se despidieron con un
asentimiento, mostrando sonrisas que llegaban a sus miradas. Los
Di Carlos se acercaron a Marion que estaba en la primera fila
junto a Joshua, Manuelle, Emma y los padrinos de Fransheska y
Brandon, que admiraban a la feliz pareja, pero un segundo
después la melodía tuvo un crescendo que los hizo volverse hacia
la puerta, pues era el turno para que Victoria hiciera su entrada.

Terrence fijó su mirada en la puerta a la espera de que su ángel


apareciera y en cuanto la vio bajo el umbral, todo lo demás
desapareció; justo como le sucediera aquella tarde a bordo del
Mauritania cuando su mirada se posó en ella por primera vez.
Victoria había llegado a su vida en uno de esos momentos en los
que él se sentía la persona más infeliz del mundo, cuando ya no
tenía esperanzas y lo único que deseaba era cerrar su corazón para
que nadie más pudiera abandonarlo, lastimarlo o decepcionarlo.
Sentía que lo había perdido todo, su esperanza de una vida
distinta y mejor se habían esfumado dejándolo desolado, apenas
era un joven; sin embargo, estaba resentido por el ese infierno de
mentiras donde pasaba sus días. Así era su vida de antes que
Victoria llegara como un rayo de luz que tímidamente comenzó

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a iluminarlo, que poco a poco le fue arrancando las penas que
llevaba en el corazón y el alma, sin que él lo notara siquiera, ella
se metió en su pecho y no pudo sacarla.

Victoria había sido lo único bueno que había tenido en su vida


hasta ese momento y por eso se aferró a ella; así que, sin
importarle el dolor que le causaron sus separaciones, no
consiguió dejarla de amar, nada de eso pudo hacer mella en el
sentimiento que los unía. Era su ángel, su amiga, su amante, su
musa y no podía creer que al fin la tendría a su lado para siempre.
Eso lo emocionaba tanto que estaba a punto de romper en llanto,
así que respiró profundamente y apretó la mandíbula para
aguantar, pero no pudo contenerse y sollozó de emoción.
Se veía tan hermosa en su vestido blanco, tan cálida y
maravillosa que a cada paso que daba sentía que se iluminaba un
poco más, como una estrella que le anunciaba lo extraordinaria
que sería su vida. Intentó calmar sus emociones y respiró hondo,
irguiéndose para no dejar libre más lágrimas, porque no era
alguien que expresara sus sentimientos ante extraños, pero no era
fácil batallar con todo lo que sentía en ese momento.
Aunque parecía imposible sentía que se estaba enamorando
más de Victoria, de sus grandes y hermosos ojos verdes, de sus
mejillas pintadas de un sutil rubor, con esas pecas que tanto
adoraba, de su cuerpo curvilíneo y esbelto que eran una muestra
fehaciente que su pequeña pecosa se había convertido en toda
una mujer. Una capaz de llevarlo al cielo con un beso, con sus
caricias, sus sonrisas y sus miradas cargadas de amor, esa que lo
hacían sentir el hombre más grande y poderoso del mundo; se
estaba enamorado de ella como aquella primera vez.
Victoria sentía que su corazón latía con tanta fuerza que no
era de extrañarse que retumbase en toda la catedral y los presentes
pudiesen escucharlo. Todo su cuerpo temblaba y de no haber
estado tomada de los brazos por Christian y Sean, habría caído
en medio del pasillo, cuando vio a su futuro esposo y una cascada

