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Epistemología de la Ciencia 2023

Tres modelos de ciencia.

El modelo aristotélico. La filosofía aristotélica, que influyó de manera decisiva en el


pensamiento occidental hasta bien entrada la modernidad, puede considerarse una verdadera
cosmología en la cual todos los objetos y sucesos del cosmos cobran sentido. Incluso la política
debe entenderse en su modelo como inscripta dentro de una explicación general acerca del
lugar y las relaciones que se establecen en el universo. Se trata de establecer, además de una
explicación física, los fundamentos filosóficos, metafísicos, últimos de toda realidad. Cada
perspectiva de abordaje de la realidad -física, astronómica, política, ética, metafísica- cobra
sentido en función de la explicación, en conjunto, de la totalidad. Comencemos con la
estructura topográfica o geométrica del Universo aristotélico, que explica las observaciones
astronómicas conocidas en la Grecia antigua. El Universo estaba dividido en dos zonas o
sectores claramente diferenciados, tanto cualitativa como cuantitativamente: el mundo
sublunar (es decir la Tierra más el espacio que va entre ésta y la Luna) y el mundo supralunar,
es decir el espacio que va más allá de la Luna y que incluye el sol, los planetas y las estrellas. Es
interesante notar que los cometas, por su comportamiento aparentemente caótico e irregular,
fueron considerados durante siglos como fenómenos atmosféricos, es decir que se
desarrollaban en el mundo sublunar. El mundo sublunar es el mundo de lo corruptible, de lo
cambiante, el mundo de la mutación constante: en él hay nacimiento, decadencia y muerte,
los seres vivos así como las sociedades y las culturas, nacen, se desarrollan y mueren. En
cuanto a la composición físico/química -utilizando una terminología actual- de los objetos de
este mundo sublunar, Aristóteles seguirá la teoría de los 'cuatro elementos'. Según esta teoría
hay cuatro elementos básicos: aire, tierra, fuego y agua; los objetos complejos estarían
formados por diferentes combinaciones de éstos. La tierra es 'naturalmente' pesada y el fuego
liviano, mientras que el agua y el aire ocupan posiciones intermedias. De tal modo que las
diferencias en el peso de los objetos obedecen a la proporción en que intervienen los distintos
elementos en la formación de cada cuerpo. Esta teoría, en lo fundamental, se mantuvo por
casi veinte siglos. En la cosmología aristotélica todos los objetos ocupan su 'lugar natural', es
decir aquel lugar que les corresponde por su propia constitución y su finalidad. Así, por
ejemplo, los objetos pesados caen porque 'tienden' a ocupar su lugar natural que es 'abajo',
mientras que a los objetos livianos (como por ejemplo el fuego) suben porque les
corresponden los lugares más altos. El movimiento en la Tierra y sus alrededores (el mundo
sublunar) se desarrolla, entonces, en el sentido de una línea que pasa por el centro de la tierra
y en la dirección que su mayor o menor peso determine. Es necesario aclarar que este
concepto de movimiento resulta extraño para una mentalidad moderna, ya que el mismo no
corresponde a un mero cambio posicional; el movimiento de los objetos en el mundo
aristotélico obedece al cumplimiento de la naturaleza que le es inherente a cada uno de ellos.

Los movimientos de los objetos tales como arrojar una piedra hacia arriba o hacia adelante,
son considerados por Aristóteles como 'violentos', es decir contrarios a la naturaleza de los
cuerpos. Tales movimientos tienen lugar sólo cuando alguna fuerza actúa para iniciarlos o para
mantener el cuerpo en un movimiento o posición 'antinatural'. Más allá de la Luna, el mundo
supralunar tiene características completamente diferentes. Los cuerpos celestes no se
componen de ninguno de los 'cuatro elementos', sino de un 'quinto elemento' o 'éter', y su
movimiento 'natural' es circular alrededor de la Tierra. La forma de estos cuerpos, a su vez, es
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la de una esfera perfecta, y así como en el mundo sublunar todo está sujeto a cambio y
corrupción, en los cielos nada cambia, más allá del movimiento circular descripto. Este modelo
astronómico, conocido como aristotélico-ptolemaico perduró, más allá de algunos cambios no
sustanciales durante veinte siglos. Pero, así como hay 'lugares naturales' para todos los objetos
del universo, también los hay para los hombres. Cada uno de ellos ocupa el suyo en una
estructura social que no es artificial, en el sentido de que no es una creación voluntaria de los
humanos, sino que responde al movimiento y conformación natural de lo real, aunque sí sean
diversos los tipos de organización existentes. El hombre es un zoón politikón, es decir un
animal social por naturaleza. Es por ello que la realización de su finalidad esencial consistirá,
básicamente, en conformar sociedades. Pero esta naturaleza humana (social) determinará no
sólo que el hombre conforme sociedades, sino que además, también determinará el lugar que
ocupará cada uno en la conformación de la estructura social. Interesa destacar de esta
apretada síntesis de la cosmología aristotélica dos rasgos fundamentales que por otra parte
impregnan también su concepción política: 1. En primer lugar el carácter jerárquico de todo lo
que sucede o está en el universo. Así como hay objetos superiores y más perfectos (los objetos
celestes), y objetos inferiores (los objetos del mundo sublunar), también habrá hombres
mejores que ocuparán por su propia naturaleza un lugar de privilegio en la sociedad y hombres
inferiores que se ubicarán en los estratos inferiores. 2. En segundo lugar, el carácter
teleológico de este universo: todos los objetos del mismo, desde los hombres hasta las
piedras, tienden a ocupar el lugar que les corresponde según una jerarquía natural y en
cumplimiento de una finalidad que les es propia y esencial. El desarrollo (y el cambio) de lo
real se explica a través de los conceptos de potencia y acto: cada cosa contiene en potencia la
capacidad de desarrollar sus características esenciales, es decir aquellas que le hacen ser lo
que es y no otra cosa. La puesta en acto de esas potencialidades es el desarrollo de su finalidad
esencial. Es necesario entender que para Aristóteles conocer es dar cuenta de las causas que
intervienen en la producción de algo, pero que estas causas pueden ser de cuatro tipos: la
causa material -la sustancia en bruto y sin desarrollar del ente que experimenta el desarrollo-;
la causa formal - o esquema del desarrollo revelado desde el principio al fin; la causa eficiente
o causa motriz -mecanismo mediante el cual se mantiene en marcha el proceso de desarrollo-;
y por último, y tal vez la más importante, la causa final aquella que hace que cada ente, si no
interfiere nada se desarrollará tal cual está previsto en su propia naturaleza. Para Aristóteles
(como así también para la mayoría de los filósofos) las capacidades de conocimiento de que
dispone el hombre pueden ser ordenadas jerárquicamente, de las inferiores a las superiores, a
saber: 1) sensación (aisthesis), 2) experiencia (empeiría), 3) arte (tejne), 4) ciencia (episteme),
5) prudencia (frónesis), y 6) sabiduría (sofía) o filosofía primera. El camino del conocimiento es
un ascenso hacia un conocimiento racional, universal y necesario no afectado por lo limitado y
contingente. La experiencia constituye la primera universalización, debida a la memoria, a
partir de las sensaciones; el saber técnico es ya un conocimiento de relaciones racionales entre
hechos –como la medicina, la ingeniería o la arquitectura-. La ciencia, por su parte, es un saber
universal y necesario producido por la deducción a partir de principios o premisas primeras.
Está más allá del saber particular técnico, y por fuera del saber ético (prudencia) que regula
acción humana en relación con el bien y el mal. El ideal de ciencia postulado por Aristóteles
resulta inductivo/deductivo en cuanto a su producción: se parte de la experiencia
observacional y por inducción nos elevamos a los casos generales pero una vez obtenido el
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concepto universal lo aplicamos deductivamente a nuevos casos. Aristóteles, también, fue el


