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1
Cabe señalar que la primera nominación de este escrito presentado
en la jornada referenciada fue: “La palabra y lo real”, luego modi-
ficado atendiendo a la escritura en continuidad realizada.
5
Proemio:
2
Dr. Ruth Vallejos.
7
la pasión se arrebata en lo que decir3 no se puede y allí “el
corte”, en lo que se cifra en el nombre; Virginia, historiza-
ción de un decir que muda de la novela al historial clínico
<> y del historial clínico a la novela, en lo que no vela, y
en espera esa lumbre en vela; “la que algo nos dice o algo
nos tendría que decir”.
El psicoanálisis entre la ciencia y el arte, una estética
en devenir, la metáfora en lógica inconsciente, lo que los
poetas románticos nominaban en el hacer del sueño (y de
toda manifestación inconsciente), poesía involuntaria.
Quien se arriesga al ser, se arriesga al lenguaje…
3
J. L. Borges. (1990). Obras Completas. Tomo II (1952 -1972).
Otras Inquisiciones (1952). La muralla y los libros. P.13. “La músi-
ca, los estados de la felicidad, la mitología, las caras trabajadas por
el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos
algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por
decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es,
quizá, el hecho estético”.
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Índice
Proemio............................................................................................................................................ 7
PARTE I
Referencia Clínica............................................................................................................. 11
Referencia al pasaje Imagen: <> Rebús <> Letra,
para pensar una clínica de la escritura.................................................. 20
Referencia a una subjetividad deconstruida en post
de la posmodernidad.................................................................................................... 26
Sin límites, en el límite de la vida las conductas
de riesgo, el desamparo............................................................................................. 32
Marginalidad........................................................................................................................... 38
El Ritual.......................................................................................................................................... 41
El Cutting (corte)................................................................................................................ 44
La semiología del corte.............................................................................................. 46
En ausencia de Metáfora........................................................................................ 48
El hacer psicoanalítico................................................................................................ 50
PARTE II
Clínica de la escritura. Transposición didáctica...................... 51
Lo que en Virginia se cifra..................................................................................... 57
Puntuaciones............................................................................................................................ 63
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PARTE I
Referencia Clínica.
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cho. Al poco tiempo de estar con él, queda embarazada
y cuando Virginia tenía 3 años muere en una pelea en la
calle después de una discusión con otro vecino del barrio.
En condición de viuda ella consigue, a través de la traba-
jadora social (Mónica) del Centro de Atención Primario
de la Salud, un subsidio por parte del Estado.
Actualmente, vive con Virginia en una casa muy po-
bre y pequeña en donde tienen un solo dormitorio con
una cama que comparten. Una casa construida por su se-
gunda pareja en un terreno fiscal, por donde pasa el tren,
cercano a la vía, utilizando esta referencia de ubicación
geográfica al hablar: “vivo en la zona de la vía”. Estar en
la vía es una expresión popular para indicar el desampa-
ro, por lo que su vinculación geográfica pasa a ser una
condición existencial.
Virginia es traída, y después de escuchar a la madre le
pregunto si podría venir al Centro de Salud, (un referente
de la salud comunal) para hablar de lo que le sucede en la
escuela y así poder escucharla; ella asiente con la cabeza,
ya que no habla durante el diálogo con la madre.
El día y horario acordados no asiste, asiste al otro día,
y dice que no pudo venir. Al preguntar si quería compartir
lo que le sucedía, ella responde que “nada”. Hacía calor y
tenía una remera con mangas largas y, luego de un silen-
cio, hace un movimiento dejando a la vista sus marcas de
cortes en los antebrazos.
Al preguntarle por la escuela, hace un gesto de hastío y
señala que “no pasa nada”; luego de un silencio, se le cae
un papel de su carpeta, ya que su “visita” era en horario
escolar, lo que no era causal, (había tenido con la directora
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una entrevista en donde relató que Virginia era una “niña”
muy difícil, ya que no aceptaba las normas y peleaba todo
el tiempo con sus compañeros, indicando que sólo tenía
buena relación con la profesora de letras, por lo que al
entrevistarme con ella me indica que Virginia es muy inte-
ligente y que le gusta escribir canciones, un tema que ella
trabajó con el grupo a partir de la música que escuchan,
proponiéndoles inventar letras de canciones).
Al señalarme la “caída del papel”, no se sorprende y
hace un bollo arrojándolo a la basura.
Le pregunto si quiere hablar de algún tema en especial
y dice que no, que tiene que irse; le digo que le doy otro
día y horario, por si tiene tiempo para pasar, pero no res-
ponde y se va.
Virginia llega tarde a su horario otorgado, había re-
cuperado su papel de la basura y leído trozos de letras de
una canción en donde en su estribillo decía: “Nada pasa,
nada dura, todo se cortará”.
Ante su silencio, le expresé que tenía el papel que se le
había caído y que me pareció interesante ese estribillo, y
se lo leí (lo que se repite); se sorprendió y respondió que
era sólo un ejercicio que hacían con ‘la de letras’ (‘la de
letras’ iba tomando valor, así como el poder dar signifi-
cación a un hacer en las letras - entre letras - ese objeto
arrojado a la basura, un lugar existencial – entre las vías).
Virginia me dice que a la de ‘la de letras’ le gusta que
inventen canciones; le pregunto que si a ella también, (y
se ríe como quien comparte una complicidad), ¿y si pode-
mos hacer algo con eso de la basura? (una expresión con
una significación especial porque muchos en la comuni-
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dad viven de lo que recogen de la basura), recorriendo
las calles a pie (antes en carros) de la ciudad. Se queda
en silencio con una mirada inquisitiva, indagando. Estos
momentos de silencio e indagación son instantes de una
certidumbre anticipada (en sólo instantes tiene que ver
y concluir), ya que debe advertir muy rápidamente ante
quién y con quién está, lo cual es del orden de la sobre-
vivencia en su contexto, porque el otro (un semejante en
rivalidad) generalmente se presenta como amenazante y,
a la vez, engañador.
Luego me pregunta: ¿Cómo? (su primera demanda);
le propongo un juego con la escritura de su estribillo, el
que tres veces se repite igual: “Nada pasa, nada dura,
todo se cortará”. La propuesta es ir modificando el estri-
billo, dejar una parte y cambiar otra. Responde que eso
no se puede hacer, porque los estribillos de las canciones
se repiten siempre igual. Le expreso que es un juego, y le
señalo que en su canción el estribillo “al nombrar crea
una realidad” (sin decir directamente que es su realidad),
y que podemos crear otras realidades posibles con un jue-
go de letras. (Aquí sitio el inicio del trabajo sobre la Letra
y lo Real). Me responde que eso no se puede hacer y se
retira enojada, como si yo no entendiera su realidad. An-
tes de retirarse le expresé que la esperaba en horario de
escuela (siendo para ella una posible excusa de salida de
la escuela con permiso), o en el horario en que pueda ve-
nir, y le señalo que si estoy ocupado me tiene que esperar
(una primera línea de marco referencial en el trabajo); no
responde y se retira.
Después de una semana, retorna al mediodía antes de
su ingreso escolar (turno tarde). Al despedir al último pa-
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ciente, la veo sentada en el banco de espera y la invito a
pasar.
Luego de un momento de silencio, me dice que tuvo
una pelea con su madre y que ella la quiere echar de la
casa, y en un gesto se levanta la manga de su remera y
muestra como en descuido su nuevo corte, que hasta el
momento no había palabra para esto, y al verlo le expreso
de manera interrogativa: ¿Te cortaste?, se hace un silencio
y luego un llanto deja deslizar un sí.
Le pregunto si me quiere decir lo que le está pasando;
se hace un nuevo silencio, y dice: “desde que empecé a
sangrar me corto”. Le pregunto si siente algún temor y
responde: “Es mi madre, tiene miedo de que haga como
ella y quede embarazada”; luego agrega que no quiere
estar con ningún chico, que está bien sola.
Se hace un silencio y saca un papel diciéndome que
escribió otra canción, pero con otro estribillo, y agrega:
“es una porquería”; hace un silencio y dice: “yo no hago
nada bien”, y lo hace un bollo y lo tira. Sin esperar se le-
vanta y con voz tenue me dice que se le hace tarde para su
ingreso a la escuela. Le abro la puerta y le digo: “Espero
por otra canción”.
La próxima semana llega al mismo horario, el que
se estableció, (antes del ingreso a la escuela); algo de la
transferencia estaba ligado a la directora y a ‘la de letras’
como le decía. Esta singularidad de lo terapéutico en un
espacio público es importante señalarla, porque la instan-
cia de abordaje cambia de marco y campo de interven-
ción, por lo que la transferencia no es al modo de con-
sultorio privado (destacando que estoy refiriendo a una
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estructura neurótica). La escuela, en sus referentes, la con-
tienen en lo que es de posible (así como pueden ser otros
espacios de referencia institucional). El campo del hacer
de un psicoanalista se abre a un diálogo psicoterapéutico
en interdisciplinaridad y de apertura a líneas de acción
posibles para intervenir, y allí es importante pensar los
recursos que da la episteme de una lógica rizomática, los
que son muy útiles, también en términos institucionales
los postulados de Fernando Ulloa acerca de la terceridad
simbólica para evitar “encerronas trágicas”.
En la semana posterior a la del corte, Virginia trae
una canción en donde su estribillo dice: “No te soporto
más perro, te voy a matar”; le pregunto con qué música
cantaría la letra de la canción y nombra su conjunto pre-
ferido … Le pregunto si canta sus canciones, y contesta
que con una de sus amigas se reúnen a fumar unos porros
(cannabis) y a tomar birra (cerveza); le pido que cante
la letra y se sonríe, pero esta vez deja la canción sobre el
escritorio y con una mirada interrogativa se va.
La siguiente semana, Virginia quiere entonar su can-
ción y me dice: “Usted es como ‘la de letras’”, le pregunto
por qué y me responde: “Porque le gustan las letras”. Me
sonrío y le confirmo mi interés por las letras. Y en tono
de humor repite una frase que le había dicho: “Las letras
pueden crear mundos”.
