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Creatividad en La Crisis
Creatividad en La Crisis
Salir de la crisis
Anotaciones a partir del imaginario de los profetas menores del sig. VIII aC
LOS PROFETAS DE LA CRISIS ASIRIA: AMÓS, OSEAS, ISAÍAS Y MIQUEAS
Cuando hablamos de crisis asiria solemos pensar en los acontecimientos que pusieron fin al
reino de Israel con la destrucción de Samaria en el 722 a manos de Salmanasar V, pero la
amenaza asiria también implicaba al reino de Judá y a Jerusalén, y aunque finalmente este
reino no llegó a desaparecer estuvo a punto en los acontecimientos del 701, cuando
Senaquerib cercó a Ezequías de Judá en Jerusalén (2 Re 18,13-19,37 par // Is 36-37 // 2 Cro
32,1-23). La amenaza asiria convulsionó a ambos reinos, y no podemos entender la
predicación de Isaías y de Miqueas sin esta amenaza, aunque como vamos a mostrar a
continuación, el mayor peligro no era la amenaza militar asiria en sí misma, sino la situación de
injusticia que se vivía dentro de los dos reinos que formaban Israel. El hecho de que Asiria
pudiera acabar con estos dos reinos no era más que la gota que colmaba un vaso lleno de
injusticia, corrupción y pérdida de identidad. Para estos profetas, si Israel se mantuviera fiel a
sí mismo la amenaza asiria no sería tan grave, y se podía afrontar de modo que no se llegara al
extremo de la destrucción y la deportación.
1.1 La denuncia de la injusticia y el anuncio de la crisis
En el s. VIII, a juicio de estos profetas, el deterioro social llega a tal extremo que Israel pierde
su sentido como pueblo de Dios desde la mirada de los profetas. El derecho de Dios ha sido
conculcado en cuanto que la opresión de una clase opulenta e instalada en el lujo ha generado
una clase de gente empobrecida que ve sus derechos más elementales negados. Esto se
manifiesta en una serie de injusticias que podemos resumir en lo siguiente:
-Impuestos y préstamos de usura (Am 2,8; 5,11; Is 1,23)
-Esclavitud por deudas que no se pueden pagar (Am 2,6; Is 3,15)
-Codicia y trampas en el comercio (Am 8,5-6; Is 5,8; Miq 2,2) -Corrupción de la moral familiar
(Am 2,7; Miq 2,8-9)
-Corrupción de los tribunales de justicia (Am 5,7.10.12; Is 1,23; 5,23)
Los pequeños campesinos pierden sus derechos de propiedad, los reyes piensan más en las
alianzas extranjeras que en la preservación del derecho divino, y los tribunales de justicia
dependientes del rey se corrompen. Todo esto lleva a una crisis profunda de las relaciones
sociales, y para los profetas, las relaciones del pueblo con Dios entran en una crisis que afecta
a la identidad de Israel como pueblo. Amós ve que todo el sistema está podrido: Israel es un
muro torcido, incapaz de mantenerse en pie; un cesto de higos maduros, porque han llegado a
su fin (Am 8,1-3 s). Para Amós el momento que vive el pueblo es una «hora de infortunio»:
«¡Pues conozco vuestras muchas rebeldías y vuestros graves pecados, opresores del justo, que
aceptáis soborno y atropelláis a los pobres en la Puerta! ¡Por eso el hombre sensato calla en
esta hora, que es hora de infortunio!» (5,12-13)
Oseas denuncia el olvido de un derecho objetivo plasmado de manera tradicional en unos
mandamientos o Torah escrita (4,1-3.6; 8,1.12) que todos deberían conocer. Oseas señala
especialmente a los sacerdotes (5,1-7)4 y a los profetas debilitados por los poderosos (9,7-9)
por no ser fieles a esta Torah conocida y probablemente ya escrita5. Este olvido ha creado un
clima de ignorancia y corrupción que afecta a todos («falta fidelidad y falta amor, falta el
conocimiento de Dios en la tierra») y a la creación entera (4,1.3). Por todo esto, Oseas anuncia
que Israel volverá a Egipto, que es como decir que volverá a ser esclavo (9,17; 11,11) pues en
realidad la amenaza no viene de Egipto sino de Asiria (9,3; 11,11). Pero Egipto tiene la
connotación de la vuelta a la esclavitud, deshaciendo así el camino andado para alcanzar la
libertad y la posesión de la tierra (9,17).
Miqueas anuncia que Jerusalén se convertirá en un montón de ruinas debido a las enormes
injusticias que en ella se dan y que está llenando la ciudad de sangre inocente (3,12). Para este
profeta campesino la explotación que están sufriendo los pobres a manos de los jefes que
ansían acumular bienes es un crimen (2,1-2; 3,1-4)6. Jeremías recordará casi un siglo después
(26,18) que este oráculo que anunciaba la destrucción de Jerusalén no se cumplió porque
estas palabras causaron temor en el rey Ezequías y en la gente, y buscaron el arrepentimiento
y el cambio de conducta. Y es que este era el objetivo primero de esta profecía de amenaza y
juicio, no tanto el cumplimiento del castigo anunciado7, cuanto el cambio de conducta.
1.2 La falsa esperanza que genera un culto sin justicia
Mientras todo esto ocurre, el culto en los santuarios y en el templo de Jerusalén se vuelve
cada vez más suntuoso. Y los profetas dicen que Dios no quiere ese tipo de culto que no va
acompañado de justicia (Am 4,4-5; 5,18-27; Is 1,10-20; 58,1-12; Os 8,11-14; Miq 6,1-8).
