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TEXTO DE CONSULTA – EXÁMENES DE ASCENSO GESTIÓN

2023

POLICÍA BOLIVIANA
DIRECCIÓN NACIONAL DE INSTRUCCIÓN Y ENSEÑANZA
UNIVERSIDAD POLICIAL MCAL. ANTONIO JOSÉ DE SUCRE

TEXTO DE CONSULTA
EXÁMENES DE ASCENSO - 2023

SUBTENIENTE A TENIENTE

PSICOLOGÍA CRIMINAL

UNIVERSIDAD POLICIAL MCAL. ANTONIO JOSÉ DE SUCRE PSICOLOGIA CRIMINAL


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2023

PROGRAMA DE EXÁMENES
DE ASCENSO

SUBTENIENTE A TENIENTE
PSICOLOGÍA CRIMINAL

TEXTO SISTEMATIZADO
UNIVERSIDAD POLICIAL MCAL. ANTONIO JOSÉ DE SUCRE

UNIPOL 2023

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TEMARIO

TEMA N° 1 - ORÍGENES DE LA PSICOLOGÍA CRIMINAL

TEMA N° 2 - PSICOLOGÍA CRIMINAL

TEMA N° 3 - PSICOLOGIA CRIMINAL APLICADA A LA


INVESTIGACIÓN
CRIMINAL

TEMA N° 4 - PSICOPATOLOGÍA CRIMINAL

TEMA N° 5 - MOTIVACIÓN CRIMINAL

TEMA N° 6 - LOS MALOS TRATOS. ACTUACIÓN CON LAS VÍCTIMAS E


INTERVENCIÓN POLICIAL

TEMA N° 7 - VICTIMIZACIÓN CRIMINAL

TEMA N° 8 - REDES SOCIALES Y CIBERDELITOS

TEMA N° 9 - EL MODUS OPERANDI Y EL MODUS APPARENDI

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ÍNDICE

TEMA N°1
ORIGENES DE LA PSICOLOGIA CRIMINAL
1.1. La frenología
1.2. Las doctrinas de Lombroso
1.3. Teorías sobre la personalidad de criminal de Eysneck
1.3.1.Extraversion
1.3.2.Neuroticismo
1.3.3.Psicoticismo
1.4. Paradigmas actuales en la psicología Criminal
1.4.1. La psicología evolucionista
1.4.2. La genética del comportamiento
1.4.3. El Paradigma del control social/Autocontrol
a. La teoría del soció logo Travis Hirschi
b.Teoria de bajo autocontrol
1.4.5. El paradigma de la Criminología del desarrollo - Terrie Moffitt
1.4.6. El paradigma del delincuente racional

TEMA N°2
PSICOLOGIA CRIMINAL
2.1. Concepto de Psicología
2.2. Concepto de Psicología Criminal
2.3. Á mbitos de Actuació n
2.3.1. Aná lisis criminal
2.3.1. Perfilacion criminal
2.3.1. Entrevistas a implicados en el delito
2.3.1. Valoració n para ser juzgado
2.3.1. Valoració n del estado de la victima
2.3.1. Prevenció n

TEMA N°3
PSICOLOGIA APLICADA A LA INVESTIGACION CRIMINAL
3.1. Concepto de investigació n Criminal
3.2. Fases de la Investigació n Criminal
3.2.1. Fase Criminalística
3.2.2. Fase Criminal
3.2.3. Fase pericial o forense
3.3. Perfil Psicoló gico
3.3.1. Definició n Conceptual
3.3.2. Principios
3.3.3. Objetivos
a. Ofrecer al sistema de justicia informació n sobre las características psicosociales má s
probables del agresor

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b. Ofrecer al sistema de justicia una evaluació n psicoló gica de las pertenencias encontradas
en posesió n del agresor
c. Ofrecer a las fuerzas de seguridad estrategias efectivas en la entrevista de sospechosos
3.3.4. Fuentes de los perfiles
a. Perfil criminal inductivo
b. Perfil criminal deductivo
3.3.5. Modelos teó ricos
a. El modelo americano del FBI (Psydhological Profiling)
b. El modelo inglés de David Canter (Investigative Psychology)
c, El método Ver: Aplicació n en la investigació n del delito
3.4. Tipos de perfiles Psicoló gicos
3.4.1. Homicidios / Asesinatos
a. Personalidad y desarrollo psicosocial de los asesinos en serie
b. Motivaciones psicoló gicas de los asesinos en serie
Visionario
Misionario
Hedonístico
De poder /control
3.4.2. Agresió n sexual infantil
a. Características generales
b. Las motivaciones psicoló gicas de los agresores sexuales infantiles
Inmaduros o fijados en la pedofilia
Regresivos
Agesivos
Pseudopedofilos
3.4.3. Agresió n sexual y violació n adulta
a. Características genéricas
b. Las motivaciones psicoló gicas del agresor sexual adulto
c, Clasificació n de Grth y Cois – Poder y Odio
1. Violador de poder
2. Violador Odio
d. Tipología de Knigthy Prentky – El MTC R3
1.Violador Oportunista
2.Violador enojado
3. Violador Sexual
4.Violador Vengativo
3.5. La escena del Crimen
3.5.1. Los Criminales organizados y su escena
3.5.2. Los criminales desorganizados y su escena
3.5.3. Otros elementos relevantes en la escena

TEMA N°4
PSICOPATOLOGIA CRIMINAL
ENFERMEDADES MENTALES CON INCIDENCIA EN LA ACTIVIDAD DELICTIVA
4.1. Enfermedad mental y normalidad
4.2. Trastornos disociativos
4.2.1. Trastorno de identidad disociativo
4.2.2. Amnesia psicó gena o disociativa
4.2.3. Fuga psicó gena o disociativa
4.2.4. Trastornos de despersonalizació n
4.2.5. Estados de trance y posesió n
4.3. Esquizofrenia
4.4. Psicosis delirantes

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4.4.1. La personalidad paranoide


4.4.2. Tipos de Delirio
a. Delirio de reivindicació n
b. Delirio de persecució n
c. Delirio celotipico
d. Delirio erotomaniaco
e. Delirio de grandeza
4.4.3. Psicosis de asociació n
4.5. Trastornos de Personalidad
4.5.1. La Psicopatía
a. Concepto de Psicopatía
b. El á rea emocional/ interpersonal
c. Aná lisis criminoló gico del comportamiento violento del psicó pata
No todos los psicó patas son violentos
No todos los psicó patas son criminales violentos
d. Como reconocer al psicó pata violento: Instrumentos de diagnostico
e. Intervenció n con el psicó pata violento y mecanismo de prevenció n
4.5.2. El trastorno sá dico de personalidad

TEMA N° 5
MOTIVACION CRIMINAL
5.1. Procesos motivacionales
5.2. Definició n y principales conceptos motivacionales
5.3. Aspectos generales de la motivació n delictiva
5.3.1. Teoría de «asociació n diferencial» de Edwin O. Sutherland
5.3.2. Teorías sobre «la motivació n delictiva» de Donald R. Cressey
5.3.3. Teoría de la anonimia de E. Durkheim
5.4. Motivació n delictiva en las agresiones sexuales
5.4.1. La motivació n sexual
5.4.2. Disfunciones sexuales
5.4.3. Clasificació n de Violadores
a. Violador sá dico
b. Violador depredador
c. Violador motivado para cometer una agresió n
5.4.4. Clasificació n de agresores sexuales de menores
a. Abusador pedó filo obsesivo
b. Abusador pedó filo regresivo
5.5. Motivació n delictiva en homicidios
5.5.1. Motivaciones bá sicas
a. Venganza y justificació n
b. Control y poder
c. Extasis - Alivio
5.5.2. El Asesino serial
a. Fases del ciclo de actuaciones del asesino serial
1.Fase aurea
2. Fase de pesca
3. Fase de seducció n
4. Fase de captura
5. Fase del asesinato
6. Fase fetichista
7. Fase depresiva
b. Motivaciones del asesino serial
5.6. Motivació n delictiva en casos de violencia de género

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5.6.1. La violencia
5.6.2. Perfiles de agresor
a. Agresor psicopá tico
b. Agresor hipocondriaco
c. Agresor Cíclico/ emocionalmente inestable
5.6.3. Otras características del agresor

TEMA N°6
LOS MALOS TRATOS
ACTUACION CON LAS VICTIMAS E INTERVENCION POLICIAL
6.1. La familia, su la problemática interna y la repercusió n en la sociedad
6.2. La violencia contra la mujer en el á mbito familiar
6.3. Origen y mantenimiento de la violencia
6.3.1. Teorías del mantenimiento
a. La Teoría del Ciclo de la Violencia
b. Teoría de la Indefensió n Aprendida
6.4. Consecuencias de la violencia domestica
6.4.1. En la mujer
6.4.2. En los menores
6.5. Manifestaciones de la violencia
6.6. La victima
6.7. El maltratador

TEMA N°7
VICTIMIZACIÓN CRIMINAL
7.1. Definició n de víctima
7.2. Tipologías de las víctimas
7.2.1. Víctimas no participantes
7.2.2. Víctimas participantes
7.2.3. Victimas especialmente vulnerables
7.2.4. Víctimas Familiares
7.2.5. Víctimas simbó licas
7.2.6. Víctimas colectivas
7.2.7. Victimas falsas
7.3. ¿Qué es la victimizació n?
7.3.1. Concepto
7.3.2. ¿Cuá les son las consecuencias de la Victimizació n?
7.3.3. ¿Qué es la victimizació n Criminal
7.3.4. Formas de Victimizació n
a. Victimizació n primaria
b. Victimizació n secundaria
c. Victimizació n terciaria
7.3.5. ¿Cuá les son las secuelas emocionales?
7.4. Perfil de la víctima
7.4.1. Los rasgos físicos
7.4.2. Estado marital y relaciones afectivas
7.4.3. Estilo de vida
7.4.4. Ocupació n
7.4.5. Educació n
7.4.6. Datos del vecindario

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7.4.7. Historia médica


7.4.8. Historia psicosexual
7.4.9. Historia judicial
7.4.10. Ú ltimas actividades
7.5. Teoría Traumagénica
7.5.1. Sexualizació n traumá tica
7.5.2. Sensació n de traició n
7.5.3. Estigmatizació n
7.5.4. Pérdida de control y sus consecuencias clínicas

TEMA N°8
REDES SOCIALES Y CIBERDELITOS
8.1. ¿Qué son las redes sociales?
8.2. ¿Para que sirven las redes sociales?
8.3. Ventajas de las redes sociales
8.3.1. Comunicació n inmediata
8.3.2. Oportunidades laborales
8.3.3. Entretenimiento
8.3.4. Denuncia social: Las redes sociales sirven para sacar a la luz situaciones que en
8.3.5. Compartir conocimientos
8.3.6. Mejora la visibilidad de la marca
8.3.7. Difusió n de contenidos de la empresa
8.3.8. Medir las acciones de marketing
8.4. Aspectos negativos de las redes sociales
8.5. ¿qué son los ciberdelitos?
8.6. ¿cuá les son los ciberdelitos má s comunes?
8.6.1. Revenge porn o porno vengativo
8.6.2. Grooming
8.6.3. Pharming
8.6.4. Phishing
8.5. Có mo influyen los delitos informá ticos
8.6. Perfil criminal actual del ciberdelincuente

TEMA N° 9
EL MODUS OPERANDI Y EL MODUS APPARENDI
9.1. El modus operandi
9.1.1. Definició n, características y riesgo en el modus operandi
9.1.2. ¿qué es el modus operandi?
9.1.3. Características psicoló gicas del modus operandi
9.1.4. Objetivos del modus operandi
9.1.5. Tipología del modus operandi
9.2. El modus apparendi
9.2.1. Definició n modus apparendi
9.2.2. Componentes del modus apparendi: firma, ritual, escenificació n y sello
a. Componentes del modus apparendi: Firma
b. Componentes del modus apparendi: Ritual
c. Componentes del modus apparendi: Escenificació n
d. Componentes del modus apparendi: Sello Personal
e. Componentes del modus apparendi: Sintomatología

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TEMA N° 1

ORÍGENES DE LA PSICOLOGÍA CRIMINAL

En este primer acercamiento se mostrará la evolució n que han experimentado a lo


largo de la historia las teorías y explicaciones concebidas para predecir y comprender
la etiología del comportamiento criminal, ya que, en todas las sociedades, el ser
humano jamá s ha dejado de preocuparse por identificar al transgresor de las normas
de convivencia y juzgarlo. En este sentido, aprender a identificar al sujeto desviado ha
tenido un gran valor adaptativo en una especie como la nuestra, mamíferos primates,
caracterizada por superar las dificultades gracias a la cohesió n y la eficacia del grupo.
A través de los siglos, esto ha sido una constante.

Lo interesante de comenzar con esta perspectiva histó rica, má s allá del hecho de
mirar hacia el pasado, va a ser descubrir có mo esas transformaciones han sido
acumulativas, es decir, cada una de las formas con la que las sociedades han
identificado, juzgado al culpable y explicado su desviació n, nunca se extinguieron por
completo, jamá s perdieron cierta vigencia. De alguna forma, han prevalecido o, en
cierto modo, han condicionado las identificaciones, juicios y explicaciones
posteriores. Vamos a mirar al pasado, en fin, para poder entender mejor el presente.
Desde esta perspectiva, el punto de partida no podía ser otro que una época en la que
el perfil moral de un individuo tenía su correlato en las facciones de su rostro o en la
morfología de su crá neo. Ser feo, digá moslo sin contemplaciones, te convertía
automá ticamente en sospechoso. (San Julian Guillen & Vozmediano Sanz, 2018)
1.1. La frenología
Es esta una doctrina que afirma la estricta localizació n de todas las funciones
psicoló gicas en distintos centros cerebrales, y la posibilidad de conocer y diagnosticar
su grado de desarrollo a través el examen del crá neo de los individuos sometidos a
un estudio. Tuvo una época de esplendor en la primera mitad del siglo XIX, y ha sido
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muchas veces considerada como una autentica preformació n de los que sería luego la
psicología. Desde el primer momento, admitió la existencia de una serie de cualidades
psicoló gicas, entre las que se hallaban varias de las que supuestamente causaban las
conductas delictivas y violentas.

El médico alemá n Franz Joseph Gall (1758 - 1828) es el fundador de este movimiento,
que pronto contara con el apoyo de su discípulo Gaspar Spurzheim (1776-1832), y de
numerosos discípulos. Hay aquí una completa “psicología de facultades” combinada con
una anatomofisiología cerebral rudimentaria, pero manejada con audacia por Gall y
sus discípulos. Estos en efecto, van a difundir por Europa luego por America, la
doctrina que, segú n ellos, hace posible conocer la personalidad de los individuos, sus
tendencias má s hondas, y por lo mismo predecir y explicar sus conductas. Dentro de
sus actividades se incluyó en lugar preferente el conocimiento y diagnó stico de las
personalidades psicopá ticas y patoló gicas, y ocuparon mucho tiempo realizando
exá menes de crá neos de individuos con biografías criminales, condenados a sufrir
largas penas en cá rceles y presidios.

En la relació n de facultades, incluyen alguna como la “destructividad”, que puede


orientarse a la eliminació n de facultades, pero también hacia formas perversas como el
asesinato, la crueldad, o la ferocidad; la “acometividad”, que puede mostrarse como
inclinació n a riñ as y pendencias, o bien como cobardía y pereza; y otras como la
“benevolentividad”, y otras aná logas que tienden a establecer relaciones positivas con
otras personas. En general, en el individuo hay elementos impulsivos, junto a otros que
son restrictivos y un tercer grupo, que es directivo: de este modo, conciben la conducta
como resultado de la interacció n de esos elementos, que tendrían una base anató mica,
pero que serían hasta cierto punto modificables mediante la adquisició n de há bitos que
fortalecieran los elementos compensatorios.

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La frenología constituye una primera versió n de la psicología naturalista, que


acentú a la condició n innata y bioló gica de las cualidades personales. Se la tacho de
determinista y fatalista, y contraria al reconocimiento de la libertad moral.

La frenología guarda estrecha relació n con las doctrinas que iba a mantener con gran
éxito popular el médico italiano Cesare Lombroso, en la segunda mitad del siglo XIX.

1.2. Las doctrinas de Lombroso


Cesare Lombroso, (1835-1909) criminó logo italiano, estuvo inspirado en las ideas
frenoló gicas, y en la teoría degenerativa del psiquismo desarrollada por el francés
Benedict A. Morel (1809-1873). Este ú ltimo había sostenido la existencia en los
organismos de procesos degenerativos que resultaban de la actuació n de patología
y sustancias perjudiciales (alcohol, opio, consanguinidad, etc), deterioraban la masa
hereditaria transmitida a los descendientes, y se manifestaban a través de signos o
estigmas, y de trastornos físicos y mentales.

Lombroso creyó encontrar un tipo humano particular, el “criminal nato”, que describió
en El hombre delincuente (1876) y que daría una explicació n cumplida de la conducta
criminal. Era un resultado de ciertos procesos degenerativos, a consecuencia de los
cuales transgredía la ley, desarrollaba una conducta criminal; era, ademá s, reconocible
gracias a ciertos rasgos físicos. De acuerdo con esta ideas, atavismo y enfermedad se
unían para generar tales individuos, de una enorme peligrosidad social nacida de
causas puramente bioló gicas. Entre sus rasgos característicos incluiría la microcefalea,
las alteraciones en la estructura cortical, su gran masa corporal, asimetrías craneales y
faciales, y una gran insensibilidad al dolor, entre otros (Maristany, 1973).

Lombroso halló en torno suyo un grupo de discípulos capaces de desarrollar sus ideas
de una antropología criminal. Entre ellos se encuentra Enrico Ferri y Raffaele
Garofalo (Bernaldo de Quiros, 1908; Ferri, 1809). La índole naturalmente peligrosa del

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delincuente propicio una visió n estrictamente defensiva del sistema jurídico y de las
penas, para proteger la ciudad. Al mismo tiempo, promoverá el
estudio de los rasgos y factores que generan tan amenazadora personalidad; de ahí el
enorme desarrollo de la criminología en las ú ltimas décadas del siglo.

1.3. Teoría sobre la personalidad criminal de Eysenck


La teoría de Eysenck (1964, 1964, 1977, 1997) es sin duda la má s utilizada en todos los
estudios que relacionan las variables de personalidad con la conducta antisocial.

Mediante diversos estudios factoriales, el autor aisló inicialmente dos variables de


personalidad, a las que denomino: Extraversió n y Neuroticismo. Posteriormente,
propuso una tercera dimensió n, el Psicoticismo (1976), muy relacionada con la
delincuencia. Estas tres dimensiones bá sicas de su modelo jerá rquico de la
personalidad, está n conformadas por diversos rasgos:

1.3.1. Extraversión: Sociable, vital, activo, dogmá tico, busca de


sensaciones, dominante

1.3.2. Neuroticismo: Ansioso, reprimido, sentimientos de culpa, poca


autoestima, tenso.

1.3.3. Psicoticismo: Agresivo, frio, egocéntrico, impersonal, impulsivo,


antisocial.

Segú n el autor, las tres variables se correlacionan con la conducta antisocial de forma
positiva, aunque en investigaciones posteriores se descubrió diferencias en la
importancia de estas correlaciones. El mismo Eysenck en 1997, concluyo que las
tres dimensiones, era el Psicoticismo la dimensió n que aparecía má s claramente
relacionada con la delincuencia “psicopatía primaria”, mientras que Extraversió n y
Neuroticismo estarían relacionadas con la “psicopatía secundaria”. Eysenck ya indico
que, a nivel empírico, el grado de correlació n entre las tres dimensiones y la conducta

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delictiva podía variar en funció n al sexo, el tipo de muestra y la edad, entre otras
variables.

Para Eysenck, los individuos difieren en sus rasgos debido a diferencias genéticas,
aunque no descartó las influencias ambientales y situacionales en la personalidad,
como las interacciones familiares en la infancia. Por lo que se basa en un enfoque
biopsicosocial en el que estos factores genéticos y ambientales determinan la conducta.
(Garcia-Allen, 2021)

Lo que propone el autor es que cada persona nace con una estructura específica a
nivel cerebral, que causa discrepancias en la actividad psicofisioló gica y, por tanto,
provoca que el individuo desarrolle diferencias en el mecanismo psicoló gico,
determinando un tipo específico de personalidad. (Garcia-Allen, ob.cit.)

1.4. PARADIGMAS ACTUALES EN LA PSICOLOGÍA CRIMINAL

1.4.1. La psicología evolucionista. Se basan en teorías de Darwin. La Psicología


evolucionista es una rama de la Psicología que utiliza un modelo teó rico basado
en la selecció n natural del comportamiento humano. El supuesto bá sico se
basa en las conductas criminales se mantienen en la actualidad porque en sus
ambientes evolutivos eran conductas que favorecían la adaptació n. La tesis
fundamental es que todo organismo “desea” sobrevivir y reproducirse y los que
sobrevivan, expandirá n sus genes.

Para los evolucionistas el delito es normal porque les permite sobrevivir. El


crimen no se transmite, pero si los deseos homicidas (situaciones de celos,
propiedad sexual, etc). Estas teorías precisan que será n las reglas sociales las que
restrinjan la violencia.
Uno de los pioneros en aplicar el paradigma evolucionista al crimen y delito
fue Michel Ghiglier. A través de su obra, El lado oscuro del hombre, propone un

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persuasivo enfoque bioló gico del comportamiento humano y reorienta el viejo


debate sobre el predominio de los instintos naturales o la educació n, de la
genética o el entorno, y de la cultura o la biología.

Basá ndose, sobre todo, en el estudio comparativo de las conductas de los grandes
simios, ademá s de las má s variadas fuentes, desde las aportaciones científicas
hasta innumerables entrevistas personales, Ghiglieri nos brinda un actualizado y
ambicioso aná lisis de los orígenes de la violencia y la agresividad en nuestras
sociedades. Desde disciplinas tan variadas como la biología, la psicología, la
antropología, la historia y la sociología. El lado oscuro del hombre aborda
aspectos del comportamiento humano (la violació n, la criminalidad o las guerras)
que parecen enraizados en los má s profundo de nuestros instintos.

1.4.2. La genética del comportamiento: Adrian Raine resume en los siguientes


puntos las consideraciones que enturbian el aná lisis de la influencia de la
genética de la conducta Antisocial:
- Los genes codifican proteínas y enzimas e influencian los procesos
fisioló gicos cerebrales que podrían predisponer bioló gicamente para
determinar conductas criminales, No es posible concebir un solo gen
codificando la proclividad al crimen, como tampoco es imaginable que un solo
gen pudiera regir otras conductas humanas complejas. Es probable que exista
mú ltiples genes y esta idea debe presidir aquellas disciplinas bioló gicas tales
como la neurología, la psicobiología o la neuroquímica.
- La conducta criminal es el producto de los genes y del ambiente. No se
habla de efectos sumatorios; lo propio es hablar de efectos
multifactoriales, de interacció n entre genética y entorno. De otro lado, los
genetistas de la conducta no tienen una posició n radical; ellos no excluyen
importancia del ambiente, aunque obviamente privilegian las bases
bioló gicas de la violencia.

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- La heredabilidad de la conducta criminal en los gemelos monozigotos es de


un 50 %. Habrá que aceptar que el otro 50% corresponde a influencias
sociales.

- Hay razones incontrovertibles para sostener que los factores


socioculturales son claves en el desarrollo del crimen y todo señ ala que la
genética actuará en un vacío si no considerara el medio ambiente.

1.4.3.El paradigma del control social/autocontrol

Este paradigma cuenta con dos teorías: Teoría del soció logo Travis Hirschi
y la Teoría de bajo autocontrol.

a) La teoría del sociólogo Travis Hirschi: También conocida como la teoría de los
vínculos sociales fue desarrollada partiendo del criterio de que el individuo no
actú e delincuencialmente, radica en los nexos que el mismo establece con la
sociedad, lazos cuya ruptura significarían una sensible pérdida para la persona.
Cuando se carece de esos vínculos o los mismos de debilitan desaparece el arraigo
social que funciona como muro detentivo del actuar criminal. La necesidad de
autopercibirse y ser reconocido como integrante pleno y respetado de los
diversos grupos sociales de pertenencia actú a como elemento conductual
controlador, segú n esta posició n teó rica.

Para Hirschi en el vínculo social había cuatro elementos:


 Apego a los padres, los pares o en la escuela
 Compromiso de las líneas convencionales de la acció n
 Participació n en actividades convencionales
 Creencia en un valor comú n
Estos cuatro elementos del vínculo social convierten al niñ o en un ser
prosocial y obediente de las leyes. Hirschi encontró que hay poca evidencia para
sustentar la hipó tesis de que la delincuencia nace como respuesta a la frustració n.

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b) Teoría de bajo autocontrol: Parte del concepto de autocontrol, que es


definido como el grado en el que diversas personas son vulnerables ante las
tentaciones del momento. Las características de las personas con bajo autocontrol
son:
 Está n orientadas al presente, el delito satisfacció n inmediata (son
impulsivos)
 Les gusta correr riesgos y vivir sensaciones fuertes, de naturaleza física.
 No son pacientes ni persistentes (falta de empatía y conciencia)

El autocontrol se aprende mediante:


 La educació n de los padres
 En los diez primeros añ os de vida
 A través de la prevenció n primaria, enseñ ando a los padres a “ser
buenos padres”

Un bajo autocontrol desemboca a responder a estímulos inmediatos, lo que se


puede llamar el aquí y ahora. Un bajo autocontrol se relaciona con bú squeda de
sensaciones intensas, excitantes, arriesgadas. Con bajo autocontrol se da una
indiferencia hacia el dolor y los deseos. El crimen requiere escasas habilidades y
poca planificació n. El bajo autocontrol muestra poco interés por sus objetivos a
largo plazo y poca preocupació n por lo lejano. Escasa tolerancia a la
frustració n y alta tolerancia al dolor físico.

1.4.5. El paradigma de la criminología del desarrollo – Terrie Moffitt

A través de la teoría del desarrollo de Terrie Moffitt, se han formulado algunos de los
conceptos má s relevantes de este modelo explicativo:

 Las personas estaban incluidas por diferentes factores segú n la etapa de la


vida.

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 Las relaciones sociales se modifican, la conducta delictiva se ve incluida.

Esta corriente afirma que “los factores relevantes para la criminalidad son distintos
segú n la edad de las personas”, Se siguen criterios como “la fase de la vida” del
delincuente: las personas experimentan a lo largo de la vida nuevas experiencias y
procesos bioló gicos típicos de cada etapa: se trata de propuestas diná micas (opuestas
a la está tica simpatizan con el enfoque de los factores de riesgo): se
analizan factores que incrementan el riesgo estadístico de que se delinca. Llaman la
atenció n acerca de que la mayoría de quienes cometen delitos abandonan su carrera
delictiva cuando termina la adolescencia:

Terrie Moffitt clasifica a los delincuentes en:

1. Cuya actividad delictiva se limita a la adolescencia


2. Delincuentes persistentes: a lo largo de toda la vida

Para este autor las causas del delito en ambos casos son distintas

 Cuando la actividad delictiva se limita a la adolescencia, la causa es el


mimetismo, es decir copiar, imitar un comportamiento que proporciona
recursos valiosos (estatus de adulto)
 Cuando son delincuentes a lo largo de toda la vida, la causa es de
naturaleza neuropsicoló gica que influyen sobre el temperamento,
desarrollo del comportamiento; pero ademá s factores ambientales
(barrio, familia, escuela) que los pueden empeorar. A lo largo del
tiempo las consecuencias negativas que se van acumulando.

1.4.6. El paradigma del delincuente racional


En la década de los 70, del Siglo XX, se produce un auge de la delincuencia, al tiempo
que se produce un fracaso para frenar dicha tendencia. Esto provocó una tendencia a

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mirar al pasado; y así, las teorías de autores como Beccaria y Bentham adquieren
un valor especial. Estos autores parten de la idea de que los delincuentes son seres
racionales, que buscan mediante su acció n ilegal obtener beneficio que de otro modo
tendrían que lograr mediante el trabajo y el esfuerzo.

Para prevenir los delitos habría que obrar, por consiguiente, de modo que el sujeto
condenado, estimando los costos y beneficios del delito, calculara que tal acció n no le
resulta provechosa: lo que le llevaría a concluir que debería abstenerse de cometerla en
el futuro. Esta es la filosofía de la prevenció n especial.

Bentham, al igual que Becaria manifiestan la necesidad de establecer una proporció n


entre delitos y penas, en el sentido que la ley debía ser o suficientemente rigurosa y
dura para causar temor en el delincuente, de tal forma que el delito se haga temer má s
que desear, como lo diría este autor: “una pena insuficiente es un mal sin beneficio
alguno”.

Segú n este modelo teó rico, una forma de reducir el delito seria aumentar los
costos de su realizació n, por ello desde esta teoría se propuso aumentar la severidad de
las penas. Estudios han puesto de manifiesto que la severidad de la sanció n tiene
repercusiones irrelevantes, mientras que, por el contrario, la certeza de pena puede
influir en la reducció n de la delincuencia. (Guardiola, 2021)

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TEMA N° 2
PSICOLOGÍA CRIMINAL

2.1. CONCEPTO DE PSICOLOGIA


La psicología en una ciencia que estudia la conducta y los procesos mentales,
pues con el pasar de los añ os han ampliado su campo de acció n, por lo que no es
extrañ o encontrar psicó logos en los centros educativos, hospitales, empresas,
instituciones, etc. Las á reas principales de la psicología son: clínica, educativa y social,
de las cuales se desprenden á reas contemporá neas que aplican conocimientos
psicoló gicos en á mbitos específicos que requieran a la psicología
por estar relacionada con la conducta.
La psicología criminal, es una sub á rea de la Psicología Jurídica que “trata de los
supuestos psicoló gicos en que se fundamentan las leyes y quienes las aplican,
bien sean juristas bien psicó logos, con el fin de explicar, predecir e intervenir”
(Garrido, Masip, & Herrero, Psicologia Juridica, 2006)

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2.1. CONCEPTO DE PSICOLOGÍA


CRIMINAL
La Psicología criminal o criminológica se encarga de estudiar el comportamiento y
los procesos mentales del individuo que ha cometido un delito. La Psicología criminal,
por tanto, se encarga de estudiar los desarrollos y procesos de índole psicoló gica que
intervienen en la ideació n y perpetració n de actos criminales. (Vasquez Cigarroa,
2021)

Estudia los porqués y el modo en que se manifiesta la conducta criminal


distintivamente de otras conductas, abordando la observació n científica de los
tipos conductuales delictivos, los tipos de delincuentes y la delincuencia como
fenó meno psicosocial. (Vasquez Cigarroa, ob.cit.)

2.2. ÁMBITOS DE ACTUACIÓN


La Psicología criminal sienta las bases teó ricas y prá cticas para facilitar la tarea de los
psicó logos criminales. É stos elaboran el psicodiagnó stico con la intenció n de prever un
pronó stico y considerar un tratamiento adecuado mediante el estudio de la
personalidad del criminal. Asimismo, la Psicología criminoló gica integra la labor
terapéutica destinada a modificar la conducta antisocial del sujeto. (Vasque
Cigarroa, 2021)

La psicología criminal tiene muchos á mbitos de aplicació n, siendo especialmente


destacable la figura del psicó logo criminal en centros penitenciarios, centros de
salud y juzgados. (Montagud Rubio, 2021)

2.3.1. Análisis criminal: Esta es una de las principales razones por las que
se debe incluir la psicología en el ámbito criminológico, dado que en un
delito pueden intervenir muchas personas, tanto el que lo comete como la
víctima y có mplices. Así pues, la psicología criminal analiza los
comportamientos del delincuente en diferentes situaciones específicas, de

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manera que compara los datos que se obtengan con las bases de datos. En caso
de que se encuentren coincidencias, como las armas utilizadas, el tipo de
víctima (como en los casos de asesinos seriales), el modus operandi, el lugar
geográ fico y demá s aspectos que permiten tener una base para guiar
la investigació n.

