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Giordano Oronzo - Religiosidad Popular en La Alta Edad Media-Grammofon AB BIS
Giordano Oronzo - Religiosidad Popular en La Alta Edad Media-Grammofon AB BIS
RELIGIOSIDAD POPULAR
EN LA ALTA EDAD MEDIA
V E R S IÓ N ESPA D O LA DE
EDITORIAL GREDOS
MADRID
o ORONZO GIORDANO, 1983.
ISBN 84-249-0340-4.
Impreso en España. Printed in Spain.
Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1983.—5574.
INTRODUCCIÓN
L a r e l ig io s id a d p o p u l a r . P a g a n is m o y c r is t ia n is m o . L a
c o n v e r s ió n . E l catecum ena do
» Vita S. Caesarii, II, 19: PL 67, 1010; cf. PL 39, 2276, nota a).
Pero había también otro motivo que impulsaba a muchos a salir
de la iglesia apenas terminada la lectura del Evangelio. Habi
tualmente, éste era el momento en que el celebrante, antes de
iniciar su homilía, lefa las advertencias y las fórmulas de exco
munión contra los que se habían manchado con culpas graves.
Los interesados, que frecuentaban las ceremonias litúrgicas sólo
por rutina, eran los primeros en alejarse; por este motivo Inc~
maro de Reims recomendaba a su clero que se adelantase la
lectura de las advertencias inmediatamente después de la Epís
tola, sorprendiendo así a los culpables. (E pist. XVII ad presbí
teros dioecesis Rhemertsis: PL 126, 101.)
acabadas las lecturas, os salís de la iglesia, ¿a quién
deberá decir el sacerdote: «Levantad los corazones», y
cómo podrán responder: «Los tenem os dirigidos al
Señor» quienes están en la plaza con el cuerpo y con
la mente? Si os invitasen a comer, ¿os iríais antes de
haber tomado el último p la to ? 24.
El sínodo de Agde, probablem ente por sugerencia
del mismo Cesáreo, estableció que los seglares, para
cum plir con el precepto dominical, debían oír totas
missas y no debían abandonar la iglesia antes que el
sacerdote diera la bendición de despedida. Todavía en
el siglo ix se repetía la prohibición de salir de la iglesia
antes de que el sacerdote hubiera im partido la bendi
ción final2S,
La indisciplina y el m olesto m urm ullo de los fieles
en la iglesia, de que tanto se lam entaba el obispo de
Arles, no eran una novedad en su tiempo: ya san Agus
tín más de una vez, antes de comenzar sus sermones,
se veía obligado a invitar a su auditorio a guardar
silencio:
Praébete silentíum, fratres, ne vos transeat sermo utilis
et in tempere necessarius 26.
2. L a m is a . Usos l i t ú r g ic o s . E u l o g ia y M a g ia
3. La cruz y L as c r u c if i j o s . « I u d ic ia c r u c is y r e d d it u s
CRUCTUM»
4, L a s c u a r e s m a s . A y u n o y a b s t i n e n c i a . A y u n o m á g ic o .
L a l i t u r g i a « e n p l e i n a i r » . R i t o s e n h o n o r d e l s o l . Los
ECLIPSES LUNARES. E l CANTO DEL GALLO
et somnolentes increpat,
Gallus negantes arguit.
Gallo canente, spes redit,
aegris salus ref un ditur.,,
(en PL 16, 1412).
valeat eos repeliere et sedare, quam illa divina mens quae est
in homine sua fide c t crucis signáculo?» (Burcardo, PL 140, 971),
133 V. Lantemari, La grande festa. Síuria del capodanno nelle
civiltá primitive, Verona, 1959, pág. 176.
