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Vivir anímico: uno con el otro

Dos personas van caminando por las calles de la ciudad. Él, tiene las manos en los bolsillos, mira
en línea recta hacia la lejanía como si buscase algo. Ella camina a su lado, cabizbaja como si
quisiese contar las baldosas. ¿El uno con el otro? Ellos no hablan. ¿No tienen nada que decirse?
¿Están interiormente tan profundamente unidos, de manera que ya no necesitan palabras? ¿Por
qué no hablan? ¿Tal vez él espera la primera palabra de ella? Tal vez si ella dijera la palabra
liberadora: ‘¡Escúchame!'’... ¡Pero… nada! Mudos continúan su camino. ¿El uno con el otro? ¿O
uno al lado del otro?
Tal vez interiormente, cada uno vive su vida sin conexión con el otro. Así parece. Su actitud lo dice.
Por cierto, exteriormente, recorren juntos el camino. Están juntos. Pero en realidad están
separados por un muro. Su mutismo lo dice.
¿Es éste un caso aislado? No, es un síntoma de nuestro tiempo. Es verdad que en cada comunidad
matrimonial, en cada convivencia humana, hay situaciones de silencio, de estar el uno lejos del
otro, de tener que buscar el uno al otro. Ocasiones que pueden ser fecundas si son aprovechadas
correctamente. Son capaces de dar profundidad a las circunstancias, de hacer correr más
caudalosamente la corriente de amor, cuando son aprovechados como silencios de amor creador
en el que cada uno se concentra en sí, para distanciarse de sí mismo, de sus deseos y esperanzas,
para llegar a ser más libre para el tú. Silencio creador, porque produce algo nuevo, más profundo,
más maduro: un vivir anímico de uno con el otro.
¡Echemos una mirada a nuestro tiempo! Parejas jóvenes que quieren testear un -así llamado-
“matrimonio a prueba”, ver “si es el compañero adecuado para mí”. Ellos pretenden tener
seguridad, “sin el riesgo de un compromiso de por vida”. Muchos ni siquiera se plantean si por la
comprensión mutua, en la esfera espiritual y anímica, pueden encontrar una comunión plena, o la
consideran de segundo rango; les parece sumamente importante, en cambio, la fuerza de
atracción sexual.
De este modo, si la armonía no es alcanzada, “la falla” puede ser corregida. Pues no se está
vinculado el uno con el otro y se pueden separar sin grandes problemas. ¿El uno con el otro? ¿Qué
significa el uno con el otro? ¿Y quién es ese “otro”? Sin duda, ¡no es sólo un objeto que se puede
usar, probar y desechar! El uno con el otro significa ¡una persona con la otra! Y una persona es
más que un objeto sexual.
El ser humano, como persona, tiene un componente espiritual-anímico. Por lo tanto, el uno con el
otro también significa con “todo” el otro, vale decir, lo que es su persona y no sólo su cuerpo.
Aceptarlo así como es, no como yo quisiera que sea, para satisfacer mis deseos. ¿Qué quiere decir
el uno con el otro anímico? Si dos personas realmente quieren encontrarse una en la otra, en
primer lugar, tienen que aprender a complementar la una a la otra; las dos tienen que aprender a
postergarse a sí mismas, a respetar una a la otra en su manera de ser distinta, a aceptarla aun
cuando sus sentimientos, sus acciones, contradigan a las propias expectativas. El presupuesto para
ello son virtudes tan antiguas como la prontitud para el sacrificio y un amor que esté dispuesto a
compartir los sentimientos y los sufrimientos, y que se compruebe también en la vida gris de todos

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los días. Esto vale igualmente para un matrimonio de muchos años de casados, más aún, para toda
relación que se establece entre personas. Las dos partes tienen que empeñarse constantemente
en ir una hacia la otra, en aceptar a la otra tal cual es, si su relación no quiere terminar en “una al
lado de la otra” o directamente en la separación.
Observemos una escena de la vida cotidiana. Una familia está sentada ante el televisor. Nos
preguntamos ¿qué hay de uno con el otro? A la mañana, cada miembro de la familia desayuna en
distinto horario. ¡Comprensible! ¿Por qué la hija debe levantarse una hora antes para darle los
buenos días al padre, si el trabajo de ella comienza una hora más tarde?
Al mediodía, el padre almuerza en el trabajo. Juan, el hijo, vuelve de la escuela a las dos de la
tarde, cuando su hermana Rita y la mamá ya han almorzado, porque a la una, Rita tiene que estar
nuevamente en su trabajo. Para la cena, por fin, la familia está reunida, pero… A las 20 horas está
¡el noticiero! El padre quiere verlo mientras cena. Juan tampoco hoy podrá hablar de sus
dificultades en la escuela. Hace días que no tiene la oportunidad de hacerlo. Rita tampoco puede
desahogarse sobre el enojo de su jefe. Y además, enseguida pasarán a buscarla unos amigos.
La madre que ha terminado de comer, se levanta y va a ordenar la cocina, pues enseguida va a
comenzar esa película que deseaba ver, no quiere perdérsela. Una amiga de Rita llama por
teléfono, se ha suspendido la salida de los jóvenes. Ella no se molesta porque todavía puede ver la
película de suspenso que parece interesante. Y un poco más tarde, la familia está por fin sentada
frente al televisor. ¡Qué vida de “uno con el otro”!
¿Casos aislados? ¿Síntomas de nuestro tiempo? Advertimos que las vinculaciones corren peligro.
La vinculación en el matrimonio, las vinculaciones en las familias y más allá de ellas.
Ésta es nuestra tarea. En un mundo sin vinculaciones, en el que la separación, la disolución, el
término de las relaciones, indican el rumbo, nosotros destacamos la importancia de los vínculos.
En nuestro matrimonio, en la familia y donde nos sea posible. Además, nos esforzaremos en
cultivar la vida anímica de “uno con el otro”, porque sabemos que así se enriquece más la vida.

Texto P. Theo Breitinger


Traducción Hna. M. Cristvera

TALLER
1. ¿Cómo están mis relaciones familiares? ¿Y en mi trabajo, mi apostolado, mi ambiente social?
2. ¿Busco u ofrezco oportunidades que permitan estar “uno con el otro”?
3. ¿Qué podría modificar o cultivar para mejorar mis vínculos? Destacar tres actitudes positivas

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