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Cleopatra: el arquetipo de la reina seductora

Cleopatra: the Archetype of the Seductress Queen


Jesús ÁNGEL Y ESPINÓS1

Resumen: En el presente trabajo hemos intentado analizar los aspectos más controvertidos de la agitada
vida de la reina Cleopatra poniéndolos en relación con los convulsos momentos que le tocó vivir. De esta
manera, hemos indagado en las motivaciones políticas a las que responde su comportamiento, detrás del
cual siempre se erige la Razón de Estado como última causa. Así, toda su azarosa vida se ha de interpretar
como un intento desesperado e inútil de salvaguardar la independencia de Egipto ante la cada vez más
poderosa Roma. Igualmente, se abordan al final del trabajo las teorías más actuales en torno a la muerte
de la reina y a la localización de su tumba.

Palabras clave: Egipto Ptolemaico - Cleopatra - Petosiris Magna - Marco Antonio - Octaviano

Abstract: In the present article, we have tried to analyse the most controversial aspects of the hectic life of
Queen Cleopatra, by linking them with the turbulent period in which she happened to live. Thus, we have
delved into the political motivations that can explain her behaviour, behind which always stands the
Raison d’État as the ultimate cause. As such, her whole eventful life must be interpreted as a desperate
and futile attempt to safeguard the independence of Egypt against the increasingly powerful Rome.
Finally, the paper tackles the latest theories on the Queen’s death and the location of her tomb.

Keywords: Ptolemaic Egypt - Cleopatra - Petosiris Magna - Mark Antony - Octavian

Hasta nosotros ha llegado la figura de la reina Cleopatra envuelta en un halo de misterio


y de glamour que la acompaña ya desde la propia antigüedad. Su biografía se puede
reconstruir en lo esencial gracias a los escritos que el prolífico autor griego Plutarco nos
ha legado en torno a las vidas de sus dos famosos amantes, Julio César y Marco
Antonio, en las cuales se nos ofrece una imagen relativamente aséptica y fidedigna de la
reina ptolemaica. A su vez, Dion Casio, siguiendo la estela de Plutarco, continuó esta
línea un tanto neutra, si bien ya hizo hincapié en no pocos temas que luego se
convertirían en tópicos, como el de la belleza o la ambición de la reina. Por otra parte,
como señala con acierto Cid López (2000: 123-125), la vida de Cleopatra,
probablemente uno de los personajes históricos más adulterados de la antigüedad,
constituyó también el blanco perfecto de las descalificaciones de los escritores romanos
de la época augústea, como Virgilio (quien se sirvió de la figura de Cleopatra para dar
forma a la pasional y sensual reina Dido), Horacio y Propercio, así como de autores
posteriores como Plinio, Suetonio o Apiano, grandes defensores de los valores romanos.
Esta corriente crítica se atestigua también en la obra del historiador judío en lengua
griega Flavio Josefo, quien atacó a Cleopatra por sus disputas, fundamentalmente
territoriales y económicas, con la dinastía de Judea y en especial con Herodes el Grande.
Cleopatra VII -hija de Ptolomeo XII, quien a su vez era hijo bastardo de Ptolomeo IX-
nació en Alejandría en el 69 a.C., o para ser más exactos entre diciembre del 69 a.C. y
enero del 68 a.C. Según la opinión historiográfica más aceptada, era la segunda de tres
hermanas junto con Berenice y Arsínoe, a las que se añadían dos hermanos más
jóvenes, que con el tiempo reinarían con Cleopatra brevemente bajo los nombres de
Ptolomeo XIII y Ptolomeo XIV. Aunque respecto al padre de Cleopatra existe un
consenso en la figura de Ptolomeo XII, los historiadores no se ponen de acuerdo a la
hora de establecer quién fue su madre, llegándose a proponer que incluso podría haber
sido una egipcia de la casta de los sumos sacerdotes de Menfis (Schäfer 2007: 17). Esta

