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En cuanto al derecho natural, tomado en el sentido lato en que lo hemos aceptado (sin
tener en cuenta, por lo pronto, la razón humana), su fin, a nuestro parecer, es el de
proporcionar una cierta libertad física de movimiento o desplazamiento a los seres
terrestres o del Universo.
De estos principios se derivan, a su vez, los fines más altos del derecho: el bien
común, la justicia, la seguridad. El primer adagio dice: “Que la salud del pueblo sea la
suprema ley” (entraña como fin el bien común). El segundo contesta: “No, la justicia es
el fundamento del reino, el fin supremo del derecho”. Radbruch aclara que la justicia a
que se refiere este adagio es la suprapositiva, la supralegal. El tercero exclama:
“Hágase justicia aunque perezca el mundo.” La justicia, en este caso, dice Radbruch,
es la legalidad (la seguridad); el principio sostiene la supremacía de la ley sobre el bien
común mismo. En fin, el cuarto responde: “El derecho estricto implica la mayor
injusticia”; este principio combate la legalidad absoluta, la aplicación rigurosa de la ley.
Ahora bien, ¿Cuál de estos tres fines fundamentales. El bien común, la seguridad y la
justicia, debe perseguir todo derecho? ¿O deberá perseguirlos todos a la vez? Si es
así, ¿no hay oposición entre ellos, como piensan Louis Le Fur Joseph T. Delos, o sí la
hay como opina Radbruch?
El bien común defiende este princiío: salus populi suprema lex esto. La seguridad
sostiene este otro: fiat justitia pereat mundos. Y la justicia, finalmente, asienta: justitia
fundamentum regnorum y summum jus, summa injuria. ¿Hay contradicción entre ellos
o la antinomia es aparente? Antes de abordar este problema, debemos saber qué se
entiende por cada uno de estos fines.
EL BIEN COMÚN:
¿Qué debe entenderse por bien común? A nuestro parecer, el bien común es el
bienestar de la mayoría de los individuos de una sociedad organizada políticamente.
Los otros bienes de que Radbruch habla, el bien supraindividualista de una colectividad
o totalidad y el transpersonalista de una comunidad cultural no son, en el fondo, sino
bienes individuales igualmente. Como difícil, si no imposible, es alcanzar el bien de la
totalidad de los individuos, el bien común tendrá que referirse de la mayoría de éstos.
¿Pero a qué clase de bien? Existen varias acepciones de esta palabra.
Sin entrr en largas disquisiciones sobre el problema, diremos que a nuestro modo de
ver, el vocablo bien, como uno de los fines cardinales del derecho, está tomado en el
sentido de relativa calma, tranquilidad normal, paz regular, que pueden ser rotas
eventualmente. Quizá en el fondo del concepto del bien común no se encuentre sino
la defensa de la mayoría débil en contra de la minoría fuerte, de que hablaban los
sofistas y que daría nacimiento a la famosa teoría del contrato social. El bien común
sería entonces la justa organización de la sociedad para que el individuo no se haga
justicia a sí mismo ni cometa injusticia impunemente. De no existir este orden jurídico
que garantice una cierta paz justa, una cierta seguridad pública, tal vez se presentaría
el supuesto “estado de naturaleza” en el que las luchas y las contiendas serían
interminables. Para evitar la posible autodestrucción de la sociedad, los hombres (los
débiles, según los sofistas) deciden zanjar sus dificultades, dirimir sus controversias,
arreglar sus conflictos, a través de un poder público imparcial, que atienda, además, al
bienestar colectivo. Nace así el derecho del Estado, que tiende a poner freno a las
bajas pasiones humanas y a corregir los daños causados por éstas. El bien común
sería, en consecuencia, la relativa seguridad de que goza el hombre en una sociedad
organizada jurídicamente y los beneficios que de ella obtiene.
LA SEGURIDAD:
Según Radbruch, hay tres maneras de concebir la seguridad: como seguridad por el
derecho, como certidumbre del derecho y como seguridad contra las modificaciones.
