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ANTOLOGÍA LITERARIA FILIT 2022

Raíces a una voz


Antología literaria FiliT 2022

Mireya Aguilar y Jox Castelo


(Coords.)
Mireya Aguilar y Jox Castelo
(Coords.)
Raíces a una voz.
Antología literaria FiliT 2022
México: Silla vacía Editorial
Colección Anthología
(VI)

Primera edición, MMXXII


Sistema de clasificación decimal DEWEY
860M. Literatura mexicana
Clasificación comercial internacional - THEMA
F. Ficción y temas afines
Arianne Cabrera y Sr. Tarántula
Corrección de estilo
Cristina Barragán Hernández
Maquetación
Leodegario Mendoza e Irma Ramírez
Diseño de forro
Jox Castelo
Cuidado de la edición

ISBN: 978-607-99838-4-0

Derechos reservados conforme a la ley


© Autoras/es de cada texto
© Gabriel Ávalos (grabiel gráfica), ilustración de portada e interiores
© Silla vacía Editorial
Miguel Cabrera 88a, Centro Histórico
CP 58000, Morelia, Michoacán, México
Raíces a una voz. Antología literaria FiliT 2022 está bajo una Licencia
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0
Licencia Internacional. Esta obra es un bien creativo común, basta el re-
conocimiento oportuno de la autoría para poder reproducirse total o par-
cialmente, almacenarse, transmitirse, distribuirse y/o tratarse por cualquier
medio, sea electrónico, mecánico, químico, cibernético, cuántico, óptico,
de grabación o fotocopia.

Impreso en México - Printed in Mexico


Coordinación del VII Encuentro de Poetas y Narradores
“José Rubén Romero”

Jox Castelo

Comité dictaminador para la selección de textos

Nektli Rojas
Galo Mora Witt
Cristina Bello

Comité Organizador Ciudadano


Feria Intercultural del Libro de Tacámbaro

Mireya Aguilar
Coordinación General

Samantha Vargas
Coordinación de programas y talleres

Carmen Aguilar
Coordinación de gestión y logística

Jox Castelo
Coordinación de comunicación y diseño

Elí Maciel
Coordinación de arte

Yunuén Servín
Vinculación

Francisco Nieto
Rubí Farfán
Asistencia en general
Contenido
11 Proemio
Rosario Herrera Guido

Poesía
17 Apócrifamente tuya
Ma. Lorena Valdivia Delgado
21 Cangrejos
Yolanda García Arenas
24 Cuchilla
Luis Lunes
26 En Oriente hay una guerra
Nayeli Rodriguez Reyes
28 Escribo para florecer en invierno
Guillermo Gonzaga de Jesús
31 Foránea
Rosalba López López
34 Jucheti Inchanhikua (mi gabán)
Prici Álvarez
(Marku Karany)
36 Leche de cucarachas
Valeria Ramírez Gómez
37 Lloro
38 Lama
Rosa Vázquez Jiménez
39 Los monstruos del corazón
Miroslava Shember
43 Más allá de las calles
Daniel Bello Vargas
46 Para un jueves negro
Judith Cárdenas
48 Poemas a Otto-Raúl González
48 El venado
49 Los genios
Froylán Romero
50 Primavera en otoño
Cristina Salto Armas
51 T. S. Eliot tenía razón: abril es el mes más cruel
Alfredo Garcidueñas
53 Trinar
54 Arte latte
Pil Gómez González
55 Un beso virulento
Sergio Quintero
58 Un poema zombi
Yuri Bautista
60 Una tenue luz en las ruinas de la tarde
Miguel Arévalo

Narrativa
65 Algunos descubrimientos
J. R. Spinoza
67 Cuando las hortensias comenzaron a salir
Nancy Alcalá
71 De regreso a casa
David Andaluz
75 El Cristo de ébano
Alejandra R. Montelongo
79 El gabán
Cuitlahuac Mendoza
83 Io soy del Pinzán
José Luis Mejía Méndez
86 La traición
Sergio Navarro
89 Ladridos de perro viejo
Noé Almaguer Zúñiga
92 Némesis
Andrea Aquino
96 Performance
Silvestre J. Arguelles
100 Trueque
Jorge Uriel López Galeana

Sobre lxs autorxs


– 105 –
Proemio

Escribir es retirarse.
No bajo una tienda de campaña para escribir,
sino de la escritura misma.
Caer lejos del lenguaje de uno mismo,
emanciparlo y desampararlo,
dejarlo caminar solo y desprovisto.
Dejar la palabra.
Ser poeta es saber dejar la palabra.
Dejarla hablar sola,
cosa que no puede hacer más que en lo escrito.

Jacques Derrida
L’ écriture et la différance

Siempre es un honor prologar un libro, más si es de escritor@s,


como la distinción que tuve de prologar la versión bilingüe del
poemario “En memoria del reino” (In memory of the Kingdom,
New York, Dark Ligth, 2019), del poeta tamaulipeco Bau-
delio Camarillo, Premio Nacional de Poesía Aguascalientes
1993. Y estar en este momento prologando un poemario del
laureado poeta chiapaneco Roberto López Moreno.
Raíces a una voz 2022, una selección de escritor@s que me
traslada por asociación libre a un tiempo mítico e histórico a
la actualidad, donde predomina la conquista de la palabra y la
libertad de la imaginación, a través de Seshat, que significa es-
criba y diosa principal egipcia de la casa de los libros; Caliope,
la diosa griega con su estilete y su tablilla; Safo, la poeta de la
ternura; Sor Juana Inés de la Cruz, la mejor de todas; Rosario
Castellanos, tras la raíz de los objetos; Concha Urquiza, en éx-

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tasis místico; Enriqueta Ochoa, con las urgencias de un dios y
Dolores Castro, con su autenticidad y sencillez a toda prueba;
Gabriela Mistral, la primera mujer en Iberoamérica en recibir
el Premio Nobel de Literatura en 1945; y Violeta Parra, la
poeta trovadora. Y al lado de esas diosas, el dios Nabú, el dios
sumerio del agua y la escritura; Itzamná: el dios supremo maya
del periodo clásico, creador del fuego y de la tierra, inventor de
la escritura, patrón de las artes y las ciencias, y Thot: el dios
egipcio inventor de la escritura y patrón de los escribas, el res-
ponsable de todo lo cuantificable o codificable; y en compañía
de ellos a Octavio Paz, el poeta del instante eterno y la crítica
al altar y el trono.
Frente a este espléndido escenario, mi amiga Mireya Agui-
lar, apasionada promotora cultural, me concede el honor de
escribir este proemio para el espléndido libro que reúne los
poemas y narraciones del VII Encuentro de Poetas y Narrado-
res “José Rubén Romero”, Seleccionados para la antología Raí-
ces a una voz 2022: que congrega a 19 poetas y 11 narradores,
donde 14 son mujeres y 16 son hombres; 13 michoacan@s y
otr@s de diferentes lugares de procedencia: Guanajuato, Sina-
loa, Zacatecas, Chiapas, Estado de México, Baja California,
Sonora y Ciudad de México, además de otros países como
Uruguay y Colombia. Una obra cuya digna responsabilidad
está a cargo de las Antologadoras: Mireya Aguilar y Jox Caste-
lo, quien a su vez, estuvo a cargo de la Coordinación del VII
Encuentro de Poetas y Narradores FiliT 2022. Una obra de
arte editada en papel bajo el prestigiado sello editorial de Silla
vacía.
Un encuentro de escritores en el que desde abril de 2016,
poetas y narradores se encuentran, cuyos textos son dictamina-
dos y seleccionados por un jurado para que forme el corpus de la

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antología Raíces a una voz. Y que en este 2022, con una calidad
creciente, congrega 30 textos dictaminados de escritor@s de los
más diversos rincones de México, así como de fuera. Un gran
Foro al que han asistido 2,440 personas de manera presencial y
en esta edición virtual, en plena pandemia de COVID-19, más
de 10,000 personas.
Raíces a una voz 2022 tendrá un tiraje de 300 ejemplares,
que se suman a los 900 volúmenes impresos a lo largo de seis
años. Se escribe fácil, pero con los siempre limitados recursos y
gobiernos, es una gran hazaña del liderazgo de Mireya Aguilar,
la coordinación de Jox Castelo, la gestión del Comité Organi-
zador Ciudadano y el apoyo de diversos ciudadan@s y empre-
sari@s que han confiado en este proyecto de Cultura de Paz.
Un magno Encuentro de Escritor@s de cuya pródiga siembra
se han cosechado en Tacámbaro talleres de Creación Literaria
y Círculos de Lectura, promoviendo la profesionalización de
los creadores.
A propósito de esta apasionada defensa de la escritura, la
lectura y la cultura de paz, Peter Sloterdijk, el filósofo alemán,
en su original libro Normas para un parque humano (Sloterdijk,
Siruela, 2000), nos recuerda que para el poeta Jean Paul, los
libros son voluminosas cartas para los amigos, para llamar
por su nombre al humanismo, como un llamado al amor, la
amistad y el saber. Pero en la cultura, advierte Sloterdijk, los
seres humanos se ven reclamados por dos grandes poderes:
la inhibición y la desinhibición. Pues el humanismo recuer-
da la perpetua batalla entre las tendencias embrutecedoras y
las pacificadoras y educadoras. Como en tiempos de Cicerón,
donde se radicalizan, ya que los romanos, creadores del dere-
cho, contradictoriamente inventaron las peleas entre animales
a muerte, y cuando se acabaron los animales del norte de Áfri-

13
ca, pusieron a luchar a muerte a los gladiadores, además de
que inventaron la crucifixión, el gran espectáculo del Coliseo
Romano, tan exitoso para distraer a las masas, con pan y circo,
para disponer de los puestos, los impuestos y el poder.
Así, el homo inhumanus ruge desde entonces en los estadios
y las plazas de todo el mundo, como una “técnica imprescin-
dible de gobernar”. Pero el humanismo pervive en Tacámbaro,
como resistencia de la escritura, el libro y la lectura frente a la
barbarie, como una fuerza generadora de paz y sensatez.

Rosario Herrera Guido

Morelia, junio de 2022

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Poesía
Apócrifamente tuya

Ma. Lorena Valdivia Delgado

Después de tantas veces despertando


/entre paredes de martirio y de tabique
de andar sobre brochazos de cemento y chapopote
algunos de mis días lucen ahumados
sus labios dos ampollas reventadas que van desde la calle
/del museo del reproche
a la esquina y estanquillo del desdén

II

Grito hasta que la pintura huye de las paredes


juntas nos descarapelamos como tildes semi líquidas
como atmósferas caóticas
como las palabras en los barquitos de papel
/que salvaguardan los arroyos
partículas quemadas en las cinco de una tarde

17
III

La venganza es una religión perfecta


alimento la rabia tres veces al día
le doy sus cucharadas de jugo de saúco cuando los ojos
/se le vuelven gris helado
su pico chocolate ambarino anuncia la paciencia recién ida
/y la oquedad en la
jaula que se escabulle para no saber de otra estrechez
hay cristales que se descuelgan de medio cielo suturado
me abren en canal
me cuelgan hasta el límite del agotamiento

IV

No sueño más con ser nube


ni aguja de pino en la laguna
Nada de ser voluta atropellada de una idea
o de nacer a un nuevo lenguaje
o al sol de otro color
Solo quiero ser aire que resuene sobre los muertos
que retuerza y queme los días
los vidrios y el hierro de las paredes
que escalde la lengua
que deje los nombres de los hijos, las flores, las piedras
/y las abejas
que infle los pulmones con globos de memorias rotas
/violetas y amarillas

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V

Al calor del cuarto mes estallan las plagas y el polen


ejemplos de sensatez que se entrecruzan con la fatiga
hay un ondular del polvo en el alargamiento
/de la exasperación,
arca compleja amarrada a lo efímero y cotidiano
a las yerbas que acribillan la pereza
a fuerza de presión y de exigencia
dan paso al camino del sudor y de la savia
tienen garras afelpadas que esconden alfileres
acorralan la risa y los sentidos
llevan alas y vértebras plagadas de prismas de colores
son abismo y telaraña
animales mudos imposibles
ángeles despeñados
astros glaucos y marrón alojados en las corolas ariscas
/de la tierra

VI

Para que termines de perderme mundo ingrato


sigue las estrías hoscas de las aguas en las que concebimos
/el helecho
recargados en el tronco de la encina corroída
/por pájaros carpinteros
sigue al miedo gestado en la carne entintada
/con carbones que guardaron la
memoria de días verdes en altísimas escalas
lee el pentagrama que habitan tordos y halcones

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demasiadas corcheas demasiados arpegios
la lengua no alcanza a traducir los verbos prestados
/del desamparo y del vidrio
viejo de los cerrrojos en los labios morados
/de sombra y de nombres

VII

Búscame en los nombres alma bífida


bebe la sintaxis que coagula tu cabeza
Búscame en las dalias que resurgen en el páramo
plumas y profecías encapotadas
No necesitas clavarte un lápiz para descubrir
/que la sangre es ocre y plata
o saber que nos corroe el cansancio desde el tuétano
que en la región de tu cerebro sin puertos ni viento
sin redes ni arriesgados pescadores
solo Medusa tiene permiso para poner cebos y trampas
/a la codicia,
que vivimos en una colonia de aserrín tamo y grafiti
y aún así, la azucena está lista para las minúsculas avispas
/que anuncian la
saturación de primaveras detrás de una ventana
/que enflaquece el espejo de
sílabas, no, de diptongos que cercenan y secan tus lunas
/en cada maldito abril

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Cangrejos

Yolanda García Arenas

La arena ya no tiene arena


y mis cangrejos
lloran
con sus ojos negros
y deshabitados.
Caminan sobre el agua
sin saber a dónde ir
mientras
comienzan a aprender
el arte de la levitación
para buscar
yo no sé qué rumbo
ni qué materia
capaces de sostener
la brújula de los puertos seguros.
En silencio,
mis cangrejos
van muriendo de a poco
porque los angustia
la pérdida,
el despojo
y la muerte.

21
Frente a la angustia,
mis cangrejos
optan
por la búsqueda,
porque la búsqueda
les hace pensar
que hay algo que ganar,
y que lo ganado,
compensa todo lo perdido.
Despojados ya de raíz
y estructura horizontal,
contemplan
cómo aquello que solía ser
conocido y estable
se va derrumbando.
Mis cangrejos
se pliegan al sol de Platón
porque tienen la esperanza
de liberarse
de las sombras de lo mutable.
A toda hora,
se resisten al cambio
y lo combaten
porque creen en la estabilidad
con ojos dogmáticos
y un espíritu incapaz
de sostenerse
en lo que ya no es.

