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Apunte Nº 3
Apunte Nº 3
AIEP La Serena
TEORÍA DE LA CONSTITUCIÓN
Teoría de la Constitución: Estado constitucional y democrático
2. El movimiento constitucional
La significación moderna de la Constitución tiene su origen en las doctrinas del Contrato Social,
formuladas en el siglo XVII (Locke) y dominantes en el siglo XVIII (Rousseau) que remitían el nacimiento de
la sociedad política a un pacto social originario. Desde esa perspectiva, la Constitución aparece como la
confirmación de ese pacto, que no puede sino ser el fruto de la voluntad creadora del pueblo soberano.
El movimiento constitucional trataba de sustituir las leyes de naturaleza consuetudinaria que se habían ido
forjando a través de la historia, por Constituciones escritas concebidas para limitar el despotismo de los
poderes monárquicos. En el espíritu de los hombres del siglo XVIII, la Constitución tiene por objeto no sólo
contener el ejercicio del poder, sino también proteger a los individuos de la arbitrariedad de quien detenta ese
poder. Por ello, a partir de ese momento, el régimen constitucional no es sólo un régimen que posee una
Constitución, sino también que garantiza la libertad personal y, especialmente, la seguridad individual.
Por ello, en esta primera fase de expansión del Estado constitucional en el siglo XIX la Constitución era
fundamentalmente una premisa política, que se situaba fuera del ordenamiento jurídico, cuyo vértice no era la
Constitución sino la ley. Por esta razón, en este período se habla más que de un Estado constitucional de
Derecho, de un Estado legal de Derecho.
De este movimiento constitucional se derivan los llamados principios del constitucionalismo clásico.
Dicho en pocas palabras, se trata del contenido material necesario para la organización fundamental del
Estado (por ejemplo, el artículo 5º, inciso 2º, de la Constitución establece como limitación en el ejercicio de la
soberanía, los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana). En resumidas cuentas, la supremacía
puede distinguir las siguientes vertientes: Forma o formal (competencial); Fondo o sustancial (material);
Mixta o híbrida (reserva legal: elementos competenciales y materiales).
B) Las constituciones deben ser rígidas: el principio de la supremacía de la Constitución queda reafirmado
cuando se establece que ésta no puede ser derogada o modificada en los mismos términos que una ley
ordinaria. Para el constitucionalismo clásico solamente las Constituciones rígidas son Constituciones
propiamente tales. Esto no implica que las Constituciones sean irreformables, sino que sólo se exige que el
quórum de modificación o derogación sea más alto que una ley ordinaria.
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Cuando las Constituciones son irreformables, es decir, aquellas que contienen las llamadas cláusulas pétreas,
pueden dar lugar a una quiebra institucional, ya que la Constitución al no poder modificarse no podría
adaptarse a los nuevos cambios sociales (así ocurrió en Chile con la Constitución de 1828, llamada
“Constitución liberal”, que se estableció en uno de sus artículos que no se reformaría en un período
determinado, lo que dio lugar, entre otras causas, en el año 1829, a la Batalla de Lircay). No obstante este
principio, el ejemplo más típico de una carta no rígida lo constituye la Constitución inglesa, que se
caracteriza por ser flexible en su mecanismo de modificación, es decir, se puede modificar en los mismos
términos que una ley ordinaria.
C) Las Constituciones deben ser escritas: por motivos de seguridad jurídica y claridad se estima que las
normas fundamentales deben estar contenidas en un documento único, orgánico y solemne. En cuanto al
documento único significa que la Constitución no debe estar dispersa en diferentes textos constitucionales. Es
orgánica por cuanto debe constituir un todo orgánico que regule una pluralidad de materias. Es solemne por
cuanto debe ser aprobada con cierta solemnidad, debido a la importancia de constituir el texto de mayor
jerarquía dentro del ordenamiento jurídico. Nuevamente la excepción la encontramos en el caso de la
Constitución de Inglaterra.
