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CRISIS Y ENCRUCIJADA DE LA NoVELA ACTUAL /


Santos Sanz Villanueva

U
n vistazo epidérmico y panorá-
mico sobre la novela española
actual revela una situación
compleja y contradictoria. Por un lado, aumenta el interés de los
lectores, a tenor de encuestas y cifras de venta. Por otro, proliferan
absurdas y repetitivas narraciones históricas y variantes espurias de
la novela criminal que copan buena parte de la difusión del género y
corroboran la impresión de que el mercado es la última seña de
identidad de la hora presente. Las listas de libros más vendidos
demuestran el cuasi monopolio, mes tras mes, año tras año, de
mediocres productos de consumo. Sin embargo, tampoco falta esa
literatura atenta y exigente representada por los veteranos Luis
mateo Díez o Javier marías, por belén Gopegui y su obra en
marcha o el recién llegado Isaac Rosa, dando solo unos pocos
nombres y de diferentes tendencias, que obtienen bastante amplia
atención. Es curioso constatar, sin embargo, que, desde el punto de
vista de la recepción por el lector común, cualquiera de estos
narradores se percibe en un plano de igualdad con estajanovistas del
best seller como César Vidal o matilde Asensi*.
El estado presente de nuestras letras se puede sintetizar, en
suma, como la tensión entre una “literatura fuerte”, según la fórmula
* Retoco y amplío el artículo “La novela en una encrucijada” recogido en el libro
colectivo La novela española ante el siglo XXI (Madrid, Centro Cultural de la Villa, 2004)
que no llegó a tener presencia pública alguna.

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de J.A. González Sainz (así titula, “Por una literatura fuerte”, su


combativo artículo recogido en La novela española ante el siglo
XXI), y una literatura para el consumo. un par de términos
convienen al propósito de definir tal estado de cosas: crisis y
encrucijada. El Diccionario de la RAE define crisis en su cuarta
acepción como “momento decisivo de un negocio grave y de
consecuencias importantes”. Dejando aparte si el “negocio” literario
es grave, trivial o secundario, viene este término como anillo al
dedo para sintetizar la situación en que la novela se juega mucho al
debatirse entre la continuidad de un ayer poco satisfactorio y un
mañana todavía sin perfil claro. Crisis forma en esta ocasión,
además, inseparable pareja con encrucijada, que significa, en la
primera acepción del mismo diccionario, “Lugar en donde se
cruzan dos o más calles o caminos”, y, en la tercera: “Situación
difícil en que no se sabe qué conducta seguir”. Encrucijada y crisis
describen el estado actual de la novela, y no sólo de la española:
múltiples caminos se requieren para su desarrollo y su “situación
difícil” provoca incertidumbres acerca de su porvenir.
Dicha situación no plantea nada históricamente novedoso.
Hace un siglo se manifestaban opiniones que parecen dichas ahora
mismo. Azorín pensaba que la novela era un género abierto que no
había cerrado su recorrido: “Dista mucho, dista mucho de haber
llegado a su perfección la novela”, escribe en La voluntad. Esto se
afirma en 1902. En 1903, Ramón Pérez de Ayala observa, en
Pequeños ensayos, la consecuencia del carácter inconcluso del
género. En la novela, aprecia,

se ha llegado al triunfo completo del individualismo atómico, a


partir de la bancarrota de la escuela naturalista. Hoy cada autor
escribe sus novelas sin prejuicios de técnica ya definida, ni
preocupaciones de bando, y el público los alienta a todos. No hay
una novela concebida específicamente y que predomine como
escuela de moda sobre todas las demás; hay una novela in genere
que cada cual entiende a su modo.

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Agreguemos algo bien sabido para cerrar el diagnóstico de una


situación actual tan sorprendentemente semejante a la pasada: en
1924 aventuraba ortega y Gasset en Idea de la novela la dificultad de
que el género subsistiera en su modo tradicional; requería radicales
trasformaciones, pues, según el pensador, ya no quedaba mucho
recorrido para una forma que había agotado sus posibilidades.
Semejantes incertidumbres, aunque con otros signos,
marcados por la época, menudean en nuestro tiempo. un debate
vivo a finales del ochocientos, qué género merecía mayor
preeminencia social, se ha solventado de manera irreversible a
favor de la novela. Antes de mediados de la pasada centuria se
había convertido ya en el indiscutido género mayoritario. El
debate no ha desaparecido, sin embargo, y subsiste con un perfil
inédito. Ahora afecta a la cualidad artística de la novela,
enfrentada a su condición cada día mayor de producto industrial.
La disyuntiva estaría entre la novela literaria y lo que Luis
Landero llama la novela dineraria en el citado colectivo La novela
española ante el siglo XXI .
La cualidad comercial de la novela ha alcanzado un estatus
público tan fuerte que incluso se presta al cínico reconocimiento
de tal estado de cosas. Con frívolo desparpajo lo admite un
narrador cuando quería bien serio, Terenci moix, en Chulas y
famosas. Hablan con ánimo provocador en la curiosa cita que
copio de esta despendolada fábula un novelista (llamado el Autor,
desdoblamiento inequívoco del propio moix) y un personaje:

—[...] Figúrese: la editorial ha programado Chulas y famosas


para septiembre, estamos empezando el verano y todavía no
encuentro el tema.
—Perdone, pero esto que me cuenta es como vender el aceite
antes de plantar el olivo. ¿Cómo se puede programar una cosa que
no existe?

Con revelador sarcasmo, sentencia el Autor (y, claro, el autor):

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—Hoy en día el libro empieza a ser posterior a los albaranes.


