SINTESIS CONCEPTUAL (Documento para el Espacio de Formación: Escuela y
Diversidad: El diseño de la enseñanza para aulas heterogéneas) Prof. Fabiana Maciel El fracaso escolar masivo es un concepto construido históricamente, en principio para explicar y descentrar las deficiencias del dispositivo escolar a partir de una incapacidad intrínseca del mismo de naturalizar y legitimar la heterogeneidad en los sujetos que aprenden, cuestionando la educabilidad desde lo individual, negando las deficiencias institucionales que el sistema educativo presenta y que en reiteradas ocasiones decide abdicar en su función de facilitador del desarrollo de la capacidad de aprender de todo ser humano. La educabilidad puede entenderse de diversas formas. Las posiciones clásicas la explican como incompletud y como un atributo humano, el animal no sería educable. Otra perspectiva, es el concepto estándar de educabilidad, entendida como la capacidad de un individuo a ser educado, en la que se centran las explicaciones más comunes del no aprender asociadas a dificultades en el propio sujeto que aprende. Esta concepción, es la más invocada como origen del llamado fracaso escolar masivo, donde la causa del no aprender es interpretada como la sumatoria de fracasos individuales corriendo la mirada en el formato escolar como elemento a incluir en el análisis. Las prácticas de escolarización moderna han promovido la masificación del acto educativo, determinando modos de concebir la educabilidad basados en la normalización y la homogeneidad como pilares fundantes del llamado fracaso escolar masivo. El sistema educativo legitima la heterogeneidad desde lo político y normativo. Sin embargo, en muchas oportunidades, las prácticas de escolarización están basadas en un formato escolar caracterizado por la gradualidad de la enseñanza, la anualización en la organización de los contenidos y la exigencia de simultaneidad en la adquisición de los aprendizajes. La gradualidad y la simultaneidad mencionadas están relacionadas con un concepto de desarrollo desde la biología que, al ser transferidas al aprendizaje, plantean que todos los niños aprenden de la misma manera y al mismo tiempo (Baquero y Terigi,1996; Baquero,2007). Ahora bien, las prácticas pedagógicas “producen” formas de desarrollo y de constitución subjetiva específicas, que ni estimulan ni acompañan (Baquero,2016); lo que generan, en el mejor de los casos, son aprendizajes desvinculados o descontextualizados. Si el aprendizaje no se produce tal como se espera y en un tiempo estipulado, se cuestiona la educabilidad desde el sujeto mismo. La diferencia se lee como déficit, como indicador que se aparta de la norma. Se desnaturaliza la heterogeneidad propuesta desde una posición estrictamente teórica en numerosos documentos curriculares y político- pedagógicos, se niega la constitución de la subjetividad tal como se plantea desde Teoría Socio Histórica. La subjetividad constituida a partir de la actividad intersubjetiva mediada semióticamente. Este problema parte de establecer inequívocamente una analogía entre desarrollo biológico y desarrollo psicológico trasladándolo a la evaluación del aprendizaje escolar. Se parte de naturalizar las relaciones entre el alumno y sus procesos; el espacio escolar y sus prácticas y las relaciones entre los saberes psicológicos y prácticas educativas (Baquero,2002). El desarrollo así es entendido como un proceso natural o biológico de maduración y crecimiento evaluado desde los parámetros de la normalidad o anormalidad. Una hipótesis plantea el riesgo de considerar la naturalización de los procesos de escolarización y los procesos de desarrollo psicológico como procesos naturales y homogéneos (Baquero, Toscano, Cimolai,2017). Esta idea como formato normalizador es compatible a la performatividad de la norma planteada por Yuing Tuillang Alfaro (2013), según la cual la norma es vista “como la imposición de una exigencia impuesta a una existencia”. La lógica performativa es constructora de realidad sobre la que se apoya la norma social, genera un orden, tiene un poder restrictivo, califica, clasifica, jerarquiza. La norma performativa crea posibilidades de ver y de enunciar. Desde esta perspectiva, toda idea de déficit es normativa y por tanto performativa. Siguiendo la línea del desarrollo propuesto por la psicología educacional todo aquel que cumplía con las pautas prescriptas estaba dentro de