Está en la página 1de 16

LA FUNCIÓN DE LA

TERNURA
Cecilia Luzzi
LA FUNCIÓN DE LA TERNURA

La ternura humana tiene una indudable acción terapéutica.


Pero en el vínculo primordial, y antes de llegar a ser una
fuerza sanadora, es el nexo que estructura la vida,
el continente amoroso que moldea las bases de la identidad.
Cecilia Luzzi

Para entender la importancia de la función de la caricia, debemos remitirnos a


la infancia e ir incluso más atrás: debemos observar de qué modo se
estructura la identidad en el bebé y qué función tiene el contacto cariñoso en
su desarrollo, justamente en la edad en que se le expresa amor no con
palabras, sino con caricias y protección.

Al referirnos a los factores que rodean el nacimiento (incluyendo el periodo


prenatal), nos remitiremos al elemento que para nuestro estudio es el más
importante: el continente afectivo de padre y madre.

El embarazo es generalmente abordado como un fenómeno clínico,


especialidad de la Medicina. Pero para la madre y el padre posee una
connotación completamente diferente: constituye el milagro de gestar una
nueva vida a través de un acto de amor; crear un nuevo ser, de ambos, con su
dotación genética y todo lo que le transmitirán en la convivencia que tendrán
hasta el fin de sus días. La pareja necesita, obviamente, de la orientación y
supervisión médica durante el embarazo y en el parto. El problema es que la
intervención de las instituciones y el equipo médico tienden, aún actualmente,
a interferir en el proceso de vínculo que están creando madre, padre e hijo.

En la mayoría de las instituciones se tiende a separar al padre y excluirlo de


todo lo que involucra el proceso del nacimiento de su propio hijo: el padre no
puede estar presente, aún cuando manifieste el deseo de hacerlo.
Muchos hombres se auto excluyen de lo que llaman “cosas de mujeres”,
porque así lo han aprendido y no han hecho el menor gesto de su parte para
modificar lo que les fue impuesto. Esta actitud, que es factor constitutivo de
la represión sexual, es tomada como normal por una cultura anti-sexualidad,
anti “carnalidad”. Participar de las visitas al ginecólogo y de las revisiones
médicas, aproximaría progresivamente al hombre para llegar al momento del
parto. El personal médico argumenta que se ponen nerviosos ante la visión
de sangre, se asquean o desmayan (y el supuesto es que todos van a reaccionar
igual). Ginecólogos actuales han modificado esta insana costumbre, invitando
a los hombres a estar presentes en la revisión ginecológica de rutina de su
pareja. Así, el hombre participa del momento en que la mujer confirma su
embarazo, involucrándose –desde ese instante- como futuro padre.

El hombre pasa a tener una participación activa en algo que le concierne


esencialmente. Llegado el momento del pre-parto es capaz de acompañar a la
mujer, pero además va teniendo una percepción tangible del fenómeno que se
está desarrollando. Se está preparando, también él, para participar en el
momento culminante de la vida de ambos como pareja. Si él ya aprendió a
apoyarla y estimularla, será su voz y su presencia el mayor respaldo para la
mujer durante el parto.

Que los estados de ánimo y emociones de la mujer embarazada influían en la


criatura aún en el vientre, era algo que las mujeres intuían. El descubrimiento
de una red neuronal que decodifica los mensajes de ternura viene a
confirmarlo y a darnos una nueva perspectiva sobre el contacto y la caricia.
Hasta ahora se conocían bien las redes neuronales asociadas al tacto (que
registran frío, calor, dolor) pero se ha descubierto recientemente que el
cerebro humano tiene una red neuronal especializada en interpretar la carga
emocional depositada en una caricia. Es independiente de las neuronas del
tacto y se activa solamente cuando las neuronas perciben amor.1   O sea, una
zona del cerebro corresponde a la sensación táctil y otra solamente se activa

1
Se descubrió a partir de un hecho fortuito: una mujer que había perdido la sensación del tacto, durante la
consulta fue acariciada tiernamente por su marido y declaró sentir la caricia. Se le entregaron estímulos
como pinchazos o fricciones en el mismo lugar, pero no los sentía. Ives Lamarre, Universidad de Montreal y
por Hakan Olausson, Hospital Universitario Sahlgrenska, Suecia.
con una caricia tierna, amorosa. La carga emotiva de una caricia es registrada
por el cortex insular.

