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UNIÓN NACIONAL DE COFRADÍAS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

ITINERARIO DE FORMACIÓN
DEL COFRADE DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

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ÍNDICE

PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

Tema Nº 1: La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial


Tema Nº 2: Los nombres de este Sacramento
Tema Nº 3: Los signos del pan y del vino
Tema Nº 4: La institución de la Eucaristía Tema Nº 5: “Haced
esto en memoria mía”
Tema Nº 6: La Misa de todos los siglos
Tema Nº 7: El Sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia
Tema Nº 8: El memorial sacrificial de Cristo y de su cuerpo, que es la Iglesia
Tema Nº 9: El sacrificio de la Iglesia
Tema Nº 10: La presencia de Cristo por el poder de su palabra y del Espíritu Santo
Tema Nº 11: El culto a la Eucaristía
Tema Nº 12: El banquete pascual
Tema Nº 13: La comunión
Tema Nº 14: Los frutos de la comunión (1)
Tema Nº 15: Los frutos de la comunión (2)
Tema Nº 16: La Eucaristía y la unidad de los cristianos
Tema Nº 17: La Eucaristía, prenda de la gloria futura

SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

Tema Nº 18: Ministerios ejercidos por laicos durante la celebración de la Misa


Tema Nº 19: Preparativos para la celebración de la Misa Tema Nº 20: La disposición del
edificio sagrado (1) Tema Nº 21: La disposición del edificio sagrado (2)
Tema Nº 22: La disposición del edificio sagrado (3) / Los vasos sagrados
Tema Nº 23: Los tiempos litúrgicos (1) Tema Nº 24: Los
tiempos litúrgicos (2)
Tema Nº 25: La devoción privada y pública a la Sagrada Eucaristía Tema Nº 26: La exposición de la
Sagrada Eucaristía
Tema Nº 27: Exposición prolongada y breve
Tema Nº 28: Rito de la exposición y bendición eucarística Tema Nº 29: La reserva de la
Santísima Eucaristía
Tema Nº 30: Algunas formas de culto a la Santísima Eucaristía fuera de la Misa (1)
Tema Nº 31: Algunas formas de culto a la Santísima Eucaristía fuera de la Misa (2)

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

Tema Nº 32: Forma eucarística de la vida cristiana Tema Nº 33: Vivir según el
domingo (1)
Tema Nº 34: Vivir según el domingo (2) Tema Nº 35:
Eucaristía y vida cristiana Tema Nº 36: Eucaristía y fieles
laicos Tema Nº 37: Eucaristía y misión
Tema Nº 38: Eucaristía y promoción humana
Tema Nº 39: Eucaristía, Misterio que se ha de ofrecer al mundo Tema Nº 40: Implicaciones sociales del
Misterio eucarístico (1) Tema Nº 41: Implicaciones sociales del Misterio eucarístico (2) Tema Nº 42:
Eucaristía y salvaguarda de la creación
Tema Nº 43: Eucaristía y unidad de la Iglesia
Tema Nº 44: Las cofradías del Santísimo Sacramento Tema Nº 45: Los cofrades del
Santísimo Sacramento

PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER
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TEMA Nº 1:
LA EUCARISTÍA, FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA ECLESIAL

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del
sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan
por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el Sacrificio mismo del Señor.

1323 “Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio eucarístico de
su Cuerpo y su Sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y confiar así a su
Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, Sacramento de piedad, signo de unidad,
vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una
prenda de la gloria futura” (SC 47).

1324 La Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). “Los demás sacramentos, como
también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se
ordenan. La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
mismo, nuestra Pascua” (PO 5).

1325 “La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por
las que la Iglesia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo,
Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre”
(Congregación de Ritos, Instrucción "Eucharisticum mysterium" (25 de mayo de 1967), 6).

1326 Finalmente, por la celebración eucarística nos unimos ya a la Liturgia del cielo y anticipamos la vida
eterna cuando Dios será todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: “Nuestra manera de pensar
armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar” (San Ireneo,
Adversus haereses, 4, 18, 5).

PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 2:
LOS NOMBRES DE ESTE SACRAMENTO

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1328 La riqueza inagotable de este Sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada
uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las palabras “eucharistein” (Lc 22, 19; 1 Cor 11,
24) y “eulogein” (Mt 26, 26; Mc 14, 22) recuerdan las bendiciones judías que proclaman —sobre todo
durante la comida— las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.

1329 Banquete del Señor (cf. 1 Cor 11,20) porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus
discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf. Ap 19,9) en la
Jerusalén celestial.
Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando
bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf. Mt 14, 19; 15, 36; Mc 8, 6.19), sobre todo en la
última Cena (cf.
Mt 26, 26; 1 Cor 11, 24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24, 13-
35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf. He 2, 42.46; 20,

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7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran
en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf. 1 Cor 10, 16-17).
Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles,
expresión visible de la Iglesia (cf. 1 Cor 11, 17-34).

1330 Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor. Santo Sacrificio, porque actualiza el único
Sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa,
“Sacrificio de alabanza” (He 13, 15; cf. Sal 116, 13.17), Sacrificio espiritual (cf. 1 P 2,5), Sacrificio puro (cf. Mal
1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
Santa y divina Liturgia, porque toda la Liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más
densa en la celebración de este Sacramento; en el mismo sentido se la llama también celebración de los santos
misterios. Se habla también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los sacramentos. Con este
nombre se designan las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.

1331 Comunión, porque por este Sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su
Sangre para formar un solo cuerpo (cf. 1 Cor 10, 16-17); se la llama también las cosas santas [ta hagia;
sancta] (Constitutiones Apostolorum 8, 13, 12; Didaché XII Apostolorum, 9, 5; 10,
6) —es el sentido primero de la comunión de los santos de que habla el Símbolo de los Apóstoles —, pan
de los ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios,
20, 2), viático...

1332 Santa Misa porque la Liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de
los fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 3:
LOS SIGNOS DEL PAN Y DEL VINO

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de
Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden
del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la
víspera de su pasión: “Tomó pan (...)”, “tomó el cáliz lleno de vino (...)”. Al convertirse misteriosamente
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la
creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf. Sal 104, 13-15), fruto “del
trabajo del hombre”, pero antes, “fruto de la tierra” y “de la vid”, dones del Creador. La Iglesia ve en el
gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que “ofreció pan y vino” (Gén 14,
18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf. Misal Romano, Canon Romano, 95).

1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra
en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo:
los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de
Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios
(Dt 8, 3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus
promesas. El “cáliz de bendición” (1 Cor 10, 16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría
festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús
instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.

1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó
los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único
pan de su Eucaristía (cf. Mt 14, 13-21; 15, 32- 29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf. Jn 2, 11)
anuncia ya la hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en
el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf. Mc 14, 25) convertido en Sangre de Cristo.

1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los
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escandalizó: “Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?” (Jn 6, 60). La Eucaristía y la Cruz son piedras
de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. “¿También vosotros queréis
marcharos?” (Jn 6, 67): Esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación de su amor a
descubrir que sólo él tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6, 68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía
es acogerlo a él mismo.
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 4:
LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir
de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento
del amor (Jn 13, 1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles
partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus
apóstoles celebrarlo hasta su retorno, “constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento”
(Concilio de Trento: DS 1740).

1338 Los tres evangelios sinópticos y San Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la
Eucaristía; por su parte, San Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que
preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el Pan de vida, bajado del cielo (cf.
Jn 6).

1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus
discípulos su Cuerpo y su Sangre:
“Llegó el día de los Ázimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; [Jesús] envió a
Pedro y a Juan, diciendo: ‘Id y preparadnos la Pascua para que la comamos’ (...) fueron (...) y prepararon la
Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: ‘Con ansia he deseado comer esta
Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su
cumplimiento en el Reino de Dios’ (...) Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘Esto es mi
Cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío’. De igual modo, después de cenar,
el cáliz, diciendo: ‘Este cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre, que va a ser derramada por vosotros’” (Lc 22,
7-20; cf. Mt 26, 17-29; Mc 14, 12-25; 1 Co 11, 23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su
sentido definitivo a la Pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su
resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la
Pascua judía y anticipa la Pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 5:
“HACED ESTO EN MEMORIA MÍA”

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras “hasta que venga” (1 Cor 11, 26), no exige
solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus
sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al
Padre.

1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:
“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la
fracción del pan y a las oraciones (...) Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo

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espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón” (He 2,
42.46).

1343 Era sobre todo “el primer día de la semana”, es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús,
cuando los cristianos se reunían para “partir el pan” (He 20, 7). Desde entonces hasta nuestros días la
celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la Iglesia,
con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.

1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús “hasta que venga” (1 Cor
11, 26), el pueblo de Dios peregrinante “camina por la senda estrecha de la Cruz” (AG 1) hacia el banquete
celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 6:
LA MISA DE TODOS LOS SIGLOS

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1345 Desde el siglo II, según el testimonio de San Justino Mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de
la celebración eucarística. Éstas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de
tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el Santo escribe, hacia el año 155, para explicar al Emperador
pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:
“El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en
los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de
los profetas.
“Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que
imitemos estos bellos ejemplos.
“Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces (…) por nosotros mismos,
por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos
conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena conducta y
guardadores de lo que se nos ha mandado, y consigamos así la salvación eterna.
“Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente el ósculo de la
paz.
“Luego, al que preside a los hermanos se le ofrece pan y un vaso de
agua y vino, y tomándolos, él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por
el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones, que de Él
nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo
presente aclama diciendo: Amén.
“Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se
llaman ‘ministros’ o diáconos, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre que
se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes” (San Justino, Apologiae, 1, 65, 67).

1346 La Liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se grandes
momentos que forman una unidad básica:
— La reunión, la Liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
— la Liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la
comunión. Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas “un solo acto de culto” (SC 56); en
efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del
Señor (cf. DV 21).

1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus discípulos: En el
camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, “tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio” (cf. Lc 24, 13- 35).
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER
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TEMA Nº 7:
EL SACRIFICIO SACRAMENTAL:
ACCIÓN DE GRACIAS, MEMORIAL, PRESENCIA

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1356 Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su substancia, no ha
cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de Liturgias, sucede porque sabemos que estamos
sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor11, 24-25).

1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su Sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al
Padre lo que él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del
Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo se hace real y
misteriosamente presente.

1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía


— como acción de gracias y alabanza al Padre
— como memorial del Sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
— como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.

1359 La Eucaristía, Sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la Cruz, es también un Sacrificio
de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el Sacrificio eucarístico, toda la creación amada
por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede
ofrecer el Sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de
justo en la creación y en la humanidad.

1360 La Eucaristía es un Sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia
expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la
creación, la redención y la santificación. “Eucaristía” significa, ante todo, acción de gracias.

1361 La Eucaristía es también el Sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios
en nombre de toda la creación. Este Sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: Él une los fieles
a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el Sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido
por Cristo y con Cristo para ser aceptado en Él.
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 8:
EL MEMORIAL SACRIFICIAL DE CRISTO Y DE SU CUERPO, QUE ES LA IGLESIA

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único


Sacrificio, en la Liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las
palabras de la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.

1363 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo de los
acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los
hombres (cf. Ex 13, 3). En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes
y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: Cada vez que es celebrada la Pascua, los
acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su
vida a estos acontecimientos.

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1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía,
hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: El Sacrificio que Cristo ofreció de una vez
para siempre en la Cruz, permanece siempre actual (cf. Heb 7, 25-27): "Cuantas veces se renueva en el altar el
Sacrificio de la Cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención"
(LG 3).

1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un Sacrificio. El carácter sacrificial de la
Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi Sangre, que será derramada por vosotros” (Lc 22, 19-20).
En la Eucaristía, Cristo da el mismo Cuerpo que por nosotros entregó en la Cruz, y la Sangre misma que
"derramó por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
1366 La Eucaristía es, pues, un Sacrificio porque representa (= hace presente) el Sacrificio de la Cruz,
porque es su memorial y aplica su fruto:
“[Cristo], nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas, muriendo como
intercesor sobre el altar de la Cruz, a fin de realizar para ellos [—los hombres—] una redención eterna. Sin
embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Heb 7, 24.27), en la última Cena, ‘la noche en
que fue entregado’ (1 Cor 11, 23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un Sacrificio visible (como lo
reclama la naturaleza humana), donde sería representado el Sacrificio sangriento que iba a realizarse una única
vez en la Cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (cf. 1 Cor 11, 23) y cuya virtud
saludable se aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada día” (Concilio de Trento: DS
1740).

1367 El Sacrificio de Cristo y el Sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único Sacrificio: “Es una y la misma
víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la
Cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer” (Concilio de Trento: DS 1743): “Y puesto que en este divino
Sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar
de la Cruz ‘se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento”; (…) “este Sacrificio [es] verdaderamente
propiciatorio" (ibid.).
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 9:
EL SACRIFICIO DE LA IGLESIA

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1368 La Eucaristía es igualmente el Sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa
en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por
todos los hombres. En la Eucaristía, el Sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su
Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y
a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El Sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a
todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos
extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la Cruz, por Él, con Él y en Él, la
Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres.

1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. Encargado del ministerio de Pedro en
la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor
de la unidad de la Iglesia universal. El Obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso
cuando es presidida por un presbítero; el nombre del Obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia
de la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede
también por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen el Sacrificio eucarístico:
“Que sólo sea considerada como legítima la Eucaristía que se hace bajo la presidencia del Obispo o
de quien él ha señalado para ello” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Smyrnoeos, 8, 1).
“Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los
fieles en unión con el Sacrificio de Cristo, único Mediador. Éste, en nombre de toda la Iglesia, por manos de
los presbíteros, se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor venga” (PO 2).
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1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo, sino también los
que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el Sacrificio eucarístico en comunión con la Santísima
Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los Santos y Santas. En la Eucaristía, la Iglesia,
con María, está como al pie de la Cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.