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de suspiros brotó de sus labios; Terrence lucía tan apuesto con
ese elegante traje negro que resaltaba su atrayente aura misteriosa
y su extraordinaria belleza.
No quería llorar de nuevo y arruinar su maquillaje, pero le era
imposible no emocionarse al ser consciente de que por fin se
casaría con el hombre que amaba y que a partir de ese día estarían
juntos para toda la vida. Su mirada buscó la figura del Cristo tras
el altar, y con el corazón latiendo emocionado, le agradeció por
habérselo regresado y por la bendición de esa pequeña vida que
llevaba en su vientre.
Volvió la mirada así él y descubrió que estaba igual que
emocionado que ella, que incluso había dejado correr un par de
lágrimas, pero las limpió con disimulo e intentó mostrarse
calmado, con ese afán de que esconder sus emociones de los
demás, aunque sabía que nunca más lo haría de ella. Sintió su
corazón latir con más fuerza, desatando en su interior el deseo de
tomar la cola de su vestido y correr para abrazarse a él.
—Sé lo que estás pensando, Victoria —murmuró Christian,
cuando sintió que ella apresuraba el paso.
—Sí, yo también puedo intuirlo, pero será mejor que ni se te
ocurra o a la tía Margot le dará un ataque —añadió Sean,
sonriendo con nostalgia.
—Ustedes me conocen muy bien y tienen razón, pensé
recogerme el vestido y salir corriendo para acotar la distancia que
me separa de Terry —confesó con una sonrisa pícara—. Pero le
prometí a la tía que haría las cosas bien en adelante, al menos ante
la sociedad, prometo no actuar con rebeldía.
—Eso está bien, pero no me gustaría que perdieses tu esencia
—dijo Christian, buscando su mirada—. Eso es lo que conquista
los corazones de todos los que te conocen.
—Opino igual que mi hermano; sin importar lo que diga
nuestra tía, nunca dejes de ser tú misma, Vicky —pidió Sean,
mirándola a los ojos.

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—Los quiero tanto, chicos… Gracias por haber estado junto
a mí siempre, por cuidarme y quererme desde el primer día que
me vieron, son maravillosos —expresó con sinceridad y la mirada
brillante por las lágrimas, mientras acariciaba sus brazos.
—Siempre lo haremos, así que será mejor que Danchester se
porte bien o se la verá con nosotros —advirtió Sean.
—Hermano, ya supéralo… Vicky hizo su elección y debemos
apoyarla. Además, Terrence a demostrado amarla sinceramente.
—Y como nuestro padrino de lazo, debes velar porque
nuestra unión se mantenga siempre fuerte, también porque deseo
que seas el padrino de alguno de mis hijos, así que será mejor que
te lleves bien con Terrence y dejes en el pasado esa rivalidad de
adolescentes. —Le advirtió, mirándolo.
—¡Bravo, Vicky, así se habla!... Y espero que a mí también me
escojas como padrino para alguno de los hijos que tendrás.
—Por supuesto, Christian… planeamos tener cinco niños —
dijo esperanzada, pues ya se había hecho a la idea de una familia
numerosa.
—Está bien, te prometo llevarme mejor con él, pero déjame
decirte que se volverán locos con tantos niños, aunque estoy
seguro de que serás una maravillosa madre y él un buen padre.
—¡Vaya el primer halago para Terrence! Empiezas bien,
hermano. —Christian le dedicó una mirada divertida.
—Solo hablo por mi experiencia como padre, sé que un hijo
cambia nuestras vidas y aunque Danchester haya sido un rebelde
en el pasado, estoy seguro de que cambiará su forma de ser para
darle un buen ejemplo a ese pequeño que ya crece dentro de
Victoria —sentenció y si no era así, él se lo recordaría.
—Sé qué hará lo mejor por nuestro hijo, porque sabe lo
importante que es la presencia y el cariño de un padre —aseguró
Victoria, completamente convencida de ello.
Sean asintió comprendiendo a lo que se refería, ella le sonrió
en agradecimiento y luego volvió la mirada al frente para seguir
avanzando hacia ese rebelde que le había robado el corazón.

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Hermosa como el sol de primavera, así lucía Victoria ante la
mirada de Gerard, nunca la había visto en todo su esplendor
como lo hacía ese día, y su corazón no fue indiferente ante esa
imagen; por el contrario, se agitó con emoción. Sin embargo, ese
sentimiento que lo embargaba con solo pensarla en el pasado, no
se parecía al que llenaba su pecho en ese momento. A pesar de
que no podía despegar su mirada de ella ni podía ignorar ese latir
lento pero constante de su corazón, sí podía sentir que el amor
que sentía por Victoria comenzaba a ser algo del pasado; de
repente, el suave apretón de mano de Gezabel sobre la suya, lo
regresó a la realidad y sintió como si despertara de un sueño.
Se volvió para mirar a la mujer que a su lado y le dedicó una
sonrisa, de inmediato el enigmático color de esos ojos que lo
habían atrapado y le habían dado tanto, alejaron cualquier
sentimiento de duda o nostalgia. Era verdad, Victoria lucía como
un sueño de cualquier hombre, pero ya no era el suyo y la libertad
que esa certeza le brindó, lo hizo sonreír con efusividad a la mujer
que ahora sujetaba su mano y a la que le había entregado su
corazón sin siquiera notarlo.

