Está en la página 1de 196

BOUNDLESS

CYNTHIA HAND
EL DESIGNIO DEL ANGEL III
Sinopsis

Los últimos años han tenido más sorpresas de lo que Mar jamás podría haber anticipado.
Aún así, desde las alturas llena de vértigo del primer amor, agonizante de haber perdido a
alguien cercano a ella, la única cosa que ya no puede negar, es que nunca fue destinada a vivir
una vida normal.

Desde que descubrió el rol especial que tenía entre los otros ángeles de sangre, Mar ha sido
determinada a proteger a Peter del mal que la sigue a ella…incluso si eso significa romper sus
corazones. Dejar la ciudad parece la mejor opción, así que ella se dirige hacia California, y
también lo hace Thiago, el chico irresistible de la visión que la llevó a este viaje.

Mientras Mar hace su camino a un mundo que es bastante nuevo, descubre que el ángel
caído que la atacó está observando cada movimiento qué hace. Y no es el único.

Con la batalla contra los Alas Negras, Mar sabe que finalmente debe completar su destino.
Pero no vendrá sin sacrificios o traiciones.
Capitulo UNO

Bienvenida a la granja

— ¿Cómo estás, Mar?

Regreso a mi habitación, una pila de viejas revistas colocadas por mis pies, las que
debo haber botado cuando la visión me golpeó. Mi respiración aún está congelada en
mis pulmones; mis músculos tensos, como si estuvieran preparándome para correr. La
luz brillando a través de la ventana hace doler mis ojos. Parpadeo ante Emi, quién se
inclina contra el marco de la puerta de mi habitación y me ofrece una sonrisa.

— ¿Qué sucede? —pregunta, cuando no respondo—. ¿Visiones?

— ¿Cómo lo sabes?
—Yo también las tengo. Además, he estado saliendo con personas que tienen
visiones toda mi vida. Reconozco la expresión.

Me sostiene por los hombros y se sienta a mi lado, al borde de la cama. Esperamos


hasta que mi respiración se silencia.

— ¿Quieres hablar al respecto? —pregunta.

— No hay mucho todavía —digo.

He estado teniendo esta visión todo el verano, desde Italia con Ángela. Hasta ahora,
no ha habido más que la oscuridad, terror y un extraño piso inclinado.

Después del funeral de mamá, Stefano se fue de la casa, al igual que papá. Ángela
decidió invitarme a Italia por el verano, para alejarme del dolor. Ahora que estamos de
regreso, nos espera Stanford, aquella universidad donde se cumplirá la visión de
Ángela. Mi amiga ha estado teniendo visiones de un hombre, que parece mayor, pero no
puede saber quién es porque está de espaldas. Sin embargo, yo he estado más
preocupada que ella al respecto porque ella estuvo casi todo el verano enamorada de un
chico que terminó siendo un ángel. Ella siempre lo supo y nunca me lo contó, y cuando

me enteré y lo conocí, algo me dijo que él no era de fiar; a veces pienso que es un ángel
caído.

— Puedes contarme si quieres —dice Emi, interrumpiendo mis pensamientos—. Si


crees que ayudará a que ello aligere tu pecho. Pero las visiones son personales, en mi
opinión.

— ¿Cómo lo haces? ¿Cómo sigues con tu vida normal cuando sabes que algo malo
sucederá?

Hay un dolor en su sonrisa. Coloca su cálida mano sobre la mía.

— Aprendes a encontrar tu felicidad —dice—. Intentas dejar de preocuparte sobre


cosas que no puedes controlar.

— Es más fácil decirlo que hacerlo —suspiro.

— Requiere práctica.

Golpea suavemente una mano en mi hombro y lo sacude.

— ¿Ya estás bien? ¿Lista para levantarte?

— Sí, señora —digo, sonriendo débilmente.

— De acuerdo, entonces, empieza a trabajar.

Termino de empacar, cosa que estaba haciendo antes que la visión aparezca, y Emi
coge una cinta adhesiva para empezar a sellar las últimas cajas.

— Sabes, yo ayudé a tu madre a empacar para ir a Stanford, en ese entonces, 1963.


Éramos compañeras de habitación, viviendo en San Luis de Obispo, una pequeña casa
en la playa.

Voy a extrañar a Emi. La mayoría de veces que la veo, no puedo evitar ver a mi
mamá, no porque las dos se parezcan, sino porque, siendo la mejor amiga de mamá por
los últimos cien años, Emi tiene un millón de recuerdos como este sobre Stanford,
historias graciosas y tristes, tiempos donde mi mamá tenía un mal corte de pelo o
cuando incendió la cocina, o cuando eran enfermeras en la Primera Guerra Mundial y
mamá salvó la vida de un hombre. Es como si, por esos pequeños minutos, mamá
estuviera viva de nuevo.
— Puedes volver a casa cuando quieras —dice Emi, cuando hemos terminado—.
Recuerda eso. Esta es tu casa. Sólo llama y dime que estás en camino y yo vendré a
poner nuevas sábanas en la cama.

Golpea afectuosamente mi mano y luego baja al primer piso a colocar las cajas en su
auto. Ella también estará conduciendo a California mañana, con la mamá de Ángela, y
yo la seguiré con mi auto.

Salgo de mi habitación. La casa está silenciosa, pero también parece tener algo de
energía, como si estuviera llena de fantasmas. Me quedo mirando la puerta de Stefano.
Él debería de estar aquí. Debería haber empezado el colegio. Debería estar jugando
fútbol y tomando su asqueroso batido de proteínas, debería estar botando toneladas de
medias sucias. Lo extraño.

El timbre de la puerta principal suena.

— ¿Esperabas compañía? —me llama Emi.

— No —grito de regreso—. ¿Quién es?

— Es para ti —dice.

Bajo al primer piso.

— Oh, dios —dice Cande cuando abro—. Tenía miedo de haber llegado tarde.

Instintivamente miró alrededor, en busca de Peter, mi corazón haciendo un


estúpido pequeño baile.

— Él no está aquí —Cande dice gentilmente—. Él, eh…

No quiere verme.

Intento sonreír mientras algo en mi pecho se sacude con dolor. Claro, pienso. ¿Por
qué querría verme? Hemos terminado. Está continuando con su vida.

Me obligo a enfocarme en Cande. Está apretando una caja de cartón contra su pecho
como si tuviera miedo que pueda alejarme de ella. Cambia el peso de un pie al otro.

— ¿Qué tal? —pregunto.


— Tengo unas cuantas cosas tuyas —dice—. Mañana me voy a la universidad y
yo…yo pensé que las querrías.

— Gracias. Yo también me voy mañana —le digo.

Sonrío y cojo la caja. Ella me devuelve la sonrisa tímidamente, y me entrega la caja.


Adentro hay un par de DVD, revistas, mi copia de Academia de Vampiros, y otros libros,
un par de zapatos de vestir que le presté para la fiesta de promoción.

— ¿Cómo estuvo Italia? —pregunta, mientras coloco la caja al lado de la puerta—.


Me llegó tu postal.

— Era hermosa.

— No lo dudo —dice—. Siempre he querido ir a Europa. Quiero ver Londres, París,


Viena… —sonríe—. Oye, ¿qué te parece si me muestras tus fotos? Me gustaría verlas. Si
tienes tiempo.

—Claro.

Corro a mi habitación para coger mi laptop, luego me siento con ella en el sofá de la
sala de estar, y le enseño las fotos de este verano.

— Así que eso fue Italia —digo, cuando terminamos—. Subí como cuatro kilos
comiendo pasta.

— Bueno, antes estabas muy flaca —dice Cande.

— Gracias.

— Odio ser la que arruina la fiesta, pero debo irme. Tengo un montón de cosas que
hacer en casa antes de mañana.
Nos ponemos de pie y yo me volteo hacia ella, inmediatamente aturdida ante la
idea de decirle adiós.

— Vas a hacerlo genial en Washington y te divertirás de todas formas, pero te voy a


extrañarte mucho —digo.

— Bueno, nos veremos cuando tengamos vacaciones, ¿verdad? Siempre puedes


escribirme correos, ya sabes. No seas una extraña.

— No lo seré. Lo prometo.

Me abraza.

— Adiós Mar —susurra—. Cuídate.

Cuando se ha ido, cojo la caja y la llevo a mi habitación, y cierro la puerta. Saco


todas las cosas de la caja. Ahí están, además de las cosas que le presté a Cande,
encuentro unos objetos de Peter: una cuerda para pescar que le compré, una flor
silvestre a presión de uno de las coronas que solía hacerme para mi pelo, un CD con
canciones mezcladas que le hice el año pasado, lleno de canciones de vaqueros y sobre
volar y sobre amor, que él escuchó un montón de veces aunque debió haber pensado
que era cursi. Me lo está devolviendo todo. Odio lo mucho que esto me duele, lo mucho
que aún recuerdo lo que tuvimos, así que cuidadosamente coloco todas las cosas de
nuevo en la caja, y la sello con cinta adhesiva, antes de deslizarla en las sombras, en la
parte de atrás de mi armario. Y le digo adiós.

***

Mar.

Escucho la voz en mi cabeza, diciendo mi nombre, antes de escucharla en voz alta.


Estoy en la plaza de la Universidad de Stanford, en medio de más de quinientos
alumnos de primer año y sus padres, pero los escucho alto y claro. Empujo entre la
multitud, buscando su cabello desordenado, sus ojos verdes. De pronto, la gente se
aparta de mí y lo veo, como a veinte pasos de mí, dándome la espalda. Como siempre.
Y, como siempre, es como si las campanas sonaran dentro de mí, reconociéndolo.

— ¡Thiago! —lo llamo.

Él se voltea. Nos movemos entre la multitud para encontrarnos. En un destello de


tiempo, estoy a su lado, sonriéndole, casi riendo porque se siente muy bien el estar
juntos después de tanto tiempo.
— Oye —dice—. Gracioso el encontrarte aquí.

— Sí, gracioso.

No se me ocurre hasta este preciso minuto, lo mucho que lo he extrañado. Estaba


tan ocupada extrañando a otras personas, a mi madre, Stefano, Peter, Papá, atrapada en
todo lo que dejé atrás. Pero ahora…es como si una parte de ti dejara de doler y de
pronto eres tú misma de nuevo, saludable y completa, y sólo ahí te das cuenta que has
estado llena de dolor por un tiempo. He extrañado su voz en mi cabeza, en mis oídos.
He extrañado su cara, su sonrisa.

— Yo también te he extrañado —dice, inclinándose para decirlo en mi oído, así lo


puedo escuchar sobre la multitud de voces.

Su aliento contra mi cuello hace que tiemble. Retrocedo incómoda, de pronto


consciente de todo.

— ¿Cómo estuvo tus vacaciones? —es todo lo que se me ocurre preguntar.

Su tío siempre lo lleva a las montañas durante el verano, pasa todo este tiempo
entrenando, lejos del Internet y de la Televisión y de otras distracciones. Lo hace
practicar llamando a la gloria, y todas estas habilidades de ángeles.

— La misma rutina de siempre —dice—. Mi tío ha estado más intenso este año, si es
que puedes creer eso. Me hizo trabajar como un perro.

— ¿Por qué?

Sus ojos se ponen serios.

— Te digo después, ¿de acuerdo? —dice en mi mente—. ¿Cómo estuvo Italia? —me
pregunta en voz alta.

— Interesante —digo.

Ángela escoge ese momento para aparecer a mi lado.

— Hola Thi —dice, alzando su mentón en son de saludo—. ¿Cómo te va?

Él hace un gesto a la multitud de alumnos de primer año.

— Creo que la realidad finalmente está empezando a establecerse.

— Sé a lo que te refieres —dice ella—. Tuve que pincharme para realmente creerme
que estaba aquí. ¿En qué habitación estás?

— Cedro.
— Mar y yo estamos en Roble. Creo que eso está al otro lado del campus.

— Lo está —dice él—. Lo chequeé.

Está contento de haber terminado al otro lado del campus, lo entiendo mientras lo
miro. Porque él piensa que puede que a mí no me guste que siempre esté cerca,
cogiendo pensamientos aleatorios de mi cabeza. Quiere darme algo de espacio.

Le mando un equivalente mental de un abrazo, lo que lo sorprende.

— ¿Por qué fue eso? —pregunta.

— Necesitamos bicicletas —dice Ángela—. Este campus es muy grande. Todos


tienen bicicletas.

— Porque estoy contenta que estés aquí —le digo a Thiago.

— Estoy contento de estar aquí.

— Estoy contenta que estés contento de estar aquí.

Sonreímos.

— Oye, ¿ustedes dos están haciendo esa cosa mental? —pregunta Ángela—. Porque
es tan molestoso —piensa.

Thiago ríe.

— ¿Desde cuándo habla por telepatía?

— Desde que le he estado enseñando. Fue algo que hicimos en el viaje de once horas.

— ¿Realmente crees que es una buena idea? Ella ya es lo suficientemente gritona… —


bromea, pero sé que en el fondo le incomoda que Ángela forme parte de nuestras
conversaciones secretas.

— Hasta ahora, no ha sido capaz de recibir, de escuchar los pensamientos en su mente —le
digo, para calmarlo—. Sólo puede transmitir.

— Así que puede hablar, pero no escuchar. Qué apropiado.

— Molestoso —dice Ángela, cruzando su brazo sobre su pecho y mirándolo.

Ambos reímos.
— Lo siento Angie. —Deslizo un brazo alrededor de ella—. Thiago y yo tenemos un
montón con lo que ponernos al día.

— Bueno, creo que es rudo —dice.

— Está bien, está bien. Ya no más conversaciones mentales. Lo entiendo.

— Al menos no hasta que aprenda cómo hacerlo. Qué será pronto. He estado
practicando —dice ella.

— Sin duda —dice él.

Capto la risa en sus ojos, y aguanto la sonrisa.


Capitulo DOS

Cerca blanca de piquete

Esta vez alguien más está conmigo en la oscuridad, otra persona respirando
temblorosamente en algún lugar detrás de mí.

Aún no puedo ver nada, no puedo determinar dónde estoy, aunque esto es como la
milésima vez que tengo esta visión. Está oscuro, como siempre. Estoy intentando
mantenerme callada, intentando no moverme, no respirar, así puedo explorar mí
alrededor. El suelo está inclinado hacia abajo, alfombrado. Hay un aroma de aserrín en
el aire, nueva pintura, y esto: la idea de un olor distintivamente masculino, como
desodorante o crema de afeitar, y ahora la respiración. Cerca, creo. Si me volteo y me
estiro, podría tocarlo.

Hay pasos encima de nosotros: pesados y haciendo eco, como personas


descendiendo un conjunto de escaleras de madera. Mi cuerpo se tensa. Seremos
encontrados. De alguna forma sé esto. Lo he visto cientos de veces en mis visiones. Lo
estoy viendo ahora mismo. Quiero deshacerme de esto, quiero llamar a la gloria, pero
no lo hago, creyendo que no sucederá esta vez. Aún tengo esperanza.

Hay un ruido detrás de mí, extraño y alto, tal vez un gato aullando o un pájaro
cantando. Me volteo hacia el sonido.

Hay un momento de silencio.

Luego viene una explosión de luz, cegándome. Me alejo de ésta.

—¡Mar, agáchate! —grita una voz.

En ese momento salvaje, instantáneamente sé quién está conmigo, reconozco su voz


en cualquier lugar, y me encuentro a mí misma poniéndome de pie, porque alguna parte
de mí sabe que ahora tengo que correr.

***
Me despierto con el rayo de la luz del sol en mi cara. Me toma un segundo
reaccionar dónde estoy: en mi habitación, en la universidad. Las campanas de la Iglesia
suenan a la distancia. Olor de detergente y rasuradoras. He estado en Stanford por más
de una semana, y esta habitación aún no se siente como casa.

Mis sábanas están desordenadas. Realmente debo de haber estado intentando


correr. Me recuerdo por un minuto, tomando profundas respiraciones desde mi
abdomen, intentando calmar mi corazón acelerado.

Thiago está ahí. En la visión. Conmigo.

Claro que él está ahí, pienso. Ha estado en todas las visiones que he tenido. Pero
hay algo de comodidad en ello.

Me siento y miro a mi compañera de habitación, Wan Chen, dormida en la cama al


otro lado de la habitación, roncando. Me libro de mis sábanas y me coloco un jean y una
sudadera con capucha, me hago una cola de caballo, intentando no hacer ruido para no
despertarla.

Cuando salgo, hay una gran ave sentada en el poste de luz cerca a mi dormitorio, de
forma negra. Se gira para mirarme. Me detengo.

Siempre he tenido una relación complicada con las aves. Incluso antes de saber que
era un ángel de sangre, entendía que había algo raro sobre la forma en que las aves se
silenciaban cuando yo pasaba, la forma en que me seguían.

Una vez, cuando había tenido un picnic con Peter, alzamos la mirada y teníamos
nuestra mesa rodeada de aves, no los comunes que intentan coger tu comida, sino
también otros tipos de aves.

—Eres como una caricatura de Disney, Zanahoria —Peter se burlaba—. Deberías


lograr que te hagan un vestido o algo.

Pero esta ave se siente diferente, de algún modo. Es un cuervo, creo. Y me observa,
silenciosa. Pensativa, deliberada.

Emi una vez dijo que las Alas Negras podían convertirse en aves. Es la única forma
que pueden volar, de otro modo su pena hace mucho peso y los hace caer. ¿Así que esta
ave es un cuervo ordinario? Salto ante éste. Inclina su cabeza y me mira de vuelta con
sus ojos amarillos.
Terror corre por mi espina.

Vamos Mar, pienso, Es sólo un ave.

Me tranquilizo y lo paso, abrazando mis brazos contra mi pecho, por la mañana fría.
El ave da un graznido, una filuda advertencia que manda escalofríos por mi espalda.
Sigo caminando. Después de unos cuantos pasos, miro sobre mi hombro al poste de luz.
El ave se ha ido.

Suspiro y me digo a mí misma que me estoy volviendo paranoica, sólo estoy


asustada por la visión. Intento alejar al ave de mi mente y sigo caminando. Rápido.
Antes de saberlo, ya estoy al otro lado del campus, debajo de la ventana de Thiago,
caminando de un lado al otro en la acera porque realmente no sé qué estoy haciendo
aquí.

Debí haberle contado sobre la visión, pero estaba muy preocupada por otras cosas.
Hemos estado aquí por caso dos semanas y ninguno de los dos ha hablado sobre
visiones o propósito o cosas relacionadas a ángeles. Hemos estado jugando a ser
alumnos de primer año de universidad, pretendiendo que no hay nada más para
nosotros que aprendernos los nombres de las personas y saber a qué clases hay que ir e
intentando no vernos como idiotas en esta universidad donde todos parecen genios.

Pero ahora debo decírselo. Necesito hacerlo. Sólo que son, reviso mi celular, siete y
quince de la mañana. Muy temprano.

—¿Mar? —su voz en mi cabeza suena agotada.

—Mierda, lo siento. No quería despertarte.

—¿Dónde estás?

—Afuera. Yo…Aquí.

Digito su número y él responde al primer llamado.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien?

—¿Quieres salir a pasear? —pregunto—. Sé que es temprano…

Puedo sentirlo sonreír al otro lado de la línea.

—Absolutamente. Salgamos.
—Bien.

—Pero primero déjame ponerme un pantalón.

—Hazlo —digo, contenta que no me vea completamente sonrojada ante la idea de él


en bóxer—. Estaré aquí mismo.

Unos minutos después sale con un jean y una camiseta con el logo de la
universidad, su cabello desordenado. Se restringe el abrazarme. Está aliviado de verme
después de nuestra pequeña pelea la semana anterior. Yo di la idea que quería ser
doctora pero él me llenó de contradicciones. Quiere decirme que lo siente, quiere
decirme que me apoyará en todo lo que yo decida hacer.

—Gracias —murmuro, sin que sea necesario que lo diga en voz alta—. Eso significa
un montón.

—¿Así que, qué está sucediendo? —pregunta.

Es difícil saber por dónde empezar.

—¿Quieres salir del campus por un momento?

—Claro —dice, un destello de curiosidad en sus ojos verdes—. No tengo clase hasta
las once.

Empiezo a caminar hacia mi edificio.

—Vamos —lo llamo sobre mi hombro.

Él trota hasta llegar a mi lado.

***

Veinte minutos después, estamos conduciendo alrededor de mi antigua ciudad.

—Calle Mercy —dice Thiago mientras pasamos por esta antigua tienda de donuts
dónde solía ir—. Calle Church. Calle Hope….

—Sólo son nombres Thiago.

Reviso mi espejo y me encuentro a mí misma no preparada para la mirada de sus


ojos verdes, fijos en mí. Aparto la mirada.
No sé que espera que haga ahora que estoy oficialmente soltera. No sé lo que yo
espero de mí misma. No sé lo que estoy haciendo.

—No estoy esperando nada, Mar —dice, sin mirarme—. Si quieres salir conmigo,
genial. Si quieres algo de espacio, también lo entiendo.

Estoy aliviada. Podemos tomar esto de “pertenecemos juntos”, lentamente,


descubrir lo que realmente significa. No tenemos que apurar las cosas. Podemos ser
amigos.

—Gracias —digo—. Y, mira, no te hubiese dicho para salir si no quisiera hacerlo.

Eres mi mejor amigo, quiero decir, pero por alguna razón no lo hago.

Él sonríe.

—Llévame a tu casa —dice, impulsivamente—. Quiero ver dónde vivías.

Obedientemente, lo hago doblar a la derecha, a mi antiguo barrio. Pero no es mi


casa, ya no. Es la casa de otra persona ahora, y el pensamiento me pone triste.

—Linda —dice Thiago, cuando llegamos—. Con toda una cerca blanca de piquete.

—Sí, mi mamá era una tradicionalista.

La casa también, se ve exactamente igual. No puedo dejar de ver la pequeña cancha


de básquet dónde mi hermano solía jugar. Lo extraño tanto.

—Así que dime —dice Thiago, sacándome de mis pensamientos.

Trato de pasarle por la cabeza la visión, que él está ahí conmigo, en la habitación
oscura. Él gritándome que me agache.

—Bueno. No es un tipo de visión muy visual, ¿verdad? —dice.

—No, es bastante oscuridad y adrenalina. ¿Qué piensas? —digo.

Sacude su cabeza.

—¿Qué dice Ángela?

Me muevo incómoda.

—No hemos hablado del tema.


Mira mi cara, sus ojos entrecerrándose ligeramente.

—¿Le has contado a alguien más? —lee mi expresión de culpabilidad—. ¿Por qué?

Suspiro.

—No lo sé.

—¿Por qué no le has dicho a Emi? Esa es la razón por la que ella se convirtió en tu
guardián, ya sabes, para ayudarte en cosas como ésta.

Porque ella no es mi mamá, pienso.

—Emi se acaba de casar con tu tío —explico—. No quiero expresar mi depresión


justo cuando es su luna de miel. Y, Ángela, bueno, ella tuvo su tema en Italia.

—¿Qué tema? —pregunta, frunciendo el ceño.

Muerdo mi labio. Desearía poder contarle sobre Camilo.

—¿Quién es Camilo? —pregunta Thiago—. Espera, ¿él no fue el ángel quién le


contó a Ángela sobre las Alas Negras? —sus ojos se amplían mientras encuentra los
míos—. ¿Él es el misterioso novio italiano?

Es oficial. Apesto guardando secretos, especialmente a él.

—¡Oye! ¡No leas mi mente! ¡No puedo hablar sobre ello! —espeto—. Lo prometí.

—Entonces deja de pensar en eso —dice, lo que hace que piense más en ello—.
Caray, Ángela y un ángel.

Hay un momento de silencio.

—Así que eh…de regreso a tu visión.

—No te lo dije porque no quería volver a tener una visión —confesé—. No ahora
mismo. Siento no habértelo dicho —dije—. Debí decir algo.

—Yo tampoco te conté sobre la mía. Básicamente por la misma razón. —Se
detiene—. Es irónico —agrega—. Tú has estado teniendo un visión de oscuridad y yo de
luz.

—¿Qué quieres decir?


—Todo lo que veo es luz. No sé dónde estoy. No sé lo que se supone que estoy
haciendo. Sólo luz. Me tomó unas cuantas veces descubrir qué era.

—¿Qué era qué?

—La luz. —Me mira—. Es una espada.

Mi boca se abre.

—¿Una espada?

—Una espada flameante. Primero en todo lo que pensaba era. ¿Qué genial es eso?
Tengo una espada, hecha de fuego. ¿Genial, verdad? —su sonrisa se desvanece—. Pero
luego empiezo a pensar sobre lo que podría significar, y cuando le conté a mi tío, él se
volvió loco. Me empezó a obligar a hacer más ejercicio.

—¿Por qué?

—Porque obviamente voy a tener que pelear.

—¿Contra quién?

—No tengo idea. Pero mi tío se está asegurando que esté preparada para lo que sea.

—Caray —digo—. Lo siento.

—Sí bueno, es obvio que nunca tendremos vidas normales, ¿verdad?

Silencio.

—Lo descubriremos, Thiago —digo, finalmente.

Él asiente, pero hay algo más que lo moleta, una pena que llega hasta mí y hace que
encuentro sus ojos. Luego sé sin tener que preguntar que su tío se está muriendo. Está
llegando a la regla de los ciento y veinte años.

—¿Cuándo? —susurro.

—Pronto. Unos pocos meses, es su mejor chance. Él no quiere que esté ahí. No
quiere que lo vea así.

Lo entiendo. Al final mi mamá estaba tan débil que ni siquiera podía ir al baño.
Deslizo mi mano sobre la suya, lo que lo sorprende. La electricidad familiar pasa
entre nosotros, haciéndome más fuerte. Más valiente. Recuesto mi cabeza en su hombro.
Intento consolarlo de la forma en qué siempre lo ha hecho.

—Estoy justo aquí —le digo—. No me voy a ninguna parte.

—Gracias.
Capitulo TRES

El Laberinto

Esa noche sueño con Peter, ambos cabalgando a Midas en el bosque. Estoy sentada
detrás de él, mis piernas presionadas contra las suyas mientras su caballo se mueve
debajo de nosotros, mis brazos envueltos débilmente alrededor de su pecho. Mi cabeza
está llena del olor del pino, del caballo y de Peter. Estoy completamente relajada,
disfrutando del sol en mis hombros, la briza en mi cabello, la sensación de su cuerpo
contra el mío. Él es caliente, bueno y fuerte. Es mío. Me inclino contra él, presiono un
beso en su hombro a través de su camisa azul pálido.

Él se voltea a decirme algo y el ala de su sombrero me golpea en la cara. Estoy


sorprendida; pierdo mi equilibrio y casi me caigo del caballo, pero él me endereza. Se
quita su sombrero, me mira con su cabello castaño desordenado, ojos grises, y ríe
roncamente, lo que hace que me dé escalofríos.

—Esto no está funcionando. —Coloca el sombrero en mi cabeza y sonríe—. Ahí está,


mucho mejor en ti—. Inclina su cara para besarme. Sus labios ligeramente agrietados
pero gentiles, tiernos en mí. Su mente llena de amor.

En este momento sé que estoy soñando. Sé que no es real. Ya puedo sentirme a mí


misma despertándome. No quiero despertar, pienso. Aún no.

Abro mis ojos. Aún está oscuro, una lámpara afuera enviando una luz a través de
nuestra ventana abierta. Estoy llena de un extraño sentimiento, casi como un deja vú. El
edificio está extrañamente silencioso, así que sé, sin mirar el reloj, que debe ser bastante
tarde, o temprano, dependiendo desde donde lo mires.

El sueño es injusto, pienso. Especialmente desde que la pasé tan bien con Thiago
esta mañana, cuando nos pusimos a volar en un descampado. Me siento conectada a él,
como si finalmente estoy donde se supone que debería de estar. Me siento bien.

Sueño idiota. Mi estúpida subconsciencia se está rehusando a enfrentar los hechos:


Peter y yo ya terminamos. Finalizamos.
Cerebro idiota el mío. Idiota corazón.

Hay un sonido ligero, tan pequeño que por un momento creo haberla imaginado.
Me siento, escuchando. Luego suena de nuevo. Me doy cuenta que fue ese pequeño
golpe en la puerta lo que me despertó. Camino hacia la puerta en puntas de pie y la
abro, miro de reojo hacia el pasillo.

Mi hermano está afuera.

—¡Stefano! —jadeo.

Probablemente debería tomar las cosas con calma, pero no puedo. Lanzo mis brazos
a su alrededor. En se aturde sorprendido, sus músculos tensados, pero finalmente coloca
sus manos en mi espalda y se relaja. Se siente tan bien ser capaz de abrazarlo, saber que
está bien, a salvo y sin daños.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, después de un minuto—. ¿Cómo me


encontraste?

—¿Crees que no podría llegar a rastrearte? —dice—. Creí haberte visto ahora, y
supongo que te extraño.

Me alejo apenas para mirarlo. Se ve más grande, de alguna manera. Más alto, pero
delgado. Mayor.

Lo agarro por el brazo y lo llevo hacia el primer piso, la lavandería, donde podemos
hablar sin despertar a nadie.

—¿Dónde has estado? —demando.

—Por ahí. ¡Oye! —agrega cuando lo golpeo en el hombro.

—¡Pequeño desconsiderado! —grito, golpeándolo más fuerte—. ¿Cómo pudiste irte


así? ¿Tienes idea de lo preocupada que hemos estado?

—¿Quiénes son “nosotros”? —pregunta.

—¡Yo, idiota! Y Emi, y Papá…

Sacude su cabeza.

—Papá no se preocupa por mí —dice y en sus ojos veo el enojo contra Papá, por no
estar ahí cuando éramos niños, por mentir, por todo.
—¿Dónde has estado, Stefano? —pregunto calmadamente, tocando su brazo helado.

—He estado haciendo mis propias cosas.

—Podrías habernos dicho a dónde estabas yendo. Podrías haber llamado.

—¿Para qué? ¿Para qué así pudieses convencerme de ser un pequeño niño bueno?

Hay un minuto de silencio.

—¿Estás yendo al colegio? —agrego finalmente.

—¿Por qué haría eso?

—¿Así que no planeas graduarte?

—¿Para qué? ¿Así puedo entrar a una lujosa universidad como Stanford?
Graduarme, conseguir un trabajo a tiempo completo, casarme, comprar una casa, un
perro, tener un par de hijos… ¿cómo serán nuestros hijos de todos modos? ¿Treintaisiete
por ciento ángeles de sangre? ¿Y vivir el sueño americano?

—Si es lo que quieres.

—No es lo que quiero —dice—. Eso lo hacen los humanos, Mar. Yo no soy uno.

—Sí, lo eres.

—Sólo soy un cuarto de humano.

Cruzo mis brazos sobre mi pecho, tiemblo aunque no es el frío.

—Stefano —digo—. Simplemente no podemos correr de nuestros problemas.

Se aleja hacia la puerta.

—Fue un error venir aquí —murmura.

—Espera —digo, cogiendo su brazo.

—Déjame, Mar. Estoy cansado de jugar. He terminado con todo. No voy a tener a
nadie más diciéndome qué hacer, nunca más. Voy a hacer lo que quiero.

—¡Lo siento! —Me detengo, respiro—. Lo siento. —Intento de nuevo, más


calmada—. Tienes razón. No es mi lugar el decirte qué hacer. No soy…
Mamá, pienso, pero la palabra no sale. Suelto su brazo y retrocedo un par de pasos.

—Lo siento —repito.

Me mira con dureza por un minuto como si estuviera decidiendo cuánto decirme.

—Estoy bien Mar, ¿de acuerdo? Por eso vine aquí, a decírtelo. No tienes que
preocuparte, estoy bien.

—De acuerdo —murmuro, mi voz delgada—. Stefano…

—Tengo que regresar.

—¿Necesitas dinero?

—No. —Pero aún así espera a que vaya a mi habitación y recoja mi billetera.

—Sí necesitas algo, llámame —le ordeno—. En serio.

—¿Para qué? ¿Para qué me ordenes? —dice, pero se nota la broma en su voz.

Lo acompaño hasta la puerta principal. Hace frío afuera. Me preocupa que no tenga
un abrigo, me preocupa que cuarenta dólares, los que le di, no sean suficientes para
mantenerlo a salvo. Me preocupa no volverlo a ver.

—Ahora es cuando sueltas mi brazo —dice.

Suelto mis dedos.

—Stefano, espera —digo, mientras se aleja.

Él no se detiene, no se voltea.

—Te llamaré Mar.

—Más te vale —le grito.

***

Ese estúpido cuervo está afuera de mi clase, de pie encima de una rama, justo afuera
de mi ventana, observándome. Me mira fijamente, con esos ojos amarillos intensos.

Seguramente es una coincidencia, pienso. No es el mismo cuervo. No lo puede ser. Se


ve igual, pero…¿cuántos cuervos se ven igual? ¿Qué quiere?
Aléjate, pienso ante el ave. No seas un Ala Negra. Sólo sé una estúpida ave. No quiero
lidiar con un Ala Negra ahora mismo.

El cuervo inclina su cabeza, hace su sonido característico y se aleja. Tomo un respiro


profundo y lo suelto. Estoy volviéndome paranoica, me digo a mí misma. Es sólo un ave, es
solo un ave.

La clase termina e intento alejar aquellos pensamientos mientras me dirijo hacia la


Iglesia de la universidad para encontrarme con Ángela. Su mensaje de texto durante la
clase diciéndome que era importante encontrarme con ella, me hizo pensar en su visión.
¿Habría descubierto algo más? Al fin y al cabo, su visión sucedería aquí en Stanford.

Cuando llego a la Iglesia e ingreso, me demoro en encontrar a Ángela, perdida entre


la multitud de estudiantes reunidos, la mayoría caminando lentamente hacia el frente
del santuario. Camino a través de ellos, buscando a mi amiga hasta que la encuentro.
Ella está con los otros, caminando dentro de un círculo en lo alto de las escaleras del
frente. Algo está recostado en el suelo, como una alfombra enorme, de un azul profundo
con patrones blanco en ésta. Ella no me ve. Sus labios están cerrados en concentración y
se mueven como si estuviera diciendo algo, pero no escucho ningún sonido además del
movimiento de sus pies, el susurro de la ropa mientras la gente camina. Se detiene en
medio del círculo, inclina su cabeza por un largo momento y luego empieza de nuevo,
caminando lentamente, sus brazos colgando a su lado.

Tomo asiento en la fila del frente y espero, me inclino hacia adelante contra mis
rodillas y cierro mis ojos. Tengo un recuerdo repentino de Stefano de pequeño, cuando
íbamos a la iglesia, durmiéndose en medio de un sermón. Mamá y yo luchábamos por
no reír, pero luego él empezaba a roncar y Mamá lo golpeaba suavemente en las costillas
y él se levantaba de un golpe. ¿Qué pasa?, susurraba. Estaba rezando.

Abro mis ojos. Hay alguien a mi lado, poniéndose los zapatos. Es Ángela. Se le ve
frustrada y emocionada al mismo tiempo.

—Hola —digo, pero ella hace un gesto hacia la puerta.

La sigo hacia afuera, contenta de recibir el aire fresco, el sol repentino y la briza que
mueve las hojas de los árboles.

—Te demoraste en llegar —dice Ángela.

—¿Qué era esa cosa que estaba en el suelo? —pregunto.


—Es un laberinto. Una imitación de uno, al menos. La idea es que el caminar en
círculos puede liberar tu mente, así puedes rezar.

Arqueé una ceja.

—Estaba pensando en mi propósito.

—¿Funciona? ¿Tu mente se liberó?

Se encoge de hombro.

—Al principio pensé que no tenía sentido, pero se me ha hecho difícil concentrarme
últimamente. —Se aclara la garganta—. Así que lo intenté, y después de un tiempo,
obtuve esta claridad increíble. Es raro. Simplemente te llega. Luego descubrí que podía
lograr que la visión llegue a mí de esta forma.

—¿Hacer que la visión venga? ¿A propósito?

—Claro que a propósito.

Saber esto instantáneamente hace que tenga ganas de regresar y probarlo. Tal vez
obtenga más que un poco de oscuridad. Tal vez descubra mi visión. Pero hay otra parte
de mí que tiembla ante la idea de ingresar a la habitación negra voluntariamente.

—Así qué….¿por qué te envié un mensaje? Tengo las palabras —dice Ángela con
sus hombros tensos.

La miro. Ella lanza sus manos hacia el aire.

—¡Las palabras! ¡Las palabras! Todo este tiempo, quiero decir, por años, he estado
viendo este lugar en mis visiones y ahora se supone que debo decirle algo a alguien,
pero nunca me escucho a mí misma diciendo las palabras. Me está volviendo loca,
especialmente desde que entré aquí y sé que va a suceder pronto. Se supone que debo
ser una mensajera, al menos eso es lo que pensaba, pero no conocía el mensaje, hasta
ahora. —Toma un largo respiro, lo suelta. Cierra sus ojos—. Las palabras.

—¿Cuáles son?

Abre sus ojos, sus pupilar brillan.

—El siete es nuestro —dice.

—¿Qué significa eso?


Su cara cae, como si estuviera esperando que yo supiera la respuesta.

—Bueno, sé que el número siete es como el número más significativo de todos.

—¿Por qué hay siete días en la semana?

—Sí. Siete días en la semana. Siete notas en la escala musical. Siete colores en el
espectro. Siete es el número de la perfección y la divinidad. Es el número de Dios.

—El número de Dios —repito—. ¿Pero, qué significa eso? ¿El siete es nuestro?

—No lo sé —confiesa, frunciendo el ceño—. He estado considerando que puede ser


un objeto de alguna clase. O una fecha, supongo.

—Y le dirás aquella frase al hombre del traje gris —le recuerdo.

—Sí.

—¿Sabes quién es?

Hace un sonido de irritación. Es obvio que no lo sabe.

—Siento que lo reconozco, en la visión, pero él tiene la espalda contra mí. No veo su
cara. Pero lo voy a descubrir, obviamente —agrega.
capitulo CUATRO

Realmente quiero esta hamburguesa

Los días empiezan a pasar de golpe, Octubre llegando a Noviembre.


