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UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA EXPERIMENTAL LIBERTADOR

INSTITUTO PEDAGÓGICO DE BARQUISIMETO

“LUIS BELTRÁN PRIETO FIGUEROA”

CITAS REFERENCIALES DEL

LIBRO DEL BUEN SALVAJE AL

BUEN REVOLUCIONARIO

Profesor: Carlos Perozo

Unidad Curricular: Inv. I

Participante: Irma Fernández

C.I: 14.446.050

Período: 2023 -1

Barquisimeto, marzo 2023

INTRODUCCIÓN
El presente informe está basado en el Libro “Del buen salvaje al buen revolucionario” del
autor Carlos Rangel. El mismo no tiene la finalidad de cambiar la idea o lo que el autor
expresa, sino que a través del uso del Manual de la UPEL citar las ideas del autor. Cabe
destacar, que las citas de contenido textual se utilizan para reproducir material de un trabajo
o documento en forma directa o, en el caso de escritos en otros idiomas, cuando se traducen
fielmente del original.

Por otra parte, el uso del manual permite al estudiante tanto de pregrado y postgrado,
adquirir conocimiento de la estructura formal de cada tipo de investigación según sea el
caso.

Hay distintas maneras de presentar las citas directas en el texto. Como ayuda para ilustrar
las normas básicas de la APA, se presentan ejemplos de seis estilos típicos de redacción, los
cuales son adaptaciones (con modificaciones), de los propuestos en el manual publicado
por dicha asociación.

DEL BUEN SALVAJE AL BUEN REVOLUCIONARIO


Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario es un libro indispensable no sólo para la
comprensión de Latinoamérica, sino de una buena parte del mundo contemporáneo, donde
se reproducen los mismos fracasos, las mismas impotencias, las mismas ilusiones. Más allá
de su objeto inmediato y de su caso específico, la obra de Carlos Rangel constituye una
reflexión general sobre la discrepancia entre lo que una sociedad es y la imagen que esa
sociedad tiene de sí misma.

El mayor héroe de América Latina, Bolívar, escribió en 1830: “He mandado veinte años, y
de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1. La América (Latina) es
ingobernable para nosotros; 2. El que sirve una revolución ara en el mar; 3. La única cosa
que se puede hacer en América (Latina) es emigrar; 4. Este país (la Gran Colombia luego
fragmentada entre Colombia, Venezuela y Ecuador), caerá infaliblemente en manos de la
multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos, casi imperceptibles de todos los
colores y razas; 5. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los
europeos no se dignarán conquistarnos; 6. Si fuera posible que una parte del mundo
volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América (Latina)”.

En esos seis puntos de Bolívar está condensado en su forma extrema el pesimismo


latinoamericano, el extremo juicio adverso de los latinoamericanos sobre nuestra propia
sociedad. Pero vale la pena subrayar que por lo menos algunas de las profecías
desesperadas de Bolívar se cumplieron al pie de la letra, por lo cual no se las puede atribuir
únicamente al estado depresivo de un hombre envejecido, decepcionado y amargado, sino
que son apreciaciones en las cuales están presentes toda la agudeza sociológica y toda la
visión política del

Libertador. Desde 1830 hasta hoy se acumulan otros datos y otros puntos de referencia,
adicionales a los disponibles para Bolívar al formular su juicio sobre el futuro de
Latinoamérica:

1. El éxito desmesurado de los EE.UU., en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo


tiempo histórico.

2. La incapacidad de la América Latina para la integración de su población en


nacionalidades razonablemente coherentes y cohesivas, de donde esté, si no ausente, por lo
menos mitigada la marginalidad social y económica.

3. La impotencia de la América Latina para la acción externa, bélica, económica, política,


cultural, etc.; y su correspondiente vulnerabilidad a acciones o influencias extranjeras en
cada una de esas áreas.

4. La notoria falta de estabilidad de las formas de gobierno latinoamericanas, salvo las


fundadas en el caudillismo y la represión.
5. La ausencia de contribuciones latinoamericanas notables en las ciencias, las letras o las
artes (por más que se pueden citar excepciones, que no son sino eso).

6. El crecimiento demográfico desenfrenado, mayor que el de cualquier otra área del


planeta.

7. El no sentirse Latinoamérica indispensable, o ni siquiera demasiado necesaria, de manera


que en momentos de depresión (o de sinceridad) llegamos a creer que si se llegara a hundir
en el océano sin dejar rastro, el resto del mundo no sería más que marginalmente afectado.