Daniel sintió como un agradable sentimiento se apoderó de él


en cuanto vio a Victoria entrar a la iglesia y una sonrisa se dibujó
en sus labios, acompañado ese brillo que iluminó el ámbar de sus
ojos. Acarició con suavidad la mano de su esposa y se volvió para
mirarla con una sonrisa, alejando la tensión que pudo percibir en
ella cuando vio que él posaba la mirada en Victoria.
Vanessa no tenía nada que temer porque sus sentimientos
estaban claros, lo que sentía por Victoria era un inmenso cariño,
y lo que la mujer a su lado le inspiraba era verdadero amor. Con
ella había descubierto un sentimiento más profundo e intenso,
verdadero y tan fuerte que sabía nada ni nadie podría
resquebrajar; así que se acercó y le dio un suave beso en la mejilla,
para demostrarle cuanto la amaba.

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Finalmente, Terrence y Victoria quedaron frente a frente,
mientras sus corazones latían desbocados y sus manos trémulas
se buscaban; él pensó que su pecosa no podía ser más bella de lo
que era, pero se había equivocado porque justo en ese momento
lucía mucho más hermosa de lo que alguna vez soñó. No sabía si
era el espléndido vestido blanco que hacía resaltar su figura, o el
velo que cubría su rostro, quizá lo más probable era que fuese esa
sonrisa que le regalaba y hacía que su amor por ella creciese un
poco más a cada segundo.
Victoria también estaba completamente embelesada por la
imagen de Terrence, se veía tan apuesto vestido de novio y el
brillo en su mirada hacía lucir el zafiro de sus ojos mucho más
intenso. Suspiró con ensoñación y él le regaló una sonrisa coqueta
que hizo que sus piernas temblaran, definitivamente estaba muy
enamorada de su rebelde y sentía que cada día llegaría a amarlo
mucho más.
—Terrence, nuestro tío Stephen confío en ti y en el amor que
le profesabas a Victoria, estoy seguro de que, si hoy estuviera aquí
te entregaría gustoso a nuestra hermosa y maravillosa prima para
que la hagas feliz, cuides de ella y de la familia que tendrán,
también espero que tengas mucha paciencia pues la vas a
necesitar porque ella podrá tu vida de cabeza —esbozó Christian
con una sonrisa y gran emoción.
—Siéntete privilegiado al tenerla como esposa, has que este
amor que comparten crezca cada día y nunca dejes de enamorarla
—pronunció Sean, mirándolo a los ojos y en su corazón les
deseaba lo mejor, porque se lo merecían.
—Les prometo que no recibirán una sola queja mía de su
parte, me dedicaré a hacerla feliz y estar a su lado por el resto de
nuestras vidas, velar por su bienestar y de nuestros hijos…
Aunque ella también deberá tener mucha paciencia conmigo y
quererme incluso cuando sea un viejo cascarrabias —esbozó
mirando a su futura esposa y no a los jóvenes.

642
Ellos sonrieron y asintieron mostrándose de acuerdo, después
de eso se alejaron para ocupar sus lugares, ya que ambos serían
padrinos de las parejas. Victoria y Terrence miraron a Brandon y
Fransheska, que se le veían igual de emocionados, les sonrieron
para agradecerles su gentileza de permitirles celebrar una boda
doble. Ellos les devolvieron el gesto y luego de eso, los cuatro se
giraron hacia el altar, entrelazando sus manos y posando su
mirada en el sacerdote que estaba listo para iniciar la ceremonia.

