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Raíces A Una Voz 2022
Raíces A Una Voz 2022
ISBN: 978-607-99838-4-0
Jox Castelo
Nektli Rojas
Galo Mora Witt
Cristina Bello
Mireya Aguilar
Coordinación General
Samantha Vargas
Coordinación de programas y talleres
Carmen Aguilar
Coordinación de gestión y logística
Jox Castelo
Coordinación de comunicación y diseño
Elí Maciel
Coordinación de arte
Yunuén Servín
Vinculación
Francisco Nieto
Rubí Farfán
Asistencia en general
Contenido
11 Proemio
Rosario Herrera Guido
Poesía
17 Apócrifamente tuya
Ma. Lorena Valdivia Delgado
21 Cangrejos
Yolanda García Arenas
24 Cuchilla
Luis Lunes
26 En Oriente hay una guerra
Nayeli Rodriguez Reyes
28 Escribo para florecer en invierno
Guillermo Gonzaga de Jesús
31 Foránea
Rosalba López López
34 Jucheti Inchanhikua (mi gabán)
Prici Álvarez
(Marku Karany)
36 Leche de cucarachas
Valeria Ramírez Gómez
37 Lloro
38 Lama
Rosa Vázquez Jiménez
39 Los monstruos del corazón
Miroslava Shember
43 Más allá de las calles
Daniel Bello Vargas
46 Para un jueves negro
Judith Cárdenas
48 Poemas a Otto-Raúl González
48 El venado
49 Los genios
Froylán Romero
50 Primavera en otoño
Cristina Salto Armas
51 T. S. Eliot tenía razón: abril es el mes más cruel
Alfredo Garcidueñas
53 Trinar
54 Arte latte
Pil Gómez González
55 Un beso virulento
Sergio Quintero
58 Un poema zombi
Yuri Bautista
60 Una tenue luz en las ruinas de la tarde
Miguel Arévalo
Narrativa
65 Algunos descubrimientos
J. R. Spinoza
67 Cuando las hortensias comenzaron a salir
Nancy Alcalá
71 De regreso a casa
David Andaluz
75 El Cristo de ébano
Alejandra R. Montelongo
79 El gabán
Cuitlahuac Mendoza
83 Io soy del Pinzán
José Luis Mejía Méndez
86 La traición
Sergio Navarro
89 Ladridos de perro viejo
Noé Almaguer Zúñiga
92 Némesis
Andrea Aquino
96 Performance
Silvestre J. Arguelles
100 Trueque
Jorge Uriel López Galeana
Escribir es retirarse.
No bajo una tienda de campaña para escribir,
sino de la escritura misma.
Caer lejos del lenguaje de uno mismo,
emanciparlo y desampararlo,
dejarlo caminar solo y desprovisto.
Dejar la palabra.
Ser poeta es saber dejar la palabra.
Dejarla hablar sola,
cosa que no puede hacer más que en lo escrito.
Jacques Derrida
L’ écriture et la différance
11
tasis místico; Enriqueta Ochoa, con las urgencias de un dios y
Dolores Castro, con su autenticidad y sencillez a toda prueba;
Gabriela Mistral, la primera mujer en Iberoamérica en recibir
el Premio Nobel de Literatura en 1945; y Violeta Parra, la
poeta trovadora. Y al lado de esas diosas, el dios Nabú, el dios
sumerio del agua y la escritura; Itzamná: el dios supremo maya
del periodo clásico, creador del fuego y de la tierra, inventor de
la escritura, patrón de las artes y las ciencias, y Thot: el dios
egipcio inventor de la escritura y patrón de los escribas, el res-
ponsable de todo lo cuantificable o codificable; y en compañía
de ellos a Octavio Paz, el poeta del instante eterno y la crítica
al altar y el trono.
Frente a este espléndido escenario, mi amiga Mireya Agui-
lar, apasionada promotora cultural, me concede el honor de
escribir este proemio para el espléndido libro que reúne los
poemas y narraciones del VII Encuentro de Poetas y Narrado-
res “José Rubén Romero”, Seleccionados para la antología Raí-
ces a una voz 2022: que congrega a 19 poetas y 11 narradores,
donde 14 son mujeres y 16 son hombres; 13 michoacan@s y
otr@s de diferentes lugares de procedencia: Guanajuato, Sina-
loa, Zacatecas, Chiapas, Estado de México, Baja California,
Sonora y Ciudad de México, además de otros países como
Uruguay y Colombia. Una obra cuya digna responsabilidad
está a cargo de las Antologadoras: Mireya Aguilar y Jox Caste-
lo, quien a su vez, estuvo a cargo de la Coordinación del VII
Encuentro de Poetas y Narradores FiliT 2022. Una obra de
arte editada en papel bajo el prestigiado sello editorial de Silla
vacía.
Un encuentro de escritores en el que desde abril de 2016,
poetas y narradores se encuentran, cuyos textos son dictamina-
dos y seleccionados por un jurado para que forme el corpus de la
12
antología Raíces a una voz. Y que en este 2022, con una calidad
creciente, congrega 30 textos dictaminados de escritor@s de los
más diversos rincones de México, así como de fuera. Un gran
Foro al que han asistido 2,440 personas de manera presencial y
en esta edición virtual, en plena pandemia de COVID-19, más
de 10,000 personas.
Raíces a una voz 2022 tendrá un tiraje de 300 ejemplares,
que se suman a los 900 volúmenes impresos a lo largo de seis
años. Se escribe fácil, pero con los siempre limitados recursos y
gobiernos, es una gran hazaña del liderazgo de Mireya Aguilar,
la coordinación de Jox Castelo, la gestión del Comité Organi-
zador Ciudadano y el apoyo de diversos ciudadan@s y empre-
sari@s que han confiado en este proyecto de Cultura de Paz.
Un magno Encuentro de Escritor@s de cuya pródiga siembra
se han cosechado en Tacámbaro talleres de Creación Literaria
y Círculos de Lectura, promoviendo la profesionalización de
los creadores.
A propósito de esta apasionada defensa de la escritura, la
lectura y la cultura de paz, Peter Sloterdijk, el filósofo alemán,
en su original libro Normas para un parque humano (Sloterdijk,
Siruela, 2000), nos recuerda que para el poeta Jean Paul, los
libros son voluminosas cartas para los amigos, para llamar
por su nombre al humanismo, como un llamado al amor, la
amistad y el saber. Pero en la cultura, advierte Sloterdijk, los
seres humanos se ven reclamados por dos grandes poderes:
la inhibición y la desinhibición. Pues el humanismo recuer-
da la perpetua batalla entre las tendencias embrutecedoras y
las pacificadoras y educadoras. Como en tiempos de Cicerón,
donde se radicalizan, ya que los romanos, creadores del dere-
cho, contradictoriamente inventaron las peleas entre animales
a muerte, y cuando se acabaron los animales del norte de Áfri-
13
ca, pusieron a luchar a muerte a los gladiadores, además de
que inventaron la crucifixión, el gran espectáculo del Coliseo
Romano, tan exitoso para distraer a las masas, con pan y circo,
para disponer de los puestos, los impuestos y el poder.
Así, el homo inhumanus ruge desde entonces en los estadios
y las plazas de todo el mundo, como una “técnica imprescin-
dible de gobernar”. Pero el humanismo pervive en Tacámbaro,
como resistencia de la escritura, el libro y la lectura frente a la
barbarie, como una fuerza generadora de paz y sensatez.
14
Poesía
Apócrifamente tuya
II
17
III
IV
18
V
VI
19
demasiadas corcheas demasiados arpegios
la lengua no alcanza a traducir los verbos prestados
/del desamparo y del vidrio
viejo de los cerrrojos en los labios morados
/de sombra y de nombres
VII
20
Cangrejos
21
Frente a la angustia,
mis cangrejos
optan
por la búsqueda,
porque la búsqueda
les hace pensar
que hay algo que ganar,
y que lo ganado,
compensa todo lo perdido.
Despojados ya de raíz
y estructura horizontal,
contemplan
cómo aquello que solía ser
conocido y estable
se va derrumbando.
Mis cangrejos
se pliegan al sol de Platón
porque tienen la esperanza
de liberarse
de las sombras de lo mutable.
A toda hora,
se resisten al cambio
y lo combaten
porque creen en la estabilidad
con ojos dogmáticos
y un espíritu incapaz
de sostenerse
en lo que ya no es.
