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Zavala Ensearhistoriaseleccin
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Ana Zavala
Centro Latinoamericano de Economía Humana
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Elementos para una teoría práctica de la práctica de la enseñanza de la historia View project
All content following this page was uploaded by Ana Zavala on 25 June 2019.
BANDA ORIENTAL
Para todos los profesores de Historia
están allí dando clase porque les gusta.
índice
Prólogo „„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„.11
Introducción:
Para pensar cómo es el otro lado de la Luna „„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„.15
c) Lo viejo y lo nuevo„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„„.„„„59
d) Interpretar ..................................................................................................65
En cierta forma podría decirse que todavía hoy somos herederos de la ver-
sión de este debate que a partir de los años setenta y ochenta del siglo pasado
nos permite trazar grosso modo un mapa de estos estudios dividido en dos gran-
des regiones: la tecnocrática, acusada de hacer de los profesores meramente unos
técnicos obedientes de prescripciones externas consistentes con el logro de unos
fines que ellos mismos no han ni establecido ni están en condiciones de cambiar
o al menos de mirar críticamente; y la crítica, su versión en negativo, haciendo
de los profesores unos profesionales críticos y agentes de cambio, teóricos de sus
prácticas e investigadores de los problemas que estas les plantean, todo esto bajo el
atractivo rótulo de la emancipación personal y profesional. La primera sigue siendo
el norte que guía a muchísimas autoridades políticas y administrativas, siempre
preocupadas por la eficiencia de los servicios prestados, mientras que la segunda
alimenta sin cesar las producciones universitarias, incluyendo desde tesis y artí-
culos de revista o incluso libros, hasta ponencias y conferencias en simposios de
pequeño o gran porte. Sin embargo, más allá de las diferencias sustanciales entre
ambos planteos, hay algo que permanece invariable: los fines a los que hemos de
adherir los profesores, así como los medios para alcanzarlos han sido propuestos
y fijados desde fuera del ámbito de la práctica profesional docente, tanto si se trata
de la eficiencia o del cambio y la emancipación. Desde mi punto de vista esta es una
consideración ampliamente relevante a los efectos de tener la posibilidad de abrir la
mente a otro tipo de planteos en relación con los modos de conocer —podríamos
decir de teorizar— y llegado el caso cambiar la práctica de la enseñanza, que es la
de todos, pero también y muy especialmente la de cada uno.
Esta introducción pasará entonces una breve revista a las posturas en torno
al debate relativo a la naturaleza de las prácticas docentes para luego abocarse al
señalamiento de posturas teóricas que permiten organizar —siempre desde fue-
r a — otro tipo de conceptualizaciones para el mismo asunto. Me interesa parti-
cularmente señalar el hecho de que estas herramientas tienen la virtud de estar a
disposición de todos, es decir que lo están tanto de aquellos que desean conocer la
práctica de la enseñanza de otros (como podrían ser los profesores de didáctica o
los profesores adscriptores, y naturalmente muchos investigadores) así como de los
propios profesores al embarcarse en una tarea de análisis de su trabajo profesional.
Al mismo tiempo y en un intento por desvincularme de la idea de que la enseñanza
de la historia es un caso particular de cualquier enseñanza, haré algunas considera-
ciones relativas a los modos en los cuales la historia en tanto saber enseñado aparece
conceptualizada en una amplia bibliografía. Retomaré para el caso el contraste con
herramientas de análisis que permiten no adicionar práctica de la enseñanza y saber
enseñado, sino más bien conservar la unidad del gesto de enseñar... historia.
Sin hacer énfasis en la cuestión de los modos en los cuales lo que sea que
se considere la teoría se relaciona con un hacer profesional que llamaríamos la prác-
tica, la presencia de este asunto será remarcada en los apartados que siguen. Esto
servirá de apoyo a la tesis principal del libro que apunta a fundamentar la idea de
la existencia de una dimensión teorizante en las prácticas [de enseñanza] cuyo
contenido preciso es siempre menos relevante en la argumentación que el hecho
de —simplemente— poder dar cuenta de su existencia.