Ese puente que caminar en letras, un pasaje de lo real
a lo simbólico, a través de estribillos existenciales que, si
bien Virginia no aceptó jugar a modificarlos, sí fue escri-
biendo diferentes estribillos en diferentes canciones para
cantar con su amiga, en una escena acompañada y en la
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necesidad de fumar (cannabis) y tomar birra (cerveza), o
sea un Ritual que va otorgando un registro diferente al
del corte y la sangre derramada (que remitían a la muerte
de su padre, el que en ningún momento fue nominado),
pues sus letras remiten al dolor, pero ese nudo dramático
no se torna “aún” trágico en la acción, y esa suspensión
genera un suspendo por continuar… en la próxima can-
ción… en el filo de las letras.
Es un hilar de un tejido existencial, el que intenta anu-
darse al lazo social. La Letra cifra la posibilidad de un sín-
toma en tanto un decir otro y no del Otro en su cuerpo;
la búsqueda simbólica en sostén anatómico, haciendo que
los trazos (marcas) muden a consonantes y a notas musi-
cales y, a la vez, un número que condensa una historia: “la
de la madre embarazada a los 14 años”, y ese progenitor
que no llega a ser padre (progenitor de Aníbal, siempre
nombrado como el hijo de su madre al “padecer”, y sin fi-
liación con ella) y, al igual que su padre (sin nominación),
que no acompaña su crecimiento (queda el rasgo del al-
cohol y le queda esa marca de que muere peleando en la
calle ensangrentado) y del cual no hace mención. Y en ella
una pelea en sangre, fertilidad entre la vida y la muerte.
Su realidad está rodeada de mujeres y, ante la ame-
naza de eso “salvaje” que irrumpe desde el exterior (el
hijo de su madre, Aníbal), la necesidad de refugio en otra
mujer, su tía, la que prende velas a su virginidad como di-
vina solicitud para que la historia no se repita de la misma
manera.
Virginia comienza a los 12 años a intentar cortar esa
historia materna para no llegar a los 14 años y realizarla,
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ya que en derredor de ella gira una demanda Real en rea-
lidad, confirmada por la realidad externa que la invade.
Virginia, en su desamparo, tiene que dar respuesta a la
Sexualidad y a la Muerte.
Los estribillos pasaron a ser la Letra en la que cifraba
su dolor, eso que se repetía (ahora en las letras de diferen-
te manera); lo significativo en significación es que durante
este ‘período’ no hubo cortes en sangre a derramar.
Luego de varias sesiones, Virginia me dice: “Vio que
le dije que me había peleado con mi vieja”, le respondo:
sí, pero no me dijiste el motivo, y contesta: “se lo escribí
en una canción”, y pregunto: ¿En un estribillo?, y respon-
de: Sí.
Virginia había advertido que sus escritos eran guarda-
dos en una carpeta en mi escritorio, y me señala el cajón
diciendo: “Fíjese”. Saco la carpeta y distribuyo sobre la
mesa sus hojas y me señala la que tiene el estribillo: “No
te soporto más perro, te voy a matar”; le doy su canción
y la lee con furia, y dice que lo escribió por el otro hijo
de su madre (Aníbal), quien es un desgraciado, y a con-
tinuación dice que se irá a vivir con una tía, que ya hizo
los arreglos con Mónica (la trabajadora social del Centro
de Salud).
Le pregunto por Aníbal y hace silencio, luego dice:
“Con mi tía estaré tranquila, ella es como una madre para
mí”, y agrega que le dará una pieza y una cama. Pregunto
por su madre y responde: “Mi madre está de acuerdo”;
le pregunto el motivo por el que se quiere ir de su casa, y
responde: “Porque Aníbal retornó a la casa y los dos en
casa no podemos vivir”. Y luego señala al pasar que su tía
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es muy devota de la Virgen, y le prende velas y esas cosas,
para que le cumpla los deseos. Antes de irse, dice que a
su tía le gustan sus canciones, y que la deja cantar en su
casa, a diferencia de su madre que le empezaba a gritar al
escucharla.
Virginia prende una vela en sus letras y así abre una
posibilidad para sus deseos en realización; comenzó a
participar en el grupo del “barrio”, en el que en ritual se
reúnen a cantar y bailar. Ella logró un reconocimiento al
poder darle cause a ese dolor, ahora compartido (canta
con otros), dolor que ahora sangra en sus letras.
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Referencia al pasaje: Imagen <> Rebús <> Letra,
para pensar una clínica de la escritura.
4
Ferrero Antonio. (2022). La clínica psicoanalítica en la lógica del
vacío <> El hacer del ensayo psicoanalítico. Laborde Editor. Rosa-
rio. Argentina.
Ferrero Antonio. (2022). Vinculación entre Episteme <> Método
<> Escritura, en la Clínica Psicoanalítica. Laborde Editor. Rosario.
Argentina.
Ferrero Antonio (2022). El interrogante sobre la femineidad <>
metáfora, desde una clínica <> escritural psicoanalítica. Laborde
Editor. Rosario. Argentina.
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frado aún y que puede ser favorecido en su posibilidad de
interpretación si se le ofrece la oportunidad de este pasaje
en pasión de la imagen a rebús y de éste a letra. De esta
manera, la filogénesis se actualiza en la ontogénesis y se
da a ver en la singularidad subjetiva.
Este decir popular: “La letra con sangre entra”, muda
a lo que en sangre sale y no tiene Letra, instancia que hace
analogía (y no metáfora) en el corte. En Virginia hay una
subjetividad en precariedad, en corte que no hace divi-
sión, una operatoria en amor y deseo que está en falta y
que, por lo tanto, no instaura la falta, deseo suspendido
en realización; está “privada” en lo que no tiene y soste-
nida en la precariedad, vulnerable, en riesgo, amenazada
en su integridad. Virginia sostenida en lo que se cifra en
virginidad (ella tiene 12 años y eso familiar ominoso en lo
que se repite - lo que la espera en su madre - la que queda
embarazada a los 14 años).
Pictograma: En el pictograma esa doble implicación
entre la imagen y el rebús, en donde tenemos un dibujo
que expresa literalidad, en Virginia una línea dibujada en
su cuerpo cortando su carne y abriendo una herida, la
que también remite a un lugar existencial: “vive entre las
vías”, allí donde el tren de la vida parece no pasar, esa
línea de la vida en un destino funesto por acontecer, y el
deslizar de la literalidad del dibujo a las palabras que ya
no son un signo , ni son paralelas existenciales (el devenir
en madre cifrado a la edad de 14 años).
Retomando la imagen del alfarero, la escritura en
contorno, vacío y continente, piso en paredes sin techo
que dan forma a su contenido desde lo que lo rodea, y la
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figura del tejido en el telar de esa palabra que se anuda en
el viento; nudo de emoción que la mociona el placer y el
silencio de una palabra, lo que se desliza a un más allá,
entre pausas y puntuaciones de ahogos.
¿Qué hacer con ese real que Aun (en goce) no tiene
mordaza (no hace síntoma) y en desesperación está abier-
to, herido, en sangre? Impulso a “cortar” por lo sano.
¿Cómo intervenir para ofrecer un advenir en Salud
Psíquica? Ese decir de Freud como la capacidad de amar,
trabajar y obtener placer.
Y ese primer estribillo de Virginia arrojado en papel
como resto: “Nada pasa, nada dura, todo se cortará”. Y
en lo que cae esa letter-letra-carta/litter, basura y lecho.
¿Qué destino tiene esa carta, la que sin remitente pa-
rece ser la de todo aquel que vulnerable está? Y ese Otro
que “nada” quiere de mí.
La vida en un hilo, un hilo de vida que se anuncia
en demanda de amor, y el pedido de una palabra que no
porte el filo del desamor.
Y el ser en la letra y la letra en el ser para que “algo
acontezca, que dure y no se corte” y no quede en posi-
ción de resto (objeto a) o de basura. Pulsión en marca que
cifra el goce y la Letra y su posición de portal (entre) el
significante y el goce. Transacción en una vida que busca
su sostén en esas letras que caen y, a la vez, le quedan en
pesar, el de un pensamiento sin coraza de latidos en co-
razón que “laten un palpitar” (referenciando una canción
popular) de existir.
Esas marcas que son las huellas en la arena de una
historia, las que cada noche se disuelven en la marea del
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sueño, se borran para al mismo tiempo renacer; pizarra
mágica de ese Block maravilloso que es la metáfora en
suspiro de pulsión.
Metáfora, la que en un principio en Virginia no se lo-
gra, porque en la carencia presentifica la ausencia, vacío
sin la construcción de la letra5 o de la imagen en letra, su
letra: nada…nada… nada que hace un todo, lo que no
habilita a la sustitución y la traslación en transposición.
Es necesario ofrecer un más allá del sentido, ofrecien-
do la pregunta en interrogación. Ser en la letra y la letra
en ser, es lo que se juega.
Ser el sostén del drama, pero no en continuidad y con-
tigüidad con la tragedia.
La letra6 puede recuperar un hacer lúdico, allí en don-
5
Autores varios (2005). Contexto en psicoanálisis. La Escritura.
Editorial Lazos. Bs. As. P. 26. “La escritura en el modo privilegiado
en que el significante se anuda al cuerpo real: la escritura de una
letra en su superficie (…) La letra tiene funcionamiento de bisagra:
por un lado, merced a su valor combinatorio, se abre a la cadena
significante y sus concatenaciones, se somete a la Ley significante
como apertura al sentido y al discurso. Por otro, cifra un goce,
marca lo real del cuerpo y realiza una transcripción del goce hacia
el símbolo.”
6
Ídem. P. 38 “…la concepción misma del sujeto en Lacan va a modi-
ficarse a partir del tema de la escritura: será redefinido como ‘quien
borra sus marcas’, quien ‘reemplaza sus trazos por su firma’ (…)
La Letra y la repetición se relacionan con una historización posible
para un encuentro originario: el del Otro y el cuerpo viviente. Des-
de entonces, la articulación del amor, el goce y el deseo ‘se relaciona
con algo memorable, por haber sido memorizado’. Alimenta una
vitalidad que, aunque sueña el reencuentro, no claudica por sus fra-
casos: inscripciones que invitan a ser recorridas una y otra vez. Su
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de en ritual de porro (cannabis) y birra (cerveza) canta
una ausencia, letras que transmutan en lágrimas, cuyas
consonantes ya no son el filo que hacen sangrar a la vocal
que muda en goce; silencio de oscuridad en un continente
sin contenido ni significación, allí donde la letra no aloja
el ser ahí de “esta niña” (decía la directora de la escuela),
allí donde las letras que un nombre forman (constituyen
en significante a Virginia) no la arroparon en amor y de-
seo de vida.