22
Mis cangrejos
parecen hombres sin destino
están llenos de despojos,
y en esos despojos
–ante la tentación
de la supervivencia–
intentan
ser verticales,
ascender al cielo
y trasladarse a otro mar
para nadar a vuelo de aire.
Los cangrejos
ya no son míos,
y ahora,
se sostienen
de ausencias.

23
Cuchilla

Luis Lunes

Apúrate que te hiero Marco


Un postamigo salvándome de muerte
Un dóberman mordiéndome los pasos
Mi padre perdido allaaaaaá
a los lejos.

Pegado a las faldas de mi abuela


El aire me empolva los ensueños
Un cura mirándome de fijo
Mi ayer inconfesable
siendo niño.

Camino mío y de los locos


Sendero recto y yo maltrecho
Vereda seca de mi vez primera
Cuchilla calle a
ninguna parte

Mojada tierra para untar mis labios


Verano ardiente para huir muy lejos
Ruta al más cruel de los destinos
Canal derechito al desencanto.

24
Vertical atravesándolo a mi pueblo
Pueblo polvo disfrazado de concreto
Y lo viejo pedaleando en su trayecto
Y lo arcaico a tropel lento de carreta

Huye que te entierro Marco


Un día me mojé los labios con su estiércol
Un día oriné en sus piedras de mar muerto
Y le dije para siempre adiós
a mi desierto.

25
En Oriente hay una guerra

Nayeli Rodriguez Reyes

Los misiles caen como la lluvia


desbaratados con el hierro
como ángeles muertos
que pierden la esperanza
y estallan y se pierden
en el fuego y el castigo.

La guerra ha iniciado
no estoy lista para escribir
poesía con nombre de Ángel,
Alejandro, Alonso.
Nombres que inician
con A de amor, A de amado,
A de aléjate de la batalla

En Oriente hay una guerra


volcadura, incendio
que no puedes tocar
después de una tempestad
de granadas y sangre de niños

26
Las balas que hicieron trizas
mi amor tardío y no pude decir
te quiero ni rescatarme el corazón

Es invierno, estoy desarmada


mi poema se queda herido
entre las ramas.

27
Escribo para florecer en invierno

Guillermo Gonzaga de Jesús

Escribo para no mantenerme al filo de la realidad


Me alimento de tinta y papel
Fonemas y silencios se acumulan en mis ojos
Linaje de un pasado petrificado en el mañana
Malgasto el tiempo de mi sonrisa infantil
Con la inocencia crucificada en filosofías precoces
He pintado ojeras en el margen
de una noche que busca mis huesos
Cáliz preñado de dudas
cicuta delineada por los labios de la mayéutica
Me pregunto si la respuesta es una astilla
que pide paciencia para germinar
O será el reflejo de una procesión
de irrealidades expuestas al sol
en espera de cristalizar una herida.

El reloj acelera mi regreso a la transparencia del recuerdo


Esquirlas en mis ojos se sumergen por cada ráfaga
/de parpadeos

28
Donde mimetizo una piel sin identidad
para no perder mi rumbo en la perpetua circunferencia
de 38 vueltas al sol con 24 palpitaciones impertinentes
Me refugio en la cuadratura blanca del paraíso
Luminosidad que alimenta mis manos
En los albores del silencio
Aúllo de día lo que aún no tiene nombre
Aquello que el tiempo ha negado pintar de marrón
Mastico las manecillas de mi vejez
con la dentadura del infante
Hundo mis ojos en la semilla del girasol
y recojo lágrimas de mar abierto
Entre mis manos desiertas de cariño
Relámpagos de infancia se coagulan en el sueño
No quieren iluminar cicatrices
Solo han salido a dar un paseo en braille
Estas huellas galopan inquietas
Balbucean caminos aún no imaginados por el destino
En la incertidumbre mi nombre no tiene vocación
He buscado mi reflejo a través de versos
Insisto en parir poemas
ellos jamás criaron oídos medrosos
que le arrancaran una palabra
Soy una metáfora que naufraga en los lindes del eco
Aristas de luna se clavaron en la noche
Se muestran inocentes
Fragmentos con sabor a nostalgia
Misterio que olvida interpretarme.

29
3

Dentelladas de reloj ríen en mi costilla


Gotas de mármol para sofocar el delirio
Prisionero de cada uno de los sentidos
He aprendido a contabilizar las arenas del desierto
Renazco cual estatua de sombras
inscritas en el aleteo de la libertad
El crujir de los cielos alimenta la espina del ojo
listo a desvanecer la primavera
Tengo atada una cuerda a mis manos
en espera de desatar el silencio
Nieve vertida a cuenta gotas sepultada en el misterio
Nadie te enseña cómo resguardar
38 vueltas al sol en un pedazo de carne
Del miedo que resuena en los rincones
del esqueleto sin epitafio
Una sonrisa aterciopelada de tristeza
florece aun en invierno.

30
Foránea

Rosalba López López

Nadie me dijo
que a mi madre
le saldrían espinas en los labios
ni que podían crecerme nubes en los ojos
por las ganas contenidas de llorar.

A mi lengua le han brotado escamas


por cada dolor que no me atreví a nombrar
una nuez a medio partirse
crece en mi garganta
mientras lavo los trastes con furia
escandalosamente.

La tristeza me vuelve silenciosa


aparecen manchas blancas en mi cuerpo
crujen mis grietas al ensancharse
la noche se estira sobre mis párpados.

31
Del centro a los bordes
atravesando la oscuridad
sumergí mis pies en un río de leche tibia
después la tarde
extensa
profunda
circundante
el azul cielo sobre mi espalda
flores amarillas naciéndome del vientre
un silencio haciendo eco.

Quedaron tras de mí
las nubes cargadas de lluvia
caminos polvorientos
campos sembrados
casas de adobe a medio derruir.

Mi silla vacía en la mesa


mis zapatos gastados
quietos bajo la cama
la sombra de mi infancia
trepando árboles.

Mi sobrino ve mi equipaje
y piensa que soy exploradora
quienes me ven andar por la calle
con una mochila tan grande
detienen su mirada sobre mí.

32
Tan pequeños mis pies
tan lejos que caminan
tanto que me sostienen.

A cada paso
me nombro
resisto
me alejo
y también me acerco
a mi otro hogar.

33
Jucheti Inchanhikua (mi gabán)

Prici Álvarez
(Marku Karany)

En el calor del sol, el pelaje de la montaña


me ha preguntado:
“¿Nuterhuri Tsiraxakiia?” (“¿Ya no hace frío?”).
Y el esconderse del sol
da una respuesta sin miramientos.
Recuerdo que hace tiempo, hace años, Ioni Sania
/(hace tiempo);
anduve, en las noches y madrugadas;
bajo luz, bajo oscuridad y
en los espesos fríos senderos
de la madrugada... ocultando el cuerpo y
ahuyentando ráfagas de discordia.

En la memoria quedan
los brazos de paisajes azules;
verdes; color púrpura;
instantes con aroma a lavanda;
Japonda Ka Kurucha (el lago y pescados);
Tsakapu Ka Tapuri (piedra y polvo) entremezclados
bajo un firmamento infinito...
este pequeño espacio memorial,
ha olvidado pequeños detalles
de tu tacto de lana y

34
la rigidez de tus hebras para la suavidad
de las musas de mi imaginación...

“Sin querer olvidar, olvidé que eres


la insignia firme de mi padre”.

No vengo a mencionar tan sólo


los fríos o las madrugadas de octubre;
Numbe, Iamindu Uekaxinia Mientania
/(no, quiero recodar todo):
aunque lamento, lamento, omitir lo inefable,
no poder hablar con certezas y
describir a detalle nuestra benevolencia...
Este pequeño baúl que soy,
ha perdido los tantos escenarios;
cuerpo a cuerpo... y
guitarra en mano.

“Vuelvo a enamorarme: y al tocarte


resiento las quimeras del ayer”.

Y no entiendo de amores
ni he logrado distinguir cosas de cuestiones;
como no distingo del valor de un perro a un humano...
Ahora que te veo con calma y
observo detenidamente
las hebras que se han desgastado,
en tu color encuentro a la noche y
ante tu presencia agradezco
el detalle de mi Padre:
Jucheti Ambakiti Inchanhikua (mi buen gabán).

35
Leche de cucarachas

Valeria Ramírez Gómez

A veces siento que me caminan cucarachas por las piernas


y que suben a mi pecho
las más pequeñas se meten en mis orejas
y caminan por mis venas
las puedo ver pasar cuando me quedo mirando
por dentro de esas enredaderas verdes
/que están debajo de mi piel
su olor, su olor es casi imperceptible
pero si quieren, me clavan sus antenitas
traspasando todo hasta hacerme sangrar.
Pero ya, no te preocupes, ya estoy tomando veneno.

36
Lloro

Rosa Vázquez Jiménez

Yo lloro, y lloro mucho.


¿Qué tanto es mucho?
No lo sé.
Dicen, que su media es el tiempo, la esperanza, la vigilia.
Yo lloro, y lloro tarde. Mis ojos se nublan de un cauce vertigi-
noso; los párpados amanecen hinchados, y pesan, y posan su
cóncavo a la luz que en diagonal marca líneas sobre el asfalto
mojado.
Lloro en las esquinas de la ciudad violenta; en las formas de la
ausencia revelando su rostro en cada despedida.
Lloro en el transcurso de casa al trabajo; cuando el tema en
clase me recuerda la fragilidad de mis pasos. Luego, vuelve el
equilibrio tras la negritud de la lluvia.
Lloro, amigos, cuando el vórtice en mi pecho pulveriza mis
horas, paralizando mis hallazgos en el doblez de las hojas.
Lloro mucho, no me aterra; encuentro placer en la sonoridad
del dolor que resguarda mi canto. No hay silencio en el llanto,
sólo música, música, música.
El fuego danza en las profundidades de la selva.

37
Lama

Surge el polvo de las comisuras de tus labios.


La tierra abre su núcleo al cosmos,
expande su finitud
sobre las sonoridades de la nada.
Descubro el tiempo: adversario
de una sola jugada.
Los tambores fúnebres anuncian el silencio.
Advierto tus pasos suspendidos en el universo,
como falanges trotando sobre hilos
creados por seres en sí mismos.
El fuego pronuncia tu nombre
al arder la piel de los muertos.
Nace el viento en tus ojos,
el cauce de tu mirada
recorre la corteza de lo efímero.
Al polvo vuelves, sorteando algoritmos,
grabando en la luna sueños de eternidad.
La melodía del agua estalla las vértebras de los astros.
Tu voz, estela punzante
sobre el vientre de las luciérnagas,
suspende el polvo en la levedad
del canto de la noche.

38
Los monstruos del corazón

Miroslava Shember

Me quedé, amor
lejos

Con estos labios de ave sin alas


con este cuerpo huracán de llanto
con este corazón de vidrio,
mi alma de túnel, mi memoria de arcilla

Amor, te desbaratas
impalpable me observas,
me fundes en metal que antes de acero es lágrima,
que antes de flor marchita, una raíz que se aferra

Luz de miel, tu voz rellena los nudos de mis ideas


y me haces de un viento adverso,
de volar transparente y amarga

Mírame, amor
después de ti mi risa es subterránea
y esta mirada, de mis ojos de suelo
de ángel perdido en la guerra,
de viaje que un día se acaba

39
Y tú sabes lo que pasa, amor, aquí adentro
que mi voz se hizo gris y salvaje
y ninguna de mis palabras flota,
y mis sueños se volvieron espesos
como tu ausencia

Y te busco...
las abejas que nacen de mi alma
salen a tu encuentro vacío,
mis brazos de ser un nudo en tu cuerpo
son dos animales heridos que corren abiertos

Amor, me rindo
en todas las dimensiones
después de esta sombra,
de no encontrarnos, de quebrarme antes
de que la luz se haga aire.

Me rindo, amor
triste como los lirios,
vacía como las armas
resignada, mi bebé, mi amor
afianzada hasta que el tiempo difumine
esta transparente nostalgia.

Soñé con un monstruo


su sombra parda, sus ojos
solo dos luces sin eco

40
Un hoyo sin fondo como rostro
color la muerte sobre mi carne
y mi desesperado afán por saltar de página
por cambiar de estación
por decir sálvenme cuando yo no puedo.

Jesús occiso,
sus espinas en mí como aretes
mis ancestros lúcidos
de sangre opaca
de confrontación íntima
y un viento negro del que no escapo

Despierta, mujer, por favor


abre los ojos de fuente solar,
de vital exhibición, de ser

Porque alguien vino a ensuciarnos


a pintar de negro el cuerpo
de miedo el espíritu, de hueco la voz

Y Dios volteará algún día


sin más opción que vernos
y habremos llorado una jornada entera
tras nuestra propia lucha;
vencida a través de la angustia

Y no serán los lazos sanguíneos


la genética noble
la luz interna quien interceda

41
Será lo que se ha perforado
que ha llegado de suerte
la voz que de una oración rescató
al menos una palabra que después del miedo
estuvo presente.

42
Más allá de las calles

Daniel Bello Vargas

El loco de mi cuadra huele pegante


como si no hubiera mañana
como si quisiera que su vida se disolviera
en el pegachento vaho que sin descanso inhala,
autómata tic-tac su brazo va y viene
del piso a la nariz ladeando un poco la cabeza
recostado contra la pared
tendido en el suelo.

Tal vez para él no existe el mañana.


Solo un eterno, esclavizante presente,
y por eso no se disuelve, no sabe que puede.

En las madrugadas de invierno veo al loco de mi cuadra


acostado sobre su esquina
siempre en la misma esquina frente al mercado
donde duerme en las horas de más sol
sobre su cama de húmedos cartones
y periódicos que muestran los últimos índices de felicidad
emanar vapor por todo su cuerpo como un volcán herido.

43
Intencionalmente ignorado el loco de mi cuadra
acurrucado en el borde del andén, al lado del puesto de tacos,
nos mira fijamente a los ojos cuando pasamos a su lado.
Nadie le sostiene la mirada.
Nos desnuda la vergüenza y la apatía y el egoísmo y el terror
de la realidad.
Sus ojos de niño asustado
de adulto derrotado tienen la dureza del cemento
que lo mastica lentamente.
La ciudad lo ha escupido en aquella esquina
desde donde nos golpea con su mirada de perdido paraíso.

Vacío su tarro de pegante el loco de mi cuadra


siente el hambre que le despierta la consciencia,
se levanta de su esquina y va al mercado
a pedir los 5 pesos
que le faltaron de suerte.