primero que sistematizó la lógica deductiva silogística (conocida hoy como lógica clásica) y
consideró a la ciencia misma como un sistema deductivo, cuyas tesis básicas son: "Una ciencia
demostrativa es un sistema S de términos y de enunciados tal que: 1) Todos los elementos de S
conciernan a un mismo dominio de objetos reales. 2) Todo enunciado de S es verdadero. 3) Si
ciertos enunciados pertenecen a S, toda consecuencia lógica de estos enunciados pertenecen
por igual a S. 4) Haya en S un número finito de términos tales que: a) la significación de estos
términos no necesite explicación; b) la significación de todo otro término presente en S pueda
ser definida por medio de aquellos términos. 5) Haya en S un número finito de enunciados,
tales que: a) la verdad de esos enunciados sea evidente; b) todo otro enunciado de S sea una
consecuencia lógica de aquellos enunciados" Evidentemente, en este como en cualquier
sistema deductivo, la verdad queda asegurada a partir de dos condiciones básicas: una
gnoseológica -la verdad de las premisas- y una lógica instrumental -la correcta aplicación de las
reglas de inferencia-. Sobre el segundo paso no hay problema alguno, en tanto se efectúe
mediante una cuidadosa aplicación de las reglas lógicas. El problema epistemológico de primer
orden se refiere a la primera cuestión: la verdad de las premisas o afirmaciones de las cuales
se parte. El caso más paradigmático del este modo de ver la ciencia es la geometría euclidiana
y en la actualidad ha quedado reducida a los sistemas axiomáticos en general. La revolución
científica: El modelo mecanicista-legalista y la matemática. Aunque no todos los historiadores
y filósofos están de acuerdo con ello, sostendremos aquí la tesis según la cual la ciencia tal
como la concebimos en la actualidad tiene su origen en el siglo XVII, a partir de la Revolución
Científica inscripta en un marco de cambios generalizados en toda Europa. La ciencia naciente
tendrá cuatro ingredientes fundamentales: la valoración de la observación de la naturaleza, y
la concepción de que ésta obedece a un orden legal, expresable matemáticamente, bajo una
estructura mecánica. Por Revolución Científica se entiende, en sentido histórico, el período de
renovación del saber ocurrido entre los siglos XVI y XVIII, aunque en un sentido más estricto
puede decirse que se desarrolla básicamente desde mediados del siglo XVI hasta fines del XVII.
Se inicia con la publicación de la obra de Nicolás Copérnico, sobre la revolución de los orbes
celestes, en 1543, y de Vesalio, sobre la construcción del cuerpo humano, del mismo año, y
culmina con los Principios matemáticos de filosofía natural de Newton, en 1687. Se trató de
una época de grandes cambios en la cual obtiene su partida de nacimiento la filosofía
moderna, cuyo rasgo fundamental, si es que ha de tener alguno, puede circunscribirse al
intento de encontrar nuevos fundamentos para un mundo feudal que se derrumba. En este
sentido la filosofía moderna, cuyo inicio alguno lo señalan en la obra de R. Descartes (1596-
1650) -y otros agregan a Th. Hobbes (1588-1679)-, encuentra como una de sus preocupaciones
primordiales la revisión de las fuentes mismas del conocimiento humano, fuentes que habían
conducido a la humanidad a permanecer convencida erróneamente durante casi dos mil años,
en cuestiones tan fundamentales como la estructura geométrica del universo, de teorías que
pasaron de ser sólidos edificios teóricos a constituir un montón de escombros. No es raro,
entonces, que una de las preocupaciones del momento fuera la obtención del método
adecuado para la indagación de la naturaleza: Bacon, Galileo, Comenio (1592-1670), Spinoza
(1632-1677) y Descartes entre otros, se ocuparon del problema. La revisión de las fuentes del
conocimiento humano genera, dentro de la filosofía, dos grandes líneas de respuestas que
caracterizarían buena parte del pensamiento moderno: la racionalista inaugurada por
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Descartes, y seguida por autores como B. Spinoza o G. Leibniz, por un lado, y la empirista
iniciada por Hobbes y continuada por autores como J. Locke (1632-1704) y D. Hume (1711-
1776). La línea racionalista encontrará que la única fuente de conocimiento confiable será la
razón, como consecuencia de una desconfianza radical en el conocimiento empírico. La otra
línea, la empirista, encuentra, por el contrario, que la única fuente de conocimiento acerca del
mundo, es la de los sentidos. Esta vía desembocará, con el sesgo de una serie de mediaciones,
en lo que se llamó positivismo en el siglo XIX y neopositivismo en el siglo XX. Cabe consignar
que Hobbes constituye también una figura central en la filosofía política, ya que desarrolla su
modelo contractualista (inaugurando lo que hoy se conoce como iusnaturalismo moderno)
según el cual los hombres son considerados iguales por naturaleza, en oposición al modelo
aristotélico donde todos, tanto el esclavo como el ciudadano, tenían su "lugar natural" en la
sociedad. El movimiento que culminó con el acceso de la burguesía al poder político, primero
en Inglaterra (con la revolución de 1688) y luego en Francia (con la Revolución Francesa en
1789) estaba en marcha. Pero no se trata solamente de la sustitución de unas teorías por
otras. El cambio es mucho más profundo: durante este período y, por obra sobre todo de
Galileo, Kepler, Descartes y Newton, tiene lugar la aparición y constitución de la denominada
"ciencia moderna", que se caracteriza sustancialmente por el interés centrado en el
conocimiento de la naturaleza, el recurso a las matemáticas como medio de conocimiento y el
uso -o cuando menos la búsqueda- de un método científico. Se ha señalado como una de las
características esenciales de la revolución científica la aparición, durante esta época, de una
verdadera comunidad científica, de la que es un ejemplo concreto la Royal Society, de Londres,
así como el establecimiento de redes de información entre los científicos, configuradas por las
visitas que los mismos se hacían unos a otros, pero sobre todo por el recurso a periódicos,
informes científicos y cartas. Puede decirse que el modelo de cientificidad que inaugura la
Revolución Científica, haciendo abstracción de los desarrollos de las disciplinas particulares,
pero que al mismo tiempo los posibilita en la medida en que permite realizar nuevas preguntas
a la naturaleza, contiene básicamente el ya señalado recurso a la matemática y la idea
fundante de que la naturaleza es similar a un mecanismo, es decir lo que se ha denominado
'mecanicismo'. El mecanicismo, en una aproximación general, es la doctrina según la cual toda
realidad natural tiene una estructura comparable a la de una máquina, de modo que puede
explicarse basándose en modelos de máquinas. Se trata de una metáfora radical, porque
constituye no sólo un modo de entender la física de los cuerpos, es decir lo que se llamó la
mecánica moderna, sino que, en ocasiones, constituye una verdadera filosofía, es decir una
concepción del mundo en su conjunto. En el siglo XVII, muchos filósofos e científicos se
preguntarán si no sería posible comprender mejor los movimientos y cambios de los seres
naturales estudiándolos por analogía con los que realizan las máquinas. De hecho disponían ya
de unas máquinas muy especiales, los relojes mecánicos. Estas máquinas reúnen las siguientes
características: 1. Su movimiento nunca se inicia espontáneamente, pues carecen de todo
principio interno de actividad. El origen del movimiento es siempre externo. La ley de inercia
consagrará esta idea al plantear que todo cambio de estado de un cuerpo se debe a una fuerza
extrínseca al cuerpo. 2. La transmisión del movimiento de unas partes a otras se realiza
siempre por contacto y nunca a distancia. Es decir, una parte empuja a otra, que a su vez
empuja a otra, y así sucesivamente. 3. Ninguna máquina se mueve para alcanzar ciertos fines,
de modo que el mundo de lo mecánico está presidido por una causalidad ciega desprovista de
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propósito alguno. Así en un reloj las agujas no avanzan para dar las horas; la finalidad está en
quien lo diseña y no en el artilugio mismo. Se dispone, en suma, de un ser artificial desprovisto
de toda suerte de elementos animistas y finalistas que, sin embargo, es capaz de ejecutar
ciertos movimientos. Si bien el concepto mecanicista admitió distintas versiones, en general
puede decirse que elevar estas consideraciones a modelo de aproximación a la naturaleza
permitió cambiar el arsenal de preguntas de los científicos. Según PYLE (1995, p. 142) la mejor
manera de caracterizar la filosofía mecánica es negativa, dado que encierra cuatro tipos de
prohibiciones (estrechamente ligadas a las tres condiciones anteriores que ha de cumplir toda
máquina): la acción a distancia, la iniciación espontánea del movimiento, la intervención de
