Junto a la iglesia abadial, Junto al frontón duplicado,
el agua cae despacio, los campos de fútbol juegan llenando de surtidores partidos ya centenarios, las frías losas del claustro, mientras la yedra recita y tiñe de vedinegro los goles de los lagartos las cuadrículas del musgo y los mirlos juguetean, y el ajedrez de su espacio picoteando en las grietas centenario. de los palos.
En los campos de recreo, Más abajo, en las boleras
aquel paseo arbolado danzan los bolos añosos, canta los pasos antiguos y los jilgueros jalean del rezo del breviario, unos emboques gloriosos. mientras árboles añejos Allá, al final de la tapia, conciertan en fondo azul saludan al visitante sus arcados entrecejos cuatro árboles nervudos milenarios. y rugosos.
Van elevando hacia el cielo En la cancha de la tapia,
oraciones de diáconos, el musgo del enlosado y guardan ecos antiguos va dejando entre las losas de frailes y de ermitaños su tapiz cuadriculado. que dieran su vida entera Y en las mallas desteñidas por un canto enamorado del añoso baloncesto robado del cantoral ríen dos cucos grisáceos gregoriano. y traviesos. Un prado nos lleva al Bosque, Al fondo, dos ruiseñores tras la tapia y su portillo. se disputan el sentido Hacia el lugar de los robles, con las blancas margaritas un menudo senderillo del destino. va señalando el camino. Al fondo, curvan sus lomos Sí. No me quiere. La quiero. los cobrizos y tupidos --La vocación está en crisis--. eucaliptos. Cuatro estelas en el cielo diseñan dos reactores, Y descansa el caminante señalando otros senderos. a la sombra de un quejigo Y, a la vera del camino, bordeado de laureles roban la atención las malvas y de enebro ennegrecido. y los lirios.