1
Facultad de Filología, A-31. Plaza Menéndez Pelayo, s/n. Madrid 28040. Correo electrónico:
espinos@ucm.es

1
posible ascendencia autóctona explicaría en gran medida su profundo conocimiento de
la lengua egipcia.
El padre de Cleopatra, Ptolomeo XII, soberano desidioso y corrupto, se mantenía en el
trono gracias a la ayuda romana que conseguía mediante sobornos, regalos y promesas
de tributos diversos. En el año 58 a.C., con ocasión de un levantamiento popular, el rey
huyó a Roma, expulsado por Berenice, su hija mayor, quien quedó como reina junto a
Cleopatra VI Trifena, esposa de Ptolomeo XII y personaje controvertido pues su
verdadera identidad plantea dudas, con quien gobernaría durante un año hasta que esta
última murió en el 57 a.C. No obstante, merced a la ayuda de Pompeyo, obtenida
gracias a ingentes sumas de dinero, Ptolomeo XII se haría de nuevo con el poder y
ordenaría decapitar a su hija Berenice. Corría el año 55 a.C. y Ptolomeo XII reinaría
desde ese momento hasta su muerte en febrero del año 51 a.C., dejando el trono a su
hija Cleopatra VII Filópator (“la que ama a su padre”), ya adulta desde la perspectiva
antigua aunque todavía no había cumplido los 18 años, y a su hijo Ptolomeo XIII, de
unos 10 años, con quien Cleopatra se habría casado. En realidad, el joven monarca
estaba dominado por una camarilla formada por el eunuco Potino, que era el cabecilla,
el general Aquilas y Teódoto de Quíos, su pedagogo.
Pronto surgió el conflicto a muerte entre Cleopatra y los tutores de su hermano a
resultas del cual ésta se vio obligada a huir hacia la zona de Sirio-Palestina, donde
empezó a reclutar tropas para enfrentarse al joven rey. Mientras en Roma, César y
Pompeyo luchaban en una guerra civil. En agosto del 48 a.C. César venció a Pompeyo
en la batalla de Farsalia, localidad de Tesalia. Pompeyo consiguió huir y tras pasar por
Mitilene recaló en Egipto a finales de septiembre del 48 a.C. donde, a pesar de ser
aliado de los reyes ptolemaicos, fue asesinado a instancias del conciliábulo de los
tutores de Ptolomeo XIII con la intención de congraciarse con César quien había
marchado a Egipto tras él. Sin embargo, éste sintió repugnancia ante tal acción.
Tras el incidente, César entró en Alejandría. Cleopatra no había tomado parte en la
conspiración por lo que se las arregló para presentarse en palacio ante César dentro de
un saco para llevar ropa de cama, según nos cuenta Plutarco (Vida de César, 49) de
manera un tanto novelesca. Sea como fuere, si es cierto que Cleopatra logró acceder a
César de esta manera, seguramente salió del saco antes de acudir a su encuentro para
componer su aspecto y acicalarse en la medida de lo posible; así pues la historia de la
reina de Egipto emergiendo de una alfombra desplegada ante los ojos del general
romano ha de ser relegada a la fabulación popular. La leyenda prosigue con el relato de
que Cleopatra exhibió sus encantos y sedujo a César, 30 años mayor que ella, lo cual es
indemostrable, además es posible que Cleopatra no tuviese ninguna experiencia en este
campo pues no habría ni siquiera consumado su matrimonio, a pesar de que Plutarco
(Vida de Antonio, 25) relata que la joven reina, ya casada con Ptolomeo XIII, habría
seducido a Gneo Pompeyo, el hijo mayor del gran general romano, durante una estancia
de éste en Alejandría en el 49 a.C. en el contexto de la guerra civil entre Pompeyo y
César. No obstante, esta supuesta relación sólo nos ha sido transmitida por Plutarco y
probablemente se haya de retrotraer a la tradición octaviana contraria a Cleopatra y
proclive siempre a exagerar la promiscuidad de la reina. Por otra parte, es de sobra
conocido que César había seducido a muchas mujeres en Roma e incluso las malas
lenguas le atribuían una aventura juvenil con el rey Nicomedes de Bitinia en la que el
futuro estadista habría desempeñado el papel pasivo, denostado a ojos de los romanos.
Tras un intento fracasado de mediación por parte de César entre Cleopatra y su
hermano, se originó la guerra alejandrina que enfrentó a César, quien secundaba a
Cleopatra, con Ptolomeo XIII y sus secuaces. Será en el transcurso de esta contienda
cuando César, para que los egipcios no se apoderaran de las naves ancladas en el puerto,