El espacio (vacío) a transitar tiene los tiempos mu-
sicales en sus notas y, en ellas, tonos y modulaciones. El
escribiente ejecutante debe saberse parte y en parte (falta)
en relación al instrumento que ejecuta, ya que éste puede
transmutar en un lienzo, y allí el espacio es en el color a
ofrecer y sus tonos son la sombra en calidez o frialdad de
lo que se dibuja en una letra y, en ella, el lazo que articu-
la la tensión con quien dialoga. Escritura en palabra por
decir, esa presencia que se crea desde la ausencia y que,
desde sus contornos, contornea una demanda de amor.
Tensar la cuerda de una letra ante el vacío en donde
la sombra de un fantasma cubre con su velo la huella que
seguir. La verdad del inconsciente en su determinación ge-
nera la sobredeterminación, deseo suspendido en el vacío
en ser. Si el inconsciente es del campo de lo no realizado,
lo que espera sufre y si no tiene voz en pulsión, no tiene
letra.
Virginia da a ver, y en descuido muestra sus marcas,
interrogando un enigma (su enigma), el de la ausencia sin
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nombrar, el de un suspiro que teme ser expiración, el de
un avanzar que logra por un instante detenerse antes del
empuje a abismarse. Ante este desamparo la posibilidad
de poner una letra a cantar (saberse la letra de una can-
ción creada por ella) y danzar ante ese deseo en amor a la
intemperie.
La escritura demanda un acto de amor en deseo de
realización. La construcción en psicoanálisis es una escri-
tura “de lo no realizado”, de lo abierto y, por lo tanto, de
tanto en tanto (tantear, en tanto sopesar el peso de las le-
tras y vadear con ellas el río de Leteo) hay que retornar en
reescritura, sostenido por el movimiento de una conjetura
que se desliza; barca de letras en narración, donde el nave-
gante está solo y en soledad de escritura, desde lo singular
(primera persona del singular) hacia la singularidad por
abordar (desde sus bordes, y allí, una interpretación bien
puede ser un borde posible).
Virginia suspira ante esa tía que es “como una ma-
dre”, la que le da la posibilidad de una pieza y una cama
propia, la que la apropia de su ser ahí al escuchar sus
canciones, la que le prende vela a la Virgen y vela por un
amor que es una llama que se sostiene encendida ante la
tormenta pulsional de Virginia, niña en pubertad que se
desliza en el tobogán de doble movimiento de la fertili-
dad.
Quedan abiertos al inconsciente del lector los signifi-
cantes no trabajados en la referencia clínica, y también en
consideración al atento analista que busque en indicios
las huellas significantes que letras no tienen.
25
Referencia a una subjetividad deconstruida en
post de la posmodernidad.
26
Construcción de una realidad en imagen que arroja
al sujeto a un delirio compartido, el que puede hacer que
la anatomía sea modificada, intervenida, cortada, restau-
rada… y un Otro de la ciencia en ideología de mercado
que garantiza que esto no tiene consecuencias en la sub-
jetividad.
La subjetividad ya no es de discurso, es en la imagen,
de allí la nominación de “nativo digital”, lo que se cifra
en ese nacimiento a lo digital; marca de generación que
codifica en clave de ingreso (el que no llega a ser un signi-
ficante) un destino.
Y ya no se puede vestir la letra porque la propia ima-
gen ya no es un velo necesario ante la verdad, es la verdad
en su mismidad; lo ominoso que en pantalla da a ver lo
siniestro que mirar no se puede.
Tiempos de una cultura empobrecida de recursos sim-
bólicos, la que refleja construcciones psíquicas debilitadas
y en dificultad de ofrecer significantes mediadores para
tramitar la exigencia pulsional.
Tesoro significante que ya no está, en tanto la me-
táfora se ausenta del uso cotidiano del lenguaje o en su
expresión de lazo social, así como en las letras musicales,
las que recortan una zona erógena en finalidad de objeto,
teleología de un devenir sin sacralidad, inmanencia en el
cotidiano olvido de sí.
La metamorfosis de la pubertad no es la de Alicia en
el país de las maravillas; el conejo no tiene tiempo y la
madre perdió su corazón en ese escenario de un padre
ausente, y no hay lenguaje que en nombre propio habilite
un espacio por apropiar, allí en donde la letra no espera
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un advenir y el espacio no es una huella simbólica sino un
corte en el cuerpo, dolor mudado a grito existencial.
Al decir griego, la hybris, en tanto desmesura, es el
rasgo de una existencia que liga al sujeto que adolece a lo
real de una existencia que por momentos se torna impo-
sible de transitar.
La falta es un real que interpela, pues eso que no es-
tuvo debe “inventarse en lo real”; falta la palabra que
acote a ese goce mortífero que, al morder en la ausencia
(de lo que no pudo constituirse), devora un pedazo de
vida. Pero eso que se demanda tampoco se puede tomar,
y el laberinto pulsional es causa de otra demanda, es un
movimiento de metonimia incesante que discurre en un
deslizar existencial por objetos <> sujetos, sin sustitución,
y allí el riesgo de la precariedad emocional y la promis-
cuidad relacional.
Aquello que no se puede sostener en el tiempo hace
del tiempo un azar en lo impredecible del movimiento
pulsional en cuanto objeto a consumir. Es esa extrañeza
de sí que demanda lo que no hay, anhelo en ser de lo que
no hubo y de “ello” queda el ¡ay! como dolor, no como
interrogante.
Y en ese acto compulsivo y absoluto, una idea tan
rígida como la piedra (de Sísifo) que cubre la tumba de
un existir.
Sujeto en urgencia ante la demanda de una pulsión
que ordena el existir en acto de realización, sin media-
ción simbólica por realizar; descarga en inmediatez cor-
poral de satisfacción, la que dé alivio a un más allá del
dolor.
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Anatomía en desmesura sin cuerpo que lo contenga
(excitación psicomotriz sin constitución psíquica que re-
ferenciar), allí donde el velo no vistió la anatomía, y sin
esa operación imaginaria necesaria para el pasaje a lo
simbólico, hay algo de la subjetividad que no se realizó, y
entonces cabe el vacío hacia un real que es un agujero que
todo se lo devora.
Agujerear el cuerpo para respirar y aliviar esa angus-
tia que no tiene posibilidad de ser tristeza.
Para los adolescentes alfabetizados, el espacio de la
clínica de la escritura es la posibilidad de encontrar en la
letra ese borde diferente al filo de la navaja sobre la mu-
ñeca a cortar.
La escritura es el lugar donde habitar en lo que hay
de texto por construir en cuanto a ese tejido social des-
garrado, al que no se puede sujetar, sólo hilos sueltos (hi-
lachas – estar hecho hilacha) en los cuales colgar el peso
del cuerpo.
Cabe ofrecer la escritura como la posibilidad lúdica
de un goce en letra compartido; en tejido que anuda un
historial de vida, parar, poner límite a lo pulsional, para
reparar el tejido social desgarrado de sus lazos, existen-
cias en hilachas que no se anudan en lo cultural.
Para los no alfabetizados, la posibilidad del dibujo y
del movimiento en el cuerpo buscando la gracia de una
estética del placer, en el anhelo del abrazo de un querer
por encontrar.
Y allí la ecuación simbólica no deja afuera la música
como posibilidad de mudar la letra a nota musical, aun-
que se trate de tocar de oído y, en el canto, una invocación
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de vocales y consonantes que armonicen en tonos modu-
lados de un querer, de un querer en letras decir.
Para producir una ecuación simbólica entre letra <>
nota musical <> número (tomada del alfabeto hebreo)
que es un ordenador en donde buscar, es necesario llegar
a la letra y por eso mencioné la historización de la huma-
nidad, para señalar que ese logro ahora está en retroceso
(hacia el Pictograma), y luego señalé la instancia terapéu-
tica de la música en su canto o instrumentación y el efecto
del movimiento en el cuerpo, haciendo danzar la pulsión
en éste desde el contorneo de sus bordes erógenos.
Cabe dar lugar al número y resignificar la nominación
de nativos digitales (lo que se cifra en este decir), esa es-
cena que en su virtualidad es la configuración de números
en movimiento, debiendo encontrar el sujeto la forma de
ligarse en doble implicación a la letra.
Un interrogante es acerca de lo que crea una cultura
en el advenir del “nativo digital”, el que al crecer toma
distancia de la generación que no se habilita en lo digital,
pero que fue quien le transmitió la cultura y que ahora
queda por fuera de la posibilidad digital y del uni/verso
de información cultural.
El nacido digital se amamanta de la imagen, y crece
en un vínculo sostenido en un tiempo y espacio con la
imagen (virtualidad de otro /Otro). El adulto que debe
acompañarlo cede su función a la tecnología disponible
para que se entretenga, y se sostenga en un ver sin mirada,
en pulsión que lo libidinice en amor. Crecerá en cuna y le-
cho digital compartiendo tiempo y espacio en red digital,
y los vínculos serán de conectividad ligada a la señal de
30
conexión, atendiendo a los nuevos formatos que ofrece el
mercado, los que se tornan indispensables para él, porque
ese “objeto” porta su subjetividad, en amparo el “desam-
paro” de la imagen. Un fenómeno éste poco teorizado,
dificultad de un decir acerca de las nuevas subjetividades.
31
Sin límites, en el límite de la vida las conductas de
riesgo, el desamparo.
32
to), saber acerca de lo que saben las cosas, el gusto por
vivir degustando la existencia y, en el gusto, el tacto en la
escritura de una letra a enlazar en la cadena existencial.
Retorno a un tiempo onírico, dibujo de una existen-
cia, para contornar esa pesadilla existencial que no tiene
márgenes y todo lo invade.
No sólo hay una falla en la función Paterna, también
hay un desmadre, que en conjunción producen un desva-
río en azar existencial.