Que después salga una obra maestra depende del departamento
comercial. (p. 146)

Esta iconoclasta hipérbole pone el dedo en la llaga de uno de los


problemas presentes. La alternativa sería deslindar la novela en dos
campos separados por un foso. En uno de ellos crecería la novela
comercial, de consumo. En el otro florecería la novela de los artistas,
creadores puros, o, como suele decirse con boba frase hecha, autores
de culto. Sendos territorios tendrían sus propios habitantes, los
lectores de calidad, uno; el vulgo al que hay que hablarle en necio, el
otro. Esta separación en novela mayoritaria y minoritaria, además,
no garantiza mucho. Aparte de que ni lo mayoritario haya de
provocar por esencia desconfianza, ni lo minoritario lleve inherente
el certificado de calidad, desde hace tiempo asistimos al
debilitamiento de las fronteras entre lo popular y lo culto, lo fácil y
lo exigente, que permite amplia difusión a narradores un tanto
minoritarios. Pienso en Javier Cercas, Rafael Chirbes, Jesús
Ferrero, Gustavo martín Garzo, Ignacio martínez de Pisón,
Alberto méndez, Antonio orejudo, José ovejero, Ramiro Pinilla,
Álvaro Pombo o Antonio Soler, a quienes acompañan en este
sentido otro buen número de autores. A la vez, la marginalidad
puede ser la coartada aducida por una literatura incapaz de conectar
con un público algo amplio. Es asunto que dentro de la propia
ficción plantea miguel Sánchez-ostiz. El narrador de La nave de
baco se explaya de esta manera con reticencias críticas hacia las
obras que andan fuera del circuito comercial:

El jambeta aquel quería algo nuevo, una editorial nueva para


verdaderos lectores [...] y para verdaderos escritores, una editorial
marginal, decía, para ganar dinero: “En Nueva York se lleva
mucho”.
Porque según él, el dinero iba a estar a partir de entonces en la
marginalidad. La gente se iba a dar de bofetadas por comprar todo

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lo que quedaba al margen de las grandes editoriales, de las grandes


superficies, que es de donde le habían echado por incapaz. (p. 47)

Tanto lo mayoritario como lo minoritario comparten, sin


embargo, una experiencia común. A ambos les afecta la
reactualización, asumida por el postmodernismo, de la antigua
incertidumbre relativa a la posibilidad de que el propio género
novelesco sea factible en nuestro tiempo. Este asunto tiene tan
plena actualidad —luego volveremos a él al preguntarnos por la
anunciada muerte de la novela— que rebasa las preocupaciones de
los teóricos para incorporarse incluso al propio texto novelesco.
Alejandro Cuevas (1973), novelista de la penúltima promoción,
dispone en La peste bucólica un simpático juego de “narradores a
sueldo” que debaten dentro de la misma trama novelesca acerca de
esa su ocupación profesional. uno de ellos, un tal Kovalsky, rebate
de la siguiente manera al colega que ha puesto objeciones a una
observación tópica:

—¿originalidad? No seáis ingenuos. Todas las historias ya han


sido contadas y, lo que es peor, todas las vidas ya han sido vividas.
Nosotros estamos abocados a la parodia, al paroxismo, a la
paráfrasis. (p. 80; subrayado mío)

Cuevas apunta algo bastante claro para mucha gente de


nuestros días: que hoy no puede apostarse a favor de la creatividad
sin muchas reservas. Esta desconfianza, tampoco inédita en el
curso de la historia, constituye otro signo evidente de la
encrucijada actual en la que conviven rasgos peculiares del
momento esperanzadores y sombras preocupantes. Por eso parece
ejercicio oportuno contemplar qué alternativas, dando por
supuesto que existen, permitirían la salida de una situación
deteriorada al entender de muchos. Haré una sumaria
enumeración del puñado de caracteres que distinguen la realidad
de la novela española a comienzos del presente milenio:

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—Sustitución de objetivos esenciales de la creación por metas


secundarias. búsqueda del éxito: una mayoría de escritores
persiguen la fama antes que la obra bien hecha. búsqueda de
rentabilidad económica: Jorge Edwards ha aportado su personal
testimonio de un rumor extendido; los escritores cuando se reúnen
hablan más que antes de dinero, contratos, ventas, y mucho menos
de libros (“Costumbres de la tribu”, El País, 15/12/08).
—La novela está predominantemente en manos de editores a
quienes preocupa sólo la difusión, que anteponen a toda costa a los
valores culturales.
—Presencia decisiva de un nuevo factor, el agente literario, que
distorsiona la cadena literaria tradicional, constituida por autor,
editor y lector.
—Conversión de la novela en producto industrial regido por las
leyes del mercado y del consumo masivo. La presencia ubicua de
una obra en los circuitos de la distribución ha adquirido la
consideración de garantía de solvencia. El propio mercado se
coloca en la cima de la jerarquía de valores, los que sean, pero muy
distintos de los representativos de la tradición humanística.
Repárese en un dato sintomático. una novela no se recomienda
por sus méritos intelectuales o artísticos sino con el siguiente
argumento utilizado en la publicidad de algunas obras: “Libro
anunciado en televisión”.
—Sustitución de las viejas mediaciones (en especial de la
crítica) por mecanismos de promoción comercial, por el marketing
y otras formas de propaganda, en consonancia con lo indicado en
el punto anterior.
—Auge y multiplicación de los premios literarios, que se han
convertido en un rasgo diferencial de la cultura española. A la vez
que alcanzan dotaciones económicas elevadas han perdido su
primitivo sentido cultural y se han transformado en puros
mecanismos publicitarios. Producen confusión en la sociedad
lectora al promocionar por igual autores de calidad y meros
redactores de fábulas anodinas. Con justificada malicia se ha dicho