Se ha comprobado que esta red neuronal está presente en la criatura en el


octavo mes de embarazo, lo que significa que pueden percibir el amor de sus
padres aún antes del nacimiento. Y confirma, por otra parte, que la carga de
rechazo también es recibida ya en el útero, lo que tendría consecuencias
específicas en el desarrollo del bebé.

El aporte del Dr. Frederick Leboyer (1) constituye un salto evolutivo para la
humanidad. Propone un nuevo enfoque ante el nacimiento, centrado en el
bebé. Pone en evidencia la violencia implícita en el parto tradicional y
propone el Parto con Amor. El bebé debe ser recibido por manos cariñosas,
en un ambiente armonioso. Y debe ser colocado en el pecho de la madre, para
que continúe sintiendo los latidos de su corazón.

Cuando el nacimiento deja de tener la connotación de un acto quirúrgico, pasa


a ser una celebración en la cual la madre recibe a su hijo, apoyándolo en su
pecho (donde percibe el sonido que lo acompañaba en el útero, que lo
tranquiliza y reconforta), reconociendo y acariciando ambos –padre y madre-
a esa criatura que ya es un nuevo ser, separado, vivo y palpitante. Ese
momento de plenitud dejará una impronta que perdurará por el resto de la
vida. El nexo poderoso que une a esos tres seres en aquel instante de tan
intensa belleza, fundará una base férrea que determinará la unión de la familia
en muchas ocasiones en que aparezca el riesgo de quiebre.

Quienes hablan de la familia como una entidad que debe estar unida en
función de ideales comunes, tienden a esquivar y negar esta realidad. De la
misma forma, retiran de la maternidad su aspecto “carnal”, adornándola con
los dones del sacrificio, del desprendimiento y de la abstinencia sexual.

Contacto y Caricia.

Cuando Ashley Montagu (2), en 1944, quiso hacer una recopilación de la


investigación realizada acerca del contacto en la expresión de la ternura
humana, no encontró antecedentes científicos. Sólo había estudios
relacionados con las funciones fisiológicas de la piel y del sentido del tacto.
Se han resaltado las funciones de la piel como órgano más extenso y más
antiguo, matriz que da origen a ojos, oídos, nariz y boca; como porción
expuesta del sistema nervioso, como primer medio de comunicación (ya que el
tacto es uno de los primeros sentidos que se estructura en el embrión). Pero la
función vinculante del contacto humano no poseía antecedentes en las
ciencias.
Asimismo, el contacto ha tenido muy poco espacio en la terapéutica. El
masaje y la imposición de manos son los antecedentes más remotos. Aún en
la década del 70 del pasado siglo, involucrar el contacto en la terapia resultaba
inadmisible para los terapeutas. Se pensaba que interferiría drásticamente en
el proceso de transferencia, al eliminar la distancia entre terapeuta y paciente.
Se consideraba además como un modo de acción invasiva. Cuando Rolando
Toro, creador de Biodanza, propuso la caricia -y su contenido implícito de
erotismo- como factor terapéutico y renovador de salud, fue considerado
“poco serio”.
El panorama actual es diferente. Cada vez más evidencias científicas
respaldan el valor terapéutico de la caricia. La idea de que la conciencia podía
resolver los vacíos de amor en nuestra historia, ha quedado definitivamente
sepultada por la evidencia neurofisiológica y psicológica. Personalmente (y
respaldada por la observación de los grupos) considero que el factor renovador
y reparador por excelencia lo constituye la caricia con ternura. El siguiente
análisis pretende entregar un respaldo de esta afirmación.

