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En los márgenes del recorte periódico que distingue al Medioevo de la Antigüedad Clásica,
Gelasio I, el cuatrigésimo noveno Papa de la iglesia católica, decide institucionalizar una
obsoleta festividad paleocristiana: el día de San Valentín. Con la intención de sepultar el
pasado grecorromano obscenamente permisivo con los límites de la moral sexual –
masculina, por cierto-, cada 14 de Febrero la autoridad eclesiástica se dedicó a pregonar la
monogamia heterosexual. Si el proyecto político del catolicismo se sostiene necesariamente
en la familia heteroparental, y en el bautizo como rito de iniciación, es menester promover
el sexo reproductivo como única vía posible de despliegue erótico.
Toqueteos tímidos entre maestros y efebos, ciudadanos ilustres pagando por sexo con
meretrices en el bosque, emperadores follando con su madre, sus hermanas y quizás con su
caballo. Un abismo de costumbres cochinas y arcaicas, urgentes de superar. Al fin y al
cabo, un exceso de imaginario sexual que es necesario extirpar de las lenguas y de los
cuerpos populares, para poder implementar la nueva ideología dominante.
Esta fiesta del orgullo hetero duró casi quince siglos en el calendario litúrgico, al ser sacada
de sus viñetas en 1969, en el contexto del concilio Vaticano II. Más allá del dato anecdótico
(lo primero que imagino es una asamblea orgiástica entre curas borrachos inhalando
cocaína con menores de edad), es el calce de del ocaso de San Valentín con los debates
inconclusos sobre el devenir de la modernidad, y también sus reminiscencias en los
discursos de sobriedad alrededor del sistema sexo-género.
Mientras el ano del Papa Juan XXIII chorreaba de vaselina en el concilio, lxs estudiantes
franceses de Mayo del ’68 ponían en jaque al Estado. Pocos años después de que Pablo VI
terminara su segunda botella de Whisky de la noche, Julieta Kirkwood criticó el punto de
encuentro tanto de la izquierda como el de la derecha chilena en su proyecto de
modernización: la defensa del adalid de la familia, célula revolucionaria y pilar esencial de
la sociedad a la vez. Mientras los rubicundos y euroblancos niños fueron sodomizados por
cada uno de los cardenales asistentes al concilio Vaticano II, Michel Foucault estaba a
punto de inaugurar su filosofía política en la intersección del sexo, el lenguaje y el poder. Si
bien el objetivo fue desarrollado durante más de mil años, para Foucault, la hegemonía del
sexo reproductivo se consolidó en la sociedad victoriana. La respuesta era obvia: para
avanzar a una sociedad industrial es necesario arrojar al mundo formas de vida humana. Sin
fetos es imposible echar a andar la máquina capitalista.
II
Desde #NiUnaMenos hasta el Mayo de 2018 chileno hemos asistido a una revitalización de
los enfoques que tematizan la relación entre sexo, género, modernidad y política.
Intentando ensayar torpemente algunos arquetipos de la multitud de discursos en torno a
aquellas coordenadas, me permito la ordinariez del sensacionalismo. José Antonio Kast con
María Pía Adriasola (su señora), subiendo fotos a Instagram con el hashtag
#MartesDePololeo. Soledad Alvear, ex–militante democratacristiana histórica (cobarde y
golpista), pasándose por la raja el programa de gobierno al dar un discurso anti-aborto en la
comisión de Hacienda del Senado. Compañerxs feministas que denuncian la violencia física
y simbólica de la masculinidad monstruosa hacia los cuerpos de las mujeres. Feministas
abolicionistas que conversan sobre violencia de género a la hora del té, pero en la noche se
ruborizan con la prostitución y la pornografía. Hombres pelotudos (y por desgracia,
también mujeres pelotudas) que utilizan el neologismo ‘feminazi’ en su dialecto gutural
cotidiano.
En el campo de las artes escénicas me parece que el recorte es claro, al menos del
bicentenario a la fecha: La niña horrible, Teatro Público, La Comuna, Teatro Sur, Locas,
putas y brillantes, Minimale, Maritza Farías y Marcela Cerda, Sergio Valenzuela y Felipe
Luck, Javiera Peón-Veiga y Macarena Campbell. Si de transfeminismo y disidencia sexual
se trata, las obras de estas compañías, colectivas, y colaborativas ocasionales, han instalado
una discusión fructífera en los bordes de la teoría cuir, el feminismo sudaca, el
posestructuralismo, y la epistemología de la dueña de casa. En esta ocasión me concentraré
en el último trabajo de la cía. Teatro Sur: Orgiologia, dirigida por Ernesto Orellana y Paula
Sacur. Si tanto la fiesta del orgullo hetero como la moral colonial victoriana predicaron la
complementariedad falo-vaginal, Orellana y Sacur nos proponen al ano como centro del
universo.
III
IV
Más allá del patético accidente, el fracaso de la performance evidencia una expectativa
social al momento de enfrentarse al cruce de las coordenadas “sexo” y “escena”. Si en la
reseña de la obra aparece escrita la palabra “sexo”, necesariamente seré testigo de la
penetración falo-vaginal. Reconozco que asistí a Orgiologia con ese prejuicio. Conociendo
a Irina la Loca, Ernesto Orellana y Cristeva Cabello en distintos contextos de permisividad
sexual, y considerando que estaba en la sala de teatro de una universidad laica y pluralista,
esperaba como mínimo un dildo embetunado en caca. Si sobre el piso se revolcaban los
cuerpos de cuatro bio-mujeres y tres bio-hombres, por lo bajo tendría que ver al menos un
pene entrando y saliendo por una vagina. Sin embargo me equivoqué, parece que no lxs
conocía tanto. Mi retina pecó de sobreideologización: fue más heterosexual, blanca,
colonial, católica, apostólica y chilena de lo que yo creía.
Y es que justamente la obra es Orgiologia, no una orgía. Retomando la festividad de San
Valentín, que fue estudiada en el proceso de reflexión teórico-crítica previo a la
escenificación, el horizonte político detrás de la obra se trata precisamente de explorar
formas de sexualidad distintas a la hegemonía falo-vaginal, característica del sexo hetero-
matrimonial. Es una arqueología de la orgía, una práctica sexual vedada por la moral
judeocristiana, debido a que su objetivo es la agitación desenfrenada de las pasiones y no la
procreación. La complementariedad falo-vaginal no es más que un dispositivo de
dominación económica perpetuado durante siglos. El tráfico y contagio entre danza, teatro,
performance y disidencia sexual, pretende en ese sentido contaminar al fetiche de la
penetración, aún latente en nuestras expectativas retinianas y en nuestras prácticas
cotidianas en relación al sexo.
Sus cuerpos sudados, saturados de fluidos artificiales arrojados anteriormente, citan algunas
posturas de la cerámica moche. Bocas buscando anos ajenos, anos buscando bocas ajenas,
bocas que se repliegan sobre el ano propio, coronillas rozando los suelos pélvicos y las
axilas. Un dedo albino entrando a un ano albino, mientras se oscurece lentamente la sala
con el sonido de la respiración orgiástica. El ano y la boca son zonas sensibles comunes a
todos los cuerpos sexuados. Son la otredad genital. El gesto sexo-disidente de Orgiologia
consiste en restituir ese lazo de comunión. Orellana y Sacur nos proponen al ano como
centro del universo, porque otro sexo es posible.
Coordenadas:
30 de Agosto al 8 de Septiembre