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que el declive de la novela española reciente comenzó al conseguir


Juan benet, representante máximo de la alta literatura, el puesto
de finalista en el Planeta.
—Renovación de la oferta a ritmo vertiginoso. Presenta diversos
flancos o variantes. La novedad se ofrece como alternativa que
desplaza lo anterior. Adopta los criterios y los ritmos de la moda.
Las novedades se “queman” al igual que los productos perecederos.
No se da tiempo a que se consoliden los autores. La presentación y
“consagración” de los autores se produce en un plazo muy breve.
basta para comprobarlo con contraponer lo que (por lo general y
salvando algunas excepciones) se tardaba a tener imagen de
escritor reconocido y asentado durante el medio siglo de la pasada
centuria frente a lo que ocurre en nuestros días. Los propios
autores sufren el espejismo de creer que han alcanzado la gloria
duradera por la efímera repercusión mediática de un premio (caso
muy notorio, aunque no excepcional, las declaraciones de Pedro
maestre tras darse a conocer con el Nadal).
—Renovación no solo de obras (productos) sino también de
creadores. Cada poco surgen nombres nuevos, publicitados con
énfasis, para mantener viva la oferta.
—La renovación constante de nombres impulsa la actividad de
los escritores ya conocidos en función de sostener su presencia en
el mercado. El novelista que quiere sobrevivir tiene que
mantenerse en permanente actualidad dando de manera regular
nuevos títulos, al margen de su ritmo natural de creación. Este
objetivo se consigue no con obras originales sino mediante
recolecciones de relatos o artículos. Produce una anormal
inflación editorial.
—Con algo de lo apuntado tiene que ver un cambio capital en la
percepción del sentido de lo literario. Lo literario se ha concebido
desde tiempos remotos como expresión del espíritu humano con
voluntad intemporal. Parte importante de la nueva literatura
renuncia a este alcance y a la perdurabilidad de la creación. José
maría Pozuelo considera el problema de mayor calado hoy día lo

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que llama con acertada expresión el “síndrome de la actualidad”.


Apunta Pozuelo en “Los aliados del lector” (artículo también
recogido en La novela española ante el siglo XXI) como una
amenaza muy grave la fungibilidad de la novela actual, el hecho de
que se consuma con el uso.
—Ciertos valores espurios se imponen como criterio de
recepción de calidad. Anoto dos generalizados. uno, la brevedad.
Se estima que constituye un valor actual intrínseco. El tiempo
presente exige lo conciso y simple. Lo extenso pertenece a otra
época y está anticuado. De ahí los estragos que viene causando
monterroso, al haberse convertido una forma original en “moda”,
la del microrrelato o el relato hiperbreve, que, con las excepciones
que se quieran, se salda con harta frecuencia con textos cercanos a
la ocurrencia, la trivialidad o el chiste. (También debe anotarse
una reacción contraria a la brevedad que ha estimulado la novela
caudalosa como medio de los autores para mostrar sus poderes).
otro, la juventud. Deja de suponer un rasgo accidental del autor
para convertirse también en valor intrínseco. Ambos valores, falsos
como tales, tienen puros objetivos comerciales: el primero, captar
compradores por medio de una literatura que exige poco esfuerzo;
el segundo, atraer a extenso un sector de consumidores bastante
alejado de lo literario.
Supone gran dificultad deducir un balance de este rosario de
síntomas, varios bien inquietantes. Según algunos observadores,
pasamos una época catastrófica en lo relativo a la situación actual de
la novela en nuestro país. Tal apreciación no se sostiene, sin
embargo, si se atiende a las novedades que los escaparates de las
librerías han ido ofreciendo al interesado en el primer decenio del
presente siglo. En estas fechas han visto la luz las más que notables
memorias de José manuel Caballero bonald y Juan marsé ha
sumado buenas piezas a su narrativa hecha con dolor y piedad. En el
mismo tiempo han asentado su perfil definitivo valiosos narradores
de la última promoción surgida en el franquismo: Luis mateo Díez
ha redondeado su original visión literaria del pesimismo existencial,

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José maría merino ha profundizado en las relaciones entre realidad


y fantasía, Javier marías ha rematado la ambiciosa empresa
intelectual de Tu rostro mañana, Eduardo mendoza ha proseguido
su narrativa postmoderna, aun sin haberle añadido ningún título
fundamental. En estos dos lustros han confirmado una escritura
meritoria y seria los narradores que tomaron el relevo literario una
vez restablecida la democracia en sucesivos jalones: Antonio muñoz
molina, Rafael Chirbes, Enrique Vila-matas o benjamín Prado. Es
difícil encontrar periodos del pasado de semejante extensión que
ofrezcan un censo tan notable de narradores valiosos. De tal modo,
no parece justo acentuar la sensación de crisis hasta el derrotismo
que suele impregnar las crónicas.
Este breve repertorio de autores revela además la gran variedad
de temas y de planteamientos que coexisten en nuestra narrativa
de ahora. En realidad, abarca la amplia gama de lo literario, desde
lo artístico hasta lo comunicativo: la escritura vanguardista de
Javier Pastor, la culturalista de Vila-matas, la metaliteraria del
hispano-chileno Roberto bolaño, la que estiliza el relato clásico de
marsé, la sociológica de Vázquez montalbán, la reflexiva de belén
Gopegui, la ensayística y directamente ideológica de Isaac Rosa,
la enraizada en la tradición literaria de benjamín Prado, la
neogaldosiana de Almudena Grandes, la popular de Arturo Pérez-
Reverte o la “postpoética” de Fernández mallo, por ponerle
algunos nombres significativos a semejante diversidad.
Todos los posibles caminos de lo narrativo se entrecruzan en la
época actual, según se desprende de los narradores recién citados.
Si ello nos pone ante el riesgo de reproducir la dispersión
atomística que percibía Pérez de Ayala hace una centuria, también
supone que estamos ante una narrativa viva que asume el desafío
de encontrar nuevos caminos, y afronta la búsqueda de formas
pertinentes a las múltiples innovaciones que marcan la vida en esta
era de cambios tecnológicos y sociales casi impensables hace nada.
Estamos asistiendo a un fenómeno verdaderamente nuevo,
propio de nuestros días, y de cuyo alcance a medio y largo plazo

