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Robert Archer Misoginia y defensa de las mujeres Antologia de textos medievales Feminismos Consejo asso Giulia Colsizzi: Universitat de Valencia ‘Maria Teresa Gallego: Universidad Auténoma de Maid Tsabel Martinez Benlloeh: Universitat de Valencia ‘Mary Nash: Universidad Central de Barcelona Verena Stoleke: Universidad AutGnoma de Barcelona ‘Amelia Valeérel: Universidad de Oviedo Instituto de la Mujer Direeein y coordinacin: Isabel Morant Deusa: Universitat de Valencia Diseio de eubieri: Carlos Pérez-Bermidez Reservaos todos los derechos, El contend de esta obra es prtegido por ls Ley. que establese pens de prision yo malts, adems dels omespontientes indemmizacones por dais ypejucos, part “quienes reproiyjeren lagnren,dsiibuyeren 6 eomunicren Publcument, en toda cen parte, una oba literara, ati Scientific, osu transformacion, nierpretacionoejeccion srstien ia en cualquier tipa de soporte o cormunicada inves de cualquier mdi. sn a precptvnatorzai, NPQ: 207-01-010-8 © Robert Archer © Biiciones Cétedra (Grupo Anaya, S. A.) 2001 “juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid ‘epésito legal: M. 5465-2001 ISBN, 84-376-1880.0 Tira: 2.000 cjemplares Printed in Span Impreso en Anzos, 8. L. Puenlabrada (Madrid) Para Emily, que ya es mujer Prefacio La actitud de los hombres hacia el otro sexo es uno de los principales aspectos de los estudios sobre la mujer que cocupan a los investigadores y pensadores desde hace ya va- rias décadas. Esti de més decir que ésta es también la prin- cipal preocupacién del feminismo en cualquiera de sus for- mas actuales. La actitud, por ejemplo, que los hombres pue- den tener sobre la funcién de la mujer en la sociedad, las, capacidades de ella frente a las del varén o las normas de comportamiento que se juzguen deseables para los dos sexos. De esta actitud surgen algunas de las cuestiones con las que se enfrentan diariamente todas las sociedades occi- dentales y que los individuos que las componemos vivimos cen nuestra piel. ‘Naturalmente, estas cuestiones no han surgido de la nada, sino que tienen su origen y fundamento en épocas anteriores a la que vivimos. Entre elias tenemos que otorgar un lugar de especial importancia a la Edad Media, sobre todo tratandose de la Peninsula Ibérica, ya que éste es el periodo en el que las ideas heredadas de la tradicién biblica y patristica, y en par- te de la tradicién oriental, son objeto especial de comentarios y didlogos en las lenguas verndculas. El objeto de esta antologia es dar a conocer las ideas que manejaban los escritores medievales de los reinos de Espafia en relacién con el tema de la mujer. Muchos de estos textos, del siglo XII hasta fines del XV y con alguno de mediados 9 del XVI, se conocen poco o apenas, principalmente porque se pueden leer s6lo en ediciones dificiles de encontrar cuando no siguen inéditos. La variedad de las opiniones que se expresan y los argu- menios que se manejan en el corpus medieval hispdnico po- drian sorprendernos, dado que hoy lo mas frecuente es supo- ner que la actitud medieval era por definicién miségina. De hecho, en los textos representados aqui, cuentan tanto, si no mis, los que pertenecen a otra tradicién medieval, paralela a la miségina y hoy menos conocida, la de la defensa de la mujer. Cabe decir de entrada que en determinados momentos y contextos durante el periodo que nos ocupa, los motivos por los que se escribia en contra o a favor de las mujeres pueden tener poco o nada que ver con una preocupacién auténtica- mente ética o filoséfica. Algunos de los autores incluidos en esta antologia se han visto impulsados a escribir sobre el tema de la mujer por razones concretas del momento en que vivian, por razones politicas 0 por razones puramente litera- rias, sobre todo. Con frecuencia se ha hecho el comentario de que el llamado\debate» feminista de la Edad Media his- panica es un debate sin fondo que no pretende enfrentarse con problemas «reales». Pero al decir esto, ya pretendemos saber los motivos més intimos de unos autores que necesa- riamente se movian dentro de unas convenciones intelectua- les y literarias en las que es impensable que se expresaran con el individualismo y la originalidad que esperariamos de autores mAs cereanos a nosotros en el tiempo. Desde luego, casi munca es posible saber si un autor de cualquier época, cuando expresa una opinién, lo hace con sinceridad. La pre gunta es ociosa, al igual que lo seria si ingenuamente qui- sigramos averiguar la autenticidad de las emociones que se expresen en un poema de Machado 0 de Neruda. Si hay una autenticidad importante en estos textos, es la que encontramos en el discurso, no en las opiniones intimas e incognoscibles. En ellos podemos conocer el marco de ideas y suposiciones compartidas en esta época en el que se inscribé la mujer como objeto de contemplacién masculina. 