agentes causales incorpóreos y las causas finales. Todo ello tiene que ver con la necesidad
absoluta de purificar la materia de toda suerte de almas, espíritus o cualquier otro tipo de
agentes inmateriales, lo que se traduce en lo siguiente: I. Un cuerpo sólo puede recibir
movimiento de otro por contacto o choque. En consecuencia, las influencias astrales de los
astrólogos, las atracciones magnéticas, las simpatías y antipatías de neoplatónicos, herméticos
y alquimistas, y demás tipos de acción a distancia han de ser rechazados. El principio supremo
que gobierna los intercambios de movimiento (mejor sería decir cantidad de movimiento)
establece que nada actúa allí donde no está. II. Ningún cuerpo Puede empezar a moverse por
sí mismo de modo espontáneo. No es potestad de la materia generar movimiento (ni tampoco
destruirlo, tal como afirmara un principio de conservación de la cantidad de movimiento).
Todo movimiento tiene así como causa inmediata, uno anterior en otro cuerpo comunicado
por impulso. III. Cuando se trata de estudiar el comportamiento de los cuerpos, la idea de
producción de movimiento por supuestas entidades espirituales que se hallan presentes en
ellos mismos (en forma de almas u otras semejantes) es enteramente rechazable. La única
forma inteligible de acción física es el impulso. IV. En un mundo mecánico todo sucede de
modo similar a un reloj, en el que el movimiento de descenso de un peso, previamente
elevado a cierta altura, se transmite a unas ruedas dentadas que a su vez lo comunican a las
manecillas. El acontecer se reduce a una serie causal sucesiva según la cual, cada hecho está
determinado por los anteriores y determina los siguientes en una cadena ininterrumpida de
causas y efectos. No corresponde pues, en este contexto hablar de intención, finalidad,
designio o providencia. Sin embargo, aunque el mecanicismo resulta el inicio de una nueva
física del movimiento no se reduce tan sólo a eso. Como concepción filosófica reduccionista, el
mecanicismo sostiene que toda realidad debe ser entendida según los modelos
proporcionados por la mecánica, e interpretada solamente sobre la base de las nociones de
materia y movimiento local. Aunque en general las posiciones mecanicistas no se limitan a ser
una teoría meramente explicativa, sino que comportan un compromiso ontológico, no se trata
de un término unívoco. El mecanicismo adopta una modalidad materialista y determinista en
la filosofía de Hobbes, mientras Descartes ofrece también un modelo acabado de mecanicismo
pero no adhiere al materialismo ya que sostiene la irreductible diferencia entre la sustancia
pensante, no sometida a las leyes de la mecánica, y la sustancia extensa, totalmente regida por
éstas. Por otro lado, una versión materialista de este punto de vista, es decir, negando la
especificidad de la sustancia pensante como distinta de la materia, será sustentada por La
Mettrie en su teoría del hombre-máquina, por la mayoría de los filósofos materialistas del siglo
XVIII que unen materialismo y mecanicismo (especialmente D'Holbach y Helvetius). En el
ámbito estrictamente físico, y sin pronunciarse sobre el carácter mecánico o no de los seres
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vivos, la mayoría de los filósofos y científicos de los siglos XVII y XVIII adoptaron tesis
mecanicistas como reacción contra la escolástica, contra el animismo y las concepciones
mágicas de muchos filósofos del Renacimiento. No obstante, aunque Newton (que, por otra
parte, no era materialista) considera que toda la ciencia es reductible a la mecánica, dado que
en su concepción de ésta se considera lo real desde el punto de vista de modelos matemáticos
(tales como masas puntuales o puntos inextensos), el mecanicismo tendió a abandonar el
carácter ontológico para adoptar la forma epistemológica. Es decir, no se trataba tanto de
afirmar que el mundo es una máquina, ni tan sólo una máquina extremadamente compleja,
sino que se trataba simplemente de concebirlo y explicarlo como si lo fuera, es decir, a partir
de las leyes de la mecánica sin presuponer por ello el carácter mecánico de lo real. Ello dio
lugar a un mecanicismo metodológico y al ideal de poder constituir una única ciencia basada
en los principios de la mecánica. En las primeras décadas de la Revolución Científica, los más
grandes y ostensibles desarrollos se vieron en la matemática (Descartes, Fermat y también
Galileo), las ciencias naturales como la astronomía (Galileo, Kepler), la física del movimiento
(Galileo, Descartes y también Kepler), y en anatomía y fisiología con los trabajos de A. Vesalio
(1514-1564) que rompieron la autoridad de Galeno y los trabajos de Harvey sobre la
circulación de la sangre. Los desarrollos matemáticos y sobre todo la idea de que los mismos
podrían ser fundamentales para la comprensión del Universo representaron una gran
revolución conceptual. Las innovaciones de la nueva astronomía fueron tanto conceptuales
como observacionales. El uso por parte de Galileo del telescopio alteró completamente la base
observacional del conocimiento del universo, mientras Kepler introdujo órbitas no circulares y
el concepto de fuerzas en la relación solplanetas. Asimismo fue perdiendo terreno la tradición
geométrica en astronomía y comenzó a prevalecer una astronomía asociada a una nueva física,
que culminaría con la aparición de teoría newtoniana. La mayoría de las alteraciones básicas
en física ocurrió en el estudio del movimiento, que vincularon los nuevos fundamentos
conceptuales y una matematización de la naturaleza, en mucha mayor medida que el
cuestionamiento directo de la naturaleza por los experimentos. Desde el punto de vista actual
el mayor cambio conceptual durante principios del s. XVII parece haber sido la destrucción del
cosmos aristotélico, el rechazo del concepto tradicional de la naturaleza jerárquica del espacio,
y la introducción de la nueva idea de espacio isotrópico, física inercial, y un espacio infinito (o
al menos ilimitado). La mayor innovación en las ciencias de la vida se centró sobre el radical
descubrimiento de la circulación de la sangre, basada sobre un cambio conceptual hecho
necesario tanto por la introducción de consideraciones cuantitativas, como así también sobre
la base del presupuesto mecanicista. Así, los cambios revolucionarios en ciencia no
consistieron primariamente en la introducción de experimentos, como durante mucho tiempo
creyeron los historiadores, sino que más bien se basó en un cambio básico de la estructura
conceptual centrada sobre nuevos conceptos y la introducción de nuevos métodos
matemáticos. Descartes fue un autor fundamental en las primeras décadas de la Revolución
Científica. Interesa destacar aquí su propuesta de construir el saber cómo una mathesis
universalis y su decidido apoyo a concebir la naturaleza según un modelo mecanicista.
Descartes, uno de los grandes contribuyentes a los profundos cambios que se producen en el
siglo XVII, construye, al igual que sus contemporáneos, un punto de vista mecanicista, pero con
un sesgo particular y más ambicioso a favor del mundo-máquina. La realidad natural, para
Descartes, tiene un modo de funcionamiento que puede estudiarse íntegramente desde el
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modelo que proporcionan las máquinas automáticas o autómatas, es decir ciertos objetos
fabricados por el hombre que incluyen el mecanismo gracias al cual tienen movimiento. Ello
implica que la combinación de sus elementos constitutivos o estructura debe dar cuenta de la
función que realizan. A funciones más complicadas corresponde un mayor número de
elementos debidamente dispuestos (así, por ejemplo, diríamos que el sistema nervioso de un
organismo es tanto más complejo cuanto mayor es el número de tareas que tiene
encomendadas). El todo, ya sea un cuerpo vivo o inerte, es la suma de sus partes, y no hay
nada en él que no esté comprendido en dichas partes. Carece del menor sentido identificar la
causa de su movimiento con un principio formal irreductible, tal como hacía Aristóteles.
Servirse de alma o conceptos similares para estudiar cuerpos en física, biología o medicina es
introducir confusión allí donde debiera reinar la claridad, si es que se aspira a obtener
conocimiento verdadero. Dicha confusión nace precisamente de la mezcla indebida de
elementos de distinta naturaleza, provocando con ello un desorden que impide conocer con
distinción qué es una cosa y qué es otra. Para Descartes, es preciso trazar una nítida línea
divisoria entre alma y cuerpo. Sólo los seres humanos poseen alma porque sólo ellos piensan,
y pensar es la única función de la que no es posible dar cuenta sumando o agregando partes.
En este sentido Descartes no tiene una concepción mecanicista de la mente. Su teoría de las
dos sustancias, la res extensa y la res cogitans, se encuentra por debajo de esta distinción. El
pensamiento es precisamente aquello que define el alma, de manera que ser animado es
sinónimo de ser racional.