La primera corresponde a lo que hemos llamado bien común y Radbruch la considera
como un elemento de éste (es la seguridad contra el homicidio y el robo,…. Contra los
peligros de la calle). La segunda es la fijación del derecho en vigor, la certeza de los
hechos previstos y la aplicación cierta de la norma. La tercera es la dificultad para la
modificación de las leyes (a ello tiende el sistema de separación de poderes y, por
ejemplo los requisitos para modificar difícilmente la Constitución), y en derecho
subjetivo recibe el nombre de principio de los derechos adquiridos. Como seguridad
propiamente tal, Radbruch acepta la segunda. Nosotros aceptamos la primera,
identificándola con el bien común, pues la segunda es medio y la tercera consecuencia
de ella.
Para Delos, “En su sentido más general, la seguridad es la garantía dada al individuo
de que su persona, sus bienes y sus derechos no serán objeto de ataques violentos o
que, si éstos llegan a producirse, le serán aseguradas por la sociedad, protección y
reparación”.
Ésta sería la seguridad que Radbruch cataloga como primera clase en su clasificación.
Delos señala dos elementos de la seguridad: el subjetivo y el objetivo. El primero es la
convicción interna que tiene el individuo de que la situación que goza no será
cambiada por una acción violenta, contraria a las reglas y los principios sociales. El
segundo es el fundamento del primero y consiste en la existencia, real y objetiva, de un
orden social organizado “interrogado el individuo, responderá que su seguridad es la
presencia de una policía, de una fuerza armada, de un aparato de justicia represiva”.
Combinando esos dos elementos: el objetivo y el subjetivo, dice Delos, obtenemos la
noción general de seguridad. Es esencialmente una relación entre el individuo y un
estado social objetivo, en el cual el individuo está incluido…No puede, por tanto,
definirse ni desde el único punto de vista objetivo o punto de vista de la sociedad, ni
desde el solo punto de vista subjetivo; es una correlación existente entre el estado
subjetivo del individuo y los medios sociales objetivos.
LA JUSTICIA:
A este fin del derecho ya hemos dedicado toda una parte de nuestro trabajo, por lo que
no insistiremos sobre lo que hemos dicho de él. En función del mismo y de los otros
fines: el bien común, la seguridad jurídica, la libertad, la igualdad y otros más, expresa
Manuel Ovilla Mandujano el jusnaturalismo define al derecho.
Gustav Radbruch y, hasta cierto punto, Claude Dufasquier, consideran, por el contrario,
que esos fines son irreconciliables. Por nuestra parte, opinamos que el fin primordial
del derecho estatal es el orden, la paz interna del país y la externa del individuo; en
una palabra, el llamado bien común, que comprende todos los beneficios que se
pueden recibir en una sociedad organizada jurídicamente. Sin este orden acaso sería
imposible la vida social; acaso se originaria el llamado estado de naturaleza que
imaginó Hobbes; acaso sería el hombre el lobo del hombre. Sin un régimen jurídico, el
débil quedaría sin amparo ante la ambición y la saña del fuerte; no habría paz ni
sosiego; los hombres vivirían en una eterna lucha sin descanso.
Podemos concluir, en síntesis, que entre la justicia social y el bien común, tomado éste
como orden social, no hay antinomia; pero sí puede haberla entre la justicia individual y
la seguridad, tomada ésta en el sentido de orden jurídico, de certeza y permanencia del
derecho. En este último caso, sin embargo, la regla deberá ser la observancia de la ley
del Estado, y sólo excepcionalmente se aplicará la equidad, cuando aquélla sea
evidentemente injusta.
“La seguridad jurídica dice Radbruch exige positividad del derecho: si no puede fijarse
lo que es justo, hay que establecer lo que debe ser jurídico, y eso sí, por una
magistratura que esté en situación de hacer cumplir lo establecido.” La seguridad como
certeza del derecho, como positividad del derecho, como orden jurídico, no es sino un
medio para alcanzar el bien común como orden social. Ahora bien, el orden jurídico
debe estar orientado por la justicia supralegal, ideal, objetiva, natural o como quiera
llamársele, aunque cuando ésta sea inalcanzable en su totalidad para el hombre. Mas
no importa esto último; el derecho positivo de tender siempre hacia ella, aunque jamás
pueda alcanzarla en su totalidad, ya que, a medida que más se le acerque, será más
perfecto. La justicia absoluta debe ser para él como la estrella polar, de que hablan
Rudolf Stammmler y Eugen Huber. Por su parte, Renard dice: El derecho positivo está
dominado por la preocupación del orden. El orden es primero una disposición de las
cosas, según un principio de unidad; este principio lo hemos encontrado en la justicia.