Aquí también se puede incluir la investigació n policial, incluyéndose la


negociació n con los criminales, los trabajos sobre el contenido psicoló gico de
diferentes pruebas o hechos, estudios sobre la estructura de bandas
criminales implicadas en el delito o el mapeado del crimen.

2.3.2. Perfilación criminal: Esta es una técnica de investigació n que ayuda a los
investigadores a colocarse en la mente del criminal, permitiendo identificar sus
características de personalidad y comportamiento, analizando el crimen
y la escena del mismo.

De esta forma se pueden conocer diferentes aspectos acerca de la personalidad


o de los motivos del autor. Por ejemplo, puede ser que el delito tuviera
una planeació n previa, o puede que fuera impulsivo y pasional. También
se tiene en cuenta la edad de quien cometió el delito, su género y la zona en la
que posiblemente viva.

2.3.3. Entrevistas a implicados en el delito: La psicología criminal puede ser


aplicada en la realizació n de entrevistas, tanto a ofensores como víctimas,
para conseguir informació n relevante y veraz acerca de los hechos que han
ocurrido. Así se tienen en cuenta las diferentes necesidades de cada persona
sometida al acto criminal. Tienen necesidades, capacidades y características
que deben ser tenidas en cuenta a la hora de realizar la entrevista, como por

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ejemplo un menor que haya sido testigo de un crimen, un ofensor que se niega
a confesar, alguien traumatizado, etc.

La entrevista en este á mbito tiene sus particularidades, dado que en las


entrevistas está ndar se pueden identificar tres problemas que implican la
inhibició n en la recuperació n de la informació n:

 Frecuentes interrupciones.

 Formulació n de preguntas excesivas.

 Secuencia inapropiada de las preguntas.

Todo esto puede dar como resultado una informació n má s vaga e


imprecisa, poco ú til para la investigació n.

2.3.4. Valoración para ser juzgado: Una de las competencias del psicó logo
criminal es valorar si el acusado es apto para ser juzgado. Se deberá
valorar si el individuo es capaz de entender la comisió n del delito del que se le
acusa, y si tenía plenas facultades para entenderlo en el momento en el que lo
hizo, si puede entender las causas de las que se le acusa, si entiende el
rango de las posibles condenas y si tiene capacidad para declarar en su
propia defensa.
Los motivos que hacen que una persona no pueda ser juzgada son varios,
como pueden ser una lesió n cerebral, demencias, discapacidad intellectual o
presencia de psicopatología. Para poderlo comprobar, los psicó logos se valen
de métodos de evaluació n o pruebas psicométricas.

2.3.5. Valoración del estado de la víctima: No ú nicamente se pretende conocer


las características del delincuente, sino también conocer el estado de la

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víctima. Es decir, se pretende averiguar qué efectos tiene sobre su salud


mental el acto que ha vivido, que puede ser especialmente traumá tico
tratá ndose de un intento de asesinato, abuso sexual o maltrato.

2.3.6. Prevención: La psicología criminal tiene una finalidad preventiva, dado que
conocer el delito contribuye, también, a evitarlo interviniendo sobre los grupos
má s propensos a realizarlo. Así pues, esta disciplina, conociendo los factores
biopsicosociales que presentan una relació n con la aparició n y con el
desarrollo de la delincuencia para poder llegar a reducir la criminalidad
mediante programas de prevenció n. Se pretende mejorar el conocimiento del
delito y su prevenció n.

TEMA N°3

PSICOLOGIA CRIMINAL APLICADA A LA INVESTIGACIÓN CRIMINAL

3.1.CONCEPTO DE INVESTIGACIÓN CRIMINAL

La investigació n criminal es un conjunto de saberes interdisciplinarios y acciones


sistemá ticas integrados para la investigació n de un delito y orientan su esfuerzo a
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establecer la verdad de los hechos y la identificació n o individualizació n de la


responsabilidad de los hechos. En este esfuerzo converge el accionar fiscal, policial,
forense, independientemente del sistema procesal penal.

La investigació n criminal tiene como objetivo final, la aplicació n de justicia en las


causas criminales, respondiendo a las preguntas imprescindibles: del como, cuando y
quien pudo haberlo cometido.

Mediante el uso de métodos científicos, tanto en la fase criminalística, en la fase


pericial o forense, como en la verdadera investigació n criminal. Estas fases, son de
un proceso secuencial, que debe resolver los problemas en forma planificada, y
con una sistemá tica en la investigació n en relació n a la identificació n del autor o
autores. Usando técnicas de seguimiento, aná lisis de la conducta, investigació n de
actividades, de costumbres, uso de fondos econó micos, relaciones sociales, etc.

A la Investigació n criminal, se la ha denominado de diversas formas: investigació n


policial, investigació n penal, policía científica, Policiología. Esta ú ltima, se trata de una
disciplina que trata los métodos técnicos para localizar a un autor de un hecho,
de las técnicas de policía para identificar, ubicar y capturar al autor de un supuesto
crimen. No es una investigació n criminal, ya que investiga el crimen científicamente.
Una investigació n criminal es má s amplia que la criminalística ya que investiga desde
los indicios, las ordenes de pesquisa, entrevistas a testigos, busca averiguar como
sucedió el hecho, la identificació n del autor, las pruebas científicas en el laboratorio.
Lo que algunos denominan la actividad de un policía psicó logo, que en base a la
reflexió n, aplica la ló gica a los hechos, toma en cuenta la declaració n de los testigos, los
mó viles posibles, las reacciones de los implicados, etc.(323). No se debe confundir la
Criminalística con la Policiología. Ni la investigació n penal con la Policía científica.

3.2. FASES DE LA INVESTIGACIÓN CRIMINAL

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La investigació n criminal tiene su inicio en la escena de los hechos, tras la posibilidad


de un delito; usando la ciencia del indicio, una segunda fase de individualizació n,
localizació n y quizá s captura del presunto autor y finalmente las pericias, que será n
usadas como pruebas en el juicio penal.

La investigació n de cada una de estas fases, se hará mediante el uso de métodos


científicos, tanto en la fase inicial criminalística, en la fase investigativa, de
identificació n, persecució n y aprehensió n, usando técnicas de Policiología y finalmente
la evaluació n, valoració n y emisió n de informes periciales, las pruebas, basados en la
metodología de las ciencias forenses.

En cualquier Investigació n Criminal, hay tres fases:

3.2.1. Fase Criminalística. Fase inicial, pasiva, en la que no se interviene en los


acontecimientos, estudia la escena de hechos, constata los indicios, de la forma
má s metó dica posible. Es lo que algunos denominan criminalística de campo.

3.2.2. Fase Criminal. Es una fase má s activa, en base a los datos recogidos en la
investigació n Criminalística, estudia las conductas, realiza perfiles, tiene como
finalidad el descubrir los componentes externos de la escena de hechos, con el
objeto de individualizar o identificar al presunto actor y en ocasiones
aprehenderlo.
3.2.3. Fase pericial o forense. Fase ejecutiva. Realiza una actividad probatoria,
en orden a demostrar que dicho presunto delincuente es el culpable en base a
las pruebas periciales. Lo que algunos llaman criminalística de laboratorio.

3.3. PERFIL PSICOLOGICO


3.3.1. Definición conceptual

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La expresió n perfil criminal se conoce con términos y acepciones diferentes en la


literatura científica: perfil psicoló gico (psychological profiling) (Holmes, 1989), perfil
de la personalidad del criminal (criminalpersonality profiling) (Mc Cann, 1.992,
citado en Tapias y cois., 2004), perfil del agresor (offenderprofiling) (Canter, 2000;
Ainsworth, 2001), perfil criminal (criminal profiling) (Stanton, 1997, citado en
Tapias y cois., 2004), investigació n analítica criminal (criminal investigative analysis)
(Warren, Reboussin y cois., 1999), etc.

En Españ a Garrido, Stangeland y Redondo (2001) lo definen como «aquella (técnica)


que proporciona informació n derivada del escenario del crimen para ayudar a la
investigació n policial en la captura de un agresor desconocido. Ese aná lisis del crimen
se centra en dos aspectos fundamentales: la escena del crimen y la víctima».
Posteriormente y de forma má s precisa, Tapias-Saldañ a y cois. (2004) lo han
definido como «una técnica de investigació n judicial que consiste en inferir aspectos
psicosociales del agresor en base a un aná lisis psicoló gico, criminalístico y forense de
sus crímenes, con el fin de identificar un tipo de persona (no a una persona en
particular) para orientar la investigació n y la captura. Al perfilar hay ciertos
aspectos de la víctima o de la escena del crimen que pueden ser observados y de los
cuales se pueden extraer inferencias psicoló gicas, a esto es a lo que se le denominó
evidencia psicoló gica y es una estrategia clave para lograr generar un perfil».

Es decir que de acuerdo a estos aportes, el perfil criminal es «una técnica psicoló gica
que, basada en los aspectos psicosociales del comportamiento humano establece a
partir de la escena del crimen, las características sociales y psicoló gicas de la víctima y
los hallazgos forenses y criminalísticos la motivació n del autor, a partir de la cual se
elaboran los fundamentos estadísticos que permitirá n estructurar grupos relativamente
homogéneos de sujetos que cometen determinadas actividades criminales, con la
finalidad ú ltima de ayudar a la investigació n o bien facilitar pruebas inculpatorias en un
proceso judicial» (adaptada del Soria, 2005).

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3.3.2. Principios
Un perfil psicoló gico criminal se fundamenta en los siguientes principios (adaptado de
Soria, 2002):

 Es una técnica psicosocial y no psicoló gica.


 Identifica grupos poblacionales con características motivacionales comunes.
 Se basa en la experiencia profesional.
 Es necesario para su elaboració n una participació n directa o indirecta en el
caso concreto.
 Se parte del aná lisis de la conducta al margen de la existencia o no de
patología en el autor.
 Relevancia de los procesos estadísticos, matemá ticos y de ordenador para su
generació n.
 Ineludible exhaustividad en la recogida de informació n, en su aná lisis y en la
contrastació n continuada posterior con nuevos casos.
 Necesidad de disponer de amplios conocimientos en otras ciencias má s allá de la
Psicología (Criminología, Medicina forense, etc.).
 La personalidad del autor no define completamente el acto criminal, sino que
éste debe entenderse como un proceso interactivo entre él y la víctima.
 Un acto criminal debe entenderse como un proceso social y en consecuencia
analizarse en forma secuencial en el tiempo y el espacio, incluyendo el
contenido geográ fico.
3.3.3. Objetivos
Los principales objetivos de la técnica son (Holmes, 1989):

 Ofrecer al sistema de justicia información sobre las características psicosociales


más probables del agresor. Estas características comprenden la edad, la raza, el
empleo, la religió n, la educació n, el estado civil, etc. La finalidad es reducir el

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rango de posibles sospechosos y concentrar los recursos de la policía de forma


efectiva

 Ofrecer al sistema de justicia una evaluación psicológica de las pertenencias


encontradas en posesión del agresor. A veces, el agresor posee objetos robados a
la víctima como recordatorios del crimen con finalidad diversa (souvenirs y
trofeos). El perfil debe alertar a la policía de la posibilidad de encontrarlos en
posesió n del sospechoso
.
 Ofrecer a las fuerzas de seguridad estrategias efectivas en la entrevista de
sospechosos. No todo el mundo reacciona de la misma forma a las mismas
preguntas. Una estrategia puede ser efectiva para provocar la confesió n de un
sospechoso e ineficaz para otro tipo de agresor.

Otros objetivos o utilidades de la técnica, que pueden ser interesantes al realizar


el perfil de un criminal desconocido son (Tapias-Saldañ a y cois., 2004):

 Provocar al agresor a través de los medios de comunicación. Los homicidios


sexuales y violaciones con agresor desconocido, frecuentemente, son
ampliamente tratados en la prensa y levantan mucha expectació n entre la
opinió n pú blica. Se pueden emitir informaciones en los medios dirigidos a
influir sobre el agresor, basadas en las características de su personalidad,
para provocar que éste se entregue a la policía o dirigir sus acciones hacia una
determinada direcció n.

 Justificar la solicitud de pruebas. Si las características de un sospechoso coinciden


exactamente con el perfil, éste puede utilizarse para convencer al juez de la
necesidad de obtener una orden de registro, realizar un aná lisis de ADN del
sospechoso, etc.

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 Vincular crímenes de un mismo autor. Hazelwood y Warren (2003)


describen un proceso de aná lisis conductual (ü nkage aná lisis) utilizado para
vincular o relacionar crímenes cometidos por el mismo agresor, fruto del cual
puede constatarse que dos o má s crímenes han sido cometidos por el mismo
agresor.

3.3.4. Fuentes de los perfiles

Existen ciertos autores (Turvey, 1998) que establecen una diferenciació n bá sica
entre dos tipos de metodologías: la metodología inductiva y la deductiva.

a. Perfil criminal inductivo.


El perfil criminal inductivo deriva de principios psicoló gicos generales acerca del
comportamiento criminal a partir de datos analizados empíricamente y
estadísticamente, que provienen de un cierto nú mero de casos resueltos. De
este modo, se trata de un tipo de perfil que es generalizado a un criminal
individual, a partir de las características conductuales y demográ ficas
compartidas por otros criminales que han sido estudiados en el pasado y que
encajan con el mismo patró n de comportamiento mostrado por el criminal
individual. Este tipo de perfil criminal se nutre de tres tipos de fuentes: estudios
formales e informales de poblaciones de criminales encarcelados,
experiencia prá ctica del perfilador con casos aislados y fuentes de datos pú blicos
otorgados por las unidades investigativas.

De acuerdo con el autor, las ventajas de utilizar este tipo de perfil criminal
se deben a que es una herramienta muy fá cil de utilizar, para la cual no se
necesita un conocimiento especializado en ciencias forenses ni entrenamiento
en el á mbito de la investigació n del comportamiento criminal. Asimismo, el
proceso de generar perfiles criminales inductivos requiere un período
relativamente corto de tiempo y no implica mayores esfuerzos o grandes
habilidades analíticas por parte del perfilador.

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Entre las desventajas destaca que la informació n del perfil es generalizada a


partir de un grupo limitado de sujetos que pueden no haber sido
apropiadamente muestreados, lo cual depende de la habilidad y conocimientos
de quienes recolectan y reú nen los datos. Por otra parte, los perfiles
inductivos son generalizados a partir de datos limitados de criminales
capturados, debido a lo cual no se toman en cuenta los casos de criminales que
han logrado evadir la captura y que son, generalmente, má s habilidosos e
inteligentes. Finalmente, el proceso de generalizació n del perfil es posible
que contenga inexactitudes que pueden ser utilizadas de una manera
inapropiada, con el riesgo de implicar a individuos inocentes.

b. Perfil criminal deductivo


El perfil criminal deductivo es definido como el proceso de interpretar
evidencia forense, incluyendo las fotografías de la escena del crimen, informes
de autopsias, fotografías de la autopsia y un minucioso estudio de la
victimología, con la finalidad de reconstruir de la manera má s exacta los
patrones de comportamiento del criminal en la escena del crimen y, a partir de
esos patrones específicos de comportamiento, deducir características
demográ ficas y psicoló gicas del criminal, así como su motivació n para
perpetrar el crimen. El perfil deductivo excluye todo tipo de informació n
obtenida de otros criminales y crímenes similares, y realiza un fuerte énfasis en
la llamada reconstrucció n forense «bien fundada» (Turvey, 1998).

El proceso deductivo de perfil criminal también ha recibido el nombre de


«aná lisis de la evidencia del comportamiento» (behavior evidence anafysis) y
depende de las habilidades del perfilador para reconocer patrones del
comportamiento criminal, emociones del criminal durante la comisió n del
crimen, características de la personalidad del criminal y características

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demográ ficas, ú nicamente a partir del aná lisis de tres tipos de fuentes: la
evidencia forense, las características de la escena del crimen y la victimología.

Las críticas a este modelo se dirigen a las inferencias del investigador


acerca del comportamiento en la escena del crimen y el riesgo de basarse en
fundamentos científicos; así las deducciones acerca de lo que puede haber
pasado en la escena del crimen son, teó rica o empíricamente, conducidas por
la actividad de investigació n y testeo de las hipó tesis, pero, en la mayoría de
los casos, se encuentran sostenidas en la experiencia personal. Otra de las
críticas formuladas a este modelo tiene relació n con el hecho de que algunos
factores contextú ales pueden interferir con el comportamiento del criminal,
forzá ndolo a cometo actos que no habría estado dispuesto a cometer desde el
punto de vista de su personalidad. Debido a ello, la escena del crimen puede
presentar elementos que no concuerdan con la personalidad del criminal y el
investigador puede llegar a formular conclusiones erró neas.

3.3.5. MODELOS TEORICOS


a. El modelo americano del FBI (Psydhological Profiling)

En la década de los 60, ante el incremento de crímenes en serie, se planteó en USA la


necesidad de crear nuevos proyectos e iniciativas en la solució n de este tipo de
crímenes, con el fin de ayudar a las fuerzas de seguridad a reducir el nú mero de
sospechosos y en la apertura de nuevas líneas de investigació n.

El uso de la técnica fue esporá dica, no fue hasta 1978 cuando la Unidad de Ciencias
del Comportamiento (BSU) del FBI estableció el Psychological Profiling Program
(«Programa de Perfiles Psicoló gicos»); consistente en la realizació n de entrevistas a
tipos de criminales específicos de Estados Unidos, recogiendo informació n acerca de
sus características, motivaciones, actitudes y comportamientos, para analizarla y
sistematizarla posteriormente (Ressler y Schactman, 1992). En 1981, Pierce Brooks, un

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policía retirado de Los Á ngeles, diseñ ó un sistema de identificació n de asesinos


en serie; el programa, denominado VICAP (« Violent Criminal

Apprehension Program»), significó un paso importante en el proceso de sistematizació n


de recogida de informació n con finalidad de investigació n criminal de forma
informá tica. En 1984, se estableció el Centro Nacional para el Aná lisis de Crímenes
Violentos (NCAVC), producto del éxito del VICAP y el «Psychological Profiling Program»,
una subdivisió n de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI.

El desarrollo tan significativo de los perfiles psicoló gicos se debe a la constatació n, por
parte de los agentes del FBI, en su prá ctica habitual de las limitaciones de investigació n
si só lo utilizaban evidencias físicas (pelos, huellas, etc.) o inorgá nicas,
especialmente ante un crimen complejo; por ello consideraron necesario prestar
atenció n a las evidencias no-físicas o psicológicas, como elementos bá sicos en la
comprensió n del acto violento.

El enfoque del FBI se basa en dos componentes: la experiencia de sus agentes en la


investigació n de crímenes y las entrevistas en profundidad con criminales.

Otro paso muy importante para la técnica fue la estructuració n de la escena del crimen
en dos grandes tipologías; para ello se realizaron entrevistas en profundidad a 36
asesinos en serie convictos, casi todos con una motivació n sexual, y que llevaron al
FBI a la creació n de la dicotomía crímenes organizados/crímenes desorganizados,
dicotomía propuesta por Hazehvood y Douglas en 1980 (Wood-worth y Porter, 2001).
Dicha distinció n pasó a ser la divisió n fundamental que permitía separar los crímenes
en dos tipos de motivaciones psicoló gicas (Ressler ySchactman, 1992).

Organizado Desorganizado

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a. Padre ausente, delincuente o violento 1. Madre patoló gica


b. Antecedentes Penales frecuentes c. 2. Raramente con antecedentes penales
Antecedentes de violencia física 3. Conducta peligrosa que anuncia el
d. Raros antecedentes psiquiá tricos. e. crimen
Ausencia de Tratamientos 4. Antecedentes psiquiá tricos frecuentes.
f. Psicopatía 5. Alucinaciones, delirios y síndromes
g. Personalidad Narcisista, Antisocial, depresivos
Sá dica 6. Esquizofrenia/Paranoide
h. Uso de OH y estupefacientes 7. TP límite o Paranoide
i. Competencia social (vive en compañ ía, 8. Insuficiencia tratamiento farmacoló gico
sociable superficialmente).
9. Baja competencia social (vive solo o con
j. Crimen premeditado posible, planificado
padres, pocas relaciones sociales...)
y ejecució n prolongada
10.Crimen sin premeditació n - (excepto
k. Disimulació n de la víctima l.
paranoidismo), desorden y violencia
Torturas y Sadismo sexual m.
11.Abandono de la víctima
Posible có mplice
12.Sin torturas ni sadismo pero violento
n. Alto autocontrol emocional
13. No có mplices
o. Raro suicidio
14.Impulsivo
15.Frecuente suicidio

En la clasificació n utilizan una clasificació n dicotó mica, o es organizado o es


desorganizado. Eso hoy en día no tiene sentido, sería má s pró ximo a organizado, má s
pró ximo a desorganizado, o es má s desorganizado que organizado.

Las críticas al modelo del FBI se fundamentan en los siguientes elementos:

La tipología organizado / desorganizado se elaboró a partir de una muestra escasa.

 El uso del sentido comú n y la intuició n en la generació n del perfil


psicoló gico. Ello implica una debilidad en la comprobació n de la fiabilidad y
validez de sus métodos.

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 La carencia de procedimientos estandarizados y sistemá ticos, así como de una


base teó rica.

 La transmisió n de la creencia de que la creació n de un perfil só lo puede


llevarse a cabo por aquellos que tienen una experiencia considerable en
investigaciones criminales.

b. El modelo inglés de David Canter (Investigative Psychology)


En el Reino Unido, el primer uso de la técnica se realizó en la bú squeda y captura del
«Violador del Ferrocarril», John Duffy, que cometió una serie de violaciones y tres
asesinatos entre 1983 y 1986. David Canter realizó un perfil del criminal
extremadamente preciso, en parte basá ndose en detalles fá cilmente deducibles. Sin
embargo, otras suposiciones fueron el resultado del aná lisis de los patrones
conductuales del criminal, junto con la aplicació n de las teorías psicoló gicas de la
conducta (Ainsworth, 2001).

El psicó logo britá nico y profesor de la Universidad de Liverpool, David Canter, fue el
creador de la Psicología de investigació n criminal (Investigative Psychology) con
fundamentos distintos de los americanos, pero de igual forma integrando
conceptos psicoló gicos en las técnicas de investigació n criminal (Woodworth y Porter,
2001).

Su abordaje también ha sido llamado statistical profiling, debido al peso tan


importante de los principios metodoló gicos y científicos en sus trabajos. A
diferencia de los expertos del FBI, sus puntos de vista no proceden de añ os de
experiencia en casos criminales, sino del aná lisis de los resultados obtenidos
mediante estudios controlados. Aunque tanto el FBI como Canter comparten la
creencia de que es posible predecir ciertas características del criminal en base a su
conducta durante el crimen, este ú ltimo no intenta encuadrar a los criminales dentro
de rígidas tipologías (Ainsworth, 2001).

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En el enfoque de Canter se reconoce que la motivació n es una de las posibles


explicaciones de la conducta criminal, pero es crítico a que sea la explicació n má s
importante y ú til para entender las acciones de una persona. Desde su perspectiva es
mucho má s importante prestar atenció n a la conducta observable del criminal que a las
causas generadoras (Canter y Alison, 2000).

El modelo de Canter utiliza las mismas fuentes de informació n que el del FBI (examen y
fotografías de la escena del crimen, informació n sobre la víctima, etc.) y tiene algunos
puntos en comú n, pero contextualiza la informació n recogida dentro de las teorías y
principios psicoló gicos y el conocimiento empírico; una propuesta teó rica siempre debe
ir seguida de una comprobació n empírica (Woodworth y Porter, 2001).

Segú n Canter y Alison (2000), tres son los principios psicoló gicos fundamentales en
la investigació n criminal:

1. Selección de conductas (recolección de información). Consiste en


determinar las conductas má s relevantes que permitan la identificació n del
autor.

2. Inferencia de características (conclusiones a partir de los datos). Conjunto


de deducciones que pueden realizarse sobre el criminal siguiendo las
conductas observables en el acto violento.

3. Vínculo o enlace de crímenes (identificación de consistencias). Permite establecer


los posibles nexos o similitudes entre crímenes con la finalidad de
determinar la posible unidad en su autoría.

Los trabajos actuales de Canter se basan en el uso de la técnica conocida como


«Smallest Space Analysis» (SSA), que consiste en calcular las correlaciones entre un
conjunto de variables, representando sus correlaciones en un grá fico espacial, para

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de esta forma examinar cada variable en relació n con cualquier otra. Las variables
que aparecen juntas en el espacio son aquellas que poseen mayor presencia y
homogeneidad en un hecho criminal concreto. Al mismo tiempo, las que se dan en el
centro de é l son las que aparecen frecuentemente en el tipo de crimen que estemos
investigando, mientras que con las alejadas del mismo son má s infrecuentes e
inespecíficas.

Canter y sus colegas han identificado cinco características predecibles del criminal en
relació n con su conducta (Ainsworth, 2001):

1. Localización de la residencia. El conocimiento acerca de los lugares donde


se cometieron una serie de crímenes puede damos informació n acerca de
la zona de residencia má s probable del agresor.

2. Biografía criminal. Un estudio cuidadoso sobre el modo en que una


persona ha cometido un crimen ofrece indicios valiosos acerca de su
historia criminal.

3. Características sociales. Un mismo crimen realizado de forma diferente


puede darnos informació n acerca de características sociales del
delincuente.

4. Características de personalidad. É stas reflejan el tipo de crimen y el estilo


de la agresió n. Canter sugiere que las mismas características mostradas
por el agresor durante el crimen será n visibles en su vida cotidiana.

5. Historia educacional/profesional. Un examen de la conducta durante la


agresió n nos ofrece pistas concretas sobre el agresor.

c. EL MÉTODO VERA: aplicación en la investigación del delito

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El método VERA es una técnica de elaboració n de perfiles psicoló gicos de agresores


desconocidos que aú na los conocimientos actuales sobre el criminal profiling y que
pretende ser un método objetivo de elaboració n de este tipo de perfiles, objetividad
que procura mantener durante todo el proceso, tanto en la recopilació n de los datos
como en la realizació n de inferencias a partir de ellos o en el establecimiento de las
hipó tesis que den lugar al perfil final.

La denominació n VERA proviene del acró nimo de los cuatro pilares en los que
descansa la técnica: Víctima, Escena del delito, Reconstrucció n del delito y Autor,
referida respectivamente a la recopilació n de todos los datos posibles acerca de la
víctima o víctimas, al aná lisis pormenorizado de la escena o escenas del delito, a la
reconstrucció n posible del hecho a partir de la informació n disponible y a los datos
existentes acerca del autor o autores de los hechos.

El método VERA se puede aplicar tanto a casos ú nicos, en los que un ú nico hecho
permanece sin esclarecer, y no se espera que se repita la agresió n en otro
momento o lugar, como a casos seriales, en los que se considera que un mismo autor o
autores ha cometido dos o má s hechos presuntamente relacionados o puede seguir
cometiéndolos en el futuro. Indudablemente, los casos seriados conllevan un acopio
de má s informació n, ya que encontramos en ellos má s conductas, má s escenas del
delito, etc., lo que supone la posibilidad de detectar patrones regulares de
comportamiento que pueden resultar muy ú tiles al analista para establecer el perfil de
agresor o agresores en serie. A má s casos, má s posibilidades de detectar; si es
posible, patrones, que por sí mismos supondrá n una ventaja para el analista a la hora
de inferir a partir de ellos características peculiares del agresor, lo que redundará en
una má s rá pida identificació n. En el aná lisis del caso ú nico las circunstancias del
mismo pueden haber modulado el comportamiento de los individuos intervinientes,
por lo que es má s dificil interpretar que las conductas del agresor que se analizan
suponen cierta estabilidad en cuanto a su modo habitual de obrar, aunque sea para

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cometer delitos. Sin embargo, en las agresiones seriales cometidas por un mismo
individuo, esa regularidad comportamental es má s fá cil de detectar a pesar de las
circunstancias siempre ú nicas de cada agresió n. En cualquier caso, tanto si es ú nico
como si es serial, el aná lisis de cada caso se hace individual y exhaustivamente, aunque,
en el caso de los casos seriales, después del aná lisis concreto de cada caso procederá
un aná lisis en comú n de todos ellos.

El método VERA para la elaboració n de perfiles psicoló gicos de agresores


desconocidos, al ser un procedimiento acumulativo y progresivo, consta de cuatro
fases bien diferenciadas y con modos de desarrollo diferentes:

1. Recopilació n de datos.
2. Realizació n de inferencias.
3. Elaboració n de hipó tesis.
4. Redacció n y entrega del informe.

En definitiva, el método VERA descansa en la premisa de que no hay acto del agresor
que no esté motivado; que cada acto por sí solo ha de ser investigado; que
diferentes agresores muestran conductas similares pero que está n motivadas por
razones diferentes; que, debido a la complejidad de la conducta humana, a la
interacció n de unos individuos con otros y a las influencias ambientales, no habrá jamá s
dos casos iguales. Un mismo autor puede presentar diferentes motivos para cometer
diferentes actos o en un mismo acto presentar diversas motivaciones.

Por tanto, no hay dos delincuentes iguales. Cada uno es producto de su propia historia
personal, de sus experiencias y emociones, de su biología y su psicología, del azar que
configuró sus vicisitudes, las decisiones que tomó , etc. Cada delincuente tiene el
potencial para crear escenas del delito a su modo, así como para satisfacer sus propias
necesidades emocionales. Hay, indudablemente, similitudes entre diferentes agresores,
pero el método VERA pretende destacar, a partir no solo de las analogías sino

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tambié n de las diferencias, el significado criminal de cada una de las conductas de


los delincuentes que es capaz de identificar y analizar. Así, el método VERA establece
un perfil psicoló gico del autor del delito violento que permite a los policías encargados
de la investigació n restringir las alternativas de bú squeda de sospechosos para una má s
pronta identificació n y detenció n, con la consiguiente prevenció n de delitos y sus
correspondientes víctimas.

3.4. TIPOS DE PERFILES PSICOLOGICOS


Los perfiles psicoló gicos se han utilizado en la investigació n de delitos violentos,
fundamentalmente en tres de ellos: homicidios/asesinatos, agresió n sexual infantil o
adulta.

3.4.1. HOMICIDIOS/ASESINATOS
a. Personalidad y desarrollo psicosocial de los asesinos en serie
El término «asesino en serie» fue utilizado por primera vez en la prensa americana en
1986 por el agente del FBI Robert Ressler, quien denominó así a este tipo de
criminales, debido a que le recordaba a las series televisivas de su infancia. El FBI
atribuye la clasificació n de asesino en serie só lo a aquellas personas que han
producido tres muertes en intervalos separados de tiempo (Cyriax, 1996).

En la gran mayoría de los casos de homicidio y asesinato, la policía puede


identificar al autor sin grandes problemas, debido a la frecuente cercanía
emocional o relacional entre víctima y agresor, pero en los asesinos en serie, el agresor
suele matar a un desconocido, lo que dificulta su identificació n por la policía y le
lleva a creer que puede actuar impunemente, repitiendo sus crímenes en el futuro
(Garrido, Stangeland y Redondo, 2001).

Holmes y De Burguer (1988) atribuyen al asesino en serie las siguientes


características:

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 El elemento central es el homicidio reiterado. El asesino en serie mata y


continuará matando si no se le detiene. Borrá s (2002) establece que
pueden existir asesinos en serie que no llegan a actuar varias veces, pues son
detenidos por un error en la ejecució n del acto criminal.

