Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CYNTHIA HAND
EL DESIGNIO DEL ANGEL III
Sinopsis
Los últimos años han tenido más sorpresas de lo que Mar jamás podría haber anticipado.
Aún así, desde las alturas llena de vértigo del primer amor, agonizante de haber perdido a
alguien cercano a ella, la única cosa que ya no puede negar, es que nunca fue destinada a vivir
una vida normal.
Desde que descubrió el rol especial que tenía entre los otros ángeles de sangre, Mar ha sido
determinada a proteger a Peter del mal que la sigue a ella…incluso si eso significa romper sus
corazones. Dejar la ciudad parece la mejor opción, así que ella se dirige hacia California, y
también lo hace Thiago, el chico irresistible de la visión que la llevó a este viaje.
Mientras Mar hace su camino a un mundo que es bastante nuevo, descubre que el ángel
caído que la atacó está observando cada movimiento qué hace. Y no es el único.
Con la batalla contra los Alas Negras, Mar sabe que finalmente debe completar su destino.
Pero no vendrá sin sacrificios o traiciones.
Capitulo UNO
Bienvenida a la granja
Regreso a mi habitación, una pila de viejas revistas colocadas por mis pies, las que
debo haber botado cuando la visión me golpeó. Mi respiración aún está congelada en
mis pulmones; mis músculos tensos, como si estuvieran preparándome para correr. La
luz brillando a través de la ventana hace doler mis ojos. Parpadeo ante Emi, quién se
inclina contra el marco de la puerta de mi habitación y me ofrece una sonrisa.
— ¿Cómo lo sabes?
—Yo también las tengo. Además, he estado saliendo con personas que tienen
visiones toda mi vida. Reconozco la expresión.
He estado teniendo esta visión todo el verano, desde Italia con Ángela. Hasta ahora,
no ha habido más que la oscuridad, terror y un extraño piso inclinado.
Después del funeral de mamá, Stefano se fue de la casa, al igual que papá. Ángela
decidió invitarme a Italia por el verano, para alejarme del dolor. Ahora que estamos de
regreso, nos espera Stanford, aquella universidad donde se cumplirá la visión de
Ángela. Mi amiga ha estado teniendo visiones de un hombre, que parece mayor, pero no
puede saber quién es porque está de espaldas. Sin embargo, yo he estado más
preocupada que ella al respecto porque ella estuvo casi todo el verano enamorada de un
chico que terminó siendo un ángel. Ella siempre lo supo y nunca me lo contó, y cuando
me enteré y lo conocí, algo me dijo que él no era de fiar; a veces pienso que es un ángel
caído.
— ¿Cómo lo haces? ¿Cómo sigues con tu vida normal cuando sabes que algo malo
sucederá?
— Requiere práctica.
Termino de empacar, cosa que estaba haciendo antes que la visión aparezca, y Emi
coge una cinta adhesiva para empezar a sellar las últimas cajas.
Voy a extrañar a Emi. La mayoría de veces que la veo, no puedo evitar ver a mi
mamá, no porque las dos se parezcan, sino porque, siendo la mejor amiga de mamá por
los últimos cien años, Emi tiene un millón de recuerdos como este sobre Stanford,
historias graciosas y tristes, tiempos donde mi mamá tenía un mal corte de pelo o
cuando incendió la cocina, o cuando eran enfermeras en la Primera Guerra Mundial y
mamá salvó la vida de un hombre. Es como si, por esos pequeños minutos, mamá
estuviera viva de nuevo.
— Puedes volver a casa cuando quieras —dice Emi, cuando hemos terminado—.
Recuerda eso. Esta es tu casa. Sólo llama y dime que estás en camino y yo vendré a
poner nuevas sábanas en la cama.
Golpea afectuosamente mi mano y luego baja al primer piso a colocar las cajas en su
auto. Ella también estará conduciendo a California mañana, con la mamá de Ángela, y
yo la seguiré con mi auto.
Salgo de mi habitación. La casa está silenciosa, pero también parece tener algo de
energía, como si estuviera llena de fantasmas. Me quedo mirando la puerta de Stefano.
Él debería de estar aquí. Debería haber empezado el colegio. Debería estar jugando
fútbol y tomando su asqueroso batido de proteínas, debería estar botando toneladas de
medias sucias. Lo extraño.
— Es para ti —dice.
— Oh, dios —dice Cande cuando abro—. Tenía miedo de haber llegado tarde.
No quiere verme.
Intento sonreír mientras algo en mi pecho se sacude con dolor. Claro, pienso. ¿Por
qué querría verme? Hemos terminado. Está continuando con su vida.
Me obligo a enfocarme en Cande. Está apretando una caja de cartón contra su pecho
como si tuviera miedo que pueda alejarme de ella. Cambia el peso de un pie al otro.
— Era hermosa.
—Claro.
Corro a mi habitación para coger mi laptop, luego me siento con ella en el sofá de la
sala de estar, y le enseño las fotos de este verano.
— Así que eso fue Italia —digo, cuando terminamos—. Subí como cuatro kilos
comiendo pasta.
— Gracias.
— Odio ser la que arruina la fiesta, pero debo irme. Tengo un montón de cosas que
hacer en casa antes de mañana.
Nos ponemos de pie y yo me volteo hacia ella, inmediatamente aturdida ante la
idea de decirle adiós.
— No lo seré. Lo prometo.
Me abraza.
***
Mar.
— Sí, gracioso.
Su tío siempre lo lleva a las montañas durante el verano, pasa todo este tiempo
entrenando, lejos del Internet y de la Televisión y de otras distracciones. Lo hace
practicar llamando a la gloria, y todas estas habilidades de ángeles.
— La misma rutina de siempre —dice—. Mi tío ha estado más intenso este año, si es
que puedes creer eso. Me hizo trabajar como un perro.
— ¿Por qué?
— Te digo después, ¿de acuerdo? —dice en mi mente—. ¿Cómo estuvo Italia? —me
pregunta en voz alta.
— Interesante —digo.
— Sé a lo que te refieres —dice ella—. Tuve que pincharme para realmente creerme
que estaba aquí. ¿En qué habitación estás?
— Cedro.
— Mar y yo estamos en Roble. Creo que eso está al otro lado del campus.
Está contento de haber terminado al otro lado del campus, lo entiendo mientras lo
miro. Porque él piensa que puede que a mí no me guste que siempre esté cerca,
cogiendo pensamientos aleatorios de mi cabeza. Quiere darme algo de espacio.
Sonreímos.
— Oye, ¿ustedes dos están haciendo esa cosa mental? —pregunta Ángela—. Porque
es tan molestoso —piensa.
Thiago ríe.
— Desde que le he estado enseñando. Fue algo que hicimos en el viaje de once horas.
— Hasta ahora, no ha sido capaz de recibir, de escuchar los pensamientos en su mente —le
digo, para calmarlo—. Sólo puede transmitir.
Ambos reímos.
— Lo siento Angie. —Deslizo un brazo alrededor de ella—. Thiago y yo tenemos un
montón con lo que ponernos al día.
— Al menos no hasta que aprenda cómo hacerlo. Qué será pronto. He estado
practicando —dice ella.
Esta vez alguien más está conmigo en la oscuridad, otra persona respirando
temblorosamente en algún lugar detrás de mí.
Aún no puedo ver nada, no puedo determinar dónde estoy, aunque esto es como la
milésima vez que tengo esta visión. Está oscuro, como siempre. Estoy intentando
mantenerme callada, intentando no moverme, no respirar, así puedo explorar mí
alrededor. El suelo está inclinado hacia abajo, alfombrado. Hay un aroma de aserrín en
el aire, nueva pintura, y esto: la idea de un olor distintivamente masculino, como
desodorante o crema de afeitar, y ahora la respiración. Cerca, creo. Si me volteo y me
estiro, podría tocarlo.
Hay un ruido detrás de mí, extraño y alto, tal vez un gato aullando o un pájaro
cantando. Me volteo hacia el sonido.
***
Me despierto con el rayo de la luz del sol en mi cara. Me toma un segundo
reaccionar dónde estoy: en mi habitación, en la universidad. Las campanas de la Iglesia
suenan a la distancia. Olor de detergente y rasuradoras. He estado en Stanford por más
de una semana, y esta habitación aún no se siente como casa.
Claro que él está ahí, pienso. Ha estado en todas las visiones que he tenido. Pero
hay algo de comodidad en ello.
Cuando salgo, hay una gran ave sentada en el poste de luz cerca a mi dormitorio, de
forma negra. Se gira para mirarme. Me detengo.
Siempre he tenido una relación complicada con las aves. Incluso antes de saber que
era un ángel de sangre, entendía que había algo raro sobre la forma en que las aves se
silenciaban cuando yo pasaba, la forma en que me seguían.
Una vez, cuando había tenido un picnic con Peter, alzamos la mirada y teníamos
nuestra mesa rodeada de aves, no los comunes que intentan coger tu comida, sino
también otros tipos de aves.
Pero esta ave se siente diferente, de algún modo. Es un cuervo, creo. Y me observa,
silenciosa. Pensativa, deliberada.
Emi una vez dijo que las Alas Negras podían convertirse en aves. Es la única forma
que pueden volar, de otro modo su pena hace mucho peso y los hace caer. ¿Así que esta
ave es un cuervo ordinario? Salto ante éste. Inclina su cabeza y me mira de vuelta con
sus ojos amarillos.
Terror corre por mi espina.
Me tranquilizo y lo paso, abrazando mis brazos contra mi pecho, por la mañana fría.
El ave da un graznido, una filuda advertencia que manda escalofríos por mi espalda.
Sigo caminando. Después de unos cuantos pasos, miro sobre mi hombro al poste de luz.
El ave se ha ido.
Debí haberle contado sobre la visión, pero estaba muy preocupada por otras cosas.
Hemos estado aquí por caso dos semanas y ninguno de los dos ha hablado sobre
visiones o propósito o cosas relacionadas a ángeles. Hemos estado jugando a ser
alumnos de primer año de universidad, pretendiendo que no hay nada más para
nosotros que aprendernos los nombres de las personas y saber a qué clases hay que ir e
intentando no vernos como idiotas en esta universidad donde todos parecen genios.
Pero ahora debo decírselo. Necesito hacerlo. Sólo que son, reviso mi celular, siete y
quince de la mañana. Muy temprano.
—¿Dónde estás?
—Afuera. Yo…Aquí.
—Absolutamente. Salgamos.
—Bien.
Unos minutos después sale con un jean y una camiseta con el logo de la
universidad, su cabello desordenado. Se restringe el abrazarme. Está aliviado de verme
después de nuestra pequeña pelea la semana anterior. Yo di la idea que quería ser
doctora pero él me llenó de contradicciones. Quiere decirme que lo siente, quiere
decirme que me apoyará en todo lo que yo decida hacer.
—Gracias —murmuro, sin que sea necesario que lo diga en voz alta—. Eso significa
un montón.
—Claro —dice, un destello de curiosidad en sus ojos verdes—. No tengo clase hasta
las once.
***
—Calle Mercy —dice Thiago mientras pasamos por esta antigua tienda de donuts
dónde solía ir—. Calle Church. Calle Hope….
—No estoy esperando nada, Mar —dice, sin mirarme—. Si quieres salir conmigo,
genial. Si quieres algo de espacio, también lo entiendo.
Eres mi mejor amigo, quiero decir, pero por alguna razón no lo hago.
Él sonríe.
—Linda —dice Thiago, cuando llegamos—. Con toda una cerca blanca de piquete.
Trato de pasarle por la cabeza la visión, que él está ahí conmigo, en la habitación
oscura. Él gritándome que me agache.
Sacude su cabeza.
Me muevo incómoda.
—¿Le has contado a alguien más? —lee mi expresión de culpabilidad—. ¿Por qué?
Suspiro.
—No lo sé.
—¿Por qué no le has dicho a Emi? Esa es la razón por la que ella se convirtió en tu
guardián, ya sabes, para ayudarte en cosas como ésta.
—¡Oye! ¡No leas mi mente! ¡No puedo hablar sobre ello! —espeto—. Lo prometí.
—Entonces deja de pensar en eso —dice, lo que hace que piense más en ello—.
Caray, Ángela y un ángel.
—No te lo dije porque no quería volver a tener una visión —confesé—. No ahora
mismo. Siento no habértelo dicho —dije—. Debí decir algo.
—Yo tampoco te conté sobre la mía. Básicamente por la misma razón. —Se
detiene—. Es irónico —agrega—. Tú has estado teniendo un visión de oscuridad y yo de
luz.
Mi boca se abre.
—¿Una espada?
—Una espada flameante. Primero en todo lo que pensaba era. ¿Qué genial es eso?
Tengo una espada, hecha de fuego. ¿Genial, verdad? —su sonrisa se desvanece—. Pero
luego empiezo a pensar sobre lo que podría significar, y cuando le conté a mi tío, él se
volvió loco. Me empezó a obligar a hacer más ejercicio.
—¿Por qué?
—¿Contra quién?
—No tengo idea. Pero mi tío se está asegurando que esté preparada para lo que sea.
Silencio.
Él asiente, pero hay algo más que lo moleta, una pena que llega hasta mí y hace que
encuentro sus ojos. Luego sé sin tener que preguntar que su tío se está muriendo. Está
llegando a la regla de los ciento y veinte años.
—¿Cuándo? —susurro.
—Pronto. Unos pocos meses, es su mejor chance. Él no quiere que esté ahí. No
quiere que lo vea así.
Lo entiendo. Al final mi mamá estaba tan débil que ni siquiera podía ir al baño.
Deslizo mi mano sobre la suya, lo que lo sorprende. La electricidad familiar pasa
entre nosotros, haciéndome más fuerte. Más valiente. Recuesto mi cabeza en su hombro.
Intento consolarlo de la forma en qué siempre lo ha hecho.
—Gracias.
Capitulo TRES
El Laberinto
Esa noche sueño con Peter, ambos cabalgando a Midas en el bosque. Estoy sentada
detrás de él, mis piernas presionadas contra las suyas mientras su caballo se mueve
debajo de nosotros, mis brazos envueltos débilmente alrededor de su pecho. Mi cabeza
está llena del olor del pino, del caballo y de Peter. Estoy completamente relajada,
disfrutando del sol en mis hombros, la briza en mi cabello, la sensación de su cuerpo
contra el mío. Él es caliente, bueno y fuerte. Es mío. Me inclino contra él, presiono un
beso en su hombro a través de su camisa azul pálido.
Abro mis ojos. Aún está oscuro, una lámpara afuera enviando una luz a través de
nuestra ventana abierta. Estoy llena de un extraño sentimiento, casi como un deja vú. El
edificio está extrañamente silencioso, así que sé, sin mirar el reloj, que debe ser bastante
tarde, o temprano, dependiendo desde donde lo mires.
El sueño es injusto, pienso. Especialmente desde que la pasé tan bien con Thiago
esta mañana, cuando nos pusimos a volar en un descampado. Me siento conectada a él,
como si finalmente estoy donde se supone que debería de estar. Me siento bien.
Hay un sonido ligero, tan pequeño que por un momento creo haberla imaginado.
Me siento, escuchando. Luego suena de nuevo. Me doy cuenta que fue ese pequeño
golpe en la puerta lo que me despertó. Camino hacia la puerta en puntas de pie y la
abro, miro de reojo hacia el pasillo.
—¡Stefano! —jadeo.
Probablemente debería tomar las cosas con calma, pero no puedo. Lanzo mis brazos
a su alrededor. En se aturde sorprendido, sus músculos tensados, pero finalmente coloca
sus manos en mi espalda y se relaja. Se siente tan bien ser capaz de abrazarlo, saber que
está bien, a salvo y sin daños.
—¿Crees que no podría llegar a rastrearte? —dice—. Creí haberte visto ahora, y
supongo que te extraño.
Me alejo apenas para mirarlo. Se ve más grande, de alguna manera. Más alto, pero
delgado. Mayor.
Lo agarro por el brazo y lo llevo hacia el primer piso, la lavandería, donde podemos
hablar sin despertar a nadie.
Sacude su cabeza.
—Papá no se preocupa por mí —dice y en sus ojos veo el enojo contra Papá, por no
estar ahí cuando éramos niños, por mentir, por todo.
—¿Dónde has estado, Stefano? —pregunto calmadamente, tocando su brazo helado.
—¿Para qué? ¿Para qué así pudieses convencerme de ser un pequeño niño bueno?
—¿Para qué? ¿Así puedo entrar a una lujosa universidad como Stanford?
Graduarme, conseguir un trabajo a tiempo completo, casarme, comprar una casa, un
perro, tener un par de hijos… ¿cómo serán nuestros hijos de todos modos? ¿Treintaisiete
por ciento ángeles de sangre? ¿Y vivir el sueño americano?
—No es lo que quiero —dice—. Eso lo hacen los humanos, Mar. Yo no soy uno.
—Sí, lo eres.
—Déjame, Mar. Estoy cansado de jugar. He terminado con todo. No voy a tener a
nadie más diciéndome qué hacer, nunca más. Voy a hacer lo que quiero.
Me mira con dureza por un minuto como si estuviera decidiendo cuánto decirme.
—Estoy bien Mar, ¿de acuerdo? Por eso vine aquí, a decírtelo. No tienes que
preocuparte, estoy bien.
—¿Necesitas dinero?
—No. —Pero aún así espera a que vaya a mi habitación y recoja mi billetera.
—¿Para qué? ¿Para qué me ordenes? —dice, pero se nota la broma en su voz.
Lo acompaño hasta la puerta principal. Hace frío afuera. Me preocupa que no tenga
un abrigo, me preocupa que cuarenta dólares, los que le di, no sean suficientes para
mantenerlo a salvo. Me preocupa no volverlo a ver.
Él no se detiene, no se voltea.
***
Ese estúpido cuervo está afuera de mi clase, de pie encima de una rama, justo afuera
de mi ventana, observándome. Me mira fijamente, con esos ojos amarillos intensos.
Tomo asiento en la fila del frente y espero, me inclino hacia adelante contra mis
rodillas y cierro mis ojos. Tengo un recuerdo repentino de Stefano de pequeño, cuando
íbamos a la iglesia, durmiéndose en medio de un sermón. Mamá y yo luchábamos por
no reír, pero luego él empezaba a roncar y Mamá lo golpeaba suavemente en las costillas
y él se levantaba de un golpe. ¿Qué pasa?, susurraba. Estaba rezando.
Abro mis ojos. Hay alguien a mi lado, poniéndose los zapatos. Es Ángela. Se le ve
frustrada y emocionada al mismo tiempo.
La sigo hacia afuera, contenta de recibir el aire fresco, el sol repentino y la briza que
mueve las hojas de los árboles.
Se encoge de hombro.
—Al principio pensé que no tenía sentido, pero se me ha hecho difícil concentrarme
últimamente. —Se aclara la garganta—. Así que lo intenté, y después de un tiempo,
obtuve esta claridad increíble. Es raro. Simplemente te llega. Luego descubrí que podía
lograr que la visión llegue a mí de esta forma.
Saber esto instantáneamente hace que tenga ganas de regresar y probarlo. Tal vez
obtenga más que un poco de oscuridad. Tal vez descubra mi visión. Pero hay otra parte
de mí que tiembla ante la idea de ingresar a la habitación negra voluntariamente.
—Así qué….¿por qué te envié un mensaje? Tengo las palabras —dice Ángela con
sus hombros tensos.
—¡Las palabras! ¡Las palabras! Todo este tiempo, quiero decir, por años, he estado
viendo este lugar en mis visiones y ahora se supone que debo decirle algo a alguien,
pero nunca me escucho a mí misma diciendo las palabras. Me está volviendo loca,
especialmente desde que entré aquí y sé que va a suceder pronto. Se supone que debo
ser una mensajera, al menos eso es lo que pensaba, pero no conocía el mensaje, hasta
ahora. —Toma un largo respiro, lo suelta. Cierra sus ojos—. Las palabras.
—¿Cuáles son?
—Sí. Siete días en la semana. Siete notas en la escala musical. Siete colores en el
espectro. Siete es el número de la perfección y la divinidad. Es el número de Dios.
—El número de Dios —repito—. ¿Pero, qué significa eso? ¿El siete es nuestro?
—Sí.