Como hemos dicho, el orden jurídico, el derecho positivo, sustituye a la venganza
personal, a la justicia privada, por una justicia pública, legal, para garantizar cierta
seguridad, cierto orden social. Ahora bien, cuando este orden jurídico, legal, se
contrapone al bien común, a la seguridad pública, ¿Cuál de los dos deberá prevalecer?
¿A cuál fin deberá atender el derecho: a la certeza e inmodificabilidad, o al bienestar
social? Opinamos que sólo en casos extraordinarios se presenta esta situación: en
estados de necesidad en que se rompe el orden previamente establecido. Ahora bien,
el derecho sólo prevé casos normales, ordinarios, de la vida diaria. Cuando se
presenta una situación anómala que no había reglamentado, que no puede resolver
por sus normas, se hace a un lado y deja el paso a la fuerza arbitraria para su solución.
Llegamos así a una cuestión principal del presente trabajo. Ya que hemos estudiado
los diversos aspectos en que se puede presentar el derecho, estamos en condiciones
de abordar el problema de la definición de éste. Antes de dar nuestra opinión al
respecto en los siguientes capítulos, expondremos algunos conceptos que del derecho
se han dado.
1. DEFINICIONES DE LÉVY-ULLMANN.
Henri Lévy-Ullmann clasifica a los principales autores franceses que en el siglo XIX y a
principios del XX se han referido al concepto del derecho, en tres categorías: Los que
yuxtaponen o identifican al derecho con la ley; los que dan una definición para cada
aspecto de éste, y los que admiten el concepto único.
Para refutar esta concepción que subordinar el derecho a la ley, recurrirá a Georges
Renard, quien, con su estilo apasionante, la ha demolido con el mazo de su crítica. El
primer argumento que esgrime este autor, es el mismo al que ya nos hemos referido y
el que Lauret y Kelsen, por ejemplo, han hecho notar: el derecho es anterior a la ley. Si
así fuera, dice Renard, “nos ancetres vivaient donc sans droit, avant i´etablissement du
régime d´etat”. (Nuestros antepasados vivían entonces sin derecho, antes del
establecimiento del régimen de estado.) el segundo argumento que hacen valer
Renard, es el de que “Même sous le regne de la loi, il reste une place pour une
élaboration scientifique complémentaire de la loi,” (aun bajo el reino de la ley, queda un
lugar para una elaboración científica complementaria de la ley.) Esto obedece a la
imperfección de los textos legales, a sus oscuridades e incoherencias, y a las ranuras
que toda legislación presenta, por muy completa y muy bien construida que esté,
debido a su generalidad, a su fijeza y a sus irremediables lagunas. Es imposible tapar
estas ranuras, llenar estos vacíos, “par une simple interpretación exhaustiva de la loi, il
faut donc bien faire appel a des sources de droit autres que la loi”.vii (Por una simple
interpretación exhaustiva de la ley, es muy necesario entonces hacer un llamado a
fuentes de derecho distintas a la ley.) finalmente, Renard hace valer untercer
argumento “non seulement il existe un droit antérieur a la loi et un droit complémentaire
de la loi, mais que la loi sé heurte a la double résistance des fait et des croyances”.viii
No solamente existe un derecho con la doble resistencia de los hechos y de las
creencias.) Os hechos, dice Renard, son en primer lugar materiales como el día y la
noche, cuya duración la ley no puede alargar ni reducir, aun cuando puede adelantar la
hora en verano; son también “estados de espíritu”, que no tienen nada de creencia,
como “ i´opposition des paysans a i´heure d´ete”.ix (La oposición de los campesinos a
la hora de verano.) Esta resistencia de los hechos es opuesta en dos momentos:
cuando la ley establecida y cuando es aplicada.