 En el asesinato en serie suele haber un só lo asesino que mata a una sola


persona cada vez.

 No suele haber relació n entre asesino y víctima.

 Rara vez ocurre entre personas que se conocen personalmente.

 El asesino en serie está abocado al asesinato; no son típicos crímenes de


pasió n en el sentido convencional del término, ni la víctima es el
desencadenante.

 La mayoría de los asesinatos en serie suelen carecer de mó viles claros.

b. Motivaciones psicológicas de los asesinos en serie

Holmes (1989) plantea una tipología de asesinos en serie, basada en la


motivació n subyacente a sus crímenes:

 Asesino en serie visionario. Sujeto, a menudo psicó tico, guiado por


alucinaciones y/o delirios que le impulsan a matar en funció n de dicho
contenido mental. La escena del crimen es caó tica con abundante evidencia
forense, el cadá ver y el arma abandonados en la escena del crimen, etc. La
víctima suele ser una víctima de oportunidad y pueden aparecer actos
aberrantes: indicios de mutilaciones del cadá ver, actos de necrofilia, etc.

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 Asesino en serie misionario. Su motivació n está guiada por un «deber


moral» de eliminar a un grupo de víctimas específico (por ejemplo,
prostitutas, judíos, negros, etc.). Fundamentado en creencias personales
faná ticas, sus procesos mentales se encuentran en contacto con la realidad,
no alucina ni delira. Puede ser tanto organizado como desorganizado, aunque
lo habitual es lo primero, en consecuencia la escena del crimen
habitualmente es controlada, aunque el cadá ver no suele ser desplazado y
escondido.

 Asesino en serie hedonístico. La motivació n se fundamenta en la conexió n


entre violencia y gratificació n sexual y/o emocional. La escena del crimen es
controlada, con pocas o ninguna pista. La víctima suele ser torturada y violada
antes de la muerte, es frecuente el asesinato por estrangulamiento, aunque
tambié n con armas cortantes, pues lo relevante no es tanto el acto sexual como
la violencia ejercida como elemento activador fisioló gico y de estimulació n
positiva. Dentro de los asesinos hedonísticos, Holmes (1989) diferencia el
asesino sá dico (lust murderer) del asesino emocional (íhrill murderer\ el
primero suele mutilar el cadá ver y realizar actos necrofílicos con él, algo no
habitual en el segundo.

 Asesino en serie de poder/control. La motivació n procede del poder ejercido


sobre la víctima mediante su dominació n completa y total y en su capacidad
para decidir sobre su vida y/o muerte. La escena del crimen es controlada, con
pocas evidencias forenses, y el cadá ver se oculta en otro lugar. Los rasgos
presentes en la escena del crimen coinciden en gran medida con los asesinos
hedonísticos.

3.4.2. AGRESION SEXUAL INFANTIL


a. Características generales

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Segú n la informació n de diversos estudios angloamericanos recogida por Hollin


(1989), citado en Garrido y cois. (1995), la gran mayoría de los agresores sexuales a
menores son hombres, las conductas má s frecuentes consisten en caricias y
tocamientos genitales, masturbació n, etc., siendo muy poco frecuente la violació n con
penetració n.

El abusador infantil, en general, es conocido de la víctima; segú n Koss (1983), citado en


Soria y Herná ndez (1994), só lo el 15% de los abusadores infantiles eran desconocidos
para el niñ o. En general, cuanta má s familiaridad existe entre el agresor y la víctima
má s grave a nivel sexual será el delito (Holmes, 1991).

Mair (1993) informa de una edad media de 35 añ os en el caso de los pederastas


extrafamiliares. Otros estudios consideran que la edad ronda los 40 añ os. Los
abusadores de mayor edad (en tomo a los 50 añ os) prefieren los niñ os menores de
10 añ os, y los má s jó venes prefieren adolescentes de 12 a 15 añ os (Revitch y Weis,
1962, citados en Soria y Herná ndez, 1994).

Los agresores infantiles son de todas las clases sociales, aunque los que tienen má s
recursos econó micos con má s frecuencia acceden a los menores en redes de
prostitució n infantil o mediante viajes a países donde se practica el turismo sexual;
suelen estar adaptados socialmente y es infrecuente encontrar otras psicopatologías
diferentes a su desviació n sexual, cuando existen, las má s usuales son los
deterioros cerebrales, las deficiencias intelectuales y el alcoholismo. Muchos tienen
otras conductas sexuales integradas, así está n casados o tienen algú n tipo de pareja
sexual, no es infrecuente que se casen con una mujer con el objetivo de acceder a los
hijos menores de edad (Soria y Herná ndez, 1994). Raramente hieren o dañ an
físicamente al niñ o y utilizan, en la mayoría de los casos, una aproximació n seductora
(Holmes, 1991). A pesar de esta aparente vida social ajustada, Abel y cois. (1986),
citados en Soria y Herná ndez (1994), encontraron un déficit de asertividad y de la

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capacidad para expresar a otros las propias emociones y deseos en un 45% de


abusadores infantiles. Otros autores han encontrado evidencias de ansiedad
heterosexual, miedo a la evaluació n negativa e ineptitud en sus interacciones con
mujeres (Finkelhor, 1986; Segal y Marshall, 1985; Overholser y Beck, 1986; citados en
Blackbum, 1993)

Los agresores incestuosos generalmente son padres, en segundo lugar, tíos y, má s


excepcionalmente, madres, sin estar demostrada la relació n con una psicopatología,
aunque puede haber casos de alcoholismo, pedofilia, etc. (Soria y Herná ndez, 1994).
Existe una serie de características familiares (relació n marital deteriorada, familia
numerosa, aislamiento social, excesiva cohesió n familiar, comunicació n familiar
disfuncional, etc.) y personales (conducta violenta, autoconcepto disminuido,
autoritarismo, déficit asertivo, etc.) que aumentan la probabilidad de ocurrencia de
agresió n sexual intrafamiliar (Stiht, William y Rosen, 1990, citados en Soria y
Herná ndez, 1994). Generalmente, los agresores sexuales intrafamiliares no son
pedó filos, es decir, no tienen una preferencia sexual por los niñ os (Blackburn, 1993). El
padre incestuoso generalmente pasa má s tiempo con la víctima que con los otros hijos
y le da má s afecto, puede incluso prohibirle tener amigos y/o novios.

b. Las motivaciones psicológicas de los agresores sexuales infantiles


Segú n diversos autores (Soria y Hemá dez, 1994), existen distintas motivaciones
psicoló gicas en abusadores infantiles:

 Inmaduros o fijados en la pedofilia (fixated child offenders). La motivació n


es el placer por el contacto sexual con niñ os. Son personas con un desarrollo
psicosexual pobre que empiezan a interesarse sexualmente por los niñ os en su
adolescencia, prefiriendo a los varones. Socialmente son inmaduros, pasivos y
dependientes, solteros y con poca actividad social con personas de su edad,
por sentirse incó modos entre ellos. No existen factores precipitantes
precedentes al abuso sexual, y la preferencia hacia los niñ os viene provocada

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por el hecho de que éstos son menos exigentes y críticos que las personas
adultas frente a las peticiones sexuales y, al mismo tiempo, son má s fá ciles
de dominar. Ama a los niñ os y no es su intenció n causarles dañ o, el abuso se
produce sin violencia y en consecuencia sin que sea necesaria la aparició n de
una resistencia en el niñ o. Fruto de un conocimiento o relació n previa existente
y la motivació n bá sica, su estrategia de aproximació n es seductora y gradual,
puede pasar largo tiempo hasta el inicio del abuso.

 Regresivos (regressed child offenders). La motivació n se fundamenta en


lograr una elevació n de su autoconcepto y de su percepció n de masculinidad.
Podemos observar la aparició n de factores precipitantes (despido laboral, el
divorcio, el alcoholismo, etc.) en la génesis del acto criminal, pues les
conducen a desarrollar sentimientos de inadecuació n e inadaptació n y,
posteriormente, al abuso. Las víctimas suelen ser niñ as desconocidas y ellos son
personas casadas o con pareja estable con una historia biográ fica normal. No es
un pedó filo propiamente dicho, sino que el niñ o como sujeto del abuso viene
determinado por factores situacionales que exceden sus capacidades
adaptativas. Por ello, puede no reincidir en el caso de que se resuelvan los
factores psicosociales que le condujeron a la conducta abusiva.

 Agresivos (mysoped). La motivació n bá sica es el sentimiento de poder y el


placer derivado del acto violento y no de la sexualidad en sí misma. Desea herir
físicamente a una víctima vulnerable, de la que se siente superior, incluso
causá ndole la muerte. La motivació n conexiona el impulso sexual y la violencia.
Generalmente, las víctimas son menores varones desconocidos. Su estrategia
no es seductora, suele secuestrar al niñ o por la fuerza e incluso utilizar algú n
tipo de arma. El crimen es premeditado y ritualista; cumple el objetivo de
satisfacer sus fantasías sexuales de tipo sá dico, por ello es habitual el asesinato
posterior del niñ o.

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 Pseudopedófilos (naive pedophile). La motivació n es la realizació n de un


acto sexual del cual obtenga un placer de relació n interpersonal. Este tipo de
personas suelen tener problemas psicopatoló gicos y no siempre entienden la
naturaleza del acto delictivo. El abuso consiste en caricias y tocamientos, sin
llegar a má s.

3.4.3.. AGRESION SEXUAL Y VIOLACION ADULTA


a. Características genéricas
El proceso de socializació n sexual de los violadores es fundamental para
interpretar el acto de violació n como una conducta aprendida, consecuencia de una
concepció n erró nea de la relació n sexual y de la divisió n de roles, por ello la mayoría
tienen una visió n negativa de las mujeres y atribuyen al rol masculino las
características de dominio y agresividad (Soria y Herná ndez, 1994).

Los violadores frecuentemente utilizan mecanismos cognitivos dirigidos a autojustificar


su conducta delictiva, negando el delito o culpabilizando a la víctima de su acció n;
tienen una capacidad de empatía muy limitada, presentan un buen ajuste social, tienen
buenos amigos y provienen de un entorno familiar y educativo adecuado. Poseen una
buena imagen, son inteligentes, con un trabajo estable y viven en un ambiente familiar
normal. Es bastante probable que tengan antecedentes delictivos por robo, aunque
no por delitos sexuales poco importantes. A pesar de este aparente «buen entorno
familiar», el 76% explicaron haber sufrido abusos sexuales en su infancia o
adolescencia, algo que también es habitual en violadores no seriales (Soria y
Herná ndez, 1994).

Garrido diferencia entre aquellos violadores que tienen una conducta delictiva amplia,
donde la violació n es un delito má s en su estilo de vida antisocial (este tipo de
violadores frecuentemente forman parte de una subcultura violenta) y aquellos que

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só lo presentan este tipo de conducta desviada. En violadores en serie, la gratificació n y


el refuerzo obtenido mediante la violació n es muy poderosa, lo que crea casi una
adicció n (Garrido y cois., 1994).

b. Las motivaciones psicológicas del agresor sexual adulto


Existen numerosos estudios sobre la motivació n de agresores sexuales
(Soria,2005). En un intento de ofrecer tres enfoques distintos describimos a
continuació n las elaboraciones teó ricas de Groth, Knight y Prentky y Canter

c. Clasificación de Groth y Cois. - Poder y odio


1. Violador de poder. El agresor busca ejercer el poder y control sobre su víctima a
través de actos intimidatorios tales como la utilizació n de un arma, la fuerza
física o la amenaza de dañ os corporales. La agresió n física es usada para
dominar y someter a la víctima y lograr su sumisió n. La meta de la agresió n es
tener una relació n sexual como evidencia de «conquista». Para lograr
esto, generalmente la víctima es raptada, atada o dejada indefensa. Este tipo de
agresor a menudo muestra pocas habilidades de negociació n e
interpersonales y se siente inadecuado e incó modo, tanto en el á mbito sexual
como en el no sexual de su vida. Debido a que este tipo de sujeto tiene muy pocas
formas de expresió n personal, la sexualidad se transforma en el centro principal
de autoeimagen y autoestima. La violació n es el modo mediante el cual se
reafirma a si mismo, a su fuerza y potencia.

Los violadores de esta categoría pueden ser subdivididos segú n su meta


principal sea la «aserció n» o la «reafirmació n»:

1. El violador de «poder-asertivo» considera la violació n como una


expresió n de su virilidad y dominio. Se siente con derecho a «tomar» a
las mujeres o ve la dominació n sexual como una manera de mantener a

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«su» mujer «en línea». La violació n es el reflejo de la inadecuació n


experimentada, en términos de su sentido de identidad y efectividad.
2. El violador del tipo poder-reasegurado viola en un intento por resolver
dudas que lo perturban, relacionadas con su adecuació n sexual y su
masculinidad. Dispondrá a la mujer en una posició n controlada y
desvalida, en la cual ella no pueda rehusarle o rechazarle.

2. Violador- odio. En este tipo de violació n, el agresor expresa ira, rabia, desprecio
y odio por su víctima golpeá ndola, asaltá ndola sexualmente y obligá ndola a
realizar actos adicionales de tipo degradante. Utiliza má s fuerza de la necesaria
para someterla. El ataque sexual es só lo una parte de los actos de violencia
física. A menudo se acerca a su víctima por sorpresa y la golpea, rompe su
ropa y usa un lenguaje vulgar y abusivo.

La meta es descargar su rabia sobre su víctima, desquitá ndose de los


rechazos experimentados, realmente o no, por parte de otras mujeres. El sexo se
transforma en un arma y la violació n es el medio para herir y degradar a su
víctima y, por ende, a todas las mujeres.

Este violador puede mostrar mucha có lera y desprecio hacia las mujeres, a
quienes ve como objetos desagradables. El acto sexual es visto hasta cierto punto
como algo bajo y degradante y, generalmente, encuentra en él poca o ninguna
satisfacció n sexual derivada del acto de violació n. Por todo ello puede
experimentar dificultades para alcanzar la erecció n y para eyacular durante
dicho acto.

Estos sujetos se dividen en dos grupos, segú n la degradació n de la víctima esté


asociada con una rabia consiente o con el placer experimentado:

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a. Violador «odio-castigo». El sujeto comete la violació n como una


expresió n de su hostilidad y rabia hacia la mujer. Su motivació n es
la venganza y su meta la degradació n y humillació n de la víctima.

b. Violador «odio-excitación». El violador encuentra placer, emoció n y


excitació n en el sufrimiento de la víctima. Es sá dico y su meta es
castigar, torturar y lastimar a su víctima. Su agresió n está erotizada.

d. Tipología de Knight y Prentky. EL MTC: R3


El MTC:R3 (Massachussets Treatment Center) divide a los violadores en cuatro
categorías, de acuerdo con su motivació n primaria para violar: oportunista,
intensamente enojado, sexual y vengativo.

1. Violador oportunista. Para el violador oportunista la violació n parece ser


un acto predatorio impulsivo que se encuentra controlado má s por factores
situacionales que por una fantasía sexual o de odio específico a las mujeres.
La violació n es uno entre varios comportamientos antisociales y predatorios
en su vida.

2. Violador enojado. La motivació n primaria para este violador es una rabia


global e indiferenciada que invade todas las á reas de su vida. Este tipo de
violador tiene una larga historia de comportamiento agresivo antisocial, en la
cual la violació n es otra manifestació n de ello. Muestra su rabia y agresividad
en sus delitos sexuales y causa a sus víctimas un gran sufrimiento y dañ o
físico.

3. Violador sexual. Esta categoría se caracteriza por la presencia de una


preocupació n sexual permanente por el tema. Se subdivide en dos subtipos,
dependiendo de si su agresió n se encuentra sexualizada o no (sá dicos versus
no sá dicos). En el caso del violador sá dico, la preocupació n sexual puede
verse distorsionada por la fusió n de aspectos sexuales y agresivos. En el caso
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del violador no sá dico, la preocupació n sexual se ve dominada por la


presencia de necesidades y/o intensos sentimientos de inadecuació n.

4. Violador vengativo. Presenta como característica motivacional central la


rabia misó gina hacia la mujer. No obstante, éste no es el ú nico grupo que
puede presentar odio a las mujeres, como hemos visto anteriormente, pero sí
en cuanto a la exclusividad de su odio dirigido hacia ellas. Este factor
conduce a una falta de sexualizació n de la agresió n a diferencia de los
violadores «sá dicos». Las agresiones sexuales de este grupo de violadores
incluyen comportamientos que intencionalmente intentan dañ ar físicamente
a la mujer, así como degradarla, denigrarla y humillarla. Este grupo también
se subdivide sobre la base de su competencia o habilidades sociales (bajas y
altas).

3.5. LA ESCENA DEL


CRIMEN
Siguiendo los estudios del FBI (1985) existen dos grandes grupos de escenas del
crimen: la organizada y la desorganizada.

3.5.1. Los criminales organizados y su escena


Este tipo de escena del crimen indica que hubo planificació n, premeditació n y un
esfuerzo consciente por evitar ser identificado. Davis (2000) cita ejemplos: la selecció n
por parte del criminal de á reas aisladas para la perpetració n de sus crímenes, el
transportar a la víctima de un á rea a otra, el hecho de traer sus propias armas
para cometer el crimen y llevarse las armas de la escena del crimen.

De acuerdo con Muller (2000), los criminales organizados tienden a ser


inteligentes, pero presentan una historia de bajos logros, con una educació n y trabajos
de tipo esporá dicos. A menudo se encuentran casados y son socialmente aptos, pero
generalmente presentan una personalidad de tipo antisocial. Su víctima es, a

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menudo, una extrañ a, generalmente de sexo femenino, y puede buscar un tipo


particular de víctima o simplemente una víctima por conveniencia, que se encuentre
en el lugar y momento equivocado. Usualmente, torturará a su víctima, la matará
lentamente, de una manera dolorosa con la cual el sujeto ha fantaseado
previamente. El cuerpo de la víctima generalmente será ocultado por el criminal, a
menudo también transportado desde el lugar donde la mató a otro lugar, y puede
existir desmembramiento de la víctima en los casos en los que el criminal tenga
conocimientos forenses, con la finalidad de evitar la identificació n.

Davis (1999) agrega que este tipo de criminal personaliza a la víctima, controla la
conversació n, demanda la sumisió n de la víctima y los actos agresivos los comete
antes de su muerte.

Holmes y Holmes (1996) sostienen que el criminal organizado presenta una


«personalidad organizada» que se refleja en su estilo de vida, su manera de mantener
su casa, su automó vil y su apariencia personal, lo cual resumen en la frase «en su vida
existe un lugar para todo y todo debe permanecer en su lugar» (Holmes y Holmes,
1996). Asimismo, sostienen que el criminal organizado es sexualmente competente,
tiene una imagen masculina, es encantador, controla sus estados afectivos, fue
educado con una disciplina dura en su niñ ez, se desplaza geográ ficamente, se cambia
de trabajos y puede ser un «fan» de la policía.

Entre sus comportamientos post-crimen, Holmes y Holmes (1996) sitú an el hecho de


que generalmente el sujeto regresa a la escena del crimen, puede mover el cuerpo de
su víctima o deshacerse del cuerpo para hacer má s «noticia» sobre el crimen.

Las características esenciales de una escena organizada son: planificació n de la acció n


criminal, ausencia de relació n previa agresor-víctima, conversació n controlada, escena
del crimen controlada, víctima sumisa, uso de la restricció n, actos agresivos

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innecesarios, desplazamiento del cuerpo, recogida del arma, personalizació n de la


víctima y escasez de pruebas criminoló gicas y forenses (Soria, 2005).

3.5.2. Los criminales desorganizados y su escena


La escena del crimen desorganizada indica acciones que han sido espontá neas y de un
crimen cometido de manera impulsiva. La víctima es escogida al azar y la escena del
crimen suele ser el lugar donde encontró a la víctima. A ello se debe el uso de
objetos/armas encontradas en el lugar y la rapidez del acto criminal, lo que posibilita la
presencia de pruebas criminoló gicas y forenses.

Muller (1999) establece que los criminales desorganizados normalmente tienen una
inteligencia baja, muestran algú n tipo de severa perturbació n psiquiá trica y, por ello,
es probable que hayan estado en contacto con las instituciones de salud mental. El
criminal desorganizado funciona inadecuadamente a nivel social: escasas relaciones
sociales, excepto con la familia, y puede ser sexualmente incompetente (en caso de que
tenga algú n tipo de experiencia sexual). El ataque de la víctima puede ser brutal y es
posible que su cara se encuentre severamente golpeada en un intento por deshumanizar
a la víctima, o bien la víctima puede haber sido obligada a usar una venda en los ojos o
una má scara. En caso de que la víctima sea agredida sexualmente, generalmente será
post-mortem, con mutilació n de la cara, genitales y senos. El cuerpo de la víctima
generalmente será dejado en la escena del crimen. Sin embargo, en caso de que el
cuerpo sea movido, usualmente será con la finalidad de guardarlo como un recuerdo y
no para ocultar evidencia.

Holmes y Holmes (1996) establecen que el criminal desorganizado lo es también en el


resto de sus actividades: trabajo, hogar, automó vil, apariencia, higiene, comportamiento
y estado mental. Asimismo, estos autores establecen que, de acuerdo con la
informació n proporcionada por el FBI, los criminales desorganizados tienden a
no tener una apariencia atlética, son introvertidos y de raza blanca, muchos fueron
víctimas de abuso físico y/o emocional en su infancia, y sus padres, a menudo, fueron

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figuras ausentes. Posiblemente, durante su niñ ez, estos sujetos tuvieron pocos
compañ eros de juegos y acostumbraban a tener hobbies solitarios o amigos
imaginarios. De nivel intelectual limitado, probablemente dejó la escuela tan pronto
como le fue posible y ha tenido trabajos que no requieren mayor

cualificació n. Asimismo, los autores refieren que el criminal desorganizado no se


siente seguro ni có modo aventurá ndose lejos de su hogar o trabajo, por ello cometerá
sus crímenes dentro de su propio vecindario o en lugares cercanos. La importancia
psicoló gica del acto criminal es tan elevada que suele redactar un diario donde registra
sus actividades y víctimas, así como sus fantasías relacionadas con el crimen. Ello es
una vivencia interior y, en consecuencia, a diferencia del criminal organizado, no
sentirá la necesidad de seguir sus crímenes a través de los medios de comunicació n.
A pesar de lo anterior el comportamiento post-crimen es muy relevante y puede incluir
conductas muy amplias: retorno pronto a la escena del crimen con la finalidad de
revivir lo ocurrido, asistir a los funerales de la víctima, poner un mensaje en los
obituarios del perió dico en memoria de la víctima, guardar diarios o recortes de
noticias, volverse religioso, cambiar de domicilio y de trabajo.

3.5.3. Otros elementos relevantes en la escena

Cuando aparece una escena del crimen que incluye aspectos de la organizada y la
desorganizada se denomina mixta y puede indicar la presencia de dos criminales, de
uno só lo, que planeó el crimen y luego abandonó el propó sito por circunstancias
imprevistas, o también que el criminal arregló la escena del crimen para ofrecer una
apariencia distinta. Todos los crímenes poseen aspectos de uno u otro tipo, pero
claramente un tipo predomina sobre el otro.

Otro aspecto importante es la posible existencia de má s de una escena del


crimen, especialmente en los crímenes planificados. En un intento de clasificació n,
Jiménez (2004) establece tres grandes tipos:

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a) Escena del crimen inicial. Corresponde a aquellos lugares donde el autor ha


acechado o vigilado a la víctima, ha establecido el primer contacto y/o la ha
secuestrado.
b) Escena del crimen principal. Es el contexto físico donde se produce la
principal actividad criminal (violació n, tortura, etc.).
c) Escena del crimen final. Lugar donde se abandona a la víctima o su cadá ver.

La existencia de má s de una escena del crimen refleja una mayor organizació n,


peligrosidad, edad y carrera delictiva (Tapias-Saldañ a y cois., 2004; Jiménez,
2004).

TEMA N° 4
PSICOPATOLOGÍA CRIMINAL

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ENFERMEDADES MENTALES CON INCIDENCIA EN LA ACTIVIDAD


DELICTIVA

4.1. Enfermedad mental y normalidad

¿Qué debemos entender por enfermedad mental? Un sencillo y operativo concepto de


enfermedad mental es aquel que la define como cualquier desviació n significativa de
un estado ideal de salud mental positivo que implica sufrimiento e incapacidad.

La enfermedad mental supone una disfunció n bioló gica, psicoló gica y comportamental
de una persona, con manifestaciones conductuales, emocionales y cognitivas (de
conciencia, percepció n, memoria y pensamiento).

Ahora bien, ¿qué es lo anormal en la forma de pensar y actuar de una persona? Parece
coherente pensar que el enfermo mental sería aquel que con su conducta sobrepasa los
límites del criterio de normalidad establecido en un tiempo y en una sociedad
determinados. Sin embargo, esto nos lleva a considerar la siguiente cuestió n: ¿qué
debemos entender por criterio de normalidad? Puesto que tiene una triple
vertiente:

 Médica: Entiende por normalidad/anormalidad la ausencia o existencia de


síntomas o signos de enfermedad.
 Estadística: Entiende la normalidad como promedio.
 Forense: Valora la conducta en funció n del aumento o disminució n de la
imputabilidad del acto y de su responsabilidad.

Tampoco se salva de la controversia la cuestió n de la clasificació n de las enfermedades


mentales, que varía segú n las escuelas y doctrinas psicopatoló gicas. Como es un
aspecto que carece de interés puramente policial, nos limitaremos reseñ ar que en la
actualidad y en el á mbito europeo se maneja la Clasificació n Internacional de las
Enfermedades en su décima revisió n (má s conocida por su acró nimo C.I.E.-10), en
tanto que en el á mbito americano impera la clasificació n del Manual Diagnó stico y

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Estadístico de los Trastornos Mentales en su quinta revisió n (conocido por sus siglas
en inglés, DSM-V).

Nos detendremos ú nicamente en algunas enfermedades mentales con las que es


probable que nos encontremos en la labor policial, los aspectos a tener en cuenta para
identificarlas y las pautas de actuació n má s eficaces.

En primer lugar debemos tener en cuenta que la peligrosidad del enfermo mental casi
siempre ofrece indicios reveladores de la alta probabilidad de comisió n de algú n
delito, viniendo determinada principalmente por una grave alteració n del juicio y
por la pérdida del control de impulsos.

La actuació n policial con enfermos mentales debe basarse en estos tres aspectos:

 Prevenció n del estado peligroso, colaborando con el sistema de salud en la


prevenció n de conductas delictivas (actuaciones asistenciales), aportando
informació n sobre los índices reveladores de peligrosidad que se hayan
observado en un sujeto.

 Adecuació n de la conducta policial a los diferentes tipos de trastornos mentales.

 Elaboració n de informes: Debe describirse detalladamente la conducta, los


síntomas y signos observados pero sin realizar catalogaciones, que
corresponden a los especialistas.

4.2. TRASTORNOS DISOCIATIVOS


Constituyen una variedad de trastornos neuró ticos que podemos definir como una
alteració n sú bita y temporal de las funciones integradoras de la conciencia, identidad o
conducta motora (ruptura de la vida mental y falta de integració n entre diversas partes
de la personalidad). A pesar de ser estadísticamente poco relevantes, es interesante
conocerlos por su importancia en la actividad policial.
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4.2.1. Trastorno de identidad disociativo: Mal llamado personalidad mú ltiple,


constituye el ú nico trastorno de personalidad específico diagnosticado como trastorno
mental. Es mucho má s infrecuente de lo que se cree, y se caracteriza por la
existencia en una misma persona de distintas personalidades muy distintas entre sí,
una de las cuales adquiere prominencia en un momento determinado tapando
totalmente a las otras. Constituye una de las excusas preferidas de los asesinos en serie
para justificar sus crímenes.

4.2.2. Amnesia psicógena o disociativa: Incapacidad para recordar informació n


personal importante en ausencia de causa orgá nica, sobre lo que aconteció antes o
después de un suceso perturbador o ante acontecimientos precipitantes o inaceptables
para el sujeto. Es importante conocerlo para no confundirlo con un intento de ocultar
informació n en una entrevista o interrogatorio policial.

4.2.3. Fuga psicógena o disociativa: Similar a la anterior, añ ade desplazamiento de


lugar (viajes repentinos e inesperados) y cambio de identidad total o parcial.
Durante esta “nueva vida” se pueden cometer actos delictivos y violentos. A los factores
predisponentes de la amnesia psicó gena debe añ adirse la ingesta excesiva de alcohol.

4.2.4. Trastornos de despersonalización: Trastornos sensoperceptivos, sentirse


fuera del propio cuerpo como un observador externo, como en un sueñ o. El sentido
de la realidad permanece intacto.

4.2.5. Estados de trance y posesión: Suelen aparecer en el contexto de ceremonias


parapsicoló gicas o religiosas de tipo esotérico, o por sugestió n intensa fuera de este
contexto. El sujeto cae en un estado crepuscular limitativo de su conciencia, en el cual
puede llegar a cometer graves delitos.

4.3. ESQUIZOFRENIA

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El concepto de “mente dividida” implícito en el origen etimoló gico de la palabra


hace referencia a la disociació n entre emociones y cognició n. Abarca un grupo de
trastornos graves, que suelen aparecer en la adolescencia y son cró nicos e incurables
hoy día, aunque con tratamientos adecuados mejoran mucho.

Los síntomas son las agudas perturbaciones del pensamiento, la percepció n y la


emoció n, que afectan a las relaciones con los demá s, unidos a un sentimiento
perturbado sobre uno mismo y a una pérdida del sentido de la realidad que
deteriora la adaptació n social. Características comunes de estos trastornos son la
desorganizació n del pensamiento y el lenguaje, alteraciones perceptivas, emocionales, y
motoras.

Se han descrito distintas clases de esquizofrenia, clá sicamente cuatro: simple,


hebefré nica, paranoide y catató nica. A nosotros nos interesan má s las características
del delito cometido por el esquizofrénico:

 Incomprensibilidad e imprevisibilidad
 Violencia: delitos casi siempre de sangre y muy graves
 Indiferencia afectiva: sin arrepentimiento
 Reincidencia
 Soledad (actú an solos)
 Inutilidad: el crimen no es ú til salvo para el enfermo en cuanto que
puede eliminar sus padecimientos a través de su realizació n
A pesar de lo anterior, no debemos criminalizar al enfermo esquizofrénico, puesto que
la inmensa mayoría de ellos son pacíficos (baste saber que estadísticamente, el riesgo
de suicidio en estos enfermos es 100 veces mayor que el de homicidio).

4.4. PSICOSIS DELIRANTES

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Las ideas delirantes son creencias falsas, firmemente asentadas y por ello irreductibles,
y generalmente son referidas a situaciones cuya ocurrencia es posible en la vida
real.

El delirio es un síntoma, no una enfermedad. Las personas que lo padecen aparentan


normalidad en su aspecto y comportamiento cuando sus ideaciones delirantes no son
cuestionadas o puestas en juego (pueden llevar una vida perfectamente normal en
todos los á mbitos excepto aquel al que se refiere su delirio).

El origen del delito está en la idea delirante cuando se acompañ a de exaltació n


emocional amenazante, y sus actos se caracterizan por tener íntima relació n con el
delirio, premeditació n, falta de alevosía y de arrepentimiento. Al cometer el delito
no busca la impunidad, sino que está n convencidos de haber llevado a cabo un acto
justo, por lo que no opondrá n resistencia a la detenció n.

Dentro de este tipo de enfermedades mentales se da un grupo de trastornos, los


paranoides, en los que resulta conveniente profundizar por su relativa frecuencia con
la que como policías tenemos que enfrentarnos.