—Siento que lo reconozco, en la visión, pero él tiene la espalda contra mí. No veo su
cara. Pero lo voy a descubrir, obviamente —agrega.
capitulo CUATRO
Sigo viendo al cuervo por el campus de la universidad, pero hago lo mejor que
puedo para ignorarlo, y mientras más lo veo y nada sucede, me convenzo más a mí
misma que si no me vuelvo loca con el tema, todo estará bien. No importa si es un Ala
Negra, si es Sam o no. Intento actuar como si todo estuviera normal.
Pero un día, Wan Chen y yo estamos saliendo del edificio de Química cuando
escucho que alguien dice mi nombre. Me volteo y veo a un hombre alto en un traje
marrón. Un ángel. No hay duda de ello. Tampoco hay duda de que es mi padre.
La cara de Wan Chen pierde color y se excusa diciendo que tiene clase antes de
alejarse. Papá tiene ese efecto en los humanos.
—¿Viniste en bicicleta? —pregunto, cuando veo que tiene una al lado.
Él ríe.
—Tu madre arregló los regalos —confiesa—. Sabía lo que tú querrías. También fue
la que sugirió esta bicicleta. Dijo que la necesitarías.
—Espera, ¿quieres decir que fue Mamá quién te envió todo esto?
—Sí, vino a verme, y me ha llamado un par de veces, básicamente porque creo que
él no quiere que lo esté cuidado. Está viviendo cerca de aquí, en algún lugar que no
conozco. Mañana iremos a tomar un café. Esa es la única forma en la que puedo pasar
tiempo junto a él, ofreciéndole comida gratis. Deberías venir con nosotros.
—¿Y qué? Es un adolescente. Tú eres su padre —digo—. Deberías hacer que regrese a
casa, pienso.
—No puedo ayudarlo Mar. He visto cada posible versión de lo que podría suceder y
él nunca me escucha. Mi interferencia sólo empeorará las cosas. —Se aclara la
garganta—. Como sea, yo vine aquí por una razón. Me han dado la tarea de entrenarte.
—¿Entrenarme? ¿Para qué? —digo, con el corazón latiendo con mayor rapidez.
—No sé si sabes esto de mí pero soy un soldado de Dios y manejo muy bien la
espada…
—¿La espada? ¿Vas a entrenarme para saber usar una espada? ¿Cómo una espada
de fuego?
Pero esa es la visión de Thiago…no la mía.
—La gente usualmente la confunde con una espada de fuego por la forma en que
brilla, pero está hecha de gloria.
Él duda.
—¿Qué, ahora?
—Bien.
La verdad es que, no he salido con ella desde el día de la Iglesia, casi tres semanas
atrás. La llamé la semana pasada y le pregunté si quería ir al cine conmigo, pero me
canceló diciéndome que estaba ocupada. Tampoco está interesada en ir a fiestas o a
lecturas de poesía. E incluso en las clases que tenemos juntas, ha estado silenciosa y sin
hablar. Últimamente, he visto más a sus compañeras de habitación que a ella. Sin duda
algo intenso está sucediendo con ella y me imagino que el tema del número siete la está
obsesionando.
Finalmente, Papá me pide que lo lleve a algún lugar donde nadie nos pueda
interrumpir y se me ocurre el sótano, donde hay un estudio sin ventanas.
—Así que primero debemos decidir dónde te gustaría entrenar —dice cuando
hemos llegado.
—Cualquier lugar —dice—. Intenta con un lugar que conozcas bien, dónde puedas
sentirte cómoda y relajada.
—Ahí será.
Espero a que suceda, pero no pasa nada. Miro a Papá y el asiente con su cabeza.
Trago con fuerza y cierro mis ojos. Dejo de pensar, dejo de procesar, sólo me dejo
ser. Escucho mi respiración, intento vaciarme, olvidarme de todo porque sólo tengo que
alcanzar el lugar silencioso dentro de mí que es parte de la luz.
—Pero por ahora, puedo qué, ¿cruzar hacia dónde quiera ir?
—Sí. Puedes. Una vez que estás conectada con la gloria, debes encontrar la energía
del lugar. Debes pensar en ese lugar al que quieres ir. No la ubicación en el mapa, pero
sí la vida de ese lugar.
—Eso sería lo ideal —dice—. Alcanza ese árbol, ese poder que está generado por el
sol, las ramas estrechándose en la tierra, bebiendo, la vida de las hojas…
Por un minuto estoy hipnotizada por el sonido de su voz. Cierro mis ojos, y puedo
verlo todo con claridad: mi árbol, las hojas empezando a cambiar de color y caerse, el
movimiento del viento, el susurro del mismo.
Abro mis ojos y jadeo. Estamos en frente de mi patio, debajo del árbol. Así de
simple.
—Muy bien.
—¿Esa fui yo, no tú?
—Solamente tú.
—Fue…fácil.
Estoy sorprendida por lo simple que fue, y por más que suene algo imposible, pude
atravesar miles de millas en un parpadeo.
***
Estoy aliviada porque esta lucha no ha sido difícil. Pensé que sería esas cosas de
volar, donde apesto totalmente, pero lo he entendido con facilidad.
—Lo eres —dice Papá, con orgullo en su voz—. Bueno, eso es suficiente por hoy —
agrega.
Se queda en silencio por un tiempo tan largo que creo que va a decir que no, pero
luego parpadea un par de veces y me mira.
—Sí. Tal vez cuando estés en casa por las vacaciones de Navidad, los entrenaré a los
dos.
—Genial. Gracias.
—De nada —dice.
—¿Quieres entrar? —digo, cuando estamos en el porche—. Creo que puedo cocinar
algo.
Él sacude su cabeza.
—¿La siguiente?
Asiento y él sonríe.
Genial.
Regreso las escobas a su lugar y luego vuelvo al porche, a intentar llamar a la gloria
de nuevo. Así que cierro mis ojos y me concentro en mi habitación, mi cama, la pequeña
mesa en la esquina que siempre está desordenada con papeles y libros, el aire
acondicionado de la ventana.
Puedo verlo perfectamente, pero cuando abro mis ojos, aún estoy en casa. Papá me
dijo que me enfoque en algo vivo, pero ni siquiera tenemos una planta. Tal vez no va a
ser tan fácil después de todo.
Cierro mis ojos de nuevo. Hay un olor de la nieve de la montaña en el aire. Tiemblo.
Debí de haber traído un abrigo si hubiese sabido que estaría en casa ahora.
Mis ojos se abren de golpe. Estoy en la granja de Peter. No he ido a mi casa. Sino a la
de Peter.
Estoy tan aturdida que pierdo la gloria. Y justo en ese momento, Peter entra al
granero silbando, cargando una caja de herraduras. Me ve, y la canción se desvanece.
Suelta la caja, la cual cae en su pie y lo hace maldecir antes de empezar a saltar por el
dolor.
Por un largo minuto simplemente nos miramos uno al otro. Él deja de saltar y se
pone de pie, con sus manos metidas en sus bolsillos, usando mi camiseta favorita, que
hace que sus ojos se vean hermosos. Recuerdo la última vez que lo vi, hace casi seis
meses, la catarata y el beso que significó un adiós. Parece como si hubiese sucedido hace
mucho, y al mismo tiempo, como si hubiese sido ayer. Aún puedo saborearlo en mis
labios.
Él frunce el ceño.
Mar. No Zanahoria.
Suena enojado. Algo en mi instinto me lo dice. Por supuesto que tiene toda clase de
razones para estar enojado conmigo. Probablemente yo estaría furiosa ante una
situación como ésta. Le escondí cosas, lo alejé cuando todo lo que quería hacer era estar
para mí. Ah sí, y casi lo mato, no olvidemos. Y besé a Thiago. Ese fue el detonante.
Luego tuve que ir y romperle su corazón.
—Sí. Lo hice.
No me gusta.
—¿Puedes burlarte del tiempo, eh? —dice, acariciando su cuello—. ¿Crees que
puedes retroceder el tiempo hace cinco minutos y advertirme que se me caerá la caja?
Creo que he roto uno de mis pies.
—¿Con esa cosa de la gloria? No, gracias. Eso siempre me ha dado ganas de
vomitar.
Así que ha decidido seguir con la rutina del antiguo imbécil que era antes. Y lo peor
es que yo sé que no lo es, ni siquiera es un poquito imbécil, pero lo está haciendo para
mí porque yo le hice daño, y porque quiere que mantenga distancia, y porque lo enoja
verme aquí.
Encuentro sus ojos, y hay una pregunta en ellos que es diferente de la que ha
preguntado.
—¿Vas a quedarte aquí toda la noche? —pregunta, muy hosco—. Porque tengo
tareas que hacer.
Siento un destello de deseperación. Luego enojo. Así es como imaginaba que sería,
al verlo de nuevo. Lo está haciendo difícil a propósito. Bien, pienso. Sí es así como quiere
que sea.
—Puedo irme ahora mismo —digo—, pero para hacer eso, tendré que usar la gloria,
así tal vez querrás salir por un minuto. Odio hacerte vomitar sobre tus hermosas botas.
—No, no lo haré.
Capitulo CINCO
Acoplamiento
De una cosa estoy segura: mi hermano puede comer. Es como si tuviera un barril sin
fondo, y todo tipo de comida ingresa ahí: cuatro panqueques hasta ahora, tres huevos
revueltos, trigo, tres tiras de tocino, salsa, y jugo de naranja. Me siento mal de sólo verlo.
—Sin duda.
—Esto sabe rico. Estoy harto de comer pizza todos los días.
De esto se tratan estos desayunos. Pistas que ocasionalmente lanza. Con las que voy
construyendo una imagen de su vida.
Se encoge de hombros.
—Me encargo de la caja registradora. Atiendo las mesas. Tomo órdenes telefónicas.
Hago pizza, a veces, si estamos sin cocinero. Lo que se necesite hacer. Es un trabajo
temporal hasta que descubra lo que realmente quiero hacer.
—Veo. ¿El local está por aquí? —pregunto disimuladamente—. Tal vez pueda ir un
día y ordenar algo. Darte una gran propina.
—Es complicado.
Su sonrisa se desvanece.
Nos quedamos mirándonos por un minuto, yo queriendo hablar del tema con
facilidad y él, deseando no entrar al tema porque ha decidido ignorar sus visiones.
—A veces —admite, mirando hacia otro lado—, son inútiles. Nunca tienen sentido.
Simplemente te dicen cosas que no entiendes.
—Veo agua, un montón, como un lago o algo. Veo a alguien cayendo, del cielo. Y
veo… —su boca se tuerce—. Como dije, no quiero hablar de ello. Las visiones te meten
en problemas. La última vez me vi a mí mismo iniciando un incendio. Dime cómo eso es
un mensaje divino.
—Pero fuiste valiente, Stefano —digo—. Te probaste a ti mismo. Tuviste que decidir
entre confiar en tus visiones, y lo hiciste. Fuiste leal.
Sacude su cabeza.
—No me des la charla religiosa, ¿de acuerdo? —me interrumpe—. Estoy bien como
están las cosas. Actualmente estoy evadiendo grandes cantidades de agua, así mi visión
no será un problema. Se supone que deberíamos estar hablando de ti ahora, ¿recuerdas?
Muerdo mi labio.
—¿Ahora que he terminado con Peter? —termino su oración—. No. Salimos. Somos
amigos. Y más allá de eso, estamos viendo.
Somos más que amigos, por supuesto, pero no sé qué significa ese más.
—Deberías salir con él —dice Stefano—. Él es tu alma gemela. ¿Qué hay por ver?
—Mira, soy una persona completa —digo, con una risa—. No necesito a Thiago
para completarme.
—Pero hay algo sobre ustedes dos, cuando están juntos. Es como si encajaran. —
Sonríe. Se encoge de hombros—. Es tu alma gemela.
—Caray, debes dejar de decir eso. —No puedo creer que estoy teniendo esta
conversación con mi hermano de dieciséis años—. ¿De dónde sacaste ese término de
alma gemela?
Mis ojos se amplían mientras siento el sonrojo de vergüenza en él, la imagen de una
chica con cabello largo, oscuro, labios rojos, sonriendo.
—Oh Dios mío. Tienes novia.
—La conocí antes de mudarnos aquí´, de hecho. Iba al colegio con nosotros.
—He estado pensando un montón en Peter. No es justo para él, lo que le sucedió.
He estado ahorrando dinero. No será mucho, pero es algo. Estaba esperando que se lo
diera, una vez que junte lo necesario.
—Stefano, yo…
—Gracias —dice y puedo ver en sus ojos que esto no le parece suficiente.
***
—Bueno, creo que es un poco asqueroso —dice Wan Chen—. ¿Tú no?
—Sí.
La miro.
—No puedo recordar su nombre, pero sin duda es mayor. Oh Dios mío, cuál es su
nombre… ¡Lo sabía! Te juro, mi cerebro está tan lleno de cosas para mi examen de
filosofía que no puedo captar más información. En serio, está en la punta de mi lengua.
Empieza con P. ¡Piero! —grita finalmente—. Ese es el nombre.
—¿Piero? ¿El del departamento de Psicología? ¿Crees que Ángela está saliendo con
él?
—Ese es el chico —confirma—. El que me ayudó esa vez que me doblé el tobillo.
No lo puedo creer. Ángela está metida en su visión ahora, incluso más obsesionada
que nunca. No hay forma que tenga tiempo de salir con un chico cualquiera. Algo anda
mal. Algo raro está pasando.
—¿Por qué crees que Ángela está saliendo con Piero? —pregunto.
—Bueno, porque ella ha estado saliendo de la nada, casi todas las noches. Y hace
dos noches atrás, no regresó a su habitación, y una amiga la vio salir de la habitación de
Piero. Con el cabello desordenado, sin usar sus zapatos. La misma ropa que usó la noche
anterior. Después de haber tenido relaciones, sin duda.
—Piero es el psicólogo del edificio —digo—. Tal vez Ángela necesitaba alguien con
quién hablar.
—No creo en eso. Se ha estado viendo muy desordenada últimamente. —Se encoge
de hombros—. Tal vez está algo enferma.
El novio de una chica de mi piso está haciendo una fiesta con temática de los
setenta, y es ahí dónde me encuentro. Hay un cúmulo de personas, gritando, la música
explotando, luces parpadeando, e incluso hay una bola de discoteca dando vueltas en el
techo. Sin duda esto será divertido y fuerte. Justo lo que necesito para relajarme.
—Cambiaste de opinión.
Tomás, un chico que me ha estado pidiendo para salir desde hace días pero siempre
le doy una excusa, se me acerca.
—Te ves genial —dice, sus ojos inspeccionándome de arriba y abajo, deteniéndose
en mis piernas.
Fue difícil encontrar algo para ponerme, pero afortunadamente una amiga me
prestó un vestido naranja bastante casual.
Es ahí cuando descubro que realmente no sé cómo bailar disco. Unos cuantos se ríen
de nosotros, cuando intentamos hacer el paso de “Footlose”
—Biología.
—Lo siento, no quise ponerte depresiva —dice, riendo—. Déjame traerte un trago.
Abro mi boca para decirle que no soy mayor de edad, pero por supuesto él ya debe
de saber eso. La única vez que tomé alcohol en una fiesta, fue ese verano con Peter. En la
casa de uno de sus amigos. Él me trajo Ron con Coca Cola.
—Eh…Ron con Coca Cola —digo, porque sé que fui capaz de soportar eso esa
noche.
—Salud. —Golpea su vaso contra el mío—. Para nuevas aventuras con nuevas
personas.
No sabe nada parecido a la bebida que tuve en la fiesta con Peter. Y ahora, casi dos
años después, me doy cuenta del por qué. Peter nunca puso ron en mi bebida.
Ese pequeño pesado. Ese pequeño pesado sumamente protector, imposible,
exasperante, y absolutamente dulce.
En ese momento lo extraño tanto que mi estómago duele. O podría ser el ron.
La chica que está sentada a su lado se inclina hacia él para susurrarle algo al oído, y
él ríe y asiente hacia ella.
Mi estómago se retuerce.
—Oye, ¿a dónde vas? —dice la chica—. ¡Thiago! ¡Regresa! Aún tenemos que pasar
por otra ronda.
No tengo que tocar su mente para saber que está borracho. Pero debajo del olor a
alcohol puedo sentir que está enojado por algo. Algo que ha sucedido desde que lo vi
esta tarde.
Se quita el cabello de sus ojos y cruza la habitación hacia mí, caminando en casi una
línea estrecha. Yo retrocedo para dejarlo pasar a través de la puerta, pero él coloca su
mano en mi brazo desnudo y me empuja a una esquina. Sus ojos se cierran
momentáneamente mientras su energía pasa a través de mí; luego se inclina hacia mí
hasta que su nariz está casi tocando la mía, su aliento sorprendentemente dulce
considerando las cochinadas que lo he visto tomar. Quiero ser casual sobre esto: es una
fiesta, después de todo, l agente toma, y sí, hay chicas en esa habitación lanzándose
hacia él, pero realmente él está caliente, es inteligente y gracioso. Y no es mi novio, me
recuerdo. Nunca hemos estado en una verdadera cita. No estamos juntos.
Aún así, su toque envía mariposas en mi estómago.
—Justo estaba pensando en ti —dice, su voz áspera, sus pupilas tan grandes que
hacen que sus ojos se vean negros—. Chica de los sueños.
Mi rostro se pone caliente, tanto por lo que está diciendo y por lo que está sintiendo.
Quiere besarme, quiere sentir mis labios de nuevo, tan suaves, tan perfectos para él,
quiere sacarme de esta estúpida casa ruidosa a algún lugar donde pueda besarme.
Estamos a mitad del camino donde literalmente nos chocamos con Tomás, a quién
lo había dejado a solas sin ninguna explicación, apenas escuché el nombre de Thiago.
—¿Quién es…?
Tomás nos mira, bueno, bastante inseguro y dudoso, y dolido. Thiago le da una
palmada en el hombro y se mueve más allá de él.
—Que tengas una linda noche.
Algo me dice que Tomás no me va a volver a decir para volver a salir jamás.
Estoy aliviada que el aire frío nos de la bienvenida apenas salimos. Hay una banca
en el porche, y llevo a Thiago hacia ésta. Él se sienta, luego abruptamente coloca su cara
en sus manos. Gruñe.
—No me toques, ¿de acuerdo? No creo que pueda soportarlo de esta manera.
—¿Viste que dijiste que Ángela pudo ver su visión al caminar en esa cosa en la
Iglesia? Bueno, yo también lo hice. Fui ahí.
—¿Tuviste la visión?
—Sí. Quiero decir, no en la iglesia. Pero más tarde la tuve. —Trago con fuerza—. Te
vi con la espada.
—¿Luchando? —pregunta.
—Creo que estamos teniendo la misma visión. ¿Viste con quién estaba peleando?
—No sé qué hacer. Sólo sé que cuando estoy ahí, en esa habitación, sólo tengo un
pensamiento abrumador. Tengo que mantenerte a salvo. Daría mi vida por protegerte
Mar —dice—. Eso es lo que siento. Moriría por protegerte.
***
Retiro el cabello de su rostro, mis dedos colgando cerca de su cabeza. Él cierra los
ojos. Muevo mis manos a su frente y llamo a la gloria hacia mis dedos, mientras éstos
mandan un poco de energía a Thiago.
Cierro la puerta detrás de mí, luego me tomo un minuto para recostarme contra la
pared y recuperar el aliento.
***
Ángela no se presenta a la clase que llevo con ella. Tampoco presenta su tarea. Lo
que significa, de acuerdo a las reglas del sílabo, que no aprobará el curso.
La idea manda un escalofrío sobre mi cuerpo. Ángela, una estudiante con excelentes
notas, amante de lo poético, va a reprobar su primer curso o materia de poesía en la
universidad.
Tengo que encontrarla. Hablarle. Ahora mismo. Haré lo que sea necesario.
—Estaba en la habitación, la última vez que la vi —me dice—. ¿Por qué? ¿Sucede
algo?
Sin decir nada, me alejo y me dirijo hacia nuestro edificio. Pero, me detengo cuando
estoy al frente, porque un cuervo está situado encima de mi bicicleta de nuevo.
Retrocedo un paso.
—¿Qué haces aquí? —susurro—. ¿Qué quieres? Si estás aquí para matarme,
entonces hazlo —agrego—. De otra forma, tengo cosas qué hacer.
El ave se mueve y luego, sin advertencia, se va. Vuela hacia mí, rozando mi mejilla y
se dirige hacia arriba, hacia el cielo nublado.
***
Golpeo la puerta.
Ella abre la puerta y yo hago mi camino hacia adentro antes que proteste. Una
mirada rápida alrededor revela que las compañeras de habitación no están aquí. Lo que
es bueno, porque está por ponerse feo.