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poco puede decirse. Se trata de algo que resulta capital subrayar,


el progresivo e irreversible establecimiento de unos nuevos hábitos
de recepción de lo narrativo. Los códigos de lectura de la ficción
interiorizados de manera irreflexiva por los lectores eran hasta
hace poco los propios de la narrativa literaria y libresca. Desde
hace un tiempo, los ciudadanos de los países industrializados
estamos asumiendo, también de forma involuntaria, códigos que
proceden de otras fuentes. Las más importantes en el presente
próximo radican en el cine, las series de televisión o el video clip. Y
ahora mismo ha surgido con fuerza arrasadora la comunicación en
la Red con las imprevisibles mudanzas que entraña la sustitución
de la expresión trabada del mundo (propia de casi toda la historia
de la novela hasta la fecha, si se exceptúan un par de momentos de
fervor vanguardista) por el mensaje fragmentario o inarticulado de
los blog o de twitter. Con estos fenómenos se relaciona una
constante de nuestros días, la narración literaria de corte
cinematográfico, bien porque utilice procedimientos propios de
este arte, bien porque incluso se acerque al guión del cine. De
hecho, no pocas novelas actuales están ideadas para su fácil
adaptación a la pantalla, grande o pequeña. En el aire queda
cuánto haya en ello de alerta hacia nuevas necesidades expresivas y
cuánto de oportunismo. En cualquier caso, debe notarse que parte
de los novelistas actuales (entre ellos, de modo muy destacado, el
recién fallecido Isaac montero) han afrontado el reto de la
reconversión de la novela, tanto de la tradicional como de la
modernista, a esos nuevos hábitos receptivos.
otra constante se refiere a la conciencia postmoderna de que
tras siglos de gran cultura no es posible ninguna clase de adanismo.
Esta percepción engloba dos cuestiones de gran calado. una, el
sentido del realismo; otra, la sustitución de la realidad común, cuyo
análisis quedaría en el campo de las ciencias, por otra realidad, la
del arte. Diremos primero dos palabras sobre esta última.
Cualquier mediano curioso de estos asuntos conoce la auténtica
hipertrofia de lo literario que se da en la prosa narrativa reciente. un

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amplio sector de las novelas últimas se circunscribe a una temática o


a unas intenciones dirigidas al pequeño gremio de los literatos y
profesores: la construcción de la novela como asunto novelesco, el
objetivo de sustituir el relato por el discurso, el arte de novelar
ensayado como un medio de hacer que avance el arte narrativo...
Incluso, ciertas novelas piensan más en los campus universitarios o
en la historia de la literatura que en los lectores comunes; si no se
llega, que también ocurre, a utilizar la ficción como vehículo de
homenaje a los colegas literatos o de insultos a los competidores con
mayor éxito. Estos usos y gustos metaliterarios y culturalistas tienen
algo positivo: por un lado, el reconocimiento de que no puede
hacerse a estas alturas de los tiempos una escritura inocente; por
otro, que una indagación en el mundo desde la experiencia cultural
o artística valiosa es por completo lícita e interesante.
El peligro llega cuando esta perspectiva adquiere caracteres
hegemónicos o excluyentes y niega la validez, o la menosprecia, del
análisis de la vida corriente. Con ello enlazamos con la cuestión
siempre espinosa del realismo. No son contradictorias ni
incompatibles las dos afirmaciones siguientes. una: existen entre
nosotros hoy notables narradores que se mantienen en la alerta de
testimoniar las incertidumbres materiales, las frustraciones
colectivas de su época. Dos: la narrativa de nuestro tiempo ignora
o margina o desaprovecha la problemática contemporánea.
No hace falta extenderse mucho para demostrar la primera
afirmación. Desde una conciencia ética escribe siempre muñoz
molina. Las limitaciones de un mundo precario están en el fondo
de Landero. Los pasos que conducen a una parábola de la soledad
los da Luis mateo Díez. Estas perspectivas no son ajenas a las
mudanzas precipitadas de nuestro tiempo, a esta especie de
aceleración del ritmo histórico en que a muchos nos parece estar
sumidos. Por eso no resulta extraño que las últimas fábulas tanto
de Díez como de Landero tengan un aroma elegíaco: miran con
nostalgia la pérdida de un ayer rescatado por la memoria, el casi
arrumbamiento de una civilización.