I A RELIGIOSIDAD. —4
nos una idea del desenfreno festivo y del general albo
rozo a que la gente se abandonaba recordando los ac
tuales carnavales de Viareggio o de Río de Janeiro. El
día de año nuevo implicaba ceremonias especiales en
honor de Jano, que era el dios epónimo de la fiesta
misma; por eso, para los cristianos, participar en las
calendas de enero no significaba sólo una ocasión de
abandonarse a los excesos y a las inm oralidades carac
terísticas de aquellos días, sino tam bién persistir en el
antiguo paganismo conservando sus prácticas idolátri
cas. Esto era tanto más escandaloso e indecente porque
tales calendas venían a coincidir con los días compren
didos entre la Navidad y la Epifanía del Señor, cuando
los cristianos eran llamados a la iglesia p ara celebrar
íos m isterios de la Redención134.
La predicación pastoral y las decisiones sinodales,
recogidas con frecuencia en capitulares, trataro n de
com batir y de im pedir por todos los medios la usanza
pagana de las calendas: exhortaciones, burlas, ironías,
penas canónicas y amenazas de castigos corporales se
acumulan y se repiten constantem ente a lo largo de la
Edad Media. La proliferación de tantas norm as y dis-
isi Salviano, De gubern. Dei, VI, 11, 60: Sourc. Chrét., n. 22.
is* «... quod illae turbae impleant ecclesias per dies festos
christíanorum, quae implent et theatra per dies solemnes Pa-
ganonan» (Agustín, De cathech. rud., XXV, 48: Corp. Christ.,
ser. lat., n. 46, pág. 171).
159 «Nec non et illu d . petendum, ut spectacula theatrorum,
caeterorumque ludorum de Dominica, vel coeteris religionis
christianae diebus celeberrimis amoveantur. Máxime quia sancti
Los días de las calendas de enero se destinaban tam
bién, naturalm ente, como ya hemos apuntado, a los
horóscopos, a las predicciones, a las adivinaciones, a
los auspicios para el año entrante. Máximo de Turín
reprocha a sus fieles que en las calendas
per incerta avium ferarumque signa immmentis anni fu
tura ximantur ... qui supersíitionum furore et Judorum
suavitate decepti, sub specie sanitatis insaniunt160.
6. E l c u l t o d e l o s m u e r to s . E l « r e f r i g e r i u m » . La
«CARA COGNATIO». LOS VELATORIOS
hacer de ellos leña para quemar: «Nam illud quale est, quod si
arbores illae, ubi m isen homines vota reddunt, ceciderint, nec
ex eis ligna ad focum sibi deferunt? Et vídete quanta stultitia
est hominum, si arbori insensibili et mortuae honorem impen-
dunt, et Dei omnipotentes praecepta conteinmmt» (en M, G. H.,
Script. rer. merov., IV, pág. 70). También Cesáreo de Arles
recordaba a sus fieles: «Et ideo quicumque in agro suo, aut in
villa, aut iuxta viilam aliquas arbores, aut aras, vel quaelibet
vana habuerit, ubi miseri homines solent aliqua vota reddere;
si eas non destruxerit atque succiderit, in illís sacrilegüs, quae
ibi facta fuerint, sine dubio particeps erit... arbori enim mortuae
honorem impendunt, et Dei viventis praecepta contemmmt; ramos
arboris non sunt ausi mittere in focum, et se ipsos per sacrile-
gium praecipitant in infemum». El pueblo cultivaba y custo
diaba celosamente estos árboles. «Et si aliquis Deum cogitaos
aut arbores fan áticos incendere aut aras diabólicas voluerit
dissipare atque destruere, iiascuntur et insaniunt, et furore ni
mio succenduntur» (Serrno LUI, 1-2, Corpus Christ., series lat,,
CIII, págs, 233 y sigs.). El concilio de Nantes recomendaba:
«Summo studio decertare debent episcopi, et eorum ministri, ut
arbores daemonibus consecratae quas vulgus colit, et in tanta
veneratione habet,' ut nec ramum nec surculum inde audeat
amputare, radicitus excidantur, atque comburantur» (citado por
Burcardo, PL 140, 834). En tiempos de Romualdo I (662-687) se
celebraba públicamente el culto a un árbol considerado sagrado:
vid. Vita s. Barbati. El concilio de Auxerre del 587 (can, 3) esta
blecía: «nec Ínter sentes, aut ad arbores sacrivos vel ad fontes
vota exsolvere» (licet). Carlomagno, en el año 794, ordena des
truir los árboles y quemar los bosques en los que se celebraban
ritos paganos: en M. G. H., Leges, sect. II, t. I, Hannoverae, 1881,
páginas 77 y 58.
