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En el texto “La Educación después de Auschwitz” del filósofo alemán Theodor Adorno, se

muestra su preocupación para que no se repita lo que ocurrió en este campo de concentración y
establece que ello debe convertirse en la primera de todas las exigencias en la educación, ya que
como se le ha dado poca importancia a esta exigencia, está latente la posibilidad de que vuelva a
ocurrir y hay que hacer algo.

El autor basa su opinión argumentando primero que este no es un fenómeno aislado y da como
ejemplo lo que sucedió en la Primera Guerra Mundial cuando los turcos mataron a más de un millón
de armenios. Efectivamente, desde tiempos inmemoriales, el genocidio ha sido un fenómeno
destructivo presente en varios pueblos en los que los más fuertes atacan a los más débiles.

Tomando esto como base, él propone entonces, que la educación debe ocuparse en contrarrestar la
insensibilidad, el odio y la agresividad; sobre todo en la primera infancia. También a la ilustración
general que establezca un clima espiritual, cultural y social en el que los motivos que condujeron al
terror hayan llegado, en cierta medida, a hacerse conscientes. Así mismo, la educación debe
enfocarse en la desbarbarización del campo, puesto que la diferencia cultural que todavía subsiste
entre ciudad y campo es una de las condiciones del terror; sin embargo, también en las ciudades
existe la opresión por la fuerza, sobre todo en hombres con tendencias agresivas reprimidas. Por
cierto que, más adelante, refiere que una de las causas de la agresividad de los hombres hacia sus
congéneres es el hecho de reprimir sus angustias, por ende, no debe permitirse que esto suceda, al
contrario, si el ser humano puede exteriorizar sus angustias, entonces desaparecerá probablemente
gran parte del efecto destructor de la angustia inconsciente y desviada.

De esta manera, el autor establece una serie de propuestas personales, con las que él supone, se
podrían alcanzar estos fines educativos, como por ejemplo que se planeasen programas de televisión
que atendiesen a los puntos neurálgicos de ese específico estado de conciencia, la formación de algo
así como grupos y columnas móviles de educación y, sobre todo, combatir la ciega supremacía de
todas las formas de lo colectivo; ya que los hombres que ciegamente se clasifican en colectividades
se transforman a sí mismos en algo casi material, desaparecen como seres autónomos y obedecen
ciegamente a sus “líderes”, no importa si es un loco, solo por ser parte de esa masa eufórica. Esta
opinión de Adorno me remite, y venga al caso, la película de drama alemana La Ola en la que se
demuestra que efectivamente se puede implantar un sistema totalitario a través de la manipulación
de las masas que fácilmente caen en este cambio de pensamiento, cuando se ahonda en sus
debilidades y carencias, haciendo nulo su criterio propio y capacidad de discernir según sus valores
y conciencia, sino empujados por un ideal grupal disfrazado de bien común, pero que guarda
escondido el interés particular del líder que los domina.

Este aspecto tiene particular vigencia en nuestro país con lo que ocurrió al llegar Hugo Chávez al
escenario político, y lo tomo como ejemplo claro de lo anterior. Chávez utilizó la crisis política y
económica para presentarse como el salvador, conquistó al pueblo con símbolos, su influencia
mediática, mensajes e imágenes emotivas y un sinfín de estrategias; y luego de alcanzado el poder,
instó a cometer actos vandálicos, usar armas, expropiar, rechazar a sus semejantes, irrespetar sus
ideas por no ser las mismas, denigrar y abusar de la autoridad creando una anarquía, fomentando el
irrespeto a la individualidad y a la condición humana misma, todo disfrazado en un marco de
legalidad. Esto es precisamente lo que afirma el autor, está latente la amenaza de que los seres
humanos atenten en masas contra otros, se dejen dominar por unos pocos y se cometan actos
brutales sin ningún cargo de conciencia. Por eso evidencia como imprescindible la necesidad de
descubrir los mecanismos que vuelven a los hombres capaces de tales atrocidades, mostrárselos a
ellos mismos y tratar de impedir que vuelvan a ser así, a la vez que se despierta una conciencia
general respecto de tales mecanismos; así como también propone que se estudie a los culpables de
Auschwitz con todos los métodos de que dispone la ciencia moderna, buscando los mismos fines
anteriores.

En fin, Adorno insta a que se tome la educación como arma para desarrollar y fomentar la
autonomía de los individuos, su conciencia crítica basada en el amor a los demás y, a la vez, en la
eliminación de la frialdad e insensibilidad, tan propia de las sociedades modernas, sin dejar de
modificar los ordenamientos y condiciones que la reproducen, para así, evitar, desde la raíz de la
conciencia humana que sucesos como lo ocurrido en Auschwitz vuelvan a repetirse.

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