Ninguno de ellos niega el culto en sí mismo, sino que tratan de que Israel no caiga en la
divinización de lo que no es Dios, pues esto sería ir en contra del primer mandamiento. Y
cuando el culto no va acompañado de justicia es porque el Dios del derecho y de la vida ha
sido sustituido por lo que se ofrece, o por quien negocia lo que se ofrece. Un ejemplo de esto
es la ordenación solidaria del tiempo que en Israel de modo tradicional trató de implantarse,
aunque quedó muchas veces en un mero deseo de israelitas de buena voluntad9. En Am 8,4-6,
encontramos una crítica hacia aquellos que se están enriqueciendo de manera tan ansiosa a
través del comercio, que les estorban los sábados y los novilunios, momentos de culto en los
se interrumpían los intercambios comerciales. Esto muestra que la crítica al culto no lo es por
sí mismo sino por la manipulación interesada de éste, de manera que se quiere suprimir lo que
estorba y se exalta lo que conviene:
«Y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: “¿Cuándo pasará el novilunio para
poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar
el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por
un par de sandalias?”»
Ante esta situación de muerte por el olvido de la justicia en la vida ordinaria de Israel y en el
culto10, Amós entona el peor de los lamentos fúnebres por su pueblo, pues Israel, un pueblo
joven todavía, es como una muchacha que ha muerto en plena juventud sin haber podido
casarse ni tener hijos:
«¡Ha caído, no volverá a levantarse, la virgen de Israel; ¡postrada está en su suelo, no hay
quien la levante!» (5,2)
Estas palabras de Amós invitando a duelo tenían que resultar extrañas y casi ofensivas.
Muchos vivían confiados precisamente en lo contrario, creyendo encontrarse en una época de
prosperidad que el Señor iba a bendecir manifestándose de manera portentosa. La riqueza y el
lujo que ellos disfrutaban la habían pasado a los santuarios y al culto que en ellos se rendía
(Am 5,21-27), con una exaltación nacionalista que buscaba resaltar la grandeza de Israel como
pueblo (Am 9,7-10). Y en este ambiente de euforia esperaban un «día del Señor» que fuera
una manifestación ante todas las naciones de que Israel era el pueblo elegido de Dios (Am
5,18-20). Para Amós este culto falso estaba generando una falsa esperanza y por eso les
advierte irónicamente que este “día del Señor” que ellos ansían llegará en forma de castigo
(5,18).
Oseas, en la línea de Amós, asesta un golpe a la concepción religiosa de su época: el modo de
relacionarse con Dios no es el culto que ellos practican en la multiplicidad de sus altares y
santuarios (4,13-14; 10,1-1; 12,12; 13,2), pues éste está al margen de la lealtad y el
conocimiento de Dios (6,6), es decir, al margen de la Torah o Ley dada por Dios. Esta lealtad y
este conocimiento es lo único que puede asegurar unas relaciones humanas basadas en la
justicia11.
Isaías habla de «inútiles ofrendas» (1,13) que son una carga para Dios porque las manos de
quienes las ofrecen están “llenas de sangre” (1,15), y Dios no pide nada a esas manos (1,12).
Esto convierte las reuniones solemnes y los grandes encuentros para el culto, que fomentan
una falsa esperanza de bendición divina, precisamente en lo contrario, en algo que Dios
detesta: «No soporto iniquidad y solemne asamblea. Vuestros novilunios y solemnidades los
detesto; Se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos me
cubro los ojos…» (1,13b-15a)
1.3 La raíz de la esperanza Estos profetas son conscientes de que la falsa esperanza que
fomenta un culto vacío hará más profunda la crisis, pues al contrario de lo que debería
fomentar el culto, la percepción de la presencia de Dios en medio de su pueblo se oscurecerá.
La crisis trae consigo un vacío de Dios para mucha gente que sentirá su esperanza frustrada
por los distintos acontecimientos que irán apareciendo hasta la destrucción final de Samaria.
¿Dónde está nuestro Dios, el que nos sacó de Egipto? ¿Acaso nos ha abandonado?
En medio de estos acontecimientos, los profetas son en primer lugar portadores de una
esperanza activa de Dios. Muestran una esperanza que viene del mismo Dios de cuya palabra
ellos se sienten portadores. Esta esperanza se basa en la misericordia divina, en la misma
compasión que Dios siente por su pueblo. Israel es un pueblo pobre y pequeño y no podrá
subsistir sin la misericordia que viene del Dios que le sacó de Egipto y le guio providentemente
por el desierto. Es la esperanza que encontramos en Oseas cuando presenta el dolor de Dios
por su pueblo como sentimiento siempre dispuesto al perdón y al encuentro.
Finalizando
El camino de cada uno de estos profetas de percibir la crisis y apuntar salidas cambia conforme
a su imaginario. Amós es tremendamente radical: anuncia un juicio divino exhaustivo y
proclama a los remanecientes a restablecer la justicia social en la institución popular y
democrática de la jurisprudencia en el portón. De la elite gobernante él no espera ninguna
contribución. Oseas ve, con el corazón comprimido, que el pueblo es llevado y se deja llevar
para lejos de Dios, de su ley y su justicia. Más Oseas ansia, palpita, espera por la conversión de
los desviados. Miqueas, el colono-consejero-profeta, ve y experimenta el avance del ejercito
asirio, que va atraer desgracia para las elites citadina y campesina. El reinado de la elite será
desmantelado. Y la reorganización de la vida social y real vendrá a partir de la periferia.