—¿Qué quieres decir, qué quiero decir? —chillo—. Has estado rara. Todos han
estado hablando sobre su relación con Piero. Por Dios, es el Psicólogo….
Ángela coloca una mano en su cadera. Noto que está usando ropa ancha y grande,
desordenada, ligera. Su cabello está suelto, cae largo por su espalda, no tiene zapatos ni
medias ni tampoco maquillaje por ningún lado. Tiene ojeras también.
—¿Estás bien? —pregunto.
—Estoy bien. Cansada, eso es todo. Estuve despierta toda la noche trabajando en mi
ensayo.
—Bueno, veamos. Mi papá se presentó diciendo que quiere entrenarme a usar una
espada de gloria, porque aparentemente voy a tener que luchar en algún momento de
mi vida. Y sí, estoy teniendo una visión donde alguien está intentando matarme, lo que
funciona bien con la teoría de mi padre. Y eso no es todo. Thiago está teniendo la misma
visión, excepto que él no me ve sosteniendo la espalda. Él me ve débil y cubierta de
sangre. Así que tal vez voy a morir.
—Eso es lo que sucede cuando no devuelves mis llamadas —digo—. Ah, y volví a
ver al ave de nuevo, y sentí tristeza esta vez. Definitivamente es Sam.
Se inclina contra el marco de la puerta como si todo esto la hubiese dejado sin
aliento.
—¿Estás…enferma?
Nunca he estado enferma, realmente enferma. Nunca he tenido un resfrío, o fiebre,
nunca he sido envenenada con la comida, nunca he tenido una infección de oído o dolor
de garganta. Y Ángela tampoco. Los ángeles de sangre no se enferman.
—¿Angie, qué sucede? Deja de decir que todo está bien y suéltalo.
Abre su boca para decir algo, pero de pronto gruñe y corre hacia el baño, donde
escucho el inconfundible sonido de vómito.
—No, definitivamente no estoy bien. Ay, Mar, ¿no es obvio? —Se aparta el pelo de
la cara y me mira con ojos brillantes—. Estoy embarazada.
—Estás…
—Ay, Angie… —Sigo sacudiendo mi cabeza, porque no hay forma que esto pueda
ser verdad.
—Ya he hablado con la doctora de la universidad, y con tres o cuatro personas en
administración. Voy a ver si puedo continuar aquí hasta después de las vacaciones de
invierno, y luego ausentarme. Me dicen que no será problema. Stanford estará ahí
cuando decida regresar; esa es la política cuando se trata de esta clase de situaciones.
Regresaré a casa con mi mamá.
—Supongo que no quería decirte porque no quería que me vieras como lo estás
haciendo ahora. Contarle a las personas lo hace real.
Su expresión se suaviza.
—Piero. Tuvimos esta noche hace un par de meses, sólo algo que sucedió y desde
entonces, tuvimos nuestros encuentros.
Suspiro.
—Angie, espera.
—Suena a que tienes un montón de cosas de las qué preocuparte —dice, sin
mirarme todavía.
—¿Y tu propósito? —digo—. ¿Qué hay sobre el Siete es Nuestro y el chico del traje
gris?
—No hables sobre ello —dice con fuerza, con los dientes apretados.
Son unas cuantas semanas después, en vacaciones de invierno, que estoy al lado de
Thiago, sosteniendo su mano mientras observamos el ataúd de su tío ser bajado hacia el
suelo. El círculo de personas alrededor es familiar, todos los miembros de la
congregación.
La multitud se aparta, todos se dirigen a casa porque temen que haya una tormenta;
el clima está fuerte hoy. Thiago se queda y yo también lo hago.
Thiago no dice nada mientras los hombres trabajan y llenan el hueco. Un músculo
se mueve en su mejilla. Me acerco más a él, hasta que nuestros hombros se tocan; deseo
que sienta lo que yo sentí con su presencia en el funeral de mi madre. Thiago amaba a su
tío, puedo sentirlo. Está dolido ahora que él ya no está, su sensación de estar sólo en el
mundo.
—Lo sé —dice en voz alta, su voz áspera por resistir las lágrimas.
—Quería hacerlo.
—Dios —dice, luego cubre su cara con sus manos—. Me iré a casa. —Quita las
manos de su rostro y me sonríe—. Pero tal vez cuando regresemos a la universidad. Lo
digo en serio. Una cita oficial.
Una cita. Recuerdo la fiesta de promoción hace dos años, la forma en que me sentí
estar en los brazos de Thiago mientras bailábamos, envuelta por su olor, su calidez,
mirando sus ojos y sintiendo que finalmente él me estaba viendo. Por supuesto, eso fue
antes que Luna tuviese una caída y Thiago optara por llevarla a casa a ella en lugar de
mí.
Él suspira.
—Probablemente.
—No.
—¿No?
Ni siquiera necesito pensarlo. Siempre han sido fuegos, bailes formales y funerales.
¿Acaso no nos merecemos una salida normal por una vez? Y han pasado más de seis
meses desde que terminé con Peter. Debo darle una oportunidad.
Él asiente, luego coloca sus manos en los bolsillos y se aleja hacia su camioneta.
Hay un momento de silencio antes de escuchar pasos. Sam emerge de los árboles.
Nos miramos uno al otro.
—¿Por qué me lo diste? —pregunta después de un largo momento—. ¿Te pidió que
lo hagas?
—La primera vez fue en Francia —dice—. ¿Te contó alguna vez?
Sonríe y me mira.
«Me congelé ahí, me quedé mirándola, sintiéndome tan extraño, y ella hizo una
mueca antes de buscar mi bolsillo, donde siempre tenía un paquete de cigarros. Agarró
uno y devolvió el paquete. Me dijo: Oye Señor, hazte útil y préndeme el cigarro, ¿sí?. Me
tomó un momento darme cuenta lo que quería, y como no tenía un encendedor, se lo
dije y ella agregó: Bueno, bastante suerte tienes, ¿no? Se volteó y me dejó. Pasó un tiempo
antes que le hable de nuevo. Y no mucho antes que me deje besarla….»
—Eres bastante parecida a ella. Cuéntame una historia de ella. Algo pequeño. Algo
nuevo.
—Cuéntame —dice.
Mis pensamientos buscan algo para contarle. Por supuesto que tengo muchas
historias de ella, aleatorias y estúpidas. Pero no quiero compartir ninguna con él.
Nuestras historias no le pertenecen.
Sacudo mi cabeza.
Su mirada se oscurece. No puede hacerme daño aquí, estoy en tierra santificada, pienso.
Pero aún así estoy temblando.
Seriamente, lo dudo. Cuando estoy por irme, creyendo que con eso hemos
terminado, él me detiene.
—¿Por qué?
—Juan Cruz.
—Juan Cruz busca a los Triplare. Siempre ha fantaseado con ser un coleccionista, de
mujeres hermosas, de hombres poderosos, de ángeles de sangre, especialmente con
aquellos con alta concentración de sangre. Si él descubre lo que realmente eres, no
descansará hasta que te sometas a su deseo o te destruirá.
—Todo es muy interesante, Sam, pero no tengo idea de qué estás hablando. Así qué,
bueno, esto ha sido bonito pero hace frío y tengo que estar en otro lado.
***
Estoy pensando en cocinar algo para Emi y para mí, y tal vez empezar a colocar
decoraciones de Navidad, ver si llamo a Cande para ver una película o algo. Necesito un
tiempo normal. Pero primero tengo que parar en la tienda de comestibles.
Insulto a mi estúpido corazón por la forma en que salta cuando lo veo ahí de pie, en
una camiseta blanca y pantalones vaqueros, sosteniendo una canasta con manzanas
rojas, un limón, un paquete de mantequilla y una bolsa con azúcar blanca.
Se refiere a mi abrigo y vestido negro, las botas del mismo color y mi cabello atado
en un nudo.
—Déjame adivinar: mágicamente te estabas transportando a una fiesta lujosa en
Stanford y te perdiste en el camino.
—Vengo de un funeral.
—¿De quién?
Asiente.
No respondo.
Los míos. Lindo. Empiezo a alejarme, porque es lo más inteligente por hacer,
simplemente irme, no enlazarme con él. Pero luego me detengo, me volteo.
—¿Hacer qué?
—Sé que estás enojado conmigo, entiendo tu motivo, pero no tienes que ser así. Eres
el chico más lindo, dulce y decente que conozco. No seas un imbécil por mi culpa.
—Mar…
—Lo siento, Pitt. Sé que quizás no vale mucho que lo diga. Pero lo siento. Por todo.
—Me volteo para irme—. Me alejaré de tu camino.
—¿Qué?
—Este verano. Cuando regresaste de Italia, antes de irte a California. Estuviste aquí
por dos semanas, ¿verdad? Y no llamaste. Ni una sola vez —dice, en tono acusatorio.
—Quería hacerlo —digo, lo que es cierto. Cada día pensé en llamarlo—. Estaba
ocupada —digo, lo que es mentira.
Se ve tan vulnerable ahora, mirando sus botas, sus orejas ligeramente rojas, sus
hombros tensos. Quiero colocar mi mano en su brazo. Quiero sonreír y decir: Claro.
Seamos amigos. Me encantaría. Pero tengo que ser fuerte. Tengo que recordar el por qué
terminamos: él tiene que tener una vida normal, sin ataque de un ángel caído al final de
una cita, donde pueda besar a su novia sin que ella brille como una estrella. Necesita a
alguien normal, alguien que envejezca junto a él. Que pueda proteger de la forma en
que un hombre protege a su mujer y no al revés. Alguien que no sea yo.
Él alza la mirada.
—No, no quiero.
Es mejor así, es mejor así. Él tiene que vivir su vida y yo la mía, intento convencerme.
Se mueve al final de la isla, luego se detiene. Hay algo más que quiere decirme.
—Que tengas una linda vida, Mar —dice—. Te mereces ser feliz.
Mis manos se convierten en puños mientras lo observo alejarse.
Llevamos cinco entrenamientos con las escobas como espadas, junto a Papá y
Thiago. Hemos estado practicando en casa y en la playa, a modo de relajación y
concentración, pero hasta ahora sigue siendo difícil no distraernos, cosa que enoja a
Papá.
—Sip. Pero luego se tomará un tiempo sabático o algo así. Indefinidamente —digo.
—Ríndete —digo.
—No, detente —grito, luchando mientras él lanza una pierna sobre la mía—. ¡No
me hagas cosquillas! No hay cosquillas en un entrenamiento. ¡Thiago! —Río sin poder
evitarlo.
Thiago y yo nos detenemos para mirarlo. Ambos nos habíamos olvidado que él
estaba aquí. Thiago se aparta, se pone de pie y me ayuda. Papá le entrega su escoba.
—Esto se trata de vida o muerte, Mar. Esperaba más de ti. Esperaba que lo tomes
seriamente.
—Ella lidia con la tensión haciendo bromas —dice Thiago—. Sabe que es algo serio.
Nos sentamos en línea cerca de la orilla, observando las olas. Miro a Thiago y
sonrío, le mando un abrazo mental para asegurarle que estoy bien.
—De algún modo —le dice Papá a Thiago—. Sólo soy su padre.
—Es verdad —dice Papá—. En una batalla uno a uno con un ángel, no podrás
ganar. No sólo es el poder, la rapidez, y la fuerza, sino también la experiencia.
—Entonces, ¿cuál es el punto? —pregunta Thiago—. Si no podemos pelear contra
un Ala Negra y ganar, ¿por qué mi tío intentó enseñarme? ¿Por qué nos estás enseñando
a usar la espada de la gloria?
—Los Alas Negras no suelen hacerte daño directamente. Aún son ángeles, después
de todo, y para hacerle daño a alguien bueno, va en contra de nuestro diseño. Le
causaría un gran dolor. Por eso prefieren usar Minions para infligir daño físico.
—¿Minions? —repito.
—Ángeles de sangre —dice él—. Los Alas Negras hacen su trabajo sucio a través de
los Nephils. Y los Triplare son los más poderosos de los Nephils.
—¿Así que en la visión estamos peleando con otros ángeles de sangre? —concluye
Thiago.
Papá asiente. Relaciono lo que me dijo Sam en el cementerio, sobre Juan Cruz.
—Sí —dice Papá, leyendo el pensamiento—. Juan Cruz es muy peligroso. Tal vez el
más peligroso y la peor maldad de las Alas Negras. Sin duda. Él toma lo que quiere, y si
te ve, si sabe qué eres, te llevará. Ha matado y esclavizado a muchos Triplare.
—No —dice Papá—. Hay pocos como tú. De hecho nunca hay más de siete
caminando en la Tierra al mismo tiempo. Y hasta el momento Juan Cruz está en
posesión de al menos tres.
—Siete —dice Thiago, casi para sí mismo—. Así que estás tú, yo, Stefano…eso sólo
deja uno más.
El Siete es nuestro.
***
—Le contaré cuando regresemos a California —le digo a Thiago cuando estamos de
regreso en mi casa, sentados en el sofá—. Mientras más rápido lo sepa, mejor.
—De acuerdo. ¿Quieres ir el martes por la noche a tomar el café ya que perderemos
el Sábado?
—Por supuesto. —Me muerdo el labio—. Y pensé, que tal vez, si quieres, podríamos
empezar a hacer ejercicio por las mañanas. Sé que se supone que deberíamos estar
entrenando para usar la espada, pero sería bueno ir a correr o algo así.
Me encojo ante la idea de despertarme temprano, pero creo que será algo bueno.
—De acuerdo —dice con una sonrisa—. Sólo recuerda que fue tu idea.
—¿Ingeniería Estructural? Eso suena serio. —Entrecierro mis ojos hacia él.
—Sí. Llevaré una clase de bioquímica, que estoy segura que explotará mi cabeza.
—Así que podemos ir a correr en las mañanas y entrenar por las tardes.
—De acuerdo.
—Y no hagas planes para el próximo fin de semana —agrega.
—¿Por qué?
—Iré a una cita contigo. Antes que las cosas se pongan locas.
Cena y Cine
Fue difícil pero finalmente logré contarle lo que sabía sobre Juan Cruz y el Séptimo
Triplare a Ángela. Ella estuvo sorprendida, por supuesto, pero no hemos vuelto a hablar
del tema. Parece que ha decidido preocuparse por ello después, enfocándose en ser
Cupido y juntarme con Thiago.
—El negro —dice de nuevo, apuntando el vestido que cuelga de mi mano izquierda.
Me meto al baño y me pongo el vestido. Es uno corto, sin mangas, y que se ajusta el
cuerpo. Ángela tenía razón. Es perfecto para una cita. Luego me acerco al espejo que
cuelga en la parte trasera de mi armario y me contemplo, pensando cómo debería llevar
el cabello.
Lo hago y a los pocos segundos hay un golpe en la puerta. Corro a abrir. Thiago está
en el pasillo, usando un pantalón beige y una camisa azul, con las mangas remangadas.
Huele a perfume y a crema de afeitar.
—Para ti.
Me sigo adentro. Busco algo para usarlo como envase, pero sólo encuentro una taza.
La lleno de agua y coloco las rosas en mi mesa.
—Hola Thi —dice ella, pero no deja de escribir—. Mar dijo que podía quedarme
aquí mientras ustedes no estaban. Necesito alejarme de mis compañeras de habitación.
Me están tratando como un episodio de MTV de 16 años y Embarazada. Veo que…has
traído rosas. Muy lindo.
—Sí, lo intento —dice con una mueca. Luego me mira—. ¿Estás lista?
Cuando ambos estamos en su camioneta, Thiago coloca la llave del auto, pero éste
no lo enciende.
—En buena hora —digo—, porque me estaba preguntando, el motivo de las flores y
todo.
—Pero…
Alza su mano.
—Sé que eres una mujer independiente, moderna y libre. Lo respeto, y entiendo que
eres capaz de pagar tu propia comida, pero aún pagaré el cine, y la cena, y lo que sea.
¿De acuerdo?
—Pero…
—Y aunque lo esté pagando, no significa que espero algo de ti. Quiero que te sientas
bien esta noche, eso es todo.
***
—La mejor cita —respondo—. Buena película, buena comida, buena compañía.
Tiemblo.
Inmediatamente estoy envuelta por su olor. Me hace regresar a la primera vez que
usé su chaqueta, la noche del incendio, cuando la colocó sobre mis hombros. Ha pasado
como un año desde entonces, pero la visión aún queda en mi mente.
No sabe qué más decir. Quiere decirme lo hermosa que soy, cómo lo hago sentir,
cómo se siente fuerte conmigo, cómo quiere colocar mi cabello detrás de la oreja y
besarme, y tal vez esta vez yo devolverle el beso.
Me quedo sin aliento. Tengo que dejar de ser tan gallina, pienso. No es que le tenga
miedo, porque él me hace sentir más segura que nadie. Pero tengo miedo de dejar ir, de
dejar que suceda lo que está escrito. Tengo miedo de perderme.
—¿No lo haré?
—No conmigo —dice—. Sabes quién eres. No dejarás que nadie te quite aquello.
—Mar —dice.
—Yo…
—No lo hagas.
—Sólo…no lo hagas.
—No te odio —dice con fiereza. Suspira—. Pero desearía que pudieses olvidarte de
él.
—No lo suficiente.
Sacude su cabeza y empieza a caminar hacia la pista. Voy detrás de él, luchando por
ponerme los zapatos mientras camino.
—Iré a casa por mi cuenta —digo, retrocediendo un paso—. Anda tú. Lo siento.
—No. Yo debo…
Sacudo mi cabeza.
Miro alrededor y es ahí cuando me doy cuenta en dónde estoy. Estoy en una
granja…una granja muy familiar.
Mierda.
Me dirijo hacia la puerta, pasando los establos de caballos. Midas mueve su cabeza
en forma de saludo, sus orejas se inclinan hacia adelante, sus ojos puestos en mí y en la
bola brillante en mi mano.
—Hola guapo —le digo, acariciando su nariz con mi mano libre—. ¿Cómo estás?
¿Me extrañas?
Se inclina hacia abajo y lanza un aliento mojado y lleno de olor en mi cuello, luego
gentilmente acaricia mi hombro.
Es Peter.
—¿Te asusté?
Baja la pistola.
Aún está usando su piyama de franela con botones, debajo de un abrigo grande.
Coloca la pistola en una mesa y se acerca a Midas, quién está lanzando su cabeza hacia
atrás y golpeando la puerta.
—Obviamente.
Peter sonríe, y agarro más caramelos de su bolsillo, y por un minuto las cosas
parecen normales entre los dos.
—Te ves bien —dice Peter, mirándome apreciativamente, hacia mi cabello suelto y
mi maquillaje—. Esta vez no es un funeral.
—Una cita.
Estoy tentada a mentir, decir que estaba con un grupo de chicos, sin hacer nada
especial. Pero, soy mala mintiendo y Peter es bueno dándose cuenta de ello.
—¿Importa?
—Peter…
—Nah, está todo bien —dice—. Supongo que debería haber esperado que él haga su
movida, ahora que nosotros hemos terminado. ¿Cómo les fue?
Lo miro fijamente.
—Bueno, tienes razón —dice—. ¿Tenemos que seguir adelante, verdad? Pero desde
mi punto de vista, hay algo muy grande que no nos deja avanzar.
—Quería decirte que siento haber sido un idiota contigo. Tenías razón, me he
comportado como un imbécil.
Él asiente.
—Aún así, no hay escusa. No eres la peor cosa que podría aparecer de pronto en mi
vida.
—Nop.
Reímos, y se siente bien. Se siente como los viejos tiempos. Pero luego pienso, tal
vez yo soy la peor cosa que podría aparecer en su vida. Me está mirando con un destello
de nostalgia en sus ojos. Pero no puedo acercarme a él, no soy buena para él.
—De acuerdo.
—Está bien —sonríe, hoyuelos formándose, luego se dirige hacia la puerta—. Tal
vez te veré por ahí, Zanahoria.
No, no lo harás, pienso. Tengo que detener esto. No puedo seguir viniendo aquí.
Tengo que alejarme.
***
—Caray —dice—. Tenías razón cuando dijiste que era como la película Star Strek. Es
genial.
Se encoge de hombros.
—Hombres.
—Hombres.
—Eh, sí.
Asiente entusiasta.
—No puedo creer que no lo haya reconocido antes. Todos estos momentos que lo he
visto en mi visión, y no sabía nada de esto.
