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b) La celebración eucarística
Tras haber puesto de relieve en los dos primeros párrafos del c. 899 el carácter
jurídico-constitucional y la índole pública de la eucaristía, sacramento de la unidad del
Pueblo de Dios, el legislador eclesiástico afirma en el parágrafo tercero del mismo canon:
«Ha de disponerse la celebración eucarística de manera que todos los que participen en ella
perciban frutos abundantes, para cuya obtención Cristo Nuestro Señor instituyó el
Sacrificio eucarístico». Así pues, la asamblea eucarística, para expresar y efectuar la
unidad de la Iglesia, con todas las gracias a ella unidas, debe ser dis-puesta adecuadamente.
En su estructura de comunión se refleja la estructura de la Iglesia, al mismo tiempo
universal y particular, y viceversa, en conformidad con el principio constitucional de la
inmanencia recíproca, que puede ser traducido de manera sugestiva en la fórmula
eucarística: «El todo en el fragmento» 42. De los elementos de esta estructura, la normativa
del Código sobre la celebración eucarística sólo menciona y regula los principales,
remitiendo para la regulación jurídica de todos los otros elementos a las leyes litúrgicas en
vigor43.
El tercer y último elemento importante del orden de las asambleas eucarísticas está
constituido por los ritos y las ceremonias con que han de ser celebradas estas. Una vez
establecida la obligación de atenerse a los libros litúrgicos «legítimamente aprobados» (c.
928), el legislador eclesiástico se limita a recordar algunas de las normas litúrgicas
principales, como, por ejemplo, que el «sacrosanto Sacrificio eucarístico se debe celebrar
con pan y vino» (c. 924 § 1), como hizo el mismo Jesucristo 48. Estas normas han
En el primer caso, las condiciones fijadas por el legislador eclesiástico para la lícita
admisión son dos: primera, los fieles miembros de las Iglesias orientales no católicas deben
solicitar espontáneamente ser admitidos a la eucaristía y, segunda, estar dispuestos
debidamente. En el segundo caso, en cambio, las condiciones para una admisión lícita son
cuatro y sólo valen en determinadas circunstancias. En efecto, sólo en peligro de muerte, o
en caso de que urja otra grave necesidad, pueden ser admitidos los cristianos no
pertenecientes a las Iglesias orientales, que no tengan la plena comunión con la Iglesia
católica, a la sagrada comunión, si son observadas en su totalidad y simultáneamente las
siguientes condiciones: 1) la imposibilidad de acceder a un ministro de su propia Iglesia o
comunidad eclesial; 2) la petición espontánea de admisión; 3) la manifestación de una fe
personal en conformidad con la de la Iglesia católica sobre el sacramento de la eucaristía;
4) las debidas disposiciones. La promulgación de normas generales que permitan el
discernimiento, en situaciones de grave necesidad, y la verificación de las condiciones
enumeradas, asumidas tal cual en el n. 131 del nuevo Directorio sobre el ecumenismo, es
competencia del Obispo diocesano, teniendo en cuenta las normas que puedan haber sido
establecidas en esta materia por la Conferencia episcopal. Esta precisión sobre la
competencia del Obispo diocesano es muy importante sobre todo para aquellas iglesias
particulares que se encuentran en países donde los contactos entre cristianos de diferentes
confesiones son tan frecuentes que hacen menos fácilmente comprensible qué se entiende
por grave necesidad, así como por imposibilidad de acceder a un ministro de la propia
Iglesia.