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Lupu, N., Oliveros, V., & Schiumerini, L. (2019).

“Toward a Theory of Campaigns


and Voters in Developing Democracies”. En Campaigns and Voters in Developing
Democracies: Argentina in Comparative Perspective, University of Michigan Press.

Traducción de Agustina David | agustinadavid95@gmail.com

Cuando finalmente se llegó a una segunda vuelta en las elecciones presidenciales de


Argentina en el 2015, el candidato oficialista Daniel Scioli y el candidato opositor
Mauricio Macri se enfrentaron en un debate televisado en vivo. Los organizadores
previeron cuatro tópicos particulares para discutir: economía y desarrollo humano,
educación, seguridad y derechos humanos y finalmente, el fortalecimiento democrático.
Pero ningún candidato dijo mucho sobre ninguno de estos temas. Macri se opuso a
tomar determinadas posiciones en temas relevantes como por ejemplo cómo podría
disminuir la inflación, qué haría con la tasa de cambio, y si estuviese dispuesto a
renegociar las increíbles deudas argentinas. Tal como lo hizo en campaña, habló sobre
el optimismo, esperanza, trabajo de equipo y el cambio. Scioli retrató la posibilidad de
una nueva administración Macri como una vuelta a las políticas económicas de los 90,
asociadas al historial de cada argentino al desempleo, desigualdad y corrupción. Él se
proclamó a sí mismo como el protector de la mayoría de los argentinos y Macri como el
precursor de las dificultades y privaciones económicas.

Las elecciones argentinas tipifican el abismo generalizado entre el modelo ideal de


democracia y cómo la democracia funciona en todo el mundo. Muchas veces los
politólogos asumen que los votantes eligen un candidato que promete las políticas que
ellos prefieren. Pero en la mayoría de los casos es difícil saber cuáles políticas son las
que ofrecían cada candidato en las elecciones del 2015. Garantizar elecciones libres y
justas como condiciones necesarias para una democracia, a su vez resulta insuficiente
para proveer representaciones políticas significativas. Las consecuencias de las
elecciones afectan a quien gane y a quien pierda en la política: sea que el gobierno
financie y apoye económicamente a los sectores más vulnerables, regularice la utilidad
de los precios para la clase media, beneficie a la clase alta subsidiando a las empresas, y
finalmente protegiendo los derechos civiles y políticos de ciertos sectores. Cuando Dahl
(1961) mucho tiempo atrás se preguntó ¿Quién gobierna? el recalcó cuán importante
son las opciones electorales. Pero si las consecuencias electorales son tan emergentes,
entonces una pregunta es crucial para determinar estas consecuencias. ¿Por qué la
gente vota como vota? ¿Los medios de comunicación y las campañas realmente ejercen

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un dominio en estas opciones? ¿Qué es lo que sus decisiones al votar demandan de los
candidatos?

Politólogos han estado estudiando estas preguntas por décadas, y el jurado está lejos de
dictar un veredicto unánime. Para algunos, la elección en el voto es mayormente una
cuestión grupal, con votantes individuales que se ven atravesados por clivajes sociales:
Católicos vs. protestantes, ricos vs. pobres, blancos vs. negros (Berelson, Lazarsfeld,
and McPhee 1954; Lazarsfeld, Berelson and Gaudet 1944). Otros sin embargo
argumentan que, en vez de eso, los votantes se ven atravesados por apegos psicológicos,
valoraciones de cada candidato individual y actitudes hacia los problemas políticos del
día. (Campbell et al.1960) En un plano más realístico, igual otros teóricos afirman que
los electores racionales empatizan mayormente sobre las problemáticas políticas y
estratégicamente eligen al candidato que posee una propuesta política más acorde a
resolver esos conflictos (Cox 1997; Downs 1957). Y otra teoría plantea que relacionado a
las posiciones de qué bando elegir, los votantes tienden a retener a los candidatos que
actúan bien y rechazan a quienes decepcionan (Achen and Bartels 2016; Fiorina 1981;
Key 1966).

La abrumadora mayoría de especialistas en voto, se enfocan en una democracia


bastante inusual: la de Estados Unidos. Muchos otros tratan con otras democracias
avanzadas en el oeste de Europa con contextos similares a los de Estados Unidos en
muy importantes aspectos. El contexto electoral en democracias en vías de desarrollo,
sin embargo, es significantemente diferente. En estas democracias, la sociedad civil es
recurrentemente pobre, poseyendo una pobreza e inequidad alta, partidos políticos
efímeros (el apego hacia ellos es débil) incipiente corrupción y clientelismo extendido
en todo el territorio (o al menos eso se percibe). En muchos de estos contextos, el
historial de regímenes autoritarios y represivos todavía sigue latente y la resonancia de
la economía global hacia un mercado libre es sumamente escasa. Es lejos de parecer
obvio que los votantes en Sudáfrica y Chile posean las mismas capacidades en cuanto a
las elecciones electorales que toman de la misma manera que los estadounidenses y
alemanes lo hacen.

El sesgo teórico con respecto a las democracias avanzadas no es un mero accidente. Por
décadas, sólo algunas democracias en vías de desarrollo llegaron a realizar elecciones.
La opinión pública sobre países en vías de desarrollo era casi inexistente. Hasta el día
de hoy, salvo algunos sondeos particulares como el Afrobarometro y
AmericasBarometer, las encuestas académicas centradas en las elecciones son raras.
En Latinoamérica, estudios electorales regulares sólo están disponibles para Brasil,
Chile, México y Perú —menos de un cuarto de las 18 democracias de la región—. Aún

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más extraño son las encuestas electorales basadas en paneles —esas usadas por los
pioneros teóricos sobre el comportamiento electoral en Estados Unidos— que abarcan
un ciclo electoral y nos permiten identificar mejor las determinaciones causales de la
elección del votante. A pesar de que cada vez más y más teóricos utilizan toda aquella
información disponible para estudiar decisiones electorales en estos contextos (ej,
Carlin, Singer y Zechmeister 2015a; Domínguez et al. 2015; Nadeau et al. 2017) esta
búsqueda de encuestas está todavía en sus comienzos. Si el jurado está todavía
deliberando qué es lo que condiciona el comportamiento del elector en democracias
avanzadas, en las democracias en vías de desarrollo sólo se está seleccionando la
primera pregunta en ese comportamiento electoral.

Con algunas notables excepciones, las democracias en vías de desarrollo parecen estar
consolidándose. Las elecciones se consagraron como el ―único juego a jugar‖ en muchos
países y hasta algunos países en Latinoamérica tuvieron casi diez elecciones
consecutivas desde la tercera ola democratizadora en los 70. Como académicos, no
podemos esperar entender cómo los políticos en estos países se revelan sin siquiera
entender como los votantes determinan quiénes gobiernan. Y tampoco podemos
asumir que lo que pensamos sobre los votantes en las democracias avanzadas aplica
universalmente a los casos en vías de desarrollo. En vez de eso, deberíamos tomar
nuestras asunciones y expectativas y volcarlas a los datos. Como las teorías clásicas del
comportamiento electoral en Estados Unidos, deberíamos construir teorías y probarlas
usando nuevos datos y métodos destacados.