la normalidad y en la escuela estaba representado por el alumno exitoso académicamente que había aprendido “el oficio de ser alumno” (Perrenoud,2006). En este sentido, ser educable sería sinónimo de ser exitoso en la escuela (Bonal y Tarabini,2010). Existen distintas lecturas en cuanto al origen sobre el FEM: a) Como expresión o efecto de déficits que portan los alumnos en tanto individuos por causas madurativas, lingüísticas, cognitivas, entre las que se encuentra el denominado Retardo Mental Leve. b) Como expresión o efecto de las condiciones sociales, familiares, culturales de vida, como déficit entendido como que se aparta de la norma, de lo prescripto, c) como efecto de la relación maestro-alumno en la escuela(Lus,1995). En la misma línea, la teoría del hándicap de Ogbu plantea el fracaso escolar como deprivación, como deficiencia cultural o como deficiencia instrumental. El fracaso escolar masivo interpretado como déficit individual a partir de la sospecha de origen orgánico es más frecuente de lo imaginado. María Angélica Lus (1995) afirma que la mayoría de los casos tipificados como retardo mental leve pertenecen a sectores sociales pobres o minorías étnicas; se identifican solo durante su pasaje por la escolaridad, se detectan a partir de pruebas psicoescolares, históricamente surgen con el advenimiento de la obligatoriedad de la escuela y, la mayoría de los casos no presenta indicadores de organicidad. De esta manera, aparece en la escuela la etiqueta o estigma. La posibilidad de predecir un comportamiento o encontrar una correlación causal no garantiza poder explicar el fenómeno en sí mismo por la complejidad inherente. Se cuestiona la utilización de métodos psicométricos como instrumentos para predecir el potencial fracaso escolar. Los tests están diseñados y estandarizados con poblaciones cuyas características y contexto pueden ser muy disimiles a las de los sujetos a las que son aplicados para ser evaluados. La masividad de emisiones de certificados de discapacidad con diagnóstico de Retardo Mental Leve en el ámbito de la salud especialmente en sectores con alta vulnerabilidad social, paradojalmente atenta contra la constitución de subjetividad y con los procesos de desarrollo individuales. La trampa perversa del certificado de discapacidad radica en que se constituye en un elemento funcional a la familia y al sistema educativo. Para la familia suele ser un recurso económico, o facilitador al acceso de prestaciones médicas varias. El docente interpreta el diagnóstico-etiqueta poniendo la causa del no aprender en el déficit individual y no en el dispositivo homogéneo de intervención escolar. La educabilidad como atributo individual constituye una falacia de abstracción de la situación, se desestima el papel del formato o la denominada gramática escolar, se hace foco en el origen social, adjudicando la causa del no aprender a condiciones sociales, culturales o familiares que devendrían en la adquisición de competencias o incompetencias. Se parte del supuesto que la pobreza causa la dificultad de aprendizaje, negando la relevancia de las condiciones pedagógicas. La razón del “no aprender” de un sujeto no tiene por qué estar en el sujeto. Al respecto, es significativo la cantidad de alumnos no alfabetizados o alfabetizados precariamente en escuelas del conurbano bonaerense de nivel primario con doble jornada y con la prescripción normativa de la obligatoriedad en el acceso, la inclusión y el respeto por la diversidad. En estas circunstancias, nos encontramos con que un cuerpo docente que “adhiere masivamente a una teoría de la reproducción que pone en tela de juicio a la institución escolar, denunciada como desigualitaria y reproductora”, victimizándose junto a los niños y sus familias, se desolidarizan de la institución en nombre de una escuela liberadora o escuela del pueblo (Charlot,2006). Estas situaciones ejemplifican el fracaso escolar masivo desde el concepto de educabilidad estándar de carencia o deprivación o hándicap. El hándicap, según Charlot (2006) es la desventaja que sufre el alumno por efecto de una relación. Lo llamativo es que el fenómeno del fracaso escolar “masivo” se presenta en sectores populares con alta vulnerabilidad o en minorías étnicas y a partir de indicadores como asistencia irregular o intermitente, repitencia, sobredad, bajo rendimiento académico. El hecho de que alguien no aprenda no necesariamente ha