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de la simple
receta
Más allá de la simple receta
ISBN:978-9942-40-599-9
Dirección de arte:
Belén Mena
Ilustraciones:
Kiko Rodríguez
Gestión comercial:
Andrés Larriva
Corrección de estilo:
María Eugenia Delgado
Fotografías:
Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit
Museo Nacional de Historia de la Medicina Eduardo Estrella
Colección Patricio Páez Gracia
Colección Mercedes Tello
Academia Ecuatoriana de Medicina
Fondo de Fotografía Patrimonial del Instituto Nacional de Patrimonio
Colección Franklin Tello Núñez
Ministerio de Cultura y Patrimonio
Colección Anne León
Colección Melva Jijón
Familia Bastidas
Portada:
Recipientes de fármacos almacenados en el Hospital San Juan de Dios,
entre 1910 y 1960, y accesorios médicos, actualmente exhibidos en el
Museo Nacional de Historia de la Medicina Eduardo Estrella.
Fotografías: Archivo del Museo.
Gracias a:
Antonio Crespo Burgos
Andrés Núñez Nikitin
Jean Raad Antón
Anne León
Analía Beler
Eduardo Villacís
José Rubio, INPC
Comunidad de Camarones, Esmeraldas
Agradecimiento especial:
A Carl Morgan, por su importante aporte a la recuperación de la memoria
fotográfica histórica de la familia (colección Mercedes Tello Zúñiga).
Edición y dirección:
Rafael Barriga
Imprenta Mariscal
Prólogo Ecuador del siglo XX. ción de su diaria vida». El doctor José Gómez
de la Torre, mencionó su ejemplo de vida: «a
Las anécdotas de este libro representan un los niños, adolescentes y hombres maduros
importante documento, no solo para los invo- para que aprendan a demostrar tenacidad por
lucrados en el mundo de la medicina (quienes practicar el bien y saber ser útiles a la socie-
probablemente se identificarán con sus histo- dad y a la patria». El doctor Blasco Peñaherre-
rias) sino también para el público en general, ra Padilla expresó que lo vio siempre «como
porque muestran situaciones cargadas de pro- un hombre preocupado por las cosas cotidia-
fundas reflexiones y moralejas que van mucho nas, como a un auténtico gran señor, que ha
más allá del ambiente de un consultorio o de merecido ese título en la más alta jerarquía e
un hospital. Con un estilo sencillo, como lo era impone al ausentarse en forma definitiva la
él, nos adentra en sus vivencias que son intere- misma respetuosa atención que merecieron
santes, significativas y universales. Anécdotas cuando estuvieron presentes». Cesar Espín-
que expresan su manera de pensar y asumir dola Pino mencionó que «deja el recuerdo
la vida con generosidad, entusiasmo y pasión de una vida ejemplar que supo cumplir con
pero, sobre todo, con el corazón abierto. Fue su deber enalteciendo los valores de la éti-
un hombre que supo tocar positivamente las ca como esposo, padre, abuelo y meritísimo
vidas de quienes se acercaron a él. ciudadano, la patria no olvidará su obra ni su
nombre. Ha muerto en paz con su conciencia,
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y esa paz velará su tumba». Alejandro Carrión En nombre de tus amados hijos, Coco y Car-
lo nombró como el «profesor, maestro y guía men, de tus nietos y bisnietos, tenemos la
en su homérica batalla de introducir al país gran alegría de presentar la tercera edición
los medicamentos genéricos para bajar el de tu obra en homenaje a ti, «frondoso gua-
precio de los fármacos y hacerlos asequibles yacán» como te habría definido un día tu
a personas de escasos recursos». amigo el escritor Nelson Estupiñán Bass. Aquí
se encuentran tu memoria y tu legado con la
Como no expresar las palabras del querido intención de que tu luz perdure en el tiempo
Coco Tello, su hijo, para quien la imagen de y de que tu vida, dedicada al servicio, siga con
su padre estuvo coronada por una profunda y
permanente lealtad para sí mismo y para los
su ejemplo transmitiéndose a nuestros hijos
y a todas las generaciones venideras. Presentación
demás: «mencionando al filósofo quien dijo Una de tus principales virtudes fue el amor,
que el hombre tiene tres anhelos de reputa- ese con el que asumiste todas tus acciones.
ción: el de la probidad, el del honor y el del
talento, creo que mi padre tuvo el mérito de A ti gran padre, gran abuelo, gran hombre.
tenerlos todos».
Familia Tello
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Más allá
de la simple
receta
Anecdotario médico
Franklin Tello Mercado
Reedición del original publicado en 1973
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Me llevó hasta la esquina próxima y allí me dijo: —Aquí nomás, a pocas cuadras —le respondí. quinientos. Cada estudiante necesitaba tener hasta con cierto cariño aquella carne putre-
—Vamos para allá —dijo mi amigo. aprobado un mínimo de disecciones (siempre facta. Al fin, a las cansadas, logré que un ayu-
—Oiga, compañero, quiero pedirle un favor. un número crecido) a fin de ser declarado apto dante, que tenía cara de general, se acercara
—No sé qué favor pueda yo hacerle a usted— le No acabábamos de entrar al taller cuando mi pe- para presentarse a fines de año a rendir exa- al cadáver a tomarme la preparación. Con ale-
respondí. queño compañero se transformó en un coloso. men de Anatomía. Los trabajos de disección gría me disponía a mostrarle todos y cada uno
—El favor que quiero pedirle es que use usted Le insultó despiadadamente, en términos tales (llamados «preparaciones») se los rendía ante de los músculos de aquella región. El olor que
mi abrigo. Va usted a morirse de frío. Yo soy que yo mismo me sentí ruborizado. ¡Jamás an- los ayudantes de cátedra, alumnos de cursos despedida el cadáver era casi irrespirable.