1371 El Sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos “que han muerto en Cristo y todavía
no están plenamente purificados” (Concilio de Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de
Cristo:
“Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que,
dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor· (Santa Mónica, antes de su muerte, a
San Agustín y su hermano; San Agustín, Confessiones, 9, 9, 27).
“A continuación oramos [en la anáfora] por los Santos Padres y Obispos difuntos, y en general
por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las almas, en favor
de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable víctima (...) Presentando a
Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores, (...) presentamos a Cristo inmolado
por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres” (San
Cirilo de Jerusalén, Catecheses mistagogicae, 5, 9.10).

1372 San Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una participación cada
vez más completa en el Sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:
“Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a
Dios como un sacrificio universal por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse
por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza (...) Tal es el sacrificio
de los cristianos: ‘Siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo’ (Rom 12, 5). Y este
sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se
muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma” (San Agustín, De civitate Dei, 10, 6).
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 10:
LA PRESENCIA DE CRISTO
POR EL PODER DE SU PALABRA Y DEL ESPÍRITU SANTO

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1373 “Cristo Jesús, que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rom 8,34),
está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf. LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí
donde dos o tres estén reunidos en mi nombre” (Mt 18, 20), en los pobres, los enfermos, los presos (cf. Mt
25, 31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el Sacrificio de la Misa y en la persona del ministro.
Pero, "sobre todo, [está presente] bajo las especies eucarísticas" (SC 7).

1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por
encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que
tienden todos los sacramentos” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 3, 73, 3). En el Santísimo
Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto
con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Concilio de Trento:
DS 1651). “Esta presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen
‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente
presente” (S.S. Pablo VI, Encíclica “Mysterium fidei” (3 de septiembre de 1965), 5).

1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este
Sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de
Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, San Juan Crisóstomo declara que:
“No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo,
sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras,
pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas
9
ofrecidas” (San Juan Crisóstomo, De produtione Judae, 1, 6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
“Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la
bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la
bendición la naturaleza misma resulta cambiada... La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no
existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las
cosas su naturaleza primera que cambiársela” (San Ambrosio, De mysteriis, 9, 50.52).

1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que
lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia
esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: Por la consagración del pan y del vino se opera el
cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la
substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia Católica ha llamado justa y apropiadamente a
este cambio transubstanciación” (Concilio de Trento: DS 1642).

1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo
que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo
entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf. Concilio de
Trento: DS 1641).
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 11:
EL CULTO A LA EUCARISTÍA

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1378 El culto de la Eucaristía. En la Liturgia de la Misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo
bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en
señal de adoración al Señor. “La Iglesia Católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe
al Sacramento de la Eucaristía no solamente durante la Misa, sino también fuera de su celebración:
conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con
solemnidad, llevándolas en procesión” (S.S. Pablo VI, Encíclica “Mysterium fidei” (3 de septiembre de
1965), 7).

1379 El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que
pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la Misa. Por la profundización de la fe en la presencia
real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor
presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente
digno de la Iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia
real de Cristo en el Santo Sacramento.

1380 Es realmente conveniente, que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular
manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia
sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la Cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del
amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13, 1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia
eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros
(cf. Gál 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:
“La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este
Sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación
llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (S.S.
Juan Pablo II, Carta “Dominicae Cenae” (24 de febrero de 1980), 3).

1381 “La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este Sacramento,
‘no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás [de Aquino], sino solo por la fe, la cual se apoya en la
autoridad de Dios”. Por ello, comentando el texto de San Lucas 22, 19: ‘Esto es mi Cuerpo que será
entregado por vosotros’, San Cirilo declara: ‘No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con
10
fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente” (S.S. Pablo VI, Encíclica “Mysterium
fidei” (3 de septiembre de 1965), 3; cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 3, 75, 1; San Cirilo de
Alejandría, Commentarius in Lucam, 22, 19):
“Adoro te devote, latens Deitas, “Quae sub his
figuris vere latitas: “Tibi se cor meum totum
subjicit, “Quia te contemplans totum deficit.
“Visus, gustus, tactus in te fallitur, “Sed auditu solo
tuto creditur: “Credo quidquod dixit Dei Filius: “Nil
hoc Veritatis verbo verius”.
(“Adórote devotamente, oculta Deidad,
“que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente: “A ti mi corazón totalmente
se somete,
“pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo. “La vista, el tacto, el gusto, son
aquí falaces;
“sólo con el oído se llega a tener fe segura. “Creo todo lo
que ha dicho el Hijo de Dios,
“nada más verdadero que esta palabra de Verdad”).
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 12:
EL BANQUETE PASCUAL

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1382 La Misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el Sacrificio de la
Cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del
Sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la
comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.

1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos
aspectos de un mismo misterio: el altar del Sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar
cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la
víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. “¿Qué es, en efecto, el
altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?”, dice San Ambrosio (San Ambrosio, De sacramentis, 5,
7), y en otro lugar: “El altar representa el Cuerpo [de Cristo], y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar” (ibid., 4,
7). La Liturgia expresa esta unidad del Sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia
de Roma ora en su anáfora:
“Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el
altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al
participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición” (Misal Romano, Canon Romano, 96).

1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el Sacramento de la Eucaristía: “En verdad en
verdad os digo: Si no coméis la Carne del Hijo del hombre, y no bebéis su Sangre, no tendréis vida en
vosotros” (Jn 6,53).

1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San
Pablo exhorta a un examen de conciencia: “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será
reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.
Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1 Cor 11, 27-29). Quien
tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la reconciliación antes de
acercarse a comulgar.
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

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TEMA Nº 13: LA COMUNIÓN

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1386 Ante la grandeza de este Sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las
palabras del centurión (cf. Mt 8, 8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya
bastará para sanarme". En la Liturgia de San Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
“A tomar parte en tu cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: No revelaré a tus enemigos el
misterio, no te daré el beso de Judas; antes como el ladrón te reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de mí,
Señor en tu Reino!” (Liturgia de San Juan Crisóstomo, Preparación a la comunión).

1387 Para prepararse convenientemente a recibir este Sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito
por la Iglesia (cf. CIC, can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la
solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.

1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones (cf. CIC, can.
916), comulguen cuando participan en la Misa (cf. CIC, can 917. Los fieles, en el mismo día, pueden recibir
la Santísima Eucaristía sólo una segunda vez: cf. Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici Authentice
Interpretando, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984), pp. 746): "Se recomienda especialmente la
participación más perfecta en la Misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo
Sacrificio, el Cuerpo del Señor" (SC 55).

1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina Liturgia (cf. OE 15)
y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (cf. CIC, can. 920),
preparados por el sacramento de la reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir
la Santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.

1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola
especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales,
esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. “La comunión
tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es
donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico” (CIC, can. 920). Es la forma
habitual de comulgar en los ritos orientales.
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 14:
LOS FRUTOS DE LA COMUNIÓN (1)

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto
principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre
habita en mí y yo en él” (Jn 6, 56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico:
“Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por
mí” (Jn 6,57):
“Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la
Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala: ‘¡Cristo ha
resucitado!’ He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo”
(Fanqîth, Oficio siríaco de Antioquía, Vol. I, Común, 237 a- b).

1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera
admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el
Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.
Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra
peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

12
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es
“entregado por nosotros”, y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los
pecados”. Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados
cometidos y preservarnos de futuros pecados:
“Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor (cf. 1 Cor 11, 26). Si anunciamos la
muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo
es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo
que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (San Ambrosio, De sacramentis, 4, 28).

1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad
que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf.
Concilio de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper
los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él:
“Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro
Sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que
aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu
Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para
nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo (...) y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos
para Dios” (San Fulgencio de Ruspe, Contra gesta Fabiani, 28, 16-19).
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 15:
LOS FRUTOS DE LA COMUNIÓN (2)

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados
mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil
se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados
mortales. Esto es propio del sacramento de la reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el Sacramento
de los que están en plena comunión con la Iglesia.

1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más
estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La
comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el
Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf. 1 Cor 12, 13). La Eucaristía realiza esta
llamada: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo?, y el pan
que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo
cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Cor 10, 16-17):
“Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el Sacramento que es puesto sobre
la mesa del Señor, y recibís este Sacramento vuestro. Respondéis ‘Amén’ (es decir, ‘sí’, ‘es verdad’) a lo que
recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir ‘el Cuerpo de Cristo’, y respondes ‘amén’. Por lo
tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu ‘amén’ sea también verdadero” (San Agustín, Sermones,
272).

1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la
Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf. Mt
25, 40):
“Has gustado la Sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando
digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado
de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso” (San Juan
Crisóstomo, Homiliae in primam ad Corinthios, 27, 4).
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

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TEMA Nº 16:
LA EUCARISTÍA Y LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de este misterio, San Agustín exclama: "O
Sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh Sacramento de piedad, oh signo de
unidad, oh vínculo de caridad!") (San Agustín, In Evangelium Johannis tractatus, 26, 13; cf. SC 47). Cuanto
más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa
del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad
completa de todos los que creen en él.

1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia Católica celebran la Eucaristía con
gran amor. “Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud
de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con vínculo
estrechísimo" (UR 15), una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, “no solamente es
posible, sino que se aconseja (...) en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica"
(UR 15, cf. CIC, can. 844, 3).

1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia Católica, “sobre todo por
defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico”
(UR 22). Por esto, para la Iglesia Católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible.
Sin embargo, estas comunidades eclesiales “al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del
Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa” (UR 22).

1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden
administrar los sacramentos (Eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no están en
plena comunión con la Iglesia Católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: En tal caso se
precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf. CIC, can. 844,
4).
PRIMERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CREER

TEMA Nº 17:
LA EUCARISTÍA, PRENDA DE LA GLORIA FUTURA

DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: “O sacrum convivium in quo
Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus
datur!” (“¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el
alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!”). Si la Eucaristía es el memorial de la
Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados “de toda bendición celestial y gracia”
(Misal Romano, Canon Romano, 96: “Supplices te rogamus”), la Eucaristía es también la anticipación de la
gloria celestial.

1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua
en el Reino de Dios: “Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba
con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre” (Mt 26, 29; cf. Lc 22, 18; Mc 14, 25). Cada vez que la
Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia “el que viene” (Ap 1, 4). En
su oración, implora su venida: “Maranatha” (1 Cor 16, 22), “Ven, Señor Jesús” (Ap 22, 20), “que tu gracia
venga y que este mundo pase” (Didaché XII Apostolorum, 10, 6).

1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin
embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía “expectantes beatam spem et
adventum Salvatoris nostri Jesu Christi” (“mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador
Jesucristo”, Misal Romano, Embolismo después del Padre
14
-nuestro; cf. Ti 2, 13), pidiendo entrar “en tu Reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna
de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro,
seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro”
(Misal Romano, Plegaria Eucarística III, 128: oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf. 2
P 3, 13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se
celebra este misterio, “se realiza la obra de nuestra redención” (LG 3) y “partimos un mismo pan que es
remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre” (San Ignacio de
Antioquía, San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20,2).
SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 18:
MINISTERIOS EJERCIDOS POR LAICOS DURANTE LA CELEBRACIÓN DE
LA MISA

DE LA ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

65. El acólito se instituido para el servicio del altar y como ayudante del sacerdote y del diácono. A
él compete principalmente la preparación del altar y de los vasos sagrados, y distribuir a los fieles la
Eucaristía, de la que es ministro extraordinario.

66. El lector es instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el Evangelio.
Puede también proponer las intenciones de oración universal, y, no habiendo salmista, proclamar el salmo
responsorial. El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer él,
aunque haya otro ministro de grado superior. Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de
la Sagrada Escritura por la audición de las lecturas divinas, es necesario, que los lectores que ejercen tal
ministerio, aunque no hayan sido instituidos en él, sean de veras aptos y diligentemente preparados.

67. Al salmista corresponde proclamar el salmo u otro canto bíblico interleccional. Para cumplir bien
con este oficio, es preciso, que el salmista posea el arte de salmodiar y tenga dotes para emitir bien y
pronunciar con claridad.

68. De los demás ministros, unos ejercen su oficio en el presbiterio, otros fuera de él.
Entre los primeros figuran aquéllos a quienes se les encarga la distribución de la comunión, en
calidad de ministros extraordinarios, como también los que llevan el misal, la cruz, los cirios, el pan, el
vino, el agua y el incensario.
Entre los segundos:
a) El comentarista, que es el que hace las explicaciones y da avisos a los fieles, para introducirlos en la
celebración y disponerlos a entenderlamejor. Conviene que lleve bien preparados sus comentarios,
con una sobriedad que los haga asimilables. En el cumplimiento de su oficio, el comentarista ocupa
un lugar adecuado ante los fieles, que, a ser posible, no conviene que sea el ambón.
b) Existe también, en algunas regiones, el encargado de recibir a los fieles a la puerta de la Iglesia,
acomodarlos en los puestos que les corresponden y ordenar las procesiones.
c) Los que hacen las colectas en la Iglesia.

SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 19:
PREPARATIVOS PARA LA CELEBRACIÓN DE LA MISA

15
DE LA ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

79. Cúbrase el altar al menos con un mantel. Sobre el altar, o cerca del mismo, colóquese un mínimo
de dos candeleros con sus velas encendidas o incluso cuatro o seis, y si celebra el Obispo de la Diócesis, siete.
También sobre el altar o cerca del mismo ha de haber una cruz. Los candeleros y la cruz pueden llevarse
en la procesión de entrada. Sobre el altar puede ponerse, a no ser que también éste se lleve en la procesión
de entrada, el libro de los Evangelios, diverso del libro de las restantes lecturas.

80. Prepárese también:


a) Junto a la sede del sacerdote: el misal y, según convenga el librito de los cantos.
b) En el ambón: el libro de las lecturas.
c) En la credencia: el cáliz, el corporal, el purificador, la palia, si se usa, la patena y los copones si son necesarios
con el pan para la comunión del sacerdote, de los ministros y del pueblo; las vinajeras con el vino y el agua, a
no ser que lo vayan a ofrecer los fieles al momento del ofertorio; la patena para la comunión de los fieles
y todo lo que haga falta para la ablución de las manos. Cúbrase el cáliz con un velo, que podrá ser siempre de
color blanco.