D) La Constitución debe tener una declaración de derechos fundamentales y sus respectivas garantías: este
principio se refiera a la parte dogmática de la Constitución, es decir, a aquella parte que contiene el catálogo
de derechos fundamentales. La declaración representa la proclamación en el texto constitucional de dichos
derechos que el pueblo ha elevado a la categoría de fundamentales. Los derechos fundamentales se
transforman, en consecuencia, en garantías individuales cuando son consagrados en el texto constitucional, y
en tanto cuanto estén allí establecidos pueden ser protegidos por los mecanismos jurisdiccionales
correspondientes.
Cuando se habla de garantías se está haciendo referencia a los mecanismos existentes para proteger o tutelar
dichos derechos constitucionales. Así por ejemplo, la Constitución chilena en su artículo 21, a fin de
garantizar el derecho a la libertad personal y seguridad individual, establece la acción constitucional de
amparo, o también llamado en la doctrina como “habeas corpus”. Del mismo modo la Carta de 1980 en su
artículo 20 configura la acción constitucional de protección, cuyo objetivo es tutelar los derechos
fundamentales, expresamente señalados en dicho artículo. Cabe precisar un aspecto terminológico sobre esta
cuestión, ya que, por regla general, en la doctrina comparada, cuando se habla de un recurso que tutela los
derechos fundamentales, se habla de recurso de amparo, y en Chile el término recurso de amparo está
restringido solamente a los atentados a la libertad personal.
Particularmente destacables son las garantías que la Carta configura en el artículo 19 nº 3. En el caso de la
Constitución de los EEUU de 1787, hay que destacar que su texto original no contenía una declaración de
derechos; solamente a partir de 1791 se agregaron las diez primeras enmiendas que hacen referencia a la
temática de los derechos constitucionales.
En este contexto es destacable el tenor de la enmienda 9ª que indica “La enumeración de ciertos derechos que
se hace en esta Constitución no deberá interpretarse como denegación o menoscabo de otros derechos que
conserva el pueblo”. Esto es, no por el hecho de que la Constitución enumera ciertos derechos ha de
entenderse que niega o menosprecia otros que retiene el pueblo.
E) La separación de poderes o funciones: como ya sabemos, junto con la garantía de los derechos
individuales, el principio de la separación de poderes fue elevado a un verdadero dogma político en el artículo
16 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. La tesis de la separación de los poderes fue
planteada por Locke en Inglaterra y Montesquieu en Francia.
La titularidad del poder constituyente reside en el pueblo o en la Nación: en sentido amplio, el poder estatal
se relaciona con el pueblo.
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Se refiere al llamado Poder Constituyente originario, esto es, la capacidad del pueblo de darse una
Constitución. En el ejercicio de dicho Poder Constituyente originario el pueblo “constituye” a los poderes
públicos, estableciendo los llamados “poderes constituidos”, que actúan en nombre y representación del
pueblo. Salvo el Poder Judicial, que se somete indirectamente al pueblo por vía de la aplicación del Derecho,
tanto el Poder Ejecutivo como el Poder Legislativo actúan como representantes directos de los ciudadanos
(más o menos ese es el sentido del artículo 5º de la Constitución chilena).
Dicho en otras palabras, se considera a los poderes públicos como poderes constituidos, ya que alguien los
constituyó, en este caso el pueblo, en el ejercicio del poder constituyente originario. Esta es la diferencia más
diáfana entre Poder Constituyente y Poder Constituido.
Los poderes constituidos, particularmente el Legislativo, pueden también ejercer el llamado Poder
Constituyente derivado, esto es, aquel que tiene por objeto reformar o modificar la Constitución (en Chile está
radicado en el Congreso Nacional y en el Presidente de la República), y recibe tal denominación pues deriva
sus atribuciones, como ya se ha dicho, del Poder Constituyente originario, que se radica en el pueblo. En
síntesis, podemos decir que el Poder Constituyente es aquél que posee la facultad de crear o modificar la
Constitución.
