En ruta nocturna, a 83 km del destino, apenas 25 canciones de Los 40 Classic, tu
mente reconoce que no controla el azaroso destino. No sabes por qué, pero eres plenamente consciente de tu vulnerabilidad como ser humano. Lo que, normalmente, no te afecta, ahora mismo te hace replantearte muchas cosas e imaginar situaciones que, quizá, jamás ocurran. Puede deberse a que has sido tocado por una de esas cosas que "sólo le pasan a los demás", y que ha conseguido ponerte en esta situación de ALERTA. ¿Se me cruzará un ciervo? ¿Adelantará indebidamente el coche que viene de frente, al camión? ¿Sufriré un reventón justo en esa curva junto al acantilado? No sabes si reducir la velocidad, que podría provocar lo que quieres evitar, o seguir tal cual, a pesar de tus advertencias mentales. Es como cuando te roban en casa, o en el coche, o en la calle... La sensación de "violación" está asegurada. O cuando te atreves a salir solo de cualquier sitio y te enfrentas a la soledad amenazante de las calles vacías a horas intempestivas de la noche. Algo parecido me pasó una noche campestre que me alejé de la seguridad de las luces del pueblo y, de pronto, un ruido en la oscuridad absoluta, me dijo "¡Para! ¿a dónde vas? ¿qué vas a hacer si te encuentras con un jabalí? (comunes en estos lares)". La seguridad habitual inconsciente que damos por hecho, se desvanece como una cortina deshilachada. Tus barreras habituales se desmoronan ante la realidad de la situación, que ilógicamente tejemos a nuestro alrededor en el día a día. Pero cualquier evento te puede atropellar de improviso, ¿y ahora qué? ¿Lo podrías haber evitado? ¿O son accidentes del destino, "cosas que pasan"? Lo cierto es que comprendo que no se puede vivir en un estado permanente de alerta, que tendemos, por salud mental, a empequeñecer los posibles eventos, ridiculizándolos por sentirnos fuertes, superiores, omnipotentes... Llegué perfectamente a mi destino, pero esta sensación aún me acompaña, aunque minorizada.