81. En la sacristía, según las diversas formas de celebración, prepárense las vestiduras sagradas del
sacerdote y de los ministros:
a) Para el sacerdote: el alba, la estola y la casulla.
b) Para el diácono: el alba, la estola y la dalmática. Esta última, por necesidad o por grado inferior
de solemnidad, puede omitirse.
c) Para los demás ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
Todos los que usan el alba, empleen el cíngulo y el amito, a no ser que se provea de otra manera.
SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 20:
LA DISPOSICIÓN DEL EDIFICIO SAGRADO (1)

DE LA ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

El Presbiterio

258. El presbiterio quede bien diferenciado respecto a la nave de la Iglesia, sea por su diversa elevación,
sea por una estructura y ornato peculiar. Sea de tal capacidad, que puedan cómodamente desarrollarse en él
los ritos sagrados.

El altar

259. El altar, en el que se hace presente el Sacrificio de la Cruz bajo los signos sacramentales, es,
además, la mesa del Señor, para participar en la cual es convocado en la Misa el pueblo de Dios; es también
el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía.

260. La celebración de la Eucaristía en lugar sagrado debe hacerse sobre un altar fijo y sobre un altar
móvil; fuera del lugar sagrado, sobre todo si se hace en forma ocasional, puede también celebrarse sobre
una mesa decente, usándose siempre el mantel y el corporal.

261. Un altar se llama “fijo”, cuando está construido sobre el pavimento de manera que no se pueda
mover; “móvil”, si se puede trasladar.

262. Como normal general, ha de haber en la Iglesia un altar fijo y dedicado, que se ha de construir
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separado de la pared, de modo que se le pueda rodear fácilmente y la celebración se pueda hacer de cara al
pueblo. Ocupe el lugar que sea de verdad el centro hacia el que espontáneamente converja la atención de toda
la asamblea de los fieles.

263. Según la costumbre tradicional de la Iglesia y su significado, la mesa del altar fijo sea de piedra; en
concreto, de piedra natural. Con todo, puede también emplearse otro material digno, sólido y bien trabajado, a
juicio de la Conferencia Episcopal. Los pies o el basamento de la mesa pueden ser de cualquier materia, con
tal que sea digna y sólida.

264. El altar móvil puede construirse con cualquier clase de materiales, nobles y sólidos, que sirvan para
el uso litúrgico, según las diversas tradiciones y costumbres de los pueblos.

265. Los altares, fijos o móviles, se dedican según el rito descrito en los libros litúrgicos; sin embargo,
los altares móviles pueden ser simplemente bendecidos.

266. El uso de poner bajo el altar que se va a dedica r reliquias de Santos, aunque no sean Mártires,
se ha de conservar. Cuídese con todo de que conste con certeza la autenticidad de tales reliquias.

267. Los demás altares sean pocos, y en las nuevas Iglesias, colóquense en capillas que estén de alguno
modo separadas de la nave de la Iglesia.

Ornato del altar

268. Por reverencia a la celebración del memorial del Señor y al banquete en que se distribuye el Cuerpo y
Sangre del Señor, póngase sobre el altar por lo menos un mantel, que, en forma, medida y ornamentación
cuadre bien con la estructura del mismo altar.

269. Los candeleros, que en cada acción litúrgica se requieren como expresión de veneración o de
celebración festiva, colóquense en la forma más conveniente, o sobre el altar o alrededor de él, o cerca del
mismo, teniendo en cuenta la estructura del altar y del presbiterio, de modo que el todo forme una
armónica unidad y no impida a los fieles ver fácilmente lo que sobre el altar se hace o se coloca.

270. También sobre el altar o junto a él colóquese la cruz, que quede bien visible para la asamblea
congregada.

SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 21:
LA DISPOSICIÓN DEL EDIFICIO SAGRADO (2)

DE LA ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

Asientos para el sacerdote celebrante y los ministros, o lugar de la presidencia

271. La sede del sacerdote celebrante debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director
de la oración. Por consiguiente, su puesto más habitual será de cara al pueblo al fondo del presbiterio, a no ser
que la estructura del edificio o alguna otra circunstancia lo impida; por ejemplo, si a causa de la excesiva
distancia, resulta difícil la comunicación entre el sacerdote y la asamblea de los fieles. Evítese toda
apariencia de trono. Los asientos para los ministros colóquense en el presbiterio en el sitio más conveniente,
para que puedan cumplir con facilidad el oficio que se les ha confiado.

El ambón, o lugar desde donde se anuncia la Palabra de Dios


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272. La dignidad de la Palabra de Dios exige, que en la Iglesia haya un sitio reservado para su anuncio,
hacia el que, durante la Liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles.
Conviene, que en general este sitio sea un ambón estable, no un facistol portátil. Uno y otro, según la
estructura de la Iglesia, deben estar colocados de tal modo, que permitan al pueblo ver y oír bien los
ministros. Desde el ambón se pronuncian las lecturas, el salmo responsorial y el pregón pascual; pueden
también hacerse desde él la homilía y la oración universal u oración de los fieles. Es menos conveniente, que
ocupan el ambón el comentarista, el cantor o el director del coro.

El lugar de los fieles

273. Esté bien estudiado el lugar reservado a los fieles, de modo que les permita participar con la vista
y con el espíritu en las sagradas celebraciones. En general, es conveniente, que se dispongan para su uso
bancos o sillas. Sin embargo, la costumbre de reservar asientos a personas privadas debe reprobarse. La
disposición de bancos y sillas sea tal, que los fieles puedan adoptar las distintas posturas recomendadas para
los diversos momentos de la celebración y puedan moverse con comodidad cuando llegue el momento de la
comunión. Procúrese, que los fieles no sólo puedan ver al sacerdote y demás ministros, sino que, valiéndose
de los modernos instrumentos técnicos, dispongan de una perfecta audición.

Lugar de los cantores y del órgano y otros instrumentos musicales

274. Los cantores, según la disposición de cada Iglesia, se colocan donde más claramente se vea lo que son
en realidad, a saber, que constituyen una parte de la comunidad de los fieles y que en ella tienen un oficio
particular; donde al mismo tiempo sea más fácil el desempeño de su ministerio litúrgico; donde sea
posible a cada uno de sus miembros la plena participación de la Misa, es decir, la participación
sacramental.

275. El órgano y de los demás instrumentos musicales legítimamente aprobados, estén en su propio
lugar, es decir, donde puedan ayudar a cantores y pueblo, y donde, cuando intervienen solos, puedan ser
bien oídos por todos.
SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 22:
LA DISPOSICIÓN DEL EDIFICIO SAGRADO (3) / LOS VASOS SAGRADOS

DE LA ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

Reserva de la Santísima Eucaristía

276. Es muy de recomendar, que el lugar destinado para la reserva de la Santísima Eucaristía sea una
capilla adecuada para la adoración y la oración privada de los fieles. Si esto no puede hacerse, el Santísimo
Sacramento se pondrá, según la estructura de cada Iglesia y las legítimas costumbres de cada lugar, o en algún
altar, o fuera del altar, en una parte más noble de la Iglesia, bien ornamentada.

277. Resérvese la Santísima Eucaristía solamente en un sagrario, inamovible y sólido, no transparente,


cerrado de tal manera que se evite al máximo el peligro de profanación. Por consiguiente, como norma general,
en cada Iglesia no habrá más que un sagrario.

Imágenes expuestas a la veneración de los fieles

278. Las imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos, según una tradición antiquísima de la
Iglesia, suelen legítimamente exponerse a la veneración de los fieles en los edificios sagrados. Téngase cuidado
de que no se presenten en número excesivo y que en su disposición haya un justo orden y no distraigan la
atención de los fieles de la celebración. No haya más de una imagen del mismo Santo. En general, la
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ornamentación y disposición de la Iglesia en lo referente a las imágenes procure ayudar a la auténtica piedad
de toda la comunidad.

Disposición general del lugar sagrado

279. La ornamentación de la Iglesia ha de tener una noble sencillez más que una pomposa ostentación.
Y en la elección de los materials ornamentales, procúrese la autenticidad para que contribuyan a la
formación de los fieles y a la dignidad de todo el lugar sagrado.

280. Una oportuna disposición de la Iglesia y de todo su ambiente, que responda bien a las necesidades
de nuestro tiempo, requiere que no sólo se mire en ella a lo que directamente pertenece a la celebración de la
acción sagrada, sino que se prevean, además, todas las circunstancias que ayudan a la comodidad de los fieles, lo
mismo que se tienen en cuenta en los sitios normales de reunión.

Los vasos sagrados

289. Entre las cosas que se requieren para la celebración de la Misa merecen especial honor los vasos
sagrados, y entre éstos, el cáliz y la patena, en los que se ofrecen, consagran y se toman el pan y el vino.

290. Los vasos sagrados háganse de materiales sólidos, que se consideren nobles según la estima común en
cada región. De este asunto emitirá juicio la Conferencia Episcopal. Prefiéranse con todo los materiales
irrompibles e incorruptibles.

291. Los cálices y demás vasos destinados a contener la Sangre del Señor tengan la copa de tal material que
no absorba los líquidos. El pie, en cambio, puede hacerse de otros materiales sólidos y dignos.

292. Los vasos sagrados que se destinan a contener el pan consagrado, como la patena, el copón, la píxide,
la custodia u ostensorio, y otros semejantes, pueden hacerse también de otros materiales, según sean más
estimados en cada región, (…).

SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 23:
LOS TIEMPOS LITÚRGICOS (1)

DE LAS NORMAS UNIVERSALES SOBRE EL AÑO LITÚRGICO Y SOBRE EL CALENDARIO

El Triduo pascual

18. Ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de
Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró
la vida, el Triduo santo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el
año litúrgico. La preeminencia que tiene el domingo en la semana, la tiene la solemnidad de la Pascua en el
año litúrgico.

19. El Triduo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor comienza con la Misa vespertina de la Cena del
Señor, tiene su centro en la Vigilia Pascual y acaba con las Vísperas del Domingo de Resurrección.

20. El Viernes Santo de la Pasión del Señor y, según la oportunidad, también el Sábado Santo hasta la
Vigilia pascual, en todas partes se celebra el sagrado ayuno de la Pascua.

21. La Vigilia pascual, la noche santa de la Resurrección del Señor, es tenida como “la madre de todas las
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santas Vigilias”, en ella la Iglesia espera velando la Resurrección de Cristo y la celebra en los
sacramentos. Por consiguiente, toda la celebración de esta Vigilia sagrada debe hacerse en la noche, de tal
modo que o comience después de iniciada la noche o acabe antes del alba del domingo.

El tiempo pascual

22. Los cincuenta días que van desde del Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés han de
ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como “un
gran domingo”. Éstos son los días en los que principalmente se canta el Aleluya.

El tiempo de Cuaresma

27. El tiempo de Cuaresma está ordenado a la preparación de la celebración de la Pascua: la Liturgia


cuaresmal prepara para la celebración del misterio pascual tanto a los catecúmenos, haciéndolos pasar por los
diversos grados de la iniciación cristiana, como a los fieles que recuerdan el Bautismo y hacen penitencia.

28. El tiempo de Cuaresma va desde el Miércoles de Ceniza hasta la Misa de la Cena del Señor exclusive.
Desde el comienzo de Cuaresma hasta la Vigilia pascual no se dice Aleluya.

29. En el Miércoles de Ceniza al comienzo de Cuaresma, que en todas partes es tenido como día de ayuno,
se imponen las cenizas.

31. La Semana Santa tiene la finalidad de recordar la Pasión de Cristo desde su entrada mesiánica en
Jerusalén. El Jueves Santo, por la mañana, el Obispo, que concelebra la Misa con sus presbíteros, bendice
los santos óleos y consagra el crisma.

SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 24:
LOS TIEMPOS LITÚRGICOS (2)

DE LAS NORMAS UNIVERSALES SOBRE EL AÑO LITÚRGICO Y SOBRE EL CALENDARIO

El tiempo de Navidad

32. Después de la celebración anual del misterio pascual la Iglesia tiene como más venerable el hacer
memoria de la Natividad del Señor y de sus primeras manifestaciones: esto es lo que hace en el tiempo de
Navidad.

33. El tiempo de Navidad va desde las primeras Vísperas de la Natividad del Señor (…).

34. La Misa de la Vigilia de Navidad es la que se celebra en la tarde del día 24 de diciembre, ya sea
antes o después de las primeras Vísperas. (…)

El tiempo de Adviento

39. El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de
Navidad, en la que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es a la vez el tiempo
en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de las segunda venida de Cristo al
fin de los tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación
piadosa y alegre.

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40. El tiempo de Adviento comienzas con las primeras Vísperas del Domingo que cae el 30 de noviembre o
es el más próximo a este día y acaba antes de las primeras Vísperas de Navidad.

El tiempo ordinario
43. Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 o 34 semanas en el curso del año, en
las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo; sino más bien se recuerda el mismo
misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Este período de tiempo recibe el nombre
de tiempo ordinario.

DE LA ORDENACIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO

[Los colores de las vestiduras sagradas]

307. La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aun
exteriormente, tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de
la vida cristiana a lo largo del año litúrgico.