22
Mis cangrejos
parecen hombres sin destino
están llenos de despojos,
y en esos despojos
–ante la tentación
de la supervivencia–
intentan
ser verticales,
ascender al cielo
y trasladarse a otro mar
para nadar a vuelo de aire.
Los cangrejos
ya no son míos,
y ahora,
se sostienen
de ausencias.
23
Cuchilla
Luis Lunes
24
Vertical atravesándolo a mi pueblo
Pueblo polvo disfrazado de concreto
Y lo viejo pedaleando en su trayecto
Y lo arcaico a tropel lento de carreta
25
En Oriente hay una guerra
La guerra ha iniciado
no estoy lista para escribir
poesía con nombre de Ángel,
Alejandro, Alonso.
Nombres que inician
con A de amor, A de amado,
A de aléjate de la batalla
26
Las balas que hicieron trizas
mi amor tardío y no pude decir
te quiero ni rescatarme el corazón
27
Escribo para florecer en invierno
28
Donde mimetizo una piel sin identidad
para no perder mi rumbo en la perpetua circunferencia
de 38 vueltas al sol con 24 palpitaciones impertinentes
Me refugio en la cuadratura blanca del paraíso
Luminosidad que alimenta mis manos
En los albores del silencio
Aúllo de día lo que aún no tiene nombre
Aquello que el tiempo ha negado pintar de marrón
Mastico las manecillas de mi vejez
con la dentadura del infante
Hundo mis ojos en la semilla del girasol
y recojo lágrimas de mar abierto
Entre mis manos desiertas de cariño
Relámpagos de infancia se coagulan en el sueño
No quieren iluminar cicatrices
Solo han salido a dar un paseo en braille
Estas huellas galopan inquietas
Balbucean caminos aún no imaginados por el destino
En la incertidumbre mi nombre no tiene vocación
He buscado mi reflejo a través de versos
Insisto en parir poemas
ellos jamás criaron oídos medrosos
que le arrancaran una palabra
Soy una metáfora que naufraga en los lindes del eco
Aristas de luna se clavaron en la noche
Se muestran inocentes
Fragmentos con sabor a nostalgia
Misterio que olvida interpretarme.
29
3
30
Foránea
Nadie me dijo
que a mi madre
le saldrían espinas en los labios
ni que podían crecerme nubes en los ojos
por las ganas contenidas de llorar.
31
Del centro a los bordes
atravesando la oscuridad
sumergí mis pies en un río de leche tibia
después la tarde
extensa
profunda
circundante
el azul cielo sobre mi espalda
flores amarillas naciéndome del vientre
un silencio haciendo eco.
Quedaron tras de mí
las nubes cargadas de lluvia
caminos polvorientos
campos sembrados
casas de adobe a medio derruir.
Mi sobrino ve mi equipaje
y piensa que soy exploradora
quienes me ven andar por la calle
con una mochila tan grande
detienen su mirada sobre mí.
32
Tan pequeños mis pies
tan lejos que caminan
tanto que me sostienen.
A cada paso
me nombro
resisto
me alejo
y también me acerco
a mi otro hogar.
33
Jucheti Inchanhikua (mi gabán)
Prici Álvarez
(Marku Karany)
En la memoria quedan
los brazos de paisajes azules;
verdes; color púrpura;
instantes con aroma a lavanda;
Japonda Ka Kurucha (el lago y pescados);
Tsakapu Ka Tapuri (piedra y polvo) entremezclados
bajo un firmamento infinito...
este pequeño espacio memorial,
ha olvidado pequeños detalles
de tu tacto de lana y
34
la rigidez de tus hebras para la suavidad
de las musas de mi imaginación...
Y no entiendo de amores
ni he logrado distinguir cosas de cuestiones;
como no distingo del valor de un perro a un humano...
Ahora que te veo con calma y
observo detenidamente
las hebras que se han desgastado,
en tu color encuentro a la noche y
ante tu presencia agradezco
el detalle de mi Padre:
Jucheti Ambakiti Inchanhikua (mi buen gabán).
35
Leche de cucarachas
36
Lloro
37
Lama
38
Los monstruos del corazón
Miroslava Shember
Me quedé, amor
lejos
Amor, te desbaratas
impalpable me observas,
me fundes en metal que antes de acero es lágrima,
que antes de flor marchita, una raíz que se aferra
Mírame, amor
después de ti mi risa es subterránea
y esta mirada, de mis ojos de suelo
de ángel perdido en la guerra,
de viaje que un día se acaba
39
Y tú sabes lo que pasa, amor, aquí adentro
que mi voz se hizo gris y salvaje
y ninguna de mis palabras flota,
y mis sueños se volvieron espesos
como tu ausencia
Y te busco...
las abejas que nacen de mi alma
salen a tu encuentro vacío,
mis brazos de ser un nudo en tu cuerpo
son dos animales heridos que corren abiertos
Amor, me rindo
en todas las dimensiones
después de esta sombra,
de no encontrarnos, de quebrarme antes
de que la luz se haga aire.
Me rindo, amor
triste como los lirios,
vacía como las armas
resignada, mi bebé, mi amor
afianzada hasta que el tiempo difumine
esta transparente nostalgia.
40
Un hoyo sin fondo como rostro
color la muerte sobre mi carne
y mi desesperado afán por saltar de página
por cambiar de estación
por decir sálvenme cuando yo no puedo.
Jesús occiso,
sus espinas en mí como aretes
mis ancestros lúcidos
de sangre opaca
de confrontación íntima
y un viento negro del que no escapo
41
Será lo que se ha perforado
que ha llegado de suerte
la voz que de una oración rescató
al menos una palabra que después del miedo
estuvo presente.
42
Más allá de las calles
43
Intencionalmente ignorado el loco de mi cuadra
acurrucado en el borde del andén, al lado del puesto de tacos,
nos mira fijamente a los ojos cuando pasamos a su lado.
Nadie le sostiene la mirada.
Nos desnuda la vergüenza y la apatía y el egoísmo y el terror
de la realidad.
Sus ojos de niño asustado
de adulto derrotado tienen la dureza del cemento
que lo mastica lentamente.
La ciudad lo ha escupido en aquella esquina
desde donde nos golpea con su mirada de perdido paraíso.
Resignado y tranquilo,
vuelve a inhalar mansamente su castigo
no sin antes ofrecerme un poco.
44
Engalochao ríe y me dice que ya pasó el susto
que no me preocupe más por él
que todo está bien
que si algo mañana le compre un taco
o le ayude a buscar los 5 pesos de suerte que la vida le negó
que por ahora ya vuelve a ser el loco de mi cuadra,
aquel que espera que su vida se disuelva
entre el vaho y la indiferencia
para no seguir incomodando a los vecinos.
45
Para un jueves negro
Judith Cárdenas
46
A familias acampando en centros comerciales,
Ponerle voz a un silencio que solo es interrumpido
Por detonaciones en el aire que erizan la piel.
47
Poemas a Otto-Raúl González
Froylán Romero
El venado
Algarabía
que miras en tu espejo
cuando flores embriagan su perfume.
Un niño siempre,
como el crepúsculo de una tarde.
48
Los genios
49
Primavera en otoño
Estoy sedienta
tomo cada gota
que resbala de tu pecho
y me vuelvo un rubio girasol
entre tus brazos.
50
T. S. Eliot tenía razón:
abril es el mes más cruel
Alfredo Garcidueñas
51
que les despierta el apetito y les hace olvidar
/por un momento
el hastío del concreto, el tiempo nauseabundo en que viven
la prohibición de los desnudos y la música
52
Trinar
53
Arte latte
54
Un beso virulento
Sergio Quintero
55
II
56
III
Quiere escapar,
paranoica, la cortina.
El mosquitero arrogante,
en su casi invisibilidad,
se lo impide.
Entran, en cambio,
las frías gotas de agua
y llegan, paracaidistas,
hasta esta frágil página.
El viento
me arranca el bolígrafo
de los dedos…
Sopla embravecido allá en su altura:
las cosas tiemblan
y vuelven a su lugar de siempre.
Yo escribo estos últimos versos
con un trozo de granizo.
IV
57
Un poema zombi
Yuri Bautista
58
No te asomes, Isabel, porque morimos
Afuera los muertos son armas caminantes
Y el mundo arde
Pero ten por seguro que estamos vivas
59
Una tenue luz
en las ruinas de la tarde
Miguel Arévalo
60
entregando al espejo del tiempo
un danzar de listones de oro.
