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Jules Horrent

HISTORIA Y POESÍA
EN TORNO AL «CANTAR DEL CID»

EDITORIAL ARIEL
Esplugues de Llobregat
Barcelona
LOCALIZACIÓN DEL «CANTAR DE MIO CID»
En el capítulo anterior ‘, llegamos a la conclusión de
que el Poema del Cid, tal y como se nos ha conservado
en su substancia, difícilmente podía remontarse más allá
de la segunda decena del siglo xn. Nuestro objetivo será
ahora el de examinar brevemente lo que esta versión, la
más antigua de las que podemos disponer, nos aclara acerca
de la patria de su autor.
Éste tiene conocimientos históricos muy precisos y muy
detallados, pero los maneja como artista, subordinándolos
a la ordenación progresiva de su composición poética, al
retrato que quiere hacer de su héroe, amplificándolos, re¬
duciéndolos o ignorándolos según su propósito literario.
Su conocimiento de la geografía es también muy pro¬
fundo, lo cual salta a la vista con sólo leer el poema.
La región burgalesa le es bien conocida. Conoce la
situación de Vivar con relación a la capital castellana
(vs. 11-12, 15)1 2, sabe que hay un solar del Cid en Burgos
(v. 31), que la patrona de la catedral es Santa María
(v. 52), que la ciudad, en cuyo interior hay un barrio judío,
o por lo menos ciertas casas judías, está bañada por el
Arlanzón (v. 55), el cual forma un arenal (v. 56) frente a

1. Véase arriba «Tradición poética del Cantar de Mió Cid en el


siglo XII».
2. Edición de R. Menéndez Pidal, Cantar de Mió Cid, III, 4‘ ed.,
Madrid, 1956.
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la ciudad y que puede ser cruzado por un puente (v. 150).


Tampoco ignora que hay puertas en las murallas (v. 55).
Nos dice también la distancia exacta entre Burgos y San
Pedro de Cardeña (vs. 232 y sigs., 290 y sigs.); sabe que el
monasterio está consagrado al primero de los apóstoles y
dirigido por un abad (v. 237), que en él se cantan maitines
(v. 238) y de noche se recibe a los visitantes en el patio
con luces y candelas (v. 244), que se repican las campa¬
nas (v. 286), que se celebra la misa de la Santísima Tri¬
nidad (v. 319) y que acoge a las damas de la nobleza y
a su familia en un momento de apuro (vs. 239, 262). Esto
es precisar mucho. Pero todo castellano que se ocupara
de historia y especialmente de la historia cidiana y que co¬
nociera un poco de lo que era una abadía benedictina \
podría haberlo hecho igual, sin ser necesariamente de Bur¬
gos o de San Pedro de Cardeña. Hay, además, dos razo¬
nes que demuestran que el poeta no está muy familiarizado
con el monasterio. La primera es que se equivoca en el
nombre del abad, al llamarle Sancho (vs. 237, 243, 256,
383, 387, 1.286) de una manera obstinada, mientras que,
en la época del Cid, tal monasterio era regido por el ilus¬
tre san Sisebuto o su coadjutor Sebastián 3 4. La otra es que
no se preocupa, en los versos 3.726 y sigs., cuando tenía
todas las facilidades, en recordar que el cuerpo del Cid fue
llevado a San Pedro de Cardeña, en donde reposaba justo
en el momento en que componía su elogio épico 5.
La cabalgata del Cid desde San Pedro de Cardeña ha-

3. Sobre este punto, véase principalmente fray J. Pérez de Urbel,


«Tres notas sobre el Cantar de Mío Cid», en Bolet. Institución F. Gon¬
zález, XXXIV, Burgos, 1955, págs. 637 y sigs.
4. Véase Menéndez Pidal, Cantar, I, pág. 40.
5. Véase la Gesta Roderici, ed. Menéndez Pidal en La España del
Cid, II, 7.a ed., Madrid, 1969, págs. 921 y sigs.
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cia el Duero nos presenta una serie de topónimos: Spinaz


de Can (v. 393), Sant Esteuan (v. 397), Alcobiella (v. 399),
ya en los confines de Castilla, la calgada de Quinea (v. 400),
Navas de Palos (v. 401), muy cerca del lugar por donde
se cruza el Duero, la Figeruela (v. 402), en la Extremadu¬
ra de Castilla, y finalmente la sierra de Miedes (v. 413),
frontera entre los reinos cristianos y musulmanes. Aparte
San Esteban, pueblo bien conocido, los otros nombres de lu¬
gar ponen de relieve una microtoponimia y están llenos
de indicaciones topográficas. Y lo más notable es que son
exactos 6 y su exactitud es tal, que no puede provenir de
un conocimiento general de la región o de la historia del
Cid, tal y como nos lo presentan otros relatos más exten¬
sos, como la Gesta Roderici, sino que supone una verda¬
dera familiaridad con la región en cuestión.
Después de atravesar la sierra de Miedes, poblada a
la sazón de bosques (v. 427), el Cid da con la villa mu¬
sulmana de Castejón, a orillas del Henares (v. 435), y