308. Por lo que toca al color de las vestiduras sagradas, obsérvese el uso tradicional, es decir:
a) El blanco se emplea en los Oficios y Misas del tiempo pascual y de Navidad; además, en las fiestas y
memorias del Señor, que no sean de su Pasión, en las fiestas y memorias de la Santísima Virgen, de los Santos
Ángeles, de los Santos no Mártires, en la fiesta de Todos los Santos (1º de noviembre), de San Juan Bautista
(24 de junio), de San Juan Evangelista (27 de diciembre), de la Cátedra de San Pedro (22 de febrero) y de la
Conversión de San Pablo (25 de enero).
b) El rojo se emplea el Domingo de Pasión y el Viernes Santo, el Domingo de Pentecostés, en las
celebraciones de la Pasión del Señor, en las fiestas natalicias de Apóstoles y Evangelistas y en las
celebraciones de los Santos Mártires.
c) El verde se emplea en los Oficios y Misas del tiempo ordinario.
d) El morado o violeta se emplea en el tiempo de Adviento y de Cuaresma. Puede usarse en las
Misas de difuntos.
e) El negro puede usarse en las Misas de difuntos.
f) El rosa puede emplearse en los Domingos Gaudete (III de Adviento) y Laetare (IV de Cuaresma).
(…)

SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 25:
LA DEVOCIÓN PRIVADA Y PÚBLICA A LA SAGRADA
EUCARISTÍA

DEL RITUAL ROMANO: DE LA SAGRADA COMUNIÓN Y DEL CULTO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO
FUERA DE LA MISA (19 DE JUNIO DE 1974)

79. Se recomienda con empeño la devoción privada y pública a la Sagrada Eucaristía, también fuera de
la Misa, de acuerdo con las normas establecidas por la autoridad competente, ya que el Sacrificio eucarístico
es la fuente y el punto culminante de toda la vida cristiana.
En la organización de estos piadosos y santos ejercicios, ténganse en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que
vayan de acuerdo con la Sagrada Liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo (cf.
Congregación de Ritos, Instrucción “Eucharisticum mysterium” (25 de mayo de 1967), 58).

80. Los fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia
proviene del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual.
Así, pues, la piedad que impulsa a los fieles a adorar la Santa Eucaristía los lleva a participar más plenamente
21
en el misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de Aquél que por medio de su humanidad
infunde continuamente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Permaneciendo junto a Cristo, el
Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón por ellos y por todos los suyos y ruegan por la paz
y la salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este
trato admirable un aumento de fe, esperanza y caridad. Así fomentan las disposiciones debidas que les permiten
celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha
dado el Padre.
Traten, pues, los fieles de venerar a Cristo Señor en el Sacramento de acuerdo con su propio modo de
vida. Y los pastores en este punto vayan delante con su ejemplo y exhórtenlos con sus palabras (cf. ibid.,
50).
81. Acuérdense además que con esta oración ante Cristo, el Señor, presente en el Sacramento,
prolongan la unión con él conseguida en la comunión y renuevan el pacto que los impulsa a mantener en
sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el Sacramento.
Procurarán, pues, que toda su vida discurra con alegría en la fortaleza de este alimento del cielo, participando
en la muerte y resurrección del Señor. Así cada uno procure hacer buenas obras, agradar a Dios, trabajando por
impregnar al mundo del espíritu cristiano y también proponiéndose llegar a ser testigo de Cristo en todo
momento en medio de la sociedad humana (cf. ibid., 13).

SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 26:
LA EXPOSICIÓN DE LA SAGRADA EUCARISTÍA

DEL RITUAL ROMANO: DE LA SAGRADA COMUNIÓN Y DEL CULTO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO
FUERA DE LA MISA (19 DE JUNIO DE 1974)

Relaciones entre la exposición y la Misa

82. La exposición de la Sagrada Eucaristía, sea en el copón, sea en la custodia, lleva a reconocer en
ella la maravillosa presencia de Cristo e invita a la unión de corazón con Él, unión que culmina en la
comunión sacramental. Así promueve adecuadamente el debido culto en espíritu y en verdad.
Hay que procurar que en tales exposiciones el culto del Santísimo Sacramento manifieste su relación con
la Misa. En el ornato y en el modo de la exposición evítese cuidadosamente todo lo que en algún modo pueda
oscurecer el deseo de Cristo, que instituyó la Eucaristía ante todo para que fuera nuestro alimento, nuestro
consuelo y nuestro remedio (cf. ibid., 60).

83. Se prohíbe la celebración de la Misa durante el tiempo en que está expuesto el Santísimo
Sacramento en la misma nave de la Iglesia u oratorio. Pues, aparte de las razones propuestas en el n. 6, la
celebración del misterio eucarístico incluye de una manera más perfecta aquella comunión interna a la que se
pretende llevar a los fieles con la exposición. Si la exposición del Santísimo Sacramento se prolonga
durante uno o varios días seguidos, debe interrumpirse durante la celebración de la Misa, a no ser que la Misa
se celebre en una capilla separada de la nave de la exposición y permanezcan en adoración por lo menos
algunos fieles (cf. ibid., 61).

Algunas cosas que hay que observar en la exposición

84. Ante el Santísimo Sacramento, tanto si está reservado en el sagrario, como si está expuesto para la
adoración pública, sólo se hace genuflexión sencilla.

85. Para la exposición del Santísimo Sacramento en la custodia se encienden cuatro o seis cirios, es
decir los mismos que en la Misa, y se emplea el incienso. Para la exposición en el copón, enciéndanse por
lo menos dos cirios; se puede emplear el incienso.

22
SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 27:
EXPOSICIÓN PROLONGADA Y BREVE

DEL RITUAL ROMANO: DE LA SAGRADA COMUNIÓN Y DEL CULTO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO
FUERA DE LA MISA (19 DE JUNIO DE 1974)

Exposición prolongada

86. En las Iglesias y oratorios en que se reserva la Eucaristía, se recomienda cada año una exposición
solemne del Santísimo Sacramento, prolongada durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente
continuado, a fin de que la comunidad local pueda meditar y adorar más intensamente este misterio.
Pero esta exposición se hará solamente si se prevé una asistencia conveniente de fieles (cf. ibid., 63).

87. En caso de alguna necesidad grave y general, el Ordinario del lugar puede ordenar preces delante del
Santísimo Sacramento, expuesto durante algún tiempo más prolongado en aquellas Iglesias que son más
frecuentadas por los fieles (cf. ibid., 64).

88. Donde, por falta de un número conveniente de adoradores, no se puede tener la exposición sin
interrupción, está permitido reservar el Santísimo Sacramento en el sagrario, en horas previamente
determinadas y dadas a conocer, pero no más de dos veces al día, por ejemplo, a mediodía y por la noche.
Esta reserva puede hacerse de modo más simple: el sacerdote o el diácono, revestido de alba (o de sobrepelliz
sobre traje talar) y de estola, después de una breve adoración, hecha una oración con los fieles, devuelve el
Santísimo Sacramento al sagrario. Del mismo modo, a la hora señalada se hace de nuevo la exposición (cf.
ibid., 65).

Exposición breve

89. Las exposiciones breves del Santísimo Sacramento deben ordenarse de tal manera que, antes de la
bendición con el Santísimo Sacramento, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la palabra de
Dios, a los cánticos, a las preces y a la oración en silencio prolongada durante algún tiempo.
Se prohíbe la exposición hecha únicamente para dar la bendición (cf. ibid., 66).

La adoración en las comunidades religiosas

90. A las comunidades religiosas y otras piadosas asociaciones que, según las constituciones o normas
de su Instituto, tienen la adoración perpetua o prolongada por largo tiempo, se les recomienda con
empeño que organicen esta piadosa costumbre según el espíritu de la Sagrada Liturgia, de forma que,
cuando la adoración ante Cristo, el Señor, se tenga con participación de toda la comunidad, se haga con
sagradas lecturas, cánticos, sagrado silencio, para fomentar más eficazmente la vida espiritual de la
comunidad. De esta manera se promueve entre los miembros de la casa religiosa el espíritu de unidad y
fraternidad, de que es signo y realización la Eucaristía, y se practica el culto debido al Sacramento de
forma más noble.
También se ha de conservar aquella forma de adoración, muy digna de alabanza, en que los miembros de la
comunidad se van turnando de uno en uno o de dos en dos. Porque también de esta forma, según las normas del
Instituto, aprobadas por la Iglesia, ellos adoran y ruegan a Cristo, el Señor, en el Sacramento, en nombre de
toda la comunidad y de la Iglesia.

SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

23
TEMA Nº 28:
RITO DE LA EXPOSICIÓN Y BENDICIÓN EUCARÍSTICA

DEL RITUAL ROMANO: DE LA SAGRADA COMUNIÓN Y DEL CULTO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO
FUERA DE LA MISA (19 DE JUNIO DE 1974)

La exposición

93. Congregado el pueblo, que puede entonar algún canto, si se juzga oportuno, el ministro se acerca al
altar. Si el Sacramento no está reservado en el altar en que se va a tener la exposición, el ministro, cubierto
con el humeral, lo traslada desde el lugar de la reserva, acompañándolo algunos ayudantes o algunos fieles
con cirios encendidos.
Póngase el copón o la custodia sobre la mesa del altar cubierta con un mantel. Pero si la exposición se
alarga durante un tiempo prolongado, y se hace con la custodia, se puede utilizar el trono o expositorio, situado
en un lugar más elevado; pero evítese que esté demasiado alto y distante (cf. ibid., 62).
Expuesto el Santísimo Sacramento, si se emplea la custodia, el ministro inciensa al Sacramento. Después de
esto, si la adoración se prolonga durante un tiempo bastante largo, puede retirarse.

La adoración

95. Durante la exposición, las preces, cantos y lecturas deben organizarse de manera que los fieles, atentos a
la oración, se dediquen a Cristo, el Señor.
Para alimentar la oración íntima, háganse lecturas de la Sagrada Escritura con homilía, o breves
exhortaciones, que lleven a una mayor estima del Misterio eucarístico. Conviene también que los fieles
respondan con cantos a la palabra de Dios. En momentos oportunos debe guardarse un silencio sagrado.

96. Ante el Santísimo Sacramento, expuesto durante un tiempo prolongado, puede celebrarse
también alguna parte de la Liturgia de las Horas, especialmente las Horas principales; por su medio las
alabanzas y acciones de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Eucaristía se amplían a las
diferentes horas del día, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre de todo el
mundo.

La bendición

97. Hacia el final de la adoración el sacerdote o diácono se acerca al altar, hace genuflexión y se
arrodilla, y se canta un himno u otro canto eucarístico (cf. Ritual Romano: De la sagrada comunión y del
culto del misterio eucarístico fuera de la Misa (19 de junio de 1974), 152-168). Mientras tanto, el ministro,
arrodillado, inciensa el Santísimo Sacramento, cuando la exposición tenga lugar con la custodia.

98. Luego se levanta y dice: Oremos.


Se hace una breve pausa en silencio, y el ministro prosigue:
Oh Dios, que en este Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas
venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos
constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Todos responden: Amén.
(…)

99. Dicha la oración, el sacerdote o diácono, tomando el humeral, hace genuflexión, toma la custodia o
copón y hace con la una o el otro en silencio la señal de la cruz sobre el pueblo.

La reserva

100. Acabada la bendición, el mismo sacerdote o diácono que dio la bendición, u otro sacerdote o
diácono, reserva el Sacramento en el sagrario y hace genuflexión, mientras el pueblo, si se juzga oportuno,
hace alguna aclamación, y finalmente el ministro se retira.
SEGUNDA PARTE:
24
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 29:
LA RESERVA DE LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA

DE LA INSTRUCCIÓN “REDEMPTIONIS SACRAMENTUM” (25 DE MARZO DE 2004) DE LA CONGREGACIÓN


PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS

[129.] “La celebración de la Eucaristía en el Sacrificio de la Misa es, verdaderamente, el origen y el fin
del culto que se le tributa fuera de la Misa. Las sagradas especies se reservan después de la Misa, principalmente
con el objeto de que los fieles que no pueden estar presentes en la Misa, especialmente los enfermos y los
de avanzada edad, puedan unirse a Cristo y a su Sacrificio, que se inmola en la Misa, por la Comunión
sacramental” (Congregación para el Culto Divino, Decreto “Eucharistiae Sacramentum” (21 de junio de
1973)).Además, esta reserva permite también la práctica de tributar adoración a este gran Sacramento, con el
culto de latría, que se debe a Dios. Por lo tanto, es necesario que se promuevan vivamente aquellas formas
de culto y adoración, no sólo privada sino también pública y comunitaria, instituidas o aprobadas por la
misma Iglesia (cf. ibid.).

[130.] “Según la estructura de cada Iglesia y las legítimas costumbres de cada lugar, el Santísimo Sacramento
será reservado en un sagrario, en la parte más noble de la Iglesia, más insigne, más destacada, más
convenientemente adornada” y también, por la tranquilidad del lugar, “apropiado para la oración”, con
espacio ante el sagrario, así como suficientes bancos o asientos y reclinatorios (cf. Congregación de Ritos,
Instrucción “Eucharisticum mysterium” (25 de mayo de 1967), 54; Instrucción “Inter Oecumenici” (26 de
septiembre de 1964), 95). Atiéndase diligentemente, además, a todas las prescripciones de los libros litúrgicos
y a las normas del derecho (cf. S.S. Juan Pablo II, Carta “Dominicae Coenae” (24 de febrero de 1980), 3;
Congregación de Ritos, Instrucción “Eucharisticum mysterium” (25 de mayo de 1967), 53; Ritual Romano:
De la sagrada comunión y del culto del misterio eucarístico fuera de la Misa (19 de junio de 1974), 9),
especialmente para evitar el peligro de profanación (cf. CIC, can 938, 3-5).

[131.] Además de lo prescrito en el can. 934, 1, se prohíbe reservar el Santísimo Sacramento en los lugares
que no están bajo la segura autoridad del Obispo diocesano o donde exista peligro de profanación. Si esto
ocurriera, el Obispo revoque inmediatamente la facultad, ya concedida, de reservar la Eucaristía (Congregación
para la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción “Nullo unquam” (26 de mayo de 1938), 10d).

[132.] Nadie lleve la Sagrada Eucaristía a casa o a otro lugar, contra las normas del derecho. Se debe tener
presente, además, que sustraer o retener las sagradas especies con un fin sacrílego, o arrojarlas, constituye
uno de los “graviora delicta”, cuya absolución está reservada a la Congregación para la Doctrina de la Fe
(cf. S.S. Juan Pablo II, Carta Apostólica “motu proprio” “Sacramentorum sanctitatis tutela (30 de abril de
2001); Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica y otros Ordinarios y
Jerarcas sobre los delitos más graves reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe (18 de mayo
de 2001)).