20 En la veneración de los ángeles, devoción, fantasía y remi
niscencias paganas multiplicaban su número y sus funciones; un
aspectos fundam entales de este período, y han alimen
tado una bibliografía enorm e y varia. Suscita siem pre
interés y curiosidad, y no sólo en el estudioso de cien
cias históricas y religiosas, la historia de la magia, de
las supersticiones, del demonismo medievales con los
frecuentes reviváis que de vez en cuando se encendie
ron y propagaron de siglo en siglo11.
Para esta investigación nuestra sobre el terreno nos
interesa recoger aquellos testim onios y aquella docu
mentación que, si por una parte pueden tam bién enri
quecer y am pliar cronológicamente el conocimiento de
las tradiciones populares y del folclore, por otra nos
perm iten com prender m ejor y, en lo posible, definir
los aspectos y las expresiones de lo que en sentido
Vid. lecturas, pág. 277 s. Las leyes estatales fueron muy se
veras con los tempestarlos. «Malefici vel inmissores tempestatum,
qui quibusdam incantationibus grandlnes in vineis messibusque
inmittere peribentur... ubicumque... repperti fueriat vel detectí,
ducentenis flagellis publice verberentur et deealvati déformiter
decem convicinas possessiones circuiré cogantur inviti, ut eorum
alii coirigantur exemplis» (Le:t Visigoth., VI, 2, 4: M, G. H.,
Leges, sect. I, t. I, pág. 259).
E. Martcne, o. c., III. 415 CD.
13 Vid. lecturas, pág. 269, n.° 33.
Todas estas usanzas y tanta ingenuidad en la gente,
que participaba en estos ritos, o acudía confiada a
consultar a magos, adivinos, aríolos y encantadores, no
podían dejar de parecer a los ojos del clero superviven
cias del paganismo, formas persistentes de idolatría,
sacrilegos honores rendidos al diablo, instigador o pro
tagonista invisible de todos estos sacrificios, que pros
peraban tranquilam ente en las ciudades y en el campo
y con frecuencia se desarrollaban incluso en las cer
canías de las iglesias. Los testim onios que tenem os nos
dicen que aquellos taum aturgos o charlatanes no vivían
relegados y escondidos en lugares secretos: llegado el
caso, los hemos visto siempre dispuestos, siem pre al
alcance de la mano. Tampoco eran, como podría pen
sarse, forzosamente paganos los que se dedicaban a
estas artes mágicas, Cuando Juan Crisóstomo reprendía
a sus fieles por llevar «ligaduras» y filacterias o por
recu rrir con tanta facilidad a los encantam ientos, aqué
llos se asom braban y no com prendían el motivo del
reproche. Seguros de excusarse con una buena razón,
hacían observar al obispo: Christiana est m ulier haec ex-
cantans, et nihil atiud ¡oquitur, quam nom en D ei14. Los
fieles se colgaban al cuello, o se ataban a los brazos y a
las piernas toda clase de escapularios y amuletos, y los
llevaban con m ayor confianza y devoción cuando se los
com praban a los sacerdotes, que les tranquilizaban ase
gurándoles que se tratab a de res sancta y que conte
nían lecticmes divinae.
Es difícil decir si todos los curanderos y maléficos
de que tenemos noticia eran sólo laicos o pertenecían
de algún modo al ordo clericorum o monachorum. Ve
mos a uno de éstos, Desiderio, que anda po r las calles
de Tours llevando cucullam ác tunicam in pilis ca-
3. L u c h a c o n t r a l a s « p a g a n ia e » . E l d i a b l o y sus
INTERMEDIARIOS
4. F il a c t e r ia s y t a l is m a n e s . L as r e l iq u ia s . Las « l ig a
d u r a s ». E s c r it o s m íg ic o s
5. L as « so r t es san cto ru m »
que lo hiciese: «Sed (maires) dicunt sibi: illum ariolutn vel di-
vinum, illum sortilcgum, illam herbariam consulamus; vesti-
mentum infirmi sacrificemus, cingulum qui inspici vel mensuran
debeat; offeramus aliquos characteres, aliquas praecantationes
adpcndamus ad coUum» (Cesáreo de Arles, Sermo LII, 5 [Corpus
Christ., series latina, vol. CIII, pág. 252]).