Para ese mundo en que las prácticas de enseñanza son objeto de estudio
decir entender su práctica mejor de lo que ellos mismos lo hacen tiene a mi manera de
ver más de una lectura posible. La primera y la menos prestigiosa es sin duda la
de un esquema de superioridad-inferioridad en el cual las herramientas intelec-
tuales y metodológicas de la investigación permiten decir algo importante acerca
de lo que yo profesora hago que yo misma no soy capaz de decir. Que eso deviene
en una prescripción acerca de cómo mejorar — o de cómo entender— mi trabajo
profesional es un corolario que casi nunca se hace esperar. Una segunda lectura
posible es la que —sustituyendo la prescripción por el acompañamiento en el aná-
lisis— apunta a una transformación de las prácticas con un cierto nivel de parti-
cipación e involucramiento de los propios profesores. En este punto no es posible
abarcar todas las posibilidades de esta modalidad en un solo gesto caracterizador.
Todos sabemos que existen formas del acompañamiento/guía en relación con las
prácticas de la enseñanza en las cuales la legitimación de problemáticas y modos
de análisis o investigación no dependen de los profesores involucrados sino de los
representantes del mundo académico que los asisten y acompañan. De hecho siem-
pre hay alguien que finalmente los entiende mejor que ellos mismos, o al menos
asume tener la capacidad de ayudarlos a entenderse mejor de lo que lo harían por
sí mismos, gracias a lo cual podrán cambiar y mejorar. No incluyo en esta categoría
los grupos autoconvocados de acompañamiento entre pares, ya sea que cuenten o
no con la presencia de referentes externos eventuales o permanentes. Estos grupos
se mueven en las catacumbas de las instituciones y es muy difícil tener noticia de su
Es por esta razón que me interesa particularmente hacer foco en las con-
sideraciones respecto de los modos discursivos a través de los cuales la escritura es
capaz de crear realidades (Barthes, 1987b) acerca del hacer humano de sujetos que
son otros en relación con el autor del texto (De Certeau, 1993, pp. 54 ss). Esto no
quiere decir, por supuesto, que de esta manera quede determinado que existe una
categoría de textos relativos al hacer docente que deban necesariamente ser descar-
tados en tanto falsos o erróneos porque en algún lugar existen algunos que son en
efecto auténticos y verdaderos. Por el contrario, esta observación apunta en una pri-
mera instancia en dirección a apoyarse en la relación entre el autor del texto (y de
todos los dispositivos que anteceden a su creación, como un proyecto de investiga-
ción, unos procedimientos de recogida de información, etc.), el contenido del texto y
Desde otro punto de vista es precisamente la dimensión otra —ya sea del
pasado, ya sea del objeto de estudio sujeto humano— la que establece una condición
de creación de ese otro compatible y funcional con ese lugar de producción del sa-
ber que de otra forma no tendría acceso al mundo de ese otro. El límite del esfuerzo
de descentración del investigador está a menudo en la denotación de la diferencia
con el otro, diferencia cultural, de valores, de nivel de logros, de expectativas, o
simplemente de ser lo que precisamente ese otro no es. Es con seguridad el campo
de los estudios de la subalternidad — a la par con el de los estudios poscoloniales—
Por su parte Yves Clot (2002, 2007) nos ofrece un abordaje también com-
plejo de la práctica profesional a través de su manera de definir un oficio, como po-
dría ser el de enseñar historia. Desde su punto de vista cualquier actividad laboral
está atravesada por cuatro ejes: existe antes que nada una dimensión impersonal
que está representada por las prescripciones —como por ejemplo el programa ofi-
cial, el horario de la clase o la configuración del grupo de alumnos con los cuales
estoy trabajando—, existe luego una dimensión personal, que da cuenta de cómo
cada uno interpreta o gestiona aquello que ha de hacer. A esto se agregan otras dos
dimensiones: la interpersonal, puesto que trabajamos con otros colegas, e inclu-
so con nuestros alumnos y esto da forma en buena medida a lo que hacemos, y
15. L a filosofía de la historia no escapa a esta cuestión, sino que más bien se ha involu-
crado p r o f u n d a m e n t e . M e refiero p o r ejemplo a los p l a n t e a m i e n t o s de la historia conceptual, de la
historia intelectual y a otras miradas c o m o la de A r t h u r D a n t o o incluso M i c h e l de C e r t e a u .