Ahora bien, puesto que el pensamiento es atributo exclusivo de los seres humanos, resulta
entonces que el resto de los seres vivos (animales y plantas) y, por supuesto la materia inerte,
carecen de alma. Llegamos así a una Naturaleza desalmada o privada de alma, única que
puede ser estudiada desde lo que en sí misma es, y no desde lo que los humanos proyectan
sobre ella. Es necesario entonces, para Descartes establecer claramente las diferencias: toda
física animista es una física antropomórfica, que da cuenta de la naturaleza de los cuerpos
incorporando en ellos algo que no les pertenece, de modo tal que si se pretende conocer la
materia, terrestre y celeste, a través de la introducción subrepticia de características propias
de la mente, no se formularán proposiciones sobre el objeto físico propiamente dicho, sino
sobre una confusa y oscura mezcla de objeto físico y psicológico. Consecuentemente, la teoría
de la materia y de los movimientos se verá profundamente trastocada. No es de extrañar, por
tanto, que se hable de elementos materiales, definidos por sus cualidades y tendencias, y de
movimientos naturales concebidos teleológicamente, como si el agua, la tierra, el aire y el
fuego fueran capaces de proponerse fin alguno. En la Naturaleza hay movimiento y hay
cambio, pero no cualidades, tendencias, fines o principios intrínsecos de movimiento
(llámeseles alma o de cualquier otra manera). Luego, el animismo ha de ser radicalmente
desterrado. El modo de comportamiento de lo material no es similar al de los seres animados
(que son los seres racionales), sino al de las máquinas. Dicho breve y tajantemente, la
disyuntiva sería: o todo piensa (porque todo está animado), o únicamente los hombres
piensan (porque sólo ellos tienen 'anima'). En este segundo caso, lo que no es humano se
reduce a cuerpo sin alma. Pero justamente eso son las máquinas. En consecuencia, lo natural
es mecánico. En los Principios de Filosofía, Descartes afirma esto mismo en los siguientes
términos: Para acceder al conocimiento de los cuerpos que percibimos por nuestros sentidos
me ha sido de gran utilidad el ejemplo de cuerpos varios, hechos gracias al artificio de los
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hombres: pues no reconozco ninguna diferencia entre las máquinas que hacen los artesanos y
los diversos cuerpos que la naturaleza ha formado por sus propios medios. (...) además es
cierto que todas las reglas de la mecánica pertenecen a la física, de modo que todas las cosas
que son artificiales, son por ello mismo naturales. Así. Por ejemplo, cuando un reloj marca las
horas sirviéndose de las ruedas de las que está hecho. Esto no es menos natural en el que es a
un árbol dar sus frutos (Descartes, 1967, p. 330). La distinción aristotélica entre ser natural (la
materia y sus cinco elementos, las plantas y los animales) y ser fabricado se ha diluido hasta el
punto de que lo mecánico es natural y lo natural es mecánico. Las mismas reglas rigen uno y
otro ámbito; por eso afirma Descartes que la mecánica pertenece a la física. Más aun, la física
es mecánica. Ello pone de manifiesto el completo cambio de enfoque respecto del modelo
clásico. En las antípodas de lo que ha representado la obra de Aristóteles, una concepción
radicalmente mecanicista de la Naturaleza se abre paso. Pero el espíritu matemático y el uso
de un modelo mecanicista atravesó las disciplinas, de modo que puede señalarse como
ejemplo claro del papel que han cumplido estos elementos, en el descubrimiento de la
circulación de la sangre por parte de W. Harvey. Con relación al primer aspecto, puede
señalarse que Harvey utilizó mediciones directas de la capacidad del corazón en hombres,
perros y ovejas, que multiplicadas por la frecuencia cardiaca le dieron cantidades totalmente
incompatibles con la teoría de Galeno de la producción continua de sangre. Resultó
fundamental así, el hecho de poner en juego una visión cuantitativa -matemática- de lo
viviente. La matemática en la forma de razonamiento cuantitativo dio a Harvey una rápida
comprensión de la necesidad de una nueva fisiología y proveyó un argumento poderoso para
sus ideas sobre la circulación. El camino que recorre Harvey para su descubrimiento, tal como
lo presenta en De Motus Cordis de 1628, estaba sólidamente basado en investigaciones
anatómicas -incluyendo una gran variedad de observaciones directas y experimentos notables
como el descubrimiento de la función de las válvulas en las venas y la estructura y acción del
corazón-. A través de ciertos cálculos pudo probar que la fisiología de Galeno era inadecuada.
Harvey encontró que "el jugo de la comida que había estado comiendo" simplemente no era
suficiente para suministrar "la abundancia de sangre que pasaba a través" del corazón. Y por
eso Harvey escribió: "comencé a recapacitar yo mismo" si la sangre "no podría tener una clase
de movimiento, como si fuera un círculo (...) y mucho tiempo después encontré que era
verdad". La concepción de Harvey de la circulación de la sangre fue un tremendo avance en la
ciencia humana. Mostró que el corazón con sus válvulas actúa a la manera de una bomba de
agua, forzando a la sangre a fluir en un circuito continuo a través del cuerpo del animal. Esta
fue una afrenta directa a la doctrina de Galeno, que había dominado el pensamiento médico y
biológico desde hacía quince siglos y que consideraba que los seres vivos continuamente
manufacturan sangre para enviarla a través del cuerpo y ser consumida por las diferentes
partes para sus funciones vitales. Harvey cambio la primacía fisiológica de los órganos por el
corazón cuya función, dijo, era en gran medida mecánica. En este sentido sostiene F. Jacob: Se
suele decir que Harvey ha contribuido a la instauración del mecanicismo en el mundo viviente
al mostrar la analogía del corazón con una bomba y la de la circulación con un sistema
hidráulico. Pero se invierte así el orden de los factores. En realidad, es porque el corazón
funciona como una bomba que es accesible al estudio. Es porque la circulación se analiza en
términos de volúmenes, de flujo, de velocidad, que Harvey puede hacer con la sangre
experiencias similares a las que realiza Galileo con las piedras. Ya que el mismo Harvey, cuando
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se plantea el problema de la generación que no tiene relación con esta forma de mecanicismo,
no puede sacar ninguna conclusión (Jacob, 1977, p. 63). Debe destacarse, finalmente, la
generalizada preocupación de los autores del siglo XVII por hallar el método adecuado para, en
palabras de Descartes, "conducir bien a la razón", habida cuenta de los errores gruesos en que
la humanidad había caído desde la antigüedad y que fueron puestos al descubierto por las
nuevas teorías científicas. Tanto filósofos racionalistas como el ya citado Descartes (en su
"Discurso sobre el método", que no es otra cosa que la introducción a la física cartesiana, ya
olvidada hoy) y B. Spinoza (en su "Ética more geométrico", una demostración axiomática de la
metafísica spinoziana) o empiristas como F. Bacon, intentan resolver el problema del método.
Bacon, en su obra más conocida (Novum Organum) arremete contra las "fuentes del error"
que él llama ídola o falsa imagen: Los ídolos y las falsas nociones que han ocupado ya el
entendimiento humano y han arraigado profundamente en él no sólo asedian las mentes
humanas haciendo difícil el acceso a la verdad, sino que incluso en el caso de que se diera y
concediera el acceso, esos ídolos saldrán de nuevo al encuentro, y causarán molestias en la
misma restauración de las ciencias, a no ser que los hombres, prevenidos contra ellos, se
defiendan en la medida de lo posible. Son cuatro las clases de Ídolos que asedian las mentes
humanas. Para mayor claridad les hemos puesto nombres, de forma que a la primera clase la
llamamos Ídolos de la Tribu, a la segunda Ídolos de la Caverna, a la tercera Ídolos del Foro y a
la cuarta Ídolos del Teatro. El remedio adecuado para la expulsión y alejamiento de los Ídolos
es la obtención de Nociones y Axiomas por medio de la verdadera inducción. Sin embargo, es
muy útil la indicación de los Ídolos, pues la doctrina de los Ídolos ocupa con respecto a la
Interpretación de la Naturaleza el mismo papel que la doctrina de las Refutaciones Sofísticas
con respecto a la dialéctica vulgar. Los Ídolos de la Tribu están fundados en la misma
naturaleza humana y en la misma tribu o raza humana. Pues es falso afirmar que el sentido
humano es la medida de las cosas; muy al contrario: todas las percepciones, tanto las de los
sentidos como las de la mente, son por analogía humana y no por analogía con el universo. El
entendimiento humano es semejante a un espejo que refleja desigualmente los rayos de la
naturaleza, pues mezcla su naturaleza con la naturaleza de las cosas, distorsionando y
recubriendo a esta última.

