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El silencio de los fascismos

Erik Navarro Cnobel

Pregunta Derrida a un grupo de psicoanalistas en el Gran Anfiteatro de la Sorbona en el año


2000: “¿Cuál es la queja del psicoanálisis? ¿De qué se quejan? ¿Ante quién?”. Sin saber a qué
se refiere el filosofo francés específicamente (sinceramente, no es sencillo para quienes venimos
del campo “psi”), y tomando su gesto, me propongo hacer una interpretación libre de las
preguntas. Tomarlas hacia donde dispara el pensamiento, descontextualizándolas del texto,
tomarlas por sí solas, como si fueran significantes que insisten (tomando el gesto psicoanalítico
ortodoxo), sin importar en qué momento fueron pronunciados ni en relación a qué (que no sean
otros significantes, quitándoles territorialidad, velocidad, cuerpo).

¿Cuál es la queja del psicoanálisis hoy en día? Empecemos planteando que es una pregunta mal
armada ya que no podemos hablar de UN psicoanálisis, sino de varios -aclaración ya obvio,
pero no por eso innecesaria-. Sin embargo, vamos a tomar el psicoanálisis aprendido en los
circuitos oficiales, y en los mainstream y ejercido por psicoanalistas mayoritarios, aquel
psicoanálisis duro, que ha suplantado a Freud por Lacan (o que lee a Freud a partir de Lacan), el
mal llamado psicoanálisis hegemónico. Leyendo teorizaciones actuales, parece, a primera vista
(y no hay que ser un gran vidente), se queja de los cuerpos y de los placeres. Pero ¡ojo!, no se
queja de cualquier cuerpo ni de cualquier placer. Lo que le es incómodo son aquellos cuerpos y
placeres que no condicen con La Norma. Se quejan (no sabemos ante quien, quizás ante elles
mismes) de la multiplicidad de cuerpos y placeres que históricamente han estado sin acceder a
tratamientos psicoanalíticos y hoy les nombran como “nuevas presentaciones”, siendo nuevas
para elles, porque nunca han mirado los subsuelos de la historia a pesar de estar obsesionados
con lo profundo, teniendo un lapsus constante sobre este pliegue de la superficie. ¿Son nuevos
los cuerpos trans? ¿Son nuevos los usos de placeres no heterosexuales? ¿Son nuevas las formas
de habitar un cuerpo desde la fluctuación de los géneros, placeres, gustos? Falta lectura de
archivo, porque el archivo - ¿oficial? - está en constante armado. Pero Perlongher, Lemebel,
Anabitarte, Artaud, Copi, Puig, vienen hace rato…

¿Qué tiene de novedoso para decir el psicoanálisis de los cuerpos no-normativos? Respuesta:
nada.

¿Puede acompañar une psicoanalista a una persona con un cuerpo no normativo? Respuesta: si.

Segunda respuesta a la pregunta de cual es la queja del psicoanálisis hoy en día. Se queja del yo,
de la identidad. Pero se queja de ciertas identidades. La idea acerca de la matriz imaginaria del
yo y de la identidad, que se apoya sobre una base simbólica no sé si es cierta o no. Si puedo
aseverar que está pensada desde ciertas identidades mayoritarias. La construcción de la
identidad no es un problema solo individual, singular, sino también, y fundamentalmente,
político. Para las personas que escapamos a la identidad cis-heterosexual, la constitución de una
diferente, nueva, es de por sí un acto creador, performativo, que puede cambiar vida(s). La
identidad puede posibilitar el lazo con otres, puede ofrecer un refugio ante un mundo cada vez
más hostil con aquellos que no gozamos del privilegio de La Norma. ¿Cómo pararse ante el
mundo productor de identidades sin identidad? La pregunta quizás no debería ser sobre una
nueva identidad (por si o por no), sino sobre qué identidad(es) se irá a transitar en una vida.
¿Una identidad mayoritaria o minoritaria? ¿Una identidad mayoritaria en la minoría? ¿Una
minoría minoritaria?

El intento de desidentificación propio del psicoanálisis supone en su basamento una idea de la


no necesariedad de la presencia. Y para cuerpos acostumbrados a habitar los subsuelos de las
ciudades, las oscuridades, la presencia desde otro lugar se vuelve aliviante -en determinados
contextos, en determinados lugares.

¿En un país con desaparecidos, es posible proponer una desaparición yoica? ¿Qué problemas
políticos trae esto aparejado? ¿Con que fascismos estarán componiendo? ¿No será, por el
contrario, que se quejan que su identidad “natural” -mayoritaria- está siendo cuestionada? ¿Qué
su presencia ha colaborado históricamente con la resistencia a proyectos emancipatorios de las
minorías? ¿Qué relación hay entre el silencio “del muerto” de los psicoanalistas y el silencio
cómplice de muchos psicoanalistas ante la desaparición forzada de personas -algunxs de ellxs
colegas- en la dictadura? “Al fascismo no se le discute, se lo destruye” decía Durruti. ¿Cómo
hacer silencio cuando un paciente desea el fascismo, desea la represión, su “propia” represión?
El combate sabemos que no está en el plano de las ideas, del saber, sino, por el contrario, en el
plano de los afectos.

¿Quién se atrevería a hacer silencio ante un acto de desalojo radical de la otredad, de la crueldad
-de cualquier tipo- sobre la otredad? ¿Cómo estamos pensando las afectaciones? Si un análisis
no sirve para afectarse de otra manera, me pregunto entonces cual es su objeto. Pensarse por
fuera del campo de las legalidades y los derechos (no solo humanos) hoy en día, tiene tufillo
fascistoide. Todxs podemos desear el fascismo, acá nadie está exento. El problema es qué
hacemos cuando ese deseo nos habita, ya sea como analistas, ya sea como analizantes, ya sea
como sujetos de derechos, como sujetos del inconsciente o/y como sujetos sujetados. Cómo
componer con líneas clínicas que estén en consonancia con el derecho a la ternura que exigía
Paquito Jamandreu. Derecho imposible y por ello verdadero.

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