16. P a r a u n a mirada crítica respecto de este p l a n t e a m i e n t o p u e d e consultarse Petit
( 2 0 1 4 ) . S u análisis recorre los planteos de Ricoeur en este asunto entre la Filosofía de la voluntad, de
1 9 5 0 , y obras posteriores, en particular La sémantique de l'action, de 1 9 7 7 .
la virtud de cambiar la situación y por lo tanto se le reconoce valor performativo.
Podría también avanzar un paso, y poner un pie en las teorías del texto y las de
la intertextualidad, probablemente una característica común a todos los textos 17
y darme cuenta de que casi existen más herramientas de análisis que las que uno
puede razonablemente utilizar para enfocarse tanto en ese momento ineludible-
mente discursivo que es una clase (de historia, pero no solamente), porque la his-
toria es también un discurso que puede ser intertextual, intencional, ilocutorio,
conceptual, singular, autobiográfico, etc.
Existe sin embargo una línea de análisis de esta cuestión que haciendo
foco en la historia enseñada se interesa particularmente en la relación entre alguna
historiografía y los modos en que la historia es presentada en programas oficiales,
manuales y clases observadas y analizadas. Dos cuestiones han de destacarse en re-
lación con estos trabajos: en primer lugar que muchos de ellos apuntan a denunciar
la presencia de una historiografía ya superada o en contradicción con los fines de la
enseñanza de la historia, como por ejemplo la historiografía de corte nacionalista.
Es sin duda el caso de los trabajos pioneros de Suzanne Citrón (1989) en relación
con los manuales de historia, y de muchos de sus seguidores, como por ejemplo
Pilar Maestro ( 1 9 9 3 , 1 9 9 7 ) . En segundo lugar está la cuestión de la distorsión entre
los aportes de una cierta historiografía y determinada propuesta de enseñanza, ya
sea la que se la perciba en la propia clase o que esté presente en los libros de estudio.
En este sentido la simplificación de conceptos o de relaciones causales, el énfasis en
lo fáctico o la conversión del tiempo histórico en un tiempo simplemente crono-
lógico figuran entre las comprobaciones más recurrentes en las miradas que hacen
foco en la distancia existente entre la historia enseñada y la historia investigada.19
No se trata en general de una bibliografía que alabe o reconozca virtudes en la
enseñanza de la historia mirada de cerca, y esto incluye tanto a profesores como a
libros de texto. Aunque por momentos tenga aristas propositivas en relación con
Finalmente si consideramos como hemos visto más arriba que hay algo
que tiene que ver con la forma en que cada sujeto construye un sentido para su ac-
ción, la relación de cada uno de nosotros con un tema o una postura historiográfica
respecto de este se constituye no solo en una clave para la comprensión del modo
en que la historiografía ha pasado a configurar el discurso de la clase, sino en una
herramienta de análisis de primer orden. La categoría historia enseñada, en su in-
finita e inabarcable diversidad, incluye todos los «me interesa [o no]», «lo domino
[o no]», «le encuentro [o no] sentido en este curso», «ya no me queda [me sobra]
tiempo para abordarlo», «esta vez quiero darlo de otra manera» o «no veo por qué
cambiar de enfoque», etc. De todas formas, no es lo mismo construir sentido para
la acción que darlo a conocer. Todos sabemos dos cosas: que es difícil exponerse
fuera de un círculo de confianza, y que quien quiera que sea que escucha a alguien
hablando de su hacer profesional —que puede ser un investigador, un colega de
toda la vida o una autoridad administrativa— no puede no ser un intérprete con
un punto de vista establecido para recibir un mensaje del otro. No esperemos pues
verdades o certezas respecto de lo que un profesor piensa o entiende que ha sucedi-
do en su clase o relativas a las razones por las cuales las cosas han sucedido como
lo han hecho.
No fue hasta que alguien observó que siempre se veía el mismo lado de la
Luna que las especulaciones acerca de lo que habría del otro lado comenzaron a
tener sentido, porque evidentemente del otro lado había algo. De alguna manera
con las prácticas, y en especial con las de la enseñanza, pasa algo parecido. Fue en
efecto a mitad de los años setenta del siglo pasado que la investigación sobre [el
misterio] del pensamiento del profesor comenzó a tener sentido.