roto chileno acostumbrado a soportar nues- tes había escuchado interjecciones tan canden- superiores que habían logrado los más altos Pero eso no tenía importancia. Lo que impor-
tros inviernos. Usted no. tes ni de tanto volumen! Terminó amenazán- puntajes en los trabajos y pruebas de anfitea- taba era lograr su aprobación. Tomé con toda
dolo con traer a la gallada (jóvenes estudiantes tro. Cada profesor tenía una verdadera corte la mano el primer músculo, mientras decía
De inmediato se quitó el abrigo y me lo brin- valientes y agresivos) y saquearle la sastrería si de ayudantes, que asistían ceremoniosamente «el sartorio…», y traté de levantarlo. Lo que
dó. Me negué a aceptarlo. Entonces recibí la al tercer día no me entregaba el sobretodo. ¡Al a las clases y tomaban asiento en sendos tabu- levanté fue un pedazo de sartorio macerado,
primera galantería chilena: tercer día lucía yo un flamante abrigo color azul retes a uno y otro costado del profesor, con cir- podrido, pestilente.
marino con cuello de terciopelo negro! cunspección casi religiosa. Cada ayudante, con
—No sea usted bruto, acépteme el abrigo. ínfulas de tirano, tenía un horario para «tomar —¡Basta! —dijo el ayudante con cara de gene-
Comencé mis trabajos de disección con mu- preparaciones». Frecuentemente había que ral, y se retiró. ¡Había perdido todo el trabajo!
Y entre que sí y entre que no, casi a la fuer- cho retraso. El Instituto de Anatomía disponía tener suerte para lograr que el señor Radrigán,
za, logró ponérmelo. El compañero chileno de una estupenda sala de clase, el anfiteatro por ejemplo, le tomara a uno y le aprobara la Cuando escaseaban los cadáveres, los estu-
era una persona de estatura pequeña, segu- y dos grandes salas de disección con más de preparación, ya que en cuanto se lo veía en- diantes se ponían preocupados y hasta de mal
ramente pobre. El abrigo, de un color verde veinte mesas de mármol negro cada una, para trar a la sala de disección, lo rodeaban veinte humor; por el contrario, había euforia colecti-
oscuro, casi no me cerraba; me llegaba por primero y segundo cursos. Los cadáveres que o más estudiantes que clamaban para que se va cuando llegaba el material en abundancia.
abajo hasta mitad de los muslos, y las man- llegaban al Instituto de Anatomía eran casi los tomara en cuenta. No había tiempo que En cierta ocasión, llegaron los familiares de
gas, raídas, apenas me propasaban los codos. siempre (y supongo que seguirán siéndolo) de perder. El ayudante hacía unas cuantas pre- un muerto acompañados por el jefe de traba-
Pero como yo sentía congelarme, y como mi personas ancianas, caquécticas, emaciadas. guntas, muchas veces capciosas, y a la menor jos prácticos, a rescatar un cadáver de entre
compañero acababa de quitárselo, estaba ca- Gente muy pobre que durante su vida sufrió falla rechazaba la preparación. (Era esta una los que habían llegado a la sala de disección.
lientito. En ese instante yo sentí calor en el hambre y desnudez, que su última jornada de las tantas maneras de eliminar alumnos en Lo identificaron y salieron a traer el ataúd.
cuerpo y sentí calor en el alma. ¡Era mi primer fue de semanas y meses en el lecho de una el pase de primero a segundo año). Con gran velocidad, uno de los alumnos deca-
contacto con el alma chilena! Le expliqué en- sala general de hospitales de beneficencia, pitó el cadáver, escondió la cabeza y lo cambió
tonces que hacía dos semanas que un sastre y que, después de muertos, más desnudos y Cierta vez había preparado con toda prolijidad de sitio. Cuando volvieron, no fue posible re-
condenado me tenía padeciendo; que había más fríos, y cuando nadie había reclamado los músculos del muslo. Iba transcurrida más conocerlo. Hubo algazara y bronca discusión.
ofrecido entregarme el abrigo en cuarenta y por ellos, iban a parar sus despojos sobre la de una semana sin lograr que ninguno de es- Al fin, ante la idea de llevarse otro cadáver, re-
ocho horas; que me exigió le adelantase el va- piedra helada de una mesa de disección. tos benditos ayudantes me examinase. Como solvieron irse con el ataúd vacío. Los mucha-
lor de la tela; y que, a pesar de ir todos los días los cadáveres no se formolizaban, yo veía con chos celebraron el triunfo.