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Por otra parte, la problemática fuertemente enraizada en un


espacio y un tiempo reconocibles de estos autores (y de algunos
otros que se podrían agregar a esa mínima lista) sirve de respuesta
a otra tentación reciente, la que se deja vencer por la fascinación
cosmopolita y margina lo local. Estos narradores se desmarcan del
cosmopolitismo y atienden al verdadero alcance representativo de
lo local. Lo ve y lo practica muy bien Luis mateo Díez, quien
repite con gusto una afirmación del portugués miguel Torga: “Lo
universal es lo local sin fronteras”. Y muñoz molina se distancia
del cosmopolitismo desarraigado incorporando una auténtica
profesión de fe en un libro acerca de la ciudad cosmopolita por
excelencia, Ventanas de manhattan . Defiende en este fresco
neoyorquino, frente a una creencia muy del día, y muy de nuestro
país, la virtualidad universalizadora del localismo. Con razón
sostiene cuánto deben lo mejor de las letras y el cine americano a
su cercanía a una inmediatez de vecindario.
Estos testimonios no invalidan la otra afirmación. una parte
importante de la novela española finisecular ha tenido a gala el
estar como ajena a la realidad inmediata. Han llegado muy poco
a ella las penurias laborales y las frustraciones privadas en el
contexto de la última revolución industrial. Y eso que tal
documento suscita el interés del público, según lo muestran
algunos éxitos del cine, las películas polémicas y bien recibidas
de Ken Loach o la famosa Full monty , de Peter Cattaneo, que
incluso ha hecho escuela y ha inspirado la reivindicación de mil
gentes, desde bomberos hasta ejecutivos agobiados. No puede
alegarse que estos asuntos resulten indiferentes al español de
hoy, no sólo por la acogida de esas películas extranjeras sino por
el éxito, sin ir más lejos, de un film nuestro en clave parecida,
Los lunes al sol . Parece como si el cine sí tuviera una
sensibilidad de la que carece la narración literaria. Son los
novelistas españoles los que se apartan de tales problemas, en
términos generales, y aunque de vez en cuando aparezcan
muestras esporádicas de lo contrario, como la inquietante

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Animales domésticos , de marta Sanz, o la combativa La mano


invisible , de Isaac Rosa.
Con el conjunto de rasgos que hemos visto no es de extrañar que
la novela cause la impresión de algo inestable, indefinido o confuso.
Que, en suma, se perciba como un producto cultural en una
encrucijada. Vale para percibirla así lo dicho, pero consolidan
definitivamente esa impresión otros dos importantes fenómenos
que no he aludido todavía. Estoy pensando, primero, en la debatida
cuestión del canon. Hay una clara voluntad de descrédito del canon
tradicional, lo cual para mí tiene no poco que ver con una sensación
oculta de impotencia, con un propósito de enmascarar las
limitaciones de la ambición por parte de la escritura novelesca
actual. Y hay, a la vez, un intento de revisión del canon del pasado
para sustituirlo por otro, presuntamente proscrito por no se sabe
qué fuerzas oscuras. En esa empresa anda Juan Goytisolo, con bien
menguados efectos, que él achaca a esas mismas fuerzas.
El otro fenómeno consiste en un empeño tampoco del todo nuevo,
la voladura de las fronteras de género. Se propugnan unas formas
mestizas que participan de lo narrativo, lo poemático y lo ensayístico.
Son no pocos los narradores que giran en esta órbita. Hay que
agradecerle a Enrique Vila-matas al menos su claridad al respecto:

En el futuro se llamará literatura a la escritura sin géneros,


porque creo que esa literatura en estado puro es aquella a la que
aspira todo escritor genuino (en El País, 21/7/2000).

La suma de estos datos, indicios e incertidumbres se salda


frecuentemente con una desconfianza y escepticismo completos
respecto del porvenir del género. De ahí que una vez más, y en esta
ocasión con no menos motivos que en las otras muchas
precedentes, surja el fantasma del fin de la novela. Nada
demasiado nuevo, sin embargo, sub sole. La postura escéptica, de
viejas raíces, cobra nueva fuerza en el ámbito del pensamiento de
la postmodernidad. Ya Gómez de la Serna hablaba de una novela

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escéptica que, en su caso, da pie a las “falsas novelas”. A finales de


siglo, hablamos de la novela paródica. Ello se produce, según la
explicación de Eduardo mendoza en un desenfadado artículo, “La
novela se queda sin épica” (El País, 16/8/1998), por la peculiar
evolución del género durante la pasada centuria. La novela —y
resumo el relato de mendoza— sufrió una fase experimental que
condujo al descubrimiento de los mecanismos del “juguete” y a la
necesidad de la participación del lector. “El viejo símil de la novela
como espejo de la vida siguió en pie, pero ahora ese espejo sólo
reflejaba una persona leyendo una novela”. Luego se tornó a esos
géneros; “volvían a tener plena vigencia, pero sólo a modo de
juego”, concluye el narrador catalán.
De ahí a proclamar la muerte de la novela no hay más que un
paso. Y de hecho, el propio mendoza ha augurado ese destino a
lo que llama “novela de sofá”. Pero no está claro que tal vaticinio
vaya a cumplirse, o, al menos, otras voces animan a la esperanza.
A ésta se encamina la creencia de muñoz molina: la novela
seguirá siendo “el lugar de los renegados o de los expulsados de la
épica”, sostiene en un artículo de muy intencionado rótulo,
“Novelas sin épica” ( El País Semanal , 13/IX/1998). “No morirá la
novela”, dice Juan bonilla en “La muerte de la novela” ( El mundo ,
18/10/1998), porque “ya se han escrito las que aseguran su
permanencia”. El futuro, añade, “ya no depende de los novelistas,
sino de los lectores que las sigan necesitando”. En otra línea,
digna de mucha atención, se mueve manuel Hidalgo, porque
plantea una cuestión capital. Repasa el escritor y periodista
navarro algunas circunstancias del presente del cine y de las
letras, anima a señalar “excesos y dislates”, a ser “críticos y
vigilantes”, pero advierte sobre la tendencia a incurrir “vez tras vez
en una suerte de autofagia que está a un paso del instinto suicida”.
A estas observaciones sigue la pregunta esencial: “¿se está
haciendo una novela de calidad que refleje la España de hoy con
posibilidad de perdurar?”. mantiene Hidalgo, pues, en el artículo
que estoy citando, “La novela que hacemos” ( El mundo ,