de ser por causas individuales y desde la carencia; existen también significaciones culturales en torno a que es aprender, qué hay que aprender y cómo hacerlo, existen acuerdos referenciales, conceptualizaciones ligadas a la relación con el saber (Charlot,2006). El desarrollo es un proceso complejo e incierto, no siempre previsible y que resiste a explicaciones lineales dada la multidimensionalidad. El fracaso escolar masivo es un verdadero eufemismo que oculta otras circunstancias, elude responsabilidades en determinadas áreas y se constituye en un reduccionismo que no contempla la complejidad y multidimensionalidad de la triada aprendizaje-desarrollo-contexto. Desde un enfoque sociocultural, es central advertir que la educabilidad bien puede entenderse como atributo situacional y subjetivado. La ZDP habilita que la actividad intersubjetiva, mediada por instrumentos semióticos alternativos y diseñados especialmente, permita que el entorno facilite el aprendizaje en lugar de constituirse en una barrera. Wertsch (1993) plantea “una educabilidad subjetivada y situacional donde se ponga en tensión el desempeño singular, la naturaleza de los instrumentos y la actividad semióticamente mediada”. Baquero (2016) propone una educabilidad inherente o ligada a las situaciones educativas en la que se encuentran los sujetos con su singularidad, y no como una característica a medir en el individuo. Desde esta perspectiva, Charlot (2006) propone cambiar la lectura frente a un alumno que fracasa en el aprendizaje realizada desde la carencia, desde el hándicap, desde la incompletud hacia una lectura de las posibilidades, de las capacidades, de lo que pasa; el cambio de posicionamiento es epistemológico y metodológico. De un sujeto “dominado”, pasivo a un sujeto con historia que interpreta al mundo desde sus intereses y deseos, que resiste la dominación, el estigma escolar o social, la performatividad. De esta manera se reivindica la singularidad del sujeto que aprende y la singularidad de la situación. Se trata entonces de pensar el aprendizaje como posibilidad desde la singularidad subjetivada situacionalmente, y el formato escolar como espacio de construcción de sentido propio, lejos de la lógica de la eficacia y la eficiencia, lejos del tiempo productivo y reproductivo del trabajo, separado del tiempo del mercado. Larrosa (2019) reflexiona y propone a través del análisis de la lectura de Ranciere repensar un formato escolar a través del concepto de “separaciones”. Según este autor, la forma escuela tiene tres separaciones simbólicas fundamentales con un fin en sí mismo con entidad propia: -La escuela pública moderna democratiza el tiempo libre, se separa el tiempo para aprender por el mero placer, tiempo para convertirse en “estudiante”, ni en alumno ni en cliente ni en reproductor. -La escuela como lugar separado del resto, espacio fuera de las necesidades del trabajo y del mercado, de la producción y del consumo, de la familia. La escuela como “espacio sería entonces una separación, un intervalo, una espera, un vacío, una distancia” (Larrosa,2019) -La escuela con un tipo particular de sujetos los profesores y los estudiantes que se vinculan con un tipo particular de cosas separadas del resto que son las materias escolares y organizadas de determinada manera que son las actividades y los procedimientos. La escuela reflexiona Larrosa (2019) es un dispositivo que libera el tiempo, el espacio, las cosas (materias de estudio) y los procedimientos (ejercicios) que son imprescindibles para iniciar a los niños y a los jóvenes en el estudio, para convertirlos en estudiantes. Los niños y los jóvenes se convierten en alumnos en el momento en que entran en la escuela. Pero la tarea de la escuela es hacerlos estudiar, convertirlos en estudiantes. Y para eso hace falta que los profesores también estén en el estudio, que también sean estudiosos. La educación como derecho y como obligación nos interpela a repensar el formato escolar construyendo coherencia entre el decir y el hacer, entre las prácticas educativas y los resultados alcanzados, entre la función política y la pedagógica de la escuela a fin de analizar lo que se entiende por fracaso escolar. Pensar la educabilidad de los sujetos como derecho y respeto a la constitución de identidades. Una educabilidad constituida a partir del reconocimiento de la interacción entre las posibilidades del sujeto y del entorno.