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Sonia Analía Campos Comisión: 04

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Sonia Analía Campos Comisión: 04

Previo a la salida de campo

Para mí trabajo etnográfico decidí realizar una observación participante en la

parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Caacupé ubicada en la calle 6 entre 16

y 137 localidad de Berazategui. Un lugar muy cercano a mi hogar (queda a la vuelta

de la misma) y a la cual sólo frecuenté de pequeña una vez por medio de la

invitación de una amiga que tomaba la comunión, pero a la que no volví a concurrir

de adulta.

Citando a la autora Rosana Guber:”La observación participante consiste

principalmente en dos actividades: observar sistemática y controladamente todo lo

que acontece en torno del investigador, y participar en una o varias de las

actividades de Ia poblacion” pág 52.

Mi barrio está compuesto por una población en la cual el 70% provienen de

Paraguay o son hijos de paraguayos, un 20% son hijos o nietos de italianos y el

resto de las personas son oriundas de distintas provincias de nuestro país entre las

que se destacan Tucumán y Corrientes.

Es tan importante la comunidad paraguaya en mi barrio que la escuela de la zona

se llama “República del Paraguay”nº21 situada en la calle 137 entre 5 y 6. la cual

funciona doble jornada donde los niños entran 8:30 y salen a las 16:30hs. También

se encuentra una sociedad de fomento llamado el “Hogar Paraguayo” en la calle 8

entre 136 y 135, donde se ofrecen distintas actividades y festividades paraguayas y,

un lugar de encuentro para bailar los fin de semana llamado “El patio chamamé “

en la calle 6 entre 135 y 136, donde se aprecian desde chamanes guaraníes hasta

polkas paraguayas (música perteneciente al folclore de Paraguay).

El lugar para mi trabajo ya estaba elegido, mi objetivo era conocer el manejo del

lugar, cómo se relacionaba con las otras instituciones aledañas y no tomar notas,

sino guardar toda la información en mi memoria que, como dice Guber: “Otra

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alternativa es no tomar notas en absoluto y apelar a Ia memoria y a Ia

reconstrucción una vez transcurrido el encuentro.” Pág 96.

Sólo faltaba adentrarme en ese lugar que me parecía inquietante y desconocido a

la vez que, aunque conociera un poco cómo era su religión y sus características por

mi mamá, para mi todo era lejano porque mi familia nunca fue muy creyente y este

suceso partía del hecho de que mi papá era hijo de un español y mi abuela hija de

turcos (mi padre había nacido en un pueblo de Tucumán donde más de la mitad de

la población son nietos de turcos) por lo que creer en santos o vírgenes no era lo

suyo; en especial porque mi abuelo murió a los 35 años y fue criado prácticamente

por las costumbres de su mamá.

Con frecuencia pasaba enfrente de la parroquia alrededor de las tres de la tarde

porque en diagonal a la misma se encuentra la Avenida siete la parada del colectivo

el cual me deja a cuatro cuadras de la UNAJ. Siempre que dirigía mi mirada hacia

ella me parecía algo solitaria, triste ya que no veía asistir gente a la misma, salvo

una vecina llamada Valeria de aproximadamente 34 años, la cual solo la saludaba

cordialmente porque la conocía del barrio. Me despertaba enormemente la

atención verla entrar por el pasillo que se encuentra al costado de la iglesia con

guardapolvo escoses de color azul.

Un día la encontré en el almacén del barrio, la saludo como siempre pero me

animé a decirle que siempre la veía ir a la parroquia y me intrigaba saber qué

actividad hacía en ella. Valeria con una gran sonrisa me comenta que era voluntaria

en un comedor donde van chicos que meriendan, hacen sus tareas y cenan allí (fue

enorme mi sorpresa porque siempre ante mis ojos era un lugar tan desolado hasta

un poco terrorífico de noche), por lo que le pregunté si un dia podia ir a llevarle

algunas camperas, camisetas y buzos que le quedaban chicas a mi nene y me dijo

que sí con gran entusiasmo comentandome a la vez, que son nenes que pasan por

muchas carencias y les venía bárbaro ropa para el invierno que se acercaba.

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Intercambiamos nuestros números de teléfono y solo faltaba entrar a ese mundo

nuevo y distinto para mí y tan cercano a la vez en distancia.

Registro de campo:

Me comuniqué con Valeria y acordamos la visita a la institución.

Mi verdadera intención era observar dos o tres veces si me lo permitían y se daban

las circunstancias, pero por lo pronto comenzaría llevando las prendas para los

niños.

En mi observación pretendía efectuar entrevistas no dirigidas al ingresar, que como

señala Gulber: “En las entrevistas no dirigidas, en cambio, el entrevistador está

atento a los indicios que provee el informante, para descubrir, a partir de ellos, los

accesos a su universo cultural. Este planteo es muy similar a la transición de

"participar en términos del investigador" a "participar en términos de los

informantes". Para lograr el acceso al universo cultural del informante, la entrevista

antropológica se vale de tres procedimientos: la atención flotante del investigador, la

asociación libre del informante y la categorización diferida, nuevamente, del

investigador”. Pág 75

Concurrí al lugar el día martes previo a jueves y viernes santo cerca de las 16

horas. Para poder encontrarme con mi vecina, tuve que caminar por ese pasillo que

siempre me inquietaba y cruzar un portón de chapa color verde inglés. Cuando lo

crucé me asombré con tal imagen: un grupo de señoras y jóvenes tomando mate

en ronda mientras cortaban en porciones varios bizcochuelos.