De acuerdo a esta definición se distingue entre un Poder Constituyente originario (es decir que crea una
Constitución) y un Poder Constituyente derivado (aquel que modifica o reforma la Constitución). El Poder
Constituyente originario opera cuando, por ejemplo, nace un Estado a la vida independiente. Chile cuando
nace como Estado en 1818 ejercita el Poder Constituyente originario. Del mismo modo, también se ejerce el
Poder Constituyente originario cuando hay una quiebra institucional en un país (por ejemplo, en el caso
chileno, el 11 de septiembre de 1973).
En esa circunstancia histórica, la Constitución de 1925 fue quebrada, y el Gobierno Militar emergente
comienza a gestar desde sus orígenes una nueva Constitución, es decir, en este caso existe el ejercicio de un
Poder Constituyente originario).
El Poder Constituyente originario, no obstante emerger del pueblo, tiene ciertas limitaciones. En primer lugar,
siempre debe reconocer los derechos fundamentales. En segundo lugar, el Poder Constituyente originario está
limitado por las normas internacionales sobre Derechos Humanos. Los mecanismos idóneos para ejercer el
Poder Constituyente originario son:
1º Una asamblea constituyente, que esté integrada por un grupo de personas elegidas por el pueblo y que
tiene por finalidad crear una Constitución. Este mecanismo de la Asamblea Constituyente nunca ha operado
en Chile, pero sí en otros países, por ejemplo Brasil y Venezuela. La importancia es que la Constitución que
emerge de dicha Asamblea Constituyente no debe ser ratificada posteriormente por el pueblo.
2º El pueblo a través de un plebiscito. En este caso se reúne un grupo de personas especializadas en temas
constitucionales lo más pluralista posible, que tiene por finalidad crear una Constitución, y una vez que esta
Constitución nace, el pueblo la debe ratificar mediante un plebiscito.
Por ejemplo, como ocurrió en Chile el año 1980, y como aconteció en España el año 1978. Respecto al poder
Constituyente derivado la única limitación que debe observar su ejercicio son los mecanismos que la propia
Constitución señala para su reforma. Por ejemplo, la Constitución chilena, en el capítulo XIV, en los artículos
127 y siguientes, señala los mecanismos de reforma de la Constitución.
Ahora, debemos aproximarnos a la noción originaria de “Poder Constituyente”, íntimamente vinculada con el
problema del origen y la legitimidad de los documentos constitucionales, el cual posee –a lo menos en el
modo en el que el poder constituyente se configuró en la modernidad, esto es, como momento de “autonomía
de lo político”1- una ineludible dimensión política y fundacional.
Según la literatura que sigue la tradición de Carl SCHMITT, el Poder Constituyente es un poder político
“extralegal” porque actúa antes de la legalidad que pretende fundar y da origen a la constitución normativa;
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expresado de otro modo, el Poder Constituyente sería un poder “no legal” (ilegal ante la eventual constitución
anterior y prelegal con relación a la nueva constitución creada por el mismo).
En esta misma línea, Fernando ATRIA indica que el “poder constituyente no es un poder normativo,
conferido por una norma anterior. Es obvio –prosigue- por qué no puede ser entendido de ese modo: porque
no hay (¡por definición!) ninguna norma anterior en que el poder constituyente se funde. Si hubiere tal norma
–concluye-, no se trataría de poder constituyente, sino constituido (por esa norma)”; haciendo, en
consecuencia, disímiles los conceptos de Poder Constituyente y Poder de Reforma.
Dicho en otras palabras, citando a Antonio NEGRI, para esta posición “el poder constituyente es un
acontecimiento voluntario absoluto”, y cuya “inmanencia es tan profunda que a primera vista se echa en falta
la relación misma entre poder constituyente y poder constituido”.
En este contexto, “el poder constituyente es entonces un poder fundador, originario, prejurídico, soberano y
absoluto, que rompe con el régimen anterior o se expresa sobre la continuidad del mismo a través de reformas
constitucionales”. No obstante, “el concepto mismo de poder constituyente, tal y como se plantea en la
tradición jurídica de la modernidad, como potencia originaria e incondicionada, entra en crisis (…) el poder
constituyente había sido definido siempre (en los términos de la modernidad) como un poder extraordinario
frente a la legitimidad ordinaria de la Constitución, aquí se elimina todo carácter extraordinario, porque, a
través de su reducción a lo social (animado por el trabajo vivo), al poder constituyente se le reconoce la
capacidad ordinaria de actuar en términos ontológicos.