—Perdí mucho tiempo sintiéndome apenada por mí misma —dice—. Pensé, desde
que esto sucedió —asiente hacia su pequeño bulto—, que había malogrado todo. Pero
no lo he hecho. Se supone que debió pasar esto. Está en el destino.
—Claro que tienes razón —estoy de acuerdo—. ¿Pero, por qué Camilo vendrá?
¿Cómo sabrá que tiene que encontrarse contigo ahí?
—Eso es fácil. Le mandé un correo.
—Pero Ángela....
—Él vendrá, y le contaré —dice firmemente—. ¿No ves lo que esto significa, Mar?
No lo hago.
Dudo mucho todo esto. Pero por una vez, espero que ella esté en lo correcto.
DIEZ
Me quedo mirando mi celular, aquel que yace sobre mi regazo. Busco entre mis
contactos y encuentro a Thiago…Deseo llamarlo, pero luego suspiro y guardo el
teléfono de nuevo. Thiago no me ha hablado por más de un mes, ni siquiera en clase. Su
orgullo ha sido herido. Y, lo entiendo. Yo también estaría enojada si estuviera por
besarlo, luego de haberle dicho lo que sentía, para que al final él esté pensando en otra
chica.
Escucho el sonido de un cuervo sobre mi cabeza. Alzo la mirada, hacia las hojas del
árbol, y ahí está Sam, mirándome.
Cada vez que lo veo, aunque intento no ser cobarde sobre el tema, siempre siento
miedo porque no sé si algún día querrá matarme.
—¿Acaso tienes corazón? —pregunto, con un tono pesado, sin poder evitarlo.
—Claro que tengo un corazón —dice, ofendido—. Puedo ser herido, como cualquier
hombre. Ella me cantó esa noche, mientras bailábamos. Ella olía a rosas.
—Le di esto en la entrada de su casa, antes de despedirnos. Todo ese verano dejaba
amuletos para que ella encuentre. Esto —señala con un dedo un amuleto en forma de
pescado—, por la primera vez que la vi en laguna. —Toca el caballo—. Este por el día en
que cabalgamos por la costa de Francia después que el hospital donde ella trabajaba fue
bombardeado.
—No quiero que haya una segunda vez —digo, deteniéndome—. No sé por qué
estás haciendo esto, lo que quieres de mí, pero ya no quiero escuchar esas cosas.
—¿Por qué? ¿Para que puedas lanzarme en mi cara que tuviste un amorío
apasionado con mi madre?
Él sacude su cabeza. Y luego me doy cuenta: él quiere que lo sepa porque no hay
nadie más con quién pueda compartirlo. A nadie más le importa.
—Adiós, Sam.
***
Toco la puerta de Thiago. Él está sudando cuando la abre, con una toalla colgando
sobre su cuello. Está sorprendido de verme, desearía que hubiese llamado primero.
Su mandíbula se tensa.
—Aún estás enojado conmigo, y creo que es razonable. Pero necesitamos hablar.
No responde. Involuntariamente, sus ojos se mueven hacia una foto enmarcada, una
foto en blanco y negro de una mujer alzando a su hijo en el aire. La foto está algo
borrosa, pero sin duda el niño es Thiago a los cuatro o cinco años. Thiago y su mamá.
Juntos, felices. Ambos están riendo. Casi puedo escucharlos al verlos, casi puedo sentir
la felicidad. Me hace sentir triste el pensar que perdió a su mamá cuando era muy
pequeño. Y ahora a su tío también.
Me volteo para mirarlo. Está de pie, con sus brazos cruzados sobre su pecho.
—Ya sabes, si vamos a tener una conversación, vas a tener que hablarme. Con
palabras, con cosas —digo.
—¿Te dejé? —repito, incrédula—. ¿Estás enojado por eso? Fuiste tú quién quiso que
me vaya.
—No quiero está enojado contigo sobre lo otro —dice, sin encontrar mis ojos—. No
puedes controlarlo. Pero luego desapareciste —dice, y siento el dolor en su voz—. Te
fuiste.
—Lo siento —digo.
—¿A dónde fuiste? —pregunta—. Fui más tarde a tu habitación, para disculparme,
pero Ángela me dijo que no habías regresado todavía.
Lo miro, me atrapó.
Me pregunto si lo hará sentirse mejor el saber que mi conversación con Peter esa
noche no fue mejor que la suya.
Dios. Hombres.
—De acuerdo, no vine aquí a hablar de nosotros —le digo—. Vine a hablarte sobre
Ángela.
—No ha tenido el bebé —digo—. Aún no. Pero mañana irá a hablar con Camilo
sobre ello.
—Mala idea dice, sacudiendo su cabeza—. No debería decirle a nadie sobre el siete.
Especialmente no a Camilo.
—Él noo es buena noticia —admito—.Él no está…feliz. Pero supongo que veremos
qué sucede. Ángela está determinada a hacer esto. Te llamaré mañana cuando regrese.
—Me dijo que la acompañe. Bueno, me dijo que yo iba a ir, así que lo haré.
—No hay forma. Es muy riesgoso. Él es un ángel. Podría descubrir quién eres.
—Escuchaste lo que dijo tu padre sobre ángeles ambivalentes. Él es peor que un Ala
Negra, dijo tu padre.
Me detengo.
—Tú, de todas las personas, deberías saber que no siempre sucede lo mismo que en
la visión—dice.
Alzo mi mano.
***
Así que finalmente llega el gran día, 13 de Febrero, el día en que se cumplirá el
destino de Ángela. Ambas nos dirigimos hacia el lugar indicado para encontrarnos con
un ángel. Ángela está tan emocionada, su piel está brillando y sus ojos también. Se ha
vestido para la ocasión, completamente maternal y toca su panza, sintiendo a su hijo, y
sintiéndose como la madre que es.
Ahí está él. De pie, con su espalda hacia nosotros, con un traje gris como ella lo
describió.
Oh por Dios.
—También estoy mejor por verte —dice ella y se aleja apenas, mirando al suelo.
Acaricia su panza con su mano. La sonrisa de él se desvanece cuando sus ojos viajan
hacia su cuerpo. Juro que veo cómo el color de su cara va palideciendo.
—Tú me pasaste —dice ella, con una burla en su voz—. Es tuyo, Camilo.
Un escalofrío pasa por mi cuerpo. Por el rabillo del ojo creo ver el aleteo de un alas
negras, pero cuando miro hacia ese lugar ya no veo nada. Regreso mi atención a Camilo.
Él saca su mano y la coloca en su panza, sus ojos aún incrédulos, y por unos cuantos
segundos creo que todo irá bien, como dijo Ángela. Él cuidará de ella, protegerá a los
dos.
Él alza la mirada.
—Camilo —dice ella, alarmada—. Sé que estás aturdido. También lo estuve yo,
créeme. Pero se supone que esto debía de suceder, ¿no lo ves? Esta es mi visión, mi
propósito. He visto este momento desde que tenía ocho años. Eres tú, Camilo. Podemos
estar juntos. Se supone que debemos de estarlo.
—Pero te amo —su voz se quiebra—. Mi corazón ha sido tuyo desde la primera vez
que te vi en la iglesia. Tú también me amas. Lo sé.
Ella busca en su bolsillo y saca un ultrasonido, como una foto de un bebé, como si
eso pudiese cambiarle su mente, pero él atrapa su mano y cierra sus dedos sobre el
papel antes que ella lo pueda abrir. Su mirada se alza hacia sus ojos, alza su otra mano
hacia su rostro, sus dedos acariciando su mejilla, y por un segundo él se ve dolido.
Luego desaparece. Sin decir adiós. Sin decir Lo siento, pero estás por tu cuenta, querida.
Simplemente se ha ido.
—Está bien —digo, una y otra vez, como si eso lo convirtiera en verdad.
Ella me mira con lágrimas en sus ojos. Sus manos están temblando cuando la ayudo
a levantarse, pero no me deja que lo haga. Está al tanto de todos los estudiantes
mirándonos, así que alza su cabeza y empieza a caminar de regreso. Intento colocar mi
brazo alrededor de ella, para ayudarla, pero ella me aparta.
***
De pronto, Ángela ríe como si todo esto fuera realmente gracioso, como si Camilo le
hubiese hecho un truco.
—Oh, Angie.
—No me toques —dice, afiladamente—. Por favor…no quiero que leas mi mente.
Las visiones empiezan a venir con mayor frecuencia durante todo Febrero e inicios
de Marzo. Divido mi tiempo entre estudiar para la universidad y prepararme para lo
que vendrá en la habitación oscura.
Las cosas entre Thiago y yo están tensas, pero hemos vuelto a vernos cada mañana,
para caminar y hablar un poco. Sobre todo en general.
Justo entonces, cuando ya había decidido que era momento de irme, una chica con
cabello largo, de color negro oscuro, entra al restaurante, y algo sobre ella me hace
detenerme. Dice el nombre de Stefano y él alza la mirada antes de sonreír. Dios mío,
realmente sonríe, algo que no lo he visto hacer desde que Mamá admitió que estaba
muriendo.
Ella debe ser Martina, la chica que se ha robado el corazón herido de mi hermanito.
De pronto, se están sosteniendo las manos por encima de la mesa. Stefano está
riendo, realmente riendo, su rostro completamente encendido, sus ojos brillantes. Ella lo
hace feliz.
Él está bien. Debería irme.
Pero, como la mala suerte me acompaña, justo en ese momento, una familia en el
restaurante se levanta y Stefano se acerca a ellos. En ese instante, sus ojos me ven y es
imposible que me esconda. Su boca se abre y luego Martina se voltea hacia mí y se
queda mirándome.
Me volteo de un envión.
—Te lo sigo diciendo, estoy bien. ¿Quieres regresar conmigo? Puedo darte un poco
de pizza gratis.
—De acuerdo —digo—. Ninguna historia de cuando tenías tres años y te hiciste
popó en el jardín del vecino.
—¡Mar!
Abre la puerta para mí. Martina aún sigue donde estaba, sus ojos curiosos. Sonríe
cuando nos acercamos.
—Sip.
—Debe ser difícil. Nunca me gustó la universidad. Fui tan feliz cuando me gradué.
—Hace dos años. —Se encoge de hombros—. Estoy contenta de haber salido de ese
agujero.
—Sí y no —dice—. Mi padre tiene un sitio de tatuajes no tan cerca de aquí, pero los
chicos que trabajan ahí les gusta comer aquí. Así que paso por aquí regularmente.
Él sacude su cabeza.
—No.
—Las palabras fueron su idea —dice Stefano—. Estoy ahorrando para el próximo.
Aparto mi mano.
—Está bien.
—Dios, odio esa palabra. Esto no está nada bien. Estás yendo a discotecas,
colocándote tatuajes, tomando, y saliendo con una chica mayor.
—¡Es ilegal! —Cierro mis ojos y acaricio mi frente, tomo un respiro—. De acuerdo,
Stefano. Esto es suficiente. Deberías venir a casa ahora.
—¿No has escuchado nada de lo que te dicho, verdad? Donde estaba no era mi casa,
nunca.
—Le he dicho todo —dice, alzando su mentón—. Está bien. Puedo confiar en ella.
Sacude su cabeza.
—Martina no es como ella. Ella lleva bien todo lo paranormal. Me acepta por lo que
soy. Incluso hemos hablado sobre la religión. Es tan inteligente, y lee todos estos libros.
Si dejaras de juzgarla, vería que es la chica perfecta para mí.
—¡Eres un tonto! Nos están poniendo a todos en peligro. ¿No lo entiendes? ¿No
entiendes que gente podría quedar herida, incluso asesinada, si no mantienes lo que
somos en secreto?
—Así que deja de actuar como ella —me interrumpe—. Tengo que regresar.
***
Lo que nos trae a finales de Marzo, y unos cuantos días antes de nuestras vacaciones
de invierno. Estoy por sentarle en mi clase de literatura, cuando me llega un mensaje.
Una hora después, estoy mordiéndome las uñas, esperando alguna noticia más de
Ángela, cuando Thiago toca mi puerta.
—Me mandó un texto hace unas cuantas horas atrás, y no sé si ya ha dado a luz o
no. Me dijo que no vaya al hospital hasta que me llamara, pero…
—¿Quieres decir que nos llevarás a los dos hasta allá? ¿Puedes hacer eso?
—De acuerdo.
—No es tan fácil. Puedo hacerlo, pero usualmente me toma un tiempo. Pero no
puedo cruzar.
Cierro mis ojos, pienso en el jardín de mi casa, los árboles, el sonido de nuestros
alrededores. La luz a nuestro alrededor se intensifica, rojo detrás de mis párpados.
Luego se desvanece.
La granja de Peter.
Mierda, tal vez fue bueno que Thiago no haya llegado. Saco mi celular.
Está bien. Llegaré de la forma tradicional. Te veo en un par de día. Saluda a Ángela por mí.
—Estaba ocupada —dice, y hay un hueco en su voz que hace que mi corazón salte.
Se encoge de hombros.
—Fue humillante, y aterrador, y dolió. Pero sobreviví. Dicen que puedo irme a casa
mañana. Nosotros, quiero decir. Podemos ir a casa.
—Yo también lo haré —digo—. En serio. He terminado con mis exámenes. Tengo
como dos semanas libres.
—No sé nada sobre bebés, pero estoy aquí para ti, ¿de acuerdo? —jadeo.
—Gracias Mar.
DOCE
Finalmente llegó el día en que pude visualizar la espada de gloria de la que hablaba
papá. Sólo consistió en pensar en algo que sabía que era verdaderamente perfecto y que
me hacía sentir feliz: como el hecho de que Papá es papá, que soy su hija. Así como llegó
ese día, también lo hizo el final del entrenamiento.
Sonrío.
—Sí, señor.
***
—Escuché noticias de Ángela —dice Cande mientras salimos del teatro uno días
después.
Asiento. La última vez que la llamé, escuché a Joaquín llorando todo el rato,
mientras ella me contestaba monótonamente, y se quejaba de lo difícil que era hacer
todo sola y con el corazón herido.
Nos dirigimos hacia la plaza, donde hay un arco con cuatro esquinas. Aquel arco
que vi por primera vez cuando llegamos a la ciudad con mamá y Stefano. Parece hace
tanto eso.
Caminamos hacia el parque y nos sentamos en una banca. En uno de los árboles,
sobre una rama, hay una pequeña ave mirándonos, pero me rehúso a mirarla fijamente
para comprobar si es quién creo que es. No he visto u oído mucho de Sam en estos días,
solo dos veces desde Febrero, y en ninguna de las dos veces me habló, no entiendo por
qué. Tomo un sorbo de la bebida que me compré y suspiro.
—Lo sé —dice Cande—. No has hablado mucho de tu vida. ¿Cómo está Stanford?
—Bien.
Ella asiente.
—¡Cande!
Ella sonríe.
—Estoy saliendo con un chico, gracias por preguntar. Está estudiando
Comunicaciones, y estuvimos juntos en una clase el semestre pasado, y lo ayudé con
unos ensayos. Es lindo. Me gusta.
—Somos amigos —balbuceo—. Quiero decir, hemos tenido una cita. Pero…
—Me gusta. Me hace reír. Siempre está ahí para mí, cuando lo necesito. Me
entiende. Es increíble.
—Suena como una pareja ideal —dice—. Así que, ¿cuál es el problema?
—Nada. Me gusta.
—Sí.
Tengo el presentimiento que sabe que esto está relacionado a su gemelo. De pronto
se escuchan gritos y jolgorio al otro lado de la pista. Un teatro hecho por los cowboys.
Sigo a Cande hacia la acción. Los actores han traído a una multitud alrededor. No puedo
escuchar lo que dicen, pero noto que todos los actores tienen rifles y pistolas de mentira.
—Considérame entretenida.
Disparos suenan en el aire. La multitud ríe cuando uno de los actores se tambalea
dramáticamente, luego muere y cae al suelo.
Sé cómo se siente.
No puedo dejar de pensar en lo mucho mejor que es ella para él que yo.
Por diez largos segundos nos quedamos ahí, en medio de la multitud de turistas,
mirándonos uno al otro.
Luego Cande jala mi brazo y mis pies mágicamente empiezan a funcionar de nuevo.
Volteo y corro, sí corro, y estoy como tres cuadras de la esquina, antes de detenerme.
Espero a que Cande me alcance.
Caminamos hasta mi auto. Cuando ambas estamos con el cinturón puesto, listas
para irnos, ella saca las llaves del encendido.
—No importa. He continuado con mi vida, y él también. Claramente está con Alison
ahora.
Cande bufa.
—Pero…
—Eres tú, Mar. Eres la única, desde el primer día que te vio. Te mira exactamente
como papá mira a mamá.
—Pero no soy buena para él —digo miserablemente—. Tengo que dejarlo ir.
—Lo dije porque no sabía qué era estar enamorada —dice—. Además, no sabía de
lo que hablaba. —Suspira—. De acuerdo, probablemente no debería decirte esto. Él me
mataría. Pero, Peter aplicó a la universidad este año. Y logró entrar.
—¿Qué? ¿A dónde?
—En Santa Clara. ¿Lo ves, verdad? ¿Sabes por qué es importante?
Asiento, aturdida. Santa Clara está muy cerca de mi universidad. Mi corazón está en
mi garganta.
—Apestas.
—Lo sé. Es mi culpa, en parte. Yo tuve algo de influencia al juntarlos ese verano.
Eres mi amiga y quiero que seas feliz, y él es mi hermano y también quiero que sea feliz.
Creo que los dos son felices juntos, y podrían darse una oportunidad.
***
Fantástico, estoy llorando por Peter. Estoy curvada en posición fetal en el sofá,
acariciando las sábanas y mirando sin sentido alguno el recipiente con palomitas de
maíz que dejé botado cuando decidí no ver ninguna película porque todas eran
románticas.
Estoy recordando ese momento una y otra vez: Alison mirando a Peter, sus ojos
completamente brillantes, y su forma de tocarlo como yo lo hacía. Cómo ella sonreía y él
le devolvía la sonrisa.
Pero aparentemente él irá a una universidad que está muy cerca de la mía. La
posibilidad de eso, de él estando cerca, me hace sentir confusa. Puede que él también
quiera que estemos juntos. Y yo también.
Pero nada ha cambiado, ¿verdad? Yo sigo siendo un ángel, aún brillo, aún tengo
estas visiones. Él sigue siendo él, cálido, gracioso, guapo, lindo, perfectamente normal y
tan extraordinario. Pero cuando lo beso con mucho entusiasmo, lo hago sentirse
enfermo, porque es humano. Y yo no. Cuando él tenga ochenta, yo me veré como de
treinta. No está bien.
Excepto que Papá me dijo que siga mi corazón. ¿Se refería a esto?
Qué rápido llegó, pienso. Pero luego me congelo. Han sido cinco toques….ese es la
señal de Peter.
Mierda.
Doble mierda.
Voy a la puerta y la abro. Odio verme así, después de haber llorado, con los ojos
hinchados, mi piel rojiza. Me fuerzo a mí misma a encontrar su mirada.
—No hay nada de qué hablar. Lo siento si interrumpí tu cita. De hecho este no es un
buen momento. Estoy esperando…
Sacude su cabeza.
—No. Aún me amas.
—No.
—No va a suceder.
—¿Por qué tienes que ser tan denso? —exclamo, alzando mis manos en el aire—. De
acuerdo.
—La cosa es que, he tratado de dejar de pensar en ti. Créeme, lo he intentado, pero
cada vez que logro controlarlo, tú apareces de nuevo.
—Lo que está bien. Siempre estás intentando hacer lo que está bien. Amo eso de ti.
Se acerca, cada vez más, hasta que me mira con el calor familiar en sus ojos.
—¿Por qué, por tu propósito? ¿Porque Dios te lo dijo? Quiero ver eso escrito en
algún lugar, quiero ver un decreto donde diga que tú, Mar, no puedes amarme porque
eres parte ángel. Dime dónde dice eso.
Busca en su bolsillo del pantalón y saca lo que parece ser una Biblia de bolsillo.
—Porque quiero que leas esto —continúa.
—Gracias por la lección del domingo —digo—. ¿No encuentras algo tonto que estés
citando a la Biblia a alguien como yo, quién recibe instrucciones desde la misma fuente?
Peter, vamos, sabes que es más complicado que eso.
—No, no lo es. No tiene que serlo. Lo que tenemos es divino. Es hermoso, bueno y
está bien. Lo siento…. —Presiona una mano sobre su pecho, sobre su corazón—. Lo
siento todo el tiempo. Estás aquí, eres parte de mí. Eres en lo que pienso cuando voy a
dormir y en lo que pienso cuando me despierto.