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Capítulo 50

El sacerdote Henry McMullen, sobrino del primer párroco de


la catedral y quien recorrió todo el país para recoger fondo y
reconstruirla luego del gran incendio que azotó a la ciudad de
Chicago en 1871. Sería el encargado de oficiar la boda de las dos
parejas, se puso de pie y paseó la mirada por el altar para
comprobar que todo estuviera en orden, vio a los novios y les
dedicó una sonrisa para ahuyentar los nervios que percibía en
ellos, luego miró a los invitados y procedió a hacer la señal de la
cruz para dar comienzo a la misa.
—Hermanos, hermanas… nos hemos reunidos para celebrar
ante Dios y nosotros sus hijos, la unión de estas dos parejas…
Brandon y Fransheska… Victoria y Terrence —inició paseando
su mirada por los contrayentes y sonriéndoles—. Ellos se han
elegido para compartir sus vidas y formar una familia bajo los
preceptos cristianos, teniendo como base el amor, pues fue el
amor lo que nos trajo hasta aquí el día de hoy… El amor
verdadero e incondicional, el amor protector, el compresivo, el
entregado, el físico y espiritual —expresó el padre teniendo sobre
sí la atención de todos—. Sin embargo, este amor no es algo que
se mantenga por sí solo… Este amor necesita de constancia,
honestidad y fortaleza para que pueda triunfar sobre las
adversidades que, debo decirles tendrán seguramente. Pero a
pesar de ello, quiero que este amor que veo en ustedes crezca y
que dentro de uno año o dos, lleguen aquí con los frutos de su
amor para presentarlos ante Dios.
Los invitados escuchaban emocionado las palabras del
sacerdote, para algunos el discurso del hombre era poco

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convencional, pero era precisamente eso lo que había conseguido
que su desempeño al frente de la catedral de Chicago fuese tan
productiva. Se mostraba como un hombre común y que lo único
que lo diferenciaba de los demás, era que había dedicado su vida
a Dios; era sencillo, conciso, amable y justo ese día estaba dando
una de sus mejores misas, pues apreciaba mucho a los Anderson
con quienes había trabajado en incontables obras de caridad,
también a la señorita Di Carlo, que había demostrado tener la
misma calidad humano de la familia de su futuro esposo.
—El éxito que puedan tener estos jóvenes en sus matrimonios
no dependerá solo de ellos… Quienes los apreciamos también
tendremos que aportar lo que sea necesario para que eso suceda,
cada uno en sus roles como familiares, amigos, consejeros y yo
como su guía espiritual debo ser consciente que habrá momentos
en los que cualquiera de ellos puede necesitar de nuestro apoyo,
nuestro oído o nuestras palabras. Debemos entender que el
hecho de que ellos ahora comiencen una vida juntos para formar
su propia familia no los excluye de las nuestras, William,
Fransheska, Terrence y Victoria no dejaran de ser quienes son
después que hayan hecho este compromiso frente a Dios y hayan
recibido este sacramento… Sus vidas darán un giro enorme, pero
sus esencias permanecerán intactas, eso se los puedo asegurar, así
que comprometámonos nosotros también para poner nuestro
grano de arena y hacer que estas promesas que hoy se harán
frente a Dios nuestro padre y señor, sean cumplidas.
El párroco seguía con su emotivo discurso, llevando a cabo
cada uno a uno los actos que componían la ceremonia y así
fueron transcurriendo los minutos hasta que llegó el momento
para que los novios intercambiaran votos. El primero al que le
cedió la palabra fue Brandon tal y como se había ensayado tres
días antes, en los cursos prematrimoniales.
—Fransheska… Te entrego mis votos como muestra de este
amor que te profeso… Tú has cambiado mi vida, me diste un
nuevo motivo para despertar todas las mañanas y desear

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conquistar el mundo, pues junto a ti me siento libre y poderoso.
Haces que quiera cumplir todos tus sueños, darte todo lo que
pueda y lo que no esté a mi alcance lo inventaré con tal de hacerte
feliz… Tú me has dado tanto amor, me llevaste a tu mundo y es
allí donde deseo vivir, mi princesa… Y lo único que te pido a
cambio es que me entregues tu amor, que me mires siempre
como lo haces ahora y mantengas esa sonrisa en tus labios, que
tu corazón se acelere cada vez que pienses en mí, que guardes en
tu vientre todos los hijos que Dios desee enviarnos y después los
duermas en tu regazo, que me dejes admirar tu belleza.
La voz de Brandon era segura, pero con un matiz grave que la
hacía escuchar un poco ronca por las emociones que bailaban
dentro de él. Las lágrimas estaban a punto de desbordarlo
mientras las de Fransheska ya rodaban por sus mejillas, él llevó
su mano para secarla con suavidad.
—Las únicas lagrimas que deseo que derrames de ahora en
adelante serán de felicidad, Fransheska Di Carlo, ese será mi
objetivo en la vida y hoy emprenderé el viaje más importante de
mi vida y deseo que tú me acompañes, quiero que estés a mi lado
cada mañana, poder mirarme a tu lado y saber que sin importar
el camino que escoja tú estarás allí para apoyarme, dame la dicha
de ser tu esposo, tu compañero, tu cómplice y tu amigo —agregó,
hechizado por esos ojos grises que estaban llenos de lágrimas, que
no podían empañar su brillo.
Fransheska asintió un par de veces, aunque hubiese deseado
hablar, pero la emoción le había robado la voz. Respiró hondo,
regalándole la más hermosa de sus sonrisas y una vez más
calmada, apretó con fuerza las manos de su novio mientras lo
miraba a los ojos y procedió a expresarle sus promesas.
—Brandon, te entrego mis votos… como muestra del
sentimiento que has hecho nacer en mí, porque has llenado mi
vida de un modo especial, me has enseñado otra clase de amor,
un amor intenso y tierno, a tu lado me siento protegida y amada,
has iluminado mis días como el más brillante de los soles porque

