El otro día se me “pegaron las sábanas”. Me duché rápido, me tomé el
primer café más rápido y al ir a coger las llaves de la oficina, ¡no estaban en su sitio! Me extrañó porque suelo ser muy organizado con mis cosas (rayando un TOC), pero pensé “sí, creo que me las dejé en el asiento del coche”. Bajé corriendo las escaleras, abrí la puerta de mi casa, la del coche, me monté y arranqué, y salí pitando. Por la cuesta de Castilleja, casi llegando a Camas, me dio por mirar al asiento del acompañante ¡y allí no estaban las llaves de la oficina! Sin pararme, busqué con la mano debajo del asiento, por detrás, a los lados, y nada, que no estaban. Empecé a pensar qué hacer: “¿Llamo a mi socio para que me acerque sus llaves? ¿Lo espero, aunque no tiene hora de venir? ¿Vuelvo a mi casa a buscarlas, pero dónde estarán? ¡Voy a llegar tardísimo a la oficina!”. Bueno, así están las cosas, me dije. Di la vuelta por el desvío de Camas y tiré para mi casa. Por el camino, seguía pensando que dónde estarían las p***s llaves, por qué no miré en el asiento al montarme en el coche, por qué me quedé dormido cuando todos los días suelo despertar yo al despertador… Subí corriendo a mi cuarto y lógicamente, seguían sin estar las llaves en su sitio. Busqué por debajo del mueble, lo retiré para ver si se habían caído por detrás, miré en la cama (lo mismo ha entrado el gato y, saltando, las ha tirado). Nada, y el reloj seguía corriendo. Busqué en el escritorio y ¡Oh! ¡debajo de donde pongo las medicinas diarias asomaba el llavero con el logo de la empresa! Las cogí, bajé corriendo, me metí en el coche, mientras pensaba “pero quién...”. Por la autopista, me tocó delante el coche que va pisando huevos, luego el camión que se pone a adelantar a otro camión, en fin, paciencia, me recomendé. Bajé la cuesta de Castilleja de nuevo y, al ir a incorporarme a la SE-30, en la misma curva, vi una señal de peligro en el arcén ¡y un 4x4 mirando en dirección contraria, con la rueda trasera derecha subida en el quitamiedos de la mediana! Como iba ya con la tranquilidad que da el “bueno, qué vamos a hacer, paciencia”, lo esquivé sin problemas y seguí mi rumbo. Pero pensé, qué hubiera pasado si no hubiera tenido el problema de las llaves. Seguramente, con las prisas, hubiera tomado esta curva de incorporación a más velocidad de la cuenta, y lo mismo me hubiera visto involucrado en el accidente que, por los cálculos que hice, debiera haber ocurrido, más o menos, en el momento de mi paso por allí. O lo mismo nada tiene que ver y son suposiciones mías. Pero resulta bonito pensar, al menos, que todos tenemos un Ángel de la Guarda que nos acompaña y nos protege, a veces, sin que ni siquiera nos demos cuenta.
P.D.: Al final llegué a la oficina 10 minutos tarde.