a reclamarle la obra, no lograba nada. En aquellos tiempos no había en aquel país más horror que los músculos iban cambiando de
que una sola Escuela de Medicina, y los alum- color hasta ponerse verdes. Cada día llevaba Las salas de disección tenían a un costado,
—¿Y dónde es la sastrería de ese tal por cuál? nos matriculados en primer año pasaban de en un frasco un poco de agua salada para regar en toda su extensión, varios centenares de
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cajetines incrustados en la pared, semejan- que llevan en sí un médico en potencia. Des- el arcano de la muerte. Cuántos anhelos, Le dije entonces que lo que yo necesitaba era
tes a las casillas de correos, pero mucho más pués de esto queda tan templado el espíritu, cuántas ilusiones, cuántas esperanzas rotas el valor de la pensión mensual, pues me ha-
grandes. Tenían puerta de hierro y estaban que nada le sorprenderá ni le asustará ni le y acabadas en un segundo por el golpe mor- llaba atrasado por más de un mes y que la
numerados. Se los adquiría por sorteo. Al que repugnará a través de todas las vicisitudes de tal de un carro loco. Seguramente, aquella señorita Cristobalina (una encantadora vieji-
le tocaba un número alto, tenía que subir en la vida profesional. chica tuvo un novio que la amó con ternura ta, solterona, oriunda de La Calera) me había
una de las escaleras corredizas para guardar y que cifró en ella ensueños de dicha y de hecho por varias veces delicadísimos reque-
allí, bajo candado, sus instrumentos de disec- Los estudiantes de anatomía eran divididos ventura. Absorto en estas y en otras tiernas rimientos.
ción, el delantal y la pieza anatómica que es- en grupos de veinticinco; cada grupo designa- meditaciones había transcurrido un largo
taba preparando (mano, codo, rodilla, pie, ca- ba a un jefe, el «jefe de reparto», quien lleva- rato. Los compañeros de grupo habían lle- —¿Cuánto le cobran a usted por mes? —me
beza, corazón, etc.). No tengo para qué decir ba un registro de los pedidos que le formula- gado. Había que iniciar el reparto. Como preguntó.
que, como los cadáveres no se formolizaban, ban sus compañeros para cuando, por turno, despertando de un sueño, volví en mí. Por —Ciento veinte pesos —le respondí. (Era una
su descomposición era rápida, y la pestilencia les tocara cadáver. Cuando yo era apenas un un instante pensé en delegar a alguno de de las pensiones más humildes en que había
consiguiente era espantosa. Los delantales novato, le tocó cadáver a mi grupo. El jefe de mis condiscípulos aquella penosa labor, vivido. El cochayuyo con luche era el plato
sucios, manchados de sangre y otros detritos reparto, compañero mío de pensión, se halla- pero tuve recelo de que todos ellos se bur- fuerte de casi todos los días).
y pestilentes, teníamos que ponérnoslos so- ba enfermo en cama. Como un acto de espe- laran de mí y, sacando fuerzas de flaqueza, —Ah, entonces le cobran lo mismo que a noso-
bre la ropa de diario, la que, naturalmente, se cial deferencia me dio la lista de pedidos y me puse junto al cadáver la lista de pedidos... ¡y tros. —Sacó la cartera y contó el dinero. Solo
impregnaba de aquellos repugnantes olores. pidió que efectuara el reparto. Naturalmente, comencé el descuartizamiento! tenía setenta pesos—. Tómelos, compañero
En Chile los estudiantes de anatomía no usan acepté complacido y concurrí muy temprano —me dijo—. Voy a girar un cheque y después
guantes (o por lo menos no se los usaba en mi al anfiteatro. Allí, sobre una de las mesas, es- El correo tardaba mucho en llegar desde Es- de poco rato le completaré la mesada.
época) para sus trabajos de disección; todo taba nuestro cadáver. Era el de una muchacha meraldas hasta Santiago. No era infrecuente
se lo hace a mano desnuda. De allí que a los de más o menos veinte años, que había sido que recibiera cartas de mi buena madre des- Después de un momento lo vi salir de casa.
estudiantes de los primeros años de medicina arrollada por un vehículo fantasma y que, lle- pués de dos meses de escritas. El municipio Iba llevando bajo el brazo un paquete grande
se los reconocía fácilmente en un tranvía o en vada a la morgue y transcurrido el tiempo que pagaba las pensiones con retraso y yo pasaba envuelto en periódicos viejos. Sospeché de lo
un bus por su olor tan poco envidiable. señala la ley, no lo habían reclamado. No era, no pocas dificultades económicas. Cierta oca- que se trataba y lo seguí a prudente distancia.
pues, el cadáver común y corriente de tantos sión había transcurrido más de un mes sin No me había equivocado: entró en la primera
El impacto material y psicológico que experi- enfermos caquécticos, que llegaban al anfi- pagar a la dueña de casa el arriendo del cuar- contaduría (casa de empeño, que abundaban
menta el joven bachiller que entra a estudiar teatro como escorias humanas. Era el de una to y la pensión de alimentos. En forma delica- en el barrio); yo regresé corriendo a la pen-
medicina es tremendo. Frecuentemente los muchacha muy bella, en toda la plenitud de da ella me había preguntado dos o tres veces sión. Momentos después mi amigo entraba a
vi vomitar sobre los cadáveres. Otros, a ratos, sus formas turgentes y perfectas. si no había llegado correo de Ecuador o «si mi mi cuarto.
salían al patio para respirar aire puro. Pero mamacita no me había escrito». Angustiado,
este duro y macabro estreno tiene una im- Me quedé sorprendido contemplando aquel me acerqué a uno de los compañeros de la —Aquí tiene el resto, compañero, páguele a la
portancia decisiva en la formación de la per- cadáver. Tenía entonces yo veinte años y era pensión y le pregunté si tenía dinero. vieja y tenga usted esto para que no esté pela-
sonalidad del estudiante de medicina y, más un romántico apasionado. (¡Quién no lo ha do.— Y me añadió un billete de veinte pesos...
tarde, en la trayectoria profesional del médi- sido a los veinte años!). Cruzado de brazos —Depende de la cantidad —me respondió—, que lo recibí sin poder decir una palabra: sen-
co. Como el choque emocional y material es frente a aquel cuerpo inerte, sin quererlo, me mil pesos no tengo, pero unos pocos pesos, tía un enorme nudo en la garganta.
tremendo, lo soportan únicamente aquellos puse a meditar en el problema de la vida y en creo que sí.
