El derecho a la Salud y la falta de recursos económicos
Por Silvina Andrea Bracamonte y José Luis Cassinerio Partiendo de la premisa que la satisfacción del derecho a la salud tiene necesariamente costos –como sucede también con los demás derechos-, nos preguntamos si dentro del marco de un proceso judicial constituye una defensa atendible la falta de recursos económicos. Cuando se trata de prestaciones médico/asistenciales reclamadas individualmente que tienen expresa previsión legal (por ej. ley de discapacidad, fertilización asistida, tratamientos oncológicos, etc.) , es claro que los agentes de seguro de salud o el Estado, en su caso, no pueden invocar la falta de recursos económicos para justificar su incumplimiento. Es que el fin de la existencia de estos agentes encuentra su justificación en el servicio de salud que deben brindar conforme el ordenamiento jurídico. Su presencia en el sistema dejaría de tener sentido si no cuentan con los recursos suficientes para cumplir con las prestaciones de salud que las normas que regulan el sistema ordenan. Obviamente, por tratarse de un derecho fundamental, el Estado tampoco puede a través del argumento de falta de presupuesto, dejar de cumplir con la cobertura de salud expresamente reconocida en la legislación que regula la materia. En estos casos, su cumplimiento queda fuera del margen de discrecionalidad del legislador. Ahora bien, cuando dentro del marco de un proceso relacionado con el derecho a la salud, pero ya no en uno individual o colectivo referente a derechos individuales homogéneos, sino dentro de los procesos que la doctrina denomina estructurales (por ej. casos Mendoza, Verbitsky, Viceconte, etc.), los tribunales ordenan al Estado la modificación o instrumentación de una política pública para salvaguardar el derecho fundamental a la salud, que implica un impacto sobre los recursos públicos, es otro el análisis que corresponde efectuar. La doctrina ha trabajado en diversas teorías del control que ejerce el Poder Judicial, tanto cuando se pone en tela de juicio la inobservancia de los derechos fundamentales, como cuando el Estado Nacional invoca las restricciones detalladas para su cumplimiento. Estas teorías son en algunos estudios denominadas como: control judicial fuerte; control judicial moderado; y control judicial semifuerte. En el control judicial fuerte se expresa en forma concluyente que la existencia de carencias presupuestarias no es una razón válida para justificar la lesión de un derecho fundamental. Tal criterio fue sostenido por la Corte en la causa “Verbitsky” , y en otros precedentes, en los que decidió que “…las carencias presupuestarias, aunque dignas de tener en cuenta, no pueden justificar transgresiones de este tipo, pues privilegiarlas sería tanto como subvertir el Estado de Derecho y dejar de cumplir los principios de la Constitución y los Convenios Internacionales que comprometen a la Nación frente a la comunidad jurídica internacional y receptados en el texto actual de aquélla…” . En la causa “Asociación Benghalensis” ante la argumentación del Estado de que el presupuesto es un acto institucional no sujeto al control de los jueces, luego de afirmar la existencia del derecho a la salud en el ordenamiento jurídico argentino y de constatar la omisión del Estado Nacional en cumplir con sus obligaciones legales, la Corte sostuvo que la protección de ese derecho es una obligación impostergable del Estado, de inversión prioritaria. En función de ello, la doctrina concluyó que el derecho a la salud tiene como correlato una obligación del Estado impostergable y que los gastos públicos concomitantes son prioritarios, de modo que la resolución del caso no requiere evaluar sus consecuencias presupuestarias, ni las carencias alegadas son relevantes para justificar el incumplimiento estatal, lo que da lugar al modelo argumental de primacía del derecho fundamental. En lo referente al control judicial moderado de las restricciones presupuestarias, también el Alto Tribunal, en la causa “Q.C, S. Y c/ Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”, expresó que los derechos y deberes no son meras declaraciones, sino normas jurídicas operativas con vocación de efectividad. La Constitución Nacional en cuanto norma jurídica, reconoce derechos humanos para que éstos resulten efectivos y no ilusorios, pues el llamado a reglamentarlos no puede obrar con otra finalidad que no sea la de darles todo el contenido que aquélla les asigne. A su vez, consideró que la operatividad tiene un carácter derivado en la medida en que se consagra obligaciones de hacer a cargo del Estado, lo cual significa que su implementación requiere de una ley del Congreso o de una decisión del Poder Ejecutivo que provoque su implementación. De tal modo, no desconoce las facultades asignadas a los otros poderes en el ámbito de sus respectivas competencias y establece como incuestionable que no es función de la jurisdicción determinar qué planes concretos debe desarrollar el gobierno para hacer operativos los derechos. En otro orden, también expresó que hay una garantía mínima del derecho fundamental que constituye una frontera a la discrecionalidad de los poderes públicos, sosteniendo que la razonabilidad significa que, sin perjuicio de las decisiones políticas discrecionales, los poderes deben atender a las garantías mínimas indispensables para que una persona sea considerada como tal en situaciones de extrema vulnerabilidad. Destacó, asimismo, con referencia a conceptos del