—¿Por eso es que decidiste terminar conmigo, verdad? Pensaste que iba a salir
herido. Me alejaste para protegerme. Aún me sigues empujando. —Sacude su cabeza—.
Perderte ha sido el peor dolor que existe.
—Oye. ¿Qué te parece esto? ¿Estarás aquí un par de días más, verdad? Estaré en
casa, como siempre. Vayamos a pescar. Vayamos a escalar una montaña. Volvamos a
intentarlo.
Él entrecierra los ojos hacia mí. Su mandíbula sobresale un poco por pura
terquedad.
—Lo sé —dice.
Me acerco a él, cierro el espacio entre nosotros, coloco mi mano brillante contra su
mejilla. Él empieza a temblar.
Sus rodillas tiemblan, pero él lucha. Coloca una mano en mi cintura y me acerca a
él, lo que me sorprende.
Sostiene el aliento y se inclina para besarme. Sus labios rozan los míos por un
instante, y una emoción como la victoria me llena, pero luego se aparta y mira hacia la
puerta. Gruñe.
Mi luz parpadea.
Thiago está sosteniendo una copia de DVD de una película en una mano, la otra
mano en un puño.
—No —digo.
De pronto, siento nauseas y escucho un sonido extraño, como viento en mis orejas,
acompañado de un olor a humo. Thiago se voltea, su rostro arrugado como si estuviera
confundido por lo que ve en mi cabeza. De pronto se ve muy preocupado.
***
La llama prende un lado de la habitación, quemando las cortinas como papel tisúes.
Este lugar será un infierno como en cinco minutos. Mi corazón golpea con fuerza, pero
trago fuerte y me empujo contra mis rodillas, luego hasta mis pies. Tengo que ayudar a
Thiago. Tengo que pelear.
Es un escalón.
Miro alrededor para confirmar lo que ya sé, pero es tan locamente obvio que no
puedo creer que nunca descubrí esto antes. Todo cae perfectamente en su lugar: el tipo
de suelo, los fantasmas, las filas de asientos. Las cortinas, el olor.
Es el llanto de un bebé.
***
—¡Mar!
Abro mis ojos. De alguna manera terminé en el suelo de la sala, y no sé muy bien
cómo. Dos pares de ojos me están mirando, uno gris y otro verde, ambos preocupados.
—Era la casa de Ángela. —Lucho por sentarme—. Necesito mi celular. ¿Dónde está?
Marco el número de Ángela. Suena y suena, y con cada segundo que no contesta,
hace que mi estómago se retuerce. Pero luego, finalmente, hay un clic y hola bajo al otro
lado.
—¡Ángela! —digo.
—¿Mar?
—Acabo de tener mi visión de nuevo, y la habitación oscura es tu casa, Ángela, y el
sonido que escucho es de un bebé. Tiene que ser Joaquín. Necesitas salir. Ahora.
—¿Ahora? —dice, medio dormida—. Son las nueve de la noche. Acabo de hacer
dormir a Joaquín.
—Pero Angie…
—¿Cuánto tiempo has tenido la visión? ¿Casi un año? No hay necesidad de entrar
en pánico. Lo pensaremos.
—Bueno, a veces las visiones son así, ¿verdad? —dice, con la voz dura—. Y uno cree
que sabe qué significan, pero no lo hace.
Suspira como si se diera cuenta que está quejándose de sus problemas conmigo, y lo
siente.
—No puedo correr en medio de la noche por una corazonada, Mar. Tengo a Joaco,
tengo que pensar en él. Necesitamos un plan. Ven a casa mañana por la mañana y
hablaremos sobre tu visión, ¿de acuerdo?
Hay un sonido estridente en el fondo. El sonido hace que los vellos de mi cuello se
ericen.
—Iremos hasta ahí y pondré su mano en ella para intentar hacerla ver lo que yo veo.
Tal vez será capaz de recibirlo. Haremos que entienda. Luego empacaremos y los
llevaremos a un hotel.
—Espera, ¿qué? —Peter nos sigo hacia el porche—. Espera, Zanahoria. Explícame
esto. ¿Qué sucede?
Cruzo la sala hacia una cortina roja que separa la parte frontal de la casa del resto, y
la hago a un lado. Las luces están apagadas.
Arriba hay un sonido de una voz apagada, como una silla arañando el suelo.
Él hace un gesto con su cabeza hacia la esquina de atrás, donde hay una escalera
que va hacia el segundo piso. Las subimos lentamente, con cuidado de no hacer ningún
sonido. En lo alto, nos detenemos y escuchamos. La puerta está cerrada, y se ve una
línea de luz brillando debajo.
Abro mi mente. Por un minuto bajo mis defensas y siento la pena, un dolor
profundamente penetrante, tan fuerte que me hace jadear por aire. Me inclino contra la
pared e intento buscar entre el dolor, para buscar la fuente, pero todo lo que obtengo es
la imagen del cuerpo de una mujer boca abajo en el agua, su cabello oscuro esparcido
alrededor de su cabeza. Él ángel no es Sam, lo sé. Su pena es distinta, tiene que ver más
con la ira. Tiene un deseo de destruir.
—Hay un Alas Negras —le digo a Thiago silenciosamente—. Pena de Grado A. Es todo
lo que puedo obtener. ¿Tú? ¿Puedes descifrar el pensamiento de alguien más?
—Te dije que no eres bienvenido aquí —una voz dice de pronto, baja y asustada—.
Quiero que te vayas.
—Vamos, Ana —responde otra voz, un hombre mayor parece—. ¿Es así cómo tratas
a un viejo amigo?
—Camilo quiere ver al pequeñito, igual que yo. Soy el abuelo, después de todo.
Maldita sea, pienso. Camilo está aquí. Y…¿eso significa que el otro ángel es el padre
de Ángela?
Tiemblo. Este es el súper hombre, el chico malo que hará de todo para destruir a los
Triplare, el hermano que usurpó a Sam como el líder de los Observadores. Muy peligroso,
sin piedad, sin duda. Toma que lo que quiere, y si te ve, y sabe lo que eres, te llevará. Quiero
correr, es mi instinto, correr por las escaleras hacia abajo, sin mirar atrás, pero hago
fuerza con mis dientes y me quedo donde estoy.
—Él no está aquí —dice Ángela—. Simplemente podrías haber llamado Camilo, y te
lo hubiese dicho. No tenías que haber hecho todo este viaje hasta aquí.
—Lo entregué.
—Mmm. —Pensó Juan Cruz—. Me parece que Camilo estaba bajo la impresión de
que conservarías al bebé. ¿No es cierto?
—Él —corrige Ángela—. Y cambié de idea, después que fue claro que me ibas a
dejar sola en esto. Mira, no soy del tipo maternal, tengo diecinueve años. Estudio en
Stanford, tengo una vida. Estar amarrada a un bebé es lo último que quiero hacer. Así
que lo entregué a una familia que sí cuidará de él. Así que parece que han perdido su
tiempo —agrega—. Y el mío.
—Revisen la casa —dice Juan Cruz—. Busquen en todos los escondiste. Estoy
seguro que el bebé anda por aquí, en algún lugar.
Él sacude su cabeza.
—Ellos son más. Son dos ángeles con experiencia, Mar, y tu padre dijo que no seríamos
capaces de vencer ni siquiera a uno.
Muerdo mi labio.
Sacudo mi cabeza.
—Eres mía —dice Juan Cruz con voz dura, empezando a perder la paciencia—. Eres
sangre de mi sangre, carne de mi carne, y el bebé también me pertenece. El siete es mío,
lo tendré.
—No hay bebé —reporta la voz de una mujer—. Pero hay una cuna en una de las
habitaciones.
Ella no responde.
—Ángela —dice Camilo—. Por favor, dile. Sólo dile y te dejará ir.
—No.
Suspira.
Pisadas. Ana deja de rezar mientras es jalada, lejos de Ángela. Luego ella empieza
de nuevo.
—Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo…
—Amén. Espero que Él te esté escuchando —dice J. Cruz—. Ahora, entonces, dinos
lo que queremos saber o tu madre morirá.
—Es un dilema —dice J. Cruz—. Tu madre o tu hijo. Pero considera esto: si nos
dices donde encontrar al infante, prometo que no le haremos daño alguno. Lo criaré
como mi propio hijo.
—Sí, bueno, yo soy tu hija —dice Ángela—. Y eso no ha funcionado nada bien.
Él ríe.
—Entonces sé mi hija, como estas dos chicas lo han sido. Te daré una habitación en
mi casa, un lugar en mi mesa, a mi lado.
—El infierno no es tan malo. Somos libres ahí. Los ángeles son reyes, y podrías ser
una princesa. Y podrás quedarte con tu hijo.
—No. Recuerda lo que te he enseñado —dice Ana—. No te preocupes por mí. Ellos
pueden asesinar mi cuerpo, pero nunca herir mi alma.
—¿Está segura de eso? —pregunta J. Cruz—. Olivia, ven aquí, querida. Tal vez
debamos educarla. Esto —se detiene brevemente—, es una clase especial de cuchillo que
causa grave daño, tanto al alma como al cuerpo. Si digo la palabra, mi Olivia te cortará
tu alma. Creo que ella lo disfrutará.
—Olivia…
—No —dice.
—No servirá. Son muy rápidos. Incluso con la sorpresa de nuestro lado, son muchos. Son
muy fuertes.
—Olivia, querida…
—Excelente.
—Me tienes que prometer que cuidarán de él, que estará a salvo —dice Ángela.
—No tienes intención de llevarnos donde tu hijo. Odio pensar en la trampa a la que
nos llevarás.
—No, juro…
—Me darás lo que quiero. Eventualmente. Unas cuantas horas en el infierno y me
estarás dibujando un mapa hacia el niño, creo. —Su voz se endurece—. Muy bien,
Olivia. Estoy cansado de jugar.
—¡Mamá! —llora Ángela, luchando contra los brazos de alguien—. ¡Mamá! ¡Mamá!
Se mueven hacia la puerta, dándole a Thiago unos cuantos segundos para que me
jale por las escaleras antes de ser vistos. No hay suficiente tiempo para hacer nuestro
camino hasta la calle, así que me empuja dentro de la amplia sala, moviéndonos
ciegamente en la oscuridad.
Ana está muerta. Ángela está siendo llevada al infierno. Y no hay nada que pueda
hacer.
El grupo baja las escaleras, primero Camilo, después Ángela, siendo empujada por
dos chicas idénticamente vestidas. No veo sus rostros, pero sé que son jóvenes, tal vez
de mi edad, o menores. Luego viene un chico, y finalmente otro en un traje negro, que
debe ser J. Cruz. Él alza una mano, y todos se detienen.
Las gemelas discuten por unos minutos entre ellas, enojadas por tener que quedarse
siempre con el trabajo aburrido. Hasta que finalmente obedecen a su padre y empiezo a
oler el humo.
Sé cómo sucederá todo esto, sé que ésta es mi visión. Ésta es la habitación, aquí está
el humo, las dos sombras. Sólo que aún espero que ellas se vayan y todo regrese a la
normalidad. Aún tengo esperanzas de encontrar a Joaco y salvar a Ana.
La bola de fuego se arquea sobre mi cabeza y golpea la pared. Estoy cegada por la
luz.
Aún no me ven a mí. Me escondo aún más mientras observo a Thiago esquivando
otro golpe de la otra gemela, moviéndose más rápido de lo que jamás lo había visto.
El fuego está llenando la habitación con humo negro, que empieza a quemar. El
bebé empieza a llorar de nuevo, más fuerte esta vez, más enojado. Las gemelas se
dirigen hacia el sonido. Pero Thiago las obstaculiza, colocándose entre las dos. Evita que
sigan avanzando. Lo veo con fiereza, dispuesto a todo, pero también lo veo cansado.
Lo amarro bien a mi cuerpo y me dirijo hacia una puerta trasera, que me llevaría a
un callejón detrás de la casa.
Pero antes de tomar tres pasos, encuentro mi camino bloqueado por las gemelas.
Sacudo mi cabeza.
—Sólo adoro a tu hermano, ya sabes. —Se ríe—. Es el mejor novio que he tenido.
Tan atento, tan sexy. Va a ser horrible cuando se entere que su hermana murió. Tan
trágicamente, en un incendio.
Necesito llamar a la gloria, no hay otra salida. Sólo que no sé si las alejará como a los
Alas Negras. Tengo que intentarlo.
Todo lo que siento es oscuridad. Porque voy a perder esta batalla. Thiago lo ha
visto. Voy a morir.
—Necesito que hagas lo que te digo, exactamente lo que digo. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Escucho el sonido de sirenas a la distancia.
—Danos. Al. Bebé. —Olivia está lo suficientemente cerca para poder matarme. Alza
el cuchillo.
Mareada, bajo a Joaco hasta mis hombros y es ahí donde veo a Martina de pie a
unos cuantos pasos de mí, con una máscara de rabia e incredulidad, gritando.
Y Olivia cae a mis pies, muerta. Cortada por la mitad por la espada de Thiago.
—¡Te mataré! —grita Martin, mirándome con sus ojos llenos de furia.
Pero Thiago está conmigo ahora, a mi lado, con su espalda en mano, y las sirenas se
están acercando. En cualquier minuto este lugar estará lleno de bomberos.
—Te juro que te mataré, Mar —dice, mirando hacia la puerta—. Y me aseguraré que
sufras primero. —Una lágrima cae por su rostro antes de voltearse y correr entre la
oscuridad, el humo y hacia la calle.
—¿Estás bien? —dice Thiago, sacudiendo mis hombros—. ¿Te hice daño?
—No —respondo a ambas preguntas, luego veo su sangrado—. Tienes una herida.
—Sobreviviré —dice.
Corremos hacia la salida, hacia el callejón. La noche fría golpea mi piel, mis
pulmones, y puedo respirar de nuevo.
***
—¿A dónde vamos? —pregunto mientras sale a la carretera que nos llevará fuera de
la ciudad.
—No lo sé —dice—. La chica, la que no. —Deja de hablar por un minuto y toma un
gran respiro, como si estuviera evitando no vomitar—. Probablemente llame a refuerzos.
No sé cuánto tiempo le llevará ir al infierno y regresar.
—Martina —murmuro.
Me mira bruscamente.
—Sí.
Sacude su cabeza.
—Eso sólo funciona con las Alas Negras, no con los Triplare. —Toma un gran
respiro—. Tenemos que irnos —dice, lentamente, porque sabe que esto me va a enojar e
entristecer—. Te estarán cazando. Irán tras el bebé, también. Tenemos que irnos lejos de
aquí.
—Pero Ángela…
Sé que tiene razón, pero hay una finalidad que siento en este momento, como si en
el momento en que abandone este lugar, nunca más volveré. Siempre estaremos
escapando, siempre estaremos asustados.
—Mar, por favor —dice suavemente—. Lo resolveremos juntos. Pero ahora mismo
necesito que confíes en mí. Te necesito segura.
Trago con fuerza y asiento. Thiago baja su cabeza por un segundo, aliviado, luego
busca un mapa en el asiento trasero. Lo abre, mostrando el mapa de Estados Unidos.
—Cierra tus ojos y coloca tu dedo en un punto —dice—. Y es ahí dónde iremos.
Lo hago.
Casa de Juguetes
—Mi tío —dice, a manera de explicación—. Podía ver el futuro, no sólo el suyo, sino
el de los otros. Él siempre me dijo que algún día tendría que escaparme.
Intenté darle a Joaco una botella con fórmula, pero no la quería tomar. Me mira y se
pone a llorar, con fuerza. Nada parece ayudar. Yo no soy su madre.
Cada vez que cierro los ojos, recuerdo haber estado en la habitación oscura,
esperando a ser asesinada. Veo a alguien morir en frente de mí.
—Está todo bien Mar —murmura Thiago, cuando nota mi ansiedad—. Estamos a
salvo.
Thiago quita una mano del volante y alcanza la mía. Acaricia mi pulgar, y se supone
que debe confortarme como siempre lo hace. Se supone que debe llenarme con su
energía. Pero yo sólo me siento débil.
***
El lugar que apunté en el mapa resulta ser Nebraska. Cuando llegamos ahí,
encontramos un hotel. Colocamos a Joaco en una pequeña cuna que solicitamos al lado
de la cama, y él se queda dormido rápidamente.
Cobarde.
Pasaste todas estas horas entrenando para usar la espada de gloria porque tu padre te dijo
que la necesitarías, pero cuando llegó el momento, ni siquiera pudiste sacarla.
Cuando abro la puerta, Thiago está sentado de piernas cruzadas en una cama de
una plaza, mirando a una pintura en la pared, de un enorme ave con piernas largas y
una línea roja encima de su cabeza; expandiendo sus alas.
Toco ligeramente.
—Dame un minuto.
Cuando espero exactamente sesenta segundos, él está al frente del lavado con una
toalla alrededor de su cintura, lavándose los dientes. Sus ojos, cuando encuentran los
míos en el espejo, están avergonzados. Él también siente el fracaso.
***
Nos mantenemos en perfil bajo durante unos cuantos días. Hablamos con Emi y ella
nos recomendó no hablar con nadie ni contarle a nadie de nuestro paradero, podría ser
peligroso. Ella estaría hablando con la congregación para buscar posibles soluciones y la
manera de abordar a Asael o Martina en caso vuelvan a aparecer.
Nos mudamos a un hotel más bonito, uno que tiene cocina, comedor y sala, además
de dos habitaciones donde podemos cerrar la puerta y ver televisión mientras Joaco
duerme. Caemos en una especie de rutina: Joaco se levanta y empieza a llora. Jugamos a
piedra, papel o tijera para ver a quién le toca cambiar su pañal. Seguimos intentando
darle fórmula; hemos probado con todas las marcas, pero nada funciona, todo lo bota.
Después que come, vomita. Empieza a llorar de nuevo. Lo limpiamos, lo balanceamos,
le hablamos, cantamos, lo llevamos a pasear en el auto reímos e intentamos que esté
distraído, pero siempre llora por horas de horas, sobre todo en medio de la noche.
Aún así, hay momentos bonitos. Cosas graciosas pasan, como cuando Joaco se hizo
pis en la camiseta de Thiago durante su cambio de pañal. Fue una buena risa. Aleja la
tensión.
—Creo que me he vuelto sorda —digo, utilizando el chiste cuando Joaco de pronto
deja de llorar y se queda dormido.
—¿Cuándo dijo Emi que volvería a llamar? —responde Thiago, otro chiste que
hemos estado diciendo últimamente, y yo río.
Pero algo dentro de mí se siente mal, porque todo esto se siente como una escena en
la que estamos actuando de la vida de otra persona, con el hijo de otra persona, y
estamos jugando a la casa de juguetes.
***
Sueño con Peter. Estamos en su bote, estirados en una sábana, envueltos en los
brazos del otro, con el sol resplandeciente. Como las cosas solían ser. Estoy
completamente en paz, con los ojos cerrados, casi dormida. Presiono mi cara contra el
hombro de Peter y lo respiro. Él juega con mis rulos cortos y finos, en la base de mi
cuello; el cabello de bebé, suele llamarlo él. Su otra mano sube desde mi cadera hasta
debajo de mi brazo.
Él ríe como si lo estuviera retando y corre sus dedos sobre la parte de atrás de mi
brazo, mandando una sacudida por todo mi cuerpo. Muerdo juguetonamente su
hombro, lo que saca otra risa de él. Alzo mi cabeza y miro sus ojos grises. Ambos
tratamos de vernos serios, pero fallamos.
Una sombra pasa sobre nosotros. Peter y yo alzamos la mirada. Un ave, un cuervo
enorme, está arriba. Hace un lento círculo en medio del cielo azul.
No respondo. Terror se mueve como hielo en mis venas, mientras otra ave se una a
la anterior. Luego otra más se une, y otra, hasta que ya no puedo llevar la cuenta. El aire
parece más helado, como el lago pudiese congelarse debajo de nosotros. Puedo sentir los
ojos de las aves sobre nosotros.
Están esperando.
—Oh, bueno —dice Peter, encogiéndose de hombros—. Siempre supimos que esto era muy
bueno para durar.
***
Asiente.
—¿Por qué? —jadeo—. ¡Eso fue muy peligroso! Emi dijo que hay Alas Negras ahí,
buscando. Podrías haber sido….
—¿Así que encontraste lo que estabas buscando? —pregunto suavemente, sin saber
si estar furiosa o aliviada de que esté a salvo.