El poder constituyente es una potencia creativa del ser, es decir, de figuras concretas de lo real, valores,
instituciones y lógicas de ordenación de lo real. El poder constituyente constituye la sociedad, identificando lo
social y lo político en un nexo ontológico”
Cabe recordar que Thomas JEFFERSON planteaba su tesis de “la reactivación periódica del poder
constituyente”, con ello consideraba que “se debe abrir períodicamente un proceso constituyente que cree
nuevo poder constituido con el fin de fortalecer las libertades y la salud pública. Es necesario –decía- un
reemplazo generacional: “Los muertos no son nada. La tierra pertenece a los vivos. Por lo tanto, toda
Constitución, toda ley, expira naturalmente al final de 19 años. Si fuera impuesta por más tiempo constituiría
una acto de fuerza, no de derecho””. Esta tesis era una solución alternativa frente a los acontecimientos
revolucionarios, de ruptura con el régimen anterior, en donde las transiciones revolucionarias “se suelen llevar
a cabo con medios autoritarios que contradicen sus propios fines”.
Baste como ejemplo de esto último, el proceso constituyente autoritario que culmina con la actual
Constitución de 1980, que fue altamente revolucionario y que provocó en la práctica una verdadera
“reprogramación neoliberal” de la sociedad chilena, que estaba, en ese contexto histórico, en estado de shock
al producirse dicha reprogramación por vía constitucional: “Para Milton Friedman, el estado social de shock
tras una catástrofe es la oportunidad, incluso el instante supremo, para nueva impregnación neoliberal de la
sociedad. El régimen neoliberal, por tanto, opera con el shock. El shock desimpregna y vacía el alma.
Desarma a la sociedad hasta el punto de que se someta voluntariamente a una reprogramación radical”.
El cambio constitucional no es algo inusual y la mayoría se han producido en los últimos 25 años. No hay una
receta única e incluso se pueden combinar los mecanismos dependiendo de la realidad político-social, eso sí,
debe existir una fuerte dosis de legitimidad (participación, transparencia e inclusión), asegurando la
representación de mayor cantidad de grupos sociales y políticos.
Ilustrativo resulta el informe del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) sobre
“Mecanismos de cambio constitucional en el mundo: análisis desde la experiencia comparada” de 2015. El
Informe se fundamenta en diversos procesos de cambio constitucional, principalmente, entre 1947 y 2015, en
donde es posible distinguir cuatro grandes mecanismos utilizados en diversos procesos constituyentes:
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a) Poder Legislativo (por ejemplo, China en 1954, 1975, 1978 y 1982, Grecia 1975 y Polonia 1997), también
posee la modalidad del Congreso o Parlamento constituyente (por ejemplo, Sudáfrica 1996, Perú 1993, India
1950 y España 1978).
b) Asamblea Constituyente (por ejemplo, Bolivia 2009; Colombia 1991, Ecuador 2008, Venezuela 1999, Irán
1979 y Portugal 1976).
c) Comisión de Expertos (por ejemplo, Chile 1980, Argelia 1996, Filipinas 1987 y Francia 1958).
Así, “el texto constitucional que redactase la Comisión Constitucional no sólo podría ser modificado por el
Parlamento sino que no entraría en vigor a menos que cumpliese con el procedimiento de revisión
constitucional establecido en la Constitución vigente”. En suma, “el proceso constituyente islandés se quedó a
principio del camino. Siendo vanguardia en cuestión de participación y transparencia, tanto el proceso en sí
como los resultados obtenidos no son satisfactorios. La Sentencia del Tribunal Supremo que anuló el proceso
electoral de la Asamblea Constituyente, la regulación de una Comisión Constitucional supeditada al
Parlamento, la apuesta del Parlamento por un referéndum no vinculante y su voluntad de no seguir adelante
con la revisión constitucional son hechos que fueron minando progresivamente el proceso hasta su
finalización”.