6. Véanse las identificaciones de Menéndez Pidal, Cantar, I, pági¬


nas 41 y sigs. Sólo Espinazo de Can no ha podido ser localizado. El
v. 398, De diestro a lilon las torres que moros las han, ofrece un
topónimo de difícil interpretación. No se conoce ningún Alilón en la
región, pero en 1555 se citaba un Aguijón entre el «cerro Pedraja» y el
camino de los «ornillos» (probablemente el actual Olmillos. Cf. Me¬
néndez Pidal, Cantar, I, pág. 42, n. 1). Por otra parte, el paralelismo
de siniestro (v. 397) y de diestro (v. 398), empleado siempre correcta¬
mente en el poema, enlaza los dos versos y excluye el traslado del v. 398
después del v. 415 y la corrección del enigmático Alilón en Atienqa, que
el poeta y el escriba conocían bien (cf. el v. 2.691), como propone
Menéndez Pidal en su edición crítica (pág. 1.040). El v. 398 hace alu¬
sión a un lugar fortificado ocupado por los moros en la región de San
Esteban justamente cuando el Cid es desterrado. Este resto de ocupa¬
ción árabe podría relacionarse con el ataque llevado a cabo por los
musulmanes contra Gormaz en el mismo año en que el Cid inició su
destierro. El misterioso Alilón (o cualquier nombre que se le parezca)
debía de encontrarse entre Alcubilla y Osma.
318 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

lleva a cabo unas algaras en la región de Hita, Guada¬


lajara y Alcalá (v. 446). Los nombres de estas poblacio¬
nes del reino de Toledo pueden haberle llegado por tradi¬
ción histórica relativa al Cid, el cual parece ser que se dis¬
tinguió en dicha región, desgraciadamente para él1.
El Cid abandona Castejón y emprende una marcha ha¬
cia el este remontando el Henares (v. 542). Recorre las
Alearías (v. 543) (La Alcarria actual), pasa por las cuevas
d’Anquita (v. 544), cruza las aguas del Tajuña (v. 545)7 8
y penetra en el campo de Toranqio (v. 545), que hay que
pronunciar Toranz por exigencias de la asonancia, y que
es el actual Campo Taranz. Esta caminata, probablemente
imaginaria 9, está presentada con una serie de nombres de
lugar que ponen de relieve un conocimiento onomástico
local y no general.
El itinerario tiene su meta con verosimilitud cronoló¬
gica en las orillas del Jalón, al oeste de Calatayud (citado
en los vs. 572, 626). También esta región le es bien cono¬
cida: Aljama (v. 551), Bouierca (v. 552), Teca (v. 552)
(actualmente Alhama de Aragón, Bubierca y Ateca), Fariza
y Cetina (v. 547), probablemente en un verso refundido,
los ríos Salon (v. 555) y Siloca (v. 635), los actuales Jalón
y Jiloca, la villa de Tener (vs. 571, 585), anotado errónea¬
mente Teruel en el manuscrito, Alcocer (v. 556), a cuyo
pie discurre el Jalón y que será el centro de las operaciones
militares del Cid en la región 10. El autor muestra asimis¬
mo cierta minuciosidad topográfica: la Foz ay uso ua (ver-

7. Véase «Tradición poética...».


8. Existe, al lado del Tajuña, un Aguilar de Anguita.
9. Véase «Tradición poética...».
10. Véase P. E. Russell, «Where was Alcocer?», Homenaje J. A.
Van Praag, Amsterdam, 1956, págs. 101 y sigs.; H. Ramsden, «The
Taking of Alcocer», en Bull. Hispan. Studies, XXXVI, 1959, págs. 129
y siguientes.
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so 551); sobre Alcoqer myo Cid yua posar, / En un otero


redondo, fuerte e grand; / Aqerca corre Salon, agua nol
puedent vedar (vs. 553-555), y la táctica militar atribuida
al Cid exige un buen conocimiento del terreno (vs. 577,
589). Ninguna seguridad hay en que la toma y la batalla
de Alcocer hayan tenido lugar o no. Sea como fuere, en
el desarrollo de su episodio, el autor ha puesto algo de
su cosecha, que ha sido, casi seguro, su cierto conocimien¬
to de la región.
El Cid libra la batalla de Alcocer contra dos caudillos
del rey de Valencia, los cuales, para llegar hasta las orillas
del Jalón, tienen que hacer un gran trecho a mata caballo.
Recorren 280 km. en tres etapas: Valencia-Sogorve (ver¬
so 644), Sogorve-Celfa de Canal (vs. 646, 649), Celfa-Ca-
latayud (v. 651). El itinerario sigue la antigua calzada ro¬
mana de Sagunto a Bilbilis (Calatayud). Las etapas son
bien conocidas, ya como ciudades de relativa importancia
(Segorbe) ya como lugar del que se apoderó el Cid en su
expedición desde el Poyo (1089).
Derrotados los caudillos musulmanes, el Cid, dirigién¬
dose al sur, va Jiloca arriba. Abandona Alcocer (v. 855)
y, descendiendo un poco, atraviesa el Jalón (v. 858) y
avanza a lo largo del Jiloca hasta el Poyo que domina Mon-
real (v. 863), en donde obliga a los de Daroca (v. 866) y
a los de Molina (v. 867) a que le paguen tributo, apoderán¬
dose después de Celfa de Canal (v. 869). Estas hazañas son
históricas: los nombres citados pueden, pues, llegarle al
autor de la tradición que está explotando. Las observacio¬
nes acerca del Poyo, alto, marauilloso y grant, son exac¬
tas u, pero poco significativas, por ser tópicos. Por el con-

11. Véase M. Almagro, «Calamocha y el poyo del campo (Teruel)


en relación con el Cid Campeador», en Estudios dedicados a Menéndez
Pidal, VI, Madrid, 1956, págs. 613 y sigs.
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trario, las observaciones sobre la polación medio cristia¬