Miqueas es monarquista, adepto a la dinastía davídica. Él espera por un nuevo rey justo: “y el
rey será bendito, el nacerá del pueblo”, de Belén.
Los profetas nos desafían y nos animan. Continúan haciéndolo! En medio a la crisis
generalizada incentivan la crítica. Mas desafían a cada uno y a cada una, hoy, a buscar
compartir, personalmente, pasos de vida éticamente reglamentados y, a partir de su
imaginario, modelar, comunitariamente, caminos de salida. Solo así será posible salir de la
crisis. ¡Que no falten la determinación y el coraje!
La situación requería una renovación de las personas antes que, de las estructuras, y la fuerza y
el poder de YHWH se tenía que manifestar así en este con-
texto histórico. La raíz de la esperanza estaba en un cambio de mentalidad, en
una conversión del corazón capaz de aceptar esta esperanza de una renovación.
Si no se partía de aquí todo seguiría igual y la esperanza de volver a ser un
pueblo se perdería. Y en esto coinciden Jeremías y Ezequiel uno en Jerusalén
y el otro entre los primeros deportados:
«Les daré corazón para conocerme, pues yo soy YHWH, y ellos serán
mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí con todo su corazón»
(Jer 24,7)
«Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: qui-
taré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne,
para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las
pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios» (Ez 11,19)
Se trata de una esperanza activa de Dios y una esperanza receptiva19. Jeremías presenta la acción
renovadora de Dios con un lenguaje directo y performativo, con el típico «discurso divino»
profético, que presenta a Dios mismo
hablando en primera persona y dirigiéndose a su pueblo. Jeremías presenta
a Dios actuando («esperanza activa»), y con este lenguaje invita a los que le
escuchan a responder desde la esperanza («esperanza receptiva»).
En el momento final de la destrucción de Jerusalén Jeremías va a proclamar
una nueva alianza siguiendo esta esperanza activa de Dios:
Esta comunidad ve que Israel regresa con una nueva vocación: ser «luz de las
naciones» y «alianza de los pueblos» (Is 49,6.8). Ya no será el pueblo escogido
para ser él solo el pueblo de la alianza, ahora tiene que mostrar a todos los pueblos la salvación
que viene del Dios único. Esta misión la realizará el «siervo de
YHWH», discípulo sufriente, el cual curará y salvará a muchos porque con su
sufrimiento fiel ha sostenido la esperanza de muchos (Is 52,13-53,12). Se trata
de una figura emblemática que ha sostenido con su sufrimiento la esperanza de
su pueblo. De nuevo nos encontramos cómo Dios va ofreciendo una esperanza
con signos pobres y humildes.
3. CONCLUSIÓN
Los profetas no sólo denuncian la injusticia y se sienten portadores del juicio
de Dios contra su época, denunciando las injusticias y las falsas esperanzas,
sino que los profetas muestran también la esperanza activa de Dios. Presentan
a Dios como compasivo y misericordioso, un Dios poderoso capaz de regenerar
a un pueblo si se le escucha. Este es el contenido de la esperanza y los profetas
se sienten portadores con su palabra y con su vida de esto.
Por eso los profetas presentan también la esperanza receptiva. Hay que
buscar el bien y la justicia y hay que dejarse renovar el corazón para poder
responder al Dios de la esperanza. La misericordia divina sólo es tal si es recibida desde esta
esperanza que la recibe. Y así la esperanza se hace palabra y
compromiso en una comunidad que actúa como «resto creyente».
El nuevo eje en las decisiones de la vida: la novedad deuteroisaiana
Introducción.
Según algunos autores, los verbos de ascenso indican la exaltación de un hombre a la
altura de Dios, hecho relacionado con su habilitación para “justificar” y, por lo tanto, para
“interceder”. No obstante, la novedad deuteroisaiana es que tal intercesión no se realiza por la
exaltación sino por la humillación; es esta la que habilita al siervo en su función intercesora.
El carácter no amable del estado pecaminoso de Israel ha sido objeto de una mayor hasta la
muerte, y tal acto revaloriza al pecador y constituye la prueba suprema que le convence y
logra la confesión. En este sentido el siervo establece la relación con Dios, no
independientemente de la libertad del pecador y sin contar con su consentimiento sino en
cuanto consigue desencadenar la confesión de la culpa y la necesidad que Israel tiene del
perdón. Él es el mediador de la relación con Yhwh, y esto coincide con la consolación.
Cuarto cantico: 52,13-53,12.
El cuarto canto en el complejo Deuteroisaiano constituye el punto decisivo para que se
produzca el paso a la consolación. Esto ocurra, paradójicamente, a través de una modalidad
absolutamente nueva que es la del sufrimiento y la entrega del siervo. Ahora bien, el
acontecimiento está expuesto a diversas lecturas. El texto, a través del recurso de ir dando voz
a la comunidad o a Yhwh, ofrece progresivamente las claves interpretativas para comprender
el evento a fin de que su potencialidad salvífica se siga actuando en el lector.
El sufrimiento del siervo desde la perspectiva del nosotros se describe con la terminología de
la enfermedad y humillación; ambos expresión de un castigo a consecuencia de la
transferencia del mal. Si bien el siervo explícitamente no dice cómo vive e interpreta la
aflicción, el texto señala que la acepta. Y esta entrega, presentada con la terminología del
sacrificio, es asumida por el “ebed adonay” desde un elemento sapiencial que permite
vislumbrar su dimensión salvífica allí donde la realidad se configura como muerte. Por último,
desde la perspectiva divina el acontecimiento es considerado como intercesor. El don que el
siervo obtiene para los “rabbin” es la justificación. Al mismo tiempo, la recompensa que
adquiere el siervo no es distinta de la posibilidad de justificar y de la multitud que ha
justificado. De este modo, se introduce un vínculo de paternidad-filiación asociada no a la
carne sino a la obediencia.