Este trabajo pretende hacer eso. Nosotros argumentamos que, en su nivel más básico,
los comportamientos electorales en las democracias en vías de desarrollo generalmente
siguen lógicas similares a las de los países avanzados. Esto significa que los electores
toman sus decisiones basados en combinaciones de militancias, posiciones en
determinados asuntos y persuasiones electorales en campaña. Ciudadanos que se
identifican poderosamente con un grupo social que se alinea claramente con un
espectro político determinado, mayoritariamente van a tender a votar a esa lista de
candidatos en particular. Aquellos que tienen posiciones firmemente tomadas con
respecto a temas que incumben diariamente, van a votar aquellos candidatos que
comparten sus mismas visiones. Votantes irritados con el pesar económico van a optar
por un cambio político. Y algunos otros oscilarán por campañas que destacan las
cualidades más deseables de sus candidatos.

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En donde difieren las democracias avanzadas y las democracias en vías de desarrollo,
coincidimos, no es en la lógica del comportamiento subyacentes a estas
consideraciones. En vez de eso, las diferencias que vemos a lo largo de diferentes
contextos son cómo se interpreta esa lógica (ver también Carlin, Singer y Zechmeister
2015b). Específicamente, nosotros consideramos que el contexto afecta el peso relativo
en el cual los ciudadanos asignan a diferentes consideraciones con esa misma lógica.
Donde pocos grupos identitarios son políticamente sobresalientes y los miembros de un
partido político poseen lazos escasos, los votantes pueden encontrar más dificultades a
la hora de votar. En caso donde los discursos políticos siquiera mencionan problemas
que aquejan a la sociedad, consideraciones en las que todos coinciden y los efectos de
campaña pueden dar lugar a un importante rol para determinar esos resultados.

Cada uno de los capítulos de este volumen pone a prueba una parte de este argumento
empíricamente relacionado a las elecciones nacionales. Pero uno de los mayores
desafíos empíricos que se cruza uno estudiando comportamientos electorales es
atribuir causa y efecto. Imaginen que un teórico usa un sondeo transversal estándar
[cross-sectional standard survey] para estudiar una asociación entre la aprobación de
los votantes sobre el presidente e identificándose con el partido oficialista. En este caso,
¿debería el sondeo deducir que los votantes se identifican con el partido que ellos
consideran que actúan bien en el cargo? (ver Achen 1992; Fiorina 1981). ¿O debería
deducir que la identificación partidaria es una pantalla perceptiva que sesga
evaluaciones de performance? (ver Bartels 2002; Campbell et al. 1960; Gerber and
Huber 2010). Desde que las encuestas de una sola toma [one-shot survey] miden todas
las variables relevantes en una única entrevista, no ofrece una forma concluyente de
juzgar entre estas interpretaciones causales alternativas. Este desafío ha motivado a los
académicos a optar por las encuestas a gran escala, tipo panel (ej. Lewis-Beck, Nadeua
y Elias 2008). Los datos de estas encuestas trazan las actitudes y preferencias de los
mismos individuos a lo largo del tiempo. Estableciendo prioridades temporales a través
de diferentes actitudes, estos datos ofrecen una manera convincente de sacar
conclusiones causales.

Desafortunadamente, los sondeos de encuestas políticas a gran escala raramente son


realizados en democracias en vías de desarrollo. En Latinoamérica, los sondeos
académicos electorales sólo han sido probadas en Brasil y México (Ames et al. 2010,
2016; Lawson 2001, 2007). Si queremos observar los beneficios inferenciales del
análisis de datos de las encuestas de panel, necesariamente tenemos que limitarnos a
un conjunto muy pequeño de casos. Las contribuciones a este volumen recaen
primeramente en una encuesta de panel en Argentina, hecha allí en base a las

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elecciones generales del 2015 (Lupu et al. 2015). El APES (Estudio de Panel Electoral
en Argentina) es el primer panel de sondeo académico y el primer estudio electoral
académico conducido en la Argentina. Siendo posibles, ese análisis está
complementado por estudios de Brasil y México. Aunque enfocarse en Argentina
significa limitar la generalidad de los datos, Argentina termina siendo un caso útil el
cual sirve para estudiar el comportamiento electoral en las democracias en vías de
desarrollo. En cualquier métrica estándar, Argentina es una democracia consolidada.
Desde 1983, ha tenido regulares y pacíficas elecciones democráticas, y no hay un riesgo
serio en un revés autoritario. Pero a su vez Argentina también ilustra algunos de los
patrones políticos que se distinguen de las democracias avanzadas. Un histórico y
organizado sistema bipartidista ha hecho paso a la fluidez, consolidándose un
multipartidismo que suscita débiles apegos y tiene poca reputación programática
(Calvo y Escolar 2005; Leiras 2006; Lupu 2015). Argentina también es un caso
prominente en estudios de patronazgo, clientelismo, y compra de votos (Calvo y
Murillo 2004; Oliveros 2016; Scherlis 2013), características comunes de políticas
electorales en democracias en vías de desarrollo. Estas características lo convierten en
un escenario ideal para probar nuestras expectativas sobre el comportamiento electoral
en estas democracias. Algún día tendremos datos de sondeos de paneles electorales
realizados en una gran cantidad de casos de elecciones a lo largo de muchas
democracias en vías de desarrollo; mientras tanto, Argentina —y su comparación con
Brasil y México— es un país razonable por el cual se puede empezar.

Hacia una teoría del comportamiento electoral en las democracias en vías


de desarrollo

¿Como hacen los ciudadanos para tomar sus decisiones electorales? Proponemos una
jerarquía de consideraciones para el votante que se basa en el ya conocido ―embudo de
la casualidad‖ del estudio clásico de la elección de voto estadounidense, ―The american
voter” (Campbell et al. 1960). Como muchos eruditos anteriores, argumentamos que
los ciudadanos con fuertes vínculos con los grupos de identidades políticas destacadas
es probable que tengan una intención de voto muy estable (Achen and Bartels 2016). Lo
que es claro es que un lado de la política representa los intereses de los católicos, y
aquellos que se identifican fuertemente con el catolicismo van a ser más proclives de
apoyo. Similarmente, aquellos votantes con adhesiones más fuertes a los partidos
políticos van a demostrar un apoyo a sus candidatos y listas. Estos votantes
probablemente se vean más influenciados por los problemas políticos cotidianos, las
estrategias de campaña de los candidatos o alguna representación en particular de

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estos. Ellos raramente asimilan nueva información que sea inconsistente con sus
fuertes creencias políticas (Campbell et al. 1960; Zaller 1992). En realidad, van a tender
a posicionarse con respecto a los problemas políticos que atañen diariamente en base a
la posición del partido al que apoyan, en vez de lo contrario (Lenz 2012). Y les van a dar
el beneficio de la duda muchas veces a aquel partido que apoyan, aún en aquellas
ocasiones donde estos admiten que tomaron decisiones equivocadas o actuaron
incorrectamente (Kayser y Wlezien 2011; Lupu 2016b). Estos fieles ―votantes
acérrimos‖ raramente sean capaces de vender su voto a beneficio del clientelismo (Dixit
y Londregan 1996; Stokes 2005). Son básicamente la columna vertebral del sistema de
partidos basado en clivajes del oeste de Europa (Lipset y Rokkan 1967).