na y medio mora de Monreal (v. 901), aunque bastante ines¬
peradas, y la mención del río Martín (v. 904), del que se
hablará en el curso de la reconquista aragonesa, tienen
quizá cierto interés.
De fuente histórica, escrita o tradicional, son las indica¬
ciones acerca de las hazañas del Cid en el pinar de Tévar
(vs. 912, 971), al igual que las que se refieren a sus expe¬
diciones en tierras de Alcañiz (v. 936), de Montalbán y de
Huesa (v. 932), transcrita Huesca erróneamente. El poeta
debe haber intervenido personalmente en la escenificación
y el desenvolvimiento atractivo y original del convite he¬
cho por el Cid al conde de Barcelona después del combate
de Tévar, sin que esto requiera un conocimiento particular
de la región n.
La información geográfica que tiene sobre las conquis¬
tas del Cid en el Levante proceden igualmente de los rela¬
tos de estas conquistas: puerto de Alucat (v. 1.087); Xe-
rica, Onda, Almenar (v. 1.092); tierras de Jorriana (ver¬
so 1.093); Muruiedro (v. 1.095); Qebola (v. 1.150); Guie-
ra (v. 1.160); Xatiua (v. 1.160); Deyna (v. 1.161); Pena
Cadiella (v. 1.163); Casteion (v. 1.329). Las particulari¬
dades que señala acerca de la Peña Cadella, macizo roco¬
so (v. 1.330) de cuyas entradas y salidas (v. 1.163) hay que
asegurarse, de la situación respectiva de Cullera, Játiva y
Denia (v. 1.161), y de que el río Júcar está al sur de Va¬
lencia (v. 1.128), datos todos bien asegurados por la tra¬
dición histórica, no exigen la presencia del poeta en tales
lugares.
Tampoco dice nada personal de Valencia: la uerta,

12. Véase Th. Montgomery, «The Cid and the Count of Barcelona»,
en Hispanic Rev., XXX, 1962, págs. 1 y sigs.
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«huerta», (v. 1.225), las casas de la ciudad (v. 1.246), el


alcázar y sus altas torres (v. 1.571), sus puertas (v. 1.572),
su catedral de Santa María (v. 2.237), la glera (v. 2.242),
que son, o un hecho histórico bien conocido (la catedral),
o un paisaje urbano típico del Andalús, singularizado por
la situación de la ciudad junto al mar (v. 1.614) y por la
«huerta» (v. 1.615), que es espessa y grand. Sin duda al¬
guna, el detalle es tan exacto como pintoresco, pero como
se relaciona a una ciudad conocidísima y que está en el
centro de la historia que el poeta tiene ante sus ojos o
en la memoria, la idea de que hubiera visitado Valencia no
es imprescindible. El que el autor deba su toponimia le¬
vantina a la tradición histórica de la conquista del Cid
que él poetiza, lo confirma su silencio acerca de los lugares
por los que pasa Rodrigo en desplazamientos que no cita
tal tradición, los de Valencia a orillas del Tajo (vs. 2.009
y sigs.), de orillas del Tajo a Valencia (vs. 2.167 y sigs.),
de Valencia a Toledo (vs. 3.053 y sigs.), de Toledo a Va¬
lencia (vs. 3.531 y sigs.).
El rey autoriza a la mujer y a las hijas del Cid a
reunirse con él en Valencia, de la que ya es dueño y señor.
Acompañadas por Minaya se ponen en camino hacia Medi-
naceli (v. 1.451), en donde los otros lugartenientes de Ro¬
drigo los encuentran después de haber pasado por Santa
María [de Albarracín], por Yrontael (v. 1.475), cacogra¬
fía de Fronchales, el Bronchales actual, y por Molina (ver¬
so 1.476), llegando a Medina después de atravesar mon¬
tañas inhóspitas y elevadas (v. 1.491), la Mata de Toranz
(v. 1.492) que ya hemos visto con el nombre de campo
de Toranz, y bajando al valle del Arbujuelo (v. 1.493). La
vuelta hacia Valencia es efectuada por el mismo camino
(vs. 1.542 y sigs.). El Jalón, el Arbujuelo, el Campo de
Taranz, y Molina son citados de nuevo, en tanto que no

21. — HORRENT
322 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

aclara el trayecto desde Molina a Valencia, como si lo hu¬


bieran hecho de una tirada. Tal diferencia de tratamiento
es significativa y, según parece, al poeta le gusta repetir
los nombres que conoce de los alrededores de Medinaceli,
nombres que no se los aporta ninguna tradición histórica,
ya que no tenemos noticia alguna histórica de que ninguna
Jimena atravesara estos lugares para ir a Valencia.
Las hijas del Cid, después de casarse con los infantes
de Carrión, emprenden con ellos un doloroso viaje de re¬
greso a Castilla. Dejan Valencia, y, por Santa María de
Albarracín (v. 2.645), en donde hacen un alto, llegan a
Molina (v. 2.646), en donde son cumplimentadas por Aben-
galbón. De allí se dirigen hacia Medinaceli con la escolta
que el señor de Molina pone a su disposición para los peli¬
grosos montes de Luzón (v. 2.653). No llegan a alcanzar
Medinaceli, pues, en el Ansarera (v. 2.659), los infantes
de Carrión ordenan el desvío hacia el oeste para, a mar¬
chas forzadas (v. 2.690), dirigirse hacia una Castilla más
alejada. Curiosa maniobra ésta, que prolonga el viaje por
tierra musulmana, estando tan cerca de la cristiana Medi¬
naceli. El poeta dirige a los recién casados y su cortejo
—pues no está nada segura la autenticidad histórica de este
viaje 13— hacia la región de San Esteban de Gormaz. Dejan
a su izquierda Atienza, colgada en su inexpugnable roca
(v. 2.691), atraviesan la Sierra de Miedes (v. 2.692), los
Montes Claros (v. 2.693), pasan al lado de la misteriosa
Griza (v. 2.694) y de San Esteban (v. 2.696), penetran en
el robledo de Corpes (v. 2.697) en donde las jóvenes son
cruelmente maltratadas y abandonadas. Salvadas al borde
de la muerte, son conducidas hacia el Duero (v. 2.811) y
se reponen en la Torre de doña Urraca (v. 2.812) antes de