—Hay muchas cosas aquí. Búsquedas. Poemas. Detalles de Joaco. Una lista de
canciones que Ana le cantaba para que se duerma. Y los pensamientos de Ángela, cómo
se sentía sobre sus cosas. Estaba cansada, enojada, y con miedo; pero, ella sólo quería lo
mejor para Joaco. Estaba haciendo planes.
Así que Camilo no es tan malo. Pero eso igual no me hace sentir bien con él, porque
él provocó que ella se meta en este lío.
Pero la verdad es que sí, pienso en ello. Cuando estamos caminando juntos y él
naturalmente toma mi mano. Cuando me mira a través de la mesa durante la cena,
riendo ante un chiste que he dicho, sus ojos verdes brillantes. Cuando nos chocamos en
nuestro camino al baño, su cabello mojado de la ducha, el olor de su gel de afeitar. Creo
en lo fácil que sería aceptar esta vida. Estar con él.
Pienso lo que sería irnos a la misma habitación al final de la noche. Incluso si eso me
hace sentir una mala persona, porque él no es el único chico en el que pienso.
—¿Por mi cuenta?
—Bueno, besarme fue parte de tu visión, así que sabías lo que iba a suceder. Dijiste,
“No vas a irte”, cuando quise hacerlo. Porque sabías que me quedaría. Sabías que me
besarías, y que yo te lo permitiría.
—Sí, te besaba en la visión —dice—. Pero no resultó de la forma en que pensé que lo
haría.
Está esperando, aún espera. Ha dejado todo por mí. Su vida entera. Su futuro. Todo,
porque quiere mantenerme a salvo. Porque cree, en su corazón, que él es mi propósito y
yo el suyo.
Las palabras cuelgan entre nosotros por un segundo, y luego se inclina, acaricia mi
mejilla con la parte de atrás de su mano, y me besa, gentilmente, sin presión. Mantiene
sus labios contra los míos por un largo momento, rozando suavemente. El calor se
enciende entre nosotros, el tiempo se ralentiza. Veo el futuro que él imagina: siempre
juntos, siempre ahí para el otro. Somos compañeros. Mejores amigos. Amantes.
Viajamos por el mundo juntos. Construimos una vida con el otro, minuto por minuto,
hora por hora, día por día. Criamos a Joaco como si fuera nuestro hijo, y si hay un
problema, lo enfrentamos juntos.
Nos pertenecemos.
Thiago se aparta. Sus ojos buscan los míos, me hacen una pregunta.
Él suspira.
Respondo.
—Muy bien, chica —dice Emi, sin molestarse en saludarme—, es momento de venir.
¿Podrás reunirte con la congregación el viernes por la noche?
Miro a Thiago. ¿Debemos ir? Estamos a salvo aquí, dónde nadie sabe dónde
encontrarnos. Joaco está a salvo aquí. Podríamos quedarnos.
Mar en la Luz
Emi intenta darnos ánimos y nos indica que sigamos escondiéndonos, pronto
encontraremos una solución. Sólo espero que ésta llegue pronto.
Lo único bueno que sucedió durante ese día en la congregación fue que mi uní a la
misma, así como mi madre pertenecía a ésta. Decidí unirme, porque quiero luchar por el
bien y porque, a pesar que estamos en desacuerdo sobre lo de Ángela, igual los siento
mi familia y me hacen recordar a mamá. Ahora me encuentro en la luz.
***
¿Lo sabe?, me pregunto. Su tío se ha ido. Thiago es hijo único. No está dejando nada atrás.
Estoy actuando como una niña, pienso. No es culpa de Thiago que estemos escapando.
—¿Podrás quedarte con Joaco por un rato? Necesito ir a caminar. Aclarar mi cabeza.
Afuera está lloviendo, pero no me importa. El aire frío se siente bien en mi cara.
Coloco mis manos en mis bolsillos, me subo la capucha sobre mi cabeza, y camino unas
cuantas cuadras lejos del hotel. Está desierto. Me siento en una banca en el parque y
prendo mi celular.
Tengo que hacer esta última cosa que he estado evadiendo, quizás esperando que
todo se solucionara. Pero no lo está haciendo.
No lo estoy. El sólo escucharlo trae lágrimas a mis ojos, sabiendo lo que estoy por
hacer.
—No. No puedo. Mira, Peter, te estoy llamando porque tengo que hacerte entender
algo. No hay futuro para los dos. Ni siquiera sé cuál es mi futuro, a este punto. Pero no
puedo estar contigo. —Una lágrima solitaria hace su camino por mi rostro y la limpio
impacientemente—. Tengo que dejarte ir.
Da un suspiro.
—¿No importa, verdad? —dice, con voz enojada—. Todo lo que te dije antes, sobre
nosotros, sobre lo que sentía, no importa. Estás tomando la decisión por ambos.
—Quería decirte que, sea donde sea que esté, sin importar lo que pase, siempre
pensaré en ti, y en los tiempos que pasamos juntos, como mis momentos más felices. Lo
haría de nuevo, si tuviera la oportunidad. Sin remordimientos.
¿Es este mi destino?, les pregunto. ¿Estar con Thiago? ¿Irme con él? ¿Proteger a Joaco
porque si mamá no puede estar aquí? ¿Este es mi propósito?
Detrás de mí, campanas empiezan a sonar, dando la hora, desde una iglesia a unas
cuadras más allá. Me pongo de pie cuando cuento hasta diez, ya debería estar de
regreso.
Pero luego, una idea me viene, una inspiración repentina. Podría hacer que me
venga una visión. O al menos intentarlo. Miro alrededor y no hay nadie en el parque.
Estoy sola. Sonrío y cierro mis ojos, enfocándome. Y la gloria viene a mí, como si nunca
me hubiese dejado.
Me imagino la luz del sol. Una línea de árboles. Una fila de rosas rojas al lado de un
camino de piedras. Pienso en Stanford y cruzo. Llego a la Iglesia a la que iba Ángela a
meditar, aquella donde ella dijo que le había ayudado a ver su visión. Prácticamente
corro cuando estoy cerca.
En la visión, estoy esperando a alguien. Estoy al lado de una banca de metal larga,
estoy de pie porque estoy muy nerviosa como para sentarme. Tomo unos cuantos pasos
en una dirección. Me detengo. Camino hacia la otra dirección. Miro alrededor. Reviso mi
reloj.
Mi cabeza está llena de miedo, mi pecho apretado, mi corazón latiendo rápido. Esto
es una locura, pienso. Temeraria, me diría mi mamá. Loca. Pero aquí estoy de todos
modos.
Detrás de mí algo sisea, fuerte y mecánico, y me volteo para mirar. Hay un tren,
rueda lentamente hacia mí.
El tren pasa, sonando con un ritmo pesado como mi corazón. Los frenos suenan
mientras se detiene, y la puerta de pasajeros se abre. Doy un paso hacia adelante y miro
hacia la plataforma vacía. Después que las puertas se han cerrado, suena el motor y el
tren continúa.
Cuando alzo la mirada de nuevo, veo a un ave volar desde el techo del tren, oscuro
como una sombra. Aterriza en una farola al otro lado de los rieles, inclina su cabeza
hacia mí y hace un sonido. Es un cuervo. Mi corazón empieza a latir aún más rápido.
Empiezo a caminar hacia él, y no miro atrás. Porque conozco a esta ave, y él será mi
guía.
***
Estoy de vuelta en la Iglesia, al medio del círculo, mi rostro alzado. Aturdida, me
alejo de ahí, hasta sentarme debajo de un árbol donde siempre estudio. Pienso en el
nombre de Sam, una y otra vez, llamándolo de la única forma que sé, esperando que
esté ahí para mí.
Y espero.
Siento su presencia antes de verlo. Sale de los árboles hacia el borde del campus, sus
ojos llenos de curiosidad.
—Sí, lo hice.
—No esperaba verte aquí de nuevo —dice—. Estás en grandes problemas con Gran
Hermano.
Así que ya lo sabe. Por supuesto que lo hace, seguro que el chisme es algo básico en
el infierno.
—Podrías decirlo. Estoy lista para contarte una historia —digo—. Pero, quiero algo
a cambio.
Sonríe, sorprendido, satisfecho e incluso más curioso ahora. Abre sus brazos, sus
palmas hacia arriba, y retrocede, haciendo una reverencia.
—¿En el infierno?
—Naturalmente.
Trago.
Asiente.
—¿Está bien?
—Nadie está bien en ese lugar —dice, con una mueca cruel en su boca.
—¿Ella….está viva?
—Físicamente hablando, sí, su corazón estaba latiendo la última vez que la vi.
Muerdo mi labio.
Sé valiente, mi querida, me dijo una vez mi madre. Eres más fuerte de lo que crees.
—¿Para qué?
—Hablas en serio.
Asiento.
—Imposible —dice.
—¿Por qué? —pregunto, cruzando mis brazos sobre mi pecho—. ¿No tienes los
poderes para hacerlo? Me llevaste antes ahí.
—Podría llevarte ahí fácilmente. Sacarte de ahí será mucho más difícil. Las
posibilidades son que te pierdas a ti misma en pocos minutos y te quedes atrapada
como tu amiga.
—Soy fuerte.
—Estarías bajo la nariz de Juan Cruz y llevándote algo que le pertenece a él —dice.
—¿Y todo eso por una simple historia? ¿Me tomas de tono?
—Entonces supongo que esta es una historia sin sentido. —Me encojo de hombros y
me pongo de pie—. Bueno, valió el intento.
—¿Entonces me llevarás?
Él duda.
—Es muy peligroso, para ambos, pero especialmente para ti. Es bastante probable
que seas atrapada…
Sacude su cabeza.
—Esta noche. Eso te dará suficiente tiempo para reconsiderarlo. —Se inclina sobre
mí—. Esto es demasiado arriesgado, pequeña ave, no importa lo fuerte que creas que
eres.
—Si quieres tener éxito en esta pequeña excursión, necesitas a alguien que te baje a
tierra. Alguien que te ayude a alejar las penas de los condenados. De otro modo, tu
regalo de sentir lo que otro sienten, te derrotará. No durarás dos minutos.
Me volverás a ver
Apenas llegué a casa le conté lo que había sucedido a Thiago. Por supuesto que él
no reaccionó bien y dejó en claro que estaba preocupado por mi bienestar. Intenté
convencerlo de la idea, pero fue casi inútil; ahora me queda la duda de si él me
terminará acompañando o no a encontrarme con Sam. De todos modos, hemos decidido
dejar a Joaco con Emi, con ella estará mejor cuidado y evitaremos posible riesgos de esta
decisión.
Así que durante la tarde sólo estoy esperando a que sea la noche. Miro mi reloj;
tengo horas antes de ir hacia la estación. Antes de ir al infierno.
¿Qué debo hacer? ¿Qué pasa si es mi último día en la Tierra? ¿Qué será lo que más
extrañaré?
El viento está fuerte en la zona por donde estoy volando. Así que me acerco a una
montaña y la escalo, fácilmente, pero cansada. Aquí es donde Mamá y yo solíamos venir
para pensar y relajarnos. Aquí nos sentábamos y nos sentíamos en paz. Aquí ella me dijo
que era un ángel, que era especial, mientras yo me reía y le decía que estaba loca.
Cierro los ojos y pienso en mamá y en tantos recuerdos de ella. Mientras reía,
sonreía, o estaba triste. Cuando nos decía lo mucho que nos amaba a mí y a Stefano.
Incontables historias, tantas cosas que vivimos.
Cuando abro los ojos, miro hacia el cielo y me quedo sin aliento. Las nubes ya no
están, sólo unos cuantas blancas colgando a la distancia. En unos segundos, el cielo se ha
aclarado. ¿Qué pasó? ¿Yo hice eso? ¿Disipé la tormenta de alguna manera?
Cualquiera sea la razón, es buena. Ahora puedo volar, incluso si es por unos
cuantos minutos. Se siente como un regalo. Estiro mis brazos sobre mi cabeza, y me
preparo para llamar a mis alas.
Justo entonces, escucho un sonido debajo de mí, luego el inconfundible sonido de
unas zapatillas contra la roca; alguien está escalando la pared de roca. Alguien está
subiendo.
Raro. Nunca antes había visto a alguien aquí. Es un sitio público y cualquier
persona puede escalarlo, supongo, pero normalmente está desierto. Es difícil de subir.
Es mi madre.
Ahora está mirando mi ropa, mi jean ajustado y mi top negro, además de mi cabello
suelto. Sus ojos son cautelosos pero curiosos.
Sonrío.
—¿Vienes aquí usualmente?
—Este es mi lugar de pensamiento —dice, en un tono sutil, que me informa que este
es su momento ahora y yo debería irme.
—Mío también.
Decide esperar a que me vaya, aunque no lo haré. Se sienta al otro lado y estira sus
piernas. Luego alcanza su mochila y saca unos anteojos para ponérselos, luego inclina su
cabeza hacia atrás como si estuviera tomando sol. Se queda así durante varios minutos,
sus ojos cerrados, hasta que ya no puedo soportarlo más. Tengo que hablarle.
Frunce el ceño. Abre sus ojos y siento la irritación dando paso a la cautela. No le
gusta que las personas le hagan muchas preguntas, que se muestran en lugares
inesperados y que son demasiado amistosas.
—Yo me gradué de Stanford —dice, con la expresión más ligera—. ¿A qué te vas a
dedicar?
—Yo tengo un grado en enfermería —dice—. A veces es un camino difícil, hacer que
las personas se sientan mejor, arreglarlas, pero también es reconfortante.
Hablamos durante un rato, sobre la universidad, sobre California y qué playas son
las mejores. A los cinco minutos ya están actuando mucho más amistosa, aún queriendo
que me vaya, pero también sorprendida por mis chistes, curiosa de mí, encantada. Le
gusto, puedo decirlo. Mamá gusta de mí, incluso si ella no sabe que debe amarme. Estoy
aliviada.
—Se supone que debo ir a…un viaje, a ayudar a una amiga que está en un sitio
malo.
Ella asiente.
—Y no quieres ir.
—Sí quiero. Ella me necesita. Pero tengo el presentimiento de que si voy, nunca seré
capaz de realmente regresar. Todo cambiará.
—Ah. —Me mira intensamente a la cara, viendo algo ahí—. Y hay un chico al que
estás dejando atrás.
—Algo así.
—El amor es una cosa esplendorosa —dice—. Pero también es un dolor en el culo.
Suelto una risa. Ella maldice; nunca la había escuchado maldecir antes.
Mierda. Debe estar hablando de Papá. Está aquí, tratando de decidir si casarse o no
con papá.
—Anoche.
—¿Y tú dijiste…?
—Dije que necesitaba pensarlo. Y él dijo que si quería casarme con él, encontrarlo
ahora. A la hora de la puesta del sol.
Da un pequeño bufido.
Sacude su cabeza.
—Me gustan los niños, pero no creo que quiera propios. Me preocupo mucho. No
quiero amar a alguien tanto y luego que me lo quiten.
—No sé si podré ser feliz en esa vida. Esposa. Mamá. No es para mí.
Hay un silencio por un minuto mientras intento pensar en algo inteligente por decir,
y milagrosamente, lo encuentro.
—Dieciocho. Por ahí. ¿Tú? —pregunto con una sonrisa, porque ya sé la respuesta,
ya hice el cálculo.
—¿Por dijiste?
—Sé más de lo que es esperado de ti. Mira más allá. Escoge tu propio propósito.
—No. —Se pone de pie y camina hacia el borde de la roca—. ¿Quién eres
realmente?
—Soy tu hija —digo—. Sí, es algo raro verte también —continúo, mientras su cara se
pone blanca—. ¿Qué fecha estamos? Quiero saber desde que vi tu ropa.
—Diez de Julio —dice, mareada—. 1989. ¿A qué estás jugando? ¿Quién te mandó?
—Nadie. Supongo que te estaba extrañando, y entonces crucé por el tiempo por
accidente. Papá dijo que te vería de nuevo, cuando más lo necesitara. Supongo que se
refirió a esto. —Doy un paso hacia adelante—. Realmente soy tu hija.
Sacude su cabeza.
Me encojo de hombros.
—Quieres que…
—¿Te cases con Papá? ¿Crees que él, mi padre, un ángel del Señor y todo eso, quiere
atraparte en este casamiento en el que no quieres involucrarte? —Suspiro—. Mira, sé
que esto es surreal. También se siente extraño para mí. Pero realmente no me importa;
estoy muy contenta de verte. Te extraño mucho. Tanto. —Tomo un paso hacia ella.
—No —dice.
—No sé cómo convencerte. —Me detengo y pienso en ello—. Tenemos las mismas
manos. Mira. Exactamente iguales. Y también tengo esta enorme vena que corre sobre la
mano derecha, que creo que se ve rara, pero tú también la tienes.
Mira mis manos.
Yo me siento a su lado.
—Esposito.
Ríe débilmente.
—Pero no sé cómo ser una madre —murmura—. Fui criada en un orfanato. Nunca
tuve una madre. ¿Soy buena?
—Sí. Y eso apesta. Pero no te cambiaría por nadie que viva por cientos de años.
—Increíble —dice.
—¿Qué diablo?
—Samjeeza.
—¿Lo conoces?
—¿Qué desea?
—Una historia. Sobre ti. No sé por qué realmente. Está obsesionado contigo.
—Una memoria. Algo donde pueda imaginarte viva. Necesito una historia pero no
puedo pensar en una lo suficientemente buena.
—Como dije antes, una vez fui enfermera, durante la Gran Guerra, trabajaba en un
hospital en Francia, y un día conocí a un periodista. Nos volvimos amigos, en realidad
más que amigos. Al principio pensaba que sólo era un juego para él, ver si me podía
ganar, pero mientras pasaba el tiempo se volvió….más. Para ambos.
—Luego una noche el hospital fue bombardeado. Todo estaba en llamas. Todos….
—Cierra sus ojos brevemente, luego los abre de nuevo—. Muertos. Intenté salir de ahí, y
luego Sam llegó en un caballo, dijo mi nombre y me ayudó a escapar. Me llevó lejos de
ahí. Pasamos la noche en un viejo establo. Me dio un poco de agua y me lavó. Luego me
besó.
—Me había besado antes —continúa mamá—, pero después de esa noche fue
diferente, de algún modo, las cosas cambiaron. Hablamos hasta que salió el sol.
Finalmente me admitió lo que él era. Yo ya había adivinado que era un ángel, cuando
recién nos conocimos. Así que lo intenté ignorar porque no quería nada con los ángeles.
Y aún peor cuando me confesó que era un ángel caído y que había intentado seducirme
porque los Observadores querían mi sangre. Así que estaba furiosa. Le lancé una
bofetada. Él cogió mi muñeca y me pidió que lo perdonara, me dijo que me amaba. Me
preguntó si yo también lo hacía.
—Pero mentí. Le dije que nunca podría quererlo. Le dije que no quería volver a
verlo y él me miró por un largo tiempo hasta que desapareció. Nunca le conté a nadie
sobre esa noche. Tu padre lo sabe, creo, de la forma en que lo sabe todo, pero nunca he
hablado de ello hasta ahora.
—Lo amaba —susurra—. Era mi sol y mi luna. Estaba loca por él. Pero eso fue hace
mucho.
Ella ríe.
—Muy bien, muy bien. Me casaré con él. No puedo rechazarlo ahora, ¿verdad?
De pronto jadea.
—Tengo que irme —dice, poniéndose de pie de un salto—. Se supone que debo
encontrarme con él.
—Sólo lo besas. Ahora anda antes que estés tarde y yo deje de existir.
Se mueve hacia el borde de la roca y llama sus alas. Estoy sorprendida de lo grises
que son, cuando normalmente son blancas. Aún así son hermosas.
Ella sonríe y acaricia mi mejilla, luego se voltea para irse, hacia donde mi padre la
está esperando.
DIECIOCHO
La visión no me había preparado para este momento. Sentía como si fuera a saltar
fuera de mi piel. Sentía cada tic del reloj como una carga eléctrica pulsando dentro de mí
una y otra vez.
El tren hacia el norte viene y regresa. Sam llega, sube al poste y me hace un sonido.
Volteo en un lento círculo, buscándolo, mis ojos viajando en cada espacio vacío,
cada sombra, esperando encontrarlo, pero él no está aquí.
No va a venir.
Enfrento el estrecho de pavimento que me llevará por los rieles. Con un paso a la
vez y mi corazón latiendo desaforado, cruzo los rieles.