4.4.1. La personalidad paranoide


Es defensiva, rígida, desconfiada y egocéntrica, con tendencia a aislarse, y teniendo
como síntoma principal las ideas delirantes, se caracteriza por los siguientes rasgos:

 Pensamiento proyectivo (tendencia a culpabilizar de todo a los


demá s)
 Hostilidad
 Suspicacia
 Autorreferencia
 Miedo a la pérdida de autonomía
 Grandiosidad

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 Inteligencia conservada
 Conducta social bien adaptada

Conviene considerar algunos aspectos de la violencia del paranoide, que resultan de


nuestro interés:

 El acto homicida suele ir precedido por el desarrollo anterior de ideas de


persecució n e infidelidad, con un período previo de cavilació n.
 En algunos enfermos, la conducta potencialmente peligrosa se hace má s
aparente, ya que suele proferir abiertas amenazas. Lucha continuamente contra
sus sentimientos coléricos, pero tiene unos límites de tolerancia pasados
los cuales explotará con una violencia irracional.
 Aproximadamente la mitad de los asesinos paranoides escogen como víctimas a
miembros de sus familias, y dos terceras partes de los asesinatos se producen
en casa de la víctima o del paciente.
 El ataque homicida contra miembros de la propia familia es má s
frecuentemente cometido por adolescentes de entre quince y veinte añ os de
edad.

4.4.2. Tipos de delirio


Los tipos de delirio má s comunes y que en muchas ocasiones dan lugar a graves
conductas delictivas son:

a. Delirio de reivindicación: El enfermo se siente injustamente tratado y


agraviado por alguna persona o institució n, lo que le llevará , al sentirse
desengañ ado porque “nadie la hace caso” o a sentirse continuamente
perseguido o represaliado, a conductas delictivas tales como reivindicaciones
alborotadoras que dan lugar a desó rdenes pú blicos, dañ os contra propiedades o
bienes pú blicos o privados, agresiones, etc.

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b. Delirio de persecución: El enfermo se considera víctima de una conspiració n,


perseguido y vigilado continuamente, con intentos de controlar su mente.
Su intenció n de escapar al acoso puede conducirle a conductas violentas graves.

c. Delirio celotípico: El sujeto es presa de unos celos incontrolables y


obviamente injustificados que pueden llevarle a la agresió n física (y muy
frecuentemente al homicidio) como venganza, dirigida tanto a la persona objeto
de los celos como al “causante” de los mismos.

d. Delirio erotomaníaco: Supone la convicció n de ser amado por alguien,


normalmente con rango social superior. Puede provocar conductas de acoso u
hostigamiento hacia su supuesto amante.

e. Delirio de grandeza: El paranoide insuflado de grandezas que cree tener una


misió n especial que cumplir, puede sentirse obligado a llevarla a cabo aunque
sea necesaria la utilizació n de la fuerza física.

4.4.3. PSICOSIS DE ASOCIACIÓN:


La folie à deux se define como la transferencia de las ideas delirantes y/o la conducta
anormal de una persona a otro u otros que han estado en estrecha relació n con la
persona primariamente afectada. Han de darse tres condiciones esenciales para el
desarrollo de este síndrome:

 Un individuo que domine a otro. El miembro dominante paulatinamente


impone su delirio al compañ ero en un principio sano y que es má s pasivo.

 Ambos individuos han convivido estrechamente durante mucho tiempo y se


han aislado de influencias exteriores.

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 Las ideas delirantes compartidas se mantienen generalmente dentro de unos


límites de posibilidad y pueden basarse en las esperanzas comunes de ambos
o en acontecimientos que les han ocurrido.

4.5. TRASTORNOS DE PERSONALIDAD


4.5.1. LA PSICOPATÍA
Debido a la frecuencia con la que se produce la confusió n entre psicopatía y psicosis, es
oportuno puntualizar esta distinció n.

De forma resumida, podemos decir que los psicó ticos son auténticos enfermos
mentales, siendo su trastorno de etiología psíquica u orgá nica. Característicos del
mismo son: desorganizació n profunda de la personalidad, alteració n del juicio
crítico y de la relació n con la realidad, trastornos del pensamiento, ideas y
construcciones delirantes y perturbaciones de la sensopercepció n; cuadro que nada
tiene que ver con la psicopatía. Los trastornos de personalidad surgen en personas
psíquicamente normales y se diferencian de la enfermedad mental en tres aspectos
bá sicos:

 Son estables temporalmente: Tienen una continuidad en el tiempo y en el grado


de intensidad, al contrario de lo que sucede con la enfermedad mental,
que muchas veces cursa con períodos de crisis.

 Refleja alteraciones má s globales con síntomas má s inespecíficos.

 Son egosintó nicos, no son subjetivamente percibidos como molestos.

Esto tiene importantes implicaciones en casos de crímenes violentos sobre todo a nivel
judicial, puesto que si tradicionalmente el psicó tico diagnosticado es considerado
inimputable al encajar su enfermedad dentro de las eximentes previstas por el Có digo
Penal, la jurisprudencia viene considerando justamente lo contrario

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para el psicó pata, al que en la mayoría de las ocasiones se le considera responsable de


sus actos al entender que no pierde el contacto con la realidad, diferencia
perfectamente el bien del mal y posee lucidez y dominio de su voluntad.

a. Concepto de psicopatía

Buena prueba de la incó gnita científica que todavía hoy supone el psicó pata es el hecho
de que, para empezar, ni siquiera existe consenso acerca del concepto. La ciencia
empezó a interesarse por la cuestió n hace má s de doscientos añ os, y desde entonces,
han sido muchas las definiciones o acepciones que del término se han ofrecido,
dependiendo del campo científico e incluso ideoló gico desde el que se han
formulado. Se menciona la siguiente definició n: “Trastorno psíquico que se
caracteriza por deficiencia de control de las emociones e impulsos, insuficiencia de
adaptació n a las normas morales, asociabilidad y tendencia a la actuació n y a las
conductas antisociales” (Diccionario médico Salvat-Masson, 3ª edició n, 1990).

En cierto modo, esta es una reformulació n de la definició n del concepto de “locura


moral” que ofreció a mediados del siglo XIX el psiquiatra inglés Pritchard, quien
siguiendo los pasos de Philippe Pinel fue uno de los pioneros en el estudio de este
fenó meno, junto con Kraepelin (que introdujo el término “personalidad psicopá tica”
por primera vez en 1903) y Kurt Schneider, cuya tipología de personalidades
psicopá ticas es ya clá sica.

El estudio y la descripció n de la psicopatía han sido abordados tradicionalmente desde


un punto de vista psicosocial. Y ha sido así porque como muy bien dice Garrido
Genovés, se trata, ante todo, de una condició n relacional, un cuadro que se manifiesta
en una especial forma de relacionarse con los demá s y tienen dos grandes á reas:

b. El área emocional/interpersonal se caracteriza por:

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 Locuacidad y encanto superficial: Los psicó patas son en muchos casos personas
que despiertan simpatía, que tienen lo que se llama “don de gentes”. Son
capaces de hablar con convicció n de cualquier tema, aunque carezcan de
preparació n alguna sobre el mismo.

 Egocentrismo y vanidad desmesurada: Se tienen como seres superiores al resto,


con una hipervaloració n de sí mismos que les lleva a no sentir la má s mínima
preocupació n por sus semejantes, a regirse por sus propias normas y
despreciar e ignorar las escalas de valores socialmente imperantes, que “no son
para ellos”; les lleva incluso a creerse impunes.

 Desafecto emocional: Carecen de sentimientos, son incapaces de sentir


cualquier emoció n (tales como la culpa, el arrepentimiento, el remordimiento, la
ansiedad o el miedo), lo que supone la ausencia de cualquier freno
emocional para su comportamiento. Pueden actuar conociendo las
consecuencias pero sin que éstas les importen. No comprenden ni aprecian los
sentimientos ajenos ni les interesa. Sus relaciones humanas está n basadas en el
utilitarismo má s puro.

 Mentiroso y manipulador: Son auténticos maestros del arte del engañ o, con una
especial habilidad para detectar los puntos débiles de los demá s y
aprovecharse de ellos.

 Hedonismo exacerbado: Para el psicó pata, la satisfacció n inmediata de sus


necesidades se convierte en algo vital, que prima sobre cualquier otra
circunstancia. No dudará n en pasar por encima de personas, leyes, có digos
morales, para conseguir lo que buscan. Aplican su propia escala de valores
ajustada a su conveniencia, dejando cualesquiera otra para el resto de los
mortales.

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 Afán de notoriedad: Este rasgo se relaciona íntimamente con el de hedonismo y


vanidad desmesurada mencionados. Muchos de ellos sienten la necesidad de
destacar, de demostrar al mundo su superioridad, eligiendo para ello en
ocasiones el camino de la violencia.

 Percepción distorsionada de la vida: Algunas investigaciones han puesto de


manifiesto que los psicó patas tienen esencialmente una concepció n
reduccionista de la vida y el mundo, que perciben en términos de blanco o
negro, sin puntos intermedios. Uno tiene razó n o no la tiene. Matas o mueres.

En cuanto a los aspectos del estilo de vida destacan:

 Impulsividad: Al no importarles las consecuencias de sus actos, los psicó patas


en muchas ocasiones no piensan, simplemente actú an buscando la satisfacció n
inmediata de sus deseos.

 Deficiente control de la conducta: No controlan adecuadamente su


temperamento, carecen de mecanismos inhibidores de la conducta violenta. Su
reactividad a cualquier tipo de representació n de la autoridad, a las
provocaciones e insultos o simplemente a las dificultades cotidianas, puede
provocar accesos incontrolados de furia o enojo de diferente duració n e
intensidad, pero generalmente desproporcionados.

 Necesidad de excitación continuada: El aburrimiento es un enemigo natural del


psicó pata, que parece sentir la necesidad de experimentar continuamente
nuevas sensaciones, lo que en muchas ocasiones les lleva a las drogas y a un
estilo de vida itinerante e inestable.

 Irresponsabilidad e incapacidad para cumplir compromisos: Para ellos, los


conceptos de responsabilidad y compromiso carecen de sentido. Si acaso,

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pueden utilizar los compromisos para satisfacer, como siempre, sus fines
inmediatos, pero sin demostrar intenció n alguna de cumplirlos una vez
satisfechos sus deseos. El matrimonio y la familia son para ellos medios de
financiació n, lugares para descansar de vez en cuando mediante el abuso de
las personas que le rodean. Los compromisos con el sistema judicial, con el que
frecuentemente terminan tratando, son para ellos inexistentes.

 Manifestaciones tempranas de conducta asocial: Todos los rasgos que hemos


enumerado tienen su traducció n en un comportamiento cuando menos asocial,
si no claramente violento, ya en la infancia. Se han detectado tres claros signos
indicadores de la psicopatía violenta en la infancia: la crueldad con los animales,
el incendiarismo y la enuresis se encuentran en la biografía de gran nú mero de
psicó patas violentos. Todas estas manifestaciones tempranas de conducta
asocial se asientan y refuerzan en la edad adulta, construyendo así el perfil
típico del comportamiento psicopá tico.

c. Análisis criminológico del comportamiento violento del psicópata

Antes de analizar el comportamiento violento del psicó pata debemos tener presentes
dos puntualizaciones importantes:

I. No todos los psicópatas son delincuentes. Es erró neo identificar psicó pata
con delincuente. Como muy bien dice el Dr. Robert Hare, una de las má ximas
autoridades mundiales en psicopatía, puede caerse en esta confusió n si solo nos
fijamos en la conducta antisocial (que es por definició n propia de los
delincuentes) dejando de lado los aspectos interpersonales y afectivos que ya
hemos visto. Esto lleva en muchas ocasiones a diagnosticar demasiados casos de
psicopatía en poblaciones criminales y pocos en poblaciones no criminales.

No todos los psicó patas caen en la delincuencia. Aunque suelen ser muy
destructivos para todos aquellos con los que se relacionan, muchos de ellos son

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capaces de pasar por la vida sin incurrir en comportamientos claramente


delictivos. Son personas con un grado medio o bajo de psicopatía que, siguiendo
a Garrido Genovés, logran integrarse en la sociedad, auténticos “camaleones”
capaces de adoptar el camuflaje social má s conveniente a sus intereses en cada
momento, abusando emocionalmente en muchas ocasiones de las personas de
su entorno para lograr sus deseos sin tener que recurrir a actos delictivos.

II. No todos los psicópatas son criminales violentos. Tampoco debemos pensar
que aquellos psicó patas que han caído en la delincuencia son necesariamente
violentos: muchos de ellos son típicos “delincuentes de cuello blanco”. Pero sí es
cierto que aquellos que encuentran en la violencia una eficaz herramienta para
obtener sus deseos conforman el terrorífico grupo de los criminales má s crueles
y peligrosos, nutriendo abundantemente las categorías de homicidas, asesinos y
violadores en serie, maltratadores domésticos.

Es la conducta de este grupo la que nos interesa estudiar. Deseamos saber no solo
como se manifiesta, también las causas que la provocan, como nos defendemos de ella
y como puede prevenirse.

Antes de continuar conviene aclarar que no debe confundirse la violencia del psicó pata
criminal con otras manifestaciones violentas e incluso estilos de vida puramente
criminales y violentos, producto de la asunció n de normas culturales basadas en la
crueldad y el crimen, coincidentes en cierto modo con el comportamiento psicopá tico,
pero cuyos autores carecen de éste. Hay personas capaces de cometer crímenes
atroces y de asesinar a sangre fría, y no son necesariamente psicó patas.

Veamos ahora algunas características típicas de la conducta violenta del psicó pata:

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 Generalmente tiene un carácter depredador: Para el psicó pata violento, sus


víctimas son meras presas a su alcance, ú tiles para su satisfacció n. El mundo se
divide en cazadores supervivientes y sus presas.

Sus víctimas no son personas, el ser humano se “cosifica”, se transforma en un


objeto y sus sentimientos traen sin cuidado alguno al depredador. Esto es
especialmente evidente en los casos má s extremos de violencia psicopá tica, el
asesinato y la violació n en serie.

 Es en muchas ocasiones irracional, desproporcionada e inesperada: Puede


surgir sú bitamente, sin un propó sito real, o como respuesta a cualquier
situació n, por nimia que ésta sea, que incomode al psicó pata.

 Es despiadada y de una crueldad inusitada: Sus crímenes son cometidos en


muchas ocasiones de forma instrumental y metó dica, de modo directo y sin
complicaciones. Sangrientos asesinatos son cometidos fríamente, sin ningú n
sentimiento, llevados a cabo con una tranquilidad pasmosa, como si fuese algo
carente de la menor importancia. Sus actos no tienen el color emocional que
caracteriza la violencia de otras personas.

 Es tambié n indiscriminada, ya que cualquier persona puede ser su objetivo, sin


importarle en absoluto cualquier circunstancia que pueda suponer indefensió n
de la víctima pero tampoco un peligro para el agresor.

 Por ú ltimo, se manifiesta de múltiples formas e intensidad: La violencia


psicopá tica adopta las má s variadas formas de expresió n, pasando por
cualquiera de los grados de violencia, tanto física como psíquica; desde la
humillació n y el dañ o psicoló gico má s sutilmente infligidos hasta el asesinato
má s cruel y sá dico.

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Una grave expresió n de la violencia psicopá tica tristemente de moda la constituye, en


muchas ocasiones, la violencia doméstica. Aunque no existe acuerdo acerca de la
morbilidad del trastorno psicopá tico entre los maltratadores familiares, algunos
investigadores sitú an el porcentaje de maltratadores psicó patas alrededor del 30%
(Hare, 1999). Pero, como veremos, algunas conductas típicas de estos sujetos encajan a
la perfecció n con el comportamiento del psicó pata violento.

Mencionamos antes que la familia ú nicamente tiene para el psicó pata un sentido
utilitario: es algo que sirve a sus fines, sean éstos econó micos, sexuales o
acomodaticios, teniendo a su mujer e hijos como auténticos esclavos que trabajan para
él, satisfacen sus deseos sexuales y cumplen con las tareas domésticas cotidianas tan
necesarias como pesadas y tediosas: lavar, preparar la comida, hacer la casa.

La familia con un padre, marido o hijo psicó pata y violento vive en un infierno con
muros invisibles del que resulta muy difícil escapar. Estas personas han de
soportar día tras día, durante largos añ os, todo tipo de vejaciones, humillaciones,
abusos físicos y psíquicos que muchas veces terminan con una dramá tica muerte en
ocasiones tristemente anunciada.

Utiliza su agudo sentido de detecció n de los puntos débiles del pró jimo para seleccionar
la víctima con la disposició n anímica idó nea, se convierten en novios encantadores,
cariñ osos y atentos que despliegan todos sus encantos para subyugarla y a los que se
puede disculpar su cará cter posesivo porque éste es fruto del amor, piensan
ingenuamente muchas mujeres. Pero una vez que la presa está capturada,
generalmente con el cepo del matrimonio, la bestia pronto se desenmascara mostrando
su verdadero rostro. Si no lo ha conseguido todavía, iniciará su estrategia de “acoso y
derribo” para conseguir una completa dependencia psicoló gica de su víctima tejiendo
una sutil red de aislamiento social que frustre cualquier intento y posibilidad de huida,
cortando los lazos de la mujer primero con sus amigos y finalmente con su propia
familia, a la que en ocasiones consigue incluso poner de su propio lado.

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Con la víctima en sus redes, procederá a la destrucció n total de su autoestima mediante


la humillació n constante, la desvalorizació n sistemá tica de todos sus actos y la
inculcació n de sentimientos de culpabilidad que convenzan a la mujer de que ella es la
ú nica culpable de su infeliz situació n. Si el sometimiento psicoló gico no funciona o no lo
hace al ritmo deseado, no dudará en utilizar la violencia física necesaria para reforzarlo,
haciéndose habituales compañ eros del camino de la vida de la mujer maltratada los
golpes, torturas y palizas.

El resultado final de la violencia doméstica del psicó pata es en muchas ocasiones la


muerte de su có nyuge, que tiene lugar a consecuencia de la reacció n defensiva de la
víctima que logra escapar a él. Muchos de estos crímenes son cometidos por maridos o
compañ eros que han sido abandonados o cuyas mujeres se han separado de hecho o
legalmente de ellos, desafiando su sensació n de poder omnipotente; otros surgen de
forma imprevista como respuesta a una reacció n defensiva de la víctima en el
transcurso de un episodio de violencia, o simplemente por hastío, cuando el
asesino decide que está harto de esa mujer que ya no le sirve para nada salvo
para molestarle, y por lo tanto hay que deshacerse de ella sin má s miramientos.

Otro crimen típicamente psicopá tico es el que podríamos denominar homicidio


absurdo, que despierta una especial perplejidad en la sociedad y que provoca
escalofríos: aquel cometido sin motivo aparente y para el cual sus autores aportan
razones tan peregrinas como la curiosidad o el aburrimiento, argumentos recurrentes y
propios del psicó pata, y especialmente del psicó pata joven.

Algunos de los crímenes absurdos que saltan a los medios de comunicació n son
puramente impulsivos, propios de psicó patas primarios incapaces de controlar su
agresividad ante la existencia de estímulos que provoquen en ellos reacciones
negativas. De este modo, el incidente má s pequeñ o (una discusió n de trá fico, un

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comentario contrario a su línea de pensamiento, incluso un gesto o una mirada


malinterpretados) puede generar una respuesta tremendamente violenta.

Parece muy probable que circunstancias tales como el desplazamiento de la influencia


del proceso de socializació n del individuo hacia agentes inadecuados (como la escuela
o la televisió n) en detrimento de la familia, agente socializador por excelencia; la
dulcificació n y exaltació n de la violencia por el cine y la televisió n, el triunfo de la
filosofía del éxito a cualquier precio o la drá stica reducció n de la importancia otorgada
a los valores humanos, propicien un desarrollo má s prematuro del trastorno
psicopá tico en aquellas personas con predisposició n al mismo, que conduciría a la
comisió n de delitos violentos a edades cada vez má s tempranas.

Otra de las manifestaciones de la violencia psicopá tica, quizá la má s grave y, sin duda la
má s compleja, es el asesinato y la agresió n sexual en serie. Este tipo de crímenes son
cometidos por dos grupos de delincuentes: psicó patas y psicó ticos, cuya diferencia
todos conocemos ya. Pero de los asesinos en serie conocidos, los psicó patas conforman
el grupo má s nutrido y peligroso, tanto cualitativa como cuantitativamente: el 70 % de
ellos. Y si coinciden en una misma persona la psicopatía y alguna desviació n sexual,
aparece la combinació n má s letal. Sus conductas criminales manifestadas en los
asesinatos cometidos son aparentemente paradó jicas: por una parte, cumplen a la
perfecció n casi todas las características enumeradas anteriormente de violencia
psicopá tica. Por otro, reflejan comportamientos impropios del trastorno. El má s
significativo es sin duda su capacidad para planificar y organizar sus delitos. Tanto es
así que al asesino en serie psicó pata se le identifica precisamente por eso como
“organizado”, ya que del aná lisis de su modus operandi se desprende una cierta
preparació n previa del crimen: suele ir convenientemente preparado para ejecutar el
delito (muchos de ellos portan el denominado murder o rape kit), intenta borrar sus
rastros, anticipa en sus fantasías las acciones que llevará a cabo con la víctima, etc.

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Las motivaciones para el crimen en serie son todavía oscuras; aú n existen muchas
sombras en la investigació n de estas conductas. Pero lo que sí parece evidente es que
no tienen un ú nico componente o mó vil puramente sexual. Hay, al menos, otros dos de
capital importancia y que son típicos del psicó pata: la necesidad de sentir poder y
control sobre sus víctimas y la sensació n de vitalidad. Estas tres motivaciones está n en
íntima conexió n con rasgos de la personalidad psicopá tica que ya hemos mencionado.
Recordemos su exacerbado hedonismo: necesitan satisfacer sus impulsos sexuales
(sean cuales sean) y lo hacen, utilizando para ello los medios e instrumentos necesarios.
En ocasiones, los actos de algunos asesinos en serie parecen tan esperpénticos y
surrealistas que cuesta trabajo creer que los hayan cometido personas en su sano juicio,
pero así es.

Recordemos también la percepció n de sí mismos como seres superiores: ¿qué mejor


modo de demostrarlo que teniendo el poder de decidir sobre la vida y la muerte, de
pasar de víctima impotente a asesino omnipotente? La desfachatez y el descaro con
que algunos asesinos en serie cometen sus crímenes y que tanto sorprende a veces no
son otra cosa que la manifestació n de su sentimiento de impunidad que les otorga su
supuesta superioridad. O su necesidad de excitació n continuada: muchos asesinos en
serie han descrito el acto de matar como el mejor modo de sentirse “vivo”, como una
experiencia sensorial mejor que todas las drogas que han probado y con mayor poder
adictivo, de tal modo que la mayoría de ellos reconocen abiertamente que volverían a
matar en cuanto tuvieran oportunidad de hacerlo. Sin embargo, y a pesar de la aparente
monstruosidad de estos criminales, han llegado a ser conocidos como “los chicos de al
lado”, en alusió n al fenó meno que supone su perfecto camuflaje social: “¿có mo es
posible que mi vecino, o mi amigo, o mi tendero, haya matado a veinte personas? es
imposible, deben estar equivocados,... ¡si es tan simpá tico y amable!” es un
comentario repetido multitud de veces en boca de las personas que conocían al asesino.

El asesino en serie es con seguridad un tipo especial de psicó pata que en muchos casos
tiene, ademá s de un grado muy elevado del trastorno, una capacidad de autocontrol

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superior a la del resto de psicó patas y una increíble capacidad de adaptació n al medio.
Esto les permite conseguir sus fines una y otra vez, esquivando a veces durante
muchos añ os a la policía, y les convierte en auténticos “pará sitos sociales”, una
plaga prá cticamente indestructible con los medios de contenció n actuales; lo que sin
duda alguna le vuelve especialmente letal y peligroso para la estructura social.

d. Cómo reconocer al psicópata violento: instrumentos de diagnóstico


Existiendo como hemos visto tanta controversia científica no solo en el concepto de
la psicopatía sino en sus causas, puede resultar aú n má s difícil diagnosticar el
trastorno. Para ello se han utilizado diversos instrumentos, y entre los má s utilizados
se encuentran los autoinformes, las entrevistas estructuradas y las escalas de
comprobació n. Algunos de estos instrumentos está n dirigidos a una detecció n precoz
del trastorno, como el cuestionario de personalidad de Eysenck y Eysenck (1978)
para niños entre 8 y 15 años, o el cuestionario de conductas
antisociales/delictivas de Seisdedos (1988); otros a la predicció n de
comportamientos violentos reincidentes. La técnica del autoinforme es
abiertamente cuestionada para este propó sito, puesto que en su resultado final influye
la sinceridad de los informantes, algo por lo que no destacan precisamente los
psicó patas, cuya tendencia a la manipulació n en su favor podría desvirtuar sus
resultados.

Con el fin de salvar este obstá culo, Hare diseñ ó su propia escala de
comprobació n, a la que llamó P.C.L. (Psychopatic Check List) que con el paso del
tiempo mejoró y amplió llegando a sus versiones actuales, el PCLR (revisado) SV
(Screening Version, para uso forense y entre los psicó patas no criminales) y la YV
(Youth Version para uso con los jó venes), que se han consolidado como los
mejores instrumentos actuales para el diagnó stico y evaluació n de la psicopatía y la
reincidencia violenta, en funció n de los resultados altamente fiables obtenidos si
dichos instrumentos son aplicados adecuadamente. La escala Hare no só lo tiene en
cuenta los signos de comportamiento antisocial, también mide los rasgos

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interpersonales y afectivos característicos de la psicopatía. Consta de 20 ítems a los


que el investigador otorga una puntuació n entre 0 y 2 tras obtener la informació n
precisa mediante una entrevista semiestructurada, revisió n del historial del sujeto,
estudio de su entorno personal y de su comportamiento si es posible.

e. Intervención con el psicópata violento y mecanismos de prevención


Han sido muchos los intentos de tratamiento y rehabilitació n llevados a cabo en todo
el mundo con psicó patas, y su revisió n excedería el objeto de este trabajo. Siguiendo a
Mollá (1993) y a título de ejemplo se enumeran algunos:

 Terapias bioló gicas (electro-shocks, lobotomías, tratamientos


nutritivos)
 Incapacitació n (internamientos preventivos)
 Encarcelamiento
 Tratamientos con drogas
 Tratamientos institucionalizados
 Tratamientos familiares

No solo resulta que los tratamientos aplicados a los psicó patas han resultado
ineficaces para su rehabilitació n. Un estudio llevado a cabo por Rice, Harris y Cormier
(1992) indica que algunos tratamientos pueden resultar contraproducentes para
ellos, habiéndose determinado una tasa de reincidencia en psicó patas violentos dos
veces superior en los tratados respecto a los no tratados en el programa utilizado
como referencia.
El principal obstá culo en el tratamiento y rehabilitació n del psicó pata es el cará cter
egosintó nico de su trastorno: recordemos que no sienten su trastorno como algo malo,
se encuentran có modos siendo tal y como son, y en consecuencia no ven motivo
alguno para cambiar. Si aceptan voluntariamente someterse a ellos es como
siempre por su particular pragmatismo, habitualmente la consecució n de beneficios
penitenciarios o de cualquier otro tipo.

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Por si fuera poco, son capaces de aprender todos aquellos conocimientos que les
pueden ser ú tiles de los programas a los que se someten. Los asesinos en serie
psicó patas han demostrado en innumerables ocasiones su habilidad para engañ ar a la
psiquiatría burlando todas aquellas pruebas que suelen ser utilizadas para su
evaluació n psiquiá trica: test de IQ de Stanford-Binet, test de Roscharch, T.A.T., M.M.P.I.,
entre otros.

4.5.2. EL TRASTORNO SÁDICO DE LA PERSONALIDAD


Este trastorno de personalidad fue propuesto como tal categoría diagnó stica con el
objetivo de incluirlo en la IV-R del manual DSM, aunque finalmente no llegó a incluirse.
Su validez científica es por tanto controvertida. Algunas de las conductas típicas de
este trastorno, que al igual que la psicopatía es egosintó nico, son las siguientes:

 Conducta cruel, vejatoria y agresiva para establecer relaciones


dominantes.
 Humillar o dar trato degradante a otro en presencia de terceros.

 Castigos excesivamente duros a subordinados, niñ os, alumnos, etc.


 Divertirse o disfrutar con el sufrimiento ajeno.
 Mentir con la pura intenció n de hacer dañ o.
 Fascinació n por las armas, las artes marciales, heridas, tortura.
 Reacciones de ira ante rebeldía de sus víctimas.

Puede afectar al individuo de forma regular o permanente, pero también de modo


cíclico, especialmente en respuesta a períodos de estrés.
P. Brittain desarrolló un excelente y completísimo perfil descriptivo del asesino
sá dico, caracterizado por:

 Apabullante prevalencia de varones.


 Instrospectivo y distante, bastante solitario.

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 Bien integrado socialmente, perfectamente camuflado.


 No propenso a la violencia segú n las apreciaciones ajenas.
 Puede mostrarse apocado, muy tímido.
 Puede manifestar rasgos obsesivos (excesivo orden, meticulosidad en cuanto a
vestido y apariencia, limpieza) que es posible detectar en la escena de su
crimen (por ejemplo, la ropa de la víctima bien doblada en un contexto general
de desorden).
 Cuida su salud (raramente bebe, fuma, o toma drogas).
 Puede sentirse inferior, excepto en lo concerniente a sus delitos, cuya
planificació n o contemplació n puede hacerle sentirse superior al resto de los
hombres.
 Propenso a delinquir cuando siente comprometida su autoestima o
masculinidad.
 Suele ser vanidoso, narcisista y egocéntrico.
 Tiene un mundo de fantasías muy rico y variado.
 Es emocionalmente plano.
 Generalmente no posee antecedentes policiales.

Si nos detenemos un poco en este perfil, nos daremos cuenta que es muy fá cil
descartar a alguien con él como sospechoso de un brutal crimen. Sin embargo, son
capaces de desarrollar y manifestar una violencia extrema.
¿Pero en qué debemos buscar la motivació n de los crímenes del asesino sá dico? Al
contrario de lo que pudiera pensarse, no en la consecució n del placer sexual mediante
la causació n del dolor y la humillació n de la víctima, sino conseguir la liberació n de la
tensió n a través del asesinato. Para entender esto mejor debemos saber que las
fantasías son sucesos mentales de producció n voluntaria que suelen ser activadas
como vá lvula de escape a la tensió n y fuertes estados emocionales negativos.

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En el caso de las fantasías sá dicas, al dejar de cumplir su misió n de compensació n del


malestar psíquico, se convierten en verdaderas vivencias favorecedoras del impulso
sá dico hasta invadir la conducta del sujeto, generando una tensió n intrapsíquica
insoportable que se libera, exclusiva pero no necesariamente, a través del crimen.
Cuando tal liberació n no se produce con aquel, se genera una mayor decepció n y
frustració n que viene a cerrar el círculo vicioso provocando el nuevo impulso de
matar.
TEMA N° 5
MOTIVACIÓN CRIMINAL
5.1. Procesos motivacionales

Los procesos motivacionales han sido estudiados durante muchas generaciones y


diferentes autores, para explicar lo que nos impulsa a los humanos a actuar con relació n
a nuestros deseos y motivaciones. Siempre se han estudiado esos procesos
motivacionales para poder alcanzar a comprendernos un poco mejor a nosotros
mismos; comprender nuestras reacciones, nuestros deseos, comportamientos,
justificaciones y pensamientos. Siguiendo esa línea, lo primero que hemos aprendido es
que hay mú ltiples y diferentes causas que empujan a una persona a actuar (o a dejar de
hacerlo). La lectura de este capítulo tiene dos premisas esenciales. La primera de ellas
se refiere a la dificultad de aná lisis y de comprensió n de las motivaciones delictivas, ya
que como hemos dicho no se corresponden con las motivaciones a las que podemos
estar (moralmente) acostumbrados, porque pueden ser muy variopintas y porque
muchas veces no está n suficientemente elaboradas ni siquiera en el propio agresor. La
segunda premisa hace referencia a que, aunque pueda parecer incongruente, sus
procesos motivacionales no difieren tanto de las personas no criminales. Lo que
interesa saber es el “¿Por qué?”.

