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Confesión de amor

--“Cuando Morfeo, el dios del Sueño, abandonó su tarea nocturna de visitar a los
hombres, éstos perdieron la capacidad de razonar, de imaginar y de inventar.
Lentamente, tornaron a su estado primitivo y sólo vivían para satisfacer sus necesidades
naturales. Dejaron de soñar y atribuyeron todo esto a Morfeo, jurando vengarse en el
momento en el que lo vieran de nuevo.

Desafortunadamente, ese día no tardó mucho en llegar. Morfeo regresó, sin dar
explicaciones acerca de su adiós. Los hombres molestos llevaron a cabo su venganza:
tomaron preso a Morfeo. Él se negó a hacerles daño, ni siquiera respondió a sus ataques,
pues sabía que tenían razón en molestarse con él. Incluso permitió que lo amarraran y
apedrearan.

Uno de los asistentes a esta “celebración” incitó a los demás para que prendieran fuego a
Morfeo. Él, sabiéndose un dios, estaba seguro que una pequeña llama no podría hacerle
algún daño. Desgraciadamente Leticia, una jovencita que observaba todo, no lo sabía.

Los enardecidos hombres, después de prenderle fuego, se marcharon. Leticia asustada, se


acercó al cuerpo de Morfeo e intentó desatarlo. No le importó quemarse las manos, con
tal de salvarlo.

Finalmente logró desatarlo, y se dio cuenta que el cuerpo de Morfeo no había sufrido
daño alguno. Llena de coraje, comenzó a llorar, y pensó que todo su sacrificio había sido
inútil. Morfeo despertó del trance en el que había caído y miró a Leticia con una sonrisa.
La tomó entre sus brazos y se elevó con ella por el cielo, alejándola del mundo de esos
seres salvajes.

Volaron juntos durante mucho tiempo. Cuando volvieron a la Tierra, la Civilización


estaba restaurada y Leticia estaba convertida en una mujer. Nada pudo hacer Morfeo
por las manos de la joven mujer, a cambió le propuso que sostuvieran un romance por
las noches. También le regaló un don, con el que podía saber lo que pasaría al día
siguiente, todo le sería revelado en sueños, siempre que durmiera con un almohadón de
plumas de ganso.

Morfeo no ha vuelto a abandonar a los seres humanos y, luego de 10 años, Leticia ha


aprovechado el don recibido por el dios. Además del amor que éste le brinda a cada
noche.”

El muchacho, de nombre Alfredo, cerró el libro y volteó a ver a su acompañante, una


hermosa joven llamada Sofía. Viajaban en un autobús; regresaban de una visita escolar a
un museo. Se habían puesto de acuerdo para viajar juntos, pues pertenecían a grupos
diferentes. Lo que los unía es que sentían una fuerte atracción uno por el otro.

(La escena se desarrolla en el asiento del autobús. Después de un breve silencio, Alfredo
comenzó a hablar)

Alfredo: --¿Qué te pareció la historia? La escribí para una amiga. Sabes, es muy buena
persona. Tiene sentimientos muy nobles.

Sofía: --Honestamente, no te estaba poniendo atención.

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Alfredo: --¿Quieres decir que estuve hablando en vano?

Sofía: --No es eso, sólo que no podía concentrarme.

Alfredo: -- ¿Tan aburrido soy?

Sofía: --La historia que acabas de leerme es interesante. Pero necesito hacer algo.

Alfredo: --Y ¿Qué es lo que necesitas?

Sofía: --Es muy extraño.

Alfredo: --Sabes que puedes decirme lo que sea.

Sofía: --Es esto… (Se acercó a él, y unieron sus labios por unos segundos)

Alfredo: --¡Vaya! Ha sido algo muy raro.

Sofía: --¿Raro?

Alfredo: --No, no, es que, me dejaste sin palabras

Sofía: -- ¿Tan malo fue?

Alfredo: --Para nada. Honestamente, me encantó. Lo que pasa es que tengo que decirte
algo

Sofía: --¿Qué es? Dímelo.

Alfredo: --Es que…

Sofía: --¡Ya dilo!

Alfredo: --Estoy enamorado de ti. No sólo es eso, esto es más fuerte. Cuando te veo se
detiene el tiempo. En el momento en el que nuestros ojos se cruzan, todo lo demás deja de
existir. Además, tu voz tiene la capacidad de transportarme a los lugares más hermosos.

Sofía: --No lo sabía.

Alfredo: --Nunca te lo había dicho por miedo, este maldito miedo que enclaustra mi amor
por ti. Sabes, la mayoría de los cuentos que he escrito hablan de ti. Eres mi inspiración. He
pasado muchas noches en vela, tratando de encontrar las palabras adecuadas para decirte
esto. He perdido el sueño en varias ocasiones, deseando besarte.

Sofía: --Ahora soy yo la que se queda sin palabras.

Alfredo: --¿Por qué?

Sofía: --Porque también siento algo por ti. Pero también a mí me ha paralizado el miedo.
No es la primera vez en la que he deseado besarte. Pensé que ibas a rechazarme.

Alfredo: --¿Por qué habría de hacerlo?

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Sofía: --Te conozco Alfredo, sé que no eres capaz de tomar las cosas en serio.

Alfredo: --¿Quién te ha dicho eso?

Sofía: --Nadie, es decir, tú mismo, tus acciones. Tu conducta refleja a una persona que
odia los compromisos.

Alfredo: --Sabes, en otras ocasiones he entregado mi corazón a personas que no lo


valoraron. No les reprocho nada. Todo el tiempo les demostraba mi amor con acciones,
pero nunca les dije una palabra. Es por eso que comencé a cerrarme. Empecé a ser una
persona impredecible. No logré aprender a expresar mis sentimientos, me gustaba dejar
que la gente los interpretara como mejor les conviniera. Nunca hablé claro.

Sofía: --¿Lo ves? Tenía razón sobre lo que pensaba de ti.

Alfredo: --No lo entiendes. Después de todo lo que he pasado, te conocí. Me enamoré de


ti. Cambiaste mi mundo. Cambiaste mi forma de ver las cosas.

Sofía: --No era mi intención. Además, no estoy segura de lo que siento.

Alfredo: --Yo nunca he estado más seguro que hoy. Lo que siento por ti desde hace ya
unos días es amor. Y este beso tuyo lo confirma.

Sofía: --Tengo miedo.

Alfredo: --No temas Sofía. Te aseguro que mi amor por ti crece a diario. Ahora veo la luz
de la esperanza brillar en mi mundo solitario, cual faro que alumbra a los barcos perdidos
en la inmensidad del mar. Sofía… (Acercándose a ella, la besó) Te quiero, no lo dudes.

Sofía: --Yo también te quiero Alfredo.

Alfredo: --Bendito el día que nuestros caminos se cruzaron. Bendito este viaje, que
permitió que confesáramos nuestro mutuo amor.

Sofía: --Basta de palabras, déjame besarte una vez más, antes que este viaje termine.

Alfredo: --Tenemos todo el tiempo, Te Quiero…

(La escena concluye con un beso tierno y callado).

Antoni, The Ilusion Behind A Poem

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