Está en la página 1de 5

Página 86 – 87 - 88

Cuando entré al bar Ibérico, estabas de espalda a la puerta, había sobre la mesa un
cuaderno, una lapicera y dos libros. Vos estabas hojeando uno.
Sos real, te dije al acercarme.
A vos te corrió un escalofrío por el cuerpo, a mí también. Pero no te dije nada. Te
diste vuelta con sorpresa y entusiasmo. Fue ahí donde empezamos a sentir ese calor
que nos ponía colorados.
Todavía para vos, me dijiste. ¿Y vos? ¿Sos real?
Y yo quise abrazarte toda, pero algo me frenó y tampoco te moviste mucho más como
para romper esos centímetros de distancia. Di la vuelta para sentarme e intentamos
darnos un beso con la mesa al medio, mientras vos tratabas de acomodar la silla para
terminar de pararte y yo buscaba acomodarme. ¿Por qué no me puse al lado tuyo y te
partí la boca de un beso? ¿Por qué no dejé que te levantaras y me abrazaras hasta
quitarme el aire? ¿Por qué esperamos tanto para hacer lo que queremos?
Después, durante la caminata, nos dimos algunos abrazos y estuvimos más cerca,
pero no es lo mismo cuando la oportunidad está ahí que cuando tenemos que crearla.
Me pasa en la empresa, pero en la vida yo no sé.
¿Qué leés?, te pregunté con la intención de romper el hielo e iniciar la charla.
Cerraste el libro También esto pasará, de Milena Busquets y, sin decir nada, lo
levantaste para que lo viera. También acomodaste el cuaderno en un costado con esa
prolijidad tan característica en vos.
Estoy estudiando, me dijiste.
¿Y el otro?
Leche Caliente, de Deborah Levy, me respondiste.
No me acuerdo si en algún mail me contaste de este, te dije, pero hablaste de su
biografía.
Sí, sí te dije de este libro también. ¿No me leés con suficiente atención?, respondiste.
¿Y qué hacés? ¿Por qué esos dos libros?
Estoy pensando en la presentación de mañana, buscándome en los libros… Tratando
de explicarme…
¿Es posible encontrar respuestas en los libros, Rocío?
Siempre, Fede.
¿Y ahí?, te pregunté señalando el cuaderno.
Anoto ideas sobre lo nuevo, me respondiste con aires de superación.
Sos una máquina de escribir, Rocío. Siempre con esa vitalidad…
Vivo de esto, pero no te creas que es tan fácil.
[acá hay un párrafo que saqué]
Tampoco es fácil vivir de lo que vivo yo, me salió decirte.
Bueno, entonces estamos bien jodidos. Somos unos viejos quejosos, me dijiste con
una sonrisa enorme en tu cara.
Guardaste los dos libros y el cuaderno en tu bolso. Y te quedaste así, sentada con una
postura tranquila, tu mirada fija, con la cabeza un tanto inclinada, una leve sonrisa,
levantando tu ceja izquierda y esos ojos de un aparente negro infinito diciéndomelo
todo con un silencio.

1
¿Por qué me invitaste?, te pregunté.
Quería verte.
¿Y por qué aparecés ahora?, volví a preguntar.
Quería verte.
Pero los planes cambiaron tanto…
Yo te invité a venir, ¿cómo no voy a querer verte? Acá estoy. Acá estamos.

Página 90-91-92
Contame más, te pedí.
Esta novela no solamente quebró la relación con Víctor, sino que también me dejó un
tanto destruida a mí.
¿Por el tema?
No sé.
¿Pero por qué te parece que fue?, insistí.
A lo mejor, porque me costó escribirla y tenía que hacerlo sí o sí.
¿Ya era hora de presentar algo nuevo?, te pregunté.
Sí, esa presión... No sé. Soy una especie de ex escritora, pero en la actualidad.
No entiendo, Rocío.
Como que estoy de moda, pero a su vez ya estoy pasada…
Sigo sin entender, Rocío.
Es complejo, Fede.
La realidad es compleja, te dije.
Y en ese momento apareció nuevamente el mozo con mi pedido y a mí se me vino esa
idea de Laetitia Colombani que habla sobre lo difícil que es escribir para otros. No
me acuerdo qué libro es, pero sé que se trata de una abogada deprimida que
intentaba salir a flote a través de un puesto de «escribiente público», y termina
entendiendo que el reconocimiento está bueno, que trabajar para la tribuna te
alienta, pero te termina ahogando más. Lo propio queda a la sombra del brillo
ruidoso de los fuegos artificiales. Creo que algo así te estaría pasando, Rocío. Creo
que por eso me invitaste, querías volver a algún lugar de vos al que yo te llevaba.
¿Sabés de qué me enteré buscando disparadores para la novela?
No, claro.
Un día me miré al espejo con desesperación. Llevaba varias horas sentada en la
computadora tratando de que me saliera algo y nada, no pasaba nada.
Bueno, pero la inspiración te iba a encontrar laburando, como dicen.
Así dicen y así es, te lo juro.
¿Pero?
Pero no me salía nada.
¿Entonces?
Me levanté al baño, me miré en el espejo y me puse a hablarme a mí misma como
una loca.
Linda imagen, te dije.
Sí, fue lindo verme tan de cerca, Fede. Y a vos te lo cuento porque nos tenemos
confianza, no es que vaya a decirle esto a todo el mundo.