En tu esbelto cuerpo encontré mi libertad
y en tus ojos un país de sueños.
61
como un ebrio que se pierde entre las mesas de un bar
como un pájaro herido que anida en el árbol de tu cuerpo.
62
Narrativa
Algunos descubrimientos
J. R. Spinoza
65
índice. Pasaría mucho tiempo antes de que me animara a usar
los otros. Era mi secreto. Y tenía que ser cuidadosa. Esperar a
que Pablo estuviera dormido. Después de hacerlo me daba
mucho sueño y debía hacer uso de mi fuerza de voluntad para
no quedarme dormida, cambiar el canal y regresar a mi habi-
tación. Así mi padre no sospechaba. Dudo siquiera que alguna
vez le pasara por la cabeza.
Trabajaba en el tercer turno, aunque muy seguido cubría
también el segundo. Llegaba a las seis de la mañana casi como
un zombi. Prácticamente Pablo se crio conmigo. Mi madre
nos abandonó cuando yo tenía ocho.
Antes de cumplir los catorce ya me había autocomplacido
casi una centena de veces. Era casi una obsesión. Contaba las
horas para que mi padre fuera al trabajo y mandaba a dormir a
Pablo cada vez más temprano. Veía el paquete de mis compa-
ñeros cuando usaban shorts, también el de algunos hombres,
pero con mayor discreción.
Fue en una de las tantas sesiones de autoestimulación cuan-
do él me mostró su pene.
No lo escuché llegar. Por un momento me paralicé. Después,
apagué con torpeza el televisor. Pablo no dijo nada. Se bajó el
pantalón con todo y calzón. Su pene era más pequeño que los
que acostumbraba mirar. Levanté la cabeza. Advertí que tenía
los ojos cerrados. Estaba por ponerme de pie cuando sentí la
orina en la cara. Caliente. Olorosa. Sentí el gusto amargo, debí
beber un poco. Lo llamé sacudiéndolo de los hombros. Cuando
abrió los ojos me miró asustado y se puso a llorar.
Fue como descubrí que era sonámbulo.
66
Cuando las hortensias
comenzaron a salir
Nancy Alcalá
67
Hace un mes que no llueve.
Las flores de las hortensias no crecen.
La lluvia no vuelve.
Las ramas del naranjo no son verdes.
68
Plantarme en la tierra. Echar mis raíces hasta lo profundo. Lle-
narme de hormigas. Llenarme de flores. Yo, como ella, quería
que el agua limpiara mi cuerpo y así recordar mis sueños.
El cielo se ha nublado.
Las ranas y las aves comienzan el canto.
El pecho me duele.
69
Me desperté con un crujir que venía desde el centro del
mundo, un sonido de tormenta. Las hojas y los cabellos de
la abuela estaban suspendidos en el tiempo. La sequía había
terminado y la abuela había abandonado su cuerpo para con-
vertirse en un soplido del viento. Yo sentí que un fuego de
lava recorrió mi cuerpo. Mi madre me tomó de la mano y me
llevó hasta el patio. Estábamos todos, la tía Úrsula, la vecina de
enfrente, el cura que venía desde la ciudad más cercana, los
desconocidos de siempre, sus siete hijas y el montón de nietas
y bisnietas del pueblo; también el abuelo, estaba con la mirada
clavada en sus cabellos; algo parecido a las palabras salía de su
boca, pero nadie entendió lo que aquel sonido quería decir.
Los grandes rodeaban el cuerpo de la abuela con fotografías y
rosarios. Los pequeños arrancamos las flores de hortensia que
crecieron con la primera gota de lluvia de noviembre y las pusi-
mos en sus manos, en sus piernas y en su pecho. Antes de que
la tierra cubriera a mi abuela, corté mi trenza y la puse en su
frente.
La lluvia no para.
Las palabras de viento y hortensias siguen en ti,
se han enraizado profundo en tus manos,
en tu cuerpo.
Déjalas salir.
70
De regreso a casa
David Andaluz
71
–¡Sal de ahí, sabemos que estás investigando a la pareja des-
aparecida, mejor aléjate!
Aguilar iba a responder cuando un arma esparció balas por
todo el cuarto.
–¡Dile a tu jefe que no tengo planes de irme! –gritó Aguilar
abriendo fuego con su revólver. Un grito ahogado se escuchó
enseguida. Al salir, no había resto alguno más que una maca-
bra cara sonriendo hecha con sangre en la puerta.
–Procurador, soy Aguilar, sí, él mismo. Tengo noticias, sí,
sobre el caso de su hija.
Era año electoral, así que Aguilar pensó que este ataque
estaba relacionado con la desaparición de esa pareja, ya que
era la hija del Procurador General de la República, próximo
candidato del partido oficial a la presidencia.
Aguilar sólo conocía a una persona que podría arrojar luz
sobre el asunto, el padre de Montserrat, gobernador de Naya-
rit, así que salió en su coche a buscarlo.
Don Ezequiel lo recibió deprisa:
–No esperaba verte aquí, pero parece que el destino te que-
ría aquí.
Dicho esto, el gobernador le entregó una carta a Aguilar.
Al principio no la reconoció, hasta que el sello evocó en su
memoria que era la figura de un león, del anillo que le había
regalado a su esposa al año de haberse casado.
La carta decía que lo extrañaba, pero que estaba en peligro;
que no siguiera investigando o la matarían. Que, si quería que
ella estuviera a salvo, debía ir en 10 días a la hacienda de los
León y Pérez, antiguos españoles ricos, en el mero corazón del
Estado de México.
–¿Por qué se la llevaron, Ezequiel? –preguntó Aguilar.
72
–No sé, me retiré de la política hace años y no tuve nada que
ver con el elegido para ser Presidente; tienes que investigar y
regresarme a mi hija –exclamó con preocupación el gobernador.
–Voy a resolverlo y no dejaré que le pase nada a Mont-
serrat, pero más vale que me digas la verdad, Ezequiel –dijo
Aguilar, mirando con ira al gobernador.
–No sé si tenga que ver, pero hace años, Gonzales, el go-
bernador del Estado de México, Flores el Procurador y yo,
cuando éramos sólo de la bola en la revolución, conocimos
una bruja, que nos dijo que podía darnos lo que más quisié-
ramos, a cambio de un precio; después realizó un ritual, no
lo recuerdo bien, pero recuerdo que un jinete negro apareció
y nos dijo: “Está hecho, los veo cuando tengan que pagar”
–terminó de decir Don Ezequiel mientras tocaba nervioso el
rosario en su muñeca.
–Ésos son cuentos de niños, resolveré esto por mí mismo.
Aguilar salió de la habitación con vehemencia y se marchó
en su coche.
Días después, la hija de Gonzales desapareció junto con su
nieta, las tres personas más valiosas para cada uno de los tres
que vieron al jinete.
Aguilar comenzó a pensar que quien estaba detrás de los se-
cuestros era alguien que habiendo escuchado la historia que le
contó Don Ezequiel, dicho personaje usó el miedo de los tres
para sacarlos de la carrera política. El tiempo se agotaba.
El único posible candidato era el Presidente, el cual estaba
en una vieja foto con los otros tres.
Llegó el día. Aguilar se dirigió a la hacienda en la noche.
Mientras conducía su coche, de pronto, se escuchó el relincho
de un caballo, sus cascos golpeaban el suelo, la obscuridad de la
carretera era absoluta, no se veía nada. Aguilar tomó su revólver.
73
El caballo cada vez se escuchaba más cerca, Aguilar no podía
verlo, sólo sintió un golpe en el auto, y después sintió un dolor
insoportable en la cabeza, cuando despertó. Una voz ronca y
profunda, como salida de un abismo, comenzó a hablar. Aguilar
volteó y ahí estaba un caballo negro con una crin roja, enorme,
parecía un monstruo, exhalaba fuego por la nariz y su jinete era
un charro de traje negro con detalles en color rojo, con fuego
en sus ojos.
Sólo se escuchaba una risa macabra que de pronto cesó
para dar paso de nuevo a la voz:
–Los otros tres deben mucho, por eso vine por lo que más
aman; lo que no entiendo es qué haces tú aquí. Te conozco,
pero no me has pedido nada, por lo que supondré que te man-
dó el de arriba para ayudarlas. Como soy un hombre de honor,
te propongo lo siguiente: un duelo, si ganas, le perdono la vida
a las tres mujeres, pero si yo gano, te llevo conmigo.
