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EL CARNAVAL DEL
SILENCIO
Debo relatar el contenido de lo ocurrido en esta
parte del camino, dedicándole con gracia a la confianza
de un demonio incógnito, a su alma y en honor a sus
palabras cristalinas. “En la verdadera realidad de la vi-
da…”.
P. T.
Se consideraba por encima de la sociedad y de la ley.
“La ley está hecha para los pobres diablos”, afirma-
ba.
Tío eres alguien a alguien a quien siempre veía como muy sobrado,
pues nunca te gustaba comentar con la verdad y fuese alguna cosa dicha por
usted –se oyó la voz suave de quien no podía interrumpirle a pesar de ver la
figura sutil de Imelda del Rosario, diciendo con énfasis su preocupación…
pegando sus labios al pabellón auricular de Andrés.
En la descripción del prólogo esquematizado por muchos programas
informativos –serio continuaba su perorata el inmutable Andrés sin poder
deslizarse por caminos oscurecidos fuera de las individualidades– empeza-
ban diciendo cuanto círculo vicioso, alargados por intereses poco inteligentes
y corrompidos por pésimos instructivos, aun fueran decorados o maquillados
perfectamente e ir por allí resultaría fatigado, hasta donde alejado de escánda-
los se detuviera sin cuidado, por el borde deleznable de un profundo pozo
lleno de sombras y alimañas.
Los mensajes fofos y rutinarios vegetativos entraban a la vorágine
apresurada de contar mal el término del siglo arrastrando a su vez al siguiente
suceso consecutivo. Cuando el laberinto se hizo catastrófico y universal como
pandemia diabólica por falsa interpretación de hechos fortuitos de carácter
informático en cualquier modulación malograrían al cambio de dos a tres
ceros, en ordenadores personales de manufactura antigua, con el avance tec-
nológico en el poder oculto de esconder la magia al intervenir en máximas
cuentas y por interferencias, abarcaría desde la cocina a varios universos, o sus
infinitos identificados y se llegaría a malograr la lógica, pregonando el carna-
val de fines del milenio, siendo muchos programas radiales y televisivos
equivocados cuando decían ser los últimos del milenio, en pleno noventa y
nueve jactándose por ser de mayor sapiencia y no era dable ver a niños tur-
bándose o tomando cañazo, cuando se tomase en un velorio y peor se frustra-
sen sabiendo contar, por eso en silencio se llamaría a reflexionar y rescatar al
tiempo, ayudados por ideas maliciosas y alienantes de una fiesta universal
adelantada en números y al final del dos mil, con la consiguiente continuidad
de la historia, nadie pensaría que ahí acabaría el mundo.
No siendo fatalistas o deterministas en la consecuencia aritmética y el
discernimiento filosófico se concluye racionalmente fuera motivo festivo,
reconocer un error no puede haber corregido al mundo, por un oportuno
carnaval del silencio. Seguro ahora viene en trago dulce de cañazo para abri-
gar la noche, todavía muy joven. A damas seguro estarán sirviendo un cafeci-
to bautizado con buen coñac y se siguiera viviendo en el curso de la última
década del siglo, adornando sin arreglos peligrosos a problemas de la vida
nacional, con males cancerosos de insospechado pronóstico, pues minarían a
órganos y funcionalismos de sistemas, con células implicadas y trágicas de un
desahuciado y aislado paciente terminal.
El costo será elevado en pérdidas económicas y de vidas humanas, una
catástrofe diabólica analizada por contados estudiosos y escondida o minimi-
zada por la mayoría señalada en algún suceso, por interés propagandístico o
simpatía de hacer gran apología, al límite de alabar tal acción.