Para aquellos votantes que poseen un vínculo más débil con aquellos grupos
representativos —o aquellos vínculos que no se mapean en opciones políticas
específicas— las posiciones políticas pueden resultar ser consideraciones más
importantes cuando se trata de determinar la elección de voto. Estos votantes tienen
preferencias políticas particulares y eligen así al candidato que más se aproxime a estas
preferencias. En muchos contextos, la problemática política más destacada tiende a ser
económica: medidas sobre cómo el gobierno tiene que redistribuir la riqueza, qué tipo
de estrategias debe seguir para promover el crecimiento y el desarrollo o cómo debe
regular el comercio. En otros, problemáticas morales y sociales son las destacadas:
cómo el gobierno debería reducir la delincuencia, cómo se maneja en cuestiones de
seguridad nacional, como protege el medioambiente o su posición sobre el aborto o
cuestiones religiosas. De este modo los electores eligen al candidato más cercano a las
problemáticas que más le preocupa (Downs 1957; Enelow y Hinich 1984) o alguna que
se dirige a esa dirección (Rabinowitz y Macdonald 1989). Esta base para la elección del
voto —lo que Achen y Bartels (2016) llaman ―teoría popular‖ de la democracia— tiene
características normativamente atractivas. Numerosos estudios han debatido si el voto
en las elecciones de EE UU está impulsada por estas problemáticas anteriormente
mencionadas. Aunque los académicos de las democracias en desarrollo han pensado
durante mucho tiempo que las posiciones políticas juegan un papel trivial en las
elecciones en estos contextos, estudios recientes encuentran más difundida la teoría de
elecciones electorales basada en las problemáticas (Baker 2015).

En ausencia de esos vínculos grupales fuertes y políticamente destacados y de una


posición en cuanto al voto, las decisiones de los votantes pueden ser una función de
consideraciones más contingentes y efímeras. Estos votantes ―aislados‖ son los que
Torre (2003) llama los ―huérfanos de la política‖. Su principal consideración es la

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valencia política1. En lugar de elegir al candidato cuyas propuestas se aproximen
más a sus preferencias, los votantes con una valencia política eligen aquellos candidatos
que consideren más competentes. La evaluación común de la competencia se basa en el
rendimiento: los titulares que tienen un buen rendimiento son reelegidos, mientras que
los que tienen un rendimiento deficiente son reemplazados. Obviamente, el
rendimiento de cada candidato va a ser evaluado junto a diferentes dimensiones. Un
desempeño común para evaluar es el económico, típicamente enfocado en la economía
local o nacional (Kinder y Kiewiet 1981) pero algunas veces está también basado en la
entrega de bienes públicos locales (Baldwin 2013, 2015; Weghorst and Lindberg 2013);
en beneficios materiales personales, como los programas de bienestar social (De la O) o
clientelismo y patronazgo (Calvo y Murillo). En otras situaciones, los votantes aferrados
a las políticas valencia, pueden elegir también el partido que menos corrupto es
percibido (Klasnja..), el candidato más calificado para manejar el Estado y conducir la
economía (e.g. Miller, Wattenberg y Malanchuk 1986) o el partido mejor equipado para
reducir la inseguridad y violencia (Holland 2013).

Los votantes huérfanos también pueden ser más susceptibles a la influencia de las
campañas y los medios de comunicación. Las campañas y los medios de comunicación
pueden hacer que los votantes tengan más en cuenta ciertas consideraciones que otras
en su elección de voto. Los partidos y los medios de comunicación partidistas pueden
enfatizar los temas que les pertenecen y sacarle importancia a aquellos en los que los
votantes los evalúan más duramente. Por otra parte, las campañas y los medios de
comunicación pueden persuadir a los votantes fáciles de impresionar para que evalúen
a los candidatos de manera diferente, o para que adopten las posiciones de ciertos
candidatos (Bartels 1993; Popkn 1991). Mientras que los estudios canónicos en EE UU
encontraron famosos efectos ―mínimos‖ de campaña (Berelson, Lazarsfeld),
investigaciones recientes en democracias en vías de desarrollo han encontrado que las
campañas y los medios de comunicación pueden dar forma a la elección del votante en
un grado sustancial (Boas 2005, 2015; Greene 2011, 2015; Lawson y McCann; Popescu
Tóka 2002).

En resumen, argumentamos que cuatro conjuntos de consideraciones determinan la


elección del voto: los vínculos con el grupo social, las posiciones políticas, la valencia
política y las campañas o los medios de comunicación. Sostenemos además que estas
consideraciones son importantes en orden descendente de importancia. Los votantes
que tienen fuertes vínculos con grupos sociales políticamente destacados, basarán su

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Este es un modelo de comportamiento electoral que enfatiza en que los individuos votan basados en
los “juicios de la gente sobre la competencia general de los partidos políticos rivales”.

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voto principalmente en esas consideraciones. Los votantes menos apegados enfocarán
sus elecciones en las posiciones políticas. Por último, los que no tengan vínculos fuertes
ni posiciones coherentes sobre el tema —o los que no puedan trazar sus vínculos o
posiciones sobre opciones políticas específicas— basarán sus elecciones en el cuarto
oscuro en las evaluaciones de valencia. También serán más susceptibles que otros a los
efectos de las campañas electorales y a los sesgos de la cobertura mediática.

En conjunto, cuál de estas consideraciones tendrá más importancia para el votante


medio en una elección determinada depende de la composición del electorado. Si
grandes partes del electorado tienen fuertes vínculos políticos, la votación se basará, en
promedio, en la identidad del grupo. En un electorado más distante, las posiciones
políticas pueden determinar los resultados del promedio. Y cuando no se extienden los
vínculos de grupo ni las problemáticas políticas cotidianas, la valencia política, las
campañas y los medios de comunicación pueden desempeñar un papel determinante.
Argumentamos que este modelo explica ampliamente el comportamiento del voto tanto
en las democracias avanzadas como en las que se están desarrollando. En muchas
democracias avanzadas, los vínculos grupales son estables, están fuertemente
arraigadas y son políticamente destacables. Como resultado, las identidades parecen
desempeñar un papel determinante en la mayoría de las elecciones en estos contextos.
El contexto de las democracias en desarrollo difiere significativamente en dos aspectos
cruciales. En primer lugar, las organizaciones formales de la sociedad civil como los
sindicatos, los grupos eclesiásticas o las asociaciones comunales étnicas son débiles o
están muy pocos integradas en la política. Además, los partidos políticos suelen ser
fugaces e indistintos. Como resultado, un número relativamente menor de votantes se
identifica fuertemente con estos grupos de identidad o basa su voto en su grupo o en el
apego del partido. En estos contextos, los grupos de identidad social juegan un papel
más limitado en la elección del voto de los ciudadanos, mucho menos que el que
plantea la clásica visión grupal del comportamiento de los votantes en los Estados
Unidos.