Me quedo atrapada en la universidad, el síndrome del estudio.
Voy a clase cinco días a la semana, cinco o seis horas por día.
Estudio rigurosamente por dos horas por cada hora que paso
en clase. Luego duermo, como, me baño y tengo visiones esporádicas de mí y Thiago
escondiéndonos en una habitación oscura. Eso me deja veinte horas para salir en alguna
que otra fiesta con mis compañeras, o ir a tomar un café con Thiago un sábado por la
tarde, o ir a comprar con mi compañera de habitación, o ir a la playa o al cine o aprender
cómo jugar algo. Stefano también me llama de vez en cuando, lo que significa un
completo alivio, y hemos estado desayunando casi semanalmente donde mi Mamá solía
llevarnos cuando éramos pequeños.

Sigo viendo al cuervo por el campus de la universidad, pero hago lo mejor que
puedo para ignorarlo, y mientras más lo veo y nada sucede, me convenzo más a mí
misma que si no me vuelvo loca con el tema, todo estará bien. No importa si es un Ala
Negra, si es Sam o no. Intento actuar como si todo estuviera normal.

Pero un día, Wan Chen y yo estamos saliendo del edificio de Química cuando
escucho que alguien dice mi nombre. Me volteo y veo a un hombre alto en un traje
marrón. Un ángel. No hay duda de ello. Tampoco hay duda de que es mi padre.

—Eh…hola —digo, tontamente.

No he escuchado de él ni lo he visto, no desde que mi Mamá falleció. Y encima se


aparece de pronto, como por arte de magia.

—Así que eh…Wan Chen…este es mi padre —digo, cuando él se acerca—. Papá, mi


compañera de habitación, Wan Chen.

—Encantada de conocerte —dice Papá.

La cara de Wan Chen pierde color y se excusa diciendo que tiene clase antes de
alejarse. Papá tiene ese efecto en los humanos.
—¿Viniste en bicicleta? —pregunto, cuando veo que tiene una al lado.

Él ríe.

—No. Esto es para ti. Un regalo de cumpleaños.

Estoy sorprendida. Ni siquiera era mi cumpleaños y ni siquiera puedo recordar


algún regalo de Papá en persona. Normalmente enviaba algo extravagante por correo.

—Tu madre arregló los regalos —confiesa—. Sabía lo que tú querrías. También fue
la que sugirió esta bicicleta. Dijo que la necesitarías.

—Espera, ¿quieres decir que fue Mamá quién te envió todo esto?

Él asiente y me siento confundida.

—¿Viste a Stefano? —pregunta al cabo de un rato.

—Sí, vino a verme, y me ha llamado un par de veces, básicamente porque creo que
él no quiere que lo esté cuidado. Está viviendo cerca de aquí, en algún lugar que no
conozco. Mañana iremos a tomar un café. Esa es la única forma en la que puedo pasar
tiempo junto a él, ofreciéndole comida gratis. Deberías venir con nosotros.

Papá ni siquiera lo considera.

—Él no querrá hablarme.

—¿Y qué? Es un adolescente. Tú eres su padre —digo—. Deberías hacer que regrese a
casa, pienso.

Papá sacude su cabeza.

—No puedo ayudarlo Mar. He visto cada posible versión de lo que podría suceder y
él nunca me escucha. Mi interferencia sólo empeorará las cosas. —Se aclara la
garganta—. Como sea, yo vine aquí por una razón. Me han dado la tarea de entrenarte.

—¿Entrenarme? ¿Para qué? —digo, con el corazón latiendo con mayor rapidez.

—No sé si sabes esto de mí pero soy un soldado de Dios y manejo muy bien la
espada…

—¿La espada? ¿Vas a entrenarme para saber usar una espada? ¿Cómo una espada
de fuego?
Pero esa es la visión de Thiago…no la mía.

Papá sacude su cabeza.

—La gente usualmente la confunde con una espada de fuego por la forma en que
brilla, pero está hecha de gloria.

—¿Una espada de gloria? ¿Por qué?

Él duda.

—Es parte del plan.

—Ya veo. Así que hay un plan definitivo, involucrándome a mí.

—Sí. ¿Así que estás lista?

—¿Qué, ahora?

—No hay mejor momento que el presente —dice.

Caminamos lentamente hacia el edificio Roble.

—¿Y cómo anda la universidad? —pregunta.

—Bien.

—¿Y cómo está tu amigo?

—¿Cuál? —me parece bizarro que pregunte.

—Ángela —dice—. Ella es la razón por la que viniste aquí, ¿verdad?

—Ah, sí. Ángela está bien, creo.

La verdad es que, no he salido con ella desde el día de la Iglesia, casi tres semanas
atrás. La llamé la semana pasada y le pregunté si quería ir al cine conmigo, pero me
canceló diciéndome que estaba ocupada. Tampoco está interesada en ir a fiestas o a
lecturas de poesía. E incluso en las clases que tenemos juntas, ha estado silenciosa y sin
hablar. Últimamente, he visto más a sus compañeras de habitación que a ella. Sin duda
algo intenso está sucediendo con ella y me imagino que el tema del número siete la está
obsesionando.
Finalmente, Papá me pide que lo lleve a algún lugar donde nadie nos pueda
interrumpir y se me ocurre el sótano, donde hay un estudio sin ventanas.

—Así que primero debemos decidir dónde te gustaría entrenar —dice cuando
hemos llegado.

—Estoy confundida —digo, mirando alrededor.

—Este es el punto de inicio —dice—. Debes decidir dónde termina.

—De acuerdo. ¿Cuáles son mis opciones?

—Cualquier lugar —dice—. Intenta con un lugar que conozcas bien, dónde puedas
sentirte cómoda y relajada.

Eso es fácil. Ni siquiera tengo que pensarlo.

—De acuerdo. Llévame a casa.

—Ahí será.

Papá se coloca en frente de mí.

—Cruzaremos ahora. Y eso significa…—empieza a explicar cuando ve mi cara de


confusión —olvidar las reglas del tiempo y espacio en orden de movernos de un lugar al
otro rápidamente. El primer paso es la gloria.

Espero a que suceda, pero no pasa nada. Miro a Papá y el asiente con su cabeza.

—¿Qué? ¿Yo lo haré?

—Ya lo has hecho antes.

—Sí, no sabía qué estaba haciendo.

—Ladrillo por ladrillo, querida —dice.

Trago con fuerza y cierro mis ojos. Dejo de pensar, dejo de procesar, sólo me dejo
ser. Escucho mi respiración, intento vaciarme, olvidarme de todo porque sólo tengo que
alcanzar el lugar silencioso dentro de mí que es parte de la luz.

—Bien —murmura Papá.

Cuando abro los ojos, la luz gloriosa nos está iluminando.


—En este estado —dice—, tienes acceso a todo lo que pidas. Simplemente debes
aprender cómo hacerlo. Sólo tienes que creer. Y es así cómo pasas de del cielo a la tierra,
y cómo es posible para mí viajar de un lugar de la tierra al otro.

—¿Vas a enseñarme cómo moverme a través del tiempo también? —pregunto,


emocionada.

—No —dice, frunciendo el ceño.

—¿No es parte del plan, eh?

Coloca su mano en mi hombro y lo sacude gentilmente.

—Volverás a ver a tu madre, Mar.

—¿Cuándo? —pregunto—. ¿Cuándo muera?

—Cuándo más la necesites —dice.

—Pero por ahora, puedo qué, ¿cruzar hacia dónde quiera ir?

Toma mis manos entre las suyas y me mira a los ojos.

—Sí. Puedes. Una vez que estás conectada con la gloria, debes encontrar la energía
del lugar. Debes pensar en ese lugar al que quieres ir. No la ubicación en el mapa, pero
sí la vida de ese lugar.

—¿Cómo…el gran árbol en frente del patio de mi casa?

—Eso sería lo ideal —dice—. Alcanza ese árbol, ese poder que está generado por el
sol, las ramas estrechándose en la tierra, bebiendo, la vida de las hojas…

Por un minuto estoy hipnotizada por el sonido de su voz. Cierro mis ojos, y puedo
verlo todo con claridad: mi árbol, las hojas empezando a cambiar de color y caerse, el
movimiento del viento, el susurro del mismo.

—No lo estás imaginando —dice Papá—. Estamos aquí.

Abro mis ojos y jadeo. Estamos en frente de mi patio, debajo del árbol. Así de
simple.

Papá suelta mis manos.

—Muy bien.
—¿Esa fui yo, no tú?

—Solamente tú.

—Fue…fácil.

Estoy sorprendida por lo simple que fue, y por más que suene algo imposible, pude
atravesar miles de millas en un parpadeo.

***

Papá me enseña sobre el balance, mis ángulos, y anticipar los movimientos de mi


oponente. Me enseña a usar mi fuerza de mi ser en lugar de los músculos de mi brazo, la
sensación de la espada, en este caso de la escoba que sacó de casa, como una extensión
de mi cuerpo. Es como bailar.

—Bien —dice finalmente.

Estoy aliviada porque esta lucha no ha sido difícil. Pensé que sería esas cosas de
volar, donde apesto totalmente, pero lo he entendido con facilidad.

Supongo que soy la hija de mi padre.

—Lo eres —dice Papá, con orgullo en su voz—. Bueno, eso es suficiente por hoy —
agrega.

Asiento y suelto mi escoba en el jardín. El sol ya se está yendo, está oscureciendo


ahora, empieza a hacer frío. Juntos, nos volteamos y regresamos a la casa.

—Oye…me estaba preguntando… —empiezo y me pregunto si estaría bien decir lo


que ha estado en mi mente desde que Papá mencionó la palabra espada—, ¿estaría bien
si Thiago entrena con nosotros? Él ha tenido una visión, donde usa una espada
flameante, quiero decir gloriosa, y su tío lo ha estado entrenando…pero él pronto ya no
estará y pienso que sería lindo, quiero decir, creo que sería útil para ambos, si nos
entrenas a los dos. ¿Podría ser parte del plan?

Se queda en silencio por un tiempo tan largo que creo que va a decir que no, pero
luego parpadea un par de veces y me mira.

—Sí. Tal vez cuando estés en casa por las vacaciones de Navidad, los entrenaré a los
dos.

—Genial. Gracias.
—De nada —dice.

—¿Quieres entrar? —digo, cuando estamos en el porche—. Creo que puedo cocinar
algo.

Él sacude su cabeza.

—Ahora es tiempo para tu siguiente lección.

—¿La siguiente?

—¿Recuerdas cómo cruzar?

Asiento y él sonríe.

—Ahora regresas sola.

Y así de simple, se desvanece. Ninguna gloria o algo. Simplemente…adiós. Y espera


que cruce a California por mi cuenta.

—¿Papá? —lo llamo—. No es gracioso.

Genial.

Regreso las escobas a su lugar y luego vuelvo al porche, a intentar llamar a la gloria
de nuevo. Así que cierro mis ojos y me concentro en mi habitación, mi cama, la pequeña
mesa en la esquina que siempre está desordenada con papeles y libros, el aire
acondicionado de la ventana.

Puedo verlo perfectamente, pero cuando abro mis ojos, aún estoy en casa. Papá me
dijo que me enfoque en algo vivo, pero ni siquiera tenemos una planta. Tal vez no va a
ser tan fácil después de todo.

Cierro mis ojos de nuevo. Hay un olor de la nieve de la montaña en el aire. Tiemblo.
Debí de haber traído un abrigo si hubiese sabido que estaría en casa ahora.

Eres mi flor de California, recuerdo a Peter diciéndomelo una vez. Estábamos


sentados en el jardín de la granja de Peter, observando a su padre paseando al caballo,
las hojas rojas de los árboles como lo están ahora. Empecé a temblar tan fuerte que mis
dientes empezaron a rechinar y Peter se rió de mí y me llamó así, Su delicada Flor de
California, y me envolvió en su abrigo.

De pronto, estuve al tanto del olor a caballo. Heno. Gasolina.


Ay no.

Mis ojos se abren de golpe. Estoy en la granja de Peter. No he ido a mi casa. Sino a la
de Peter.

Estoy tan aturdida que pierdo la gloria. Y justo en ese momento, Peter entra al
granero silbando, cargando una caja de herraduras. Me ve, y la canción se desvanece.
Suelta la caja, la cual cae en su pie y lo hace maldecir antes de empezar a saltar por el
dolor.

Por un largo minuto simplemente nos miramos uno al otro. Él deja de saltar y se
pone de pie, con sus manos metidas en sus bolsillos, usando mi camiseta favorita, que
hace que sus ojos se vean hermosos. Recuerdo la última vez que lo vi, hace casi seis
meses, la catarata y el beso que significó un adiós. Parece como si hubiese sucedido hace
mucho, y al mismo tiempo, como si hubiese sido ayer. Aún puedo saborearlo en mis
labios.

Él frunce el ceño.

—¿Qué haces aquí, Mar?

Mar. No Zanahoria.

No sé cómo responderle, así que me encojo de hombro.

—¿Estaba por el barrio?

—¿No se supone que tu barrio está a miles de millas al suroeste de aquí?

Suena enojado. Algo en mi instinto me lo dice. Por supuesto que tiene toda clase de
razones para estar enojado conmigo. Probablemente yo estaría furiosa ante una
situación como ésta. Le escondí cosas, lo alejé cuando todo lo que quería hacer era estar
para mí. Ah sí, y casi lo mato, no olvidemos. Y besé a Thiago. Ese fue el detonante.
Luego tuve que ir y romperle su corazón.

Él acaricia la parte de atrás de su cuello, aún frunciendo el ceño profundamente.

—No, en serio, ¿qué haces aquí? ¿Qué quieres

—Nada —digo, tontamente—. Yo…llegué aquí por accidente. Mi papá me ha


estado enseñado cómo moverme entre el tiempo y el espacio, algo que él llama cruzar,
lo que te tele transporta dónde quieres ir. Él pensó que sería increíblemente gracioso el
dejarme sola y que vea cómo regresar a la universidad, y cuando lo intenté, terminé
aquí.

Puedo decir por su cara que no me cree.

—Ah —dice, irónicamente—. ¿Eso es todo? Te tele transportaste.

—Sí. Lo hice.

Me estoy empezando a irritar, ahora que finalmente he superado el trauma de


volverlo a ver. Hay algo sobre su expresión, cautela. La última vez que me miró así, fue
después de nuestro primer beso, justo aquí, en este punto exacto, cuando me encendí
con toda la gloria y él supo que yo era algo de otro mundo. Me está mirando de la
misma forma, como si fuera una criatura extraña, algo no humano.

No me gusta.

—¿Puedes burlarte del tiempo, eh? —dice, acariciando su cuello—. ¿Crees que
puedes retroceder el tiempo hace cinco minutos y advertirme que se me caerá la caja?
Creo que he roto uno de mis pies.

—Puedo arreglarlo —digo automáticamente, acercándome.

Él retrocede rápidamente, alza una mano para detenerme.

—¿Con esa cosa de la gloria? No, gracias. Eso siempre me ha dado ganas de
vomitar.

Duele que diga eso. Me hace sentir como una loca.

Así que ha decidido seguir con la rutina del antiguo imbécil que era antes. Y lo peor
es que yo sé que no lo es, ni siquiera es un poquito imbécil, pero lo está haciendo para
mí porque yo le hice daño, y porque quiere que mantenga distancia, y porque lo enoja
verme aquí.

—Así que estabas intentando regresar a California —dice—, y terminaste aquí.


¿Cómo sucedió?

Encuentro sus ojos, y hay una pregunta en ellos que es diferente de la que ha
preguntado.

—Mala suerte, supongo —respondo.


Él asiente, se inclina para recoger las herraduras, luego se endereza.

—¿Vas a quedarte aquí toda la noche? —pregunta, muy hosco—. Porque tengo
tareas que hacer.

—Oh, no dejes que evita que hagas tus tareas.

—Los establos de caballos no se limpian solos.

Coge una pala y me la ofrece.

—A menos que tu pequeño corazón quiera ayudar a trabajar en un verdadero


rancho.

—No, gracias —digo, indignada por la forma en que me trata.

Siento un destello de deseperación. Luego enojo. Así es como imaginaba que sería,
al verlo de nuevo. Lo está haciendo difícil a propósito. Bien, pienso. Sí es así como quiere
que sea.

—Puedo irme ahora mismo —digo—, pero para hacer eso, tendré que usar la gloria,
así tal vez querrás salir por un minuto. Odio hacerte vomitar sobre tus hermosas botas.

—De acuerdo —dice—. No tropieces en tu salida.

—No, no lo haré.
Capitulo CINCO

Acoplamiento

De una cosa estoy segura: mi hermano puede comer. Es como si tuviera un barril sin
fondo, y todo tipo de comida ingresa ahí: cuatro panqueques hasta ahora, tres huevos
revueltos, trigo, tres tiras de tocino, salsa, y jugo de naranja. Me siento mal de sólo verlo.

—¿Qué? —dice cuando me atrapa mirándolo—. Tengo hambre.

—Sin duda.

—Esto sabe rico. Estoy harto de comer pizza todos los días.

De esto se tratan estos desayunos. Pistas que ocasionalmente lanza. Con las que voy
construyendo una imagen de su vida.

—¿Pizza? ¿Qué pasa con ella?

—Trabajo en una pizzería. Y el olor se inserta en todo.

—¿Qué haces ahí?

Se encoge de hombros.

—Me encargo de la caja registradora. Atiendo las mesas. Tomo órdenes telefónicas.
Hago pizza, a veces, si estamos sin cocinero. Lo que se necesite hacer. Es un trabajo
temporal hasta que descubra lo que realmente quiero hacer.

—Veo. ¿El local está por aquí? —pregunto disimuladamente—. Tal vez pueda ir un
día y ordenar algo. Darte una gran propina.

—No —dice—. No hay forma. Así qué… ¿cómo has estado?

Coloco mi mentón en mi mano y suspiro. Ha estado pasando un montón de cosas


conmigo. Aún estoy algo desilusionada y aturdida por el encuentro con Peter. También
estoy obsesionada con la idea de que en algún lugar futuro voy a tener que utilizar una
espada, yo, quién nunca se imaginó del estilo de Buffy, la Caza Vampiros. Yo, peleando.
Posiblemente por mi vida.

—¿Muy bien? —dice Stefano, estudiando mi cara.

—Es complicado.

Considero contarle sobre mi sesión de entrenamiento de ayer, pero lo pienso mejor.


Stefano tiene un momento difícil cuando se habla de Papá.

—¿Aún tienes tus visiones? —le pregunto, cambiando de tema.

Su sonrisa se desvanece.

—No quiero hablar de ello.

Nos quedamos mirándonos por un minuto, yo queriendo hablar del tema con
facilidad y él, deseando no entrar al tema porque ha decidido ignorar sus visiones.

—A veces —admite, mirando hacia otro lado—, son inútiles. Nunca tienen sentido.
Simplemente te dicen cosas que no entiendes.

—¿Cómo qué? —pregunto—. ¿Qué ves?

Se reajusta su gorra de béisbol. Sus ojos se vuelven distantes, como si estuviera


viendo su visión suceder en frente de él.

—Veo agua, un montón, como un lago o algo. Veo a alguien cayendo, del cielo. Y
veo… —su boca se tuerce—. Como dije, no quiero hablar de ello. Las visiones te meten
en problemas. La última vez me vi a mí mismo iniciando un incendio. Dime cómo eso es
un mensaje divino.

—Pero fuiste valiente, Stefano —digo—. Te probaste a ti mismo. Tuviste que decidir
entre confiar en tus visiones, y lo hiciste. Fuiste leal.

Sacude su cabeza.

—¿Y qué conseguí? ¿En qué me convertí?

Un fugitivo, piensa. Un perdedor. Coloco una mano sobre la suya.

—Lo siento, Stefano. Realmente lo siento mucho, por todo.

Aleja su mano y tose.


—Está bien, Mar. No te culpo. Culpo a Dios, si es que existe algo como eso. A veces
siento como si todos fuéramos idiotas, haciendo estas cosas de las visiones sólo porque
alguien nos dijo que lo hiciéramos, en nombre de una deidad que nunca hemos
conocido. Tal vez las visiones no tienen nada que ver con Dios, y simplemente estamos
viendo el futuro.

—Stefano, vamos. ¿Cómo puedes…?

—No me des la charla religiosa, ¿de acuerdo? —me interrumpe—. Estoy bien como
están las cosas. Actualmente estoy evadiendo grandes cantidades de agua, así mi visión
no será un problema. Se supone que deberíamos estar hablando de ti ahora, ¿recuerdas?

Muerdo mi labio.

—De acuerdo. ¿Qué quieres saber?

—Sobre salir con Thiago, ahora que estás… —se detiene.

—¿Ahora que he terminado con Peter? —termino su oración—. No. Salimos. Somos
amigos. Y más allá de eso, estamos viendo.

Somos más que amigos, por supuesto, pero no sé qué significa ese más.

—Deberías salir con él —dice Stefano—. Él es tu alma gemela. ¿Qué hay por ver?

—¿Mi alma gemela?

—Sí. Tu otra mitad, tu destino, la persona que te completa.

—Mira, soy una persona completa —digo, con una risa—. No necesito a Thiago
para completarme.

—Pero hay algo sobre ustedes dos, cuando están juntos. Es como si encajaran. —
Sonríe. Se encoge de hombros—. Es tu alma gemela.

—Caray, debes dejar de decir eso. —No puedo creer que estoy teniendo esta
conversación con mi hermano de dieciséis años—. ¿De dónde sacaste ese término de
alma gemela?

—Vamos…ya sabes, la gente normalmente dice esa clase de cosas.

Mis ojos se amplían mientras siento el sonrojo de vergüenza en él, la imagen de una
chica con cabello largo, oscuro, labios rojos, sonriendo.
—Oh Dios mío. Tienes novia.

—No es mi novia… —dice, sonrojándose aún más.

—Claro, es tu alma gemela —bromeo—. ¿Cómo la conociste?

—La conocí antes de mudarnos aquí´, de hecho. Iba al colegio con nosotros.

Mi boca se abre de golpe.

—¡Mentira! Entonces la debo de conocer. ¿Cuál es su nombre?

—No es gran cosa. No estamos saliendo. No la conoces.

—¿Cuál es su nombre? —insisto—. ¿Cuál es su nombre, cuál es su nombre? Podría


quedarme todo el día así.

Se ve enojado pero sé que quiere decírmelo.

—Martina. Martina Pérez Alzamendi.

Tiene razón; no la conozco.

—Martina. Tu alma gemela.

—Mar, te juro… —dice, apuntándome con el dedo.

—Es genial —digo—. Me gusta que estés enamorado.

Asiente, luego toma otro sorbo de su bebida. Me mira con fuerza.

—He estado pensando un montón en Peter. No es justo para él, lo que le sucedió.
He estado ahorrando dinero. No será mucho, pero es algo. Estaba esperando que se lo
diera, una vez que junte lo necesario.

—Stefano, yo…

—Es para ayudarlo a comprarse un nuevo auto, o dar un adelanto. Un nuevo


tractor, una silla de montar, árboles para sembrar en su tierra. —Se encoge de
hombros—. No sé lo que necesita. Sólo quiero darle algo. Para recompensar lo que hice.

—De acuerdo —digo, aunque no sé si servirá que sea yo quién le dé el dinero—.


Creo que es una idea genial.

—Gracias —dice y puedo ver en sus ojos que esto no le parece suficiente.
***

—Bueno, creo que es un poco asqueroso —dice Wan Chen—. ¿Tú no?

Estamos sentadas en la plaza de la universidad y no tengo idea de qué estamos


hablando. Mi mente vuela en lo sucedido con Stefano más temprano.

—Sí.

—Él es mucho mayor que ella.

—Espera, ¿quién es mayor?

—Ya sabes. El chico con el que Ángela está saliendo.

La miro.

—¿Qué? ¿Qué chico?

—No puedo recordar su nombre, pero sin duda es mayor. Oh Dios mío, cuál es su
nombre… ¡Lo sabía! Te juro, mi cerebro está tan lleno de cosas para mi examen de
filosofía que no puedo captar más información. En serio, está en la punta de mi lengua.
Empieza con P. ¡Piero! —grita finalmente—. Ese es el nombre.

—¿Piero? ¿El del departamento de Psicología? ¿Crees que Ángela está saliendo con
él?

—Ese es el chico —confirma—. El que me ayudó esa vez que me doblé el tobillo.

No lo puedo creer. Ángela está metida en su visión ahora, incluso más obsesionada
que nunca. No hay forma que tenga tiempo de salir con un chico cualquiera. Algo anda
mal. Algo raro está pasando.

—¿Por qué crees que Ángela está saliendo con Piero? —pregunto.

—Bueno, porque ella ha estado saliendo de la nada, casi todas las noches. Y hace
dos noches atrás, no regresó a su habitación, y una amiga la vio salir de la habitación de
Piero. Con el cabello desordenado, sin usar sus zapatos. La misma ropa que usó la noche
anterior. Después de haber tenido relaciones, sin duda.

—Piero es el psicólogo del edificio —digo—. Tal vez Ángela necesitaba alguien con
quién hablar.
—No creo en eso. Se ha estado viendo muy desordenada últimamente. —Se encoge
de hombros—. Tal vez está algo enferma.

—Verás, no caigamos en conclusiones. Podría haber otra explicación —digo, pero sé


que Wan Chen no se lo cree.

Yo tampoco me lo creo. Ángela no está enferma. Sé esto más que nadie.

Los ángeles de sangre no se enferman.


Capitulo SEIS

Ron y Coca Cola

El novio de una chica de mi piso está haciendo una fiesta con temática de los
setenta, y es ahí dónde me encuentro. Hay un cúmulo de personas, gritando, la música
explotando, luces parpadeando, e incluso hay una bola de discoteca dando vueltas en el
techo. Sin duda esto será divertido y fuerte. Justo lo que necesito para relajarme.

—Cambiaste de opinión.

Tomás, un chico que me ha estado pidiendo para salir desde hace días pero siempre
le doy una excusa, se me acerca.

—Finalmente decidiste venir —agrega.

—Sí. Aquí estoy.

—Te ves genial —dice, sus ojos inspeccionándome de arriba y abajo, deteniéndose
en mis piernas.

—Gracias, digo incómoda.

Fue difícil encontrar algo para ponerme, pero afortunadamente una amiga me
prestó un vestido naranja bastante casual.

—¿Quieres bailar? —pregunta Tomás.

Es ahí cuando descubro que realmente no sé cómo bailar disco. Unos cuantos se ríen
de nosotros, cuando intentamos hacer el paso de “Footlose”

—¿Así que, en qué te especializarás? —me pregunta.

—Biología.

—¿Quieres ser Bióloga?

—No. —Río—. Quiero ser doctora.


—Ah ya —dice—. ¿Sabías que la mitad de los estudiantes de primer año en esta
universidad consideran ser doctores? Pero, sólo el 7% realmente termina siéndolo.

—No lo sabía —digo, algo tensa.

—Lo siento, no quise ponerte depresiva —dice, riendo—. Déjame traerte un trago.

Abro mi boca para decirle que no soy mayor de edad, pero por supuesto él ya debe
de saber eso. La única vez que tomé alcohol en una fiesta, fue ese verano con Peter. En la
casa de uno de sus amigos. Él me trajo Ron con Coca Cola.

—¿Cuál es tu orden? —Tomás me pregunta de nuevo—. Hay prácticamente de


todo. Apuesto que eres de las chicas que le gusta el Martini, ¿verdad?

—Eh…Ron con Coca Cola —digo, porque sé que fui capaz de soportar eso esa
noche.

—Bien —dice y se dirige hacia la cocina.

Miro alrededor. En una habitación puedo escuchar a un grupo de personas


hablando mal de otra persona. Hay otro grupo cerca de la mesa del comedor, lanzando
cosas en potes, y también veo bailarines volviéndose salvajes en la pista de baile,
personas gritando en esquinas, la típica pareja besándose en las escaleras y contra una
pared.

Tomás regresa con mi bebida.

—Salud. —Golpea su vaso contra el mío—. Para nuevas aventuras con nuevas
personas.

—Por nuevas aventuras. —Tomo un gran trago, el cual quema mi garganta y se


sitúa como una lava en mi estómago.

Toso y Tomás me golpea suavemente en la espalda.

—Eh… ¿Te emborrachas con facilidad?

—¿Esto es Ron con Coca Cola? ¿Nada más? —pregunto.

—Una parte ron, dos partes Coca Cola —dice—. Lo juro.

No sabe nada parecido a la bebida que tuve en la fiesta con Peter. Y ahora, casi dos
años después, me doy cuenta del por qué. Peter nunca puso ron en mi bebida.
Ese pequeño pesado. Ese pequeño pesado sumamente protector, imposible,
exasperante, y absolutamente dulce.

En ese momento lo extraño tanto que mi estómago duele. O podría ser el ron.

Hay un gran jolgorio de la gente en la habitación de atrás.

—¡Thiago! ¡Thiago! ¡Thiago! —están gritando.

Me empujo entre la multitud hasta que estoy en la puerta de la habitación, llegando


a tiempo para ver a Thiago beber sin parar un vaso enorme de un líquido marrón. Todos
vuelven a celebrar cuando él ha terminado y él sonríe y limpia su boca con la manga
blanca de su chaqueta.

La chica que está sentada a su lado se inclina hacia él para susurrarle algo al oído, y
él ríe y asiente hacia ella.

Mi estómago se retuerce.

Thiago alza la mirada y me ve. Se pone de pie.

—Oye, ¿a dónde vas? —dice la chica—. ¡Thiago! ¡Regresa! Aún tenemos que pasar
por otra ronda.

—Ya tuve suficiente —dice.

No tengo que tocar su mente para saber que está borracho. Pero debajo del olor a
alcohol puedo sentir que está enojado por algo. Algo que ha sucedido desde que lo vi
esta tarde.

Algo que quiere olvidar.

Se quita el cabello de sus ojos y cruza la habitación hacia mí, caminando en casi una
línea estrecha. Yo retrocedo para dejarlo pasar a través de la puerta, pero él coloca su
mano en mi brazo desnudo y me empuja a una esquina. Sus ojos se cierran
momentáneamente mientras su energía pasa a través de mí; luego se inclina hacia mí
hasta que su nariz está casi tocando la mía, su aliento sorprendentemente dulce
considerando las cochinadas que lo he visto tomar. Quiero ser casual sobre esto: es una
fiesta, después de todo, l agente toma, y sí, hay chicas en esa habitación lanzándose
hacia él, pero realmente él está caliente, es inteligente y gracioso. Y no es mi novio, me
recuerdo. Nunca hemos estado en una verdadera cita. No estamos juntos.
Aún así, su toque envía mariposas en mi estómago.

—Justo estaba pensando en ti —dice, su voz áspera, sus pupilas tan grandes que
hacen que sus ojos se vean negros—. Chica de los sueños.

Mi rostro se pone caliente, tanto por lo que está diciendo y por lo que está sintiendo.
Quiere besarme, quiere sentir mis labios de nuevo, tan suaves, tan perfectos para él,
quiere sacarme de esta estúpida casa ruidosa a algún lugar donde pueda besarme.

Caray. No puedo respirar apropiadamente. Él se inclina.

—Thiago, detente —susurro en el momento antes que su boca toque la mía.

Se aparta, respirando pesadamente. Intento retroceder un poco, poner algo de


espacio entre nosotros, pero corro hacia la pared. Él toma un paso hacia adelante,
cerrando la distancia, y yo pongo una mano en el centro de su pecho para mantenerlo
atrás, donde obtengo otra corriente de electricidad, como fuegos artificiales.

—Salgamos —sugiero, casi sin aliento.

—Guía el camino —dice y camina detrás de mí, su mano en la parte baja de mi


espalda.

Estamos a mitad del camino donde literalmente nos chocamos con Tomás, a quién
lo había dejado a solas sin ninguna explicación, apenas escuché el nombre de Thiago.

—Te estaba buscando —dice.

Mira a Thiago y, lo más importante, ve su mano, que ahora se ha movido a mi


cadera.

—¿Quién es…?

—Oye, ¡Tú eres el Tomás Inseguro! —dice Thiago, de pronto jovial.

Tomás me mira, aturdido.

—¿Así es cómo me llamas?

—Es algo afectivo, de hecho —dice Thiago.

Tomás nos mira, bueno, bastante inseguro y dudoso, y dolido. Thiago le da una
palmada en el hombro y se mueve más allá de él.
—Que tengas una linda noche.

Algo me dice que Tomás no me va a volver a decir para volver a salir jamás.

Estoy aliviada que el aire frío nos de la bienvenida apenas salimos. Hay una banca
en el porche, y llevo a Thiago hacia ésta. Él se sienta, luego abruptamente coloca su cara
en sus manos. Gruñe.

—Estoy borracho —dice—. Lo siento.

—¿Qué te pasó? —me siento a su lado.

Coloco mi mano en su hombro pero él se endereza.

—No me toques, ¿de acuerdo? No creo que pueda soportarlo de esta manera.

—¿Qué sucede? —pregunto, colocando mis manos en mi regazo.

Suspira, corre sus palmas sobre su cabello.

—¿Viste que dijiste que Ángela pudo ver su visión al caminar en esa cosa en la
Iglesia? Bueno, yo también lo hice. Fui ahí.

—Yo también fui —jadeo.

—¿Tuviste la visión?

—Sí. Quiero decir, no en la iglesia. Pero más tarde la tuve. —Trago con fuerza—. Te
vi con la espada.

—¿Luchando? —pregunta.

—Peleando con dos personas.

—Creo que estamos teniendo la misma visión. ¿Viste con quién estaba peleando?

—Estaba muy oscuro. No puedo decir.

Nos tomamos un minuto para procesar esto.

—Eso no es todo —dice Thiago—. Te vi a ti…. Estabas… —agrega, su voz rasposa,


su garganta seca—. Estabas herida.
Coloca una mano en mi muñeca para que vea lo que él vio. Mi propia cara, lágrimas
en mis mejillas, mi cabello suelto y enredado en mis hombros. Mis labios pálidos. Mis
ojos mirando a todas partes. La parte frontal de mi camisa cubierta de sangre.

—Oh —es todo lo que puedo decir.

Él cree que estoy muriendo.

—No sé qué hacer. Sólo sé que cuando estoy ahí, en esa habitación, sólo tengo un
pensamiento abrumador. Tengo que mantenerte a salvo. Daría mi vida por protegerte
Mar —dice—. Eso es lo que siento. Moriría por protegerte.

***

No hablamos mientras lo llevo a casa. Lo ayudo a subir las escaleras hacia su


habitación. Lo guío hacia su cama.

—No necesitas cuidar de mí —protesta mientras lo cubro con las sábanas y me


siento a su lado—. Fui estúpido. Sólo quería escapar por un minuto. Pensé…

—Cállate —le digo gentilmente.

Le quito la camisa y la lanzo a la esquina, luego voy a su mini refrigeradora y le


llevo una botella de agua.

—Toma. —Él sacude su cabeza—. Toma —insisto.

Se toma casi toda la botella, luego me la entrega.

—Recuéstate —le digo.

Él se estrecha en la cama, y yo me encargo de quitarle sus zapatos y medias. Él se


queda mirando el techo por un minuto.

—Deberías dormir —le digo.

Retiro el cabello de su rostro, mis dedos colgando cerca de su cabeza. Él cierra los
ojos. Muevo mis manos a su frente y llamo a la gloria hacia mis dedos, mientras éstos
mandan un poco de energía a Thiago.

Sus ojos se abren.

—¿Qué acabas de hacer? —pregunta.


—¿Tu cabeza se siente mejor?

Parpadea unas cuantas veces.

—El dolor se ha ido —susurra—. Se ha ido por completo.

—Bien. Ahora anda a dormir —le digo.

—Sabes, Mar —suspira, mientras me pongo de pie—, deberías ser doctora.

Cierro la puerta detrás de mí, luego me tomo un minuto para recostarme contra la
pared y recuperar el aliento.

***

Ángela no se presenta a la clase que llevo con ella. Tampoco presenta su tarea. Lo
que significa, de acuerdo a las reglas del sílabo, que no aprobará el curso.

La idea manda un escalofrío sobre mi cuerpo. Ángela, una estudiante con excelentes
notas, amante de lo poético, va a reprobar su primer curso o materia de poesía en la
universidad.

Tengo que encontrarla. Hablarle. Ahora mismo. Haré lo que sea necesario.

—¿Sabes dónde está Ángela? —le pregunto a su compañera de habitación apenas


termina la clase.

—Estaba en la habitación, la última vez que la vi —me dice—. ¿Por qué? ¿Sucede
algo?

Sin decir nada, me alejo y me dirijo hacia nuestro edificio. Pero, me detengo cuando
estoy al frente, porque un cuervo está situado encima de mi bicicleta de nuevo.

—¿No tienes un lugar mejor en el que estar? —le pregunto.

Sin respuesta, excepto que salta de una bicicleta a la otra.

—Aléjate —digo, moviendo mis brazos—. Sal de aquí.

Inclina su cabeza, pero no se mueve.

Me acerco y me quedo justo en frente. Podría tocarlo si quisiera, pero no se inmuta.


Me mira calmadamente y es ahí cuando sé, o tal vez siempre lo supe y no quise
admitirlo, que no es un cuervo normal. No es un ave. Puedo sentirlo, esa clase particular
de tristeza que conozco tan bien. Puedo escuchar esa música triste, la forma en que solía
escucharla el año pasado, una melodía que dice que esa persona está sola.

No estaba siendo paranoica, es Samjeeza.

Retrocedo un paso.

—¿Qué haces aquí? —susurro—. ¿Qué quieres? Si estás aquí para matarme,
entonces hazlo —agrego—. De otra forma, tengo cosas qué hacer.

El ave se mueve y luego, sin advertencia, se va. Vuela hacia mí, rozando mi mejilla y
se dirige hacia arriba, hacia el cielo nublado.

***

De pie, fuera de la habitación de Ángela, intento llamarla de nuevo, mientras


escucho su celular sonar. Está adentro, es un milagro.

Golpeo la puerta.

—Vamos, Angie. Sé que estás ahí.

Ella abre la puerta y yo hago mi camino hacia adentro antes que proteste. Una
mirada rápida alrededor revela que las compañeras de habitación no están aquí. Lo que
es bueno, porque está por ponerse feo.

