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8 El Carnaval Nunca Muere
8 El Carnaval Nunca Muere
Así iniciaba su esfuerzo el Señor Doctor, de esos que tiene la Santa Madre Iglesia,
para explicarle a su provinciano colega de mucha edad y escasas letras, que
aquellos bailes cuaresmales, y el de “La Piñata”, reflejaban la conformidad de la
tradición barranquillera con el texto que Don Juan Ruíz, el Arcipreste de Hita, deja
en su “Libro de buen Amor” a través de la metáfora del matrimonio incompatible,
mal avenido, dispar, pero, al fin y al cabo, indisoluble, entre Don Carnal y Doña
Cuaresma que dirimen sus desavenencias y hacen sus guerras a través de la
comida.
Doña Cuaresma ha encontrado dormido a Don Carnal al amanecer del
Miércoles de Ceniza, víctima del vino, acompañado por su guardia personal
de tasajos de carne salada, patos ahumados, chorizos, salchichones,
costillas de carneros, cabritos y lechones y, de gran ímpetu ella llena,
abrazóse con él y lo derriba en la arena.
Vencido, lo deja al cuidado del Obispo quien, en nombre de las tradiciones
bíblicas y rabínicas, de las costumbres de la Sunnah y de las Leyes del
Corán, lo somete a una rigurosa dieta de aceitunas, lentejas, alcachofas y
otros vegetales, como si Moro fuera, bebiendo del aire y no del vino.
El Cura de San Nicolás mira por encima de sus gafas al joven doctor que recién
ha llegado de sus estudios en Roma gracias a una beca que le concedió el Doctor
Rafael Núñez, a ruego de Doña Soledad Román quien, además era miembro de la
Logia Femenina “Estrella de Oriente”, de Cartagena.
Mientras escancia un nuevo trago piensa para sus adentros.
Este mundo anda loco.
La barragana del entonces Presidente, además de ser dirigente de la
Masonería, promueve y financia la formación de curas en la misma
Roma. Eso solo pasa entre nosotros, aquí en la Costa.
Solo Dios sabe si este curita que es tan vehemente en lo que dice y que
defiende estas bestialidades de hacer bailes de mascarada en los días
de Cuaresma, es un miembro de esa Sociedad Secreta condenada por
el Papa en su Encíclica “Mirari Vos”.
Han pasado algo de dieciseis años desde entonces y al igual que aquellos días, y
más atrás, por estos se saben, se critican se explican y se practican las
infidelidades, la alcahuetería y el celestinaje.
Como siempre, y al mismo tiempo, todos dicen tener el vademécum para sanar
esos males del corazón y de la entrepiernas, así como las fórmulas para evitarlos
según la prédica de un clero licencioso, el ejemplo de monjas embarazadas, de
imanes y de rabinos borrachos que, no por ello dejan de tener razón en lo que
dicen y recomiendan a un mundo que cambia de disfraz y de talante.
A luz del sol, hacen días de ayuno.
Lucen capirotes, llevan cirios; se dan de azotes con sus cíngulos; visten sayales,
ciñen sus lomos con cilicios y se echan cenizas en la cabeza.
Llegada que son las sombras vienen las noches plenas de hartura, lujuria,
desnudeces y placeres.
Por eso, su Reverencia, la conclusión que surge de todo este antruejo, es la
de que durante el tiempo de La Cuaresma, en nuestra tradición
barranquillera el Carnaval no muere pues, como Don Carnal, bajo el ojo
avizor de la autoridad religiosa se cuida, espera y recupera fuerzas para
resurgir victorioso el Domingo de La Resurrección, aprestándose desde ya
para el nuevo combate ritual en respuesta al desafío que Doña Cuaresma
volverá a hacerle siete días antes del Miércoles de Ceniza del año próximo
y, así, repetir eternamente el ciclo de cuarenta días de descanso por
trescientos veinticinco de diversión. ¿Me entiende Su Reverencia?