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Eurìpes, Medea.

Llegados a la Cólquide de los Argonautas en busca del vellocino de oro, Medea, nieta de
Helios, con sus filtros y encantamientos hizo que venciesen al dragón y demás monstruos
que guardaban el tesoro. Medea se casó con Jasón, el capitán de los expedicionarios. y tras
varias aventuras llegaron a Corinto, donde todos mostraron gran regocijo de hospedar a una
mujer tan famosa por su ciencia. Pero Creonte, rey del país, persuadió a Jasón a que se
casase con su hija. Esto engendró un rencor inmenso en el espíritu de Medea. Creonte
ordenó su expulsión del país. Ella pidió y obtuvo una tregua de varias horas, dentro de las
cuales llevó a cabo la venganza que había meditado, dando muerte al rey, a su hija, y a los
dos tiernos hijos de ella misma y Jasón.
Herrera, J. (1950) Argumento de Medea

Fragmento 1 - ( obra completa)


MEDEA ¡Oh, Zeus y la Justicia, su hija, y la luz del Sol! Ahora, amigas mías, vencedoras
seremos de nuestros enemigos, pues ya en camino estamos y tengo la esperanza de que
expiarán su culpa. Porque, estando nosotras en el mayor apuro, ese hombre aparecióse,
refugio de mi nave; en él ahora la estacha popel amarraremos llegando a la ciudad y
acrópolis de Palas. Y a revelarle voy ya mis proyectos todos: escucha mis palabras, que no
te agradarán. Enviaré a Jasón uno de mis sirvientes diciéndole que quiero verle ante mi
presencia y, cuando haya venido, le hablaré con blandura: que estoy con él de acuerdo;
que me parece bien la unión que traicionándonos contrae con la princesa; que es cosa
conveniente y está bien discurrida. Pero le pediré que mis hijos se queden, no porque en
tierra hostil quiera dejarlos, sino para a la hija del rey poder matar con dolo. Pues les
enviaré con dones en las manos y, cuando el atavío se ponga, morirá malamente y, con
ella, quienquiera que la toque: tales son los venenos con que ungiré el regalo. Más aquí a
otro lenguaje paso y a gemir voy por la terrible cosa que a continuación haré: porque a mis
hijos mataré, sin que nadie pueda salvarlos ya; y así, tras destruir la casa de Jasón, me
obligará a marchar de esta tierra la muerte de mis hijos amados y mi crimen inicuo; que
tolerable no es, amigas, que se rían de mí mis enemigos. Veamos, ¿para qué quiero vivir si
no tengo ya hogar ni patria ni abrigo contra el mal? Me equivoqué en los tiempos en que
dejé la casa paterna persuadida por palabras de un Griego que me las pagará si los dioses
me ayudan. Porque ni verá nunca más vivos a mis hijos ni podrá procrear a otros con la
muchacha recién casada, a quien forzoso sucumbir será de mala muerte por obra de mis
drogas. Y que nadie me crea tonta, indolente o débil, sino, por el contrario, para mis
enemigos tan dura como amable para aquellos que me aman. Y no hay gloria mayor que la
del que es así.
Sófocles - Edipo Rey

El oráculo había vaticinado a Layo, rey de Tebas, que de él y su esposa, Yocasta, nacería
un hijo que le daría la muerte y se casaría después con su madre. Al nacer un hijo de dichos
soberanos, su madre lo entregó a un pastor para que lo dejase morir abandonado en la
montaña. Movido éste por la compasión, se lo entregó a otro pastor, que se lo llevó al rey de
Corinto. Ya hombre e ignorante del hado, Edipo mató a su desconocido padre en un
altercado, y se casó con su madre, sin saber que lo era. Andando el tiempo se levantó en
Tebas una peste terrible. Apolo declaró que no cesaría mientras la ciudad no se purificase
con la expulsión o la muerte del asesino de Layo. La investigación acerca del homicida
descubrió una serie de circunstancias que indicaron con evidencia al matador. Yocasta se
ahorcó al convencerse de la realidad, y Edipo se sacó los ojos.

Herrera, J. (1950) Argumento de Edipo Rey

Fragmento 2: (obra completa)

EDIPO: No trates de demostrarme que lo he hecho no ha sido lo mejor, y cesa en tus


consejos. No sé con qué ojos podría mirar a mi padre cuando llegase a la morada de
Hades, cómo podría mirar también a mi desgraciada madre, pues los crímenes que contra
ellos he cometido no los expiaría ni colgándome. Nacidos como han nacido, ¿la vista de mis
hijos hubiera sido para mí un espectáculo grato? Seguramente que no; mis ojos no podían
ya mirarlos, ni a ellos ni a la ciudad, ni a los torreones ni a las estatuas sagradas de los
dioses tutelares. En el colmo de la desgracia, después de haber llevado en Tebas la más
bella existencia, yo mismo me he privado de todos esos bienes cuando ordené a todos los
ciudadanos que arrojasen al impío, a aquel al que los dioses declaraban impuro, al nacido
de los Labdácidas. Después de haber reconocido en mí mismo una tal deshonra, ¿podía
mirar justamente con mis ojos a esta multitud? Mil veces no. Además, si fuese posible aún
cerrar también mis oídos, de modo que los sonidos no penetraran en ellos, no hubiera
dudado en privar a este miserable cuerpo de oír, a fin de no ver ya nada ni de oír nada al
mismo tiempo, pues es un alivio substraer el espíritu a la garra de los males. «¡Ah Citerón!,
¿por qué me has recogido?, ¿por qué, después de haberme acogido, no me dejaste morir
en seguida? Así nunca hubiera tenido que confesar a los hombres de quién había yo
nacido. ¡Oh Pólibo!, ¡oh Corinto!, viejo palacio al que yo llamaba el palacio paterno, ¡qué
vergüenzas habéis hecho crecer en mí bajo la belleza que las ocultaba! Porque hoy, a los
ojos de todos, soy un criminal, un monstruo nacido de padres criminales. ¡Oh triple camino,
valle sombreado, bosque de robles, estrecho paso por el triple camino, vosotros que
bebisteis mi sangre, que derramaran mis propias manos, mi propia sangre en la de mi
padre!, ¿os acordáis de los crímenes con que yo entonces os mancillé y de los que cometí
desde mi llegada a Tebas? «¡Oh himeneo!, ¡oh himeneo!: tú que me has dado la vida; pero
después de habérmela dado, hiciste germinar por segunda vez la misma simiente salida de
una misma sangre y de un mismo tronco, un padre hermano de sus hijos, hijos que fueron
los hermanos de su padre, una mujer que fue la esposa y la madre de su marido; en
resumen, todas las grandes torpezas que pueden existir entre los hombres. Vamos; pues
no es bueno decir lo que no es bueno hacer, apresuraos, en nombre de los dioses, a
ocultarme lejos de aquí, en cualquier parte; matadme, o tiradme al mar, en un lugar donde
jamás me volváis a ver. Acercaos, no desdeñéis tocar a un pobre desgraciado. Creedme,
no tengáis ningún temor, pues mis males son tan grandes que nadie entre los mortales es
capaz, excepto yo, de soportarlos

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