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A Brandon:

Hoy no tuve un día bueno. La chica que me gusta tanto, y de la que estoy perdidamente
enamorado, me mandó muy lejos. Me pidió que no le hable, porque, según ella, ya se dio
cuenta que ama a otro hombre. Si tan sólo escuchara lo que ese tipo habla de ella,
cambiaría de parecer. Pero en fin, ese ya no es asunto mío.

Hay otra mujer, una amiga en la que estoy comenzando a interesarme, y hoy que la vi,
estaba molesta conmigo. Habían pasado sólo tres días que no nos veíamos, e incluso
habíamos planeado una cita. Hoy, simplemente me saludó sin mirarme a los ojos y me
pidió que luego nos viéramos.

Y ni qué decir de la chica del Chat, hace un tiempo fuimos novios, pero no novios de
Internet, pues nos conocemos en persona. Siempre nos llevamos muy bien, pero la
relación se quebrantó por cuestiones laborales y sólo podíamos mantener el contacto por
medio del Chat. Hoy que nos conectamos, sentí que no le interesaba lo que le decía.
Prácticamente dijo seis frases: “Hola” “¿Cómo estás?” “Ah que bueno” ”Me tengo que ir”
“luego nos vemos” y “Bye”. Yo me pregunto: ¿Qué pasa?

Para cerrar con broche de oro, Tú, me saludaste esta tarde, después de dos años. Cuando
te escuché, surgieron sentimientos encontrados en mí:
Por un lado, me alegré demasiado, pues nunca, por iniciativa propia, me habías
saludado. Las pocas veces que escuchaba de ti un “hola”, eran las veces que tu mamá te
obligaba a decirlo.
Por el otro, sentí coraje, hacia tu madre, porque cuando me hablaste esta tarde, ella se
encontraba parada detrás de su pareja actual y ambos se burlaban de mí.

¿Sabes algo? Toda esta semana me la pasé pensando en la manera de acercarme a tu


hermano y a ti, pero en estos siete días, me di cuenta que ambos cambiaron:
Tu hermano solía seguirme a todos lados y lloraba siempre que me separaba de él. Y hoy,
en todo el tiempo que estuve aquí, ni siquiera volteó a verme. Eso me entristece el alma.

También tú cambiaste: siempre cuidabas a tu madre, e impedías que alguien se le


acercara. Tardaste un año en hacerte a la idea de que tu madre y yo nos queríamos.
Incluso, antes de que yo le hablara de amor, tú le dijiste que yo estaba enamorado de
ella; y no porque yo te lo pidiera, sino porque te dabas cuenta de ello. Ahora que me
saludaste, te di mi mano y titubeaste tocarla.

Quisiera contarte algo, cómo la conocí y lo que nos separó. Yo llegué a casa de tu vecino a
rentar un cuarto, cuando terminó la Guerra. Tenía dos meses de vacaciones, pues estaba
en espera de una misión más grande. El día que llegué a su casa, tu madre estaba con su
hermana en la acera de enfrente y ambas comían un helado de vainilla; yo bajé de mi
jeep junto con seis soldados, de los que yo era responsable. Cuando nuestras miradas se
cruzaron, tu madre y yo nos enamoramos. Yo nunca había creído en el amor a primera
vista, pero simplemente caí en él.

Diariamente, durante mi primer mes de vacaciones, visité a tu madre; ella vivía en la


casa de enfrente de la que yo estaba rentando y me era muy fácil verla. Poco a poco, y
entre pláticas, me enteré de que tenía un hijo de cinco años, tú, y que estaba

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embarazada de nuevo, además de que tu papá la había dejado porque no quería tener
más hijos. La sinceridad con la que me hablaba de su situación, me ató más a ella.

Fue al término de este mes, cuando te conocí. Tu madre estaba segura de mi amor por
ella y me invitó a pasar a su casa. Al verme, tu primera reacción fue de miedo y todo el
tiempo que estuve en tu casa, permaneciste aferrado su pierna. Antes de irme, te sonreí y
tú diste una pequeña muestra de sonrisa.

El resto de mis vacaciones, lo pasé en tu casa y poco a poco te acostumbraste a mí.


Cuando llegó la hora de volver al campo militar, recibí un abrazo tuyo y eso me alegró
mucho. Ya en el campo, me enviaron a Colombia, a recibir una actualización sobre
técnicas de combate al narcotráfico. Y cada que tenía un rato libre, le escribía a tu madre.

Tardé seis meses en volver a verlos y cuando regresé, tu hermano ya había nacido. Decidí
apoyar a tu madre y los adopté. Así podían disfrutar de los servicios que el Ejército me
ofrecía. Aún con esto, me di cuenta que tú querías a tu padre biológico y simplemente,
me aceptabas como compañero. En cambio, tu hermano no conocía otro padre más que
yo.

Pasé tres años junto a ustedes, mi nueva familia, y fueron unos años maravillosos. Más
nada dura por siempre, y una ocasión que yo estaba fuera de casa, tu padre intentó
convencer a tu madre para que volviera con él, porque nunca pudo encontrar en otras
mujeres el amor que ella le daba. Cuando volví, él intentaba abrazarte. Yo sentí que iba a
perder a mi familia y cometí una estupidez: cuando corriste sus brazos, me interpuse
entre ustedes, te tomé por los brazos y te arrojé a la cama; tu madre comenzó a gritarme
y él intentó darme un golpe; olvidó que soy militar, pero yo no.