En cuanto atañe a las creencias, Renard escribe: “tout juriste est un croyant. II y a des
juristes qui sé disent et qui sé croient positivistes: il n´y a pas de jurisconsultes
positivites.” (Todo jurista es un creyente. Hay juristas que se dicen y que se creen
positivistas: no hay jurisconsultos positivistas.) y después de referirse a las creencias
de León Duguit (la opinión pública), Gaston Jeze (limitación del poder legislativo),
Edouard Lambert (el derecho común legislativo), René Demogue (un derecho ideal),
Aillet (un método de “reflexión crítica”) y Jellinek (él resulto del desarrollo histórico de
los pueblos), termina diciendo estas bellas palabras que no quiero dejar de transcribir
textualmente:
Asimismo, podemos agregar nosotros, Kant no dice cuál es esa “ley universal del
derecho”: “agis extérieurement de telle sorte que le libre usange de ton arbitre puisse s
´accorder avec la liberté de chacun suivant une loi genérale.” (Actúa exteriormente de
tal suerte que el libre uso de tu arbitrio pueda concordar con la libertad de cada uno
según una ley general.)
El mismo Tanon intenta darle contenido al derecho, determinado el fin específico de
éste: para él, el fin del derecho no es solamente el aseguramiento de la coexistencia de
los hombres que viven en sociedad, como pretende la doctrina Kantiana, sino, demás,
el de la cooperación de dichos hombres. Por ello llega la fórmula siguiente: La
concepción de i´ordre jurídica, que nous sommes efforcés de drégager dans cette
étude, assigne pour but au droit la détermination des rapports obligatoires de
coexístanse et de cooperación des hommes entre eux, en accord avec leurs intérets
individuéis et collectifs et avec les idée de justice fixées dans la conscience sociale. (La
concepción de orden jurídico, que nos hemos esforzado por despejar en este estudio,
asigna como fin al derecho la determinación de las relaciones obligatorias de
coexistencia y de cooperación de los hombres entre, sí, acuerdo con sus intereses
individuales y colectivos y con las ideas de justicia fijadas en la conciencia social.)
Esta definición, más que ser del derecho es del “objeto del derecho”, como ya lo
hizo notar asimismo Lévy-Ullmann.
Haciendo otra excepción en sus definiciones francesas (la primera fue la definición
de Kant), el autor que venimos siguiendo se refiere a la de otro germano: Rudolf von
Ihering. Este último parte de una definición formal “corriente en su tiempo”y que, según
él, tenía dos elementos principales: la regla y la coerción; siendo estos elementos
meramente formales, no revelan nada sobre el contenido, sobre el fin, que es el
creador del derecho. Ahora bien, ¿cuál es este fin? Habiendo sostenido primeramente,
en relación con el derecho subjetivo, que el fin es el hombre, Ihering termina por decir
que la sociedad es el fin inmediato del derecho objetivo, y el individuo, el fin mediato.
Así, de la definición formal de la que había partido, llega a una definición sociológica:
“Le droit est la forme que revêt la garantie des conditions vitales de la société, fondée
sur le pouuvoir de coercition de i´etat.” (El derecho es la forma que reviste la garantía
de las condiciones vitales de la sociedad, fundada sobre el poder de coerción del
estado.) Salta a la vista que esta definición sólo comprende el derecho estatal; esto lo
encontramos confirmado cuando el propio Ihering dice: “el estado es la única fuente
del derecho”.
Por tanto, dicha definición resulta incompleta, aun cuando más adelante reconoce
Ihering la existencia de un derecho intencional. ¿Cómo puede haber un derecho
intencional si la única fuente del derecho es el estado, y no hay un súper estado, por
decirlo así, que lo promulgue y aplique?
Es el derecho objetivo o la regla del derecho, como lo llama también Duguit. Está
por demás insistir en que esta definición es incompleta como las otras, pues sólo tiene
en cuenta el aspecto objetivo del derecho, y no el subjetivo. Por otra parte, ¿cuál es
esa “línea de conducta que se impone a los individuos”?
La definición de Lévy-Ullmann, que es el autor a quien hemos venido siguiendo, la
veremos en el capítulo siguiente.