Los Ídolos de la Caverna son los ídolos del hombre individual. En efecto: cada cual [además de
las aberraciones de la naturaleza humana en general] tiene un espejo o caverna propia que
rompe y corrompe la luz de la naturaleza ya sea por la naturaleza propia y singular de cada uno
o por la educación y trato con los demás o por la lectura de libros y la autoridad de aquellos
que cada cual cultiva y admira, o bien por la diferencia de las impresiones, según ocurran en
un ánimo ocupado de antemano y predispuesto o en un ánimo tranquilo y reposado. Pues el
espíritu humano [tal como aparece dispuesto en los individuos particulares] es diverso y está
completamente perturbado y procede de forma azarosa, por lo que muy bien dijo Heráclito
que los hombres buscan las ciencias en mundos menores y no en el mundo mayor o común.
Hay también Ídolos que surgen del acuerdo y de la asociación del género humano entre sí y a
los cuales solemos llamar Ídolos del Foro, a causa del comercio y consorcio entre los seres
humanos; pues los hombres se asocian por medio de los discursos, pero los nombres se
imponen a las cosas a partir de la comprensión del vulgo. Así, una mala e inadecuada
imposición de nombres mantiene ocupado el entendimiento de una manera asombrosa. Las
definiciones o explicaciones con que los doctos han acostumbrado a defenderse y protegerse
Epistemología de la Ciencia 2023