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ordenó quemarlas con la mala fortuna de que el incendio se propagó por la ciudad y
alcanzó la Biblioteca de Alejandría. La valoración de los daños es aún controvertida,
por lo que los historiadores oscilan entre la destrucción casi total y los daños mínimos
(Mosterín 2007: 155-157). El resultado de la contienda fue favorable para los intereses
de Cleopatra, máxime tras la muerte de su hermano Ptolomeo XIII, quien se ahogó en el
Nilo en una escaramuza naval al intentar huir en una nave que zozobró por exceso de
fugitivos. Cleopatra quedaba por lo tanto como reina de Egipto, casada esta vez con su
hermano varón restante, Ptolomeo XIV, de apenas 11 o 12 años, y protegida por tres
legiones en Alejandría. Es en esta época cuando se habría producido el famoso y
romántico viaje por el Nilo de Cleopatra y César, del que nos habla Suetonio (Vida del
divino Julio, 52), historiador con una cierta propensión a las habladurías, y que parece
tratarse de una leyenda aunque el asunto no se puede zanjar de manera taxativa (Hillard
2002). Sin embargo, aun en el caso, poco verosímil, de haberse realizado dicho viaje, se
habría tratado de una inspección de las ricas tierras de Egipto, no de un suntuoso
crucero de enamorados; de todas maneras, este episodio se ha de enmarcar en la
atmósfera de lujo y seducción que ya desde la antigüedad envolvió la figura de la reina
Cleopatra.
En mayo del 47 a.C., César abandonó Egipto, rumbo a oriente donde venció a Farnaces
II rey del Ponto y en junio de ese mismo año, fruto de su relación con la reina nacería
Ptolomeo César, al que los alejandrinos llamarían Cesarión en honor de su supuesto
progenitor, sobre cuya paternidad existen dudas historiográficas (Balsdon 1960). Hacia
el verano del 46 a.C., Cleopatra acompañada de su marido Ptolomeo XIV y de su hijo
Cesarión, marchó a Roma, probablemente movida, entre otras cosas, por el interés de
que Julio César reconociera a su hijo, si bien éste, desde el punto de vista jurídico
romano, no podía hacerlo pues era necesario el matrimonio y César ya estaba casado
con Calpurnia, mujer de la alta aristocracia romana. Además, Cleopatra no era
ciudadana romana sino peregrina (“extranjera”) y el matrimonio legítimo era sólo
posible entre ciudadanos romanos. En el mejor de los casos, César atestiguaría la
paternidad natural y permitiría que llevara su nombre.
En Roma, Cleopatra, que ya arrastraba fama de femme fatale simbolizaba los efectos
nocivos del lujo oriental por lo que levantó no poca hostilidad, especialmente en
Cicerón, quien sentenciaría que odiaba a la reina (Cartas a Ático, 15,15,2), juicio
lapidario provocado seguramente por un olvido por parte de la reina, quien le prometió
unos libros y luego se olvidó, descuido que hirió sobremanera el siempre susceptible
orgullo del gran rétor, estadista y filósofo romano. Como era de esperar en una mujer
que despertaba admiración y envidia allí por donde iba a causa de su exótico y peculiar
tren de vida, parece ser que Cleopatra puso de moda en Roma un cierto tipo de peinado
(Melonenfrisur) importado de Alejandría el cual consistía en una serie de trenzas
realizadas muy cerca del cuero cabelludo y con un moño en la nuca, lo que en parte
recuerda a los actuales trenzados africanos conocidos como cornrow. A su vez, César
contribuiría no poco a afianzar la imagen de Cleopatra como símbolo de la femineidad,
cuando, desafiando a la opinión pública, decidió rendir homenaje a la reina oriental y
ordenó erigir una estatua de oro de Isis con los rasgos de Cleopatra en el santuario del
templo de Venus Genetrix cerca de la imagen venerada de la diosa. Dado que conforme
a la interpretatio romana Isis era asimilada a Venus, a la imagen de culto romana se le
añadió su contrapartida egipcia. Se ha querido ver en la Venus del Esquilino (hallada en
1874) una posible copia que en última instancia podría remontarse a la estatua de
Cleopatra / Isis y que representaría a una muchacha de poco más de veinte años, la edad
que la reina tendría durante su estancia en Roma. En un afán de precisión se ha llegado
incluso a proponer que en la pelvis de la estatua se podía advertir una deformación que