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Mis años de vida en Chile no fueron un sen- pleuresías. Me puse mal. Cuando los compa- medicina. Pero yo me obstinaba en seguir es- hecho saber nada— y pedirle que procurara
dero de rosas: pobreza, privaciones, enfer- ñeros se iban a clase, me quedaba solo. Una tudiando en Chile y en coronar allá mi carrera. enviarme recursos para mi viaje de regreso.
medad. Pero, justamente, todo esto me sirvió mañana llegó a mi cuarto de enfermo, acom- —¿Y cuánto tiempo tardará todo esto? —volvió
para conocer íntimamente la nobleza y gene- pañada de su esposo, la señora en cuya casa Buscando descanso y mejor clima había ido a preguntar.
rosidad del alma chilena. Tierra de hombres tomaba yo la pensión de mesa. Iban a pro- nuevamente a Quilpué, una pequeña y agra- —De tres a cuatro meses —le respondí.
enteros, duros, francos y valientes. Los chi- ponerme que me trasladase a su casa para dable población cercana a Valparaíso. Allá —Oiga, Tello —me dijo entonces—, mañana a
lenos de todos los niveles sociales tienen, sin atenderme allá en mejor forma. Me excusé iban a visitarme los sábados por la tarde algu- primera hora regreso a Santiago; haré cual-
embargo, un natural sentido del humor y un cortésmente, dándoles unas tantas razones. nos compañeros, llevándome de regalo dulces quier cosa, pero antes de fin de semana es-
espíritu abierto para servir y dar sin regateos. La enfermedad iba de mal en peor. Unos tan- y frutas. Regresaban el domingo por la tarde, taré nuevamente aquí con el valor del pasaje
Sus mujeres, bellas, elegantes y graciosas, po- tos días más tarde regresaron. Ahora no iban después de pasar conmigo los fines de sema- de Valparaíso a Guayaquil. Cuando esté usted
seen una refinada feminidad y tienen afán de a proponerme, sino a llevarme. Tenían una na dándome su generosa y grata compañía. en su tierra, cuando pueda y como pueda, me
educarse y ascender a planos superiores. ambulancia a la puerta y no hubo forma de mandará a pagar; y si se muere... bueno, haré
resistirme. Acostado sobre el colchón, me in- Uno de ellos, Oyama Valenzuela, el más cor- de cuenta que fui al Club Hípico —él era en-
No se equivocó quien dijo que la mujer chi- trodujeron en el carro y me llevaron a su casa. dial de todos, se quedó cierta vez para acom- tonces un gran aficionado a las carreras de
lena tiene la sal del salitre y los hombres la Como esta era muy pequeña, habían transfor- pañarme la noche del domingo. Ya acostados caballos—, aposté fuerte y perdí todo.
reciedumbre del cobre, ambos sacados de las mado la salita en dormitorio para allí recibir- en nuestras respectivas camas, comenzó a
entrañas del suelo de esta gran nación. Va- me y cuidarme. La señora Adelaida Garcés de hablarme acerca de lo ilógico y absurdo que Toda mi vida he recordado y seguiré recor-
rias pleuresías de etiología bacilar, en forma Garay hizo conmigo el papel de una verdadera yo continuase obcecado en permanecer en dando, con honda gratitud, aquel gesto del
sucesiva, me obligaron a buscar lugares de madre. Y como noble mujer chilena, por todas Chile queriendo hacer una carrera profesio- hoy ilustre clínico, doctor Oyama Valenzue-
clima más benigno. Puente Alto, Melocotón, sus atenciones se negó a recibir ninguna paga. nal que jamás llegaría a culminar allá. Hom- la Vásquez, natural de Yumbel. Todavía hoy,
Quilpué, el valle del Elqui, me fueron lugares Derramé lágrimas cuando murió después de bre de gran talento y corazón generoso, Va- después de más de cuarenta y cinco años, me
familiares en mi peregrinaje por recobrar la una intervención quirúrgica. lenzuela era un estupendo argumentador. Yo emociono al evocarlo.
salud. En Paihuano (valle del Elqui) me alojé había resuelto, o morir en Chile o graduarme
en casa de la familia Peralta, donde se hos- El cuartito daba a la calle y mi cama quedaba de médico en Chile. Oyama lo sabía. Por eso No llegó a hacerse realidad el ofrecimien-
pedaba la célebre poetisa Gabriela Mistral, junto a la ventana. Una casta y dulce mucha- había ido bien preparado y resuelto a vencer to. A la siguiente mañana, muy temprano y
que había ido a pasar allí una corta tempora- chita, que me había dado su cariño, iba siem- mi resistencia. Discutimos hasta más de la antes de que pasara el tren para Santiago,
da de vacaciones. Algún día escribiré las im- pre por las mañanas, golpeaba delicadamen- medianoche. Por fin, recurrió a razones sen- convinimos valernos del servicio «diferido»
presiones que me causó este extraordinario te el vidrio de la ventana, me alentaba con su timentales: invocó a mi madre y demás seres del cable internacional (las llamadas «car-
personaje. Ahora solamente quiero decir que sonrisa, dejaba una florecilla en el alféizar y queridos para arrancarme la decisión de re- tas nocturnas») para avisarle a mi madre mi
hubiese preferido no conocerla. A la Mistral, me mandaba un beso con la punta del dedo. gresar al Ecuador. No pude más, y me rendí. Le grave estado de salud y la necesidad urgente
en mi opinión, había que leerla, embriagarse ofrecí regresar a mi patria. de regresar a Quito. Antes de una semana,
en sus versos y en su prosa, pero no tratarla Mi salud iba cada día peor. Era opinión de los Valenzuela volvió a Quilpué llevándome la
personalmente. facultativos que yo debía regresar al Ecuador. —Pero ¿cuándo? —me preguntó con alegría. respuesta cablegráfica: en el Banco Italiano
Alguno llegó a decirme que buscara otra profe- —Eso ya es cuestión de tiempo —le contesté—. de Santiago estaban situados los fondos para
Vivía en una casa y tomaba alimentación sión («sembrar papas», por ejemplo) y que ol- Tendré que escribir a mi madre avisándole mi mi regreso al Ecuador.
