En los años sesenta y setenta surgieron movimientos contrarrevolucionarios,
encabezados por regímenes militares. Distintos tipos de autoritarismo se dieron en América Latina en el período, algunos nacionales y populistas y otros más tradicionales, guardianes del orden social. En muchas oportunidades se disputaban internas y alternaban mandos dentro de los gobiernos militares, como el caso de Bolivia. El más largo de estos autoritarismos fue el que se instaló en Brasil entre 1964 y 1985. Distinto fue el caso argentino, en el que un primer gobierno militar no logró afirmarse (Onganía) y luego de un gobierno democrático, se dio otro golpe militar (1976). El caso uruguayo se dio como culminación de un largo conflicto social, y en Chile, Pinochet concentraba el poder y consolidó un crecimiento económico que inauguraba la época de los neoliberalismos. Una característica común que tuvieron fue el espíritu revolucionario, que buscaba erradicar las que juzgaban como causas de la inestabilidad, apuntando al comunismo mayoritariamente. No es casual que se haya dado en países con tradición populista o posibilidades de socialismo. En los sesenta fueron menos violentos y desarrollistas, pero durante la década del 70’ ganaron agresividad y se fueron inclinando al neoliberalismo. La dictadura que tomó el poder en 1964 en Brasil manifestaba los temores expresados por los militares acerca de la seguridad y el desarrollo del país durante el gobierno de Joao Goulart, a quien asociaban con el comunismo. Además decían que el populismo del gobierno alentaba el caos social. Con apoyo de Estados Unidos, tomaron el poder con un golpe no violento. Gobernaron desde 1968 con poderes absolutos y realizaron purgas en la administración pública, las universidades y el ejército. Prohibieron partidos políticos tradicionales, censuraron medios de comunicación, desmantelaron ligas campesinas. Así, establecieron un bipartidismo con una oposición moderada. A fines de los sesenta y comienzos de los setenta, cuando surgieron protestas estudiantiles y sindicales y guerrillas, el gobierno no titubeó en reprimirlas. Alentaron el desarrollo porque entendían que mientras el país no estuviera desarrollado, el comunismo era una amenaza. Profundizaron el proceso de industrialización con capitales nacionales y extranjeros. Así, Brasil vivió una modernización autoritaria y desigual, dejando en segundo lugar el mejoramiento de las condiciones sociales. Las urbanizaciones crecieron y se extendió la alfabetización, pero la desocupación y la desigualdad continuaron siendo elevadas. Respecto a la economía, la mayoría de los regímenes políticos apuntaron a desmantelar las políticas económicas de los gobiernos populistas y las bases sociales que los habían nutrido. Apuntaban a acumular capital interno y atraer capitales externos necesarios para el despegue económico. Confiaron en la eliminación de la política y en los tecnócratas. El Estado mantenía un rol clave asegurando las condiciones políticas y jurídicas que los militares necesitaban. Para profundizar la industrialización confiaban principalmente en el capital privado extranjero. Estos nuevos autoritarismos representaban a los sectores medios excluidos del populismo, sectores burgueses y grupos tecnocráticos.