–Acepto.
Al día siguiente la noticia principal en los periódicos decía:
“Presidente de la República es hallado muerto en una hacien-
da abandonada con un disparo en el pecho”. Aguilar la leía
incrédulo, mientras Montserrat le curaba el hombro en que
había recibido un disparo.
74
El Cristo de ébano
Alejandra R. Montelongo
75
–No rezongues, hija, los santos nunca mienten. Ya verás
lo que te digo, atiza bien esa lumbre y cuida que no se queme
nada. Voy con mi comadre a ver si tiene aunque sea una pata
de cerdo que me preste, ya sabes cómo le gustan a él con chile de
reliquia. Reza y atiza la lumbre, hija, y no te separes de la puer-
ta, mira que en la mañana aplasté unos alacranes que andaban
buscando cómo entrar, los canijos. No me tardo.
76
que me dejó mi hijo cuando se fue, viera qué bonito se ha
puesto el santito, hasta parece que está vivo. Estoy esperando
a que mi comadre me traiga un pedazo de carne para hacerle
su asado, ahí me hace la caridá de pasar mañana por un taco,
doña Licha, sirve que usté vea el santito y de paso saluda a mi
hijo ya que haya llegado, viera que la quiere reteharto desde
que era niño.
–Sí, doña Elena, primero Dios.
Decían que lo habían visto del otro lado del arroyo. Se lo
dijo San Sebastián, Santa Isabel, incluso el Beato Agustín. Por
eso, entre más avanzaba el sol más le rezaba a su Cristo de
ébano.
A las seis de la tarde los santos callaron. En el crepitar del
fuego dos brazas se elevaron y con ellas un sonido de campa-
nas comenzó a resonar lejano y uniforme. Las débiles llamas
de las velas se estremecieron iluminando los rostros de yeso,
las estampas con aureolas, los cientos de ojos benévolos y, en
medio de todos, el Cristo de ébano, pálido, como si por fin,
después de siglos de adoración, lo hubiese abrazado la muerte.
Un canto comenzó a resonar en las calles, cántico de ro-
mería, de procesión. De pronto el rumor se volvió llanto, en-
tonces lo supo, su hijo había llegado, ya estaba en el pueblo.
Descorrió cerrojos. Abrió puertas y ventanas. A una sola voz
las mujeres del pueblo sollozaban, interpretando un eterno
viacrucis. Niños descalzos las seguían escondidos en sus som-
bras, apenas distinguibles por esos ojillos de carbón. Al final
del peregrinaje venían los hombres cargándolo a él y ese sol
carmín naciéndole de un costado. Lo traían como un santo
rodeado de sus fieles.
–Parece que sólo durmiera. ¿Quiere que busquemos al
culpable?
77
–¿Para qué? Así está tranquilo, déjenlo dormir. Hija, trae
el asado y sírvele a la gente. Que digan que a mi hijo no le
hicimos funeral sino reliquia. Anda, hija, no llores, te dije que
los santos no mentían. Rézale a tu padre, que ahora se ha con-
vertido en uno de ellos.
Entre cantos y rezos pusieron su cuerpo sobre la mesa, en-
tre el nixtamal y el chile seco a medio desvenar, sudario de lau-
rel y azahar, arrullos para no despertarlo, para hacerlo dormir
por la eternidad.
78
El gabán
Cuitlahuac Mendoza
79
Al fondo del ropero, se escondía un gabán pesado, de lana
gruesa del que colgaban sólo unas cuantas barbas en sus extre-
midades. Era blanco con grecas negras. A menudo cuando ju-
gábamos con mi hermano a escondernos dentro de ese mueble
lo encontrábamos al fondo de todos esos sacos que mi padre o
mi madre ya no se pondrían, atrás del disfraz de algún bailable
o de la ropa almacenada que por alguna razón no ha salido de
ahí, esa ropa que no llega siquiera a un leve palpitar. La ropa
de los momentos mudos.
Tratábamos de cubrirnos con él, para escondernos en ese
universo incoloro que habitaba dentro de ese ropero, para des-
pués nosotros llenarlo con nuestras ideas. Pero el manto del ga-
bán lo cubría todo, nuestras mentes, nuestra presencia mate-
rial. Era como si un cuerpo pesado descansara sobre nosotros,
con sus tejidos ásperos y ese olor que nunca lo abandonaba.
El olor de mi abuelo se había quedado impregnado dentro de
las hebras; el olor a tantas hectáreas recorridas, el olor a tanto
sol sobre su cuerpo, el olor de tantos desayunos en el campo,
era el chasquido de las patas de las chivas sobre las laderas o las
rocas del campo. Era el polvo que se levanta al momento de
pisar la tierra en la sequía. Era también el aroma de las ramas
frescas de un huizache cortadas con un machete.
Nosotros sólo percibíamos su peso, pero no su ardor, a di-
ferencia de mi padre. Para él sólo ardía como una herida. Esa
prenda era su manto del amanecer, sólo que su creador era
uno diferente al mío, él ya había desaparecido y había dejado
ese cielo ahí, para mi padre, se lo había regalado, transformán-
dolo así en el guardián de lo que había sido su presencia. Ese
manto que algún día lo protegió a él, ahora había mutado en
nostalgia y en un recordatorio de todo lo que mi abuelo le
había enseñado, indicaba que se había quedado un espacio en
80
el universo desierto y ese espacio había correspondido a mi
abuelo; mi papá ya no lo volvería a ver por las noches, no vol-
verían a tomar café juntos, no volverían a ver la transmutación
de las estrellas en el horizonte o a sentarse alrededor del fogón
a esperar a que mi abuela sacara algo del comal.
A menudo nos regañaba cuando nos veía jugando con él,
cuando se daba cuenta que estaba arrugado, o cuando lo llená-
bamos de migas de pan. Mi padre se molestaba, nos regañaba
y mandaba a nuestro cuarto. Los objetos que más se aprecian
son los que te regaló una persona que se va o se alejó, es como
si ese objeto tuviera la naturaleza de una urna, la cual tuvié-
ramos que vigilar, velar y procurar día y noche, algunas veces
para no olvidar que hubo algo de esa persona que nos habitó.
¿Pero, cómo cuidas una piel ajena? ¿Qué haces tú cuando
el que creó la piel se fue y has quedado ahora tú a su cargo?
Muchas veces pienso que no solamente era mi abuelo quien ha-
bitaba en ese gabán, sino que habitaban ahí los parientes que yo
nunca conocí, las noches con hambre, mi bisabuelo que había
sido herido, mis primos perdidos, alguien enfermo, el ganado
extraviado, la semilla que no germinó.
Pensaba, ya siendo un adolescente, que mi padre había de-
positado esa piel ahí dentro para esconderla de nosotros, para
que no nos cubriéramos con ella sabiendo de su peso, sabiendo que
a nosotros sí podía herirnos. Por eso estaba ahí, al fondo, donde
no la pudiéramos tocar. A veces él lo sacaba para limpiarlo, pero
él podía manipular su fuego, él también tenía una serie de bra-
zas en las manos que lo protegían de otros incendios. Ahora sé
por qué ese peso para él pudo ser tolerable, porque supo ver esos
amaneceres o esa vegetación verde dentro, pudo ver ríos, maíz,
rizas. Cosa que mi hermano y yo nunca pudimos encontrar
entre todo el enramado de hilos de ese objeto.
81
Mi papá podía tocar cualquier incendio y él nunca dejaría
de dar frutos, de crear estepas dentro de las palmas de sus ma-
nos, esas palmas ásperas que habían registrado todo su trabajo
de cuando fue niño. A veces tengo miedo de que esa prenda
donde me acurrucaba como golondrina en el frío cambie tam-
bién para mí y que la vea como el flujo de la lava o como sólo
la sombra donde habitó un roble.
82
Io soy del Pinzán
83
con el viejo a cuestas si las cuentas ya no dan. Todo es para su
padre. El autobús se zarandea. El octogenario se acomoda en
el asiento. “No se despertó, qué bueno”, piensa María.