Con esa ventaja, le permití que me golpeara en tres ocasiones, así podía enojarme y
golpearlo con más fuerza. Ni uno de sus golpes me hizo sentir lo que el llanto en los ojos
de tu hermano sí. Cuando la pelea comenzó, tu hermano dormía y con los gritos de tu
madre, su sueño fue interrumpido. Asustado corrió a ver porqué lloraba y me vio golpear
con saña a tu padre. A sus tres años, no entendía sobre peleas, pues siempre vivió en un
ambiente de amor y armonía, pero viendo ustedes lloraban, hizo lo mismo. Sólo su
rostro afligido, me hizo volver a la realidad, y pude ver cuánto daño les había
ocasionado: tu padre yacía en el suelo, bañado en sangre y tu madre lo abrazaba; tu
hermano y tú lloraban en la cama.

Entendí que tenía que marcharme. Que todo lo que había construido en tres años, lo
había tirado a la basura. No tenía caso lamentarme, debía irme.

Mi superior me mandó a Rusia, hasta que las cosas se enfriaran, pues tu madre me había
demandado. Me mandó a Rusia, según él, para que el frío de ese país me ayudara a
olvidar a mi familia y todo lo sucedido. Durante un año, dejé de pensar en ustedes, y me
concentré en capacitar al pelotón a mi cargo para que se convirtieran en los mejores.
Tras dos años de disciplina y un duro entrenamiento, regresé a México. Me ascendieron
de rango, al de General de Brigada. Y como pago a mis servicios, me dieron una casa en
Naucalpan. Un día antes a mi regreso de Rusia, trasladaron mis pertenencias a ésta. Y
sólo me limité a ordenarlas.

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Mientras desempacaba, en una de las cajas encontré una foto, donde aparecíamos
retratados, tu madre, tu hermano, tú y yo. Esa noche no pude conciliar el sueño, sólo los
recuerdos daban vueltas en mi cabeza. En la foto, aparecías sobre mis hombros, y tu
madre cargaba a tu hermano; estábamos en una playa de Manzanillo; habíamos pasado
toda la tarde buscando caracolas vacías y tú estabas exhausto. Celebrábamos que ella
cumplía veintiséis años.

Por dos meses, esa fotografía perturbó mis sueños, hasta que, una mañana regresando
de correr en el parque que está cerca de mi casa, una mujer tocó a mi puerta. Para mi
sorpresa, era una compañera de mis años como recluta y siempre se había mostrado
indiferente hacia mí. El mundo es muy pequeño, y tocó porque me había observado por
un par de semanas. Le pregunté que cómo era eso y me dijo que vivía en la casa del otro
lado de la acera. Como en Naucalpan las casas son muy grandes, no la había visto.
Hemos salido a caminar un par de veces aunque no es de mucha importancia. No siento
nada por ella.

No sé por qué estoy escribiéndote todo esto. Llevo una semana pensando en ustedes, y
hace tres días que investigué lo que han hecho durante estos dos años.

Cuando salí de tu casa, tu madre intentó rehacer su vida con tu padre. Duraron tres
meses así, pero, no había futuro para ellos. Él simplemente volvió a marcharse. Por
increíble que parezca, ella no sufrió en la soledad por mucho tiempo. Con sus veintiocho
años, era una mujer muy atractiva y más de un hombre la pretendía. Su pena duró tres
meses más, y, cansada de ésta, decidió relacionarse con un taxista que le hablaba muy
bonito. Hace seis meses se embarazó en tercera ocasión. Ahora viven en casa tus abuelos,
pues el taxista ya vendió su coche y no tiene trabajo.

A tu hermano lo han obligado con golpes a decirle papá al taxista. Contigo ha sido más
fácil, te encantan los juguetes y con un par de éstos, cambiaste de parecer. Aún no
defines tu postura. Siento lástima por ti hermano, por ti, y más por ella.

Te confieso que la amé, pero el día de hoy, cada uno ha hecho su vida. Ella intenta ser
feliz, está a tres meses de dar a luz un hijo de un hombre que la trata mal. Yo no logro
olvidarlos. No somos muy diferentes, ella se ha convertido en una mujer triste y sus
sueños se derrumbaron. Yo, tengo lo necesario para vivir. Mejor dicho, para morir.
Mañana regreso al Ejército. Le han declarado la guerra al país y tengo una misión
kamikaze. No tengo miedo de morir, pues tengo mucho que pagarle a mi país.

Los únicos que me ataban al mundo de los civiles, eran ustedes, y ya no son los mismos
que recordaba. Lo perdí todo. Sé que sólo tienes diez años, y que por ahora no me
entiendes. Pero, aunque nunca pudimos llevarnos como padre e hijo, quiero que sepas
que te quiero. Me despido de ti y de tu hermano, quienes fueron un tiempo hijos míos.
Hoy que me hablas tras dos años, y que tu madre ríe detrás de su marido.

Es mi último día… es el último que amo a tu madre, pues mañana… moriré.

Antoni, The Ilusion Behind A Poem

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