Casi siglo y medio después de Bolívar, uno de los primeros intelectuales


hispanoamericanos (Carlos Fuentes) podía escribir: “Existe (para la América Latina) una
perspectiva mucho más grave: a medida que se agiganta el foso entre el desarrollo
geométrico del mundo tecnocrático y el desarrollo aritmético de nuestras sociedades
ancilares, Latinoamérica se convierte en un mundo prescindible para el imperialismo.
Tradicionalmente hemos sido países explotados. Pronto ni esto seremos: no será necesario
explotarnos, porque la tecnología habrá podido -en gran medida lo puede ya- sustituir
industrialmente nuestros ofrecimientos mono-productivos. ¿Seremos, entonces, un vasto
continente de mendigos? ¿Será la nuestra una mano tendida en espera de los mendrugos de
la caridad norteamericana, europea y soviética? ¿Seremos la India del Hemisferio
occidental? ¿Será nuestra economía una simple ficción mantenida por pura filantropía?”

CAPÍTULO I

DEL BUEN SALVAJE AL BUEN

REVOLUCIONARIO

La civilización corruptora

Pero Europa quería creer en el Buen Salvaje habitante de un “Nuevo Mundo”. A mediados
del siglo XVI ya el mito ha cuajado y ha comenzado a infectar a los europeos mucho más
malignamente que la sífilis, de la cual se asegura que fue trasladada también de América al
Viejo Continente. Montaigne lo recoge insuperablemente y le presta toda su credulidad,
todo su entusiasmo, toda su futura autoridad: “Son salvajes esos pueblos 5 como los frutos
a que aplicamos igual nombre por germinar y desarrollarse espontáneamente (en los cuales)
se guardan vigorosas y vivas las propiedades y virtudes naturales, que son las verdaderas y
útiles... Las leyes naturales dirigen su existencia... (y) se me figura que lo que por
experiencia vemos en esas naciones (americanas) sobrepasa no sólo las pinturas con que la
poesía ha embellecido la edad de oro de la humanidad, sino que todas las invenciones que
los hombres han podido imaginar para fingir una vida dichosa, juntas con las condiciones
mismas de la filosofía, no han logrado representarse una ingenuidad tan pura y sencilla,
comparable a la que vemos en esos países, ni han podido creer tampoco que una sociedad
pudiera sostenerse con artificio tan escaso y, como si dijéramos, sin soldadura humana. Es
un pueblo (diría yo a Platón) 6 en el cual no existe ninguna especie de tráfico, ningún
conocimiento de la ciencia de los números, ningún nombre de magistrado ni de otra suerte,
que se aplique a ninguna superioridad política. Tampoco hay ricos, ni pobres, ni contratos,
ni sucesiones, ni participaciones, ni más relaciones de parentesco que las comunes; las
gentes van desnudas, no tienen agricultura ni metales, ni beben vino ni cultivan los
cereales. Las palabras mismas que significan la mentira, la traición, el disimulo, la avaricia,
la envidia, la detractación, el perdón, les son desconocidas... Viven en un lugar... tan sano
que... es muy raro encontrar (entre ellos) un hombre enfermo, lagañoso, desdentado o
encorvado por la vejez... El idioma... es dulce y agradable y las palabras terminan de un
modo semejante a las de la lengua griega. (Desconocen por su inocencia) lo costoso que
será un día a su tranquilidad y dicha el conocimiento de la corrupción (europea) y que su
comercio con nosotros engendrará su ruina. (Los Ensayos, “De los Caníbales) “. ¿Qué hay
de novedoso o de más terrible que estas palabras de Montaigne, en Rousseau, doscientos
años más tarde? Pero más impresionante todavía es encontrar en el mismo texto de
Montaigne la proposición de que la sociedad europea merecía una revolución sangrienta,
que la devolviera a su estado primitivo de bondad natural, a la Edad de Oro; o que por lo
menos desquitara a la mayoría, desfavorecida por la desigualdad “antinatural” en que la
civilización había sumido a Europa: “Observaron (tres indios americanos traídos a la corte
de Carlos IX, en Ruán) que había entre nosotros muchas personas llenas y ahítas de toda
suerte de comodidades y riquezas; (y) que (otros iguales a ellos, sus “mitades”) mendigaban
a sus puertas, descarnados de hambre y miseria, y que le parecía (a los buenos salvajes
americanos) también singular que los segundos pudieran soportar injusticia semejante y no
estrangularan a los primeros, o no pusieran fuego a sus casas”. Por causa del mito del Buen
Salvaje, Occidente sufre hoy de un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de
haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la tierra, agrupados
genéricamente bajo el calificativo de “Tercer Mundo”, los cuales sin la influencia
occidental habrían supuestamente permanecido tan felices como Adán y tan puros como el
diamante. Pero lo que nos interesa es el camino hecho por el mito en América, y adónde ha
venido a desembocar más particularmente en América Latina.

Para entender la transmutación del Buen Salvaje en el Buen Revolucionario, notemos que
hay no sólo relación, sino identidad entre el estado del hombre antes de la caída y después
de la salvación. El intermedio es un paréntesis en la beatitud natural. Los últimos días,
serán como los primeros; el fin de la historia será el regreso a la Edad de Oro.