*
“… Io soy del Pinzán, me iamo Rogelio”, dice el viejo. Lleva
rato sentado en la banca de la terminal del norte, tiene un gra-
note rojo en la cara. Alguien le pregunta si sabe regresar o si
tiene dinero. “Nah, me trajeron. Qué dinero voa tener”, saca sus
dos bolsillos de su pantalón al mismo tiempo, pero no tienen
nada. “Venía con mi progenie, la Lola y…, pero hace rato no
los veo. Ia estoy jambao, ¿me das deso, pué?”, señala las galletas
que hay en una bolsa. Se las dan.
*
María recuerda su infancia con Lola. Vienen a su mente las
palizas del viejo, cuando murió su madre de cáncer de pecho.
Se acuerda de su papá volviendo molesto del campo, gritándo-
le a su madre y tomándola a la fuerza frente a ellos. Recuerda
las lágrimas de ella y cómo, luego de su muerte y la partida de
sus hermanos, la Lola no paraba de hacer sonidos en la noche,
cuando el señor la obligaba a compartir su cama. El autobús se
detiene, pasa la caseta de cobro y retoma el vuelo.
Cómo le hubiera gustado a María ir a la escuela. Todo mun-
do dice que si vas a la escuela te va mejor en la vida. Cómo le
gustaba la escuela, la ortografía y las matemáticas. Ojalá el viejo
no la hubiera sacado tan pronto del colegio. Trata de hacer me-
moria, entorna los párpados y se queda así unos minutos. No
logra recordar si terminó la primaria.
*
Conversan un momento en voz baja y deciden que se queda-
rán un rato más con él. Pasa casi una hora. “¿Se acuerda a qué
venían?”, le dicen. “Nah, qué me iban a decir. Io ia estoy viejo
84
para que me digan y digan cosas. Que me lleven y sea lo que
Dios quiera”. La mujer aprieta continuamente el brazo de su
acompañante, ya se quiere ir.
*
El autobús sigue su curso. El ronroneo del motor y el movi-
miento constante son arrulladores. “No te vas a casar con ese
puto, Lola”. María abre los ojos, los abría sin darse cuenta, esta-
ba soñando. “Ójala y hubiera dejado a la Lola casarse con Beto”,
viene pensando. Si la hubiera dejado casarse con Beto, su her-
mana probablemente no iría en el asiento frente a ella, dormida,
esperando a que lleguen a la terminal. No tendría que soportar
al viejo ni hubiera tenido que pasar por todo lo que ha pasado.
Quizá no se hubiera amargado y sus manos no temblarían todo
el tiempo, no gritaría mientras duerme “déjame, déjame o te lo
clavo”.
*
Pasa otra hora. Los tres comienzan a sentir raro el silencio, los
ahoga. Rogelio mira con ojos pequeños a sus escuchas. “Ah”,
suelta. “¿Qué?”, le dicen. Después de uno o dos minutos, con-
testa “No, nada, no recuerdo”. Se levantan, le dan al viejo un
billete de cien pesos. “Bueno, señor, tenemos que irnos. Ójala
y le sirvan de algo”. Una se despide con un beso en la mejilla y
la otra sólo le extiende la mano. Mientras salen de la terminal,
una de ellas voltea a ver al anciano: de nuevo ha achicado sus
ojos y las mira de forma extraña. Pronto su gesto vuelve a la nor-
malidad. Deja de mirarlas, toma la última galleta y comienza a
comerla. “Vente, Lola”, le dice María a su hermana, toma su
mano y salen de la terminal.
85
La traición
Sergio Navarro
86
entre mis brazos, toqué con la punta de mi nariz la suya, que
es la manera como se besan los gatos al cerrar un compromiso
de enlace, y caminé rumbo a mi departamento. Fiel a la cos-
tumbre humana, subí los catorce pisos cargando a la prome-
tida y me alegré de que no pesara tanto. La puse en mi sillón
favorito. Volví a tocar su nariz con la mía, con tanta ternura
que encendí el motor de su ronroneo, luego se enroscó en sí
misma dispuesta a dormir por no menos de varias horas. A la
mañana siguiente sentí un peso sobre el pecho, abrí los ojos
y ahí estaba, aprovechando el calor de mi cuerpo, inmóvil,
transformada en una bola peluda, con una pata estirada hacia
el norte. Amorosamente la coloqué al lado, abrió un ojo por
un instante como aprobando mi acción y volvió a su estado se-
mihibernético. Me puse las pantuflas de peluche (irónicamente
de diseño con cabeza de ratón en la parte frontal), después la
bata de seda japonesa y me fui a preparar el desayuno. Abrí
el frigorífico y pegué tremendo salto al encontrar una enor-
me rata destripada, herida por todas partes, como si la hubie-
ran torturado por horas. Me fue fácil atar cabos y comprendí
que los gustos gástricos felinos siempre estarán alejados de los
míos. Envolví la rata en film plástico y la puse sobre un plato
de porcelana color salmón. Pobre animal, imaginé a través de
sus pequeños ojos negros el terrible sufrimiento del que había
sido objeto, las garras flagelantes de la gata abriéndole la piel
con deliberado sadismo. Le tuve compasión y recordé el día
en que asesiné a mi mascota por órdenes de mi madre. Pobre
Filomena, la tomé del cuello y le di de vueltas hasta que paró
de aletear. Más tarde, durante la cena, el suculento estofado de
gallina superó mi sentimiento de culpa. Desde ese momento,
cuando había que sacrificar a algún animal comestible, yo se-
ría el primero al frente de la fila. Luego entendí que mi com-
87
pasión había sido tan hipócrita como mi amor por Filomena,
a quien volvería a despachar cuantas veces fuera necesario a
cambio de satisfacer el apetito. Di una última mirada a la rata,
amortajada como princesa medieval en un ataúd de plástico
transparente, y cerré el frigorífico.
Así empezó nuestra relación. ¿Cómo olvidar tantos años
de convivencia?, ¿cómo poder decir adiós a un amor tan pro-
fundo y fiel? Y es aquí, ante el latigazo que da esta última
palabra, donde mi corazón se muda de ropa y se ensarta en
un mameluco hecho de corteza de cactus. Soy un traidor y no
puedo con ello. Pienso en Josefina y la veo tan insignificante,
descalificada ante cualquier comparación, que no me explico
cómo pude caer en la red de sus atractivos. Pero ya es tarde
para arrepentimientos y sé que sólo queda saldar con honra el
costo de mi ceguera. Saltaré al vacío como pájaro sin alas, seré
un preludio, un amanecer del amante suicida que va en pos de
la ley de gravedad, y, en mi caída, rescataré al olfato el efluvio
alquímico de tu cajita de arena. Adiós amor mío, obsesión pe-
luda, garruda y coluda, te esperaré al otro lado del muro terre-
nal y cuando tu séptima vida se extinga, nos reencontraremos.
88
Ladridos de perro viejo
89
de decisión propia para envenenarlo, a falta de huevos para ir
a enterrarlo, a falta de piedad.
Al Pantuflo le decían así porque siempre que le sobraba pe-
culio para asistir a las amantes a sueldo de la calle Isabel la
Católica, conocidas unánimemente por la ciudadanía como
las Chavelas, dejaba de bañarse durante días y arrastraba con
él un mortecino olor a vagina, a chancla venérea, a pantufla
usada mil y una vez y sin amor, en fin: olía a la mezquindad
de su rastrera vida. Por eso le decían así, por puto proxeneta.
La noche en que el Pantuflo se cargó al Marro estaban ju-
gando una partida de Conquián, mientras platicaban las mis-
mas mamadas de siempre sobre sus días aburridos, sobre lo
culero que se estaba poniendo el crimen en la ciudad, sobre el
hermano que le habían matado al Marro en un anexo donde se
chingaron a más de veinte abstemios a puro balazo; y también
se quejaban sobre la jodida inflación de la que no entendían ni
madres, sólo que sus pinches pesos cada vez les alcanzaban
para menos. Así se la pasaron casi toda la noche, despotrican-
do pendejadas hasta que el Pantuflo se dio cuenta que el Marro
se lo había hecho pendejo con un billete falso de doscientos en
una de las apuestas, y que el billete era más falso que la sonrisa
de la Monalisa porque la Sorjuana estaba tan narizona que era
imposible no notar que era falso. Ahí empezaron la pelea a
palabras, cagándose en sus madres, aludiéndose con apelativos
que iban desde aborto de perra violada por un burro hasta tram-
poso, puto. A tu madre le has de haber robado las ganas de vivir
cuando te parió, pendejo. Así continuaron hasta que se hirieron
de verdad, y de repente uno soltó un cachetadón a otro, y el
otro respondió a puño cerrado, y de vuelta el muy baboso no
aguantó y regresó uno más fuerte, y al final terminaron tren-
zados en el suelo, mientras el perro, alarmado, ladraba en la
90
entrada de la casa, viendo cómo su dueño, tendido en el suelo,
recibía un madrazo tras otro sin poder meter las manos, luego
cómo el Pantuflo le metía a fuerzas el billete falso por el hocico,
hasta que lo hacía medio tragárselo, para después obligarlo a
que se lo pasara completo. El chucho ya nada más vio cómo
asfixiaban a su amo con el billullo a media garganta, con las
manos enroscadas en los puños que le apretaban el cuello, ha-
ciendo que se le desorbitaran los ojos al pinche Marro, hasta
que ni una pataleada quedó de él. Y el perro siguió ladrando
aún después de que el Pantuflo desfalcó al muerto de toda po-
sesión monetaria y se largó a su casa, sin preocuparle en lo más
mínimo que alguien entrara a la casa del pinche tramposo y
viera el cadáver. Y el perro seguía ladrando dos semanas des-
pués. Y el Marro seguía ahí dos semanas después.