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29/V/1999), una tesis bien sensata y compartible, el género no está


moribundo, lo que precisa es que se cultive con voluntad de hacer
literatura seria y no efímera.
Quién tenga a la larga razón está por ver. Parece claro, en
cualquier caso, que la situación actual es de encrucijada, asediada
la novela como se encuentra por toda clase de circunstancias de
riesgo. Por la desconfianza de muchos autores, por la nivelación a
la baja impuesta por el mercado, por los recursos de gran
espectacularidad de que dispone el cine, por los imprevisibles
efectos del asombroso desarrollo tecnológico de nuestros días.
Vive la novela en una encrucijada sin duda difícil, pero que no
conduce sin remedio a un callejón cerrado. Celebrar de nuevo sus
funerales resulta, hoy por hoy, ejercicio repetitivo de un escepticismo
que adopta aires de rito. La natural necesidad o gusto de nuestra
especie de alimentarse de fábulas, de vivir vidas prestadas, asegura su
supervivencia, siempre que sea capaz de responder a ese reto y de no
dejar que otros medios le arrebaten esa virtualidad. Si responde a
esta alerta, tiene su vida asegurada. Lo cual, por otra parte, ha sido
una constante en el género, como evidencia no ya la historia remota
sino la cercana. La gran novela clásica, burguesa, había llegado a un
cierto extremo de convencionalismo a finales del ochocientos, pero
no desembocó en su desaparición sino en una renovación. De hecho,
el siglo XX, la otra gran centuria de la novela, acometió su reforma a
base, sobre todo, de superar la ganga informativa que lastraba a la
narración decimonónica.
En cualquier caso, en la circunstancia actual poco discutible de
crisis, en la perplejidad que antes señalaba entre el ayer
insatisfactorio y el mañana todavía sin definir, la propia reflexión
sobre el fenómeno resulta un ejercicio imprescindible. Y
últimamente sí se viene dando al menos una inquietud al respecto.
Ahora mismo las estancadas aguas de la creación narrativa se están
viendo agitadas por un debate con intereses partidistas pero de
trascendencia general. La discusión se centra en una capital
pregunta: ¿cómo ha de ser la novela del siglo XXI, de la “era

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afterpop”, por decirlo con el neologismo acuñado por Eloy


Fernández Porta en su ensayo Homo Sampler?
El primer elemento a considerar de cara a los desafíos que
plantea el futuro es el desarrollo tecnológico. Se le viene dando
mucha importancia al nuevo soporte, el libro electrónico, todavía
en una fase preliminar a poco que imaginemos sin hacer fanta
ficción cuál puede ser su desarrollo, a la vista del espectacular
progreso habido en poco tiempo desde los primeros aparatos
electrónicos y hasta el kindle. En realidad, no cambia mucho a los
efectos del contenido literario. Afecta, eso sí, al futuro del libro. Y
también al de la lectura.
Cosa bien distinta es la interacción que permiten el hipertexto y
la escritura en la RED. No echemos en saco roto que la
posibilidad del lector de intervenir en el texto activamente no ha
hecho sino empezar. Las reservas ante un fenómeno novedoso
explican la tímida respuesta a un trabajo pionero, el de Leandro
Gay, Puzzle, clave Z. La novela, incursión crítica en la ciudad
natal del autor, Zaragoza, invita en su versión incorporada a
Internet en 2006 a un debate con los lectores, a apostillas,
ampliaciones o correcciones del texto base, al cual se incorporan.
Las intervenciones habidas no llegan, sin embargo, a establecer un
diálogo fecundo y se reducen a comentarios anecdóticos.
Tampoco ha dado grandes frutos otro texto cibernético de Gay,
Cuentos de fútbol, a pesar de la popularidad del tema y del propio
planteamiento de la página: “acoger las opiniones sobre equipos,
jugadores o encuentros que en ligas y campeonatos nos vengan y
así conformar un sitio de encuentro común y deportivo”.
Sí permite esta nueva vía la posibilidad de una creación colectiva
abierta a la participación fuera del circuito literario tradicional.
Como responsable de la primera novela digital colectiva de nuestro
país, La rebelión de los delfines (2000, también en formato de libro
en 2001), puedo ofrecer el testimonio de la extraordinaria acogida
que obtuvo esta novela desarrollada en la Red. En elmundo.es,
plataforma digital del periódico El mundo, se lanzó un primer

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capítulo a manera de arranque de La rebelión de los delfines y cada


semana, desde mayo a noviembre, se insertaba uno nuevo, elegido
entre los enviados por los lectores (para sostener un mínimo de
coherencia argumental se alternaron también capítulos sueltos
encargados a escritores profesionales). En este tiempo, se
recibieron un millar de capítulos. El relato resultó de una forma
muy convencional, debido a su composición episódica, y, por tanto,
el medio novedoso no influyó. Pero lo notable es otra cuestión: se
facilitaba el acceso a la escritura a muchas personas que se veían
libres, en buena manera, del circuito libresco tradicional autor-
editor. Esto supone un nuevo perfil del escritor, que, cuando esta
posibilidad se desarrolle con más amplitud, tendrá acceso a la
difusión de la escritura sin las exigencias conocidas hasta ahora.
Por eso, frente a quienes ven Internet como un peligro para la
literatura tradicional, más bien hay que considerarlo como un
riesgo para la figura convencional del escritor. Éste, el escritor,
ahora tiene la posibilidad, con costes muy reducidos, de crear su
página web y difundir desde ella su obra hasta lugares
distanciadísimos sin necesidad de contar con un editor.
Es de presumir que los blogs tengan en el futuro un papel
determinante en la literatura. Como asegura Hernán Casciari,
pionero de la blognovela, “Las posibilidades literarias en una
bitácora son infinitas”. La influencia se ejercerá en una doble
dirección. Por un lado, la blogosfera ha de crear su propio sistema
literario —lo está intentando— que afecta a la escritura y, como
decía, a la cadena literaria convencional, la ya dicha y representada
por la secuencia autor, editor y lector. Hoy por hoy, sin embargo,
los resultados son poco relevantes. Supone, hasta la fecha, ante
todo, la posibilidad de publicar a escritores poco esforzados. Lo
asume un entusiasta bloguero, José miguel Ridao, en una de sus
“bloguerías” recogidas en blogueína (2010), compilación libresca
de su página de Internet: “El blog es la zanahoria del escritor
perezoso”. Por ahora, lo verdaderamente diferenciador es el
soporte y no contenidos o formas. En realidad, solo hay una