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eso eres para mí, me llena de luz y calidez, alejas las tormentas y
me das la certeza de que no habrá nubes que oscurezcan mi
mundo. Cada vez que miro tus ojos encuentro nuevos motivos
para amarte, para confiar en ti y entregarte mi corazón, porque sé
que cuidarás de mí siempre, deseo estar junto a ti en cada paso
que des, quiero perderme en el cielo de tus ojos y despertar con
el sonido de tu risa, darte todos los hijos que Dios nos regale,
verlos sobre tus hombros mientras le hablas de tus viajes a lugares
extraordinarios, ser feliz a tu lado y hacerte feliz hasta que no
creas que esto sea posible, que reines en este mundo que ahora
también es tuyo… —Ella intentaba no llorar para que su voz
mantuviese la fuerza que deseaba, para que Brandon escuchara
cada palabra y supiera que el amor que sentía por él era más
grande que cualquiera.
Brandon sentía su corazón latir rápidamente mientras sus
piernas eran recorridas por un leve temblor, no sabía como
explicar el sentimiento que le colmaba el pecho, porque definirlo
como felicidad era quedarse corto. Se había prometido que no
iba a llorar, pero las palabras de Fransheska cada vez lo
conmovían más y ya le resultaba imposible seguir conteniendo
sus lágrimas, así que dejó correr un par que limpió con disimulo
mientras sonreía.
Los Di Carlo estaban igual de emocionados que los novios,
escuchando cada una de esas palabras que estaban cargadas de
sentimientos maravillosos y reales. Fiorella ya había usado dos
pañuelos para secar sus lágrimas, mientras Luciano le acariciaba
con ternura el dorso de la mano y tragaba para pasar el nudo de
emociones que le apretaba la garganta.
Fabrizio luchaba por no mostrarse tan sentimental delante de
todos y se obligaba a contener sus lágrimas, pero algunas le
ganaban la batalla y a momentos bajaba por sus mejillas. Marion
a su lado las dejaba correr libremente al ser mujer; por lo general,
no era muy sentimental, pero en ese momento estaba realmente
emocionada, tal vez estaba más susceptible debido a su

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embarazo. Qué extraño podía ser ese momento para ellos, ser
partes de una felicidad tan grande al mismo tiempo sentirse tan
llenos de nostalgia.
—Brandon Anderson… hoy deseo que me dejes ser parte de
tu vida, ser el aire que te impulse a volar para que puedas alcanzar
tus sueños, quiero me lleves a donde desees porque sabes que sin
dudarlo te seguiré, quiero recibir tu mano y acompañarte toda la
vida, incorporar nuevos pasajeros a este viaje y que sean muchos
pues todo lo que anhelo es hacerte un hombre feliz, permíteme
ser tu esposa, tu compañera, tu cómplice… Quiero entregarte
todo de mí y prometo que voy a enamorarte cada día un poco
más, mi príncipe. —Al final su voz se quebró ante las emociones
que danzaba dentro de su pecho y las lágrimas brotaron de nuevo
al ver que él también estaba llorando.
El sacerdote admiraba a la pareja con emoción; después de
años oficiando bodas, sabían cuando un hombre y una mujer se
casaban enamorados, cuando lo hacían por compromiso y
algunos incluso obligados por sus familias. En cada uno de esos
casos, pedía a Dios que les presentara el camino para que llevaran
una vida armoniosa, con respeto y que jamás se arrepintieran de
los juramentos que hacían frente al altar; sin embargo, pocas
veces había estado frente a parejas que lucían tan enamoradas
como las que tenían en ese instante frente a él.
—Señor Danchester, es su turno… Entréguele sus votos a la
señorita Anderson —indicó Henry mientras sonreía.
Terrence estaba nervioso, intentó preparar algo la noche
anterior. Sin embargo, como le ocurría siempre no dio con las
palabras para hacerle saber a su ángel todo lo que sentía por ella;
aun así, quiso hacer el intento y optó por ser espontáneo, inspiró
una gran bocanada de aire y apretó suavemente las manos de su
pecosa entre las suyas y la miró a los ojos.
—Mi querida Victoria… Más que entregarte mis votos, quiero
agradecer que me hayas escogido para ser parte de tu vida… Yo
no tengo cómo pagarle a Dios por todo lo que me ha brindado

