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La Ofrenda Maxima El Sacrificio Humano e
La Ofrenda Maxima El Sacrificio Humano e
En inglés, el verbo to ultimate (“ultimar”) resuena en todos los aspectos del sacri-
ficio humano, de una aguda terminación de la vida, envuelta en las corrientes
de miseria y pérdida. No obstante, el evento de terminar una vida, de quitar su
sentido de voluntad, pasa por alto las sutilezas de las creencias y prácticas mayas,
especialmente de la época clásica y en la parte central del área maya, una zona
fructífera para la integración de los datos escritos, exhibidos y osteológicos de
los sacrificios humanos. En este ensayo recopilaremos los datos más recientes so-
bre estas ofrendas en Petén y sus cercanías a través del tiempo. Hasta el momen-
to, se encuentran dispersos, con pocos vínculos establecidos entre la eviden-
cia gráfica y los restos óseos que provenien de los contextos arqueológicos. Por
lo tanto, intentaremos detectar los temas principales en la imaginería y, a la vez,
comparar dichos datos con los patrones evidentes (si bien discutibles) en la osteo-
logía de las tierras bajas mayas al sur de la península yucateca. El objetivo es
contribuir a la discusión panmesoamericana de las ofrendas más dramáticas que
los seres humanos pueden ofrecer.
textos, imágenes
Los estudios analíticos del sacrificio humano se concentran en varias obras, inclu-
so en un ensayo perspicaz de David Stuart (2003) y otro de utilidad de Linda
Schele (1984), así como en las bienvenidas aportaciones que han salido en un
libro editado por Vera Tiesler y Andrea Cucina (2007; véase especialmente Vail
y Hernández 2007, también Baudez 2000, 2004). El punto clave es situar el acto
de “ultimar” personas en dos modelos de creencia, los dos difundidos a través de
Mesoamérica. El primero enfatiza que el sacrificio humano no representa un acto
singular —un momento vivo, al siguiente rotundamente muerto—, sino un proce-
so de cambio y transformación, con antecedentes y resultados específicos. Un fin
corresponde a un principio; un momento particular implica un antecedente y sus
etapas siguientes. El segundo intercala el sacrificio en un contexto de “remplazo”
y de “poderhabiente” para los que ejercen el sacrificio. En otras palabras, cada
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168 • eL sacrificio humano en La tradición reLigiosa mesoamericana
Figura 5. Escena de
que sugiere que las víctimas sacrificiales, en la sociedad clásica en particular, se
sacrifico de niño, contexto
dividieron tanto por edad como por posición social. sobrenatural (K1645).
Volviendo al tema de los corazones, un glifo para esta parte del cuerpo, -ohl, Fotografía cortesía de
Justin Kerr Associates.
“adentro, corazón”, es precisamente la representación de un tamal, el alimento
diario de los mayas del Clásico, pues la tortilla es aparentemente una introduc-
ción culinaria tardía (Houston et al. 2006: 36, figura 1.37; Taube 1989). Además,
la comida elemental del dios solar fue el corazón humano, por lo cual parece pre-
decible la referencia al consumo de “tamales” —es decir, corazones— en el Altar
G de Copán, Honduras (una escultura clásica del Baluarte San Miguel, Cam-
peche, sin procedencia, muestra un cautivo, encima de un rasgo que David Stuart
nos ha identificado como un metate simbólico, figura 6 [comunicación personal,
2007]). Dicho monumento, al este del sitio, describe el acto de “comer” del dios
solar. Un rasgo singular fue el hallazgo en el entorno de metates de tamaño
reducido, como si fuese el lugar de preparación para algún antojito sobrenatural
(Houston et al. 2006: 123, figura 3.21). La presencia de infantes encima de platos,
especialmente en contextos de way o coesencias de gobernantes mayas, indica que
fue una “comida” especial (Houston et al. 2006: figura 3.18). Por lo general, la
comida de los way fue de naturaleza muy distinta a la de los seres humanos, con
énfasis en manos, ojos, huesos y, en este caso, los suaves cuerpos de los niños. La
carne torturada, lacerada por lanzas y puntas de piedra, se refleja en las repre-
sentaciones de dichas heridas, con atención minuciosa en los cortes de la piel: el
cuerpo del cautivo reclinado en el Cuarto 2 de los murales de Bonampak, Chia-
pas, sobresale, además de varias imágenes en el arte maya (figura 7, K6674; figu-
ra 7b, con evidencia de la extracción de ojos). La pérdida de sangre pudo matar
con el mismo efecto que las heridas más profundas.