—De acuerdo, ¿qué está sucediendo contigo? —le demando.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué quieres decir, qué quiero decir? —chillo—. Has estado rara. Todos han
estado hablando sobre su relación con Piero. Por Dios, es el Psicólogo….

Me da una mirada de sorpresa y cierra la puerta detrás de mí, le echa pestillo.

—Sé quién es —dice, dándome la espalda—. Y sí, estamos juntos. Involucrados, si


eso funciona mejor para ti.

Mi boca se abre de golpe.

Ángela coloca una mano en su cadera. Noto que está usando ropa ancha y grande,
desordenada, ligera. Su cabello está suelto, cae largo por su espalda, no tiene zapatos ni
medias ni tampoco maquillaje por ningún lado. Tiene ojeras también.
—¿Estás bien? —pregunto.

—Estoy bien. Cansada, eso es todo. Estuve despierta toda la noche trabajando en mi
ensayo.

—Pero no fuiste a la clase…

—Me dieron la oportunidad de presentarlo después —explica—. Las cosas han


estado locas últimamente, y he estado tan llena de cosas que me he quedado atrás. Me
paso toda la semana intentando actualizarme con todo.

La miro y sé que está mintiendo. ¿Pero por qué?

—¿Estás bien? —pregunta—. Te ves algo aturdida.

—Bueno, veamos. Mi papá se presentó diciendo que quiere entrenarme a usar una
espada de gloria, porque aparentemente voy a tener que luchar en algún momento de
mi vida. Y sí, estoy teniendo una visión donde alguien está intentando matarme, lo que
funciona bien con la teoría de mi padre. Y eso no es todo. Thiago está teniendo la misma
visión, excepto que él no me ve sosteniendo la espalda. Él me ve débil y cubierta de
sangre. Así que tal vez voy a morir.

Me mira con horror.

—Eso es lo que sucede cuando no devuelves mis llamadas —digo—. Ah, y volví a
ver al ave de nuevo, y sentí tristeza esta vez. Definitivamente es Sam.

Se inclina contra el marco de la puerta como si todo esto la hubiese dejado sin
aliento.

—¿Sam? ¿Estás segura?

—Sí. Muy segura.

Hay un destello de sudor en su frente.

—Oye, no quise asustarte —digo—. Quiero decir, no es bueno pero…

—Mar… —se detiene y presiona su mano contra su boca, inhala profundamente,


cierra sus ojos por un minuto. Y se pone pálida.

—¿Estás…enferma?
Nunca he estado enferma, realmente enferma. Nunca he tenido un resfrío, o fiebre,
nunca he sido envenenada con la comida, nunca he tenido una infección de oído o dolor
de garganta. Y Ángela tampoco. Los ángeles de sangre no se enferman.

Ella sacude su cabeza, cierra sus ojos.

—¿Angie, qué sucede? Deja de decir que todo está bien y suéltalo.

Abre su boca para decir algo, pero de pronto gruñe y corre hacia el baño, donde
escucho el inconfundible sonido de vómito.

Me inserto en el baño y la encuentro arrodillada en frente del inodoro, temblando y


aferrándose a los lados.

—¿Estás bien? —pregunto con suavidad.

Ella ríe, luego se levanta, coge un puñado de papel y se suena la nariz.

—No, definitivamente no estoy bien. Ay, Mar, ¿no es obvio? —Se aparta el pelo de
la cara y me mira con ojos brillantes—. Estoy embarazada.

—Estás…

—Embarazada —dice de nuevo, la palabra haciendo eco.

Sale del baño y regresa a la habitación.

—Estás… —intento de nuevo, siguiéndola.

—Golpeada. Sí. Un bollo en el horno. Embarazada. Con niño. Esperando.

Se sienta en la cama, estrecha su espalda y se alza la panza.

Me quedo mirando su panza. No es grande, no lo suficiente para darme cuenta si no


lo hubiese dicho, pero está gentilmente redonda. Hay una línea negra invisible que se
estrecha desde su ombligo. Alza la mirada y me mira con ojos tristes y siento en ese
momento que está a un paso de llorar.

—Así qué… —dice suavemente—, ahora lo sabes.

—Ay, Angie… —Sigo sacudiendo mi cabeza, porque no hay forma que esto pueda
ser verdad.
—Ya he hablado con la doctora de la universidad, y con tres o cuatro personas en
administración. Voy a ver si puedo continuar aquí hasta después de las vacaciones de
invierno, y luego ausentarme. Me dicen que no será problema. Stanford estará ahí
cuando decida regresar; esa es la política cuando se trata de esta clase de situaciones.
Regresaré a casa con mi mamá.

—¿Por qué no me lo dijiste —digo casi sin aliento.

Baja su cabeza, recuesta su mano en su panza.

—Supongo que no quería decirte porque no quería que me vieras como lo estás
haciendo ahora. Contarle a las personas lo hace real.

—¿Quién es el padre? —pregunto.

Su expresión se suaviza.

—Piero. Tuvimos esta noche hace un par de meses, sólo algo que sucedió y desde
entonces, tuvimos nuestros encuentros.

Está mintiendo, puedo sentirlo.

—¿Crees que la gente se va a creer eso? —pregunto.

—¿Por qué no? —pregunta con dureza—. Es la verdad.

Suspiro.

—En principio, Angie, realmente no puedes mentirme. Soy empática. Y segundo,


incluso si no fuera por eso, Piero es el psicólogo.

—¿Qué tiene que ver eso? —Ya no me está mirando.

—Que él sabe bastante de medicina, sabe cómo cuidarse….

Ángela se baja la blusa.

—Sal —dice, casi como un susurro.

—Angie, espera.

Se pone de pie y cruza hacia la puerta, la abre para mí.

—No necesito esto de ti ahora mismo.


—Angie, sólo quiero ayu…

—Suena a que tienes un montón de cosas de las qué preocuparte —dice, sin
mirarme todavía.

—¿Y tu propósito? —digo—. ¿Qué hay sobre el Siete es Nuestro y el chico del traje
gris?

—No hables sobre ello —dice con fuerza, con los dientes apretados.

Luego cierra la puerta en mi cara.


SIETE

Cuando conocí a tu madre

Son unas cuantas semanas después, en vacaciones de invierno, que estoy al lado de
Thiago, sosteniendo su mano mientras observamos el ataúd de su tío ser bajado hacia el
suelo. El círculo de personas alrededor es familiar, todos los miembros de la
congregación.

—Amén —dice uno de los señores.

La multitud se aparta, todos se dirigen a casa porque temen que haya una tormenta;
el clima está fuerte hoy. Thiago se queda y yo también lo hago.

Thiago no dice nada mientras los hombres trabajan y llenan el hueco. Un músculo
se mueve en su mejilla. Me acerco más a él, hasta que nuestros hombros se tocan; deseo
que sienta lo que yo sentí con su presencia en el funeral de mi madre. Thiago amaba a su
tío, puedo sentirlo. Está dolido ahora que él ya no está, su sensación de estar sólo en el
mundo.

—No estás solo —le susurro en su mente.

—Lo sé —dice en voz alta, su voz áspera por resistir las lágrimas.

Me sonríe y me mira, sus ojos oscuros y brillosos.

—Gracias por venir aquí —dice.

—Quería hacerlo.

Él asiente, se queda mirando la banca blanca al lado de la tumba de su tío, la que


funciona como la tumba de su madre. Toma un gran respiro y lo suelta.

—Debería irme de aquí, también.

—¿Quieres que vaya contigo? —pregunto.

—No. Estará todo bien —dice.


Se voltea, luego se detiene y regresa. Sonríe de una forma triste y me mira
directamente a los ojos.

—Esto va a sonar raro e inapropiado, probablemente…pero…¿Saldrías conmigo,


Mar?

—¿Salir a dónde? —digo estúpidamente.

—En una cita.

—¿Qué, quieres decir ahora?

Él ríe, algo avergonzado.

—Dios —dice, luego cubre su cara con sus manos—. Me iré a casa. —Quita las
manos de su rostro y me sonríe—. Pero tal vez cuando regresemos a la universidad. Lo
digo en serio. Una cita oficial.

Una cita. Recuerdo la fiesta de promoción hace dos años, la forma en que me sentí
estar en los brazos de Thiago mientras bailábamos, envuelta por su olor, su calidez,
mirando sus ojos y sintiendo que finalmente él me estaba viendo. Por supuesto, eso fue
antes que Luna tuviese una caída y Thiago optara por llevarla a casa a ella en lugar de
mí.

Él suspira.

—¿Nunca se va a olvidar eso, verdad?

—Probablemente.

—¿Así que ese es un no?

—No.

—¿No?

—Quiero decir, no es un no. Es un sí. Saldré contigo.

Ni siquiera necesito pensarlo. Siempre han sido fuegos, bailes formales y funerales.
¿Acaso no nos merecemos una salida normal por una vez? Y han pasado más de seis
meses desde que terminé con Peter. Debo darle una oportunidad.

—Estoy pensando en una cena y una película —dice.


—Me encantaría.

Y de pronto no sabemos qué decirnos, y mi corazón está latiendo rápido, y los


hombres están colocando lo último antes de cerrar por completo el hueco.

—Voy a … —Apunto a la colina, hacia la tumba de mi madre.

Él asiente, luego coloca sus manos en los bolsillos y se aleja hacia su camioneta.

Subo la colina y me coloco en frente de la tumba de mi madre. Planeo empezar a


hablarle como hacen muchos, pero yo sé que ella no está aquí, ella se encuentra en la
luz.

Unos minutos después siento a alguien cerca y cuando reconozco la tristeza, sé


quién se ha unido.

—Sal —digo—. Sé que estás ahí.

Hay un momento de silencio antes de escuchar pasos. Sam emerge de los árboles.
Nos miramos uno al otro.

—¿Por qué estás aquí Sam? —pregunto—. ¿Qué quieres?

—¿Por qué me lo diste? —pregunta después de un largo momento—. ¿Te pidió que
lo hagas?

Sé a qué se refiere. Al brazalete que le di.

—Me dijo que lo use en el cementerio.

—La primera vez fue en Francia —dice—. ¿Te contó alguna vez?

Sonríe y me mira.

—Estaba trabajando en un hospital. En el momento en que la vi, supe que era


especial. Un día ella y las otras enfermeras fueron a la ciudad, a un lago a nadar. Ella se
estaba riendo de algo que una de las chicas dijo y luego sintió mis ojos puestos en ella y
alzó la mirada. Las otras chicas también me vieron y nos dejaron solos. Se acercó a mí.
Olía a nubes y rosas, recuerdo.

«Me congelé ahí, me quedé mirándola, sintiéndome tan extraño, y ella hizo una
mueca antes de buscar mi bolsillo, donde siempre tenía un paquete de cigarros. Agarró
uno y devolvió el paquete. Me dijo: Oye Señor, hazte útil y préndeme el cigarro, ¿sí?. Me
tomó un momento darme cuenta lo que quería, y como no tenía un encendedor, se lo
dije y ella agregó: Bueno, bastante suerte tienes, ¿no? Se volteó y me dejó. Pasó un tiempo
antes que le hable de nuevo. Y no mucho antes que me deje besarla….»

—¿Por qué crees que quiero escuchar esto? —lo interrumpo.

La esquina de su boca se alza en una pequeña sonrisa.

—Eres bastante parecida a ella. Cuéntame una historia de ella. Algo pequeño. Algo
nuevo.

—¿Por eso me estás acosando? ¿Para contar historias?

—Cuéntame —dice.

Mis pensamientos buscan algo para contarle. Por supuesto que tengo muchas
historias de ella, aleatorias y estúpidas. Pero no quiero compartir ninguna con él.
Nuestras historias no le pertenecen.

Sacudo mi cabeza.

—No puedo pensar en una.

Su mirada se oscurece. No puede hacerme daño aquí, estoy en tierra santificada, pienso.
Pero aún así estoy temblando.

—Está bien —dice—. Tal vez en otra ocasión.

Seriamente, lo dudo. Cuando estoy por irme, creyendo que con eso hemos
terminado, él me detiene.

—Espera —dice—. No tienes que tenerme miedo, pequeño pajarito. No te haré


daño.

—¿Eres cómo el líder de los Observadores, verdad? ¿No es tu trabajo intentar


hacerme daño?

—Ya no —dice—. Me quitaron…el cargo.

—¿Por qué?

—Mi hermano y yo teníamos opiniones distintas —dice con cuidado—, respecto a


tu madre.
—¿Tu hermano?

—De él es quién debes temer realmente.

—¿Quién es él? —pregunto.

—Juan Cruz.

El nombre suena familiar. Creo que Emi lo mencionó alguna vez.

—Juan Cruz busca a los Triplare. Siempre ha fantaseado con ser un coleccionista, de
mujeres hermosas, de hombres poderosos, de ángeles de sangre, especialmente con
aquellos con alta concentración de sangre. Si él descubre lo que realmente eres, no
descansará hasta que te sometas a su deseo o te destruirá.

Me volteo, las palabras resonando en mi cabeza.

—Todo es muy interesante, Sam, pero no tengo idea de qué estás hablando. Así qué,
bueno, esto ha sido bonito pero hace frío y tengo que estar en otro lado.

Le doy la espalda una vez más y me alejo.

***

Estoy pensando en cocinar algo para Emi y para mí, y tal vez empezar a colocar
decoraciones de Navidad, ver si llamo a Cande para ver una película o algo. Necesito un
tiempo normal. Pero primero tengo que parar en la tienda de comestibles.

Es ahí donde, en medio de la parte de verduras, me encuentro con Peter.

—Hola —digo sin aliento.

Insulto a mi estúpido corazón por la forma en que salta cuando lo veo ahí de pie, en
una camiseta blanca y pantalones vaqueros, sosteniendo una canasta con manzanas
rojas, un limón, un paquete de mantequilla y una bolsa con azúcar blanca.

Me mira por un minuto como si estuviera decidiendo entre molestarse en hablarme.

—Estás horriblemente vestida —dice finalmente.

Se refiere a mi abrigo y vestido negro, las botas del mismo color y mi cabello atado
en un nudo.
—Déjame adivinar: mágicamente te estabas transportando a una fiesta lujosa en
Stanford y te perdiste en el camino.

—Vengo de un funeral.

Inmediatamente su rostro se suaviza.

—¿De quién?

—El tío de Thiago.

Asiente.

—Escuché la noticia. ¿Un ataque al corazón, verdad?

No respondo.

—O no. Él era uno de los tuyos.

Los míos. Lindo. Empiezo a alejarme, porque es lo más inteligente por hacer,
simplemente irme, no enlazarme con él. Pero luego me detengo, me volteo.

—No lo hagas —digo.

—¿Hacer qué?

—Sé que estás enojado conmigo, entiendo tu motivo, pero no tienes que ser así. Eres
el chico más lindo, dulce y decente que conozco. No seas un imbécil por mi culpa.

Mira al suelo, traga con fuerza.

—Mar…

—Lo siento, Pitt. Sé que quizás no vale mucho que lo diga. Pero lo siento. Por todo.
—Me volteo para irme—. Me alejaré de tu camino.

—No llamaste —dice antes que me vaya por completo.

Parpadeo ante él, aturdida.

—¿Qué?

—Este verano. Cuando regresaste de Italia, antes de irte a California. Estuviste aquí
por dos semanas, ¿verdad? Y no llamaste. Ni una sola vez —dice, en tono acusatorio.
—Quería hacerlo —digo, lo que es cierto. Cada día pensé en llamarlo—. Estaba
ocupada —digo, lo que es mentira.

Él se burla, pero el enojo se ha ido de su rostro.

—Podríamos haber salidos, antes de que te fueras.

—Lo siento —murmuro de nuevo, porque no sé qué más decir.

—Es sólo que…tal vez podríamos…ser…amigos.

Se ve tan vulnerable ahora, mirando sus botas, sus orejas ligeramente rojas, sus
hombros tensos. Quiero colocar mi mano en su brazo. Quiero sonreír y decir: Claro.
Seamos amigos. Me encantaría. Pero tengo que ser fuerte. Tengo que recordar el por qué
terminamos: él tiene que tener una vida normal, sin ataque de un ángel caído al final de
una cita, donde pueda besar a su novia sin que ella brille como una estrella. Necesita a
alguien normal, alguien que envejezca junto a él. Que pueda proteger de la forma en
que un hombre protege a su mujer y no al revés. Alguien que no sea yo.

Tomo un gran respiro.

—No creo que sea una buena idea.

Él alza la mirada.

—No quieres que seamos amigos.

—No, no quiero.

Es mejor así, es mejor así. Él tiene que vivir su vida y yo la mía, intento convencerme.

—Está bien —dice, con la mandíbula tensa—. Lo entiendo. Terminamos.


Continuamos con nuestras vidas.

Sí, necesito decirle, pero no puedo formar la palabra.

Él asiente, flexiona sus manos.

—Me tengo que ir —dice—. Tengo que hacer tareas en el rancho.

Se mueve al final de la isla, luego se detiene. Hay algo más que quiere decirme.

—Que tengas una linda vida, Mar —dice—. Te mereces ser feliz.
Mis manos se convierten en puños mientras lo observo alejarse.

Tú también, pienso. Tú también.


OCHO

Retrocede, retrocede amigo

Llevamos cinco entrenamientos con las escobas como espadas, junto a Papá y
Thiago. Hemos estado practicando en casa y en la playa, a modo de relajación y
concentración, pero hasta ahora sigue siendo difícil no distraernos, cosa que enoja a
Papá.

—¿Así que Ángela simplemente va a dejar la universidad por un tiempo? —


pregunta, Thiago luego que le he contado la historia.

Rozo sus costillas con la escoba y él retrocede.

—Sip. Pero luego se tomará un tiempo sabático o algo así. Indefinidamente —digo.

—¿Pero qué hay de su propósito? ¿Eso sucede en Stanford, verdad?

—Ella no quiere hablar de ello. Es como si hubiese dejado de creer en ello, o ha


decidido que no le importa o está muy ocupada enfocada en su bebé. —Me tropiezo y
Thiago me golpea en el muslo—. ¡Au! ¡Oye, no golpees tan fuerte!

Se detiene y baja su escoba.

—Pero pensé que acordamos que no importaba la fuerza de…

Tomo ventaja de la situación y lo enfrento.

—¡Retrocede, retrocede, amigo! —grito y él ríe.

Logro desarmarlo, haciendo volar su escoba al agua. Él se hunde de rodillas, el final


de mi escoba en su garganta. Sonríe, y alza sus manos en el aire. Es bueno verlo sonreír.
Han sido unas semanas duras para él, estar solo en su casa vacía, constantemente
recordando a su tío.

—Ríndete —digo.

—Prefiero morir antes —grita.


Luego se lanza sobre mí, cogiéndome por el medio y arrastrándome a la arena.

—No, detente —grito, luchando mientras él lanza una pierna sobre la mía—. ¡No
me hagas cosquillas! No hay cosquillas en un entrenamiento. ¡Thiago! —Río sin poder
evitarlo.

—Eso es suficiente —Papá dice de pronto.

Thiago y yo nos detenemos para mirarlo. Ambos nos habíamos olvidado que él
estaba aquí. Thiago se aparta, se pone de pie y me ayuda. Papá le entrega su escoba.

—De nuevo —dice Papá.

—Sí que eres un sargento —bromeo—. Relájate.

—Esta no es clase de gimnasia —dice Papá con los ojos brillantes.

—Nunca fui muy buena en gimnasia —bromeo.

—Esto se trata de vida o muerte, Mar. Esperaba más de ti. Esperaba que lo tomes
seriamente.

Me quedo mirando la arena. He estado tratando de no obsesionarme con mi imagen


llena de sangre, pero es difícil.

—Ella lidia con la tensión haciendo bromas —dice Thiago—. Sabe que es algo serio.

El fuego abandona los ojos de Papá. Suelta el aliento.

—Lo siento —dice—. Tomemos un descanso.

Nos sentamos en línea cerca de la orilla, observando las olas. Miro a Thiago y
sonrío, le mando un abrazo mental para asegurarle que estoy bien.

—De algún modo —le dice Papá a Thiago—. Sólo soy su padre.

—Esto es lo que no entiendo —dice Thiago luego de un minuto—. Toda mi vida,


desde que mi tío me contó sobre las Alas Negras, me dijo que escape. Me dijo que no
tendría sentir pelear, son muy poderosos, muy fuertes. No puedes matarlos.

—Mamá también decía eso—digo.

—Es verdad —dice Papá—. En una batalla uno a uno con un ángel, no podrás
ganar. No sólo es el poder, la rapidez, y la fuerza, sino también la experiencia.
—Entonces, ¿cuál es el punto? —pregunta Thiago—. Si no podemos pelear contra
un Ala Negra y ganar, ¿por qué mi tío intentó enseñarme? ¿Por qué nos estás enseñando
a usar la espada de la gloria?

—Los Alas Negras no suelen hacerte daño directamente. Aún son ángeles, después
de todo, y para hacerle daño a alguien bueno, va en contra de nuestro diseño. Le
causaría un gran dolor. Por eso prefieren usar Minions para infligir daño físico.

—¿Minions? —repito.

—Ángeles de sangre —dice él—. Los Alas Negras hacen su trabajo sucio a través de
los Nephils. Y los Triplare son los más poderosos de los Nephils.

—¿Así que en la visión estamos peleando con otros ángeles de sangre? —concluye
Thiago.

Papá asiente. Relaciono lo que me dijo Sam en el cementerio, sobre Juan Cruz.

—Sí —dice Papá, leyendo el pensamiento—. Juan Cruz es muy peligroso. Tal vez el
más peligroso y la peor maldad de las Alas Negras. Sin duda. Él toma lo que quiere, y si
te ve, si sabe qué eres, te llevará. Ha matado y esclavizado a muchos Triplare.

—¿Hay muchos Triplare? —pregunto con temor.

—No —dice Papá—. Hay pocos como tú. De hecho nunca hay más de siete
caminando en la Tierra al mismo tiempo. Y hasta el momento Juan Cruz está en
posesión de al menos tres.

—Siete —dice Thiago, casi para sí mismo—. Así que estás tú, yo, Stefano…eso sólo
deja uno más.

Siete Triplare. Siete.

Encuentro los ojos de Thiago. Pensamos lo mismo al mismo tiempo.

El Siete es nuestro.

—El bebé de Ángela —digo—. Porque Camilo es el papá.

—Camilo —dice Papá como si el nombre fuera un insulto—. Criaturas asquerosas,


cobardes, lo ambivalente. Peor que los ángeles caídos.

***
—Le contaré cuando regresemos a California —le digo a Thiago cuando estamos de
regreso en mi casa, sentados en el sofá—. Mientras más rápido lo sepa, mejor.

—De acuerdo. ¿Quieres ir el martes por la noche a tomar el café ya que perderemos
el Sábado?

—Por supuesto. —Me muerdo el labio—. Y pensé, que tal vez, si quieres, podríamos
empezar a hacer ejercicio por las mañanas. Sé que se supone que deberíamos estar
entrenando para usar la espada, pero sería bueno ir a correr o algo así.

—Sí, me gustaría. ¿Todas las mañanas?

—Sí. Digamos que a las 6:30.

Me encojo ante la idea de despertarme temprano, pero creo que será algo bueno.

—De acuerdo —dice con una sonrisa—. Sólo recuerda que fue tu idea.

—Lo haré. Así que cuéntame cómo será tu horario ahora.

—Nada muy excitante. Mi clase más loca será ingeniería estructural.

Inclino mi cabeza hacia él.

—¿Ingeniería Estructural? Eso suena serio. —Entrecierro mis ojos hacia él.

—Estaba pensando en ser arquitecto.

—¿Quieres ser arquitecto? ¿Cuándo sucedió esto?

—Me gusta construir cosas. Me gustaría probar.

—Eso es increíble. Suena perfecto.

—¿Y tú? —pregunta—. ¿Aún quieres estudiar medicina?

—Sí. Llevaré una clase de bioquímica, que estoy segura que explotará mi cabeza.

—¿Qué más? —pregunta.

—Sólo los cursos normales….

—Así que podemos ir a correr en las mañanas y entrenar por las tardes.

—De acuerdo.
—Y no hagas planes para el próximo fin de semana —agrega.

Alzo la mirada hacia él.

—¿Por qué?

La esquina de su boca se curva en una sonrisa.

—Iré a una cita contigo. Antes que las cosas se pongan locas.

Mi corazón late más rápido.

—Cena y una película —le recuerdo.

—Viernes por la noche —dice—. Te recogeré a las siete.

—Siete —repito con un estúpido temblor en mi voz—. Viernes.


NUEVE

Cena y Cine

—Deberías ir de negro —dice Ángela.

Fue difícil pero finalmente logré contarle lo que sabía sobre Juan Cruz y el Séptimo
Triplare a Ángela. Ella estuvo sorprendida, por supuesto, pero no hemos vuelto a hablar
del tema. Parece que ha decidido preocuparse por ello después, enfocándose en ser
Cupido y juntarme con Thiago.

—El negro —dice de nuevo, apuntando el vestido que cuelga de mi mano izquierda.

—Gracias —digo, colgando el otro vestido en el ropero—. ¿Por qué no me


sorprende que hayas escogido el negro? —me burlo—. Chica gótica.

Me meto al baño y me pongo el vestido. Es uno corto, sin mangas, y que se ajusta el
cuerpo. Ángela tenía razón. Es perfecto para una cita. Luego me acerco al espejo que
cuelga en la parte trasera de mi armario y me contemplo, pensando cómo debería llevar
el cabello.

—Suelto —dice Ángela—. Él ama tu cabello. Si lo dejas suelto, querrá tocarlo.

Lo hago y a los pocos segundos hay un golpe en la puerta. Corro a abrir. Thiago está
en el pasillo, usando un pantalón beige y una camisa azul, con las mangas remangadas.
Huele a perfume y a crema de afeitar.

En su mano sostiene rosas blancas.

—Para ti.

—Gracias —digo—. Las pondré en agua.

Me sigo adentro. Busco algo para usarlo como envase, pero sólo encuentro una taza.
La lleno de agua y coloco las rosas en mi mesa.

Thiago mira a Ángela sentada en la cama de Wan Chen, escribiendo en su


cuaderno.
—Hola Ángela —dice.

—Hola Thi —dice ella, pero no deja de escribir—. Mar dijo que podía quedarme
aquí mientras ustedes no estaban. Necesito alejarme de mis compañeras de habitación.
Me están tratando como un episodio de MTV de 16 años y Embarazada. Veo que…has
traído rosas. Muy lindo.

—Sí, lo intento —dice con una mueca. Luego me mira—. ¿Estás lista?

—Sí. Chau —le digo a Ángela.

—Anda —dice—. Saca tu culo de aquí de una vez —bromea.

Cuando ambos estamos en su camioneta, Thiago coloca la llave del auto, pero éste
no lo enciende.

—Esta es una cita —dice.

—En buena hora —digo—, porque me estaba preguntando, el motivo de las flores y
todo.

—Y como una cita, hay ciertas reglas.

—De acuerdo —digo, riendo nerviosamente.

—Yo pagaré todas las actividades de esta noche —empieza.

—Pero…

Alza su mano.

—Sé que eres una mujer independiente, moderna y libre. Lo respeto, y entiendo que
eres capaz de pagar tu propia comida, pero aún pagaré el cine, y la cena, y lo que sea.
¿De acuerdo?

—Pero…

—Y aunque lo esté pagando, no significa que espero algo de ti. Quiero que te sientas
bien esta noche, eso es todo.

Es tan lindo que se está sonrojando.

—De acuerdo. Tú pagarás. ¿Algo más?


—Sí. Me gustaría que no hablemos de ningún tema relacionado a los ángeles, si no
te importa. Esta noche simplemente seremos Mar y Thiago, dos estudiantes
universitarios en una cita. ¿Qué te parece?

—Me parece bien—digo—. Más que bien, incluso. Suena perfecto.

***

Después del cine, Thiago me lleva a la playa. Cenamos en un restaurante frente al


mar y después de la cena, nos quitamos los zapatos y caminamos por la arena. El mar
nos golpea gentilmente, y nos reímos, porque he admitido que una película estilo
Cenicienta es mi favorita.

—¿Así que, cómo lo estoy haciendo? —pregunta después de un momento.

—La mejor cita —respondo—. Buena película, buena comida, buena compañía.

Toma mi mano. Su poder y el mío se juntan, el calor familiar centellando entre


nosotros. Una fría briza se alza y mueve mi cabello. Él me mira por el rabillo del ojo,
luego aparta la mirada, hacia el agua, lo que me da la oportunidad de mirarlo. Es
incómodo decir que un chico es hermoso, pero él lo es. Su cuerpo es delgado pero fuerte,
y se mueve con mucha gracia, como un bailarín. A veces me olvido de lo hermoso que
es, de sus ojos verdes, sus cejas serias, sus mejillas, sus labios delgados.

Tiemblo.

—¿Tienes frío? —pregunta y antes que pueda responder, se quita su chaqueta y me


la coloca.

Inmediatamente estoy envuelta por su olor. Me hace regresar a la primera vez que
usé su chaqueta, la noche del incendio, cuando la colocó sobre mis hombros. Ha pasado
como un año desde entonces, pero la visión aún queda en mi mente.

—Gracias —le digo ahora.

—De nada —dice y coge mi mano de nuevo.

No sabe qué más decir. Quiere decirme lo hermosa que soy, cómo lo hago sentir,
cómo se siente fuerte conmigo, cómo quiere colocar mi cabello detrás de la oreja y
besarme, y tal vez esta vez yo devolverle el beso.

Suelto su mano, debo dejar de leer sus pensamientos.


—No importa —me dice en mi mente—. No me importa si ves dentro de mí.

Me quedo sin aliento. Tengo que dejar de ser tan gallina, pienso. No es que le tenga
miedo, porque él me hace sentir más segura que nadie. Pero tengo miedo de dejar ir, de
dejar que suceda lo que está escrito. Tengo miedo de perderme.

—No te vas a perder —susurra.

—¿No lo haré?

—No conmigo —dice—. Sabes quién eres. No dejarás que nadie te quite aquello.

Él ama eso de mí. Él ama…

Me acerca a él y me mira a los ojos. Mi corazón retumba con violencia en mi pecho.


Cierro mis ojos, y sus labios tocan mi mejilla, cerca a mi oído.

—Mar —dice.

Sé que me va a besar en cualquier segundo, y yo también lo quiero. Pero en ese


momento, con sus labios a pulgadas de distancia, veo de pronto la cara de Peter. Los
ojos grises de Peter. La boca de Peter a un paso de la mía.

Thiago se detiene, su cuerpo se pone rígido. Ve lo que yo veo. Se aleja.

Abro mis ojos.

—Yo…

—No lo hagas.

Pasa una mano sobre su cabello, se queda mirando el agua.

—Sólo…no lo hagas.

Me odia. Yo también me odiaría.

—No te odio —dice con fiereza. Suspira—. Pero desearía que pudieses olvidarte de
él.

—Lo estoy intentando.

—No lo suficiente.

—Lo siento —digo.


Él merece algo mejor que esto.

Sacude su cabeza y empieza a caminar hacia la pista. Voy detrás de él, luchando por
ponerme los zapatos mientras camino.

—Espera —digo—. No nos vayamos todavía. Es temprano. Tal vez podemos…

—¿Cuál sería el punto? —interrumpe—. ¿Crees que deberíamos olvidarlo y


pretender que esto no sucedió? —Suspira—. Sólo vámonos.

—Iré a casa por mi cuenta —digo, retrocediendo un paso—. Anda tú. Lo siento.

Me mira directamente, sus manos dentro de sus bolsillos.

—No. Yo debo…

Sacudo mi cabeza.

—Buenas noches, Thiago —digo.

Luego cierro mis ojos y llamo a la gloria.

Por supuesto, no termino en Stanford sino en la granja de Peter.

Pensaba ir a un lugar silencioso para poder pensar, pero cuando la gloria se


desvaneció y mis ojos se ajustaron, me encontré a mí misma encerrada en un espacio
bastante oscuro. Casi tuve un ataque de pánico pensando que era mi visión, pero luego
me calmé al recordar que Thiago no estaba aquí. Me tambaleé hacia adelante, mis brazos
estirados, sintiendo el suelo con mis pies. Busqué la pared, áspera y de madera, y
empecé a caminar lentamente. De pronto me golpeo con algo, como una fila de estantes
contra la pared, las cuales de pronto se caen al suelo con un sonido fuerte. Me apresuro
en arreglarlas, luego me llega todo y vuelvo a llamar a la gloria para que ilumine mi
camino.

Alzo mi mano y me concentro en la gloria dentro de mí, de la forma en que Papá


dice que debes hacer con una espada de gloria. Me impresiono cuando soy capaz de
formar una bola brillante en mi mano, que se siente caliente y produce cosquillas en mis
dedos.

Miro alrededor y es ahí cuando me doy cuenta en dónde estoy. Estoy en una
granja…una granja muy familiar.

Mierda.
Me dirijo hacia la puerta, pasando los establos de caballos. Midas mueve su cabeza
en forma de saludo, sus orejas se inclinan hacia adelante, sus ojos puestos en mí y en la
bola brillante en mi mano.

—Hola guapo —le digo, acariciando su nariz con mi mano libre—. ¿Cómo estás?
¿Me extrañas?

Se inclina hacia abajo y lanza un aliento mojado y lleno de olor en mi cuello, luego
gentilmente acaricia mi hombro.

—Oye, córtalo —digo, riendo.

De pronto, la granja se llena de luz. Midas retrocede y silba en alarma. Me volteo


para encontrarme en frente de una pistola. Grito y alzo mis manos inmediatamente en
rendición, mi gloria instantáneamente se disipa.

Es Peter.

Él suelta un aliento exasperado.

—¡Dios santo, Mar! ¡Me asustaste!

—¿Te asusté?

Baja la pistola.

—Eso te pasa por meterte a escondidas en la granja de la gente en mitad de la


noche. Tienes suerte que fuera yo y no mi padre quién te escuchar, de otro modo
estarían sin cabeza ahora.

—Lo siento —balbuceo—. No quise venir aquí.

Aún está usando su piyama de franela con botones, debajo de un abrigo grande.
Coloca la pistola en una mesa y se acerca a Midas, quién está lanzando su cabeza hacia
atrás y golpeando la puerta.

—A los caballos no les gusta las sorpresas —dice él.

—Obviamente.

—Está bien, compañero —dice Peter.


Peter saca de su bolsillo unos cuantos caramelos. Inmediatamente Midas se acerca,
los huele y Peter lo alimenta.

—¿Siempre tienes caramelos en caso de emergencia? —pregunto.

—A él le gusta este tipo de caramelo —dice, encogiéndose de hombros—. De hecho,


lo hemos dejado comer cuántos quiera. Se está poniendo gordito. —Acaricia el cuello de
Midas, luego me mira—. ¿Quieres alimentarlo?

—Claro —digo, y él me entrega unos cuantos.

—Mantén tu mano plana —me instruye Peter—. O podrás perder tu dedo.

Midas alza su cabeza y se mueve impacientemente mientras me acerco. Luego


coloca su nariz en mi palma y agarra un caramelo, masticándolo ruidosamente.

—Hace cosquillas. —Me río.

Peter sonríe, y agarro más caramelos de su bolsillo, y por un minuto las cosas
parecen normales entre los dos.

—Te ves bien —dice Peter, mirándome apreciativamente, hacia mi cabello suelto y
mi maquillaje—. Esta vez no es un funeral.

—No —digo, sin saber qué más decir.

—Una cita.

Estoy tentada a mentir, decir que estaba con un grupo de chicos, sin hacer nada
especial. Pero, soy mala mintiendo y Peter es bueno dándose cuenta de ello.

—Sí, una cita.

—Con Bedoya —concluye.

—¿Importa?

—Supongo que no.

Acaricia suavemente la nariz de Midas, luego se voltea y retrocede unos cuantos


pasos. La mirada en su rostro me está matando, como si estuviera intentando fingir que
no le importa, pero lo conozco.

—Peter…
—Nah, está todo bien —dice—. Supongo que debería haber esperado que él haga su
movida, ahora que nosotros hemos terminado. ¿Cómo les fue?

Lo miro fijamente.

—Bueno, no puede haber salido bien, o no estaría aquí en mitad de la noche.

—Eso —digo, cuidadosamente—, no es de tu incumbencia, Peter Lanzani.

—Bueno, tienes razón —dice—. ¿Tenemos que seguir adelante, verdad? Pero desde
mi punto de vista, hay algo muy grande que no nos deja avanzar.

Me quedo sin aliento.

—¿Ah sí? ¿Qué?

Me mira con frialdad.

—Te sigues apareciendo.

—Mira… —decimos al mismo tiempo. Él suspira.

—Tú primero —digo.

Se rasca la parte de atrás del cuello.

—Quería decirte que siento haber sido un idiota contigo. Tenías razón, me he
comportado como un imbécil.

—Estabas sorprendido. Y tienes razón, estoy invadiendo tu espacio.

Él asiente.

—Aún así, no hay escusa. No eres la peor cosa que podría aparecer de pronto en mi
vida.

—Genial. No soy la peor cosa.

—Nop.

Reímos, y se siente bien. Se siente como los viejos tiempos. Pero luego pienso, tal
vez yo soy la peor cosa que podría aparecer en su vida. Me está mirando con un destello
de nostalgia en sus ojos. Pero no puedo acercarme a él, no soy buena para él.

—Tu turno —dice.


—Oh. —Me doy cuenta que no recuerdo lo que le iba a decir. Así que apunto mi
pulgar hacia la puerta detrás de mí—. Iba a decir que debería irme.

—De acuerdo.

Se ve confundido cuando no me muevo. Luego sorprendido.

—Oh, claro. Quieres que me vaya.

—Puedes quedarte. Sólo, la gloria…

—Está bien —sonríe, hoyuelos formándose, luego se dirige hacia la puerta—. Tal
vez te veré por ahí, Zanahoria.

No, no lo harás, pienso. Tengo que detener esto. No puedo seguir viniendo aquí.
Tengo que alejarme.

Peter me llamó Zanahoria.

***

Ángela sigue en la misma posición de cuando la dejé, en la cama de Wan Chen. Se


me queda mirando por un minuto después que me materializo.

—Caray —dice—. Tenías razón cuando dijiste que era como la película Star Strek. Es
genial.

