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El efecto Rashomon en los jueces

Hay películas que tienen una importancia capital, no sólo para la historia del cine sino
para la cultura toda. Es el caso de Rashomon, la película de 1950 de Akira Kurosawa
que se suele colocar entre las mejores de la historia; que introdujo la filmografía
japonesa y fue premiada en occidente; que innovó radicalmente el cine, en lo relativo a
la filmación, el encuadre, la puesta en escena; que fue discutida por cineastas y teóricos
del audiovisual, pero también por psicólogos, sociólogos, antropólogos, historiadores,
etc., acuñándose la expresión de “efecto Rashomon” o “problema Rashomon”, cuya
referencia ya ha desbordado incluso el ámbito de las ciencias sociales para identificarse,
en general, con más o menos radicalidad, con el relativismo/ perspectivismo. Aunque se
trata de una película japonesa, basada en la literatura japonesa, en unos cuentos de
Ryunosuke Akutagawa, y Rashomon es el nombre que se le da a la puerta principal de
Heinakyo (Kioto) la capital de Japón hasta el siglo XIX, no es únicamente un producto
cultural japonés sino que forma parte de la cultura universal, como universal es la
cuestión que plantea, la del conocimiento de los hechos humanos.
En cuanto al argumento, cuatro personajes distintos narran unos hechos que bien
pudieran ser constitutivos de varios delitos: tres de ellos han participado directamente en
los sucesos que se narran, mientras que el cuarto sólo es testigo de parte de los mismos.
Cuatro versiones de unos mismos hechos que se puede asegurar que son ciertos: 1) un
matrimonio es abordado por un salteador, 2) se produce cierta violencia, 3) el salteador
ata al marido, 4) el salteador mantiene relaciones sexuales con la esposa y 5) el esposo
fallece atravesado por un arma blanca. De estos hechos que como digo pudiéramos tener
por ciertos se ofrecen cuatro versiones muy diferentes. 1) La versión del asaltante. Tras
atar al marido, mantuvo relaciones sexuales con la mujer, pero fueron consentidas.
Posteriormente en una limpia lucha con el marido, lo mató. 2) La versión de la esposa.
Fue forzada sexualmente por el asaltante, que luego huyó. Entonces el marido se lo
recriminó y ella, que sostenía una daga en su mano, sufrió un desmayo y cayó sobre su
esposo, con tan mala fortuna que se lo clavó y lo mató. 3) La versión del esposo,
contada por una vidente. El asaltante mantuvo relaciones sexuales con la esposa, con la
que después estuvo a punto de irse, pero ella le pidió que lo matara, a su marido, lo que
el asaltante entendió como una traición intolerable. Huidos ambos, a solas el marido, se
suicidó. 4) La versión del testigo. El asaltante, tras mantener relaciones sexuales con la
mujer, se peleó con el marido, en una lucha sucia en la que, al final, a sangre fría, lo
mató.
En principio, con la expresión “efecto Rashomon” se hace referencia a la subjetividad y
la poca fiabilidad de la memoria que afectan a las descripciones que los seres humanos
realizamos, de tal forma que si varias personas describen “unos mismos hechos”, será
habitual encontrarnos con descripciones distintas e, incluso, contradictorias. Ejemplos
del “efecto Rashomon” se pueden observar en la propia vida cotidiana, en muchas
películas, en el ámbito de las ciencias sociales y, por lo que a nosotros más nos interesa,
en el del Derecho, ya que los conflictos de los que éste trata, como el de la película de
Kurosawa, suelen ser narrados de muy distinta manera por las partes involucradas y por
terceras personas.
En España, el gran Alberto Cardín dio una definición del efecto Rashomon para la
etnología: “aquella situación constitutiva por la que el etnógrafo se convierte en testigo
privilegiado, e incontrastable en condiciones idénticas, de un objeto que ya nunca más
volverá a ser el mismo tras su trabajo de campo, y sobre el que en adelante sólo podrá
actuarse interpretativamente”. Sin embargo, en Estados Unidos, Marvin Harris se valió