Desamparo por la falta de amparo de un Estado que
genere estado de subjetividad en condiciones existenciales
dignas; en fracaso esa función materna y paterna de un
Otro en lo social, la precariedad subjetiva se torna vulne-
rabilidad en tanto que la agresión primera es el abandono.
Aquel que representa un poder otorgado, suele atender
sólo a sus propios intereses, no obstante, no abandona la
mascarada del bien común.
Los progenitores de los infantes y adolescentes en ries-
go son un riesgo para quienes deberían acompañar en la
existencia, a la vez que un riesgo para sí mismos. El cua-
dro de referencia implica consumo problemático, situa-
ción carcelaria, problemas psíquicos, circuitos delictivos,
situación de calle, muchos progenitores ausentes teniendo
familias ensambladas, condiciones de viviendas precarias
en donde se comparten espacios de convivencias e intimi-
dad, madre o padre fallecido, cuya falta de linaje identi-
tario genera esa falta de filiación, provocando la produc-
ción de un desamparo psíquico. Los lazos vinculares son
frágiles ante la ausencia de amor y deseo de existencia en
la concepción del otro; no hay respuesta a la demanda de
33
amor del infante que recibe el biberón con leche fría, esa
calidez propia del cuerpo abandonada al alimento que no
se puede digerir, creciendo con progenitores distantes y, a
la vez, de una proximidad amenazante. Sí hay una cruel-
dad en la ausencia, en la falta de arropamiento, de cobijo,
de alojar en el querer y acompañar, y de hacer posible el
sostén de la vida.
El vacío ante el abandono de la crianza hace que el
que empieza a caminar, si se cae, debe por sus medios
encontrar cómo levantarse y sostenerse y, ante la ausencia
de un abrazo para el sostén, a veces se desespera en gritos
de desesperación, lo que genera un modo particular de
transferencia, por lo que es necesario estar advertido al
trabajar en este campo, pues no es cualquier intervención
la que debe realizar un profesional psicoanalista ante es-
tas modalidades de contexto y de constituciones subjeti-
vas.
En este punto del desarrollo temático, debo recono-
cer el esfuerzo realizado por colegas psicoanalistas que
forman equipos de trabajos con acompañantes terapéu-
ticos, trabajadores sociales, antropólogos sociales y otros
profesionales competentes en la problemática tratada, los
que dedican su tiempo y esfuerzo al trabajo de aliviar y
acompañar (como referencia del hacer psicoanalítico, al
decir del maestro francés, hacer que produce un efecto de
curar) adolescentes alojados en centros residenciales por
estar bajo el sistema de protección del Estado. Y también
abordan la problemática desde casos singulares derivados
desde diferentes instituciones educativas de nivel secun-
dario.
34
Allí donde no hay historización (sólo deconstruc-
ción), ni novela familiar construida (sólo fragmentos de
episodios existenciales) que hagan de marco a la filiación,
aparece el grito emitido al nacer, que no cesa en su eco, en
demanda de amor.
Su habitar es la pérdida constante, desde un sujeto no
habitado por la falta sino por la carencia, presencia de
una operación psíquica que no se realizó en lo simbólico
y que demanda un corte.
Vivencia de un transcurrir diurno en ausencia de ela-
boración psíquica, la que no se puede realizar porque la
angustia, al no tener palabra que la tramite, no puede mu-
dar en tristeza.
¿Cómo ponen palabras los infantes que transmutan
en adolecer a lo que no pueden nombrar? lo innominado
de una existencia que no hace presencia en representación
corporal; la Psique muda a esa sombra en derrotero, allí
donde los significantes que interpelarán su subjetividad:
sexualidad <> muerte <> vida, se agitan en órganos que no
conocen el silencio de la salud y, a la vez, para calmarlos
del grito del hambre del afecto, el sujeto se corta para dar-
le de beber de su propia sangre a esas letras que no existen
o, en ciertos casos, le da de beber la sangre del semejante,
en una especularidad violenta que no conoce el límite.
La Psique no es la sombra del propio cuerpo, sino
que se figura en un doble con entidad propia y, de esta
operatoria, cuentan los mitos y la literatura universal. Y
desde allí podemos entender esa identificación en lo real
que se produce en grupos de adolescentes internados que,
al cortarse uno, se cortan los otros también.
35
En Narciso7 encontramos su reflejo materializado en
el reflejo del agua (espejo de agua) al que quiere abrazar
y, en el intento, se ahoga en él, a la vez en voz lo que no
puede articularse en palabra, en la ninfa Eco.
Retomando los detalles, se miró en ese espejo de agua
a mitad de un bosque, buscando beber porque los dioses
le infundieron sed (como castigo) al escuchar el clamor de
la sangre derramada del enamorado al que él envió una
espada en respuesta a su demanda de amor y, entendiendo
el mensaje, se suicidó.
Ese amor que no puede articular palabra para deman-
dar, y la advertencia del Oráculo de que puede llegar a viejo
si no se conoce a sí mismo (un amor que si no hace lazo
social retorna en pulsión de muerte), un detalle que nos
conduce al abrazo de Anteros (desamor) en su alado deve-
nir, el que se agita sobre sus pasos, así como la desgracia
- Ate (ruina, insensatez, engaño), la que agita sus alas sobre
su cabeza. Y, si levanta su rostro cuando la luz del día cae,
en el horizonte puede divisar a Thanatos en espera.
En este pequeño fragmento se cifra un mito en estruc-
7
Un detalle que no es menor, en diferentes versiones del mito de
Narciso, este tiene una hermana gemela. Y la metáfora construida
de la sustitución en transposición señala que Narciso al ver (en un
ojo de agua) reflejada la imagen de su hermana gemela se enamora
de ella y trata de abrazarla y se ahoga (imagen de agua, espejo de
agua… reflejo de la ausencia.). Quizás un indicio para pensar esta
insistencia de Freud en la bisexualidad originaria de todo sujeto, y
el detalle del maestro francés al advertir del riesgo de perderse en
la imagen (y lo que de la subjetividad se abrocha entre lo real <>
imaginario), así como en la construcción del objeto a, eso causa y
encausa al deseo, podríamos decir que generoso es el mito en cifra
metafórica. Dejo en letras huellas para indagar.
36
tura de metáfora, por lo que jugar con los mitos nos per-
mite recordar el hacer de la Parresía, ese decir en verdad,
tan olvidado en tiempos actuales de retórica y adulación.
Trabajo el de generar un ritual que acompañe en sig-
nificación y sentido generando esa historización que ense-
ña en la acción de un acto, el que tiene valor de sacralidad
en la referencia a un Otro Primordial, el que cuida, pro-
tege y acompaña.
¿A qué rituales se ligan los sujetos de determinados
contextos de vulnerabilidad?
La vulnerabilidad de lo simbólico hace que se invierta
el acontecer en transmisión cultural, ya que el ritual pone
en acción y actualiza al mito. Hay primero una “historia
ejemplar”, al decir de Mircea Eliade, y el rito, sin necesi-
dad de tener en palabra esa historia que narrar, pone a sus
significantes a trabajar, haciendo participar al sujeto de la
existencia de una comunidad, pero, en tiempos salvajes,
de furia especular, el proceso es inverso, se hace un ritual
sin simbolización, por lo que en el trabajo terapéutico
hay que ir desde ese ritual, como acto en lo real, hacia la
simbolización, para que otorgue significación a su hacer
el sujeto. Y así pasar de lo singular a lo social, pudiendo
enlazar esa simbolización al grupo de pertenencia de los
que adolecen en soledad.
37
Marginalidad.
38
Los que portaban el emblema en transmisión para fa-
vorecer estos dos pilares del pasaje del complejo de Edipo:
identificación en privilegio de lo simbólico (en donde los
primeros lazos afectivos hacen al tejido en subjetividad)
y elección de objeto, son referentes que están en decons-
trucción y su función a la deriva, y el hacer, en la causali-
dad de quien la sostenga.
Al caer las referencias de adultos ejemplares, queda
la mirada horizontal de la relación entre pares, y hay un
surgimiento de grupos que retornan a escenas tribales en
donde es difícil la mediación amorosa del vínculo, dándo-
se en su lugar, la acción violenta del dominio y el someti-
miento (desde las diferentes figuras del mal-trato).
Nuevas configuraciones sociales surgen como efecto
de la imposibilidad de sostener la metáfora del nombre
del Padre; surgen en metonimia y allí, en donde lo simbó-
lico retrocede, lo real se anuda a lo imaginario que avanza
y no cesa de avanzar.
La pulsión posmoderna no espera, quiere la satisfac-
ción inmediata, porque todo es posible en la multiplici-
dad de la oferta, y bien sabemos que el amor no cesa en
demandar, pero es un amor loco en la loca pasión de go-
zar sin límites. Esta puerta a lo ilimitado nos habilita a
pensar otras teorizaciones en relación a lo que Aun espera
desde ese Otro goce…
Flexibilidad de un porvenir que se torna incertidum-
bre sin más realidad psíquica que la imagen en su doblez.
Y de esas tres posibilidades de salud Psíquica, al decir
freudiano: capacidad de amar, trabajar y obtener placer,
¿Qué hay de ellas? Quedan desalojados muchos sujetos
39
ante la exigencia de un goce que reclama carne y sangre,
por lo que cortar con él implica el tajo en la anatomía
para airear ese cuerpo colmado que se aleja del movi-
miento del lazo social.
Banquete que ya no remite a indagar sobre “El vacío
y llenado erótico de los cuerpos”, porque vacío no hay y,
en su lugar, carencia, y ante el agujero, el llenado es del
orden de lo imposible, pero la emergencia terapéutica de-
manda que algo de eso imposible se torne posibilidad. Y
esto nos hace recordar que el psicoanálisis es la ciencia de
un arte en devenir, el que cada psicoanalista tendrá que
hacer advenir.
40
El Ritual.
41
un sujeto en clave, anclado en ese reflejo existencial que J.
P. Sartre llamó la náusea, paradoja en donde lo imagina-
rio desaloja a lo simbólico ante una promesa del encuen-
tro con una totalidad vacía (El Ser y la Nada). El deseo
sin anclaje en el amor y el amor sin deseo, escena sartrea-
na de la “pasión inútil”, como para recordar el malestar
estructural en el sujeto.