[133.] El sacerdote o el diácono, o el ministro extraordinario, cuando el ministro ordinario esté ausente o
impedido, que lleva al enfermo la Sagrada Eucaristía para la Comunión, irá directamente, en cuanto sea
posible, desde el lugar donde se reserva el Sacramento hasta el domicilio del enfermo, excluyendo
mientras tanto cualquier otra actividad profana, para evitar todo peligro de profanación y para guardar el
máximo respeto al Cuerpo de Cristo. Además, sígase siempre el ritual para administrar la Comunión a los
enfermos, como se prescribe en el Ritual Romano (cf. Ritual Romano: De la sagrada comunión y del culto
del misterio eucarístico fuera de la Misa (19 de junio de 1974), 26-78).
SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 30:
ALGUNAS FORMAS DE CULTO
A LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA FUERA DE LA MISA (1)

25
DE LA INSTRUCCIÓN “REDEMPTIONIS SACRAMENTUM” (25 DE MARZO DE 2004) DE LA CONGREGACIÓN
PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS

[134.] “El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la
Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio Eucarístico” (S.S. Juan Pablo II,
Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistia” (17 de abril de 2003), 25). Por lo tanto, promuévase
insistentemente la piedad hacia la santísima Eucaristía, tanto privada como pública, también fuera de la Misa,
para que sea tributada por los fieles la adoración a Cristo, verdadera y realmente presente (cf. Concilio de
Trento: DS 1643; S.S. Pío XII, Carta Encíclica “Mediator Dei” (20 de noviembre de 1947); S.S. Pablo VI,
Encíclica “Mysterium fidei” (3 de septiembre de 1965); Congregación de Ritos, Instrucción “Eucharisticum
mysterium” (25 de mayo de 1967), 3f; Congregación para el Culto Divino, Instrucción “Inaestimabile donum”
(3 de abril de 1980), 20; S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistia” (17 de abril de 2003),
25), que es “Pontífice de los bienes futuros” (cf. Heb 9, 11; S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica “Ecclesia de
Eucharistia” (17 de abril de 2003), 3) y Redentor del universo. “Corresponde a los sagrados Pastores animar,
también con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del santísimo
Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas” (S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica
“Ecclesia de Eucharistia” (17 de abril de 2003), 25).

[135.] “La visita al santísimo Sacramento”, los fieles, “no dejen de hacerla durante el día, puesto que el Señor
Jesucristo, presente en el mismo, como una muestra de gratitud, prueba de amor y un homenaje de la debida
adoración” (S.S. Pablo VI, Encíclica “Mysterium fidei” (3 de septiembre de 1965)).La contemplación de Jesús,
presente en el Santísimo Sacramento, en cuanto es comunión espiritual, une fuertemente a los fieles con
Cristo, como resplandece en el ejemplo de tantos Santos (cf. S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica “Ecclesia de
Eucharistia” (17 de abril de 2003), 25). “La Iglesia en la que está reservada la santísima Eucaristía debe
quedar abierta a los fieles, por lo menos algunas horas al día, a no ser que obste una razón grave, para que
puedan hacer oración ante el Santísimo Sacramento” (CIC, can. 937).

[136.] El Ordinario promueva intensamente la adoración eucarística con asistencia del pueblo, ya sea breve,
prolongada o perpetua. En los últimos años, de hecho, en tantos “lugares la adoración del Santísimo
Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad”,
aunque también hay “sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística” (S.S.
Juan Pablo II, Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistia” (17 de abril de 2003), 10).

[137.] La exposición de la Santísima Eucaristía hágase siempre como se prescribe en los libros litúrgicos (cf.
Ritual Romano: De la sagrada comunión y del culto del misterio eucarístico fuera de la Misa (19 de junio de
1974), 82-100; CIC, Can 941). Además, no se excluya el rezo del rosario, admirable “en su sencillez y en su
profundidad” (S.S. Juan Pablo II, Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae (16 de octubre de 2002), 2),
delante de la reserva eucarística o del Santísimo Sacramento expuesto. Sin embargo, especialmente cuando
se hace la exposición, se evidencie el carácter de esta oración como contemplación de los misterios de la
vida de Cristo Redentor y de los designios salvíficos del Padre omnipotente, sobre todo empleando lecturas
sacadas de la Sagrada Escritura (cf. Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos (15
de enero de 1998); Penitenciaría Apostólica, Carta a un sacerdote (8 de marzo de 1996)).

[138.] Sin embargo, el Santísimo Sacramento nunca debe permanecer expuesto sin suficiente vigilancia, ni
siquiera por un tiempo muy breve. Por lo tanto, hágase de tal forma que, en momentos determinados,
siempre estén presentes algunos fieles, al menos por turno.
SEGUNDA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE CELEBRAR

TEMA Nº 31:
ALGUNAS FORMAS DE CULTO
A LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA FUERA DE LA MISA (2)

DE LA INSTRUCCIÓN “REDEMPTIONIS SACRAMENTUM” (25 DE MARZO DE 2004) DE LA CONGREGACIÓN


PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS

26
[139.] Donde el Obispo diocesano dispone de ministros sagrados u otros que puedan ser designados para
esto, es un derecho de los fieles visitar frecuentemente el Santísimo sacramento de la Eucaristía para adorarlo
y, al menos algunas veces en el transcurso de cada año, participar de la adoración ante la Santísima
Eucaristía expuesta.

[140.] Es muy recomendable que, en las ciudades o en los núcleos urbanos, al menos en los mayores, el Obispo
diocesano designe una Iglesia para la adoración perpetua, en la cual se celebre también la Santa Misa, con
frecuencia o, en cuanto sea posible, diariamente; la exposición se interrumpirá rigurosamente mientras se
celebra la Misa (cf. Congregación de Ritos, Instrucción “Eucharisticum mysterium” (25 de mayo de 1967), 61;
Ritual Romano: De la sagrada comunión y del culto del misterio eucarístico fuera de la Misa (19 de junio de
1974), 83; CIC, can. 941, 2). Conviene que en la Misa, que precede inmediatamente a un tiempo de
adoración, se consagre la hostia que se expondrá a la adoración y se coloque en la custodia, sobre el altar,
después de la comunión (cf. Ritual Romano: De la sagrada comunión y del culto del misterio eucarístico
fuera de la Misa (19 de junio de 1974), 94).

[141.] El Obispo diocesano reconozca y, en la medida de lo posible, aliente a los fieles en su derecho de
constituir hermandades o asociaciones para practicar la adoración, incluso perpetua. Cuando esta clase de
asociaciones tenga carácter internacional, corresponde a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos erigirlas o aprobar sus Estatutos (cf. S.S. Juan Pablo II, Constitución Apostólica “Pastor
bonus” (28 de junio de 1988), 65).

[142.] “Corresponde al Obispo diocesano dar normas sobre las procesiones, mediante las cuales se provea a
la participación en ellas y a su decoro” (CIC, can. 944, 2; cf. Ritual Romano: De la sagrada comunión y del
culto del misterio eucarístico fuera de la Misa (19 de junio de 1974)) y promover la adoración de los
fieles.

[143.] “Como testimonio público de veneración a la Santísima Eucaristía, donde pueda hacerse a juicio del
Obispo diocesano, téngase una procesión por las calles, sobre todo en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de
Cristo” (CIC 944, 1; Ritual Romano: De la sagrada comunión y del culto del misterio eucarístico fuera de la
Misa (19 de junio de 1974), 101-102), ya que la devota “participación de los fieles en la procesión
eucarística de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es una gracia de Dios que cada año llena de gozo a
quienes toman parte en ella” (S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistia” (17 de abril de
2003), 10).

[144.] Aunque en algunos lugares esto no se pueda hacer, sin embargo, conviene no perder la tradición de
realizar procesiones eucarísticas. Sobre todo, búsquense nuevas maneras de realizarlas, acomodándolas a los
tiempos actuales, por ejemplo, en torno al santuario, en lugares de la Iglesia o, con permiso de la autoridad
civil, en parques públicos.

[145.] Sea considerada de gran valor la utilidad pastoral de los Congresos Eucarísticos, que “son un signo
importante de verdadera fe y caridad” (cf. Ritual Romano: De la sagrada comunión y del culto del misterio
eucarístico fuera de la Misa (19 de junio de 1974), 109). Prepárense con diligencia y realícense conforme a
lo establecido (cf. ibid., 109-112), para que los fieles veneren de tal modo los sagrados misterios del Cuerpo y
la Sangre del Hijo de Dios, que experimenten los frutos de la redención (cf. Misal Romano, En la Solemnidad
del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Oración Colecta).
TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 32:
FORMA EUCARÍSTICA DE LA VIDA CRISTIANA

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

El culto espiritual

27
70. El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su
vida nos asegura que “quien coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51). Pero esta “vida eterna” se
inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: “El que me come
vivirá por mí” (Jn 6, 57). Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio “creído” y
“celebrado” contiene en sí un dinamismo que lo convierte en principio de vida nueva en nosotros y forma de
la existencia cristiana. En efecto, comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se nos hace partícipes de
la vida divina de un modo cada vez más adulto y consciente. Análogamente a lo que San Agustín dice en
las Confesiones sobre el Logos eterno, alimento del alma, poniendo de relieve su carácter paradójico, el Santo
Doctor imagina que se le dice: “Soy el manjar de los grandes: crece, y me comerás, sin que por eso me
transforme en Ti, como el alimento de tu carne; sino que Tú te transformarás en mí” (San Agustín,
Confesiones, VII, 10). En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que
somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta
uniéndonos a él; “nos atrae hacia sí” (S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Explanada de Marienfeld (21 agosto
2005); cf. S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia de Pentecostés (3 junio 2006)).
La celebración eucarística aparece aquí con toda su fuerza como fuente y culmen de la existencia eclesial, ya
que expresa, al mismo tiempo, tanto el inicio como el cumplimiento del nuevo y definitivo culto, la “logiké
latreía” (cf. Relatio post disceptationem, 6,47; Propositio 43). A este respecto, las palabras de San Pablo a los
Romanos son la formulación más sintética de cómo la Eucaristía transforma toda nuestra vida en culto
espiritual agradable a Dios: “Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como
hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable” (Rom 12, 1). En esta exhortación se ve la
imagen del nuevo culto como ofrenda total de la propia persona en comunión con toda la Iglesia. La
insistencia del Apóstol sobre la ofrenda de nuestros cuerpos subraya la concreción humana de un culto
que no es para nada desencarnado. A este propósito, el Santo de Hipona nos sigue recordando que “éste es el
sacrificio de los cristianos: es decir, el llegar a ser muchos en un solo cuerpo en Cristo. La Iglesia celebra este
misterio con el Sacramento del altar, que los fieles conocen bien, y en el que se les muestra claramente que en
lo que se ofrece ella misma es ofrecida” (San Agustín, De civitate Dei, X, 6). En efecto, la doctrina
católica afirma que la Eucaristía, como Sacrificio de Cristo, es también sacrificio de la Iglesia, y por tanto
de los fieles (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1368). La insistencia sobre el sacrificio —“hacer sagrado”—
expresa aquí toda la densidad existencial que se encuentra implicada en la transformación de nuestra realidad
humana ganada por Cristo (cf. Fil 3, 12).

Eficacia integradora del culto eucarístico

71. El nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola: “Cuando comáis o
bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor 10,3 1). El cristiano está llamado
a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza
intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del
creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen
del Hijo de Dios (cf. Rom 8, 29-30). Todo lo que hay de auténticamente humano —pensamientos y afectos,
palabras y obras— encuentra en el Sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud.
Aparece aquí todo el valor antropológico de la novedad radical traída por Cristo con la Eucaristía: el culto a
Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su
naturaleza, tiende a impregnar todos los aspectos de la realidad del individuo. El culto agradable a Dios se
convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda
exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios. La gloria de Dios es el hombre
viviente (cf. 1 Cor 10, 31). Y la vida del hombre es la visión de Dios (cf. S. Ireneo, Adversus haereses, 4,
20, 7).