92 Adán de Brema, Gesta Hammaburgensis ecclesiae Ponti-
ficutn, 8: PL 146, 464.
blem ente las veían practicar al clero y a los m onjes
que los habían convertido.
Con frecuencia fueron precisam ente estas sortes las
que perm itieron elecciones afortunadas y decisiones
im portantes. Mucha literatura hagiográfica nos da a
conocer num erosos casos en que la elección de la vida
m onástica o la elevación al episcopado habían ocurrido
justam ente en virtud de estas sortes sanctorum leídas
al azar en paginis evangelicis. Así había sucedido con
san M artín de Tours, con Benito de Anianc, con san
E riberto y otros, hasta Alberto de Canterbury, Lo mismo
h ará san Francisco de Asís al interpelar las sortes apos-
tolorum : abre tres veces seguidas el Evangelio, bus
cando en él la indicación de la regla que debía dar a
sus seguidores.
Como se ve, con el paso del tiem po habían resultado
artificiosas e inútiles las distinciones que se querían
hacer sobre esta práctica entre individuo e individuo,
entre caso y caso. E n ciertos com portam ientos indivi
duales o colectivos, la línea de demarcación entre lo
sagrado y lo profano, entre lo lícito y lo ilícito resulta
a menudo aleatoria y convencional. Tampoco la distin
ción de san Jerónim o entre excepción y norm a, entre
privilegio de personas aisladas y práctica general había
tenido éxito. La m asa de los individuos halla en sí mis
m a, en sus propias necesidades y aspiraciones, las nor
m as y la justificación de su propio comportam iento.
6. C u l t u r a e c l e s i á s t i c a y t r a d ic io n e s f o l c l ó r ic a s
95 Vid. epp. 119, 99, 107, 110, 113: M. G. H., Epist. karol. aevi,
IV, 2.
96 Vid. lectura XV, págs. 291-293. ‘
w J. Le Goff, «Cultura ecdesiastica e tradizioni folkloristiche
nella dviltá merovingia», en Agiografia altomedioevale, al cui
dado de S. Boesch Gajano, Mu lino, Bologna, 1976, págs. 218 y sigs.
y de estructuras m entales comunes, que los envuelve
conjuntam ente, aunque sea en una recíproca relación
conflictiva y en una dinám ica de tensiones y de rebe
liones diversamente motivadas.
Las obras y el pensam iento de la aristocracia cultu
ral, que se identificaba con los dirigentes eclesiásticos,
sólo en m ínim a p arte llegaban a estratos más amplios
del pueblo, que estaba en m ás estrecho contacto con la
m ultitud de clérigos y de m onjes, portadores rudim en
tarios de una espiritualidad que reflejaba más el ca
rácter ambiguo, equívoco y fluido de las costum bres
. folclóricas de los distintos pueblos y de la extracción
social a la que ellos mismos pertenecían.
