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Entienden que es Dios quien sostiene a las naciones y el pecado el que las destruye. La
gloria de una nación sólo se alcanza con la obediencia total a Dios.
Después de haber luchado denodadamente y alcanzado el trono de Israel, ahora se
encontraba “avanzado en días”. El anciano monarca se confrontó a su última prueba
expectante, sabiendo que sólo la mano de Dios podía salvar su dinastía.
Vencido ya por el peso de sus casi 70 años (2 Samuel 5:4–5), agobiado por su debilidad
física, nunca dejó de buscar a Dios antes de tomar decisiones. Además, tenía muchos
enemigos que deseaban destronarlo.
Adonías el hijo mayor se rebeló ya que a el no le correspondía decidir quién sucedería
a su padre frente al Reino, aunque fuera el mayor. Adonías estaba lleno de avaricia,
egoísmo y orgullo porque era de “buen parecer” aprovechó la debilidad y la falta de
corrección de su Padre para proclamarse Rey e implicaría quitarle a vida a Salomón al
convertirse en el nuevo monarca. David como padre va a cuidar que los propósitos de
Dios se cumplan en Salomon.