en algunos casos son completamente incapaces de restablecer la situación, sino que las
palabras ejercen una extraordinaria violencia sobre el entendimiento y perturban todo,
llevando a los hombres a innumerables e inanes controversias y ficciones. Finalmente están los
Ídolos que inmigraron a los ánimos de los hombres desde los diferentes dogmas de las
filosofías y también a partir de las perversas leyes de las demostraciones, a los cuales
denominaremos Ídolos del Teatro, puesto que cuantas filosofías se han recibido e inventado
pensamos que son otras tantas fábulas compuestas y representadas en las cuales se forjaron
mundos ficticios y teatrales. Y no hablamos tan sólo de las filosofías y sectas actuales o
antiguas, puesto que pueden componerse y combinarse otras muchas fábulas de este tipo.
Ciertamente: las causas de errores completamente diferentes son, sin embargo, casi idénticas.
Y tampoco decimos esto únicamente de las filosofías generales, sino también de muchos
principios y axiomas de las ciencias, los cuales se impusieron por tradición, por credulidad y
por negligencia (Bacon, 1984, p. 85). El panorama en los siglos XIX y XX. Como se ha visto en la
síntesis anterior es posible encontrar reflexiones sobre el conocimiento científico ya desde la
antigüedad. Sin embargo, y a pesar de ello, se considerará aquí que la epistemología se inicia
con pensadores de la segunda mitad del siglo XIX y se consolida institucionalmente en el siglo
XX con el Círculo de Viena y algunos adherentes y seguidores. Su concreción fue resultado de
procesos de diverso origen, significación y alcance tanto en la ciencia como en la filosofía. Ellos
dieron lugar a una relación inédita entre filosofía y ciencia en el siglo XX, relación que
presupone por un lado el proceso irreversible de la consolidación autónoma de la ciencia
divorciada definitivamente de la 'filosofía de la naturaleza' y, por otro, la constitución de una
nueva disciplina filosófica, la 'filosofía de la ciencia', que llevará a cabo una tarea también
inédita en el análisis, ya no solamente del conocimiento en un sentido general, sino de ese tipo
particular de conocimiento que es el conocimiento científico. Se señalarán a continuación,
brevemente, los rasgos más sobresalientes que contribuyeron a la concreción de este
complejo proceso. La profesionalización de la ciencia. Si bien las grandes sociedades científicas
(fundamentalmente la Royal Society inglesa, la Academie des Sciences francesa) existían desde
el siglo XVII, no habrían de alcanzar un papel preponderante en la investigación científica hasta
mucho más adelante, debido probablemente al carácter no profesional de sus integrantes, no
demasiado numerosos por cierto, y a su carácter un tanto elitista y excluyente. La misma
instrucción científica en las universidades se centraba casi exclusivamente en las matemáticas
y en las disciplinas científicas ya desarrolladas, todas de fuerte estructura matemática
(Mecánica, Astronomía, etc.). No incluía, sin embargo, entrenamiento en la investigación
experimental, ni eran objeto de enseñanza las disciplinas que estaban aún en proceso de
constitución y que sólo disponían de muchos resultados experimentales y de teorías
cualitativas y empíricas (así la física, la química, etc.). Pero, la creciente confianza en la ciencia,
impulsada por la Ilustración y la Revolución Francesa, condujo de manera creciente a la
institucionalización y profesionalización estricta de los científicos. A partir de la creación de la
Politécnica de París, en 1794, se abre un periodo en que surgen nuevas universidades, o se
reforman las existentes, para introducir en ellas las nuevas disciplinas y el entrenamiento en la
investigación de laboratorio. El resultado es la unión de la enseñanza y el diseño de la
investigación, la constitución de una comunidad científica estable, profesionalizada y
claramente definida y el aumento de la comunicación entre los practicantes de la ciencia. Lo
más importante es que se hace efectivo el principio de la investigación socialmente
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organizada, frente a las iniciativas individuales y privadas predominantes hasta ese momento.
Una de las consecuencias importantes de este proceso será el desarrollo e interconexión entre
las distintas disciplinas o áreas de conocimiento. El desarrollo de nuevas disciplinas y ramas de
la ciencia. La culminación de la Revolución Científica llevada a cabo por Newton con la nueva
física y la generalización de las leyes de la mecánica tanto a los fenómenos terrestres como a
los celestes marcó a fuego el desarrollo posterior de la ciencia en el sentido de lograr integrar
los nuevos fenómenos que se fueron detectando dentro del modelo newtoniano de partículas
y fuerzas en interacción. Se vuelve hegemónica una concepción mecanicista-materialista según
la cual, la ciencia proporcionaba un conocimiento inmediato de la realidad, sus observaciones
eran fiables y podía dar cuenta de cualquier fenómeno merced a la combinación legalifome y
causal de partículas y fuerzas materiales. En un clima de optimismo creciente se suponía que
todos los aspectos de la materia y, si se quiere, de la realidad podían ser explicados desde esos
supuestos. La primera mitad del s. XIX supone la integración en esa concepción de numerosos
aspectos que hasta ese momento se habían considerado propiedades no sistematizadas de la
materia y, por tanto, particulares de los cuerpos y objeto de explicación de la filosofía natural.
El desarrollo es especialmente espectacular en física, donde la combinación entre la
experimentación precisa y la teoría matemática abstracta permiten una profundidad de
conocimiento y una potencia de aplicación sin precedentes (cf. entre otros Bernal, 1954;
Randall, 1940; Cohen, 1989). Campos y dominios nuevos pasan a ser controlados por la
ciencia, conectándose y explicándose los numerosos datos y fenómenos que la filosofía
experimental de la naturaleza había ido recopilando y clasificando pacientemente a lo largo del
s. XVIII. Así, la electricidad y el magnetismo se unificaron, primero experimentalmente y luego
teóricamente; poco después se observaron sus conexiones con la luz. Al mismo tiempo la
óptica ondulatoria reformulada por Young y Fresnel es reconocida y se unifican los conceptos
de calor y trabajo, dando origen a la termodinámica. También la química alcanza un desarrollo
inusitado. Ya disponía de fundamentos teóricos desde comienzos de siglo (la conservación de
la masa y la nomenclatura química de Lavoisier, además de la controvertida, por aquel
entonces, teoría atómica de Dalton) y se desarrollaba, simultáneamente, clasificando
sustancias y resolviendo problemas teóricos (síntesis química, peso atómico, etc.). La
aplicación de la teoría a la experimentación facilitaría el desarrollo de la química orgánica y,
junto con la observación controlada, la tabla periódica de los elementos que permite predecir
las propiedades de elementos que posteriormente se irían descubriendo. También la biología
se desprende definitivamente de los preceptos aristotélicos, fundamentalmente (aunque no
exclusivamente) merced a la biología evolucionista darwiniana (Jacob, 1970). Algo similar
ocurre con las ciencias de la tierra a partir de Hutton y Lyell (Gould, 1992). El siglo XIX marca el
surgimiento, ya con una impronta netamente moderna de las ciencias sociales. Es decir,
aquellos aspectos del ser humano que exceden lo biológico, comienzan a ser objeto de
estudio científico, extendiéndose el alcance de la ciencia a dominios hasta entonces exclusivos
de la filosofía cuando no de la religión. El divorcio entre ciencia y filosofía se fue profundizando
a la par de los crecientes contactos entre disciplinas concretas. De algún modo la irrupción de
las geometrías no euclidianas viene a terminar con la idea de que podía alcanzarse un
conocimiento verdadero del mundo sin necesidad de recurrir a la experiencia, es decir a través
de conocimientos sintéticos a priori. Más allá de esta proclama antikantiana, se pone de
manifiesto la insuficiencia de la evidencia de axiomas y postulados como criterio de verdad, al
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tiempo que comienza a crecer la idea que sirve de fundamento a los sistemas axiomáticos
modernos. Poco a poco va cimentándose la creencia en que la única forma de adquirir
conocimiento es la experimentación combinada con la matematización, cuando sea posible, y
el descubrimiento de leyes. Al mismo tiempo el modelo de ciencia por antonomasia resulta la
física newtoniana y sus derivaciones, que se convierte en el núcleo en torno al cual se
aglutinan las otras ciencias, tanto como proveedora del 'método científico' como por ser
considerada modelo de cientificidad. Se consolida el optimismo en cuanto a que la
investigación continuada acabará llevando inevitablemente a la unidad de la ciencia. La
ruptura de los límites de la experiencia ordinaria y del sentido común. En paralelo con los
desarrollos señalados, se produce un cambio cualitativo en el carácter de la ciencia -
fundamentalmente las naturales-, en la medida en que comienzan, y ya de una manera ya
irreversible, a dejar de ocuparse de los fenómenos de la experiencia ordinaria para dar cuenta
de las entidades y leyes que ella misma postula para explicar la realidad, utilizando de manera
creciente e insoslayable conceptos que hacen referencia a entidades inobservables: "(...) en
suma, [los científicos] buscaron validar el objetivo de comprender el mundo visible postulando
un mundo invisible cuyo comportamiento era la causa de lo observable" (Laudan, 1984, p.
150). Además, la disponibilidad de instrumental cada vez más poderoso y preciso amplía
desmesuradamente la experiencia disponible, también contradiciendo muchas veces la
experiencia ordinaria y, por otro lado, favoreciendo la reconstrucción ideal y simplificada de
algunos fenómenos en los laboratorios. La coherencia entre los nuevos desarrollos teóricos
con los de otros campos científicos prevalece por sobre la correspondencia con el sentido
común y la experiencia ordinaria. Este distanciamiento llega a su punto culminante con la crisis
del paradigma newtoniano y el desarrollo posterior de la Teoría de la Relatividad y la Mecánica
Cuántica. Esta crisis que se produce en las últimas décadas del siglo XIX afecta los aspectos
considerados hasta ese entonces más fiables del conocimiento científico: la concepción
mecanicista-materialista como marco conceptual básico, la física clásica y la matemática. Por
ello mismo el carácter de esta crisis afecta no solamente a una teoría o conjunto de teorías,
sino también a la estructura global de la ciencia, de sus conexiones internas, de la fiabilidad y
eficacia de la experimentación y de la utilización de los modelos matemáticos. De modo tal
que es el propio desarrollo de la ciencia, según sus propias pautas autónomas, la que lleva a la
crisis de la visión mecanicista del mundo, que constituyera su origen filosófico general, en
tanto concepción general del mundo. Los problemas concretos que llevaron a esta situación se
pueden resumir, básicamente, en tres puntos (Sánchez-Navarro, 1988):  Los problemas del
éter y el concepto de campo: en este caso las dificultades se originan a partir de la integración
entre electricidad y magnetismo. El problema consistía en que las 'fuerzas' eléctricas y
magnéticas eran atractivas y repulsivas al mismo tiempo y actuaban perpendicularmente al
flujo de corriente y dependiendo de la velocidad de la carga, algo difícil de explicar
mecánicamente. La propuesta de las líneas de fuerza de Faraday llevaba ya implícito el
concepto de campo. Cuando Maxwell matematiza la teoría se observa que la noción
fundamental es, precisamente, la de campo, no las de carga o partícula. Para dar una
explicación mecánica se recurre al éter mecánico por analogía con el éter luminífero usado en
la óptica ondulatoria. Al desarrollar la teoría del campo electromagnético, Maxwell encuentra
que la velocidad de propagación de las ondas electromagnéticas es la misma que la velocidad
de la luz, así que identifica la luz con una vibración electromagnética en el éter. Cuando Hertz
Epistemología de la Ciencia 2023