La categoría teológica con la que consecuentemente debe interpretarse el acontecimiento es
la inserción y esta comparte elementos comunes con la mediación de Ciro, con la de Jerusalén
o con otros textos intercesorios, aun cuando se muestra radicalmente nueva y se comprende
mejor iluminada. A través de su carácter enigmático, del léxico y de la sintaxis compleja, la
perícopa pone de manifiesto la densidad teológica de que es portador el mensaje que quiere
comunicar y que excluye una lectura unívoca y parcial.
La habilitación del Siervo como intercesor proviene de haber aceptado el sufrimiento y haber
sido capaz de trascender la apariencia. Esta sabiduría estrechamente ligada a la obediencia
desemboca para muchos en la salvación, la cual consiste en la restauración de la relación con
Yhwh. En este sentido se establece una relación con el tema del restablecimiento de la alianza,
anunciado en Is 40,1 y desarrollado en Is 54,55. Si en Deuteroisaías consolar equivale a
reanudar el pacto (la relación con el Señor), y este es también la finalidad de la justificación-
intercesión del Siervo de Javé, entonces consolador e intercesor coinciden en el cuarto canto.
La novedad del segundo Isaías en la crisis del exilio
El texto descubre y revela una nueva naturaleza del sufrimiento humano, reconociéndole un
carácter soteriológico y una dimensión antropológica. Presenta el sufrimiento del Siervo como
fruto de la reacción por parte de los ricos y de los poderosos a la implantación de la justicia.
Reacción esta concretizada en la opresión y violencia que llevan al Siervo a la destrucción. Esta
reacción generadora de muerte será destruida por la actitud del propio Siervo. En su
solidaridad extrema, hasta la donación de sí mismo, el deshace el juego de la injusticia
colocando en la base de las relaciones interpersonales el reconocimiento de la grandeza y del
derecho del hermano; la substitución del propio yo por el tu del otro. En ese éxodo de sí
mismo el Siervo encuentra la plenitud de su propia vida en la participación de la gloria de Dios
(49,3). En ese horizonte de renuncia de sí mismo a la exaltación del otro, espacio de donde es
prohibida toda la violencia porque implantada la justicia, surgirá una nueva historia.
La koinonia de la solidaridad y de compartir hasta la propia vida que el innova en su “asam”
(53,10) creará comunidades y en ellas mantendrá la vida en la paz.
El segundo Isaías deshace así dos lazos consagrados por la tradición:
-el lazo entre el sufrimiento (castigo) y la transgresión de la ley;
-el lazo entre el ejercicio de la justicia y el derecho, y los reyes como sus ejecutores (55,3c).
Coloca un enlace nuevo en la primera relación: el enlace entre la entrega de sí mismo hasta la
muerte al servicio del otro, y el triunfo de la “voluntad de Javé” (53,10d); resalta el “nuevo
éxodo”- “éxodo de sí mismo” como condición de vida para el otro, del mismo modo que el
primer éxodo de Egipto, la salida de la tierra de la explotación, fue condición de liberación
para el pueblo; y el segundo éxodo, la salida de la tierra de opresión, fue condición de
reconstrucción de la vida en el retorno de la tierra; el “éxodo de sí mismo” tendrá como
consecuencia doble liberación: liberación del “yo”, prefigurada en la exaltación del Siervo-“es
que mi Siervo será exaltado y puesto en las alturas” (cf. 52,13); liberación del “tu”, prefigurada
en la salvación de muchos- “el justo mi Siervo justificara a muchos” (cf. 53,11).
Tal evento se mueve en el terreno de la revelación como anuncio profético enraizado en la
historia. Tiene como horizonte donde los extremos se tocan en la actitud del Siervo:
-alcanza la esfera humana: de un lado toca su iniquidad, cuyos pecados son capaces de
destruir a su semejante y llevarlo a la muerte (53,1-9); el otro toca su amor solidario,
capacidad de restaurar la vida de muchos hasta el límite de aceptar la propia muerte (53,10-
11), cuando transformado por el Espíritu en la condición de Siervo de Javé;
-alcanza la esfera divina desafiando el entendimiento humano (53,15) al proponer la muerte
del Siervo, muerte por el asumida (53,12) en favor de sus verdugos, como fuente de vida
(53,11).
El Siervo entonces, de objeto de muerte se transforma en agente de salvación: de persecución
y aniquilado se torna sujeto de una nueva historia, donde “el designio de Javé ha de triunfar”
(53,10).
Porque fue capaz de abrirse para el bien de muchos a costa de su propia vida (53,12),
trabajando por el Espíritu que crea y renueva a la criatura (Gn 1,2; Is 42,1) y, como dice
Ezequiel, con un corazón de carne, se torna un hombre nuevo (Ez 36,26-27) capaz de “cambiar
el eje de sus decisiones” en dirección al otro para el triunfo de la voluntad de Javé.
Esa novedad deuteroisaiana, en la crisis del exilio de babilonia, abre las puertas para el N.T.
donde Jesús asumió la actitud de este Siervo (Mt 27,14) como realización de su único
mandamiento:
“este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los amé. Ninguno tiene más
amor del que aquel que da la vida por sus amigos” (Jn 15,12).