en otra cuando me sobrevino una de las vidara que alguna vez había sido estudiante de larga y grave enfermedad —yo jamás le había
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No llegó a plasmarse en realidad aquella noble
oferta. Pero el gesto espontáneo y generoso Obstetricia conocía todavía el resucitador, tan indispen-
sable y útil hoy en día en toda maternidad.
se acentúa más y más hasta sentirse uno in-
capaz de proseguir el Schultz. Pero el hombre
quedaba en pie y perdura para mí a través de Para estos casos, y después de absorber con es animal de costumbres y con la práctica lle-
El estudio y la práctica de la obstetricia son
la vida. ¡Así son los chilenos! Y dejo constancia una sonda las mucosidades de la tráquea, se ga a vencer grandes obstáculos. Cada vez que
verdaderamente apasionantes. Esta materia
de que solo he querido narrar algunas anéc- usaba la respiración artificial por el método nacía un niño asfíctico y que después de lar-
se la estudiaba el último año de medicina. Por
dotas de entre las muchas que podría referir de Schultz. Este método consiste en tomar al go esfuerzo, de pequeños chirlazos en la piel,
varios decenios el profesor de esta materia fue
para poner de relieve los sentimientos de so- niño con una y otra mano de ambos omópla- de sumergirlo alternativamente en agua fría
el doctor Isidro Ayora, creador de una verdade-
lidaridad humana, la generosidad y la nobleza tos y el operador, de pie, con las piernas un y en agua caliente no se lograba hacerlo llo-
ra Escuela de Obstetricia de muy justo nombre.
de aquella gente, bravía por ancestro, de la que tanto entreabiertas, debe imprimirle movi- rar y se lo daba por «forzosamente muerto»,
Había estudiado unos tantos años en Berlín, y
dijo don Alonso de Ercilla a mediados del siglo mientos rítmicos elevándole sobre la cabeza ese cadáver se lo retenía por uno o dos días,
de allá trajo un gran bagaje de conocimiento,
XVI, en La araucana: «La gente que produce y echándolo hacia atrás, para enseguida darle hasta que hubiera otro más fresco para ejer-
una férrea disciplina y una asombrosa capaci-
(Chile) es tan granada, tan gallarda, altiva y un impulso en sentido contrario y hacerlo re- citarse en los momentos desocupados, en dar
dad de trabajo. Cuando yo hacía los cursos me-
belicosa, que no fue por rey jamás vencida, ni gresar casi a ras del suelo. En el primer tiempo respiración artificial. Cuando hice mi práctica
dios, el doctor Ayora era jefe supremo de la re-
a extranjero dominio sometida». El culto más el niño dobla los miembros inferiores sobre el de internado en la antigua maternidad de la
pública. Después, una Asamblea Constituyente
grande de esta gente libérrima, es el culto a la tórax y lo comprime (espiración), y en el se- calle Montúfar —el internado era de un mes
integrada por los personajes más ilustres de
patria. Ninguna palabra del lenguaje humano gundo tiempo los miembros descomprimen el forzoso sin derecho a salidas— me entró el
aquella época lo designó presidente constitu-
emociona tanto a un chileno como la palabra tórax y este se expande (inspiración). Hay que capricho de tener el récord de resistencia en
cional. En pleno ejercicio del poder, sin faltar
CHILE. Allá no existe regionalismo. Allá no hay hacer estos movimientos a un ritmo de más Schultz. Ejercitaba todo cuanto me era posi-
un solo día, llegaba tres veces por semana, a
fechas que recuerden la independencia de o menos veinte por minuto. En la práctica, la ble y, aunque con dolor de mi región lumbar,
las siete de la mañana, acompañado por sus
cada provincia, ni tienen estas escudos ni ban- respiración de Schultz no resulta tan sencilla, veía complacido que aumentaba el tiempo de
edecanes a dictar sus conferencias.
deras locales que hagan casi olvidar los em- sobre todo al comienzo. El niño cuando nace, resistencia. Un día cinco minutos, otro día
blemas nacionales y las fechas máximas de las Yo no tuve la suerte de ser alumno del doctor es poco menos que una masa gelatinosa recu- seis, más tarde llegué a ocho. Cuando logré
gestas libertadoras. No hay sino una fecha na- Ayora. Cuando mi curso llegó al séptimo año, bierta de una substancia semiaceitosa que lo resistir diez minutos, me sentí muy feliz.