13. Véase «Tradición poética...».


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ser recogidas, cuidadas, festejadas y agasajadas en San Es


teban (v. 2.818). Enterado de las desgracias de sus hijas,
Rodrigo envía en su ayuda a tres de sus mejores capitanes,
los cuales cabalgan a uña de caballo y tan rápido, que
llegan a la fortaleza de Gormaz (v. 2.843) sin que se men¬
cionen los lugares por donde pasan. Señalemos a propósito
de esta marcha cómo el poeta somete sus procedimientos
literarios a su objetivo. De Gormaz, se dirigen a San Es¬
teban (v. 2.845), en donde encuentran a las jóvenes, a las
que, en sucesivas etapas, van a conducir a su padre. Parten,
pues, de San Esteban, cuya acogedora población los acom¬
paña hasta Rio damor, lugar o arroyo no identificado
(v. 2.872). Atraviesan Alcoceva, dejando a su derecha Gor¬
maz (v. 2.875), hacen un alto en Badorrey (v. 2.876), y
continúan hasta Berlanga (v. 2.877). Al día siguiente,
llegan a Medinaceli (v. 2.879) y vuelven a pasar por Mo¬
lina, en donde les espera el fiel Aben-galbón (vs. 2.880
y sigs.) y finalmente son acogidas por su padre en Valen¬
cia (vs. 2.884 y sigs.). Este viaje nos aporta pocas nove¬
dades de la toponimia de la región de Medinaceli —sola¬
mente el Ansarera y Luzón— a pesar de ser recorrida dos
veces y por caminos distintos. Pero en cambio enriquece,
y mucho, nuestro conocimiento de la región de San Este¬
ban. Nos vienen seis nombres nuevos, algunos de los cua¬
les se refieren a lugares modestos (Alcoceva, Badorrey),
procediendo otros de la micro toponimia (Robledo de Cor-
pes 14, Torre de doña Urraca, Rio damor, Griza), que se

14. Menéndez Pidal, Cantar, I, págs. 51 y sigs., ha localizado debi¬


damente este lugar en el que se desarrolla la escena más dramática del
poema; la tradición oral que escuchó en Castillejo de Robledo a prin¬
cipios de siglos (véase págs. 55 y sigs.) ha perdurado hasta nuestros días
(véase V. Núñez Marqués, «Itinerario del Cid desde San Esteban de
Gormaz a Navapalos, lugar donde fueron golpeadas cruelmente las hijas
324 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

explican en el poema por un conocimiento íntimo de la


región, que ninguna tradición histórica podía ofrecer al
poeta.
El poeta sitúa ciertas escenas en Sahagún (vs. 1.312,
2.922), en Carrión (vs. 1.313, 3.532), en Valladolid
(v. 1.827), en Toledo (vs. 2.980, 3.043) y en un lugar in¬
determinado a orillas del Tajo (vs. 1.954, 1.973). No se
señala nada de particular, salvo la situación del monaste¬
rio de San Servando en Toledo, de la que nos dice su
enclave en las afueras de la ciudad, en la otra orilla del
Tajo (vs. 3.044, 3.054), pero esta situación era conocida
por todo el mundo a causa de su importancia militar y
del papel que desempeñó tal monasterio durante los ase¬
dios que sufrió la nueva capital del reino de Castilla 15.
El rápido examen realizado aquí nos señala varios
lugares clave en el poema: Burgos y San Pedro de Car-
deña, San Esteban de Gormaz, Medinaceli, Calatayud, el
valle del Jiloca y el Levante mediterráneo. En cuanto a
Burgos y al Levante, a los que gustosamente se asociarían
al poeta que ha ensalzado al conquistador húrgales de la
levantina Valencia, los detalles que éste aporta no demues¬
tran que conociera directamente tales lugares. Para lo que

del Cid», en Bolet. Institución F. González, XXXIV, 1953, pág. 738).


Además, tal tradición ya existía en 1626 en una obra de fray Bernardo
de León sobre la Inmaculada Concepción, probablemente incluso en
el siglo xvi según ciertas pinturas murales de la iglesia de Castillejo de
Robledo, quizás durante los siglos medievales, teniendo en cuenta que
la invención de la tradición local es necesariamente anterior a 1500. No
obstante, ciertos detalles de las pinturas (las jóvenes están amarradas
a unas encinas), atestiguan una alteración grandilocuente de la tradi¬
ción primitiva, tal como aparece en el Cantar del siglo xii (véase P. D.
Jimeno, «Castillejo de Robledo escenario de la afrenta de Corpes», en
Bolet. Institución F. González, XXXIV, 1955, págs. 720 y sigs.).
15. Menéndez Pidal, Cantar, II, pág. 839.
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dice de ellos, le basta con conocer la historia de su héroe,


es decir, su tema, y contener cierta información general
de las ciudades en la que nació y en la que murió, las cuales
eran muy famosas.
No sucede lo mismo con San Esteban de Gormaz, Me-
dinaceli, Calatayud y, quizá también, el valle del Jiloca.
Ya en 1908 lo había observado y dicho Ramón Menéndez
Pidal, refiriéndose a San Esteban y Medinaceli16. La minu¬
ciosidad toponímica y topográfica con la que el poeta con-
cretiza la región que se extiende desde los alrededores de
San Esteban hasta los de Calatayud, y el hecho de que la
tradición histórica que explota no le obliga a ser tan pun¬
tilloso, reclaman la hipótesis de que el autor estaba muy
familiarizado con la región. Poeta viajero, debió recorrer
la zona fronteriza que separaba los dominios cristianos de
los musulmanes y que acababan de reconquistar, parte los
castellanos (Medinaceli, hacia 1124), y parte los aragone¬
ses (Calatayud, Daroca, Monreal en 1120), o que estaban
en plena reconquista (Molina, reconquistada en 1128 por
los aragoneses)17.
El singular interés concedido a las regiones de Medina¬
celi, de Calatayud, del Jiloca y de Molina, en donde el Cid
no ha logrado resonantes victorias 18, se explica por la im-