10 Este discurse sobre la mujer es lo unico que legitimamente nos puede concernir. Y es un discurso que, no To dudemos, ha dejado profundas huellas en la conciencia moderna. En cuanto a la selecci6n de textos, el lector verd que, dada la naturaleza de la materia, casi todos los autores selec- cionados aqui son hombres, pero se ha incluido en la seccién sobre la tradicién europea algtin pasaje de Christine de Pizan y, faltando una Christine espatiola, se ha creado una seccién que contiene algunos pasajes de“Teresa de Cartagena, en Jos que la monja castellana habla de su condicién de autora. En la corcepcién de este libro, mi mayor deuda est con Ja antologia de textos europeos de misoginia y defensa de la mujer que publicé en 1992 Alcuin Blamires (Woman Defa- med and Woman Defended). El libro de Blamires fue la ra zén por la que en 1995 empecé a reunir desde Melbourne, Madrid y Barcelona, un corpus de textos hispanicos —del cual este libro es una seleccién—, contando desde entonces con Ia ayuda de becas que me han concedido el Ministerio de Asuntos Exteriores de Espafia, The Australian Research Council y The British Academy. Quisiera reconocer la importante contribucién a la reali- zacién de este libro de Marisa Martinez Placeres, la cual ha copiado muchos de los textos, ha regularizado la ortografia, y ha colaborado en la transcripcién y traduccién de algunos, de ellos. Durham, Inglaterra Noviembre de 2000 ul Nota sobre los textos Los textos han sido regularizados y parcialmente moder- nizados para facilitar la lectura a un piblico no especialista. ‘Aparte de regularizar las muchas variantes ortogréti que aparecen en los textos, adoptando siempre las formas que mas se acerquen a la ortografia moderna, y eliminando las grafias medievales como ¢ y ss, hemos resuelto las contrac ciones que hay no se usan, cambiando, por ejemplo, «desta» y «dellos» en «de estas» y «de ellos», etc. Hemos intentado éliminar algunas de las formas ortogrficas que pudieran es- torbar la lectura, de manera que aparecen en nuestra edicién de los textos algunas palabras que, en la época en que éstos se escribieron, atin no habian suftido los cambios morfologi- cos que éstas representan modernamente. Asi, en aras de una lectura més amena, introducimos cambios como «mugen > mujer, «dixe» > «dijen, «dize» > «dicen, «fecho» > «he- cho», etc. La conjuncién «et» 0 «e» aparece siempre en la forma modema «y» (0 «e»), y todos los casos de «non» se transcriben como «no». Sin embargo, aparte de los cambios sefialados, hemos tocado los textos lo minimo necesario para facilitar su comprensién, y asi no hemos modernizado for- mas medievales como «vevin», «sotileza» 0 «cibdady. Las formas medievales de la palabra hombre» las hemos re- suelto en «homne» o «home», segiin el caso. Cuando no hemos incluido parte del pasaje que transcri- bimos, sefialamos la laguna con [...}. 13 En el caso de los textos en verso, no hemos querido ha- cer mas que regularizar la ortografia, sin introducir moderni- zaciones que pudieran afectar la integridad fénica. Huelga decir que, debido a los cambios mencionados, Jos textos que recopilamos aqui no tienen ningin valor filo- légico; se remite al especialista a las ediciones y los manus- critos que sefialamos en las notas. Glosario Las siguientes palabras medievales, que han dejado de uusarse 0 que se emplean hoy con un sentido diferente, apare- ‘cen con frecuencia en los textos: afeitarse usar cosméticos y adornos afeites cosméticos, adornos pronto algo, nada ambos/-as pone ende de ello enguisa que — de tal manera que fallecer faltar gelo, gela ‘se lo, se la ha hay haber tener harto ‘mucho eda hermosa luego inmediatamente, enseguida maguer/-a ‘aunque muelle blando otrosi también, asimismo pagarse tener placer, estar contento poridad secreio suso arriba to, troa hasta y alli, en ello 14 15 Introduccién En 1468 0 poco después, fray Martin de Cérdoba escri- bié un tratado destinado a la princesa Isabel de Castilla sobre cémo deben gobernar los principes cuando, como en su aso, el principe es una mujer!. Isabel, si llegé a leer el trata- do, como se puede suponer, habria leido sobre su sexo las