cional: el 18 de septiembre; un solo escudo, una ya él se había separado de la cátedra. Lo re- hace escurridizo. Se escapa fácilmente de las
sola bandera, una sola canción nacional («...o emplazó el doctor Ángel Augusto Terán, uno manos. Hay, pues, que aprender a asirlo con- Una de tantas mañanas, el profesor doctor
la tumba serás de los libres, o el asilo contra la de sus alumnos predilectos. El doctor Terán venientemente, tanto más debido a los movi- Terán efectuó una cesárea. Todo estuvo bien,
opresión...»). Desde Arica hasta Punta Arenas era un hombre de talla bastante pequeña, mientos bruscos de ascenso y descenso. Esto pero el niño nació asfíctico. Me lo pasó a mí y
(la ciudad más austral del mundo), Chile es una pero se crecía en la cátedra y se crecía más se aprende con relativa facilidad, lo mismo el yo pensé lucirme con mi ya bastante buena ex-
unidad geográfica, étnica, sociológica, política aún en la sala de operaciones. Cumplidor, se- ritmo de los movimientos. Lo trascendental, periencia. Pero cuando no pude más, se lo di a
y patriótica. Pude ver más de una vez a algunos rio (no sonreía nunca), había aprendido de pero a la vez lo duro de la maniobra, es el tiem- uno de mis condiscípulos a que prosiguiese la
chilenos llorar de emoción mientras cantaban su gran maestro muchas de sus cualidades po que debe durar ella. El doctor Terán nos maniobra; este se lo dio a otro; y así... hasta que
su himno y miraban ascender el emblema sa- y las ponía en práctica frente a nosotros. Sus repetía a diario: «el éxito de la respiración de todos convinimos que el niño estaba muerto.
grado de la patria. Por eso Chile es y será siem- alumnos lo apreciábamos y respetábamos. Schultz estriba en no cansarse». Esto era muy Concluida la intervención quirúrgica, la ma-
pre nación grande y respetada. Y porque sus fácil decirlo, pero en la práctica... Después de dre fue trasladada de la mesa de operaciones
hijos todos, con esfuerzo, dignidad y altivez No había entonces los aparatos modernos de dos o tres minutos de tan duro ejercicio aco- a la sala de operadas y horas después vino la
forjan su propio destino. los que dispone ahora esa especialidad. No se mete un fuerte dolor de la región lumbar que empleada de limpieza a efectuar el aseo de la
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sala de operaciones. Concluida su labor, salió Quedamente lo llevé y lo coloqué a los pies Por allí pasaron muchísimas generaciones de enfermera que abriese la puerta y, dirigiéndo-
la sirvienta llevando bajo el brazo un atado de sobre la cama de su madre. Ella comenzaba a estudiantes; allí supo imprimir el doctor Isi- me a las curiosas, les hablé en tono serio. Les
sábanas ensangrentadas y en la otra mano un despertar de la anestesia. dro Ayora el sello de su gran personalidad y dije que podían entrar todas las que quisieran
balde con los materiales de aseo, la placenta y, de su férreo carácter. A los internos de turno con una condición: que dejaran afuera toda
encima de todo, el cadáver del niño. Como el La práctica de la obstetricia es verdadera- no les cogía de sorpresa verlo llegar a las dos, idea de malicia o picardía y que, con el alma
que yo tenía para mis prácticas era ya de dos mente apasionante. Ver nacer un niño de las tres o cuatro de la madrugada a recorrer los blanca, como correspondía a jóvenes que bien
días, estaba rígido y no se prestaba bien para entrañas humanas; ayudarlo a venir al mun- servicios, pues lo hacía con gran frecuencia. Y pronto serían educadoras, se acercaran a ver
el efecto, alcancé a la muchacha en el corredor do; admirar los esfuerzos supremos de la cuando él se separó de la cátedra, los que le el acto más noble y hermoso que puede rea-
y le hice el cambio. Volví a la sala de partos y madre para que nazca su hijo, y luego verla sucedieron prosiguieron su escuela y su ejem- lizar una mujer: traer un hijo al mundo; de la
como la piel estaba seca lo puse bajo un cho- agotada, exhausta, pero supremamente feliz. plo. Recuerdo, entre tantas otras cosas, que misma manera como nuestras madres nos
rro de agua para que tomara la consistencia Feliz porque nació y porque lo oye llorar. El había dejado un modelo de historia clínica, trajeron a nosotros con sublime dolor. No se
semejante a la que tiene el momento de nacer. llanto es la primera manifestación de la vida traída por él de Berlín, que para llenarla había quedó ni una sola afuera. La sala de partos se
Saqué un relojito de bolsillo, lo puse sobre la del ser humano que nace. En la escala animal, que emplear algunas horas. Pero había que te- convirtió en un templo. El parto fue normal. Y
mesa de trabajo y comencé la práctica. Cinco el hombre es el único que llora al nacer. Pare- nerlas al día, cualquiera que fuera el número yo, que para entonces ya tenía alguna práctica
minutos. Seis minutos. Ocho minutos. Al llegar cería que adivinase que arriba a un «mundo de mujeres que diariamente diesen a luz. en la enseñanza, fui explicándoles paso a paso
a los nueve minutos me di cuenta que no podía terrible de duelos y quebrantos». La madre y de manera pausada las etapas de todo aquel
seguir adelante, ¡tal era el dolor de la espalda! lo ha esperado con amor durante meses. Le Una mañana, estando yo de turno, llegaron a fenómeno. A ratos alzaba la vista y miraba las
Pero yo había llegado el día anterior a diez mi- ha preparado su ajuar con ternura única. Me visitar la maternidad las alumnas del último facies de aquellas muchachas. ¡Qué serias! ¡Qué
nutos. Y sacando fuerzas de flaqueza, con el sentía yo conmovido al ver llegar a la mater- curso del Normal Manuela Cañizares. Iban absortas! ¡Qué solemnes! Cuando concluyó el
anhelo de superarme, casi sin aliento, comple- nidad a mujeres pobrísimas, cubiertas por acompañadas de una profesora. Era mi deber proceso, invité a una de ellas a que se lavara y
té los once. Y aspiraba llegar a los doce. Miraba harapos, que llevaban envueltas en un perió- atenderlas. Procuré, de manera amable, ha- desinfectara las manos para que me ayudara
el reloj y parecía que las agujas no avanzaban. dico viejo las humildes piececitas de vestir cerlas recorrer todo el establecimiento, mos- a bañar y vestir al niño. Allí concluyó todo. Por
Faltaban apenas pocos segundos, ¡cuando de con que cubrirían a su hijito. Se cuenta que trándoles y explicándoles todo cuanto me pa- lo menos así lo creí yo. Pero no había sido así.