Por último, la pregunta que surge por si sola es la siguiente: ¿En lo que viene de nuestro proceso
constituyente, será posible canalizar una real participación ciudadana, especialmente teniendo en cuenta el
nuevo mecanismo propuesto de la “Convención Constitucional”? Lamentablemente, la respuesta a este
interrogante genera más dudas que certezas.
Por una parte, se puede concluir que la “Convención Constitucional” plantea un verdadero oxímoron (esto es,
combinar dos expresiones de significado opuestos en una misma estructura), entre poder constituyente
(prejurídico e ilimitado) y poder constituido reformador (jurídico y limitado por la Constitución).
Generándose, en consecuencia, “la congelación del poder constituyente que quedaba absorbido por el poder
constituído”2. Particularidad que si permitiría, a lo menos teóricamente, canalizar la participación ciudadana
en la generación de la Nueva Constitución por una vía institucional; destacando, eso sí, su excepcionalidad
como mecanismo constituyente a la luz de las experiencias comparadas anteriormente mencionadas.
Por otra parte, sin embargo, el proyecto de reforma no precisa cómo se integrará la referida Convención, ni el
sistema de nombramiento, ni la elección de sus integrantes, no quedando claro, en definitiva, cuál sería el
grado de participación ciudadana requerido, a fin de cumplir los estándares de legitimación democrática
suficientes. Más complicado aún sería, si fracasara el mecanismo de la “Convención Constitucional” en el
Congreso Nacional (bastaría 1/3 más uno de cualquiera de las Cámaras para que naufragara la iniciativa), en
esta circunstancia el proceso podría ser “capturado” nuevamente por el establishment político nacional, con
las consecuencias previsibles de ello para la participación ciudadana.
De ahí que, a mi parecer, no sea para nada auspicioso el devenir de este “tiempo constitucional” que hemos
vivido relativamente como sociedad política. A lo menos hubo un entusiasmo y voluntad política inicial, pero
ello no basta para concluir con éxito este tremendo desafío de generar –por primera vez- una Constitución
Democrática para Chile. Baste el ejemplo de Islandia.
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Ahora bien, como consecuencia de las transformaciones políticas, económicas y sociales que se produjeron en
el mundo con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, se dictan varias Constituciones, por ejemplo la
Constitución de Weimar (1919) y la Constitución Austriaca (1920), que incorporan los denominados
principios del neoconstitucionalismo.
I.- La Constitución comienza a ser considerada como norma jurídica: esto significa que ella es directamente
aplicable dentro del ordenamiento. Circunstancia que se hace extensiva a los valores, principios y garantías
fundamentales configurados en la Constitución; particularmente importante en esta visión neo-constitucional,
es considerar a la Constitución como una norma axiológica y con cláusulas abiertas, con una fuerte
materialización integrada de valores y principios (baste como ejemplo, el capítulo I de la Carta, de la Bases de
la Institucionalidad), muy cercano a las tesis del ius naturalismo. De ahí que, los poderes públicos,
especialmente la Administración y el Legislador, no sólo deben someter su acción a las leyes, sino también a
los valores y principios constitucionales, que son directamente aplicables a dichos poderes (art. 6º de la
Constitución). Cabe recordar en este punto que, para la tradición constitucional europea (continental), la
Constitución no era una norma jurídica, sino un documento político, por lo tanto, no era Derecho
inmediatamente aplicable sino que necesitaba de una ley para cobrar fuerza obligatoria efectiva (por ejemplo,
la Constitución francesa de 1791).
II.- Incorporación en la Constitución de los derechos de contenido económico y social: a partir de la crisis
del Estado liberal de Derecho, los ordenamientos constitucionales comienzan a incorporar los llamados
derechos sociales o de prestación, que colocan al Estado en la obligatoriedad de satisfacer dichos derechos
configurados en la Constitución. Por ejemplo, el derecho a la salud, al trabajo, a la seguridad social, etc.