El pan en la crisis
Alimentando la resistencia creativa
La gran preocupación que orienta la vida es el pan y su falta. Lo cotidiano es una verdadera
carrera por el pan, por la fracción del pan.
En esa corrida, encontramos gente severa. Cabezas caídas. Sonrisas desdentadas. Barrigas
vacías, y llenas también. Personas acostadas por las calzadas, habitando un metro cuadrado
bajo viaductos. Orina y excrementos. Sueños, amor y besos… pasantes, desprecio, piedad y
miedo: “será el enemigo?” mirar profundamente es preciso. Sentirse enojada (o) que quiere
esta vida? Denuncia y clamor por justicia deambulan por las calles y por los paseos, por los
edificios y reparticiones públicas. Omisión y complicidad. Falta de pan. Es no precisa del
sensacionalismo fantástico ni del periódico nacional. Es la propia cara y vos de América. Es el
otro lado de los escándalos coloridos y venenosos. Y la falta de pan países donde el problema
no es la producción, más la canalización de los recursos. Crisis generalizada.
Entonces es necesario ir amasando el pan de la resistencia, meter la mano en la masa de la
crisis con creatividad en la acción y en la reflexión.
La realidad nos coloca muchas preguntas, nos cuestiona al respecto del pan, de la falta de pan
y de la promesa del Reino de Dios. La oración de Jesucristo igualmente nos cuestiona la
acumulación cuando pide por lo provisorio, por lo cotidiano. “danos hoy nuestro pan
cotidiano!” orar por el pan es prioridad de nuestra espiritualidad. La oración querer que el pan
se concretiza indistintamente para cada persona. La oración se concretiza en el pan, en cada
fracción del pan. Trae un pedacito del cielo para junto del suelo. Y nos pregunta como lidiamos
con el pan que está ahí.
Me gustaría entender “pan” en lo restringido a aquel bocado de alimento. En su interpretación
de la cuarta petición del Padre nuestro, Lutero dice que cuando pedimos por el “pan
cotidiano” pedimos “todo lo necesario para que se tenga y se saboree el pan cotidiano, y, por
otro lado, también pedimos que sea eliminado todo lo que lo impide” (Catecismo mayor, p.
467). “pan”, por lo tanto, incluye también el proceso de producción, desde plantar el cereal
hasta hacer la masa y retirar el pan del horno; incluye la tierra o la falta de la tierra, las
relaciones domésticas, vecinales y públicas, un gobierno estable y de paz, cuya bandera sea la
justicia. “porque donde hay discordia, contienda o guerra, allí el pan cotidiano ya nos es
sustraído o por lo menos obstaculizado” (ídem).
La propuesta de la oración de Jesús es que la voluntad, el Reino de Dios se va concretizando en
ese pan que necesitamos para vivir. El pan es sinónimo de vida. Por eso no puede ser
acumulado y ni puede ser dado como pieza de juego en un engranaje político que genera
muerte.
Animada por la oración de Jesús e intentando reavivar mi propia creatividad, seleccione
algunos ejemplos bíblicos para ver como otras personas buscaban soluciones que envuelven al
pan. Abordo algunos textos que muestran diferentes maneras de lidiar con el hambre, de
solucionar la falta o la escasez de pan.
“Hemos de comerlo y moriremos” (1 Rs 7,8s)
¿Comer y morir o repartir y vivir?
La historia de 1Rs 17,1-16 elucida muy bien experiencias, situaciones y propuestas distintas.
Tenemos la situación del profeta Elías que recibió l incumbencia de ir a Sarepta y buscar
hospedaje y sustento junto a una viuda que ya estaría sabiendo de esa misión. Por otro lado,
tenemos la situación de la viuda y su hijo, cuyos nombres ni siquiera son recordados. Ella está
delante del portón de la ciudad, recogiendo leña para hacer una masa de un último bocado de
harina y un poco de aceite. Es el espejo de la desesperanza. La propia viuda analiza su
situación como de extrema pobreza, que no tiene salida. Ni siquiera el niño continúa siendo
capaz de impulsarla a la lucha. El niño se encuentra a merced de la madre desesperanzada. Su
no futuro es también el de ella. Tantos niños así! La viuda es como quien, endurecida por la
vida, se acostumbró con la miseria y se prepara para morir. Lo que aún está por venir es la
muerte. Fatalidad. Conformidad. Fin del sufrimiento. Resignación. No hay propuesta para el
mañana. Hay el momento. Comer el resto, “viendo la muerte llegar”, como dice una canción.
Comer, y entonces morir. No hay más expectativa de futuro, de cambio. ¡Y hay tantas viudas
de Sarepta!
Bien distintas son la postura y la actitud de Elías delante de aquella situación. También él es
alguien que nada tiene para comer en Sarepta; depende del sustento de la viuda. Su habla, sin
embargo, transpira confianza en el futuro y motiva a la mujer a dar un pasito más allá de lo
que ella pretendía y podía hacer. Él propone que ella reparta aquel restito con él. Parece
osadía, o ironía del destino: ¡tirar la comida de la boca de un niño y una mujer debilitada!
Además, él aun quiere ser privilegiado con la primera porción. ¡Típico machista! esta es una
crítica que puede ser expresada. Aquí, sin embrago, importa más la ventana que se abrió para
el futuro. Es en la propuesta del repartir que comienza la perspectiva de un futuro diferente
del que anteriormente era avistado, la muerte.