—Me estoy volviendo mejor en esto —admití.

—¿Cómo tu cita… —empieza a pregunta, luego capta mi expresión—. Oh. No fue


bien.

—No, no fue bien —digo, quitándome los zapatos y recostándome en mi cama.

Se encoge de hombros.

—Hombres.

—Hombres.

—Si podemos mandar a un hombre a la luna, ¿por qué no podemos mandarlos a


todos? —dice.

Estoy cansada y no puedo evitar reír.


—Por eso es que no me molesto en estar con los hombres —agrega—. No tengo
paciencia.

Claro. Ella no lidia con mortales.

—Es Camilo —dice, de pronto.

—¿El padre, quieres decir?

—Sí —dice, luego de un silencio—. Pero tú ya sabías eso.

—Eh, sí.

—Pero también es Camilo en mi visión —continúa—. El hombre en el traje gris. Es


Camilo.

—¿Estás segura? —pregunto con asombro.

Asiente entusiasta.

—No puedo creer que no lo haya reconocido antes. Todos estos momentos que lo he
visto en mi visión, y no sabía nada de esto.

—Sí, las visiones parecen trucos a veces.

—Perdí mucho tiempo sintiéndome apenada por mí misma —dice—. Pensé, desde
que esto sucedió —asiente hacia su pequeño bulto—, que había malogrado todo. Pero
no lo he hecho. Se supone que debió pasar esto. Está en el destino.

—¿Entonces, qué se supone que debes hacer?

—Se supone que debo contarle sobre el bebé. El siete es nuestro.

Eso me da mala espina, dado todo lo que sé de Camilo. Simplemente él no es de


confiar. Pero Ángela no va a querer escuchar esto ahora mismo. Ella no entra en razón
cuando se trata de Camilo.

—De acuerdo, digamos que tienes razón… —empiezo.

—Claro que la tengo —dice.

—Claro que tienes razón —estoy de acuerdo—. ¿Pero, por qué Camilo vendrá?
¿Cómo sabrá que tiene que encontrarse contigo ahí?
—Eso es fácil. Le mandé un correo.

—Pero Ángela....

—Él vendrá, y le contaré —dice firmemente—. ¿No ves lo que esto significa, Mar?

No lo hago.

—Significa —dice, curvando su brazo alrededor de su panza—, que todo va a estar


bien.

Dudo mucho todo esto. Pero por una vez, espero que ella esté en lo correcto.
DIEZ

Un paso hacia adelante, dos hacia atrás

Me encuentro recostada contra un árbol, leyendo un libro y tratando de relajarme.


Hace unos minutos tuve la visión de nuevo y a pesar de que sale la misma imagen una y
otra vez, siempre entro en pánico.

Me quedo mirando mi celular, aquel que yace sobre mi regazo. Busco entre mis
contactos y encuentro a Thiago…Deseo llamarlo, pero luego suspiro y guardo el
teléfono de nuevo. Thiago no me ha hablado por más de un mes, ni siquiera en clase. Su
orgullo ha sido herido. Y, lo entiendo. Yo también estaría enojada si estuviera por
besarlo, luego de haberle dicho lo que sentía, para que al final él esté pensando en otra
chica.

Escucho el sonido de un cuervo sobre mi cabeza. Alzo la mirada, hacia las hojas del
árbol, y ahí está Sam, mirándome.

Cada vez que lo veo, aunque intento no ser cobarde sobre el tema, siempre siento
miedo porque no sé si algún día querrá matarme.

—¿Acaso no tienes algo mejor que hacer que seguirme? —pregunto.

El cuervo inclina su cabeza, luego vuela hacia el suelo, a mi lado.

Majo, piensa, el nombre de mi madre y un mundo entero lleno de dolor y recuerdos.


Majo.

—Vete —susurro e intento espantarlo.

De pronto, él es un hombre, expandiéndose de un cuervo a un cuerpo, en un


parpadeo.

—¡Miércoles! —digo, retrocediendo—. ¡No hagas eso!

—Nadie está mirando —dice.

—¿Cómo puedo ayudarte, Sam? —pregunto.


—Una vez llevé a tu madre a bailar —dice, empezando con sus historias—. Ella
llevaba un vestido rojo. Mientras bailábamos, colocó su cabeza en mi pecho para
escuchar el latido de mi corazón.

—¿Acaso tienes corazón? —pregunto, con un tono pesado, sin poder evitarlo.

—Claro que tengo un corazón —dice, ofendido—. Puedo ser herido, como cualquier
hombre. Ella me cantó esa noche, mientras bailábamos. Ella olía a rosas.

Saca el brazalete de plata de su bolsillo y lo sostiene en su palma.

—Le di esto en la entrada de su casa, antes de despedirnos. Todo ese verano dejaba
amuletos para que ella encuentre. Esto —señala con un dedo un amuleto en forma de
pescado—, por la primera vez que la vi en laguna. —Toca el caballo—. Este por el día en
que cabalgamos por la costa de Francia después que el hospital donde ella trabajaba fue
bombardeado.

Acaricia el pequeño corazón de plata al centro, pero no me habla de aquel. Pero yo


ya sé que significa. Él la amaba. Aún la ama.

Su mano se encierra alrededor del brazalete, y lo devuelve a su bolsillo.

—¿Me contarás alguna historia de ella? —pregunta suavemente—. ¿Sobre tu


madre?

Dudo. ¿Por qué siento pena por él?

—No tengo ninguna historia para ti.

Me levanto, me limpio la suciedad y recojo mis cosas.

—Tengo que irme.

—La próxima vez, entonces —dice, mientras me volteo para irme.

—No quiero que haya una segunda vez —digo, deteniéndome—. No sé por qué
estás haciendo esto, lo que quieres de mí, pero ya no quiero escuchar esas cosas.

—Quiero que lo sepas.

—¿Por qué? ¿Para que puedas lanzarme en mi cara que tuviste un amorío
apasionado con mi madre?
Él sacude su cabeza. Y luego me doy cuenta: él quiere que lo sepa porque no hay
nadie más con quién pueda compartirlo. A nadie más le importa.

—Adiós, Sam.

—Hasta la próxima vez —agrega.

***

Toco la puerta de Thiago. Él está sudando cuando la abre, con una toalla colgando
sobre su cuello. Está sorprendido de verme, desearía que hubiese llamado primero.

—Pero no devuelves mis llamadas —digo.

Su mandíbula se tensa.

—Aún estás enojado conmigo, y creo que es razonable. Pero necesitamos hablar.

Él abre la puerta aún más para que pase y yo lo hago.

—Tenemos que hablar sobre Ángela.

No responde. Involuntariamente, sus ojos se mueven hacia una foto enmarcada, una
foto en blanco y negro de una mujer alzando a su hijo en el aire. La foto está algo
borrosa, pero sin duda el niño es Thiago a los cuatro o cinco años. Thiago y su mamá.
Juntos, felices. Ambos están riendo. Casi puedo escucharlos al verlos, casi puedo sentir
la felicidad. Me hace sentir triste el pensar que perdió a su mamá cuando era muy
pequeño. Y ahora a su tío también.

Me volteo para mirarlo. Está de pie, con sus brazos cruzados sobre su pecho.

—Ya sabes, si vamos a tener una conversación, vas a tener que hablarme. Con
palabras, con cosas —digo.

—¿Qué quieres que diga? Me dejaste Mar.

—¿Te dejé? —repito, incrédula—. ¿Estás enojado por eso? Fuiste tú quién quiso que
me vaya.

—No quiero está enojado contigo sobre lo otro —dice, sin encontrar mis ojos—. No
puedes controlarlo. Pero luego desapareciste —dice, y siento el dolor en su voz—. Te
fuiste.
—Lo siento —digo.

—¿A dónde fuiste? —pregunta—. Fui más tarde a tu habitación, para disculparme,
pero Ángela me dijo que no habías regresado todavía.

Lo miro, me atrapó.

Él cierra sus ojos y frunce el ceño, como si le causara dolor físico.

—Eso fue lo que pensé.

Me pregunto si lo hará sentirse mejor el saber que mi conversación con Peter esa
noche no fue mejor que la suya.

Abre sus ojos.

—Puede que sí —responde, luego de haber escuchado mis pensamientos.

Dios. Hombres.

—De acuerdo, no vine aquí a hablar de nosotros —le digo—. Vine a hablarte sobre
Ángela.

—¿Ya tuvo el bebé? —pregunta, preocupado—. ¿Qué va a hacer?

—No ha tenido el bebé —digo—. Aún no. Pero mañana irá a hablar con Camilo
sobre ello.

Thiago se pone rígido.

—¿Va a contarle sobre el bebé?

—Bueno, va a decirle que es el padre. Ese es su plan, de todos modos.

—Mala idea dice, sacudiendo su cabeza—. No debería decirle a nadie sobre el siete.
Especialmente no a Camilo.

—Él noo es buena noticia —admito—.Él no está…feliz. Pero supongo que veremos
qué sucede. Ángela está determinada a hacer esto. Te llamaré mañana cuando regrese.

—Espera —dice, sus cejas juntándose—. ¿Vas a ir con ella?

—Me dijo que la acompañe. Bueno, me dijo que yo iba a ir, así que lo haré.

—Deberías mantenerte alejada —dice, con su boca torciéndose en una mueca.


—Es su destino. Además, Camilo ya me conoce. Estaré ahí para darle apoyo moral.

—No hay forma. Es muy riesgoso. Él es un ángel. Podría descubrir quién eres.

—Él no es el diablo, técnicamente hablando…

—Escuchaste lo que dijo tu padre sobre ángeles ambivalentes. Él es peor que un Ala
Negra, dijo tu padre.

Me sostiene por los hombros, sacudiéndome apenas.

Intento retroceder, pero me está sosteniendo con fuerza.

—No vayas —dice—. Sé cautelosa, por una vez en tu vida.

—No me mandonees —digo, apartándome.

—No seas una idiota.

—No me llames así —digo, dirigiéndome hacia la puerta.

—Mar, por favor —ruega.

Me detengo.

—Toda mi vida…bueno, toda mi vida desde que mi madre murió, mi tío me


advirtió sobre esto. No te reveles, a nadie. No confíes en nadie.

—Sí, sí, no hables con ángeles extraños. Estoy en su visión Thiago.

—Tú, de todas las personas, deberías saber que no siempre sucede lo mismo que en
la visión—dice.

Eso fue un golpe bajo.

—Mar —empieza—, también te he visto en mi visión. ¿Qué pasa si esto es lo que…?

Alzo mi mano.

—Creo que hemos hablado suficiente.

***

Así que finalmente llega el gran día, 13 de Febrero, el día en que se cumplirá el
destino de Ángela. Ambas nos dirigimos hacia el lugar indicado para encontrarnos con
un ángel. Ángela está tan emocionada, su piel está brillando y sus ojos también. Se ha
vestido para la ocasión, completamente maternal y toca su panza, sintiendo a su hijo, y
sintiéndose como la madre que es.

—Ahí está —susurra ella de pronto, cogiendo mi mano.

Ahí está él. De pie, con su espalda hacia nosotros, con un traje gris como ella lo
describió.

Ángela me entrega su cartera.

—Aquí voy —dice.

—Estaré justo detrás de ti —le prometo y la sigo, bajando las escaleras.

Ella se toma su tiempo en llegar hasta Camilo. Toca su hombro y él se voltea.


Definitivamente es Camilo, no se equivocó. —

—Hola —dice, casi sin aliento.

—Hola Ángela —dice él, sonriendo—. Es bueno verte.

Se inclina hacia abajo y le da un beso en la boca.

—¿Cómo estás? —pregunta ella, como si se tratara todo esto de él.

—Estoy mejor, al verte —dice.

Oh por Dios.

—Eres una visión—dice—. Podría pintarte, ahora mismo.

—También estoy mejor por verte —dice ella y se aleja apenas, mirando al suelo.

Acaricia su panza con su mano. La sonrisa de él se desvanece cuando sus ojos viajan
hacia su cuerpo. Juro que veo cómo el color de su cara va palideciendo.

—Ángela —jadea—. ¿Qué te pasó?

—Tú me pasaste —dice ella, con una burla en su voz—. Es tuyo, Camilo.

—Mío —dice, casi sin aliento—. Imposible.

—Nuestro —dice ella.


No la puedo ver, pero sé que está sonriendo, con esa sonrisa llena de esperanza, que
no es normal en ella. Una Ángela vulnerable, tan abierta. Coloca una mano en su
hombro de nuevo y la deja recostada, al tiempo que mira sus ojos.

—El siete es nuestro.

Un escalofrío pasa por mi cuerpo. Por el rabillo del ojo creo ver el aleteo de un alas
negras, pero cuando miro hacia ese lugar ya no veo nada. Regreso mi atención a Camilo.
Él saca su mano y la coloca en su panza, sus ojos aún incrédulos, y por unos cuantos
segundos creo que todo irá bien, como dijo Ángela. Él cuidará de ella, protegerá a los
dos.

Pero luego alguien toma control de su humanidad y capto un atisbo de un alma


gris. Él mira alrededor salvajemente, como si no fuera seguro estar en público con ella.
Está aterrado.

—Camilo, di algo —dice Ángela.

Él alza la mirada.

—No debiste decírmelo —murmura sin emoción—. No debería de estar aquí.

—Camilo —dice ella, alarmada—. Sé que estás aturdido. También lo estuve yo,
créeme. Pero se supone que esto debía de suceder, ¿no lo ves? Esta es mi visión, mi
propósito. He visto este momento desde que tenía ocho años. Eres tú, Camilo. Podemos
estar juntos. Se supone que debemos de estarlo.

—No —dice él—. No debemos.

—Pero te amo —su voz se quiebra—. Mi corazón ha sido tuyo desde la primera vez
que te vi en la iglesia. Tú también me amas. Lo sé.

—No puedo amarte —dice firmemente, y ella tiembla—. No puedo protegerte


Ángela. No debiste habérmelo dicho. No debiste decirle a nadie.

—Camilo —ruega ella.

Ella busca en su bolsillo y saca un ultrasonido, como una foto de un bebé, como si
eso pudiese cambiarle su mente, pero él atrapa su mano y cierra sus dedos sobre el
papel antes que ella lo pueda abrir. Su mirada se alza hacia sus ojos, alza su otra mano
hacia su rostro, sus dedos acariciando su mejilla, y por un segundo él se ve dolido.
Luego desaparece. Sin decir adiós. Sin decir Lo siento, pero estás por tu cuenta, querida.
Simplemente se ha ido.

Corro hacia Ángela mientras ella cae de rodillas.

—Está bien —digo, una y otra vez, como si eso lo convirtiera en verdad.

Ella me mira con lágrimas en sus ojos. Sus manos están temblando cuando la ayudo
a levantarse, pero no me deja que lo haga. Está al tanto de todos los estudiantes
mirándonos, así que alza su cabeza y empieza a caminar de regreso. Intento colocar mi
brazo alrededor de ella, para ayudarla, pero ella me aparta.

—Estoy bien —dice, casi monótona—. Vámonos.

***

De regreso en la universidad, ella se mueve como un zombi, quitándose la ropa y


lanzándola al suelo hasta que solo se queda en camisola y pantalonetas.

Su compañera de cuarto ingresa y yo me encargo de sacarla de la habitación,


diciéndole que regrese más tarde.

De pronto, Ángela ríe como si todo esto fuera realmente gracioso, como si Camilo le
hubiese hecho un truco.

—Bueno, eso no sucedió como esperaba —dice, sonriendo horriblemente, con el


corazón roto.

—Oh, Angie.

—No hablemos de ello. Estoy bien.

Se mete a la cama y sube las sábanas hasta su mentón. Me siento en la esquina de su


cama y no digo nada, porque todo lo que diga sonará completamente estúpido.

—Acordamos desde el principio que no hablaríamos de amor. —Rueda y me da la


espalda—. Debí haber recordado eso —agrega, con su voz delgada—. Está bien. Estoy
bien con eso. Lo entiendo.

—No. No está bien —digo—. Esta también es su responsabilidad. Él debería estar


aquí para ti.
—Es un ángel —dice—. Es lo mismo que sucedió con tu padre. Ahora lo entiendo.
No puede estar contigo todo el tiempo, no puede protegerte.

No es lo mismo, pienso. Mi papá se casó con mi mamá. Estuvo en mi cumpleaños, en


mis primeros pasos, mis primeras palabras. Cuidó de nosotros, incluso si eso fue por un
tiempo. Pero no se lo digo.

—Angie. —Coloco una mano en su hombro.

—No me toques —dice, afiladamente—. Por favor…no quiero que leas mi mente.

Empieza a llorar. Su humillación me golpea con fuerza. Su vergüenza, su miedo, su


miseria. Por supuesto que no me ama, piensa.

Me recuesto a su lado y coloco mis brazos a su alrededor, la abrazo por la espalda


mientras ella solloza. Lágrimas corren por mis mejillas mientras lo siento por ella. Por
un minuto no puedo respirar y no puedo pensar.

—Estará bien —le digo—. Estás mejor sin él.

Ella se sienta, apartándose de mí, y toma un profundo y tembloroso respiro. Luego


usa la sábana para limpiarse los ojos.

—Lo sé —dice—. Todo estará bien.

Después de un tiempo, se vuelve a recostar. Mi corazón duele por ella, pero no me


atrevo a volverme a acercar. Escucho como su respiración se va calmando, y se va
haciendo más profunda, hasta que creo que se ha quedado dormida. Pero luego habla.

—Ya no quiero estar aquí —dice—. Quiero irme a casa.


ONCE

El camino Perdido y Correcto

Al día siguiente, Ángela oficialmente deja la Universidad de Stanford. Su mamá


aparece dos días después y la ayuda a recoger sus cosas y colocarlas en el auto, mientras
yo me quedo en la acera, viéndolas irse.

Las visiones empiezan a venir con mayor frecuencia durante todo Febrero e inicios
de Marzo. Divido mi tiempo entre estudiar para la universidad y prepararme para lo
que vendrá en la habitación oscura.

Las cosas entre Thiago y yo están tensas, pero hemos vuelto a vernos cada mañana,
para caminar y hablar un poco. Sobre todo en general.

En Marzo llego a ver a mi hermano, después de mucho. Lo extraño. Lo miro medio


a escondidas por la ventana de la pizzería. Se ve infeliz, moviéndose entre las mesas y
recogiendo los platos, sin alzar la mirada, haciendo una tarea muy monótona.

Justo entonces, cuando ya había decidido que era momento de irme, una chica con
cabello largo, de color negro oscuro, entra al restaurante, y algo sobre ella me hace
detenerme. Dice el nombre de Stefano y él alza la mirada antes de sonreír. Dios mío,
realmente sonríe, algo que no lo he visto hacer desde que Mamá admitió que estaba
muriendo.

Ella debe ser Martina, la chica que se ha robado el corazón herido de mi hermanito.

Por supuesto que ahora me tengo que quedar y observarlos.

Ella de desliza a un asiento vacío y se recuesta. Stefano inmediatamente acelera el


paso y termina de limpiar las mesas restantes. Luego desaparece en la cocina por un
minuto y regresa con un vaso de lo que parece ser té helado. Ella le sonríe. Él se limpia
su mano en su mandil y se sienta al frente de ella.

De pronto, se están sosteniendo las manos por encima de la mesa. Stefano está
riendo, realmente riendo, su rostro completamente encendido, sus ojos brillantes. Ella lo
hace feliz.
Él está bien. Debería irme.

Pero, como la mala suerte me acompaña, justo en ese momento, una familia en el
restaurante se levanta y Stefano se acerca a ellos. En ese instante, sus ojos me ven y es
imposible que me esconda. Su boca se abre y luego Martina se voltea hacia mí y se
queda mirándome.

Inmediatamente me alejo, caminando hacia mi auto.

—¡Mar! —grita Stefano—. ¿Qué estás haciendo?

Me volteo de un envión.

—Quería asegurarme que estuvieras bien. No has llamado en meses.

Se detiene y cruza sus brazos sobre su pecho.

—Te lo sigo diciendo, estoy bien. ¿Quieres regresar conmigo? Puedo darte un poco
de pizza gratis.

—Bueno, ya sabes que no puedo negarme a eso.

—Mi novia está ahí —dice, mientras regresamos al restaurante.

—¿Lo está? No lo noté —digo, con inocencia.

Rueda sus ojos.

—¿No me humilles, de acuerdo? Ninguna historia de cuando era pequeño.


Promételo.

—De acuerdo —digo—. Ninguna historia de cuando tenías tres años y te hiciste
popó en el jardín del vecino.

—¡Mar!

—De acuerdo, seré buena.

Abre la puerta para mí. Martina aún sigue donde estaba, sus ojos curiosos. Sonríe
cuando nos acercamos.

—Marti, ella es mi hermana, Mar —balbucea Stefano, con una introducción


formal—. Mar, Marti.
—Hola —digo, y la saludo.

—Stefano me ha hablado bastante de ti —dice ella, mientras Stefano y yo nos


deslizamos en el asiento.

—Buenas cosas, espero.

Alza una ceja y sonríe.

—La mayor parte —dice.

—Oye, debo ir a trabajar —dice mi hermano y se levanta—. ¿Pizza con vegetales? —


pregunta, mirando a Martina.

—Ya sabes lo que me gusta —responde ella.

Él sonríe, y se va hacia la cocina.

—Stefano me dijo que tú vas a Stanford —dice.

—Sip.

—Debe ser difícil. Nunca me gustó la universidad. Fui tan feliz cuando me gradué.

—¿Graduaste? —Me es imposible evitar la sorpresa en mi voz—. ¿Cuándo te


graduaste?

—Hace dos años. —Se encoge de hombros—. Estoy contenta de haber salido de ese
agujero.

¿Cuántos años tenía, veinte?

—Así qué….¿vives por aquí? —pregunto.

—Sí y no —dice—. Mi padre tiene un sitio de tatuajes no tan cerca de aquí, pero los
chicos que trabajan ahí les gusta comer aquí. Así que paso por aquí regularmente.

—Espera, pensé que tu papá tenía un club.

—Eso también. —Sonríe.

Stefano regresa a nuestra y se sienta con nosotros, escanea nuestros rostros.

—¿De qué hablaban?


—Le estaba contado sobre la tienda de tatuajes de mi padre —dice Martina.

—Ese lugar es increíble —dice él, mirándola con adoración.

—Muéstrale lo que te hiciste.

Él sacude su cabeza.

—No.

—¿Te hiciste un tatuaje? —digo, mi voz un poco fuerte.

—Muéstrale —urge Martina.

Él gruñe y se alza la manga de su camisa para revelar unos símbolos en su


antebrazo.

—Eso es caliente —dice Martina—. Dice…

—Controlo mi destino —leo su piel y luego cierro mis ojos lentamente.


Probablemente ella me cree loca.

—Las palabras fueron su idea —dice Stefano—. Estoy ahorrando para el próximo.

—¿Próximo? —Intento sonar calmada.

—Sí, estoy pensando en un ave en mi hombro.

—Tal vez un cuervo —sugiere ella.

Hago como que reviso mi reloj. Hora de irme.

—Chicos…debo irme. Tengo que estudiar para los exámenes.

Me pongo de pie y salgo del banco. Le extiendo mi mano a Martina.

—Fue un placer conocerte.

—Igualmente —dice ella.

Su mano es fría y suave, con manicure perfecta, y su mente es alegre. Está


disfrutando haberme visto fuera de balance.

Aparto mi mano.

—¿Me acompañas al auto? —le pregunto a Stefano.


—Realmente no debería…

—Tomará dos minutos —insisto.

Caminamos en silencio hasta que llegamos al auto. Me volteo para enfrentarlo.


Mantente calmada, me digo a mí misma. No enloquezcas.

—Mar, no estés enojada.

—¿Te hiciste un tatuaje?

—Está bien.

—Dios, odio esa palabra. Esto no está nada bien. Estás yendo a discotecas,
colocándote tatuajes, tomando, y saliendo con una chica mayor.

—No es tan mayor —protesta.

—¡Es ilegal! —Cierro mis ojos y acaricio mi frente, tomo un respiro—. De acuerdo,
Stefano. Esto es suficiente. Deberías venir a casa ahora.

—¿No has escuchado nada de lo que te dicho, verdad? Donde estaba no era mi casa,
nunca.

Lo miro, sin palabras. Su casa no es donde estoy yo.

—Estoy en casa —dice—. Aquí.

—¿Le dijiste a Martina que eres….? —Mi voz tiembla.

—Le he dicho todo —dice, alzando su mentón—. Está bien. Puedo confiar en ella.

Le empiezo a gritar de nuevo.

—¿No aprendiste nada de tu ex?

Sacude su cabeza.

—Martina no es como ella. Ella lleva bien todo lo paranormal. Me acepta por lo que
soy. Incluso hemos hablado sobre la religión. Es tan inteligente, y lee todos estos libros.
Si dejaras de juzgarla, vería que es la chica perfecta para mí.
—¡Eres un tonto! Nos están poniendo a todos en peligro. ¿No lo entiendes? ¿No
entiendes que gente podría quedar herida, incluso asesinada, si no mantienes lo que
somos en secreto?

Sus ojos brillan de una forma que me recuerda a Papá.

—Tú no eres mi madre.

—¿No crees que lo sé? Mamá enloquecería y…

—Así que deja de actuar como ella —me interrumpe—. Tengo que regresar.

Se voltea para volver.

—¡Oye! ¡No hemos terminado de hablar!

—Es mi vida —ruge—. ¡Por última vez, aléjate de mi vida!

Se aleja dando pisotones y desaparece en el restaurante. Yo entro al auto y lanzo mis


manos contra el volante.

Extraño tanto a Mamá que no puedo respirar. Mis ojos se nublan.

Nada en mi vida está saliendo bien.

Temblando, busco mi teléfono. Suspiro y marco su número.

—Soy yo —digo, cuando Thiago contesta—. Te necesito.

***

Stefano no me llama después de eso, ¿pero qué esperaba? Pienso en regresar a la


pizzería y disculparme, pero algo me dice (eso tiene nombre: Thiago), que
probablemente arruiné aún más las cosas. Deja que se calme, dice Thiago. Cálmate tú
también.

Thiago y yo milagrosamente hemos regresado a la normalidad, a nuestras


conversaciones profundas mientras tomamos cafés, volviendo a trotar por las mañanas,
riendo y divirtiéndonos como antes de nuestra cita. Bueno, casi cita. Siempre hay este
momento al final de nuestras salidas, cuando nos despedimos, donde sé que quiere
volverme a pedir para salir. Volverlo a intentar. Porque piensa que es parte de su
propósito.
Pero ha decidido que yo haga la primera movida está vez. La pelota está en mi
cancha. Y no sé si estoy lista.

Lo que nos trae a finales de Marzo, y unos cuantos días antes de nuestras vacaciones
de invierno. Estoy por sentarle en mi clase de literatura, cuando me llega un mensaje.

Rompí bolsa. NO vengas al hospital. Te llamaré más tarde.

Ángela ya está por dar a luz.

Me cuesta bastante concentrarme durante la clase, especialmente desde que estamos


dando el examen final. Sigo pensando en su rostro cuando me dijo que no sabía cómo
ser una madre, su cara después que Camilo la dejó sola. Cuando hablo con ella, siempre
la noto cansada, pero ella afirma que está bien. Pero yo sé que ella cree que su vida está
arruinada. Su propósito ha finalizado, ha sido irrelevante. Está perdida.

Una hora después, estoy mordiéndome las uñas, esperando alguna noticia más de
Ángela, cuando Thiago toca mi puerta.

—Oye, terminé con mi último examen. ¿Quieres ir a celebrar? —pregunta.

—¡Ángela está por dar a luz! —exploto.

Casi río con su mirada de sorpresa y aturdimiento.

—Me mandó un texto hace unas cuantas horas atrás, y no sé si ya ha dado a luz o
no. Me dijo que no vaya al hospital hasta que me llamara, pero…

—¿Irás de todos modos, verdad?

—Me quedaré en la sala de espera, o algo, pero sí. Quiero ir.

Me pongo un abrigo para el frío.

—¿Quieres venir conmigo?

—¿Quieres decir que nos llevarás a los dos hasta allá? ¿Puedes hacer eso?

—No lo sé. Nunca he intentando llevar a alguien conmigo.

Extiendo mi mano hacia él.

—Aunque Papá lo hace. ¿Quieres probar?


Duda.

—La sala de espera. No su habitación —enfatizo.

—De acuerdo.

Toma mi mano, y mi sangre hierve con nuestro poder compartido y la anticipación


que estoy sintiendo.

—De acuerdo, dame tu otra mano.

Lo enfrento, con nuestras manos juntas. Él jadea cuando llamo a la gloria.

—¿Tan fácil es para ti?

—¿La gloria? Me está costando cada vez menos. ¿A ti?

Mira sus pies y me da una media sonrisa avergonzada.

—No es tan fácil. Puedo hacerlo, pero usualmente me toma un tiempo. Pero no
puedo cruzar.

—Bueno, la gloria es más fácil cuando estoy contigo —digo—. Vayamos.

Cierro mis ojos, pienso en el jardín de mi casa, los árboles, el sonido de nuestros
alrededores. La luz a nuestro alrededor se intensifica, rojo detrás de mis párpados.
Luego se desvanece.

Ya no estoy sosteniendo la mano de Thiago.

Abro mis ojos.

La granja de Peter.

Mierda, tal vez fue bueno que Thiago no haya llegado. Saco mi celular.

Lo siento, le escribo un texto. ¿Quieres probar de nuevo? Puedo volver.

Está bien. Llegaré de la forma tradicional. Te veo en un par de día. Saluda a Ángela por mí.

Alzo la mirada y veo a Peter mirándome directamente desde el henil.

Me voy antes que tenga tiempo de saludar.


Encuentro a Ángela en recuperación, vestida con una bata de hospital, mirando
hacia la ventana. El bebé está a unos pasos, en una cápsula de plástico, envuelto en una
sábana, como si fuera un burrito durmiente. Joaquín, dice la tarjeta pegada en la
cápsula.

—Es adorable —le susurro a Ángela—. ¿Por qué no me mandaste un texto?

—Estaba ocupada —dice, y hay un hueco en su voz que hace que mi corazón salte.

Me siento en una silla, cerca a su cama.

—¿Todo fue bien?

Se encoge de hombros.

—Fue humillante, y aterrador, y dolió. Pero sobreviví. Dicen que puedo irme a casa
mañana. Nosotros, quiero decir. Podemos ir a casa.

Se queda mirando por la ventana de nuevo.

—Bien —digo—. ¿Necesitas que…?

—Mi mamá puede ayudarme. Ha salido a comprar cosas. Ella me ayudará.

—Yo también lo haré —digo—. En serio. He terminado con mis exámenes. Tengo
como dos semanas libres.

Me inclino y coloco una mano sobre la suya.

—No sé nada sobre bebés, pero estoy aquí para ti, ¿de acuerdo? —jadeo.

Aparta su mano, pero sus ojos se suavizan apenas.

—Gracias Mar.
DOCE

Una lección del domingo

Finalmente llegó el día en que pude visualizar la espada de gloria de la que hablaba
papá. Sólo consistió en pensar en algo que sabía que era verdaderamente perfecto y que
me hacía sentir feliz: como el hecho de que Papá es papá, que soy su hija. Así como llegó
ese día, también lo hizo el final del entrenamiento.

—Sigue tu visión —dice, cuando está despidiéndose—. Sigue tu corazón. Y pronto


estaré contigo de nuevo.

Sonrío.

—Y para ti, jovencito —dice, dirigiéndose hacia Thiago—, ha sido un placer


conocerte. Tienes un espíritu bueno. Cuida de mi hija.

Thiago traga con fuerza.

—Sí, señor.

—Ahora, prueba de nuevo lo de la espada, por ti sola esta vez.

Cierro mis ojos y lo intento de nuevo, siguiendo cuidadosamente los pasos. Y


funciona. Papá se queda un tiempo más con nosotros en la playa, donde siempre hemos
practicado, mientras escribimos nuestros nombres en el cielo.

***

—Escuché noticias de Ángela —dice Cande mientras salimos del teatro uno días
después.

La llamé, como le prometí, y le dije para salir.

—¿Qué escuchaste? —le pregunté.

—Que tuvo un bebé.

—Sip, un varón —digo.


—Debe de ser difícil para ella.

Asiento. La última vez que la llamé, escuché a Joaquín llorando todo el rato,
mientras ella me contestaba monótonamente, y se quejaba de lo difícil que era hacer
todo sola y con el corazón herido.

—Sobrevivirá a ello —le digo a Cande—. Es inteligente. Descubrirá cómo.

Nos dirigimos hacia la plaza, donde hay un arco con cuatro esquinas. Aquel arco
que vi por primera vez cuando llegamos a la ciudad con mamá y Stefano. Parece hace
tanto eso.

Caminamos hacia el parque y nos sentamos en una banca. En uno de los árboles,
sobre una rama, hay una pequeña ave mirándonos, pero me rehúso a mirarla fijamente
para comprobar si es quién creo que es. No he visto u oído mucho de Sam en estos días,
solo dos veces desde Febrero, y en ninguna de las dos veces me habló, no entiendo por
qué. Tomo un sorbo de la bebida que me compré y suspiro.

—Es lindo estar de regreso —digo.

—Lo sé —dice Cande—. No has hablado mucho de tu vida. ¿Cómo está Stanford?

—Bien. Stanford está bien.

—Bien.

—Stanford es genial, de hecho.

Ella asiente.

—¿Y estás saliendo con Thiago Bedoya?

Casi escupo mi bebida.

—¡Cande!

—¿Qué? ¿No tengo permiso de preguntarte sobre tu vida amorosa?

—¿Y qué hay de la tuya? No has hablado nada de eso.

Ella sonríe.
—Estoy saliendo con un chico, gracias por preguntar. Está estudiando
Comunicaciones, y estuvimos juntos en una clase el semestre pasado, y lo ayudé con
unos ensayos. Es lindo. Me gusta.

—Apuesto a que no sólo lo ayudas con eso —bromeo.

—¿Así qué pasa contigo y Thiago?

—Somos amigos —balbuceo—. Quiero decir, hemos tenido una cita. Pero…

Alza una ceja hacia mí.

—¿Pero qué? Siempre te ha gustado.

—Me gusta. Me hace reír. Siempre está ahí para mí, cuando lo necesito. Me
entiende. Es increíble.

—Suena como una pareja ideal —dice—. Así que, ¿cuál es el problema?

—Nada. Me gusta.

—¿Y tú le gustas a él?

Mis mejillas ya están rojas.

—Sí.

—Bueno. —Suspira—. Me imagino que es lo que sucede.

Tengo el presentimiento que sabe que esto está relacionado a su gemelo. De pronto
se escuchan gritos y jolgorio al otro lado de la pista. Un teatro hecho por los cowboys.
Sigo a Cande hacia la acción. Los actores han traído a una multitud alrededor. No puedo
escuchar lo que dicen, pero noto que todos los actores tienen rifles y pistolas de mentira.

—¿Divertido, verdad? —dice Cande.

—Considérame entretenida.

Me volteo hacia ella, riendo, y presionada por la gente a mí alrededor, cuando de


pronto veo a Peter más allá en la acerca, saliendo aparentemente de un museo. Está
sonriendo ampliamente, sus dientes blancos contra su piel. Puedo escuchar el leve
sonido de su risa, y no puedo evitar sonreír al escucharla. Amo su risa.
Pero no está a solas. Está con Alison, la chica de los caballos, la chica que fue una de
sus citas de la fiesta de promoción, cuando yo fui con Thiago, la chica que estaba muy
enamorada de él, prácticamente toda su vida. Ella también está riendo, mirándolo
exactamente como yo solía mirarlo. Ella coloca su mano en su brazo, le dice algo que lo
hace sonreír. Él envuelve su brazo alrededor de su mano, como si la estuviera
escoltando a algún lado, siempre el hombre educado.

Disparos suenan en el aire. La multitud ríe cuando uno de los actores se tambalea
dramáticamente, luego muere y cae al suelo.

Sé cómo se siente.

Debería irme. Están viniendo hacia mí, y en cualquier segundo él me va a ver, y no


hay palabra para expresar lo incómodo que esto será. Debería irme. Ahora. Pero mis
pies no se mueven. Me quedo como congelada, observándolos mientras caminan juntos,
hablando con facilidad, con familiaridad. Siendo Alison completamente de su tipo.

No puedo dejar de pensar en lo mucho mejor que es ella para él que yo.

Pero también quiero arrancarle los pelos.

Están cerca ahora. Puedo oler su perfume, suave, a frutas y femenino.

—Oh oh —dice Cande, detrás de mí—. Deberíamos…

Peter la interrumpe al alzar la mirada. Su sonrisa se desvanece. Deja de caminar.

Por diez largos segundos nos quedamos ahí, en medio de la multitud de turistas,
mirándonos uno al otro.

No puedo respirar. Oh dios. Por favor, no me hagas llorar.

Luego Cande jala mi brazo y mis pies mágicamente empiezan a funcionar de nuevo.
Volteo y corro, sí corro, y estoy como tres cuadras de la esquina, antes de detenerme.
Espero a que Cande me alcance.

—Bueno —dice, sin aliento—, eso fue excitante.

Caminamos hasta mi auto. Cuando ambas estamos con el cinturón puesto, listas
para irnos, ella saca las llaves del encendido.

—Así que aún estás enamorada de mi hermano —dice.


Silencio. Lucho contra la humillante urgencia de llorar de nuevo.

—Está bien —dice—. Hablemos con la verdad. Aún lo amas.

Me muerdo el labio, luego lo suelto.

—No importa. He continuado con mi vida, y él también. Claramente está con Alison
ahora.

Cande bufa.

—Peter no está enamorado de Alison.

—Pero…

—Eres tú, Mar. Eres la única, desde el primer día que te vio. Te mira exactamente
como papá mira a mamá.

—Pero no soy buena para él —digo miserablemente—. Tengo que dejarlo ir.

—¿Y cómo está resultando eso?

—No somos el uno para el otro —murmuro.

Cande vuelve a bufar.

—Eso —dice—, es una cuestión de opinión.

—Oh, así que es tu opinión que Peter y yo…que nosotros…

—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Pero sé que él te ama. Y tú lo amas.