La pulsión que mediada en la represión (en tiempos
actuales) tiene por privilegio el destino de la transforma-
ción en lo contrario, es una pasión de ser en el desco-
nocimiento, la que se liga al odio (pulsión de muerte) o
el destino de la vuelta sobre sí mismo (narcisismo en la
exacerbación de sus tres movimientos - autoerotismo <>
narcisismo primario <> narcisismo secundario). Y la su-
blimación queda desalojada como destino, muy pocos la
pueden tomar, porque es un viaje que implica la fatiga del
caminar hacia una cuesta que alcanzar.
Constitución en la fragilidad de un sí mismo como
rasgo narcisista de época, en donde el sujeto se aloja y es
alojado en el objeto digital, fetiche (en diferentes forma-
tos) que ofrece saber y la promesa de un goce en imagen,
el que es inimaginable. Su partenaire es su propia imagen
(animismo mágico que consulta al espejo), es su sombra
iluminada (agalma de un espejo digital), y en este fenóme-
no otra vez retornamos al tema tan tratado por la litera-
tura universal en la figura del doble.
En el dominio de la literalidad no hay letra con valor
significante (el signo del pictograma), sino reflejo de la
imagen de la letra; no hay posibilidad de que el objeto
se sustituya en un deslizar, el que pide un vacío para la
42
sustitución en transposición. La imagen hace de calcoma-
nía, por lo que no hay traslación a un “más allá”, sólo el
poder de la lógica binaria y de lo binario del poder, lo que
al ser (dasein) lleva a una cosificación de sí, en los sujetos
que se reflejan sin identidad su identidad.
Adolecentes buscando ser alojados en su dasein, en
un ser ahí a través de los aparatos ideológicos del Estado
(ideología que al dar aliena y lo pide todo); hijos e hijas
del consumo, para acrecentar al poder en su creciente de-
manda de capital.
Extranjeridad de sí en la alienación, la de un mandato
que el goce no cesa de demandar. Realizo estas referencias
al modo de elipsis para pensar el impulso que la sociedad
genera en los adolescentes hacia las adicciones, y genero-
sa es la diversidad en su acontecer.
Epimeleia la del maestro Foucault en tiempos de
post-pandemia o la pandemia que produce la ausencia de
lo simbólico; hermenéutica de un sujeto descuidado o un
cuidado de sí en la distancia digital. Dietética imaginaria
en una Economía libidinal que recorta la Erótica de la
imagen sin anatomía que degustar…temas abiertos que
abordar. Allí donde la resiliencia se dice no encontrar.
Ante una Retórica ebria y trasnochada, la Adulación
como destino, en el borde (margen, umbral) del banquete
al que el sujeto marginal no fue invitado. Cuando Poros
se durmió, se abandonó; Penia aprovechó y en Parresía
(verdad) obtuvo su sustento.
43
El Cutting (corte).
44
gencia y eso familiar que se torna ominoso. El acto de
autolesión puede ser singular o un impulso compartido
en grupo, desde un ritual desesperado sin simbolización.
Corte en ruptura, y la distancia generacional en don-
de la herencia (en el nombre del Padre que desde la Ley
se hace Cultura) no fue dada y, si es donada, no puede ser
tomada. Silencio de palabra, ya no se escuchan los ecos
del Fausto: “Lo que has heredado, gánatelo.”
45
La semiología del corte.
46
meno de contagio que, acompañado de una sustancia o
del alcohol, provoca lo que la boca no puede decir.
Lo que se denomina grupo de riesgo, comparten ras-
gos en un común denominador en el abandono psíquico y
social, con historias de trastornos, tanto alimenticio como
de sueño; una realidad que no se tolera, y frustraciones
que debilitaron el aparato psíquico en tensión y ansiedad,
por lo que en alivio se buscan sustancias y alcohol, desva-
necimiento de normas y un impulso a la acción, la que no
es la del verbo en su conjugación.
47
En ausencia de Metáfora.
48
za en un tiempo cronológico sin que remita al tiempo de
la lógica del inconsciente; ausencia de la asociación a las
escenas infantiles, y el presente siempre se vive una y otra
vez en el mismo lugar.
Es el hacer de la pulsión en su impulso sin destino de
sublimación, lo que no habilita al sujeto a la cultura y
corta la referencia de lazos sociales (los infantiles y fami-
liares que sólo en fragmentos se han podido constituir),
buscando un agrupamiento de pares (rasgos tribales en
donde reconocerse) para construir identidad.
Ese corte que, al mirarlo, sangra porque no tiene velo
(necesidad de una vestimenta que dé investimento) y está
en espera por significación, pero, en su esfuerzo, insiste el
sujeto en un acto de repetición de lo mismo, señalando
que hay una falta de división subjetiva en su pasaje infan-
til edípico, y allí, en el corte, lo que no se realizó y que,
en tiempos de adolecer, es un corte en la muñeca que hace
derramar la sangre de la filiación, la que no encuentra
continente en representación.
49
El hacer psicoanalítico.
Transposición didáctica:
51
la que incluye diferentes singularidades, un recurso que
sirve para abordar lo que se repite en un modo psíquico
de constitución subjetiva.
El caso propuesto, en su nombre, porta esa intención
teórica.
En la construcción de un caso atendemos a los signi-
ficantes que lo constituyen, los que tienen valor de metá-
fora. En este texto están señalados para un lector que siga
las huellas en método indiciario, por lo que expongo mi
hacer escritural.
El nombre ficcional está cifrado y encierra más de una
cifra (en esta presentación fragmentaria de un historial
clínico: Virginia), al decir de J. L. Borges, en la milonga de
Jacinto Chiclana: “lo que se cifra en el nombre”. La cifra
es una metáfora en tanto permite deslizar en el texto ana-
logías, y pensar sustituciones en el juego de la transposi-
ción (invito al lector a realizar este ejercicio hermenéutico
en este caso presentado).
Por ejemplo: Freud nomina uno de sus casos como el
“Caso Dora”; en su etimología Dora nos remite a (como
objeto a): regalo, presente, don…la cadena de significa-
ción en su etimología puede tener un valor de ecuación
simbólica (de doble implicación en intercambio, y remi-
te a la gramática de su inconsciente), o detenerse en una
significación para cristalizarse en ella (regalo), pero con
sólo esa trinidad nominativa se puede leer el caso (lo que
en la función paterna no se donó, y lo que en la función
materna no se hizo presente), en su pathos en paso por el
dolor y el trauma, y en el pasaje fallido (logrado) por el
psicoanálisis (como paciente de Freud).
52
Las marcas en el texto son indicios para advertir de
los significantes en juego. Ejemplo: con el uso de comillas,
la palabra “nada”, eso que se repite, pero que tiene valor
holístico, ya que no es una nada en tanto vacío, es una
nada que no deja lugar a un vacío, lo que permitirá ligarla
en sustitución hacia la transposición con la falta en ausen-
cia (esa operatoria necesaria para la división subjetiva).
Otra huella de lectura es el deslizar la ecuación sim-
bólica de la palabra al número; en el número de la edad
de Virginia (12 años), hay una cifra en tensión con la cifra
de la edad en que su madre queda embarazada (14 años),
y a medida que su edad avanza y se acerca en cifra a un
tiempo otro, corre el riesgo en identificación en lo real de
ser ese Otro primordial en su vida.
Y allí, el corte adquiere significación y en el corte la
pregunta: ¿Cómo cortar la repetición? Y en la sangre,
otro significante que remite a la sexualidad y la muerte,
lo que enlaza toda la historia y lo que adviene desde fuera
como amenazante, en ese otro (hijo de su madre).
Ecuación de la palabra <> número <> nota musical,
ese deslizar que deja de ser un grito y muda a un decir
que hace danzar las palabras en el cuerpo. La carencia
muda a una cadencia en el cuerpo, la que se corta en los
tiempos del ritmo musical en que Virginia anhela enlazar
sus letras.
El ensayo psicoanalítico es una cartografía significan-
te, redes de significación que encuentran puntos de enla-
ces y de nueva dispersión; es la singularidad que, a la vez,
remite a una holística en el significante primordial, en este
caso, la nominación: Virginia (dejo abierto ese significan-
53
te a la indagación, el que luego retomaré). Y en esa red,
nuevos significantes que la puedan inscribir allí donde un
vacío de “nada” pueda crear.
Otro significante a mencionar: “barrio” (en el decir de
la madre), un territorio que marca tiempo y espacio exis-
tencial. Otro significante, en el decir de la directora de la
escuela: “niña”. Y, en el decir de Virginia, otro significante
al que sujetar su fragilidad: “la de letras”.
Hilos de una red agujereada por el desamparo, la que
busca a la vida anudarse, allí donde se corta el aliento y
emana la sangre.
El trabajo de este ensayo apela al recurso del “hiper-
texto”: agregar, compartir información, enlazar con otros
textos (usar la referencia a pie de página) y, en ese acto
del deslizar, un “correr” de lugar marcado por la cursiva,
(entiéndase también que el decir de Virginia: “nada” -en
valor significante- remite a un texto, un tejido, una trama
del inconsciente a descifrar). En valor significante <> me-
tafórico se ofrece al lector la imagen de tapa y contratapa
(no toda imagen tiene valor metafórico, si el arte en estas
imágenes ofrecidas), la estética de las imágenes se liga a la
historicidad del caso, por lo que se da lugar al método in-
diciario para indagar en ellas la analogía, el deslizamien-
to, y las sustituciones y transposiciones a realizar.
En el acto de transmisión, puesto en juego en esta es-
critura, hay una expresión lúdica a través de un hacer
jugar la hermenéutica (interpretación <> traducción <>
explicación) con la heurística (creación <> invención).
Es importante en el hacer de un psicoanalista tener
presente que el espacio privilegiado para el hallazgo crea-
54
tivo en los maestros ha sido la literatura. En S. Freud,
al tomar: “El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de W.
Jensen”, y en J. Lacan, al tomar: “El arrebato de Lol V.
Stein”, de Marguerite Duras, novelas que mudan en casos
clínicos.
La literatura ofrece la posibilidad de la “transposición
didáctica” en psicoanálisis.
