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. (...) Lo único que le pide a la vida es no pensar.

Por
alguna razón, pensar es espantoso para él, y huye
como una plaga de todo lo que pueda estimular su
imaginación. Es un sujeto muy flaco, gris y arrugado,
aunque algunos dicen que no es tan viejo como
aparenta. El miedo ha clavado en él sus truculentas
garras, y cualquier sonido le hace dar un respingo,
con los ojos muy abiertos y la frente cubierta de
sudor.
. Lo que siguió entonces fue una exhaustiva
comparación de detalles y un momento de pavoroso
silencio cuando el detective y el científico llegaron a
la conclusión de la práctica identidad de la frase
común a aquellos dos rituales diabólicos
pertenecientes a mundos tan diferentes y distantes
entre sí.

Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno


tiene la impresión de verse frente a un recóndito
enigma del que más vale no intentar averiguar nada.
Y ese sentimiento de extraño desasosiego se
recrudece cuando, desde un alto del camino, se
divisan las montañas que se alzan por encima de los
tupidos bosques que cubren la comarca.

Sobre tumbas y sepulcros ya era mucho lo que sabía


e imaginaba, aunque por mi peculiar carácter me
había apartado de todo contacto con camposantos y
cementerios. La extraña casa de piedra en la ladera
representaba para mí una fuente de interés y
especulaciones; y su interior frío y húmedo, dentro
del que vanamente trataba de ojear a través de la
abertura tan incitantemente dispuesta, no tenía para
mí connotaciones de muerte o decadencia.
Al Oeste de Arkham, las colinas se yerguen
selváticas, y hay valles con profundos bosques en
los cuales no ha resonado nunca el ruido de un
hacha. Hay angostas y oscuras cañadas donde los
árboles se inclinan fantásticamente, y donde
discurren estrechos arroyuelos que nunca han
captado el reflejo de la luz del sol. (...) Pero todas
ellas están ahora vacías, con las amplias chimeneas
desmoronándose y las paredes pandeándose debajo
de los techos a la holandesa.

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