De hecho, durante mucho tiempo la idea de que con las prescripciones era
suficiente para determinar el rumbo de la actuación profesional docente no había
encontrado escollos importantes. Sin embargo, llegó el día en que se hizo evidente
que había que contar con más elementos para poder prescribir apropiadamente
las tareas de los profesores.20 En su versión menos prestigiosa esta comprobación
orientó líneas de investigación que apuntaban a conocer cómo pensaban los pro-
fesores para así poder neutralizar sus aspectos adversos y poder llevar a la práctica
un modelo de enseñanza que de algún modo pudiera garantizar un cierto nivel de
eficiencia. Que esto afectó profundamente el campo de la formación profesional
docente no hay ni que decirlo, porque en definitiva de lo que se trataba era de afinar
la dimensión prescriptiva de la tarea a la espera de una mayor eficiencia en el logro
de unos ciertos fines. Paralelamente gestos teóricos como el de la investigación-ac-
ción o el de los profesores como investigadores desembocaron por su lado en es-
tudios acerca del pensamiento del profesor, de sus creencias o de sus teorías im-
plícitas, intentando llegar al corazón de la cuestión pero por otro camino. La idea
sin embargo no era otra que la de poner en cuestión ese arsenal teórico implícito
y poco racional del que eran portadores los profesores para finalmente sustituirlo
por otro innegablemente mejor y más funcional al logro de unos ciertos objetivos
de cambio político y social.
Sin embargo, sigue habiendo una zona de naufragios, que por otra parte es
más que comprensible porque conocer lo que todos hacen difícilmente permite co-
nocer con propiedad lo que cada uno hace. Está claro que si hemos observado 40 o
4 0 0 clases y encontramos trazos en común entre muchas de ellas, eso quiere decir
que habrá 800 u 8 0 0 0 que con bastante seguridad compartirán esas características.
El problema sigue siendo —inevitablemente— no la luz que hay sobre algunas
conclusiones sino las sombras que hay sobre todas las demás. Como ya lo hemos
visto anteriormente, es posible que lo que se dice acerca de las formas en que los
profesores enseñamos o de las razones por las cuales lo hacemos como lo hacemos
haga pensar a un lector que se trata de un estudio realizado en otro planeta, o en
una región muy lejana y muy diferente a la comunidad de prácticas que comparte.
Ese es el problema, pero también es parte de la solución.
La pregunta crucial sigue siendo quién quiere saber qué, que se desdobla
naturalmente en por qué quiere saberlo y para qué, en el sentido de qué hará con
ese saber cuándo lo posea. Quien puede ser el Estado, el departamento de inves-
tigaciones de la universidad o el tesista que necesita un proyecto de investigación
aceptable. Cuando ese quien es un profesor o un grupo autoconvocado de docentes
que se reúne porque siente que debe hacerlo, las cosas son muy diferentes. Podría-
mos establecer una comparación entre los distintos por qué y los para qué, que nos
remitirían una vez más al sujeto de la acción, aun si consideramos al Estado como
un sujeto encarnado en personas con nombre y apellido.
Lo que me interesa destacar en este punto es entonces que con las mismas
herramientas de análisis podemos mirar las acciones de enseñanza desde dentro
y desde fuera, lo que no hace que unas miradas sean más teóricas que otras como
tendremos ocasión de comprobar a poco de andar en el primer capítulo del libro.
La mirada desde fuera es siempre más fructífera cuanto más abstracta y generali-
z a d o s , cuanto más ilumina los modos en los cuales comprender los resortes de la
acción en lugar de aventurarse a tomar la voz de los agentes hablando por ellos. La
mirada desde dentro, para cualquier acción, tiene muchos modos de ser compar-
tida y dejarse ver, pero siempre es una mirada de autor leída, interpretada e inter-
pelada por un lector/intérprete y, a veces, juez o evaluador al mismo tiempo. Una
larga experiencia en este terreno me dice que las escrituras acerca de las prácticas
que hacen sus propios autores tienen unos lectores en los colegas que las leen desde
un lugar que podría haber sido el suyo, y otra, bastante diferente, de aquellos cuyo
lugar ha sido desde siempre el de fuera. Aunque este libro está pensado y dirigido
muy especialmente a los profesores de historia, la ilusión de un diálogo potencial y
fructífero con quienes se han dedicado a investigarlos está también en el horizonte
de mis expectativas. El debate siempre abierto de qué es una teoría en relación con
una práctica, y sobre todo de quién es el teórico y en qué sentido lo es, no quedará
de ninguna manera zanjado en este libro. La idea es más bien la de tener elementos
para pensarlo y repensarlo, y aportar aun desde el desacuerdo y el cuestionamiento.