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 33:
VIVIR SEGÚN EL DOMINGO (1)

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI
28
“Iuxta dominicam viventes” – Vivir según el domingo

72. Esta novedad radical que la Eucaristía introduce en la vida del hombre ha estado presente en la
conciencia cristiana desde el principio. Los fieles percibieron en seguida el influjo profundo que la
celebración eucarística ejercía sobre su estilo de vida. San Ignacio de Antioquía expresaba esta verdad
definiendo a los cristianos como “los que han llegado a la nueva esperanza”, y los presentaba como los que
viven “según el domingo” (iuxta dominicam viventes) (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Magnesios, 9,1-
2). Esta fórmula del gran Mártir antioqueno pone claramente de relieve la relación entre la realidad
eucarística y la vida cristiana en su cotidianidad. La costumbre característica de los cristianos de reunirse el
primer día después del sábado para celebrar la resurrección de Cristo —según el relato de San Justino Mártir
(cf. San Justino, I Apología, 67, 1-6; 66)— es el hecho que define también la forma de la existencia renovada
por el encuentro con Cristo. La fórmula de San Ignacio —“vivir según el domingo”— subraya también el
valor paradigmático que este día santo posee con respecto a cualquier otro día de la semana. En efecto, su
diferencia no está simplemente en dejar las actividades habituales, como una especie de paréntesis dentro
del ritmo normal de los días. Los cristianos siempre han vivido este día como el primero de la semana, porque
en él se hace memoria de la radical novedad traída por Cristo. Así pues, el domingo es el día en que el cristiano
encuentra aquella forma eucarística de su existencia que está llamado a vivir constantemente. “Vivir según el
domingo” quiere decir vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como
ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través
de una conducta renovada íntimamente.
Vivir el precepto dominical

73. Los Padres sinodales, conscientes de este nuevo principio de vida que la Eucaristía pone en el
cristiano, han reafirmado la importancia del precepto dominical para todos los fieles, como fuente de libertad
auténtica, para poder vivir cada día según lo que han celebrado en el “día del Señor”. En efecto, la vida de fe
peligra cuando ya no se siente el deseo de participar en la celebración eucarística, en que se hace memoria de la
victoria pascual. Participar en la asamblea litúrgica dominical, junto con todos los hermanos y hermanas con
los que se forma un solo cuerpo en Jesucristo, es algo que la conciencia cristiana reclama y que al mismo
tiempo la forma. Perder el sentido del domingo, como día del Señor para santificar, es síntoma de una pérdida
del sentido auténtico de la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios (cf. Propositio 30). A este respecto,
son hermosas las observaciones de mi venerado predecesor Juan Pablo II en la Carta Apostólica “Dies
Domini” (S.S. Juan Pablo II, Carta Apostólica “Dies Domini” (31 de mayo de 1998)) a propósito de las
diversas dimensiones del domingo para los cristianos: es “dies Domini”, con referencia a la obra de la
creación; “dies Christi” como día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo que hace el Señor
Resucitado; “dies Ecclesiae” como día en que la comunidad cristiana se congrega para la celebración;
“dies hominis” como día de alegría, descanso y caridad fraterna.
Por tanto, este día se manifiesta como fiesta primordial en la que cada fiel, en el ambiente en que vive, puede
ser anunciador y custodio del sentido del tiempo. En efecto, de este día brota el sentido cristiano de la
existencia y un nuevo modo de vivir el tiempo, las relaciones, el trabajo, la vida y la muerte. Por eso,
conviene, que en el día del Señor los grupos eclesiales organicen en torno a la celebración eucarística
dominical manifestaciones propias de la comunidad cristiana: encuentros de amistad, iniciativas para formar la
fe de niños, jóvenes y adultos, peregrinaciones, obras de caridad y diversos momentos de oración. Ante estos
valores tan importantes —aun cuando el sábado por la tarde, desde las primeras vísperas, ya pertenezca al
domingo y esté permitido cumplir el precepto dominical— es preciso recordar que el domingo merece ser
santificado en sí mismo, para que no termine siendo un día “vacío de Dios” (Propositio 30).

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 34:
VIVIR SEGÚN EL DOMINGO (2)

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

29
Sentido del descanso y del trabajo

74. Es particularmente urgente en nuestro tiempo recordar que el día del Señor es también el día de
descanso del trabajo. Esperamos con gran interés que la sociedad civil lo reconozca también así, a fin de
que sea posible liberarse de las actividades laborales sin sufrir por ello perjuicio alguno. En efecto, los
cristianos, en cierta relación con el sentido del sábado en la tradición judía, han considerado el día del Señor
también como el día del descanso del trabajo cotidiano. Esto tiene un significado propio, al ser una
relativización del trabajo, que debe estar orientado al hombre: el trabajo es para el hombre y no el hombre
para el trabajo. Es fácil intuir cómo así se protege al hombre en cuanto se emancipa de una posible forma de
esclavitud. Como he afirmado, “el trabajo reviste una importancia primaria para la realización del hombre y
el desarrollo de la sociedad, y por eso es preciso que se organice y desarrolle siempre en el pleno respeto
de la dignidad humana y al servicio del bien común. Al mismo tiempo, es indispensable que el hombre no
se deje dominar por el trabajo, que no lo idolatre, pretendiendo encontrar en él el sentido último y
definitivo de la vida” (S.S. Benedicto XVI, Homilía (19 marzo 2006)). En el día consagrado a Dios es donde
el hombre comprende el sentido de su vida y también de la actividad laboral (Señala a este respecto el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 258: “El descanso abre al hombre, sujeto a la necesidad del
trabajo, a la perspectiva de una libertad más plena, la del sábado eterno (cf. Heb 4, 9-10). El descanso
permite a los hombres recordar y revivir las obras de Dios, desde la creación hasta la Redención,
reconocerse a sí mismos como obra suya (cf. Ef 2, 10), y dar gracias por su vida y su subsistencia a Él,
que de ellas es el Autor”).

Una forma eucarística de la vida cristiana, la pertenencia eclesial

76. La importancia del domingo como “dies Ecclesiae” nos remite a la relación intrínseca entre la
victoria de Jesús sobre el mal y sobre la muerte y nuestra pertenencia a su cuerpo eclesial. En efecto, en el
día del Señor todo cristiano descubre también la dimensión comunitaria de su propia existencia redimida.
Participar en la acción litúrgica, comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere decir, al mismo tiempo,
hacer cada vez más íntima y profunda la propia pertenencia a Él, que murió por nosotros (cf. 1 Cor 6, 19-
20; 7, 23). Verdaderamente, quien se alimenta de Cristo vive por Él. El sentido profundo de la communio
sanctorum se entiende en relación con el Misterio eucarístico. La comunión tiene siempre y de modo
inseparable una connotación vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunión con los hermanos y
hermanas. Las dos dimensiones se encuentran misteriosamente en el don eucarístico. “Donde se destruye la
comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye
también la raíz y el manantial de la comunión con nosotros. Y donde no se vive la comunión entre nosotros,
tampoco es viva y verdadera la comunión con el Dios Trinitario” (S.S. Benedicto XVI, Alocución durante
la audiencia general (29 marzo 2006)). Así pues, llamados a ser miembros de Cristo y, por tanto,
miembros los unos de los otros (cf. 1 Cor 12, 27), formamos una realidad fundada ontológicamente en el
Bautismo y alimentada por la Eucaristía, una realidad que requiere una respuesta sensible en la vida de
nuestras comunidades.
La forma eucarística de la vida cristiana es sin duda una forma eclesial y comunitaria. El modo concreto
en que cada fiel puede experimentar su pertenencia al Cuerpo de Cristo se realiza a través de la Diócesis y
las Parroquias, como estructuras fundamentales de la Iglesia en un territorio particular. Las asociaciones, los
movimientos eclesiales y las nuevas comunidades —con la vitalidad de sus carismas concedidos por el
Espíritu Santo para nuestro tiempo—, así como también los Institutos de vida consagrada, tienen el deber
de dar su contribución específica para favorecer en los fieles la percepción de pertenecer al Señor (cf. Rom
14, 8). El fenómeno de la secularización, que comporta aspectos marcadamente individualistas, ocasiona sus
efectos deletéreos sobre todo en las personas que se aíslan, y por el escaso sentido de pertenencia. El
cristianismo, desde sus comienzos, supone siempre una compañía, una red de relaciones vivificadas
continuamente por la escucha de la Palabra, la celebración eucarística, y animadas por el Espíritu Santo.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 35:
EUCARISTÍA Y VIDA CRISTIANA

30
DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE
2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

Espiritualidad y cultura eucarística

77. Es significativo que los Padres sinodales hayan afirmado que “los fieles cristianos necesitan
comprender más profundamente las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad
eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida
entera” (Propositio 39). Esta consideración tiene hoy un significado particular para todos nosotros. Se ha de
reconocer que uno de los efectos más graves de la secularización, mencionada antes, consiste en haber relegado
la fe cristiana al margen de la existencia, como si fuera algo inútil con respecto al desarrollo concreto de la
vida de los hombres. El fracaso de este modo de vivir “como si Dios no existiera” está ahora a la vista de
todos. Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina
abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la
Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en
espiritualidad, en vida “según el Espíritu” (cf. Rom 8, 4-17; Gál 5, 16.25). Resulta significativo que San
Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo culto espiritual, mencione al mismo
tiempo la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y pensar: “Y no os ajustéis a este mundo, sino
transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno,
lo que agrada, lo perfecto” (Rom 12, 2). De esta manera, el Apóstol de los gentiles subraya la relación
entre el verdadero culto espiritual y la necesidad de entender de un modo nuevo la vida y vivirla. La
renovación de la mentalidad es parte integrante de la forma eucarística de la vida cristiana, “para que ya no
seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina” (Ef 4, 14).
Eucaristía y evangelización de las culturas

78. De todo lo expuesto se desprende que el Misterio eucarístico nos hace entrar en diálogo con las
diferentes culturas, aunque en cierto sentido también las desafía (cf. Relatio post disceptationem, 30). Se ha
de reconocer el carácter intercultural de este nuevo culto, de esta “logiké latreía”. La presencia de
Jesucristo y la efusión del Espíritu Santo son acontecimientos que pueden confrontarse siempre con cada
realidad cultural, para fermentarla evangélicamente. Por consiguiente, esto comporta el compromiso de
promover con convicción la evangelización de las culturas, con la conciencia de que el mismo Cristo es la
verdad de todo hombre y de toda la historia humana. La Eucaristía se convierte en criterio de valorización de
todo lo que el cristiano encuentra en las diferentes expresiones culturales. En este importante proceso
podemos escuchar las muy significativas palabras de San Pablo que, en su Primera Carta a los
Tesalonicenses, exhorta: “examinadlo todo, quedándoos con lo bueno” (1 Tes 5, 21).

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 36:
EUCARISTÍA Y FIELES LAICOS

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

Eucaristía y fieles laicos

79. En Cristo, Cabeza de la Iglesia que es su cuerpo, todos los cristianos forman “una raza elegida, un
sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos
llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa” (1 P 2, 9). La Eucaristía, como misterio que se
ha de vivir, se ofrece a cada persona en la condición en que se encuentra, haciendo que viva diariamente la
novedad cristiana en su situación existencial. Puesto que el Sacrificio eucarístico alimenta y acrecienta en
nosotros lo que ya se nos ha dado en el Bautismo, por el cual todos estamos llamados a la santidad (cf. LG 39-
42), esto debería aflorar y manifestarse también en las situaciones o estados de vida en que se encuentra
cada cristiano. Éste, viviendo la propia vida como vocación, se convierte día tras día en culto agradable a
Dios. Ya desde la reunión litúrgica, el Sacramento de la Eucaristía nos compromete en la realidad
31
cotidiana para que todo se haga para gloria de Dios.
Puesto que el mundo es “el campo” (Mt 13, 38) en el que Dios pone a sus hijos como buena semilla, los
laicos cristianos, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, y fortalecidos por la Eucaristía, están
llamados a vivir la novedad radical traída por Cristo precisamente en las condiciones comunes de la vida (cf.
S.S. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica post- sinodal “Christifideles laici” (30 de diciembre de 1988),
14.16). Han de cultivar el deseo de que la Eucaristía influya cada vez más profundamente en su vida
cotidiana, convirtiéndolos en testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad (cf.
Propositio 39). Animo en especial a las familias para que este Sacramento sea fuente de fuerza e
inspiración. El amor entre el hombre y la mujer, la acogida de la vida y la tarea educativa son ámbitos
privilegiados en los que la Eucaristía puede mostrar su capacidad de transformar la existencia y llenarla de
sentido (cf. ibid.). Los Pastores siempre han de apoyar, educar y animar a los fieles laicos a vivir
plenamente su propia vocación a la santidad en el mundo, al que Dios ha amado tanto que le ha entregado
a su Hijo para que se salve por Él (cf. Jn 3, 16).

Eucaristía y transformación moral

82. Descubrir la belleza de la forma eucarística de la vida cristiana nos lleva a reflexionar también sobre la
fuerza moral que dicha forma produce para defender la auténtica libertad de los hijos de Dios. Con esto
deseo recordar una temática surgida en el Sínodo sobre la relación entre forma eucarística de la vida y
transformación moral. El Papa Juan Pablo II afirmaba que la vida moral “posee el valor de un ‘’culto
espiritual’ (Rom 12, 1; cf. Fil 3,
3) que nace y se alimenta de aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios que son los
sacramentos, especialmente la Eucaristía; en efecto, participando en el Sacrificio de la Cruz, el cristiano
comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas
sus actitudes y comportamientos de vida” (S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica “Veritatis splendor” (6 de agosto
de 1993), 107). En definitiva, “en el ‘culto’ mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser
amado y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria
en sí misma” (S.S. Benedicto XVI, Carta Encíclica “Deus caritas est” (25 de diciembre de 2005), 14).
Esta referencia al valor moral del culto espiritual no se ha de interpretar en clave moralista. Es ante todo el
gozoso descubrimiento del dinamismo del amor en el corazón que acoge el don del Señor, se abandona a Él
y encuentra la verdadera libertad. La transformación moral que comporta el nuevo culto instituido por Cristo,
es una tensión y un deseo cordial de corresponder al amor del Señor con todo el propio ser, a pesar de la
conciencia de la propia fragilidad. Todo esto está bien reflejado en el relato evangélico de Zaqueo (cf. Lc 19, 1-
10). Después de haber hospedado a Jesús en su casa, el publicano se ve completamente transformado: decide dar
la mitad de sus bienes a los pobres y devuelve cuatro veces más a quienes había robado. El impulso moral,
que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida
cercanía del Señor.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 37: EUCARISTÍA Y MISIÓN

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

Eucaristía y misión

84. En la homilía durante la celebración eucarística con la que he iniciado solemnemente mi ministerio en
la Cátedra de Pedro, decía: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio,
por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él” (S.S. Benedicto XVI,
Homilía en la Santa Misa de imposición de palio y entrega del anillo del pescador en el solemne inicio del
ministerio petrino del Obispo de Roma (24 de abril de 2005)). Esta afirmación asume una mayor
intensidad si pensamos en el Misterio eucarístico. En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que
32
celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo
necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y
culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: “Una Iglesia auténticamente eucarística es una
Iglesia misionera” (Propositio 42). También nosotros podemos decir a nuestros hermanos con convicción:
“Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros” (1 Jn 1, 3).
Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a todos. Además, la
institución misma de la Eucaristía anticipa lo que es el centro de la misión de Jesús: Él es el enviado del
Padre para la redención del mundo (cf. Jn 3, 16-17; Rom 8, 32). En la última Cena Jesús confía a sus
discípulos el Sacramento que actualiza el Sacrificio que Él ha hecho de sí mismo en obediencia al Padre
para la salvación de todos nosotros. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese
movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así
pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana.
Eucaristía y testimonio