Los lugares propicios para dichos sacrificios pudieron ser los pedestales que
hay en varios (pero no en todos) sitios, tales como Piedras Negras y Tikal, este último
a) b)
huesos humanos
desarticuLación y desmembramiento
contraste, tanto Piedras Negras como Tikal poseen restos humanos con marcas
de corte en contextos no funerarios, una pauta paralela a la notada por Medina
Martín y Sánchez Vargas (2007).
Nosotros aceptamos que las marcas de corte y fracturas concentradas alre-
dedor de las áreas de articulación constituyen evidencia de desmembramiento,
así como que las marcas de corte más generalizadas en los huesos pueden indicar
desollamiento y descarnamiento; en especial cuando ocurren en el cráneo y pun-
tos de inserción de los músculos (Tiesler 2007: 27). Por supuesto, esta manipula-
ción post mórtem de los cuerpos refleja una variedad de prácticas rituales de las
cuales el sacrificio es sólo una posibilidad. De manera alternativa, es posible que
los cuerpos fuesen desarticulados poco después de la muerte para crear entierros
en bultos o para obtener huesos para veneración de ancestros. Sin embargo, los
restos humanos en bultos que son visibles en la iconografía, como en el Altar 5
de Tikal (Jones y Satterthwaite 1982: 37-38, figura 23), también pueden reflejar
episodios de reenterramiento de restos que ya estaban esqueletizados y que fueron
trasladados de un lugar a otro.
decapitación
han encontrado en numerosos sitios de las tierras bajas mayas, aunque algunos de
los mejores casos son los de Topoxté (Wurster 2000) e Ixlú (Duncan 2006). Des-
de el periodo Clásico, de los depósitos más famosos de cabezas decapitadas es el
ampliamente conocido Pozo de cráneos, Clásico terminal, del sitio Colhá, Belice
(Barrett y Scherer 2005; Massey y Steele 1997) (figura 14). El pozo contenía los
cráneos de 30 hombres, mujeres y niños, estos últimos mayoritariamente coloca-
dos en el fondo del pozo. En Colhá hay pocas dudas de que los cráneos son restos
de cabezas decapitadas, debido a que varios de ellos aún tienen vértebras cervi-
cales (en algunos casos incluyen casi la totalidad de las siete vértebras). Barrett y
Scherer (2005) han demostrado que cuando el Pozo de cráneos es considerado a
la luz de otra evidencia contextual de Colhá, incluido un depósito contemporá-
neo de otros 25 individuos desarticulados y bastante fragmentados que muestran
marcas de corte, hay pocas dudas de que éste fue producido como parte de un
acto de violencia ritual, tal vez asociado con la terminación del sitio (pero véase
Mock 1994, para una interpretación alternativa). La presencia de mujeres y niños
indica que estos individuos no eran enemigos combatientes y sugiere con fortale-
za un contexto sacrificial, aunque quizá uno con significado político más amplio.
Varios cráneos de Colhá muestran marcas de cortes finos y sin sanar, de
manera particular alrededor de las órbitas de los ojos, lo cual sugiere que algu-
nos de estos individuos fueron desollados, ya sea poco antes o después de la
Figura 14. Pozo de muerte (Massey y Steele 1997: 74-75, figs. 5.9 y 5.10; Barrett y Scherer 2005:
cráneos (Operación
107, fig. 5). El desollamiento de la cara es bastante compatible con las imáge-
2011); Colhá, Belice.
Fotografía cortesía del nes iconográficas de la decapitación que muestra mutilación sustancial, particu-
Colha Project. larmente de los ojos. Aunque es muy probable que gran parte de ésta ocurrió
Vértebras cervicales
indicadas por flecha.
post mórtem, debemos preguntarnos si al menos algunos de estos traumas fue-
ron infligidos antes de la muerte para
maximizar el sufrimiento de aquellos a
punto de ser ejecutados. Son bien co-
nocidos los rituales mexicas dedicados
a Xipe Tótec, en los que una piel deso-
llada era portada como parte del atuen-
do ritual. Pese a que esta costumbre es
menos conocida entre los mayas, hay
varios ejemplos de figurillas mayas an-
tropomorfas que representan indivi-
duos que portan caras humanas deso-
lladas (e.g. Halperin 2007: figura 7a).
Si bien es probable que los individuos
fueran desollados después de morir,
no se debe descartar la remoción par-
La ofrenda máxima: eL sacrificio humano en La parte centraL deL área maya • 181
cial de la cara ante mórtem, como parte del programa de tortura más amplio asocia-
do con el sacrificio.