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literatura, la libresca, y nada más cambia el medio de difusión, el


libro o la www. Pero estamos solo en la prehistoria del fenómeno.
Al paso que llevan las nuevas tecnologías, y considerando su
multitudinaria y universal frecuentación, sin mucho tardar, ¿no
habrá en las historias de la literatura un apartado sobre las letras
en la blogosfera?, y ¿no tendrán que plantearse de otra manera a
partir de ahora las historias nacionales de la literatura? Por otro
lado, y aparte las formas literarias específicas de los blogs, el nuevo
medio influirá también en la literatura libresca.
Esta es una manera de afrontar el futuro mirando a la
tecnología. otra, en el reciente debate aludido, busca nuevas vías
a partir de un torcedor que, aunque apele a las innovaciones del
presente, está ante todo en la ruptura con el pasado. Es el fondo de
la polémica postura de de Vicente Verdú y sus “Reglas para la
supervivencia de la novela” (El País, 17/XI/2007). Sostiene Verdú
que “así como en la pintura es inconcebible producir sin tener
presente la fotografía, la televisión, los videojuegos, el avión, los
grafitos o cualquier pantalla, en la narración es torpe seguir como
si no existiera publicidad, coreo electrónico, chats, cine YouTube,
mySpace o la blogosfera”. Y añade que “quienes en los países
donde se han desarrollado las nuevas formas de comunicación
continúan redactando novelas a la antigua usanza atienden sólo a
los lectores vetustos, incomunicados o burdos. Y también a los que
aprecian los libros en cuanto les parecen películas o telefilmes
impresos y en donde la escritura cumple la simple función de
entretener durante el trayecto en avión o metro”. Contra ello
reivindica “el carácter propio especial de la escritura literaria”,
cuyo decálogo formula. A lo que me interesa, reniega de la fantasía
y la intriga, de la narración que desemboca entre añagazas del
oficio en la apoteosis final, del hegemónico hilo argumental, de la
tercera persona narrativa, de la novela severa y sin humor. Y
postula la belleza y perspicacia de la escritura, la peripecia interior,
el destierro de la ficción, sustituida por la propia experiencia, el
humorismo y la ironía, el trato directo entre el autor y el lector

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mediante la primera persona y “la fragmentación de las historias”,


que, “con sus anotaciones e intervalos mentales, tiende a copiar del
blog y de la comunicación fragmentada omnipresente”.
También búsqueda de nuevas vías supone el movimiento crítico
más reciente, el conocido como “generación Nocilla”, a partir, en la
postura de su más reconocido representante, Agustín Fernández
mallo, de la creencia de que “el universo de la obra es autónomo y
no puede ser cooparado con un mundo exterior a la obra. La
ficción se pertenece a sí misma, al universo genésico que
despliega”. Para Fernández mallo, “la ciencia, como las artes, no es
el mundo, sino una representación del mundo, y como tal
representación es ficción”. Antes de aceptarse esta verdad
posmoderna —explica en “Hacia un nuevo paradigma: poesía
postpoética”— “los productos artísticos se entendían como una
descripción más o menos veraz de la realidad del entorno”, pero
ahora “esta cosmovisión resulta insostenible y ha sido
abandonada”. De ahí que sea necesario un nuevo enfoque acorde
con este planteamiento. Hay que buscar otros caminos y merece la
pena intentarlo. Por eso, dice con despego sarcástico, “Para
escribir como en el siglo 20 siempre estaremos a tiempo”.
El problema sigue estando en la materialización de esos caminos
nuevos, cuya necesidad casi nadie discute. La alternativa de Verdú,
con displicencias que recuerdan posturas de las viejas vanguardias
de entreguerras, necesita, por el momento, una puesta en práctica
que revalide su eficacia. Y algunos de sus postulados son menos
novedosos de lo que él mismo cree. Autobiografismo y humorismo
fueron rasgos de una nueva novela defendidos —y practicados—
hace casi ya un siglo por Ramón Gómez de la Serna. Tampoco son
por completo inéditos los procedimientos de la generación Nocilla,
si bien tienen la ventaja de haberse puesto en práctica antes o
simultáneamente de las propuestas teóricas. La discontinuidad, el
fragmentarismo y el collage tienen tras de sí larga historia y no se ve
del todo que en ellos se encarne con vigor ese relato del futuro
buscado. Las obras del grupo de autores que se relacionan con este