El loco de mi cuadra tiene 21 años,


se llama Manuel y es de Cuernavaca,
su pasado es turbio como las paredes de su tarro de pegante.
Atrapado en la vorágine de sus ausencias
la desventura lo ha condenado a un malvenir doloroso.

Resignado y tranquilo,
vuelve a inhalar mansamente su castigo
no sin antes ofrecerme un poco.

44
Engalochao ríe y me dice que ya pasó el susto
que no me preocupe más por él
que todo está bien
que si algo mañana le compre un taco
o le ayude a buscar los 5 pesos de suerte que la vida le negó
que por ahora ya vuelve a ser el loco de mi cuadra,
aquel que espera que su vida se disuelva
entre el vaho y la indiferencia
para no seguir incomodando a los vecinos.

45
Para un jueves negro

Judith Cárdenas

Ponerle voz a la piel


Al escalofrío que detona las balas,
A la angustia e incertidumbre,
Al fuego,
Al secuestro,
A la amenaza e impotencia.
Al correr de transeúntes fuera de contexto.
Al pueblo desinformado,
A la ciudad que calla.
Ponerle voz a madres en angustia,
A hijos que ven oportunidad de un dinerito extra,
A los ciegos guardianes de la sagrada familia,
A los eternos promotores de la violencia,
A los morbosos,
a los que rezan.
Ponerle voz a un jueves negro
A las cenizas seguridad de un estado corrupto.
A las cenizas seguridad de un país corrupto.
A la tierra ennegrecida con sangre seca,
Al ciudadano sometido por la enajenación,
A niños coleccionando casquillos de balas,
A empleados durmiendo en el baño de la oficina,

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A familias acampando en centros comerciales,
Ponerle voz a un silencio que solo es interrumpido
Por detonaciones en el aire que erizan la piel.

47
Poemas a Otto-Raúl González

Froylán Romero

El venado

El venado es pura luz en la noche


que te cierne.

Algarabía
que miras en tu espejo
cuando flores embriagan su perfume.

En un día cualquiera del eclipse


lo recuerdo, nota transfigurada
del incipiente ritmo que buscabas.
Los tambores con su danza,
espadas nubes rasga.
El venado es la inocencia por antonomasia,
pura sombra cuando la luz te cierne,
refugio, umbría para tu lecho,
descanso.
No hay vida más digna
que la de este cuadrúpedo.

Un niño siempre,
como el crepúsculo de una tarde.

48
Los genios

Hay genios que inventan maravillas,


un as bajo la manga, un soplón,
la ruleta rusa,
el romántico asombro
en el gris retrato de la vida.
Los genios llaman, se incendian,
puro propósito didáctico.
Llegan a la hora del desastre
en el justo tiempo y el justo lugar.
Si vienen vestidos de blanco, copal
en sus sahumerios, fíjate bien.
Los hay que se dicen chamanes.
El mejor es el que aspiras por la boca
sin error de cálculo.
Se aparecen por la ciudad, están locos,
son vagos, se disfrazan con el ropaje del mundo,
ladran tus verdades.
Porque tú eres semilla y quieres abrir surco en el sueño.
Olvida las alas para el vuelo,
escupe multitudes,
encuentra el polvo que hace semejantes,
rasguña, ladra,
no dejes de tararear tu sombra.
Algún despistado visitará tu pellejo
y quizá encuentre algo,
raíz, fruto,
como quieras llamarlo,
duende, árbol.

49
Primavera en otoño

Cristina Salto Armas

Mi piel se vuelve hoja


en la que escribes y borras el alfabeto entero:
frases, palabras, letras, puntos, comas, signos
que a un mismo tiempo se dibujan
y desdibujan sobre mi cuerpo.

El invierno no llega todavía


no son las últimas rosas
el viejo nido se renueva
la tempestad se calma
canto en tu nombre.

Estoy sedienta
tomo cada gota
que resbala de tu pecho
y me vuelvo un rubio girasol
entre tus brazos.

Reverdecen las raíces de mi vientre seco.

50
T. S. Eliot tenía razón:
abril es el mes más cruel

Alfredo Garcidueñas

Y bien señoras y señores, hemos sobrevivido


/una vez más a abril
a su calor asfixiante, a su cuadrilla de verdugos
/disfrazados de flores y abejas
viejos lobos que no se parecen en nada a la alegría
/de cuando montamos
por primera vez una bici

nada tiene que ver con los verbos adolescentes


con esa brutal capacidad para reponerse tan pronto
y abrirle todas las ventanas a la lluvia, pasar la tarde entera
esperando cierta hora en que las palabras se disponen
para que uno las tome del árbol
que piensa y siente y está loco y es un idiota y sueña
porque no conoce otro modus operandi
otra partitura que pueda ser leída a la primera
y despliegue sus notas por el cuarto
como un incesante fluir de muchachos y muchachas de pie
inquebrantables tallos que florecen desde adentro y desafían
y son felinos entre la hierba olisqueando
/una parvada de canciones

51
que les despierta el apetito y les hace olvidar
/por un momento
el hastío del concreto, el tiempo nauseabundo en que viven
la prohibición de los desnudos y la música

palabras de amor que sepulta la corriente


la eléctrica avanzada de cuchillos por el cuerpo
el temor de no volver a presenciar una fogata
un poco de eucalipto en los labios maltratados
esas manos que te levantaron del fango
y secaron tus lágrimas en los días más oscuros
porque abril, esa enorme mentira disfrazada
no es más que la noche apuntando al talón
a esa esquinita frágil, predilecta
para abandonar gatos y sueños.

Nunca vuelvas abril y llévate contigo toda tu farsa


todo ese carnaval de intenciones derretidas bajo tus zapatos.

52
Trinar

Pil Gómez González

Cada mañana un pájaro me visita en la cocina


se transforma en viento.
Yo canjeo mi alma por palabras y las echo a volar
a veces con culpa
otras con amor.
Cada mañana retornan con cierta necesidad como ser humano.
En ocasiones
cantar me silencia la soledad
y me doy cuenta que no lo estoy tanto.
Clavo mi mirada al cielo
y escucho trinar la vida que hay fuera y dentro.

53
Arte latte

Preparar un latte implica buen pulso,


hacer círculos alrededor de la taza con cierta convicción
de que saldrá algún bosquejo / un corazón.
Continúo este poema
lo veo nacer y lo acompaño en su ciclo hacia el olvido.
Es un azar que te busque en la cafetería
desde hace tantos años
pero habitas en mi interior,
avanzo en círculos
me reconozco en los trazos que dejas,
y cada que tengo fe,
te bebo en la luz de mi reflejo.

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Un beso virulento

Sergio Quintero

Para Lourdes y Carmina,


porque sobrevivimos y viviremos

La noche bufa, ronca, resopla,


exhala, expele.
Marca a los paseantes
con un beso violeta en las mejillas.
Repta entre los brazos,
los ojos, las orejas, las pupilas
y humedece, con violencia indiferente,
la nariz, los vellos,
el respiradero
de los cuerpos ignorantes.
La noche moja los pulmones, los alveolos;
va e instala su mortal tufo virulento
para seguir de largo
segando,
envileciendo.
La noche añeja, la de siempre,
que hoy es la muy remota isla desierta
de la aún incierta
bocanada de tu sueño.

55
II

Hay algo de primer instante


cada vez que llueve.
Somos de nuevo hombres primitivos.
Besamos, amamos, confiamos,
desde que estamos en La Tierra.
Y en esta lluvia, después de dos mil años;
en esta lluvia que ocurre antes del tiempo,
que alimenta a bestias añejas y gigantes.
En esta lluvia, en el frescor del aire que restaura
está La Muerte.
Está la danza de la muerte que te acecha;
está el rumor de la nube inalcanzable;
la lubricidad del tallo de la rosa;
el aire del pétalo que se enciende;
la camisa de la flor que se desnuda;
la tierra que reclama tu esqueleto.
El lodo que pondrán en tus maderas.
Son las aguas que otros días sostuvieron los veleros,
Y es el aire que los llevó a poblar La Tierra.
Así que llueve en la tarde humedecida,
con gente que ha exhalado para siempre
Y otros que llenamos los pulmones.
La tinta del poema es casi agua
Y el verso con que habré de terminarlo
Se escribe pero nadie logra verlo:

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III

Quiere escapar,
paranoica, la cortina.
El mosquitero arrogante,
en su casi invisibilidad,
se lo impide.
Entran, en cambio,
las frías gotas de agua
y llegan, paracaidistas,
hasta esta frágil página.
El viento
me arranca el bolígrafo
de los dedos…
Sopla embravecido allá en su altura:
las cosas tiemblan
y vuelven a su lugar de siempre.
Yo escribo estos últimos versos
con un trozo de granizo.

IV

A salvo del riesgo de la muerte,


apenas rozando superficies
logramos, como el náufrago, la otra orilla.

57
Un poema zombi

Yuri Bautista

Bailemos hasta que entre muertos el mundo arda


Bailemos meciendo el aire que esquiva
/las balas de nuestras frentes
Bailemos mientras los días devoran
Afuera los muertos caminan, pero tenemos cajas de cerveza
/y cajas vacías
El agua bulle en la estufa y en la bocina suena Lust for life
Entonces esa cosa ríe, grita y se arropa en la esquina
Nos da pena su piel podrida, le damos desperdicios
/y lo agradece
El cielo se ha ennegrecido
Cayeron esferas de fuego, gases y podredumbre
Bailemos así, Isabel, porque no hay nada detrás
/de la puerta tapiada
Porque no hay cordura de este lado de la puerta
Solo somos tú y yo meciendo el aire para esquivar balas
Y tú eres en parte yo misma, pero con fuerza y valentía
Bailemos y no paremos que morimos
No salgamos de esta habitación que es humo de cigarro
/porque morimos
No te asomes, Isabel, porque morimos
No te asomes por la ventana, sé la ventana
Que no somos personas, somos personajes
Y no tenemos sueños, somos el sueño

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No te asomes, Isabel, porque morimos
Afuera los muertos son armas caminantes
Y el mundo arde
Pero ten por seguro que estamos vivas

59
Una tenue luz
en las ruinas de la tarde

Miguel Arévalo

la fugaz escritura del agua


es la fría lluvia
que cae pertinaz sobre nosotros
y nos moja el corazón
y nuestros cuerpos mutilados por la ausencia.
Una tenue luz aún persiste en la memoria
si el viento intempestivo en resonancia con el fuego
pronuncian tu nombre en oleajes de sueño
y trazan en el cielo alto un arcoíris
señal de tus palabras que me llaman
y me incitan a beber la copa de tus labios.

Tu hábitat son las playas vírgenes


el camino hacia la cabaña sombría
y a cada reflejo de la luz
repaso tu cuerpo desnudo entre la arena
mientras el mar canta en la playa
con sus poderosas olas
y con sus versos verde agua.
Hace un par de horas que el viento
juega con tu dorada cabellera

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entregando al espejo del tiempo
un danzar de listones de oro.
En tu esbelto cuerpo encontré mi libertad
y en tus ojos un país de sueños.

en el ciberespacio encontré al metaverso


y en él las abejas son mini-robots
y flotan en el inasible aire de la tarde
y sus alas no dejan de zumbar cerca de tus orejas
adornadas con aretes de zafiros
que son estrellas azules en el oscuro firmamento.

Allí eres como el mar en calma


inmensa y multiforme de reflejos
y tu canto es hermoso
como el horizonte indescifrable de esta tarde de verano.
Ambos lo sabemos: el agua del tiempo corre como un río
y la vida es fugaz
como las golondrinas de obsidiana
y es preciso que nos amemos en silencio.

Regresé a esta isla virtual del metaverso


que emerge silenciosa del mar
como la ancestral Ítaca de Odiseo
para abrazar a la mujer que camina entre la arena
como Elena de Troya
y su ausencia es un manto oscuro
como la noche de los tiempos.
Regresé al manantial indescifrable de tus brazos

61
como un ebrio que se pierde entre las mesas de un bar
como un pájaro herido que anida en el árbol de tu cuerpo.

llega la primavera y ya no estás conmigo


solo han llegado hasta aquí
los tímidos venados cola blanca buscando un ojo de agua
el aullido de los lobos grises a lo lejos
hora de incertidumbre y del ulular de las sirenas
escucho el canto de los pájaros
en la arboleda de lo incierto
son tardes de primavera cuando la niebla del abandono
todo lo cubre y nos socava como la lluvia a las piedras.

Busco entre las cenizas del tiempo indicios del ayer


los recuerdos de tu cabeza en mi hombro
la última tarde de paseo en la montaña
el último beso fue un relámpago escarlata
como un fugaz petirrojo
que se pierde entre las sombras de los pinos.

Hoy una promesa vale menos que un poema.


Te esperaré hasta el final de los tiempos
mientras escribo tu nombre entre la gris arena del desierto
muy de cerca me vigilan los ojos de la noche
y sus milenarias estrellas
la luz abstracta de la luna llena
y el rostro de la muerte que nos busca en noviembre
con sus alas negras y su fuego intermitente.

62
Narrativa
Algunos descubrimientos

J. R. Spinoza

Descubrí el canal a causa de una pesadilla.