Comité de Derechos Económicos Sociales y Culturales, que la disponibilidad de recursos, aunque condiciona la obligación de adoptar medidas, no modifica el carácter inmediato de la obligación, de la misma forma que el hecho de que los recursos sean limitados, no constituye en sí mismo una justificación para no adoptar medidas, destacando que la inversión del Estado debe ser adecuada, lo que no depende del monto que éste destina, sino de la idoneidad de la erogación para superar la situación o paliarla en la medida de lo posible. Dentro de este marco, la doctrina extrae que en este modelo existe una valoración global del derecho con los recursos que son necesarios para efectivizarlos, tarea que corresponde al legislador. El control de razonabilidad aludido es equivalente al resguardo del contenido mínimo del derecho social involucrado, y la alegación de carencias presupuestarias requiere de pruebas concluyentes que acrediten tal circunstancia. En relación al modelo de control judicial semifuerte, en un voto concurrente del mismo precedente, se amplían e introducen conceptos relacionados con los derechos humanos, en cuanto importan el deber concreto e inmediato del Estado de reglamentarlos e implementarlos para garantizar su efectividad, reglamentación a su vez, sujeta al principio de proporcionalidad, esto es, que las medidas adoptadas deben ser adecuadas para alcanzar la realidad que pretenden regular, la finalidad impuesta por la ley fundamental. Se destacó también que la asignación presupuestaria debe ser hecha teniendo en cuenta la protección de los derechos humanos y el principio de justicia social. Sentando a su vez la presunción de inconstitucionalidad, en virtud de la cual, para atribuir la falta de cumplimiento de las obligaciones mínimas a una falta de recursos disponibles, es el Estado quien debe demostrar que ha realizado todo esfuerzo para satisfacer sus deberes y no el afectado. Dicha carga probatoria se justifica en función de la presunción de inconstitucionalidad de la asignación presupuestaria por no haber sido acorde a la Constitución. En el plano internacional, el tema también ha sido tratado. El Tribunal Constitucional Federal alemán efectuó una construcción jurisprudencial, que fue invocada por primera vez en 1972, denominada reserva de lo posible. En esta decisión, que fue reiterada y se mantiene hasta la actualidad, se sostuvo que los derechos fundamentales a las prestaciones positivas que resultan directamente de la Constitución, deben limitarse a los casos en que el individuo pueda racionalmente exigirlos a la sociedad, con fundamento en que el legislador también debe observar otros intereses de la comunidad. Sobre esa base, se decidió que sería una incomprensión del significado de libertad, si se diera una continua primacía de la libertad personal, en detrimento de la capacidad funcional y del equilibrio de la sociedad como un todo, concluyendo que una pretensión subjetiva e ilimitada a cargo de la comunidad es incompatible con los principios del Estado social. A partir de ello, se ha sostenido que existe una subordinación de los derechos fundamentales a las decisiones presupuestarias legales vigentes, esto es, que los derechos no pueden exigirse más allá de lo posible y ello incluye lo financieramente posible y, a su vez, la evaluación de esto último compete discrecionalmente al legislador. También, en ese precedente se efectuó la distinción entre los derechos sociales derivados en la ley, que confieren derecho a acceso a bienes y servicios que ofrece el Estado; y los derechos fundamentales sociales originados directamente de la Constitución, en los cuales el Estado debe en forma imprescindible utilizar los recursos necesarios para su implementación. Estos últimos son los casos en los que se ha considerado que los derechos fundamentales deben limitarse a aquellos que el individuo pueda razonablemente exigir a la sociedad, considerándose que, siendo la disponibilidad financiera limitada, en la asignación de esos recursos surgen conflictos sobre su destino que deben dirimirse respecto a otras prioridades, lo cual es competencia del legislador. Ahora bien, la doctrina también analiza la Constitución alemana, en cuanto declara en su artículo 1°, la dignidad humana como principio inviolable, destacándose que debe observarse sin relativizarse, que cuando se encuentre directamente alcanzada, no puede haber discrecionalidad del legislador. Desde esta perspectiva, se concluyó que la reserva de lo posible se puede comprender como una restricción a un mínimo existencial de derechos fundamentales sociales originarios, y sólo fuera del ámbito de protección de ese mínimo, es que los límites o restricciones se justifican constitucionalmente, cuando y en cuanto no haya presupuesto o políticas públicas que lo incluyan, indicando democráticamente qué prestaciones sociales deben soportarse por parte de la sociedad. La justicia de los EEUU, contrariamente al modelo alemán, hizo especial hincapié en las pautas constitucionales. Así, se ha decidido que las restricciones presupuestarias no son por sí mismas una razón válida que puede alegar el Estado para justificar el daño a un derecho fundamental o el incumplimiento de un estándar constitucional. Este criterio fue aplicado desde la década del ´70 hasta la actualidad en diversos litigios, en los que se resolvió sostenidamente que el fracaso de los demandados en cumplir con el fallo no puede ser justificado por una falta de fondos operativos, o que la falta