El Pantuflo seguía ahí dos semanas después, jodiéndose, un
poco más cada día, a cucharadas de mierda, a ladridos de perro
viejo.
Una noche el Pantuflo percibió que los ladridos del perro
denotaban más ganas de vivir que las que él mismo tenía, y
se paró en medio de la noche, fue a donde estaba el perro, lo
soltó de su correa, que era un lazo grueso, y lo dejó ir. Pero el
perro le seguía ladrando. Tomó el remedo de correa. Regresó a
su pocilga y se ahorcó sin más remordimiento que no haberlo
hecho antes. Y sólo entonces volvió a reinar el silencio. Hasta
que alguien reportó a las cuatro semanas la fetidez que proce-
día de las dos casas y la policía encontró los cuerpos.
Lo que respecta al perro: se sigue paseando, famélico, por
una ciudad que no lo quiere.
91
Némesis
Andrea Aquino
92
las explosiones. La muchacha no pensaba decir en voz alta
sus temores. Sostuvo con firmeza el brazo fofo y pesado de su
madre. La levantó con un esfuerzo impensado en ese cuerpito,
frágil y esmirriado, por el que todos le decían Pichona.
–Cuando lleguemos al Sulky, le pongo una manta más
abrigadora. ¿Sabe? Vamos a lo del padrino, como dijo el tata.
–M’hija...
–No se preocupe, no se preocupe, yo puedo –dijo con un
resoplido. El pesado cuerpo de la mujer parecía que aumen-
taba de tamaño. Los pies apenas se movían con pasitos toscos
y para la muchacha el esfuerzo que le exigía iba en aumento.
–¡Pobre tata! –se le escapó de pronto cuando su imagen
pobló sus pensamientos como gusanos gordos.
–No, m’hija, no. Usté sabe que yo lo tengo que hacer.
El anciano respiró hondo evitando el cruce de miradas y
buscó refugio. Con lenta parsimonia sus dedos gruesos y nu-
dosos manosearon el rebenque. El caballo no fue el único tes-
tigo de aquella negativa, su hocico rozó y respondió eléctrico
al sauce que los observaba en desnuda resignación.
–Si usté hace lo que le encomiendo, verá que todo va a salir
bien. Serán unas semanas. El coronel me prometió el relevo en
cuanto se pudiera, porque sabe que su madre está enferma. Me
dio su palabra de hombre.
Volvió a mirar el rebenque, pero esta vez jugó a peinar la
crin sedosa de su nuevo redomón.
–Pucha, si no fuera invierno. Me duele todo cuando está
por llover –agregó mientras movía una de sus rodillas. El rui-
do que hizo se confundió con el llanto de un par de ranas
invisibles.
–No llore, m’hijita. Vuelvo pronto y le prometo que le hago
la fiesta de presentación que usté se merece.
93
Arreglándose el poncho agradeció que su esposa lo hubiera
cuidado tan bien; cuánta vergüenza le daba presentarse con el
poncho agujereado.
–Mire si viá andar mal vestido entre la paisanada que va al
frente.
Las trenzas largas de ella reptaban histéricas en la espalda
verde pradera del vestido, y, como cuando ya se sabe que por
más llanto y argumento que se suelte, poco se va a conseguir y
aun así no se da por vencido, Julia se limpió las últimas lágri-
mas en el pañuelo rojo desgracia, rojo sangre, y arremetió en
un último intento.
–¡Qué lástima! –dijo–. No se vaya mi viejo. Ya está grande
pa’estas peleas. Déjelos que resuelvan entre ellos. ¡Qué impor-
ta el color que gane!
Como el hombre, el caballo tensó sus músculos. La mirada
vidriosa fue lo último que su hija le pudo ver.
Un tropel se escuchó en la enramada. El frío caló la colum-
na de la muchacha.
–M’hija...
–No se preocupe –fingió serenidad–. Yo me encargo, ma-
mita. Usté sólo trate de llegar al Sulky que nos vamos a escapar
a lo del padrino. Venga.
El rancho no era tan grande, pero a Julia le pareció un via-
crucis llegar a la puerta; aprovechó para persignarse y rezar, a
tropezones, un Ave María. Al menos dos caballos daban coces
y relinchos fuera del rancho.
–Ya llegamos. ¿Vio? Un último esfuerzo y nos vamos –men-
tía temblando mientras pensaba y líbranos del mal...
–M’hija... –dijo en un ahogo. Sus brazos caídos eran ramas
de sauce resignado.
–Ya están acá. Es tarde.
94
Dos patadas alcanzaron para desvencijar las tablas gastadas
de la puerta. La muchacha pudo ver el caballo tirado junto al
Sulky. El hilo de sangre del disparo le corría por el cuello y la
lengua se le iba hinchando tanto que colgaba obscena entre
los dientazos amarillos. Tronó el cielo. Santa Rosa descarga-
ría con furia al día siguiente, como para lavar el rancho de la
ignominia.
95
Performance
Silvestre J. Arguelles
96
Desde la ventana se observa el encuentro de dos cuerpos, el
vapor aromático que ahora se desprende de esa materia viva
que comunica sus emociones sobre el sillón. Una fuerte pa-
sión llena en este momento el cuarto, la infusión dio paso a
la seducción, y ellos se dejan llevar por esa fuerte atracción
contenida desde hace tanto tiempo.
Él al inicio se sintió un poco incómodo; la estima como
amiga, pero no está seguro de querer estar así con ella. Sin
embargo, responde a sus besos y a cada una de sus caricias.
Comienza a entusiasmarse con la idea de poder experimentar
un infinito placer. Se imagina la posibilidad de provocar en
ella esa sonoridad coral y climática de los orgasmos múltiples.
Piensa en el placer de ella antes que en el propio. Se conoce, es
consciente que de ese modo ambos estarán mejor.
Somos partícipes del espectáculo de besos. Los pezones de ella
están ahora muy firmes. Él los besa y muerde suavemente. El
pequeño tamaño sirve para concentrar en menos piel mucho
más placer. Ahora ella inhala y exhala aceleradamente, sus ojos
no le responden, están desorbitados. Y es que él acaba de enca-
jar por su vagina los dedos índice y medio. Comenzó despacio,
sintiendo cada milímetro de su cavidad. Es como caminar al
interior de un recinto religioso, no se entra aceleradamente y
haciendo escándalo, sino más bien despacio y respetando la
atmósfera sacra.
Ella adopta nuevamente el personaje dócil. Deja que él
tome posesión de ella. Es más pequeña y ligera y pareciera
flotar. Él, con la precisión de un contrabajista, recorre todo su
cuerpo, inventa notas y acordes a cada instante, sube y baja la
escala musical; por respeto a su amistad no piensa penetrarla,
aunque eso no impida que él tenga en mente llegar hasta el
97
final del concierto. El ambiente de la habitación se llena por la
improvisación del más puro free jazz.
Las manos intentan aplaudir, pero aún no es momento. Los
músicos están a media melodía. Un falsete sale de los labios por
varios minutos, por momentos duda si sigue siendo ella, pasa
por su mente una auténtica evocación de eternidad. Otro pen-
samiento ahora sale por sus labios como un suspiro: más.
Él acelera las revoluciones.
Es el momento de la simbiosis entre intérpretes y espectadores.