5.2. DEFINICIÓN Y PRINCIPALES CONCEPTOS MOTIVACIONALES


El estudio de la motivació n en humanos siempre ha estado rodeado de los mismos
cuestionamientos, que han llevado a plantearse aspectos como el por qué se genera

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y/o se mantiene una conducta, qué diferencias motivacionales existen entre


personas y si se buscan fuentes de estimulació n que generen esas motivaciones. Así, se
han elaborado muchas y variadas definiciones que han ido marcadas por el momento
histó rico de estudio y por la tendencia de dicho estudio. Kleigninna y Kleigninna
(1981) recopilaron 102 definiciones de motivació n, de las cuales extrajeron la que
se ha considerado la má s adecuada: «La motivació n puede ser considerada como
un constructo teó rico que puede ser definido como un proceso multideterminado
que energiza y dirige el comportamiento en base a un objetivo». Las tres
perspectivas histó ricas má s claras que ha habido con relació n a estos aspectos se
han ido uniendo en el tiempo entre sí, formando nuevas categorías menos está ticas y
que proporcionaban una comprensió n mejor de los conceptos (Madsen, 1973):

 Biológica. De tendencia determinista, considera que son los mecanismos


fisioló gicos son los que regulan las motivaciones.
 Conductual. Se basa en los procesos de aprendizaje y su influencia sobre la
conducta.
 Sociocognitiva. Surgió en los añ os 60 es, posiblemente, la que má s influencia
ha tenido posteriormente. Se centraba en todas aquellas variables cognitivas
que tenían un poder motivacional en el marco de la sociedad.

Las aportaciones má s interesantes de diferentes autores (en funció n de su


tradició n histó rica) son las que a continuació n se incluyen, lo que a su vez nos
permitirá explicar algunos conceptos bá sicos sobre la motivació n:

 McDougall (1908). Fue el primero que habló de instinto para explicar la


conducta motivada. Generó toda una corriente bioló gica centrada en el estudio
del comportamiento de los animales (Etología), de la cual Konrad Lorenz fue
uno de los mayores exponentes. É ste definió el instinto como «un patró n de
conducta heredado, específico y estereotipado, que se descarga ante ciertos
elementos específicos del ambiente».

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 Pavlov (1927). Entendía la motivació n como un tipo de activació n del Sistema


Nervioso Central (SNC). Es ampliamente conocida su teoría del
condicionamiento de estímulos para generar (y motivar) conductas en
animalesThorndike (1898). Consideraba que el aprendizaje era la principal
fundamentació n de la motivació n.

 Hull (1943). Habló del impulso para explicar la conducta motivada y lo definió
como un «estado del organismo, generalmente aversivo o desagradable, que
activa o energiza el comportamiento». A diferencia del instinto, el impulso tiene
la base en un desequilibrio fisioló gico concreto y un objetivo concreto, que es el
reequilibrar esa necesidad fisioló gica.

 Spence (1956). Introduce el concepto «Incentivo», que sustituye al impulso


como mejor explicació n para las conductas motivadas. Se define el incentivo
como una serie de estímulos o acontecimientos, principalmente del entorno del
sujeto, que activan o inhiben el comportamiento del sujeto. Estos incentivos
guían la conducta hacia un objetivo.

 Tolman elaboró teorías basadas en elementos cognitivos y, sobre todo, en


expectativas, anticipando una conducta propositiva. Los conceptos cognitivos
esenciales en motivació n son:

 Expectativas, que son «anticipaciones cognitivas de acontecimientos


futuros» (Bandura, 1977). Así, estas expectativas pueden ser sobre lo
que uno espera de sí mismo (de autoeficacia) o sobre lo que espera
que ocurra al finalizar una conducta (de resultados).

 A tribuciones (Weiner, 1980). Explicaciones sobre las causas a


posteriori, una vez ya se ha llevado a cabo la conducta. Este
modelo atribucional es bidimensional, pues cerca diferentes tipos de

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atribuciones a nuestra conducta. Estas atribuciones sirven para


solucionar el desajuste causado entre aquello que esperá bamos y lo
que realmente ha pasado. Existen atribuciones sobre la conducta
propia (autoatribuciones) y sobre la conducta de los
demá s (heteroatribuciones). Ademá s, existe la atribució n rasgo, que
explica la tendencia de una persona a explicar los éxitos o los fracasos
en un mismo sentido (suerte, esfuerzo, ayuda de otros…).

 Metas conductuales. Se refieren al nivel de rendimiento que una


persona se propone conseguir en la resolució n de una determinada
tarea. Es una forma de autorregular el comportamiento.

 La jerarquía de las necesidades de Maslow (1954). É sta es la teoría de motivació n


por la cual las personas está n motivadas para satisfacer distintos tipos de
necesidades clasificadas con cierto orden jerá rquico. Las motivaciones que se
encuentran en la parte baja de la pirá mide está n relacionadas con la
supervivencia del individuo. Ademá s, Maslow consideraba que para asumir má s
niveles en la pirá mide se deben haber asumido los inferiores. Las motivaciones
son:

o a) Fisioló gicas (regulació n de la sed, hambre, etc.);


o b) De seguridad (garantizar la protecció n de la persona);
o c) De afiliació n (de afecto y pertenencia a un grupo);
o d) De autoestima y
o e) De autorrealizació n (crecimiento personal, desarrollo
de capacidades y objetivos vitales).

E De
autorealización
D De
autoestima

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C De
afiliación
B De
seguridad
A
Fisiologicas

Pirá mide de Motivació n de Maslow (1954)

Ademá s, se puede considerar que la motivació n, también la delictiva, es diná mica.

La mayoría de los procesos motivacionales se «ciñ en a un proceso cíclico de cuatro


etapas» (Reeve, 1989):

 Anticipación. Se tiene una expectativa de lo que sucederá . La fase se


caracteriza por el deseo de conseguir una meta.

 Activación y dirección. El motivo se activa por un estímulo intrínseco


(Reeve, 1989) (autorregulado) o extrínseco (ambiental). Ese estímulo legitima
la acció n posterior.

 Conducta activa y retroalimentación (feed-back) del rendimiento. Se


realizan aproximaciones a la meta deseada mediante diferentes estrategias y
un proceso de ensayo-error, que va retroalimentando la informació n que se
tiene sobre el éxito o el fracaso de la acció n.

 Resultado. Se viven las consecuencias de la satisfacció n del motivo (si el


motivo no está satisfecho, persistirá la conducta). Ademá s, de no
conseguirse un resultado satisfactorio, surge la frustració n de la persona, que
ocurre cuando ésta se mueve hacia una meta y se encuentra con algú n
obstá culo. La frustració n puede llevarla tanto a actividades positivas y
constructivas como a formas de comportamiento no constructivo, inclusive la

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agresió n, retraimiento y resignació n. Esta frustració n provoca en el individuo


ciertas reacciones:

 Desorganizació n del comportamiento.


 Agresividad.
 Reacciones emocionales.
 Alineació n y apatía.

5.3. ASPECTOS GENERALES DE LA MOTIVACIÓN DELICTIVA


Una de las principales características de la motivació n es que es un proceso inferido;
es decir, que no se puede observar a simple vista, sino que se ha de deducir de la
conducta observable. Así, las motivaciones delictivas se han de analizar en funció n
de los hechos observados y analizados. Existen diversas teorías sobre la
motivació n delictiva que a continuació n pasamos a exponer:

5.3.1. Teoría de «asociació n diferencial» de Edwin O. Sutherland (1999). Sostiene que


el comportamiento delictivo se aprende por la asociació n con quienes definen dicho
comportamiento en términos favorables y por el aislamiento de quienes lo definen
desfavorablemente. Las personas, en las situaciones pertinentes, adoptan ese
comportamiento tan só lo si el peso de las definiciones favorables es superior al de las
desfavorables.
5.3.2. Teorías sobre «la motivació n delictiva» de Donald R. Cressey (Sutherland y
Cressey, 1966). Las personas en quienes se confía traicionan esa confianza cuando se
ven a sí mismas con un problema que no pueden compartir, adquieren conciencia de
que dicho problema puede resolverse en secreto.

5.3.3. Teoría de la anonimia de E. Durkheim (1989). Si las aspiraciones de las


personas está n equilibradas por las oportunidades de que disponen para realizarlas,
se produce un estado de satisfacció n. Por el contrario, el delito se cultiva en el espacio
existente entre aspiraciones y oportunidades. Si las primeras no pueden realizarse

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mediante oportunidades legítimas, se empleará n para ello métodos no


convencionales.

Aun así, lo curioso de la motivació n delictiva es que se fundamenta en muchos de los


procesos que hemos explicado a nivel bá sico; es decir, que los procesos
motivacionales son similares, aunque cambiando los objetivos, las atribuciones y,
sobre todo, las cogniciones.

En ese sentido, las variables motivacionales en un delincuente también pueden actuar


como activadoras o energizantes de la conducta y permiten seleccionar objetivos. Por
otro lado, la forma en que un delincuente regula estas motivaciones también puede
ser autorreguladas (las causas son internas, como el deseo, el miedo, la excitació n,
etc.) o reguladas por el ambiente (ocasió n, oportunidad, estímulo elicitador, etc.).

Ademá s, muchas teorías de la motivació n se basan en que, ante un estado general


de malestar o de excitació n no calmada, se intenta buscar una conducta o actividad que
nos libere de esa tensió n. En el caso de muchos delitos, esta teoría es la explicació n má s
plausible; sobre todo porque, en el caso de las agresiones sexuales, el sujeto puede
presentar un malestar ligado a una acumulació n de excitació n y fantasías que necesite
de una actuació n concreta para liberar esa tensió n y ese malestar. Aun así, una
agresió n sexual consigue liberar esa tensió n
puntualmente, pero no elimina para siempre ese malestar o tensió n. Todo esto lo
veremos má s extensamente en el apartado dedicado a la motivació n en agresores
sexuales.

En esa misma línea, todos los conceptos esenciales que hemos visto en cuanto a la
motivació n humana coinciden (en gran parte y en funció n de la circunstancia) con la
decisió n individual de un delincuente a actuar y las motivaciones que le llevan a ello.
Tanto el impulso, el instinto, la activació n fisioló gica ante estímulos, los pensamientos,
cogniciones, conductas, etc. se dan en todos los tipos de motivació n humana. Entonces,
¿qué es lo que hace diferentes a los unos de los otros? É sta no es una respuesta

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ú nica, pero en gran parte se refiere a los procesos cognitivos asociados a unos
actos que son reevaluados mediante los mismos procesos cognitivos distorsionados.

5.4. MOTIVACIÓN DELICTIVA EN LAS AGRESIONES SEXUALES


5.4.1. La motivación sexual
La motivació n sexual en los humanos es una de las motivaciones primarias bá sicas; es
decir, estaría en el primer nivel de la pirá mide de Maslow. Las características
esenciales está n centradas en la conjunció n de la motivació n por la supervivencia de la
especie, unida a la obtenció n de placer y regulada por factores sociales, cognitivos y de
aprendizaje.

Masters y Johnson (1966) establecieron cuatro fases en la respuesta sexual humana


consumatoria, añ adiendo que el deseo debe preceder a estas cuatro fases:

 Excitació n. Preparació n fisioló gica para realizar el acto sexual. En el caso de los
hombres hay una elevació n parcial de los testículos pero no del pene. En la
mujer hay un aumento del clítoris y los labios vaginales unido a la lubricació n
vaginal.

 Meseta. Continú an los cambios fisioló gicos de forma má s intensa y van


acompañ ados de una sensació n subjetiva de placer. En el hombre se produce la
erecció n del pene, aumenta el tamañ o de los testículos y la pró stata. En la
mujer hay una expansió n de la vagina y cambio de coloració n en los labios
vaginales.

 Orgasmo. Sensació n má xima de placer sexual. Se producen contracciones en el


pene del varó n que fuerzan la expulsió n del semen por la uretra. En el caso de
la mujer también se dan contracciones en el ú tero y en la plataforma
orgá smica (cerca del cuello del ú tero).

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 Resolució n. Desactivació n de las variables fisioló gicas. Es un período


refractario que varia entre sexos y edades. En el caso de los varones, el pene
recobra la flacidez, descienden los testículos y el escroto adelgaza. En el
caso de las mujeres desaparece la plataforma orgá smica y el ú tero y la vagina
recobran la normalidad.
5.4.2. Disfunciones sexuales
Labrador (1994) resumió y clasificó las principales disfunciones sexuales, en base
al funcionamiento normalizado propuesto en las cuatro fases de Masters y
Johnson (1966).

Mujer Hombre
Problemas de deseo – Exceso. – Exceso.
/ interés sexual – Déficit. – Déficit.
Problemas en la – Falta de excitació n general (lubricació n, etc.). – Problema para generar
excitació n sexual erecció n.
– Problema de mantenimiento de
erecció n.
Problemas referidos – Dificultad en alcanzar el orgasmo. – Ausencia de evacuació n.
al orgasmo – Falta de orgasmo. – Eyaculació n precoz/retardada.
Otros – Dispareunia (dolor durante el acto sexual) y – Dispareunia (dolor durante el
vaginismo. acto sexual).

Tabla 10.1. Principales disfunciones sexuales (Labrador, 1994)


Segú n Sá nchez (2003), entre el 85 y el 95% de los delincuentes sexuales identificados
son varones y ningú n grupo socioeconó mico de hombres está exento del riesgo de
cometer agresiones sexuales. Así, las similitudes entre los grupos de no agresores y los
que sí lo son dificultan la tarea de prevenció n y de predicció n. No obstante, sí que
sabemos que los agresores sexuales adoptan muchas tá cticas para ocultar sus
tendencias delictivas, incluyendo el presentarse ante los demá s como personas
socialmente adaptadas, y que algunas de las experiencias de los gresores sexuales que
contribuyen al desarrollo de su comportamiento desviado son las mismas que está n
presentes en la etiología de otros trastornos, como las conductas antisociales o la
depresió n (Sá nchez, 2003).

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Una de las características principales de muchos parafílicos se centra en la presencia


de repetidas e intensas fantasías sexuales de tipo excitatorio, de impulsos o de
comportamientos sexuales, que por regla general engloban: objetos no humanos, el
padecimiento y/o humillació n propio o de la pareja, y niñ os u otras personas que no
consienten. Así, hace falta evaluar la presencia parafílica en estas fantasías, puesto
que puede generar comportamientos patoló gicos que imposibiliten mantener una vida
sexual normalizada fuera de la parafilia, o bien, puede ser un pensamiento
esporá dico no materializable. En este sentido, McGuire, Carlisle y Young (1965,
citado en Cá ceres, 2001) mantienen que el contenido de las fantasías sexuales se
determina por procesos de condicionamiento y por su asociació n con la experiencia
orgá smica. De ahí que sea esencial valorar las primeras fantasías parafílicas, así como
su materializació n reforzada.

Urra (2003) define a los agresores sexuales de forma genérica como «seres con
inmadurez psicosexual, que agranden para autoafirmar un Yo inseguro, y que se
caracterizan por poseer un alto grado de hedonismo y muy baja resonancia
emocional». Ademá s, considera que suelen «ser delincuentes en otras á reas, que son
proclives a todo tipo de violencia contra las mujeres y que emplean todo aquello que
les sirve para racionalizar el asalto como elemento facilitador del mismo». En la misma
línea lo definen García Andrade (1996) y Pérez (2002).

En el caso de los agresores de menores, Echeburú a (2000) y Urra (2003)


coinciden en que la mayor parte son varones y, segú n sus estudios, en la etapa media de
la vida (entre los 30 y los 50 añ os) es cuando se manifiestan con má s frecuencia estas
conductas, aunque la mayoría se inician en la adolescencia. Respecto a la relació n con
el agresor, Echeburú a (2000) habla de que entre el 65 y el 85% son personas cercanas
al menor, de los cuales un 32% son sus padres, un 36% familiares, y un 28% allegados
del menor (profesores, conocidos, etc.).

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Segú n Cá ceres (2001), se han establecido diferentes criterios para generar una
tipología de agresores sexuales, pero todos deben tener en cuenta los siguientes
componentes:

 Nivel de agresió n utilizado


 Grado de importancia del componente sexual (ver si tiene má s peso el
componente parafílico o el antisocial).
 El grado de sadismo como parte de la gratificació n sexual o como un
uso indiscriminado de la violencia.
 Sus manifestaciones expresivas denotadoras de demostració n autoafirmativa
de poder o devolució n de la ira.
 Grado de conocimiento de la víctima.
Partiendo de esta idea se entienden las diferencias de tipología en los diversos autores
que cita Cá ceres (2001). Hall, Shondrick y Hirschman basan su clasificació n en cuatro
factores: excitació n sexual, procesos cognitivos, descontrol afectivo y problemas de
personalidad. Para Knight y Prentky los elementos que se han de tener en cuenta son
el cará cter compensatorio o explotador del hecho, el grado de agresió n desplazada que
supone y su expresió n sá dica. Holmstrom y Burgess se basan en un criterio funcional
para establecer cuatro subtipos de agresores sexuales:
a) como demostració n de poder y control sobre la víctima,
b) como expresió n de odio o ira,
c) grupal y
d) aquellas en las que predomina la experiencia sexual.
Se suelen diferenciar tres grupos:

a) los que intentan la violació n con niñ as menores de 14 añ os (30%),


b) violadores agresivos para los cuales la violació n forma parte de un ciclo de
agresió n (20%) y
c) sin antecedentes criminoló gicos o psicoló gicos graves (50%).

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5.4.3. Clasifcacion de Violadores


Segú n Urra (2003), distintos autores han realizado diversas clasificaciones, que se
pueden dividir en tres grupos:

a. Violador sádico. El má s peligroso, ya que quiere llevar a cabo sus fantasías


sexuales y agresivas. Su personalidad es antisocial y busca el dañ o en la víctima.
Su violencia va en aumento, luego puede llegar al asesinato.

b. Violador depredador. Busca demostrar su equívoca virilidad, entiende que


la víctima se encuentra en el lugar y el momento equivocado.
c. Violador motivado para cometer la agresión. La víctima es desconocida,
no actú a impulsivamente y no busca la gratificació n sexual (como objetivo
primario). Suelen presentar un Trastorno Límite de la Personalidad (DSMIV-TR)
y cuadran con el perfil III del Inventario de Minessotta (MMPI-II): elevaciones
en las escalas 2, 4, 6 y 8.

Sá nchez (2003) distingue entre agresores sexuales de adultos y de menores en su


investigació n sobre perfiles sexuales, donde aportan datos sobre el peso en cada
escala de este inventario de agresores sexuales de adultos, agresores sexuales de
menores y agresores no sexuales (grupo control). Los resultados fueron los siguientes
para los dos grupos de agresores:

 Intentan negar los intereses e impulsos sexuales, proyectando una imagen


no sexuada de sí mismos.
 Presentan distorsiones cognitivas, que han servido para integrar y exteriorizar
sus impulsos sexuales, y tiendes a culpabilizar a algo o a alguien para no
asumir su responsabilidad.
 No presentan motivació n (a veces, incluso, una actitud desfavorable) hacia
el tratamiento.
 Los agresores sexuales de adultos muestran actitudes sadomasoquistas en
mayor medida que los de menores.
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 La muestra de pedó filos admite en mayor grado las fantasías sexuales


desviadas, la planificació n del acto, el acecho y la agresió n, que el resto
de agresores. É stos tienen má s problemas de relaciones sexuales adultas,
aunque recurren a la prostitució n má s que los agresores de adultos.
 Dentro del grupo de agresores sexuales a menores, casi un 40% reconocía el
hecho, y un 60% conocía previamente a ese menor.
 En las dos muestras de agresores sexuales, un 16% afirmaba haber sufrido
abusos sexuales en la infancia (un 13% de ellos lo consideraba causa de sus
actos), y ambos presentan fantasías sexuales secretas, aunque el grupo de
agresores a menores en mayor cantidad.

Cantó n y Cortés (2004) consideran que los agresores sexuales presentan ciertas
características comunes, así como que existen diferentes tipologías de acto abusivo
por parte de los agresores, y aunque hay diferentes investigaciones al respecto, los
resultados sobre estas tipologías son muy diferentes entre ellas; también consideran
que el agresor sexual de menores suele ser un conocido de este niñ o, siendo un alto
porcentaje de estos agresores miembros de la misma familia (García Andrade,
1996). De hecho, al tipo de vínculo que se establece entre un abusador y sus
víctimas menores de edad, Barudy (1998) lo llama «pedofilizació n».

El propio Barudy (1998) considera que los agresores sexuales de menores presentan
características comunes a nivel familiar e histó rico personal:

 Presentan trastornos de individuació n, es decir, que no pudieron llegar a


ser maduros a nivel psicosocial ni a nivel relacional.
 Han sido individuos profundamente traumatizados en sus vivencias subjetivas,
autoestima e identidad, ya sea por carencia afectiva, malos tratos o
experiencias de abusos sexuales.
 Presentan una alta angustia ante las separaciones, hecho que hace que fluctú en
sus acciones pedó filas.
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 Tienen grandes dificultades para separarse de sus familias y no consiguen


diferenciarse de ellas. Así, el yo indiferenciado es má s poderoso que el
yo personal.
 Tienen una representació n del género masculino profundamente
trastornada, basada en la fuerza y la dominació n, motivo por el cual se ven
forzados a probar constantemente su virilidad.

5.4.4.Clasificacción de agresores sexuales de menores


Barudy (1998), coincidiendo con Lanyon (1986, citado en Echeburú a, 2000),
establece dos tipos bá sicos de perfiles de agresores sexuales de menores:

a. El abusador pedó filo obsesivo (que Lanyon llama primario). Ha abusado de


varios menores y presenta una compulsió n cró nica y repetitiva hacia este tipo
de actos. Considera que sus actos no son negativos y no desarrollan
vergü enza, culpa o remordimiento. Presenta conductas infantiloides e
inmaduras en su vida personal. Sus actos no se ven influidos por el estrés
ambiental.

b. El abusador pedó filo regresivo (que Lanyon llama secundario o situacional).


Ha realizado un acto pedofílico o má s, a raíz de una crisis existencial y
personal. Para ellos, la pedofilia es la consecuencia de una crisis de identidad y,
rehecho, su orientació n sexual anterior estaba encaminada a los adultos.
Perciben las conductas como anó malas, sin distorsió n cognitiva. Sus acciones
suelen ir acompañ adas de culpa o vergü enza.

Esta falta de empatía y de culpabilidad propia del abusador primario es analizada por
Geer et al. (2000), que consideran que «el desarrollo de la conducta prosocial está
vinculada a la respuesta empá tica», y a la inversa. En este sentido, citan una gran
cantidad de investigaciones relacionadas con el estudio de la empatía. De esas
investigaciones, muchas está n realizadas con escalas destinadas a medir la empatía en
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poblaciones de agresores sexuales y son comparadas con grupos controles de


ciudadanos que no presentan ese tipo de conductas. Los resultados de varias de esas
investigaciones no ofrecieron diferencias significativas entre agresores y no
agresores, aunque estos resultados cambiaban cuando antes de los cuestionarios se
les habían proyectado imá genes o audios relacionados con las agresiones sexuales.
En esos casos el grupo control obtenía puntuaciones superiores al grupo
experimental.

Echeburú a (2000) diferencia correctamente entre la pedofilia y el abuso sexual infantil,


ya que considera que los primeros abusan de los menores (no todos, ya que algunos se
mantienen en el rango de las fantasías) para llevar a cabo sus impulsos sexuales, pero
hay abusadores que no son propiamente pedó filos, sino que en circunstancias
excepcionales llevan a cabo estas conductas.

Marshall y Marshall (2000) consideran, a nivel histó rico y personal del individuo, que
los orígenes de la agresió n sexual (sea del tipo que sea) se encuentran en la infancia del
menor y en sus relaciones con sus padres. Incluyen otras variables que son comunes
en los agresores sexuales, como una ratio de masturbació n superior al resto de los
adolescentes y con fantasías que suelen contener má s componentes de poder y de
desviació n que las de sus iguales. Así, consideran que se «crea una disposició n para
ser agresivos y que será liberada só lo cuando sus coartaciones sociales sean
desinhibidas y tenga la oportunidad de hacerlo». En resumen, ellos piensan que las
experiencias infantiles de tipo negativo (abuso, negligencia, desestructuració n familiar,
etc.) establecen una vulnerabilidad en el menor, caracterizada por una baja autoestima,
deseo de afecto, etc., que le puede predisponer a ciertas conductas problemá ticas
que, segú n los factores ambientales, sociales, etc. pueden variar desde delincuencia
juvenil, a problemas sexuales a conductas delictivas y criminales relacionadas con la
sexualidad en muchas ocasiones.

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Ademá s, Marshall (2001) considera que el origen de la delincuencia sexual se encuentra


en la mezcla en un mismo sujeto de influencias bioló gicas (como el impulso sexual), de
las experiencias en la infancia (modelos negativos que los hijos acaban
reproduciendo al llegar a la edad adulta), del establecimiento del vínculo paterno-filial
(generá ndoles un patró n correcto o incorrecto de có mo relacionarse socialmente), de
factores socio culturales (medios de comunicació n, conceptos sociales muy arraigados,
etc.), de experiencias en la juventud (inicios en la sexualidad, primeros contactos
sociales) y la desinhibició n/oportunidad (que se genere la circunstancia de delinquir y
estar «preparado» para ello).

Es necesario hacer menció n de los factores de riesgo que afectan en la reincidencia de


los delitos sexuales. Conociendo esas características y teniendo un perfil aproximado
del agresor sexual, podremos establecer cuá l es el riesgo de reincidencia de éste (Urra,
2003):

 Edad (mayor cuanto má s jó venes)


 Delitos anteriores (no necesariamente sexuales).
 Reincidencia.
 Mú ltiples víctimas.
 Víctimas desconocidas.
 Desviaciones sexuales mú ltiples.
 Abuso de alcohol y otras drogas.
 Uso de la violencia al consumar el delito.
 Poner en riesgo físico a la víctima.
 Victimizació n preferente de menores.
 Acciones excé ntricas y/o rituales.
 Características psicopatoló gicas.
 No reconocimiento del delito.
 Mal historial laboral.

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 Inestabilidad en las relaciones personales.


 No estar motivado para el tratamiento.
 Recursos personales deficientes.

En ese sentido, hay que considerar que, conductualmente, «la reincidencia tiende a
producirse si la experiencia fue gratificante para el agresor y no recibió sanció n.
Ademá s se produce un proceso de desensibilizació n, lo que permite al agresor una
cada vez mayor exhibició n de violencia ante las/s víctima/s» (Urra, 2003).

Es interesante destacar que los agresores sexuales suelen utilizar la humillació n en


sus prá cticas sexuales no consentidas. En este sentido, Beneyto (2002) cita diferentes
investigaciones relacionadas con la humillació n (usada casi en el 63% de los casos)
en las agresiones que demuestran que la humillació n puede ser de dos tipos:

 Verbal: insultos, comentarios sexuales abusivos, relato de las acciones e


insultos en general.

 No verbal: conductas ejercidas en el momento de la agresió n que está n


relacionadas con conductas sexuales que, tradicionalmente, son consideradas
inaceptables (por ejemplo, sexo anal) o actos de abuso sexual que no implican
necesariamente dañ o físico (por ejemplo, orinar en su cuerpo).

5.5. MOTIVACIÓN DELICTIVA EN HOMICIDIOS


Antes de profundizar en la motivació n delictiva en homicidas, se hace necesario
destacar que solamente conociendo la subjetividad del agresor se podrá alcanzar a
entender su motivació n. El hecho de que esta motivació n no se ajuste a los cá nones
sociales o morales del entorno cultural en el que se dé, no implica que no exista o que
no deba ser estudiada.

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Skrapec (2000) concibe la motivació n homicida como un constructo


multidimensional. De hecho, Bayley (1987, citado en Skrapec, 2000) reconoce en los
seres humanos cró nicamente violentos los mismos patrones fijos que tienen los
animales depredadores. Ademá s, Bayley también opina que los «individuos con
características temperamentales que los hacen propensos a la agresió n cruel y letal
no se distinguen de los demá s por sus inclinaciones, sino por dar rienda suelta a estas
tendencias innatas; por carecer de la capacidad para inhibir su comportamiento».

Los asesinos en serie son sujetos con una predisposició n bioló gica al comportamiento
antisocial. Su perfil psicoló gico, incluyendo psicopatologías, determinará la forma en
que perciban la realidad, la sientan y, sobre todo, las motivaciones y necesidades que
presenten. Así, y en términos neurobioló gicos,
«nuestro grado de impulsividad depende, en parte, del nivel de serotonina en el
cerebro (nivel que puede verse disminuido por el consumo de alcohol); y nuestra
agresividad, del nivel de testosterona en circulació n, que se puede aumentar con
esteroides» (Raine, 1999).

Los asesinos, sobre todo si son seriales, hacen aquello que satisface sus necesidades y
utilizan la violencia para conseguirlo. Como vemos, esta premisa cuadra con los
procesos bá sicos de motivació n en humanos. Así, con la violencia como mecanismo de
actuació n, «el modo y los medios empleados en una serie de asesinatos puede darnos
pistas cruciales sobre el mó vil de los mismos» (Skrapec,
2000). Diferentes sentimientos pueden quedar plasmados en la escena de un crimen
que nos digan algo de la motivació n de ese sujeto y cuá l era su estado de á nimo en el
momento de cometer los delitos. Por ejemplo, una escena del crimen basada en la ira
del agresor estará desorganizada, con rasgos impulsivos y violentos, o una escena
sadista intentará provocar sentimientos de miedo o sorpresa en aquel que lo vea, etc.
El asesinato en serie incluye el homicidio sexual, pero, obviamente, no só lo se limita a
este tipo de delito. Skrapec (1997) diferencia entre:

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 Homicidio en serie sexual. La motivació n del delito es principalmente de tipo


sexual.
 Homicidio en serie sexualizado. La motivació n bá sica es el homicidio, el hecho
de que su modus operandi incluya agresiones sexuales es secundario.