III.- El fortalecimiento o vigorización del Poder Ejecutivo: a partir de esa época histórica surgió la
necesidad de que las decisiones políticas debían ser rápidas y también debían poseer un alto grado de
conocimiento técnico, de ahí que el Ejecutivo comienza a aumentar sus atribuciones, particularmente en el
ámbito normativo. Por ejemplo, el Ejecutivo se transforma en colegislador, en este sentido, puede presentar
iniciativas de ley, puede presentar urgencias para una tramitación rápida de una ley, al momento de promulgar
una ley puede vetarla, etc.
También en este período la Administración comienza a asumir la atribución de dictar los llamados
reglamentos independientes, es decir, aquellos que el Presidente dicta sin previa autorización de ley. Estos
reglamentos autónomos están configurados en el artículo 32 nº 6 de la Constitución. También se crea la
facultad del Ejecutivo de dictar la llamada legislación delegada, es decir, aquella que se dicta previa
delegación de facultades del Congreso Nacional. La Constitución chilena en su artículo 64 la denomina
Decretos con fuerza de ley.
IV.- Ampliación del cuerpo electoral: esto permitió una participación más activa de los ciudadanos en el
proceso político y trajo como consecuencia la aplicación del sufragio universal, es decir, aquél que permite el
voto de todas las personas, sean hombres o mujeres, mayores de 18 años, sean o no analfabetos.
En Chile, el sufragio universal en las votaciones comienza a ser aplicado en el año 1970, con la elección
presidencial de ese año.
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V.- Se reconoce constitucionalmente a los partidos políticos: es decir, a estas fuerzas políticas se les
incorpora en los textos constitucionales y se les reconoce como elementos fundamentales dentro del sistema
democrático. En la actualidad no puede concebirse un sistema democrático sin la existencia de partidos
políticos. En Chile se reconocen constitucionalmente los partidos políticos a partir del año 1970, a raíz de la
reforma constitucional que se llevó a cabo de la Carta de 1925 y que se denominó “Estatuto de Garantías
Democráticas o Constitucionales”. En la Constitución de 1980 hay un reconocimiento expreso de los partidos
políticos en el art. 19 Nº 15, inciso 5º, y existe también la Ley Orgánica Constitucional que regula el
funcionamiento de dichos partidos.
La doctrina Alemana elaboró a finales del XIX la distinción entre Constitución en sentido formal y
Constitución en sentido material, distinción que se ha sentido con fuerza en la doctrina francesa e Italiana. La
Constitución en sentido formal alude a la Constitución escrita, la norma de más alto rango del ordenamiento
la norma suprema que se distingue del resto de las normas. El mantenimiento de su supremacía implica, por
una parte, que no puede ser reformada en el mismo procedimiento que una ley ordinaria y, por otra, la
necesidad de establecer un sistema que permita controlar efectivamente la conformidad de normas inferiores a
la Constitución.
A su vez, en sentido material la Constitución alude a su contenido o sustancia de la materia que regula; se
refiere a los poderes públicos, las garantías individuales, al régimen político, y a todo cuanto se considere
como constitutivo esencial del respectivo régimen político. En última instancia, se está haciendo mención al
conjunto de valores que normalmente integran el sistema político respectivo (v.gr., el artículo 1º de la
Constitución chilena y española).
Ambas nociones no siempre coinciden, así se podría afirmar que, por un lado, ni todo el Derecho
constitucional está contenido en la Constitución (en tal sentido la constitución escrita puede dejar fuera
normas que, sin embargo, se refieren al ejercicio del poder, es decir que son materialmente constitucionales;
como acontece, por ejemplo, con las constituciones del mundo musulmán que incorporan como parte material
de las mismas las normas contenidas en el Corán, así lo indica el art. 4º de la Carta de Irán de 1979, o como
ocurre, vía artículo 5º de nuestra Constitución, con los tratados internacionales que contienen derechos
humanos) y, por el otro, en el contenido de algunos textos constitucionales aparecen disposiciones que nada
tienen que ver con las reglas fundamentales, que tienen que ver con la organización y ejercicio de poder en el
estado y que por estar constituidas en la Carta serían solo formulaciones constitucionales (por ejemplo, el art.
25 de la Constitución Suiza que prohíbe el sacrificio según el rito Israelí, o el art. 2º de la Carta de 1980, o la
enmienda nº 2 de la Constitución de los EEUU que hace referencia al derecho del pueblo a poseer y portar
armas).