El psicoanálisis implica un hacer otro en la Letra, en
tanto ésta anuda los registros; tiene velo en imagen (lo
que los maestros hebreos denominan “vestir las letras) en
donde el borde simbólico está al filo de un vacío hacia
lo real o en su rodeo (que lo contiene) en trazo de letra
(Virginia tiene que hacer la operatoria de mudar el trazo
de una línea que en su filo la corta, a letras que la repre-
senten y le otorguen un nuevo presente).
Señalo otro recurso utilizado en esta escritura: El si-
lencio como significante; ese vacío de letra que porta la
nominación: Virginia, nombre que es un espacio de con-
jetura para el lector. En la narrativa de este caso clínico
no se expone el porqué de la pelea de Virginia con su
madre, la cual se debió a que Aníbal (el hijo de su madre),
al regresar a la casa, comenzó con un acoso hacia ella,
en demanda sexual. Virginia pide la “interdicción” a su
madre y ella no interviene, no responde, está ausente ante
el reclamo a una Ley que prohíba ese demanda de Goce;
entonces, se dirige a su tía materna, la que “es como una
madre”. Esta tía no confronta a su hermana, sino que
hace una mediación y ofrece un lugar como terceridad
(simbólica), lo que le permite a Virginia salir de una “en-
cerrona trágica”, la de la repetición (historia familiar de
55
abusos), naturalizados en “el barrio”, (ese no lugar), un
lugar en los márgenes, riesgo de un desamparo ante lo
que se cae de la Ley.
Y retorna lo incesante de su interrogación: ¿Cómo
cortar esa repetición de lo igual?, estribillo de una can-
ción ya conocida para ella, la que no quiere cantar y, en su
lugar, anhela hacer otra canción buscando otro estribillo,
el que genere una nueva inscripción en lo que escribe. Su
tía materna le da amparo al cobijo de la Virgen y, de esta
madera, cuida de su virginidad ante ese empuje pulsional
(salvaje) que la acecha (Aníbal).
El ensayo psicoanalítico exige una Techné en diálogo
con su Episteme sin excluir la Doxa, triple implicación la
de una lógica tríptica, la que el maestro francés muda a
topología desde una lógica cuaternaria.
Otro detalle, en el caso clínico, es cuando Virginia
‘sonríe’ por primera vez y toma algo de mi decir para
dejarlo “caer” en palabras antes de retirarse: “Las letras
pueden crear mundos”, y da cuenta de algo de su pasión
en efecto de transferencia: “Usted es como ‘la de letras’ ”.
Virginia da indicios (que luego se confirman) del mo-
vimiento de un deseo en realización (ser reconocida por
las letras que escribe y canta), un “canto a la vida”, a su
vida.
56
Lo que en Virginia se cifra.
57
trabajo de historización de la siguiente manera: descrip-
tiva, lineal, secuencial… al modo de la estructura de un
modelo positivista, lo que no corresponde a la episteme y
a la techné del psicoanálisis.
Esa fábrica, en cadena de producción, parece más bien
un informe protocolar que se da a leer en la pobreza na-
rrativa (y estética) de un solo significante a indagar, único
en significación y múltiple en sentidos de articulación. En
este hacer en la letra, el lector queda por fuera de la tra-
ma, en cambio, en el ensayo psicoanalítico (al decir de R.
Barthes), el lector está en complicidad, en participación, y
su inconsciente se pone en empatía con la letra que mueve
a verdad; mociones pulsionales se ligan en transferencia
a un decir que recuerda el olvido de la huella mnémica
existencial en cada sujeto, y en el historial emerge el Da-
sein en estructura clínica (a posteriori doy cuenta de esta
afirmación).
El presente en Virginia (es en lógica del inconscien-
te; es un presente en continuidad, presente que tiene una
contigüidad con un pasado actualizado y una contigüidad
con el futuro en devenir, movimientos que no son lineales
sino circulares), el comienzo (la nominación Virginia) que
cifra en el nombre la historicidad en devenir, y luego pa-
reciera que el historial es insuficiente (con intención hay
espacios en saltos sin narrar, para dar lugar a la conjetura
del lector -no es necesario que el escritor detalle explica-
tivamente, sólo debe inferir en su conjeturar y el lector
advenir a la verosimilitud- a lo probablemente verdadero
y, a la vez, probablemente falso); el espacio de vacío es
para generar esa falta de letra que pide significación, para
habilitar a un lector con herramientas simbólicas y com-
58
petencias escriturales a la realización de un trabajo vena-
torio, ofreciendo huellas que producen un vacío en donde
se abre la posibilidad de la conjetura (la que es regida por
los significantes ofrecidos en la letra de la escritura), por
ejemplo, la relación de Virginia con su madre y el acto del
corte en el cuerpo (dice la narrativa: “compartían la mis-
ma pieza y la misma cama”). El indicio es suficiente para
construir la escena.
Otro espacio de indagación se puede hallar en el nudo
dramático del historial de esta novela familiar: la rela-
ción con lo que ella nomina a lo familiar, que lo siente
ajeno, extraño y, a la vez, amenazante como “el hijo de
su madre”, Aníbal (la cifra da números que en letras nos
dan la temporalidad: Virginia tiene 12 años, se infiere que
Aníbal tiene 17 años, “nació ella al tener él 5 años”); en
filo del acto de violencia por acontecer se juega un incesto
intrafamiliar, el que se liga a la historización en filiación y
a un hacer “naturalizado” en el significante “barrio” (ese
lugar del desamparo, “en las vías”) - allí la presencia de
lo ominoso, lo siniestro (asesinato de su padre) - lugar (en
tanto posición subjetiva) del que Virginia quiere salirse;
en su corte sangra una verdad, y se percibe la angustia en
desesperación ante una sobredeterminación próxima a la
consumación.
Virginia en Angustia (indicador de la irrupción in-
consciente y su ligazón libidinal sexual), la que no puede
simbolizar, allí donde ni la tristeza la puede asistir. Angus-
tia que toda la invade y la deja hecha una nada.
En lo mítico, lo que se transmite de generación en ge-
neración: La sangre y la fertilidad, postulación que es un
59
indicio en recordatorio del trabajo del maestro hebreo so-
bre el Tabú de la virginidad; un nudo que se puede desatar
desde diferentes lugares, un nudo que en tiempos actuales
se corta sin desatar (salvaje posmodernidad). Esta línea
de análisis nos remite a la desacralización de la cultura;
la demanda hacia las púberes de despojarse rápidamente
de su virginidad; la cultura barrial en donde la Ley falla
en su operatoria (demanda de Virginia para que su madre
interceda – en acto de interdicción – del latín interdictio;
prohibir, alejar, apartar – y en este caso el privar en rela-
ción al goce de su hijo – no hay inter/dicción de ella), y su
tía materna será la que en terceridad pone una distancia
que la protege, realizada desde el velo en vela de la Virgen
(en la Virgen, las vírgenes), una luz ante las sombras (os-
curidad) existencial.
Los 12 años en Virginia aquí anudan el significante <>
metáfora; leemos analogías, metonimias y lo más difícil
de reconocer: sustitución y trasposición.
Al modo de Freud8, debemos servirnos de la historia y
la cultura en cuanto contexto y no olvidar que en un más
allá de las ideologías (sombras de una época, al decir de
R. Barthes), la filiación (en general) de nuestra cultura es
judío <> cristiana, entonces, hay que remitirse al ritual, y
algo nos dice o nos tendría que decir el ritual de iniciación
de una niña en su paso, pasaje a mujer:
El ritual hebreo: La importancia del Ritual del Bar/t
8
Es importante contextualizar y recordar que las pacientes de Freud,
(nombradas en ficción en sus casos clínicos) eran de filiación he-
brea (y allí la presencia de la filogénesis y la ontogénesis), doncellas
(como el caso Dora), pertenecientes a la burguesía de época.
60
Mitzvá, la Torá es tomada de su lugar sagrado (la divi-
nidad sale de su recinto y en voz humana le hablará a
la doncella) para ofrecerle las letras en luz (la luz de las
letras), las que acompañarán a la niña de 12 años, para
“sujetarla a los mandamientos”, y ella transmuta en hija
de la Ley y, desde la Ley9, el lazo social en cultura.
El ritual remite a una verdad estructurada en metáfo-
ra que va directamente al inconsciente en su operatoria,
“marca un corte” en el pasaje (un corte con la madre), el
que es simbólico; la Ley, desde la voz inconsciente de lo
Real (alfabeto sagrado del lenguaje hebreo), el que inter-
viene en la Letra en significación; (en referencia a J. La-
can) segundo tiempo del complejo de Edipo, hay interdic-
ción y donación, pero también implica la sociabilización
desde un nuevo estado existencial en lazo social y allí,
9
Es importante dar cuenta que en este ritual se trata de la Ley Mo-
saica (a la que todos los hijos e hijas de la filiación hebrea deben
sujetarse – deben Religare), ligándose al Monoteísmo. Del Mono-
teísmo hebreo se desprende el Monoteísmo Islámico y el Cristiano,
los tres en un mismo padre; Abraham, pero en diferente madre. En
la filiación hebrea (Sara, madre de Isaac), filiación que se continúa
en el cristianismo. En la filiación Islámica (Agar, madre de Ismael).
La Ley positiva (hecha por el hombre) – debe seguir a la Ley Mo-
saica – de lo contrario se per-vierte, se le da otra significación. Esta
referencia es de suma importancia en la constitución subjetiva de
aquellos ligados a esta filiación, porque hay dos padres en juego
en el ritual, el padre en lo Real (la divinidad que hace y otorga la
Ley) y el padre en lo Simbólico (a través de Moisés), el que la sujeta
a los social, el que la representa y está a la vez sujeto a ella. En la
posmodernidad la desacralización de la Ley (Mosaica) genera la
riesgosa situación en donde la Letra no se liga a lo Real, sino a lo
Imaginario (ideología) y desde allí a los efectos que atraviesan las
nuevas subjetividades.
61
el tercer tiempo del complejo de Edipo. Ante esta clara
referencia, ¿quién puede dudar de la filiación hebrea del
psicoanálisis?
En la interdicción la Ley es donada en palabras, en
Virginia una ausencia de voz que nombre - ausencia que
invoca un corte, ante el temor en temblor que siente por
el goce de un Otro arrasador - próximo a desbastar su
subjetividad.