si- guientes amonestaciones: Pues la mujer que quiere ser virtuosa ha de consentir consigo y decir: «Yo soy mujer. En esto no he culpa nin- guna, que ser mujer me dio naturaleza asi como a otro ser vardn, pero pues que soy mujer, tengo de mirar las ta- chas que comiinmente siguen las mujeres y arredrarme de ellas. Las mujeres comimente son parleras, yo quie- 10 poner puerta a mi boca; las mujeres comiimente son de poca constancia, yo quiero ser firme en virtud» Y si esta conjugacién han de hacer todas las mujeres, mucho ‘mis Ie princesa que es més que mujer y en Cuerpo muje- ril debe traer énimo varonil? [..] En fin, debemos poner lo que diversos doctores dicen de las mujeres, porque de toda parte reciban documento. | Jardin de nobles doncellas, Fray Martin de Cérdoba. A Critical Edi- tion and Study, edicién de Harriet Goldberg (Chapel Hill, North Caroli- na Studies in Romance Languages and Literatures, 1974), pg. 136. 2 Jardin de nobles doncellas, pag. 252. 17 Un doctor dice que Dios puso en la mujer natural ver- giienza por que la frene de pecar y fue hecha para que sirviese al varén y no para asecharlo; pero ella, no cu- rando de la costumbre de su estado, procura la muerte a Jos varones. Agora por infengidos halagos, agora por li- sonjas, agora por hartibles ojadas, estudian de los traer a escindalo de vituperio, En este dicho ha de notar la mu- jer moza y segiin la corrupeién de esta carne hermosa, que de cuantas énimas de hombres es ocasién de se per- der, de tantas dard razén el dia del juicio; y esto es a ella importable, ca harto terné aquel dia de dar raz6n de si ‘misma’. El tratado es en gran parte un manual destinado a expli- car cémo la princesa podra superar los defectos de su sexo, En los pasajes citados se mencionan los fallos comunes de las mujeres, como son Ia falta de control en el hablar y la ten- dencia a ser inconstantes en sus propésitos. Para la princesa, no dominarse en estas dos caracteristicas supone exponerse a peligro. Pero la princesa deberia ser consciente también de que su sexo es un peligro para los hombres, y ha de valerse de su natural sentido de vergtienza, un sentimiento que esté mucho més marcado en la mujer que en el varon, para que los hombres no se corrompan atraidos por su atractivo se- xual, porque no solamente se perderan las almas de éstos, sino que ella tendra que responder de sus acciones ante Dios. Anteriormente, fray Martin ya habia explicado que las ‘mujeres por lo general tienen tres «menos buenas cond nes», Dos de éstas son las ya mencionadas —las de ser «par- leras e porfiosas» y «movibles ¢ inconstantes». La otra es que «siguen los apétitos carnales como es comer e dormir € folgar e otros e que son peores» que es donde la natural ver- giienza viene a ser de suma importancia: Y esto les viene porque en ellas no es tan fuerte la ra- 26n como en los varones, que con la razén, que en ellos ‘es mayor, refrenan las pasiones de la carne; pero las mu- 3 Jardin de nobles doncellas, pag. 283. 18 GQ OOOOOOaE———EEEEEE——e_O |jeres mas son carne que espiritu y por ende son mAs in- Clinadas a ellas que al espiritu, y aun de aqui se sigue que entre Jos varones hay esta diferencia: que cuanto el varén es més dotado de raz6n tanto menos sigue la inclinacién de la came. Donde los mozos que, aunque no tienen complimiento de razén, son dados mis a golosinas y jue- {08 y suefio que los grandes. Y de un varén a otro hay esta diferencia. Y aun por eso menospreciamos a los que siguen los deseos de la came, porque es seiial que tienen poco seso y no usan de razén como hombres, mas de pa- sién, como bestias. Contra esta mala condicién es la pri- mera buena: que es ser vergonzosas; ca en la mujer, como dijimos, la vergtienza es freno que no se derribe en feas y torpes pasiones’ _ A esto se afiade otra caracteristica que Cordoba juzga «aii... buena ni mala, sino por el adjutorion, la de actuar siem- pre de una manera extremada: a saber que mucho exceden, donde cuando son piadosas mucho fo son y cuando son crueles mucho lo son y cuan- do son desvergonzadas son por cabo; ca desque toman osadia, tantas fealdades cometen que no se hallarian va- rones que tales cosas aceptasen. Esta condicién, aunque en lo bueno sea loable, pero en lo malo siempre es vitu- perable. Ser mucho vergonzosas loable es; ser muy des- vergonzadas es de vituperio segura’, El tratado de fray Martin no es una obra mis6gina, 0 por lo menos no pretende serlo. Al contrario, su propésito es de- finir lo que, segtin las autoridades biblicas y teolégicas, es