16. Ibid., I, págs. 41 y sigs.


17. Fecha de J. M. Lacarra, La reconquista y repoblación del valle
del Ebro, Zaragoza, 1951, pág. 23; M. Almagro, op. cit., pág. 629, habla
de 1120, mientras que J. Sanz y Díaz, «Molina en la geografía árabe
y en la historia cidiana», en Bolet. Institución F. González, XXXIV,
1955, pág. 729, fija en 1129 la reconquista del reino moro de Molina
por Alfonso el Batallador. La diferencia cronológica no importa mucho
en lo que ahora nos ocupa.
18. No se sabe si ha estado realmente en los alrededores de Medi¬
naceli. Quizás libró un combate en los de Calatayud. Por el contrario,
la historia nos asegura que estuvo en el valle del Jiloca, sobre un Poyo,
citado en el poema, desde donde asoló las vecinas regiones de Daroca
326 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

portancia que las mismas tenían en la actualidad política y


militar de su tiempo. El poeta recuerda a los que acababan
de ocuparlas, o en donde aún se combatía, que un antece¬
sor de ilustre memoria las había recorrido ya y había con¬
quistado en ellas laureles, utilizando la historia del pasado
para dar a las empresas guerreras de su época sus cartas
de nobleza y vivificando al mismo tiempo su epopeya his¬
tórica con los recentísimos recuerdos del presente.
La región de San Esteban de Gormaz era cristiana y
castellana desde que la reconquistó Fernando I de Castilla
y de León. La escrupulosa atención que le presta el poeta
es, no obstante, más viva, más atenta, que la concedida a
Medinaceli o a Calatayud. Mientras que la microtoponimia
de Medinaceli consta de cinco nombres (Ansarera, Arbu-
juelo, Campo o Mata de Taranz, Cuevas de Anguita, Lu¬
zon) y que la región de Calatayud y del Jiloca nos es par¬
camente señalada (Alcocer), la de los alrededores de San
Esteban cuenta con una decena de nombres (Griza, Ro¬
bledo de Corpes, Torre de doña Urraca, Rio damor, Alco-
biella, Calcada de Quinea, Navas de Palos, Figueruela,
Alcoceva, Badorrey) por no alegar Berlanga, la Sierra de
Miedes, los Montes Claros, más conocidos por todos y
más alejados. El poeta ha querido mostrar visiblemente
que la zona de San Esteban le era familiar, familiaridad que
roza al afecto. Contrariamente a sus costumbres, alaba a
los habitantes de San Esteban en varias ocasiones: Los de
Sant Esteuan siempre mesurados son / quando sabien esto
pesóles de coraqon (vs. 2.820-2.821); Varones de Sant Es¬
teuan a guisa de muy pros (v. 2.847); Gracias, varones de
Sant Esteuan, que sodes conoscedores (v. 2.851). Nos los

y Molina. Hazaña militar, sí, pero parecida a otras muchas en su ca¬


rrera de campeador, y que no es de las que más gloria le han dado.
LOCALIZACIÓN DEL «CANTAR DE MIO CID» 327

muestra excelentes, cautos y bondadosos y tienen esa cua¬


lidad medieval particularmente elogiosa que es la mesura.
Es un rasgo muy significativo del afecto personal del poe¬
ta el que haya subrayado sólo las cualidades que su relato
le exigía poner en acción. Por otra parte, a propósito del
lugar llamado Griza, añade un verso, contrariamente a su
técnica expeditiva y concisa, que alude a un antiguo su¬
ceso misterioso: A siniestro dexan a Griza que Alamos
poblo / alli son caños do a Elpha enqerro (vs. 2.694-2.695).
«Dado el estilo del poeta, en extremo preciso y sobrio, es
chocante que en la rápida descripción de un itinerario in¬
jiera el recuerdo de una leyenda local, en forma sólo inte¬
ligible para los habitantes de aquellas tierras, para los coe¬
táneos del autor del poema que conocerían la historieta a
que estos dos versos aluden.» 19 Líneas más abajo, prosi¬
guiendo la misma idea, Ramón Menéndez Pidal dice: «Los
oscuros versos enuncian un hecho a medias palabras, su¬
poniéndolo conocido...» Nos parece notable que, a propó¬
sito de una leyenda de la región de San Esteban, el poeta
se haya mostrado de un laconismo sobreentendido y haya
juzgado oportuno hacer una observación absolutamente in¬
necesaria para la marcha narrativa de su poema. Por últi¬
mo, Rodrigo de Vivar poseyó el castillo de Gormaz en
1087, en donde fue encarcelada su familia en el año 1089 20.
Esta efectiva presencia del Cid en dicha región pudo dejar
recuerdos, y también los dramáticos incidentes en que su

19. R. Menéndez Pidal, «Mitología en el Poema del Cid», en Stu-


dia philologica et litteraria in bonorem L. Spitzer, Berna, 1958, pág. 331,
y en En torno al Poema del Cid, págs. 179 y sigs.
20. Véase «Tradición poética...». El pasaje de la Gesta Roderici
que habla de la posesión de Gormaz por parte del Cid, se encuentra
en el capítulo 25: «dedit [el rey] ei castrum Gormaz». Véase también
T. López Mata, «Señoríos cidianos», en Bolet. Institución F. González,
XXXIV, 1955, págs. 667 y sigs.
328 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

familia estuvo mezclada, creándose así un clima cidiano


que habría inflamado a la inspiración del poeta.
Varios hechos de distinta naturaleza relacionan, pues,
al poeta con la región de San Esteban de Gormaz, lo cual
hace probable que fuera originario de ella21. Pocas son las
obras medievales anónimas 22 que ofrecen tantos indicios
convergentes en favor de una localización 23. Pero siempre
queda la posibilidad del «forastero» que se interesa y se
encariña con una región y especialmente por aquella en la
que vive. Así pues, podríamos concluir dando cabida a la
eventualidad, a la que el estudio lingüístico del texto podría
dar algún peso24, que si el poeta no era natural de San