Saludé a cada una de ellas y entre las mujeres reconocí a dos vecinas más que

por origen étnico y sus rasgos físicos la gente se dirige a ellas y a su familia como

“los coya” (persona originaria del altiplano boliviano, de los Valles Calchaquíes o de la puna
argentina).

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Le entrego la bolsa con ropa a Valeria (me sonríe y la guarda en un depósito) y me

acercan una silla para sentarme junto a ellas. Como algunas de las mujeres me

conocen de vista y me vieron muchas veces con un guardapolvo blanco de docente

puesto, mientras tomábamos mate me preguntaron si seguía dando clases en

primaria por lo que les conté que no, que ahora trabajo en una secundaria como

preceptora. Luego de responderles, aproveché la oportunidad y les dije:”me parece

súper lindo saber que los niños cuentan con ustedes, se preocupan por ellos” y a

continuación les pregunté cómo llegaron al lugar. Comienza a relatar su historia la

señora de edad más avanzada llamada Marta de aproximadamente 60 años,

relatando que: “ soy del barrio pero como siempre trabajé no andaba mucho por

él,me jubilé, mi marido murió de covid y después de la pandemia me sentía triste,

aburrida, no sabía qué hacer por lo que un día vine a la parroquia y me encontró

con el comedor donde me siento útil.

Sigue narrando su historia otra señora llamada Elizabeth de unos 40 años. Me

comenta que no es del barrio pero su mamá sí lo era. Como ella era la

coordinadora de la parroquia pero falleció y nadie quería tomar su puesto, ella ante

la preocupación y el recuerdo con el cual su madre se preocupaba por la feligresía

decidió tomar las riendas del lugar, y ocupar el puesto. Aunque no le agradaba al

principio tal responsabilidad, ahora le llena el corazón y entiende más a su

progenitora.

Las otras dos mujeres Sandra y Nieves que rondan los 40 años y que conocía del

barrio me cuentan que pertenecen a una cooperativa la cual está destinada a hacer

actividades barriales y por las cuales cobran un subsidio del estado. A ellas les

asignaron el trabajo en la parroquia.

A continuación, las dos jóvenes que rondaban entre los 20 y 25 años, se llaman

Sol y Sabrina y me relatan que son voluntarias de Cáritas junto con otras cuatro

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chicas. Les asignaron la parroquia para realizar su voluntariado durante cuatro

meses.

Valeria que era con la que primero me contacté, me contó que ella ya tenía su hijo

grande (tiene 15 años actualmente) y que una amiga le dijo que necesitaban alguien

que ayude en las tareas a los niños del comedor y como ella había estudiado

magisterio pero terminó abandonando en el último año decidió dar una mano y me

argumenta: “los chicos que vienen son mi vida”.

Seguimos dialogando sobre lo caro que están los alimentos , el tiempo pasó y

comenzaron a llegar los niños ( para mi asombro eran muchos y rondaban entre los

tres y catorce años). Mientras llegaban iban saludando a todas inclusive a mí

(aunque me miraban con curiosidad ya que no me conocían) y se dirigen directo a

sentarse en unas mesas largas donde estaban colocadas tazasy platos vacíos de

plástico.

Me ofrecí a ayudar a las voluntarias a servir el té y el bizcochuelo para lo cual me

aclaran las cocineras: “sólo dos porciones por chico”. Una vez servido todo, procedí

a decirles mi nombre: “hola chicos, mi nombre es Analía”. Me daba curiosidad saber

de dónde venían ya que conozco a varios niños del barrio por vivir toda mi vida allí

pero no reconocí a ninguno. Cuando me preguntaron : “¿vivís por acá?”. les conté

que vivía a la vuelta, a lo que ellos siguieron preguntando : ¿cerca de la escuela

21? Sí les respondí y ellos me alegaron: “a esa vamos nosotros”.

Esas preguntas me dieron lugar a que pueda responder mi curiosidad de su lugar

de pertenencia, por lo que a continuación, les pregunté: ¿ustedes son del barrio?

ellos contestaron que no, que caminan varias cuadras para llegar a la escuela

(luego me cuenta Valeria mientras los niños meriendan que vienen de un

asentamiento que está cerca del barrio y que son 35 familias las que se llevan la

vianda).

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Esperando que terminen de merendar, se acerca un nene a pedirme una porción

más de bizcochuelo (y aunque si quería dárselo, no podía ignorar la anterior

indicación y correr el riesgo de caerles mal el primer dia a las cocineras) le dije:

“pero son dos porciones para cada uno”.Se acerca un niño de 10 años

aproximadamente y me dice: “yo comí un pedazo de bizcochuelo y no quiero más,

¿le puedo dar mi porción a Pablo?” a lo que le contesté: “si podés hacerlo” .