La crisis apocalíptica durará más de diez años e imprevisible cuando
más pueda durar, sin estrategias inteligentes interviniendo con el servicio
secreto de una división especializada, fuera a desarticular cuerpos organiza-
dos de mafias de narcotraficantes y bandas de asesinos politiqueros tergiver-
sadores de sus fines, en acciones imperfectas se llegaría al terror magnificado
fanático, en visiones destructivas de lo poco poseído, o de lo incipiente en
desarrollo, o de lo odiado a través de la historia al representar poderes de
adormecimiento de la mente popular, en el conformismo vegetativo, en el
mérito de rebeldías de esos grupos y fuera declarar muy necesario el cambio
del proceso social y político enquistado, centralista y concentrado… pero
desmereció todo, por el error en la táctica o estrategia aplicada destructiva a
mano militare, ciega al invertir dinero, conciencias, emociones, espanto y tan-
tas cosas, al incendiar su propuesta sin ideales ante intereses subalternos ne-
gros demoníacos, comprometiendo a inconsecuencia e ignorancia, en hechos
revoltosos de falso proceso transformador exigido y aplicado en otras realida-
des, con intensa capacitación y preparación de cuadros en todos los aspectos y
en ningún lugar de la nación, se diera y daría al faltar ideas fundamentales de
disciplinas, sacrificios, responsabilidades y la puntualidad, por el aprovisio-
namiento de soluciones señaladas como prioritarias, por tantos problemas
sociales y económicos, asignándoles recursos analizados en materia de viabi-
lidad y haciendo posible lo factible.
Craso error fue intensamente magnificado y únicos sujetos en la reali-
zación adecuada, se dieron cuenta y entraron en conflicto con diferentes acto-
res sociales y por tanto, no fueron legitimados en la inconsciencia lógica y
preponderante enérgico, el dictamen del manejo poco acertado del gobierno,
al promulgar leyes de arreglos en el contexto general de un estado de guerra
interna y de otro modo, hubiera tenido diabólicos resultados.
Los aromas a incienso se mezclaban al alcanforado fosforescente azu-
lado de bosques de eucalipto de toda la meseta andina y la noche sigue fría.
En el velorio resultaron repartiendo más café, cañazo, coca y tabaco como en
una fiesta carnavalesca.
Entre rumores ensordecidos y suavizados, se disimulaban fundamen-
tales e intensos ruidos de tantos alborotados, porque realizaban angelicales y
diabólicos, en sus respectivos ambientes cuando iban sosteniendo tercas dis-
cusiones y se hacían interminables charlas, por lograr algo en sus propagan-
das, llegando junto con lo sublime propuesto y en ansias del alma bendecida
de don Serapio.
Sobre la sala del velorio, nada se pudiera observar y debajo del piso to-
do resultaba moviéndose durante aquel momento colmado de increíbles
misterios.
Muchos perfiles determinados de manera definida por asistentes, hu-
bieron adoptado cierto grado de luminosidad, tal que todos imaginaron estar
santificados desde tiempos medievales y poco sintieron seres todopoderosos,
con médulas rojizas.
Unos cuantos personajes hubieron visto sus ansias con caracteres im-
periosos y fértiles, en procesos incandescentes ocurridos en cielos e infiernos
inexistentes ni en el borde del horizonte fuese posible ver sólo como ellos,
apreciaban sucesos comunes en el mundo terrenal.
Entre muchos actos horripilantes de crueldad en la mortalidad y por la
destrucción de tantos ocurridos, hubo uno sin poder creer por tal crueldad
dantesca de cruel efecto, al derramar sangre de manera cómo se erizaban
sentidos y la emoción se quebraría intensa, ahogando a un nudo de la deses-
peración y del espanto.
Los prejuicios reinaban en mentes de quienes refuerzan fanatismos po-
líticos auspiciando virtudes no reproducibles, cuando se llenaban de insatis-
facciones por todo rincón, donde antes estaba adornado muy bello y ni lásti-
ma inspiraría por ahora, pues los tules destruidos y voces o cantos sin encuen-
tros brillaban con muchas envidias.