detecta experimentalmente las ondas electromagnéticas, se considera una confirmación de la


teoría del campo electromagnético. El problema estaba en el éter: si se interpretaba
mecánicamente tenía que ser muy elástico y poco denso para cumplir los requisitos de la
óptica y, al mismo tiempo, rígido y continuo para satisfacer las exigencias del modelo de
átomo vortex de Lord Kelvin, lo que era inconcebible; si se interpretaba matemáticamente, se
dejaba de cumplir el requisito de explicación mecánica. El experimento de Michelson y Morley
complicó aún más la situación, pues o la Tierra estaba inmóvil, o el éter no existía. Todo ello
acabó llevando a la teoría de Lorentz, que proponía una física basada en conceptos
electromagnéticos y con un éter sin propiedades mecánicas (finalmente la teoría de campos
acabaría absorbiendo la mecánica). El primer golpe al mecanicismo estaba dado. 
Irreversibilidad y Mecánica Estadística: el segundo problema arrancaba de la segunda ley de la
Termodinámica. Esta afirmaba la irreversibilidad de los procesos térmicos. Puesto que el calor
se entendía mecánicamente como el movimiento de las partículas de un cuerpo, la cuestión
era construir un modelo mecánico de la ley. Para Lord Kelvin, la ley afirmaba la disipación de la
energía y no daba ningún modelo mecánico para los procesos térmicos. Clausius, sin embargo,
intentaba construir modelos mecánicos para las leyes de la Termodinámica basándose en
movimientos moleculares. Así recurre al concepto de entropía que denotaba el carácter
direccional de los procesos físicos. El problema se presentaba en la teoría cinética que
concebía los gases como partículas en movimiento. Para dar cuenta de las propiedades de la
materia y de la estructura molecular se requería una teoría estadística del movimiento
molecular. Y eso, a su vez, llevaba o bien a la violación de la ley de la entropía (pues habría
moléculas individuales frías que transferirían calor a otras calientes) o bien a la interpretación
estadística de la segunda ley de la Termodinámica, lo que afectaba al determinismo fuerte
exigido por la concepción mecanicista.  La radiación térmica y el concepto de energía:
finalmente, el tercer problema provenía del intento de encontrar una fórmula de la
distribución de la energía según las longitudes de onda en todo el intervalo de longitudes de
onda de la radiación térmica. Wien había propuesto una fórmula que describía la distribución
en las ondas cortas y predecía el máximo característico del espectro de la radiación, pero
fallaba en las ondas largas. A su vez, Rayleigh propuso otra que describía muy bien la
distribución para las ondas largas, pero de ella se deducía que cuanto más corta fuera la
longitud de onda, mayor debía ser la intensidad de radiación sin limitación alguna, hasta llegar
a la 'catástrofe ultravioleta'. La propuesta de solución de Planck consistió en encontrar una
fórmula de interpolación que permitía la conexión de la parte adecuada de cada una de las
otras dos. El problema era que la explicación de la ecuación de Planck exigía que la energía no
fuera continua, sino 'cuantizada'. Así formuló su hipótesis de los quanta, que tampoco
encajaba en los supuestos mecanicistas. Junto con estas, se produjeron otras dificultades
como el efecto fotoeléctrico, los espectros de rayas, etc., que acabarían llevando a la Teoría de
la Relatividad y la Mecánica Cuántica. El resultado de todo ello fue la crisis de la concepción
mecanicista-materialista y, poco después, de toda la física clásica. Estos tres complejos
procesos llevaron a la crisis de la concepción mecanicista-materialista y, poco después, de toda
la física clásica. Crisis que no se reducía a desnudar la necesidad de sustitución de unas teorías
por otras, sino que, además generó una serie de interrogantes y discusiones de naturaleza
filosófica: ¿cuál es el status ontológico de las entidades postuladas por la ciencia?; ¿cuál es la
relación entre la realidad física y las teorías?, ¿cómo se determina la verdad o la aceptabilidad
Epistemología de la Ciencia 2023

de éstas?; ¿cuál es el status de los modelos teóricos?; ¿deben ser modelos mecánicos o
pueden ser simplemente matemáticos?; ¿qué papel ha de asignarse a los modelos
estadísticos?; ¿y a los analógicos?, etc. Los conceptos y teorías envueltos en la crisis de la física
clásica están muy lejos del conocimiento ordinario y, lo que es más importante, la crisis se
produce porque las restricciones impuestas a la ciencia por el sentido común bajo la forma del
mecanicismo-materialista estaban siendo violadas. La articulación de la ciencia con el
conocimiento natural y la experiencia ordinaria es, a partir de ahora, una tarea de la propia
ciencia que los relativizará y modificará tras un proceso más o menos largo. Lo que se
comienza a pedir de la filosofía no es que proporcione un conocimiento por sí o una síntesis
abarcadora de los conocimientos proporcionados por la ciencia, sino que ayude a clarificar los
problemas que la actividad científica genera. Las primeras respuestas ante los problemas y la
crisis planteada provienen de los científicos, pero constituyen el origen de la filosofía de la
ciencia dado que se trata de verdaderos problemas que la ciencia no podrá resolver a través de
sus prácticas habituales y que generan cuestiones fundamentales, propias de la filosofía.
Puesto que los problemas se plantean en un momento de crisis, todas las respuestas van a
tener un componente falibilista que, desde entonces, será una característica distintiva de la
ciencia: el conocimiento científico no es, ni puede llegar a ser un conocimiento absoluto. Así,
para Hertz las afirmaciones de la física se refieren a sectores limitados de la naturaleza y su
validez se limita a ellos. Lo que la física, y por extensión la ciencia, pretende es construir
imágenes de los fenómenos, imágenes que son invención humana, y no construir un cuadro
exhaustivo de la naturaleza que penetre en la esencia de las cosas. Sus imágenes son
decidibles por la satisfacción de ciertas condiciones intrínsecas, como la coherencia y la
concordancia con los hechos experimentales conocidos, no por la correspondencia con las
esencias de las cosas. Por su parte, para Planck la ciencia debe dar una imagen ordenada y
coherente del mundo. Desarrollándose progresivamente va adecuándose cada vez más, en un
proceso sin fin, a la estructura del mundo real, pero sólo llega a ella por aproximación. En este
caso, la dificultad está en que hay un desacuerdo entre el mundo real y el de los fenómenos de
la experiencia ordinaria. En consecuencia, la creencia en la realidad perdurable de la
naturaleza es imprescindible para el desarrollo teórico de la ciencia, pero, al mismo tiempo, la
realidad que aparece como punto de referencia final es incognoscible. Sólo queda un
conocimiento aproximativo y sin final, a menos que se muestre de hecho que no se puede
seguir perfeccionando la ciencia (una posición semejante es la de Meyerson con su distinción
entre leyes descriptivas y predictivas de los fenómenos y leyes causales explicativas que
determinan la identidad de lo que persiste a través de los cambios de la naturaleza). Tanto
Hertz como Planck están guiados por sus propias investigaciones. El primero por su trabajo
experimental sobre las ondas electromagnéticas que favorecía la teoría del campo
electromagnético; el segundo por la justificación de los 'quanta', aun más increíbles que la
'teoría del campo'. Pero esa misma separación entre las teorías científicas, los fenómenos y la
realidad 'teórica' llevaba a otros autores a rechazar el realismo, incluso el más moderado, en
favor de posiciones empiristas o convencionalistas. Avenarius y Mach defendían un empirismo
sensitivista según el cual todas las ideas son rastreables hasta llegar a las sensaciones que las
originaron. Los conceptos teóricos son, entonces, ficciones mentales que ayudan
instrumentalmente a la sistematización y organización de las observaciones y las impresiones
sensoriales, pero sólo éstas tienen existencia real. Los conceptos teóricos se justifican por
Epistemología de la Ciencia 2023