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desde que te conocí, por este amor que me llena la vida… Tú me
hiciste un hombre mejor, me enseñaste a luchar por mis sueños,
me diste la valentía para enfrentar mis miedos y me trajiste de
regreso al lugar al que pertenecía… que no era otro que a tu lado.
—Se detuvo para respirar y pasar el tumulto de emociones que le
cerraban la garganta y casi no lo dejaba hablar—. Tú alejaste el
dolor, la tristeza y la soledad en la que vivía. Fuiste más fuerte que
el odio y la amargura que me dominaban en aquel tiempo… Hoy
soy un hombre distinto gracias a ti, por eso cuando me abrazas
me siento invencible y al mirarme en tus ojos todo se vuelve
perfecto… Cada día siento que te amo más y por eso prometo
hacerte feliz cada instante de nuestras vidas juntos.
Victoria lo miraba embelesada y las lágrimas se deslizaban por
sus mejillas mientras escuchaba sus palabras, de todas las veces
que le había dicho que la amaba, esa era la más hermosa y
especial. Podía ver como las emociones también hacían estragos
en él, su mirada brillaba por las lágrimas y su voz era más grave;
quiso acercarse para abrazarlo y besarlo, pero recordó que no
podía hacerlo todavía.
—Sé que no puedo prometerte que todo será perfecto, sabes
que no hay nada más lejano de mí que esa palabra, pero ten por
seguro que cada vez que me equivoque lucharé por compensar
mis errores, que pondré todo mi empeño para ser quien te
mereces… Y te juro que mi corazón, mi alma y mi cuerpo serán
siempre tuyos, que te voy a amar cada día un poco más y te juro
que no dejaré que nada te separe de mí nunca más y que juntos
formaremos la familia que siempre hemos soñado… Victoria
Anderson Hoffman, hoy quiero que me aceptes como tu esposo,
que me prometas que nunca te cansarás de mí y que soportarás
cada una de mis manías porque te aseguro que no habrá otro
hombre que te ame como yo… Quédate conmigo para siempre
y te prometo darte todo lo que tu corazón anhela —expresó con
la voz ronca y cargada de esperanza, mientras sus manos
temblaban ligeramente y ya no pudo contener sus lágrimas.