“Amor primario”

El contacto tierno, íntimo, con la madre en el primer tiempo de vida, deja una
huella de integración y plenitud a lo largo de toda la existencia. Michael
Balint (3) denomina a esta relación “Amor primario” y lo describe como “una
especie de interpenetración” entre dos seres que se nutren recíprocamente,
creando lazos orgánicos: el ser en desarrollo y la madre, en perfecta armonía.

Lo que el bebé necesita para completar la maduración de su sistema nervioso


y el proceso de mielinización, es una continuidad de la relación intrauterina.
La protección amorosa que brinda la madre constituye el “útero externo” con
protección, temperatura, contacto y alimentación disponibles, en el que la
criatura va a continuar su desarrollo. En la actualidad, muchos autores
convergen en la valorización de este vínculo primario, del cual dependen la
salud del bebé y la motivación de la madre para cuidarlo y protegerlo.

Así como el Amor Primario constituye una proto-vivencia de armonía,


plenitud e integración, la ausencia de este contacto amoroso deja una herida
en la Identidad. Puede causar daños irreversibles a nivel psico-neurológico o
puede incluso llegar a provocar la muerte.

La evolución y el parto.

Para poder comprender las necesidades de cuidado y protección del bebé


humano, es necesaria una visión abarcadora, desde la filogenia.

Nuestra evolución como especie, ya desde la bipedestación, determinó la


necesidad del útero externo. Cuando el homínido alcanza la bipedestación, la
posición erecta y la nueva forma de desplazamiento pasan a influir en la
estructura ósea de la pelvis, que se hace más angosta, con el consiguiente
estrechamiento del canal de parto. La posición erecta le permite tener las
manos libres y comienza a utilizarlas para elaborar y manipular herramientas,
lo que por su vez, influye en el incremento del tamaño del cerebro. O sea, por
una parte se estrecha el conducto que dará paso a la cabeza del bebé y por
otra, la cabeza de los bebés posee mayor tamaño. La especie se encuentra en
una encrucijada, ya que se hace muy difícil el nacimiento. Pero hace una
adaptación, generando un recurso para parir las crías: el parto se adelanta y

tiene lugar en el momento en que la cabeza del feto alcanza el máximo


volumen que consiga pasar por el canal del parto.

Esto explica por qué la criatura humana debe continuar su desarrollo fuera del
útero para poder completar su formación: el crecimiento de la mayor parte del
cerebro va a tener lugar después de nacer (4). La simbiosis madre-hijo crea
las condiciones similares a las del útero, que la criatura necesita para alcanzar
su desarrollo y completar las conexiones entre las distintas capas del cerebro.
El “Apego”. 

El bebé necesita estar próximo de su madre, ser acunado en brazos, protegido


y cuidado. Los sutiles estímulos que surgen de la ternura materna le permiten
completar su proceso de maduración neurológica. El diálogo psico-tónico que
se da entre madre e hijo genera el Apego (John Bowlby) (5) que posibilita el
vínculo amoroso y la mutua nutrición madre - hijo.  Esta interrelación entre el
recién nacido y la madre se da en función de movimiento, calor, temperatura,
sonidos, mirada, contacto, caricias, protección amorosa. Un bebé comprende
el lenguaje del amor, cuando se le dice “te amo” a través de una caricia.

De esta forma, la capacidad de conexión se establece tempranamente y se


afianza durante la infancia. A partir de ese primer vínculo se desarrolla la
función que permite establecer lazos íntimos en las distintas etapas de la vida.
Y es en la relación con los padres (o sustitutos), que son quienes brindan
contención, protección, consuelo y apoyo, que se estructura la “Base Segura”
(6) de una Identidad integrada.

Cuando hay separación precoz, no tiene lugar el apego.  La madre no reconoce


al hijo como propio y no consigue entenderlo ni atenderlo; lejos de decodificar
su llanto, no lo tolera y, en muchos casos, lo agrede. (7)

La huella del abandono es decisiva. En tanto más temprano y más prolongado


en el tiempo, mayor es su impacto y más graves son las consecuencias.