Entre el sudor frío y la agitación en el pecho, me conven-
cí de levantarme a ver televisión. A medida que avanzaba los
terrores nocturnos se disolvieron como el algodón de azúcar
bajo un chorro de agua. Me senté en el sofá de vinil color ma-
ple y tomé el control. No encontraba nada bueno, infomercia-
les y programas políticos; estaba cambiando de canales cuando
lo vi. Una mujer lo lamía como si fuera una paleta. Era un
plano cerrado, ocupaba casi toda la pantalla como si fuese una
isla rosada, luego la cámara se alejó y la mujer se puso de pie y
comenzó a estirarlo con la mano mientras besaba en la boca a
un hermoso hombre de cabello negro. Tenía el vago recuerdo
de haber visto el de mi padre una vez, quizá se bañó conmigo,
quizá fui yo la que le abrí la puerta del baño sin tocar.
La mujer se recostó, dejando ver sus grandes pechos con
pezones de un café muy oscuro. Me vi por debajo de la blusa;
me pregunté si algún día tendría los pechos como esa chica.
No terminaba de gustarme la idea.
Cuando comenzaron a hacer mucho ruido, bajé el volu-
men para evitar que Pablo se despertara. Era apenas tres años
menor que yo, pero ya sabía lo suficiente para entender.
No sé si fue aquella primera vez o la segunda cuando co-
mencé a tocarme. Disfrutaba pasar mi dedo, rozando, acari-
ciando, haciendo pequeños círculos. Primero uno, siempre el

65
índice. Pasaría mucho tiempo antes de que me animara a usar
los otros. Era mi secreto. Y tenía que ser cuidadosa. Esperar a
que Pablo estuviera dormido. Después de hacerlo me daba
mucho sueño y debía hacer uso de mi fuerza de voluntad para
no quedarme dormida, cambiar el canal y regresar a mi habi-
tación. Así mi padre no sospechaba. Dudo siquiera que alguna
vez le pasara por la cabeza.
Trabajaba en el tercer turno, aunque muy seguido cubría
también el segundo. Llegaba a las seis de la mañana casi como
un zombi. Prácticamente Pablo se crio conmigo. Mi madre
nos abandonó cuando yo tenía ocho.
Antes de cumplir los catorce ya me había autocomplacido
casi una centena de veces. Era casi una obsesión. Contaba las
horas para que mi padre fuera al trabajo y mandaba a dormir a
Pablo cada vez más temprano. Veía el paquete de mis compa-
ñeros cuando usaban shorts, también el de algunos hombres,
pero con mayor discreción.
Fue en una de las tantas sesiones de autoestimulación cuan-
do él me mostró su pene.
No lo escuché llegar. Por un momento me paralicé. Después,
apagué con torpeza el televisor. Pablo no dijo nada. Se bajó el
pantalón con todo y calzón. Su pene era más pequeño que los
que acostumbraba mirar. Levanté la cabeza. Advertí que tenía
los ojos cerrados. Estaba por ponerme de pie cuando sentí la
orina en la cara. Caliente. Olorosa. Sentí el gusto amargo, debí
beber un poco. Lo llamé sacudiéndolo de los hombros. Cuando
abrió los ojos me miró asustado y se puso a llorar.
Fue como descubrí que era sonámbulo.

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Cuando las hortensias
comenzaron a salir

Nancy Alcalá

Mi abuela decía que las gotas de lluvia te limpian el cuerpo


para que puedas recordar tus sueños. Ella salía al patio y en-
tre las hortensias se quedaba quieta, con las manos levantadas
como si quisiera atrapar las gotas antes de que tocaran el suelo.
Desde la ventana de la cocina, yo la observaba. Imaginaba que
de sus pies descalzos nacían raíces que se alargaban hasta el
centro de la tierra y de sus cabellos brotaban flores amarillas
y hojas nuevas. Mi abuela se quedaba ahí, hasta que la lluvia
paraba y los grillos volvían de sus silencios.
Ella murmuraba para sus adentros los nombres del viento y
el amor que le tenía a Lorenzo, mi abuelo. Él siempre le cepi-
llaba su largo cabello y lo trenzaba, a veces bien, a veces chue-
co. Una mañana se escuchó un fuerte golpe entre los árboles
del patio; mi madre y yo pensamos que un pedazo de cielo
se había estrellado en nuestra casa, pero lo que encontramos
fue al abuelo sentado debajo del naranjo sin poder recordar
nada. Mi abuela no volvió a trenzar su cabello. Días después
lo amarró con un listón para cortarlo y aventarlo al río medio
seco que estaba cerca de casa. Así, con lo que se fue, llegaría la
primera sequía al pueblo.

67
Hace un mes que no llueve.
Las flores de las hortensias no crecen.

Escuchaba a los grandes susurrar que el abuelo había per-


dido la memoria, que todos sus recuerdos los había enterrado
en algún lugar del patio. Decían que él así lo había decidido,
después de haber tenido un sueño en el que un hombre de ne-
gro se le acercaba y le contaba al oído cómo cada persona de su
familia iba a morir. El abuelo enterró quién sabe dónde aquel
secreto y con él todo su pasado. Aunque cavaron y rasparon
las raíces de los árboles durante días enteros, no encontraron ni
un murmullo o algo parecido a un eco que nos advirtiera del
futuro. A mí me causaba curiosidad la muerte, pero sobre todo
la muerte propia; ¿cuál será la última imagen que entrará en
mis ojos para no salir más?

La lluvia no vuelve.
Las ramas del naranjo no son verdes.

La última conversación que tuve con el abuelo fue sobre mi


cabello, que era igual de negro que el de mi abuela cuando era
joven, y los caracoles que aparecían por las noches en el naranjo.
Los caracoles buscan un tronco alto para acercarse a la luna y
cuidarla de noche, decía el abuelo. Yo le creía, intentaba ver-
los entre las sombras del cielo, pero sólo encontraba un gran
conejo que agachaba sus orejas para esconder la tristeza de los
pueblos en guerra. Después de ese día no volví a hablar con él.
Ni yo, ni nadie. Parecía que además de los recuerdos todas las
palabras se hubieran borrado de su lengua. Además de haber
heredado el cabello de la abuela, heredé su amor por la lluvia.
Yo, como ella, quería llenarme de gotas del cielo y ser árbol.

68
Plantarme en la tierra. Echar mis raíces hasta lo profundo. Lle-
narme de hormigas. Llenarme de flores. Yo, como ella, quería
que el agua limpiara mi cuerpo y así recordar mis sueños.

El cielo se ha nublado.
Las ranas y las aves comienzan el canto.
El pecho me duele.

La primera gota del año llegó hasta noviembre, justo el día


que la abuela caminó hasta las hortensias secas y levantó las
manos para recibirla. Toda la noche se quedó ahí y el agua le
escurrió en sus cabellos sin trenza. Nadie intentó pedirle que
entrara a casa, ni el abuelo la esperó en la cama. Esa noche,
un solo relámpago cubrió toda la tierra, al mismo tiempo que
soñaba que la abuela y yo nos sentábamos en las rocas de la
orilla del río. Veíamos a los peces saltar y convertirse en aves
azules y amarillas. Imaginábamos que ella y yo éramos viento;
pasábamos los días recorriendo los pueblos y las ciudades. En
ese vuelo las montañas eran como gigantes que alzaban la mi-
raba para encontrarnos. Después de una vuelta completa por
los bosques y las selvas, nos sentamos de nuevo sobre las rocas
del río y me contó que las palabras y los silencios, que habitan
entre ellas, tienen un solo tiempo. Si no las pronuncias o las
escribes se quedan suspendidas en una parte del universo que
ya no existe. Las palabras, dijo, toman el valor del instante
en el que se dicen, por eso hay que dejar que salgan, hablar
todos los días de los árboles y las flores que crecen escondidas
en sus troncos, de los vientos que vienen del norte y los que
se van al sur, de las estrellas del cielo y del mar, pero sobre todo
pronunciarnos en los reflejos que deja la lluvia, entre las raíces
y nuestro amor de ave y a veces de insecto.

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Me desperté con un crujir que venía desde el centro del
mundo, un sonido de tormenta. Las hojas y los cabellos de
la abuela estaban suspendidos en el tiempo. La sequía había
terminado y la abuela había abandonado su cuerpo para con-
vertirse en un soplido del viento. Yo sentí que un fuego de
lava recorrió mi cuerpo. Mi madre me tomó de la mano y me
llevó hasta el patio. Estábamos todos, la tía Úrsula, la vecina de
enfrente, el cura que venía desde la ciudad más cercana, los
desconocidos de siempre, sus siete hijas y el montón de nietas
y bisnietas del pueblo; también el abuelo, estaba con la mirada
clavada en sus cabellos; algo parecido a las palabras salía de su
boca, pero nadie entendió lo que aquel sonido quería decir.
Los grandes rodeaban el cuerpo de la abuela con fotografías y
rosarios. Los pequeños arrancamos las flores de hortensia que
crecieron con la primera gota de lluvia de noviembre y las pusi-
mos en sus manos, en sus piernas y en su pecho. Antes de que
la tierra cubriera a mi abuela, corté mi trenza y la puse en su
frente.

La lluvia no para.
Las palabras de viento y hortensias siguen en ti,
se han enraizado profundo en tus manos,
en tu cuerpo.

Déjalas salir.

70
De regreso a casa

David Andaluz

Al mirar la fotografía de la pareja que había desaparecido el


pasado primero de febrero de 1930, el detective Aguilar pensó
en su esposa.
Se habían separado. Él nunca tenía tiempo para ella.
Su esposa era una mujer morena, de cabello largo, negro,
recogido siempre a la moda bajo un sombrero de esos que
usan las mujeres de sociedad.
Pensaba en ella mientras prendía un cigarrillo sentado fren-
te a su escritorio sin dejar de mirar la fotografía.
Aguilar se sentía perdido en este caso porque su mente
no estaba en el trabajo, ya no se concentraba. Tenía cerca de
treinta y cinco años, había entrado en la fuerza policial hacía
quince años, era como su padre, un detective, y a decir verdad
la única razón de ser policía que tenía era que su padre había
sido asesinado.
A los veinticinco, conoció a Montserrat Fernández de la
Torre, hija de un antiguo jefe revolucionario que gobernaba
sobre gran parte de Nayarit.
Aguilar miró su reloj, marcaba las nueve, era momento de
marcharse. “¿A dónde?” –pensó él, mientras abría un nuevo
paquete de cigarrillos; sería una noche como las anteriores,
nostálgica.
Sólo pensaba en Montserrat, y en la primera vez que la vio.
De pronto alguien gritó tras su puerta:

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–¡Sal de ahí, sabemos que estás investigando a la pareja des-
aparecida, mejor aléjate!
Aguilar iba a responder cuando un arma esparció balas por
todo el cuarto.
–¡Dile a tu jefe que no tengo planes de irme! –gritó Aguilar
abriendo fuego con su revólver. Un grito ahogado se escuchó
enseguida. Al salir, no había resto alguno más que una maca-
bra cara sonriendo hecha con sangre en la puerta.
–Procurador, soy Aguilar, sí, él mismo. Tengo noticias, sí,
sobre el caso de su hija.
Era año electoral, así que Aguilar pensó que este ataque
estaba relacionado con la desaparición de esa pareja, ya que
era la hija del Procurador General de la República, próximo
candidato del partido oficial a la presidencia.
Aguilar sólo conocía a una persona que podría arrojar luz
sobre el asunto, el padre de Montserrat, gobernador de Naya-
rit, así que salió en su coche a buscarlo.
Don Ezequiel lo recibió deprisa:
–No esperaba verte aquí, pero parece que el destino te que-
ría aquí.
Dicho esto, el gobernador le entregó una carta a Aguilar.
Al principio no la reconoció, hasta que el sello evocó en su
memoria que era la figura de un león, del anillo que le había
regalado a su esposa al año de haberse casado.
La carta decía que lo extrañaba, pero que estaba en peligro;
que no siguiera investigando o la matarían. Que, si quería que
ella estuviera a salvo, debía ir en 10 días a la hacienda de los
León y Pérez, antiguos españoles ricos, en el mero corazón del
Estado de México.
–¿Por qué se la llevaron, Ezequiel? –preguntó Aguilar.

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–No sé, me retiré de la política hace años y no tuve nada que
ver con el elegido para ser Presidente; tienes que investigar y
regresarme a mi hija –exclamó con preocupación el gobernador.
–Voy a resolverlo y no dejaré que le pase nada a Mont-
serrat, pero más vale que me digas la verdad, Ezequiel –dijo
Aguilar, mirando con ira al gobernador.
–No sé si tenga que ver, pero hace años, Gonzales, el go-
bernador del Estado de México, Flores el Procurador y yo,
cuando éramos sólo de la bola en la revolución, conocimos
una bruja, que nos dijo que podía darnos lo que más quisié-
ramos, a cambio de un precio; después realizó un ritual, no
lo recuerdo bien, pero recuerdo que un jinete negro apareció
y nos dijo: “Está hecho, los veo cuando tengan que pagar”
–terminó de decir Don Ezequiel mientras tocaba nervioso el
rosario en su muñeca.
–Ésos son cuentos de niños, resolveré esto por mí mismo.
Aguilar salió de la habitación con vehemencia y se marchó
en su coche.
Días después, la hija de Gonzales desapareció junto con su
nieta, las tres personas más valiosas para cada uno de los tres
que vieron al jinete.
Aguilar comenzó a pensar que quien estaba detrás de los se-
cuestros era alguien que habiendo escuchado la historia que le
contó Don Ezequiel, dicho personaje usó el miedo de los tres
para sacarlos de la carrera política. El tiempo se agotaba.
El único posible candidato era el Presidente, el cual estaba
en una vieja foto con los otros tres.
Llegó el día. Aguilar se dirigió a la hacienda en la noche.
Mientras conducía su coche, de pronto, se escuchó el relincho
de un caballo, sus cascos golpeaban el suelo, la obscuridad de la
carretera era absoluta, no se veía nada. Aguilar tomó su revólver.

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El caballo cada vez se escuchaba más cerca, Aguilar no podía
verlo, sólo sintió un golpe en el auto, y después sintió un dolor
insoportable en la cabeza, cuando despertó. Una voz ronca y
profunda, como salida de un abismo, comenzó a hablar. Aguilar
volteó y ahí estaba un caballo negro con una crin roja, enorme,
parecía un monstruo, exhalaba fuego por la nariz y su jinete era
un charro de traje negro con detalles en color rojo, con fuego
en sus ojos.
Sólo se escuchaba una risa macabra que de pronto cesó
para dar paso de nuevo a la voz:
–Los otros tres deben mucho, por eso vine por lo que más
aman; lo que no entiendo es qué haces tú aquí. Te conozco,
pero no me has pedido nada, por lo que supondré que te man-
dó el de arriba para ayudarlas. Como soy un hombre de honor,
te propongo lo siguiente: un duelo, si ganas, le perdono la vida
a las tres mujeres, pero si yo gano, te llevo conmigo.
–Acepto.
Al día siguiente la noticia principal en los periódicos decía:
“Presidente de la República es hallado muerto en una hacien-
da abandonada con un disparo en el pecho”. Aguilar la leía
incrédulo, mientras Montserrat le curaba el hombro en que
había recibido un disparo.

