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El que promete imposibles

Este era un hombre que tenía una granja modesta en el campo. Vivía al lado de
su mujer y de sus animales, y aunque no eran ricos, estaban muy a gusto pues
nada les faltaba. Sin embargo, todo cambió el día que el granjero cayó muy
enfermo, a causa de una fiebre repentina. Temblaba tanto y tenía la cabeza tan
caliente, que tuvo que tumbarse de la cama y de ahí ya no se pudo mover.

Su esposa, desesperada, trataba de bajarle la fiebre colocándole compresas


húmedas en la frente y dándole infusiones para sudara la enfermedad. Nada
funcionaba.

—Ve a buscar al médico del pueblo —le pidió su esposo débilmente—, anda, que
siento que me estoy muriendo.

Haciéndole caso, la mujer montó en su caballo y regresó poco después


acompañada por el doctor. Pero cuando este analizó al paciente, se mostró muy
confundido al no poder determinar la causa de su malestar.

—Realmente es muy extraño —se dijo—, tendré que consultar con varios de mis
colegas, para ver qué podemos hacer por él.

Así llegaron los médicos y todos se fueron igual de desconcertados que el


primero. Las medicinas y tratamientos no obraban ningún resultado. Llamaron
entonces a varios curanderos, que intentaron administrarle remedios al pobre
hombre con los mismos resultados. El granjero se encontraba tan preocupado
por su salud, que, en un intento desesperado por ponerse mejor, elevó una
súplica a los dioses para ver si ellos lo escuchaban.

—¡Alguien en el cielo tiene que apiadarse de mí! —exclamó desde su cama— ¡Por
favor, ustedes que están ahí arriba! Si me devuelven la salud prometo hacer un
gran sacrificio en su honor. ¡Pondré a su disposición cien bueyes, ni uno menos,
por este milagro!

Su mujer, que lo escuchaba orar afuera de la habitación, se preocupó al


escucharlo. Sabía muy bien que jamás podrían conseguir esa cantidad de bueyes,
ni aunque vendieran todo lo que poseían. Finalmente, su marido había perdido la
razón.

—¿Acaso la fiebre te hace delirar? —le preguntó, entrando en su dormitorio— Sin


duda alguna la enfermedad también te está afectando el cerebro. ¿Es que no
temes a la ira de lo divino?

—¿Qué he de temer en mi estado? Si ya no tengo salud, no cuento con nada más


que perder —replicó su esposo con amargura—, estoy a punto de morir.
—No digas esas cosas —lo consoló ella— Además, ¿cómo piensas cumplir esa
promesa que les has hecho a los dioses? ¿De dónde piensas sacar tantos bueyes
si ellos te curan?

—¿En serio piensas que, si un día de estos me despierto tan sano como antes, los
dioses van a venir a cobrarme la deuda? No digas tonterías —espetó el granjero
—, pero en mi situación, bien vale la pena intentar de todo.

Moraleja: Nunca hay que prometer lo que sabemos que no vamos a poder


cumplir, por más desesperados que estemos por salir de un problema. Hay que
ser personas de palabra, para que los demás confíen en nosotros y no duden en
ayudarnos

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