2. OTRAS DEFINICIONES.
Gustav Radbruch da la siguiente definición: “El derecho es la realidad que tiene el
sentido de servir al valor jurídico, a la idea del derecho.” Pero comprendiendo el mismo
Radbruch que con esto no ha dilucidado el problema, añade que este concepto señala
el camino para llegar a la “determinación conceptual del derecho”, mas no es la
“determinación conceptual misma”. Porque, en efecto, ¿cuál es esa realidad que tiene
como misión servir a la idea del derecho, a la justicia? Radbruch contesta que es una
realidad que se encuentra situada entre la idea a la cual sirve, y las demás realidades:
la ordenación. Ahora bien, esta ordenación participa de las dos características
esenciales de la justicia a la que se orienta: la de ser social y la de ser general. Tanto
una como otra tienen por objeto la regulación de las relaciones recíprocas de los
hombres; tanto una como otra son generales para no romper con el principio de
igualdad. De manera que Radbruch concluye determinando al derecho como el
conjunto de las ordenaciones generales para la vida humana en común.
En seguida salta a la vista lo defectuoso e incompleto de esta definición: las normas
morales, por ejemplo, también son ordenaciones generales que regulan la vida social
del hombre. Además, según Kelsen, hay normas jurídicas particulares: las sentencias
judiciales, por ejemplo. Giorgio Del Vecchio, según ya dijimos afirma: podemos definir
el derecho como la coordinación objetiva de las acciones posibles entre varios sujetos,
según un principio ético que las determina, excluyendo su impedimento.
Esta definición nos parece un poco ambigua: ¿el derecho o las acciones que rige están
determinados realmente por un principio ético? ¿Y cuál es este principio’ ¿La justicia
es un principio de tal naturaleza? Recordemos lo que hemos dicho antes: no todo lo
justo es bueno, ni todo lo injusto es malo. En el campo de la ética rige la bondad; en el
campo del derecho, la justicia; esta última sólo es ética cuando es buena al mismo
tiempo.
En tanto que en los usos sociales solamente existe “una invitación a los individuos que
se han de vincular y de los cuales depende el vincularse o no”, en el derecho
encontramos “una voluntad autárquicamente vinculatoria, en cuanto que sustrae la
vinculación a la voluntad de los individuos vinculados”. De modo que el carácter
vinculatorio del derecho distingue a éste de la moral, y su carácter autárquico lo
distingue de las “reglas convencionales”. Mas la arbitrariedad es también una
manifestación de la “voluntad autárquicamente vinculatoria”: ¿cómo la diferenciaremos
del derecho? Desde luego, la justicia y la legalidad no pueden ser los datos
diferenciales, ya que puede existir un derecho ilegal (el implantado, por ejemplo, por
una revolución triunfante) y una arbitrariedad justa. Lo que distingue al uno de la otra
es la inviolabilidad del primero. Con esto se quiere decir que el derecho debe tener
como característica “su permanencia uniforme en la vinculación de los fines humanos”,
o sea, que no debe ser violado caprichosamente por el que lo impone, ni ser aplicado
al antojo de éste en cada caso concreto. “Los dictados del poder arbitrario abrigan la
intención de que el que los dicta no queda sujeto por sí mismo a ellos. Proclaman una
voluntad vinculatoria, que el titular del poder acatará si volverit.” El derecho, por el
contrario, debe ser acatado por la misma autoridad que lo dicta, “ y no disponer una
regulación nueva para cada caso, a merced de las veleidades del que ocupa el poder”.
Reuniendo todos estos elementos característicos del derecho, Stammler ha formado su
definición: la voluntad vinculatoria, autárquica e inviolable.
Si nos fijamos bien, esta definición sólo comprende el derecho que llamaremos social,
el derecho impuesto por la sociedad; no así el derecho subjetivo, el derecho que no es
una voluntad vinculatoria ni autárquica ni inviolable, como, por ejemplo, un derecho
consuetudinario no exigible judicialmente, o un derecho cualquiera no legislado.
Adolece, por tanto,, del mismo defecto que las definiciones sociológicas.
3. TESIS DE GOODHART.
A la idea stammleriana de la autarquía del derecho oponemos la tesis de Arthur L.