Además, sostenemos que las posiciones políticas desempeñan un papel


equitativamente limitado en el discurso político de las democracias en desarrollo.
Dadas las altas tasas de pobreza, desigualdad, informalidad e incertidumbre política,
los candidatos tienden a centrar sus campañas en cuestiones de valencia como el
desempeño y la competencia. Con un apego más débil a los grupos sociales y un debate
político menos centrado en la política, es más probable que los votantes de las
democracias en desarrollo se dejen influenciar por fuerzas de corto plazo. Cuestiones de
valencia como el rendimiento económico o la corrupción probablemente determinen

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considerablemente la elección de los votos. Eso hace que los medios de comunicación y
las campañas los influyan más fácilmente. Los estudiosos de las elecciones en las
democracias avanzadas rara vez pueden encontrar efectos de campaña porque los
votantes en esos contextos se basan en otras consideraciones —identidad de grupo o
posiciones de la cuestión— para decidir cómo emitir sus votos. Por el contrario, los
votantes del mundo en vías de desarrollo, menos apegados y más orientados a la
política, pueden ser persuadidos más fácilmente por las campañas. Si nuestro modelo
general de comportamiento electoral es exacto, entonces lo que distingue a los votantes
en las democracias en desarrollo y avanzadas no son las consideraciones que entran en
sus elecciones en un cuarto oscuro, sino los pesos relativos dadas esas consideraciones.
Esos pesos están determinados por el contexto: la calidad del discurso político, la
estructura del sistema político y sus vínculos con los grupos sociales. De hecho, nuestro
modelo espera observar algunas votaciones grupales en las democracias en desarrollo,
entre aquellos votantes con fuertes vínculos que marcan claramente ciertas opciones
políticas. Dadas las diferencias institucionales y económicas entre las democracias
avanzadas y las que están en desarrollo, sólo esperamos que este tipo de votantes sea la
minoría.

Votación y representación

Entender cómo los votantes toman sus decisiones el día de la elección no es una mera
curiosidad empírica. La base de la toma de decisiones de los votantes también tiene
implicaciones para el tipo de representación que podrían esperar recibir de sus
funcionarios elegidos. Las elecciones determinan quién gobierna, pero también
determinan cómo gobiernan. Los teóricos democráticos identifican dos modelos
principales de representación democrática. En el modelo de selección, los ciudadanos
utilizan su voto para seleccionar a los candidatos que están intrínsecamente motivados
para llevar a cabo ciertos objetivos en el cargo. La selección requiere que los ciudadanos
comparen ex ante a los candidatos en cuanto a los rasgos que son relevantes para
ocupar un cargo, como los puestos de política, la competencia y el carácter. Volviendo a
nuestra jerarquía de consideraciones, el modelo de selección es más probable que se
obtenga cuando los ciudadanos votan en base a sus afiliaciones a grupos o posiciones
políticas destacadas. Los candidatos que pertenecen a un grupo social o a un partido
político establecido pueden indicar de manera creíble a los votantes que cuentan con el
respaldo de esos grupos, así como con una afinidad con sus posiciones políticas. Los
ciudadanos pueden, a su vez, utilizar esta información como un atajo fiable para
seleccionar candidatos a cargos públicos. La representación democrática también

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puede ajustarse a un modelo de rendición de cuentas. En este modelo, los ciudadanos
utilizan su voto para recompensar o castigar a los políticos en función de las acciones
que realizan en el cargo. Así, los ciudadanos vigilan las acciones de los políticos a
posteriori con el fin de recoger información sobre las dimensiones que valoran, como el
rendimiento, la competencia y la honestidad. La vigilancia retrospectiva hace que el
modelo de rendición de cuentas tenga más posibilidades de obtenerse siempre que los
ciudadanos voten sobre la base de la política valencia. Dado que la información
sobre los candidatos individuales tiende a ser escasa y poco fiable, es sumamente difícil
para el votante típico clasificar a los candidatos individuales en estas dimensiones.
Como resultado, los votantes que se preocupan por estos rasgos tienen incentivos para
confiar en la rendición de cuentas retrospectivamente al formar sus preferencias
electorales.

Si bien la selección y la rendición de cuentas ofrecen modelos alternativos de


representación, de ello no se desprende que sean igualmente eficaces para lograrlo.
Cuando los ciudadanos participan en la selección, eligen al político que consideren más
probable que persiga sus objetivos en el cargo. La selección permite así a los
ciudadanos indicar las políticas que prefieren y el tipo de individuo que les gustaría
llevarlas a cabo. Esta comunicación bidireccional entre los ciudadanos y los posibles
representantes puede producir un mandato electoral que describa las expectativas de
los ciudadanos respecto a sus representantes. En el modelo de accountability, en
cambio, los políticos en ejercicio son los primeros en mover, decidir las políticas y su
modo de aplicación. Los ciudadanos son jugadores reactivos, recompensando o
castigando estas decisiones. Si los ciudadanos utilizan su voto de manera retrospectiva,
sólo podrán comprometerse de manera creíble a mantener un determinado nivel de
desempeño, pero no podrán cumplir un mandato que especifique los tipos de políticas
que desean que se apliquen. Esto hace que las elecciones sean un instrumento de
representación más contundente en el modelo de accountability que en el modelo de
selección de la representación.

Mientras que los sistemas políticos del mundo real mezclan elementos tanto de
selección como de rendición de cuentas, tienden a aproximarse más a un modelo que al
otro. Esto se debe a que no todas las democracias satisfacen los requisitos de
información del modelo de selección. Sólo cuando los partidos establezcan
reputaciones fiables que trasmitan información significativa sobre las preferencias
políticas y la competencia de los candidatos, los ciudadanos tendrán un incentivo para
utilizar su voto para seleccionar buenos representantes de forma prospectiva. De hecho,
los votantes dan prioridad al partidismo y a la ideología en las democracias avanzadas

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en las que los partidos políticos están firmemente institucionalizados y ofrecen claras
diferencias de política. Sin embargo, es menos probable que los ciudadanos confíen en
estas consideraciones en entornos en los que las partes están débilmente
institucionalizadas y tienen compromisos de política incoherentes. Estas limitaciones
contextuales de la selección pueden explicar por qué las formas retrospectivas de
rendición de cuentas, como el voto económico y los intercambios clientelistas, han sido
una forma generalizada de representación en las democracias en desarrollo.

Encuestas de paneles y el caso de Argentina

¿Cómo llegan los votantes de las democracias en desarrollo a sus opciones de voto?
¿Cómo sopesan los diferentes tipos de consideraciones en el cuarto oscuro? ¿Difieren
esos patrones de los que hemos visto en las democracias avanzadas? Nuestra teoría
general del comportamiento de los votantes ofrece respuestas a cada una de estas
preguntas empíricas: los votantes en las democracias en desarrollo tenderán a votar
sobre la base de evaluaciones de valencia en lugar de identidades de grupo o cuestiones.
A diferencia de las democracias avanzadas como los Estados Unidos, la relativa
debilidad de los vínculos políticos dejará espacio para que las campañas y los medios de
comunicación den forma sustancial a la elección de los votos. Esto implica, a su vez,
que la representación en el mundo en desarrollo tiene más probabilidades de seguir un
modelo de rendición de cuentas, mientras que la representación en las democracias
avanzadas probablemente se ajuste al modelo de selección. Estas son las implicaciones
observables de nuestro marco teórico.

Hay muchas maneras de considerar la posibilidad de probar estas implicaciones


empíricamente. Una opción sencilla es utilizar el creciente número de barómetros
transnacionales para estudiar las variables de nivel individual asociadas a la elección de
los votos. De hecho, algunos volúmenes prominentes han hecho exactamente eso y han
producido un tesoro de hallazgos perspicaces. Sin embargo, este enfoque también tiene
dos importantes inconvenientes. En primer lugar, las encuestas de barómetro no son
estudios electorales: es decir, no están programadas para coincidir con los ciclos
electorales (de hecho, a menudo se programan para evitar los ciclos electorales). En
consecuencia, pueden subestimar la importancia de las identidades o actitudes
particulares que se activan durante las campañas. También es imposible evaluar los
efectos de la campaña fuera del período de la misma.