21. Durante mucho tiempo, R. Menéndez Pidal ha defendido la


idea de que el poeta era de Medinaceli (véase por ejemplo, su demos¬
tración en el Cantar, I, págs. 34 y sigs.). Más tarde, pensó que era el
refundidor el que procedía de Medinaceli y que el primitivo poeta era
de San Esteban (ver «Dos poetas en el Cantar de mío Cid», en Roma¬
nía, LXXXII, 1961, págs. 145 y sigs.). No hemos podido seguirle en su
forma de representar los primeros estadios de la tradición literaria
(véase «Tradición poética...»). Pero desde hace mucho tiempo pensamos
que se ha caído en el error de aceptar ciegamente la localización del
primitivo poema de Medinaceli (véase «Le Poema de Mío Cid mis en
franjáis», en Rev. langues vivantes, XXV, 1959, pág. 446). Invirtiendo
los nombres de lugar, haríamos nuestra la frase con la que comenzaba
R. Menéndez Pidal en 1958 su nota sobre la «Mitología en el Poema del
Cid», pág. 331: «El poeta del Mió Cid es indudable que vivía en Me¬
dinaceli y estaba familiarizado con las tierras de San Esteban de Gor¬
maz.» Para nosotros, vivió en San Esteban y conocía, entre otras, las
tierras de Medinaceli.
22. Las sugestiones en favor de Diego García de Campos hechas
por el P. M. Alonso, Diego García, natural de Campos, Planeta, Madrid,
1943, pág. 98, son más que problemáticas.
23. Una localización precisa como la que propone F. Palacios Ma¬
drid, «¿Se escribió en Gumiel de Hizán el Poema de Mió Cid}», en
Bolet. Institución F. González, XXXVII, 1958, págs. 134 y sigs., carece
del fundamento esencial que le prestaría la mención de Gumiel en el
Cantar.
24. Recordemos aquí de pasada que en el poema se encuentran
muy pocos aragonesismos (firgades, vs. 997, 3.689, por ejemplo; véase
LOCALIZACIÓN DEL «CANTAR DE MIO CID» 329

Esteban, por lo menos se le considera como tal. Así, sería


probablemente su cariño al terruño, influenciado o no por
una hipotética tradición local, el que le habría llevado a
hacer pasar al Cid por allí cuando salió desterrado, y no
hacia Barcelona como dice la historia, y a inventar la
dramatización de la escena del Robledo de Corpes para que
las apuradas hijas de su Cid fueran socorridas y reconfor¬
tadas por los nobles corazones de San Esteban25.

Menéndez Pidal, Cantar, I, pág. 266). A pesar de la exhaustiva inves¬


tigación de R. Menéndez Pidal, no sería inútil el volver a hacer un
estudio lingüístico del poema, sobre todo para ver si la lengua puede
ser propia de un nativo de San Esteban o de sus alrededores.
25. Citemos el recién artículo de M. Criado de Val, «Geografía,
toponimia e itinerario del Cantar de Mió Cid», Zs. f. rom. Phil., 86, 1970,
págs. 83-107.
LA TOMA DE CASTEJÓN

OBSERVACIONES LITERARIAS
SOBRE UN PASAJE DEL «CANTAR DE MIO CID»
Desde hace ya mucho tiempo, los críticos han obser¬
vado y ensalzado la estructura general del Cantar de Mió
Cid !. En estas páginas, y a propósito de un pasaje que no
es de los más famosos del poema, intentaremos mostrar la
excelencia de la composición, tanto desde el punto de
vista narrativo como desde el psicológico, absteniéndonos
de sacar ninguna conclusión acerca de la génesis de la obra
o del grado de su impregnación histórica, dos de las cues¬
tiones más debatidas por los historiadores de la litera¬
tura.
El episodio de la toma de Castejón (vs. 434-541) es
relatado por un narrador entusiasta. La salida del sol no
es para él un simple fenómeno 1 2, ya que le hace exclamar
de alegría, lo que revela en él cietra sensibilidad ante las
bellezas de la naturaleza, pero, sobre todo, el sentido de
la confabulación entre la naturaleza y la aventura de su
héroe. Si con una exclamación da al sol todo su esplendor,
es porque quiere hacernos ver que el luminoso día preside

1. Véanse, entre otros, el trabajo de G. Correa, «Estructura y for¬


ma en el Poema de Mió Cid», en Hispanic Review, XXV, 1957, pági¬
nas 280-290, así como los trabajos de Edmund de Chasca, Estructura
y Forma en el «Poema de Mió Cid», Iowa City, 1955; El arte juglaresco
en el «Cantar de Mió Cid». Madrid, 1967, págs. 61 y sigs.
2. Por descuido, E. Orozco Díaz, («Sobre el sentimiento de la na¬
turaleza en el Poema del Cid», en Clavileño, VI, 31, 1955, pág. 5) sitúa
el detalle del sol levante antes del episodio de Alcocer.
334 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

el primer éxito del Cid 3. Pero el papel narrativo del sol


radiante no se acaba ahí. El hermoso día explica muy bien
que los habitantes de Castejón estén trabajando en las fae¬
nas del campo (vs. 458-463), y hace posible que el Cid,
con muy escasas tropas, los capture a campo abierto y tome
la ciudad, desguarnecida de la mayor parte de sus defen¬
sores.
Podríamos extrañarnos, a primera vista, de la impru¬
dencia de los habitantes al dejar su ciudad fronteriza con
poca guardia y las puertas abiertas (vs, 461-462). Esto es
debido a que se confían en la protección que les aporta
su pacto con el rey de Castilla (v. 527), siendo su con¬
fianza la mejor prueba dada al poderío de Alfonso VE
Pero ¿no ensombrece el poeta la gloria de Rodrigo, que
quería hacer resplandeciente, al incurrir éste en una falta
rompiendo el pacto suscrito por su rey? No, pues, según las
leyes de entonces 4, el desterrado podía combatir a los alia¬
dos de su soberano, e incluso al soberano, con tal de no
atentar contra su persona. Así pues, el ataque de Rodrigo
a Castejón es legítimo y la ausencia de reproches por parte
de los habitantes, verídica.
La táctica empleada por el Cid para tomar la ciudad
es llevada a cabo con presteza y sin titubeos y su relato
poético, expeditivo y preciso, nos fotografía la escena. Sólo
unos versos bastan para marcar distintamente los diferen¬
tes episodios: movimiento envolvente en torno a Castejón
para apoderarse de los habitantes y de los ganados disper¬
sos por el campo (vs. 464-466), ataque directo y repen¬
tino contra la puerta abierta (vs. 467-469), entrada en la