Por varias noches y durante varios filmes, Mefislo se hubiese encargado
del generoso actor Banderas, sobre un ingrato trabajo por cumplir fuera de su
inmensa capacidad histriónica, usando traje negro de espectacular piel de
ángel que ayude a deslizarse en todo escenario, en esta tarea difícil vencerá a
varias de las leyes físicas, porque el mandato gangoso era maldito y no fuera
filmado, por ninguna compañía cinematográfica se evitaran testigos, o cuan-
tas capturas de gentes entusiasmadas en relatar muchas cosas percibidas, o
algunas sospechadas.
Banderas ya hubo recogido sus cargas llenas de toneladas en tantos
crespones que tules, sedas, crepé y mixturas de variadas telas, hubieron salido
en ondulantes revuelos inimaginables, lanzados a considerable altura y cada
vez surtiera a una emboscada terrorífica, ocurriendo fea al derramar crespo-
nes, por lugares indefinidos del espacio; y desde ya era más negra, aquella
alargada noche de la historia.
¡Cuántas noches fueron infernales en los cielos! Entre tantas cosas
desastrosas se hubieron muerto centenares de gentes, dolorosamente deste-
ñidas si las banderas, estandartes y blasones, desde ya son y serán negros por
ir a la entrega de quienes caían prisioneros, desde la captura del obeso cabeci-
lla de un tropel bárbaro.
De una manera inteligente se hubieran lanzado, proyectando aligera-
dos tantos otros mecanismos y así se repusieron, hasta aquellos se hubieron
exigido varias tácticas en contra de demoníacos, por apresar a convictos y
confesos, iban gritando sus fanatismos, al ser presentados en cámaras televisi-
vas y desde oficinas policiales, bien pintados y envalentonados revestían de
inútiles corajes.
Las espectaculares acciones posteriores sirvieron en la desarticulación
de importantes células, en series criminales de varios géneros que invocaban
al poder popular y maleficios mezclados, en agresivas tesis unilaterales, sien-
do la mayoría de victorias cantadas por aquellas causantes de la mayor des-
trucción, por autores invisibles y cada vez más fieros y dañinos.
La vida no tuvo valor ni pueden poner precio, como tan o peor no se
cuidan edificios, bancos, viviendas, torres de alta tensión, puentes y lugares
donde viven algunos personajes visibles, como el mando militar, o político
contrario y de quién camina en ascuas, araña la suerte por volver con vida a su
domicilio.
La mezcla angelical y diabólica comprometió varias veces a poblacio-
nes enteras en lugares llamados zona liberada de una parte o zona roja, de otra
donde era peligroso entrar como si nada a ellas, por alguna razón o por nece-
sidad extrema, ya fue la consideración de soplón o espía compartida en una y
otra, nadie supo si usar nombres de bandoleros, de terroristas y cualquiera
pudiera recibir sentencia de ajusticiado y apresado, en la investigación con
procedimientos científicos policiales, militares… o de seguridad del estado sin
atenuantes y por razones calificadas, se cometieron excesos explicados por
órdenes son órdenes, sobrepasando límites agresivos al sentar autoridad in-
condicional cerrada, como debieron observar organismos internacionales de
derechos humanos, anormales en crueldad e improcedentes al no reconocer
la condición de proscritos, ante cualquier mecanismo racional de confronta-
ción política y teóricamente, bien llamados criminales por tener el tratamiento
respectivo, frente a delitos de lesa humanidad, embarrando en sabor de cho-
colate y perfumándose en desabridos colores de algarabías, en el olor petrifi-
cado de la noche y en el calor humedecido del tiempo, acompasado en la
suavidad de pieles.
Desde una madrugada de feliz determinación estará resonando el pito
de la máquina del ferrocarril resonando retumbaba con el paso de cuantas
ruedas de hierro sobre rieles, en una canción repleta de rudeza sorda y fuerte,
por la calle periférica de la ciudad que ya era primaveral. Cocodrilos en contra-
fuertes de las costas, llamas entre bosques de la selva tropical y peces, saltando
a la deriva entre cerros andinos, sin tener margen de errores ni con herrajes
bien puestos.
EPILOGO