2
¿Y qué descubriste?
Que no tenía el orificio de los aros en las orejas. Vos viste que no uso.
No, no usás.
Bueno, tampoco recordaba haber usado aros de niña ni ver fotos mías de bebé con
ellos. Así que le escribí a uno de mis hermanos y luego a mi papá, hasta llegar a la
mujer del médico que me recibió en el pueblo cuando nací, y me contó que mi mamá
no había querido ponerme aritos.
¿Qué querés decirme?, te pregunté.
Parece que mi vieja le había dicho al médico que no entendía por qué a mis
hermanos no los perforaban y a mí sí tenían que hacerlo. ¿Solo por ser mujer tenía
que sufrir?, dijiste con una sonrisa hermosa.
Ahora entiendo a quién saliste, te respondí.
Siempre la extraño tanto, entre la realidad y la fantasía, porque mucha de mi
nostalgia es de sus ausencias.
Claro, extrañás lo que imaginás o creés que hubiese sido.
Sí… Me entendés tan bien, Fede.
Es tan feo extrañar, Rocío.

Página 135 (opcional)

Sabía que en algún momento dejarías de ser la profesora para ser simplemente la
escritora, pero jamás imaginé que sería demasiado tarde para mí. Hiciste negocio
juntándote con Víctor, tu editor, pero no supiste nada del amor con él. Yo con Carla
tampoco, pero lo admito y está claro. Habernos separado es muestra de ello.
Vos creciste tanto, Rocío, tus libros son películas y ya están en otros países, en otros
idiomas, en otros universos subjetivos.
Y a pesar del paso del tiempo y de la forma en que el ego te maquilla para salir al
mundo, sé que nunca dejaste de ser vos detrás del personaje.
Yo, que te conozco desde antes.
Yo, que te he visto llorar por amor.
Yo, que te perdono todo todavía.
Yo, que te quité las máscaras.
Yo, que te amo desde siempre.
Yo, que sé que sos vos.
Yo reconozco el gramo de tu esencia cuando te desinflás en un suspiro antes de dar
una respuesta con la que no te ponés de acuerdo, pero que sabés que tenés que dar.
Identifico la vergüenza que te da hacerte cargo de aquello que no soñaste y que has
tenido el placer de vivir, porque a veces sentías que no te lo merecías y estoy seguro
de que hubieses salido corriendo a esconderte como hizo Alice Munro tras ganar el
Premio Nobel. A ella la habían educado para creer que lo peor que podía hacer era
llamar la atención o pensar que era inteligente. La habían educado para alejarse de
los elogios. Pero vos me tenías a mí, y después lo tuviste a Víctor. Ahí te refugiaste
siempre para encontrarte en la simpleza de una hoja en blanco que se mueve con la

3
brisa de una idea. Pero ahora ya nadie puede salvarte, porque nosotros estamos
perdidos sin vos. Estoy perdido, Rocío.