—Una linda noche para un viaje. —Mira alrededor—. Te dije que traigas un amigo.
—¿Tienes algún amigo que iría al infierno por ti? —pregunto, intentando evitar que
mi labio inferior tiemble.
—No.
Él no tiene amigos, no tiene a nadie.
—Eso pensaba —dice—. Ah, bueno. —Mira hacia los rieles, donde a la distancia
puedo escuchar el suave susurro de un tren aproximándose—. Probablemente sea lo
mejor.
—¡Espera!
Me volteo para ver a Thiago corriendo por los rieles, llevando su chaqueta negra y
jean del mismo color, sus ojos amplios.
Sam se aclara la garganta y nos apartamos uno del otro antes de voltearnos hacia él.
Él inclina su cabeza hacia Thiago.
Thiago inhala duramente. Nunca antes ha visto a Sam, nunca ha estado así de cerca
a un Ala Negra.
Con mi mano libre toco la mejilla de Sam, la cual está suave y fría, inhumana. Su
pena me abruma, haciendo que Thiago jadee, mientras ésta pasa de mí hacia él, pero yo
lucho contra ésta, apretando la mano de Thiago y enfocándome en la hora que pasé con
mi madre. Le enseño todo ese momento a Sam, su voz contándome la historia, el viento
volando su cabello, la forma en que ella se sintió al contármelo, la suavidad de su mano
contra la mía, y finalmente las palabras: Mentí. Lo amaba.
Esperamos a ver qué hará. El tren se está acercando a la estación. Los ojos de Sam
están cerrados, su cuerpo absolutamente rígido.
Abre sus ojos. Sus cejas están unidas, como si estuviera adolorido. Nos mira a mí y a
Thiago como si no supiera qué hacer con nosotros. Como si tuviera segundos
pensamientos.
—¿Estás absolutamente segura que tienes que quieres hacer esto? —pregunta, con
voz estrangulada—. Una vez que subas a este tren particular, ya no hay vuelta atrás.
—¿Por qué tenemos que tomar un tren? —pregunta Thiago impulsivamente—. ¿No
nos puedes llevar ahí de la manera en que llevaste a Mar y a su madre con anterioridad?
—Eso implicaría que gaste energía y podría llamar la atención de lo que estoy
haciendo. Ustedes deben ir de la forma común en que lo hacen los malditos de este
mundo.
Él asiente.
—No hables con nadie más, sólo con ella —dice Sam, ignorando a Thiago.
—Ningún problema.
—Nadie más —repite con dureza—. Mantengan sus cabezas bajas. No miren a
nadie a los ojos. —Se voltea hacia Thiago—. Intenta mantener contacto físico con tu
amiga, pero cualquier signo extraño de afecto o conexión entre ustedes será notado, y
ustedes no quieren ser notados. Manténgase cerca a mí, pero no me toquen. No me
miren directamente. No me hablen en público. Deben hacer exactamente lo que les digo,
cuando se los digo, sin preguntas. ¿Entienden?
Asiento.
El tren se detiene. Sam toma dos monedas doradas de su bolsillo y las deja en mi
mano.
—Para el pasaje. —Le paso una a Thiago—. Tu cabello —dice, y sube la capucha.
Las puertas se abren. Me acerco a Thiago, de tal manera que nuestros hombros se
tocan. Juntos seguimos a Sam hacia los asientos. Las puertas se cierran. Ya no hay
marcha atrás.
Esto es.
***
Estamos dentro del auto. Inmediatamente estoy abrumada por una sensación
claustrofóbica, como si las paredes nos estuvieran encerrando. Y no ayuda que haya una
multitud de personas alrededor nuestro, como sombras, como fantasmas. Afuera, por la
ventana, puedo ver que todo está completamente negro, como si estuviéramos pasando
a través de un túnel sin fin.
Tengo miedo. Quiero apretar la mano de Thiago, pero no puedo. La gente lo notará.
No queremos ser notados, no podemos. Así que me quedo sentada, con la cabeza gacha,
ojos mirando el suelo, mi corazón latiendo rápidamente, mientras su miedo se mezcla
con el mío. Pero también estoy determinada. Vamos a hacer esto, esa tarea imposible
que recae ante nosotros. Vamos a rescatar a Ángela.
Y estoy agradecida, en ese momento, que Thiago esté conmigo. Él está aquí. Mi
compañero. Mi mejor amigo. No tengo que hacer esto sola.
El tren se detiene dos veces, y a la tercera, Sam se mueve hacia la puerta. Me mira,
haciendo una señal, y sale. Thiago y yo nos ponemos de pie y nos movemos entre la
gente, mientras los sentimientos de odio, amor perdido, resentimiento, infidelidad, llena
mi corazón. Luego estamos sobre una plataforma, y puedo respirar de nuevo. Sam está a
unos cuantos pasos, ya perdiendo su humanidad; es más alto y más amenazador, de
color gris.
El lugar es la misma ciudad donde vivimos, solo que llena de colores grises al igual
que la gente; gente de color gris, violenta, y llena de pena.
Sam empieza a caminar por una calle. Esperamos unos segundos antes de seguirlo.
La calle no tiene ningún carro, nadie está conduciendo, pero la masa de personas en la
acera balancea esta situación. Sólo hay un auto negro en una esquina. Mientras nos
acercamos, el conductor sale y cruza para abrirle la puerta a Sam. Muerdo mi labio
cuando me doy cuenta que el conductor no tiene ojos ni boca, solo una expansión de su
piel de nariz a mentón.
—Estoy llevando a éstos dos para que sean marcados por Asael —le dice Sam.
El conductor asiente.
Siento la ola de ansiedad de Thiago al escuchar el nombre de Asael. Esta podría ser
una trampa, y podríamos estar caminando directo a ella. Pero, nos arriesgamos,
entrando al auto.
El conductor se detiene en una tienda de tatuajes. Sale del auto y nos abre la puerta
para que nosotros salgamos. Me quedo sin aliento.
Sam nos empuja hacia el edificio, luego abre la puerta y la sostiene mientras
entramos. Todo es blanco y negro, desde el sofá hasta las paredes. El suelo está sucio y
todo se ve escalofriante. Nos quedamos un momento en la sala de espera. Luego, se
escucha un grito proveniente de alguna parte del edificio.
Un hombre aparece, uno pequeño, delgado con la cabeza rapada. Un ángel, pienso,
aunque no como uno que haya visto antes.
—He traído a éstos dos para mi hermano. Son de los caídos. Creo que los encontrará
increíbles.
—Pensé que lo complacería el que sean marcados primero —dice Sam—. ¿Puedes
darles una cita ahora? Espero presentárselos a Asael pronto.
Seguimos a Koka hacia un corredor estrecho, hacia una pequeña habitación. Hay
una persona reclinada en una gran silla, con un hombre, inclinado sobre ella. Desde este
ángulo no puedo ver su rostro, sólo sus manos mientras aprietan los brazos de la silla.
Está usando esmalte negro, pero me imagino que en la tierra eso sería color morado.
Thiago y yo nos quedamos sin aliento al mismo tiempo. Koka nos inserta más en la
habitación, y desearía poder sostener la mano de Thiago mientras el desprecio de
Ángela me golpea. El chico está tatuándole algo a un lado de su cuello. Ella está usando
una camisa casi del mismo color que su pálida piel, y jeans sucios, sin zapatos. Su
cabello está atado en un nudo suelto, con ojeras tan grandes que casi obstruyen sus ojos.
Su brazo derecho está completamente cubierto de palabras, algunas fáciles de leer, otras
indescifrables.
Le mentí a mi madre, a mis amigos, empecé un rumor, escondí la verdad, por su brazo.
—Siéntense —nos comanda Sam, y obedientemente lo hacemos en un par de sillas
desplegables contra la pared.
Intento mantener mis ojos bajos, pero una parte de mí no puede apartar la mirada
de Ángela.
—Creo que Camilo. Pensé que no tenía la capacidad de ser padre, pero dicen que él
lo es. Asael la manda a ella aquí cada vez que no lo complace, lo que es usual.
Ángela toma un gran respiro, y suelta un pequeño sollozo, lo que provoca que
mueva su cuello y malogre el progreso de Desmond. Sin pensarlo dos veces, él la
golpea, fuerte, en su cara. Tengo que morderme el labio para evitar llorar. Ella se desliza
en la silla, cierra sus ojos. Lágrimas grises se deslizan por sus mejillas mientras él
termina la palabra.
—Me gustaría escoger el diseño para la chica —dice Sam—. ¿Me mostrarías tu
libro?
Sam sigue a Koka fuera de la habitación, para elegir mi tatuaje. Sin duda no será
una hermosa mariposa en mi cadera.
Luego, se quita sus guantes, los lanza hacia una esquina, se estira y se suena la
nariz.
Y con eso, sale, sacando una bolsa con pastillas, probablemente droga.
—Tienes tal vez como cinco minutos para hacer tu escape —dice la voz de Sam en mi
cabeza, ahora que estamos solos con Ángela—. Regresa a la estación del tren y toma el que
va hacia el norte. Apresúrese. En pocos minutos todo el infierno estará detrás de ustedes,
incluyéndome. Y recuerda lo que te dije. No hables con nadie. Sólo ve. Ahora.
Ella abre sus ojos, los trazos negros de lágrimas aún en sus mejillas. Frunce el ceño
mientras me mira, como no recordara mi nombre.
—Mar —digo—. Soy Mar. Tú eres Ángela. Este es Thiago. Tenemos que irnos.
—Oh, Mar —dice—. Siempre fuiste tan hermosa. Estoy siendo castigada, ya sabes.
Su mano se dirige hacia su cuello, donde acaba de tatuarse, Mala madre. Cojo su
mano y siento su pena. Nadie la ama, nunca podrá volver.
En ese instante sé que su alma está herida. Nunca se despertará de este trance, no
así. Nunca acordará venir con nosotros. Vinimos aquí para nada. Nadie me ama, piensa.
No, no dejaré que esto suceda, no de nuevo. Así que la cojo de los hombros y la
fuerzo a mirarme.
—Ángela, te amo, por el amor de dios. ¿Crees que vendría hasta acá, al maldito
infierno, para rescatarte si no te amara? Te amo, Joaco te ama, y él te necesita. Angie,
necesita a su mamá y no tenemos más tiempo por perder para que sientas lástima.
¡Ahora ponte de pie! —le comando y en ese preciso momento, le mando una explosión
de gloria directamente a su cuerpo.
Ángela salta apenas, luego parpadea, aturdida, como si le hubiese lanzado un vaso
de agua en su cara. Me mira a mí y a Thiago una y otra vez, sus ojos ampliándose.
—Vayámonos.
Me detengo tan de pronto que Ángela se golpea contra mí. Thiago chilla mientras
me aferro a su brazo. Las almas grises se empujan a nuestro alrededor, aullando,
gritando, pero yo me quedo por un minuto con mis pies plantados y miro al otro lado
de la calle, el edificio donde mi hermano solía trabajar.
—No me digas que quieres una pizza en este momento —dice Ángela.
—Mar, Stefano no está ahí. Regresa a la acera —dice Thiago con urgencia.
—¿Cómo lo sabes? —Tengo una sensación horrible, una picazón en mi estómago.
—No estamos muertos. Ángela no lo estaba —digo, y tomo otro paso, jalándolos hacia
la calle conmigo.
—Tenemos que irnos —dice Thiago, mirando hacia la estación—. No podemos salirnos
del plan ahora.
—¡Mar, no!
Pero estoy yendo. Las emociones de las almas me golpean, ahora que no tengo la
fuerza de Thiago a mi lado, pero rechino mis dientes y camino rápidamente al otro lado
de la calle. Hacia la pizzería. Cada paso me acerca a la ventana principal, que tiene una
grieta horizontal y larga sobre el vidrio, como si fuera a colapsar en cualquier momento.
Pero a través de ésta, veo a Stefano, con la cabeza gacha, un secador en su mano,
limpiando la mesa en círculos ausentes.
Tierra de Zombis
No tengo tiempo para pensar, atravieso la puerta y voy hacia él, sabiendo que en
cualquier momento vendrán por nosotros, y al tanto de lo que le prometí a Sam, de no
hablarle a nadie más que Ángela. Pero no me importa, él es mi hermano.
—Necesito que por esta vez hagas lo que te digo —digo silenciosamente, mirando
alrededor.
Se aparta de mí de golpe.
—No puedes venir aquí y ordenarme. Este es mi trabajo, Mar. Apesta, pero el hecho
de tener un trabajo es que no puedo venir e irme cuando quiero.
Él no sabe dónde está. Cree que esta es una vida normal, y yo no tengo tiempo de
pensar en lo depresivo que es que mi hermano no pueda diferenciar entre la normalidad
y la eterna maldición.
—No —dice—. ¿Por qué debo escucharte? La última vez realmente me trataste mal,
me gritaste, y luego no regresaste hasta el día de hoy, y ahora esperas que…
—No sabía que estabas aquí—lo interrumpo—. Hubiese venido antes si lo hubiese
sabido.
No es de su incumbencia.
—No —dice Martina, su voz más calmada que antes—. No lo harán. —Le sonríe
dulcemente a Stefano—. Puedo explicarte todo esto bebé, te lo prometo, pero primero,
tengo que lidiar con algo. ¿Quédate justo aquí, de acuerdo? Tengo que irme por un
minuto, pero volveré enseguida. ¿De acuerdo?
Cuando está fuera de vista, me dirijo hacia Stefano, quién regresa para continuar
limpiando la mesa.
Sacude su cabeza.
—No existe tal cosa como el infierno —murmura, su mirada en la pizza—. Es algo
que la iglesia inventa para asustarnos.
—No lo recuerdo.
—No hay nada que explicar. Es simple, estamos en el infierno. Necesitamos salir.
Martina es un Ala Negra, Stefano. Ella te trajo aquí.
—No. No es posible.
Me quedo sin aliento y me lleno de alivio mientras caminamos hacia la puerta. Cojo
la mano de Thiago y la de Stefano y nos dirigimos hacia la estación.
Se escucha el sonido del tren llegando y todos nos quedamos mirando, incluso la
gente gris. Y es ahí donde me doy cuenta del tumulto. Las almas perdidas se están
acercando a nosotros, nos están mirando, están abriendo sus bocas, mostrando sus
dientes negros, sus lenguas como llamas.
Corremos hacia la estación, con nuestros brazos atados. Pienso que podemos
hacerlo, pero me equivoco cuando somos detenidos por personas grises impidiéndonos
el paso. Hay demasiados frente a nosotros, un ejército de malditos entre nosotros y la
estación. Sus dedos son fríos, como los de zombis, sus manos arrancando mi capucha,
luego tocando mi pelo. Ángela está pateando, gritando y llorando, Stefano es arrancado
de mi agarre. Todos están a nuestro alrededor, a cada lado, chillando, gritando cosas en
un lenguaje que no entiendo.
Pero luego se detienen, se apartan, y bajan sus rostros de nuevo, dejándonos a los
cuatro jadeando en un pequeño círculo en medio de la pista. Estamos atrapados.
La multitud de gente gris se está apartando para dejar a alguien pasar. Aún no lo
puedo ver, pero si lo puedo sentir. Lo conozco. Mi sangre se hiela, cuando este ángel,
lleno de pena, se acerca. Es poderoso, es el odio profundo.
—Podrías hacernos cruzar. —Los ojos de Thiago encuentran los míos, llenos de
esperanza—. Llama a la gloria, Mar. Este es el momento. Tenías razón, este es tu
propósito. Llama a la gloria. Sácanos de aquí.
—Olvídalos. —Toma mi rostro entre sus manos—. Olvida a Juan Cruz. Sólo quédate
conmigo.
Miro sus ojos verdes, tan de cerca que puedo ver destellos de oro.
—Te amo —murmura—. ¿Puedes sentir eso? A ti. No a un destino en el que creo.
Sino a ti. Estoy contigo. Mi fuerza. Mi alma. Mi corazón. Siéntelo.
Lo siento. Siento su fuerza, y más importante, la mía. Tiene razón, puedo hacer esto.
Tengo que hacerlo.
***
—¿Dónde estamos?
Me tambaleo hacia la pared para prender la luz. Mis rodillas se sienten graciosas
mientras siento parpadear mi luz. He gastado bastante energía en los últimos minutos.
Estoy cansada.
—La granja de los Lanzani —digo, mirando el suelo para evadir sus ojos.
—¿Lo sientes? —repite Ángela—. ¿Lo sientes? Nos sacaste del infierno, nos trajiste a
casa.
—Nos sacaste del infierno —repite Thiago, con tanto orgullo en su voz que lágrimas
aparecen en mis ojos.
—Está con Emi —digo de nuevo, lentamente—. Aún es un bebé, Angie. Ni siquiera
tiene tres semanas.
Me mira, luego a Thiago.
—¿Tres semanas?
—Hemos estado cuidándolo muy bien. Está genial, Angie. Quiero decir, llora,
mucho. Pero fuera de eso, es un excelente bebé.
—Pero… —Cierra sus ojos y lleva una mano temblorosa a su boca. Ríe de nuevo—.
Así que no me lo perdí. Cada día pensaba, Me lo estoy perdiendo. Estoy perdiendo su vida.
—Gracias por venir —murmura—. Gracias —repite—, por venir por mí. ¿Cómo me
encontraste?
—Sí, ¿cómo la encontraste? —dice una voz detrás de nosotros—. Esa es la parte que
no puedo descubrir.
Me volteo. Ahí, de pie en la sombra de la parte trasera de la granja, está Juan Cruz.
Martina está a su lado, con los brazos cruzados.
J. Cruz se detiene, con enojo en su rostro, como si hubiéramos hecho algo muy rudo.
Primero mira a Stefano, quién lo está mirando aturdido, luego mira a Ángela, quién no
alza o mueve su cabeza, luego a Thiago. Finalmente a mí.
—No puedo creer que no nos hayamos conocido —dice él—. Soy el papá de
Martina.
—Sí importa —le digo a mi hermano—. El bien y el mal existe, Stefano. Son reales.
Este hombre es el mal. ¿No lo sientes?
—Vamos Stefano —dice ella—, regresa con nosotros. No perteneces aquí. Debes
estar conmigo.
—Él dice que cree que ustedes dos deberían fastidiar a otras personas —suelto—.
Suficiente con la charla —le digo a Thiago en su mente—. Salgamos de aquí. Me sentiría
mucho mejor estando en tierra sagrada.
—Estoy bien.
Empiezo a imaginar nuestra casa, a unas cuantas millas de aquí. Ahí es donde nos
llevaré, y estaremos a salvo ahí.
A Salvo
Peter no ve inmediatamente a J. Cruz o a los otros, sólo tiene ojos para mí.
—Volviste —dice, con tanto alivio en su voz que quiero llorar y también advertirle
de J. Cruz.
Por un momento nadie hablar. Peter se pone derecho, y sé que está deseando haber
traído su pistola esta vez.
—Este debe ser Peter —dice Martina, colocándose a su lado—. Stefano me contó
todo sobre él. Es el novio de Mar.
—Es cierto, ustedes dos se ven asquerosamente unidos —dice J. Cruz—. Pero, me
pregunto: ¿Por qué viniste aquí? ¿Por qué, de todos los lugares en la tierra, llegaste aquí,
a este chico?
—Ahora —dice él—, negociemos. Creo que un intercambio está bien para la
ocasión. Una vida por otra vida.
—No te quiero a ti. No has sido más que desilusión para mí, desde que te encontré.
Mírate. —Sus ojos escanean su cuerpo, quedándose en las marcas de su brazo. Mala hija.
Ella no responde, pero parte de ella parece temblar por dentro. Nadie me ama, pasa
por su mente.
Stefano toma un gran respiro y empieza a caminar hacia adelante, pero yo cojo su
brazo y lo jalo.
—Querida, dulce Martina —dice J. Cruz—, sé que tienes un flechazo con este chico,
y sé que te puse a trabajar con él, pero creo que prefiero tener a esa.
Me apunta.
—¿Lo ves? —dice J. Cruz, sonriendo—. Ella vale mucho. Estoy ansiando saber cómo
saliste del infierno. Alguien te enseñó, ¿verdad?
—Thiago, no….
Martina jadea, sus ojos amplios. Si Thiago es hijo de J. Cruz, eso significa que
también es su hermano. Su hermano y el hermano de Ángela. Estamos teniendo una
especie de reunión familiar.
—¿Mi hijo? —dice J. Cruz con ojos amplios—. ¿Por qué pensarías que eres mi hijo?