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El Cristo de ébano

Alejandra R. Montelongo

Dios te Salve María, llena eres de gracia…


El Señor es contigo y bendito es el fruto de tu vientre…

Venía envuelto en lienzos, rodeado de mujeres, niños descal-


zos y los hombres del pueblo que se ofrecieron a cargarlo. Vi-
nieron en romería y lo pusieron aquí, sobre la mesa, entre el
nixtamal y el chile seco a medio desvenar; entre cantos y rezos
lo pusieron, arropado en el aroma de reliquia y velas a medio
consumir. Como a un santo lo traían en procesión.
Despertó temprano con el rumor de los santos y el silbido
de algún alacrán. Aún no clareaba el alba cuando, movida por el
silbido, tuvo que sacudir retablo por retablo hasta encontrar al
escorpión. Lo encontró detrás del Cristo de ébano que su hijo le
había dejado antes de partir a intentar cruzar el río y rogarle que
orara frente a ese Cristo cada día por él. Las estatuas e imágenes
benditas aún cantaban en murmullo repitiendo lo mismo que
en su sueño, cuando doña Elena mató al ponzoñoso animal;
después le prendió a cada ícono su vela; encendió el fogón y
puso a remojar el chile seco, mientras, entre cada “Dios te salve”
y “Santa María” desgranaba una a una las mazorcas.
–Ándale, hija, apúrate con ese chile que mis santitos me
dijeron que hoy venía tu papá.
–Pero, abuela, si no ha mandado carta ni recado. ¿Cómo
va a venir?

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–No rezongues, hija, los santos nunca mienten. Ya verás
lo que te digo, atiza bien esa lumbre y cuida que no se queme
nada. Voy con mi comadre a ver si tiene aunque sea una pata
de cerdo que me preste, ya sabes cómo le gustan a él con chile de
reliquia. Reza y atiza la lumbre, hija, y no te separes de la puer-
ta, mira que en la mañana aplasté unos alacranes que andaban
buscando cómo entrar, los canijos. No me tardo.

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra…


Ruega Señora por nosotros los pecadores…

Avanza entre calles de piedra caliza y polvo. La sombra pen-


dular del rosario dibuja una calzada oscura a su lado y ella ca-
mina sin dejar de rezar, en realidad ya no piensa en las palabras
que de su boca manan, las ha pronunciado tantas veces que casi
se han fundido en su respirar, un respirar doloroso que aviva en
cada “Dios te salve” la imagen del hijo añorado.
–Buenos días le dé Dios, comadre, vengo a ver si tiene un
pedacito de carne que me preste.
–¿Es para mi ahijado?
–¿Para quién más, si no? ¿Cómo supo?
–Los santos. Amanecieron pronunciando su nombre. Pére-
me poquito, comadre, anteayer matamos un cochino, déjeme
le bajo un pedazo del garabato, ahí me la paga en la cosecha.
Pásele por mientras al zaguán.
–No se preocupe, aquí me quedo en el solecito a divisar
quién pasa. ¡Doña Lichita, buenos días!
–Buenos días le dé Dios. Ya me enteré que viene su hijo, la
beata Inés me lo dijo esta mañana. Ha de estar retecontenta.
–Ni modo que no, si Dios sabe que no dejo de rezarles a los
santitos para que me lo traigan. Ahí tengo el Cristo de ébano

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que me dejó mi hijo cuando se fue, viera qué bonito se ha
puesto el santito, hasta parece que está vivo. Estoy esperando
a que mi comadre me traiga un pedazo de carne para hacerle
su asado, ahí me hace la caridá de pasar mañana por un taco,
doña Licha, sirve que usté vea el santito y de paso saluda a mi
hijo ya que haya llegado, viera que la quiere reteharto desde
que era niño.
–Sí, doña Elena, primero Dios.
Decían que lo habían visto del otro lado del arroyo. Se lo
dijo San Sebastián, Santa Isabel, incluso el Beato Agustín. Por
eso, entre más avanzaba el sol más le rezaba a su Cristo de
ébano.
A las seis de la tarde los santos callaron. En el crepitar del
fuego dos brazas se elevaron y con ellas un sonido de campa-
nas comenzó a resonar lejano y uniforme. Las débiles llamas
de las velas se estremecieron iluminando los rostros de yeso,
las estampas con aureolas, los cientos de ojos benévolos y, en
medio de todos, el Cristo de ébano, pálido, como si por fin,
después de siglos de adoración, lo hubiese abrazado la muerte.
Un canto comenzó a resonar en las calles, cántico de ro-
mería, de procesión. De pronto el rumor se volvió llanto, en-
tonces lo supo, su hijo había llegado, ya estaba en el pueblo.
Descorrió cerrojos. Abrió puertas y ventanas. A una sola voz
las mujeres del pueblo sollozaban, interpretando un eterno
viacrucis. Niños descalzos las seguían escondidos en sus som-
bras, apenas distinguibles por esos ojillos de carbón. Al final
del peregrinaje venían los hombres cargándolo a él y ese sol
carmín naciéndole de un costado. Lo traían como un santo
rodeado de sus fieles.
–Parece que sólo durmiera. ¿Quiere que busquemos al
culpable?

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–¿Para qué? Así está tranquilo, déjenlo dormir. Hija, trae
el asado y sírvele a la gente. Que digan que a mi hijo no le
hicimos funeral sino reliquia. Anda, hija, no llores, te dije que
los santos no mentían. Rézale a tu padre, que ahora se ha con-
vertido en uno de ellos.
Entre cantos y rezos pusieron su cuerpo sobre la mesa, en-
tre el nixtamal y el chile seco a medio desvenar, sudario de lau-
rel y azahar, arrullos para no despertarlo, para hacerlo dormir
por la eternidad.

Ruega Señora por nosotros los pecadores…


Ahora y en la hora de nuestra muerte…
Amén.

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El gabán

Cuitlahuac Mendoza

A José Mendoza Victoria, mi papá

Ponerme el suéter café de mi padre durante la noche era algo


que hacía cuando era niño. Lo hacía para sentirme seguro y
poder vivir un rayo de sol a destiempo, cuando no quería sen-
tir la angustia. Me lo ponía cuando él no estaba, o cuando lo
olvidaba en el sillón después de cenar. Era un árbol que me
cubría. Era un ritual para los malos sueños.
Desde entonces fui consciente del espíritu que habita en las
cosas. Entendía esa arma para el invierno como una parte de
mi padre, en la que habitaba su naturaleza de árbol generoso;
árbol refugio para el frío, árbol nido de pájaros, árbol dador de
sombra, árbol colaborador de los arroyos.
Al crecer, poco a poco alejé esa prenda de mí, dejé su piel
deshojada en el sofá mientras mis inseguridades se iban. Ya no
necesitaba esa extensión de la mañana para habitar la noche.
Dejé la hojarasca fresca para otro animal desvalido que sufriera
de insolación o de hambre. Sus frutos nunca dejaron de caer.
Dentro de ese ropero había prendas que palpitaban, que la-
tían, y que lo hacían con mayor fuerza para él. No para todos el
latir del corazón de las cosas late al mismo ritmo, a veces ese la-
tido ruge y otras veces es un chapoteo diminuto de una rana so-
bre el arroyo. Hay prendas que heredan naturaleza de incendio.

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Al fondo del ropero, se escondía un gabán pesado, de lana
gruesa del que colgaban sólo unas cuantas barbas en sus extre-
midades. Era blanco con grecas negras. A menudo cuando ju-
gábamos con mi hermano a escondernos dentro de ese mueble
lo encontrábamos al fondo de todos esos sacos que mi padre o
mi madre ya no se pondrían, atrás del disfraz de algún bailable
o de la ropa almacenada que por alguna razón no ha salido de
ahí, esa ropa que no llega siquiera a un leve palpitar. La ropa
de los momentos mudos.
Tratábamos de cubrirnos con él, para escondernos en ese
universo incoloro que habitaba dentro de ese ropero, para des-
pués nosotros llenarlo con nuestras ideas. Pero el manto del ga-
bán lo cubría todo, nuestras mentes, nuestra presencia mate-
rial. Era como si un cuerpo pesado descansara sobre nosotros,
con sus tejidos ásperos y ese olor que nunca lo abandonaba.
El olor de mi abuelo se había quedado impregnado dentro de
las hebras; el olor a tantas hectáreas recorridas, el olor a tanto
sol sobre su cuerpo, el olor de tantos desayunos en el campo,
era el chasquido de las patas de las chivas sobre las laderas o las
rocas del campo. Era el polvo que se levanta al momento de
pisar la tierra en la sequía. Era también el aroma de las ramas
frescas de un huizache cortadas con un machete.
Nosotros sólo percibíamos su peso, pero no su ardor, a di-
ferencia de mi padre. Para él sólo ardía como una herida. Esa
prenda era su manto del amanecer, sólo que su creador era
uno diferente al mío, él ya había desaparecido y había dejado
ese cielo ahí, para mi padre, se lo había regalado, transformán-
dolo así en el guardián de lo que había sido su presencia. Ese
manto que algún día lo protegió a él, ahora había mutado en
nostalgia y en un recordatorio de todo lo que mi abuelo le
había enseñado, indicaba que se había quedado un espacio en

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el universo desierto y ese espacio había correspondido a mi
abuelo; mi papá ya no lo volvería a ver por las noches, no vol-
verían a tomar café juntos, no volverían a ver la transmutación
de las estrellas en el horizonte o a sentarse alrededor del fogón
a esperar a que mi abuela sacara algo del comal.
A menudo nos regañaba cuando nos veía jugando con él,
cuando se daba cuenta que estaba arrugado, o cuando lo llená-
bamos de migas de pan. Mi padre se molestaba, nos regañaba
y mandaba a nuestro cuarto. Los objetos que más se aprecian
son los que te regaló una persona que se va o se alejó, es como
si ese objeto tuviera la naturaleza de una urna, la cual tuvié-
ramos que vigilar, velar y procurar día y noche, algunas veces
para no olvidar que hubo algo de esa persona que nos habitó.
¿Pero, cómo cuidas una piel ajena? ¿Qué haces tú cuando
el que creó la piel se fue y has quedado ahora tú a su cargo?
Muchas veces pienso que no solamente era mi abuelo quien ha-
bitaba en ese gabán, sino que habitaban ahí los parientes que yo
nunca conocí, las noches con hambre, mi bisabuelo que había
sido herido, mis primos perdidos, alguien enfermo, el ganado
extraviado, la semilla que no germinó.
Pensaba, ya siendo un adolescente, que mi padre había de-
positado esa piel ahí dentro para esconderla de nosotros, para
que no nos cubriéramos con ella sabiendo de su peso, sabiendo que
a nosotros sí podía herirnos. Por eso estaba ahí, al fondo, donde
no la pudiéramos tocar. A veces él lo sacaba para limpiarlo, pero
él podía manipular su fuego, él también tenía una serie de bra-
zas en las manos que lo protegían de otros incendios. Ahora sé
por qué ese peso para él pudo ser tolerable, porque supo ver esos
amaneceres o esa vegetación verde dentro, pudo ver ríos, maíz,
rizas. Cosa que mi hermano y yo nunca pudimos encontrar
entre todo el enramado de hilos de ese objeto.

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Mi papá podía tocar cualquier incendio y él nunca dejaría
de dar frutos, de crear estepas dentro de las palmas de sus ma-
nos, esas palmas ásperas que habían registrado todo su trabajo
de cuando fue niño. A veces tengo miedo de que esa prenda
donde me acurrucaba como golondrina en el frío cambie tam-
bién para mí y que la vea como el flujo de la lava o como sólo
la sombra donde habitó un roble.

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Io soy del Pinzán

José Luis Mejía Méndez

Es un día muy caluroso. El sol se encuentra justo encima del


autobús rojo que circula, traqueteante, en la carretera. Ellos se
encuentran en el autobús. La mujer, sentada en el asiento del
pasillo, observa al viejo que duerme a su lado. La alivia que
esté dormido; cuando está despierto no se acuerda de sus caras
y se la pasa pidiendo cosas: “hija, mi cubeta” (para escupir),
“hija, al baño”, “hija…”. Pero para ella es peor cuando quiere
algo y no tiene ganas de pedirlo: “tengo hambre…”, “qué sed
hace…”, “qué rica se ve tu comida…”.
Hoy operan al anciano, van a quitarle el tumor que tiene
en la nariz. Ella a veces piensa que el viejo va a sobrevivirlos a
todos, quizá incluso a matarlos: “yerba mala nunca muere”. El
señor ha tenido de todo y nada lo ha matado: cáncer de prós-
tata, de pulmón, de piel. Ha logrado sobrellevar todo a pesar
de que ellas a veces desean que no lo haga. “Si nos cae la plaga,
el meteorito, si nos carga la chingada, los únicos vivos serán las
cucarachas y este viejo”, piensa.
Todavía les falta para llegar a la capital. Ella lo mira y espera
en Dios que el viejo no se despierte durante lo que resta del
trayecto (o nunca). Lo ha cuidado desde hace más o menos
quince años. Su hermana y ella son lo que le queda al anciano;
sus demás hijos no quieren saber nada de él, ni de las cuentas,
ni de las medicinas. Para ellos siempre hay cosas más impor-
tantes. María no sabe cómo va a hacerle para seguir viviendo

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con el viejo a cuestas si las cuentas ya no dan. Todo es para su
padre. El autobús se zarandea. El octogenario se acomoda en
el asiento. “No se despertó, qué bueno”, piensa María.
*
“… Io soy del Pinzán, me iamo Rogelio”, dice el viejo. Lleva
rato sentado en la banca de la terminal del norte, tiene un gra-
note rojo en la cara. Alguien le pregunta si sabe regresar o si
tiene dinero. “Nah, me trajeron. Qué dinero voa tener”, saca sus
dos bolsillos de su pantalón al mismo tiempo, pero no tienen
nada. “Venía con mi progenie, la Lola y…, pero hace rato no
los veo. Ia estoy jambao, ¿me das deso, pué?”, señala las galletas
que hay en una bolsa. Se las dan.
*
María recuerda su infancia con Lola. Vienen a su mente las
palizas del viejo, cuando murió su madre de cáncer de pecho.
Se acuerda de su papá volviendo molesto del campo, gritándo-
le a su madre y tomándola a la fuerza frente a ellos. Recuerda
las lágrimas de ella y cómo, luego de su muerte y la partida de
sus hermanos, la Lola no paraba de hacer sonidos en la noche,
cuando el señor la obligaba a compartir su cama. El autobús se
detiene, pasa la caseta de cobro y retoma el vuelo.
Cómo le hubiera gustado a María ir a la escuela. Todo mun-
do dice que si vas a la escuela te va mejor en la vida. Cómo le
gustaba la escuela, la ortografía y las matemáticas. Ojalá el viejo
no la hubiera sacado tan pronto del colegio. Trata de hacer me-
moria, entorna los párpados y se queda así unos minutos. No
logra recordar si terminó la primaria.
*
Conversan un momento en voz baja y deciden que se queda-
rán un rato más con él. Pasa casi una hora. “¿Se acuerda a qué
venían?”, le dicen. “Nah, qué me iban a decir. Io ia estoy viejo

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para que me digan y digan cosas. Que me lleven y sea lo que
Dios quiera”. La mujer aprieta continuamente el brazo de su
acompañante, ya se quiere ir.
*
El autobús sigue su curso. El ronroneo del motor y el movi-
miento constante son arrulladores. “No te vas a casar con ese
puto, Lola”. María abre los ojos, los abría sin darse cuenta, esta-
ba soñando. “Ójala y hubiera dejado a la Lola casarse con Beto”,
viene pensando. Si la hubiera dejado casarse con Beto, su her-
mana probablemente no iría en el asiento frente a ella, dormida,
esperando a que lleguen a la terminal. No tendría que soportar
al viejo ni hubiera tenido que pasar por todo lo que ha pasado.
Quizá no se hubiera amargado y sus manos no temblarían todo
el tiempo, no gritaría mientras duerme “déjame, déjame o te lo
clavo”.
*
Pasa otra hora. Los tres comienzan a sentir raro el silencio, los
ahoga. Rogelio mira con ojos pequeños a sus escuchas. “Ah”,
suelta. “¿Qué?”, le dicen. Después de uno o dos minutos, con-
testa “No, nada, no recuerdo”. Se levantan, le dan al viejo un
billete de cien pesos. “Bueno, señor, tenemos que irnos. Ójala
y le sirvan de algo”. Una se despide con un beso en la mejilla y
la otra sólo le extiende la mano. Mientras salen de la terminal,
una de ellas voltea a ver al anciano: de nuevo ha achicado sus
ojos y las mira de forma extraña. Pronto su gesto vuelve a la nor-
malidad. Deja de mirarlas, toma la última galleta y comienza a
comerla. “Vente, Lola”, le dice María a su hermana, toma su
mano y salen de la terminal.