Virginia, en su hacer en el cuerpo, sangra por lo que
no hay, por lo que la cultura y sus instituciones no le ofre-
cen debido a su estado de deconstrucción y decadencia.
Virginia, en el esfuerzo de sostener su subjetividad ante su
fragilidad psíquica y desamparo social.
En tiempos de desolación, la desacralización y la au-
sencia de ritual en donde escenificar una historia ejemplar
(mito, religión…), despojan de significantes a los sujetos,
y no se les ofrece un lugar desde donde tramitar lo que
acontece en su cuerpo atado a la pulsión, (entre lo somáti-
co y lo psíquico); psiquis que se aventura al encuentro con
lo real para tramitar una realidad que invade y traumati-
za y, ante esto, la actual cultura fragiliza la subjetividad al
ofrecer soportes imaginarios (incluidas las ideologías) que
hacen ecos en los espejos tecnológicos de aguas táctiles.
62
PUNTUACIONES
La vocal abierta y el pictograma:
63
Ritual cristiano:
Realizo una apreciación analógica cultural previa, en
relación a lo cifrado en la edad de 8 años, “cifra que se
recuesta en un infinito”. Las vestales (niñas) de los di-
ferentes santuarios griegos ingresaban a esta edad de 8
años y permanecían hasta los 12 años, en donde la sangre
marcaba en “período” el retorno a lo social.
En el ritual cristiano, la niña a los 8 años se enlaza
en común unión con la divinidad, se esposa y luego debe
“confirmar” este enlace, viste de blanco en purificación
(virginidad) y porta una vela blanca que se enciende en el
cirio Pascual. Su vestimenta es singular y habla de lo que
no pueden decir aquellos al hacer el ritual, lo que niegan o
rechazan; ritual que produce una operatoria inconsciente,
mítica y filogenética, (consagrada en el resguardo de lo
sagrado), en un entorno de desconocimiento, (repito) in-
cluso por quien realiza el ritual.
En este ritual de hierogamia (matrimonio sagrado,
boda espiritual), la niña viste de largo en color blanco,
adornada con una corona de flores y el vestido tiene velos
y encajes, similar al vestir de una novia.
64
sagrado, creando vida por fuera del cuerpo de la mujer
(sustituyendo a la mujer).
Es precisamente en este lugar del útero en donde se
ubica el inicio del psicoanálisis en su paradigma investiga-
tivo: neurosis de conversión (histeria <> útero: del griego
hysteron; que significa útero). Repito el detalle; recorde-
mos que la mayoría de las pacientes de Freud eran jóvenes
hebreas.
La cultura actual se deconstruye en el olvido de los
mitos y su puesta en acto a través de los ritos. Al decir
de Robert Graves, no importa cómo el hombre (mujer)
piense a los mitos, sino cómo los mitos se piensan en los
hombres (la mujer). Agrego la singularidad de lo femeni-
no para pensar el caso en referencia y el Aleph de casos en
Virginia (en una doncella, todas las doncellas).
Enlace entre lo humano y lo divino (en este caso la
Virgen – y su edad al recibir la Anunciación – la que mu-
dara en actual plegaria), lo que hace que una simboliza-
ción opere en Virginia, en la intervención de quien “vela”
y allí, un velo que cubre lo expuesto de lo real. Interven-
ción realizada a través de su tía materna, la que actuali-
za la filogénesis de un acto otro que el corte, ofreciendo
una lógica metafórica inconsciente, lo que va más allá del
contexto y opera en un más allá de toda ideología (lógica
binaria), y que produce una encerrona trágica en tanto
abrochamiento al goce Fálico.
65
El ritual en los diferentes pueblos originarios.
Espacio abierto al lector para la indagación.
Encrucijada: Virginia, ante Aníbal, puede quedar re-
ducida al goce de Otro, a una posición de objeto sexual;
Virginia, ante la maternidad (los 14 años, en referencia a
su madre), encuentra la sobredeterminación, la oferta del
goce Fálico y su derrotero, en ausencia de quien represen-
te la función paterna, aun (sin posibilidad) de la metáfora
del Nombre del Padre; en ausencia de sí - en soledad- sólo
encuentra el sendero en sus caminos que se bifurcan ha-
cia el Poder en lo social y la trama de la ideología como
espacio de su puesta en acto.
Y en la posibilidad (AÚN con tilde), Virginia advierte
que hay una terceridad, ese Otro goce, en donde su cuer-
po le sería propio (en su azar e inconmensurabilidad). Su
tía, en su devoción, le refleja el goce místico (en relación a
ese Otro goce) que, en su momento existencial, es un re-
fugio, para no entramparse en el goce de Otro, ni acceder,
en desamparo de subsidios, al goce Fálico.
Cultura la nuestra, la que ofrece un goce Fálico (ecua-
ción simbólica del dinero en relación a un niño/a) en sub-
sidio.
Pero, ¿cómo acompañar a Virginia para el encuentro
con ese Otro goce que le otorgue la posibilidad de su
femineidad? Será éste un interrogante abierto y un espa-
cio en simbolización que transitar… Y abre un dialogo a
esa metáfora abierta que es la femineidad.
66
El Tabú de la virginidad en metáfora: En la analo-
gía algo se desliza a lo simbólico “en ciertos sectores de
lo social”, permitiendo sustituir y transponer la virgini-
dad (despojada de sacralidad), la que pasa a ser regulada
por el orden judicial (protección a la menor de edad), así
como por una ideología vigilante que representa la vir-
ginidad, un fenómeno con valor de epifenómeno ante la
caída de la función paterna, la destitución de la metáfora
del Nombre del Padre y, por efecto, la decadencia de los
varones que, al no poder simbolizar, se ligan a la literali-
dad y al fetiche en el órgano.
Ciertas operatorias están ausentes en el desamparo y
la marginalidad social, en donde lo que se produce es otra
cosa. Allí, en donde el cuerpo muda en anatomía, se liga a
lo pulsional en acto y no hay intervención de lo jurídico,
ni de lo ideológico cultural, sí de lo ideológico en tanto
poder ligado al dinero en subsidio, en auspiciosa deman-
da de natalidad -Goce Fálico- (literalidad en la demanda
como hecho observable en las letras de las canciones que
representan un modo existencial en donde no hay metá-
fora, sólo la nominación de un deseo que se recorta en zo-
nas erógenas expuestas, bordes exhibidos a lo pulsional).
El “mana”, el poder que de ella emana (la virginidad),
es tan antiguo como actual, y sólo muda en lo que se
transmuta, anqué parece perderse en los devenires confu-
sos de la sexuación de la deconstructiva existencia.
En el texto El tabú de la virginidad10, Freud, en cuan-
to a la referencia hebrea (en el texto también puntualiza
10
S. Freud. (1981). El tabú de la virginidad .1917 (1918). Obras
Completas. Tomo III. Biblioteca Nueva. Madrid.
67
otras culturas), se remite al Antiguo Testamento para li-
gar la virginidad con lo sagrado, y hay dos escenas que
rescata de su filiación (filogénesis): una, “el matrimonio
de Tobías y la costumbre de guardar continencia las tres
primeras noches”, y la otra escena bíblica es la de Judit en
su encuentro con Holofernes (al que - al decir de Freud-
después de despojarla de su virginidad, al quedar dormi-
do, ella lo decapita).
Me detendré en la escena de Tobías (el nombre Tobías,
en su etimología hebrea, remite al que está agradecido a
Dios, y en la gracia de Dios) para recuperar lo sagrado y
el temor que genera aquello que se liga a lo sobrenatural.
La historia remite a Sara - nombre que, en la etimo-
logía hebrea, significa princesa - (la que ya es viuda por
séptima vez y aún es virgen, ya que un demonio está ena-
morado de ella y no permite que, luego de esposarse, el
esposo logre consumar la relación). Tobías es asistido por
el Arcángel Rafael, quien encadena al demonio para que
el enlace se materialice, siendo el ritual asistido por la di-
vinidad, en gracia y gracias a la divinidad. Por lo que sólo
el ritual, en asistencia divina, hace posible que la puerta
de la virginidad sea franqueada (pagar una tasa). El ritual
social es insuficiente, y lo jurídico remite a su lazo con lo
divino. La otra escena es la violencia que toma la virgini-
dad por asalto (Holofernes).
En las dos escenas hay riesgo de muerte: Tobías está
advertido y asistido; Holofernes avanza en una acción ci-
vil y militar (general asirio a las órdenes de Nabucodo-
nosor II) ajeno a lo sagrado, sólo su poder es “sagrado”,
acto que le cuesta su cabeza, señalando el relato de que
68
hay un Tabú que franquear, el que parece que la posmo-
dernidad, por operatoria deconstructiva, disolvió, mas
la intimidad de la femineidad lo recuerda en sus huellas
mnémicas - filogenéticas y ontogenéticas - , y los nuevos
Holofernes (que no están advertidos ni ligados a lo sagra-
do) franquean la virginidad de una doncella sin el costo
a pagar y seguros de que el acto no tendrá consecuencias.
Si le damos valor de metáfora a estos dos significantes
en juego, en lo que se nombra: Tobías (ligado a lo sa-
grado), Holofernes (ligado a lo desacralizado) ¿qué ana-
logías se pueden hallar en tiempos actuales? ¿Qué es lo
que se desliza en metonimia? ¿Qué se sustituye y qué se
transpone en su traslado metafórico?
En el psicoanálisis nos ligamos al sujeto del incons-
ciente, por lo que sus huellas nos remiten a una lógica
metafórica en un tiempo de gramática inconsciente, de
operatoria temporo <> espacial filogenética en diferencia
a la actualidad, pero que se actualiza en cada cultura, des-
de su historia “primitiva”, la que no cesa en retornar.
69
En Virginia, se inscribe la singularidad de una exis-
tencia que se funda en el dolor de existir manifestado en
lo real de la anatomía, que no transmuta a cuerpo, el que
busca cortar en lo literal su mordaza; silencio que se liga
a generaciones, un laberinto ausente de Ariadna y su hilo,
y sólo se escucha el bramido de múltiples minotauros.
70
en ese acto se cifra una historia ligada a palabras escucha-
das, escenas vistas, otras vividas, y todas anudadas en su
garganta son un gemido, que aún no hallan posibilidad
de palabra. Emociones y mociones pulsionales cifradas
en esa tos que de manera ‘molesta’ insiste y no se corta).
