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Poesía
CUENTOS
El árbol mágico
Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro
encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las
palabras mágicas, lo verás.
El niño trató de acertar el hechizo, y probó
con abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras,
pero nada. Rendido, se tiró suplicante,
diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se
abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba
oscuro, menos un cartel que decía: "sigue
haciendo magia". Entonces el niño
dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro
del árbol una luz que alumbraba un camino
hacia una gran montaña de juguetes y
chocolate.
El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del
mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras
mágicas
La nuez de oro
Había una vez una niña de nombre María, que tenía
los cabellos negros como la noche. La hermosa
María gustaba de pasear por el bosque y conversar
con los animales. Cierto día, encontró en el suelo
una nuez de oro.
“Un momento, niñata. Devuélveme esa nuez, pues
me pertenece a mí y nadie más”. Al buscar el lugar
de dónde provenía la voz, la niña descubrió un
pequeño duende que agitaba sus brazos desde las
ramas de un árbol.
El duendecillo vestía de gorro verde y zapatillas carmelitas y puntiagudas. Sus
ojos verdes y grandes miraban a la niña fijamente mientras repetía una y otra vez:
“Venga, te he dicho que me regreses esa nuez de oro que es mía, niña”.
“Te la daré si me contestas cuántos pliegues tiene esta nuez en su piel. Si fallas,
la venderé y ayudaré a los niños pobres que no tienen nada que comer”, contestó
la valiente niña enfrentando la mirada del duende. “Mil y un pliegues” contestó la
criatura mágica frotándose las manos.
El cohete de papel
Había una vez un niño cuya mayor ilusión era
tener un cohete y dispararlo hacia la luna, pero
tenía tan poco dinero que no podía comprar
ninguno. Un día, junto a la acera descubrió la
caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al
abrirla descubrió que sólo contenía un pequeño
cohete de papel averiado, resultado de un error
en la fábrica.
El niño se apenó mucho, pero pensando que
por fin tenía un cohete, comenzó a preparar un escenario para lanzarlo. Durante
muchos días recogió papeles de todas las formas y colores, y se dedicó con toda
su alma a dibujar, recortar, pegar y colorear todas las estrellas y planetas para
crear un espacio de papel. Fue un trabajo dificilísimo, pero el resultado final fue
tan magnífico que la pared de su habitación parecía una ventana abierta al
espacio sideral.
Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta
que un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le
propuso cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le
volvió loco de alegría, y aceptó el cambio encantado.
El papel y la tinta
Había una hoja de papel sobre una mesa, junto a
otras hojas iguales a ella, cuando una pluma,
bañada en negrísima tinta, la manchó completa y la
llenó de palabras. “¿No podrías haberme ahorrado
esta humillación?”, dijo enojada la hoja de papel a
la tinta. “Tu negro infernal me ha arruinado para
siempre”. “No te he ensuciado”, repuso la tinta. “Te
he vestido de palabras. Desde ahora ya no eres
una hoja de papel sino un mensaje. Custodias el
pensamiento del hombre. Te has convertido en
algo precioso”. En ese momento, alguien que
estaba ordenando el despacho, vio aquellas hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al
fuego. Sin embargo, reparó en la hoja “sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque
llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra. Luego, arrojó el resto al fuego.
FABULA
Un lobo que estaba cansado de fracasar al intentar cazar las ovejas de un pastor,
un buen día tuvo un plan: se disfrazó cubriéndose con una piel de oveja, y se
mezcló con el rebaño para pasar
desapercibido. Tan bueno era su disfraz,
que al final del día el pastor lo llevó junto
con las demás ovejas al corral, y allí lo
encerró. El lobo estaba feliz, pues
finalmente iba a poder comerse a unas
cuantas ovejas; estaba a punto de llevar a
cabo su plan, cuando entró el pastor al
corral: tenía que procurar carne para su
familia y venía a escoger una oveja para sacrificar. Escogió al lobo y lo sacrificó al
instante, sin darse cuenta de nada.
La moraleja de la fábula
Según hagamos el engaño, así recibiremos el daño.
EL LOBO Y LA GRULLA
LA LIEBRE Y LA TORTUGA