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La traición

Sergio Navarro

Te he dedicado seis de mis siete vidas y ni siquiera sé tu nombre.


Me fui con el primer tomcat que asomó en el vecindario; un ejem-
plar fornido y peludo, color jengibre a rayas, que además de estar
lleno de cicatrices y faltarle media oreja, es propietario de un enorme
par de pelotas que ya quisieras. Le seré fiel, como te he sido, aunque
me arrastre por azoteas y pedregales y tenga que aceptar su inco-
rregible promiscuidad. Aun así, le entregaré mi última vida con la
pasión que reservaba para ti. Cualquier cosa te hubiera perdonado,
menos que me traicionaras con una humana. Lo sé todo.
Te deseo suerte con tu nuevo amor y espero te sea tan fiel como
mereces. Hasta nunca.
Ágata.

Una bomba estalló al pie del pedestal de mi ser. De gol-


pe, un universo de recuerdos gatunos me vino a la mente: de
cuando la encontré parada sobre una vieja cerca de madera,
pestañeando a la luna vespertina de manera romántica, tan
romántica que rozaba el filo de lo sensual. La contemplé por
horas hasta que se dignó a regresarme la mirada con todo el
poder fulminante de una seducción instantánea. Caí abatido,
entregado a sus deseos y destinos (siete, por cierto), sin pen-
sar en la diferencia de edad, de tamaño, o de pelaje. Llegué
hasta ella, parpadeó tres veces, me clavó sus iris amarillos sin
misericordia y me vi diminuto, inofensivo, reflejado en la su-
perficie cóncava de sus bolas oculares. Miauuu –dijo–, como
presagiando una relación que de antemano aceptaba. La tomé

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entre mis brazos, toqué con la punta de mi nariz la suya, que
es la manera como se besan los gatos al cerrar un compromiso
de enlace, y caminé rumbo a mi departamento. Fiel a la cos-
tumbre humana, subí los catorce pisos cargando a la prome-
tida y me alegré de que no pesara tanto. La puse en mi sillón
favorito. Volví a tocar su nariz con la mía, con tanta ternura
que encendí el motor de su ronroneo, luego se enroscó en sí
misma dispuesta a dormir por no menos de varias horas. A la
mañana siguiente sentí un peso sobre el pecho, abrí los ojos
y ahí estaba, aprovechando el calor de mi cuerpo, inmóvil,
transformada en una bola peluda, con una pata estirada hacia
el norte. Amorosamente la coloqué al lado, abrió un ojo por
un instante como aprobando mi acción y volvió a su estado se-
mihibernético. Me puse las pantuflas de peluche (irónicamente
de diseño con cabeza de ratón en la parte frontal), después la
bata de seda japonesa y me fui a preparar el desayuno. Abrí
el frigorífico y pegué tremendo salto al encontrar una enor-
me rata destripada, herida por todas partes, como si la hubie-
ran torturado por horas. Me fue fácil atar cabos y comprendí
que los gustos gástricos felinos siempre estarán alejados de los
míos. Envolví la rata en film plástico y la puse sobre un plato
de porcelana color salmón. Pobre animal, imaginé a través de
sus pequeños ojos negros el terrible sufrimiento del que había
sido objeto, las garras flagelantes de la gata abriéndole la piel
con deliberado sadismo. Le tuve compasión y recordé el día
en que asesiné a mi mascota por órdenes de mi madre. Pobre
Filomena, la tomé del cuello y le di de vueltas hasta que paró
de aletear. Más tarde, durante la cena, el suculento estofado de
gallina superó mi sentimiento de culpa. Desde ese momento,
cuando había que sacrificar a algún animal comestible, yo se-
ría el primero al frente de la fila. Luego entendí que mi com-

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pasión había sido tan hipócrita como mi amor por Filomena,
a quien volvería a despachar cuantas veces fuera necesario a
cambio de satisfacer el apetito. Di una última mirada a la rata,
amortajada como princesa medieval en un ataúd de plástico
transparente, y cerré el frigorífico.
Así empezó nuestra relación. ¿Cómo olvidar tantos años
de convivencia?, ¿cómo poder decir adiós a un amor tan pro-
fundo y fiel? Y es aquí, ante el latigazo que da esta última
palabra, donde mi corazón se muda de ropa y se ensarta en
un mameluco hecho de corteza de cactus. Soy un traidor y no
puedo con ello. Pienso en Josefina y la veo tan insignificante,
descalificada ante cualquier comparación, que no me explico
cómo pude caer en la red de sus atractivos. Pero ya es tarde
para arrepentimientos y sé que sólo queda saldar con honra el
costo de mi ceguera. Saltaré al vacío como pájaro sin alas, seré
un preludio, un amanecer del amante suicida que va en pos de
la ley de gravedad, y, en mi caída, rescataré al olfato el efluvio
alquímico de tu cajita de arena. Adiós amor mío, obsesión pe-
luda, garruda y coluda, te esperaré al otro lado del muro terre-
nal y cuando tu séptima vida se extinga, nos reencontraremos.

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Ladridos de perro viejo

Noé Almaguer Zúñiga

El puto perro no se callaba. Ladraba, y ladraba y ladraba y


aullaba y ladraba sin parar el muy jodido. Desde que el Pan-
tuflo –un ojete que se dedicaba a afilar cuchillos para ganarse
su vida mierdosa– había matado a su dueño por una partida
de cartas mal jugada, el pinche perro no había dejado de la-
drar. Durante el día era menos molesto, pues el Pantuflo salía
a echar chamba.
Vagaba por la pequeña ciudad de Irapuato, en su bicicleta
lechera, misma que en vez de contenedores de leche contaba
con un pequeño esmeril en la parrilla, para afilar cuchillos. Y el
afilador hacía sonar el caramillo, esa flautilla pitera que soplaba
para anunciar su paso por el asfalto urbano, y que sonaba en sus
tímpanos todo el perro día, hasta que sacaba lo suficiente para
un litro de leche, cinco huevos, una cajetilla de cigarros Gara-
ñón y una pacha de Tonayán. Su dieta alimenticia era de indi-
gente, pero sólo así le quedaba dinero para apostar en la noche
con su vecino el Marro, otro mamavergas igual de jodido que
vivía de las ocasionales buenas apuestas en las peleas de perros
de la colonia San Cayetano.
El Marro tenía un perro arcaico, como si llevara vivo desde
la Revolución, pues el pobre canino lucía con un aspecto ca-
davérico. Era un animal que pasaba las horas en la entrada de
la casa quemándose al sol y pasando fríos, inclemencias a las
que lo exponía el Marro para que se muriera de una vez, a falta

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de decisión propia para envenenarlo, a falta de huevos para ir
a enterrarlo, a falta de piedad.
Al Pantuflo le decían así porque siempre que le sobraba pe-
culio para asistir a las amantes a sueldo de la calle Isabel la
Católica, conocidas unánimemente por la ciudadanía como
las Chavelas, dejaba de bañarse durante días y arrastraba con
él un mortecino olor a vagina, a chancla venérea, a pantufla
usada mil y una vez y sin amor, en fin: olía a la mezquindad
de su rastrera vida. Por eso le decían así, por puto proxeneta.
La noche en que el Pantuflo se cargó al Marro estaban ju-
gando una partida de Conquián, mientras platicaban las mis-
mas mamadas de siempre sobre sus días aburridos, sobre lo
culero que se estaba poniendo el crimen en la ciudad, sobre el
hermano que le habían matado al Marro en un anexo donde se
chingaron a más de veinte abstemios a puro balazo; y también
se quejaban sobre la jodida inflación de la que no entendían ni
madres, sólo que sus pinches pesos cada vez les alcanzaban
para menos. Así se la pasaron casi toda la noche, despotrican-
do pendejadas hasta que el Pantuflo se dio cuenta que el Marro
se lo había hecho pendejo con un billete falso de doscientos en
una de las apuestas, y que el billete era más falso que la sonrisa
de la Monalisa porque la Sorjuana estaba tan narizona que era
imposible no notar que era falso. Ahí empezaron la pelea a
palabras, cagándose en sus madres, aludiéndose con apelativos
que iban desde aborto de perra violada por un burro hasta tram-
poso, puto. A tu madre le has de haber robado las ganas de vivir
cuando te parió, pendejo. Así continuaron hasta que se hirieron
de verdad, y de repente uno soltó un cachetadón a otro, y el
otro respondió a puño cerrado, y de vuelta el muy baboso no
aguantó y regresó uno más fuerte, y al final terminaron tren-
zados en el suelo, mientras el perro, alarmado, ladraba en la

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entrada de la casa, viendo cómo su dueño, tendido en el suelo,
recibía un madrazo tras otro sin poder meter las manos, luego
cómo el Pantuflo le metía a fuerzas el billete falso por el hocico,
hasta que lo hacía medio tragárselo, para después obligarlo a
que se lo pasara completo. El chucho ya nada más vio cómo
asfixiaban a su amo con el billullo a media garganta, con las
manos enroscadas en los puños que le apretaban el cuello, ha-
ciendo que se le desorbitaran los ojos al pinche Marro, hasta
que ni una pataleada quedó de él. Y el perro siguió ladrando
aún después de que el Pantuflo desfalcó al muerto de toda po-
sesión monetaria y se largó a su casa, sin preocuparle en lo más
mínimo que alguien entrara a la casa del pinche tramposo y
viera el cadáver. Y el perro seguía ladrando dos semanas des-
pués. Y el Marro seguía ahí dos semanas después.
El Pantuflo seguía ahí dos semanas después, jodiéndose, un
poco más cada día, a cucharadas de mierda, a ladridos de perro
viejo.
Una noche el Pantuflo percibió que los ladridos del perro
denotaban más ganas de vivir que las que él mismo tenía, y
se paró en medio de la noche, fue a donde estaba el perro, lo
soltó de su correa, que era un lazo grueso, y lo dejó ir. Pero el
perro le seguía ladrando. Tomó el remedo de correa. Regresó a
su pocilga y se ahorcó sin más remordimiento que no haberlo
hecho antes. Y sólo entonces volvió a reinar el silencio. Hasta
que alguien reportó a las cuatro semanas la fetidez que proce-
día de las dos casas y la policía encontró los cuerpos.
Lo que respecta al perro: se sigue paseando, famélico, por
una ciudad que no lo quiere.

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Némesis

Andrea Aquino

Julia despertó con el estruendo. Amanecía, por el contrapunto


de los pájaros o la claridad colada al interior del rancho, no
creyó que fuera el agorero trueno de las tormentas de agosto.
Santa Rosa está con retraso, pensó. Al sentarse en la cama, el
pelo negro y largo se elevó como una mata espesa. Ella lo tren-
zó con habilidad rápidamente. Espió por el ventanuco confir-
mando su sospecha: no fue un trueno.
Arrebujada en su manto, corrió hasta el dormitorio de sus
padres.
–Están cerca, mamá. Usté sabe que si llegan no podemos
estar acá. Sentí un ruido muy fuerte. Alguna explosión. Usté
sabe –repetía monótona mientras vestía a la mujer enorme y
entumecida. La madre respiraba con agitación, dejaba que su
hija la vistiera.
–Nos vamos. Están muy cerca. El tata dijo que si llegaban
al rancho... Vamos, usté sabe.
Los ojos se clavaron en la hinchazón morada, que había
dejado como bolas de carne los pies que desbordaban medias
y alpargatas. Julia prefirió soltar el yugo para aliviarla un poco;
temió que su madre ya no sintiera nada, y eso era peor que los
calambres.
Ambas lagrimearon. Había una certeza más dolorosa que
se concretó con el vocerío lejano, la violencia de los gritos y

92
las explosiones. La muchacha no pensaba decir en voz alta
sus temores. Sostuvo con firmeza el brazo fofo y pesado de su
madre. La levantó con un esfuerzo impensado en ese cuerpito,
frágil y esmirriado, por el que todos le decían Pichona.
–Cuando lleguemos al Sulky, le pongo una manta más
abrigadora. ¿Sabe? Vamos a lo del padrino, como dijo el tata.
–M’hija...
–No se preocupe, no se preocupe, yo puedo –dijo con un
resoplido. El pesado cuerpo de la mujer parecía que aumen-
taba de tamaño. Los pies apenas se movían con pasitos toscos
y para la muchacha el esfuerzo que le exigía iba en aumento.
–¡Pobre tata! –se le escapó de pronto cuando su imagen
pobló sus pensamientos como gusanos gordos.
–No, m’hija, no. Usté sabe que yo lo tengo que hacer.
El anciano respiró hondo evitando el cruce de miradas y
buscó refugio. Con lenta parsimonia sus dedos gruesos y nu-
dosos manosearon el rebenque. El caballo no fue el único tes-
tigo de aquella negativa, su hocico rozó y respondió eléctrico
al sauce que los observaba en desnuda resignación.
–Si usté hace lo que le encomiendo, verá que todo va a salir
bien. Serán unas semanas. El coronel me prometió el relevo en
cuanto se pudiera, porque sabe que su madre está enferma. Me
dio su palabra de hombre.
Volvió a mirar el rebenque, pero esta vez jugó a peinar la
crin sedosa de su nuevo redomón.
–Pucha, si no fuera invierno. Me duele todo cuando está
por llover –agregó mientras movía una de sus rodillas. El rui-
do que hizo se confundió con el llanto de un par de ranas
invisibles.
–No llore, m’hijita. Vuelvo pronto y le prometo que le hago
la fiesta de presentación que usté se merece.