La “Falla Básica”
Michael Balint (3) observó la secuela que deja en el individuo “normal” la
privación del amor materno.

La ruptura del amor primario se produce cuando al bebé le falta el útero


externo; clama por la madre que no acude y llora con desesperación, porque su
necesidad es imperiosa, debido a su acelerado metabolismo. Cuando la madre
vuelve, poco a poco el bebé se tranquiliza. Pero queda la huella de la herida,
de la falta, que tendrá grados de gravedad dependiendo del tiempo que dure la
ausencia, la edad en que se produzca y el nivel de stress de la criatura.
Las ausencias de la madre producen una ruptura en el continuum de la vida.
Por eso es necesario que esté cerca para acudirlo, sobre todo en los primeros
meses, antes del año.

La separación materna no siempre se debe a la falta de amor. Al contrario, la


mayoría de las madres ama a su criatura y quiere lo mejor para ella. Pero
durante generaciones las mujeres fueron instruidas para dejar al bebé solo
durante la noche, en habitación separada, no darle alimentación a pedido sino
en horario rígido, alimentarlo preferentemente con mamadera, no tomarlo en
brazos cuando llorara, no mimarlo con abundancia de caricias2. Cada una de
estas actitudes agrede profundamente al bebé, pues se lo priva del útero
externo.

El bebé llora cuando siente displacer. Así también el niño, a los dos y tres
años, llora con intensidad para manifestar su desconfort. Es esta la etapa en
que el niño realiza el proceso de incorporación de las normas del entorno.
Algunos padres aplican excesivo rigor en los castigos y amenazas, para
“educarlo”. Cuando el niño ya no llora, los padres se sienten satisfechos
porque lograron “educarlo, adaptarlo”.  Pero al niño se le ha generado una
especie de “falla geológica”, una ruptura en el continuum de la vida.  Esa
falla, que debería ser sanada por la madre con la función reparadora de su
ternura, se agranda cada vez más.  El niño interpreta que la falta es de él y
trata de resolver el conflicto comportándose bien.  Responde con buen
comportamiento cuando le quitan el afecto.  De esta forma, comienza la
“educación” del niño a través de la manipulación afectiva: se obliga a tener
buen comportamiento para ser amado.  Lo que esto le genera es el
agrandamiento gradual de la falla básica y el afianzamiento de una identidad
débil. Desde esa frágil identidad, comienza el proceso de identificación con
objetos, mandatos y figuras externas.  Se torna susceptible a la influencia de
líderes manipuladores que le ofrecen reconocimiento a cambio de
sometimiento.

Desde la visión de Balint, se comprende mejor al paciente si se deja de lado la


teoría del conflicto como factor etiológico y se acepta, en cambio, que a ese
individuo “le falta algo” un algo que debió ser provisto en la infancia.   La
huella de la ausencia del amor primario lleva al adolescente y luego al adulto a
2
Todas estas indicaciones están contenidas en el tristemente célebre libro “Cuidados y alimentación del niño”
(1894), de autoría de Luther Emmett Helt, Profesor de Pediatría de la Universidad de Columbia, autoridad
suprema de la época. En 1935 iba por la 15ª edición.
la búsqueda de satisfacciones secundarias que jamás conseguirán llenar el
vacío, curar la herida sobre la cual se extiende toda la estructura
psicobiológica del individuo.

La herida psíquica genera gran ansiedad y se mantiene altamente activa toda la


vida.  Por eso, cuando se produce una alteración del equilibrio emocional con
el que hemos arropado la herida y sobre el que hemos construido nuestro
“ego”, aflora la ansiedad que emana de la “falla básica”.  La ruptura de la
relación simbiótica con la madre, en su momento, puso en peligro la vida.  La
ruptura de una relación, en un adulto, actualiza esa sensación de peligro de
vida. El miedo y la ansiedad que afloran, provienen de la herida primal que,
aunque enterrada, se sigue manteniendo  activa, queda al descubierto, provoca
alteraciones graves en el comportamiento y actitudes compulsivas como la
adicción al tabaco o a cualquier tipo de droga, tendencia consumista, adicción
al trabajo, etc.