Ademá s, también considera que hay tres motivaciones bá sicas que impulsan a un
homicida a cometer este tipo de delitos. Estas motivaciones no difieren de las que
cualquier persona podría presentar, pero sí su intensidad.
5.5.1. Motivaciones básicas
Las tres motivaciones bá sicas son:
a. Venganza y justificació n. Es el aspecto predominante en las declaraciones.
Consideran que el hecho de hacer dañ o a otras personas es la consecuencia del
maltrato injustificado que creen haber sufrido en su vida. Así, castigan a sus
victimas por algo que ellas han hecho o alguien que se les parezca (de su grupo
sexual, edad, etc.).

b. Control y poder. Esta sensació n de poder, aunque sea fugaz, crea un estado de
bienestar muy potente en el agresor. Ademá s, esa satisfacció n personal se
convierte en «adictiva», pues refuerza conductas agresivas para repetir esa
experiencia.

c. É xtasis-Alivio. El sentimiento de euforia tan aguda y de violencia e ira interior


de estos sujetos necesita algú n momento catá rtico de expresió n de
sentimientos. Después de una agresió n, sobreviene un estado de calma y alivio
que es muy placentero para ellos. Estas sensaciones no son perpetuas, por lo
que se vuelve a generar el estado de ansiedad, nerviosismo e intranquilidad
que, muchas veces, acaba refugiado en problemá ticas desestructurales
(alcoholismo, comportamientos antisociales, etc.), y otras acaba, de nuevo, en
agresió n.
5.5.2. El Asesino serial
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La definició n deasesino serial que hacen Holmes y Deburger (1999, citado en Egger,
1999) se refiere a una persona que mata reiteradamente y logra cometer má s de tres
muertes, generalmente opera individualmente, cada vez que lo hace mata a una sola
persona, que no suele tener vínculo alguno con la víctima, que carece de mó viles
claros y que lo hace en diversos momentos, pasando por pausas o intervalos de
«enfriamiento». Actú an como depredadores, acechan, se acercan y matan.
a. Fases del ciclo del actuaciones del asesino serial
En ese sentido, también hablan de varias fases, entre las que se encuentran las
siguientes (Silva y Torre, 2004):

1. La fase áurea. El proceso se inicia cuando un potencial asesino comienza a


retrotraerse a su mundo de fantasías. Externamente puede aparecer normal,
pero en el interior de su cabeza existe una zona oscura donde la idea del
crimen se va gestando. Su contacto con la realidad se debilita y su mente
comienza a ser dominada por sueñ os diurnos de muerte y destrucció n.
Gradualmente, la necesidad de liberar sus fantasías dementes llega a
convertirse en una compulsió n.

2. La fase de pesca. Al igual que el pescador busca su mejor presa, el asesino


comienza la bú squeda donde cree que puede hallar el tipo preciso de víctima.
Puede elegir el patio de una escuela, una zona de prostitució n callejera o
cualquier lugar que le resulte prá ctico. Lo má s probable es que allí termine por
marcar su blanco.

3. La fase de seducción. En algunos casos, el asesino ataca sin advertencia –


atrapa a una víctima en la calle o fuerza la entrada en una casa y mata a todos–,
pero con frecuencia el asesino siente un placer especial en atraer a sus
víctimas generando un falso sentimiento de seguridad, burlando sus defensas.
Algunos asesinos seriales son tan seductores y tienen una apariencia tan

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inofensiva, que no les resulta difícil convencer a una mujer para que suba a su
coche. Otros seducen con la promesa de dinero, trabajo o un lugar para pasar la
noche.

4. La fase de captura. Consiste en cerrar la trampa. Ver las reacciones


aterrorizadas es una parte del juego sá dico. Es el momento en el que una
mujer que ha subido al automó vil de un desconocido amable descubre que van
en la direcció n equivocada y que la puerta sobre el lado del pasajero no tiene
manija.

5. La fase del asesinato. Si el crimen es un sustituto del sexo, como es


frecuente, el momento de la muerte es el clímax que buscaba desde que
comenzó a fantasear con el crimen. Es frecuente que muchos psicó patas
experimenten un orgasmo mientras matan. Y así como la gente normal tiene
sus posiciones favoritas, los asesinos seriales tienen sus preferencias
homicidas: algunos disfrutan estrangulando, otros golpeando o acuchillando.

6. La fase fetichista. Al igual que el sexo, el asesinato ofrece un placer


intenso, pero transitorio. Para prolongar la experiencia, durante el período
previo al siguiente asesinato, el homicida guarda un fetiche asociado a la
víctima. Puede ser desde una billetera hasta un trozo del cuerpo.

7. La fase depresiva. Después del crimen, el asesino serial experimenta una


etapa depresiva, equivalente a la tristeza pos-coital. La crisis puede ser tan
profunda como para intentar suicidarse. Sin embargo, la respuesta má s
frecuente es un renovado deseo de matar.

b. Motivaciones del asesino serial

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La motivació n de un asesino es implícita, individual y no justificada. Los motivos para


cometer un asesinato han sido siempre muy diferentes y variados, tal y como nos ha
mostrado la literatura especializada (y la no especializada). Así, se pueden cometer
homicidios por motivaciones ideoló gicas, religiosas, pasionales, egoístas, econó micas,
vengativas, etc. Lo importante de este hecho no es tipificar todos los tipos de
motivaciones homicidas que puedan existir, sino poder predecir qué es lo que resulta
importante para un asesino para, de esa manera, poder entender cuá l es su motivació n
criminal. Eso nos permitirá , por un lado, predecir y, por el otro, analizar má s
concretamente sus conductas.

La mejor forma de conocer las motivaciones de los homicidas seriales es hablar con
ellos. Sckrapec (1999), en un estudio, se basó en narraciones personales de homicidas
seriales condenados y logró identificar que sus motivaciones se centraban en la
sensació n de má ximo poder/control y vitalidad durante la comisió n del acto, en el cual
alcanzaban la sensació n de clímax por controlar a otro, se autopercibían como
omnipotentes, con poder sobre la vida y la muerte. Aunque fuera una sensació n fugaz,
era innegable y esto les aliviaba de su frecuente sensació n de debilidad,
insatisfacció n, de sinsentido y aburrimiento. Ademá s, los asesinatos les hacía sentirse
vivos, experimentar un éxtasis eufó rico, el desfogue de una ira violenta que les producía
gran placer. La sexualidad se asocia a la vitalidad, luego a un estado de calma y por
ú ltimo de alivio, pero esas sensaciones no eran duraderas y después de cada asesinato
se volvían má s inquietos y se agitaban má s fá cilmente. Las entrevistas con estos
homicidas revelaron que tienen unas motivaciones similares a las de otras
personas, sin embargo, su necesidad de control, poder y vitalidad les lleva mucho má s
allá de las fronteras que nos retienen a los demá s.

Se ha hablado de que los homicidas seriales forman parte de las personalidades de


tipo antisocial (Hare, 1999; Lykken, 2000), que presentan una distorsió n de la
autoestima. Específicamente los psicó patas se han asociado a una exagerada autovalía,
autoestima tan elevada que tiene que ser irreal, que se relaciona con egocentrismo,

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hedonismo y megalomanía, por eso a algunos homicidas seriales les gusta confesar y
llamar la atenció n; forma parte de su motivació n y de su proceso autoafirmativo
individual.

En cuanto a las bases de la conducta humana que son aplicables a los homicidas,
podemos considerar que se adecuan casi todas, aunque, como ya hemos comentado,
está n moduladas por sus cogniciones y conductas. En ese sentido, las conductas de
aprendizaje basadas en las teorías de autores como Thorndike o Pavlov son muy
significativas de apreciació n en homicidas. Tanto las teorías del modelado (aprender o
mejorar una conducta por imitació n), del aprendizaje vicario (observar una conducta
para aprender de ella), las técnicas del ensayo-error, por las que los asesinos
«perfeccionan» sus conductas, bien sea con motivació n de no ser descubiertos o por
mejorar má s sus acciones homicidas, como, por otro lado, los procesos de
reforzamiento y de condicionamiento de la conducta (p. ej., si a un asesino le estimula
positivamente una conducta sadista, tendrá tendencia a repetirla y hacer que forme
parte de su modus operandi) refrendan la teoría de que un asesino puede llegar a
aprender y modelar su conducta.

Otro de los factores esenciales y que está ligado con las cogniciones de los
sujetos son las autojustificaciones. Bandura afirma que una forma de reforzar las
autojustificaciones opera por medio de la desconsideració n o la falsa representació n de
las consecuencias de la acció n. Cuando las personas deciden realizar actividades que
son perjudiciales para los demá s, ya sea por motivos de provecho personal o por
mó viles sociales, evitan enfrentarse o minimizan el dañ o que causan: «no le hice dañ o,
la alivie del dolor que implica vivir». Recuerdan con facilidad la informació n que
recibieron previamente sobre los beneficios potenciales del comportamiento, pero
son menos capaces de recordar sus efectos perjudiciales.

La impulsividad, la ausencia de miedo, la bú squeda de sensaciones y la extroversió n


son algunas de las características asociadas a la motivació n y la actuació n de los

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asesinos. Estas acciones se explican por una combinació n de factores bioló gicos,
psicoló gicos y sociales, que permiten que la pulsió n agresiva se origine y se manifieste
en forma inmediata, sin medir las consecuencias, en el ataque al otro o hacia sí mismo,
como acontece en los actos de automutilació n o en los intentos de suicidio. Implica la
existencia de un componente bioló gico, la pulsió n que no puede ser controlada de
forma eficaz.

En cuanto a los niveles de inteligencia de los asesinos, las pruebas no son concluyentes,
aunque puede ser debido a que no sea un factor esencial de su motivació n delictiva. Así
mismo, existen diferentes motivaciones para matar y distintas estrategias para ello que
pueden ser má s o menos «inteligentes». Este criterio no significa que los psicó patas
tengan un CI medio má s elevado, sino que existen dos razones para pensar que tienen
capacidad intelectual, la primera es que sus actitudes son má s organizadas
(siguiendo al tipología propuesta por Ressler, 2003) y la segunda es que tienen
tendencia a desplegar todos sus recursos ante situaciones de mucha tensió n.

5.6. MOTIVACIÓN DELICTIVA EN CASOS DE VIOLENCIA DE GÉNERO


5.6.1. La violencia
La violencia de género (también conocida como violencia doméstica dirigida a la
pareja) ha llenado muchas pá ginas de la literatura tanto científico-profesional
como popular, lo que queremos ahora es entender qué las motiva.

La violencia doméstica se define como cualquier acció n, no accidental, por parte de


un miembro de la familia que, desde una posició n de poder y autoridad, provoca
dañ os físicos y/o psicoló gicos a otro miembro de la misma familia. Las relaciones de
violencia doméstica pueden establecerse, pues, entre un hombre y su pareja, entre
padres e hijos, entre padres y abuelos, y entre hermanos.

Así, Echeburú a y de Corral (2002) consideran que la «conducta violenta en el


hogar es el resultado de un estado emocional intenso –la ira– que interactú a con unas

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actitudes de hostilidad, un repertorio pobre de conductas (déficit de habilidades de


comunicació n y de solució n de problemas) y unos factores precipitantes (situaciones de
estrés, consumo abusivo de alcohol, celos, etc.), así como de la percepció n de
vulnerabilidad de la víctima».

Como vemos, en el caso de la violencia doméstica es difícil establecer la motivació n del


agresor, ya que ésta se produce bajo el influjo de diferentes factores que actú an a la
vez.
5.6.2. Perfiles de agresor
Categorizar al agresor como frío o cá lido hace referencia a la motivació n con que
emprende una interacció n, có mo se presenta ante la gente. En relació n a esto, Dutton
(1995) definió tres perfiles bá sicos de maltratador:

a. Agresor psicopático. Se caracteriza por responder a un patró n de


desconsideració n extrema hacia las normas sociales, con antecedentes
delictivos, falta de remordimientos y con reacciones emocionales
superficiales. Su violencia es controlada con el objetivo de someter y dominar
a su víctima.

b. Agresor hipercontrolado. Presenta un perfil de evitació n y agresió n pasiva,


hasta que la ira aparece como resultado de la acumulació n progresiva de
frustraciones. Son grandes maltratadores emocionales.

c. Agresor cíclico/emocionalmente inestable. Tiene una incapacidad para


describir sus sentimientos y un gran temor a la intimidad y al abandono. No
puede parar la agresió n hasta que la ira y los celos acumulados se han
descargado.

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En relació n con el nivel de sensibilidad ante el rechazo de la víctima después del


episodio violento, creemos que este será bajo para el agresor psicopá tico y, en el otro
extremo, se situaría el agresor cíclico.

Otra característica de la personalidad del agresor es que, en general, no tendrá un


autoconcepto de persona agresiva, pues no aceptará los actos cometidos como una
forma de protecció n. Por esta misma razó n, Dutton (1995) afirma que el agresor suele
utilizar mecanismos de defensa en la argumentació n de los hechos (racionalizació n,
negació n, proyecció n, justificació n, represió n y minimizació n). Los maltratadores
experimentan altos niveles de infelicidad e insatisfacció n (Hotaling y Sugarman, 1986).

En cuanto a los desencadenantes de la agresió n, en primer lugar se encuentra una


serie de autores (Bowlby, 1984; Coleman, 1980; Currie, 1983) que sugieren una falta
de control de los impulsos en el agresor. Esta afirmació n se basa, por un lado, en la
evidencia de que alrededor del 50% de ellos tienen un historial previo de violencia
hacia una pareja anterior (Carlson, 1977; Coleman., 1980; Sonkin et al.,
1985) y, por otro, que han sido arrestados por otros crímenes violentos. En un estudio
de Bernard y Bernard (1984), a través del MMPI, se muestra que los agresores poseen
un pobre control de los impulsos. Resultados semejantes se obtuvieron en el estudio
de Hudak y Bailey (2001). Sin embargo, existen autores que no está n de acuerdo en
atribuir una falta de control en los maltratadores, puesto que los agresores dirigen la
mayoría de sus ataques hacia sus parejas má s que a otras personas (Bograd, 1988),
algunas veces levantan a sus víctimas de la cama para golpearlas (Pagelow, 1981;
Shainess, 1977); cuando agreden, los maltratadores apuntan donde el golpe no se verá
y suelen parar antes de matar a sus víctimas (Sonkin et al., 1985)

Diversos son los trastornos psicoló gicos que, segú n distintos autores, pueden propiciar
la violencia doméstica: psicosis o trastornos de conducta, ambos combinados con el
consumo abusivo de alcohol (Echeburú a, 2000), paranoia, describiendo como delirio

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má s frecuente el celotípico (Dutton, 1995), la depresió n (Hammond y Carole,


1997), el trastorno antisocial, paranoico y narcisista (Echeburú a, 2000), y el
trastorno límite de la personalidad (Dutton, 1995).

Soria (2000) realizó una investigació n sobre violencia doméstica, comparando


aquellos individuos cuyas acciones habían finalizado en homicidio y aquellos que,
aunque violentos con sus parejas, no habían alcanzado ese nivel de agresió n. Sus
resultados indicaron que:

 Los homicidas no violentos presentan un nivel de autoestima má s bajo que los


violentos. En el caso de los maltratadores los actos violentos son un reflejo de
su poder y les permite mantener y reforzar continuamente su nivel de
autoestima.
 Los homicidas incrementan la agresió n especialmente al no aceptar la
separació n. Los maltratadores debido al consumo de drogas. En el primer caso
la agresividad se incrementa cuando hay un riesgo de pérdida de la mujer y en
el segundo se atribuye a una causalidad externa y que el sujeto no puede
controlar.
 La utilizació n de un arma blanca en vez de la fuerza física es una característica
del grupo homicida. Sin duda, la utilizació n de un arma no tiene una funció n
coaccionadora sobre la víctima, sino asegurar la finalidad del acto criminal.
 Los homicidas no violentos practican deportes, los maltratadores son
observadores, así como ven películas violentas. Los hobbies en los dos grupos
cumplen la funció n de activació n fisioló gica, pero mientras los primeros
son activos, los segundos son pasivos.
 Los violentos presentan el abuso de sustancias como principal
psicopatología, los homicidas, la depresió n.
 Sin duda, el miedo a la pérdida de la mujer reafirma los sentimientos de
celos, que aparece como característica principal en maltratadores.

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 Los homicidas no logran el ideal de mujer. Por el contrario, los maltratadores


no llegan a su ideal de posesió n de mujer. En el primer caso se produciría una
insatisfacció n continuada por la relació n de pareja, en el segundo una
percepció n continuada de ausencia de capacidad de control sobre la mujer.
 Los homicidas utilizan la racionalizació n como mecanismo de defensa
bá sico. Por el contrario, los maltratadores utilizan la minimizació n. Estos dos
factores son una consecuencia de un nivel intelectual má s elevado.
Ademá s, los primeros necesitan explicarse los sucesos por reencontrar su
equilibrio psicoló gico, pero los segundos tienen que reducir la gravedad de los
hechos por mantener su autoestima elevada.
TEMA N°6
LOS MALOS TRATOS

ACTUACIÓN CON LAS VÍCTIMAS E INTERVENCIÓN POLICIAL

6.1. La familia, su la problemática interna y la repercusión en la sociedad

La familia elemento bá sico y primordial de socializació n que configura nuestro


mundo y de crucial importancia, se ha visto sometida a grandes tensiones provocando
cambios que son un reflejo de lo que está sucediendo en el marco social general. La
idea de la familia como lugar de encuentro placentero en el que coinciden las
emociones y las capacidades de sus miembros, polea de transmisió n de valores,
costumbres y á mbito modelador de roles, ha sufrido un fuerte impacto en los ú ltimos
añ os al chocar los intereses de sus componentes con el ejercicio de las actividades
profesionales personales y el reparto de responsabilidades y cuidados que la misma
requiere.

Uno de los cambios má s visibles ha sido la disminució n de nacimientos. Hace ya


algunos añ os el tener hijos era una de las finalidades fundamentales del matrimonio;
hoy día por una parte las necesidades econó micas o simplemente el conseguir una
posició n acomodada, unido a la utilizació n del aborto y de los métodos

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anticonceptivos para el control de la natalidad, y por otra el lícito desarrollo de


la propia personalidad ha hecho que la mujer abandone la maternidad como la
principal alternativa en su vida, y cuando así no sucede los hijos son entregados en
guarderías o similares donde éstos crecen lejos del entorno familiar y del apego de sus
progenitores.

Todo ello ha ido provocando el efecto de “enfriamiento” propio de la falta de relaciones


entre los miembros de la familia que da como resultado una incapacidad para
resolver “racionalmente” y con sensibilidad los pequeñ os problemas domésticos, que
van alcanzando cada vez má s tensió n emocional siendo imposible, en un momento
determinado, controlar los sentimientos dando paso a la actuació n violenta y, por
desgracia, la ruptura y desestructuració n de la unidad familiar.

No es menos cierto que este problema, como comportamiento complejo y multicausado,


se ha mantenido latente durante muchos añ os en parte por la dimensió n privada
de que esta problemá tica ha estado cubierta y también, por la actitud resignada y de
silencio que, por mor (por amor) social y familiar (ridículo, críticas, aislamiento,
pérdida de prestigio, etc.) han mantenido las víctimas, también por la sumisió n
impuesta por la dependencia econó mica y no hemos de despreciar la cifra debida al
conformismo de muchas de las víctimas que no quieren aceptar que estos ataques lejos
de disminuir, a medida que pasa el tiempo van adquiriendo mayor frecuencia e
intensidad. Hoy día la falta de denuncia guarda una estrecha relació n con las exiguas
sanciones aplicadas y el miedo, no só lo a una nueva agresió n sino al “plus” de
intensidad en la violencia provocado por la denuncia, y en el entendimiento de que la
denuncia puede causar el efecto contrario al que se desea, dada la poca cobertura de
seguridad que la presentació n de la denuncia lleva implícita, siendo en muchas
ocasiones una nueva carga de violencia añ adida.

El escenario donde se configura y se enmarca la violencia conyugal es la familia, por


ello es preciso abordar el tema desde el mismo hogar, partiendo de la

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conceptualizació n de violencia intrafamiliar. La violencia contra la mujer y la adopció n


de medidas para su erradicació n ha sido objeto de atenció n preferente, tanto en el
marco de las altas instancias internacionales, como en el de las nacionales.

Ya en 1.975 en Naciones Unidas se da la voz de alarma sobre la gravedad de la violencia


contra la mujer, reconociéndose en 1.980 que la violencia contra las mujeres en el
entorno familiar “es el crimen encubierto má s frecuente en el mundo”. A partir de
ese momento la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos
(1.993), la Asamblea General de las Naciones Unidas (1.993), la IV Conferencia Mundial
sobre las Mujeres (Pekín, 1.995), etc. se van haciendo eco y comienzan un denodado
esfuerzo por combatir este tipo de violencia pero, con miras

muy limitadas basá ndolo todo en un aumento del castigo y una perspectiva solo desde
el punto de enfoque feminista.

La Asamblea General de la Naciones Unidas, declara en 1993 como violencia contra la


mujer, “todo acto de violencia basado en el nú cleo familiar que tiene como
resultado posible o real un dañ o físico, sexual o psicoló gico, incluidas las amenazas, la
coerció n o la privació n arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pú blica o en
la vida privada” y abarca, sin cará cter limitativo, “la violencia física, sexual y psicoló gica
en la familia, incluidos los golpes, el abuso de l@s niñ @s en el hogar, la violencia
relacionada con la dote, la violació n por el marido, la mutilació n genital y otras
prá cticas que atentan contra las personas, la violencia ejercida por personas distintas
del marido, la violencia relacionada con la explotació n y la prostitució n forzada y la
violencia física, sexual y psicoló gica tolerada por el estado dentro del ambiente
familiar.”

Desde que a esta problemá tica se le concedió la atenció n y publicidad que su magnitud
requería, de acuerdo al nú mero de hechos que a diario se venían cometiendo y al
aumento de la gravedad que los mismos alcanzaban, llegando en muchos casos a

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provocar la muerte de los/las agredidas, todas las Instituciones, personalidades


políticas, especialistas responsables en ONG,s y expertos profesionales del derecho,
policiales, etc., que han tenido algo que aportar a este tema, han hablado extensamente
utilizando conceptos similares pero con contenidos muy diferentes (Violencia Familiar,
Violencia en el Á mbito Doméstico, Malos Tratos, Malos Tratos a Mujeres y Niñ os,
Maltrato Infantil, Violencia de Género, etc.) creando, por una parte, confusió n en
aquellos que los escuchan y, por otra, haciendo que las estadísticas no coincidan al
considerarse datos y conceptos diferentes, por lo que se considera que, en primer lugar,
debemos de unir los conceptos y puntos de vista desde los que se adoptan los
numerosos modelos explicativos.

6.2. LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER EN EL ÁMBITO FAMILIAR

Se entiende a la Familia como “aquel grupo formado por dos o má s miembros que
conviven o han convivido de forma permanente o regular, habitual o eventual, en un
mismo hogar; ligados por vínculos de parentesco y/o afectividad, con el objetivo de
ofrecerse protecció n, tanto econó mica como de apoyo y cuidado”.

De este modo, la familia –nuclear o extensa– cumpliendo uno de sus principales roles –
la socializació n de los niñ os y niñ as así como el intercambio de afectos– se convierte en
la cé lula bá sica de la sociedad donde, a veces, aparecen situaciones de interacció n
violenta que dificultan su desarrollo y evolució n. Por otro lado, aú n admitiendo las
desigualdades obvias e inevitables por la naturaleza bioló gica de los componentes del
grupo familiar, como son las que existen entre los padres e hijos y que resultaría
absurdo pasar por alto, debemos velar por que en la familia se introduzcan los valores
democrá ticos de igualdad de derechos y de respeto a la diversidad de opciones y
opiniones que pueden mantener cada uno de sus miembros, sin que ello suponga
relegar o desvirtuar la importancia y la responsabilidad que ejerce la familia en su
funció n de control social.

6.3. ORIGEN Y MANTENIMIENTO DE LA VIOLENCIA. LOS FACTORES DE RIESGO


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De la misma manera que no podemos aseverar que el ser humano es violento por
naturaleza pero que la ha justificado con todo tipo de teorías, debemos tener en cuenta
que la violencia se aprende y que no podemos hablar de una sola causa de ésta y de uno
só lo el motivo que la origine.

La etiología de este tipo de violencia es compleja y en ella incluyen gran cantidad de


elementos procedentes de numerosos factores (desigualdades socioculturales,
condiciones sociales -desigualdades de género- trastornos de personalidad, abuso de
sustancias).

Uno de los orígenes puede tener su base en la teoría socioló gica de que el
maltrato a la mujer es, y ha sido, algo comú n en la sociedad, existiendo una
“cultura de la violencia”, que forma parte de la distribució n del poder, y en la que el
hombre posee el papel dominante en la divisió n de los roles sexuales, y que la ejerce
para seguir manteniendo esa posició n.

6.3.1. Teorias del mantenimiento


Desde el punto de vista psicoló gico se han expuesto numerosas teorías del
mantenimiento de las cuales destacaremos dos en particular:

a) La Teoría del Ciclo de la Violencia. Descrita en 1984 por L.E. Walker, está
basada en la teoría del refuerzo conductual y consta de tres fases:
1. En la primera fase, de acumulació n o formació n de la tensió n, las agresiones
son leves y los altercados poco frecuentes en los que la mujer puede exhibir
estrategias para calmar la agresividad de la pareja. Durante esta fase pueden
producirse malos tratos leves, como empujones, maltrato verbal y
psicoló gico que, en apariencia, pueden considerarse aislados, y que la mujer
tiende a minimizar para aplacar la violencia de su pareja. Sin embargo, los
inevitables conflictos cotidianos van generando un aumento de la tensió n en
el hombre que va experimentando cambios repentinos en su estado de

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á nimo, aumentando su irritabilidad y reaccionando negativamente ante


cualquier frustració n de sus deseos por nimios que estos sean.

2. En la fase de explosió n violenta la tensió n creada durante la fase anterior se


libera y se manifiesta con brutalidad y dañ o físico, llagá ndose, en algunos
casos, incluso a producir la muerte de la víctima, ya que en ella se produce
una absoluta falta de control por parte del agresor. Esta fase es la má s corta
en su duració n y puede estar totalmente controlada por el agresor.

3. Por ú ltimo en la tercera fase o fase de arrepentimiento, reconciliació n o


“luna de miel”, el agresor se muestra sinceramente, real o aparentemente,
apenado, amoroso y protector con su pareja, le pide perdó n, llora,
promete cambiar y reparar el dañ o y comportarse en adelante como un
buen marido y padre.

Esta actitud puede llegar a ser muy convincente ya que en ese


momento el agresor puede estar expresando un verdadero deseo y puede
hacer llegar a creer a la mujer que esto no volverá a ocurrir y que el amor lo
cambiará todo, perdoná ndole y continuando en la relació n familiar. Pasados
unos días, una vez perdonado por la pareja, el celo decrece y comienza de
nuevo la irritabilidad, la tensió n aumenta y se inicia de nuevo el ciclo en el
que cada vez las etapas será n má s cortas y la violencia ejercida má s intensa.

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b) Esta situació n queda explicada en la Teoría de la Indefensión Aprendida de


Seligman (1975) en la que los episodios agresivos y de violencia mezclados con
etapas de arrepentimiento, ternura y amor provocan a largo plazo la falta de
relació n causa-efecto y la mujer pierde su capacidad para predecir las
consecuencias de su conducta. La situació n de amenaza se vuelve incontrolable
produciendo la pérdida de la seguridad personal de la víctima y un aumento de
la ansiedad ante cualquier conducta de interacció n con el agresor. En este caso
la mujer puede permanecer con el agresor y desarrollar una serie de
habilidades de afrontamiento para adquirir o aumentar sus probabilidades de
supervivencia.

Ambas teorías pueden provocar:

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1) Por una parte la demora de las mujeres víctimas en presentar la denuncia y


solicitud de separació n. Si bien las agresiones empiezan, o pueden empezar, en
el primer añ o de convivencia, incluso durante la etapa de “noviazgo”, la
primera denuncia puede retrasarse hasta varios añ os después (la mayoría de
los autores destacan entre 5 y 10 añ os).

2) Por otra el mantenimiento en esa situació n. Esto puede estar motivado por:

 La esperanza y convencimiento de que la situació n puede cambiar en


breve espacio de tiempo.
 Miedo a las represalias que se puedan adoptar por el maltratador tanto
contra ellas como contra sus hijos y demá s familia.
 Dependencia respecto del agresor, tanto desde el punto de vista
econó mico como psicoló gico.
 Sentimiento de inseguridad y falta de apoyos necesarios para tomar esa
decisió n (social, familiar, econó mica).
 Culpabilizació n.
 Sentimiento de haber fracasado como mujer, madre o esposa.
 Tolerancia ante los comportamientos violentos.
 Desconocimiento de los servicios de ayuda de que disponen y a los que
pueden acudir para, si lo desean, poder abandonar esta situació n, tanto
para ella como para sus hijos.

6.4. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DOMÉSTICA

Las consecuencias de la violencia doméstica son tanto físicas como psicoló gicas y su
gravedad dependerá del tiempo en que la mujer, los hijos o cualquier otra persona
maltratada han permanecido en esa situació n.

6.4.1.En la mujer

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En la mujer, los malos tratos físicos o psíquicos pueden llevarla a sufrir toda clase de
dañ os, incluida la muerte.

Leonore Walker (en Garrido, 2001) ha desarrollado la denominada “guía letal” en la


cual relaciona aquellos factores que constituyen un alto riesgo de que la mujer pueda
ser asesinada. Estos factores son los siguientes:

1. La conducta violenta se presenta cada vez con má s frecuencia.


2. Su intensidad es cada vez mayor.
3. Se hacen amenazas de matar a la mujer o a otras personas.
4. Presencia de abuso de alcohol o de otras sustancias.
5. Se producen amenazas de hacer dañ o a los hijos.
6. La mujer es obligada a mantener relaciones sexuales con el agresor.
7. Amenazas o intentos de suicidio en los miembros de la pareja.
8. Existencia en el hogar de armas de fuego o posibilidad de acceder a ellas por
parte del agresor.
9. Existencia de problemas psiquiá tricos en el hombre y/o en la mujer.
10. Convivencia durante mucho tiempo en situaciones de tensió n.
11. Necesidad por parte del hombre de mantener un extremo control sobre los
hijos.
12. Existencia de extresores en la familia o en sus miembros.
13. Una historia delictiva en el agresor.
14. Actitudes que favorecen la violencia del agresor.
15. Presencia de una nueva relació n en la vida tanto del hombre como de la mujer.

Los malos tratos psicoló gicos, que pueden ir unidos o separados de los físicos,
constituyen un ataque emocional con el que se busca destruir o disminuir
características muy importantes de la personalidad del ser humano por motivaciones
diferentes y variadas (control, dominio, sumisió n).

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Entre otros tipos podemos resaltar los siguientes:

a) La humillació n. Por parte del agresor se pueden producir quejas, críticas,


desprecios o insultos que poco a poco aumentan en intensidad ofensiva y
frecuencia, al principio estando a solas y después en presencia de los hijos,
otros familiares, amigos o conocidos. Estas acciones, premeditadas y
predeterminadas, tienen como finalidad erosionar, entre otras la autoestima de
la mujer que poco a poco se va sintiendo cada vez má s “rebajada” o
“hundida” no solo como mujer sino también como persona,

b) El aislamiento personal y social. Puede ser utilizado no solo como medida para
mantener el control sobre la mujer, sino también como medio para conseguir su
sumisió n, obediencia y dependencia. Este aislamiento no se concreta sobre los
amigos y conocidos sino, por desgracia, se produce también frente a familiares
cercanos (padres, hermanos), e incluso frente a los hijos, que constituyen los
apoyos má s fundamentales con los que cuenta el ser humano.

Las formas de hacerlo pueden ser directas o indirectas. Directamente se lleva a


cabo cuando por medio de amenazas o cualquier otro tipo de coacció n se
impide a la mujer mantener contactos con estas personas. De forma indirecta se
llevaría a cabo a través de la manipulació n de los sentimientos de estas
personas hacia la mujer de forma que fueran ellas mismas las que se fueran
separando poco a poco hasta abandonarla definitivamente. La primera de las
formas expuestas sería la propia de los maltratadores posesivos violentos; la
segunda de los maltratadores instrumentales manipuladores,

c) La dependencia econó mica. Cuando la mujer no trabaja, mantener esta


dependencia es mucho má s fá cil que en el caso de la mujer trabajadora.