71
El interrogante: ¿Cómo mudar ese corte – incisión - a
palabra oral <> escrita?
En el hacer psicoanalítico hay que dar vuelta el guan-
te, hallar en su reverso; lo que implica el oficio del hacer
en saber hacer, (clínica de la escritura) retomando el tra-
bajo realizado por siglos de humanidad, en el hacer de
una singularidad, la que no tuvo “herencia” porque las
funciones de transmisión fallaron o estuvieron ausentes.
3 - Los dos movimientos de lo propiamente metafó-
rico: A - La sustitución: un corte sustituye en lo real una
operación no realizada en lo simbólico, una sustitución
en permanencia que nos remite a una topología de extimi-
dad, el interior en carne al descubierto: sangre <> sangre,
doble implicación: sangre periódica (orgánica), sangre
provocada, sangre en ausencia (embarazo). El significante
“sangre” contiene lo opuesto: presencia <> ausencia.
B - La transposición: (mover a un lugar distinto) para
trasladar debe haber una ausencia (vacío - en Virginia, el
hilo significante de la “nada” era un todo), de lo contrario
la operatoria retorna a la analogía o a la literalidad, un
calco, en calcomanía de un hacer en sobredeterminación.
Virginia daba a ver su corte, en demanda de amor, eso
que decir no se puede, el pictograma (grabado en la carne)
en ese corte, incisión en letra de sangre, es lo que “algo nos
dice o nos tendría que decir”. Sangre en tanto filiación, allí
la transposición; una toma el lugar de otra, en una identifi-
cación inconsciente que resulta tan familiar como ominosa
(la madre), una posición a la que no se quiere advenir.
Atendiendo a la historicidad (tejido existencial en
donde se anudan los significantes) de Virginia, el analista
72
conjetura, aquí el valor de la historicidad (que no lo tiene
la viñeta clínica) y de la red significante a trabajar (que
no lo tiene la fábrica de casos). En el ensayo psicoanalí-
tico las referencias simbólicas son las que nos permiten
conjeturar que Virginia se corta al ovular, allí donde ella
nombra ese temor y siente la demanda de la madre en
negación, paradoja existencial (madre doncella que a los
14 años queda embarazada), la que se acerca en cada año
un poco más (Virginia – 12 años – una doncella en su des-
pertar) para realizarse un destino oracular en repetición.
73
presente y el otro ausente en represión, desde allí emerge
la angustia, ese sentir inconsciente amordazado.
Si no se produce un vacío, podemos aquí significar
el corte como ese intento fallido en acto, al hacerlo en lo
literal remite a un real, al abrochamiento entre lo real y lo
imaginario, y es muy difícil realizar ese desabrochamiento
en Virginia (porque para J. Lacan, la mujer se ubica entre
lo real y lo imaginario).
En la historicidad de Virginia, ella comparte con la
madre la cama y la pieza, en una relación en la que la
función del Nombre del Padre queda en ausencia en parte
(la tía, que es “como una madre”, ofrece desde la religión
la posibilidad de la Ley Mosaica).
Esa división subjetiva en falta hace que ese goce de
la madre hacia ella no se pueda cortar, lo que entrampa
tanto a la madre como a Virginia, y que en la misma
lógica se puede deslizar de pasar del goce de la madre
(goce Fálico) al goce del hijo de la madre (objeto del
goce de Otro).
La terceridad permite la simbolización ante la
emergencia subjetiva. En ese tiempo del inconsciente apa-
rece la Letra que opera sobre lo real, acotando tanto lo
imaginario como el goce en lo real.
3) Tercer tiempo y estructura de la metáfora propia-
mente dicha: Sustitución <> Transposición (traslación).
Siguiendo con el mismo ejemplo, se borra la cifra 12
<> 14, quedando su huella en tanto memoria como olvido
(la más fiel de las memorias, en ese Block maravilloso) en
lo inconsciente; adviene allí la sangre como significante
(recordar que Virginia es el significante primordial en esta
74
red de tejido significante, y diríamos, para ser didácticos:
el significante transversal, y en él se anudan los otros).
En la sangre, la presencia <> ausencia, hay una sustitu-
ción y, a la vez, una transposición: La sangre sustituye los
12 años del despertar en menstruación y anuncian, en la
falta de sangrado, los 14 años (de la madre embarazada),
trasladando (transportando) el acto al embarazo (de la
madre), que la espera en sobredeterminación familiar, eso
ominoso que tiene la dimensión de lo deseado y lo pro-
hibido (Tabú) y que con la intervención de la tía materna
(religiosa) se religa a lo divino. De la referencia anterior a
Holofernes (estribillo de una de sus letras: “No te soporto
más perro, te voy a matar”) a Tobías.
La sangre (Tabú) liga lo profano con lo sagrado, en
tanto pulsión primordial (mítica) Eros <> Thanatos. Y en
este momento retomamos el otro significante: “Desde que
sangro me corto”, cortar el sangrado es un riesgo que
remite a la ovulación (un peligro para ella, el que porta
en su interior, un real que se le presentifica en amenaza y
del que no puede escapar, lo que la pulsión le actualiza
de manera cíclica, lunar), otro significante: “El miedo es
de mi madre, de que quede embarazada”, miedo que lo
hace propio. No sangra (al decir popular: no le vino, no le
bajó, se le quitó el período…) implica embarazo.
Al estar atrapada Virginia, entre el goce de Otro <>
goce Fálico, como encerrona existencial, no puede acce-
der a su femineidad en el encuentro con ese Otro goce de
carácter de plenilunio oceánico, el divino y primordial, el
de Eros (para dar una nominación poética). A este goce,
la madre lo desconoce, por lo que no lo puede ofrecer, y
75
tampoco hay (ni hubo) un varón de mediador para darlo
a conocer, sólo una tía en su versión “mística”, un “fami-
liar” que por el momento le permite una salida (en tanto
un saber), el de que existe otra posibilidad, la que AÚN
con tilde en la U, espera y le ‘marca’ (sin necesidad literal
del corte) de otra posibilidad.
Virginia en “los senderos que se bifurcan”, en la encru-
cijada, se angustia en tensión ante la demanda que es una
y es múltiple, que se hace una en el Goce y se hace múltiple
en el destino, en su dasein: 1- ser objeto de goce (goce del
Otro), 2 - ser en la demanda a la maternidad (goce Fálico),
3 - ser en el espacio vacío de ese Otro goce que hallar no
se puede; enigma en misterio el de la femineidad, metáfo-
ra abierta en construcción: la femineidad. Virginia sola en
tempestad, en desamparo, a cielo abierto, en sangre que
llora una existencia arrasada en lo real, desbastada por la
realidad de la “nada” en cosmogonía griega (la noche, Nix
- hija del Caos - en su oscuridad omnipresente).
Virginia, la hija de una noche existencial ante el des-
amparo de los fluidos de una luna menguante.
Tres movimientos que son una circularidad, tres mo-
vimientos que hacen metáfora, tres movimientos que son
el tiempo y el espacio en los pliegues de su intimidad y
que buscan la mítica pulsión para advenir en un destino;
tres las hilanderas (las tres hermanas hijas de la noche -
Nix - encargadas de la urdimbre de aconteceres en una
vida humana: Cloto, Láquesis y Átropos), las que en ella
parecieran convocar al vacío negro de la Luna; las que
tres días, en su cíclico “período”, ausente está, y nada de
ella se sabe al querer levantar los ojos al cielo y mirar, sólo
76
esperar que en cíclico ritmo se anuncie, para en la fecun-
didad volver a comenzar.
77
estribillo, y agrega: ‘es una porquería’; hace un silencio y
dice: ‘yo no hago nada bien’, y lo hace un bollo y lo tira.”
Virginia comienza a asistir a sesión con la escritura de
una canción, la que opera como “pago simbólico”, lo que
instaura un trabajo analítico.
78
Lo que la madre deja caer en indicios: como Virginia
arrojando su papel hecho un “bollo”.
“alguien del barrio”;
“le salió alcohólico y violento”;
“vivo en la zona de la vía”.
…
La intervención:
“…y a continuación dice que se irá a vivir con una tía,
que ya hizo los arreglos con Mónica (la trabajadora social
del Centro de Salud).”
“Le pregunto por Aníbal y hace silencio; luego dice:
‘Con mi tía estaré tranquila, ella es como una madre para
mí’, y agrega que le dará una pieza y una cama. Pregunto
por su madre y responde: ‘Mi madre está de acuerdo’; le
pregunto el motivo por el que se quiere ir de su casa, y
responde: ‘Porque Aníbal retornó a la casa y los dos en
casa no podemos vivir’. Y luego señala al pasar que su tía
es muy devota de la Virgen, y le prende velas y esas cosas,
para que le cumpla los deseos. Antes de irse, dice que a
su tía le gustan sus canciones y que la deja cantar en su
casa, a diferencia de su madre que le empezaba a gritar al
escucharla.”
79
reconocimiento al poder darle cause a ese dolor, ahora
compartido (canta con otros), dolor que ahora sangra en
sus letras.”
80
la antigüedad, de aquella mujer que no había concebido
niño/a.
3 - La Virginidad del Alma. – Psijé - Hace referencia
a la fémina que no sintió el goce de la pasión del amor en
deseo en desmesura. Los antiguos decían: “que no cono-
ció el rostro de Erwos”.
81
anhelo y el amor en un placer, en tanto el “otro” (el seme-
jante: modelo, rival, ideal), que la filosofía desde Platón lo
reduce a un Demiurgo, un genio creador (mitad humano
<> mitad divino), pero perecedero, muy propio para esta
post-posmodernidad deconstructiva; una divinidad frag-
mentada, pequeña y dispersa, una divinidad “líquida” en
agua, sin portar el fuego primordial.
Aquí, entonces, lo interesante por recuperar es el Otro
ErWs, el de la O mayúscula, el primordial <> primigenio,
el que va más allá del principio del placer, el que hace de
fundamento del goce Otro, de la desmesura y el éxtasis (el
del goce Otro), el que no tiene límites. De ese ErWs nada
se ha escuchado hablar, y las féminas en Eco (de Ninfas)
repiten y repiten la pregunta: ¿Dónde está?
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