de Rashomon para ejemplificar lo que denominó “oscurantismo metodológico”,
tendencia del pensamiento empeñada en que cualquier conducta etic es irreal o que su
realidad o irrealidad depende de los criterios emic de la sociedad en que se produce [1].
Según quienes profesan esas ideas, a comprender esos símbolos y significados es a lo
que debería dedicarse la ciencia. Dicho de forma más llana: si según  Harris, las
versiones del Rashomon pueden ser o todas falsas o todas falsas menos una, que sería la
verdadera, para la que llama fenomenología, en cambio, y curiosamente, las cuatro
versiones pueden ser verdaderas: si los participantes y el testigo de los sucesos de la
película no mienten, sino que exponen lo ocurrido según su particular sistema de
inteligibilidad, entonces las cuatro “versiones” serían correctas a la vez, aunque dijeran
cosas distintas. Últimamente, José Luis Muñoz de Baena nos ha dicho que el “efecto
Rashomon” se refiere “al modo en que la diferencia de percepciones de diferentes
sujetos permite sostener la primacía de las percepciones parciales sobre la supuesta
verdad objetiva”; a la vez que ha subrayado cómo ese relativismo es del gusto del
pensamiento posmoderno, suspicaz “respecto a la existencia de unos hechos situados
más allá del discurso”.
Así todo, la expresión “efecto Rashomon” resulta problemática porque se utiliza con
matices y objetivos distintos, de tal forma que si es verdad que se identifica con el
perspectivismo en general, a veces parece referirse a los hechos (la construcción social
de la realidad y su ambigüedad) y a veces a las interpretaciones de los hechos (a su
relatividad). Es tan grande el cuerpo de investigaciones sobre la película, hechas además
desde tan diversas perspectivas, que se necesitaría un estudio en profundidad que, entre
otras cosas, presentara y sistematizara las disciplinas que utilizan el rótulo y la forma en
que lo hacen, así como debería proponerse –creo- una definición estipulativa del mismo.
Entre otras cosas el “efecto Rashomon” se puede tomar en un sentido fuerte y débil, lo
que tiene interés para aplicarlo al caso del Derecho. Porque ésta es la cuestión: ¿se
puede trasladar el efecto Rashomon al ámbito jurídico?
Si interpretamos Rashomon como una película de juicios, el llamado “efecto
Rashomon” se aplica con tanta propiedad al ámbito de la jurisdicción, como al de las
ciencias sociales, pues el citado efecto, al menos en su origen, no consiste en que se
ofrezcan varias versiones contradictorias de un mismo hecho, ni se produce en cada uno
de los personajes que declara los hechos tal como los recuerda, sino que el “efecto
Rashomon” es el que la variedad de versiones produce en el espectador, que bien puede
pensar que todas ellas son igualmente verdaderas o que, en cualquier caso, no hay
ninguna posibilidad de decidir cuál es la versión correcta o, al menos, qué versión es
falsa. Por “efecto Rashomon” en la jurisdicción o en la jurisprudencia ha de entenderse
entonces no la situación en que se encuentra cada uno de los testigos o participantes en
los hechos que se juzgan, y que puede dar lugar tanto a versiones similares o incluso
idénticas cuanto a versiones dispares o hasta contradictorias, sino a la situación
privilegiada en que se halla un peculiar espectador, el juez, que curiosamente no ha
conocido los hechos directamente, al menos en la inmensa mayoría de las ocasiones,
pero que ha de reconstruirlos de forma veraz y coherente para luego enjuiciarlos
conforme a normas jurídicas. O sea, que siguiendo en parte la definición de Cardín,
podemos decir que, referido a la jurisdicción, el “efecto Rashomon” designa aquella
situación constitutiva por la que el juez se convierte en el narrador privilegiado obligado
a describir unos hechos que no ha conocido directamente, absolutamente incontrastables
en condiciones idénticas, que ya nunca más volverán a producirse y sobre los que en