La Falla Básica nortea nuestro comportamiento compulsivo, conductas


incomprensibles y reiteradas, nuestros vicios y neurosis, pero también algunas
de nuestras mal llamadas “virtudes”, es decir, conductas aparentemente sanas
que poseen un fondo neurótico; en fin… nuestra compleja identidad.

 Ruptura del continuum (útero externo)


 Falla básica

El abandono.

René Spitz (8) realizó un seguimiento de bebés en condiciones de abandono y


observó que, a pesar de los cuidados higiénicos y de alimentación que
brindaba la institución, los bebés privados de vínculo materno sufrían
alteraciones de alimentación, sueño y reposo, en paralelo con pérdida de
conexión con el rostro humano, y retroceso gradual del desarrollo. Denominó
a este cuadro “depresión anaclítica”, ya que se compone de una caída de todas
las funciones vitales encargadas de la auto preservación.

Cuando el abandono se prolonga, el niño cae en un cuadro irreversible, con


apariencia de idiocia y con disociaciones semejantes a las de un cuadro
neurológico grave (“Marasmo”). Entre el año y los dos años, un gran
porcentaje muere. El mismo investigador dejó planteada la pregunta: ¿Qué
sucede con los que no mueren? Es frecuente encontrar, en el pabellón de
Psicóticos Crónicos de hospitales psiquiátricos, personas con disociaciones de
estas características. ¿Habrán sido niños abandonados en la más tierna
infancia?

Actualmente, gracias a la investigación de diversos autores, se sabe que, aún


cuando el bebé sobreviva, el abandono se manifiesta en distintos tipos de
comportamiento que se hacen visibles en distintas etapas del desarrollo en el
niño, en el adolescente y en el adulto. Se trata de problemas de vinculación
afectiva, comportamiento adictivo,  comportamiento criminal o violento
(psicopatía), psicosis crónica.

La perspectiva neurológica del abandono.

Nils Bergman (9) especifica los efectos del abandono desde la Neurología.
Poseemos en nuestro cerebro tres programas neurológicos que regulan el
metabolismo basal, para mantener la vida en diversas circunstancias: defensa,
nutrición y reproducción. Cada uno está  asociado a conjuntos de hormonas,
nervios y músculos, de manera que la activación de uno y otro programa
afecta de diversos modos a todo lo que ocurra en el organismo.

Cuando el bebé es separado de la madre, el programa de nutrición se cierra y


se abre el de defensa: la criatura entra en estado de alerta y protesta mediante
el llanto, reclamando ser devuelta a su hábitat  (es decir, a la madre).   El bebé,
al expresar su angustia, inicia una actividad intensa que incluye aumento del
ritmo cardíaco, de la presión sanguínea, del tono y de la vigilancia, con lo cual
comienza a segregar tasas excesivas de hormonas del stress (glucocorticoides).
Luego cae en el estado opuesto, de embotamiento o retraimiento (3), con baja
3
A la activación ergotrópica y consecuente descarga masiva de hormonas del stress, le
sucede una activación del sistema parasimpático “que sobreviene en situaciones en las que
la persona no tiene ni ayuda ni esperanza, una respuesta utilizada a lo largo de la vida,
por la cual el individuo se desconecta para conservar su energía, una conducta peligrosa
de supervivencia en la que el individuo finge estar muerto; en este estado pasivo de
profunda desconexión, la tasa de  opiáceos endógenos es alta, lo que produce ausencia de
dolor, inmovilidad e inhibición de gritos de angustia.  El tono vagal aumenta
considerablemente con una bajada de la tensión sanguínea y del ritmo cardíaco. En este
estado, desde el cerebro de la criatura,  tanto los componentes del sistema simpático que
de la temperatura corporal, disminución del ritmo cardíaco y respiratorio,
taquicardias y apneas. Si la criatura recupera su hábitat normal (el cuerpo de
su madre), se constata un rápido aumento de la temperatura y del ritmo
cardíaco. Si la separación persiste, la toxicidad neuroquímica perjudica la
formación del sistema nervioso. (Ver Spitz, Marasmo).