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movimiento tienen más interés por su voluntad de superar una


situación estancada que, hasta la fecha, por sus logros.
En cualquier caso, bastantes autores jóvenes o nuevos —visto el
fenómeno en conjunto y sin ceñirse al mediático grupo Nocilla—
observan el mundo desde el prisma de sus particulares valores, lo
reproducen por medio de códigos inéditos que se inscriben en la
música pop y folk, y piensan en términos del “comic-book”, los
fanzines o el video clip y no —y eso es lo básico— de la cultura
libresca clásica. Estos narradores recientes reflejan la crisis y la
encrucijada que vengo comentado, pero no ofrecen propuestas por
ahora alternativas o satisfactorias. Aunque alguna anuncia la voz de
un autor con porvenir, se queda en la audacia de su propuesta, con
ecos de las vanguardias clásicas; la audacia de cortar y enrollar,
como señala desde el mismo título de su libro óscar Gual, Cut and
roll (2008). También se perciben intuiciones innovadoras muy
interesantes. Por ejemplo, ir un paso más allá de la monótona
retórica del fin de los géneros practicando una sutil fusión de lo
poético y lo narrativo tal como hace manuel Vilas. Para mí tengo
que su poemario Calor es tan narrativo, y no porque haga poemas
narrativos, como su novela España (2008). o también como
ejemplo, y muestra de otra actitud innovadora muy distinta, el
singular modo de relatar de Kiko Amat en Cosas que hacen bum
(2007). Lo peculiar de este planteamiento reside en la manera de
presentar la anécdota como dibujada en viñetas; y en la constante
conexión entre los sucesos y el tipo de cultura que recrea la obra a
base de incesantes referencias, todas pertenecientes a un ámbito no
hispánico (no hay ni una sola española). A todos estos autores les
vincula, además, un rasgo que me parece capital, la selección de un
destinatario específico, no el lector común indiscriminado (o sea, el
consumidor mayoritario) sino el bloque social o cultural que conecta
con una percepción del mundo semejante a la del propio autor.
Las posturas formalistas y, en alguna medida, estetizantes de
Verdú o el movimiento Nocilla constituyen sólo una posibilidad, y
ya veremos con qué alcance, en la imperiosa conveniencia de buscar

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una salida a la novela cara al siglo XXI y los desafíos que plantea la
nueva centuria. Sus limitaciones, por otra parte, resultan evidentes.
Ya lo planteó el joven narrador barcelonés Gabi martínez en su
réplica a Verdú: el decálogo “destierra la ficción” y “reduce la novela
a cuestiones técnicas”, alega en “Aviadores descubren enorme
manada (literaria)” (El País, 22/XII/07). Y, ciertamente, cabe poner
en cuarentena la eficacia para un futuro renovado del género de esta
novísima poética, por ejemplo el fragmentarismo practicado como
encadenamiento de instantáneas. Tomo el caso de Federico
Fuertes Guzmán en Los 400 golpes (benalmádena, E.D.A., 2008).
La novela pone una tras otra el número de secuencias anunciado en
el título, rematadas con la referencia ordinal correspondiente.
Reproduzco una página completa:

LA RESISTENCIA SEXuAL DE JESuCRISTo

Y al tercer día, eyaculó.

G 046

Dudo de que ejercicios de este tipo faciliten la novedad necesaria


en la nueva centuria y no hay, por otra parte, que negarle virtualidad
en el mañana al peso fuerte de los contenidos anecdóticos. Así lo
cree, y parece razonable, un narrador veterano, y próximo a la
literatura como conciencia social de un tiempo, manuel Rico, en
otra replica a Verdú de título militante, “La novela en el siglo XXI,
goza de buena salud”: “Diría más: [en el futuro] convivirán novelas
en las que tenga un peso esencial la historia con aquellas otras que
ensayen nuevos lenguajes, que carezcan argumento y de estructura,
que se nutran de técnicas importadas de otros géneros y de otras
áreas de la comunicación” (El País, 8/III/08).
No hace falta esperar al futuro para que se cumpla la predicción
de manuel Rico. uno de los ultimísimos movimientos de nuestra

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narrativa, de cierta amplitud en las fechas en que rubrico estas


páginas, ejercita la fragmentación o difuminación anecdótica
extremas como un aliciente para el lector moderno, a la última, que
viene a suponer un reto en ocasiones desesperante. me refiero a la
escritura novelesca de Willy uribe en Cuadrante Las Planas, milo
J. Krmpotic en Las tres balas de boris bardin o mario Cuenca
Sandoval en El ladrón de morfina. En realidad, uno no le ve
demasiado sentido a este propósito de obligarnos a un ejercicio
tan esforzado como el de la pista americana. Por el contrario, Isaac
Rosa, por ejemplo, asume con gran potencialidad la otra postura,
la que otorga un sólido peso a la anécdota. Rosa, una de las voces
recientes más meritorias, viene planteando una nueva novela con
su difícil aleación de inquietud constructiva y de compromiso
ideológico. Rosa representa el intento más notable entre los
narradores todavía jóvenes de hacer una novela al día sobre una
conciencia creativa acentuadamente artística. Y su arriesgada obra
en marcha supone, por lo que aquí me interesa, una buena muestra
de que no todo habrá que fiarlo a la innovación formal para
preservar el futuro de la novela.
La crisis actual de la novela no es presumible que se resuelva en
su extinción. Seguirá habiendo novelas porque la invención, junto
con el lenguaje, parece un rasgo antropológico, pero
probablemente serán distintas a las que hasta ahora conocemos.
Incluso es de sospechar que la “novela de sofá” perdurará mucho
tiempo. Tanto como haya lectores, pues siempre se acudirá a las
formas narrativas convencionales para el noble entretenimiento. A
más largo plazo, sin embargo, a la novela literaria, la novela con
valores artísticos, que además lo quiera ser de su tiempo, le espera
un buen trabajo. Tendrá que desprenderse de gangas
sociologistas justificables en el pasado y deberá superar los
convencionalismos de épocas en que predominaban formas de
comunicación muy distintas a las actuales. En suma, la novela ha
de afrontar la renovación que le permita sobrevivir a largo plazo.

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