* * *
Eppur si muove
GALILEO GALILEI
Lo que sucede es que en general, cuando alguien elige ser profesor de his-
toria piensa que le gusta la historia, tal vez no tanto enseñarla, pero difícilmente la
cuestión de la nación, la ciudadanía y los otros valores estén en el eje de una deci-
sión que alimentará el sentido del estudio de muchos saberes así como de un ejerci-
cio profesional que posiblemente lo acompañe durante décadas. Lo hemos visto, y
a veces en forma muy explícita, lo mismo sucede con los historiadores. A veces uno
tiene la impresión de que más que contribuir a fundar la nación lo que expresan
en sus trabajos son sus convicciones políticas, cívicas, nacionales, ideológicas o re-
ligiosas. También, igual que los profesores de historia, los historiadores muestran
de una manera o de otra su gusto y su interés no tanto por la histórica, sino por
algún tipo de historia en concreto: antigua, nacional, económica, cultural, micro...
Es como si no se pudiera entender ninguna de las dos profesiones sin un versículo
inicial que dijera «me gusta la historia». Está claro sin embargo que esto no quiere
decir que a todos nos guste ni lo mismo de la historia ni de la misma manera. Se
necesitaría entonces un segundo versículo, o algunos más, para dar cuenta de ese
rapport —con qué de la historia— que hace de uno un historiador o un profesor
de historia, o ambas cosas porque también es posible.
Lo que esto significa antes que nada es que hay que ir a buscar herramien-
tas de análisis que nos hablen de la historia, de la historiografía, de las formas de
vincularse con el otro del pasado, de los modos de entender el juego de temporali-
dades entre ellos y nosotros, entre allá y aquí mismo, ahora. Será siempre el lugar de
la mirada el que organice la comprensión de lo que se ha enseñado, o se enseñará si
lo que está en juego es un proyecto de clase o de curso. En este sentido, la opción
por herramientas provenientes del marxismo, de los Anuales, del estructuralismo,
del psicoanálisis o de la historia conceptual o la historia intelectual, etc. será la que
organice la comprensión de un trabajo relativo a cualquier cosa que haya sucedido
en un mundo que no necesariamente es el europeo o ha de entenderse europea-
mente, De esta manera la firma del sujeto de la acción aparece doblemente: en su
rapport con el tema de la clase y con una determinada orientación historiográfica y
filosófica, y en las herramientas de análisis movilizadas, que no necesariamente son
las únicas que tiene a la mano. Debo decir que he visto análisis extraordinarios por
ejemplo en clave poscolonial de clases cuya orientación ha sido en grandes líneas
organizada sobre la base de una bibliografía de orientación marxista o claramente
nacionalista. Siempre quedó claro que si el análisis hubiera tenido en cuenta los
trabajos de Braudel o de Koselleck, o del propio Marx, la cosa hubiera pintado
distinta.
Esto quiere decir entonces que después de146 o además de posar la mirada
en la historia que se enseña en esa clase o en ese curso —más allá de su uniformi-
dad o diversidad historiográfica— hay que empezar a pensar en las herramientas
de análisis con las cuales esa historia enseñada será o ha sido pensada, entendida,
defendida o atacada. La experiencia me dice que la apropiación de este tipo de he-
rramientas de análisis en el contexto de la formación profesional docente —inicial
o continua— es una tarea bastante ardua. En principio se trata de saberes no en-
señables a los futuros alumnos, y por lo tanto de una practicidad discutible en un
contexto en el cual aprender sobre Roma implica la posibilidad de enseñar sobre
Roma. Su lectura y su comprensión movilizan en cada uno procesos y reacciones
notoriamente diferentes a los que advienen frente a la lectura de trabajos historio-
gráficos. A veces uno tiene la sensación de que piensan que autores como Barbier
o Clot —como diría Romeo a Mercucio— de nada real están hablando [y segu-
ramente algunos apuestan a que en efecto son vastagos de una mente ociosa]. Y sin
embargo, usándolos se aprende a usarlos. De todas formas, como son saberes for-
males, primero hay que saberlos —de la misma manera que hay que saber historia
para enseñar historia— y esto sin concesiones ni relativismos. Sin embargo, lo
interesante es que muchas veces es la situación de análisis la que los demanda y los
vuelve con algún sentido en la medida en que tienden a satisfacer una necesidad. Es
de esta manera, es decir convertida en instrumento de análisis, que la filosofía de la
historia contemporánea se vuelve en muchos casos una herramienta imprescindi-
ble y altamente fructífera, de la misma manera que lo hacen la filosofía analítica, las
teorías del texto, las de la acción y de la práctica, la hermenéutica, el psicoanálisis,
los cognitivistas, y muchos otros lugares de saber que a veces no imaginábamos
pertinentes en el análisis de una simple clase sobre el segundo sitio de Montevideo.