Es vergonzoso que profesionales de la medicina aún actualmente continúen


aconsejando a las madres que dejen llorar al bebé, para que se acostumbre y
adquiera buen comportamiento.  Dejar llorar a  un bebé  hasta cansarse
constituye una agresión violenta. Al principio puede callarse por cansancio
(reacción de supervivencia), pero si el abandono se reitera, puede empujarlo a
la desesperación y a síntomas de diversa gravedad. Así como el amor
mantiene la salud, el desamor enferma.

No hay impacto fisiológico sin impacto psíquico y viceversa. Somos una


unidad integrada y ante cualquier estímulo nos modificamos por completo.

El “Cerebro Triuno”.

Paul Mac Lean (10), estudiando el cerebro de las distintas especies en el


proceso de la evolución, observó que el cerebro humano está compuesto por
tres camadas superpuestas, y que cada una de estas camadas constituye un
cerebro independiente. Cada uno tiene una inteligencia especial, su propia
subjetividad y sentido de tiempo y espacio, así como sus otras funciones. Estas
tres estructuras, física y químicamente diferentes, conforman lo que MacLean
denominó “Cerebro Triuno”: tres sistemas que, interconectados, configuran un
todo, pero al mismo tiempo son capaces de operar independientemente.

La camada más antigua, el “arquiencéfalo”, se encuentra en la parte ínfero-


posterior del encéfalo, constituido por las estructuras del tronco cerebral. Este
cerebro ya lo poseían los reptiles, por lo que Mac Lean lo denominó “Cerebro
reptil”. Este cerebro primitivo sigue operando como en nuestros ancestros, los
reptiles.

consumen energía, como los del sistema parasimpático economizador de energía se


activan, impulsando alteraciones bioquímicas caóticas, un estado de toxicidad
neuroquímico.” (Nils Bergman).
El cerebro antiguo es fundamental en la supervivencia, ya que es responsable
de las conductas automáticas: respiración y temperatura corporal,
alimentación y cambios fisiológicos necesarios para la sobrevivencia. Está
relacionado con la conducta de apareamiento, las respuestas de lucha y fuga,
con la territorialidad y el espacio vital, así como con la necesidad de cobijo.
Es el impulsor de las funciones que llevan al humano a comportarse como un
animal salvaje. Y es también el que determina las conductas adictivas.

Este primer cerebro es una herencia del periodo cavernario, donde la


supervivencia era lo esencial. Es difícil que nosotros, actualmente y de manera
consciente, podamos imaginar qué fue lo que vivieron nuestros ancestros, los
primeros homínidos. Sin embargo, la huella pregnante de esas experiencias y
pavores está relacionada con lo que llamamos el Inconsciente: aquello que
pulsa y tiende a manifestarse, pero que no conseguimos entender ni asumir.
De esta forma el cerebro primitivo, portador de la memoria ancestral de la
especie, es el núcleo en el cual se graban traumas, miedos y fobias.

Los reptiles no tienen en su cerebro la respuesta emotiva hacia sus crías.


Tampoco el comportamiento acumulativo para hacer frente a tiempos de
escasez ni conducta social.

La capa siguiente, en posición intermedia (cerebro interno), está formada por


las estructuras del sistema límbico, donde se encuentra ubicado el hipotálamo,
“cerebro emocional” y regulador hormonal. Corresponde al cerebro de los
mamíferos inferiores. Los mamíferos, mediante estructuras cerebrales (como
el hipocampo y la amígdala) tienen la capacidad de relacionarse entre sí de
manera significativa, emotiva. Por esto, la vida afectiva constituye un aspecto
relevante de la crianza y de la interacción. 