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sería la prueba de una reciente maternidad, tal y como era el caso de la soberana
ptolemaica (Glori 1955, Strano 2009: 71)
Aproximadamente un mes después del asesinato de César, acaecido en marzo del año 44
a.C., Cleopatra regresó a Alejandría, donde al poco tiempo falleció en extrañas
circunstancias Ptolomeo XIV, su hermano. Mientras, en Roma se originaba una guerra
civil entre los “cesarianos”, los vengadores de César, en cuyo seno emergían las figuras
de Marco Antonio y de Octaviano -a su vez enfrentadas entre sí-, y los “republicanos”,
es decir, los asesinos de César, concentrados en torno a Casio y a Bruto, el hijo adoptivo
del dictador. La victoria decisiva de los “cesarianos” se daría cerca de Filipos, en
Macedonia, en octubre del 42 a.C., en dos batallas sucesivas.
Los partidarios de César, finalmente vencedores, se repartieron los dominios del
Imperio, y a Marco Antonio, filoheleno como era y perfecto conocedor de la lengua
griega, le correspondió gobernar el Oriente. Así, en el año 41 a.C., tras visitar Atenas y
Éfeso, Antonio recaló en Tarso, en Cilicia, desde donde convocó a Cleopatra para que
ésta rindiese cuentas por haber adoptado una postura un tanto ambigua durante la guerra
contra Casio y Bruto. Cleopatra, sabiendo que se encontraba en una difícil situación,
recurrió a sus artes de seducción y realizó una deslumbrante puesta en escena, emulando
a Afrodita / Isis que marchaba remontando el río Cidno al encuentro del Nuevo Dioniso,
encarnado en Antonio. Según cuenta Plutarco (Vida de Antonio, 25), Antonio se
encontró, para su desgracia, con una Cleopatra que se hallaba en la edad en que la
belleza y la inteligencia de las mujeres están en su máximo esplendor. Cleopatra tenía
unos 28 años y sedujo a Antonio, de 42 años, a la manera de una hechicera, uno de los
tópicos contra Cleopatra más queridos por parte de la despiadada propaganda romana
promovida por Octaviano. No olvidemos que para los griegos y romanos Egipto era el
país de los filtros mágicos ya desde la Odisea de Homero. Asimismo, poseemos, gracias
de nuevo a Plutarco (Vida de Antonio, 27), la que probablemente sea la descripción más
fidedigna de la reina, según la cual ésta no destacaba por su físico sino por su carácter y
por su voz que resultaba sumamente placentera. Este texto, que todavía no incurre en los
tópicos de su belleza que ya aparecen en Dion Casio (Historia Romana, 42,34), se
aviene bien con la efigie de la reina que se atestigua en diversas monedas acuñadas en
Alejandría, Antioquía o Ascalón, en las que ésta no destaca por sus rasgos físicos. Al
parecer Cleopatra supo cautivar a Antonio gracias a la adulación, uno de los puntos
débiles del romano, y aprovechó estas circunstancias favorables para hacer una purga de
sus posibles contrincantes consiguiendo que fuesen asesinados tanto su hermana
Arsínoe, refugiada en Éfeso, como el impostor que se hacía pasar por Ptolomeo XIII, su
hermano desaparecido en el Nilo en el trascurso de los combates contra César. La nueva
pareja de amantes pasaron el invierno del 41/40 a.C. en Alejandría, rodeada de lujos y
de fiestas interminables. Movidos por este afán hedonista, ambos crearon el círculo “de
los de la vida inimitable”, una hermandad elitista que perseguía el placer y la dicha
continuos a la manera de los dioses olímpicos. Así, Plutarco (Vida de Antonio, 29)
cuenta que cuando llegaba la noche la pareja, vestida como modesta gente del pueblo,
salía de incógnito y se sumaba a los juerguistas que nunca faltaban en la bulliciosa
Alejandría.
Entretanto, los partos habían atacado Siria, Palestina y Judea, y tomado Jerusalén, por lo
que Antonio tuvo que emprender una campaña contra ellos. A su vez en Italia, Fulvia, la
esposa de Antonio, se había rebelado contra Octaviano, lo cual obligó a Antonio a dejar
los preparativos contra los partos y a marchar al encuentro de su esposa, quien tras
haber huido se encontraba en Atenas. Ambos decidieron regresar a la península itálica,
pero ella murió por el camino. Este hecho facilitó un acuerdo entre Octaviano y Antonio
que se selló con el matrimonio del último con Octavia Minor, hermanastra de