—Estoy en Stanford. Él está aquí. Dijiste que relaciones a larga distancia no


funcionaban.

—Lo dije porque no sabía qué era estar enamorada —dice—. Además, no sabía de
lo que hablaba. —Suspira—. De acuerdo, probablemente no debería decirte esto. Él me
mataría. Pero, Peter aplicó a la universidad este año. Y logró entrar.

—¿Qué? ¿A dónde?

—En Santa Clara. ¿Lo ves, verdad? ¿Sabes por qué es importante?

Asiento, aturdida. Santa Clara está muy cerca de mi universidad. Mi corazón está en
mi garganta.
—Apestas.

Cande coloca una mano sobre la mía.

—Lo sé. Es mi culpa, en parte. Yo tuve algo de influencia al juntarlos ese verano.
Eres mi amiga y quiero que seas feliz, y él es mi hermano y también quiero que sea feliz.
Creo que los dos son felices juntos, y podrían darse una oportunidad.

Si fuera tan simple.

—Creo que deberías volverle a hablar, eso es todo —dice.

—¿En serio? ¿Qué debería decirle?

—La verdad. Dile cómo te sientes.

***

Fantástico, estoy llorando por Peter. Estoy curvada en posición fetal en el sofá,
acariciando las sábanas y mirando sin sentido alguno el recipiente con palomitas de
maíz que dejé botado cuando decidí no ver ninguna película porque todas eran
románticas.

Estoy recordando ese momento una y otra vez: Alison mirando a Peter, sus ojos
completamente brillantes, y su forma de tocarlo como yo lo hacía. Cómo ella sonreía y él
le devolvía la sonrisa.

Pero aparentemente él irá a una universidad que está muy cerca de la mía. La
posibilidad de eso, de él estando cerca, me hace sentir confusa. Puede que él también
quiera que estemos juntos. Y yo también.

Pero nada ha cambiado, ¿verdad? Yo sigo siendo un ángel, aún brillo, aún tengo
estas visiones. Él sigue siendo él, cálido, gracioso, guapo, lindo, perfectamente normal y
tan extraordinario. Pero cuando lo beso con mucho entusiasmo, lo hago sentirse
enfermo, porque es humano. Y yo no. Cuando él tenga ochenta, yo me veré como de
treinta. No está bien.

Excepto que Papá me dijo que siga mi corazón. ¿Se refería a esto?

Mi celular suena. Me limpio la nariz y respondo.

—Oye tú —Thiago dice suavemente.


—Oye.

—¿Te desperté? —pregunta, notando algo raro en mi voz.

Me siento al tiempo que voy limpiando mis ojos.

—No. Estaba por ver una película.

—¿Quieres compañía? Puedo pasar por ahí.

—Claro —digo—. Ven. Podemos ver algo de zombis.

Le cuelgo y empiezo a buscar alguna película de zombis en la televisión hasta que


escucho que alguien toca la puerta.

Qué rápido llegó, pienso. Pero luego me congelo. Han sido cinco toques….ese es la
señal de Peter.

Mierda.

Vuelve a tocar. Me quedo paralizada.

—Sé que estás ahí, Zanahoria —dice.

Doble mierda.

Voy a la puerta y la abro. Odio verme así, después de haber llorado, con los ojos
hinchados, mi piel rojiza. Me fuerzo a mí misma a encontrar su mirada.

—¿Qué quieres Peter?

—Quiero hablar contigo.

—No hay nada de qué hablar. Lo siento si interrumpí tu cita. De hecho este no es un
buen momento. Estoy esperando…

Coloca una mano en la puerta cuando intento cerrarla.

—Vi tu cara —dice.

Se refiere a más temprano.

—Estaba sorprendida, eso es todo.

Sacude su cabeza.
—No. Aún me amas.

—No.

La esquina de su boca se alza.

—Eres una mala mentirosa.

Retrocedo unos pasos, alzo mi mentón.

—Realmente deberías irte.

—No va a suceder.

—¿Por qué tienes que ser tan denso? —exclamo, alzando mis manos en el aire—. De
acuerdo.

Me volteo y lo dejo entrar.

Él ríe mientras se quita el sombrero y lo coloca a un lado.

—La cosa es que, he tratado de dejar de pensar en ti. Créeme, lo he intentado, pero
cada vez que logro controlarlo, tú apareces de nuevo.

—Trabajaré en ello. Intentaré alejarme de tu granja —prometo.

—No —dice—. No quiero que te mantengas alejada.

—Esto es una locura —digo—. No puedo. Estoy intentando…

—Lo que está bien. Siempre estás intentando hacer lo que está bien. Amo eso de ti.

Se acerca, cada vez más, hasta que me mira con el calor familiar en sus ojos.

—Te amo. Y eso nunca se va a ir.

Mi corazón aletea como las alas de un ave, pero intento apartarlo.

—No puedo estar contigo.

—¿Por qué, por tu propósito? ¿Porque Dios te lo dijo? Quiero ver eso escrito en
algún lugar, quiero ver un decreto donde diga que tú, Mar, no puedes amarme porque
eres parte ángel. Dime dónde dice eso.

Busca en su bolsillo del pantalón y saca lo que parece ser una Biblia de bolsillo.
—Porque quiero que leas esto —continúa.

La abre y busca con su dedo el pasaje.

—“Quién no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor.”

—Gracias por la lección del domingo —digo—. ¿No encuentras algo tonto que estés
citando a la Biblia a alguien como yo, quién recibe instrucciones desde la misma fuente?
Peter, vamos, sabes que es más complicado que eso.

—No, no lo es. No tiene que serlo. Lo que tenemos es divino. Es hermoso, bueno y
está bien. Lo siento…. —Presiona una mano sobre su pecho, sobre su corazón—. Lo
siento todo el tiempo. Estás aquí, eres parte de mí. Eres en lo que pienso cuando voy a
dormir y en lo que pienso cuando me despierto.

Las lágrimas empiezan a deslizarse por mi rostro. Él hace un sonido en la parte de


atrás de su garganta y cruza la habitación hacia mí, pero yo retrocedo apenas.

—Pitt. No puedo —dijo, casi sin aliento.

—Me gusta cuando me llamas Pitt —dice, sonriendo.

—No quiero que salgas dañado.

—¿Por eso es que decidiste terminar conmigo, verdad? Pensaste que iba a salir
herido. Me alejaste para protegerme. Aún me sigues empujando. —Sacude su cabeza—.
Perderte ha sido el peor dolor que existe.

Agarra un pedazo de mi cabello y lo coloca detrás de mi oreja, luego retrocede


apenas.

—Oye. ¿Qué te parece esto? ¿Estarás aquí un par de días más, verdad? Estaré en
casa, como siempre. Vayamos a pescar. Vayamos a escalar una montaña. Volvamos a
intentarlo.

Nunca he querido algo tanto como esto.

—Debí pelear por ti Mar —continúa—. Nunca debí dejarte ir.

Cierro mis ojos. Sé que en cualquier instante me va a besar, y mi resistencia se


derretirá por completo.

—No fue tu culpa —susurro.


Y luego, más que todo para protegerme, traigo la gloria. No le advierto. La
habitación se llena de luz.

—Esto es lo que soy —digo.

Él entrecierra los ojos hacia mí. Su mandíbula sobresale un poco por pura
terquedad.

—Lo sé —dice.

Me acerco a él, cierro el espacio entre nosotros, coloco mi mano brillante contra su
mejilla. Él empieza a temblar.

—Esto es lo que soy —digo de nuevo y mis alas salen ahora.

Sus rodillas tiemblan, pero él lucha. Coloca una mano en mi cintura y me acerca a
él, lo que me sorprende.

—Puedo aceptar eso —susurra.

Sostiene el aliento y se inclina para besarme. Sus labios rozan los míos por un
instante, y una emoción como la victoria me llena, pero luego se aparta y mira hacia la
puerta. Gruñe.

Thiago está en la puerta.

—Caray —dice Peter, empezando a sonreír—. Realmente sabes cómo malograr el


estilo de un chico.

Sus piernas ceden y cae de rodillas.

Mi luz parpadea.

Thiago está sosteniendo una copia de DVD de una película en una mano, la otra
mano en un puño.

—Supongo que volveré más tarde —dice—. O no.

Peter aún está tratando de recuperar su aliento en el suelo.

Sigo a Thiago hasta la puerta.

—Simplemente vino hasta aquí. No quería que tú….


—¿Ver esto? —Termina por mí—. Genial. Gracias por intentar controlar mis
sentimientos.

—Estaba intentando probarle un punto.

—Claro —dice—. Bueno, déjame saber cómo termina.

Se voltea hacia la puerta, luego se detiene, los músculos de su espalda tensándose.


Está por decir algo muy furo, algo de lo que no podrá retractarse.

—No —digo.

De pronto, siento nauseas y escucho un sonido extraño, como viento en mis orejas,
acompañado de un olor a humo. Thiago se voltea, su rostro arrugado como si estuviera
confundido por lo que ve en mi cabeza. De pronto se ve muy preocupado.

Es ahí cuando me desmayo.

***

La habitación negra se está llenando de humo.

Me transporto a la Mar del futuro en el instante exacto en que la oscuridad explota


en luz, y en ese momento lo entiendo: Esa luz no es la gloria, es fuego. Una bola de
fuego golpea contra mi hombro y contra la pared. Luego Thiago grita: ¡Agáchate!, y yo
me suelto justo a tiempo para que él literalmente se suba sobre mi cuerpo, su espada de
gloria afuera, brillante, aterradora y protegiéndome. Están Thiago y las figuras a su
alrededor, el movimiento de su espada contra la oscuridad. Retrocedo agachada hasta
mi espalda golpea algo sólido, miro sobre mi hombro para ver lo que está sucediendo
con el fuego.

La llama prende un lado de la habitación, quemando las cortinas como papel tisúes.
Este lugar será un infierno como en cinco minutos. Mi corazón golpea con fuerza, pero
trago fuerte y me empujo contra mis rodillas, luego hasta mis pies. Tengo que ayudar a
Thiago. Tengo que pelear.

—No —dice en mi mente. Tienes que encontrarlo. Anda.

El sonido estridente viene de nuevo, delgado, rápido y aterrador. El humo me


aturde, el aire aquí es cerrado, caliente, y pesado contra mis pulmones, pero
inexplicablemente, me volteo y lo que debo de pensar debe ser la salida, y me tambaleo
hacia el fuego, tosiendo, mis ojos lagrimeando.
Golpeo la esquina de algo duro y de madera, al nivel de mi pecho. Me doy cuenta lo
que es la barrera al mismo tiempo que mis ojos finalmente deciden ajustarse.

Es un escalón.

Miro alrededor para confirmar lo que ya sé, pero es tan locamente obvio que no
puedo creer que nunca descubrí esto antes. Todo cae perfectamente en su lugar: el tipo
de suelo, los fantasmas, las filas de asientos. Las cortinas, el olor.

Estamos en la casa de Ángela.

Y en ese instante, descubro de qué se trata el sonido.

Es el llanto de un bebé.

***

—¡Mar!

Abro mis ojos. De alguna manera terminé en el suelo de la sala, y no sé muy bien
cómo. Dos pares de ojos me están mirando, uno gris y otro verde, ambos preocupados.

—¿Qué sucedió? —pregunta Peter.

—Era la habitación oscura —dice Thiago, afirmándolo.

—Era la casa de Ángela. —Lucho por sentarme—. Necesito mi celular. ¿Dónde está?

Peter lo encuentra en la mesa de café y me lo da, mientras Thiago me ayuda a ir


hacia el sofá. Aún me siento sin aliento.

—Va a ver un incendio —le digo a Thiago.

—Genial —dice Peter, sin poder creerlo.

Marco el número de Ángela. Suena y suena, y con cada segundo que no contesta,
hace que mi estómago se retuerce. Pero luego, finalmente, hay un clic y hola bajo al otro
lado.

—¡Ángela! —digo.

—¿Mar?
—Acabo de tener mi visión de nuevo, y la habitación oscura es tu casa, Ángela, y el
sonido que escucho es de un bebé. Tiene que ser Joaquín. Necesitas salir. Ahora.

—¿Ahora? —dice, medio dormida—. Son las nueve de la noche. Acabo de hacer
dormir a Joaquín.

—Angie, están viniendo.

—De acuerdo, tranquila Mar. ¿Quién viene?

—No lo sé. Los Alas Negras.

—¿Saben sobre Joaco? —pregunta—. ¿Vienen por él? ¿Cómo lo saben?

—No sé —digo de nuevo.

—Bueno, ¿qué sabes?

—Sé que algo terrible sucederá ahí. Tienes que irte.

—¿E ir a dónde? —pregunta—. No. NO puedo ir a ningún lado esta noche.

—Pero Angie…

—¿Cuánto tiempo has tenido la visión? ¿Casi un año? No hay necesidad de entrar
en pánico. Lo pensaremos.

—La visión fue diferente esta noche. Fue con urgencia.

—Bueno, a veces las visiones son así, ¿verdad? —dice, con la voz dura—. Y uno cree
que sabe qué significan, pero no lo hace.

Suspira como si se diera cuenta que está quejándose de sus problemas conmigo, y lo
siente.

—No puedo correr en medio de la noche por una corazonada, Mar. Tengo a Joaco,
tengo que pensar en él. Necesitamos un plan. Ven a casa mañana por la mañana y
hablaremos sobre tu visión, ¿de acuerdo?

Hay un sonido estridente en el fondo. El sonido hace que los vellos de mi cuello se
ericen.

—Genial. Lo despertaste —dice, enojada—. Tengo que irme. Te veré en la mañana.


Me cuelga.

Me quedo mirando el teléfono un minuto.

—¿De qué iba todo eso? —pregunta Peter—. ¿Qué sucede?

Encuentro los ojos de Thiago y él sabe lo que estoy pensando.

—Podemos ir en mi camioneta —dice.

Empezamos a movernos hacia la puerta.

—Iremos hasta ahí y pondré su mano en ella para intentar hacerla ver lo que yo veo.
Tal vez será capaz de recibirlo. Haremos que entienda. Luego empacaremos y los
llevaremos a un hotel.

—Espera, ¿qué? —Peter nos sigo hacia el porche—. Espera, Zanahoria. Explícame
esto. ¿Qué sucede?

—No tenemos tiempo.

Miro a Peter sobre mi hombro mientras me estoy desvaneciendo.

—Tengo que irme. Lo siento.

Luego subo a la camioneta de Thiago y salimos con rapidez hacia casa.


TRECE

Abandonar toda esperanza

Cuando llegamos a nuestro destino, encontramos la puerta de la casa de Ángela,


abierta. Thiago y yo saltamos, llenos de nerviosismo. Thiago abre la puerta lo suficiente
para que nosotros pasemos, y nos insertamos a la sala. La habitación está vacía. Él se
toma un minuto para inspeccionar la puerta, pero no hay nada que sugiera violencia.

Cruzo la sala hacia una cortina roja que separa la parte frontal de la casa del resto, y
la hago a un lado. Las luces están apagadas.

Arriba hay un sonido de una voz apagada, como una silla arañando el suelo.

Miró dubitativamente a Thiago, como diciendo: ¿Qué debemos hacer?

Él hace un gesto con su cabeza hacia la esquina de atrás, donde hay una escalera
que va hacia el segundo piso. Las subimos lentamente, con cuidado de no hacer ningún
sonido. En lo alto, nos detenemos y escuchamos. La puerta está cerrada, y se ve una
línea de luz brillando debajo.

Abro mi mente. Por un minuto bajo mis defensas y siento la pena, un dolor
profundamente penetrante, tan fuerte que me hace jadear por aire. Me inclino contra la
pared e intento buscar entre el dolor, para buscar la fuente, pero todo lo que obtengo es
la imagen del cuerpo de una mujer boca abajo en el agua, su cabello oscuro esparcido
alrededor de su cabeza. Él ángel no es Sam, lo sé. Su pena es distinta, tiene que ver más
con la ira. Tiene un deseo de destruir.

—Hay un Alas Negras —le digo a Thiago silenciosamente—. Pena de Grado A. Es todo
lo que puedo obtener. ¿Tú? ¿Puedes descifrar el pensamiento de alguien más?

—Hay al menos siete personas en esa habitación. Es difícil de sacar algo.

—Te dije que no eres bienvenido aquí —una voz dice de pronto, baja y asustada—.
Quiero que te vayas.
—Vamos, Ana —responde otra voz, un hombre mayor parece—. ¿Es así cómo tratas
a un viejo amigo?

—Nunca fuiste mi amigo —dice Ana—. Fuiste un error. Un pecado.

—Oh, un pecado —dice—. Estoy dolido.

—Te odio. En nombre de Jesucristo, ¡fuera de aquí!

—No seas dramática. Esto no se trata de ti.

—¿Entonces, de quién? —dice Ángela—. ¿Qué quieres?

—Hemos venido a ver al bebé —dice.

Thiago y yo intercambiamos miradas. ¿Dónde está Joaquín?

—¿Mi bebé? —repite Ángela —. ¿Por qué?

—Camilo quiere ver al pequeñito, igual que yo. Soy el abuelo, después de todo.

Maldita sea, pienso. Camilo está aquí. Y…¿eso significa que el otro ángel es el padre
de Ángela?

—No eres nada de él, Juan Cruz —suelta Ana—. Nada.

Tiemblo. Este es el súper hombre, el chico malo que hará de todo para destruir a los
Triplare, el hermano que usurpó a Sam como el líder de los Observadores. Muy peligroso,
sin piedad, sin duda. Toma que lo que quiere, y si te ve, y sabe lo que eres, te llevará. Quiero
correr, es mi instinto, correr por las escaleras hacia abajo, sin mirar atrás, pero hago
fuerza con mis dientes y me quedo donde estoy.

—Él no está aquí —dice Ángela—. Simplemente podrías haber llamado Camilo, y te
lo hubiese dicho. No tenías que haber hecho todo este viaje hasta aquí.

Juan Cruz ríe. El sonido hace que mis vellos se ericen.

—Podríamos haber llamado —repite—. ¿Dónde está el bebé, entonces, si es que no


está aquí?

—Lo entregué.

—¿Lo entregaste? ¿A quién?


—A una linda familia que escogí en la agencia de adopción, que desesperadamente
quería un hijo.

—Mmm. —Pensó Juan Cruz—. Me parece que Camilo estaba bajo la impresión de
que conservarías al bebé. ¿No es cierto?

—Sí —responde una vez que no hubiese reconocido como la de Camilo si no lo


hubieran nombrado—. Ella me dijo que se la iba a quedar.

—Él —corrige Ángela—. Y cambié de idea, después que fue claro que me ibas a
dejar sola en esto. Mira, no soy del tipo maternal, tengo diecinueve años. Estudio en
Stanford, tengo una vida. Estar amarrada a un bebé es lo último que quiero hacer. Así
que lo entregué a una familia que sí cuidará de él. Así que parece que han perdido su
tiempo —agrega—. Y el mío.

Hay un momento de silencio. Luego Juan Cruz empieza a aplaudir, lentamente, y


tan fuerte que tiemblo cada vez que sus manos chocan.

—Qué tal teatro —dice—. Eres muy buena actriz, querida.

—Me creas o no —dice ella—, no me importa.

—Revisen la casa —dice Juan Cruz—. Busquen en todos los escondiste. Estoy
seguro que el bebé anda por aquí, en algún lugar.

Escucho a personas moviéndose, por el pasillo, y luego el sonido de muebles siendo


movidos y vidrios rotos. Ana empieza a susurrar para sí misma, suave y
desesperadamente, algo que vagamente reconozco como un Rezo.

—Deberíamos de hacer algo —le digo a Thiago.

Él sacude su cabeza.

—Ellos son más. Son dos ángeles con experiencia, Mar, y tu padre dijo que no seríamos
capaces de vencer ni siquiera a uno.

Muerdo mi labio.

—Pero tenemos que ayudar a Ángela.

Sacude su cabeza de nuevo.


—Deberíamos de descubrir dónde está Joaco. Eso es lo que Ángela querría que nosotros
hiciéramos.

Sacudo mi cabeza.

—No podemos dejar a Ángela.

—Él no está aquí. Te lo dije —dice mi amiga.

—Eres mía —dice Juan Cruz con voz dura, empezando a perder la paciencia—. Eres
sangre de mi sangre, carne de mi carne, y el bebé también me pertenece. El siete es mío,
lo tendré.

—No hay bebé —reporta la voz de una mujer—. Pero hay una cuna en una de las
habitaciones.

—Suficiente —dice Juan Cruz—. Dinos donde está.

—Se ha ido —dice Ángela, su voz vacilante—. Lo alejé de aquí.

—¿Dónde? —pregunta Juan Cruz de nuevo, menos paciente—. ¿A dónde lo


mandaste?

Ella no responde.

—Ángela —dice Camilo—. Por favor, dile. Sólo dile y te dejará ir.

Juan Cruz hace un sonido de sorpresa en la parte de atrás de su boca.

—Oh, Camilo, realmente te preocupas por ella, ¿verdad? Nunca lo hubiese


imaginado, que cuando te mandé a chequear a mi hija perdida en Italia, hubieses
perdido tu corazón gris. Pero supongo que entiendo. Ella es joven, ¿verdad? Tan
nueva…Así qué —continúa J. Cruz—, haz como te dice tu amor. Dinos dónde está el
bebé.

—No.

Suspira.

—Muy buen. No me gusta utilizar esta táctica en particular, pero…Desmond, sostén


a su madre por un momento.

Pisadas. Ana deja de rezar mientras es jalada, lejos de Ángela. Luego ella empieza
de nuevo.
—Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo…

—Amén. Espero que Él te esté escuchando —dice J. Cruz—. Ahora, entonces, dinos
lo que queremos saber o tu madre morirá.

Escucho a Ángela respirar profundamente. Lanzo una mirada desesperada a


Thiago, mi mente dando vueltas. ¿Qué podemos hacer?

—Es un dilema —dice J. Cruz—. Tu madre o tu hijo. Pero considera esto: si nos
dices donde encontrar al infante, prometo que no le haremos daño alguno. Lo criaré
como mi propio hijo.

—Sí, bueno, yo soy tu hija —dice Ángela—. Y eso no ha funcionado nada bien.

Él ríe.

—Entonces sé mi hija, como estas dos chicas lo han sido. Te daré una habitación en
mi casa, un lugar en mi mesa, a mi lado.

—En el infierno, dirás.

—El infierno no es tan malo. Somos libres ahí. Los ángeles son reyes, y podrías ser
una princesa. Y podrás quedarte con tu hijo.

—No lo hagas —dice Ana.

—Ven conmigo y no le haré daño a tu madre, por el resto de su vida —promete J.


Cruz.

—No. Recuerda lo que te he enseñado —dice Ana—. No te preocupes por mí. Ellos
pueden asesinar mi cuerpo, pero nunca herir mi alma.

—¿Está segura de eso? —pregunta J. Cruz—. Olivia, ven aquí, querida. Tal vez
debamos educarla. Esto —se detiene brevemente—, es una clase especial de cuchillo que
causa grave daño, tanto al alma como al cuerpo. Si digo la palabra, mi Olivia te cortará
tu alma. Creo que ella lo disfrutará.

—No nos dejes caer en la tentación…

—Olivia…

No escucho a Olivia moverse, pero de pronto, Ana da un largo y agonizado llanto.


—Mamá —susurra Ángela, mientras Ana se disuelve en sollozos.

Pruebo mi sangre cuando me muerdo demasiado fuerte mi labio. La mano de


Thiago se recuesta en mi brazo, lo suficientemente fuerte para hacerme doler.

—No —dice.

—Llamaré a la gloria —digo—, y los enfrentaremos, antes de que…

—No servirá. Son muy rápidos. Incluso con la sorpresa de nuestro lado, son muchos. Son
muy fuertes.

—Y líbranos del mal… —finalmente Ana jadea.

—Olivia, querida…

Ana chilla de nuevo.

—Detente —dice Ángela—. ¡Déjala de hacer daño! —Toma un gran respiro—. Te


llevaré a Joaco…al bebé.

—Excelente.

—No, Ángela —ruega Ana débilmente.

—Me tienes que prometer que cuidarán de él, que estará a salvo —dice Ángela.

—Te doy mi palabra —dice J. Cruz—. Ni un cabello de su cabeza será dañado.

—Muy bien. Vayamos, entonces —dice ella.

Thiago empieza a jalarme por las escaleras.

Pero J. Cruz suspira.

—Desearía poder creerte, querida.

—¿Qué? —Mi amiga está confundida.

—No tienes intención de llevarnos donde tu hijo. Odio pensar en la trampa a la que
nos llevarás.

—No, juro…
—Me darás lo que quiero. Eventualmente. Unas cuantas horas en el infierno y me
estarás dibujando un mapa hacia el niño, creo. —Su voz se endurece—. Muy bien,
Olivia. Estoy cansado de jugar.

—¡Espera! —Ángela dice desesperadamente—. Dije que…

Alguien empieza a toser, casi ahogándose.

—¡Mamá! —llora Ángela, luchando contra los brazos de alguien—. ¡Mamá! ¡Mamá!

—Dios me ayude —susurra Ana y cae pesadamente contra el suelo.

Puedo oler su sangre.

—Mamá —llora Ángela—. No.

La realidad de lo que ha sucedido surge dentro de mí. Esperamos demasiado, con


miedo de actuar. Dejamos que esto suceda. Dejamos que la asesinen.

—Vamos —dice J. Cruz.

Se mueven hacia la puerta, dándole a Thiago unos cuantos segundos para que me
jale por las escaleras antes de ser vistos. No hay suficiente tiempo para hacer nuestro
camino hasta la calle, así que me empuja dentro de la amplia sala, moviéndonos
ciegamente en la oscuridad.

Ana está muerta. Ángela está siendo llevada al infierno. Y no hay nada que pueda
hacer.

El grupo baja las escaleras, primero Camilo, después Ángela, siendo empujada por
dos chicas idénticamente vestidas. No veo sus rostros, pero sé que son jóvenes, tal vez
de mi edad, o menores. Luego viene un chico, y finalmente otro en un traje negro, que
debe ser J. Cruz. Él alza una mano, y todos se detienen.

—Ustedes dos —dice—quiero que se queden y limpien todo.

—¿Limpiar? —repite una de las chicas—. Pero Padre….

—Quemen el lugar —dice él.

—¿Pero cómo vamos a regresar? —pregunta la otra.


—Sólo encárguense de esto —dice él, irritable. Luego se dirige a Ángela—. Aquí, mi
niña, es donde debes abandonar toda esperanza.

Y con eso, se desvanecen.

Las gemelas discuten por unos minutos entre ellas, enojadas por tener que quedarse
siempre con el trabajo aburrido. Hasta que finalmente obedecen a su padre y empiezo a
oler el humo.

Sé cómo sucederá todo esto, sé que ésta es mi visión. Ésta es la habitación, aquí está
el humo, las dos sombras. Sólo que aún espero que ellas se vayan y todo regrese a la
normalidad. Aún tengo esperanzas de encontrar a Joaco y salvar a Ana.

Pero luego, de pronto, hay un sonido estridente, es un llanto, uno aterrado. Y


recuerdo: Joaco está con nosotros. En algún lugar en la oscuridad.

—¿Qué fue eso? —dice una de las gemelas—. Shh. Cállate.

De pronto, el llanto cesa. Sostengo mi aliento.

—Hay algo ahí. Consigue luz —dice una de ellas.

—No puedo encontrar el interruptor.

—Mira esto —dice la otra, riendo.

La bola de fuego se arquea sobre mi cabeza y golpea la pared. Estoy cegada por la
luz.

—¡Agáchate! —grita, su espada de gloria como una llama en su mano.

Me intento esconder y me golpeo el mentón mientras Thiago me sobrepasa,


golpeando a una de las gemelas con su espada. Ella reacciona inmediatamente e intenta
darle en sus piernas, pero él se hace a un lado. La otra chica sisea e intenta atacarlo
también.

—¿Quién eres? —espeta.

—Un ciudadano —dice como puede.

Aún no me ven a mí. Me escondo aún más mientras observo a Thiago esquivando
otro golpe de la otra gemela, moviéndose más rápido de lo que jamás lo había visto.
El fuego está llenando la habitación con humo negro, que empieza a quemar. El
bebé empieza a llorar de nuevo, más fuerte esta vez, más enojado. Las gemelas se
dirigen hacia el sonido. Pero Thiago las obstaculiza, colocándose entre las dos. Evita que
sigan avanzando. Lo veo con fiereza, dispuesto a todo, pero también lo veo cansado.

Necesito levantarme, pienso. Necesito sacar mi espada y ayudarlo.

Intento recoger mi cuerpo y me pongo de pie temblando.

—No, retrocede —dice Thiago en mi mente—. Las sostendré. Encuentra el bebé.

Me muevo de la sala a la pequeña oficina que tiene Ángela, buscando a Joaco.


Llamo su nombre aunque sé que es inútil porque él no va a responder. Tengo que
encontrarlo. La sala ya está casi completamente en llamas y Thiago está ahí, debo
apurarme. No puedo irme sin Joaco.

Y luego recuerdo el escondite detrás de la mesa de la oficina, bastante pequeño para


que entre…un bebé. Ángela solía esconderse ahí cuando era pequeña y ése era su
secreto. Sólo Thiago y yo lo sabíamos.

Corro hacia el lugar y luego encuentro el escondite, tratando de respirar y luchar


contra el humo creciente. Meto mis manos y toco algo suave, cálido y vivo. Saco un
bulto envuelto en una sábana. Joaco.

Lo amarro bien a mi cuerpo y me dirijo hacia una puerta trasera, que me llevaría a
un callejón detrás de la casa.

Thiago, pienso. Lo tengo. Estoy saliendo.

Pero antes de tomar tres pasos, encuentro mi camino bloqueado por las gemelas.

Retrocedo un paso. Son las novias de mi hermano. Al menos una de ellas.

—Martina —digo, parpadeando en confusión.

—Mar —dice una de ella—. Oh por Dios. —Sonríe—. Qué coincidencia, yo


encontrándome contigo aquí, de todos los lugares posibles. Mar, me gustaría
introducirte a mi hermana Olivia —dice, como si nos hubiéramos encontrado en un
club.

—Danos el bebé —dice Olivia—. Se ha terminado.

Miro sobre mi hombro, hacia la sala. ¿Dónde está Thiago?


—Oh, nos encargamos de tu amigo, aunque luchó bastante —dice Martina—.
Ahora, danos al bebé. Si nos lo da ahora, prometo que será rápido cuando te mate.

Mi garganta se cierra ante la idea de Thiago en la oscuridad en algún lado, muerto o


muriendo, su alma desnuda. Aprieto a Joaco contra mi pecho. Está muy callada,
demasiado, pienso, pero no me puedo preocupar por eso en este momento.

—Dame al bebé —dice Martina.

Sacudo mi cabeza.

Ella suspira y realmente estoy malogrando su día.

—Voy a disfrutar matándote.

Una cuchilla negra aparece en su mano. Se acerca a mí.

—Sólo adoro a tu hermano, ya sabes. —Se ríe—. Es el mejor novio que he tenido.
Tan atento, tan sexy. Va a ser horrible cuando se entere que su hermana murió. Tan
trágicamente, en un incendio.

Necesito llamar a la gloria, no hay otra salida. Sólo que no sé si las alejará como a los
Alas Negras. Tengo que intentarlo.

Cierro mis ojos e intento enfocarme.

En cualquier otro momento donde busqué la gloria, realmente buscado, la luz


siempre ha venido a mí. Ese día en el bosque con mi mamá, cuando luché contra Sam; la
noche del accidente de auto después de la fiesta de promoción. Pero ahora no hay
ninguna gloria dentro de mí, y si la hay, no la puedo sentir. No puedo acceder a ella.

Todo lo que siento es oscuridad. Porque voy a perder esta batalla. Thiago lo ha
visto. Voy a morir.

—No —es la voz de Thiago en mi mente—. No morirás.

Lágrimas saltan a mis ojos.

—No estás muerto —digo estúpidamente.

—Necesito que hagas lo que te digo, exactamente lo que digo. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.
Escucho el sonido de sirenas a la distancia.

—Danos. Al. Bebé. —Olivia está lo suficientemente cerca para poder matarme. Alza
el cuchillo.

—Ándate. Al. Diablo —le digo con los dientes apretados.

—¡Alza a Joaco sobre tu cabeza! ¡Ahora! —grita Thiago en mi mente, y no lo pienso,


simplemente hago como me dice.

Alzo al bebé y Thiago se levanta con su espada de gloria en la mano, la cual la


inserta a través de mi ropa. Pero cuando toca mi piel, sólo siento calidez.

—No —grita alguien.

Mareada, bajo a Joaco hasta mis hombros y es ahí donde veo a Martina de pie a
unos cuantos pasos de mí, con una máscara de rabia e incredulidad, gritando.

Y Olivia cae a mis pies, muerta. Cortada por la mitad por la espada de Thiago.

—¡Te mataré! —grita Martin, mirándome con sus ojos llenos de furia.

Pero Thiago está conmigo ahora, a mi lado, con su espalda en mano, y las sirenas se
están acercando. En cualquier minuto este lugar estará lleno de bomberos.

—Te juro que te mataré, Mar —dice, mirando hacia la puerta—. Y me aseguraré que
sufras primero. —Una lágrima cae por su rostro antes de voltearse y correr entre la
oscuridad, el humo y hacia la calle.

No miro a Olivia, no puedo. Me volteo, sintiendo la bilis en mi garganta al darme


cuenta que estoy cubierta de su sangre, mi camisa mojada de ésta.

—¿Estás bien? —dice Thiago, sacudiendo mis hombros—. ¿Te hice daño?

—No —respondo a ambas preguntas, luego veo su sangrado—. Tienes una herida.

—Sobreviviré —dice.

Al mismo tiempo, escuchamos gritos.

—Tenemos que salir de aquí. Ahora.

Corremos hacia la salida, hacia el callejón. La noche fría golpea mi piel, mis
pulmones, y puedo respirar de nuevo.
***

La mano de Thiago tiembla mientras coloca las llaves en el encendido. Luego su


mandíbula se tensa y la camioneta se enciende. Ninguno de los dos dice nada por un
rato, sólo se escucha el sonido del motor mientras el auto avanza.

—¿A dónde vamos? —pregunto mientras sale a la carretera que nos llevará fuera de
la ciudad.

—No lo sé —dice—. La chica, la que no. —Deja de hablar por un minuto y toma un
gran respiro, como si estuviera evitando no vomitar—. Probablemente llame a refuerzos.
No sé cuánto tiempo le llevará ir al infierno y regresar.

—Martina —murmuro.

Me mira bruscamente.

—¿Cómo sabías su nombre?

—Es la novia de Stefano.

—¿Y sabe que tú lo eres? ¿Sabe tu nombre?

—Sí.

—Entonces no podemos ir a casa.

—¿Por qué? Es tierra santificada, tu casa y la mía.

Sacude su cabeza.

—Eso sólo funciona con las Alas Negras, no con los Triplare. —Toma un gran
respiro—. Tenemos que irnos —dice, lentamente, porque sabe que esto me va a enojar e
entristecer—. Te estarán cazando. Irán tras el bebé, también. Tenemos que irnos lejos de
aquí.

—Pero Ángela…

—Ángela querría que cuidemos de Joaco —dice.

Sé que tiene razón, pero hay una finalidad que siento en este momento, como si en
el momento en que abandone este lugar, nunca más volveré. Siempre estaremos
escapando, siempre estaremos asustados.
—Mar, por favor —dice suavemente—. Lo resolveremos juntos. Pero ahora mismo
necesito que confíes en mí. Te necesito segura.

Trago con fuerza y asiento. Thiago baja su cabeza por un segundo, aliviado, luego
busca un mapa en el asiento trasero. Lo abre, mostrando el mapa de Estados Unidos.

—Cierra tus ojos y coloca tu dedo en un punto —dice—. Y es ahí dónde iremos.

Lo hago.

Me pregunto si alguna vez volveré a ver a Peter.


CATORCE

Casa de Juguetes

Thiago conduce durante la noche y por la mañana nos detenemos en un


establecimiento para poder lavarnos, comprar nueva ropa y suplementos para bebé. Me
sorprende encontrar en su maletera un montón de documentos, como certificados de
nacimiento, licencias falsas de conducir, algo que parece como un papel de seguros, y
una pila enorme de dinero.

—Mi tío —dice, a manera de explicación—. Podía ver el futuro, no sólo el suyo, sino
el de los otros. Él siempre me dijo que algún día tendría que escaparme.

Su tío exageraba un poco, pero igual acá estábamos, escapando.

Intenté darle a Joaco una botella con fórmula, pero no la quería tomar. Me mira y se
pone a llorar, con fuerza. Nada parece ayudar. Yo no soy su madre.

Cada vez que cierro los ojos, recuerdo haber estado en la habitación oscura,
esperando a ser asesinada. Veo a alguien morir en frente de mí.

—Está todo bien Mar —murmura Thiago, cuando nota mi ansiedad—. Estamos a
salvo.

Thiago quita una mano del volante y alcanza la mía. Acaricia mi pulgar, y se supone
que debe confortarme como siempre lo hace. Se supone que debe llenarme con su
energía. Pero yo sólo me siento débil.

***

El lugar que apunté en el mapa resulta ser Nebraska. Cuando llegamos ahí,
encontramos un hotel. Colocamos a Joaco en una pequeña cuna que solicitamos al lado
de la cama, y él se queda dormido rápidamente.

Thiago insiste en que yo me bañe primero. Me quedo debajo de la ducha bastante


tiempo, rascando mi piel y jabonándola, quitándome la sangre de Olivia. Mientras me
peino en frente del espejo, mi propia cara parece acusarme.
Débil.

No intentaste salvar a Ana, no los detuviste de llevarse a Ángela. Ni siquiera lo intentaste.

Cobarde.

Pasaste todas estas horas entrenando para usar la espada de gloria porque tu padre te dijo
que la necesitarías, pero cuando llegó el momento, ni siquiera pudiste sacarla.

Cuando abro la puerta, Thiago está sentado de piernas cruzadas en una cama de
una plaza, mirando a una pintura en la pared, de un enorme ave con piernas largas y
una línea roja encima de su cabeza; expandiendo sus alas.