—Ah, lo recuerdo —dice J. Cruz—. Ojos verdes. Cabello largo. Una pena lo que le
pasó. Odio destruir cosas hermosas. Pero simplemente no me quería decir donde podía
encontrarte. Dime, ¿tienes puntos negros en tus alas?
—Bueno ahora, eso cambia las cosas. Tal vez te quería, después de todo. Aunque
tendrás que ser castigado, supongo, por matar a Olivia.
—No eres mi jefe. Piénsalo. Lo que acabas de contarle, fue increíblemente valiente, y sé que
lo hiciste por mí, pero fue…estúpido. Tenemos que ser inteligentes con esto. De todos, yo soy la
que más posibilidades tiene de salir del infierno.
—No sin mí —dice él—. Te volverás loca ahí sin alguien en quién sostenerte.
—Encuentra a mi padre —digo, ignorándolo—, tal vez él pueda ir por mí. Iré, no hay más
discusión. Además, tú eres el que está sosteniendo la gloria.
Y con eso, antes que pueda responder, salgo del círculo. Peter gruñe cuando me
acerco a ellos.
—Suéltalo —digo, mi voz delgada—. Una vida por otra vida, como dijiste.
J. Cruz asiente hacia Martina, cuya cuchilla desaparece, pero aún sostiene la
chaqueta de Peter.
—Déjalo caminar hacia la gloria —digo.
Sonríe.
Ese es un problema que no sé cómo voy a evadir. J. Cruz abre sus brazos como si me
estuviera dando la bienvenida a casa. No puedo evitar dejarlo tocarme y unos pocos
segundos, sus manos están en mis hombros, luego sus brazos alrededor de mí, y Ángela
tiene razón, mi mente se llena de remordimiento. Todos los fracasos, cada mal
movimiento que he hecho, cada duda que he tenido de mí misma, todo viene hacia mí.
Fui a una chica egoísta, despreciable con la gente a mí alrededor. Nunca agradecí, fui
una hija desobediente, una mala hermana, una terrible amiga. Débil. Cobarde.
J. Cruz murmura algo bajo su aliento y sus alas aparecen. El mundo se está
desvaneciendo, convirtiéndose en negro y frío y sé que en cualquier momento estaremos
de nuevo en el infierno y esta vez no habrá forma de combatir la pena. Me hundirá.
Volteo mi cabeza para obtener una última mirada de Peter a través de las alas
blancas de J. Cruz.
—Pero eso no es todo —dice una pequeña voz en mi cabeza. La mía—. Luchaste por
protegerlo. Te sacrificaste, tu propia alma, así él pudiese vivir. Lo amas.
J. Cruz hace un sonido. Lo empujo lejos de mí, el peso de sus alas pesado a mí
alrededor, y lucho por ver algo distinto a la negrura. Su boca se abre, jadeando como si
le faltara aire, y aún hace ese sonido en la parte de atrás de su garganta.
Él grita, luego, una explosión de agonía golpea las paredes y hace que todos se
tapen los oídos. Humo sale de J. Cruz mientras se inclina contra mí, y quiero alejarme de
él. Mis dientes se juntan mientras saco la espada de su cuerpo. Doy un paso atrás. Él cae
de rodillas, y mi brazo se mueve hacia su ala, cortándola y haciéndola explosionar en un
cúmulo de plumas y humo.
J. Cruz parece no notarlo. Su mano aún está en su corazón, y de pronto alza sus
brazos al cielo como una especie de ruego silencioso.
Nadie habla. Hago una reverencia con mi cabeza por un minuto, mi cabello cayendo
salvajemente sobre mi rostro, el calor de la gloria aún moviéndose a través de mí. Luego
alzo la mirada hacia Martina. Aún está agarrando con fuerza a Peter, su rostro lleno de
horror.
—Suéltalo —digo.
Sin decir una palabra, estoy detrás de ellos. Me detengo en el aire, mirando desde lo
alto, buscándola. Escucho la voz de Thiago en algún lado detrás de mí, diciéndome que
lo espere, que iremos juntos, pero no puedo esperar. Veo un punto a la distancia y sé
que es ella, así que la sigo, volando con más fuerza y más rápido. Vuelo y vuelo,
siguiéndola, hacia lo alto, donde el aire se pone delgado y frío. Y me doy cuenta que está
volando en cualquier dirección, no sabe a dónde ir, simplemente está asustada.
Ella disminuye la velocidad y jadea, sus alas estás cansadas al igual que ella.
—Dámelo —digo.
Se está alejando de mí y Peter está cayendo, hacia abajo. Hacia abajo está cayendo.
Hacia el lago, tan debajo de nosotros.
Me olvido de Martina. Sólo está Peter y desde el momento en que salgo a su rescate
sé que no voy a poder atraparlo. Lo intento, me empujo contra el aire, pero él está
demasiado lejos de mí.
Es terrible, aquellos pocos segundos, la forma en que se voltea una y otra vez en el
aire mientras cae, como si fuera un baile, con los ojos cerrados, sus labios apenas
apartados, su cabello golpeando su rostro.
Escucharé aquel sonido en mis pesadillas por el resto de mi vida. Cae contra su
espalda, golpea la tierra con tanta fuerza y tanta rapidez, que puede haber golpeado el
concreto. Yo golpeo el agua momentos después. El agua me envuelve, y se siente tan
helada como si un cuchillo se estuviera enterrando dentro de mí, quitando el aire de mis
pulmones. Me alzo hacia a la superficie, buscando aire. No hay señales de Peter. Busco
en el agua frenéticamente, rezando por una señal, por burbujas, algo que me dé una idea
de en donde buscar, pero no hay nada.
Buceo. El agua es profunda y oscura. Sigo nadando, con mis ojos amplios. Tengo
que encontrarlo.
Empujo profundamente, volteo hacia la otra dirección. Mis pulmones piden aire
pero lo niego. Buceo más al fondo, buscándolo, y cuando estoy por rendirme e ir por
más aire, mis dedos atrapan su bota.
Y, luego, estúpidamente recuerdo que soy más que una chica humana y que tengo
el poder de curar, pero estoy tan asustada que me toma unos cuantos intentos llamar a
la gloria. Me inclino sobre él, la gloria brillando a través de mí en la orilla. No me
importa que alguien me vea, sólo me importa Peter. Coloco mis manos brillantes en su
cuerpo y estrecho mi cuerpo contra el de él, mi mejilla contra la suya, mis brazos a su
alrededor, cubriéndolo con mi calidez, mi energía, mi luz.
—Ahora sabes cómo se siente —dice ella y yo alzo mi brazo para bloquear su
espada, pero no soy lo suficientemente rápida.
Él sacude su cabeza.
Ella se coloca sobre su estómago como si fuera a alejarse de nosotros. Luego, sin
advertencia, rueda hacia el lago, y se ha ido.
Lo miro.
—¿Puedes ayudarme? —susurro—. Por favor. No puedo hacerlo respirar.
—Mar….
—No. —Me aparto, sosteniéndome de Peter con más fuerza—. No está muerto.
—No —digo.
Le quito la camiseta a Peter, coloco mis manos en su fuerte pecho, sobre su corazón,
aquel que he escuchado latir bajo mi oído tantas veces, y purifico mi gloria sobre él
como si fuera agua, usando todo de mí, cada pedazo de vida y luz que hay dentro de mí,
para destello de luz que puedo encontrar.
—¡No me importa! —sollozo, limpiando las lágrimas de mis ojos y apartando las
manos de Thiago mientras intenta alejarme.
—Ya se ha ido —dice Thiago—. Has curado su cuerpo, pero su alma se ha ido.
—No.
Thiago y Stefano no están. El lago está tan claro que hace una reflexión perfecta del
agua, del cielo, de los pinos alrededor. Todo está increíblemente quiero en su lugar. No
hay ningún sonido más que el de mi respiración. No hay animales. No hay personas.
Sólo yo.
Es como si hubiese detenido el tiempo.
Y Peter está detrás de mí, sus manos dentro de los bolsillos de su jean, mirándome.
Su cuerpo misteriosamente se ha desvanecido de mi regazo.
—Peter —jadeo.
—Zanahoria.
—Así parece.
Me ayuda a levantarme, mantiene mis manos entre las suyas y me guía al lado de la
orilla. Me tambaleo con el tipo de piso, pero Peter tiene menos problema. Finalmente
llegamos a un punto más plano y nos sentamos, hombro con hombro, mirando el agua,
mirándonos uno al otro. Estoy aturdida de verlo saludable, perfecto, cálido, sonriendo y
vivo.
—Sí, claro.
—Mmm. —Se queda mirando el lago—. Bueno, estoy contento que hayas
encontrado una forma de venir esta vez.
—Sí, yo también.
—Te amo.
—Yo también te amo —digo—. Siento mucho que esto haya sucedido. Tenías esta
vida tan hermosa delante de ti, y ahora se ha ido.
Alza mi mentón.
Nos quedamos así por no sé cuánto tiempo, con nuestras manos entrelazadas, mi
cabeza contra su hombro. Me cuenta sobre las cosas que me perdí este año, cómo mejoró
sus clases de equitación.
—Te extrañé cada minuto. Quería salir de California y jalarte del pelo y regresarte a
casa, para hacerte entrar en razón. Luego pensé que bueno ya que no puedo traerla
conmigo, yo iré donde ella.
—Tú también, supongo. No puedes salir con un chico muerto toda tu vida.
No sé qué decir.
—Bueno, debería dejarte ir, creo. Tengo un largo camino por delante.
Me lleva a sus brazos. Peter y yo hemos tenido despedidas, pero nunca como esta.
Me aprieto contra él, inhalando su aroma, su perfume, sintiendo la solidez de sus
brazos, sabiendo que será la última vez que sienta esto. Luego alzo la mirada,
completamente desesperada y con el corazón roto, antes de empezar a besarnos. Me
aferro a él con mi vida, besándolo como si el mundo se acabara, y supongo que de
alguna manera lo es. Le doy todo mi corazón a través de mis labios. Lo amo. Abro mi
mente y le muestro lo mucho que lo amo. Él da una risa agonizada y sorpresiva, y se
aparta, respirando fuerte.
El Profeta
Me despierto en mi habitación. Por un minuto considero si es que todo fue un mal sueño. Se
siente
como uno. Pero luego la realidad se sitúa. Gruño y me volteo a un lado, curvándome en posición
fetal,
presionando mis manos contra mi frente hasta que duele, y empiezo a balancearme hacia
adelante y
hacia atrás, porque sé que Peter se ha ido.
Hay un ángel sentado al borde de mi cama, puedo sentir que me ama. Está
agradecido de que esté bien. En casa.
—¿Papá?
No es papá. Es un hombre con un cabello recién cortado, los ojos del color del cielo.
Sonríe.
—Tu padre no pudo venir esta vez, pero te manda su amor —dice—. Yo soy Uriel.
—Tuviste una gran aventura, ¿verdad? —dice—. Lo hiciste bien. Hiciste lo que
tenías que hacer. Y tal vez más de lo que debías.
Pero no lo suficientemente bien, pienso, porque Peter está muerto. Nunca más lo volveré a
ver.
—El chico está bien. De hecho, está más que bien. Por eso he venido a verte.
—Sí.
Uriel ríe.
—No estás en problemas. Pero lo que hiciste por él, la forma en que te purificaste
con él, lo salvó, pero también lo ha cambiado. Necesitas entender.
Suspira.
—En la antigüedad, llamábamos a un persona con tanta gloria, con tanto poder
dentro de sí, como un profeta.
—Él será ligeramente más que humano. Los profetas del pasado a veces han sido
capaces de curar a los enfermos, o conjurar fuego o tormentas, o tener visiones del
futuro. Afecta las pequeñas cosas su sensibilidad a parte del mundo que los humanos
usualmente no ven, su comprensión del bien y del mal, la fuerza de tanto su cuerpo
como espíritu. A veces también afecta su longevidad.
—¿Yo…lo maté?
—No —responde—, él ha retornado al cielo. Sus alas son blancas otra vez.
—No lo entiendo.
—Una espada de gloria no es sólo un arma. Es el poder de Dios, y tú la insertaste
justo en el centro del ser de Juan Cruz. Lo llenaste de luz.
—Todo lo que hice fue usar la espada una vez —digo, avergonzada por la idea.
—Cuando Juan Cruz cayó, el liderazgo de los Observadores cayó en Sam. Y por
alguna razón misteriosa, no creo que él venga a atacarte.
Eso funcionó bien, pienso. Parece que todo es muy bueno para ser cierto, siendo
honesta. Tengo que cuidar de Peter, estoy a salvo de las Alas Negras. No estoy, por una
vez, en problemas. Estoy esperando a que me lancen la noticia mala.
—No estás a salvo de las Alas Negras —dice Uriel—. Los Observadores sólo son
una pequeña fracción de los caídos, quienes aún estarán buscando a los Nephils y
haciendo de las suyas por todo el mundo.
—Ganar la guerra, querida. Vamos a tener que estar vigilando nuestro trabajo, estar
al tanto, estar preparados, todos. Hay tanto por hacer, muchas batallas.
—No. No me veo a mí como una luchadora. Pero, ¿entonces qué soy? ¿Cuál es mi
propósito? —Alzo mis ojos hacia los de Uriel, y él me da una sonrisa simpática. —Oh,
claro. No vas a decírmelo.
—No puedo —dice—. Eres la única que puede decidir cuál es tu propósito Mar.
¿Yo decido? ¿Ahora dice que yo puedo decidir? Hola, nuevas noticias…
—Las visiones te llevan hacia las bifurcaciones del camino que los llevará a ser lo
que deben ser.
Sacudo mi cabeza.
—Espera. ¿Así que, bajo que camino debo ir? ¿Yo decido las cosas o finalmente es
algo que está en el destino?
—Ambas.
Thiago, pienso inmediatamente. En cada visión, está él. Está presente en cada
camino. ¿Pero eso significa que él es mi propósito? ¿Una persona puede ser un
propósito?
—No lo sé —admito—. Quiero ser buena. Quiero hacer buenas cosas. Quiero
ayudar.
Él asiente.
***
Él ríe.
—Estoy bromeando. Tal vez como ocho horas. No mucho.
—Lo curaste —dice—. Lo curaste hasta que te desmayaste, hasta que dejaste de
respirar por unos cuantos segundos, y luego Stefano lo golpeó en el pecho unas cuantas
veces, le dio respiración boca a boca, y él volvió a la vida. Él vomitó como un galón de
agua, pero regresó. —Thiago me mira a los ojos—. Lo salvaste.
—Oh.
—Sí—dice con una mueca—. Eres una presumida. Primero nos sacas del infierno,
luego derrotas al Observador más grande y fuerte, y después vas en busca de un ángel,
hacia la altitud más alta, para finalmente resucitar a un muerto. ¿Ya terminaste? Porque
sinceramente, no sé si puedo tener más emoción en esta vida.
—Eso creo.
—Sí. Así que tal vez podamos regresar a Stanford. Somos libres de vivir una vida
normal por un tiempo. ¿Es algo bueno, verdad?
Se muerde el labio.
—Puede que viaje con Ángela y Joaco, encontraremos un lugar que no llame la
atención por un tiempo. Ella necesita descansar.
Se encoge de hombros.
—Sí. Lo es.
Se pone de pie. Sonríe como si todo fuera normal, pero puedo sentir que esto lo está
matando. Dejarme, va en contra de todos sus instintos, todo lo que le dice su corazón.
—Fue en serio, lo que dije en el infierno —dice—. Eres mi espada de gloria, ¿lo
sabes? Mi verdad.
—Thiago…
Baja la mirada.
—Lo sé.
—Bueno, ya sabes, ese Peter no estará aquí para siempre. Tal vez esté contigo en
unos cientos de años o por ahí.
Él jadea apenas mientras su piel se recompone. Cuando saco mi mano, el corte está
completamente curado, pero todavía hay una cicatriz por sus costillas.
***
La cama está vacía, las sábanas están encima, de forma desordenada, como si
alguien hubiese intentado estirarlas en un apuro. No hay nadie aquí, frunzo el ceño.
—¡Mar! —dice.
—No de eso.
Sonrío y cojo una toalla para secar los platos, cojo la sartén, boto el desastre que
había y vuelvo a colocarla en la hornilla.
—¿Viste a Stefano?
—Sí, estuvo aquí por un rato. Se veía algo distraído. Intento darme un sobre lleno
de dinero.
—¿Eh?
Él traga.
—Por favor, no dejes que esta sea la parte donde me dices qué es lo mejor para mí.
—Claro.
—¿Confías en mí?
—Por supuesto.
Aprovecho el momento y cubro sus ojos con mis manos. Llamo a la gloria, un
círculo de luz cálido a nuestro alrededor. Cierro mis ojos, sonriendo, y nos envío a la
granja. A propósito.
Peter jadea.
Me encojo de hombros.
Sonríe.
—¿Así que realmente piensas en todas esas cosas que me dijiste cuando era un
hombre muerto?
—Cada palabra.
—¿Podrías decirlo de nuevo? —pregunta—. Mi memoria está algo borrosa.
—¿Qué parte? ¿La parte en que decía que quería quedarme contigo para siempre?
—Sí. Dilo.
—Te amo.
Luego su mirada cae a mis labios de nuevo, y se inclina, antes que el resto del
mundo simplemente desaparezca.
EPÍLOGO
Desde el porche, donde estoy sentada al lado de Ángela, tomando limonada, alzo
mi mano y saludo. Cada vez que lo veo, ha crecido más, aunque es pequeño de altura
para tener nueve años. Siempre está gritándote al oído, algo que sacó de su madre,
siempre está sonriendo con esos ojos caramelo. Mientras lo observamos, él le da un leve
golpe a Midas para que vaya más rápido, y Peter tiene que trotar a su lado para
mantener el ritmo.
Peter asiente, rueda sus ojos, y golpea suavemente a Midas en el cuello, para que
disminuya la velocidad. Como si caerse de un caballo le fuera a hacer algo a ese
pequeño indestructible niño.
Bufa y alza sus brazos sobre su cabeza para estirarse. Si miro con más detenimiento,
puedo ver las marcas desvaneciéndose en su brazo derecho, algunas cuantas restantes.
Los tatuajes empezaron a desvanecerse en el momento en que tuvo a Joaco de nuevo en
sus brazos. Como si su amor la estuviera limpiando, siempre dice ella.
En pocas horas, todos nosotros estaremos reunidos en la mesa de los Lanzani para
el almuerzo: los padres de Peter; Cande, su esposo y su pequeña Estefanía; Ángela y
Joaco; y, si estoy de suerte, Stefano también. Todos comeremos, nos reiremos, y
hablaremos sobre las noticias y los trabajos de cada uno.
Yo bromearé sobre el genial clima de la ciudad y como me muero por quedarme ahí; Peter
aprovechará para sacudir mi rodilla bajo la mesa.
Y sentiré una sensación de calidez, pero también sentiré una
ausencia, como si hubiese una silla vacía en la mesa.
Y a ese punto, el tema de conversación inevitablemente se dirigirá hacia Thiago;
Ángela hablará sobre los edificios
donde Thiago ha estado trabajando, y Joaco hablará sobre las aventuras que tuvieron los
dos, en el Zoológico o en el Museo de Niños de Chicago. Y luego la conversación
cambiará de nuevo a otras cosas, y me sentiré normal de nuevo. Me sentiré bien.
Ángela aún está hablando sobre estilos de padres, algo llamado Amor y Lógica. Ella
me ofrece prestarme libros sobre el tema, yo sonrío y digo que los miraré. Me pongo de
pie y me dirijo hacia el porche.
—¡Te veo! —le digo a Joaco—. Hola guapo —agrego para Peter.
Él se inclina sobre la cerca para besarme, tomando mi rostro entre sus manos, el
anillo de oro en su dedo frío contra mi mejilla.
Luego retrocede y baja su cabeza por un minuto, sus ojos cerrados de aquella forma que se ha
vuelto familiar a través de los años.
Coloco mi mano en su hombro.
—Sí, estoy teniendo una visión—dice, con una risa en su voz—. Estoy teniendo una
visión que sé que se hará realidad.
—¿Y cuál es? —le pregunto.
FIN
LIBROS DIGITALES
ESCRIBINOS A:
ventalibrosdigitalesargentina@gmail.com
imagen2.png
HTTP://READAPASSION.BLOGSPOT.COM
HTTP://TRADAPLALITER.WORDPRESS.COM