repente oigo que el niño se suelta a llorar! ¡Ha- el doctor Julio Arellano —eminente y huma- recía de utilidad para ellas. Ya para entonces Años más tarde cuando yo, cumpliendo labo-
bía vuelto a la vida y yo casi muero de susto! nitario tocólogo, al que la posteridad no le ha era yo profesor del colegio Mejía y gustaba de res de funcionario público, recorría los confi-
Había ocurrido lo que menos esperaba. Tem- hecho justicia— solía quitarse la camisa para dar explicaciones. Cuando casi habíamos ter- nes de la patria para observar la marcha y las
blaba de emoción y de miedo. Apenas podía envolver a los hijos de madres paupérrimas. minado el recorrido, llegó corriendo donde mí necesidades de los planteles educativos, tuve
sostener al niño entre mis manos. Seguía llo- una enfermera a decirme que «el guagua esta- el inmenso placer de encontrar en rincones
rando. A duras penas alcancé a dar unos pasos Llegó a gustarme tanto la obstetricia que pen- ba coronando». Les expliqué lo que significa- apartados, en escuelitas humildes, a maestras
para mirarme en un espejo grande que había sé dedicarme a esta especialidad. Desafortu- ba aquello, pedí que me perdonaran y regresé que habían sido mis alumnas aquella mañana.
en la pared sobre los lavabos. Más que pálido, nadamente mis afecciones pleuropulmonares corriendo a la sala de partos. Me lavé lo más Ellas se encargaban de recordármelo. Alguna,
estaba blanco, con la faz desencajada y con el me obligaron, con gran pena, a regresar de rápidamente que pude, me calcé los guantes exagerando la cortesía para con el funciona-
pelo hirsuto. Vuelto en mí, serenado a medias, Chile al Ecuador y radicarme en Quito, frus- y entré en labor. La puerta había quedado en- rio, me dijo: «fue la lección más importante e
me preocupé de mi héroe. Lo vestí con ternu- trando estos deseos. La vieja maternidad de la treabierta y escuché ruidos de voz cuchichea- inolvidable de todos mis años normalistas».
ra. Al hacerlo, sentí que unas gotas de lágrimas calle Pereira, como todos los establecimientos da. Volví la mirada y pude ver a algunas de las Otra me aseguró que ya había tenido ocasión
salían a mis ojos y caían sobre el rostro del de la Asistencia Social, era una casa pobrísi- chicas estudiantes que se apretujaban con el de atender el parto de una mujer humilde que
niño. ¡Era su primer bautismo de dolor! ma. Pero había orden, aseo, disciplina. propósito de mirar hacia adentro. Ordené a la se hallaba abandonada.
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Ilustración:
Pinzas de sujeción ósea, 1960.
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Página izquierda: Durante la guerra de
Esmeraldas, médicos y trabajadores de la
salud concurrieron, liderados por la Cruz Roja,
a atender a los heridos de guerra. Varios, como
José Félix Caicedo, perdieron la vida.
Foto, 1914, cortesía de la Biblioteca Ecuatoriana
Aurelio Espinosa Pólit.
Página derecha:
El doctor Plutarco Naranjo realiza pruebas de equipamiento
con animales, en los laboratorios Life, en Quito, en 1952.
Foto, cortesía de la Academia Ecuatoriana de Medicina.
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Imagen del ingreso de madres e infantes a un El Hospital San Juan de Dios fue fundado en 1565
centro de salud en Quito para la obtención de y cerrado en 1974. Ciento sesenta y nueve promociones
la vacuna antituberculosis, en 1951. de médicos practicaron su profesión allí. La foto, c. 1977,
Foto cortesía del Museo Nacional de Historia capturada por el médico –y en aquel momento ministro
de la Medicina Eduardo Estrella. de Salud Pública– Asdrúbal de la Torre Morán, muestra al
edificio del hospital en abandono. Hoy es ocupado por el
Museo de la Ciudad.
Foto cortesía del Museo Nacional de Historia de la
Medicina Eduardo Estrella.
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El doctor Franklin Tello Mercado, segundo desde
la derecha, preside la inauguración del Hospital
de Esmeraldas, que lleva su nombre. Hoy, aquellas
instalaciones son oficinas administrativas del
Ministerio de Salud Pública.
Foto, 1978, cortesía de Patricio Páez Gracia.