La capa superior (cortex o neocortex) es la parte más nueva, más reciente en la


evolución. Está constituida por la corteza cerebral (que comprende la mayor
parte de los dos hemisferios cerebrales y algunos grupos neuronales
subcorticales). Este cerebro se encuentra solamente en los mamíferos
superiores, incluyendo a los primates.

Se le llama cerebro superior o racional, ya que interviene en las funciones


consideradas más elevadas del ser humano, tales como el aprendizaje, el
pensamiento, la memoria, la inteligencia, la conciencia y la trascendencia.

Esas tres "capas" se desarrollaron cronológicamente en la evolución de las


especies (filogenia), desde el lagarto hasta el homo sapiens. Y se desarrollan,
también una sobre la otra, durante la evolución embrionaria y del feto
(ontogenia). Así, cada criatura va narrando la historia de la especie.

Analogía Reptil – Psicópata.

El Dr. J. Reid Meloy (11) descubrió una analogía entre las conductas
derivadas del cerebro reptil y la conducta psicopática.

Los mamíferos se relacionan entre sí de manera emotiva y cuidan y protegen a


su prole. Los reptiles, en cambio, no tienen esta conducta social ni emotiva y
más aún, suelen ser depredadores de las propias crías. Al igual que el reptil, el
psicópata no puede socializar de una manera afectiva y emotiva, ya que no
tiene empatía ni vínculos significativos. No posee la función del cerebro
emotivo y vinculante. El psicópata no siente afecto ni se conmueve ante el
otro. Cuando la tiene, no cuida a la prole, siendo muy frecuente la conducta
de abuso hacia sus vástagos. Suele ser asesino y delincuente y no posee
sentimientos de culpa. Paradojalmente, suele desarrollar gran inteligencia
abstracta y racional y una gran capacidad de seducción. Un rasgo propio del
psicópata es la ausencia de emoción en la mirada: con mirada fría, suelen no
pestañear (esta conducta estaría asociada a disfunción del sistema límbico).

A continuación asociaremos las propuestas de Nils Bergman, Mac Lean y


Meloy. Recordemos que el bebé humano nace sin haber completado su
maduración neurológica. Ésta se completa alrededor del año, cuando alcanza
la bipedestación y comienza su autonomía.
El bebé separado de su madre, al abrir el programa de defensa, cae finalmente
en un estado semejante al del reptil: se “hace el muerto”. Para poder
sobrevivir a la ausencia del amor materno, recurre a las funciones del cerebro
que posee completo: el más primitivo, relacionado justamente con la
supervivencia. Consigue vivir, pero a costa de hiper activar el cerebro reptil.
Algo fundamental se modifica en su desarrollo neurológico: sobrevive un
psicópata.
La separación y el abandono surgen también como consecuencia de una
dinámica social. Nuestra cultura es un engendro producto del desamor y la
ruptura del vínculo, provocado por la secuela de guerras, invasiones,
dictaduras sangrientas (todas éstas, situaciones generadas por psicópatas), en
que se producen miles de huérfanos y abandonados. Es decir, un círculo
vicioso eterniza la enfermedad.
A partir del abandono (o del rechazo de la madre) se inicia una secuencia
perversa:
 Ruptura de la simbiosis primaria
 Ausencia de apego
 Tendencia adictiva
 Tendencia suicida
 Daño cerebral
 Psicopatía

Este panorama permite entender la procedencia de las conductas de violencia


en adolescentes, que recrudecen en la actualidad. Michel Odent (13) afirma
que la mejor estrategia para obtener una persona agresiva es separarla de la
madre en su más tierna infancia.  Se ha estudiado también la relación entre la
falta de placer corporal en criaturas pequeñas en el desarrollo de una
personalidad violenta (J.W. Prescott, citado por M. Odent).

El “continuum” amoroso.

Estudiando a los yequana, una tribu de la selva amazónica de Venezuela, Jean


Liedloff (12) quedó impresionada por su alegría de vivir, su afectiva forma de
convivencia, su extraordinaria capacidad para disfrutar de la vida, y sobre
todo, el trato gentil y respetuoso entre hombres y mujeres y entre los niños.