3. Cfr. P. N. Dunn, «Theme and Myth in the Poem de Mió Cid»,


Romania, LXXXIII, 1962, pág. 354.
4. R. Menéndez Pidal, La España del Cid, I, 7.a ed., Madrid, 1969,
página 275, n. 4.
LA TOMA DE CASTEJÓN. OBSERVACIONES LITERARIAS 335

ciudad espada en mano (vs. 470-472). Estas rápidas opera¬


ciones han sido organizadas por el genio táctico del Cam¬
peador, el cual hace irrupción desde el acecho (v. 464)
para lanzarse él mismo sobre la puerta de la ciudad (ver¬
so 467), derribar su débil defensa y hacerse con la plaza
(vs. 470-473), dejando a sus hombres el cuidado de cap¬
turar a los moros diseminados por los alrededores (vs. 465-
466, «avíen» en plural) y de conducírselos a la ciudad que
ha conquistado (vs. 474-475). Mediante la precisión del
número gramatical de los verbos (en singular los referidos
al Cid, vs. 464, 464b, 467, 470, 471, 472, 473; y en plu¬
ral los referidos a sus hombres, vs. 465, 474, 475), el
poeta hace de Castejón una conquista personal del Cam¬
peador. La primera hazaña del desterrado es debida a su
exclusiva bravura. Ya desde el primer combate, el Cid es
presentado como un héroe épico sin par, y los prisioneros
que le traen sus hombres recompensan en cierto modo su
victoria.
El ataque contra Castejón es acompañado de una alga¬
ra llevada a cabo por el «brazo derecho» del Cid, Minaya
Alvar Fáñez, realizada en las regiones, más meridionales,
de Guadalajara y Alcalá de Henares (vs. 476-484). Esta
hazaña es, no obstante, más colectiva. El poeta no atri¬
buye sólo a Minaya el ataque victorioso, el cual no hace
más que mandar las tropas vencedoras. Con un agudo sen¬
tido de la jerarquía heroica, se cuida muy bien de no izar
a Minaya a la altura del Cid.
La fisonomía moral de este último es esbozada con
finura. El Cid no es ni un militarote, ni un orgulloso. Al
contrario, le vemos recibir a sus hombres con respeto
(v. 487), abrazar estrechamente y con afecto a Minaya
(v. 488). Una corriente de simpatía humana, surgida de
la cordialidad natural de Rodrigo, da calor a la escena. El
336 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

público siente que esta cordialidad es sincera, porque sus


manifestaciones son espontáneas. Pero se ve inmediata¬
mente que también es calculada. El Cid se sirve de la sim¬
patía natural que le inspiran los hombres, tanto amigos
como enemigos, para atraérselos más firmemente. El poeta
ha sugerido delicadamente esta difícil matización psicoló¬
gica: su Campeador saca siempre provecho de su carácter
amistoso, es profundamente bueno y astuto, quitando el
primer rasgo lo que de incisivo pueda tener el segundo y
éste su empalago al primero. Personaje, pues, hecho de luz
y de sombra, en donde la sombra misma es luz.
Un jefe de ejército tiene ciertas obligaciones. El Cid
va más allá, por amistad entusiasta y política: da a Minaya
el quinto del botín que la tropa de la algara ha conquis¬
tado, pero además le da también el quinto del botín de
Castejón, ofreciéndole así lo que le era propio (vs. 489-
492). Perfecta observación psicológica. La generosidad,
efecto de la bondad del héroe, se acrecienta con la alegría
que siente al ver los primeros éxitos de sus tropas y re¬
fleja su agradecimiento (vs. 491-492). Pero el quinto su¬
plementario que da no es un regalo, es sólo una oferta. El
poeta se da licencia de oponer a la generosidad del Cid la
de Minaya. Ha comprendido que el carácter bondadoso de
Minaya no podía aprovecharse de la buena disposición
de su jefe. Minaya no acepta la oferta del Cid y tampoco
el quinto que le correspondía (v. 505). Hermoso arran¬
que de generosidad, pero desprovisto de intención morali-
zadora, pues la negativa de Minaya está dictada por las
circunstancias: en su opinión, es aún prematuro el otorgar¬
se mutuamente beneficios personales. Ni el Cid ni Minaya
se exceden en su mesura humana, son hombres simpáti¬
cos, pero no modelos. La indirecta que Minaya lanza al rey
Alfonso (v. 495), cuando, confiando en su gloria, opone la
LA TOMA DE CASTEJÓN. OBSERVACIONES LITERARIAS 337

presunta codicia real a su propio desinterés, refuerza aún


más la impresión de viva humanidad que deja en nosotros
todo el pasaje.
El recuerdo del rey Alfonso, relacionado con el mordaz
Minaya y no con el Cid, más respetuoso por ser más res¬
ponsable, viene en el momento preciso y permite esbozar
dos movimientos narrativos, el primero, que no tiene nada
que ver con el episodio de Castejón, va a marcar concreta¬
mente una de las ideas dominantes del poema, la inque¬
brantable fidelidad del Cid simbolizada por los presentes
enviados al rey; y el otro, que va a dominar el fin del epi¬
sodio: se verá el Cid forzado de alejarse de su primera con¬
quista para no correr el riesgo de tener que luchar contra
su propio rey.
Hay que tener bien en cuenta la actitud de nuestro
héroe. Los versos 508-509, en que ésta se manifiesta, re¬
flejan ante todo la aprensión del Cid ante la superioridad
militar del rey. Este sentimiento, que se ve claramente to¬
davía en los versos 528 y 532, obliga al Cid, jefe militar
tan prudente como heroico, a batirse en retirada (v. 529).
Su primer triunfo no le ha ofuscado: sabe que ha derrotado
a los aliados de su rey y teme una intervención de las tro¬
pas reales. Espera que, con el gesto que va a hacer, su repu¬
tación saldrá beneficiada ante los ojos del rey o que, por lo
menos, no se agravará la opinión que tiene de él5. Su te¬
mor militar de tener que vérselas con las tropas más nu¬
merosas de Alfonso se convierte, en su interior, en la in¬
tención de vasallo de no combatir contra su señor (v. 538).