Algunos cristianos primitivos tuvieron la convicción de que tras su segundo advenimiento,


Cristo establecería en la tierra un reino perfecto, de mil años. Desde entonces el
“milenarismo” ha sido una fiebre recurrente de la humanidad, y en un tiempo de
degradación y superficia1ización de los grandes mitos profundos y eternos, ese
milenarismo se ha hecho “revolucionismo” secular. La caída habría sido el establecimiento
de la propiedad privada. Antes de existir esa institución “antinatural”, los hombres habrían
sido todos iguales y dichosos, y volverán a serlo automáticamente al quedar ella abolida.

Las sectas milenaristas (o revolucionarias) invariab1emente han concebido la salvación


como total, en el sentido de que mediante una transformación súbita, la vida en la tierra
quedará transformada, devuelta a la perfección que tuvo antes de la caída (o antes de la
propiedad privada).

A la vez, las explosiones de fe milenarista (o revolucionaria) han estado invariablemente


acompañadas por el ascenso fulgurante de profetas y mártires, dotados de cualidades
especiales: elocuencia, valor, magnetismo personal, carisma.

Sin duda el milenarismo y el revolucionismo están reñidos con el espíritu racionalista que
hizo la grandeza de Occidente; pero en cambio son supremamente tentadores para quienes
se sienten preteridos, marginados, frustrados, fracasados, despojados de su derecho natural
al goce igual de los bienes de la tierra de que supuestamente disfrutaban los Buenos
Salvajes de América antes de la llegada de las fatídicas carabelas.

Eso explica que la América triunfadora, los EE.UU., haya hecho un uso muy moderado del
mito del Buen Salvaje, y tenga una resistencia sana (mayor que la de Europa) al mito del
Buen Revolucionario. Y explica también que la América fracasada, la América Latina, sea
especialmente vulnerable a ambos mitos.

El Buen Salvaje tiene en la psiquis de los norteamericanos un sitio tan reducido como en la
historia de ese país. “El último de los mohicanos” es noble, sin duda, pero es otro, y está a
punto de desaparecer para siempre. Los colonizadores anglosajones vinieron en busca de
tierra y libertad, no de oro y esclavos. Al indígena, habiéndolo expulsado del territorio, o
exterminado, no tuvieron necesidad ni de rechazarlo ni de integrarlo social o
psicológicamente.

En contraste, esa necesidad ha sido el hecho central y sigue siendo el cáncer de


Latinoamérica, donde el conquistador español creó una sociedad de la cual los indios,
reducidos a la servidumbre, formaban parte orgánica e indispensable, los hombres por su
trabajo, las mujeres por su sexo. En consecuencia, los latinoamericanos somos a la vez
descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los
esclavos, de los raptores y de las mujeres violadas.

El mito del Buen Salvaje nos concierne personalmente, es a la vez nuestro orgullo y nuestra
vergüenza. En la extremidad de nuestra frustración y de nuestra irracionalidad, llegaremos a
no admitir otra filiación, y aun hijos o nietos de inmigrantes europeos muy recientes,
seremos tupamaros, (de Túpac Amaru, líder en el siglo XVIII de una sublevación indígena
en el Virreinato del Perú).
De este modo, el Buen Salvaje se convierte en el Buen Revolucionario, “aventurero
romántico, Robín Hood rojo, Don Quijote del comunismo, nuevo Garibaldi, Saint-Just
marxista, Cid Campeador de los condenados de la tierra, Sir Galahad de los miserables,
Cristo laico, San Ernesto de la Higuera”, Che.

CONCLUSIÓN
Partiendo de lo escrito por el autor, específicamente en su primer capitulo La civilización
corruptora hace un contraste entre una sociedad y otra. En este caso, una gran diferencia
entre los indios y los europeos quienes tenían un amplio conocimiento debido a sus
avances. Por otra parte, tenemos en toda Latinoamérica el mito o creencia de que los
pueblos o países mas avanzados movidos por el consumismo, ansias de poder y el
capitalismo, están por encima de los pueblos menos fuertes. El autor no solo hace distinción
en cuanto a los pueblos, sino que expresa los nefastos resultados de aquellos Gobiernos que
en nombre del socialismo o pensamiento Marxista pretende liberar a quienes por muchos
años “hemos sido golpeados y oprimidos por los países desarrollados”. Y que en nombre de
la revolución y de la igualdad social, que solo sirve para justificar el despotismo, muchos
solo hacen de eso su bandera movidos por sus propios intereses.

A lo largo de la historia de los pueblos, siempre se ha escuchado y leído que todas las
luchas se han fundamentado en el deseo de igualdad social. Se construyen teorías partiendo
de la historia real y la historia del conocimiento, y en este devenir muchos suelen ser
subjetivos debido al sentimiento nacionalista o creencias personales. El problema realmente
radica en complejos de victimas que se van desarrollando desde una lectura sesgada de la
historia que en muchas ocasiones suele ser manipulada.

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