Goodhart, jurista inglés naturalizado estadounidense, quien afirma que el
reconocimiento es el que da fuerza y obligatoriedad al derecho, y que, por tanto, toda
norma jurídica es “una regla de conducta reconocida como obligatoria”.
Para llegar a tal concepto de la norma jurídica, es necesario, según Goodhart, plantear
dos problemas previos:
1. ¿Quién o quiénes dan el carácter de jurídico a un precepto?
2. ¿Por qué obliga éste?
Estas cuestiones dice el mismo autor, no pueden ser resueltas de un modo biforme,
sino de acuerdo con el punto de vista desde el cual se las mire.
Lo esencial para Goodhart es, por tanto, el fenómeno del reconocimiento, ya sea que
se dé en el espíritu de quien formula la regla, o que surja en el de las personas a
quienes va dirigida.
Esta doctrina del reconocimiento,, empero, por ser una aplicación radical y
consecuente de la postura subjetivista al ámbito de lo jurídico, es inaceptable para
definir al derecho.
Pero no prosigamos con la interminable tarea de exponer las distintas definiciones que
de él se han dado, pues sería hasta cierto punto inútil: siempre encontraríamos en ellas
vacíos y defectos. Si labor difícil es definir, lo es más tratándose del derecho y la
justicia. No obstante esto, intentaremos proporcionar algo de luz sobre este problema.
FUERZA Y DERECHO
1. DEFINICIÓN DEL MUNDO JURÍDICO
El mundo del derecho puede dividirse en cuatro grandes porciones: la del derecho
divino, la del derecho natural, la del derecho racional y la del derecho estatal. Eso no
quiere decir, sin embargo, que esta división sea tajante y que entre una y otra porción
no exista o no pueda existir ningún nexo o coincidencia.
Acaso podría decirse que todo derecho es divino, que todo derecho proviene de Dios,
de la misma manera como se decía antiguamente, por los sostenedores del origen
divino del poder terrenal de los reyes, que todo poder proviene del Altísimo. En ciertos
casos, sin embargo, se podría suscitar alguna duda: ¿un derecho injusto, por ejemplo,
podría decirse que emana de la voluntad o de la razón divinas, cuando se ha llegado a
la conclusión de que éstas son justas por esencia? En todo caso, la idea de que todo
derecho proviene de Dios sólo sería aceptada por aquellos que creen en la existencia
de un Ser Supremo que rige y gobierna el universo.
Pero, ¿por qué podría decirse que todo derecho proviene del Eterno? Porque si
creemos en la existencia de un Ser Omnipotente, Creador del Universo tendremos que
admitir también que Él ha establecido las leyes de la naturaleza y de la razón humana,
de donde se originan el derecho natural y el racional. El hombre, imitando estas leyes,
o guiándose por ellas, ha forjado las del Estado.
3. LA FUERZA DE LA NATURALEZA
Al crear Dios al hombre, lo encerró en un conjunto de leyes a las que se ha dado el
nombre de leyes naturales, las cuales serían como una especie de obligaciones
inviolables impuestas por la fuerza de la naturaleza algo semejante a esto encontramos
en la filosofía de los jonios y los eleatas, la que, según Kelsen, interpretaba a la
naturaleza de acuerdo con el principio falta-sanción y no con el de causa-efecto que
en aquel entonces no se conocía. Este principio falta-sanción servía tanto para
interpretar las relaciones entre los hechos naturales, como las de los hombres en un
orden estrictamente jurídico-social.
Pero las leyes naturales a que nos hemos referido no coartan por completo la libertad
del hombre, sino que le dejan a éste un dilatado campo de acción. Esta esfera libre que
la naturaleza concede al hombre es a la que hemos llamado, en un sentido muy
amplio, derecho natural, o sea, el derecho que la fuerza de la naturaleza nos permite y
que, por tanto, no va en contra del orden establecido en ella. De acuerdo con esta
concepción, el hombre tiene derecho a todo aquello que la naturaleza le permite, es
decir, su derecho llega hasta donde llega su fuerza; su poder jurídico se halla medido
por su poder físico; su energía, su habilidad, su destreza o su inteligencia son la
medida de su derecho. Podemos ver en esto el triunfo de los más fuertes, de los más
audaces, de los más aptos, de los mejor dotados, que preconizaban Charles Darwin y
Herbert Spencer. Como se advierte, nuestra concepción del derecho natural difiere de
la tradicional y la clásica que lo consideran como esencialmente justo, universal e
inmutable, y se inclina más bien por la de los sofistas Callicles, Trasímaco y Glaucón,
quienes lo consideran como el derecho del más fuerte, según la ley de la naturaleza.