85. La misión primera y fundamental que recibimos de los santos Misterios que celebramos es la de
dar testimonio con nuestra vida. El asombro por el don que Dios nos ha hecho en Cristo infunde en
nuestra vida un dinamismo nuevo, comprometiéndonos a ser testigos de su amor. Nos convertimos en testigos
cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece otro y se comunica. Se puede decir que el
testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a
acoger libremente esta novedad radical. En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la
libertad del hombre. Jesús mismo es el testigo fiel y veraz (cf. Ap 1, 5; 3, 14); vino para dar testimonio de
la verdad (cf. Jn 18, 37). Con estas reflexiones deseo recordar un concepto muy querido por los primeros
cristianos, pero que también nos afecta a nosotros, cristianos de hoy: el testimonio hasta el don de sí mismos,
hasta el martirio, ha sido considerado siempre en la historia de la Iglesia como la cumbre del nuevo culto
espiritual: “Ofreced vuestros cuerpos” (Rom 12 1). Se puede recordar, por ejemplo, el relato del martirio
de San Policarpo de Esmirna, discípulo de San Juan: todo el acontecimiento dramático es descrito como
una Liturgia, más aún como si el mártir mismo se convirtiera en Eucaristía (cf. Martirio de Policarpo, XV,
1). Pensemos también en la conciencia eucarística que San Ignacio de Antioquía expresa ante su martirio: él
se considera “trigo de Dios” y desea llegar a ser en el martirio “pan puro de Cristo” (San Ignacio de
Antioquía, Epistula ad Romanos, IV, 1). El cristiano que ofrece su vida en el martirio entra en plena
comunión con la Pascua de Jesucristo y así se convierte con Él en Eucaristía. Tampoco faltan hoy en la Iglesia
mártires en los que se manifiesta de modo supremo el amor de Dios. Sin embargo, aun cuando no se
requiera la prueba del martirio, sabemos que el culto agradable a Dios implica también interiormente esta
disponibilidad (cf. LG 42), y se manifiesta en el testimonio alegre y convencido ante el mundo de una
vida cristiana coherente allí donde el Señor nos llama a anunciarlo.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 38:
EUCARISTÍA Y PROMOCIÓN HUMANA

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

Jesucristo, único Salvador

86. Subrayar la relación intrínseca entre Eucaristía y misión nos ayuda a redescubrir también el contenido
último de nuestro anuncio. Cuanto más vivo sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano,
tanto más clara tendrá la tarea de la misión: llevar a Cristo. No es sólo una idea o una ética inspirada en
Él, sino el don de su misma Persona. Quien no comunica la verdad del Amor al hermano no ha dado todavía
bastante. La Eucaristía, como Sacramento de nuestra salvación, nos lleva a considerar de modo ineludible la
unicidad de Cristo y de la salvación realizada por Él a precio de su sangre. Por tanto, la exigencia de educar
constantemente a todos al trabajo misionero, cuyo centro es el anuncio de Jesús, único Salvador, surge
del Misterio eucarístico, creído y celebrado (cf. Propositio 42; Congregación para la Doctrina de la Fe,
Declaración sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia “Dominus Iesus” (6 de

33
agosto de 2000), 13-15). Así se evitará que se reduzca a una interpretación meramente sociológica la
decisiva obra de promoción humana que comporta siempre todo auténtico proceso de evangelización.

Libertad de culto

87. En este contexto, deseo hablar de lo que los Padres han afirmado durante la asamblea sinodal
sobre las graves dificultades que afectan a la misión de aquellas comunidades cristianas que viven en
condiciones de minoría o incluso privadas de la libertad religiosa (cf. Propositio 42). Realmente
debemos dar gracias al Señor por todos los Obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos, que se
dedican a anunciar el Evangelio y viven su fe arriesgando la propia vida. En muchas regiones del mundo el
mero hecho de ir a la Iglesia es un testimonio heroico que expone a las personas a la marginación y a la
violencia. En esta ocasión, deseo confirmar también la solidaridad de toda la Iglesia con los que sufren por la
falta de libertad de culto. Como sabemos, donde falta la libertad religiosa, falta en definitiva la libertad
más significativa, ya que en la fe el hombre expresa su íntima convicción sobre el sentido último de su
vida. Pidamos, pues, que aumenten los espacios de libertad religiosa en todos los Estados, para que los
cristianos, así como también los miembros de otras religiones, puedan vivir personal y comunitariamente sus
convicciones libremente.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 39:
EUCARISTÍA:
MISTERIO QUE SE HA DE OFRECER AL MUNDO

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

Eucaristía: Pan partido para la vida del mundo

88. “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51). Con estas palabras el Señor
revela el verdadero sentido del don de su propia vida por todos los hombres y nos muestran también la
íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los
sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (cf. Mt 20, 34;
Mc 6, 54; Lc 9, 41). Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de
Dios para todos los hombres, a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza
sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al
mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana.
Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que "consiste
precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera
conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha
convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta
otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo” (S.S. Benedicto
XVI, Carta Encíclica “Deus caritas est” (25 de diciembre de 2005), 18). De ese modo, en las personas que
encuentro reconozco a hermanos y hermanas por los que el Señor ha dado su vida amándolos “hasta el
extremo” (Jn 13, 1). Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada
vez más conscientes de que el Sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo
el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y
fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue
exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: “dadles vosotros de
comer” (Mt 14, 16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan
partido para la vida del mundo.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

34
TEMA Nº 40:
IMPLICACIONES SOCIALES DEL MISTERIO EUCARÍSTICO (1)

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

Implicaciones sociales del Misterio eucarístico

89. La unión con Cristo que se realiza en el Sacramento nos capacita también para nuevos tipos de
relaciones sociales: “la ‘mística’ del Sacramento tiene un carácter social”. En efecto, ”la unión con Cristo es
al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí;
únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán” (S.S. Benedicto XVI,
Carta Encíclica “Deus caritas est” (25 de diciembre de 2005), 14). A este respecto, hay que explicitar la
relación entre Misterio eucarístico y compromiso social. La Eucaristía es Sacramento de comunión entre
hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse en Cristo, el cual ha hecho de judíos y paganos un pueblo
solo, derribando el muro de enemistad que los separaba (cf. Ef 2, 14). Sólo esta constante tensión hacia la
reconciliación permite comulgar dignamente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Mt 5, 23-24) (Durante la
asamblea sinodal hemos escuchado conmovidos testimonios muy significativos acerca de la eficacia del
Sacramento en la obra de pacificación. Se afirma al respecto en la Propositio 49: “Gracias a las
celebraciones eucarísticas, pueblos en conflicto se han podido reunir alrededor de la Palabra de Dios,
escuchar su anuncio profético de reconciliación a través del perdón gratuito, recibir la gracia de la conversión
que permite la comunión en el mismo pan y en el mismo cáliz”). Cristo, por el memorial de su Sacrificio,
refuerza la comunión entre los hermanos y, de modo particular, apremia a los que están enfrentados para que
aceleren su reconciliación abriéndose al diálogo y al compromiso por la justicia. No cabe duda de que las
condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el
perdón (cf. Propositio 48). De esta toma de conciencia nace la voluntad de transformar también las
estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de
Dios. La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso, transforma en vida lo que ella
significa en la celebración. Como he afirmado, la Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla
política para realizar la sociedad más justa posible; sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen
de la lucha por la justicia. La Iglesia “debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe
despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede
afirmarse ni prosperar” (S.S. Benedicto XVI, Carta Encíclica “Deus caritas est” (25 de diciembre de 2005),
28).
En la perspectiva de la responsabilidad social de todos los cristianos, los Padres sinodales han recordado que el
Sacrificio de Cristo es misterio de liberación que nos interpela y provoca continuamente. Dirijo por tanto una
llamada a todos los fieles para que sean realmente operadores de paz y de justicia: “En efecto, quien participa
en la Eucaristía ha de comprometerse en construir la paz en nuestro mundo marcado por tantas violencias y
guerras, y de modo particular hoy, por el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual”
(Propositio 48). Todos estos problemas, que a su vez engendran otros fenómenos degradantes, son los que
despiertan viva preocupación. Sabemos que estas situaciones no se pueden afrontar de una manera superficial.
Precisamente, gracias al Misterio que celebramos, deben denunciarse las circunstancias que van contra la
dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el alto valor de cada persona.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 41:
IMPLICACIONES SOCIALES DEL MISTERIO EUCARÍSTICO (2)

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

El alimento de la verdad y la indigencia del hombre


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90. No podemos permanecer pasivos ante ciertos procesos de globalización que con frecuencia hacen
crecer desmesuradamente en todo el mundo la diferencia entre ricos y pobres. Debemos denunciar a quien
derrocha las riquezas de la tierra, provocando desigualdades que claman al cielo (cf. Stgo 5, 4). Por ejemplo, es
imposible permanecer callados ante “las imágenes sobrecogedoras de los grandes campos de prófugos o de
refugiados —en muchas partes del mundo— concentrados en precarias condiciones para librarse de una
suerte peor, pero necesitados de todo. Estos seres humanos, ¿no son nuestros hermanos y hermanas? ¿Acaso sus
hijos no vienen al mundo con las mismas esperanzas legítimas de felicidad que los demás?” (S.S. Benedicto
XVI, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (9 de enero de 2006), 28). El Señor
Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla
todavía gran parte de la humanidad: son situaciones cuya causa implica a menudo una clara e inquietante
responsabilidad por parte de los hombres. En efecto, “sobre la base de datos estadísticos disponibles, se
puede afirmar que menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento sería más que
suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres. Esto interpela a la
conciencia humana. Nuestro común compromiso por la verdad puede y tiene que dar nueva esperanza a estas
poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, mucho más a causa de situaciones que dependen de las
relaciones internacionales políticas, comerciales y culturales, que a causa de circunstancias incontroladas”
(ibid.). El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a
causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para
trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor. Los cristianos han procurado desde el
principio compartir sus bienes (cf. He 4, 32) y ayudar a los pobres (cf. Rom 15, 26). La colecta en las
asambleas litúrgicas no sólo nos lo recuerda expresamente, sino que es también una necesidad muy actual.
Las instituciones eclesiales de beneficencia, en particular Caritas en sus diversos ámbitos, prestan el
precioso servicio de ayudar a las personas necesitadas, sobre todo a los más pobres. Estas instituciones,
inspirándose en la Eucaristía, que es el Sacramento de la caridad, se convierten en su expresión concreta;
por ello merecen todo encomio y estímulo por su compromiso solidario en el mundo.

Doctrina Social de la Iglesia

91. El Misterio de la Eucaristía nos capacita e impulsa a un trabajo audaz en las estructuras de este
mundo para llevarles aquel tipo de relaciones nuevas, que tiene su fuente inagotable en el don de Dios. La
oración que repetimos en cada Santa Misa: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, nos obliga a hacer todo lo
posible, en colaboración con las instituciones internacionales, estatales o privadas, para que cese o al menos
disminuya en el mundo el escándalo del hambre y de la desnutrición que sufren tantos millones de personas,
especialmente en los países en vías de desarrollo. El cristiano laico en particular, formado en la escuela de la
Eucaristía, está llamado a asumir directamente su propia responsabilidad política y social. Para que pueda
desempeñar adecuadamente sus cometidos hay que prepararlo mediante una educación concreta para la
caridad y la justicia. Por eso, como ha pedido el Sínodo, es necesario promover la Doctrina Social de la
Iglesia y darla a conocer en las Diócesis y en las comunidades cristianas (cf. Propositio 48. A este respecto es
muy útil el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia). En este precioso patrimonio, procedente de la más
antigua tradición eclesial, encontramos los elementos que orientan con profunda sabiduría el comportamiento
de los cristianos ante las cuestiones sociales candentes. Esta doctrina, madurada durante toda la historia de la
Iglesia, se caracteriza por el realismo y el equilibrio, ayudando así a evitar compromisos equívocos o utopías
ilusorias.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 42:
EUCARISTÍA Y SALVAGUARDA DE LA CREACIÓN

DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL “SACRAMENTUM CARITATIS” (22 DE FEBRERO DE


2007) DE S.S. BENEDICTO XVI

Santificación del mundo y salvaguardia de la creación

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92. Para desarrollar una profunda espiritualidad eucarística que pueda influir también de manera
significativa en el campo social, se requiere que el pueblo cristiano tenga conciencia de que, al dar gracias por
medio de la Eucaristía, lo hace en nombre de toda la creación, aspirando así a la santificación del mundo y
trabajando intensamente para tal fin (cf. Propositio 43). La Eucaristía misma proyecta una luz intensa
sobre la historia humana y sobre todo el cosmos. En esta perspectiva sacramental aprendemos, día a día, que
todo acontecimiento eclesial tiene carácter de signo, mediante el cual Dios se comunica a sí mismo y nos
interpela. De esta manera, la forma eucarística de la vida puede favorecer verdaderamente un auténtico
cambio de mentalidad en el modo de ver la historia y el mundo. La Liturgia misma nos educa para todo
esto cuando, durante la presentación de las ofrendas, el sacerdote dirige a Dios una oración de bendición y
de petición sobre el pan y el vino, “fruto de la tierra”, “de la vid” y del “trabajo del hombre”. Con estas
palabras, además de incluir en la ofrenda a Dios toda la actividad y el esfuerzo humano, el rito nos lleva a
considerar la tierra como creación de Dios, que produce todo lo necesario para nuestro sustento. La creación no
es una realidad neutral, mera materia que se puede utilizar indiferentemente siguiendo el instinto humano. Más
bien forma parte del plan bondadoso de Dios, por el que todos nosotros estamos llamados a ser hijos e hijas
en el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo (cf. Ef 1 ,4-12). La fundada preocupación por las condiciones
ecológicas en que se halla la creación en muchas partes del mundo encuentra motivos de consuelo en la
perspectiva de la esperanza cristiana, que nos compromete a actuar responsablemente en defensa de la creación
(cf. Propositio 47). En efecto, en la relación entre la Eucaristía y el universo descubrimos la unidad del plan de
Dios y se nos invita a descubrir la relación profunda entre la creación y la “nueva creación”, inaugurada con
la resurrección de Cristo, nuevo Adán. En ella participamos ya desde ahora en virtud del Bautismo (cf. Col
2, 12-16), y así se le abre a nuestra vida cristiana, alimentada por la Eucaristía, la perspectiva del mundo nuevo,
del nuevo cielo y de la nueva tierra, donde la nueva Jerusalén baja del cielo, desde Dios, “ataviada como una
novia que se adorna para su esposo” (Ap 21,2).