Una segunda limitación de los estudios de barómetro es que se basan en encuestas de


una sola vez que miden tanto la elección de los votos, la variable dependiente, como las

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variables independientes dentro de la misma entrevista. Cada vez más, los estudios
electorales aprovechan en cambio las encuestas de panel, que ofrecen observaciones
repetidas de los mismos individuos en diferentes puntos del ciclo electoral. Esta
estructura de datos permite a los estudiosos rastrear las preferencias de los votantes a
los cambios de actitud que tuvieron lugar en puntos anteriores de la campaña electoral.
Parte de la definición de una causa es que ocurre antes de un resultado. Las encuestas
de panel nos permiten comprobar si ciertas identidades o actitudes políticas afectan a
los cambios en las intenciones de voto de los mismos individuos a lo largo del tiempo,
ayudando a identificar el vínculo causal. Así, por ejemplo, el capítulo de este volumen
de Greene explota la estructura de paneles de la APES para mostrar el apoyo electoral
al candidato del partido en el poder disminuyó entre los que desarrollan evaluaciones
más negativas sobre su competencia. Analizar una encuesta transversal significaría
aprovechar la variación en la elección de los votos de los encuestados con diferentes
percepciones sobre la competencia de este candidato. Pero una relación observada no
tendría una interpretación casual, ya que podría estar falsamente correlacionado con
otros factores, como la ideología, la clase o el historial de votación.

Una desventaja común cuando se elige aprovechar los datos de las encuestas de panel
es que típicamente requiere centrarse en un caso específico. Nuestra elección en este
volumen de centrarnos en el estudio de las elecciones argentinas hace tal balance. En
nuestra opinión, los datos de panel son más adecuados para abordar de manera
convincente nuestras preguntas sobre el comportamiento de los votantes en el mundo
en desarrollo. Además, las conclusiones de los datos de panel pueden basarse en los
conocimientos de estudios anteriores que se basan en encuestas internacionales
comparadas. Aunque el grueso de nuestro análisis se centra en un caso empírico
particular, varios capítulos también aprovechan los estudios de elección de paneles en
Brasil y México con fines de comparación. Dado lo poco frecuentes que son los estudios
de elección de panel en el mundo en desarrollo, creemos que este enfoque logra el
equilibrio adecuado entre el análisis empírico riguroso y la generalidad. Al mismo
tiempo, esperamos que sirva como un llamamiento para que se realicen más encuestas
sobre las elecciones de los paneles en las democracias en desarrollo.

Además, hay buenas razones para pensar que el compromiso particular que hacemos al
elegir estudiar la Argentina es razonable. De manera importante, la Argentina es un
ejemplo crucial de muchas democracias en desarrollo. Como en la mayoría de las
democracias en desarrollo, los partidos políticos y el partidismo en la Argentina siguen
siendo mucho más fluidos e inestables que en las democracias avanzadas. A pesar de un
largo historial de estabilidad excepcional, el sistema de partidos argentino desde

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principios de la década de los 2000 ha sido volátil, característica de muchas otras
democracias en desarrollo. Los partidos políticos han aparecido y desaparecido, se han
formado alianzas sólo para durar una elección, y los partidos se han aliado en algunas
provincias mientras compiten entre sí en otras. Al mismo tiempo, las organizaciones
oficiales de la sociedad civil, que en su día también fueron excepcionalmente fuertes, se
han debilitado. Como resultado, el personalismo sigue dominando las elecciones en
Argentina, lo que se evidencia en el hecho de que las etiquetas partidarias inestables
coexisten con la alta estabilidad de los políticos individuales.

Argentina es un país de ingresos medios en términos de riqueza per cápita, pero los
ingresos se distribuyen de manera desigual y la pobreza es bastante alta. Los datos del
Banco Mundial para 2014 sitúan a la Argentina en un índice de desigualdad de Gini de
42,7 justo por encima de la media de los países en desarrollo. Aunque Argentina tiene
una puntuación más alta que la mayoría de los países en desarrollo en el índice de
Desarrollo Humano de las Naciones Unidas —probablemente un legado de su pasado
más rico— su actual tasa de pobreza es del 32 por ciento, justo por encima de la media
de los países de ingresos bajos y medios. Las elecciones presidenciales del 2015 en
Argentina son un caso particularmente útil para estudiar las elecciones en las
democracias en desarrollo. Con un mandato limitado al presidente en ejercicio e
inestabilidad del sistema de partidos, la elección fue abierta y competitiva. Quince
candidatos se presentaron a las PASO en agosto. La economía, que había crecido
rápidamente en el período 2003-2011, había comenzado a estancarse. Como muchas
elecciones en América Latina y en todas las democracias en desarrollo, la elección de
Argentina en 2015 se realizó con éxito con elecciones anteriores en Brasil y México,
donde también tenemos estudios de elecciones de panel.

La democracia en desarrollo de Argentina en 2015

Según las medidas estándar a nivel macro, la democracia argentina (como las mayorías
de las democracias en América Latina), se está consolidando. Las elecciones de 2015
fue la octava elección ejecutiva desde el retorno a la democracia en 1983 y es la segunda
vez que un presidente de un partido completa un mandato y entrega el poder a un
presidente de un partido de la oposición. Además, el candidato ganador, fue el primer
candidato que no pertenecía a los dos principales partidos tradicionales —el partido
peronista (PJ) y la Unión cívica radical (UCR)— en ganar una elección presidencial
desde la aparición del peronismo en la década de 1940. Como en la mayoría de las

13
demás democracias en desarrollo, las elecciones y la democracia parecen ser la norma
en Argentina.

Las mediciones de las encuestas también revelan un amplio apoyo público a la


democracia y al respeto de las instituciones políticas. Según datos de la encuesta
AmericaBarómetro 2014, el 82% de los argentinos estuvo de acuerdo en que ―la
democracia puede tener problemas, pero es mejor que cualquier otra forma de
gobierno‖. Los datos del APES pintan una imagen similar. En 2015, el 90% de los
argentinos estuvo de acuerdo con la misma declaración. Del mismo modo, cuando se
les preguntó en qué medida ―respetan las instituciones políticas de Argentina‖, el 61%
de los argentinos respondió positivamente. Sin embargo, mientras que los argentinos
apoyan la democracia, estas cifras ocultan una desconfianza general y un descontento
con las instituciones políticas democráticas. A los encuestados de las APES se les
preguntó sobre su nivel de confianza en varias instituciones en una escala de 11 puntos
(donde 0 significa ninguna confianza y 10 significa mucha confianza). En general, los
argentinos, como muchos de los encuestados en las democracias en desarrollo,
mostraron bajos niveles de confianza en sus instituciones. En promedio, los niveles de
confianza fueron: 3.0 para la policía, 3.2 para los partidos políticos, 3.9 para el sistema
judicial, 4.1 para el Congreso y 5.0 para los medios de comunicación (primera tanda).
Tal vez lo más preocupante es que los argentinos están lejos de percibir las elecciones
como libres y justas: el 32% en la primera oleada y el 28% en la segunda, no creían que
sus votos fueran realmente secretos (ver Oliveros, este volumen).