Ella intenta gritar. Él le cubre la boca con su mano, le impide
respirar. Después de un minuto o dos, ella ha contenido la res-
piración. Siente que todo va a estallar, desde los confines más
profundos de sus pulmones sale un estridente aullido; el lienzo
blanco se tiñe súbitamente de salpicaduras multicolores, vapo-
res de infusión de pétalos de rosa atraviesan los estratos gra-
nulosos de su epidermis. Los colores y aromas flotan en el aire
como aves en invierno que viajan hacia el Sur. En su travesía
ella se aleja, súbitamente se retira del sillón.
Ella se detiene por un instante, se lamenta por haberse de-
jado llevar por esa fuerza oscura que en ocasiones le arrebata.
Cuando eso ocurre todo desaparece. Al recuperarse, al volver
en sí, siempre se presenta ante las más incómodas situaciones,
o regresando a algún lugar desconocido. Esta vez, se descubre
desnuda ante uno de sus amigos. Ese chico tímido, al que ella
comienza a tomarle cariño. Regresar de esa fuerza oscura y
estar desnuda ante él le hace sentir muy avergonzada. No sabe
qué decir, apenas atina a recoger algunas de sus prendas y sale
corriendo de la habitación.
Al fin, los espectadores van saliendo.
98
Él está muy confundido. Se pregunta qué hizo mal o si le
hizo daño. Intenta seguirla, pero ella detrás de la puerta de la
cocina le pide que se marche. Le dice que necesita estar sola y
que no puede verlo más. En las bocinas del televisor suena
la letra de la canción “Slave to love”. Él se va, cierra la puerta
y cuando abre los ojos reflexiona: ¿por qué será la segunda vez
que sueña con ella?
99
Trueque
100
cordial que lo convenció. Así, el pequeño dejó las zanahorias
frescas al lado de la puerta de la panificadora y se puso contra
la pared a contar en voz alta mientras Alan y Randal corrían
a esconderse.
Ya que Braulio era intuitivo tardó poco en descubrir dónde
se escondieron los gemelos; le pareció que elegirían escondites
en los que sus ropas no pudieran ensuciarse y así fue: a Alan
lo encontró entre unos rollos de tela y a Randal detrás de unas
cajas de papas.
Tocó el turno de Alan para buscar y, como era de esperarse,
le resultó sencillo encontrar a Randal, aunque no fue igual dar
con el escondite de Braulio. Luego de un buen rato de búsque-
da Alan pidió ayuda a su hermano y entre los dos buscaron en
muchos rincones, pero no parecían estar cerca de encontrarlo.
Justo cuando estaban a punto de darse por vencidos escucha-
ron un estornudo cerca del puesto del carnicero. Alan y Ran-
dal se asomaron al corral improvisado y encontraron a Braulio
acostado entre los cerdos.
Así fueron pasando los turnos y el tiempo sin que los pe-
queños repararan en ello. Tras varias rondas Alan y Randal
adquirieron un buen grado de pericia para esconderse, por ello
Braulio no lograba encontrarlos y eso que había buscado entre
la paja y el heno, en el carbón del herrero, incluso en las carre-
tas de basura. Había revisado en todos los lugares en derredor
y después de pensarlo con detenimiento le pareció que el úni-
co lugar en el que podían estar era en la panificadora, de modo
que entró y buscó debajo de las mesas, entre costales de harina,
junto a la ceniza del horno y no dio con ellos. En eso estaba
cuando vio sobre la mesa un par de hogazas; su aroma lo alar-
mó, pues recordó a qué había ido en un principio. Entonces,
corrió a buscar las zanahorias y, cuando cruzaba en el vano de
101
la puerta, el panadero entró de la trastienda; éste, al ver la prisa
con que caminaba Braulio, pensó que había tomado una pieza
de pan sin permiso, no obstante, no quiso detenerlo sin antes
comprobarlo.
Cuando Braulio estuvo en la calle se quedó pasmado por
unos segundos. La caja de zanahorias no estaba donde la había
dejado. Ahora en lugar de buscar a los hijos del panadero co-
rría desesperado de un lado a otro hurgando entre los puestos.
El panadero observaba a Braulio desde la entrada de la pa-
nificadora. Le parecía curiosa la actitud del niño. En ese mo-
mento Alan y Randal se acercaban jugándose bromas. Braulio
los vio y corrió a encontrarlos. Ellos, con una sonrisa victo-
riosa, afirmaban haberle ganado, pero cambiaron de humor
rápidamente cuando Braulio les contó su problema, casi gri-
tando. Los hermanos voltearon a verse, no sabían qué respon-
der a Braulio, que estaba tan confundido como temeroso. El
panadero observó la escena y llamó a sus hijos. Ellos fueron a
donde estaba su padre.
Braulio no alcanzaba a oír las palabras del panadero desde
donde estaba, sin embargo, veía enojo en su mirada. Ya otras
veces lo había visto con desprecio, pero, al igual que las otras
ocasiones, no entendía por qué. El panadero, malhumorado,
lo señalaba mientras hablaba con los gemelos. Los hijos del
panadero de vez en cuando volteaban hacia él: Alan le sonreía
con cierta complicidad y Randal parecía pedir ayuda con los
ojos entornados. De pronto el panadero lució más molesto y
señalaba alternadamente a sus hijos. Alan y Randal voltearon
a ver con desilusión a Braulio antes de entrar a la panificadora
y el panadero se encaminó hacia donde estaba el niño, que
cada vez se asustaba más. Cuando Braulio se dio cuenta de
que el panadero se acercaba, corrió con todas sus fuerzas sin
102
voltear ni descansar hasta llegar frente a su casa. Sólo entonces
se atrevió a mirar atrás y comprobó que el panadero no lo
había seguido.
Mientras tomaba aire Braulio recuperaba la calma, poco
a poco, pero aún debía entrar, sin pan y sin zanahorias, a la
casa. Sentía que le esperaba un regaño peor que el recibido por
Alan y Randal. Por fin inhaló hondo y exhaló con rapidez. Se
armó de valor. Abrió la puerta: salió a recibirlo el aroma del
pan fresco que lo condujo a la cocina donde la familia comía
agradecida. Cuatro de las mejores hogazas del feudo estaban
sobre la mesa.
103
Sobre lxs autorxs
Poesía
Luis Lunes
(Navojoa, Sonora, México, 1966). Publicaciones en revistas y antologías
de México, Argentina, Chile, Perú y España. Reconocimientos entre los
que destacan: primer lugar en el XII Concurso Literario de Poesía 2021
de la Faro Tláhuac; tercer lugar del Premio Nacional de Poesía Verso Libre
MX, 2021; libro de cuentos Famulicidios, Editorial Mini Libros de Sono-
ra, 2021; y ganador de cuento en el concurso Arrufat-Ventosa/Fundación
Elena Poniatowska, 2022.
107
Nayeli Rodriguez Reyes
(San Felipe, Baja California, 1992). Licenciada en Lengua y Literatura
de Hispanoamérica por la UABC. Obtuvo el segundo lugar del Premio
Nacional al Estudiante Universitario José Emilio Pacheco (poesía). Ha pu-
blicado en Punto de Partida, Letralia, Literariedad, Letras en la Frontera,
Bitácora de vuelos, Hipérbole Frontera, Primera Página, Carruaje de Pájaros,
entre otros espacios. Su libro más reciente se titula Paroxismo (2018).
108
Prici Álvarez
(Marku Karany)
Desde hace años seguimos siendo víctimas de las palabras que se inha-
lan en cada respiro. Gracias a la calidez humana, hemos tenido participación
en antologías poéticas y publicaciones en algunas revistas. Hace dos años,
gracias a la editorial Caja de Pandora logramos darle vida a la plaquette
titulada Pinandiparini Uandani, con lo cual reiteramos que la palabra no
debe dejar de ser el puente.
109
Miroslava Shember
(La Piedad, Michoacán, 1992). Poeta y actriz. Politóloga por el Instituto
Latinoamericano de Ciencias y Humanidades, campus León, Guanajuato.
Como poeta, algunos de sus textos han sido leídos en el Sistema Michoaca-
no de Radio y Televisión. En 2016 participó en el IV Encuentro Nacional
de Escritores Jóvenes Jesús Gardea, en el que formó parte de la antología
En la Boca del Viento. En 2017 intervino en la Feria Intercultural del Libro
de Tacámbaro, formando parte de la antología Raíces a una Voz.