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Mantener a la mujer en una total dependencia econó mica es una forma má s de


humillació n y demostració n de la necesidad de sumisió n a su maltratador, a
la vez que otra forma de lograr el aislamiento personal y social. La falta de
dinero hace má s difíciles las relaciones sociales y de cualquier otro tipo,
haciendo que la mujer permanezca en casa durante má s tiempo.

d) El cautiverio. Propia del maltratador de tipo dependiente, el mantener a la


mujer encerrada sin permitirle prá cticamente disponer de la má s mínima
libertad de movimientos hace que este tipo de maltratadores se sientan má s
“seguros”, aparte de contribuir a su aislamiento en los términos antes
expresados.

e) Sometimiento a deprivaciones. Bien sea de forma “justificada”, necesaria o


impuesta, la mujer puede ser sometida, en el á mbito de un tipo de maltrato sutil
y maquiavélico, a determinadas deprivaciones en su vida ordinaria. Esta
deprivació n puede ser de diversos tipos:

1. Mantener a la mujer ocupada en numerosas tareas, incluso alguna de


ellas absurda sin permitirle el má s mínimo descanso.
2. Haciendo que estas se produzcan en tiempo indeterminado o incluso
durante las horas del descanso nocturno.
3. Impidiéndole una alimentació n en cantidad y calidad necesaria para el
mantenimiento de la salud, o.
4. Privá ndole de la necesaria atenció n médica y tratamiento farmacoló gico.

Todas estas actuaciones tienen para la mujer otra consecuencia muy


importante y es el menoscabo de su salud. Cualquier mujer sometida a todos y
cada uno de los tratamientos ante referidos, o a alguno de ellos, tienen grandes
posibilidades de desarrollar determinadas enfermedades físicas, e incluso
psicoló gicas, que no solo la debilitará n en su salud física, sino que la hará n

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mantenerse en un estado de ansiedad permanente con grave riesgo para su


salud psicoló gica.

6.4.2.En los menores

Bien sean tambié n sujetos de violencia, o tan solo convivan con ella, se pueden producir
determinadas consecuencias en su desarrollo evolutivo y pueden aparecer
déficits tanto en el á mbito conductual, físico o emocional. Todos estos cambios pueden
ser considerados como indicadores de maltrato.

Entre estos indicadores podemos destacar:

a) Un riesgo elevado de desajuste en su desarrollo integral, tanto físico como


psicoló gico.
b) La simple contemplació n de la violencia y sus consecuencias pueden
desarrollar en los menores sentimientos de peligro y amenaza.
c) Problemas de aprendizaje, en todos los sentidos, especialmente y dependiendo
de la edad, en el rendimiento escolar.
d) Problemas de socializació n. El comportamiento del menor puede hacer que los
compañ eros anteriores se aparten de él, o bien él no desee seguir manteniendo
su relació n, manteniendo con ellos relaciones hostiles y distantes. Puede
también presentar conductas antisociales tales como vandalismo, pequeñ os
delitos contra la propiedad, fugas del hogar, etc
e) Problemas de anhedonia, cansancio o apatía. En los menores puede producirse
un cambio brusco en sus gustos, preferencias e incluso aficiones,
abandonando sin motivo aparente aquellos juegos o aficiones a las que antes
se dedicaba frecuentemente.
f) Problemas de control de impulsos, principalmente un aumento en su
comportamiento violento, participando y provocando peleas con amigos o
compañ eros de colegio o realizando actividades o conductas agresivas o

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violentas en las que antes no se veía involucrado, todas ellas de forma severa y
persistente.
g) Aunque de menor gravedad, pueden presentar con frecuencia enfermedades
psicosomá ticas u otros trastornos psicosomá ticos.
h) Pueden mostrarse abandonados tanto en alimentació n como en aseo personal.
i) Pueden presentar síntomas de ansiedad, depresió n, ira, disfunciones sexuales
o comportamientos sexuales inapropiados para su edad y cualquier otro
trastorno por estrés.
j) Pueden presentarse problemas en relació n con el consumo de alcohol, drogas
o cualquier otro producto adictivo.
k) Pueden aparecer señ ales físicas de maltrato en diversos estados de progresió n
de dichas heridas.
l) Pueden producirse episodios de intento de suicidio.

6.5. MANIFESTACIONES DE LA VIOLENCIA

Con la finalidad de contribuir a una mejor comunicació n entre profesionales se


propone una clasificació n basada en dos criterios, uno de ellos en la relació n agresor-
víctima y el otro en el tipo de maltrato o dañ o producido.

Los criterios son:

a) En la relació n existente entre agresor y víctima:


 violencia entre la pareja.
 violencia contra los menores.
 violencia contra los ancianos.
 violencia de los menores hacia otros miembros de la familia.
 violencia entre hermanos y otros componentes de la unidad familiar.

b) En relació n al tipo de maltrato o dañ o producido:

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 La violencia física, o malos tratos físicos. La consideraremos como cualquier


acció n no accidental que provoque, o pueda provocar, en una persona dañ o
físico, enfermedad o la coloque en grave riesgo de padecerlo, que va desde
los simples empujones o tirones de pelo hasta las mutilaciones, torturas o
asesinato. Esta violencia puede ser cró nica u ocasional.
 La violencia psíquica o malos tratos psíquicos o emocionales. Se consideran
como tal aquellos actos, conductas o exposició n a situaciones que agreden, o
puedan agredir, alteren, o puedan alterar, el contexto afectivo necesario para
el normal desarrollo psicoló gico de las personas o de la institució n
familiar, tales como rechazos, desvalorizaciones, desprecios, críticas,
insultos, amenazas, humillaciones, culpabilizaciones, aislamiento o
exigencias muy por encima de la verdadera capacidad física o intelectual del
sujeto que deba llevarlas a efecto.
 La violencia sexual o abuso sexual. Se refiere a toda actividad dirigida a la
ejecució n por parte de la mujer de actos o contactos sexuales no
consentidos, dolorosos o humillantes (en lo que respecta a las personas
mayores) o abusando del poder, autoridad, con engañ o o por
desconocimiento (en los menores).
 La violencia econó mica, como la desigualdad en el acceso a los recursos
econó micos que deben ser compartidos, al derecho de propiedad, a la
educació n o a un puesto de trabajo…
 La corrupció n, como conductas desviadas, antisociales o desadaptadas
(explotació n sexual, inducció n a la delincuencia, etc.) que impiden la
normalidad en la integració n social (ver también violencia sexual).
 La explotació n laboral y mendicidad, situaciones en las que mediante un
abuso de poder o por fuerza y con violencia se obliga a un miembro de la
familia a la prá ctica continuada de trabajos o actividades que o bien
interfieren en el normal desarrollo de los que los realizan o bien exceden los

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límites de lo considerado normal en funció n de su edad, sexo, formació n, etc.


o se consideran humillantes o antisociales.
 El maltrato prenatal, pudiendo ser considerado como tal el consumo durante
el embarazo de determinadas sustancias nocivas o peligrosas que ponen en
peligro el normal desarrollo de la actividad fetal.
 El abandono físico, como aquellos actos por, o en los cuales, las necesidades
bá sicas de las personas que los padecen (alimentació n, higiene,
cuidados mé dicos, seguridad y condiciones ambientales) no tienen la
satisfacció n adecuada temporal o permanentemente por parte de los
miembros de la familia obligados a ello.
 El abandono emocional, como la falta de atenció n y afecto o el desprecio de
miembros de una misma familia hacia otros sobre los que se posee algú n
tipo de potestad o ascendencia (patria potestad, tutela, etc.), en relació n con
aquellos actos de contenido emocional que suponen un intento de
aproximació n, de manifestació n de cariñ o o de simple contacto con ellos (ver
también abandono físico).
 El Síndrome de Mü nchaussen por poderes. En relació n específicamente con
los menores puede producirse este tipo de maltrato, en el que los padres,
tutores, curadores o personas bajo cuya custodia y guarda se encuentra el
menor, los someten a continuas exploraciones médicas, suministro de
medicamentos o asistencias hospitalarias bajo la sospecha, muchas veces
totalmente infundada, de presentar síntomas ficticios o incluso provocados
por el adulto.
 El maltrato institucional. Podemos entender como tal cualquier actuació n
legislativa, institucional o privada, procedimiento judicial o cualquier
actuació n por acció n u omisió n de los poderes pú blicos o por iniciativas
privadas que comporte cualquier tipo de discriminació n, abuso o negligencia
contra la mujer simplemente por su condició n sexual o que viole los
derechos fundamentales del niñ o y de la infancia.

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 La violencia espiritual. Es un tipo de violencia que afecta directa o


indirectamente a una de las dimensiones má s significativas y auténticas del
ser humano. Criticar, ridiculizar o imponer a otra persona una creencia o
prá ctica religiosa que afecta a un sistema de valores libremente elegido
previamente por la misma puede producir un dañ o profundo. Aunque esta
modalidad de violencia no sea especialmente aceptada y tratada en el
á mbito judicial, merece la pena tenerla encuentra dentro del marco de
maltrato como una variable que puede generar, mantener o desencadenar
conflicto en la relació n de pareja.

6.6. LA VÍCTIMA

Una de las características principales de la violencia familiar es que, a pesar de la


gravedad y frecuencia del problema, las mujeres víctimas permanecen en la relació n
violenta durante mucho tiempo, como dijimos anteriormente entre 5 y 10 añ os. Por
otra parte, en muchos casos, e incluso tras la intervenció n policial o terapéutica,
vuelven a la situació n anterior.

Algunos factores que incluyen en la decisió n de las mujeres que optan por continuar en
relaciones abusivas, a pesar del riesgo que tienen de sufrir lesiones o incluso de morir,
o que piden ayuda sin la intenció n de romper con sus parejas, son:

 Duració n, severidad y frecuencia del abuso. Cuanto mayor sean, menor


probabilidad de romper la relació n. La mujer se vuelve temerosa y dependiente,
y desarrolla sentimiento de culpa, de baja autoestima y de pasividad ante el
problema. El miedo es una de las variables que mejor representa a las mujeres
maltratadas, algunas de las cuales continú an indefinidamente bajo la amenaza
del maltrato a pesar de haberse separado, divorciado o incluso cuando el
agresor se encuentra en prisió n por haber cometido este tipo de delito. Algunas
víctimas se quedan con el agresor porque está n aterrorizadas y piensan que si
se van les va a continuar haciendo aú n má s dañ o, tanto a ellas como a sus hijos.

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En otras ocasiones pueden quedarse bajo la amenaza de perder la custodia de


sus hijos y pre eren permanecer con ellos para protegerlos lo má s posible.
 La exposició n y experiencia de la violencia en el seno de la familia de
origen puede haber dado lugar a un aprendizaje a convivir con la violencia.
 Pagelow (1981), en sus investigaciones desde el punto de vista de las
Teorías del Aprendizaje Social, sobre el modo en que distintas variables
incluyen en las decisiones de las mujeres maltratadas sobre si abandonar o no a
sus parejas, determina que las respuestas institucionales (como las policiales,
jurídicas y sociales), los recursos propios (externos como la capacidad
econó mica e internos como la propia autoestima) de las mujeres y sus propios
sistemas de creencias son moduladores de esta decisió n en el sentido de que
cuantos má s recursos posean menos creerá n en los roles tradicionales
asociados a su sexo. Factores sociales como la dependencia econó mica, la falta
de recursos y de apoyo ambiental, la vergü enza social, etc., favorecen la
continuidad en dichas relaciones de maltrato. Muchas víctimas creen que
no pueden dejar al maltratador. Algunas no tienen ningú n empleo fuera del
hogar, otras no tienen habilidades para trabajar y por lo tanto ninguna
perspectiva de un trabajo lo suficientemente remunerado para poder ser
independiente, otras saben que si se van no pueden contar con una ayuda
para mantener a sus hijos por parte del padre.
 La dependencia emocional y afectiva de la mujer, que manifiesta seguir
queriendo a su pareja y justifica su comportamiento con la esperanza de
que cambie con el paso del tiempo.
 La teoría de la dependencia psicoló gica señ ala que la mujer puede
permanecer en esa situació n por un esfuerzo de justificació n generado durante
su compromiso en la relació n. Cuando los intentos por mejorar la relació n
fracasan la víctima se siente obligada a justificarlos en la creencia de que tendrá
éxito si lo intenta con la fuerza suficiente. Cuanto má s tiempo y tesó n invierta la

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mujer en esta justificació n, má s tarde se dará por vencida y tendrá menos


probabilidades de abandonar a su pareja.
 Por ú ltimo, el sentimiento de culpa también condiciona la actitud de las
mujeres. La frustració n generada en una pareja donde las insatisfacciones no
son expresadas libremente provoca la bú squeda de un “culpable”. En algunos
casos la localizació n de la culpa gira alrededor del incumplimiento de los
valores de orden familiar, de cuestionar el rol masculino y de no cumplir
adecuadamente las tareas domésticas. Como resultado de todo ello la mujer
“acepta” los malos tratos y los justifica como castigo por su incompetencia,
creyéndose responsable y provocadora de la violencia.

No obstante todo lo expuesto anteriormente y de acuerdo a numerosos estudios


realizados en distintos países tenemos que aceptar que no existe,
necesariamente, un perfil o una personalidad típica de la mujer que sufre maltrato ya
que los factores que hemos analizado anteriormente (econó micos, sociales, de
personalidad, situacionales, etc.) pueden considerarse como factores que
predisponen, median o precipitan las actuaciones violentas en el agresor pero no
tienen por qué constituir factores que den origen a dicha conducta violenta.

Por el contrario, sí se han establecido determinadas características comunes de aquellas


mujeres que, de forma má s o menos habitual, está n sometidas a maltrato y se
mantienen en é l.

Entre ellas podemos destacar:

a) El abuso se inicia entre los 17 y 28 añ os.


b) En muchos casos existen antecedentes se episodios depresivos.
c) Aceptamiento de reglas patriarcales en la relació n y una creencia ciega en los
mitos acerca de la violencia doméstica, especialmente en de la superioridad
masculina.

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d) Una minusvaloració n como persona, sintiéndose en la mayoría de los casos


culpable de las agresiones que le han sido infligidas.
e) Baja autoestima, sintiéndose fracasada en todos los aspectos de la relació n, como
mujer, como esposa y como madre.
f) Falta de control sobre su vida lo que le produce miedo, incluso pá nico. g) Un
concepto del amor que predispone al sacrificio.
g) Bajo nivel cultural.
h) Dependencia econó mica.
i) Falta de recursos o habilidades para un trabajo remunerado que le permita la
independencia econó mica.
j) Experiencias previas de maltrato.

El maltrato continuado genera, o puede generar en la mujer, un proceso patoló gico de


adaptació n denominado “Síndrome de la Mujer Maltratada”, este síndrome, que se
desarrolla por fases se caracteriza, principalmente por:
a) La primera fase puede denominarse, como así lo hace Garrido (2001), como
fase de generació n de la tensió n, no observable por el resto de las personas que
mantienen una relació n de algú n tipo con la pareja (familiares,
amigos, compañ eros de actividades, etc.), salvo por la percepció n de una
situació n o comportamientos “raros”.

Se va produciendo una indefensió n ante al agresor/maltratador. Esta


indefensió n, aprendida como indicamos anteriormente, surge del intento
frustrado de evitar los malos tratos. Esta incapacidad unida a una pérdida de la
estima hace que la mujer acabe aceptando los malos tratos como una
consecuencia de su comportamiento o como un castigo a dicha actitud. Esto
le lleva a sentimientos encontrados. Por una parte no desea ser agredida, por
otra se considera culpable y merecedora de los malos tratos.
b) Esta indefensió n, lleva a la mujer a una total pérdida de control, dado
que asume que le es imposible evitar las agresiones ya que no puede darle una

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solució n. Esto la lleva a adoptar una postura totalmente pasiva ante ellas y
espera y acata cualquier insinuació n que se le ofrezca. Esto se produce en la
fase de la agresió n.
c) Esta pasividad le lleva al propio abandono, a no buscar ningú n tipo de solució n
para evitar estas agresiones y a no responder ante ningú n tipo de estímulos
externos que pudieran ayudarle porque cree que nadie puede ayudarle a
resolver el problema, lo que poco a poco la hará totalmente incapaz de
enfrentarse a la situació n de una forma racional.
d) Todo esto puede llevarle a una situació n conocida como el “Síndrome de
Estocolmo”, bajo la cual la mujer llega a identificarse con el agresor y a aceptar
internamente no solo que se merece las agresiones, sino que su propio agresor
es su “salvador” y “esperanza”. Aunque este síndrome nació de situaciones de
secuestros, y se da especialmente en estos casos o en situaciones de riesgo de
pérdida de la propia vida y ante el pensamiento de una absoluta falta de ayuda
externa, no es difícil una extrapolació n a los casos de malos tratos violentos y
continuados en los que la mujer puede sentirse de la misma manera.
e) Se culmina el proceso con la fase de la contrició n, lo que le da un gran
parecido con el Círculo de la Violencia, dado que en esta ú ltima fase de
producen las misma pautas que en la anterior teoría, negació n de la agresió n y
su justificació n, minusvalorar sus consecuencias, petició n de perdó n, promesas
de cambio, solicitud de mantenerse en la relació n y dar oportunidad a que un
cambio pueda producirse, reconocimiento de amor.

La pregunta má s ló gica sería ¿por qué no le abandona?, y creo que a esa


respuesta ya hemos dado cumplida respuesta en las pá ginas anteriores, pero
podríamos aportar la teoría de la pérdida de la capacidad de reacció n y la
posibilidad de elegir, por la que el mantenimiento de la mujer en esta situació n de
violencia hace que ésta cada vez esté má s condicionada por situaciones y actitudes
(matrimonio, ilusió n por un posible cambio, hijos, problemas econó micos, amenazas,
miedos, etc.) que limitan su posibilidad de ser capaz de elegir libremente, lo que hará

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que pierda la claridad de aná lisis y no sepa distinguir entre situaciones buenas y malas,
optando normalmente por esta ú ltima, que será la de mantenerse en esa situació n de
peligro constante.

Podríamos, por ú ltimo, dar un perfil de la víctima que tendría las siguientes
características:

 Mayoritariamente mujeres.
 Entre 20-45 añ os.
 Con rígidas estructuras de pensamiento.
 Con una cierta aceptació n de la violencia.
 Tienen una baja autoestima.
 Asumen sentimientos de culpabilidad.
 Con grandes dosis de inseguridad (personal-econó mica).
 Con una gran dependencia (personal-econó mica), y,
 Normalmente un nivel educativo bajo-medio.

6.7. EL MALTRATADOR
Como dijimos anteriormente en relació n a las víctimas, también es difícil
establecer un perfil o personalidad que caracterice al agresor, si bien se pueden
establecer algunas características que está n asociadas, má s o menos constantemente,
con el maltratador en el á mbito familiar y que, en determinadas situaciones, pueden
dar lugar a la agresió n.

De acuerdo con Echeburú a (1996) el hombre violento “es una persona de valores
tradicionales que ha internalizado profundamente un ideal de hombre como
modelo incuestionable a seguir. Este ideal de hombre ha sido internalizado a
través de un proceso social en el que ciertos comportamientos son reforzados, otros
reprimidos y una serie de reglas transmitidas. Entre las características de este ideal
está n la fortaleza, la autosuficiencia, la racionalidad y el control del entorno que le

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rodea. Estas cualidades son consideradas como masculinas y superiores, en


contraposició n con las cualidades típicamente femeninas, justamente opuestas e
inferiores”.

Las Teorías del Aprendizaje Social, en las que todos los autores coinciden, “consideran
el desarrollo del individuo como el conjunto acumulativo de las experiencias de
aprendizaje que se integran a lo largo del tiempo para conformar su personalidad”, es
por ello por lo que los niñ os que en su infancia vivieron un clima de violencia tenderá n
a ser adultos violentos con mayor posibilidad que aquellos que vivieron en ambientes
no violentos. Los niñ os aprenden como la violencia es un recurso eficaz y aceptable no
solo para hacer frente a las frustraciones del hogar, sino para obtener resultados que
no pueden alcanzarse por otros medios, en tanto que las niñ as aprenden a aceptarla y a
convivir con ella.

En la població n de maltratadores se encuentran de forma sistemá tica problemas de


empatía y asertividad pudiéndose diferenciar tres tipos principales de agresores:
a) Los dominantes, aquellos que ejercen las conductas má s violentas tanto dentro
como fuera del hogar,
b) Los instrumentales, aquellos cuyo interés no es tanto la dominació n y el poder,
sino el deseo de ser servido y de conseguir de la víctima todo aquello que le haga
má s fá cil la vida (sexo, dinero, alojamiento, tranquilidad), y,
c) Los dependientes, que tienden a ser depresivos, posesivos y celosos, ejerciendo
la violencia só lo en el á mbito familiar.

La dependencia emocional es otra característica muy frecuente entre los hombres


violentos con sus parejas. Esta dependencia se ve reforzada por la dificultad para
expresar sentimientos, tanto positivos como negativos. La falta de comunicació n
emocional tiene como consecuencia un progresivo aislamiento social, de tal forma que
la pareja es la ú nica fuente de cariñ o, apoyo, intimidad y comprensió n

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desencadená ndose como consecuencia una mayor dependencia emocional de la pareja


y viceversa.
Las personas en inactividad laboral o con un estatus ocupacional bajo, con una
personalidad antisocial, con modelos específicos de pensamiento, etc., tienen una
probabilidad mayor de ejercer malos tratos contra sus parejas.

No debemos, por otra parte, explicar la violencia familiar como consecuencia de un


trastorno mental (paranoia, esquizofrenia, trastorno bipolar maníaco o mixto, etc.), si
bien es cierto que este tipo de trastornos puede actuar como desencadenante o
agravante de la violencia.

Tampoco el abuso de alcohol o drogas se puede considerar como causa necesaria


o suficiente a la hora de explicar la presencia de conductas violentas en el maltratador,
si bien son un factor facilitador de la violencia.

Podemos, no obstante presentar un perfil del maltratador, en los siguientes términos:


1. Persona con poca capacidad a la tolerancia de las frustraciones o cualquier
situació n que pueda provocarle estrés.
2. Persona celosa, hasta el punto de ser una patología (percepció n erró nea de
infidelidades inexistentes).
3. Puede haber sido objeto de maltrato en su infancia.
4. Posee antecedentes de conducta violenta durante su infancia o adolescencia,
especialmente contra animales.
5. Persona de baja autoestima y una imagen negativa de sí mismo. Puede tener
sentimientos de fracaso para el que la violencia es una forma de reafirmació n y
mantenimiento de su ego, del control o una compensació n de sus déficits.
6. Persona dependiente a la que la simple idea de ser abandonado por su mujer
les causa un profundo temor y la violencia es usada como instrumento
para evitarlo.

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7. Fuera del á mbito familiar puede mantener unas buenas relaciones sociales e
interpersonales, pudiendo ser pú blicamente reconocido como “buena”
persona, correcta y atenta, lo que le sirve a su vez para presentar a la mujer
como persona imaginativa, exagerada, falsa o histérica.
8. Pueden existir há bitos de consumo de alcohol u otro tipo de sustancias.
9. Su sistema de creencias está sustentado en mitos culturales relacionado con la
preponderancia del hombre sobre la mujer, teorías machistas, fuerza, valor,
etc..
10. Persona “dura” y manipuladora para la cual la expresió n de cualquier
sentimiento es síntoma de debilidad.
11. Cuando son interpelados por su mala conducta tienden a culpabilizar a los
demá s o a racionalizar la agresió n para explicar que, o bien son provocados
para actuar así, o bien que no pueden controlarse o, simplemente, que no
saben lo que hacen en esos momentos. Este es, entre otros, uno de los motivos
por los cuales, al no reconocer sus actos, creen no necesitar ayuda para
modificar su conducta.

Como hicimos anteriormente con las víctimas y, aparte de lo dicho anteriormente, un


perfil del maltratador tendría las siguientes características:

 Mayoritariamente hombres.
 Generalmente proceden de ambientes desestructurados.
 Con una edad entre 25-55 añ os.
 Casados o con unió n de hecho.
 Rigidez de valores tradicionales.
 Inseguridad y baja autoestima.
 Baja emocionalidad y bajo control de impulsos.
 Nivel educativo bajo-medio.}
 Actividad laboral baja o poco calificada.

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 Sin antecedentes penales o, en su caso, primarios.


 Familia adquirida disfuncional.
 Nivel econó mico medio-bajo.
 No asumen sus responsabilidades, y,
 Con déficits en afrontamiento y/o habilidades sociales.

TEMA N° 7
VICTIMIZACIÓN CRIMINAL
7.1. Definición de victima

Existen varias definiciones de victima, como: aquella persona que ha sido víctima de
un delito y que ha generado un trauma. Persona que se expone u ofrece a un grave
riesgo en obsequio de otra. Persona que padece dañ o por culpa ajena o por causa
fortuita; para Vicente Garrido, “La víctima es la ú ltima persona en presenciar el

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crimen, si logra sobrevivir, la informació n que puede proporcionar es muy


relevante, si fallece los hechos de la escena del crimen los que deben narrar la
historia”.

7.2. Tipologías de las Victimas


Landrove (1998) apunta como las tipologías má s extendidas en la actualidad:

7.2.1. Víctimas no participantes: Denominadas “enteramente inocentes”


en la clasificació n de Mendelsohn. La relació n entre víctima-victimario no es
de gran importancia; todos los miembros de la sociedad poseen la potencialidad
de convertirse en víctimas. Se puede hacer una doble distinció n entre víctimas
accidentales, que se topan con el victimario en el transcurso de su conducta
delictó gena; y víctimas indiscriminadas, en las que no habría ningú n tipo
de vínculo especial con el victimario, como suele ocurrir en algunos atentados
terroristas.

7.2.2. Víctimas participantes: intervienen o desempeñ an cierto papel en la


ocurrencia del hecho criminal, bien sea de forma voluntaria o involuntaria;
personas que de alguna manera puedan haber dado pie a la provocació n del
delito, bien omitiendo precauciones elementales o incitando a su comisió n: o
bien personas que han planeado de antemano su propia victimizació n
(eutanasia).
7.2.3. Victimas especialmente vulnerables: puede ocurrir que determinadas
personas, debido a muy diferentes circunstancias, ofrezcan cierta
predisposició n a convertirse en víctimas; se puede hablar de ciertos factores de
predisposició n que bien podrían ser de índole personal o social (edad, raza,
estado físico, estado metal y/o psíquico, determinadas profesiones como las de
los Cuerpos de Seguridad…).

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7.2.4. Víctimas Familiares: esta tipología hace referencia a aquellas víctimas


que pertenecen al mismo grupo familiar que el victimario; véase el
maltrato a la esposa, las agresiones sexuales etc.; las víctimas suelen ser
mujeres, niñ os y ancianos indefensos.

7.2.5. Víctimas simbólicas: el victimario elige a la víctima individual con la


finalidad de atacar una serie de valores, ideología etc. Un ejemplo
representativo de este tipo de víctima constituye el asesinato de Martin Luther
King.

7.2.6. Víctimas colectivas: esta denominació n hace referencia a evidenciar que


no siempre en la comisió n de un delito hablamos ú nicamente de víctima
individual y victimario, sino que determinados colectivos, la comunidad
etc., pueden convertirse en víctimas.

7.2.7.Victimas falsas: individuos que por diferentes razones denuncian una


situació n delictó gena en su persona que nunca ha ocurrido; esta situació n bien
puede darse de forma consciente por la persona (víctima simuladora), bien por
una creencia erró nea de que ha sido objeto de tal victimizació n (víctima
imaginaria).

7.3. ¿Qué es la victimización?


7.3.1. Concepto

Victimizació n se entiende como un proceso por el que una persona sufre las
consecuencias de un hecho traumá tico. En este sentido se debe tomar en cuenta
dos elementos, en primer lugar los factores que actú an en el momento del
suceso traumá tico, en segundo lugar el impacto del trauma en la
víctima y como va asumiendo la experiencia traumá tica.

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En el trabajo con las víctimas se debe tomar en cuenta a víctimas de riesgo o


víctimas vulnerables a continuació n se explica cada una.

 Víctima de riesgo. Se entiende como aquella persona que tiene mayor


probabilidad de ser víctima de algú n tipo de delito.

 Victima vulnerable. Se entiende como aquella persona que ha sido sufrido


una agresió n y queda má s afectada psicoló gicamente por el hecho traumante.

7.3.2. ¿Cuáles son las consecuencias de la Victimización?

Como consecuencia de estos síntomas la víctima acaba teniendo problemas para


desenvolverse con normalidad en su actividad diaria y acusa serios problemas
sociales y laborales.

7.3.3.¿Qué es la victimización Criminal?

Victimizació n Criminal: Colectivos o personas que sufren o han sufrido las


consecuencias del delito. Así mismo, deben considerarse otras personas o colectivos
susceptibles de padecer los efectos de esta (producida por las instituciones, sistemas
sociales, ideología, discursos, etc.).

7.3.4. Formas de Victimización

Una persona que ha sido víctima de algú n tipo de delito puede sufrir otros dañ os
colaterales tanto del suceso traumante como del entorno. A continuació n se explica
este proceso de victimizació n.

a. Victimización primaria: Se aprecia en las consecuencias perjudiciales


producidas por el delito, sean de índole física, econó mica, psicoló gica o social.
É sta sería el momento en el que se produce el delito. Tras ocurrir, dará n

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c o m i e n z o los dañ os que pueda sufrir la víctima y que no só lo será n físicos,


sino también psicoló gicos. Ademá s existe una gran posibilidad de que la
persona se culpe por lo acaecido, intentando buscar una explicació n a lo
sucedido. Hay dos experiencias que son má s desgarradoras aú n que la anterior.
Son la victimizació n secundaria y victimizació n terciaria.

b. Victimización secundaria: Se refiere a lo origina que la víctima se sienta


frustrada en sus expectativas de justicia. Testimonios señ alan que muchas
mujeres se sienten incomprendidas, no escuchadas, o que simplemente se les
cuestiona en el mismo juicio el porqué han padecido esa situació n durante X
tiempo. Es la victimizació n secundaria, la que proviene de las instituciones que
deberían defenderlas.

c. Victimización terciaria: Relacionado con la situació n de carencia de


asistencia social al reencontrarse con sus grupos de relació n y organismos
generales de ayuda pú blica. Ejemplo: hace pocos días leía la noticia de que una
adolescente de 16 añ os había descubierto en Internet unas imá genes suyas en
las que aparecía desnuda, manteniendo relaciones sexuales que no recordaba
haber tenido. La habían drogado y ademá s el presunto violador había colgado
las fotos para su mayor escarnio. Lo que siguió fue un retuiteo de otras
personas continuando el proceso de burla y agravando aú n má s los síntomas
que la chica tenía. É sta es la victimizació n terciaria, cuyas consecuencias y
efectos son provocados por el contexto social que nos rodea y derivadas del
trato dado.

7.3.5. ¿Cuáles son las secuelas emocionales?


Las secuelas emocionales, a modo de cicatrices psicoló gicas, se refieren a la
estabilizació n del dañ o psíquico, es decir, a una discapacidad permanente que no
remite con el paso del tiempo ni con un tratamiento adecuado.
7.4.Perfil de la víctima

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7.4.1. Los rasgos físicos: La edad es algo importante para los asesinos, algunos pueden
elegir bajo ciertas características físicas pude ser: jó venes universitarias, con el pelo
largo y raya en el medio, morenas. Otros asesinos las eligen ancianas o
prostitutas
.

7.4.2.Estado marital y relaciones afectivas: La víctima puede estar casada,


divorciada, soltera, relaciones afectivas dentro de su entorno proporcionaría el
acercarnos
al responsable del crimen.

7.4.3.Estilo de vida: Las personas tienen una rutina, há bitos es predecible su estilo de
vida, el conocer su rutina nos orienta sobre las personas conocidas por la víctima y
sobre los posibles lugares donde frecuentaba, también los cambios de rutina
deben ser explorados y averiguar que paso.

7.4.4. Ocupación: El conocer la ocupació n nos brinda informació n de la redes


de amistades, los contactos profesionales y personales dentro de su trabajo,
anterior o reciente.