Para no salim os deí ám bito de nuestra investigación,
encam inada a señalar los aspectos externos y ciertos
com portam ientos de la religiosidad popular, debemos
advertir que conocemos a estos clérigos y a estos m on
jes a través de las desfavorables descripciones que de
ellos nos han dejado los escritores eclesiásticos, desde
san Agustín a Isidoro de Sevilla, Gildas, Alcuino, Atón
de Vercelli y R aterio de Verana, para lim itarnos apro
ximadamente a los térm inos cronológicos que nos in
teresan. «Vagabundos, insolentes, vendedores de falsas
reliquias, con el cuello y los brazos llenos de colgantes,
escapularios y filacterias, profesaban una lucrativa po
breza o una santidad sim ulada»98. Esta hosca presen
tación trae a la m ente a ciertos p íc a o s que, como dice
Gregorio de Tours, vagabundeaban vestidos de anaco
retas, llevando a la espalda largas cruces de hierro, de
las que pendían extraños am uletos, bolsitas llenas de
polvos, piedrecillas, hierbas y reliquias ju n to a los m ás
115 Greg. M., Reg., IV, 24; cf. también VII, 44; V, 32; XI, 53.
116 «Pascbalis non post multum temporis ab offícío archi-
diaconatus, propter aliquas incantationes et luculos q.uos colebat,
vel sortes quas cum aliis respectoribus tractabat Dei beatique
apostolorum principas interveniente iudicio privatus est et a
Sergio in monasterio retrusus post quinquennium prae cordis
duritia impoenitens defunctus estn (Ivón de Chartres, Panormia,
VIII, 82: PL 161, 1326).
117 «Si quís episcopus, aut presbyter, sive diaconus, vel qui-
libet ex ordine clericorum, magos, aut aruspices, aut ariolos, vel
sortílegos, aut eos qui profitentur artem aliquam, aut aliquos
eorum similia exercentes consulens fuerit deprehensus, ab ho-
nore dignitatis suae depositus, monasterium ingressus, ibique
perpetuae poenitentiae deditus, scelus admissum sacrilegii luat»
(can. 29 del concilio de Toledo, citado por Burcardo, PL 140, 851),
118 Mansí, II, 370. Para los sacerdotes que recurren a escritos
mágicos, vid. Atón de Vercelli, Capitularía, 48: PL 134, 37; vid.
también PL 56, 718, 876 y 886.
De las amonestaciones y de las reprensiones se pa
saba gradualm ente a toda una serie de penas previstas
p o r los cánones sinodales, poco a poco sistem atizados
en las colecciones decretales y en los libros peniten
ciales según la gravedad y la reincidencia. Los castigos
van de la simple am onestación o condena genérica a la
degradación jerárquica, a la destitución definitiva y a
la penitencia perpetua en un m onasterio. En cambio,
cuando se tratab a de simple sospecha, se imponía una
penitencia de cinco años, uno de ellos a pan y agua en
los días establecidos.
1. A n t r o p o l o g ía c r is t ia n a . L a « c o n c u p is c e n t ia c a r n is ».
L a m u j e r , é t ic a co n y u g a l . « V i r g i n e s », « v id ija e » y
«LIACONISSAH»
1 Greg. M., Moral. 18, 54, 92'. PL 76, 94, citado por W. Ullmann,
Individuo e Societá nel Medioevo, trad. it., Laterza, Batí, 1974,
página 6.
y, p ara la especulación patrística, el pecado en general
se concreta y se compendia en las culpas de la lujuria.
Causa e instrum ento de esta culpa es la m ujer. Por
consiguiente, el concepto de m atrim onio y de familia,
prem isa y m om ento germ inal de la sociedad, está sub
tendido por esta perspectiva pecaminosa. Los desarro
llos de la antropología elaborada por la patrística y por
los escritores eclesiásticos medievales están jalonados
por valoraciones contrastantes y por una serie de a p o
rías, que se traducen en una minuciosa preceptiva ca
nónica, que recubre toda la vida fam iliar y disciplina
rigurosam ente hasta los m om entos y los actos del de-
bitum coniugale.
Para lim itarnos al ám bito del com portam iento y de
las actitudes que el individuo asum e con relación a la
ética sexual, tal como podemos deducirla de la doctrina
y de la norm ativa eclesiástica para el período que nos
interesa, observarem os que, para el cristianism o, el
m atrim onio y, por consiguiente, las relaciones conyu
gales sólo se justifican como procedim iento p ara la
procreación de la prole. Fuera de este fin, dispuesto
po r la divinidad, no se tom a en consideración ninguna
o tra posibilidad. La relación gozosa y exclusivamente
lúdica entre hom bre y m ujer, o en general entre dos
personas, en una visión hedonista y n atural de los dos
sexos, como expresión de experiencias y efusión de
emociones, se repm eban radicalm ente en la ética cris
tiana. El am or sólo puede identificarse con el precepto
bíblico de la reproducción p ara asegurar la población
de la tierra. El carácter sagrado del Eros sólo encuentra
su más am plio desarrollo en el alegorismo y en el
simbolismo de los exegetas bíblicos y en las visiones
de los místicos.