Judith Cárdenas
Creadora escénica independiente, actriz, performer y activista social. Poeta
documental, directora de la casa creativa Buela38, creadora y directora del
proyecto de promoción de lectura Martes de poesía, directora y fundadora
de Mujeres creando Sinaloa (colectiva feminista dedicada a la promoción
y proyección del trabajo de las mujeres en Sinaloa). Creadora y directora de
Expresso Teatro. Éstos, entre otros proyectos que involucran la creación de
redes y colaboración ciudadana.
110
Froylán Romero
Cursó el bachillerato en el Cedart Frida Kahlo. Luego se desenvolvió en el
oficio de librero. En su experiencia como escritor está Para el vuelo, fanzine,
y el poema ". Una estrella saca a relucir su publicación de De la poca
probabilidad de encontrarse a alguien como Ana… Pequeño relato sobre los
fortuitos encuentros con borrachos, vagos y desarraigados en el Seminario
Amparán. Publicación de Instante definitivo de manera independiente.
Alfredo Garcidueñas
(Morelia, Michoacán, 1992). Músico-poeta. Egresado de la Facultad de
Letras de la UMSNH. Siente una devoción extrema por la poesía, la con-
tracultura y la filosofía DiY (Hazlo tú mismo). Obra suya aparece en las
antologías Memoria de los atunes (2011), Corre y se va con... (2013) y Méxi-
co S. XXI (España, 2018). Sobreviviente de la pandemia y de este México
bárbaro. En sus ratos libres hace encuadernación, corre de ensayo en ensa-
yo y asiste a los partidos de local del equipo de sus amores.
111
Pil Gómez González
(Tecario, 1991). Vive en Tacámbaro, Michoacán. Estudió la licenciatura
en Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Fue alumna del pintor
y poeta Marcos Davison en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Fue
publicada en 2012 en la antología “Nuevos Poetas de la UNAM” de la
revista electrónica Círculo de Poesía, al igual que en Raíces a una voz 2020,
entre otras. Miembro del Semillero Literario en Casa de la Cultura de
Tacámbaro.
Sergio Quintero
Es egresado de las licenciaturas en Letras Hispánicas por la UAM-Iztapala-
pa y Sociología de la Educación por la Universidad Pedagógica Nacional.
Con 45 años de edad, ha publicado en medios impresos y electrónicos
como El Financiero, Milenio, El Periódico de Poesía de la UNAM, entre
otros.
Yuri Bautista
Nací en Morelia, Michoacán, en 1986. Soy escritora, tallerista, profesora
y correctora de estilo. Estudié la carrera en Lengua y Literatura Hispánicas
(UMSNH). Algunos de mis textos se encuentran publicados en antolo-
gías impresas y digitales: Turbulencia dosmilonce (Ficticia, 2011), Estética y
lenguaje de las artes V. Teoría y creación: arte en México. Ensayos (Silla vacía,
2015), Raíces a una voz: Antología literaria FiliT 2020 (Silla vacía, 2020),
Inoportunas: Antología de cuentos I (Atrabancadas, 2021), Mamá (Especu-
lativas, 2021) y Erotismo (Especulativas, 2022).
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Miguel Arévalo
Poeta, escritor, ensayista y ambientalista mexicano, nació en Ciudad Lá-
zaro Cárdenas, estado de Michoacán, México, el 15 de marzo de 1964.
Estudió Literatura y Creación literaria en el Instituto Michoacano de
Cultura de la ciudad de Morelia, México (1986-1990), e Inglés funcional
en el Centro Cultural Benjamín Franklin de Morelia (1979-1980). Ha
publicado poemas y artículos culturales en diversas revistas y periódicos
de circulación nacional en México y poemas en la revista Culturalia de la
ciudad de Barcelona, España.
113
Narrativa
J. R. Spinoza
Becario del PECDA (emisión 23) en la categoría de Jóvenes Creadores por
novela. Finalista en el Primer Concurso Nacional de Poesía Emergente
Antonio Alatorre. Libros publicados: El regreso de los dioses: la batalla de
Folkvangr (Caligrama, 2019). El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus,
2020). Los deseos de Serena (Catarsis Literaria, 2021).
Nancy Alcalá
Es promotora de lectura y escritura creativa desde hace más de ocho años.
Ha trabajado con niñas, niños y adolescentes desde la palabra y lo imaginario,
en Leer es crear y otros espacios. Sueña con que la palabra de niñas y niños
no sea susurro y vaya tomando espacio en estas calles, en esta ciudad, en este
mundo. No ha publicado un poemario, un libro de cuentos o una novela;
pero sueña con poder hacerlo.
David Andaluz
Soy egresado de la licenciatura en Derecho por la Facultad de Derecho de
la UNAM, tengo 25 años.
115
Alejandra R. Montelongo
(Zacatecas, 1993). Psicóloga y licenciada en Letras. Fue una de las 25 gana-
doras del Segundo Concurso Nacional de Cuento de Escritoras Mexicanas,
segundo lugar en el Primer Concurso de Cuento ¡Nos queremos vivas! y
Premio Estatal de la Juventud, Zacatecas, 2021, en la categoría Literatura.
Es autora del libro de cuentos Canto de enredaderas (2021).
Cuitlahuac Mendoza
(Uruapan, Michoacán, 1992). Artista multidisciplinario egresado de la Fa-
cultad Popular de Bellas Artes en la licenciatura en Artes Visuales, donde
se especializó en el área de pintura. Ha participado en talleres de creación
literaria de la Casa de la Cultura de Morelia (De Cara al Caracol) y en
la Facultad de Letras de la UMSNH. Ha publicado en revistas literarias
como Tarde o Temprano, Asteroide Errante y Revista Tempo, y colaborado
en diversas antologías también de literatura. Actualmente forma parte del
taller literario Poeta en su Tinta y se dedica a la docencia.
Sergio Navarro
(Culiacán, Sinaloa, México, 1953). Reside en la ciudad de Pátzcuaro, Mi-
choacán. En 2010 obtiene primer premio, en categoría de cuento, en el
VI Certamen Nacional Dr. Enrique Peña Gutiérrez y, en ese mismo año,
mención honorífica, con publicación de la obra, en el género de cuento
infantil en el VII Premio Nacional Valladolid a las Letras. En 2012 gana en
Michoacán el premio estatal de cuento Xavier Vargas Pardo. Es miembro
del Taller literario María Luisa Puga. Ha publicado en periódicos y revistas.
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Noé Almaguer Zúñiga
Originario de Irapuato. Asiduo participador de los Jueves literarios de La
Pulke, en Morelia, colaborando con la revista digital de estos encuentros ti-
tulada De pulkes y otros versos. Fue publicado uno de sus poemas en la revista
Pienso, de Guadalajara. Aceptado para presentar un cuento en el encuentro
CUELL Tijuana, 2018. Participó en la antología Raíces a una voz 2020 de la
FiliT. Cree en la Universidad Desconocida de Bolaño.
Andrea Aquino
Es profesora de Literatura, egresada del Instituto de Profesores Artigas
en 2002. Trabaja en secundaria en el Liceo Zorrilla de Montevideo y en
Formación Docente, en el Instituto de Profesores Artigas (IPA). Partici-
pó como ponente en congresos nacionales e internacionales en Uruguay,
Chile y Argentina. En febrero de 2020 egresó de la maestría en Literatura
Latinoamericana (Humanidades, UDELAR). Participó como escritora en
los equipos de coordinación y edición del libro colectivo En cuentos con
Rosa / Carmín (Literálika, México). En 2021 publicó la novela Carga viva.
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Silvestre J. Arguelles
Sociólogo por la UNAM (FCPyS). Maestría de Fotografía y Estudios Vi-
suales. Me interesa desarrollar proyectos que vinculen fotografía y literatu-
ra. Cuento “No quiero entrar ahí”, publicado en la antología Raíces a una
voz, de la Feria Intercultural del Libro de Tacámbaro, Michoacán, 2021.
Exposición fotográfica De marchante a marchante. Fotografías de los merca-
dos chilangos, Museo Archivo de la Fotografía, diciembre 2021.
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Raíces a una voz
Antología literaria FiliT 2022,
se terminó de imprimir en el mes de agosto
en los talleres gráficos de
Trescientos ejemplares
dejan constancia del trabajo colectivo
que desde Tacámbaro se realiza en pro de la lectoescritura...