7.4.5. Educación: Los lugares donde estudiaba la víctima nos ayudan para determinar
el grupo de sus relaciones sociales, laborales y afectivamente, también nos brinda
informació n de su inteligencia.

7.4.6. Datos del vecindario: El conocer donde vivía la víctima nos brinda
informació n sobre las actividades de la zona y de los peligros. También el conocer la
etnia de la zona puede informar sobre conductas racistas.

7.4.7. Historia médica: Averiguar cualquier afecció n física o psicoló gica de la víctima
ayuda entender mejor su vida y el tipo de personas con la que se

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relacionaba. Ademá s de investigar sobre la normalidad de ciertas conductas que


podría tener la víctima antes de su muerte. Considerar los miedos irracionales,
fobias u otros desordenes de personalidad que ayudarían a determinar el perfil de la
víctima.

7.4.8. Historia psicosexual: La historia sexual puede brindar informació n de las


relaciones sociales y lugares que frecuentaba, el conocer determinas las
prá cticas sexuales pueden ser consideras de alto riesgo y pueden involucrarse con
hombres violentos.

7.4.9.Historia judicial: Obtener informació n de la víctima si tuvo experiencias con el


sistema judicial, antecedentes penales puede dar informació n acerca del tipo de
personas que pudo conocer o de la informació n que podrían brindar para la
investigació n.

7.4.10.Últimas actividades: Que actividades realizó la víctima poco antes del ataque que
pudiera poner al agresor en guardia, el reconstruir las ú ltimas horas o días ayuda a
comprender la posible razó n por la que esa persona llegue a convertirse en
víctima.

7.5. Teoría traumatogénica

Esta teoría plantea que no todo abuso sexual infantil es idéntico, el abuso sexual
infantil es traumá tico en funció n de una serie de factores que segú n el psicó logo
Finkelhor establece cuatro á reas:

7.5.1. . Sexualización traumática: es la interferencia que la experiencia abusiva


tiene en el adecuado proceso madurativo sexual del menor. El niñ o aprende a usar
conductas sexuales como estrategias para obtener beneficios o manipular a los

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demá s, adquiere aprendizajes deformados en relació n a la conducta sexual,


presenta concepciones erró neas sobre la sexualidad y la moral sexual.

7.5.2. Sensación de traición: el niñ o pierde la confianza ante la persona adulta y


generaliza la desconfianza con todos los adultos esto puede interferir en el
adecuado desarrollo de las relaciones interpersonales por los sentimientos de
desconfianza.

7.5.3. Estigmatización: los sentimientos de estigmatizació n derivan de la


culpabilizació n y vergü enza vinculadas a la experiencia traumá tica, esto se
genera por la revelació n de lo sucedido al entorno familiar y el tipo de reacció n como
ser la incredulidad o rechazo, esto producirá que el niñ o se siente diferente a los
demá s, influyendo en su autoimagen y en su autoestima. El mantener en secreto
el abuso sexual incrementa el sentimiento de estigmatizació n.

7.5.4. Pérdida de control y sus consecuencias clínicas: es posible que la víctima se


siente incapaz de poner fin el abuso y piense que ha perdido el control sobre su
vida. Estos sentimientos de impotencia generan ansiedad, miedo, depresió n,
agresividad, comportamientos sexuales abusivos o identificació n del niñ o con el
agresor. Los sentimientos de indefensió n generan en el niñ o un retraimiento y
pasividad incrementado su vulnerabilidad a las experiencias abusivas.

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TEMA N° 8
REDES SOCIALES Y CIBERDELITOS
8.1. ¿QUÉ SON LAS REDES SOCIALES?

Las redes sociales son plataformas digitales formadas por comunidades de individuos
con intereses, actividades o relaciones en comú n (Como amistad, parentesco, trabajo).
Las redes sociales permiten el contacto entre personas y funcionan como un medio
para comunicarse e intercambiar informació n.

Los individuos no necesariamente se tienen que conocer antes de entrar en contacto a


través de una red social, sino que pueden hacerlo a través de ella, y ese es uno de
los mayores beneficios de las comunidades virtuales.

8.2.¿PARA QUE SIRVEN LAS REDES SOCIALES?


Comunicar y compartir. Las redes sociales funcionan como plataformas para el
intercambio de informació n u opinió n. Segú n el tipo de red, varían las funcionalidades
y el tipo de comunicació n que se establece entre los usuarios. En muchas de ellas, los
usuarios pueden compartir imá genes, videos, documentos, opiniones e informació n.

Mantener o establecer contacto. Las redes permiten a todas las personas que poseen
acceso a Internet crearse un usuario en la red y conectarse con otros alrededor del
planeta que también estén adheridos a esa red social. Permiten comunicarse con
amigos, familiares, hacer nuevas amistades, buscar pareja, establecer relaciones
laborales o profesionales.

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Informarse. El gran caudal de informació n que circula en las redes sociales


permite a los usuarios mantenerse informados sobre acontecimientos importantes o
temá ticas de interés. La mayoría de las redes permiten crear un usuario y personalizar
el tipo de informació n que se mostrará en la red.
Entretenerse. Las redes sociales crean comunidades de usuarios con intereses
similares sobre determinadas temá ticas. Estas redes funcionan como una gran fuente
de entretenimiento y distensió n.

Vender/comprar. Muchas redes sociales se han erigido como canales para la compra
y venta de bienes o servicios. En plataformas como Instagram o Facebook, el
usuario puede seguir a los negocios, comercios o trabajadores independientes que sean
de su agrado y establecer con ellos relaciones comerciales.

8.3. VENTAJAS DE LAS REDES SOCIALES

Las redes sociales tienen una serie de ventajas o beneficios, lo que les ha
permitido consolidarse como uno de los protagonistas indiscutidos dentro de la web.
8.3.1. Comunicación inmediata: Las empresas pueden publicar, por ejemplo, sus
contenidos de manera instantá nea y ver poco después las reacciones de los
usuarios.
8.3.2. Oportunidades laborales: La redes sociales pueden servir como trampolín
para ofrecer una carta de presentació n atractiva. Esto, en vista que las compañ ías en la
actualidad suelen investigar los perfiles de los candidatos para conocer má s
acerca de ellos.
8.3.3. Entretenimiento: Ofrecen informació n accesible a tiempo real y a la carta. Se
puede elegir a quién seguir para mantenerse informado.
8.3.4. Denuncia social: Las redes sociales sirven para sacar a la luz situaciones que en
algunos medios tradicionales pueden pasar desapercibidas. Ademá s, los usuarios se
suelen unir ante estas causas, dá ndoles mayor visibilidad.

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8.3.5. Compartir conocimientos: Los cibernautas pueden agruparse para


intercambiar informació n má s detallada de lo que les interesa. Cuando se trata de
acciones formativas o intereses comunes, esta opció n es de gran ayuda.
8.3.6. Mejora la visibilidad de la marca: La imagen es muy importante para las
empresas. A través de Internet, los negocios pueden traspasar barreras y crear una
marca reconocible en cualquier lugar del mundo.
8.3.7. Difusión de contenidos de la empresa: Los contenidos son una parte
esencial de la estrategia de negocio porque aumentan las visitas a la pá gina de la firma
y, por ende, tambié n se incrementan los potenciales clientes.
8.3.8. Medir las acciones de marketing: Se realiza una intervenció n, por ejemplo,
una campañ a de publicidad, y casi de manera inmediata se van conociendo las
reacciones de los usuarios hacia esa acció n.

8.4. ASPECTOS NEGATIVOS DE LAS REDES SOCIALES


Las redes sociales tienen algunos aspectos negativos contra los que todo usuario debe
luchar, como son los ciberdelitos.

8.5. ¿QUÉ SON LOS CIBERDELITOS?


El ciberdelito es un término genérico que hace referencia a la actividad delictiva de las
acciones en Internet o relacionadas, llevada a cabo mediante equipos informá ticos o a
través de Internet. El ciberdelito es en la actualidad una de las amenazas má s
preocupantes a la hora de navegar en Internet.

Nos referimos a ciberdelitos cuando se cometen acciones perpetradas por las personas
y que se cometen mediante un soporte informá tico (o telemá tico), que atentan contra
las libertades, bienes o derechos de las personas. Estas actividades han obligado a
las autoridades a crear una regulació n específica dentro del marco legislativo.

La variedad de ciberdelitos es extensa y no se trata exclusivamente de un


ciberdelincuente que busca y accede a datos que le son ajenos. Algunas actividades
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que entrarían en la definició n de ciberdelito son: cyberbulling, grooming, phishing,


narcotrá fico, pharming y terrorismo virtual.

8.6. ¿CUÁLES SON LOS CIBERDELITOS MÁS COMUNES?

Cyberbulling o ciberacoso es el uso de los medios telemá ticos para ejercer el


acoso psicoló gico entre iguales. No se trata aquí el acoso de índole estrictamente
sexual.

8.6.1. Revenge Porn o porno vengativo es el contenido sexual explícito que se


publica en internet sin el consentimiento del individuo que aparece representado.
Mucho de este material es producido por la propia víctima y enviado al infractor a
través de canales como Whatsapp. Es considerada como violencia psicoló gica.

8.6.2.Grooming se trata de una serie de conductas y acciones emprendidas por


un adulto con el objetivo de ganarse la confianza de un menor de edad, creando una
conexió n emocional con el fin de disminuir las inhibiciones del menor y poder abusar
sexualmente de él.

8.6.3.Pharming en este caso la víctima sufre el delito en un mundo virtual totalmente


falso sin darse cuenta. Todo gracias a un virus que ingresa a su computador y que
envía al usuario a una pá gina web falsa de su banco, que copia sus datos de acceso y
transfiere el dinero en segundos. El concepto responde a un juego de palabras con el
término en inglés para cultivar (farming), porque los ciberdelincuentes “cosechan” el
dinero de sus víctimas.

8.6.4.Phishing es el tipo de estafa por internet má s conocido hoy en día. Su nombre


deriva de un juego de palabras con el término pescar en inglés (fish), dado que la
víctima “muerde el anzuelo”. Consiste del envío de falsos correos electró nicos y
mensajería online mediante chats y aplicaciones mó viles que dirigen usuarios a un sitio

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web falso, con el fin de obtener su informació n personal como claves de acceso y otros
datos para robar cuentas bancarias.

8.5.CÓMO INFLUYEN LOS DELITOS INFORMÁTICOS


Los delitos informá ticos está n presentes en la actualidad en cualquier parte del mundo
en la que se tenga acceso a un medio virtual y electró nico, esto conlleva a que la
informació n que publicamos en redes sociales, perfiles, correos entre otros puede
llegar a ser vulnerada. Este tipo de acceso a la privacidad de una persona puede afectar
no solo su vida financiera sino también su vida personal.

El uso de dispositivos cada vez es má s comú n, ya que todas las personas buscan
comunicarse entre sí, enviar informació n es algo inevitable sobre todo en aquellos
casos en que las distancias son má s largas. Cualquier tipo de informació n que se envié
por medios electró nicos puede ser alcanzada por un ciberdelincuente, el cual no
busca siempre un beneficio econó mico con su actividad delictiva, sino que en algunos
casos solo busca poner a prueba su inteligencia.

Muy pocas personas son conscientes de la influencia que tienen los delitos
informá ticos en la actualidad y por esto no tienen mecanismos de defensa, control
sobre la informació n que comparten a través de los medios electró nicos.

8.6. PERFIL CRIMINAL ACTUAL DEL CIBERDELINCUENTE


En la actualidad el perfil de atacante informá tico conocido como “depredador
informá tico” que sin empatía alguna por su víctima rastrean la red en busca de víctimas
sexuales desamparadas; enfermos movidos por venganzas inexplicables que atacan a
personas que no tienen el valor de enfrentarse directamente; se consideran agraviados
por asuntos econó micos y desarrollan programas dañ inos de ataque al patrimonio
de terceros; o en otras ocasiones má s preocupantes, tratan de destruir

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masivamente objetivos estraté gicos guiados por mó viles ideoló gicos que desembocan
en terrorismo.

Los depredadores solitarios de la informá tica que se ofrecen lucrativamente a las


grandes organizaciones criminales. Una vez se consigue el algoritmo y el software que
sirve para captar informació n ilícita de manera masiva o se descubre có mo vulnerar la
protecció n puesta por el usuario, ningú n objetivo es descartable por difícil que se le
presente. Así las grandes organizaciones criminales usan métodos informá ticos y
programas delincuentes (malware) para hacerse fá cil y masivamente con
nuestro dinero, el lo que se conoce como el “Hacking by dollar” el ataque informá tico
para hacer caja.

Los ataques en la actualidad se van afinando, y cada vez el éxito es mayor en menor
tiempo, porque sofistican sus medios de ataque. Así el ramson (ciberescate)
ha pasado de encriptar archivos, para cuya liberació n se exige el rescate en bitcoins, a
bloquear los accesos o el disco duro de sus víctimas o estudian específicamente
objetivos má s pudientes como aquellos usuarios titulares de tarjetas platino, por
ejemplo, de modo que, discriminando, alcanzan mejores resultados en sus ataques.
La tendencia má s dañ ina de los ú ltimos tiempos está siendo, sin embargo, el ataque en
manada o grupo a terceras personas particulares en busca, masiva, de su sexo,
patrimonio o atacando la intimidad ajena.

Por primera vez en la Historia, sus autores ya no son personas con escasos recursos y
casi nula formació n, sino todo lo contrario, pues como se ha comprobado ya no es
infrecuente encontrar entre ellos informá ticos, físicos, matemá ticos, ingenieros, etc.
El perfil má s detectable entre quienes acaban siendo detenidos y condenados en los
tribunales es el usuario de la informá tica ya que al final uno es bueno en lo que se
ejercita mucho, aunque no se sea experto ni programador pues la cantidad de horas
que muchos usuarios informá ticos pasan trasteando por Internet, les convierte

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en expertos que, al final, acaban delinquiendo con aquello con lo que está n
familiarizados.

TEMA N° 9
EL MODUS OPERANDI Y EL MODUS APPARENDI

9.1. EL MODUS OPERANDI


9.1.1. Definición, características y riesgo en el modus operandi
Literalmente modus operandi significa «modo de operar» y se refiere al modo de
obrar, de hacer las cosas cuando es característico y reiterado al objeto de conseguir un
fin. Desde el punto de vista de la Psicología Criminalista, el modus operandi será la
manera concreta de actuar de un delincuente para conseguir consumar el delito con
éxito, un modo de comportarse. Aunque puede tener numerosas semejanzas con las
conductas que realice cualquier otro delincuente que se dedique a la misma actividad
delictiva, de algú n modo expresará la manera específica de comportarse de cada
individuo. Hay que tener en cuenta que ni hay dos delincuentes iguales ni dos acciones
delictivas iguales, aunque hayan sido cometidas por el mismo autor. Cada
delincuente genera sus propios delitos. Incluso el mismo agresor no realizará
hechos idénticos porque cada uno de ellos es ú nico en su ejecució n; porque es llevado
a cabo en otro momento, en un contexto diferente y, seguramente, con afectados
diferentes.

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El modus operandi tiene un valor relativo a la hora de relacionar casos cometidos por
un mismo autor, ya que la variabilidad que presenta es debida al aprendizaje que
realiza el autor del delito para perfeccionar su técnica delictiva, con el objeto de
maximizar los beneficios y minimizar el riesgo de ser detenido. Teó ricamente todos los
autores de un mismo tipo delictivo deberían emplear similares modus operandi si
estos son exitosos, pero este argumento lo desarrollaremos posteriormente.

El modus operandi refleja la naturaleza del hecho delictivo y se refiere a una serie de
actos que se pueden agrupar en el modo de acometer a la víctima o al objeto principal
de su delito; en las acciones propias para cometer el hecho; en el modo en que
abandona a la víctima, en su caso; y en el método de huida del lugar del crimen.

9.1.2. ¿QUÉ ES EL MODUS OPERANDI?

Modus operandi (MO): comprende todos los comportamientos que son necesarios para
que un delincuente en particular perpetre con éxito un delito. Es la «forma de
proceder», como los comportamientos llevados a cabo por el delincuente para elegir la
víctima má s propicia y llevar a buen término la acció n delictiva sin ser identificado y,
por supuesto, detenido.

Modus operandi, se refiere al conjunto de há bitos, técnicas y peculiaridades


conductuales propios del agresor, que se mantienen, hasta cierto punto, consistentes a
lo largo del tiempo; sin embargo, existe la posibilidad que estas se vean modificadas a
medida que el agresor adquiere mayor experiencia, habilidad, confianza y éxito en la
comisió n de sus delitos; así mismo, puede verse impactado por las consecuencias
negativas que estas le hayan causado.

9.1.3. CARACTERÍSTICAS PSICOLÓGICAS DEL MODUS OPERANDI

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El modus operandi puede informar al analista de conducta de varias


características del agresor. Una de ellas es su nivel de inteligencia. Cometer un delito
requiere vencer una serie de resistencias; superar los obstá culos que protegen el bien
jurídico de que se trate. Esos obstá culos pueden ser activos o pasivos. Activa por
ejemplo es la resistencia física que interpone la víctima ante un caso de robo. Pasivas
son las medidas de seguridad de un vehículo correctamente cerrado. En el
primer ejemplo el agresor puede doblegar la resistencia de la víctima golpeá ndola con
fuerza y por sorpresa o empleando un medicamento concreto para producirle
somnolencia. En el segundo puede romper el cristal de una de las ventanillas del
vehículo o emplear un artefacto cuyo software es capaz de desactivar
electró nicamente los sistemas de seguridad del coche. Todos estos ejemplos señ alan
diferentes modos de resolver los problemas que al agresor se le interponen entre el
objeto deseado y su voluntad de adquirirlo.

Del mismo modo, nos informará de su nivel de inteligencia el modo en el que el


agresor soluciona o trata de solucionar los obstá culos imprevistos que surgen durante
la comisió n del delito. Hay que tener en cuenta que normalmente el hecho no sucede
en la realidad exactamente como el delincuente había planeado. La realidad, gracias al
azar, se caracteriza por los imprevistos, que le dan su forma definitiva. Así, la
comisió n de un hecho delictivo se convierte en un proceso continuo de toma de
decisiones, de acciones y reacciones, de causas y consecuencias. Precisamente, el modo
de gestionar esos imprevistos por parte del agresor nos informa de su nivel de
inteligencia. El modo má s fiable de medir esta característica psicoló gica es mediante la
resolució n de problemas, y cometer un delito está lleno de problemas que solucionar,
algunos previstos y otros no.

En la misma línea que la inteligencia, otra característica que se puede inferir del modus
operandi es la pericia del agresor para cometer el delito. Gracias a su nivel de
inteligencia el agresor puede haber preparado diferentes alternativas para solucionar
los problemas que le surgirá n durante la comisió n del hecho. Sin embargo, una cosa es
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planear una acció n o secuencia de acciones y otra bien distinta es tener la habilidad
prá ctica para llevarla a cabo. En este caso hablamos de destrezas, de una habilidad
ejecutiva para llevar a cabo acciones concretas.

A su vez, la pericia nos informa del nivel de conocimientos del individuo en una ciencia
concreta, así como de su experiencia para llevarlos a la prá ctica de un modo eficaz. La
pericia y la experiencia combinadas pueden ser inferidas a partir de las herramientas
empleadas por el agresor, así como de la cantidad de tiempo que le ha requerido llevar
a cabo la acció n delictiva. De ello se deriva incluso la hipó tesis de que el delincuente
tenga una determinada formació n profesional, ya que mediante las conductas se
demuestran esos niveles de conocimientos, pericia y experiencia, que quedan reflejados
en el modo en el que el individuo cometió el delito, sea esta la profesió n que sea, desde
cerrajero a ingeniero informá tico.

Como vemos, el modus operandi puede dar bastantes pistas sobre algunas
características personales del autor del delito. Ya que el modus operandi se compone
de acciones, vemos có mo, en definitiva, analizar este concepto supone realizar un
aná lisis de conducta criminal, basá ndose, como se indicó anteriormente, en los
indicios físicos que quedaron de la comisió n delictiva.

9.1.4. OBJETIVOS DEL MODUS OPERANDI


El Dr. Brent Turvey nos señ ala que el Modus operandi cumple con tres objetivos
fundamentales para el agresor que lo pueden volver má s cuidadoso en su actuar
durante la comisió n de un crimen, estos tres elementos son:

 Proteger la identidad del agresor. Consideraremos como modus operandi


cualquier conducta, por corriente u original que sea, siempre que su
objetivo sea proteger la identidad del perpetrador, al objeto de no ser
identificado y eludir así la acció n policial. Pueden ser elementos como

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má scaras, guantes, cubrir a la víctima, así como el homicidio de la víctima sirve


para favorecer al agresor a no ser identificado por esta.

 Asegurar el éxito del delito.- Cualquier conducta cuyo objetivo sea superar los
posibles obstá culos y dificultades con los que se puede encontrar el agresor
para lograr su objetivo delictivo, asegurando así la comisió n exitosa de su
acció n, debe ser considerada modus operandi. Por ejemplo, si el agresor busca
robar a la víctima probablemente use un arma o la amenace, si lo que busca
es violar a la víctima probable mente use elementos para evitar que pida
ayuda o para someterla y evitar que huya.

 Facilitar la huida.- Por ú ltimo, el delincuente realizará una serie de


conductas tendentes a marcharse del lugar del delito con el objetivo
cumplido, ya sea llevá ndose lo deseado o habiendo realizado la conducta
prevista, de tal modo que pueda desvincular su identidad tanto del lugar como
del hecho y no ser aprehendido cuando se conozca la comisió n delictiva.

Por tanto, cualquier conducta que el agresor realice y que le permita


abandonar la escena del delito para evitar que la acció n de la justicia se
dirija contra é l será una conducta del modus operandi.

9.1.5. TIPOLOGÍA DEL MODUS OPERANDI


La tipología del MO que nos propone Jorge Jiménez Serrano, se puede establecer un
nivel de riesgo para el agresor (ya que este es quien hace uso de un modus operandi),
estos riesgos se clasifican en:

 Modus Operandi de Bajo Riesgo

 Modus Operandi de Alto Riesgo

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Donde el Modus Operandi de bajo riesgo “…evidencia una gran planificació n, gran
habilidad y ó ptimos actos de precaució n antes, durante y después del acto
criminal. El momento, lugar y victima son seleccionados con gran habilidad para
favorecer sus intereses. (Ejemplo: Escoger victimas desconocidas puede considerarse
una conducta de un MO de bajo riesgo)”.

Mientras que el Modus Operandi de alto riesgo “… evidencia gran improvisació n en


sus actos, poco habilidoso, sin actos de precaució n y dejando gran nú mero de
evidencias físicas en la escena del crimen. El criminal no ha planificado el lugar, tiempo
y la victima seleccionada, es posible que se vea interrumpido o que escoja a las
victimas menos adecuadas. (Ejemplo: seleccionar para robar sin arma a una víctima
má s corpulenta puede considerarse una conducta de un MO de alto riesgo).

9.2. EL MODUS APPARENDI


9.2.1. DEFINICIÓN MODUS APPARENDI

Para entender adecuadamente el concepto de Modus Apparendi (MA) sería preciso


distinguir, en primer lugar, entre el mó vil de un crimen, definido como el objetivo que
se pretende alcanzar, normalmente econó mico y, por otro lado, la motivació n,
entendida como la fuerza tractora de cará cter emocional que le impulsa a un
individuo a cometer. Etimología del modus apparendi significa aparecer, ser visible,
mostrarse. Morfoló gicamente, apparendi, es un gerundio en caso genitivo que
funciona como complemento del nombre, acompañ ando en nuestra propuesta a
“modus“, y que tiene mucha tradició n con expresiones como “ars dicendi”, ‘el arte de
hablar’ o nuestro criminoló gico modus operandi.

9.2.2. COMPONENTES DEL MODUS APPARENDI: FIRMA, RITUAL, ESCENIFICACIÓN


Y SELLO

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a. Componentes del modus apparendi: Firma


La firma en el á mbito criminal es un comportamiento ejecutado por el autor del delito
con la intenció n de que le sea atribuida su autoría. Este concepto ú nicamente
debería ser considerado así para no hacer inadecuadas interpretaciones que puedan
malograr el aná lisis psicoló gico del delito.

La firma es una conducta propia del ritual, ya que, ademá s, satisface alguna necesidad
psicoló gica o emocional del perpetrador, como es que quede claro que él es el autor del
delito y no otra persona, pero su ú nica intenció n, por los motivos que sea, es la de dejar
constancia de que la autoría es suya. Si no se puede apreciar esta motivació n tan
concreta, no deberíamos hablar de firma, sino, simplemente, de ritual, conducta que,
junto con las del modus operandi, conformará n su sello personal.

Puede que, con esta aproximació n al concepto de firma, no sepamos si un


comportamiento determinado es firma o no hasta que nos informe de ello su autor, en
el caso de ser identificado o de que él mismo, por el medio que sea, así lo difunda.
Repito, si no se reclama la autoría, de modo expreso o tá cito, no hablaremos de firma,
sino de ritual, un ritual que, juntamente con el modus operandi, conformará n su sello
personal, ese modo global de actuar que le distingue del resto de delincuentes.

b. Componentes del modus apparendi: Ritual


El ritual podría ser definido como el patró n distintivo de conductas del agresor que le
son características y que satisfacen sus necesidades psicoló gicas y emocionales
(Soto, 2017).

Ritual hace referencia a rito, siendo este, segú n el Diccionario de la Real Academia
de la Lengua Españ ola, costumbre o ceremonia. Es fá cil pensar que el concepto de ritual
solo tiene lugar cuando se producen casos en serie. Quizá sea debido a su concepció n
como costumbre o há bito, que, inevitablemente, lleva a pensar en repeticiones a lo

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largo del tiempo, en un patró n de conductas que podemos encontrar en una serie de
hechos cometidos por un mismo individuo.

Es un conjunto de conductas añ adido al modus operandi, siempre presente, y, dado que


suponen un extra a la acció n delictiva, debemos plantearnos el por qué se han
realizado. Lo que aportan ha de referirse má s al autor que al hecho delictivo. Nos
informan de sus necesidades psicoló gicas para llevarlas a cabo.

Desde el punto de vista de la investigació n policial, el ritual puede suponer para el


delincuente un aumento del riesgo de ser identificado, por cuanto puede requerir pasar
má s tiempo en la escena del delito, o una interacció n má s elaborada con la víctima que
permita que esta obtenga má s datos acerca del autor, o incluso el hecho de dejar en la
escena má s indicios físicos y conductuales.

También puede darse el caso de que, a pesar de que el agresor desee realizar esas
conductas rituales, porque quiere satisfacer sus necesidades psicoló gicas y
emocionales, la diná mica de actos del delito concreto se lo impida, es decir, puede que
no cuente con tiempo suficiente para llevarlas a cabo; que circunstancias ajenas a él
como la presencia de testigos no se lo permitan; que en ese momento en cuestió n sus
necesidades psicoló gicas o emocionales no sean tan perentorias; o, simplemente, por su
propia actitud precautoria.

Componentes del ritual

El ritual, como conducta basada en un proceso psicoló gico, se compone de los


siguientes elementos:

a) Unos procesos cognitivos en los que se produce la ideació n de la fantasía. Esta


se convierte en un relato en el que se introducen elementos que la podrían
hacer viable en la realidad. El sujeto se plantea la secuencia de actos que lo
harían posible; tiene en cuenta los posibles obstá culos que surgirían y el modo

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de superarlos; se plantea las herramientas y el uso para llevarlo a cabo, etc. Este
componente planea de un modo má s o menos detallado el hecho a reproducir.

b) Unos procesos emocionales que tiñ en la ideació n fantá stica de un color


emocional. Casi de un modo inseparable de los procesos cognitivos que
dan forma al relato imaginado por el individuo, se introducen emociones en el
mismo. Son las emociones que espera sentir y provocar en otros a lo largo de la
reproducció n en la realidad de la fantasía.

c) Unos procesos motivacionales que son los impulsos que llevan al agresor a
querer convertir su fantasía en realidad. Los procesos cognitivos y
emocionales son insuficientes si se quiere plasmar en la realidad la fantasía
creada. Deben ir acompañ ados de la motivació n precisa para hacerla realidad.
Aparece entonces el impulso para convertirla en realidad, todo ello con el
objetivo ú ltimo de experimentar en la realidad una satisfacció n psicoló gica y
emocional superior a la anticipada en la íntima fantasía.

c. Componentes del modus apparendi: Escenificación

El concepto de escenificació n es complejo por cuanto puede llegar a componerse de una


gran cantidad de conductas de complicada interpretació n, sobre todo en cuanto a su
motivació n ú ltima. Vamos a entender este componente del modus apparendi como el
conjunto de conductas llevadas a cabo por un asesino, orientadas a manipular y
disponer en determinadas posturas el cuerpo de la víctima. Por regla general, son
dos tipos de intenciones las que le llevan a un criminal a realizar este tipo de
intervenciones en la escena del crimen. Por un lado, imaginarse que la víctima no está
realmente muerta, solo durmiendo. Esta disposició n suele revelar que existía algú n
tipo de vínculo familiar o afectivo entre la víctima y su asesino o asesina. Entrecruzar
las manos, depositar el cadá ver en una cama o adornarlo con algú n tipo de
complemento usado en vida por la víctima suele ser el reflejo psicoló gico de un

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posible remordimiento por parte de la persona que ha cometido el crimen. Nó tese


que con esta escenografía se presentan los cadá veres a los familiares en los ritos de
duelo en la mayor parte de las culturas. Por otro lado, y con una intenció n
diametralmente opuesta, el asesino puede resolver colocar el cadá ver en una posició n
vejatoria o humillante con el macabro propó sito de provocar, ofender, desafiar y herir
la sensibilidad de la sociedad.

d. Componentes del modus apparendi: Sello Personal

La conjunció n de las conductas del agresor que conforman un estilo propio de


comisió n delictiva, de tal modo que le diferencia de otros delincuentes, es lo que
denominaremos sello personal. Los actos realizados por las personas configuran su
idiosincrasia y esta es concebida por ella misma y por las demá s personas como
una unidad. Esta afirmació n es también vá lida en el á mbito criminal. Al hablar de
sello personal hablamos de un estilo propio del agresor y que, en cierta medida, le
diferencia del resto, el concepto está integrado en toda una diná mica de actos.
En definitiva, cuando hablamos de sello personal nos referimos al modo en que el autor
de un delito actuó , conjugando sus comportamientos de modus operandi y, en su
caso, de ritual. Ningú n acto se realiza de modo aislado. Todos los comportamientos,
incluidos los delictivos, está n relacionados y son antecedentes y consecuencias unos de
otros.

Con el fin de aclarar y acotar conceptos se propone como categoría genérica un nuevo
epígrafe que denominaremos modus apparendi y que englobaría el ritual, la firma, la
escenificació n y la sintomatología.

e. Componentes del modus apparendi: Sintomatología


Con esta nueva forma de modus apparendi nos estamos refiriendo a aquellas huellas
psicoló gicas que son reflejo de una patología, un trastorno o una desviació n
comportamental. La gerontofilia, la piromanía, la pedofilia, la psicopatía, etc. son

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manifestaciones psicoló gicas desviadas y con relevancia clínica, que expresan las
motivaciones má s oscuras y perversas de la mente humana y que pueden verse
reflejadas en la elecció n de las víctimas, en la perversidad de las acciones llevadas a
cabo o la gratuita brutalidad de la violencia empleada. Cabe decir, no obstante, que
existe una cierta tendencia a encorsetar en un diagnó stico clínico la atrocidad de
algunos crímenes, pero lo cierto es que, en su mayoría, está n perpetrados por
individuos, sin duda desviados de las normas sociales, pero plenamente conscientes
de sus actos y con capacidad para no haber elegido ese camino.

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