Thiago me mira. Aclaro mi garganta y le hago un gesto, informándole que es su


turno para ir al baño. Él asiente y se pone de pie, con sus movimientos duros y extraños.

Me siento en la cama y escucho el agua correr, la respiración de Joaco, el reloj


sonando, y mi estómago gruñendo. Después de cómo cinco minutos, el agua se detiene
abruptamente, la cortina de la ducha se abre y escucho pasos en la habitación. Luego es
cuando hay un sonido de la tapa del inodoro abriéndose y Thiago vomitando. Salto a
mis pies y voy a la puerta, pero tengo miedo de abrirla. Él no querrá que vea esto.
Recuesto mi mano en el marco de la puerta y cierro mis ojos al escucharlo gruñir.

Toco ligeramente.

—Estoy bien —dice, pero sé que no lo está.

—Voy a entrar —digo.

—Dame un minuto.

Cuando espero exactamente sesenta segundos, él está al frente del lavado con una
toalla alrededor de su cintura, lavándose los dientes. Sus ojos, cuando encuentran los
míos en el espejo, están avergonzados. Él también siente el fracaso.

***

Nos mantenemos en perfil bajo durante unos cuantos días. Hablamos con Emi y ella
nos recomendó no hablar con nadie ni contarle a nadie de nuestro paradero, podría ser
peligroso. Ella estaría hablando con la congregación para buscar posibles soluciones y la
manera de abordar a Asael o Martina en caso vuelvan a aparecer.
Nos mudamos a un hotel más bonito, uno que tiene cocina, comedor y sala, además
de dos habitaciones donde podemos cerrar la puerta y ver televisión mientras Joaco
duerme. Caemos en una especie de rutina: Joaco se levanta y empieza a llora. Jugamos a
piedra, papel o tijera para ver a quién le toca cambiar su pañal. Seguimos intentando
darle fórmula; hemos probado con todas las marcas, pero nada funciona, todo lo bota.
Después que come, vomita. Empieza a llorar de nuevo. Lo limpiamos, lo balanceamos,
le hablamos, cantamos, lo llevamos a pasear en el auto reímos e intentamos que esté
distraído, pero siempre llora por horas de horas, sobre todo en medio de la noche.

En un punto de la noche, se vuelve a quedar dormido. Luego nosotros caminamos


en puntas de pie, nos lavamos, nos lavamos los dientes, comemos lo que sea que haya
quedado en la refrigeradora, y hablamos de lo que sea menos de lo que sucedió. Nos
sentamos como zombis en el sofá y vemos cualquier programa de televisión. Luego,
pronto, muy pronto, Joaco se levanta y empezamos todo de nuevo.

Empiezo a entender por qué Ángela andaba estresada.

Aún así, hay momentos bonitos. Cosas graciosas pasan, como cuando Joaco se hizo
pis en la camiseta de Thiago durante su cambio de pañal. Fue una buena risa. Aleja la
tensión.

En la cuarta noche, mientras estamos sentados en el sofá, después de haber pasado


la última hora caminando con Joaco mientras gritaba en mi oído, Thiago me alcanza y
coloca mis pies en su regazo y empieza a masajearlos. Me aguanto la risa, luego un
gruñido porque me gusta cómo se siente. Es linda, la sensación que estamos juntos en
esto, que somos compañeros y sobreviviremos a esto como sea.

—Creo que me he vuelto sorda —digo, utilizando el chiste cuando Joaco de pronto
deja de llorar y se queda dormido.

—¿Cuándo dijo Emi que volvería a llamar? —responde Thiago, otro chiste que
hemos estado diciendo últimamente, y yo río.

Pero algo dentro de mí se siente mal, porque todo esto se siente como una escena en
la que estamos actuando de la vida de otra persona, con el hijo de otra persona, y
estamos jugando a la casa de juguetes.

***

Sueño con Peter. Estamos en su bote, estirados en una sábana, envueltos en los
brazos del otro, con el sol resplandeciente. Como las cosas solían ser. Estoy
completamente en paz, con los ojos cerrados, casi dormida. Presiono mi cara contra el
hombro de Peter y lo respiro. Él juega con mis rulos cortos y finos, en la base de mi
cuello; el cabello de bebé, suele llamarlo él. Su otra mano sube desde mi cadera hasta
debajo de mi brazo.

—No me hagas cosquillas —le advierto, sonriendo contra su piel.

Él ríe como si lo estuviera retando y corre sus dedos sobre la parte de atrás de mi
brazo, mandando una sacudida por todo mi cuerpo. Muerdo juguetonamente su
hombro, lo que saca otra risa de él. Alzo mi cabeza y miro sus ojos grises. Ambos
tratamos de vernos serios, pero fallamos.

—Creo que deberíamos quedarnos aquí, Zanahoria —dice—. Para siempre.

—Estoy totalmente de acuerdo —murmuro, y lo beso—. Para siempre suena bien.

Una sombra pasa sobre nosotros. Peter y yo alzamos la mirada. Un ave, un cuervo
enorme, está arriba. Hace un lento círculo en medio del cielo azul.

Peter se voltea hacia mí, con preocupación en sus ojos.

—Es sólo un ave, ¿verdad?

No respondo. Terror se mueve como hielo en mis venas, mientras otra ave se una a
la anterior. Luego otra más se une, y otra, hasta que ya no puedo llevar la cuenta. El aire
parece más helado, como el lago pudiese congelarse debajo de nosotros. Puedo sentir los
ojos de las aves sobre nosotros.

—¿Mar? —dice Peter.

Alzo la mirada, mi corazón latiendo desaforado. Están esperando el momento


correcto para bajar hacia nosotros, para arrancarnos la piel. Para separarnos.

Están esperando.

—Oh, bueno —dice Peter, encogiéndose de hombros—. Siempre supimos que esto era muy
bueno para durar.

***

A la mañana siguiente, Thiago y yo lavamos los platos. Estamos hombro con


hombro en el lavadero, yo lavando y él secando.
—Hay algo que debo decirte —dice de pronto.

—De acuerdo…—digo, cautelosamente.

Sale de la habitación por un minuto, y cuando vuelve, está sosteniendo un diario en


su mano. El de Ángela.

—Regresaste —digo, atónita.

Asiente.

—Anoche. Volví a su casa. Lo encontré en su habitación, en una zona que no se


quemó.

—¿Por qué? —jadeo—. ¡Eso fue muy peligroso! Emi dijo que hay Alas Negras ahí,
buscando. Podrías haber sido….

Atrapado. Asesinado. Llevado al infierno.

—Lo siento —dice—. No quería que su diario caiga en manos equivocadas. Y yo


sólo quería…hacer algo. Tengo tantas preguntas, pensé que esto nos daría algo.

—¿Así que encontraste lo que estabas buscando? —pregunto suavemente, sin saber
si estar furiosa o aliviada de que esté a salvo.

Su boca forma una mueca.

—Hay muchas cosas aquí. Búsquedas. Poemas. Detalles de Joaco. Una lista de
canciones que Ana le cantaba para que se duerma. Y los pensamientos de Ángela, cómo
se sentía sobre sus cosas. Estaba cansada, enojada, y con miedo; pero, ella sólo quería lo
mejor para Joaco. Estaba haciendo planes.

«Y estaba ésta última entrada, escrita rápidamente —continúa—. Le llegó un


mensaje de Camilo esa noche. Él le advirtió sobre los Alas Negras, que estaban yendo a
su casa. Sólo tuvo un minuto para esconder a Joaco.

Así que Camilo no es tan malo. Pero eso igual no me hace sentir bien con él, porque
él provocó que ella se meta en este lío.

—Como sea —dice Thiago—. Quería contártelo.


Volvemos a lo que estábamos haciendo, en silencio ahora, cada uno con sus propios
pensamientos. Thiago está pensando en el diario, algo que Ángela debe haber escrito,
algo sobre Joaco y una familia.

—¿Alguna vez piensas sobre ese día en el cementerio? —pregunta de pronto.

Se refiere si pienso en el beso. Si pienso en nosotros.

—Eres un lector de mentes. Dímelo todo —bromeo débilmente.

Pero la verdad es que sí, pienso en ello. Cuando estamos caminando juntos y él
naturalmente toma mi mano. Cuando me mira a través de la mesa durante la cena,
riendo ante un chiste que he dicho, sus ojos verdes brillantes. Cuando nos chocamos en
nuestro camino al baño, su cabello mojado de la ducha, el olor de su gel de afeitar. Creo
en lo fácil que sería aceptar esta vida. Estar con él.

Pienso lo que sería irnos a la misma habitación al final de la noche. Incluso si eso me
hace sentir una mala persona, porque él no es el único chico en el que pienso.

—Está limpio —observa, y gentilmente toma el plato que he estado limpiando—. Yo


pienso en ello —insiste.

—¿Crees que podrías haber hecho todo por tu cuenta? —pregunto.

Me mira, sorprendido ante mi pregunta.

—¿Por mi cuenta?

—Bueno, besarme fue parte de tu visión, así que sabías lo que iba a suceder. Dijiste,
“No vas a irte”, cuando quise hacerlo. Porque sabías que me quedaría. Sabías que me
besarías, y que yo te lo permitiría.

Baja su cabeza, un mechón de su pelo cayendo sobre sus ojos.

—Sí, te besaba en la visión —dice—. Pero no resultó de la forma en que pensé que lo
haría.

—¿Qué quieres decir?

—Pensé…—Entonces siento su decepción, su vergüenza, su orgullo herido.

—Pensaste que si nos besábamos, estaríamos juntos —digo por él.


—Sí, pensé que estaríamos juntos. —Se encoge de hombros—. No es mi momento,
supongo.

Está esperando, aún espera. Ha dejado todo por mí. Su vida entera. Su futuro. Todo,
porque quiere mantenerme a salvo. Porque cree, en su corazón, que él es mi propósito y
yo el suyo.

—Para empezar, fue mi voluntad. —Deja el secador en su colgador y luego se acerca


a mí—. Quería besarte —murmura—. Yo. No por la visión, sino por ti. Por lo que siento.

Las palabras cuelgan entre nosotros por un segundo, y luego se inclina, acaricia mi
mejilla con la parte de atrás de su mano, y me besa, gentilmente, sin presión. Mantiene
sus labios contra los míos por un largo momento, rozando suavemente. El calor se
enciende entre nosotros, el tiempo se ralentiza. Veo el futuro que él imagina: siempre
juntos, siempre ahí para el otro. Somos compañeros. Mejores amigos. Amantes.
Viajamos por el mundo juntos. Construimos una vida con el otro, minuto por minuto,
hora por hora, día por día. Criamos a Joaco como si fuera nuestro hijo, y si hay un
problema, lo enfrentamos juntos.

Nos pertenecemos.

Thiago se aparta. Sus ojos buscan los míos, me hacen una pregunta.

—Yo… —empiezo, pero no tengo idea de cómo voy a responder.

Quiero decir que sí, pero algo me detiene.

Mi celular empieza a sonar.

Él suspira.

—Responde —dice—. Adelante.

Respondo.

—Muy bien, chica —dice Emi, sin molestarse en saludarme—, es momento de venir.
¿Podrás reunirte con la congregación el viernes por la noche?

Miro a Thiago. ¿Debemos ir? Estamos a salvo aquí, dónde nadie sabe dónde
encontrarnos. Joaco está a salvo aquí. Podríamos quedarnos.

—Claro, ¿por qué no? —dice él—. ¿Qué podemos perder?


Tanto, pienso. Todavía hay mucho por perder.
QUINCE

Mar en la Luz

Ir a la congregación no resultó como yo esperaba. Pensé que todos estarían de


nuestro lado, que estarían de acuerdo en que vayamos a rescatar a Ángela, pero no fue
así. Todos consideraron que estaba perdido, no hay manera de rescatar a Ángela del
infierno, se necesita a un ángel muy poderoso para hacerlo y es difícil volver a tierra
después de un viaje como ese. Todos están preocupados por Joaco, más no por la madre,
por mi mejor amiga.

Emi intenta darnos ánimos y nos indica que sigamos escondiéndonos, pronto
encontraremos una solución. Sólo espero que ésta llegue pronto.

Lo único bueno que sucedió durante ese día en la congregación fue que mi uní a la
misma, así como mi madre pertenecía a ésta. Decidí unirme, porque quiero luchar por el
bien y porque, a pesar que estamos en desacuerdo sobre lo de Ángela, igual los siento
mi familia y me hacen recordar a mamá. Ahora me encuentro en la luz.

***

—Estoy pensando en Chicago —dice Thiago.

Ya estamos en Lincoln. Thiago está sentado en la mesa en nuestro hotel, buscando


páginas en Internet desde su laptop.

Alzo la mirada desde donde estoy preparándole su fórmula a Joaco.

—¿En qué estás pensando?

—Deberíamos mudarnos ahí —dice—. He encontrado la casa perfecta para


nosotros.

Pronto pierdo la cuenta de la cantidad de cucharadas de fórmula que he colocado


en la botella de Joaco.

—Oh. Una casa.


Thiago está emocionado sobre esto. Está haciendo planes. Pero nota la expresión de
asustada en mi cara.

—Mar, no te preocupes. Podemos tomar esto lentamente. Un paso a la vez, con


todo. Quedémonos un par de semanas aquí, si así lo deseas. Sé que es difícil.

¿Lo sabe?, me pregunto. Su tío se ha ido. Thiago es hijo único. No está dejando nada atrás.

—Eso no es justo —dice suavemente—. Yo tenía amigos en Stanford. También tenía


una vida ahí.

—¡Deja de leer mi mente! —exclamo—. Tengo que darle de comer a Joaco.

Y, con eso, dejo la habitación.

Estoy actuando como una niña, pienso. No es culpa de Thiago que estemos escapando.

Después que Joaco ha comido y está cambiado, regreso a la cocina. Thiago ha


cerrado su laptop. Está viendo televisión. Me mira cautelosamente.

—Lo siento —digo—. No quise gritar.

—Está bien —dice—. Hemos estado tensos.

—¿Podrás quedarte con Joaco por un rato? Necesito ir a caminar. Aclarar mi cabeza.

Él asiente y le entrego al bebé.

—Oye, ¿quieres jugar conmigo, pequeñito? —Thiago le pregunta y Joaco sonríe


como respuesta.

Afuera está lloviendo, pero no me importa. El aire frío se siente bien en mi cara.
Coloco mis manos en mis bolsillos, me subo la capucha sobre mi cabeza, y camino unas
cuantas cuadras lejos del hotel. Está desierto. Me siento en una banca en el parque y
prendo mi celular.

Tengo que hacer esta última cosa que he estado evadiendo, quizás esperando que
todo se solucionara. Pero no lo está haciendo.

Tengo que llamar a Peter.

—Oh Mar, gracias a Dios —dice cuando digo hola.

Estaba durmiendo y lo desperté, su voz está rasposa.


—¿Estás bien?

No lo estoy. El sólo escucharlo trae lágrimas a mis ojos, sabiendo lo que estoy por
hacer.

—Estoy bien —digo—. Siento no haber llamado antes.

—Me he estado volviendo loco, preocupado —dice—, te fuiste así de la nada. Y


luego salió la noticia de la casa quemada de Ángela. Lo siento mucho Mar. Sé que ella
era una de tus mejores amigas. —Suelta el aliento—. Al menos estás a salvo.
Pensé…pensé que podrías…

Haber estado muerta.

—¿Dónde estás? —pregunta—. Puedo ir a encontrarme contigo. Tengo que verte.

—No. No puedo. Mira, Peter, te estoy llamando porque tengo que hacerte entender
algo. No hay futuro para los dos. Ni siquiera sé cuál es mi futuro, a este punto. Pero no
puedo estar contigo. —Una lágrima solitaria hace su camino por mi rostro y la limpio
impacientemente—. Tengo que dejarte ir.

Da un suspiro.

—¿No importa, verdad? —dice, con voz enojada—. Todo lo que te dije antes, sobre
nosotros, sobre lo que sentía, no importa. Estás tomando la decisión por ambos.

Tiene razón, así es como debe de ser.

—Quería decirte que, sea donde sea que esté, sin importar lo que pase, siempre
pensaré en ti, y en los tiempos que pasamos juntos, como mis momentos más felices. Lo
haría de nuevo, si tuviera la oportunidad. Sin remordimientos.

Se queda en silencio por un minuto.

—Realmente estás despidiéndote esta vez —dice.

—Realmente estoy despidiéndome —confirmo.

—No —dice contra mi oído—. No. No voy a aceptar eso. Mar…

—Lo siento, Pitt. Tengo que irme.

Cuelgo y lloro. Y lloro.


Me quedo sentada en ese banco por un largo tiempo, bajo la lluvia, pensando, e
intentando componerme. Intento imaginarme Chicago, cómo sería, pero todo lo que
puedo conjurar en mi cabeza, es un frijol enorme de plata y un montón de edificios
altos.

Alzo la mirada hacia las nubes grises.

¿Es este mi destino?, les pregunto. ¿Estar con Thiago? ¿Irme con él? ¿Proteger a Joaco
porque si mamá no puede estar aquí? ¿Este es mi propósito?

Detrás de mí, campanas empiezan a sonar, dando la hora, desde una iglesia a unas
cuadras más allá. Me pongo de pie cuando cuento hasta diez, ya debería estar de
regreso.

Pero luego, una idea me viene, una inspiración repentina. Podría hacer que me
venga una visión. O al menos intentarlo. Miro alrededor y no hay nadie en el parque.
Estoy sola. Sonrío y cierro mis ojos, enfocándome. Y la gloria viene a mí, como si nunca
me hubiese dejado.

Me imagino la luz del sol. Una línea de árboles. Una fila de rosas rojas al lado de un
camino de piedras. Pienso en Stanford y cruzo. Llego a la Iglesia a la que iba Ángela a
meditar, aquella donde ella dijo que le había ayudado a ver su visión. Prácticamente
corro cuando estoy cerca.

Me acerco hacia el altar y cierro los ojos concentrándome. Al principio no hay


resultado, pero finalmente, cuando aparto todas mis tensiones y solo pienso en el sonido
del viento, es que me viene la visión.
DIECISÉIS

Dos minutos para la medianoche

En la visión, estoy esperando a alguien. Estoy al lado de una banca de metal larga,
estoy de pie porque estoy muy nerviosa como para sentarme. Tomo unos cuantos pasos
en una dirección. Me detengo. Camino hacia la otra dirección. Miro alrededor. Reviso mi
reloj.

Dos minutos para la medianoche.

Mi cabeza está llena de miedo, mi pecho apretado, mi corazón latiendo rápido. Esto
es una locura, pienso. Temeraria, me diría mi mamá. Loca. Pero aquí estoy de todos
modos.

Detrás de mí algo sisea, fuerte y mecánico, y me volteo para mirar. Hay un tren,
rueda lentamente hacia mí.

Tal vez se supone que deba ir algún lado.

El tren pasa, sonando con un ritmo pesado como mi corazón. Los frenos suenan
mientras se detiene, y la puerta de pasajeros se abre. Doy un paso hacia adelante y miro
hacia la plataforma vacía. Después que las puertas se han cerrado, suena el motor y el
tren continúa.

Reviso mi reloj. Un minuto antes de la medianoche.

Cuando alzo la mirada de nuevo, veo a un ave volar desde el techo del tren, oscuro
como una sombra. Aterriza en una farola al otro lado de los rieles, inclina su cabeza
hacia mí y hace un sonido. Es un cuervo. Mi corazón empieza a latir aún más rápido.

—Caw —dice el cuervo, tentándome, llamándome a unirme a él.

Empiezo a caminar hacia él, y no miro atrás. Porque conozco a esta ave, y él será mi
guía.

***
Estoy de vuelta en la Iglesia, al medio del círculo, mi rostro alzado. Aturdida, me
alejo de ahí, hasta sentarme debajo de un árbol donde siempre estudio. Pienso en el
nombre de Sam, una y otra vez, llamándolo de la única forma que sé, esperando que
esté ahí para mí.

Y espero.

Siento su presencia antes de verlo. Sale de los árboles hacia el borde del campus, sus
ojos llenos de curiosidad.

—Me llamaste —dice.

—Sí, lo hice.

—No esperaba verte aquí de nuevo —dice—. Estás en grandes problemas con Gran
Hermano.

Así que ya lo sabe. Por supuesto que lo hace, seguro que el chisme es algo básico en
el infierno.

—Podrías decirlo. Estoy lista para contarte una historia —digo—. Pero, quiero algo
a cambio.

Sonríe, sorprendido, satisfecho e incluso más curioso ahora. Abre sus brazos, sus
palmas hacia arriba, y retrocede, haciendo una reverencia.

—¿Qué puedo hacer por ti, pequeña ave? —dice.

—Los Alas Negras se llevaron a mi amiga Ángela. ¿Sabes dónde está?

—Sí. Juan Cruz la tiene.

—¿En el infierno?

—Naturalmente.

Trago.

—¿La has visto?

Asiente.

—¿Está bien?
—Nadie está bien en ese lugar —dice, con una mueca cruel en su boca.

—¿Ella….está viva?

—Físicamente hablando, sí, su corazón estaba latiendo la última vez que la vi.

—¿Y cuándo fue eso?

—Hace un buen tiempo —responde con una risa.

Muerdo mi labio.

—Ya te dije lo que sé sobre tu amiga. Ahora cuéntame la historia.

—Aún no. Necesito algo más. —Tomo un gran respiro.

Sé valiente, mi querida, me dijo una vez mi madre. Eres más fuerte de lo que crees.

—Necesito que me lleves donde Ángela —digo entonces—, al infierno.

Suelta una risa.

—¿Para qué?

—Así puedo sacarla de ahí.

Sus ojos se amplían.

—Hablas en serio.

Asiento.

—Imposible —dice.

—¿Por qué? —pregunto, cruzando mis brazos sobre mi pecho—. ¿No tienes los
poderes para hacerlo? Me llevaste antes ahí.

Lo provoco, y él lo sabe. Aún así, sonríe.

—Podría llevarte ahí fácilmente. Sacarte de ahí será mucho más difícil. Las
posibilidades son que te pierdas a ti misma en pocos minutos y te quedes atrapada
como tu amiga.

—Soy fuerte.

—Sí, ¿y qué? ¿Por qué eres tan fuerte?


Sonrío vagamente.

—Estarías bajo la nariz de Juan Cruz y llevándote algo que le pertenece a él —dice.

—Sí. ¿Me ayudarás

—¿Y todo eso por una simple historia? ¿Me tomas de tono?

—Entonces supongo que esta es una historia sin sentido. —Me encojo de hombros y
me pongo de pie—. Bueno, valió el intento.

—Espera —dice, todo humor abandonó su voz—. No he dicho que no exactamente.

Esperanza y terror brillan simultáneamente en mi pecho.

—¿Entonces me llevarás?

Él duda.

—Es muy peligroso, para ambos, pero especialmente para ti. Es bastante probable
que seas atrapada…

—Por favor —digo—, tengo que intentarlo.

Sacude su cabeza.

—No entiendes la naturaleza del infierno. Te tragará. A menos… —Empieza a


caminar, tiene una idea, una muy buena—. Muy bien, si no puedo convencerte, te
llevaré.

—¿Qué tan rápido podemos ir?

—Esta noche. Eso te dará suficiente tiempo para reconsiderarlo. —Se inclina sobre
mí—. Esto es demasiado arriesgado, pequeña ave, no importa lo fuerte que creas que
eres.

—¿Cuándo debo encontrarme contigo? ¿Dónde?

—¿Dónde está la estación de tren más cercana?

—A unas cuantas cuadras de aquí. Palo Alto.

—Encuéntrame en esa estación entonces —dice—. Medianoche.


Ya sabía el lugar y la hora, de la visión, pero escucharlo de su boca, sabiendo de que
todo esto es verdad, me aturde. Esta noche iré al infierno.

—Usa negro o gris, nada conspirador o brillante, y cubre tu cabello—dice—.


También, debes traer a un amigo, otro Nephil, o no puedo llevarte.

Se voltea como si se fuera a ir.

—¿Un amigo? No puedes hablar en serio —jadeo.

—Si quieres tener éxito en esta pequeña excursión, necesitas a alguien que te baje a
tierra. Alguien que te ayude a alejar las penas de los condenados. De otro modo, tu
regalo de sentir lo que otro sienten, te derrotará. No durarás dos minutos.

—Muy bien —digo como puedo.

Se convierte en un ave. Mis ojos no son lo suficientemente rápidos para ver la


transición, pero un segundo es un hombre, y al siguiente un cuervo.

Medianoche, dice en mi mente. Y no te olvides, me debes una historia.


DIECISIETE

Me volverás a ver

Apenas llegué a casa le conté lo que había sucedido a Thiago. Por supuesto que él
no reaccionó bien y dejó en claro que estaba preocupado por mi bienestar. Intenté
convencerlo de la idea, pero fue casi inútil; ahora me queda la duda de si él me
terminará acompañando o no a encontrarme con Sam. De todos modos, hemos decidido
dejar a Joaco con Emi, con ella estará mejor cuidado y evitaremos posible riesgos de esta
decisión.

Así que durante la tarde sólo estoy esperando a que sea la noche. Miro mi reloj;
tengo horas antes de ir hacia la estación. Antes de ir al infierno.

¿Qué debo hacer? ¿Qué pasa si es mi último día en la Tierra? ¿Qué será lo que más
extrañaré?

La respuesta llega a mí como una canción en el viento. Tengo que volar.

El viento está fuerte en la zona por donde estoy volando. Así que me acerco a una
montaña y la escalo, fácilmente, pero cansada. Aquí es donde Mamá y yo solíamos venir
para pensar y relajarnos. Aquí nos sentábamos y nos sentíamos en paz. Aquí ella me dijo
que era un ángel, que era especial, mientras yo me reía y le decía que estaba loca.

Cierro los ojos y pienso en mamá y en tantos recuerdos de ella. Mientras reía,
sonreía, o estaba triste. Cuando nos decía lo mucho que nos amaba a mí y a Stefano.
Incontables historias, tantas cosas que vivimos.

Cuando abro los ojos, miro hacia el cielo y me quedo sin aliento. Las nubes ya no
están, sólo unos cuantas blancas colgando a la distancia. En unos segundos, el cielo se ha
aclarado. ¿Qué pasó? ¿Yo hice eso? ¿Disipé la tormenta de alguna manera?

Cualquiera sea la razón, es buena. Ahora puedo volar, incluso si es por unos
cuantos minutos. Se siente como un regalo. Estiro mis brazos sobre mi cabeza, y me
preparo para llamar a mis alas.
Justo entonces, escucho un sonido debajo de mí, luego el inconfundible sonido de
unas zapatillas contra la roca; alguien está escalando la pared de roca. Alguien está
subiendo.

Raro. Nunca antes había visto a alguien aquí. Es un sitio público y cualquier
persona puede escalarlo, supongo, pero normalmente está desierto. Es difícil de subir.

Bueno, supongo que ya no puedo volar.

Estúpido alguien, pienso. Encuentra tu propio lugar para pensar.

Pero luego la mano de la persona estúpida aparece al borde de la roca, seguida de


sus brazos, su rostro, y no es una estúpida persona después de todo.

Es mi madre.

—Ah, hola —dice—. No sabía que había alguien aquí.

Ella no me conoce. Sus ojos están amplios cuando me ve, pero no de


reconocimiento, es de sorpresa. Ella tampoco nunca se ha encontrado con alguien aquí.

Es hermosa, es mi primer pensamiento, y más joven de la que jamás la he visto. Su


cabello está ondulado, lleva puesto un jean de color y una blusa azul que muestra un
poco de su hombro. Es una chica de los ochenta, y se ve tan saludable, tan llena de vida.
Hace que me duela la garganta, que tenga ganas de lanzar mis brazos a su alrededor y
nunca dejarla ir.

Me mira incómoda. Me he quedado mirándola fijamente.

—Hola —chillo—. ¿Cómo estás? ¿Es un día lindo, verdad?

Ahora está mirando mi ropa, mi jean ajustado y mi top negro, además de mi cabello
suelto. Sus ojos son cautelosos pero curiosos.

—Sí. Hermoso clima.

—Soy Mar —digo, estirando mi mano.

—Majo —responde, tomando mi mano.

Siento su irritación. Este es su lugar, ella quería estar a solas.

Sonrío.
—¿Vienes aquí usualmente?

—Este es mi lugar de pensamiento —dice, en un tono sutil, que me informa que este
es su momento ahora y yo debería irme.

—Mío también.

Decide esperar a que me vaya, aunque no lo haré. Se sienta al otro lado y estira sus
piernas. Luego alcanza su mochila y saca unos anteojos para ponérselos, luego inclina su
cabeza hacia atrás como si estuviera tomando sol. Se queda así durante varios minutos,
sus ojos cerrados, hasta que ya no puedo soportarlo más. Tengo que hablarle.

—¿Vives por aquí? —le pregunto.

Frunce el ceño. Abre sus ojos y siento la irritación dando paso a la cautela. No le
gusta que las personas le hagan muchas preguntas, que se muestran en lugares
inesperados y que son demasiado amistosas.

—Estoy terminando mi primer año en Stanford —suelto—. Aún soy nueva en la


zona, así que siempre estoy preguntando a todo el mundo los mejores lugares en donde
comer y salir.

—Yo me gradué de Stanford —dice, con la expresión más ligera—. ¿A qué te vas a
dedicar?

—Biología —digo, nerviosa de saber qué pensará sobre eso.

—Yo tengo un grado en enfermería —dice—. A veces es un camino difícil, hacer que
las personas se sientan mejor, arreglarlas, pero también es reconfortante.

Hablamos durante un rato, sobre la universidad, sobre California y qué playas son
las mejores. A los cinco minutos ya están actuando mucho más amistosa, aún queriendo
que me vaya, pero también sorprendida por mis chistes, curiosa de mí, encantada. Le
gusto, puedo decirlo. Mamá gusta de mí, incluso si ella no sabe que debe amarme. Estoy
aliviada.

—Así qué….¿Por qué viniste aquí?

—Se supone que debo ir a…un viaje, a ayudar a una amiga que está en un sitio
malo.

Ella asiente.
—Y no quieres ir.

—Sí quiero. Ella me necesita. Pero tengo el presentimiento de que si voy, nunca seré
capaz de realmente regresar. Todo cambiará.

—Ah. —Me mira intensamente a la cara, viendo algo ahí—. Y hay un chico al que
estás dejando atrás.

—Algo así.

—El amor es una cosa esplendorosa —dice—. Pero también es un dolor en el culo.

Suelto una risa. Ella maldice; nunca la había escuchado maldecir antes.

—Suena como la voz de la experiencia —digo, bromeando—. ¿Viniste aquí a pensar


sobre eso? ¿Sobre un hombre?

—Una propuesta de matrimonio.

—¡Caray! —exclamo y ella ríe—. Eso es serio.

—Sí —murmura—. Lo es.

—¿Así que te lo pidió?

Mierda. Debe estar hablando de Papá. Está aquí, tratando de decidir si casarse o no
con papá.

—Anoche.

—¿Y tú dijiste…?

—Dije que necesitaba pensarlo. Y él dijo que si quería casarme con él, encontrarlo
ahora. A la hora de la puesta del sol.

Doy un leve silbido y ella sonríe.

—¿Así que te estás inclinando por un sí o un no?

—Hacia el no, creo.

—¿No…amas al chico? —pregunto, de pronto sin aliento.

Baja la mirada hacia sus manos, hacia el dedo con el anillo.


—No es que no lo ame. Pero no creo que me lo esté pidiendo por las razones
correctas.

—Déjame adivinar. Tienes dinero y él quiere casarse contigo por eso.

Da un pequeño bufido.

—No. Quiere casarse conmigo porque quiere que tenga su hijo.

Hijo, singular. Porque no sabe que Stefano está en el plan.

—¿No quieres hijos? —pregunto, mi voz más alta de lo usual.

Sacude su cabeza.

—Me gustan los niños, pero no creo que quiera propios. Me preocupo mucho. No
quiero amar a alguien tanto y luego que me lo quiten.

Mira hacia el valle, avergonzada de lo mucho que ha dicho sobre ella.

—No sé si podré ser feliz en esa vida. Esposa. Mamá. No es para mí.

Hay un silencio por un minuto mientras intento pensar en algo inteligente por decir,
y milagrosamente, lo encuentro.

—Tal vez no deberías mirarlo en términos de si serás feliz o no siendo la esposa de


esta persona, pero si siéndolo hará que seas tú misma. Muchas veces, ser feliz viene de
estar contento con lo que tenemos, y aceptarnos a nosotros mismos.

—¿Cuántos años tienes? —dice, mirándome.

—Dieciocho. Por ahí. ¿Tú? —pregunto con una sonrisa, porque ya sé la respuesta,
ya hice el cálculo.

—Mayor que eso. —Suspira—. No quiero volverme alguien más simplemente


porque es lo que se espera de mí.

—Entonces no lo hagas. Sé más.

—¿Por dijiste?

—Sé más de lo que es esperado de ti. Mira más allá. Escoge tu propio propósito.

Ante la última palabra, sus ojos se entrecierran.


—¿Quién eres?

—Mar —respondo—. Te lo dije.

—No. —Se pone de pie y camina hacia el borde de la roca—. ¿Quién eres
realmente?

Me pongo de pie y la miro, encontrando sus ojos. Momento de mostrarme, pienso.


Trago.

—Soy tu hija —digo—. Sí, es algo raro verte también —continúo, mientras su cara se
pone blanca—. ¿Qué fecha estamos? Quiero saber desde que vi tu ropa.

—Diez de Julio —dice, mareada—. 1989. ¿A qué estás jugando? ¿Quién te mandó?

—Nadie. Supongo que te estaba extrañando, y entonces crucé por el tiempo por
accidente. Papá dijo que te vería de nuevo, cuando más lo necesitara. Supongo que se
refirió a esto. —Doy un paso hacia adelante—. Realmente soy tu hija.

Sacude su cabeza.

—Deja de decir eso. No es posible.

Me encojo de hombros.

—Y sin embargo, aquí estoy.

—No —dice, pero veo que me está examinando—. Esto es un truco.

—¿Sí? ¿Y de qué va?

—Quieres que…

—¿Te cases con Papá? ¿Crees que él, mi padre, un ángel del Señor y todo eso, quiere
atraparte en este casamiento en el que no quieres involucrarte? —Suspiro—. Mira, sé
que esto es surreal. También se siente extraño para mí. Pero realmente no me importa;
estoy muy contenta de verte. Te extraño mucho. Tanto. —Tomo un paso hacia ella.

—No —dice.

—No sé cómo convencerte. —Me detengo y pienso en ello—. Tenemos las mismas
manos. Mira. Exactamente iguales. Y también tengo esta enorme vena que corre sobre la
mano derecha, que creo que se ve rara, pero tú también la tienes.
Mira mis manos.

—Creo que debería sentarme —dice y cae pesadamente sobre la roca.

Yo me siento a su lado.

—Mar —susurra—. ¿Cuál es tu apellido?

—Esposito.

—Me gusta el nombre Mar.

—Bueno —digo, porque el sol ya está en el horizonte—, no quiero presionarte ni


nada, pero creo que deberías casarte con él.

Ríe débilmente.

—Él te ama. No por mí. O porque Dios le dijo. Por ti.

—Pero no sé cómo ser una madre —murmura—. Fui criada en un orfanato. Nunca
tuve una madre. ¿Soy buena?

—Eres la mejor. En serio, y no lo digo porque quiero convencerte, sino porque es en


serio. Todos mis amigos están celosos de lo maravillosa que eres. Pones a todas las
mamás en vergüenza.

—Pero moriré antes que tú crezca.

—Sí. Y eso apesta. Pero no te cambiaría por nadie que viva por cientos de años.

—No estaré ahí para ti.

Coloco mis manos sobre las de ella.

—Estás aquí ahora.

Asiente ligeramente y traga. Voltea mi cabeza y la examina.

—Increíble —dice.

—¿Lo sé, verdad?

—Así que cuéntame de tu vida. Cuéntame sobre este viaje.


Me muerdo el labio. Me preocupa contarle mucho sobre el futuro, pensando que
puede cambiar algo del presente. Pero finalmente le cuento sobre mis visiones, sobre
Thiago y el incendio, el cementerio, el beso. Le cuento sobre Stefano, lo que la aturde
porque nunca consideró tener más de un hijo.

Y finalmente le cuento sobre Ángela, Camilo y Joaco, y lo que sucedió.

—¿Entonces, qué es lo que tienes que hacer pasa salvarla? —pregunta.

—Hacer un pacto con el diablo.

—¿Qué diablo?

—Samjeeza.

Salta como si la hubiera golpeado.

—¿Lo conoces?

—Se considera un amigo de la familia.

—¿Qué desea?

—Una historia. Sobre ti. No sé por qué realmente. Está obsesionado contigo.

—¿Qué clase de historia?

—Una memoria. Algo donde pueda imaginarte viva. Necesito una historia pero no
puedo pensar en una lo suficientemente buena.

—Te daré una historia —dice—. Algo que él querrá escuchar.

Toma un gran respiro y mira hacia los árboles debajo de nosotras.

—Como dije antes, una vez fui enfermera, durante la Gran Guerra, trabajaba en un
hospital en Francia, y un día conocí a un periodista. Nos volvimos amigos, en realidad
más que amigos. Al principio pensaba que sólo era un juego para él, ver si me podía
ganar, pero mientras pasaba el tiempo se volvió….más. Para ambos.

Se detiene, sus ojos escaneando el horizonte.

—Luego una noche el hospital fue bombardeado. Todo estaba en llamas. Todos….
—Cierra sus ojos brevemente, luego los abre de nuevo—. Muertos. Intenté salir de ahí, y
luego Sam llegó en un caballo, dijo mi nombre y me ayudó a escapar. Me llevó lejos de
ahí. Pasamos la noche en un viejo establo. Me dio un poco de agua y me lavó. Luego me
besó.

Beso en un establo. Debe ser algo genético. Tucker.