Aparte del Pozo de cráneos de Colhá, hay varios otros ejemplos de depósi-
tos de cabezas decapitadas de las tierras bajas mayas del sur. En Dos Pilas, una serie
de depósitos con cabezas humanas decapitadas se encontraron en un grupo re-
sidencial que también produjo gran cantidad de huesos trabajados. En Tikal,
varios cráneos fueron colocados en vasijas cerámicas en depósitos asociados con el
Templo de las Inscripciones o Templo VI (Wright, comunicación personal, 2007).
Degollar fue posiblemente parte integral del sacrificio, particularmente como
primer paso hacia la decapitación. La vértebra cervical de un niño de 4-8 años de
edad, de Tikal, muestra marcas de corte a lo largo de la superficie anterior del
cuerpo, casi con certeza como resultado de haber sido degollado (figura 15). De ma-
nera similar, un número elevado de los cráneos decapitados de los pozos de crá-
neos de Colhá muestra marcas de corte sobre la parte anterior de las vértebras
(Massey y Steele 1997: 74, figura 5.8). Es muy probable que los individuos fueran
degollados primero para producir una abundante cantidad de sangre para ofren-
dar. Luego, cuando se seguía con la decapitación, el cuerpo era volteado y se usaba
un hacha para cortar el cuello desde atrás, como ha sido bien demostrado por
Tiesler en el caso de decapitación de Palenque.
El registro iconográfico contiene con certeza evidencia del uso del fuego en con-
textos sacrificiales (figuras 4 y 5). Depósitos extrafunerarios de restos humanos
quemados se han encontrado en varios sitios de las tierras bajas del sur, incluido
Piedras Negras, Tikal y Dos Pilas (Wright, comunicación personal, 2007; Coe
1959: 132-133). Aún se desconoce el significado de estos depósitos quemados,
aunque debe destacarse que ningún sitio ha producido evidencia clara de caniba-
tumbas
concLusiones
osteología en el estudio del sacrificio maya. Sin embargo, debemos reconocer los
límites de nuestro entendimiento de la complejidad de estos rituales. Lo que resta
por determinarse es la narrativa completa del sacrificio maya, pues se cuenta en
este momento con poco más que observaciones aisladas. La iconografía proporcio-
na abundantes vistazos de los ritos en progreso, pero no tenemos referencias del
inicio y el final. En contraste, el registro osteológico es la suma de todos los eventos
envuelto en un solo, incompleto y con frecuencia terriblemente confuso depósito
de restos humanos esqueléticos. La combinación de estos problemas es lo inheren-
temente incompleto de ambos registros. ¿Fueron documentadas todas las formas
de sacrificio humano en la iconografía? Por ejemplo, hay escasa referencia visual al
sacrificio de los acompañantes encontrados en las tumbas de Tikal, Piedras Negras
y otros sitios. Pero el registro osteológico está incompleto también. Aparte de los
asuntos relacionados con la preservación, que pueden estar inhibiendo nuestra
habilidad para identificar algunas formas de sacrificio, especialmente del corazón,
existe el reto inmoderado de desentrañar la evidencia del sacrificio de la multitud
de otros ritos del periodo Clásico que involucraron la cuidadosa manipulación del
cadáver. No existe una fórmula simple para proporcionar clara evidencia osteoló-
gica del sacrificio. Por el contrario, debemos identificar los restos físicos del sacri-
ficio estudiando caso por caso. Desafortunadamente, las identificaciones de los
depósitos sacrificiales deben ser con frecuencia tentativas. Y, como nos muestran
la imaginería y los textos, el drama a veces prolongado de sufrimiento, tortura y
humillación, asociados con el sacrificio, es todo menos que imposible de extraerse
de las pilas de huesos humanos.
A pesar de tales limitaciones, esta revisión ha demostrado que hay mucho
por aprender sobre el sacrificio con base en la evidencia maya clásica. El sacrificio
humano maya fue en esa época un complejo ritual prolongado, en el que las víc-
timas sacrificiales se convertían en sustitutos para el “agente” del sacrificio. Esto
se hizo como un intento por satisfacer, al menos de manera temporal, el ham-
bre de los seres sobrenaturales. En el plano osteológico, encontramos alguna
evidencia de la complejidad de este ritual en la variedad de contextos en los que
fueron depositados los restos sacrificiales, y la innumerable cantidad de formas
en las que los cuerpos de las víctimas eran ejecutados, desmembrados y mutila-
dos. Los sacrificios de niños en tumbas, los escondites de cabezas humanas y los
depósitos de restos humanos quemados y desmembrados constituyen memorias
físicas de la complejidad del sacrificio maya clásico.
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