Ha quedado claro por otra parte que despejar la cuestión del rapport de
un sujeto de acción con un determinado saber demanda otro tipo de herramientas
Creo que nunca habré señalado con suficiente énfasis lo relativo que pue-
de ser contar con la voz de un profesor para saber qué piensa acerca de lo que ha
hecho. Es como si pensáramos que tenemos que tomar por expresión del pensa-
miento de Galileo lo que le dijo al tribunal de la inquisición. Muchos relatos de
profesores también dependen de manera similar del contexto de la enunciación, y
con seguridad hay gente que después de ser entrevistada en relación con su pen-
samiento sobre su propia acción dice bajito eppur si mouve, y me hago cargo de lo
metodológicamente inquietante que es poner este asunto en palabras. De hecho
implicaría algo así como decir «no veo por qué razón he de decir lo que pienso,
sospechando que esto acarreará unas ciertas consecuencias desfavorables para mi
persona».
A estas alturas tendría que haber quedado claro que esta plasticidad en re-
lación con el discurso sobre uno mismo tiene muchas raíces y funciona de maneras
muy diversas, y a veces también perversas. Con esto quiero decir que todos sabe-
mos que hay personas que detestan hablar de sí mismas a otros, y más si no existe
una relación de confianza entre ellos. De la misma manera hay personas que se
animan a hablar mucho más con desconocidos que con conocidos. También están
los que aprovechan el momento de lucimiento que implica ser objeto de la atención
de colegas o de investigadores, así como están los que no pueden con el efecto de
desnudez que esto implica. Lo único que tenemos claro es que nadie es inocente
en relación con tener una idea, valorativa o simplemente descriptiva, respecto de la
clase que acaba de dar que pudo haber sido horrenda, del montón o extraordinaria.
Esto también condiciona el análisis que un profesor hace de lo que ha hecho.
Es innegable por otra parte que la práctica del análisis de su propia prác-
tica tiene muchas veces sentido si es acompañada, como lo es también la forma-
ción profesional (que de una manera u otra incluye también el acompañamiento
en el aprendizaje de la teorización práctica). De ahí a que se pueda considerar que
la única reflexión que vale es la grupalmente compartida, hay una gran distancia
y aplican especialmente las restricciones de confiabilidad que he enunciado en el
párrafo anterior. Esto no quiere decir que un sujeto sea una fortaleza amurallada,
no influenciado, no influenciable, y para el cual no cuente de ninguna manera la
interacción con los otros. En el fondo es la imagen de los otros la que nos hace
uno mismo, con lo que hemos tomado de otros, pedido prestado y rechazado. Y
sin abstracciones, no seríamos profesores de historia si no hubiéramos aprendido
la historia que otros investigaron y escribieron, si no hubiéramos aprendido de
nuestros maestros y profesores, y de tantos otros con los cuales hemos compartido
la historia de nuestra propia vida. Lo que sucede es que no hay una fórmula para
esto, cada uno lo hace a su manera.
