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Trabajo duro

Mi trabajo es uno de los más duros, me sumerjo en lo más siniestro, entre lo más
oscuro.
He hecho cosas horribles, de las cuales no me arrepiento. Nadie puede juzgar a
un hombre que busca sobrevivir. El fin siempre justificará los medios, de eso no
hay duda alguna.
La soledad en este trabajo, confunde y aturde la existencia. Aunque lo contrarresto
pensando en aquellas cosas buenas, las cosas lindas del pasado.

Era de madrugada, cuando abrí la puerta de la casa. Como siempre, mi familia


esperaba en mitad de la sala.
Ese día, no fue la excepción. Al abrir, estaban allí parados, fue uno de los
momentos más felices que recuerdo.
Me veían de una manera algo extraña, pero no les presté atención. Verlos una vez
más, en las circunstancias que fueran, era lo que me hacía ilusión siempre.

Caminé hacia ellos emocionado. Besé a mi mujer de manera apasionada, luego


me incliné para darle un beso a mi hijo en la frente.

—¿Por qué están despiertos tan temprano? —les pregunté mientras me separaba
un poco de ellos para apreciarlos mejor.
—Escuchamos ruidos y nos levantamos a ver qué pasaba y eras tú —respondió
mi esposa.

No dije nada más, luego caminé hacia la cocina. Abrí el grifo y me serví un poco
de agua, necesitaba tranquilizar mis nervios.

Acto seguido, saqué de la gaveta una de las pistolas que guardo para
emergencias, oculta bajo un fondo falso. Me cercioré de manera discreta que
estuviera cargada con las balas recubiertas de plata.
Divisé donde estaban, y disparé en repetidas ocasiones hasta que los vi caer.
Luego me acerqué, disparé unas cuantas veces más a la cabeza para que no se
levantaran.
Esperé varios segundos hasta que empecé a ver como se despellejaba el rostro
de mi mujer, y tras casi un minuto la carne empezaba a tornarse marrón y pronto
ya no se podían reconocer.
Unos demonios repetidores trataron de hacerse pasar por mi familia.
Cuando estuve en la entrada de mi casa, viéndolos ahí parados. Algo en lo
profundo de mí, se alivió de volverlos a ver. De igual forma, supe que no podían
ser ellos, porque hace un mes habían muerto a manos de demonios Agnus.
Para estar seguro de que mi mente no estuviese jugando una mala pasada. Me
acerqué y besé a mi esposa, pude percibir el olor putrefacto de esas malditas
criaturas.
Desde que llegaron los demonios a Wind y mataron a mi mujer y mi hijo, juré
acabar con cada uno de ellos. Es por eso que decidí convertirme en un cazador,
aprendí a matarlos y rastrearlos.
Todas las noches salgo a cazar a esos malditos demonios.
Aunque en verdad es un trabajo duro y solitario, no descansaré hasta matar a
cada bestia que me encuentre en el camino.

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