93
Arreglándose el poncho agradeció que su esposa lo hubiera
cuidado tan bien; cuánta vergüenza le daba presentarse con el
poncho agujereado.
–Mire si viá andar mal vestido entre la paisanada que va al
frente.
Las trenzas largas de ella reptaban histéricas en la espalda
verde pradera del vestido, y, como cuando ya se sabe que por
más llanto y argumento que se suelte, poco se va a conseguir y
aun así no se da por vencido, Julia se limpió las últimas lágri-
mas en el pañuelo rojo desgracia, rojo sangre, y arremetió en
un último intento.
–¡Qué lástima! –dijo–. No se vaya mi viejo. Ya está grande
pa’estas peleas. Déjelos que resuelvan entre ellos. ¡Qué impor-
ta el color que gane!
Como el hombre, el caballo tensó sus músculos. La mirada
vidriosa fue lo último que su hija le pudo ver.
Un tropel se escuchó en la enramada. El frío caló la colum-
na de la muchacha.
–M’hija...
–No se preocupe –fingió serenidad–. Yo me encargo, ma-
mita. Usté sólo trate de llegar al Sulky que nos vamos a escapar
a lo del padrino. Venga.
El rancho no era tan grande, pero a Julia le pareció un via-
crucis llegar a la puerta; aprovechó para persignarse y rezar, a
tropezones, un Ave María. Al menos dos caballos daban coces
y relinchos fuera del rancho.
–Ya llegamos. ¿Vio? Un último esfuerzo y nos vamos –men-
tía temblando mientras pensaba y líbranos del mal...
–M’hija... –dijo en un ahogo. Sus brazos caídos eran ramas
de sauce resignado.
–Ya están acá. Es tarde.

94
Dos patadas alcanzaron para desvencijar las tablas gastadas
de la puerta. La muchacha pudo ver el caballo tirado junto al
Sulky. El hilo de sangre del disparo le corría por el cuello y la
lengua se le iba hinchando tanto que colgaba obscena entre
los dientazos amarillos. Tronó el cielo. Santa Rosa descarga-
ría con furia al día siguiente, como para lavar el rancho de la
ignominia.

95
Performance

Silvestre J. Arguelles

Ella tiene dos personalidades: a veces es sumisa, otras


dominante.
Cuando él llegó, ofreció galletas de nuez y té caliente. Se
sentaron en el sillón y se observaron un instante. Va hasta la
cocina a preparar todo. La bebida caliente vertida en viejas
pero cuidadas tazas de porcelana fina, pequeños postres, unas
cucharas y leche batida.
Él disfruta su dulce presencia, quiere escucharla y ser su
amigo; estar con ella es de gran ayuda pues lleva varios días
sintiéndose muy solo. Ella es para él, una muy agradable
compañía.
Ambos terminan su bebida; ella se disculpa para salir de
la habitación a dejar los utensilios vacíos y los restos de co-
mida. Él aprovecha para prestar atención a la película donde
Emmanuelle Seigner seduce a Hugh Grant en Bitter moon.
Las luces permanecían apagadas y sólo las escenas del film los
iluminaba.
Ella regresa unos minutos después; es otra completamente.
La bebida caliente vertida en la fina porcelana o el vapor aro-
mático de las hierbas activó su ínsula izquierda. Sin decir una
sola palabra se monta sobre su cuerpo. Le toma por las manos,
hace que él le sostenga sus pequeños senos, y lo comienza a
besar.

96
Desde la ventana se observa el encuentro de dos cuerpos, el
vapor aromático que ahora se desprende de esa materia viva
que comunica sus emociones sobre el sillón. Una fuerte pa-
sión llena en este momento el cuarto, la infusión dio paso a
la seducción, y ellos se dejan llevar por esa fuerte atracción
contenida desde hace tanto tiempo.
Él al inicio se sintió un poco incómodo; la estima como
amiga, pero no está seguro de querer estar así con ella. Sin
embargo, responde a sus besos y a cada una de sus caricias.
Comienza a entusiasmarse con la idea de poder experimentar
un infinito placer. Se imagina la posibilidad de provocar en
ella esa sonoridad coral y climática de los orgasmos múltiples.
Piensa en el placer de ella antes que en el propio. Se conoce, es
consciente que de ese modo ambos estarán mejor.
Somos partícipes del espectáculo de besos. Los pezones de ella
están ahora muy firmes. Él los besa y muerde suavemente. El
pequeño tamaño sirve para concentrar en menos piel mucho
más placer. Ahora ella inhala y exhala aceleradamente, sus ojos
no le responden, están desorbitados. Y es que él acaba de enca-
jar por su vagina los dedos índice y medio. Comenzó despacio,
sintiendo cada milímetro de su cavidad. Es como caminar al
interior de un recinto religioso, no se entra aceleradamente y
haciendo escándalo, sino más bien despacio y respetando la
atmósfera sacra.
Ella adopta nuevamente el personaje dócil. Deja que él
tome posesión de ella. Es más pequeña y ligera y pareciera
flotar. Él, con la precisión de un contrabajista, recorre todo su
cuerpo, inventa notas y acordes a cada instante, sube y baja la
escala musical; por respeto a su amistad no piensa penetrarla,
aunque eso no impida que él tenga en mente llegar hasta el

97
final del concierto. El ambiente de la habitación se llena por la
improvisación del más puro free jazz.
Las manos intentan aplaudir, pero aún no es momento. Los
músicos están a media melodía. Un falsete sale de los labios por
varios minutos, por momentos duda si sigue siendo ella, pasa
por su mente una auténtica evocación de eternidad. Otro pen-
samiento ahora sale por sus labios como un suspiro: más.
Él acelera las revoluciones.
Es el momento de la simbiosis entre intérpretes y espectadores.
Ella intenta gritar. Él le cubre la boca con su mano, le impide
respirar. Después de un minuto o dos, ella ha contenido la res-
piración. Siente que todo va a estallar, desde los confines más
profundos de sus pulmones sale un estridente aullido; el lienzo
blanco se tiñe súbitamente de salpicaduras multicolores, vapo-
res de infusión de pétalos de rosa atraviesan los estratos gra-
nulosos de su epidermis. Los colores y aromas flotan en el aire
como aves en invierno que viajan hacia el Sur. En su travesía
ella se aleja, súbitamente se retira del sillón.
Ella se detiene por un instante, se lamenta por haberse de-
jado llevar por esa fuerza oscura que en ocasiones le arrebata.
Cuando eso ocurre todo desaparece. Al recuperarse, al volver
en sí, siempre se presenta ante las más incómodas situaciones,
o regresando a algún lugar desconocido. Esta vez, se descubre
desnuda ante uno de sus amigos. Ese chico tímido, al que ella
comienza a tomarle cariño. Regresar de esa fuerza oscura y
estar desnuda ante él le hace sentir muy avergonzada. No sabe
qué decir, apenas atina a recoger algunas de sus prendas y sale
corriendo de la habitación.
Al fin, los espectadores van saliendo.

98
Él está muy confundido. Se pregunta qué hizo mal o si le
hizo daño. Intenta seguirla, pero ella detrás de la puerta de la
cocina le pide que se marche. Le dice que necesita estar sola y
que no puede verlo más. En las bocinas del televisor suena
la letra de la canción “Slave to love”. Él se va, cierra la puerta
y cuando abre los ojos reflexiona: ¿por qué será la segunda vez
que sueña con ella?

99
Trueque

Jorge Uriel López Galeana

Hace no pocos años vivía un panadero que gozaba de buena


fama dado que horneaba las mejores hogazas del feudo. Desde
antes del amanecer el aroma de la masa fermentando anuncia-
ba que las piezas de pan pronto estarían listas. Cuando la masa
entraba al horno aquel anuncio se intensificaba y viajaba apri-
sa de tal modo que la noticia de que el pan se estaba cociendo
llegaba en instantes a las casas de los campesinos e incluso
burlaba las murallas del castillo.
Los hijos del panadero eran los más complacidos de la fama
de su padre, pues gracias a ella la familia reunió una peque-
ña fortuna que le permitía acceder a bastantes comodidades.
Los hermanos eran idénticos y al panadero y a su mujer les
complacía resaltar esa característica haciéndoles usar atuendos
iguales cada día; por eso resultaba difícil distinguir, sólo de
vista, a un gemelo del otro. Sin embargo, cada cual tenía un
talante marcado: Alan era atrevido y envidioso y Randal era
reservado y amistoso.
Un día de mercado mientras Alan y Randal corrían frente
a la panificadora vieron que Braulio se acercaba, como cada
semana, con una caja de zanahorias para cambiarla por un
par de hogazas. Los gemelos lo interceptaron y lo invitaron a
jugar, a pesar de que sabían que él no solía entretenerse con
otros niños porque tenía más entregas que hacer, pero ese día
uno de los gemelos, Braulio no supo cuál, había sonreído tan

100
cordial que lo convenció. Así, el pequeño dejó las zanahorias
frescas al lado de la puerta de la panificadora y se puso contra
la pared a contar en voz alta mientras Alan y Randal corrían
a esconderse.
Ya que Braulio era intuitivo tardó poco en descubrir dónde
se escondieron los gemelos; le pareció que elegirían escondites
en los que sus ropas no pudieran ensuciarse y así fue: a Alan
lo encontró entre unos rollos de tela y a Randal detrás de unas
cajas de papas.
Tocó el turno de Alan para buscar y, como era de esperarse,
le resultó sencillo encontrar a Randal, aunque no fue igual dar
con el escondite de Braulio. Luego de un buen rato de búsque-
da Alan pidió ayuda a su hermano y entre los dos buscaron en
muchos rincones, pero no parecían estar cerca de encontrarlo.
Justo cuando estaban a punto de darse por vencidos escucha-
ron un estornudo cerca del puesto del carnicero. Alan y Ran-
dal se asomaron al corral improvisado y encontraron a Braulio
acostado entre los cerdos.
Así fueron pasando los turnos y el tiempo sin que los pe-
queños repararan en ello. Tras varias rondas Alan y Randal
adquirieron un buen grado de pericia para esconderse, por ello
Braulio no lograba encontrarlos y eso que había buscado entre
la paja y el heno, en el carbón del herrero, incluso en las carre-
tas de basura. Había revisado en todos los lugares en derredor
y después de pensarlo con detenimiento le pareció que el úni-
co lugar en el que podían estar era en la panificadora, de modo
que entró y buscó debajo de las mesas, entre costales de harina,
junto a la ceniza del horno y no dio con ellos. En eso estaba
cuando vio sobre la mesa un par de hogazas; su aroma lo alar-
mó, pues recordó a qué había ido en un principio. Entonces,
corrió a buscar las zanahorias y, cuando cruzaba en el vano de

101
la puerta, el panadero entró de la trastienda; éste, al ver la prisa
con que caminaba Braulio, pensó que había tomado una pieza
de pan sin permiso, no obstante, no quiso detenerlo sin antes
comprobarlo.
Cuando Braulio estuvo en la calle se quedó pasmado por
unos segundos. La caja de zanahorias no estaba donde la había
dejado. Ahora en lugar de buscar a los hijos del panadero co-
rría desesperado de un lado a otro hurgando entre los puestos.
El panadero observaba a Braulio desde la entrada de la pa-
nificadora. Le parecía curiosa la actitud del niño. En ese mo-
mento Alan y Randal se acercaban jugándose bromas. Braulio
los vio y corrió a encontrarlos. Ellos, con una sonrisa victo-
riosa, afirmaban haberle ganado, pero cambiaron de humor
rápidamente cuando Braulio les contó su problema, casi gri-
tando. Los hermanos voltearon a verse, no sabían qué respon-
der a Braulio, que estaba tan confundido como temeroso. El
panadero observó la escena y llamó a sus hijos. Ellos fueron a
donde estaba su padre.
Braulio no alcanzaba a oír las palabras del panadero desde
donde estaba, sin embargo, veía enojo en su mirada. Ya otras
veces lo había visto con desprecio, pero, al igual que las otras
ocasiones, no entendía por qué. El panadero, malhumorado,
lo señalaba mientras hablaba con los gemelos. Los hijos del
panadero de vez en cuando volteaban hacia él: Alan le sonreía
con cierta complicidad y Randal parecía pedir ayuda con los
ojos entornados. De pronto el panadero lució más molesto y
señalaba alternadamente a sus hijos. Alan y Randal voltearon
a ver con desilusión a Braulio antes de entrar a la panificadora
y el panadero se encaminó hacia donde estaba el niño, que
cada vez se asustaba más. Cuando Braulio se dio cuenta de
que el panadero se acercaba, corrió con todas sus fuerzas sin

102
voltear ni descansar hasta llegar frente a su casa. Sólo entonces
se atrevió a mirar atrás y comprobó que el panadero no lo
había seguido.
Mientras tomaba aire Braulio recuperaba la calma, poco
a poco, pero aún debía entrar, sin pan y sin zanahorias, a la
casa. Sentía que le esperaba un regaño peor que el recibido por
Alan y Randal. Por fin inhaló hondo y exhaló con rapidez. Se
armó de valor. Abrió la puerta: salió a recibirlo el aroma del
pan fresco que lo condujo a la cocina donde la familia comía
agradecida. Cuatro de las mejores hogazas del feudo estaban
sobre la mesa.

103
Sobre lxs autorxs
Poesía

Ma. Lorena Valdivia Delgado


Es licenciada en Historia. Algunos de sus escritos han sido parte de las anto-
logías 2020 y 2021 de la Academia Nacional de Poesía de la Ciudad de Mé-
xico; obtuvo el Premio Bellas Artes Michoacán de Literatura 2020 de Ópera
Prima en Poesía. Nació en La Piedad, Michoacán, vive en Morelia.