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Octaviano, también viuda y aproximadamente de la misma edad que Cleopatra. Será
Octavia Minor quien a la postre tras la muerte de Antonio cuidará de los hijos que éste
tendrá de Cleopatra. Mientras, en Alejandría Cleopatra daba a luz a los gemelos, hijos
de Antonio, Cleopatra Selene (“Luna”) y Alejandro Helio (“Sol”).
Entre los años 40 al 37 a.C., Marco Antonio pareció haber olvidado a Cleopatra, razón
por la que las fuentes nos hablan poco de la reina durante esta época. Sin embargo, en
otoño del año 37 a.C. Antonio, en el transcurso de los preparativos de la campaña contra
los partos, hizo llamar desde Antioquía a Cleopatra, quien acudió junto con Cleopatra
Selene y Alejandro Helio, a quienes Antonio reconoció como hijos suyos. Según la
propaganda contraria a la reina, Antonio y Cleopatra se casaron, aunque evidentemente
no pudo tratarse de un matrimonio a la romana, pues -como ya se ha señalado
anteriormente- desde el punto de vista del derecho romano Cleopatra era peregrina y
por lo tanto no poseía el ius connubii, además Antonio ya estaba casado; así pues, si el
matrimonio realmente se produjo, hubo de ser conforme a las leyes ptolemaicas que
eran bastante más laxas.
Cleopatra acompañó a Marco Antonio en su campaña militar hasta el Éufrates, desde
donde se dirigió a Judea, para entrevistarse a propósito de temas económicos con
Herodes el Grande, a quien intentó seducir, llevada por su propia naturaleza proclive a
la impúdica búsqueda de placeres según nos relata el historiador judío del s. I d.C.
Flavio Josefo (Antigüedades judías, 15,97 s.). Esta anécdota, fruto de la propaganda
romana, parece bastante improbable pues entre otros factores Cleopatra estaba ya en
avanzado estado de gestación de su cuarto hijo, el tercero con Marco Antonio: Ptolomeo
Filadelfo. La reina no se detuvo mucho tiempo en Judea y a instancias de su médico
volvió a Alejandría para dar a luz a finales del verano del 36 a.C.
Durante este tiempo, Antonio sufrió un revés tras otro y hubo de retirarse hasta reunirse
finalmente con Cleopatra en Leuké Kome (“Aldea Blanca”), una localidad portuaria
entre Sidón y Beirut, desde donde retornaría, derrotado, a Alejandría. Mientras Antonio
se disponía de nuevo a realizar una campaña contra los partos, éste tuvo noticia de que
su esposa Octavia marchaba con refuerzos tal y como en su momento Antonio y
Octaviano habían pactado. Al llegar a Atenas, Octavia recibió una carta de Antonio en
la que se le pedía que esperase allí. Según Plutarco (Vida de Antonio, 53), esta decisión
fue instigada fundamentalmente por una pasional Cleopatra, que temía un reencuentro
de los dos esposos. Así, el historiador griego señala que la reina había dejado de comer
y mostraba un aspecto deplorable. No obstante, la causa del rechazo de la ayuda se pudo
deber a que Antonio se vio defraudado por el taimado Octaviano, quien en lugar de los
20.000 efectivos acordados envió unos 2.000. A la postre, Octavia tuvo que regresar a
Roma. Como era de esperar, esta contingencia fue aprovechada por Octaviano para
promover toda una ofensiva propagandística con la intención de desprestigiar a Antonio
y, sobre todo, a Cleopatra, la seductora extranjera del militar romano.
El fiasco de la lucha contra los partos se enmascarará gracias a una campaña triunfal
contra Armenia en el año 34 a.C., que sería festejada con un suntuoso cortejo en el que
Antonio, ataviado a la manera de un nuevo Dioniso, marchaba sobre un carro
procesional mientras el rey de Armenia y su familia desfilaban atados con cadenas de
oro. Cleopatra, la nueva Isis, recibió la comitiva en el templo de Serapis, sentada sobre
un trono de oro. Si bien estas celebraciones se podrían enmarcar en el ámbito estricto de
las lujosas costumbres helenísticas, en Roma se corrió el rumor, solícitamente
expandido por Octaviano y sus secuaces, de que Antonio había celebrado un triunfo en
Alejandría en lugar de hacerlo en Roma, privando así a la plebe romana de los agasajos,
festivales y dádivas propios de estas celebraciones. Como parte de este triunfo o quizás
unos pocos días después, la multitud alejandrina asistió a una prolongación de los fastos