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Victoria se olvidó del protocolo y acercó su mano hasta él para
secarle las mejillas, dedicándole una sonrisa maravillosa; Terrence
posó la mano sobre la suya y se la llevó a los labios para darle un
beso al tiempo que se ahogaba en su mirada. Se preparó para darle
sus votos, aunque sinceramente los había olvidado y eso casi la
hacía entrar en pánico, pero siguiendo el ejemplo de su rebelde,
decidió ser espontánea y hablar desde el corazón.
—Terrence… Tú llegaste a mi vida para cambiarlo todo, le
diste un sentido distinto a mis días porque contigo todo era
inesperado, emocionante y complicado… Llegaste a conocerme
tan bien que no tenía la necesidad de pronunciar una palabra para
que supieras lo que pensaba o lo que sentía. Tú también me diste
el valor para luchar por lo que deseaba, me demostraste que la
felicidad no estaba en aquello que los demás creían adecuado para
mí sino en lo que mi corazón anhelara… Y hoy deseo unir mi
vida a la tuya, que juntos luchemos por hacer de este amor algo
maravilloso, que el dolor y las penas no existan nunca más en
nuestras vidas, quiero que creas en mí y en todo lo que estoy
dispuesta a ofrecerte. —Victoria suspiró al tiempo que dos
lágrimas escapaban de sus ojos, dejó ver una sonrisa nerviosa y
tomó aire y continuar—: Con mis votos me entrego a ti y pongo
mi vida en tus manos… Y aunque tengamos momentos difíciles,
sé que nuestro amor podrá superar cualquier adversidad, porque
tú haces que mi mundo sea perfecto incluso dentro de la
imperfección y porque he comprendido que solo soy
verdaderamente feliz cuando estoy a tu lado y por eso te juro que
pase lo que pase jamás me alejaré de ti. —Su voz se quebró por
las emociones que la azotaban.
Amelia y Benjen observaban con emoción las promesas de
amor que se entregaban Terrence y Victoria, eran testigos de ese
maravilloso sentimiento que se profesaban y sabían que
cumplirían con cada una porque estaban siendo honestos, esa era
la mejor manera para iniciar una vida juntos. Las tías de Victoria
se sentían tan emocionadas de ver a su niña cumplir su sueño

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finalmente, sabían que ella merecía tener una felicidad completa
y esperaban que fuese por mucho tiempo.
Los Cornwall habían visto nacer ese amor al mismo tiempo
que el suyo, pero el destino les había hecho jugarretas muy crueles
al separarlos e impedir que pudieran vivirlo a plenitud como lo
habían hecho ellos. Así que esperaban que, en adelante, no
ocurriera nada que los hiciera separarse de nuevo y como
padrinos se prometían que estarían allí para ayudarlos a resolver
cualquier situación complicada.
—Prometo amarte y cuidarte, salvarte mil veces como tú me
salvaste, porque te amo como nunca pensé amar a alguien… Y
hoy te elijo Terrence Danchester Gavazzeni para compartir mi
vida contigo, para que seas el padre de mis hijos… Te elijo con
mi alma, mi corazón y prometo quedarme a tu lado… Solo pido
que tú también lo hagas, quédate siempre conmigo, Terry —
pronunció y ya a esas alturas las lágrimas los habían rebasado.
Frank se sintió algo extrañado al escuchar el sollozo que brotó
de los labios de su esposa, se volvió y notó que ella estaba
llorando, lo que lo sorprendió porque era consciente de que su
relación con Victoria no era la mejor. Buscó un pañuelo en su
bolsillo y se lo pasó para que se secara las lágrimas, al tiempo que
le daba un beso en la sien y le sonreía, pensando que a lo mejor
ella había recordado el día de su boda.
La realidad, era que Elisa lloraba por lo injusta que había sido
la vida con ella, negándole la posibilidad de casarse estando
enamorada, aunque no era algo a lo que aspiraba cuando joven.
Sin embargo, ahora que conocía el poder de ese sentimiento
gracias a Jules, lo deseaba con todas sus fuerzas y la lastimaba que
eso fuera un imposible.
Después de un minuto los sollozos cesaron y el sacerdote
atrajo la atención de los invitados y los novios para continuar con
la ceremonia, comprendía que todos tuvieran sus emociones a
flor de piel, porque incluso él se había sentido conmovido por las
promesas de amor que había presenciado. Procedió a pedirles a

651
los padrinos y las madrinas que se acercaran, primero bendijo las
alianzas y ellos las intercambiaron, luego hizo lo mismo con las
arras que los futuros esposos se entregaron como promesa de
compartir sus riquezas y finalmente cada pareja estuvo unida por
los lazos de flores y cintas de seda que sellaban su unión ante
Dios y los hombres.
—Brandon Anderson Ferguson, ¿aceptas a Fransheska Di
Carlo Pavese como tu esposa para amarla, respetarla y honrarla,
en la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad y serle fiel
hasta que la muerte los separe? —Hizo la pregunta de rigor
mirando a la pareja.
—Sí, acepto —esbozó con la mirada puesta en su novia,
mientras le acariciaba las manos y le sonreía.
—Fransheska Di Carlo Pavese, ¿aceptas a Brandon Anderson
Ferguson como tu esposo para amarlo, respetarlo y honrarlo, en
la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad y serle fiel hasta
que la muerte los separe? —preguntó de nuevo, mirándola.
—Sí, acepto —contestó con una sonrisa, perdiéndose en la
mirada de su novio, mientras le sujetaba las manos.
—Terrence Danchester Gavazzeni, ¿aceptas a Victoria
Anderson Ferguson como tu esposa para amarla, respetarla y
honrarla, en la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad y
serle fiel hasta que la muerte los separe? —preguntó mirando a la
otra pareja.
—Sí, acepto… —dijo mientras su mirada se ahogaba en la de
Victoria y reforzó esas palabras con un apretón de sus manos.
—Victoria Anderson Ferguson, ¿aceptas a Terrence
Danchester Gavazzeni como tu esposo para amarlo, respetarlo y
honrarlo, en la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad y
serle fiel hasta que la muerte los separe? —inquirió observando
su perfil, pues ella al igual que los demás estaba perdida en la
imagen de su novio.
—Sí, acepto —contestó con la voz vibrándole de emoción y
asintió un par de veces para reforzar sus palabras.