Según Liedloff, la clave está en el “continuum” de la relación mamá-bebé, que


permite un proceso gradual de independización.  Rof Carballo (13) llamó a
este proceso “urdimbre”, el entramado básico emocional que sustenta el
desarrollo de la capacidad para entablar relaciones afectivas, armoniosas y
pacíficas, con los demás, con uno mismo, con el mundo.

En nuestra cultura, las necesidades afectivas de los seres humanos en la


primera infancia no se satisfacen plenamente, lo que exige a nuestra especie
una adaptación al desamor. Una cultura en estas condiciones “está condenada
a dañar la personalidad de sus miembros" (Liedloff).

El concepto del Continuum revela la íntima relación entre desarrollo


evolutivo, afectividad y cultura y nos invita a pensar que las sociedades
humanas podrían ser pacíficas, afectivas y no estar signadas por la violencia.

Desde nuestros valores actuales, está des-valorizado el dedicarse a ser madre:


hay que producir.   La mujer-madre se mantiene alejada de su criatura y le
niega (y se niega a sí misma) el nexo del “Amor Primario”.

El valor de la ternura.

Dentro del contexto de Biodanza, el núcleo que genera el proceso de


integración es la afectividad. Las personas entran a un grupo sintiéndose
“entre extraños”, como en cualquier actividad. Esta situación cambia
sensiblemente cuando comienzan a realizar juntos los ejercicios,
estableciendo un nexo afectivo entre sí, lo que redunda en confianza, profundo
respeto y cariño. Poco a poco se va restableciendo el cálido nexo vinculante
entre quienes se percibían como individuos separados. Se desarrolla la
capacidad de contener, proteger, de recibir, ser protegido, confiar. El grupo se
convierte en una matriz cálida y receptiva, de la cual cada uno es parte y en la
que, al mismo tiempo, cada uno es acogido.
La conciencia del vacío de amor es sólo una constatación, no la cura.  La
caricia íntima, confiable, que es posible dar y recibir en Biodanza, constituye
una verdadera “reparentalización”, una  reparación profunda de las heridas de
la identidad, una renovación de la energía vital.

La ternura es imprescindible en el inicio de la vida como fundadora de lo


humano, pero aún si carecemos de ella en la base, ejerce una acción
reparadora en nuestra vida adulta.

Proponemos la ternura como fuente de la salud original y factor terapéutico de


integración. La ternura humana posee la función de resguardo del germen de
la vida.
Bibliografía.

(1) Leboyer, Frederick “Por un nacimiento sin violencia” (1975) Ed.


Mandala, 2004.
(2) Montagu, Ashley: “El contacto humano”. Paidós 1979
(3) Balint, Michael: “La Falta Básica. Aspectos terapéuticos de la
regresión” Ed. Paidós.  Barcelona  1993
(4) Bergman, Nils: “Rediscover the natural way” (documental)
http://www.kangaroomothercare.com/
(5) Bowlby, John: “El Apego y la Pérdida” Paidós 1998
(6) “Una Base Segura” Paidós 1989
(7) Klaus, Marshall y Kennel, John: “La relación madre hijo”
Ed. Panamericana. Buenos Aires 1978
(8) Spitz, Rene: “El primer año de vida” Ed. Aguilar 1984
(9) Bergman, Nils: “Restoring the original paradigm” (Documental) Sextas
Jornadas Internacionales sobre Lactancia París, Marzo 2005
“Rediscover the natural way” (documental).
encargos.libros@laligadelaleche.org
http://www.kangaroomothercare.com/
(10) Mac Lean, Paul: Teoría del “Cerebro triuno”
(11) Meloy, J. Reid: “The Psychopathic Mind. Origins, Dynamics and
Treatment” (1988)
(12) Odent, Michel: “La cientificación del amor” Ed. Creavida 2001
(13) Liedloff, Jean: “El Concepto del Continuum” Ed. Ob Stare 2003
(14) Rof Carballo, Juan: “Urdimbre afectiva y enfermedad” (1961)

También podría gustarte