de recursos no es una razón jurídica suficiente para justificar el incumplimiento del fallo, o que el Estado no puede no proveer el tratamiento sólo por razones presupuestarias, o que la escasez de fondos no es una justificación para continuar denegando a los ciudadanos sus derechos constitucionales, o bien que los recursos insuficientes nunca pueden ser una justificación adecuada para que el Estado prive a ninguna persona de sus derechos constitucionales, entre otros argumentos análogos. Si bien estas definiciones fueron tajantes en lo atinente al aspecto presupuestario invocado para no cumplir con una pauta constitucional o una decisión judicial, también se resolvió no ordenar medidas específicas para dar sustento a la implementación de los estándares aludidos, señalando que resultaba deseable la deferencia judicial frente a la prerrogativa legislativa en lo relativo al financiamiento. En otros casos, la cuestión presupuestaria no fue tratada como defensa o justificación del incumplimiento, sino que fue el objeto procesal del litigio, habiéndose adoptado desde la judicatura, decisiones directas y específicas sobre el costo presupuestario necesario para proteger un derecho constitucional. En Colombia y Brasil, se ha hecho una interpretación de la cláusula o modelo de la reserva de lo posible con un mínimo existencial. Para esto, en el caso de Brasil se sostuvo que salvo por la ocurrencia de un justo motivo objetivamente contrastable, la reserva de lo posible no puede ser invocada por el Estado con la finalidad de exonerarse del cumplimiento de sus obligaciones constitucionales. En función de ello, para fijar los elementos del mínimo existencial, se deben establecer los objetivos prioritarios de los gastos públicos, y después de alcanzarlos se podrá discutir con respecto a los recursos restantes, en qué otros proyectos se deberán invertir. Así, se expresó que los condicionamientos impuestos por la cláusula de la reserva de lo posible, al proceso de concreción de los derechos de segunda generación, de implementación siempre costosa, comprenden la razonabilidad de la pretensión individual–social deducida frente al poder público y la existencia de disponibilidad financiera del Estado para hacer efectivas las prestaciones positivas reclamadas. Y si bien se reconoce que la formulación y ejecución de políticas públicas depende del poder ejecutivo y legislativo, también se afirma que tales facultades no son absolutas, ya que si los referidos poderes del Estado actúan de modo irrazonable o proceden con clara intención de neutralizar, comprometiendo la eficacia de los derechos que comprenden un conjunto de condiciones mínimas necesarias de una existencia digna y esenciales a la propia supervivencia del individuo, ello justifica la intervención del Poder Judicial a fin de viabilizar el acceso a los bienes que fueron injustificadamente denegados por el Estado. A partir de estas premisas, tanto la doctrina como la jurisprudencia afirman que la libertad de configuración del legislador en materia presupuestaria, se encuentra limitada por los derechos fundamentales establecidos en la Constitución, y la cláusula de la reserva de lo posible no puede ser obstáculo para el goce de las condiciones mínimas que hacen a una vida digna, quedando protegido y sustraído de la discrecionalidad del poder político, ese mínimo existencial vinculado a la referida vida digna. En el caso de Colombia, la jurisprudencia también reconoce el modelo de la reserva de lo posible, limitándolo a un mínimo garantizado. Para ello en determinados casos donde tribunales inferiores habían rechazado tutelas haciendo hincapié en la inexistencia de disponibilidad presupuestaria, la Corte Constitucional decidió declarar el Estado de Cosas Inconstitucional, ponderando que a tal fin deben presentarse determinados elementos, como una vulneración masiva de derechos constitucionales que afecta a un importante número de personas; una prolongada omisión de la autoridad pública en el cumplimiento de sus obligaciones para garantizar los derechos; la omisión en el dictado de medidas legislativas, administrativas o presupuestarias necesarias para evitar la lesión de los derechos, y la existencia de un problema social que compromete a varias entidades públicas y exige un esfuerzo presupuestal de importancia, entre otros factores. Desde esta construcción, dispuso que se apropien los recursos necesarios para garantizar la efectividad de los derechos, señalando que las acciones positivas vinculadas a los derechos pueden desarrollarse progresivamente, siempre que los mínimos de satisfacción hayan sido asegurados para todos. Entonces, del análisis de los modelos consignados precedentemente, podemos afirmar que, aunque en algunos casos parecen diametralmente opuestos, lo cierto es que en todos se observa un punto en común, que es la garantía inexcusable del mínimo existencial desarrollado, el cual debe ser cumplido en todos los casos, aun cuando se invoquen restricciones presupuestarias. Es cierto que resulta harto difícil establecer en forma homogénea, taxativa y uniforme cuál es efectivamente ese mínimo, en tanto ello depende de diversos factores sociales, culturales y económicos de cada país, y también del alcance de los derechos reconocidos en sus leyes fundamentales. No obstante, de las decisiones indicadas se desprende en forma general, cierto consenso en la protección de los derechos sociales, como derivación del reconocimiento de los derechos humanos básicos e inalienables.