Con este telón de fondo, los argentinos fueron a las urnas el 25 de octubre de 2015 y
prepararon el escenario para una segunda vuelta presidencial. Scioli, el gobernador de
la provincia de Buenos Aires, fue el que más votos obtuvo con el 37%, pero Macri, el jefe
de la Ciudad de Buenos Aires durante dos mandatos consecutivos, le siguió cerca con el
34%. Un tercer candidato importante, Sergio Massa, jugó de spoiler con el 21%. Ex
piloto de lanchas convertido en político, Scioli fue el sucesor elegido a dedo del titular a
cargo por un período limitado, Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015). Prometió
mantener los logros en materia de política económica y social, donde muchos votantes
atribuyen a Kirchner y a su predecesor (2003-2007) y difunto esposo Néstor Kirchner,
que falleció en el 2010. Scioli se postuló como abanderado del ala kirchnerista del
peronismo, el Frente para la Victoria (FPV).

Macri, el segundo candidato más importante en primera vuelta, fue un prominente


hombre de negocios que cumplió su segundo mandato como jefe de gobierno de la
capital y la ciudad más grande de Argentina. Era el candidato de una coalición de
partidos de la oposición no peronista conocida como Cambiemos, que incluía al propio

14
partido de Macri, el PRO de centro-derecha y la histórica UCR. Massa, el alcalde de
Tigre en la provincia de Buenos Aires, era un peronista disidente. Fue miembro de la
cámara de Diputados y había sido jefe de gabinete (cargo constitucional parecido al
primer ministro) durante el primer mandato de Cristina Kirchner. Había roto
oportunamente con el FPV en 2013 cuando la formación de su propio partido le dio
mejores posibilidades electorales.

Scioli nunca fue un heredero obvio de la dinastía Kirchner. Cristina Fernández se vio
obligada a elegir un sucesor después de dos mandatos, y después de que sus partidarios
hubieran planteado sin éxito la idea de modificar la constitución para permitirle un
tercer mandato. En lugar de elegir a alguien de su círculo íntimo y, por tanto, a un
estrecho colaborador de su facción política de izquierda conocida como el
kirchnerismo, optó por una opción más moderada. Scioli era un político de un político,
un pragmático. Cuando un anterior presidente peronista, Carlos Menem, se hizo
popular a mediados de los 90, Scioli era un menemista declarado. Cuando Menem cayó
en desgracia y el ascenso de los Kirchner llegó, Scioli se convirtió en kirchnerista. Aun
así, nunca estuvo muy cerca de los Kirchner. El cálculo electoral, al parecer, era que
Scioli atraería algunos votos de votantes no kirchneristas de clase media a los que les
gustaba los subsidios que los Kirchner realizaron sobre los servicios públicos y el
discurso progresista, pero no les gustaba su estilo de gobierno confrontante.

Al mismo tiempo Kirchner y Scioli necesitaban asegurar la base kirchnerista que


mantendría la mezcla de políticas de la firma Kirchner de controles de capital,
subsidios gubernamentales y beneficios de bienestar. Eso significaba enviar señales
claras de continuidad. Así, Scioli eligió como compañero de fórmula a Carlos Zannini,
un político leal a Kirchner. Todo esto dejó a Scioli con la poca envidiable tarea de tratar
de tranquilizar a su base mientras que también apelaba más allá de ella.
Particularmente después de la primera ronda, comenzó a desatender la continuidad
para respaldar lo que llamó ―continuidad con el cambio‖; nunca estuvo claro que
pudiera tenerlo todo. No estaba lo suficientemente cerca de Kirchner como para
parecer totalmente convincente como garante de la continuidad, ni lo suficientemente
lejos de ella como para ser el agente de cambio más creíble de la sociedad. Y los
votantes querían un cambio.

La ventaja de Macri era no tener que jugar este doble juego. Estaba estrechamente
asociado con la élite empresarial de Argentina, había apoyado abiertamente las
reformas económicas neoliberales de los 90 y se había aliado con políticos de derecha a
principios de los 2000. Sin embargo, como jefe de Gobierno de Buenos Aires y en el
período previo al 2015, se rodeó de tecnócratas en lugar de ideólogos. Se presentó como

15
un pragmático que podía manejar burócratas y hacer las cosas. Al ocupar sólo un cargo
local, pudo evitar tomar posiciones sobre cuestiones económicas nacionales, aunque se
esmeró en asegurar a los votantes que no perderían sus beneficios sociales y que las
empresas estatales no serían privatizadas bajo una administración Macri.

El discurso de campaña contenía poco más que este vaivén entre la continuidad y el
cambio, el pesimismo y el optimismo, el bien contra el mal. No hay que cavar tan
profundo para encontrar pruebas de esta elección que —como muchas en las
democracias en desarrollo— giró en torno a cuestiones de valencia. Sólo tenemos que
llegar hasta la discusión de los candidatos políticos en las redes sociales. Con la ayuda
del laboratorio de Medios Sociales y Participación Política de la Universidad de Nueva
York, reunimos todos los tweets entre el 23 de enero y el 22 de noviembre de 2015 que
mencionaban a uno de los 468 políticos argentinos. La figura 1.1 es una nube de
palabras de los 33 millones de tweets de ese conjunto de datos, donde las palabras que
aparecen con más frecuencia parecen más grandes. Como es evidente, la gran mayoría
del discurso de la campaña de los medios sociales giró en torno al cambio, las
cualidades de los candidatos y los tópicos sobre el trabajo en equipo y la mejora del
futuro. Muy pocas palabras, relativamente pequeñas, se refieren a los ámbitos
normativos reales, como el narcotráfico, la infraestructura o la educación. De hecho,
incluso los nombres de los candidatos de los partidos son apenas perceptibles. Como la
mayoría de las elecciones en el mundo en desarrollo, la retórica de la campaña en
Argentina para 2015 se centró en los temas de valencia.

16
Figura 1.1 Nube de palabras del contenido de los tweets de los políticos
argentinos en 2015

La sorprendente actuación de Macri en primera vuelta le dio impulso para la segunda


vuelta del 22 de noviembre. Su partido había conservado la jefatura de la Ciudad de
Buenos Aires y al mismo tiempo había tomado la gobernación de la populosa y
políticamente poderosa Provincia de Buenos Aires, convirtiéndose en el primer partido
no peronista en ganar allí desde 1987. El PRO de Macri también ganó 21 escaños en la
Cámara de Diputados de 257 miembros, la cámara baja del Congreso, mientras que el
partido de Scioli perdió 26. Después de doce años de kirchnerismo y en medio de signos
de declive económico, los votantes parecían dispuestos a elegir un cambio. Cuando
llegó el momento de hacer una elección final entre Scioli y Macri, los partidarios de
Massa se inclinaron desproporcionalmente hacia Macri, al igual que la mayoría de los
partidarios de los candidatos menores, y él ganó la segunda vuelta con el 51% de los
votos.