Yolanda García Arenas


Nace en la Ciudad de México en 1983. Es licenciada en Filosofía y maestra
en Filosofía Social por la Universidad La Salle. Su tema central de reflexión es
la muerte, inquietud que la ha llevado al área de la tanatología. Aunado a su
quehacer tanatológico, Yolanda ejerce la labor docente en el área de filosofía
y enseñanza de la lengua italiana; también escribe y ha participado como
traductora y aforista en la antología Silenzi Scritti de I Quaderni del Bardo
Edizioni en 2020. Actualmente está por concluir su maestría en Análisis
Existencial Fenomenológico.

Luis Lunes
(Navojoa, Sonora, México, 1966). Publicaciones en revistas y antologías
de México, Argentina, Chile, Perú y España. Reconocimientos entre los
que destacan: primer lugar en el XII Concurso Literario de Poesía 2021
de la Faro Tláhuac; tercer lugar del Premio Nacional de Poesía Verso Libre
MX, 2021; libro de cuentos Famulicidios, Editorial Mini Libros de Sono-
ra, 2021; y ganador de cuento en el concurso Arrufat-Ventosa/Fundación
Elena Poniatowska, 2022.

107
Nayeli Rodriguez Reyes
(San Felipe, Baja California, 1992). Licenciada en Lengua y Literatura
de Hispanoamérica por la UABC. Obtuvo el segundo lugar del Premio
Nacional al Estudiante Universitario José Emilio Pacheco (poesía). Ha pu-
blicado en Punto de Partida, Letralia, Literariedad, Letras en la Frontera,
Bitácora de vuelos, Hipérbole Frontera, Primera Página, Carruaje de Pájaros,
entre otros espacios. Su libro más reciente se titula Paroxismo (2018).

Guillermo Gonzaga de Jesús


(CDMX). Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Me-
tropolitana. Escritor y editor del proyecto editorial Tinta Sólida. Ha sido
publicado en diversas revistas impresas y digitales. Tiene publicados los
libros de poesía: Poemas escritos con la Lengua, Palabra Rota, POETI(LI)CA
y Claudicar. Ha participado en diversas antologías poéticas.

Rosalba López López


(1996). Mujer mazahua de la comunidad de San Pablo Tlalchichilpa, San
Felipe del Progreso, Estado de México. Licenciada en Historia del Arte por
la UNAM ENES Morelia. Escribe sobre sus ancestros, la infancia y la vida
cotidiana, como un ejercicio de memoria y autoconocimiento. Sus poemas
están dispersos en revistas electrónicas, fanzines y un par de antologías.
Actualmente explora su camino como realizadora audiovisual.

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Prici Álvarez
(Marku Karany)
Desde hace años seguimos siendo víctimas de las palabras que se inha-
lan en cada respiro. Gracias a la calidez humana, hemos tenido participación
en antologías poéticas y publicaciones en algunas revistas. Hace dos años,
gracias a la editorial Caja de Pandora logramos darle vida a la plaquette
titulada Pinandiparini Uandani, con lo cual reiteramos que la palabra no
debe dejar de ser el puente.

Valeria Ramírez Gómez


Nacida el viernes 13 de junio de 1997, en Morelia, Michoacán. Estudiante
del octavo semestre de la licenciatura en Educación Artística, en el Instituto
Michoacano de Ciencias de la Educación. Actualmente realiza el servicio
social en una asociación civil llamada Contenedor de Arte, que se dedica al
fomento de la cultura, el arte y el feminismo.

Rosa Vázquez Jiménez


(Chiapas, México). Es maestra en Estudios Culturales por la Universidad
Autónoma de Chiapas. Ha publicado su obra poética en antologías de
los festivales internacionales de poesía FeIPoL 2017 y La Guagua 2018;
en la antología Astilo, publicada por el Consejo Estatal para las Culturas
y las Artes de Chiapas y en la revista Duvalier número 11. Asimismo, ha
publicado su obra fotográfica en la revista Punto de Partida de la UNAM.
Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés y al tsotsil.

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Miroslava Shember
(La Piedad, Michoacán, 1992). Poeta y actriz. Politóloga por el Instituto
Latinoamericano de Ciencias y Humanidades, campus León, Guanajuato.
Como poeta, algunos de sus textos han sido leídos en el Sistema Michoaca-
no de Radio y Televisión. En 2016 participó en el IV Encuentro Nacional
de Escritores Jóvenes Jesús Gardea, en el que formó parte de la antología
En la Boca del Viento. En 2017 intervino en la Feria Intercultural del Libro
de Tacámbaro, formando parte de la antología Raíces a una Voz.

Daniel Bello Vargas


(Bogotá, Colombia, 1991). Son un sinfín los proyectos que lo siguen de-
construyendo: futbolista, abogado, filósofo, clown, instructor de yoga, bar-
man profesional, actor de teatro, librero, gestor cultural y emprendedor.
Ha publicado los libros Laniakea y Eclipse. Fundador de Hakuna Matata,
Regala Sonrisas; La guachafita, librería de barrio [@laguachafitalibrería-
debarrio]; OnlyPoetry [@onlypoetryfans_], y Colectivo Circunstancia y
Perspectiva.

Judith Cárdenas
Creadora escénica independiente, actriz, performer y activista social. Poeta
documental, directora de la casa creativa Buela38, creadora y directora del
proyecto de promoción de lectura Martes de poesía, directora y fundadora
de Mujeres creando Sinaloa (colectiva feminista dedicada a la promoción
y proyección del trabajo de las mujeres en Sinaloa). Creadora y directora de
Expresso Teatro. Éstos, entre otros proyectos que involucran la creación de
redes y colaboración ciudadana.

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Froylán Romero
Cursó el bachillerato en el Cedart Frida Kahlo. Luego se desenvolvió en el
oficio de librero. En su experiencia como escritor está Para el vuelo, fanzine,
y el poema &quot. Una estrella saca a relucir su publicación de De la poca
probabilidad de encontrarse a alguien como Ana… Pequeño relato sobre los
fortuitos encuentros con borrachos, vagos y desarraigados en el Seminario
Amparán. Publicación de Instante definitivo de manera independiente.

Cristina Salto Armas


Licenciada en Administración y Gestión Empresarial egresada de la UN-
ADM. Miembro del taller Semillero Literario en Casa de la Cultura de
Tacámbaro Marcos A. Jiménez. Periodismo y conducción de televisión
regional, en el extinto canal 9 Tacámbaro. Redactora de artículos varios
en periódicos de circulación estatal, así como en revistas. Colaboradora en
páginas web y blogs con temas de cultura, literatura e interés social. Par-
ticipó en la antología Raíces a una voz a la que convoca y elabora la FiliT.

Alfredo Garcidueñas
(Morelia, Michoacán, 1992). Músico-poeta. Egresado de la Facultad de
Letras de la UMSNH. Siente una devoción extrema por la poesía, la con-
tracultura y la filosofía DiY (Hazlo tú mismo). Obra suya aparece en las
antologías Memoria de los atunes (2011), Corre y se va con... (2013) y Méxi-
co S. XXI (España, 2018). Sobreviviente de la pandemia y de este México
bárbaro. En sus ratos libres hace encuadernación, corre de ensayo en ensa-
yo y asiste a los partidos de local del equipo de sus amores.

111
Pil Gómez González
(Tecario, 1991). Vive en Tacámbaro, Michoacán. Estudió la licenciatura
en Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Fue alumna del pintor
y poeta Marcos Davison en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Fue
publicada en 2012 en la antología “Nuevos Poetas de la UNAM” de la
revista electrónica Círculo de Poesía, al igual que en Raíces a una voz 2020,
entre otras. Miembro del Semillero Literario en Casa de la Cultura de
Tacámbaro.

Sergio Quintero
Es egresado de las licenciaturas en Letras Hispánicas por la UAM-Iztapala-
pa y Sociología de la Educación por la Universidad Pedagógica Nacional.
Con 45 años de edad, ha publicado en medios impresos y electrónicos
como El Financiero, Milenio, El Periódico de Poesía de la UNAM, entre
otros.

Yuri Bautista
Nací en Morelia, Michoacán, en 1986. Soy escritora, tallerista, profesora
y correctora de estilo. Estudié la carrera en Lengua y Literatura Hispánicas
(UMSNH). Algunos de mis textos se encuentran publicados en antolo-
gías impresas y digitales: Turbulencia dosmilonce (Ficticia, 2011), Estética y
lenguaje de las artes V. Teoría y creación: arte en México. Ensayos (Silla vacía,
2015), Raíces a una voz: Antología literaria FiliT 2020 (Silla vacía, 2020),
Inoportunas: Antología de cuentos I (Atrabancadas, 2021), Mamá (Especu-
lativas, 2021) y Erotismo (Especulativas, 2022).

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Miguel Arévalo
Poeta, escritor, ensayista y ambientalista mexicano, nació en Ciudad Lá-
zaro Cárdenas, estado de Michoacán, México, el 15 de marzo de 1964.
Estudió Literatura y Creación literaria en el Instituto Michoacano de
Cultura de la ciudad de Morelia, México (1986-1990), e Inglés funcional
en el Centro Cultural Benjamín Franklin de Morelia (1979-1980). Ha
publicado poemas y artículos culturales en diversas revistas y periódicos
de circulación nacional en México y poemas en la revista Culturalia de la
ciudad de Barcelona, España.

113
Narrativa

J. R. Spinoza
Becario del PECDA (emisión 23) en la categoría de Jóvenes Creadores por
novela. Finalista en el Primer Concurso Nacional de Poesía Emergente
Antonio Alatorre. Libros publicados: El regreso de los dioses: la batalla de
Folkvangr (Caligrama, 2019). El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus,
2020). Los deseos de Serena (Catarsis Literaria, 2021).

Nancy Alcalá
Es promotora de lectura y escritura creativa desde hace más de ocho años.
Ha trabajado con niñas, niños y adolescentes desde la palabra y lo imaginario,
en Leer es crear y otros espacios. Sueña con que la palabra de niñas y niños
no sea susurro y vaya tomando espacio en estas calles, en esta ciudad, en este
mundo. No ha publicado un poemario, un libro de cuentos o una novela;
pero sueña con poder hacerlo.

David Andaluz
Soy egresado de la licenciatura en Derecho por la Facultad de Derecho de
la UNAM, tengo 25 años.

115
Alejandra R. Montelongo
(Zacatecas, 1993). Psicóloga y licenciada en Letras. Fue una de las 25 gana-
doras del Segundo Concurso Nacional de Cuento de Escritoras Mexicanas,
segundo lugar en el Primer Concurso de Cuento ¡Nos queremos vivas! y
Premio Estatal de la Juventud, Zacatecas, 2021, en la categoría Literatura.
Es autora del libro de cuentos Canto de enredaderas (2021).

Cuitlahuac Mendoza
(Uruapan, Michoacán, 1992). Artista multidisciplinario egresado de la Fa-
cultad Popular de Bellas Artes en la licenciatura en Artes Visuales, donde
se especializó en el área de pintura. Ha participado en talleres de creación
literaria de la Casa de la Cultura de Morelia (De Cara al Caracol) y en
la Facultad de Letras de la UMSNH. Ha publicado en revistas literarias
como Tarde o Temprano, Asteroide Errante y Revista Tempo, y colaborado
en diversas antologías también de literatura. Actualmente forma parte del
taller literario Poeta en su Tinta y se dedica a la docencia.

Sergio Navarro
(Culiacán, Sinaloa, México, 1953). Reside en la ciudad de Pátzcuaro, Mi-
choacán. En 2010 obtiene primer premio, en categoría de cuento, en el
VI Certamen Nacional Dr. Enrique Peña Gutiérrez y, en ese mismo año,
mención honorífica, con publicación de la obra, en el género de cuento
infantil en el VII Premio Nacional Valladolid a las Letras. En 2012 gana en
Michoacán el premio estatal de cuento Xavier Vargas Pardo. Es miembro
del Taller literario María Luisa Puga. Ha publicado en periódicos y revistas.

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Noé Almaguer Zúñiga
Originario de Irapuato. Asiduo participador de los Jueves literarios de La
Pulke, en Morelia, colaborando con la revista digital de estos encuentros ti-
tulada De pulkes y otros versos. Fue publicado uno de sus poemas en la revista
Pienso, de Guadalajara. Aceptado para presentar un cuento en el encuentro
CUELL Tijuana, 2018. Participó en la antología Raíces a una voz 2020 de la
FiliT. Cree en la Universidad Desconocida de Bolaño.

José Luis Mejía Méndez


(CDMX, México, 1995). Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas
(FFYL, UNAM). Director de Revista Palabrerías, donde imparte los ta-
lleres de Narrativa para principiantes, Redacción desde cero, entre otros.
Ha colaborado con textos y/o procesos editoriales en las revistas La peste,
Revista Estepario, Teresa Magazine, Tintero Blanco, Revista Zompantle, Pa-
labrerías, entre otros medios.

Andrea Aquino
Es profesora de Literatura, egresada del Instituto de Profesores Artigas
en 2002. Trabaja en secundaria en el Liceo Zorrilla de Montevideo y en
Formación Docente, en el Instituto de Profesores Artigas (IPA). Partici-
pó como ponente en congresos nacionales e internacionales en Uruguay,
Chile y Argentina. En febrero de 2020 egresó de la maestría en Literatura
Latinoamericana (Humanidades, UDELAR). Participó como escritora en
los equipos de coordinación y edición del libro colectivo En cuentos con
Rosa / Carmín (Literálika, México). En 2021 publicó la novela Carga viva.

117
Silvestre J. Arguelles
Sociólogo por la UNAM (FCPyS). Maestría de Fotografía y Estudios Vi-
suales. Me interesa desarrollar proyectos que vinculen fotografía y literatu-
ra. Cuento “No quiero entrar ahí”, publicado en la antología Raíces a una
voz, de la Feria Intercultural del Libro de Tacámbaro, Michoacán, 2021.
Exposición fotográfica De marchante a marchante. Fotografías de los merca-
dos chilangos, Museo Archivo de la Fotografía, diciembre 2021.

Jorge Uriel López Galeana


Licenciado en Filosofía por la Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo. Participó en las antologías literarias Raíces a una voz de la FiliT,
ediciones 2020 y 2021, con los cuentos “Los toros” y “Bucle”, respectiva-
mente; también colaboró en la revista Tepehuaje, número 1, con el cuento
“Ni muy muy ni tan tan”, y en la revista En sentido figurado, número 6, con
el microrrelato “Palabras mágicas”.

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Raíces a una voz
Antología literaria FiliT 2022,
se terminó de imprimir en el mes de agosto
en los talleres gráficos de

Trescientos ejemplares
dejan constancia del trabajo colectivo
que desde Tacámbaro se realiza en pro de la lectoescritura...

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