Esta última concepción, sin embargo, la hemos admitido, como se recordará, con
ciertas modificaciones. Ahora bien, siendo la naturaleza una creación del Eterno,
podemos decir que el derecho natural emana del Poder Divino.
5. EL DERECHO DE LA FUERZA
De todo lo que hemos dicho se concluye que el derecho en general emana siempre de
u poder, de una fuerza, que lo otorga: el derecho divino emana del poder de Dios; el
derecho natural, de la fuerza de la naturaleza; el racional, de la fuerza de la razón y el
estatal del poder del Estado. No podría haber una obligación jurídica ni un derecho, si
no hubiera un poder o una fuerza que impusiere la primera o concediere el segundo.
DERECHO y LIBERTAD
Como hemos visto a través de todo este ensayo, el derecho puede ser
contemplado desde cuatro grandes ángulos: desde el divino, desde el natural,
desde el racional y desde el estatal. Ahora bien, ¿Quiere esto decir que existen
varios conceptos del derecho, uno para cada punto de vista? Consideramos
que no. Un mismo concepto puede ser aplicado al mismo objeto, puesto que el
derecho es el mismo y lo único que cambia es el ángulo desde el cual se le
mira. Es como si a una persona se la viera de frente, de espaldas y de perfil: la
persona continúa siendo la misma, lo que varía es el aspecto, según el punto en
que se sitúa el observador. No es que haya un concepto divino del derecho,
otro natural, otro racional y otro estatal. Sólo hay uno, aun cuando el objeto
puede ser contemplado desde distintos puntos de vista.
Desde el ángulo divino vemos que a Dios compete todo derecho, puesto que su
Poder es absoluto; desde el natural, el derecho es lo que la fuerza de la
naturaleza permite; desde el racional, es lo que la fuerza de la razón concede y
desde el estatal es lo que el poder del Estado otorga. Podemos concluir
entonces que el derecho, en todos estos aspectos, no es sino el margen de
libertad que las fuerzas divina, natural, racional y estatal conceden. Dios posee
el sumo derecho y, en consecuencia, la suma libertad, porque su poder es
absoluto. Todos los ángulos del derecho tienen como denominador común la
libertad. Así pues, derecho y libertad son una y la misma cosa.
Todo lo que no está ordenado ni prohibido por la ley estatal, está permitido.
Esto que está permitido, según algunos autores (Ugo Rocco, por ejemplo), es el
derecho de libertad. La fórmula se puede abreviar diciendo: “todo lo que no está
prohibido, está permitido”, puesto que lo ordenado legalmente también está
permitido: no se puede ordenar y prohibir una misma cosa, al mismo tiempo;
sería contradictorio.
DERECHOS POLÍTICOS:
Dentro del aspecto estatal del derecho encontramos una categoría especial
llamada derechos políticos o, como la denominan algunos autores, libertad
política.
El Estado no debe absorber por completo la libertad natural del hombre: hay
ciertos derechos que deben ser intocables, por ejemplo, las llamadas garantías
individuales. Empero, el Estado coarta una gran parte de esta libertad natural.
(el hombre ha nacido libre y por todas partes está en esclavitud), dice
Rousseau. Si no ha nacido absolutamente libre, diremos nosotros (la libertad
absoluta es sólo atributo de Dios), cuando menos ha nacido con más libertad
que la que en realidad tiene. ¡A qué se debe que el Estado se la restrinja?