Estructura del volumen

¿Qué nos enseñan los eventos de 2015 en Argentina sobre el comportamiento de los
votantes en las democracias en desarrollo? Y, ¿cómo se comparan los votantes
argentinos con los que toman decisiones de voto en contextos similares? Los primeros
capítulos de este volumen ayudan a situar a la Argentina en una perspectiva
comparada. Murillo y Levitsky sitúan las elecciones de 2015 dentro de las tendencias
electorales en toda América Latina. Nos recuerdan que para algunos observadores, la
victoria de Macri fue un realineamiento, el comienzo de un giro ideológico hacia la
derecha de la región. En contraste con este punto de vista —y en línea con nuestro
argumento— argumentan en cambio que la elección representa un ―giro anti-
oficialismo” [anti-incumbent]. Cuando una crisis económica golpeó a la región a
principios de la década de los 2000, los votantes castigaron a los líderes —la mayoría de
ellos de derecha— e iniciaron una ola de líderes de izquierda. Una vez en el cargo, estos
presidentes se vieron impulsados por un auge de los productos básicos que comenzó en
2002 y les ayudó a mantenerse en el poder. Con el fin del auge en 2014, las economías
de toda la región comenzaron a estancarse y a declinar. Los presidentes en ejercicio de
América Latina, desde el Brasil hasta Chile y Venezuela, sufrieron importantes pérdidas
de apoyo público, y Argentina no fue una excepción. En un contexto de relativamente
pocos vínculos políticos y de votación de temas, los votantes argentinos votaron sobre

17
valencia política. Con el deterioro de las condiciones económicas y la alta inflación,
eligieron cambiar el partido en el poder.

Calvo añade un matiz adicional a este cuadro regional. Ofreciendo una mirada más
detallada a todo el ciclo electoral de 2015 —desde las elecciones primarias de agosto
hasta la segunda vuelta de noviembre— coincide con Murillo y Levitsky en que los
votantes evaluaron principalmente al oficialismo. La victoria de Macri fue la pérdida
del FPV. Pero argumenta que parte del mecanismo que subyace en el resultado anti-
oficialismo fue la lucha entre facciones dentro de la coalición gobernante. Después de
controlar el Ejecutivo durante doce años, enfrentado al declive económico, y con un
líder de plazo limitado, el FPV cayó en el faccionalismo que dividió su apoyo. Eso dejó
una apertura electoral para que la oposición la explotara. Los votantes castigaron al
titular por su mal desempeño, pero las élites titulares tampoco se coordinaron.

¿Por qué los votantes estaban tan concentrados en castigar al titular? ¿Qué hay de otras
consideraciones? ¿Las identidades y vínculos políticos desempeñaron un papel en la
determinación del resultado? Los capítulos de Lupu, Baker y Dorr estudian dos
identidades políticas que tienen más probabilidades de determinar la elección de votos
en una democracia en desarrollo como Argentina. Como señala Lupu, Argentina tiene
una larga historia de votación de clase. Por otro lado, el partidismo —una vez
inusualmente fuerte— se ha erosionado dramáticamente en las últimas décadas. Lupu
estudia por qué la riqueza afecta la elección del voto. Encuentra que la relación entre la
riqueza y la elección del voto está mediada no por posiciones de la cuestión o por
apegos partidistas, sino por percepciones y transferencias del Estado. La riqueza afecta
la elección de los votos porque afecta a la desigualdad que ven los ciudadanos y su
elegibilidad para las transferencias gubernamentales como el programa de
transferencia condicional de efectivo de Argentina. En otras palabras, incluso lo que
parecen fuertes identidades de clase que determinan la elección de elección de los votos
son en realidad consideraciones mucho más efímeras.

Baker y Dorr encuentran igualmente débiles efectos partidarios. Comparando las


encuestas de panel de tres democracias en desarrollo de América Latina (Argentina,
Brasil y México) con dos de las democracias avanzadas (Reino Unido y Estados
Unidos), los autores encuentran que el partidismo es generalmente más bajo e
inestable en las democracias en desarrollo que en las dos democracias avanzadas.
Dentro de los casos latinoamericanos, los partidos más programáticos, como el PAN en
México y el PT en Brasil, tienen partidarios más estables que el Partido Peronista
―ideológicamente amorfo‖ de Argentina. A fin de cuentas, el partidismo no parece ser

18
tan diferente en las democracias en desarrollo, sólo es más débil e inestable. El
partidismo simplemente tiene menos peso en estos contextos.

Si las identidades políticas tienen poco efecto en la elección de votos en las democracias
en desarrollo como Argentina, ¿qué pasa con las cuestiones de posición y de valencia?
Los capítulos de Gervasoni y Tagina, y de Schiumerini examinan estas consideraciones.
Gervasoni y Tagina presentan un modelo general de elección de votos y concluyen que
los argentinos votaron principalmente sobre la base de la valencia. Consistente con la
toma comparativa de Murillo y Levitsky, Gervasoni y Tagina encuentran que los
argentinos usaron sus votos para castigar a un titular de bajo rendimiento. En sus
palabras ―la elección fue en gran medida un referéndum sobre la actuación de la
presidenta saliente Cristina Fernández de Kirchner‖. Schiumerini examina si el cambio
electoral de un presidente de izquierda a uno de derecha representa un mandato
político. ¿Exigieron los argentinos una reorientación abrupta de la política económica
en una dirección favorable al mercado? El capítulo relata un rotundo no. Schiumerini
encuentra que las evaluaciones de los funcionarios a cargo, mucho más que la ideología
o las preferencias políticas, determinaron la elección del voto. Demuestra además que,
independientemente de la elección del voto, los ciudadanos argentinos no perciben
diferencias ideológicas significativas entre los ciudadanos. En efecto, muestra que la
opinión pública sobre la política económica en la Argentina se ha mantenido estable
durante más de una década. Como muchos votantes del mundo en desarrollo, en 2015,
los argentinos votaron por un cambio de administración, no por un cambio de políticas.

Si las identidades políticas y las cuestiones de posición juegan sólo un pequeño papel en
la determinación de la elección de los votos, también esperamos que las campañas y los
medios de comunicación tengan más impacto. Los capítulos de Mitschelstein y Greene
estudian estas posibilidades, tanto en Argentina como en otras democracias similares
en desarrollo. Mitschelstein encuentra que los efectos mediáticos son significativos
tanto en Argentina como en Brasil, pero que las diferencias en el mercado de los medios
condicionan esos efectos. En Argentina, donde el mercado de los medios de
comunicación está más polarizado, el tipo de medios de comunicación condicionó su
efecto en la elección del voto. En Brasil, donde los medios de comunicación están
menos polarizados, la exposición a cualquier medio de comunicación tiene un impacto
similar en la elección de los votos. Greene encuentra que los efectos de la campaña
fueron sustanciales en Argentina. De hecho, demuestra que fueron decisivos: sus
análisis sugieren que si no fuera por la campaña, Scioli habría ganado las elecciones.
Comparando la Argentina con México y los Estados Unidos, alega que los efectos de la
campaña son más fuertes en las dos democracias en desarrollo, donde consideraciones

19
como el partidismo u otras identidades políticas tienen menos impacto en la elección
del voto. Dado que los votantes de las nuevas democracias tienen vínculos previos más
débiles que predisponen fuertemente a sus elecciones de voto, debemos esperar que
sean más susceptibles a los efectos de las campañas. Y eso es exactamente lo que
revelan los datos de panel de Argentina, México y Estados Unidos.