Página 137 (opcional)

«El problema de los estereotipos es que tenés un nombre que no es el tuyo», me


dijiste en un momento que me contabas lo del Starbucks. Y sí, Rocío, te entiendo. Un
nombre crea sobre otro que se queda oculto.
Fede, dijiste.
Rocío, te respondí.
Somos sujetos con nombre propio.
¿Vas a subir?, pregunté sosteniéndote la mirada.
No puedo, Fede.
Y yo quise decirte que no entendía, pero me quedé callado.
Que el amor les suceda a dos personas en el mismo momento no implica que ocurrirá
de la misma manera para ambos. Puede ser parecido, pero no igual. A mí, me hubiese
gustado que me abrazaras fuerte, que me impregnaras por completo con tu
perfume, que me dieras un beso profundo en uno de mis cachetes, que me miraras
con esa ternura que es más pena que otra cosa. Me hubiese gustado, pero en cambio
quedé mirando cómo te perdías en la densidad de la humedad.
Entré al hotel después de esa caminata y en la pieza me di cuenta de esa leve llovizna
que descomprimía la noche. Los pronósticos se equivocan, las heladas caen antes, las
plantas se lastiman. Pero bajo tierra están las raíces y en lo más profundo de mí,
seguís estando vos. Así que saqué el pendrive del sobre, abrí mi computadora y me
puse a escribir dejando que la noche se vaya con mis palabras. Mañana estaré tan
cansado que no podré pensar, aunque no creo que deje de sentir. Fue hermoso
recordarnos en esta noche, Rocío. La lluvia sigue ahí, constante y precisa, limpiando
la piel de los edificios. Y yo acá.

Página 162

También lo dice Albert Sánchez Piñol: «Hay ocasiones en que negociamos nuestro
futuro con el pasado. Uno se sienta en la roca apartada y hace esfuerzo por conseguir
un pacto entre aquello que fue, grandes derrotas, y aquello que ha de venir, auténtica
oscuridad». Estoy ciego, muriendo con el miedo.
El bocinazo, las hojas moviéndose con la brisa, un grito lejano, la sirena de una
ambulancia, un postigo cerrándose por lo que empezaba a ser viento, los autos
haciendo chillar el asfalto, un tornado.
Me dijiste algo, pero no me acuerdo, yo estaba aturdido. Te pedí que camináramos

4
un poco, necesitaba organizar mis ideas (ahora sí: organizar), tomar aire, tenerte
cerca sabiendo que nunca más sería tan cerca. Quería recordar tu voz y no los gritos
de dolor. Tu voz que escuché antes de salir de Córdoba cuando hablamos por
teléfono. Siempre llevaría conmigo tu imagen, tu olor y hasta el calor que me hacías
sentir si con solo imaginarte todo eso estaba ahí. Pero tu voz. Vos. Entonces te dije lo
primero que se me ocurrió en esa escena onírica en una esquina porteña:
¿Cómo es que pasó algo así, Rocío?
No sé, algo se había enfriado con Víctor.
Pensé que la separación había sido por la novela, te dije.
Tal vez eso fue un disparador, no sé, Fede. Yo solamente quería que alguien me viera
a mí, algo así como lo que vos hacías, me respondiste con cierta nostalgia en el tono
de tu voz.
¿Y qué pasó con Víctor? ¿Acaso no podía mirarte así?, te pregunté sabiendo que
estaba equivocándome en decir eso.
Él miraba a la escritora, respondiste de inmediato.
A vos, te dije con ánimo de confirmar.
No, la escritora no soy yo, Fede.
¿Y entonces quién sos?, te pregunté sabiendo que empezaba a acertar el camino.
Y me hiciste ese gesto tan tuyo que las palabras no explican ni abarcan, ni siquiera
caben ahí.
Mirá, te voy a ayudar un poco, Fede, todavía necesitás a la profesora, dijiste
sonriendo con esa ternura tan particular.
Siempre, Rocío.
A ver: ¿de qué color son mis ojos?
Marrones, te dije sin dudarlo.
Esa es la respuesta.
Rocío, lo que yo te dije aquella vez fue que cualquiera que pueda verte de cerca sabe
que tus ojos son marrones y no negros.
La escritora con esa mirada de un negro infinito…, dijiste de forma irónica elevando
los brazos para trazar en el aire con las manos bien abiertas un dibujo de cartel. Ese
gesto de éxito con el que no querías negociar después de todo.
Sí, ya sé que la crítica y tu público dicen eso, pero es porque nadie te miró de verdad
a los ojos.
No saben nada, dijiste mientras dejabas caer los brazos en un movimiento de
abatimiento.
¿Y yo sí?, te dije sabiendo que esa pregunta era correcta al menos para mí.
Vos no querés darte cuenta de que sabés y ya no puedo hacer nada contra eso, Fede,
hay una parte de la historia que te toca a vos.
¿De qué no quiero darme cuenta, Rocío?
De todo lo que sos, de todo lo que valés, Fede. Y caímos en un silencio profundo.

También podría gustarte