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en la que Antonio y Cleopatra, sentados en sendos tronos de oro, presidieron una
ceremonia de alto contenido ideológico, pero poco realista, que pasaría a la
historiografía bajo el nombre de las “donaciones de Alejandría”. De acuerdo con estas
donaciones, Cleopatra y sus hijos se repartieron los territorios que tradicionalmente
habían pertenecido a los Ptolomeos y aquéllos que serían anexionados gracias a guerras
de conquista, como por ejemplo el imperio de los partos. Según Strootman (2010), esta
ceremonia se podría haber interpretado desde la más estricta legalidad romana como un
reordenamiento territorial, bajo supervisión de Roma, de las posesiones de un estado
independiente, pero en realidad vasallo. Sin embargo, lo cierto es que el siempre astuto
y victimista Octaviano explotaría la interpretación negativa de este evento, asegurando
que Antonio se había querido erigir en un nuevo monarca helenístico y rivalizar con
Roma, su patria, embrujado por los encantos y sortilegios de Cleopatra.
Mientras tanto en Roma los partidarios de Antonio y de Octaviano se enfrentaban cada
vez con mayor acritud por medio de libelos y discursos. A su vez, los dos hombres
intercambiaban entre sí una correspondencia hostil, cargada de reproches de toda índole.
Suetonio (Vida del divino Augusto, 69) nos informa de una carta en la que Antonio,
defendiéndose de las críticas de Octaviano por el adulterio cometido contra su todavía
esposa Octavia e intentando minimizar su relación con Cleopatra, le espeta en un latín
un tanto procaz lo siguiente: “¿Qué ha cambiado tu opinión? ¿Que me acuesto con una
reina (sc. Cleopatra)? ¿Acaso es mi mujer? ¿Acaso he empezado a hacerlo ahora, o
hace ya nueve años? Y tú, ¿sigues acostándote sólo con Drusila (sc. Livia)? Espero
que, cuando leas esta carta, te vaya tan bien que no te hayas acostado con Tértula, con
Teréncila, con Rufila, con Salvia Titsenia o con todas juntas. ¿Acaso tiene importancia
cuándo y con quién te excitas?” Por su parte, Octaviano acusaba a Antonio de borracho
y éste a Octaviano de haber sido adoptado por César a cambio de favores sexuales.
Así pues, los partidarios de Antonio, ante la creciente hostilidad que presagiaba un
enfrentamiento inminente, decidieron reunirse con su jefe y con Cleopatra en la
primavera del 32 a.C. en Éfeso, donde se congregó un gran ejército. En abril del 32 a.C.,
abandonaron Éfeso y tras una estancia en Samos, en la que ocuparon su tiempo en
preparativos estratégicos y en continuas fiestas, recalaron en Atenas, donde, bajo la
influencia de una celosa Cleopatra, Antonio decidió divorciarse de Octavia. Molestos
por este gesto y por el creciente poder que Cleopatra iba adquiriendo, Lucio Munacio
Planco y Marco Ticio, amigos íntimos de Antonio, se pasaron al bando de Octaviano, a
quien informaron de la existencia de un testamento de Antonio custodiado en el templo
de Vesta en Roma.
Al parecer, Octaviano se apoderó del testamento a la fuerza, lo cual constituía un acto
de impiedad que le podría haber costado el destierro y la confiscación de sus bienes, e
incluso llegó a leer los pasajes más comprometedores ante el Senado. En dicho
testamento, según cuenta Dion Casio (Historia Romana, 50,3), Antonio afirmaba que
Cesarión era realmente hijo de César, legaba inmensas sumas de dinero a sus hijos
habidos de Cleopatra y pedía ser enterrado en Alejandría, junto a la reina (Flammarion
1998: 80). Amparado en este documento y en el repudio de su hermanastra Octavia,
Octaviano despojó a Antonio de sus poderes y declaró la guerra a Cleopatra, a quien
acusaba de haber hechizado a Antonio y de querer dominar el Imperio Romano para
imponer una monarquía oriental en Roma.
Antonio disponía de un ejército superior al de Octaviano, pero éste estaba comandado
por Marco Vipsanio Agripa, un brillante y eficiente general. Además, en el ejército de
Marco Antonio había gran malestar por el comportamiento, a veces demasiado
autoritario y caprichoso, de Cleopatra, por lo que se produjeron no pocas deserciones.

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Tras largos preparativos, en septiembre del año 31 a.C. Antonio se vio forzado a
entablar un combate naval, idea que no era de su agrado, frente al promontorio de
Accio, en el golfo de Ambracia, en la costa occidental de Grecia. Curiosamente, en el
bando de Antonio y Cleopatra, las velas de las naves no habían sido retiradas y dejadas
en tierra como se hacía para el combate por mar, sino que se habían cargado a bordo,
listas para ser izadas y emprender la huida con la intención de que el ejército se
reagrupara en Oriente. Conforme probablemente a un plan preestablecido, en el curso de
la batalla la nave de Cleopatra y los barcos con el tesoro emprendieron la fuga y
Antonio los siguió (Lange 2011). No obstante, el resto de la flota no consiguió
desembarazarse del enemigo y ésta fue derrotada. El ejército de tierra tampoco tardaría
en rendirse. Antonio alcanzó la nave de Cleopatra y subió a bordo, donde permaneció
meditabundo tres días sin hablar con nadie. Sin embargo, Antonio y Cleopatra sólo
estaban semivencidos, pues habían logrado escapar y además el tesoro estaba a salvo.
Antonio todavía contaba con cuatro legiones estacionadas en la Cirenaica, en la actual
Libia, razón por la que desembarcó en la fortaleza de Paretonio, a unos 300 km al oeste
de Alejandría, mientras Cleopatra continuaba su viaje a la capital de Egipto donde
intentaría hacer pasar la campaña por una victoria. Desafortunadamente, las legiones de
Antonio también lo abandonaron, por lo que el general romano intentó suicidarse,
aunque sus amigos consiguieron a duras penas impedirlo.
De regreso a Alejandría y con el fin de apartarse del mundo, Antonio se hizo construir o
más bien acondicionar, según nos relata Estrabón (17,794), una residencia en la
península de Posidio cuyos restos, al parecer, han sido localizados gracias a las
prospecciones submarinas llevadas a cabo por Franck Goddio en los últimos años
(Goddio 2008: 47). Esta residencia es conocida como el Timonio, así denominada en
honor de Timón de Atenas, personaje famoso por su misantropía. Como era de esperar,
Antonio pronto se cansó de su reclusión y retomó su vida de crápula con la reina
Cleopatra en el seno de una nueva hermandad que vinieron a llamar la de “los que van a
morir juntos”, compuesta básicamente por los mismos compañeros que en momentos
más felices habían formado el círculo de “los de la vida inimitable”.
No obstante, a pesar de las fiestas era evidente que la situación para la pareja real era
muy difícil. Así, Cleopatra se preparaba para lo peor y se dedicaba a investigar cuál era
la muerte más rápida y menos dolorosa. Plutarco (Vida de Antonio, 71) nos refiere que
tras probar con múltiples venenos y animales ponzoñosos, ensayados en los condenados
a muerte, llegó a la conclusión de que el mejor veneno era el de la cobra.
Entretanto, tras la victoria de Accio Octaviano había regresado a Italia para calmar a los
veteranos que exigían su salario. Éste con su famosa habilidad y astucia consiguió
entretenerlos con la promesa de las nuevas riquezas que traería de Egipto. Cleopatra,
sabiendo que Octaviano pronto la atacaría, concibió la idea de huir hacia el este, hacia la
India, misión para la que hizo desmontar las naves que habían sobrevivido a Accio y
transportarlas desde el Mar Mediterráneo hasta el Mar Rojo a través del desierto. Sin
embargo, las naves fueron capturadas y quemadas por los nabateos de Petra a instancias
de los octavianos.
Tras su estancia en Italia, Octaviano partió a Rodas y desde allí, a través de Siria,
decidió marchar hacia Egipto, mientras a su vez en la frontera occidental las legiones de
Cayo Cornelio Galo estrechaban el cerco. Alejandría estaba rodeada y a sus puertas
esperaba Antonio, quien a sus 52 años retornó por un instante a sus orígenes como jefe
de caballería de Julio César y venció en un combate ecuestre ya en el verano del año 30
a.C. Eufórico decidió retar a Octaviano a un duelo cuerpo a cuerpo, pero éste declinó la
petición con desprecio y sorna. En un último intento de morir con dignidad, Antonio
acometió una nueva batalla naval y terrestre, pero tanto su flota como su caballería se