adelante sólo podrá actuarse interpretativamente. En efecto, sencillamente porque los
hechos ya no están ni volverán a estar.
Los hechos objeto de estudio y juicio son presentados de forma diversa por distintos
sujetos: los participantes y los testigos, pero también podrían ser los peritos que, seguro
que sin haberlos presenciado, pueden participar en la reconstrucción de los mismos (por
ejemplo el analista que determina el adn de una persona y lo compara con el que se
encuentra en ciertos restos biológicos). En tanto que reconstructor de los hechos, el juez
ofrecerá la versión definitiva y de lo que se trata es de saber si esta última descripción,
la judicial, puede ser calificada de verdadera. No se pretende indagar acerca del acierto
en la descripción de los hechos en esta o aquella sentencia, pues no necesita verificarse
la afirmación de que el juez puede errar o incluso prevaricar, ofreciendo a sabiendas una
descripción falsa de los hechos. Lo que se trata de saber es si es posible o no que el juez,
al igual el científico o el ser humano en general, describa ciertos hechos correctamente,
es decir, que de su narración se pueda predicar verdad. En general, el “efecto
Rashomon” plantea si es posible el conocimiento verdadero de los hechos humanos. En
la jurisdicción, si es posible, en sede judicial, el conocimiento verdadero de los hechos
humanos, lo que plantea un problema jurídico fundamental, el de si la verdad procesal
se identifica o puede identificarse con la verdad a secas, con la verdad material. En
cualquier caso, tanto si se niega la posibilidad de verdad como si se afirma que
cualquier aserción puede ser verdadera, la actividad jurisdiccional, por motivos obvios,
queda desprestigiada sin remedio.
Tomado en un sentido radical, el “efecto Rashomon” haría creer al juez que versiones
contradictorias de un mismo hecho, contradictorias hasta el punto de que el hecho deja
de ser el mismo, pueden ser igualmente verdaderas. Lo que hay que exigirle a quien se
dedique a juzgar, por tanto, es que siga investigando hasta llegar a reconstruir la versión
verdadera, por la sencilla razón de que, de lo contrario, el juez no podría juzgar sin caer
en arbitrariedad. Hay que estar de acuerdo con Michel Taruffo: ninguna decisión puede
ser justa si no se funda en una descripción correcta de los hechos juzgados; si los
enunciados sobre los hechos no son verdaderos. En este sentido, no es cierto que el
“efecto Rashomon”, tomado radicalmente, sea un ejemplo de perspectivismo, pues es
verdad que diversas perspectivas pueden ser verdaderas, pero no lo es, no puede serlo,
que al mismo tiempo unos hechos hayan ocurrido y no hayan ocurrido. Al mismo
tiempo y con los mismos actores no puede ser. Si no fuera posible determinar quién
llevó a cabo ciertas conductas, contra quién, cómo, cuándo y dónde, entonces no sería
posible el juicio, ni el moral ni el jurídico, y ya no en este o en aquel caso, sino en todos.
El relativismo, el subjetivismo y el constructivismo a ultranza se compadecen mal con
la actividad de juzgar.
Si, como creo, por tanto, el efecto Rashomon se puede entender en un sentido relativista
fuerte, radical, y en otro perspectivista débil, moderado, la primera comprensión resulta
inadmisible para los jueces, mientras que la segunda parece trivial. En cualquier caso, la
educación jurídica y la judicial en particular tienen en esta película uno de sus grandes
recursos fílmicos; debería ser de obligado visionado.

Benjamín Rivaya

[1] Los conceptos etic/emic fueron acuñados por el lingüista y antropólogo Kenneth


Pike, con los que se refirió a la perspectiva que adoptaba un hablante con respecto a su
lengua nativa y la perspectiva que adoptaba el liguista respecto a esa lengua que
estudiaba, pero no era la suya. Posteriormente la distinción se trasladó a los estudios
socioculturales, siendo la perspectiva emic la del participante y la perspectiva etic la del
observador (científico).

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