Según esta perspectiva, el individuo, llegado a la
m adurez, tenía que elegir: o casarse p ara procrear, o
profesar la castidad entrando en el ordo clericorum.
Un antiguo sínodo establecía:
Filii cum ad anrtos puberlatis vcnerint, cogantor aut
uxores ducere, aut continentiam profiteri, sic et filiae
eadem aetate debent eamdem lcgem serv are2.
2 . E l m a tr im o n io . La f i e s t a n u p c t a l . La p ahe.ta m e d ie
v a l. T a b ú e s y p re ju ic io s
3. E r o t is m o y m a g ia . F il t r o s y a f r o d is ía c o s . R e l a c io n e s
sexuales
4. A borto y p r a c t ic a s a n t ic o n c e p t iv a s
73 Ibidem.
tardos, m ultiplican las tum bas en los cementerios. El
brutal eufemismo del santo nos hace ver el abundante
m aterial que el rey disem inaba m ediante un sistem á
tico infanticidio, para el que la única justificación que
se podía dar, y quizá se daba, era el buen nom bre del
m onasterio y el honor que se debe al ordo monacha-
rum. Bonifacio, consciente de que sus reproches por sí
solos tendrían escasa eficacia con el incorregible pro
fanador de lugares sagrados, escribe al mismo tiempo
al presbítero Erefrito y al arzobispo Echerto, que quizá
tenían más influencia en la corte, para que apoyasen
sus exhortaciones y amonestasen al atrevido y despre
ocupado joven, recordándole sus deberes de rey y de
cristiano
El papel social de la Iglesia en la formulación de
una ética sexual y en la definición de la institución
m atrim onial encontró grandes dificultades y resisten
cias de todo tipo, precisam ente por parte de la aristo
cracia barbárica y de diversos reyes, cuya conversión y
form ación religiosa bien poco los diferenciaban de sus
antepasados paganos. Su apoyo político y su colabora
ción m ilitar eran la m ayoría de las veces necesarios o
explícitamente requeridos para la cristianización de
Europa. Gregorio de Tours discute con los reyes me-
rovingios sobre teología y sobre disciplina eclesiástica,
pero no se atreve a reprocharles el concubinato, el
libertinaje y las crueldades en que regularm ente viven.
6. C e n t r o s l i t ú r g i c o s y c e n t r o s e c o n ó m ic o s . L a i g l e s i a
y l a p la z a . Los m o n a s te rio s . L os « s u b o rd in a ti»
II
III
IV
VI
VII
V III
IX
XI
X III
De divortio Lotharii et
(InCmaRo de R e im s,
Tetbergae, 15: PL 125, 717-718.)
XIV
LA RELIGIOSIDAD. ~ 10
borrachínes, perezosos o dados a la caza; otros combaten ar
m ados en el ejército y con su propia m ano vierten la sangre de
los hombres tanto paganos como cristianos. Puesto que yo estoy
reconocido como vuestro siervo y representante de la sede apos
tólica, si ocurre que enviem os al m ism o tiempo yo y ellos emi
sarios para apelar al juicio de vuestra autoridad, actuad de
modo que la orden que vos deis ahí corresponda a la que yo
dé aquí...