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pasaron a las filas del enemigo. Al final, su infantería desmoralizada y sin la ayuda de la
caballería fue derrotada. Las fuentes culpan a Cleopatra de estar detrás del cambio de
bando de los efectivos militares, pero no parece que fuera así, pues ella no ganaba nada
con la deserción.
Finalmente, el 1 de agosto del año 30 a.C. Octaviano tomó Alejandría y un período, el
helenístico, llegaba a su fin. Antonio no sobreviviría a aquel día. Al parecer, Cleopatra
se encerró en su mausoleo y fingió su propia muerte, que le fue comunicada a Antonio,
quizá con la secreta intención de incitarle al suicidio, como así ocurrió. Antonio cogió
su espada y se la tendió a su esclavo Eros para que lo matara, pero éste prefirió acabar
con su propia vida, razón por la que aquél intentó poner fin a su existencia hiriéndose en
el vientre aunque no murió en el acto. Así lo encontró Diomedes, secretario de la reina,
quien lo llevó al mausoleo, pero como la tumba real había sido cerrada a cal y canto el
cuerpo del moribundo general romano tuvo que ser izado a duras penas por la reina y
dos fieles esclavas, Ira y Carmión, que la acompañaban, e introducido por una de las
ventanas, según nos narra Plutarco (Vida de Antonio, 76 s.) y Dion Casio (Historia
Romana, 51,10). Como broche de oro a este amor arquetípico que reúne todos los
elementos propios de la leyenda, Marco Antonio moriría en brazos de Cleopatra no sin
antes aconsejarle que salvase su vida pero sin deshonor.
Con engaños Cleopatra fue sacada de su mausoleo y sometida en palacio a estrecha
vigilancia, pues Octaviano quería llevarla viva a Roma y obligarla a desfilar en su
triunfo. Se le permitió embalsamar a Antonio y sepultarlo con pompa. Plutarco, quien al
parecer sigue los apuntes de Olimpo, un médico de cámara de la reina, nos describe a
una Cleopatra presa de la fiebre por la infección de las heridas que se había
autoinfligido en señal de luto por Antonio. La reina dejó de comer e intentó dejarse
morir, pero Octaviano la chantajeó amenazándola con vengarse sobre sus hijos, ante lo
cual ésta interrumpió la huelga de hambre. Octaviano acudió finalmente a visitarla y
Dion Casio (Historia Romana, 51,12) nos cuenta que Cleopatra intentó seducirlo,
aunque por lo que se desprende de Plutarco la reina no estaba en condiciones de
conseguir su propósito. Lo cierto es que tras ofrecer Cleopatra unas joyas para su esposa
Livia y para su hermanastra Octavia, el caudillo romano quedó convencido de que la
reina ansiaba vivir y sin temer nada por su vida se fue. No obstante, la realidad era muy
distinta y la reina planeaba su propia muerte. Además, es probable que Cleopatra ya se
hubiera enterado de que el primogénito de Antonio, Antilo, tenido con su primera
esposa Fulvia, había sido ejecutado por lo que sabía que a Cesarión, a quien había
alejado de sí, le pasaría lo mismo en caso de ser apresado, como de hecho ocurriría poco
después de la muerte de la reina.
Ya sin esperanzas, Cleopatra recibió el beneplácito de Octaviano para hacer unas
libaciones a Antonio en el mausoleo. Posteriormente, la reina tomó un baño, cenó
espléndidamente, se vistió con sus mejores galas y acabó con su vida el 10 de agosto del
año 30 a.C., posiblemente a la edad de 39 años, no sin antes enviar a Octaviano una
tablilla pidiendo ser enterrada junto a Antonio. Cuando llegaron los hombres de
Octaviano, la reina yacía muerta junto a sus dos esclavas, Ira y Carmión. Ira reposaba ya
difunta a los pies de la reina y Carmión, agonizante, estaba acabando de colocar
adecuadamente la corona sobre la cabeza de Cleopatra, tal y como correspondía a su
dignidad real.
La verdad es que, como ya afirmaban Plutarco (Vida de Antonio, 86) y Dion Casio
(Historia Romana, 51,14), no se sabe la causa exacta de su muerte. Ésta pudo ser
motivada por un pasador para el pelo en el que Cleopatra portaba veneno o por la
famosa e iconográfica áspid, que habría sido introducida en sus aposentos oculta en una
cesta de higos. No obstante, aunque la muerte de la mítica reina a causa de la mordedura