—Me había besado antes —continúa mamá—, pero después de esa noche fue
diferente, de algún modo, las cosas cambiaron. Hablamos hasta que salió el sol.
Finalmente me admitió lo que él era. Yo ya había adivinado que era un ángel, cuando
recién nos conocimos. Así que lo intenté ignorar porque no quería nada con los ángeles.
Y aún peor cuando me confesó que era un ángel caído y que había intentado seducirme
porque los Observadores querían mi sangre. Así que estaba furiosa. Le lancé una
bofetada. Él cogió mi muñeca y me pidió que lo perdonara, me dijo que me amaba. Me
preguntó si yo también lo hacía.

Se detiene de nuevo, abrumada por la historia.

—Pero mentí. Le dije que nunca podría quererlo. Le dije que no quería volver a
verlo y él me miró por un largo tiempo hasta que desapareció. Nunca le conté a nadie
sobre esa noche. Tu padre lo sabe, creo, de la forma en que lo sabe todo, pero nunca he
hablado de ello hasta ahora.

—Así que sí te importaba —le digo.

—Lo amaba —susurra—. Era mi sol y mi luna. Estaba loca por él. Pero eso fue hace
mucho.

—También sé que amas a Papá. Lo aaamasss. Lo sé.

Ella ríe.

—Muy bien, muy bien. Me casaré con él. No puedo rechazarlo ahora, ¿verdad?

De pronto jadea.

—Tengo que irme —dice, poniéndose de pie de un salto—. Se supone que debo
encontrarme con él.

—En la playa de Santa Cruz —digo.

—¿Te lo conté? ¿Qué le digo?

—Sólo lo besas. Ahora anda antes que estés tarde y yo deje de existir.
Se mueve hacia el borde de la roca y llama sus alas. Estoy sorprendida de lo grises
que son, cuando normalmente son blancas. Aún así son hermosas.

—Ve —digo, cuando veo que duda.

Hay lágrimas en sus ojos.

—No quiero dejarte —dice en mi mente.

—No te preocupes Mamá —respondo—. Me verás de nuevo.

Ella sonríe y acaricia mi mejilla, luego se voltea para irse, hacia donde mi padre la
está esperando.
DIECIOCHO

Tren hacia el sur

Dos minutos para la medianoche.

Esta vez en realidad.

La visión no me había preparado para este momento. Sentía como si fuera a saltar
fuera de mi piel. Sentía cada tic del reloj como una carga eléctrica pulsando dentro de mí
una y otra vez.

El tren hacia el norte viene y regresa. Sam llega, sube al poste y me hace un sonido.

Pero Thiago no está aquí.

Volteo en un lento círculo, buscándolo, mis ojos viajando en cada espacio vacío,
cada sombra, esperando encontrarlo, pero él no está aquí.

No va a venir.

Por un minuto pienso que mi miedo va a comerme.

—Caw —dice el cuervo impaciente.

Es la medianoche. Tengo que irme, con o sin él.

Enfrento el estrecho de pavimento que me llevará por los rieles. Con un paso a la
vez y mi corazón latiendo desaforado, cruzo los rieles.

Al otro lado, Sam se convierte en hombre. Se ve satisfecho consigo mismo,


emocionado. Mi piel pica al verlo.

—Una linda noche para un viaje. —Mira alrededor—. Te dije que traigas un amigo.

—¿Tienes algún amigo que iría al infierno por ti? —pregunto, intentando evitar que
mi labio inferior tiemble.

—No.
Él no tiene amigos, no tiene a nadie.

—Esto no funcionará si no hay alguien que te haga aterrizar.

—Tú podrías hacerlo —digo, alzando mi mentón.

La esquina de su boca se alza. Se inclina hacia adelante, sin tocarme pero lo


suficientemente cerca para envolverme con su pena. Es una agonía profunda, como si
todo lo hermoso en este mundo hubiera muerto, se hubiera destrozado en mis manos.
No puedo respirar, no puedo pensar.

—¿Acaso te quieres quedar con esto dentro de ti? —pregunta.

Retrocedo un paso y jadeo cuando recupero mi aliento.

—No. —Me encojo de hombro.

—Eso pensaba —dice—. Ah, bueno. —Mira hacia los rieles, donde a la distancia
puedo escuchar el suave susurro de un tren aproximándose—. Probablemente sea lo
mejor.

—¡Espera!

Me volteo para ver a Thiago corriendo por los rieles, llevando su chaqueta negra y
jean del mismo color, sus ojos amplios.

—¡Estoy aquí! —dice gritando.

Me quedo sin aliento de golpe. No puedo evitar sonreír. Él llega hasta mí y me


abraza, mientras nos disculpamos entre los dos.

Sam se aclara la garganta y nos apartamos uno del otro antes de voltearnos hacia él.
Él inclina su cabeza hacia Thiago.

—¿Quién es él? —pregunta—. Lo he visto contigo como si fuera un perrito


guardián. ¿Él es un Nephil?

Thiago inhala duramente. Nunca antes ha visto a Sam, nunca ha estado así de cerca
a un Ala Negra.

—Es un amigo —digo, cogiendo la mano de Thiago.

Inmediatamente me siento más fuerte, más equilibrada, más enfocada. Podemos


hacer esto.
—Dijiste que necesitaba a un amigo, y aquí está. Así que ahora llévanos donde
Ángela.

—Creo que te estás olvidando de algo… —dice Sam—. ¿El pago?

—No me olvidé. Tengo una historia. Pero te la mostraré.

Con mi mano libre toco la mejilla de Sam, la cual está suave y fría, inhumana. Su
pena me abruma, haciendo que Thiago jadee, mientras ésta pasa de mí hacia él, pero yo
lucho contra ésta, apretando la mano de Thiago y enfocándome en la hora que pasé con
mi madre. Le enseño todo ese momento a Sam, su voz contándome la historia, el viento
volando su cabello, la forma en que ella se sintió al contármelo, la suavidad de su mano
contra la mía, y finalmente las palabras: Mentí. Lo amaba.

Sam se estremece. Es más de lo que esperaba. Lo siento empezando a temblar


debajo de mi mano. Retrocedo un paso y lo suelto.

Esperamos a ver qué hará. El tren se está acercando a la estación. Los ojos de Sam
están cerrados, su cuerpo absolutamente rígido.

—Sam… —suelto—, deberíamos irnos.

Abre sus ojos. Sus cejas están unidas, como si estuviera adolorido. Nos mira a mí y a
Thiago como si no supiera qué hacer con nosotros. Como si tuviera segundos
pensamientos.

—¿Estás absolutamente segura que tienes que quieres hacer esto? —pregunta, con
voz estrangulada—. Una vez que subas a este tren particular, ya no hay vuelta atrás.

—¿Por qué tenemos que tomar un tren? —pregunta Thiago impulsivamente—. ¿No
nos puedes llevar ahí de la manera en que llevaste a Mar y a su madre con anterioridad?

Sam parece ganar un poco de su equilibrio.

—Eso implicaría que gaste energía y podría llamar la atención de lo que estoy
haciendo. Ustedes deben ir de la forma común en que lo hacen los malditos de este
mundo.

—De acuerdo —dice Thiago—. Entonces será en el tren.

—¿Estás seguro? —le pregunto silenciosamente, mirándolo a los ojos.

—Iré a donde tu vayas.


—Estamos listos —le digo a Sam.

Él asiente.

—Escúchenme atentamente. Los llevaré donde su amiga, donde he acordado que


esté a una hora determinada. Deben convencerla de irse con ustedes.

—¿Convencerla? —interrumpe Thiago—. ¿No estará ansiosa de salir de ahí?

—No hables con nadie más, sólo con ella —dice Sam, ignorando a Thiago.

—Ningún problema.

—Nadie más —repite con dureza—. Mantengan sus cabezas bajas. No miren a
nadie a los ojos. —Se voltea hacia Thiago—. Intenta mantener contacto físico con tu
amiga, pero cualquier signo extraño de afecto o conexión entre ustedes será notado, y
ustedes no quieren ser notados. Manténgase cerca a mí, pero no me toquen. No me
miren directamente. No me hablen en público. Deben hacer exactamente lo que les digo,
cuando se los digo, sin preguntas. ¿Entienden?

Asiento.

El tren se detiene. Sam toma dos monedas doradas de su bolsillo y las deja en mi
mano.

—Para el pasaje. —Le paso una a Thiago—. Tu cabello —dice, y sube la capucha.

Las puertas se abren. Me acerco a Thiago, de tal manera que nuestros hombros se
tocan. Juntos seguimos a Sam hacia los asientos. Las puertas se cierran. Ya no hay
marcha atrás.

Esto es.

Estamos yendo al infierno.

***

Estamos dentro del auto. Inmediatamente estoy abrumada por una sensación
claustrofóbica, como si las paredes nos estuvieran encerrando. Y no ayuda que haya una
multitud de personas alrededor nuestro, como sombras, como fantasmas. Afuera, por la
ventana, puedo ver que todo está completamente negro, como si estuviéramos pasando
a través de un túnel sin fin.
Tengo miedo. Quiero apretar la mano de Thiago, pero no puedo. La gente lo notará.
No queremos ser notados, no podemos. Así que me quedo sentada, con la cabeza gacha,
ojos mirando el suelo, mi corazón latiendo rápidamente, mientras su miedo se mezcla
con el mío. Pero también estoy determinada. Vamos a hacer esto, esa tarea imposible
que recae ante nosotros. Vamos a rescatar a Ángela.

Y estoy agradecida, en ese momento, que Thiago esté conmigo. Él está aquí. Mi
compañero. Mi mejor amigo. No tengo que hacer esto sola.

El tren se detiene dos veces, y a la tercera, Sam se mueve hacia la puerta. Me mira,
haciendo una señal, y sale. Thiago y yo nos ponemos de pie y nos movemos entre la
gente, mientras los sentimientos de odio, amor perdido, resentimiento, infidelidad, llena
mi corazón. Luego estamos sobre una plataforma, y puedo respirar de nuevo. Sam está a
unos cuantos pasos, ya perdiendo su humanidad; es más alto y más amenazador, de
color gris.

El lugar es la misma ciudad donde vivimos, solo que llena de colores grises al igual
que la gente; gente de color gris, violenta, y llena de pena.

Sam empieza a caminar por una calle. Esperamos unos segundos antes de seguirlo.
La calle no tiene ningún carro, nadie está conduciendo, pero la masa de personas en la
acera balancea esta situación. Sólo hay un auto negro en una esquina. Mientras nos
acercamos, el conductor sale y cruza para abrirle la puerta a Sam. Muerdo mi labio
cuando me doy cuenta que el conductor no tiene ojos ni boca, solo una expansión de su
piel de nariz a mentón.

—Estoy llevando a éstos dos para que sean marcados por Asael —le dice Sam.

El conductor asiente.

Siento la ola de ansiedad de Thiago al escuchar el nombre de Asael. Esta podría ser
una trampa, y podríamos estar caminando directo a ella. Pero, nos arriesgamos,
entrando al auto.

El conductor se detiene en una tienda de tatuajes. Sale del auto y nos abre la puerta
para que nosotros salgamos. Me quedo sin aliento.

Sam nos empuja hacia el edificio, luego abre la puerta y la sostiene mientras
entramos. Todo es blanco y negro, desde el sofá hasta las paredes. El suelo está sucio y
todo se ve escalofriante. Nos quedamos un momento en la sala de espera. Luego, se
escucha un grito proveniente de alguna parte del edificio.
Un hombre aparece, uno pequeño, delgado con la cabeza rapada. Un ángel, pienso,
aunque no como uno que haya visto antes.

—Sam —dice, inclinando su cabeza como en una especie de devoción.

—Koka —lo saluda Sam.

—¿A qué debemos este honor?

—He traído a éstos dos para mi hermano. Son de los caídos. Creo que los encontrará
increíbles.

—¿Por qué te detuviste aquí? ¿Por qué no directamente al maestro?

—Pensé que lo complacería el que sean marcados primero —dice Sam—. ¿Puedes
darles una cita ahora? Espero presentárselos a Asael pronto.

—¿Qué es ahora? —responde Koka, sonriendo—. Tráelos más tarde. ¿Tendremos


que quebrarlos?

—No —dice Sam—. Ya lo he hecho. No deberían ofrecer ninguna resistencia.

Seguimos a Koka hacia un corredor estrecho, hacia una pequeña habitación. Hay
una persona reclinada en una gran silla, con un hombre, inclinado sobre ella. Desde este
ángulo no puedo ver su rostro, sólo sus manos mientras aprietan los brazos de la silla.

Está usando esmalte negro, pero me imagino que en la tierra eso sería color morado.

Thiago y yo nos quedamos sin aliento al mismo tiempo. Koka nos inserta más en la
habitación, y desearía poder sostener la mano de Thiago mientras el desprecio de
Ángela me golpea. El chico está tatuándole algo a un lado de su cuello. Ella está usando
una camisa casi del mismo color que su pálida piel, y jeans sucios, sin zapatos. Su
cabello está atado en un nudo suelto, con ojeras tan grandes que casi obstruyen sus ojos.
Su brazo derecho está completamente cubierto de palabras, algunas fáciles de leer, otras
indescifrables.

Celosa, leo en su antebrazo. Mala amiga. Descuidada.

Egoísta, leo en la curva de su codo.

Perra, en el pequeño espacio donde su brazo se conecta con su hombro.

Le mentí a mi madre, a mis amigos, empecé un rumor, escondí la verdad, por su brazo.
—Siéntense —nos comanda Sam, y obedientemente lo hacemos en un par de sillas
desplegables contra la pared.

Intento mantener mis ojos bajos, pero una parte de mí no puede apartar la mirada
de Ángela.

—Desmond, te hemos traído unos nuevos clientes —dice Koka.

—Justo estoy terminando acá.

Mala madre, es el tatuaje que le están haciendo en su cuello.

—Una mala madre —remarca Sam—. ¿Quién es el de la mala suerte?

—Creo que Camilo. Pensé que no tenía la capacidad de ser padre, pero dicen que él
lo es. Asael la manda a ella aquí cada vez que no lo complace, lo que es usual.

Ángela toma un gran respiro, y suelta un pequeño sollozo, lo que provoca que
mueva su cuello y malogre el progreso de Desmond. Sin pensarlo dos veces, él la
golpea, fuerte, en su cara. Tengo que morderme el labio para evitar llorar. Ella se desliza
en la silla, cierra sus ojos. Lágrimas grises se deslizan por sus mejillas mientras él
termina la palabra.

—Me gustaría escoger el diseño para la chica —dice Sam—. ¿Me mostrarías tu
libro?

—Sí. Por aquí —dice Koka.

Sam sigue a Koka fuera de la habitación, para elegir mi tatuaje. Sin duda no será
una hermosa mariposa en mi cadera.

Desmond se acerca a mí y me fuerzo a mirar al suelo mientras inspecciona mi


rostro.

—Hermosa piel —dice—. No puedo esperar trabajar en ti.

Luego, se quita sus guantes, los lanza hacia una esquina, se estira y se suena la
nariz.

—Necesito refrescarme —dice.

Y con eso, sale, sacando una bolsa con pastillas, probablemente droga.
—Tienes tal vez como cinco minutos para hacer tu escape —dice la voz de Sam en mi
cabeza, ahora que estamos solos con Ángela—. Regresa a la estación del tren y toma el que
va hacia el norte. Apresúrese. En pocos minutos todo el infierno estará detrás de ustedes,
incluyéndome. Y recuerda lo que te dije. No hables con nadie. Sólo ve. Ahora.

Thiago y yo nos colocamos al lado de Ángela.

—¡Angie, Angie, ponte de pie!

Ella abre sus ojos, los trazos negros de lágrimas aún en sus mejillas. Frunce el ceño
mientras me mira, como no recordara mi nombre.

—Mar —digo—. Soy Mar. Tú eres Ángela. Este es Thiago. Tenemos que irnos.

—Oh, Mar —dice—. Siempre fuiste tan hermosa. Estoy siendo castigada, ya sabes.

—Ya no. Vayámonos.

Jalo su brazo, pero ella se resiste.

—Los he perdido —susurra.

—Angie, por favor…

—Camilo no me quiere. Mi mamá sí, pero ella también está perdida.

—Joaco te ama —dice Thiago.

Ella alza la mirada hacia él, con ojos angustiados.

—Lo dejé para que ustedes lo encontraran. ¿Lo encontraron?

—Sí —dice él—. Lo encontramos. Está a salvo.

—Está mejor así —dice ella.

Su mano se dirige hacia su cuello, donde acaba de tatuarse, Mala madre. Cojo su
mano y siento su pena. Nadie la ama, nunca podrá volver.

—Sí puedes —susurro en su mente—. Ven con nosotros.

—¿Cuál es el punto? Se ha terminado —dice—. Está todo perdido.

En ese instante sé que su alma está herida. Nunca se despertará de este trance, no
así. Nunca acordará venir con nosotros. Vinimos aquí para nada. Nadie me ama, piensa.
No, no dejaré que esto suceda, no de nuevo. Así que la cojo de los hombros y la
fuerzo a mirarme.

—Ángela, te amo, por el amor de dios. ¿Crees que vendría hasta acá, al maldito
infierno, para rescatarte si no te amara? Te amo, Joaco te ama, y él te necesita. Angie,
necesita a su mamá y no tenemos más tiempo por perder para que sientas lástima.
¡Ahora ponte de pie! —le comando y en ese preciso momento, le mando una explosión
de gloria directamente a su cuerpo.

Ángela salta apenas, luego parpadea, aturdida, como si le hubiese lanzado un vaso
de agua en su cara. Me mira a mí y a Thiago una y otra vez, sus ojos ampliándose.

—Ángela —susurro—, ¿estás bien? Di algo.

Sus labios se curvan lentamente en una sonrisa.

—Diablos —dice—, ¿quién murió y te convirtió en jefa?

La miramos. Se pone de pie de un salto.

—Vayámonos.

No hay tiempo para celebrar. Nos deslizamos en el pasillo, de nuevo a la sala de


espera desierta. Nos lleva dos segundos salir hacia la calle, manteniéndonos juntos,
Thiago guiándonos hacia el norte, hacia la estación de tren. Cuando estamos a una
cuadra de distancia, empezamos a movernos más rápido. Sólo una cuadra y estaremos a
salvo. Por supuesto que sé que esto no ha terminado. Salir de aquí es solo el primer
paso. Pero al menos estaremos vivos.

Pero luego veo la pizzería.

Me detengo tan de pronto que Ángela se golpea contra mí. Thiago chilla mientras
me aferro a su brazo. Las almas grises se empujan a nuestro alrededor, aullando,
gritando, pero yo me quedo por un minuto con mis pies plantados y miro al otro lado
de la calle, el edificio donde mi hermano solía trabajar.

—No me digas que quieres una pizza en este momento —dice Ángela.

—¿Mar? —dice Thiago.

Me salgo de nuestro contacto hacia la calle vacía.

—Mar, Stefano no está ahí. Regresa a la acera —dice Thiago con urgencia.
—¿Cómo lo sabes? —Tengo una sensación horrible, una picazón en mi estómago.

—Porque él no está muerto, no pertenece aquí.

—No estamos muertos. Ángela no lo estaba —digo, y tomo otro paso, jalándolos hacia
la calle conmigo.

—Tenemos que irnos —dice Thiago, mirando hacia la estación—. No podemos salirnos
del plan ahora.

—Tengo que revisar —digo y luego suelto sus manos.

—¡Mar, no!

Pero estoy yendo. Las emociones de las almas me golpean, ahora que no tengo la
fuerza de Thiago a mi lado, pero rechino mis dientes y camino rápidamente al otro lado
de la calle. Hacia la pizzería. Cada paso me acerca a la ventana principal, que tiene una
grieta horizontal y larga sobre el vidrio, como si fuera a colapsar en cualquier momento.
Pero a través de ésta, veo a Stefano, con la cabeza gacha, un secador en su mano,
limpiando la mesa en círculos ausentes.

Es peor de lo que pensaba.

Mi hermano está en el infierno.


DIECINUEVE

Tierra de Zombis

No tengo tiempo para pensar, atravieso la puerta y voy hacia él, sabiendo que en
cualquier momento vendrán por nosotros, y al tanto de lo que le prometí a Sam, de no
hablarle a nadie más que Ángela. Pero no me importa, él es mi hermano.

—Mar, ¿qué haces aquí? —dice cuando me ve.

No hay tiempo para explicaciones.

—Necesito que por esta vez hagas lo que te digo —digo silenciosamente, mirando
alrededor.

Cojo su mano y lo llevo hacia la puerta.

—Ven conmigo Stefano. Ahora.

Se aparta de mí de golpe.

—No puedes venir aquí y ordenarme. Este es mi trabajo, Mar. Apesta, pero el hecho
de tener un trabajo es que no puedo venir e irme cuando quiero.

Él no sabe dónde está. Cree que esta es una vida normal, y yo no tengo tiempo de
pensar en lo depresivo que es que mi hermano no pueda diferenciar entre la normalidad
y la eterna maldición.

—Este no es tu trabajo —digo—. Vamos. Por favor.

—No —dice—. ¿Por qué debo escucharte? La última vez realmente me trataste mal,
me gritaste, y luego no regresaste hasta el día de hoy, y ahora esperas que…

—No sabía que estabas aquí—lo interrumpo—. Hubiese venido antes si lo hubiese
sabido.

—¿De qué estás hablando? ¿Te has vuelto loca?


La barrera entre mí y los sentimientos de los demás me empiezan a golpear,
pequeños susurros.

No es de su incumbencia.

Lo odio. Merezco algo mejor.

Trampa. Me hicieron una trampa.

Parpadeo furiosamente e intento aclarar mi cabeza, concentrarme en Stefano, pero


luego….

¿Qué está haciendo aquí?

Mierda. Miro sobre el hombro de Stefano y ahí está Martina, en el marco de la


puerta con una expresión totalmente sorprendida al verme.

—Tú…¿qué haces aquí? —demanda, sus ojos llenos de furia.

Se acerca hacia nosotros y se agarra del brazo de mi hermano.

—Suéltalo —digo en voz baja.

Inmediatamente Thiago está a mi lado, mirando a Martina con ojos fieros,


recordándole que él mató a su hermana y puede volver a hacerlo con ella.

—Nos vamos —dice Thiago—. Ahora.

—No voy a ir contigo —dice Stefano.

—Cállate —espeto—. Voy a sacarte de aquí.

—No —dice Martina, su voz más calmada que antes—. No lo harán. —Le sonríe
dulcemente a Stefano—. Puedo explicarte todo esto bebé, te lo prometo, pero primero,
tengo que lidiar con algo. ¿Quédate justo aquí, de acuerdo? Tengo que irme por un
minuto, pero volveré enseguida. ¿De acuerdo?

—De acuerdo…. —dice Stefano, frunciendo el ceño.

Está confundido pero confía en ella.

Ella se inclina para besarlo suavemente en la boca, y él se relaja. Luego lo suelta, lo


que me sorprende porque lo está soltando sin siquiera pelear. Se aleja de nosotros, y
luego entiendo lo que piensa hacer. Se dirige hacia el club, a tres cuadras, para encontrar
a su padre. Para traer a todo un mundo contra nuestras cabezas.

Cuando está fuera de vista, me dirijo hacia Stefano, quién regresa para continuar
limpiando la mesa.

—¡Stefano, Stefano! Mírame. Escúchame. Estamos en el infierno. Tenemos que irnos,


ahora, así podemos coger el tren y salir de aquí-

Sacude su cabeza.

—Te lo dije, tengo que trabajar. No puedo irme.

—Este no es el lugar donde trabajar —digo—. Este es el infierno. Es sólo una


reflexión de la tierra. Esta no es una pizza de verdad, ¿lo ves? —Cruzo la mesa y cojo un
pedazo de pizza falsa, y se la muestro. Se empieza a disolver en mi mano, con un color
gris—. No es real. Nada es real aquí. Nada es sólido. Este es el infierno.

—No existe tal cosa como el infierno —murmura, su mirada en la pizza—. Es algo
que la iglesia inventa para asustarnos.

—¿Martina te dijo eso?

No responde, pero en sus ojos veo los inicios de la duda.

—No lo recuerdo.

—Ven conmigo, y tomaremos el tren, y todo estará bien de nuevo. Lo prometo.

Se resiste mientras jalo su brazo.

—Martina dijo que volvería. Dijo que explicaría.

—No hay nada que explicar. Es simple, estamos en el infierno. Necesitamos salir.
Martina es un Ala Negra, Stefano. Ella te trajo aquí.

Sacude su cabeza, su mandíbula tensa.

—No. No es posible.

Thiago está desesperado en la puerta, sin poder esperar más.

—Tienes que venir ahora.


—Vamos, Stefano —insisto—, confía en mí. Soy tu hermana. Tenemos que estar
siempre juntos. Es lo que mamá nos dijo, ¿recuerdas? Has esto por mí ahora.

—De acuerdo —asiente—. De acuerdo.

Me quedo sin aliento y me lleno de alivio mientras caminamos hacia la puerta. Cojo
la mano de Thiago y la de Stefano y nos dirigimos hacia la estación.

Se escucha el sonido del tren llegando y todos nos quedamos mirando, incluso la
gente gris. Y es ahí donde me doy cuenta del tumulto. Las almas perdidas se están
acercando a nosotros, nos están mirando, están abriendo sus bocas, mostrando sus
dientes negros, sus lenguas como llamas.

—¡Corran! —grita Ángela, cuando todos nos apuntan con un dedo.

Corremos hacia la estación, con nuestros brazos atados. Pienso que podemos
hacerlo, pero me equivoco cuando somos detenidos por personas grises impidiéndonos
el paso. Hay demasiados frente a nosotros, un ejército de malditos entre nosotros y la
estación. Sus dedos son fríos, como los de zombis, sus manos arrancando mi capucha,
luego tocando mi pelo. Ángela está pateando, gritando y llorando, Stefano es arrancado
de mi agarre. Todos están a nuestro alrededor, a cada lado, chillando, gritando cosas en
un lenguaje que no entiendo.

Pero luego se detienen, se apartan, y bajan sus rostros de nuevo, dejándonos a los
cuatro jadeando en un pequeño círculo en medio de la pista. Estamos atrapados.

—Te dije que no hablaras con nadie —dice la voz de Sam.

Siento su miedo, su emoción. Él esperaba esto. Él sabía que Stefano estaba en el


infierno, y sabía que le hablaría. Empiezo a creer que nos hizo una trampa.

—Por favor —digo desesperadamente—, ayúdanos.

—No puedo ayudarte ahora. Juan Cruz te tiene.

La multitud de gente gris se está apartando para dejar a alguien pasar. Aún no lo
puedo ver, pero si lo puedo sentir. Lo conozco. Mi sangre se hiela, cuando este ángel,
lleno de pena, se acerca. Es poderoso, es el odio profundo.

—Juan Cruz —susurro.


Me volteo hacia Thiago. Me sonríe tristemente, alza mi mano hacia sus labios y besa
mis nudillos. Ángela coloca su mano tatuada en mi hombro y lo sacude.

—Gracias por intentarlo—dice—. Significa mucho que lo hayas hecho.

—¿Qué sucede? —pregunta Stefano.

—Estamos terminados —respondo—. No hay salida.

—Podrías hacernos cruzar. —Los ojos de Thiago encuentran los míos, llenos de
esperanza—. Llama a la gloria, Mar. Este es el momento. Tenías razón, este es tu
propósito. Llama a la gloria. Sácanos de aquí.

Busco la gloria, pero la pena presiona.

—No puedo. Hay tantos, mucha pena. Puedo sentirlos…

—Olvídalos. —Toma mi rostro entre sus manos—. Olvida a Juan Cruz. Sólo quédate
conmigo.

Miro sus ojos verdes, tan de cerca que puedo ver destellos de oro.

—Te amo —murmura—. ¿Puedes sentir eso? A ti. No a un destino en el que creo.
Sino a ti. Estoy contigo. Mi fuerza. Mi alma. Mi corazón. Siéntelo.

Lo siento. Siento su fuerza, y más importante, la mía. Tiene razón, puedo hacer esto.
Tengo que hacerlo.

Mi luz explota a nuestro alrededor. Y nos saco de este mundo.

***

La luz se toma su tiempo para desvanecerse. Me aparto de Thiago, mi aliento


regresando con jadeos. Gentilmente él aparta un mechón de pelo lejos de mi rostro, la
parte de atrás de su mano contra mi mejilla. Quiere besarme.

—Consíganse una habitación —dice Ángela, quitando su mano de mi hombro.

Thiago mira alrededor.

—¿Dónde estamos?

Una vaca aparece nerviosamente en la oscuridad, y todos se voltean a mirar menos


yo. Alzo mi mano y llamo a la gloria para que puedan ver lo que yo ya sé que hay ahí:
un grupo de establos a un lado, equipamiento de granja, un tractor viejo en el fondo,
henil sobre nosotros.

—Hermosa —dice Ángela—. Quiero una.

Me tambaleo hacia la pared para prender la luz. Mis rodillas se sienten graciosas
mientras siento parpadear mi luz. He gastado bastante energía en los últimos minutos.
Estoy cansada.

—¿Qué es esto? —pregunta Thiago, aún mareado—. ¿Una granja?

—La granja de los Lanzani —digo, mirando el suelo para evadir sus ojos.

Ángela empieza a reír.

—Nos trajiste a la granja de Peter —dice, sus ojos brillantes.

—Lo siento —le susurro a Thiago.

—¿Lo sientes? —repite Ángela—. ¿Lo sientes? Nos sacaste del infierno, nos trajiste a
casa.

Stefano se sienta encima de un cúmulo de paja, su rostro pálido, agarrando su


estómago como si le hubiesen golpeado ahí.

—Nos sacaste del infierno.

—Nos sacaste del infierno —repite Thiago, con tanto orgullo en su voz que lágrimas
aparecen en mis ojos.

—Estaba en el infierno —susurra Stefano—. ¿Vieron los ojos de esas personas?


Estaba en el maldito infierno. ¿Cómo terminé ahí?

—¿Dónde está Joaco? —Ángela pregunta de pronto—. ¿Dónde está?

—Está con Emi. Está a salvo.

—Quiero verlo. ¿Podemos ir a verlo? Apuesto a que no me va a reconocer.


Probablemente sea más alto que yo ahora. ¿Dónde dijiste que estaba?

Thiago y yo intercambiamos miradas de preocupación.

—Está con Emi —digo de nuevo, lentamente—. Aún es un bebé, Angie. Ni siquiera
tiene tres semanas.
Me mira, luego a Thiago.

—¿Tres semanas?

—Hemos estado cuidándolo muy bien. Está genial, Angie. Quiero decir, llora,
mucho. Pero fuera de eso, es un excelente bebé.

—Pero… —Cierra sus ojos y lleva una mano temblorosa a su boca. Ríe de nuevo—.
Así que no me lo perdí. Cada día pensaba, Me lo estoy perdiendo. Estoy perdiendo su vida.

Sabía que el tiempo funcionaba distinto en el infierno, pero no esperaba esto.

—Gracias por venir —murmura—. Gracias —repite—, por venir por mí. ¿Cómo me
encontraste?

—Sí, ¿cómo la encontraste? —dice una voz detrás de nosotros—. Esa es la parte que
no puedo descubrir.

Ángela alza la mirada. Luego inclina su cabeza hacia abajo y gruñe.

Me volteo. Ahí, de pie en la sombra de la parte trasera de la granja, está Juan Cruz.
Martina está a su lado, con los brazos cruzados.

Stefano se pone de pie.

—¿Martina? ¿Sr. Juan Cruz?

—Hola Stefano —dice Juan Cruz.

J. Cruz da un paso hacia adelante, y yo me adelanto colocando un círculo de gloria a


nuestro alrededor. Estoy tan cansada. La luz empieza a parpadear inmediatamente, pero
antes que se apague, Thiago la reemplaza con su propia gloria.

J. Cruz se detiene, con enojo en su rostro, como si hubiéramos hecho algo muy rudo.
Primero mira a Stefano, quién lo está mirando aturdido, luego mira a Ángela, quién no
alza o mueve su cabeza, luego a Thiago. Finalmente a mí.

—No puedo creer que no nos hayamos conocido —dice él—. Soy el papá de
Martina.

—Eres Juan Cruz —digo—, el líder de los Observadores. Un Ala Negra.


—¿Por qué insistes con eso? Negro, blanco, gris, ¿Qué importa? Stefano, tú me
conoces. ¿Alguna vez he sido malo contigo?

—No —dice Stefano, pero empieza a verse confundido.

—Sí importa —le digo a mi hermano—. El bien y el mal existe, Stefano. Son reales.
Este hombre es el mal. ¿No lo sientes?

J. Cruz ríe como si la idea fuera una locura y Martina se une.

—Vamos Stefano —dice ella—, regresa con nosotros. No perteneces aquí. Debes
estar conmigo.

—¿En el infierno? —pregunta él.

Sus ojos brillan.

—Ese no era el infierno. Claro, sí era un mundo alternativo al nuestro, pero no es el


infierno. ¿Acaso viste lava caliente o a un hombre con traje rojo con una cola? Eso es un
mito, bebé. Lo que importa es que podemos estar juntos. Estamos destinados a estar
juntos, ¿verdad?

—No —dice lentamente—. No pertenezco contigo.

—¿Qué? ¿Qué dices?

—Él dice que cree que ustedes dos deberían fastidiar a otras personas —suelto—.
Suficiente con la charla —le digo a Thiago en su mente—. Salgamos de aquí. Me sentiría
mucho mejor estando en tierra sagrada.

—¿Puedes hacerlo? ¿No estás cansada?

Lo estoy, pero estoy bastante motivada de salir de aquí.

—Estoy bien.

Thiago toma mi mano, e instantáneamente me siento fuerte. Thiago se inclina y le


susurra algo a Ángela. Ella se pone de pie, sin mirar a Martina o a Juan Cruz, y envuelve
su brazo en el de Thiago.

Estiro mi mano hacia la de Stefano.

—Vayamos a casa —digo.


—Stefano, escúchame… —dice Martina.

Empiezo a imaginar nuestra casa, a unas cuantas millas de aquí. Ahí es donde nos
llevaré, y estaremos a salvo ahí.

Stefano toma mi mano, lo que me hace sentir aún más fuerte.

—Vayamos —dice él.

J. Cruz hace un sonido de enojo en su garganta, pero él no puede detenerme, no


puede tocarme, así que cierro mis ojos.

En dos segundos nos sacaré de aquí. En dos segundos.

Pero luego la puerta se abre y Peter entra.

En el momento que lo veo sé que estamos en problemas.


VEINTE

A Salvo

Peter no ve inmediatamente a J. Cruz o a los otros, sólo tiene ojos para mí.

—Volviste —dice, con tanto alivio en su voz que quiero llorar y también advertirle
de J. Cruz.

—¿Y quién es este que se ha unido a la fiesta? —pregunta J. Cruz.

Por un momento nadie hablar. Peter se pone derecho, y sé que está deseando haber
traído su pistola esta vez.

—Este debe ser Peter —dice Martina, colocándose a su lado—. Stefano me contó
todo sobre él. Es el novio de Mar.

—Ah. Un humano frágil —dice J. Cruz—. Interesante.

—No es mi novio —digo, encontrando mi voz.

—¿Ah no? —dice J. Cruz, mirándome sorprendido. Está disfrutando de esto.

—Terminamos. Es como dijiste, es un humano. Él no me entendía, no funcionó.

La mano de Thiago se aprieta contra la mía, y él se da cuenta que aunque lo que


estoy diciendo es técnicamente cierto, también es una mentira, y puede sentir lo
desesperada que estoy porque J. Cruz se lo crea. No quiero que utilicen a Peter como
carnada.

—Ella está conmigo ahora —dice Thiago.

—Es cierto, ustedes dos se ven asquerosamente unidos —dice J. Cruz—. Pero, me
pregunto: ¿Por qué viniste aquí? ¿Por qué, de todos los lugares en la tierra, llegaste aquí,
a este chico?

Encuentro los ojos de Peter y trago. Y sé la respuesta: él es mi casa.

—Martina, sé educada y sostiene al humano, ¿de acuerdo?


Inmediatamente, hay una cuchilla en la garganta de Peter. Martina toma su brazo y
lo aparta de J. Cruz, sus ojos brillando con la emoción. Escucho la pena que hace que la
cuchilla vibre mientras toca el cuello de Peter, y él hace una mueca.

—Ahora —dice él—, negociemos. Creo que un intercambio está bien para la
ocasión. Una vida por otra vida.

—Yo iré —se ofrece Ángela—. Volveré contigo, Padre.

—No te quiero a ti. No has sido más que desilusión para mí, desde que te encontré.
Mírate. —Sus ojos escanean su cuerpo, quedándose en las marcas de su brazo. Mala hija.

Ella no responde, pero parte de ella parece temblar por dentro. Nadie me ama, pasa
por su mente.

—Quiero a Stefano —dice Martina, como una niña demandando su juguete


favorito—. Ven, bebé, ven conmigo —le dice, sonriéndole.

Stefano toma un gran respiro y empieza a caminar hacia adelante, pero yo cojo su
brazo y lo jalo.

—Querida, dulce Martina —dice J. Cruz—, sé que tienes un flechazo con este chico,
y sé que te puse a trabajar con él, pero creo que prefiero tener a esa.

Me apunta.

—No —dicen Thiago y Peter a la vez.

—¿Lo ves? —dice J. Cruz, sonriendo—. Ella vale mucho. Estoy ansiando saber cómo
saliste del infierno. Alguien te enseñó, ¿verdad?

—Llévame a mí—dice Thiago.

—Ni siquiera sé quién eres. ¿Por qué te querría?

—Él es el que asesinó a mi hermana —acusa Martina.

Los ojos de J. Cruz brillan.

—¿Es cierto? ¿Mataste a mi hija?

—Thiago, no….

—Sí —dice Thiago—, pero yo soy tu hijo.


Su hijo. Oh Dios Mío, no esperaba eso.

Martina jadea, sus ojos amplios. Si Thiago es hijo de J. Cruz, eso significa que
también es su hermano. Su hermano y el hermano de Ángela. Estamos teniendo una
especie de reunión familiar.

¿Cuánto tiempo habrá sabido eso?, me pregunto. ¿Por qué no me lo dijo?

—¿Mi hijo? —dice J. Cruz con ojos amplios—. ¿Por qué pensarías que eres mi hijo?