Si los alam anos, los boioarios y los francos, gente zafia e
ignorante, ven que en Roma se cometen los pecados que aquí
condenamos nosotros, considerándolos lícitos y perm itidos por
los sacerdotes, se insolentarán contra nosotros con grave escán
dalo para su vida. De hecho, afirman haber visto todos los años
en Roma e incluso junto a la iglesia de San Pedro, durante las
calendas de enero, bailar en las plazas, alborotar y cantar can
ciones deshonestas según las costumbres paganas, preparar la
mesa, la noche y el di a indicados, con muchos platos, como
hacen los gentiles; ese día nadie da un poco de fuego, ni presta
un hierro o cualquier otra cosa a su propio vecino. Dicen además
que han visto en Roma a las mujeres con filacterias y ligaduras
en los brazos y en las pantorrillas, al uso pagano, y que expo
nían esos m ism os objetos para venderías públicam ente. Todas
estas cosas, vistas por personas ignorantes y toscas, son causa
de que nos censuren y obstáculo para la predicación y la doc
trina.
Incluso obispos y presbíteros francos, adúlteros y fornicado
res empedernidos, que han tenido hijos siendo ya obispos o
sacerdotes, al volver de la sede apostólica dicen que el Romano
Pontífice Ies ha autorizado a ejercer el m inisterio episcopal. Pero
nosotros nos negamos a creerlo, porque nunca hem os oído decir
que la sede apostólica haya juzgado contra los cánones.
XVII
XVIII
Líl RELIGIOSIDAD. — 11
Blume, C., 95. Casiodoro, 133.
Boesch Gajano, S., 22, 178, 236, Cástulo, san, 148.
259. Celso, 132.
Boglioni, P., 11. Cesáreo, G. A., 78.
Bognetti, G. P., 236. Cesáreo de Arles, 33, 35, 39, 40,
Bonanate, U., 14. 41, 42, 43, 67, 88, 91, 99, 100,
Bonifacio, san, 66, 101, 177, 104, 106, 115, 136, 149, 175, 200,
181, 184, 226, 227, 237, 238, 290. 208, 220, 242, 276, 277, 280, 283.
B otte, B., 86. Cipriano, san, 152,
Bourgin, G., 203. Claudio de Turín, 66.
Boutruche, R., 252. Clemente, 66, 184-85.
Browe, P., 135. Clemente de Alejandría, 193.
Brendano, san, 83, CJodoveo, 116, 172,
Brunel, C., 47. Clotario, 177, 231.
Brunequilda, 228. Coens, M., 203.
Bruno de Segni, 44. Coleman, E. R., 223,
Bultot, R,, 193. Comblin, J., 247.
Burcardo de Worms, 45, 47, 55, Comodiano, 231.
58, 65, 76, 78, 79, 85, 93, 97, Congar, Y. M .J., 13.
102, 107, 112, 115, 116, 118, 120, Constantino, 35, 61, 149, 151.
126, 136, 152, 162, 186, 193, 195, Cotton, P,, 36.
197, 202, 205, 211, 2l3, 214, 215, Crisconio, 108, 110,
219, 220, 221,223, 225, 229, 269. Cristiano Drutmaro, 255.
Burton, R. F., 201. Crodegango de Metz, 199, 294.
Buytendijk, F. J. J., 259. Cudberto de Canterbury, 181.
Cummiano, 85, 173.
Cumont, F., 27,
Cabrol, F., 77,
Caix de Saint-Amour, A. de,
Chelíni, J., 38, 199, 242.
62.
Chranmo, rey, 172.
Calixto, papa, 130.
Carcopino, J., 27, 28.
Cardini, F., 11, 128, 137. Damián, P., 55.
Carlomagno, 19, 36, 47, 109, 117, Daniel de W inchester, 178.
134, 136, 137, 162, 177, 181, 289. Deffontaines, P-, 160.
Carlomán, 106, 162, Delaruelle, 8, 48, 49, 51, 68, 69,
Carlos, 117, 177. 70, 134, 135.
Carlos el Calvo, 110. Delehaye, H., 47.
De Purciet, 19. Fagone, V., 11-12.
Deseille, P„ 77. Fasoli, G., 128.
Desiderio de Tours, 144, 145, Fehrenbacb, E., 62.
Di Ñola, A. 133. Fichtenau, H._, 180.
Dion, R., 251. Filón, 17.
Dreves, G, M., 95, Fírmíco Materno, 231.
Doblanchy, E., 33, 35. Floro de Lión, 56.
Duby, G., 237, 238, 241, 242, 249, Fonseca, C. D., 9.