Si bien el contexto podría llevar a los ciudadanos de los países en desarrollo a ponderar
las consideraciones electorales de manera diferente a sus homólogos de las
democracias avanzadas, este volumen también muestra que el comportamiento
electoral sigue una lógica similar en ambos casos. Este punto es llevado a colación por
dos puntos finales. Weitz-Shapiro y Winters encuentran que los votantes argentinos
son estratégicos: al emitir su voto para presidente, algunos retiraron el apoyo a su
candidato preferido para evitar que ganara su candidato menos preferido. De hecho,
encuentran una tasa de votación estratégica (entre el 6 y el 10 por ciento de los
votantes) que similar a la de las democracias avanzadas como Canadá o Reino Unido.
De acuerdo con esos estudios, encuentran que los mejores predictores de la votación
estratégica no son las características personales como la riqueza o la educación, sino las
actitudes hacia los principales candidatos.

Oliveros descubre otra sorprendente similitud entre las actitudes de los votantes
argentinos y sus contrapartes en las democracias avanzadas: sus percepciones de la
integridad electoral. Muchos ciudadanos en ambos contextos desconfían del secreto del
voto, percepción que en Argentina se ve exacerbada por las sospechas de compra
desenfrenada de votos. Oliveros examina las raíces de las percepciones del clientelismo
y la integridad de la votación y encuentra que estas percepciones están relacionadas no
con las experiencias personales, sino con los prejuicios.

En conjunto, estos capítulos ofrecen un fuerte apoyo a nuestras expectativas sobre el


comportamiento de los votantes en las democracias en desarrollo. Los votantes en estos
contextos están menos motivados por los vínculos políticos, la ideología o las
preferencias políticas que los votantes de las democracias avanzadas. En cambio,
recompensan o castigan a los políticos en ejercicio sobre la base de su desempeño en el
cargo. Y esto significa que el ciclo electoral —la estructura de la campaña y la cobertura
de los medios— puede afectar sustancialmente a la elección de los votos. Los vínculos
políticos como el partidismo y las identidades sociales como la clase aún afectan la
elección de los votos en las democracias en desarrollo como Argentina. Simplemente
son mucho menos frecuentes en estos electorados que en los de las democracias
avanzadas. En general, los argentinos votan estratégicamente y priorizan el desempeño
retrospectivo al elegir los candidatos. Así, la democracia argentina se ajusta a un

20
modelo de representación de responsabilidad. Los votantes de las democracias en
desarrollo no tienen los apegos generalizados y políticamente destacados ni el discurso
programático de la élite para basar sus votos en estas consideraciones. Si este equilibrio
es estable —o si por el contrario es probable que cambie a medida que estas
democracias se consoliden más— es una cuestión abierta. Otra es si este estado de cosas
es deseable.

El capítulo final de Zeichmeister reflexiona sobre la forma en que las contribuciones de


este volumen hablan de estas cuestiones. Los datos de las encuestas están cada vez más
disponibles para las democracias en desarrollo. A medida que la calidad y la cantidad
de estos datos aumenta, los estudiosos de la comparación deberían arrojar más luz
sobre estas importantes cuestiones.

Apéndice metodológico: El estudio de panel de elección argentino

El APES consiste en dos oleadas de entrevistas cara a cara, administradas por MBC
MORI, la primera entre el 24 de junio de 2015 y el 7 de agosto de 2015, y la segunda
entre el 21 de noviembre de 2015 y el 30 de diciembre de 2015. La primera ola se basó
en una muestra nacionalmente representativa de votantes argentinos que vivían en
ciudades de 10.000 habitantes y más, mientras que la segunda ola consistió en una
muestra de panel de aquellos encuestados de la primera ola que aceptaron participar de
nuevo en la segunda ola, además de una muestra adicional. La primera ola del APES se
basó en una muestra nacional de hogares de 1.149 ciudadanos argentinos mayores de
18 años. El diseño general fue una muestra multietapa estratificada, utilizando la
selección probabilística en algunas etapas y la selección no probabilística en otras. El
diseño del panel implicaba que intentábamos volver a contactar con todos los
encuestados de la primera oleada. Nuestra tasa de éxito fue del 68% (780 de 1.149
encuestados originales). Para compensar el desgaste de la muestra, se extrajo una
muestra adicional de 626 encuestados (véase Deng et al. 2013), seleccionados según los
mismos procedimientos descritos anteriormente para la onda 1. Por lo tanto, la muestra
de la onda 2 tiene un tamaño de muestra de 1.406. Para ajustar la falta de respuesta de
la unidad y el desgaste (ver más abajo), el conjunto de datos del APES incluye pesos de
posestratificación. Estos pesos se construyeron mediante el rastrillaje teniendo en
cuenta la distribución marginal de tres características demográficas: género, edad y
nivel educativo.

Variables comunes

21
Los análisis de este volumen utilizan un conjunto común de tres variables construidas:
educación, riqueza y conocimiento político. La educación es una variable ordinal de
cinco puntos basada en los niveles de educación formal. Según Filmer y Pritchett
(2001), la riqueza relativa se mide en quintiles de un índice factorizado construido a
partir de una serie de preguntas sobre los bienes de los hogares (véase también
Montgomery et al. 2000). El conocimiento político es el número de respuestas
correctas a tres preguntas factuales incluidas en ambas oleadas de encuestas.

Desgaste del panel

Una preocupación común en el análisis de datos de los paneles es el desgaste de los


mismos (Bartels 2000; Frankel y Hillygus 2014). En cualquier panel, algunos de los
individuos que respondieron a la primera oleada se niegan a participar en la segunda

22
(32% en el APES). Si los investigadores están interesados en aprovechar las
observaciones repetidas del panel sobre los mismos individuos —como lo hacen
muchos capítulos de ese volumen— analizan sólo el subconjunto de encuestadas
iniciales que participaron en ambas olas. Y si ciertos tipos de individuos son
sistemáticamente más propensos a rechazar la segunda entrevista (es decir, a atraer),
entonces la muestra del panel ya no es representativa de la población. En el cuadro 1.A2
seguimos a Frankel y Jillygus (2014) en la comparación de atrayentes y no atrayentes
tanto en una serie de características demográficas como en una serie de variables
destinadas a captar su interés en el tema de la encuesta (política) y sus experiencias en
la primera oleada de la encuesta. En términos demográficos, comparamos a los
atrayentes y a los no atrayentes en cuanto a su sexo, edad, nivel de educación, riqueza,
estado civil, tamaño de la familia y número de hijos en su hogar. En lo que respecta al
interés y la experiencia de la encuesta, comparamos los dos grupos en cuanto a su
conocimiento político (en la fase 1), la confianza social, si se identifican con un partido
político, si ellos o un miembro de la familia fue víctima de un delito en los 12 meses
anteriores, y si se negaron a responder a una pregunta en la fase 1. Encontramos que la
única diferencia estadísticamente significativa entre los atrayentes y los no atrayentes
en el APES es que los no atrayentes, es decir, los de la muestra de panel, son
ligeramente más propensos a ser mujeres y ligeramente menos educados. Por supuesto,
no podemos descartar la posibilidad de que el desgaste sesgue nuestra muestra de
panel, pero las comparaciones de la tabla 1.A2 nos dan cierta confianza en que el sesgo
de desgaste es mínimo. La muestra de actualización también permite a los analistas
corregir el posible sesgo de desgaste (por ejemplo, Hirano et al. 2001).

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