En suma, todo este conjunto de normas fundamentales que recoge formal y materialmente la Carta
política conforma lo que se denomina el bloque de la constitucionalidad, que es el fundamento del llamado
principio de juridicidad (art. 6º).
En este asunto, nuestro país también ha considerado ciertas prácticas o costumbres constitucionales,
como aconteció hasta el año 1970 con los Decretos con fuerza de ley, o como acontecía hasta hace poco con
la creación de comisiones especiales de fiscalización por parte de la Cámara de Diputados (no obstante que el
antiguo art. 48 nº 1 no se considera expresamente dicha opción, si lo considera en la actualidad el art. 52 nº 1
letra c) o como también sucedía con la cuenta al país –del estado administrativo y político de la Nación ante el
Congreso Pleno- que estaba obligado a dar el Presidente de la República todos los 21 de mayo de cada año
(fecha que ahora recoge expresamente el inciso 3º del art. 24, después de la reforma de 2005).
c) Desde el punto de vista de su origen: están aquí las Constituciones otorgadas, pactadas y democráticas:
Las Constituciones otorgadas son aquellas en que el Monarca o el detentador del poder se autolimita, y
otorga unilateralmente una Constitución. Ejemplo de ello es la Constitución Francesa de 1814, y la
Constitución del Vaticano de 1929.
En segundo lugar están las Constituciones pactadas, éstas surgen cuando se ha producido un equilibrio
entre el poder del Monarca y el poder de los distintos estamentos de la sociedad. Este tipo de Cartas tuvo
lugar en el período denominado de la Constitución Estamentaria. Un ejemplo de una Constitución pactada lo
constituye la Carta Magna de 1215, y también la Constitución española de 1845.
Constituciones democráticas. Son aquellas que tienen su origen en la soberanía del pueblo, y que son
aprobadas a través de mecanismos que el constitucionalismo clásico considera como legítimos. Esto es,
aquella Carta que, tanto en su origen como en su contenido, refleja el principio democrático como una
manifestación de la soberanía del pueblo. En otras palabras, se reconoce la democracia como categoría
jurídico-política, que actúa como principio legitimador de la Constitución. Dentro de la categoría de
Constitución democrática, democracia y Constitución son conceptos que se generan y complementan. Como
indica el profesor español Manuel Aragón “la democracia como principio legitimador de la Constitución, es
decir, la soberanía del pueblo como categoría jurídica”.
La Constitución de 1980 no es, propiamente, una Constitución democrática, ya que ni en su origen, ni en
su contenido, refleja a cabalidad el principio democrático, manifestado en la soberanía del pueblo, como
principio legitimador de la misma. Otra cosa distinta es la eficacia de la Constitución, ya que como tal se
aplica en la práctica, pero otra cosa muy distinta es su legitimidad democrática.
h) Desde el punto de vista de la metodología con que se ha elaborado la Constitución, el profesor Manuel
García Pelayo distingue las siguientes Constituciones:
Constitución racional-normativa: es concebida como un sistema de normas capaz de planificar la vida
política, y expresa que sólo la razón puede imponer el orden y la Constitución es la creadora de dicho orden.
Para esta concepción la Constitución debe ser un documento escrito por una sola vez y para siempre, es decir,
establece la inmodificabilidad de la Constitución. Esta concepción es típica de la doctrina liberal.
Constitución histórico-tradicional: se expresa que la Constitución es el resultado de una lenta
transformación histórica. Tienen importancia los usos y las prácticas políticas. Para esta concepción es más
importante una Constitución consuetudinaria que una Constitución escrita. En definitiva, la Constitución es
producto de la costumbre y no de una determinada concepción racional.
Constitución sociológica: la Constitución es el modo de ser de un pueblo, con todo el complejo de sus
riquezas, su cultura y su carácter. Frente a la concepción racional, que plantea un deber ser, la concepción
sociológica plantea un determinado ser de las cosas; y frente a la concepción histórico-tradicional, la
diferencia radica en que ésta se planta hacia el pasado, y la concepción sociológica se plantea hacia el futuro,
y más precisamente hacia el presente.