250, 257. Fontaine, J., 60, 116,
Du Cange, 211, 229. Fournier, P,, 13, 51.
Duchesne, L., 59, 195. Francisco de Asís, san, 72, 176.
Dumaine, H., 33. Frazer, J, G.p 122.
Dupré Thescidcr, E., 149. Fredegario, 135.
Dupront, A., 108. Fredegonda, 228.
Freu d, S., 192.
Fromm, E,, 192,
Eclierto, 227. Fructuoso, S., 96.
Edgardo, rey, 84.
Egberto de York, 33, 57, 61, 85,
109, 190, 197, 198, 205, 215, 220, Gabrieli, F,, 62.
237. Gal, san, 208, 231.
Ekkohardus Minar, 208. Gande, F., 140.
Eliade, M., 85, 123. Gaudencio d e Brescia, san, 117.
Elias, profeta, 78. Gelasio I, papa, 109, 183.
Eligió, san, 201. Genicot, L., 9.
Epifanio, 86, Gerardo, ob isp o de Hungría,
Erefrito, 227. 140.
Eriberto, san, 176. Gerardo de Tours, 137.
Ermoldo Nigcllo, 72, Gildas, 179, 180.
E scoto Eriugena, 192. Goelz, (H., 217.
Estacio, 30. Gon tramo, 228.
Esteban III, papa, 177. Gramer, H. M., 84.
Esteban VI, papa, 44. Gramscí, A., 11,
Esteban, san, rey de Hungría, Graus, F„ 235, 239.
44, 46, 128. Gregorio Magno, 62, 75, 78, 152,
Etclbaldo de Mercia, 226. 160, 161, 162, 165, 185, 1S6, 188,
Etelberto, 232. 191, 196, 228, 230, 232, 233, 234,
Eusebio de Cesa rea, 61, 151. 245.
Gregorio de Nisa, 192. Isidoro Marcador, 43, 58, 120,
Gregorio III, papa, 105, 116. 201, 214.
Gregorio de Tours, 39, 67, 69, Isidoro de Sevilla, san, 109,
108, 135, 14Í, 142, 163, 165, 172, 110, 141, 169, 179, 180, 255.
179, 180, 208, 227, 229, 231, 246. Ivón de Chartres, 186, 198, 201,
Grimaldo de S, Gal, 55, 202, 203, 204, 214, 218.
Grimouard de Saint-Laurent,
véase Saint - Laurent:, Gri
mouard de. Jerónimo, san, 59, 82, 158, 163,
Grosjean, P., 81. 167, 168, 169, 192, 196, 220,
Grundmann, H., 259, 260. Jonás, profeta, 167.
Gryson, R., 193. Jonás de Orleáns, 66, 69, 72,
Guenin, G., 66. 184, 196, 199.
Guiberto de Nogent, 153, 196, Jorge, obispo de Ostia, 228.
203. José Barsaba, 168.
Guichardi, 253. Juan Bautista, 160.
Juan Casiano, 153.
Juan Crisóstomo, san, 43, 64,
Hadot, P„ 24, 25, 144, 153, 156, 157, 159, 172, 194,
Hastings, 77. 231.
Hefele-Leclercq, 37, 44, 53, 57, Juan Diácono, 59.
125, 157, 159, 173. Juan Guaíberto, 72.
Helbig, H ., 49. Juan, de Salisbury, 129,
H ipólito Romano, 60, 220, Julia, D., 9.
Honorio de Autun, 50, 215, Julicher, A,, 194,
Honorio, emperador, 231. Jungmann, J. A., 53.
Hopkins, K„ 220. Justino, san, 31.
H ubert, J . , 250. Juvenal, 30.
Huyghebaert, M., 193.
Págs.
I n t r o d u c c ió n ................................................................................. 7
La religiosidad popular. Paganismo y cristia
nismo. La conversión. El catecum enado........ 7
C a p ít u l o I
C a p ít u l o III
L e c t o r a s .......................................................................... 261
ÍNDICE DE NOMBRES PROPIOS ........................................ 301