Está en la página 1de 2

¿Cómo es flotar sobre la prosa?

He vivido 19 años en tres noches cortas, le he dado la vuelta al mundo en cerca de tan
solo 700 horas y he caminado sobre los pensamientos de un insecto con cabeza humana.
Buenos días, profesora, buenos días, compañeros, y buenos días a mis amigos los libros.
Mi nombre es Andrea Ruiz y estoy parada hoy frente a ustedes porque el tiempo se ha
abalanzado sobre mi cariño y el amor que le tengo a los libros ya no lo puedo retener
solo para mí. Con un poco de suerte los llevaré a mi posición y podrán comprender mi
locura. La lectura le saca y le da minutos al reloj, te mueve sin tener que levantar un
dedo. La lectura es una bocanada de aire luego de estar sumergida. La lectura es un
escape. La lectura es vida.

Según lo que me cuentan mis padres, yo era muy callada de pequeña. Yo le atribuyo la
causa a que podría ya desde ese entonces querer capturar el sabor de las palabras que
comía por los ojos para no dejarlo ir de la punta de mi lengua. De las luces de recuerdos
que parpadean al pensar en mi niñez, la que brilla más que el resto es la imagen de un
libro por el cual aún sigo impresionada por sus hermosas ilustraciones, el tamaño de las
tapas y hojas que fácilmente, en mi altura para esa edad, podía igualarme con unos
centímetros más y, sobre todo, por la magia de fantasía que dejó en mí cuando pasé por
sus frases, revoloteando entre letra y letra junto con las hadas de las que hablaban esos
párrafos. Ahí empezaron las llamas de mi enamoramiento que se sofocaron un par de
años, y se reanimaron tiempo después hasta ahora.

Los libros me rescataron de la realidad, pero se olvidaron de mi cuerpo. Me llevaron a


visitar el mar para navegarlo junto a Odiseo y los pobres sobrevivientes de las
maldiciones de los orgullosos dioses, solamente con las estrellas y la luna como guías.
Me tomaron de la mano cuando bajé los círculos rojos del infierno junto a Dante,
escuchando las palabras del sabio Virgilio. Me vieron y no juzgaron cuando empaticé
con el ermitaño más gruñón del que Dostoievski pudo escribir. Me consolaron cuando
me lamenté por la crueldad de la humanidad dispuesta al monstruo que ese jovenzuelo
Frankenstein creyéndose Dios le dio vida. Me entendieron cuando mis lágrimas
desagradecidamente derramé sobre el papel y hermosamente mancillaron las
entrelíneas.

La lectura me permitió vivir y me dio anécdotas que apropié para contarlas como mías.
Recuerdo hace un año y no sé cuantos meses, cuando comencé a interesarme por las
travesías de entre frase y frase, luego de regresar de los elegantes aposentos de Dorian
Gray, me sentaba en la mesa junto a mi familia en los almuerzos a contarles como es
que un muchacho tan bello e inocente se había convertido en un vanidoso de alma
perturbada, como si yo misma fuese aquel mayordomo que trabajaba en su casa, en el
caso de que este haya descubierto el atroz e increíble secreto de un joven que solo era
joven rostro mas no en edad.

Aunque es un gusto adquirido, supongo, como en los colores, entre tantos títulos y
géneros se puede encontrar la tonalidad que combine la sensibilidad de cualquiera. Me
atrevo a decir que no he conocido el arcoíris pues me he dedicado a estudiar los
marrones que, de su gama más extensa, me he inclinado por los más claros que
comprenden los clásicos más poéticos, extravagantes, nostálgicos y entrañables que
jamás han podido ser escritos y que, para mí, no comparten el mismo cielo que la
mayormente banalidad de lo contemporáneo. Vivo cautivada por las palabras
rebuscadas y los desordenados versos de Dante, y el amor y adoración de Mary Shelley
por la naturaleza, pero, aun así, no descarto la posibilidad de saltar entre franjas, porque
eso es lo interesante de leer, terminar pintada de todos los colores.

Así que, después de haber dejado caer las cartas en que puse mi demencia sobre la mesa
y que mi objetividad haya sido corrompida, ¿has entendido cómo es flotar sobre la
prosa? Cuando no se comprende el propósito natural de uno, es normal querer aferrarse
a la idea de a lo que te podrías convertir en unas cuantas horas. Tal vez un valiente
soldado, un humano santo en vida, un desfigurado con buen corazón o un intrépido
detective que busca verdades. No lo sé, no obstante, es ahí que las palabras entran con la
luz por la ventana y caen en la hoja para que, seguido de haberse tatuado en la
superficie, se impregnen en ti. De los labios del alma de Oscar Wilde una vez salió: “La
mayoría de la gente es otra gente, sus pensamientos son las opiniones de alguien más,
sus vidas una imitación, sus pasiones una cita”. Entonces, dije yo, que mi vida sea una
descarada copia de mis personajes favoritos. Gracias por haber prestado oído a mi desliz
y por haber guardado algo de interés por mi perspectiva. De esto, espero a que al menos
haya podido separar sus párpados cuando mencioné a alguno de quienes cambiaron mi
persona.

También podría gustarte