razones de simplicidad, economía, sencillez, etc. Así, sólo tienen validez cognitiva las
afirmaciones del conocimiento empírico que pueden basarse en impresiones sensoriales.
Podría pensarse que este empirismo llevaría al rechazo de los nuevos conceptos que violaban
el sentido común, como el 'campo electromagnético', etc., pero su función era la contraria: si
no hay entidades teóricas y la única función de los conceptos teóricos es ayudar a la
sistematización de la experiencia, tanto da el éter como el campo electromagnético. Puesto
que el primero no cumple ninguna función y sólo sirve de obstáculo, mientras el segundo
sistematiza y tiene consecuencias observables, la elección es evidente. Sobre esta misma base,
Mach (KOLAKOWSKI, 1988) llegaba a discutir la relevancia de nociones tan arraigadas en el
sentido común y en el mecanicismo como el espacio y el tiempo absolutos. Sobre estos
supuestos, Ostwald llegó a construir una teoría físico-química basada en el concepto de
energía y sin hacer ninguna mención a átomos o moléculas (pese a que Ostwald, en otros
aspectos, no era un empirista, sino un energetista). Ciertamente, el interés básico de Mach y
Avenarius era la disputa con los neokantianos y lo que buscaban era eliminar las 'formas'
transcendentes y las entidades extrañas que estos introducían en física (KOLAKOWSKI, 1988;
SUPPE, 1974), pero, una vez embarcados en esa tarea, tenían que rechazar también las
numerosas entidades introducidas para satisfacer las exigencias de la explicación mecánica (en
especial los átomos inobservables). Por su parte, Duhem y Poincaré mantenían posiciones
convencionalistas que intentaban evitar las dudas sobre el status ontológico de las entidades
teóricas y, al mismo tiempo, reflejaban los elementos arbitrarios y los componentes
formalistas (simplicidad, sencillez, coherencia, etc.) que intervenían en la construcción de
teorías. Las leyes, en última instancia, eran convenciones que se mantenían por decisiones
metodológicas. El único requisito era que se salvaran los fenómenos, pero, puesto que las
teorías se aplican en bloque, basta con introducir en ellas los reajustes necesarios para que lo
consigan. Así las razones para mantener una teoría no son empíricas, sino metodológicas, y su
rechazo es, igualmente, resultado de una convención. Más interesante aun es la polémica
sobre los modelos y la explicación mecánica. El problema central es si las teorías deben
construir modelos físicos o matemáticos. Puesto que, en cualquier caso, se asume el
mecanicismo como visión del mundo, lo que está en discusión es cuál es la relación de estos
modelos con la realidad: si meramente reflejan su estructura o si, además, deben incorporar
compromisos con la existencia de ciertas entidades y si han de entenderse como
homomórficos, aproximados o isomórficos con los sistemas reales. Pero también se incluye el
problema de la relación entre ciencia, observación y sentido común cuando se discute la
naturaleza de los modelos estadísticos y la exigencia de construir modelos analógicos para
salvar la explicación mecánica. Incluso entra en juego la cuestión de cuál es la teoría en torno a
la que debe articularse el resto de la física. Durante varios años Lord Kelvin, Clausius, Maxwell
y Boltzmann estuvieron envueltos en esta disputa. Desarrollo de la biología, las ciencias
sociales e interacciones Finalmente otros dos factores fundamentales están representados por
el desarrollo de la biología y, sobre todo, el nacimiento de las ciencias sociales, que permiten al
conocimiento científico irrumpir en un campo hasta entonces exclusivo de la filosofía (y, en
ciertos aspectos, de la religión): el estudio del ser humano. F. Jacob, haciendo una lectura
'interna' de la historia de la ciencia biológica, señala que el proceso se resuelve en los
siguientes pasos: Desde el siglo XVI vemos así aparecer en cuatro ocasiones una nueva
organización (de lo viviente), una estructura de orden cada vez superior: primero, a principios
Epistemología de la Ciencia 2023

del siglo XVII, la combinación de las superficies visibles, (...); después, a finales del siglo XVIII la
'organización', la estructura de orden dos que engloba órganos y funciones y termina por
resolverse en células; le sigue, a comienzos del siglo XX los cromosomas y los genes;
finalmente, a mediados de este siglo la molécula de ácido nucleico (Jacob, 1970). Pero,
además, es necesario tener en cuenta que en la biología del siglo XIX, se ha producido no sólo
una revolución interna, sino la que ha sido, probablemente, la más grande revolución cultural
de Occidente provocada por una teoría científica: la aparición de la teoría darwiniana de la
evolución. Merced a lo que Freud calificó como la "segunda herida narcisista" de la
humanidad, finalmente se termina de expulsar del ámbito de lo natural los residuos
aristotélico-bíblicos de un mundo teleológico. La diversidad de especies y sus cambios
comienzan a tener su explicación a través de mecanismos naturales. Finalmente, el siglo XIX es
el de la consolidación de las ciencias sociales modernas, las cuales luego del impulso inicial de
la 'física social' de A. Comte, fueron poco a poco generando sus propios campos cada vez más
específicos y delimitados. La impronta de la física newtoniana como modelo de investigación,
metodológico y de cientificidad, marcará a fuego durante muchas décadas las principales
líneas de desarrollo de las incipientes ciencias sociales. A partir de la segunda mitad del siglo
XIX comienza a crecer la influencia de la biología evolucionista darwiniana sobre otras áreas de
las ciencias sociales dando lugar a un sinnúmero de explicaciones naturalistas (evolucionistas)
en los ámbitos propios de la antropología, sociología, psicología (Gould, 1986, Harris, 1985;
Timasheff, 1955). Puede hacerse una lectura global de las interacciones entre ciencias
naturales y sociales a partir del surgimiento de la ciencia moderna señalando: a) desde la
Revolución Científica, las ciencias naturales y la matemática han sido las que proveyeron los
modelos utilizados por las actualmente llamadas ciencias sociales. b) hay, básicamente, dos
líneas de influencias fundamentales: una que tiene como proveedora de modelos a la física
que se inicia primero merced a los éxitos de la física de Newton y otra que se apoya en las
ciencias biológicas y que fue creciendo en importancia a medida que se fue consolidando la
biología en general y la biología evolucionista -y teorías asociadas- en particular. Estas dos
líneas se han ido consolidando desde la Revolución Científica en adelante y durante el siglo XIX
se pudo asistir al apogeo de ambas, siendo profusamente utilizadas en las incipientes ciencias
sociales aunque con algunas especificidades: mientras que por una parte la física matemática,
consistente en la nueva mecánica racional más la física de la energía, tenía una profunda
influencia sobre la economía, los modelos provenientes de las ciencias biológicas, tales como
por ejemplo la teoría celular y la teoría de la evolución, resultaron sumamente influyentes en
el área de las teorías de la morfología social y la conducta. Como quiera que sea, la ciencia va
adquiriendo características inéditas, a la par que se apropia de campos reservados hasta ese
momento a la filosofía, cuando no a la religión, y culmina presentándose como la única forma
genuina de conocimiento.

Bibliografía.

Cohen, I. (1989). Revolución en la ciencia. Gedisa. Barcelona. Eggers Lan, C. (1995). El


nacimiento de la matemática en Grecia. Eudeba. Bs As.

Jacob, F. (1986). La lógica de lo viviente. Salvat. Barcelona.


Epistemología de la Ciencia 2023

Lakatos, I. y Musgrave, A. (1975). La crítica y el desarrollo del conocimiento. Grijalbo.


Barcelona.

Palma, H. (s/a). Documento: Perspectivas históricas entre filosofía y ciencia. UNSAM. Bs. As.
Whitehead, A. (1949). La ciencia y el mundo moderno. Losada. Bs. As.

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