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Primum non nocere
Y como si no hubiera dicho nada, prosiguió Controlando alguna emoción, el doctor Mos- Santiago. Este joven, en una desdichada aven-
paseándose solemnemente y a grandes tran- quera me dijo: «Haga lo que le parezca mejor. tura amorosa, contrajo blenorragia. Como
cos entre las dos hileras de camas, con las Yo confío plenamente en usted». Decidimos sufría dolores espantosos durante la micción,
manos cogidas por detrás. ¡Qué problema que, a la mañana siguiente, muy temprano, lle- El gran profesor de clínica médica, doctor En- fue donde un especialista joven a consultar-
tan difícil acababa de crearme el doctor Arí- varía yo al enfermo a Guayaquil. Como enton- rique Gallegos Anda, maestro en la más com- le el caso y a suplicarle que le aliviara de esa
zaga Luque! Yo tenía resuelto convencer al ces no había servicio aéreo, había que viajar pleta aceptación del vocablo, frecuentemente tortura. El médico le dijo, al punto que esto
presidente de la república, aun por su propio por tierra. Le rogué que pusiera a mis órdenes entraba a dictar clases diciendo en forma apa- se debía, con toda seguridad, a una estrechez
interés, que me dejara sacar al enfermo de la un buen automóvil particular, para ir hasta Ca- rentemente distraída: «Primum non nocere, uretral y procedió de inmediato a pasarle una
cárcel. Pero si le contaba lo que Arízaga aca- jabamba, lugar donde debería esperarnos un decía Hipócrates». Y esto volvía a repetirlo sonda para dilatar la uretra, en medio de los
baba de decirme, con toda seguridad negaría autocarril convenientemente equipado para con tanta frecuencia que uno de nosotros le gritos del estudiante. Cuando llegó a la casa,
tal permiso. De otro lado, si lograba su liber- proseguir sin demora viaje al puerto. A la ma- preguntó cierta vez el significado de aquella apenas podía caminar. Esa noche tuvo esca-
tad, Arízaga y sus compañeros pensarían que ñana siguiente, muy temprano, partíamos de frase latina. El doctor Gallegos, respondió: lofríos y le sobrevino fiebre alta. A la mañana
yo había actuado conforme a sus instruccio- la capital, después de haber vencido alguna re- siguiente, orinaba sangre. Al día subsiguien-
nes y, bajo este supuesto, habría traiciona- sistencia opuesta por Cervantes. A pesar de la —Casi había perdido las esperanzas de que me te, comenzó a sentir agudos piquetazos en
do la confianza que en mí había depositado gravedad y de lo largo y pesado del viaje, este hicieran esta pregunta. Primum non nocere el epidídimo y a poco comenzó a hinchárse-
el presidente. Fueron horas de angustiosa se realizó sin contratiempos. De cuando en quiere decir: «Lo primero es no causar daño». le uno de los testículos. Tenía hasta aquí una
indecisión que las recordaré siempre. Al fin cuando le hacía tomar medicamentos y, cuan- uretritis blenorrágica complicada con cistitis
tomé una inalterable y firme resolución: ate- do lo juzgaba del caso, le aplicaba inyecciones Y él, que de suyo era tan sencillo y modesto, y orquiepidedimitis. Pero el daño no paró allí.
nerme exclusivamente a los dictados de mi y controlaba la tensión arterial. en este momento se creció para darnos a sus Se le infectó la próstata y le sobrevino prosta-
conciencia y de mi ética profesional, miran- alumnos una lección de ética médica acerca titis. El diplococo de Neisser pasó al torrente
do única y exclusivamente la salud y la vida Llegamos a Guayaquil al anochecer. Nos diri- de la obligación fundamental y primerísima sanguíneo y le produjo una septicemia gono-
de mi amigo y comprovinciano. gimos a una clínica: allí lo interné bajo espe- de no hacer daño al paciente. Esto parece un cócica. Poco después, los microbios se habían
ciales recomendaciones de orden médico. Lo contrasentido, pero en el plano de la realidad localizado en algunas articulaciones impor-
Volví otra vez al gabinete presidencial y en acompañé dos días en los cuales pude obser- cobra valor inconmensurable. Porque —hay tantes (rodillas, codos, hombros) y el pobre
forma patética le expuse al presidente la gra- var una mejoría apreciable. Entonces regresé que decirlo con franqueza— en muchas oca- estudiante tenía, como si fuera poco todo lo
vedad del caso, para terminar, de manera en- a Quito, no sin antes haber dejado al enfermo siones el médico, ya sea por descuido, ya sea anterior, poliartritis gonocócica. Como aún
fática, pidiéndole me permitiera trasladarlo al cuidado de un médico de toda mi confianza. por equivocación, por una maniobra torpe, estábamos a decenios de distancia de la era
cuanto antes a Guayaquil, con todos los cui- por ligereza y falta de discernimiento, por ig- de los antibióticos, el lector podrá imaginar el
dados del caso, ya que el corazón, a cerca de El comandante Roberto Luis Cervantes mu- norancia, etc., etc., ocasiona al enfermo tan calvario de este pobre muchacho y lo mucho
tres mil metros de altura en que se encuen- rió hace poco tiempo. Jamás, en las veces que grave daño, que a veces supera en magnitud a que tardó en restablecerse, amén de la pérdi-
tra Quito, declinaría rápidamente. Le recor- volvimos a vernos, hablamos de este asunto. la dolencia por la que va a consultarlo. da de un año de sus estudios.
dé el aforismo médico que él nos había en-
señado: «la neumonía se halla en el pulmón, Siempre recuerdo horrorizado, algo que pude Una distinguida y respetable dama quiteña fue
pero su peligro está en el corazón». ver muy de cerca, en un condiscípulo de curso sometida a una intervención quirúrgica. Du-
y compañero de pensión, cuando yo era estu- rante la operación uno de los médicos de la clí-
diante de los primeros años de medicina en nica le puso una inyección de cloruro de calcio