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Sobre madres y padres contemporáneos: Todos los hijos de Mariana de Althaus

Mario Kuski Zanatta Salvador


Teatro Club / Los Dramaturgos
kuski.1995@gmail.com

de Althaus, Mariana. (2018) Todos los hijos. Criadero / Padre Nuestro. Lima: Penguin
Random House Grupo Editorial S.A.

Todo el que participa en una obra testimonial es un sobreviviente, su


relato es la historia de una pérdida y de una transformación. Y nos ofrece
su historia como la prueba de que nosotros también sobreviviremos.

Mariana de Althaus en Todos los hijos.

Todos los hijos, edición que reúne las dos primeras obras de teatro testimonial escritas
por Mariana de Althaus, ofrece un consistente panorama de lo que caracterizó esta etapa
en la dramaturgia de la autora peruana. En esta obra, el lector no solo se encuentra con
toda la carga poética-testimonial de Criadero y Padre nuestro, sino también con un
Prólogo de la misma autora que funge como un breve testimonial del proceso de escribir
y dirigir una obra de teatro testimonial (si permiten el juego de palabras), y como una
suerte de guía en la que se explica y por momentos analiza el proceso de creación de la
misma.
Leer esta obra es encontrarse con dos visiones honestas de nuestra contemporaneidad.
Dos lecturas generacionales potentes, en las que las diferencias con padres, madres,
abuelos, abuelas, hijos e hijas están claramente marcada por la brecha de tiempo que nos
separa y todo el pensamiento que se ha ido transformando en el devenir. Los intérpretes
de estas obras (así como la misma autora) cuestionan y dialogan, a través de sus
experiencias y vivencias, con los conceptos de maternidad y paternidad que han vivido
siendo hijas e hijos, y con los que viven y seguirán viviendo siendo madres y padres.
Antes de tocar las obras en sí, es importante detenerse a analizar el Prólogo de la autora,
que en el conjunto de todo el libro resulta bastante esclarecedor. En él, Mariana detalla
su proceso partiendo de la experiencia compartida con los y las intérpretes en el antes,
durante y después de la representación. A esto, le añade un listado de referentes teóricos
y literarios, entre los que destaca la ineludible Lola Arias, una de los máximos
referentes del teatro testimonial en nuestro continente. Cabe señalar, en ese sentido, que
este Prólogo en dinámica y contenido guarda semejanzas con una introducción que la
misma Lola Arias hace en su libro Mi vida después y otros textos (2016). Al ser lo
testimonial una corriente joven y ávida aún de darse a conocer y que al mismo tiempo
está ingresando con fuerza en nuestro medio teatral, una introducción como el que
Mariana hace en Todos mis hijos se reafirma de vital importancia para comprender tanto
la propuesta escénica que ella plantea como el marco conceptual en el que está
circunscrito.
En este Prólogo la autora, con cierto tono pedagógico, señala algunas pautas que
considera claves para la construcción de una puesta en escena de teatro testimonial: las
preguntas desde las que partió, el proceso de indagación y recopilación de información,
el cómo encontrar e introducir los elementos dramáticos, el modo de trabajar lo escénico
y sus estrategias, entre otras cosas. Entre estas líneas, también se sitúa al igual que
tantos creadores y creadoras de su época en una época en donde la ficción ya no es
suficiente, en donde las fronteras que dividen el intérprete del público se difuminan, en
donde lo político también es invadir lo privado y en donde ya no son los “grandes
relatos”, sino las “pequeñas” historias, las personales, aquellas que mayor confrontación
pueden generar.
El territorio en el que se desenvuelven ambas obras es complejo, deambula entre lo real
y lo ficticio, y en su existencia misma cuestiona el concepto de representación. Vidas
reales se mezclan con elementos dramáticos para convertirse en una obra en donde
actores y actrices juegan a interpretarse a ellos mismos en situaciones específicas de sus
vidas con sumo cuidado. Tienen que evitar llegar a una emotividad demasiado real que
termine convirtiéndose, como señala Mariana, en “pornografía emocional” (p.15). De
ahí la importancia de una estructura dramática sólida como las planteadas, con
diferentes matices, en Criadero y Padre nuestro.
Criadero, primer texto de este libro, habla de la maternidad desde la perspectiva (en esta
edición) de Sandra Requena, Alejandra Guerra y Lita Baluarte e, inevitablemente, de la
misma Mariana de Althaus, quien si bien no usa su testimonio en esta obra de forma
literal, por la cercanía, interés y conocimiento del tema aporta sustancialmente con su
visión de mundo en la construcción y organización de la misma. Dentro de esta