—¿Eres el recolector, verdad? Recogiste a mi madre, se llamaba Bonnie. Una


Dimidius. La conociste en Nueva York, en 1993.

—Ah, lo recuerdo —dice J. Cruz—. Ojos verdes. Cabello largo. Una pena lo que le
pasó. Odio destruir cosas hermosas. Pero simplemente no me quería decir donde podía
encontrarte. Dime, ¿tienes puntos negros en tus alas?

—Cállate —murmura Thiago, demasiado enojado.

—Bueno ahora, eso cambia las cosas. Tal vez te quería, después de todo. Aunque
tendrás que ser castigado, supongo, por matar a Olivia.

—No —digo firmemente, sacudiendo mi cabeza—. Iré contigo. Peter es mi


responsabilidad, de nadie más. Yo iré.

—Mar —gruñe Thiago en mi mente—. Deja de hablar y déjame hacer esto.

—No eres mi jefe. Piénsalo. Lo que acabas de contarle, fue increíblemente valiente, y sé que
lo hiciste por mí, pero fue…estúpido. Tenemos que ser inteligentes con esto. De todos, yo soy la
que más posibilidades tiene de salir del infierno.

—No sin mí —dice él—. Te volverás loca ahí sin alguien en quién sostenerte.

—Encuentra a mi padre —digo, ignorándolo—, tal vez él pueda ir por mí. Iré, no hay más
discusión. Además, tú eres el que está sosteniendo la gloria.

Y con eso, antes que pueda responder, salgo del círculo. Peter gruñe cuando me
acerco a ellos.

—Suéltalo —digo, mi voz delgada—. Una vida por otra vida, como dijiste.

J. Cruz asiente hacia Martina, cuya cuchilla desaparece, pero aún sostiene la
chaqueta de Peter.
—Déjalo caminar hacia la gloria —digo.

—Primero, ven conmigo —insiste J. Cruz.

—¿Qué te parece si lo hacemos al mismo tiempo?

Sonríe.

—De acuerdo. Ven.

Doy un paso hacia él, y Martina se acerca al círculo con Peter.

—No dejes que te toque —susurra Ángela en mi mente—, te envenenará.

Ese es un problema que no sé cómo voy a evadir. J. Cruz abre sus brazos como si me
estuviera dando la bienvenida a casa. No puedo evitar dejarlo tocarme y unos pocos
segundos, sus manos están en mis hombros, luego sus brazos alrededor de mí, y Ángela
tiene razón, mi mente se llena de remordimiento. Todos los fracasos, cada mal
movimiento que he hecho, cada duda que he tenido de mí misma, todo viene hacia mí.
Fui a una chica egoísta, despreciable con la gente a mí alrededor. Nunca agradecí, fui
una hija desobediente, una mala hermana, una terrible amiga. Débil. Cobarde.

J. Cruz murmura algo bajo su aliento y sus alas aparecen. El mundo se está
desvaneciendo, convirtiéndose en negro y frío y sé que en cualquier momento estaremos
de nuevo en el infierno y esta vez no habrá forma de combatir la pena. Me hundirá.

Volteo mi cabeza para obtener una última mirada de Peter a través de las alas
blancas de J. Cruz.

Le mentí. Le rompí el corazón, lo traté como un niño. No fue fiel, lo lastimé.

—Sí —dice J. Cruz, un siseo de serpiente en mi oreja—, sí.

—Pero eso no es todo —dice una pequeña voz en mi cabeza. La mía—. Luchaste por
protegerlo. Te sacrificaste, tu propia alma, así él pudiese vivir. Lo amas.

J. Cruz hace un sonido. Lo empujo lejos de mí, el peso de sus alas pesado a mí
alrededor, y lucho por ver algo distinto a la negrura. Su boca se abre, jadeando como si
le faltara aire, y aún hace ese sonido en la parte de atrás de su garganta.

—¿Padre? —pregunta Martina.


Él se tambalea, llevándome con él. Sus alas me sueltan, y es ahí cuando veo mi
espada de gloria enterrada en su pecho. Alrededor de su herida, se ve la carne, que
quema, de la forma en que hizo la oreja de Sam hace tanto tiempo.

La boca de J. Cruz se abre y se cierra, pero ninguna palabra sale. La luz de mi


espada se está enterrando en él. Me mira como si no me reconociera, sus manos
sostienen mis hombros, pero de pronto está débil y yo soy muy, muy fuerte.

Empujo la espada más al fondo.

Él grita, luego, una explosión de agonía golpea las paredes y hace que todos se
tapen los oídos. Humo sale de J. Cruz mientras se inclina contra mí, y quiero alejarme de
él. Mis dientes se juntan mientras saco la espada de su cuerpo. Doy un paso atrás. Él cae
de rodillas, y mi brazo se mueve hacia su ala, cortándola y haciéndola explosionar en un
cúmulo de plumas y humo.

J. Cruz parece no notarlo. Su mano aún está en su corazón, y de pronto alza sus
brazos al cielo como una especie de ruego silencioso.

—Perdóname —dice, y luego cae de cara en el sucio suelo de la granja, antes de


desaparecer.

Nadie habla. Hago una reverencia con mi cabeza por un minuto, mi cabello cayendo
salvajemente sobre mi rostro, el calor de la gloria aún moviéndose a través de mí. Luego
alzo la mirada hacia Martina. Aún está agarrando con fuerza a Peter, su rostro lleno de
horror.

—Suéltalo —digo.

Ella lo acerca más.

—Retrocede —dice, apuntando con su espada.

—Suéltalo —digo con mayor firmeza.

—Martina —dice Stefano, gentilmente, dando un paso hacia adelante.

Thiago ha soltado su círculo de gloria y la granja está en completa oscuridad.

—No —dice Martina.

Me mira, con lágrimas en los ojos.


—Tú. Me has quitado todo.

—Martina —insiste Stefano—, baja la espada.

—¡No! —grita—. ¡Retrocede!

Alzo la espada, amenazándola, y ella tiembla. Sus alas se abren inmediatamente, y


alza a Peter sin esfuerzo, con un brazo al frente de su chaqueta, y sus alas batiendo
furiosamente, cargándolo hacia arriba, y rompiendo la ventana del techo. Todos los
cubrimos el rostro con un brazo para evitar que los vidrios caigan en nuestro cuerpo, y
cuando alzo la mirada de nuevo, ella ya se ha ido.

Mi gloria se desvanece. Se ha llevado a Peter.

Sin decir una palabra, estoy detrás de ellos. Me detengo en el aire, mirando desde lo
alto, buscándola. Escucho la voz de Thiago en algún lado detrás de mí, diciéndome que
lo espere, que iremos juntos, pero no puedo esperar. Veo un punto a la distancia y sé
que es ella, así que la sigo, volando con más fuerza y más rápido. Vuelo y vuelo,
siguiéndola, hacia lo alto, donde el aire se pone delgado y frío. Y me doy cuenta que está
volando en cualquier dirección, no sabe a dónde ir, simplemente está asustada.

En minutos estamos en un Parque Nacional, con el Lago de la Ciudad apareciendo


debajo de nosotras como un espejo contra la tierra. Martina se alza hacia el cielo, hacia lo
más alto y me pregunto qué planea. El aire es muy delgado y mi garganta se siente seca
con cada respiro que tomo, mis pulmones buscan oxígeno.

—¡Detente! —le grito.

Ella disminuye la velocidad y jadea, sus alas estás cansadas al igual que ella.

—Suficiente —jadea cuando estoy a unos pasos de ella.

Se voltea hacia mí en el aire, con Peter a su lado, brazos y piernas colgando, su


cabeza hacia abajo. Estamos tan arriba que me preocupa que no pueda respirar a esta
altura. Me preocupa que le haya enterrado su espada.

—Dámelo —digo.

Sonríe ligeramente, irónicamente.

—Entonces ven y tómalo—suelta.


La espada de lamento sonando a través del aire me atrapa fuera de combate. Es un
mal lanzamiento pero golpea mi hombro y parte de mi ala izquierda. El dolor es intenso,
la clase de dolor que hace lenta la mente, así que me toma unos cuantos segundos darme
cuenta de lo que ha hecho.

Se está alejando de mí y Peter está cayendo, hacia abajo. Hacia abajo está cayendo.
Hacia el lago, tan debajo de nosotros.

Me olvido de Martina. Sólo está Peter y desde el momento en que salgo a su rescate
sé que no voy a poder atraparlo. Lo intento, me empujo contra el aire, pero él está
demasiado lejos de mí.

Es terrible, aquellos pocos segundos, la forma en que se voltea una y otra vez en el
aire mientras cae, como si fuera un baile, con los ojos cerrados, sus labios apenas
apartados, su cabello golpeando su rostro.

Y luego, cae contra el agua, golpeando con fuerza.

Escucharé aquel sonido en mis pesadillas por el resto de mi vida. Cae contra su
espalda, golpea la tierra con tanta fuerza y tanta rapidez, que puede haber golpeado el
concreto. Yo golpeo el agua momentos después. El agua me envuelve, y se siente tan
helada como si un cuchillo se estuviera enterrando dentro de mí, quitando el aire de mis
pulmones. Me alzo hacia a la superficie, buscando aire. No hay señales de Peter. Busco
en el agua frenéticamente, rezando por una señal, por burbujas, algo que me dé una idea
de en donde buscar, pero no hay nada.

Buceo. El agua es profunda y oscura. Sigo nadando, con mis ojos amplios. Tengo
que encontrarlo.

Empujo profundamente, volteo hacia la otra dirección. Mis pulmones piden aire
pero lo niego. Buceo más al fondo, buscándolo, y cuando estoy por rendirme e ir por
más aire, mis dedos atrapan su bota.

Me toma un tiempo agonizante sacarlo a la superficie, luego a la orilla, luego fuera


del agua. Grito por ayuda con todo lo que puedo, luego caigo de rodillas a su lado y
coloco mi oreja en su pecho.

Su corazón no está latiendo. No está respirando. Nunca aprendí a hacer


resucitación, pero lo he visto en televisión. Pero lo intento, llorando frenéticamente,
tratando de apartar mis sollozos y darle aire por la boca. Presiono su pecho y escucho
que se rompe un hueso, lo que me hace llorar con más fuerza, pero sigo haciendo
compresiones, deseando que su corazón lata de nuevo. Puedo sentir que ya está
bastante herido, tantos huesos rotos, órganos dentro de él heridos, tal vez lejos de
cualquier arreglo. Sangrando por dentro.

—¡Ayuda! —grito de nuevo.

Y, luego, estúpidamente recuerdo que soy más que una chica humana y que tengo
el poder de curar, pero estoy tan asustada que me toma unos cuantos intentos llamar a
la gloria. Me inclino sobre él, la gloria brillando a través de mí en la orilla. No me
importa que alguien me vea, sólo me importa Peter. Coloco mis manos brillantes en su
cuerpo y estrecho mi cuerpo contra el de él, mi mejilla contra la suya, mis brazos a su
alrededor, cubriéndolo con mi calidez, mi energía, mi luz.

Pero no respira. Mi gloria se desvanece con mi esperanza.

Escucho alas detrás de mí. Una voz.

—Ahora sabes cómo se siente —dice ella y yo alzo mi brazo para bloquear su
espada, pero no soy lo suficientemente rápida.

Va a matarme, pienso. Pero no lo hace. Hay un sonido extraño, susurrando por mi


cabeza. Y luego hay una espada de gloria saliendo por el pecho de Martina. Stefano está
detrás de ella, su rostro resoluto pero también sorprendido, como si ni quiera supiera
que estaba haciendo hasta ahora. Suelta sus brazos.

La espada de Martina ha desaparecido. Ella se tambalea hacia el suelo, jadeando


como un pez sin agua.

—Stefano —dice, buscándolo—, bebé.

Él sacude su cabeza.

Ella se coloca sobre su estómago como si fuera a alejarse de nosotros. Luego, sin
advertencia, rueda hacia el lago, y se ha ido.

Me volteo hacia Peter y traigo la gloria de nuevo.

Thiago llega a la orilla, se coloca al lado de Stefano.

—¿Qué sucedió? —pregunta.

Lo miro.
—¿Puedes ayudarme? —susurro—. Por favor. No puedo hacerlo respirar.

Stefano y Thiago intercambian miradas. Thiago se coloca de rodillas a nuestro lado


y coloca su mano en la frente de Peter, como si estuviera tomándole la temperatura.
Suspira y coloca su mano gentilmente en mi brazo.

—Mar….

—No. —Me aparto, sosteniéndome de Peter con más fuerza—. No está muerto.

Los ojos de Peter están oscuros, llenos de pena.

—No —digo.

Le quito la camiseta a Peter, coloco mis manos en su fuerte pecho, sobre su corazón,
aquel que he escuchado latir bajo mi oído tantas veces, y purifico mi gloria sobre él
como si fuera agua, usando todo de mí, cada pedazo de vida y luz que hay dentro de mí,
para destello de luz que puedo encontrar.

—No lo dejaré morir.

—Mar, no —ruega Thiago—. Te harás daño. Ya has dado suficiente.

—¡No me importa! —sollozo, limpiando las lágrimas de mis ojos y apartando las
manos de Thiago mientras intenta alejarme.

—Ya se ha ido —dice Thiago—. Has curado su cuerpo, pero su alma se ha ido.

—No.

Me inclino hacia abajo y coloco mi mano en la pálida mejilla de Peter. Muerdo mi


labio, controlando el llanto que quiere explotar dentro de mí. El suelo se mueve debajo
de mí. Me siento mareada. Me aferro al cuerpo de Peter, lo sostengo contra mí, mis
manos enredándose en su ropa, dejando que mis lágrimas corran contra su hombro. El
sol se pone más caliente, secando mi pelo, mi ropa, secando la suya.

Finalmente alzo la cabeza.

Thiago y Stefano no están. El lago está tan claro que hace una reflexión perfecta del
agua, del cielo, de los pinos alrededor. Todo está increíblemente quiero en su lugar. No
hay ningún sonido más que el de mi respiración. No hay animales. No hay personas.
Sólo yo.
Es como si hubiese detenido el tiempo.

Y Peter está detrás de mí, sus manos dentro de los bolsillos de su jean, mirándome.
Su cuerpo misteriosamente se ha desvanecido de mi regazo.

—Huh—dice, sorprendido—, tenía el presentimiento que estarías en mi cielo.

—Peter —jadeo.

—Zanahoria.

—Esto es el cielo —digo sin respiración, mirando alrededor.

—Así parece.

Me ayuda a levantarme, mantiene mis manos entre las suyas y me guía al lado de la
orilla. Me tambaleo con el tipo de piso, pero Peter tiene menos problema. Finalmente
llegamos a un punto más plano y nos sentamos, hombro con hombro, mirando el agua,
mirándonos uno al otro. Estoy aturdida de verlo saludable, perfecto, cálido, sonriendo y
vivo.

—Ya no creo que esto de morir sea tan malo —dice.

Intento sonreír, pero mi corazón se está rompiendo de nuevo. Porque sé que no me


puedo quedar aquí.

—¿Qué crees que se supone que debo hacer ahora? —pregunta.

—Ir hacia la luz —digo.

—Sí, claro.

—No, en serio. Se supone que debes ir hacia ahí.

—¿Y tú sabes esto porque…?

—He estado aquí antes —digo.

—Oh. —No lo sabía—. ¿Así que puedes ir y venir? ¿Podrás volver?

—No, Peter. No lo creo. No a dónde tu vas. No pertenezco aquí.

—Mmm. —Se queda mirando el lago—. Bueno, estoy contento que hayas
encontrado una forma de venir esta vez.
—Sí, yo también.

Busca mi mano, la toma entre las suyas y acaricia mi palma.

—Te amo.

—Yo también te amo —digo—. Siento mucho que esto haya sucedido. Tenías esta
vida tan hermosa delante de ti, y ahora se ha ido.

Alza mi mentón.

—Ey, está bien.

—Si te hubiese dejado solo…

—No lo hagas —dice—, no te arrepientas de nosotros. Yo no lo ago. Nunca lo haré.

Nos quedamos así por no sé cuánto tiempo, con nuestras manos entrelazadas, mi
cabeza contra su hombro. Me cuenta sobre las cosas que me perdí este año, cómo mejoró
sus clases de equitación.

—Te extrañé cada minuto. Quería salir de California y jalarte del pelo y regresarte a
casa, para hacerte entrar en razón. Luego pensé que bueno ya que no puedo traerla
conmigo, yo iré donde ella.

—Así que aplicaste a la universidad.

—¿Cande te contó sobre ello? —pregunta, sorprendido, y yo asiento—. Qué


chismosa. —Suspira, pensando en ella—. ¿Estás segura que no podemos quedarnos aquí
para siempre?

—No. Se supone que tú tienes que seguir adelante.

—Tú también, supongo. No puedes salir con un chico muerto toda tu vida.

—Desearía poder hacerlo.

—Bedoya es un buen chico —dice, su voz delgada—. Él cuidará de ti.

No sé qué decir.

Peter se pone de pie.

—Bueno, debería dejarte ir, creo. Tengo un largo camino por delante.
Me lleva a sus brazos. Peter y yo hemos tenido despedidas, pero nunca como esta.
Me aprieto contra él, inhalando su aroma, su perfume, sintiendo la solidez de sus
brazos, sabiendo que será la última vez que sienta esto. Luego alzo la mirada,
completamente desesperada y con el corazón roto, antes de empezar a besarnos. Me
aferro a él con mi vida, besándolo como si el mundo se acabara, y supongo que de
alguna manera lo es. Le doy todo mi corazón a través de mis labios. Lo amo. Abro mi
mente y le muestro lo mucho que lo amo. Él da una risa agonizada y sorpresiva, y se
aparta, respirando fuerte.

—No puedo dejarte —dice con voz grave.

—Yo tampoco —digo, sacudiendo mi cabeza—. No puedo.

—Entonces no lo hagas —dice.

Y con eso, me sostiene por el cuello y me besa de nuevo, mientras el mundo


empieza a parpadear y todo se vuelve negro.
EPÍLOGO

El Profeta

Me despierto en mi habitación. Por un minuto considero si es que todo fue un mal sueño. Se
siente
como uno. Pero luego la realidad se sitúa. Gruño y me volteo a un lado, curvándome en posición
fetal,
presionando mis manos contra mi frente hasta que duele, y empiezo a balancearme hacia
adelante y
hacia atrás, porque sé que Peter se ha ido.

—No —dice una voz—. No llores.

Hay un ángel sentado al borde de mi cama, puedo sentir que me ama. Está
agradecido de que esté bien. En casa.

Me volteo para mirarlo.

—¿Papá?

No es papá. Es un hombre con un cabello recién cortado, los ojos del color del cielo.
Sonríe.

—Tu padre no pudo venir esta vez, pero te manda su amor —dice—. Yo soy Uriel.

Uriel. Lo he visto antes. En alguna parte de mi cerebro tengo una imagen de él al


lado de mi padre. Me siento y de ponto me veo aturdida por toda mi debilidad, un
hueco en mi estómago, como si no hubiese dormido por días. Uriel asiente, mientras me
vuelvo a hundir en las almohadas.

—Tuviste una gran aventura, ¿verdad? —dice—. Lo hiciste bien. Hiciste lo que
tenías que hacer. Y tal vez más de lo que debías.

Pero no lo suficientemente bien, pienso, porque Peter está muerto. Nunca más lo volveré a
ver.

Uriel sacude su cabeza.

—El chico está bien. De hecho, está más que bien. Por eso he venido a verte.

Todo mi cuerpo se siente tan aliviado al escuchar sus palabras.


—¿Está vivo?

—Sí.

—¿Estoy en problemas? ¿Se supone que no debía salvarlo?

Uriel ríe.

—No estás en problemas. Pero lo que hiciste por él, la forma en que te purificaste
con él, lo salvó, pero también lo ha cambiado. Necesitas entender.

—¿Lo cambió? —repito, sintiendo un nudo en la garganta—. ¿Cómo?

Suspira.

—En la antigüedad, llamábamos a un persona con tanta gloria, con tanto poder
dentro de sí, como un profeta.

—¿Qué significa eso?

—Él será ligeramente más que humano. Los profetas del pasado a veces han sido
capaces de curar a los enfermos, o conjurar fuego o tormentas, o tener visiones del
futuro. Afecta las pequeñas cosas su sensibilidad a parte del mundo que los humanos
usualmente no ven, su comprensión del bien y del mal, la fuerza de tanto su cuerpo
como espíritu. A veces también afecta su longevidad.

Me tomo un minuto para digerir esta información. Me pregunto qué significará la


palabra longevidad en este caso.

—Deberás mantener un ojo en él. Asegurarte que no se meta en problemas.

Lo miro directamente e intento tragar.

—¿Y J. Cruz? ¿Va a venir por nosotros?

—Lidiaste con él bastante bien —dice, con un tono de orgullo en su voz.

—¿Yo…lo maté?

—No —responde—, él ha retornado al cielo. Sus alas son blancas otra vez.

—No lo entiendo.
—Una espada de gloria no es sólo un arma. Es el poder de Dios, y tú la insertaste
justo en el centro del ser de Juan Cruz. Lo llenaste de luz.

—Todo lo que hice fue usar la espada una vez —digo, avergonzada por la idea.

—¿Eso fue todo? —pregunta ligeramente, como si me estuviera bromeando, pero no


estoy segura.

—¿Y los otros Observadores? ¿Vendrán?

—Cuando Juan Cruz cayó, el liderazgo de los Observadores cayó en Sam. Y por
alguna razón misteriosa, no creo que él venga a atacarte.

Eso funcionó bien, pienso. Parece que todo es muy bueno para ser cierto, siendo
honesta. Tengo que cuidar de Peter, estoy a salvo de las Alas Negras. No estoy, por una
vez, en problemas. Estoy esperando a que me lancen la noticia mala.

—No estás a salvo de las Alas Negras —dice Uriel—. Los Observadores sólo son
una pequeña fracción de los caídos, quienes aún estarán buscando a los Nephils y
haciendo de las suyas por todo el mundo.

—¿Y cuál es su agenda?

—Ganar la guerra, querida. Vamos a tener que estar vigilando nuestro trabajo, estar
al tanto, estar preparados, todos. Hay tanto por hacer, muchas batallas.

—¿De eso se trata mi propósito? ¿Pelear? —pregunto.

—¿Eso es lo que piensas que es?

—No. No me veo a mí como una luchadora. Pero, ¿entonces qué soy? ¿Cuál es mi
propósito? —Alzo mis ojos hacia los de Uriel, y él me da una sonrisa simpática. —Oh,
claro. No vas a decírmelo.

—No puedo —dice—. Eres la única que puede decidir cuál es tu propósito Mar.

¿Yo decido? ¿Ahora dice que yo puedo decidir? Hola, nuevas noticias…

—Pero las visiones…

—Las visiones te llevan hacia las bifurcaciones del camino que los llevará a ser lo
que deben ser.
Sacudo mi cabeza.

—Espera. ¿Así que, bajo que camino debo ir? ¿Yo decido las cosas o finalmente es
algo que está en el destino?

—Ambas.

De acuerdo, esa es una respuesta frustrante.

—¿Cuál es tu propósito Mar?

Thiago, pienso inmediatamente. En cada visión, está él. Está presente en cada
camino. ¿Pero eso significa que él es mi propósito? ¿Una persona puede ser un
propósito?

—No lo sé —admito—. Quiero ser buena. Quiero hacer buenas cosas. Quiero
ayudar.

Él asiente.

—Entonces debes decidir lo que deba ayudarte a hacer eso.

—¿Habrán más visiones?

—¿Crees que habrán más bifurcaciones en tu camino? —pregunta, con otra


pregunta como respuesta.

***

Abro mis ojos y encuentro la cara de Thiago mirando la mía.

—Hola —susurra—. ¿Cómo te sientes?

—Bien. —Miro alrededor, en busca de Uriel, pero no hay señales de él.

Thiago me da espacio para sentarme. Coloco una mano en mi frente. Me siento


mejor ahora, más como yo misma. O tal vez es sólo porque Thiago está aquí.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Oh, ya sabes. Unos cuantos días—responde feliz—. Como, tres.

—Bueno, una mujer debe tener su hermoso sueño —digo.

Él ríe.
—Estoy bromeando. Tal vez como ocho horas. No mucho.

—¿Dónde está Peter? —pregunto inmediatamente—. ¿Está bien?

Hay una sombra de haber perdido en su sonrisa, como una resignación.

—Está bien. Está abajo, en la habitación de tu madre. Él también ha estado


preguntando por ti.

—¿Qué sucedió? En el lago, quiero decir.

—Lo curaste —dice—. Lo curaste hasta que te desmayaste, hasta que dejaste de
respirar por unos cuantos segundos, y luego Stefano lo golpeó en el pecho unas cuantas
veces, le dio respiración boca a boca, y él volvió a la vida. Él vomitó como un galón de
agua, pero regresó. —Thiago me mira a los ojos—. Lo salvaste.

—Oh.

—Sí—dice con una mueca—. Eres una presumida. Primero nos sacas del infierno,
luego derrotas al Observador más grande y fuerte, y después vas en busca de un ángel,
hacia la altitud más alta, para finalmente resucitar a un muerto. ¿Ya terminaste? Porque
sinceramente, no sé si puedo tener más emoción en esta vida.

Miro a otro lado, presionando mis labios para evitar sonreír.

—Eso creo.

Luego le cuento sobre la visita de Uriel.

—Creo que es mi abuelo —digo lentamente—. Él no me lo dijo, pero tengo la


impresión que él me veía como familia.

—¿El padre de tu mamá?

—Sí. Así que tal vez podamos regresar a Stanford. Somos libres de vivir una vida
normal por un tiempo. ¿Es algo bueno, verdad?

Se muerde el labio.

—Creo que me tomaré un tiempo fuera de la universidad.

—¿Por qué? —pregunto.

Aparta su cabello lejos de sus ojos.


—Creo que no debí ir a Stanford, fui por las razones equivocadas. No sé si
pertenezco ahí.

—Así que te irás.

—Puede que viaje con Ángela y Joaco, encontraremos un lugar que no llame la
atención por un tiempo. Ella necesita descansar.

—¿Por qué nunca me dijiste que era tu hermana?

Se encoge de hombros.

—Aún me estaba acostumbrando a la idea. Leí en su diario sobre su padre, y


conecté su información con la mía. Pero no se sintió real hasta que….

Hasta que vio cara a cara a Juan Cruz.

—Así que Joaco es tu sobrino —digo.

Asiente rápidamente ante la idea.

—Sí. Lo es.

—¿Cuándo? —pregunto, refiriéndome a su partida.

—En cualquier instante. Sólo quería despedirme. —Ve mi expresión aturdida—. No


te preocupes. Me mantendré en contacto.

Se pone de pie. Sonríe como si todo fuera normal, pero puedo sentir que esto lo está
matando. Dejarme, va en contra de todos sus instintos, todo lo que le dice su corazón.

—Fue en serio, lo que dije en el infierno —dice—. Eres mi espada de gloria, ¿lo
sabes? Mi verdad.

—Thiago…

Alza su mano como diciendo: Déjame terminar.

—Vi la mirada en tu rostro cuando él murió. Vi lo que estaba en tu corazón, y es


real. Todo este tiempo me dije a mí mismo que era un corazonaso, y que pronto lo
olvidarías, luego serías libre conmigo. Pero no es una fase, o una terquedad a no aceptar
tu destino. Lo sé. Ahora perteneces a él, es tu destino. —Traga—. Estuvo mal el besarte
ese día en el cementerio.
Hay lágrimas en mis ojos, así que las limpio.

—Eres mi mejor amigo —susurro.

Baja la mirada.

—Sabes que siempre voy a querer ser más que eso.

—Lo sé.

Un silencio incómodo se interpone entre nosotros. Luego él se encoge de hombros y


me da su sonrisa característica.

—Bueno, ya sabes, ese Peter no estará aquí para siempre. Tal vez esté contigo en
unos cientos de años o por ahí.

Me quedo sin aliento. ¿Realmente lo dice en serio, o es una forma de bromear? Me


pongo de pie, cuidadosamente, en caso aún esté débil. Pero me siento
sorprendentemente bien. Lo miro directamente y pienso en la palabra longevidad.

—No me esperes, Thiago. Eso no es lo que quiero. No puedo prometerte…

Hace una mueca.

—No lo llamaría esperar —dice—. Tengo que irme.

—Espera. No te vayas todavía.

Se detiene. Cruzo la habitación hacia él y alzo su camisa. Por un segundo se ve


completamente confundido, pero luego coloco mi mano en una herida de su costado,
que todavía no ha sanado. Aclaro mi cabeza tanto como puedo, luego le doy gloria a mis
manos. Y viene.

Él jadea apenas mientras su piel se recompone. Cuando saco mi mano, el corte está
completamente curado, pero todavía hay una cicatriz por sus costillas.

—Siento lo de la cicatriz —digo.

—Caray—ríe—. Eso fue como E.T. Gracias.

—Es lo último que podía hacer.


Se mueve hacia mi ventana y la abre, inclinándose para salir. Luego se voltea hacia
mí, el viento moviendo su cabello, sus ojos verdes llenos de pena y de luz, y alza su
mano en son de despedida, y yo alzo la mía.

—Nos vemos más tarde —susurra en mi mente, y llama a sus alas.

***

Tomo un baño, hasta que me siento completamente limpia. Luego me siento en mi


mesa con mi bata, y me inserto en la difícil tarea de peinarme. Me quedo de pie frente al
ropero por un momento, mirando el vestido amarillo que una vez mamá me dio por mi
cumpleaños, el que usé la noche en que salí con Peter. Me lo pongo, junto a unas
sandalias, y voy al primer piso.

Camino por el pasillo hacia la antigua habitación de mi madre. Mi corazón empieza


a latir desaforado, pero no dudo. Quiero verlo. Abro la puerta.

La cama está vacía, las sábanas están encima, de forma desordenada, como si
alguien hubiese intentado estirarlas en un apuro. No hay nadie aquí, frunzo el ceño.

Tal vez me demoré mucho en buscarlo. Tal vez ya se fue.

Hasta que huelo algo quemándose.

Encuentro a Peter en la cocina, intentando y fallando en hacer huevos revueltos.


Intenta salvar los huevos quemados con una espátula, y en el intento se quema. Empieza
a sacudir su mano como si no pudiese apartar el dolor. Yo río y él se voltea de un tirón,
aturdido. Sus ojos se amplían.

—¡Mar! —dice.

Mi corazón salta cuando lo ve. Camino hasta él y le quito la espátula de su mano.

—Pensé que tendrías hambre —dice.

—No de eso.

Sonrío y cojo una toalla para secar los platos, cojo la sartén, boto el desastre que
había y vuelvo a colocarla en la hornilla.

—Déjame a mí —le digo.


Él asiente. No está usando una camisa, solo un par de pantalones de piyama de mi
hermano. Aún así se ve como si fuera un domingo por la mañana. Intento no quedarme
mirando su cuerpo, mientras voy a la refrigeradora por más huevos.

—¿Cómo estás? —pregunta—. Stefano me dijo que estabas durmiendo.

—¿Viste a Stefano?

—Sí, estuvo aquí por un rato. Se veía algo distraído. Intento darme un sobre lleno
de dinero.

—¿Eh?

—Los de Stanford se creen todo —bromea.

—Estoy bien —digo, respondiendo a su pregunta inicial—. ¿Cómo estás tú?

—Nunca me había sentido mejor —dice.

Dejo de concentrarme en los huevos y poso mi mirada en él. No se ve cambiado. No


se ve como ningún profeta.

—¿Qué? —dice—. ¿Tengo un huevo en mi cara?

—Realmente no tengo hambre—digo—. Necesito hablar contigo.

Él traga.

—Por favor, no dejes que esta sea la parte donde me dices qué es lo mejor para mí.

Sacudo mi cabeza y río.

—¿Por qué no te pones un poco más de ropa?

—Esa es una idea genial—dice—. Pero no la encuentro. Supongo que están en la


basura, no creo que tengan arreglo. Tal vez podrías llevarme a casa bastante rápido.

—Claro.

Camino hacia él y tomo su mano. Me mira, algo inseguro.

—¿Qué haces? —pregunta.

—¿Confías en mí?
—Por supuesto.

Aprovecho el momento y cubro sus ojos con mis manos. Llamo a la gloria, un
círculo de luz cálido a nuestro alrededor. Cierro mis ojos, sonriendo, y nos envío a la
granja. A propósito.

—De acuerdo, ya puedes mirar—digo, quitando mis manos mientras la luz se va


desvaneciendo.

Peter jadea.

—¿Cómo hiciste eso?

Me encojo de hombros.

—Golpeé tres veces el suelo y dije: No hay lugar como en casa.

—¿Así qué…crees que esta es tu casa? ¿Mi granja?

Su tono es juguetón, pero la mirada que me está dando es completamente seria.

—Pensé que ya lo habías descifrado —digo—. Mi casa eres tú.

Su cara se llena de desconcierto total. Se aclara la garganta.

—Y ya no me siento enfermo con la gloria. ¿Por qué?

—Te contaré todo sobre ello —le prometo—. Más tarde.

—Así qué…—dice—, ¿haberle insertado una espada en el corazón a ese hombre,


significa que ya no tienes que escapar?

—No estoy escapando.

Sonríe.

—Esas son las mejores noticias que he escuchado jamás.

Coloca una mano en mi cintura, y me acerca a su cuerpo. Va a besarme.

—¿Así que realmente piensas en todas esas cosas que me dijiste cuando era un
hombre muerto?

—Cada palabra.
—¿Podrías decirlo de nuevo? —pregunta—. Mi memoria está algo borrosa.

—¿Qué parte? ¿La parte en que decía que quería quedarme contigo para siempre?

—Sí —murmura, su rostro cerca al mío, su aliento caliente contra mi mejilla.

—¿Cuándo te dije que te amaba?

Retrocede apenas, busca mis ojos.

—Sí. Dilo.

—Te amo.

Toma un profundo respiro.

—Te amo —devuelve—. Te amo, Mar.

Luego su mirada cae a mis labios de nuevo, y se inclina, antes que el resto del
mundo simplemente desaparezca.

EPÍLOGO

—Mírame, mírame —grita Joaco desde la espalda de Midas, el caballo de Peter,


mientras él lo pasea alrededor de la zona.

Desde el porche, donde estoy sentada al lado de Ángela, tomando limonada, alzo
mi mano y saludo. Cada vez que lo veo, ha crecido más, aunque es pequeño de altura
para tener nueve años. Siempre está gritándote al oído, algo que sacó de su madre,
siempre está sonriendo con esos ojos caramelo. Mientras lo observamos, él le da un leve
golpe a Midas para que vaya más rápido, y Peter tiene que trotar a su lado para
mantener el ritmo.

—¡Ten cuidado! —dice Ángela, más a Peter que a su hijo.

Peter asiente, rueda sus ojos, y golpea suavemente a Midas en el cuello, para que
disminuya la velocidad. Como si caerse de un caballo le fuera a hacer algo a ese
pequeño indestructible niño.

—Eres como una madre sobreprotectora, ¿lo sabías? —bromeo.

Bufa y alza sus brazos sobre su cabeza para estirarse. Si miro con más detenimiento,
puedo ver las marcas desvaneciéndose en su brazo derecho, algunas cuantas restantes.
Los tatuajes empezaron a desvanecerse en el momento en que tuvo a Joaco de nuevo en
sus brazos. Como si su amor la estuviera limpiando, siempre dice ella.

En pocas horas, todos nosotros estaremos reunidos en la mesa de los Lanzani para
el almuerzo: los padres de Peter; Cande, su esposo y su pequeña Estefanía; Ángela y
Joaco; y, si estoy de suerte, Stefano también. Todos comeremos, nos reiremos, y
hablaremos sobre las noticias y los trabajos de cada uno.

Yo bromearé sobre el genial clima de la ciudad y como me muero por quedarme ahí; Peter
aprovechará para sacudir mi rodilla bajo la mesa.
Y sentiré una sensación de calidez, pero también sentiré una
ausencia, como si hubiese una silla vacía en la mesa.
Y a ese punto, el tema de conversación inevitablemente se dirigirá hacia Thiago;
Ángela hablará sobre los edificios
donde Thiago ha estado trabajando, y Joaco hablará sobre las aventuras que tuvieron los
dos, en el Zoológico o en el Museo de Niños de Chicago. Y luego la conversación
cambiará de nuevo a otras cosas, y me sentiré normal de nuevo. Me sentiré bien.

Ángela aún está hablando sobre estilos de padres, algo llamado Amor y Lógica. Ella
me ofrece prestarme libros sobre el tema, yo sonrío y digo que los miraré. Me pongo de
pie y me dirijo hacia el porche.

—Mírame, mírame Mar —Joaco dice de nuevo cuando me ve.

Después de la cena lo llevaré a volar, pienso, si Ángela me deja. El sonido de él riéndose


mientras Peter lo guía con el caballo, me hace sonreír. Me tomo un momento para
admirar la vista de Peter por atrás, la forma en que camina, con la gracia de un vaquero,
el ajuste de sus jeans.

—¡Te veo! —le digo a Joaco—. Hola guapo —agrego para Peter.

Él se inclina sobre la cerca para besarme, tomando mi rostro entre sus manos, el
anillo de oro en su dedo frío contra mi mejilla.
Luego retrocede y baja su cabeza por un minuto, sus ojos cerrados de aquella forma que se ha
vuelto familiar a través de los años.
Coloco mi mano en su hombro.

—¿Estás bien? ¿Otra visión? —pregunto.

Alza la mirada y sonríe.

—Sí, estoy teniendo una visión—dice, con una risa en su voz—. Estoy teniendo una
visión que sé que se hará realidad.
—¿Y cuál es? —le pregunto.

—Seremos felices, Zanahoria —dice, colocando un cabello suelto detrás de mi


oreja—. Eso es todo.

FIN

LIBROS DIGITALES

10 LIBROS A EL PRECIO DE UNO EN AMAZONE!!!

ENVIO GRATIS A TU MAIL

ESCRIBINOS A:

ventalibrosdigitalesargentina@gmail.com
imagen2.png

NO DEJES DE PASAR POR EL BLOG

HTTP://READAPASSION.BLOGSPOT.COM

HTTP://TRADAPLALITER.WORDPRESS.COM

También podría gustarte