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de un áspid constituya por antonomasia uno de los iconos historiográficos del mundo
antiguo, bien pudiera tratarse de una leyenda, máxime tras la teoría de que es posible
que Cleopatra se suicidase gracias a un cocktail letal de drogas, compuesto por opio,
acónito y cicuta, o mediante una inyección mortífera de veneno en el brazo (Schäfer
2007: 283). A su vez, la mordedura de la cobra egipcia, la Naja Haje, no conlleva
siempre una muerte segura, además produce fuertes dolores, vómitos, diarrea y una gran
hinchazón, lo cual no se aviene con los testimonios que nos hablan de que la reina se
intentó procurar una muerte indolora. Sea como fuere, el mito historiográfico de la
cobra podría encontrar su explicación apelando al fuerte valor simbólico que este animal
entrañaba para la monarquía egipcia, pues formaba parte de su tocado simbolizando a la
diosa Uadyet, divinidad tutelar del Bajo Egipto. Por otra parte, los alejandrinos
veneraban especialmente a este animal, pues al fundar Alejandro la ciudad, éste hizo
sacrificar una serpiente a la que luego erigió como divinidad protectora de la nueva
urbe.
Contrariamente a lo que cabía esperar, Octaviano aceptó la última voluntad de la reina y
ordenó que la enterrasen con Marco Antonio. Sus tumbas siguen sin ser encontradas,
aunque en los últimos años la arqueóloga amateur dominicana Kathleen Martínez,
secundada por Zahi Hawass (Hawass y Goddio 2010: 200-203), ha señalado que
Cleopatra y Marco Antonio no fueron enterrados en Alejandría, en su mausoleo en el
barrio real, sino que su tumba se habría de buscar en Taposiris Magna, localidad situada
a unos 45 km al oeste de Alejandría y ligada al culto de Isis y Osiris, como atestigua la
presencia de un templo ptolemaico dedicado a ambas divinidades, actualmente en
ruinas. La Dra. Kathleen Martínez ha hallado cámaras subterráneas y túneles en la
explanada del templo y defiende que la tumba podría encontrarse en este enclave
arqueológico. No obstante, aunque la inminencia del hallazgo ya ha sido anunciada en
varias ocasiones, hasta la fecha la búsqueda en Taposiris Magna ha resultado
infructuosa.
Respecto al destino de sus hijos, los temores de Cleopatra se cumplieron y Cesarión fue
traicionado por su preceptor Rodón quien lo convenció para retornar a Egipto y fue
asesinado a su regreso. Mejor suerte corrieron los hijos tenidos con Marco Antonio
pues, aunque hubieron de someterse a la humillación de desfilar en el triunfo en Roma,
fueron sin embargo acogidos por Octavia. De entre todos ellos sólo tenemos noticias de
Cleopatra Selene, que se casó con Juba II rey de Mauritania, con quien tendría un hijo
llamado Ptolomeo que sería asesinado por orden Calígula, con lo que desapareció la
estirpe de los Ptolomeos, estirpe cuya última reina se ha convertido en uno de los
personajes más famosos de la historia.

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