la mujer para que la joven princesa esté en las condiciones ma- ximas para gobernar, goberndndose a si misma, Es asimismo un texto de cardcter politico en el que fray Martin justifica los derechos de Isabel al trono de Castilla’. Al hacerlo, nece- 4 Jardin de nobles doncellas, pag. 210 5 Jardin de nobles doncellas, pag. 211 Para este aspecto del libro, véase Catherine Soriano, «Conveniencia politica y t6pico literario en el Jardin de nobles doncelias (;1468?) De 19 sariamente habla de Ia princesa dentro del marco de las ideas sobre la mujer corrientes en la época. Las actitudes que se representan en estos pasajes, para nosotros muy negativas y . diablo, por quién sabe qué deseos (los tedlogos conjeturan si sera gula, lascivia, soberbia u otros pecados), encarnando la imagen negativa que de la mujer se tenia. La tradicién ct tiana produjo, en la figura de la Virgen Maria, la contrapar- tida a Eva, Pero Maria era una mujer que dificilmente podia ser representativa del sexo femenino, ya que, aunque es ma- dre, lo es sin conocer el coito, mientras todas las otras ma- dres estin condenadas forzosamente a realizarlo. La figura de Maria se define en gran parte en relacién con Eva. Por ejemplo, los comentaristas Haman la atencién sobre el hecho de que en Ia historia de la anunciacién, el 4n- gel saluda a Maria con una palabra latina «Ave» que invier- te las letras del nombre de la primera pecadora. Y es que se pretende que Maria demuestre definitivamente la capacidad de las mujeres para superar su propia naturaleza, con la ayu- da de Dios. Maria es la pieza clave en el intento de los es- critores patristicos y medievales de demostrar que, a pesar de Eva, hay en la mujer una capacidad de autosuperacién. En torno a ella se aducen ejemplos de mujeres que han Ile- gado a dominar su feminidad, y a partir de San Jeronimo éstos se coleccionan para formar catélogos de ejemplos, procedentes del Antiguo Testamento (ademas del caso del ‘Nuevo Testamento de Maria Magdalena) y de la literatura clasica"’ "Para los autores de tratados sobre el comportamiento de la mujer, lo que mas se podia pedir era que ésta imitara a la madre de Dios para alcanzar el grado maximo de autosupe- raci6n: la virginidad, considerada desde San Agustin el esta- do natural de Jos seres humanos, ya que prevalecié la idea agustiniana de que el deseo sexual, al igual que la muerte, se introdujo en el mundo después de la caida del hombre. Una mujer casada sélo podia alcanzar un estado imperfecto '» Para los catélogos de mujeres, véase Glenda McCleod, Virtwe and Venom. Catalogs of Women from Antiquity to the Renaissance (Ann Ar- bor, University of Michigan Press, 1991). Para el papel de la Magdalena, Jacques Dalarum, «La mujer a ojos del clérigo», en Historia de las mu- Jjeres en Occidente, 2, La Edad Media, pigs. 29-59 pags. 45-51]. 27 de virtud si se esforzaba por ser casta en el contacto carnal con su marido, realizando el acto sexual solo con el fin de tener hijos, precepto que hered6 el pensamiento cristiano de la tradicién judia. Pero no habia consenso sobre cuales eran las circunstancias en las que el sexo entre los conyuges era pecado, aunque, bajo el peso de la autoridad augustinia- na, para algunos comentaristas el coito sin pecado era impo- sible", En vista de esta posibilidad del pecado en el coito conyugal, se debatia si era o no licito que una mujer casada uusara cosméticos o se esforzara de otra forma para hacerse atractiva ante los ojos de su marido (por ejemplo, aseguran- dose el interés sexual del esposo, ella podia evitar que éste ‘cometiera el pecado de fornicacién con otra mujer). Desde luego, para los otros dos estados principales de la mujer —los de la virgen o doncella, y de la viuda— se considera- ba que no habia justificacién alguna para los «arreos» y los «afeites» que usaban las mujeres. Recordemos una de las amonestaciones de fray Martin: las mujeres son, aunque sea a pesar suyo, una incitacién al hombre, ‘el estorbo principal a la obligacién del varén de dominar su propia carne. Por ello, algunos textos reflejan la creencia de que, para evitar os pensamientos carnales, los hombres castos incluso de- berian evitar estar solos con hermanas o hasta con la propia madre. De acuerdo con el modelo que ofiecian Eva y Maria, los escritores de orientacién teoldgica y moralista por lo general dividian a las mujeres en dos categorias: las «buenas» o vir- ‘tuosas, las que se alaban en algunas partes de la Biblia, y las «

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