Tengo absolutamente claro que insistir en el hecho de que para que una
teoría práctica de la práctica de la enseñanza exista no es necesario que sea comu-
nicada a nadie tiende a implicar que eso es tan vago que es imposible que tenga
algún valor. Va naturalmente a contrapelo de cualquier noción de teoría a la que
estemos acostumbrados, pero lo que sucede es que — a diferencia de las teorías
formales que refieren a asuntos ajenos al sujeto de la acción de investigar— las
teorías prácticas no tienen por finalidad establecer un conocimiento acerca de la
práctica sino construir un sentido para ella. De hecho no dicen exactamente cómo
es esa práctica, sino más bien qué sentido tiene para quien la ha llevado a cabo. Y
ese sentido tiene que ver con la orientación historiográfica, con el uso de mapas,
textos, videos o fichas de trabajo, con el dominio del grupo, con la gestión de cues-
tiones interpersonales, y con muchas otras cosas más que tienen lugar a lo largo
de una clase. Una teoría práctica no es una evaluación de una clase o de un curso,
ni de un estilo de hacer las cosas o de una orientación historiográfica, pero incluye
sin duda la satisfacción (plena o relativa), el disgusto o el cuestionamiento respecto
de lo que uno ha hecho en ese momento. Hemos visto cómo, siendo el análisis una
acción que acontece en un momento dado, por motivos específicos y con intencio-
nes igualmente claras, su resultado se relaciona con la acción analizada pero no la
cambia ni la mejora ni la empeora. Lo que sí puede cambiar con el tiempo es el sen-
tido que se le dio a esa acción, cosa que tal vez tenga que ver con las herramientas
de análisis movilizadas pero también con otros eventos que tuvieron lugar entre el
momento de la clase analizada y el del análisis. En la memoria de cada lector habrá
seguramente más de un ejemplo que ilustraría a la perfección esta condición de la
teorización práctica de la práctica de la enseñanza.
Finalmente, ¿para qué puede existir o tener necesidad de hacerse algo que
se puede considerar como una teoría práctica de la práctica de la enseñanza? La
respuesta, obviamente, depende de quién haga la pregunta. Si es desde fuera, por
ejemplo en el contexto de una investigación que desea saber por qué los profesores
actúan como actúan, o qué es lo que piensan acerca de lo que hacen o harán, la pre-
gunta se transforma en otra aún antes de haber sido planteada: ¿cómo es que aún
contando con poderosos instrumentos de acercamiento a la realidad, esta persiste
en darnos señas inequívocas de su incorruptible opacidad? Desde mi punto de vis-
ta esto no es más que la expresión de asuntos que refieren al uso y la circulación del
poder en una sociedad. Tengo además la sensación de que este tipo de investigacio-
nes no obedece a una sana y simple curiosidad científica, que podría serlo en el caso
de investigaciones necesarias en el contexto de una tesis de maestría o de doctorado,
incluso en la fundamentación de un proyecto de investigación en el ámbito de un
departamento de investigación en educación, en didácticas, en formación profe-
sional. De todas formas, la ilusión de que esto tiene al final del camino un sentido
político que incidirá en la configuración de instituciones educativas o de formación
profesional no parece estar en duda.
Si por el contrario la pregunta se la plantea un profesor, o un grupo de
profesores que comparten intereses y puntos de vista similares en relación con sus
prácticas, la cuestión es un poco diferente. Sin duda la curiosidad y el deseo de
superar la ignorancia están descartados como motivos. Mientras que un profesor
puede asistir a un congreso, a un curso o leer un libro porque desea saber más en
relación con un determinado tema, y eso podríamos encuadrarlo en un eje de cu-
riosidad-deseo de saber, el trabajo en un grupo de colegas o ese rato que pasa pen-
sando en la clase de ayer o este curso que acaba de empezar o que está terminando
no remite de ninguna manera a una actitud curiosa o relacionada con un deseo de
saber más acerca de lo que sabe poco o nada. La acción de teorizar una práctica de
enseñanza cuyo sujeto es quien la teoriza tiene sentido no como la creación/po-
sesión de un nuevo saber sino como un entendimiento de la acción analizada que
se entrelaza con el recuento de otras acciones así como con posturas respecto de
muchas cosas como por ejemplo la imagen de sí para distintos tipos de otros, la op-
ción por una postura historiográfica, el tono ideal de las relaciones pedagógicas, así
como la forma en que ese pasado reciente recoge trozos de uno más antiguo y mira
hacia un futuro que puede ser la clase que viene, el tema siguiente o el año próximo.