No es en la acumulación ni en la falta de pan, más junto con el repartir que esta la promesa de
la abundancia. Talvez sea este un relevante mensaje del profeta Elías para dentro de ese
mundo de gente que lucha sea para sobrevivir, sea para vivir con dignidad. lo que vence no es
la cereza de la muerte de la viuda, que tiene origen en la desesperanza. Vence la certeza de
vida del profeta oriunda de la esperanza: “y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la
vasija menguó” (v. 16). Verdad también es que después sobrevienen a la viuda y a su hijo
enfermedad y muerte, a lo que nuevamente se sigue la experiencia de la gracia de Dios,
manifiesta en el milagro. Ese es el auge de la restauración completa de la vida de aquella
mujer y de aquel pequeño.
Hoy talvez sea el tiempo de gritar para que profetizas y profetas sean despertados y
despertadas por Dios, y desafiados por tantas viudas y sus crías y usar de su creatividad para el
testimonio concreto de que es necesario resistir. Resistencia en tiempos de crisis y desafío de
la fe, en la certeza de que, compartidos, los bienes no acaban. ¡Y permiten vivir!
El pan de los hijos y las migajas de los cachorritos (Mc 7,24-30)
La historia de la mujer siro-fenicia, narrada en Mc 7, y el paralelo en Mt 15,21-28 (la mujer
cananea), pueden y deben ser usados como ejemplo de osadía y persistencia que nosotros
también debemos tener, cuando, junto a Dios, intercedemos por alguien. Esos son dos
factores esenciales en esta historia. Aquí, sin embargo, me gustaría llamar la atención para un
tercer elemento: la fuerza de la argumentación que parte de las experiencias de lo cotidiano. Y
cuando se trata de lo cotidiano, el pan o su falta, mujer e hijo no podrían dejar de estar
presentes.
En nuestro texto se habla del pan a partir de dos perspectivas distintas: la perspectiva de los
hijos y de quien da el pan a ellos, y la perspectiva de los cachorrillos o de alguien que recoge y
vive de las migajas que caen del pan de los hijos. La perspectiva de Jesús es la primera. La de la
mujer es la segunda. Son dos posturas completamente distintas. Son dos evaluaciones
distintamente calificadas.
La primera afirmación de Jesús no es rebatida por la mujer: “deja primero que se llenen los
hijos” (tékna, y no hyioi/“hijos”, v. 27ª), a lo que la mujer asiente: “si Señor” (v. 28ª). La
premisa de Jesús es correcta y, en nivel de economía doméstica, indiscutible. También en nivel
religioso-cultural no se discutía la prioridad de Jesús en haber venido primero para la casa de
Israel, primero para las personas de origen judaico. Aquí, sin embargo, es importante percibir
el término empleado por Jesús: “primero”, “por primero”. Con eso, si bien que, rechazando de
inmediato el pedido de ayuda, al principio él no niega su apertura a personas de otros pueblos
y religiones. También para ellas hay espacio y salvación. Más él coloca prioridades. A eso la
mujer dic: “si, Señor”, más no queda en eso. Ella va a la lucha, argumentando sobre la segunda
afirmación. Para ella lo que importa es la vida de la hija, y no simples filosofías sobre el pan e
hijos. Y para contra argumentar, ella echa mano de la filosofía de lo cotidiano.
Ambas perspectivas están ciertas, vistas dentro de su propia perspectiva. El juicio de Jesús es
correcto, aún más en contextos donde hijos mueren de hambre: “no es bueno quitar el pan de
los hijos y echarlo a los perrillos” (v. 27b). es la perspectiva de alguien que tiene para dar, y
con eso tiene el poder de colocar prioridades. Tampoco eso es rebatido por la mujer. El punto
fuerte de la mujer es su poder de colocar algo nuevo en la perspectiva de Jesús. ella habla a
partir de las migajas –talvez su propia experiencia- cosa que Jesús no tenía observado.
En el griego, psichíoi son aquellas migajas que se desprenden del pan que, en el caso, los hijos
comen. Debajo de la mesa, los cachorrillos van lamiendo esas migajas. Es de ese gesto de la
mujer que se observan muy bien los detalles de la vida que la mujer re-orienta el mirar de
Jesús. y eso nuevo en la perspectiva de la mujer, es ese no querer tocar el pan de los hijos que
convierte a Jesús, y que lo hace realizar ya, ahora, aquello que él pensaba que aún estaba por
venir. Él ya no vive más solo el “primer” momento, sino la salvación, la liberación, la
renovación total de la vida es posibilidad ahora también para otros pueblos y culturas.
A mí me duele la comparación hecha o repetida por Jesús y aceptada por la mujer. Ella es
nítida y muy usada en la época de Jesús. es una discriminación étnico-cultural. Los hijos
corresponden al pueblo de Israel: los cachorrillos, a personas no judías. Y esa discriminación
tampoco se ablanda con aclaraciones exegéticas diciendo que esos “perrillos” (kynaría) no son
perrillos de calle, sino cachorrillos de estimación que pueden quedar dentro de la casa. El
hecho es que continúan siendo perrillos, y no personas dotadas de la misma dignidad de los
“hijos”. Esa discriminación tampoco es amenizada o suprimida si la entendiéramos también
socialmente, y no solo o no más culturalmente, echando mano de algunas historias rabínicas,
donde también personas judías, más iletradas y empobrecidas son llamadas “perrillos”
(Billerbeck 1,726).