inundación de subjetividades y mundos personales, la labor de la directora y dramaturga
es la de seleccionar los elementos necesarios para que esta propuesta en su propuesta
escénica funcione.
El tono de Criadero es el de la intimidad. En ese aspecto, el texto dramático es
acompañado por una serie de fotografías (proyectadas, se entiende, durante la puesta en
escena) de las actrices, de sus madres, abuelas e hijas. La maternidad en esta obra está
intrínsecamente relacionada al ser mujer, no porque sean lo mismo, sino por la
existencia en nuestra sociedad de la idea de que el rol de la mujer es, necesariamente, el
de ser madre. Esto conlleva a diversas posiciones. Si bien todas las intérpretes han
decidido ser madres, aquello que cuestionan es la manera de asumirlo, como si fuera
una imposición tácita y torpe para la que hay que estar lista y ya, sin importar el cómo
muchas veces con o sin la presencia paterna. Porque valga marcar una diferencia, en
nuestra sociedad, para la mujer la maternidad es un deber, para el hombre en cambio
una responsabilidad que puede o no asumir. En palabras de la propia autora, “crianza
era una tarea para la que supuestamente habíamos nacido, pero no estábamos preparadas
en absoluto para enfrentarla” (p.11).
Esto, mezclado con las situaciones que cada una lleva consigo (llámese ausencia del
padre o del esposo/pareja, migrar a otro país o la influencia de la sociedad misma y su
idiosincrasia) hacen de Criadero una propuesta coral que si bien mantiene un hilo
dramático lineal se presenta a través de fragmentos, recuerdos y pensamientos que se
entremezclan entre sí. Las mujeres de esta obra no representan solo parte de sus propias
vidas, sino también partes ajenas con las que tienen incertidumbres y puntos en común.
En Padre nuestro, en cambio, esta intimidad no pareciese ser tan clara. Giovanni Ciccia,
Omar García, Gabriel Iglesias y Diego López dan la impresión de estar en la capacidad
de contar sus vidas con menos reparos. Esto, sin embargo, como se deduce del Prólogo,
es ambiguo, porque si bien durante la etapa de ensayos a diferencia de las mujeres los
hombres mostraban una tendencia mayor a la broma y al juego, tenían mayor dificultad
para tocar y hablar de ciertos temas que, dentro de su aparente desenvoltura, evitaban
mostrar.
Si bien en esta obra Mariana mantiene el aspecto coral, lo fragmentado y el uso de las
fotografías, el hilo dramático se ve reforzado por la existencia de una línea de tiempo de
nuestro país que de la mano con la vida y el tiempo de los intérpretes. De ahí que, en mi
opinión, el Padre nuestro alcance una nueva dimensión, la del Perú.
El contexto en el que desenvuelven los intérpretes de la obra es común. Todos han
vivido algo en el mismo lugar en un tiempo cercano que ha afectado, de un modo u otro,
sus relaciones con sus padres y, ahora, con sus hijos. Este aspecto si bien no termina
imponiéndose como principal en la obra, logra enmarcar el desarrollo de estas
paternidades.
Como parte de la experiencia como lector, es importante señalar que las versiones
publicadas en este libro son las más recientes y están en función al elenco con el que se
presentó. Detalle no menor, ya que, al ser una obra que se sostiene en elementos reales,
la posibilidad de variaciones a nivel dramatúrgico es mayor, van con la vida misma.
Todos los hijos, en ese sentido, es el registro de un momento específico de un enorme
proceso de creación que, no cabe la menor duda, seguirá evolucionando en función a las
presentaciones futuras.
Casi finalizando, un aspecto importantísimo que señalar en ambas obras es el de
aprendizaje por parte de los intérpretes involucrados, quienes miran hacia atrás y
rebuscan en sus vidas con la finalidad de entender sus procesos de crianza y, así, no
cometer los mismos errores que sus madres y padres ahora que están en su mismo lugar.
Se trata de una propuesta artística con una mirada crítica a través del tiempo en el que,
en su relación con otro que lo presencia como acontecimiento (o, en este caso, lectura),
se están compartiendo una serie de experiencias aparentemente ajenas que, en su
carácter íntimo, terminan siendo similares a muchas otras.
La reciente publicación de Todos los hijos es, sin duda alguna, un gran punto de partida
en la dramaturgia y el teatro testimonial en nuestro país. No es solo la obra, sino un
proceso de aprendizaje necesario para entendernos mejor a nosotros mismos y a quienes
en algún momento encaminaron inevitablemente las riendas de nuestras vidas para
hacernos, de un modo u otro, más o menos, para bien o para mal, aquello que somos
ahora.

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