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 43:
EUCARISTÍA Y UNIDAD DE LA IGLESIA

DE LA HOMILÍA DE S.S. FRANCISCO DURANTE LA MISA EN LA PLAZA SAN JUAN DE LETRÁN EN ROMA
EN LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (4 DE JUNIO DE 2015)

Hemos escuchado: en la [Última] Cena Jesús entregó su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para
dejarnos el memorial de su sacrificio de amor infinito. Y con este “viático” lleno de gracia, los discípulos
tienen todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para llevar a todos el Reino de Dios. Luz y
fuerza será para ellos el don que Jesús hizo de sí mismo, inmolándose voluntariamente en la Cruz. Y este
Pan de vida ha llegado hasta nosotros. Ante esta realidad nunca acaba el asombro de la Iglesia. Un asombro
que alimenta siempre la contemplación, la adoración, y la memoria. Nos lo demuestra un texto muy
bonito de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda lectura del Oficio de Lecturas, que dice así:
“Reconoced en el pan al mismo que pendió en la Cruz; reconoced en el cáliz la Sangre que brotó de su
costado. Tomad, pues, y comed el Cuerpo de Cristo, tomad y bebed su Sangre. Sois ya miembros de
Cristo. Comed el vínculo que os mantiene unidos, no sea que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra
redención, no sea que os depreciéis”.
Existe un peligro, existe una amenaza: disgregarnos, despreciarnos. ¿Qué significa, hoy, este disgregarnos y
depreciarnos?
Nosotros nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad
entre nosotros, cuando competimos por ocupar los primeros sitios —los trepadores—, cuando no encontramos
la valentía de testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de dar esperanza. Así nos disgregamos. La
Eucaristía nos ayuda a no disgregarnos, porque es vínculo de comunión, es realización de la Alianza, signo vivo
del amor de Cristo que se humilló y abajó para que nosotros permaneciésemos unidos. Participando en la
Eucaristía y alimentándonos de ella, somos introducidos en un camino que no admite divisiones. El Cristo
presente en medio de nosotros, en el signo del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere toda
laceración, y al mismo tiempo se convierta en comunión también con el más pobre, apoyo para el débil,
atención fraterna hacia quienes luchan por sostener el peso de la vida diaria, y están en peligro de perder la fe.
Y luego, la otra palabra: ¿qué significa hoy para nosotros depreciarnos, o sea aguar nuestra dignidad

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cristiana? Significa dejarnos mellar por las idolatrías de nuestro tiempo: el aparentar, el consumir, el yo en
el centro de todo; pero también ser competitivos, la arrogancia como actitud triunfante, el no admitir
nunca haberme equivocado o tener necesidad. Todo esto nos deprecia, nos hace cristianos mediocres, tibios,
insípidos, paganos.
Jesús derramó su Sangre como precio y como lavacro, para que fuésemos purificados de todos los pecados:
para no depreciarnos; mirémosle a Él, bebamos en su fuente, para ser preservados del peligro de la corrupción.
Y entonces experimentaremos la gracia de una transformación: nosotros seguiremos siendo siempre pobres
pecadores, pero la Sangre de Cristo nos liberará de nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. Nos
liberará de la corrupción. Sin nuestro mérito, con sincera humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de
nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y de la Magdalena; seremos su mano
que socorre a los enfermos en el cuerpo y en el espíritu; seremos su corazón que ama a los necesitados de
reconciliación, misericordia y comprensión.
De este modo la Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión
admirable con Dios. Aprendemos así que la Eucaristía no es un premio para los buenos, sino que es la
fuerza para los débiles, para los pecadores. Es el perdón, es el viático que nos ayuda a dar pasos, a caminar.
Hoy, fiesta del Corpus Christi, tenemos la alegría no sólo de celebrar este misterio, sino también de alabarlo y
cantarlo por las calles de nuestra ciudad. Que la procesión que haremos al término de la Misa, exprese
nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos hizo recorrer a través del desierto de nuestras
pobrezas, para hacernos salir de la condición servil, alimentándonos con su amor mediante el Sacramento de su
Cuerpo y de su Sangre.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 44:
LAS COFRADÍAS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

DE LOS ESTATUTOS DE LA UNIÓN NACIONAL DE COFRADÍAS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO (8 DE


JULIO DE 2001)

Art. 9º La cofradía del Santísimo Sacramento, a nivel parroquial y de acuerdo con su Asesor Espiritual,
promoverá el culto de adoración no sólo privado, sino también social, a Cristo Señor nuestro, presente
sustancial, real y verdaderamente en el Santísimo Sacramento.
a) Asumirá la responsabilidad de la celebración, promoción y posible financiamiento de las grandes
solemnidades eucarísticas: Jueves Santo, Corpus Christi (cf. CIC, can. 944), Cuarenta Horas (cf. CIC,
can. 942), Primeros Viernes, Domingos de Minerva, Hora Santa semanal, Adoración Perpetua, etc.
b) Las cofradías del Santísimo Sacramento están en el deber de sostener moral y económicamente a las
Uniones Arquidiocesanas y Diocesanas. Las Uniones Arquidiocesanas y Diocesanas colaborarán con la
UNCSS de Venezuela.
c) Todos los meses, en un día domingo, de acuerdo con el Párroco respectivo y en la hora que éste
señale, cada cofradía celebrará con toda solemnidad y esplendor la Santa Misa de Minerva, que
finalizará con la Procesión del Santísimo Sacramento para excitar la devoción de los fieles,
conmemorar los beneficios de Dios, darle gracias a Dios por ellos e implorar su divino auxilio.
Cuando el mes tenga cinco (5) domingos, la correspondiente Unión Arquidiocesana o Diocesana
dispondrá del último para celebrar una solemne Minerva colectiva (…)
d) Por lo menos una vez cada año las cofradías organizarán en sus Parroquias, y para sus afiliados y los
familiares de éstos, un retiro espiritual, misión, cursillo, taller o acto similar, abierto para las demás personas
que deseen participar.
e) Ayude la cofradía a su Párroco en todos los quehaceres de su cargo, especialmente en la catequesis,
preparación de quienes hayan de recibir los sacramentos, arreglo de la Iglesia, organización de
festividades y eventos religiosos o sociales, y háganle sentir que están con él, en todas las
circunstancias y momentos y que comparten sinceramente sus alegrías y sus preocupaciones.
f) Las cofradías llevarán a todos los lugares, especialmente a las zonas rurales y marginales y a los pueblos más
alejados, la enseñanza sencilla y fácilmente comprensible de la doctrina cristiana, sirviéndose para ello de

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las nociones del Catecismo de la Iglesia Católica (cf. especialmente: Catecismo de la Iglesia Católica, 1322-
1419; CIC, can. 217).
g) Durante los quince primeros días de enero de cada año, cada cofradía enviará a la Unión
Arquidiocesana o Diocesana, según su ubicación, un informe detallado de su gestión completa en
el año anterior, incluyendo el movimiento de tesorería. Las UACSS y UDCSS, a su vez, enviarán un
informe detallado de su gestión completa en el año anterior a la UNCSS de Venezuela.
h) Las UACSS y UDCSS fijarán el monto de la contribución que cada cofradía deberá aportar, según
el caso; esta contribución será obligatoria, salvo imposibilidad absoluta de cancelarla, por no
permitirlo las finanzas de las mismas. Las UACSS y UDCSS fijarán una contribución a la UNCSS de
Venezuela, y la remitirán anualmente.
i) Las cofradías contribuirán, además, a las diversas iniciativas de las UACSS y UDCSS, y cuentan con
la UNCSS para la organización y realización de la Asamblea Eucarística Nacional.
j) El día 2 de julio de cada año se considerará, a escala nacional, como DÍA DEL COFRADE DEL SANTÍSIMO
SACRAMENTO, y se renovará solemnemente la CONSAGRACIÓN DE VENEZUELA AL SANTÍSIMO
SACRAMENTO, porque, por iniciativa de MONS. JUAN BAUTISTA CASTRO, el Episcopado Nacional consagró
la República de Venezuela al Santísimo Sacramento, el 2 de julio de 1899.
k) No se permiten en las cofradías del Santísimo Sacramento reuniones o espectáculos, que no se ciñan
estrictamente a la moral cristiana y puedan constituir escándalo o resulten poco edificantes.
l) Es deber de la Directiva de cada cofradía hacer que todos los socios de la misma conozcan estos
Estatutos; al efecto, procurarán leer trozos de los mismos en las reuniones ordinarias que se
celebren. Sería conveniente que cada cofrade disponga de un ejemplar para que lo consulte y
estudie.
m) El Presidente de cada cofradía asistirá obligatoriamente a las reuniones, que los últimos sábados
de cada mes celebra la correspondiente UACSS o UDCSS. En casos excepcionales, cuando el Presidente
no pueda asistir a una de estas reuniones, nombrará un delegado que lo represente.
n) Es entendido que quien acepta el honorífico cargo de Presidente de una cofradía, por el mismo
hecho de esa aceptación, admite y se compromete a dar cumplimiento a todas las obligaciones
que le señalen los presentes Estatutos.
o) El Contralor de la UACSS o UDCSS, así como el Presidente de la misma, están facultados para
revisar, cuando lo estimen conveniente, las cuentas y ejecutorias de cualquier cofradía
perteneciente a ella. Las UACSS y UDCSS, a su vez, enviarán en el informe anual sus cuentas y
ejecutorias. El Contralor de la UNCSS está facultado para revisar, cuando lo estime conveniente, las
cuentas y ejecutorias de cualquier UACSS o UDCSS.

TERCERA PARTE:
EUCARISTÍA, MISTERIO QUE SE HA DE VIVIR

TEMA Nº 45:
LOS COFRADES DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

DE LOS ESTATUTOS DE LA UNIÓN NACIONAL DE COFRADÍAS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO (8


DE JULIO DE 2001)

Art. 10º Cualquier católico que haya hecho la Primera Comunión, lleve una vida cristiana y tenga conducta
intachable, puede ser miembro de una cofradía del Santísimo Sacramento, sea cual fuera su edad, sexo y
condición.
a) Los cofrades se llamarán entre sí “hermanos” (cf. He 2, 29.37), y procurarán serlo en espíritu y
verdad.
b) Ningún hermano puede pertenecer a más de una cofradía. No obstante, podrá cooperar con otras
sin menoscabo de los compromisos adquiridos con la propia.

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Art. 11º Son cofrades del Santísimo Sacramento los fieles que hayan manifestado su voluntad de
pertenecer a una cofradía del Santísimo Sacramento, sean aceptados en ella, por voluntad de la Directiva
de la misma, y cumplan las disposiciones de los presentes Estatutos.
a) Todos los cofrades son aptos para recibir cualquier designación que se les haga dentro del movimiento
eucarístico, y están obligados a aceptar de la mejor buena voluntad y a cumplir a cabalidad cualquier
misión que se les confíe.

Art. 12º Son deberes de los cofrades del Santísimo Sacramento:


a) Ser alma y fermento del mundo que los rodea (cf. LG 31; 38).
b) Contribuir al bien de la Iglesia (cf. GS 43).
c) Tomar parte activa en la comunidad parroquial y de la Iglesia en general (cf. GS 43).
d) Ser y dar testimonio de Cristo en todo tiempo y en todo lugar (cf. GS 43).
e) Continuar la misión profética del Señor (cf. LG 43; S.S. Pablo VI, Exhortación Apostólica
“Evangelii nuntiandi” (8 de diciembre de 1975), 14).
f) Trabajar para que la ciudad divina quede grabada en la ciudad terrena (cf. GS 43), consagrándola a
Dios (cf. LG 34), lo cual se logrará evangelizando con el testimonio y con la palabra; saneando las
estructuras y los ambientes (cf. LG 36) y promoviendo entre todas las gentes relaciones de
solidaridad y afecto fraternal.
g) Virtud importantísima en el cofrade es la obediencia a la Iglesia en general, a las leyes que la
rigen, al Santo Padre, a los Obispos y sacerdotes en general, y a los Estatutos. El Párroco, como
Asesor Espiritual de la cofradía, es el guía lógico y natural que ha de llevarnos a la perfección (cf.
CIC, can. 529, 2).
h) Los cofrades deben ser generosos y desprendidos para ayudar a las cofradías, pues las mismas no
tienen otros ingresos que los aportes de sus miembros. Todos debemos cooperar en lo posible a su
prosperidad.

Art. 13º Los cofrades del Santísimo Sacramento usarán como distintivo obligatorio una medalla
representando la Sagrada Custodia, de forma obloidea, de acuerdo con el modelo único adoptado por la
UNCSS. Los cofrades llevarán esta insignia pendiente del cuello, por medio de una cinta con los colores de la
Bandera Pontificia.
a) Los cofrades deben llevar un carnet de identificación, expedido por la correspondiente UACSS o
UDCSS, que los acredite como miembro de la cofradía del Santísimo Sacramento, plastificado, sin
enmiendas y con sus datos bien claros. Deben ser adquiridos a medida que los medios y
circunstancias lo vayan permitiendo.

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