La mujer no se rebela contra esta discriminación. Eso generalmente es entendido, por la
exegesis dominante, como señal de humildad, como actitud de alguien que sabe cuál es su
lugar. Pienso, sin embargo, que, para aquella mujer, en aquel momento, no le interesaba
discutir con Jesús sobre una regla vigente también asumida por él; a ella le interesaba su hija
enferma, cuya esperanza de cura estaba en Jesús. ella tiene fe, si, y eso la torna sabia lo
suficiente, ayudando inclusive para que la vida, total y global, retome el lugar central en el
ministerio de Jesús. evita vanas discusiones. Redireccióna el mirar de Jesús, mostrándole la
perspectiva de quien nada tiene y todo espera a través de la fe. Al final, es de su boca que
viene la confesión “Señor”. De ella, la discriminada, cuya fe, sin embargo, no es ciega.
Esta mujer no es solo un ejemplo de humildad, de perseverancia y de fe. Ella también es
ejemplo de fuerza argumentativa, de no darse por satisfecha. Mujeres argumentan, y muy
bien. A través del argumento de las migajas la mujer arranca la fuerza en ellas contenida y
coloca esa fuerza en un poder relacional con Jesús: en las migajas se puede ser descubierto el
poder de la argumentación en favor de la vida.
Como vimos, el pan destinado a los hijos, y no a los perrillos, se tornó símbolo de división
religioso-cultural. Como tal, la mujer necesito de creatividad en la argumentación que no fue
dogmática, ortodoxa y ciega para las brechas existentes, más minuciosamente las trabajo,
explorando los espacios posibles.
Es necesario preguntarnos: cómo puede el pan ser símbolo de negación de vida, visto que la
mujer vino atrás de Jesús para que este restableciese la vida digna de su hija, y él, de
inmediato, no atendió el pedido, ¿haciendo uso de la comparación hijos-perrillos-pan? Si no
fuesen la sabiduría y la fe de esa mujer, rentadas en la vida cotidiana, Jesús habría perdido en
esa historia. En su argumentación, la mujer recupera el sentido pleno del pan, y muestra que
es necesario y posible resistir creativamente contra ortodoxismos y legalismos que rigen y
determinan lo cotidiano, el “pan nuestro de cada día”. El motivo de la argumentación que
percibe las brechas y la vida a ser salva. Argumentando con las migajas, ella consigue el propio
pan, en aquello que el pan posibilita: la vida renovada.
Este texto, sin duda, es muy provocativo. Leído, sin embargo, a partir de la realidad y de la
perspectiva de las migajas, puede ser una luz que ilumine caminos dentro de una conjetura
confusa. Él puede ayudar en la definición y redefinición de prioridades del momento, sin que
se pierda de vista el todo. Él puede ayudar a medir realísticamente el juego de fuerzas. Y
mucho más, podemos aprender a percibir brechas y argumentar creativamente. Será que
nuestra resistencia real y posible no consistiría en asegurarnos, en ese momento, el derecho a
las migajas (¡hay tantas en todos los niveles!), sin desistirnos del pan? Basta talvez, en
comunidad, identificar el pan y las migajas. Y entonces sabremos trabajar también con las
migajas como argumento de conversión en pro de la vida.
El pan del niño empobrecido (Jn 6,1-15)
La historia de la multiplicación de los panes y de los peces relatada por juan tiene varios
detalles diferentes de aquella contada en los evangelios sinópticos. En Mc 6,30-44; Lc 9,10-17
y Mt 14,13-21 son siempre los discípulos que preguntan que van a hacer con la multitud,
cuando comienza a oscurecer. Sugieren que Jesús los despida para que las personas puedan
salir, comprar alimentos y descansar. La palabra de Jesús se repite: “denles ustedes mismos de
comer!” los discípulos, entonces, presentan lo que traen consigo: cinco panes y dos peces; en
Marcos, ellos poseen aún 200 denarios (el sueldo de 200 días de trabajo de un diarista), con
los cuales, sin embargo, no podrían comprar alimentos suficientes. Los panes y los peces son
propiedad del grupo de discípulos que, bendecidos y divididos, sacian la multitud. Y hay una
sobra de doce cestos.
En Jn. 6 es Jesús quien pregunta donde comprarían pan para alimentar a la multitud. Parece
que también aquí los discípulos poseen 200 denarios, que no serán suficientes. El texto va
esclareciendo la intención de Jesús de colocar a prueba a sus discípulos, “pues él sabía lo que
iba a hacer” (6). Aquí, es un discípulo, Andrés, quien toma la iniciativa de ir a ver, entre la
multitud, si existe alguien que tenga alimento. Encontró solo una persona, y lo presenta: “está
aquí un niño que tiene cinco panes de cavada y dos peces ahumados”, acrecentando e eso su
perplejidad legítima y justificada: “más esto que es para toda la multitud? Siguese entonces, la
organización y la escena del milagro realizado por Jesús.
El niño es componente totalmente nuevo en relación a los textos sinópticos. Junto a eso,
nuevos también son algunos elementos importantes que me gustaría resaltar: le descripción
del niño como paidárion y la especificación de su alimento como ártoi krithínoi y opsária, lo
“panes de cebada” y los “peces ahumados”. La cebada era alimento de ganado, también usada
por la población empobrecida y carente, e igualmente los paces ahumados. Esos eran así
preparados para que las personas trabajadoras, diaristas, pudiesen llevarlos consigo para el
trabajo, sin que estos se estropeasen. A eso perfectamente encaja la información sobre el
niño. No se trata de un niño cualquiera, sino de un paidárion, un niño empobrecido, talvez
hasta un joven esclavo. Ese niño se agrega a la multitud junto a Jesús, la cual vivencia señales
de liberación y de proclamación de la gloria de Dios. Y ese chico va a servir de puente para la
manifestación del poder de Dios. Aceptado es el alimento (ofrenda) de ese niño empobrecido
que probablemente tenía que trabajar duro para ganarlo. Se trata del pan de un niño
trabajador, de la calle. Esté será el elemento milagroso que, bendecido y compartido, saciara
el hambre de la multitud.