3. El Cid se preocupa por su gloria, en el sentido clásico de la


palabra, desde el primer momento de su destierro. (Véase el v. 433,
perfectamente comentado por P. Salinas, «El Cantar de Mió Cid, poema
de la honra», Ensayos de literatura hispánica, Madrid, 1938, pág. 34.
El artículo data de 1945).

22. — HORRENT
338 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

Del plano guerrero pasamos al plano feudal. Pero en el


v. 538, subrayémoslo, pues se suele dar a tal pasaje un
alcance decisivo que no tiene, el Cid no hace más que for¬
mular un deseo (obsérvese el condicional «querría»), no se
trata de un juramento, y el personaje se expresa con la mo¬
destia que le imponen las circunstancias. Está lejos de su
intención el sacar el pecho y tomar la postura teatral que
algunos imaginan, gratificando al mismo tiempo al poeta
con una falta de sentido psicológico y dramático.
El poeta sabe que su héroe necesita poder contar con
sus tropas. Así pues, su retirada ante la inminencia de un
ataque castellano no puede serles perjudicial. Las tropas
cobrarán, pues, lo que se les debe, en el acto y honrada¬
mente (vs. 510-514). La equidad es una de las grandes vir¬
tudes con que el poeta adorna a su héroe.
El Cid no domina todavía ningún territorio, y no dis¬
pone más que de escasos hombres. Así pues, no puede pen¬
sar en llevar consigo los prisioneros ni los ganados conse¬
guidos en Castejón (v. 517). Tampoco puede sacar partido
de su botín para ofrecer al rey presentes que serían pre¬
maturos y correría el riesgo, por su cinismo, de agravar la
hostilidad 6. Ni puede organizar una venta pública (v. 516)
por miedo de atraer la atención sobre él. La única solu¬
ción que le queda es entablar una negociación privada con
sus víctimas de Hita y Guadalajara (vs. 518-523). Obliga
a estas últimas a comprarle lo que les ha tomado, pero a
un precio cuatro veces inferior de su valor real (v. 521: el
precio ofrecido por los moros es de tres mil marcos de
plata en vez de once mil doscientos cincuenta). El cinismo

6. Por inadvertencia, Edmund de Chasca, «The King-Vassal Rela¬


tionship in the Poema de Mío Cid», Hispanic Review, XXI, 1953, pági¬
na 190, da a entender que han sido enviados presentes al rey después
de la victoria de Castejón.
LA TOMA DE CASTEJÓN. OBSERVACIONES LITERARIAS 339

de su actitud' se compensa con la buena voluntad con la


que acepta las proposiciones usureras de sus adversarios.
A fin de cuentas, todo el mundo está contento, el Cid con
su bolsa llena y los moros al recuperar sus bienes con una
pérdida tres veces inferior de lo que podría haber sido.
No obstante, le queda el derecho de devastar Caste-
jón, su conquista personal. Pero renuncia (v. 533) y ade¬
más libera a los prisioneros (v. 534), queriendo así darles
las gracias por haberle aconsejado el fructífero negocio
con los de Hita y Guadalajara (v. 518) esperando que su
magnanimidad impida el brote de una enemistad (v. 535)
que podría perjudicarle, e incluso le consiga la simpatía
—cosa que logra, según la visión optimista del poeta
(v. 541)—. Generosidad agradecida e interesada. El Cid
tiene siempre dos caras. El interés personal nunca está por
completo ausente en sus liberalidades. Su complejo carácter
está hecho de largueza y de cálculo egoísta y las manifes¬
taciones de esta actitud moral, en apariencia contradictoria,
no alternan, se dan al mismo tiempo, se confunden.
Por lo bien que ha captado y ofrecido esta dualidad tan
profundamente humana 7 8, el poeta del Cantar de Mío Cid
ha compuesto una obra que, a pesar de su antigüedad, ha
sobrevivido e impresiona aún al lector moderno.
El objetivo de estas observaciones era el de mostrar

7. Muy parecido al de la actitud tomada con los judíos de Burgos.


Raquel y Vidas. Es pues un rasgo de carácter muy profundo.
8. A pesar de ser un gran héroe, el Cid no deja de ser un hombre.
Al no haberse profundizado suficientemente el estudio psicológico del
personaje, se ha insistido demasiado uniforme y exclusivamente en su
excelencia moral (por ejemplo, E. de Chasca, art. cit., pág. 192, o incluso
aquellos que lo han calificado de santo) y se ha opuesto demasiado al
personaje poético con su prototipo histórico. En un breve artíc tío,
E. von Richthofen se ha ocupado de nuestro episodio, «Tolerancia del
Cid en Castejón», en Nuevos estudios épicos medievales, Madrid, 1970,
páginas 84 y sigs.
340 HISTORIA Y POESÍA EN TORNO AL CANTAR DEL CID

que es posible leer una valiosa obra medieval, no sólo para


ver en ella indicios históricos (fecha, lugar, génesis, fuen¬
tes, etc.), lingüísticos o arqueológicos. La obra ofrece el
placer no despreciable, al que le preste cierta atención, de
descubrir que en pleno siglo xii, como en cualquier época,
ciertos poetas eran capaces de respetar las leyes clásicas del
ajuste narrativo, dramático y psicológico.

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