Entonces se acerca otro niño y me dice: “yo también quiero”, por lo que el dueño de

la porción toma la misma, la parte por la mitad y se la da a sus dos compañeros.

Terminaron de merendar, ayudé a levantar las tazas, los platos, luego lavarlos y a

posteriori me despido de todos con un beso en la mejilla prometiendo volver otro

día.Cuando recorro el pasillo que se encuentra al costado de la parroquia, me

encuentro con algunas personas haciendo fila para esperar la vianda. Me llamó la

atención ( y me generó cierta angustia) ver a un hombre de aproximadamente 75

años esperándola.

Esa tarde ya mi preconcepto del lugar cambió, pero quería seguir aprendiendo de

él. La institución me mostró que no era un lugar triste y desolado, detrás de un

portón enorme se escondía un grupo de mujeres de diferentes clases sociales e

historias de vida, las cuales se juntaban a trabajar y colaborar para el bienestar de

muchos niños y familias. Pero lo que siempre me va a quedar grabado fue ver la

solidaridad y empatía de un niño tan pequeño como Gabriel (pregunté a Valeria el

nombre del niño después de tan bello gesto ya que se había robado mi corazón).

¡Por más valores como los de Gabriel en el mundo!

Volví a la parroquia el viernes santo a ayudar a empaquetar los chocolates que

habían elaborado las voluntarias porque me contacto Valeria que necesitaban

ayuda y me preguntó si podía así que encantada fui a prestar mi ayuda. Llegué al

lugar a eso de las 8:30, saludé a las cocineras, a Valeria y una voluntaria llamada

Gabriela y nos pusimos manos a la obra.

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Mientras preparábamos los regalos para pascuas y tomábamos unos mates, las

cocineras preparaban viandas con pescado. A la hora se acerca un misionero que

reside en la parroquia, nos saluda muy amablemente y nos ofrece su ayuda por lo

que inmediatamente le pedimos que nos cebe unos mates. Nos pregunta a la

voluntaria y a mí de dónde somos, Gabriela le cuenta que es del Cruce Varela,

límite entre la localidad de Berazategui y Florencio Varela y yo le cuento que vivo a

la vuelta de la parroquia. El nos relata que:”viajé con dos hermanos desde

Neuquén, a ellos le designaron una iglesia en Florencio Varela y a mí me tocó

acá”( en este caso el uso de la palabra hermano no es referirse a una familiar del

cual compartimos un padre o ambos, sino alguien con quien compartimos la profesa

de fe en un mismo dios) .

Terminamos el trabajo, nos sacamos unas fotos y me despedí de todos con:”felices

pascuas para todos, nos vemos pronto”

Volví una vez más a dar una clase sobre emociones porque me contó Valeria por

mensaje que las voluntarias estaban trabajando con ese tema y tenía muchas ganas

de reencontrarme con todos. Me acerqué a la parroquia a eso de las seis de la

tarde, saludé a todos, y les conté a los niños que les iba a leer un cuento el cual es

el favorito de mi hijo, por lo que también era muy significativo para mí. Leí el título

del cuento: "El monstruo de colores” y continué leyendo. Luego dialogamos sobre el

mismo y les propuse escribir en un afiche qué cosas les daba alegría, miedo o

enojo. Recuerdo con exactitud cuatro situaciones que me dictaron los niños porque

me generaron distintas emociones:

“Me da mucho miedo volver a mi casa porque tengo que andar por los pasillos

oscuros”

“Me siento feliz en la parroquia”

“Me hace feliz leer y acá hay muchos libros”

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“Me siento triste cuando en la escuela me rompen la tarea, pero vengo acá y me

encuentro con mis amigos y soy feliz”.

Por último, les entregué en fotocopia un monstruo a cada uno y les pedí que lo

pinten de acuerdo a cómo se sentían. Terminaron de pintarlo, me lo entregaron, les

agradecí a todos por haber sido muy bien recibida siempre y garanticé volver a

visitarlos.

Al caminar rumbo a mi hogar me quedé reflexionando en todo lo que aprendí y se

me vino a la mente esa famosa frase: “no juzgues a un libro por su portada”.

La parroquia me demostró que no es solo un lugar donde la gente se junta según

mi antigua visión “ a orar por sus pecados”. Un lugar triste y aburrido, que iba a

visitar con la intención de averiguar cómo se relacionaba con la comunidad

paraguaya de lo cual nada de eso observé, pero sí hallé un espacio de encuentro,

contención, servicio al prójimo a través del voluntariado de Cáritas o trabajando en

la institución por medio de una cooperativa. Un lugar donde tanto niños como

adultos calman sus penas, un refugio a su soledad, un espacio de risas y alegría,

donde las mujeres que allí asisten a tantas personas se sienten útiles y lo más

importante encuentran ese cariño recíproco que necesitan.

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