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—Me siento feliz y complacido al ser testigo de este inmenso
acto de amor y elevo mis oraciones a Dios para que en su inmensa
gracia los ilumine y fortalezca cada día ese sentimiento que los
une… Con la bendición de nuestro Padre Todopoderoso, los
declaro a ustedes… Brandon Anderson y Fransheska Di Carlo…
y a ustedes Terrence Danchester y Victoria Anderson… Marido
y Mujer… Ahora hagan que cada palabra aquí dicha sea grabada
sobre piedra, ¡Pueden besar a sus novias! —declaró con una gran
sonrisa y dio un par de palmadas para que sonara el órgano.
Brandon miró a Fransheska con ternura y llevó las manos a su
delicado cuello, dedicándole una gran sonrisa mientras se
ahogaba en sus ojos grises que brillaban como nunca, se acercó
despacio y rozó sus labios. Ella posó las manos en el pecho de su
esposo, dejándose embriagar por esa maravillosa sensación de
amor y disfrutó de ese beso que era sutil, pero que al mismo
tiempo tenía el poder para hacerla temblar y estallar de felicidad.
Terrence se acercó a su pecosa y siendo menos conservador,
le rodeó la cintura con sus brazos para pegarla a su cuerpo, al
tiempo que se apoderaba con un beso mucho más demandante
de los dulces labios de su mujer, por fin podía gritarle al mundo
que lo era. Victoria también se dejó llevar por la emoción y posó
las manos en la espalda de su esposo, para entregarse por
completo a ese beso tan extraordinario y sublime, que la hizo
sentir como si volase en brazos del hombre que amaba.
Una ola de aplausos efusivos y exclamaciones de felicidad
recorrió toda la catedral, mientras los recién casados compartían
su primer beso y expresaban sin reservas el gran amor que
sentían. Entre risas y lágrimas, e incluso besos discretos de
algunas de las parejas presentes, celebraban el amor que podían
sentir vibrando en el aire, aunque Elisa y Jules apenas pudieron
compartir una mirada y el anhelo de que algún día, ellos también
tuvieran la oportunidad de amarse libremente.

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No dejes de leer el final de esta saga en…

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Quédate: Volumen 10…

Será un vistazo a la vida de nuestras parejas en el futuro,


porque sabemos que siempre quedan con ganas de más, les
mostraremos cómo serán sus experiencias como padres y
compartirán con ellos muchas aventuras de sus vidas de casados.

También será un encuentro que se quedó pendiente, para


cerrar un capítulo que ha permanecido abierto por seis años y que
estos dos personajes puedan sanar esa herida y seguir adelante
dejando atrás la pesada carga de la culpa y el rencor.

Será la unión como familia, la comprensión, el apoyo y el amor


incondicional que intentará proteger a una pequeña niña de ojos
grises que será el fruto de una relación prohibida e intensa,
dolorosa y hermosa.

Será la oportunidad de amarse libremente… porque todos en


esta vida tenemos el derecho de amar a plenitud, porque un amor
cuando es sincero tiene el poder para vencer cualquier obstáculo
y permanecer intacto a pesar del tiempo y la distancia.

Quédate: Volumen 10… será la despedida a esta saga que ha


conquistado a miles de corazones, que nos ha acompañado
durante 14 años y que nos animó a soñar junto a ustedes.

Lily y Lina Perozo Altamar

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