La palabra final de Jesús, aquí y por eso, es de fundamental importancia. Se trata de un nuevo
elemento en el relato de Juan. Jesús pide a los discípulos para que recojan las sobras, “para
que nada se pierda” (v.12). el “pan nuestro”, aún más oriundo de un niño empobrecido, es
dadiva sagrada. Y la sobra es un convite-desafío para que la compartición que posibilita la
abundancia, jamás acabe.
La teologización del pan
El pan es necesario para la vida. Jesús sabia de eso muy bien, por eso, él lo tomo
caracterización de sí mismo: “yo soy el pan de la vida” (Jn 6,35). Esa afirmación entra
profundamente en la vida de la gente. Ahora, Jesús la pronuncia en un contexto donde la
concreción del hambre y el saciarse ya pudieran ser realidades experimentadas. A partir de lo
concreto queda más fácil percibir, entender y suministrar el subjetivo. Jesús se afirma como
pan (y “agua” Jo 4,13) de la vida, como lo esencial, del cual necesitamos para vivir. Y a eso está
acoplada también la promesa de la vida eterna. Esa promesa es mediada por el pan, y por lo
tanto es promesa de satisfacción plena.
Jesús, el pan de vida, posibilita vida en abundancia (Jn 10,10b) para todas las personas,
indistintamente. ¿Qué más es preciso, a no ser que tratemos del pan como elemento sagrado,
necesario en lo cotidiano de nuestras vidas? ...para que nada se pierda, y para que nada falte a
nadie.
Partiendo el pan en las casas…
La comunidad de las primeras personas cristianas era quizá una comunidad de personas
igualadas en ese Cristo, viviendo la formula bautismal de Gl 3,28. Se ejercitaban diariamente
en la perseverancia, en la comunión, en el partir del pan y en la oración (Hch 2,42-46), también
colocando sus bienes a disposición para que nadie sufriese necesidades (Hch 4,32-35).
En este contexto no podemos olvidar que esas personas eran adeptas, seguidoras de un líder
religioso, Jesús Cristo, que había sido crucificado, sufrido la ejecución de pena de muerte
romana, personas adeptas de alguien condenado también corrían el riesgo de ser perseguidas
por el mismo sistema. El agravante en el caso de la comunidad de Jesús Cristo era que las
personas lo confesaban como Señor y Salvador, cuya justicia no es igual a la de este mundo.
Con eso, se colocaban en oposición al sistema de pax romana, cuyo “señor” y “salvador justo”
era el emperador.
Reunirse, por eso, era acto peligroso. Por un lado, las personas cristianas aun frecuentaban el
templo, más por otro lado comenzaron a organizarse en casa-núcleos, pequeñas células de
resistencia. En ellas, procuraban vivir no la jerarquía patriarcal de subordinaciones variadas,
como doctrinaba el sistema de la pax romana en su ideología de casa patriarcal como célula
mater de la sociedad, más la koikonia del amor, posible para personas libres del yugo de la
servitud del pecado. Y allí, el partir del pan significaba tanto la posibilidad social de
supervivencia como la celebración de la fe en el Cristo resucitado y actuante en la comunidad.
El partir del pan se torna celebración de la vida nueva, vida compartida.
El pan y su uso pueden cambiar la cara del mundo
Pan – falta de pan – creatividad – resistencia – mujeres – hijos – multitudes – milagro…
palabras clave no solo para la supervivencia, sino para vida digna en abundancia. El milagro del
pan como siendo aquello que necesitamos para vivir es transformador, contiene en si la más
profunda revolución.
En el mundo de antes y de hoy, sin embargo, hay más propuestas tan diferentes en el uso y
abuso del pan. No solo Jesús y el movimiento mesiánico-cristiano sabían de la importancia del
pan para la vida de las personas. El imperio romano también lo sabía. Ese conocimiento, sin
embargo, era aplicado distintamente:
El imperio romano importaba cereales como tributo impuesto a los pueblos subyugados. Con
eso quería alimentar principalmente al pueblo de roma. Más el alimento –robado de otra
gente que de él precisaba para vivir –era usado como arma de dominación, de manutención
de la hegemonía política. Con los cereales se objetiva, en verdad, a la total sumisión y
convivencia del pueblo. “pan y circo”, nosotros los conocemos tan bien!
La propuesta y la práctica del movimiento mesiánico-cristiano son totalmente otras: el pan es
bendición a ser compartida para que no haya necesidades, para que la vida sea abundante.
Cuidando siempre para que nada se pierda! Este no es un ejercicio para la sumisión, más la
libertad, valorizando responsablemente aquello que es sagrado. Es un ejercicio de comunión y
solidaridad.
Ese ejercicio –que tal vez precise recomenzar en las migajas –ciertamente puede despertar y
capacitar personas, un hoy, para que ayuden a recanalizar recursos en esa nuestra tierra que
es tan rica en la producción del pan, y tan pobre en su justa distribución. En eso, no olvidemos
ni menospreciemos la memoria histórica de mujeres e hijos cuyas vidas no solo fueron
radicalmente transformadas, mas también fueron instrumento de transformación de otras
vidas a partir de la experiencia del pan compartido. Solamente así, encarándolas, es que
también nuestra propia cara puede ir cambiando.