¿Cómo se puede justificar esta restricción? García Máynez contesta diciendo
que el orden jurídico puede restringir la libertad natural del hombre, porque la
misma no constituye un derecho, sino simple y sencillamente un poder. No
siendo jurídica esta libertad, sino sólo una manifestación de la fuerza, su
restricción no Implica “la facultad que toda persona tiene de ejercitar o no
ejercitar sus derechos subjetivos cuando el contenido de los mismos no se
reduce al cumplimiento de un deber propio”.
EL DERECHO ES LA LIBERTAD
Cuando hemos dicho que no hay más derecho que el concedido o permitido por
la fuerza, esto es, que la libertad otorgada por ésta. Cuando se dice “la fuerza
del derecho”, no se alude sino a la fuerza misma que lo concede o lo
proporciona. La fuerza no se identifica con el derecho, pero éste sí con la
libertad: el derecho no es la delimitación de la libertad como pensaban Kant,
Bufnoir, Spencer y Lévy Ullmann, sino que es la libertad misma.
DERECHOS HUMANOS
Desde el punto de vista doctrinal, podemos decir que existen dos ideas básicas
políticas: una que considera que el Estado debe estar al servicio del individuo, y
otra que, por el contrario, considera que el individuo ha de estar al servicio del
Estado. Cuando predomina la primera idea, se establecen sistemas políticos
liberales, democráticos, populares. Cuando predomina la segunda, surgen los
sistemas autócratas, monárquicos absolutos, dictatoriales, totalitarios. Cuando
esto último sucede, el individuo es considerado como un mero engranaje de la
maquinaria inconmovible del Estado. Esto origina que los derechos del súbdito
se encuentren restringidos y que se cometan, en contra de su persona y sus
bienes, las peores tropelías, arbitrariedades e injusticias. Si esta situación
perdura, llega un momento en que los individuos se sublevan contra el poder
político y le exigen el reconocimiento de ciertos derechos, en su calidad de
hombres y en su calidad de súbditos. Y si esto les es negado, tratarán de
cambiar el régimen político absolutista que los domina, por uno democrático y
liberal que les reconozca ciertos derechos que todo hombre tiene por el solo
hecho de ser hombre. De manera que si tienen la fuerza suficiente para ello,
constituirán ese régimen democrático, una democracia.
b) La opinión sostenida por otros autores, entre ellos Giorgio del Vecchio, a
quien vamos a seguir en este tema, es la de que el origen de la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en la
Revolución francesa, se encuentra en dos principios: uno real e histórico
y el otro ideal o lógico. El primero se descubre en el desacuerdo entre las
condiciones de vida de la nación francesa y las instituciones de su
gobierno y el segundo, en la teoría del derecho natural. La Revolución ya
se anuncia en los cahiers de bailliages con la proposición de una
Declaración de los derechos humanos, que debía ser el primer capítulo
de una nueva Constitución. Estos derechos, cuya vigencia se reclamaba,
tenían un fundamento real en las necesidades y en la cultura de aquel
tiempo. Por otra parte, la obra de Jean Jacques Rousseau se hallaba tan
estrechamente ligada a la preparación teórica de la Revolución, que no
se podría entender ésta sin aquélla. Por lo demás, el estudio de la
filosofía política, desde las obras de Platón hasta las de los más
recientes maestros del derecho natural, sobre todo Locke, se había
propagado extraordinariamente en aquella época. A la doctrina que tuvo
en las obras de Rousseau su más elevado expresión sistemática, se
debe atribuir lógicamente el origen de la Declaración de los derechos del
hombre. Pero también es verdad, dice del Vecchio, que los bills of rigths
americanos (especialmente el de Virginia del 12 de junio de 1776),
sirvieron de modelo más inmediato a la Declaración francesa, mas ellos
mismos eran expresión o efecto de aquella doctrina.
SISTEMÁTICA JURÍDICA
En España, son muy conocidas sus legislaciones históricas, como son: el Fuero
Juzgo, las Siete Partidas de Alfonso el Sabio, las dos Recopilaciones, etc. y sus
leyes y códigos modernos.
En Estados Unidos de América, la ley tiene ahora una importancia mayor que
en Inglaterra: en ellos rigen códigos penales, leyes de enjuiciamiento y, por lo
menos en parte, códigos civiles. Pero esto no es obstáculo para que se siga
afirmando la vigencia del case-law.