Para la doctrina general, el consenso que se debe dar a fin de generar una Constitución democrática,
necesariamente se debe circunscribir a dos ámbitos del principio legitimador del pueblo:
1º La esfera externa, a partir de la cual se logre el concierto suficiente en torno a la forma procedimental
que origina la respectiva Constitución, que debe ser lo más democrática posible (por ejemplo, a través de una
comisión constituyente, lo más pluralista posible y que la Constitución elaborada por ésta sea a su vez
ratificada mediante plebiscito por el pueblo);
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2º La esfera interna, esto es, lo que la propia Constitución dice acerca de su propia legitimidad de
contenido, que debe configurar un sólido consenso en torno a su Estado de Derecho y a los valores que rigen
su orden fundamental. Respecto al principio legitimador externo pueden acontecer dos cosas: a) como es el
caso de la Constitución chilena, que la Carta haya sido originada mediante un procedimiento no democrático,
en cuyo supuesto se adolece de una clara falta de legitimidad de origen, sin perjuicio de que pretenda
legitimar su contenido mediante una eficacia basada exclusivamente en razones jurídico-formales, lo que trae
como consecuencia una aceptación tácita de ella; b) también puede ocurrir que una Constitución haya sido
generada democráticamente pero en su contenido no se ha establecido un Estado democrático. En esta
circunstancia puede tener en el principio democrático su validez y eficacia, pero nunca su legitimidad, es
decir, no sería exactamente una Constitución democrática. Por último, en cuanto al principio legitimador
interno, se debe plantear una legitimidad de la Constitución en su contenido, esto es, si su contenido material
manifiesta la congruencia entre la soberanía del pueblo y el Estado democrático que el pueblo a través de la
Constitución establece. Congruencia que tampoco existe en la Carta chilena, ya que ésta no ha sido generada
por la soberanía del pueblo, ni se ha establecido un verdadero Estado democrático en ella.
En este acápite, se abordarán los fundamentos y características del sistema mixto o comparado de jurisdicción
constitucional chilena antes de la reforma de 2005.
Se ha dicho que la Constitución es una norma jurídica, pero no cualquier norma, sino aquella de mayor
jerarquía dentro del ordenamiento jurídico. También se ha indicado que esta norma de jerarquía superior es
directamente aplicable a todos los poderes públicos y a los particulares (artículo 6° de la Constitución).
La Carta debe proteger su supremacía a través de los mecanismos de defensa jurídica que ella misma
establece. Esta defensa jurídica es lo que se denomina Jurisdicción Constitucional, la cual, en general,
persigue proteger la supremacía de la Carta Fundamental, tanto en su aspecto formal como material (es decir,
su aspecto de forma como de fondo). Sobre el particular, cabe recordar también que los poderes públicos
están limitados por las normas constitucionales, razón por la cual la Jurisprudencia Constitucional, en última
instancia, como señala Mauro Cappelletti, implica un tipo de norma, instituciones y procedimientos que
persigue limitar y controlar el poder político.
Acerca de la jurisdicción difusa hay que recordar que este sistema aparece íntimamente relacionado con la
noción de Constitución como norma, particularmente con la experiencia constitucional de los Estados Unidos
en 1787. El constitucionalismo norteamericano determina una técnica de atribuir a la Constitución el valor
normativo superior, es lo que se denomina como el “higher law”, que significa el Derecho superior o más alto,
el que, a su vez, será apoyado sobre la llamada “judicial review”, o sea la facultad de declarar inconstitucional
las leyes que se contrapongan a la Constitución. Esta doctrina tiene su punto de partida en la importante
sentencia del juez Marshall en 1803, en el caso Marbury v/s Madison. En esa sentencia el Juez Marshall
aplica por primera vez el parámetro constitucional como Derecho superior sobre las Leyes Federales,
estableciendo la doctrina de que la Constitución es la norma de jerarquía superior y que todos los jueces están
encargados de velar por dicha supremacía.
Ver textos, que se adjuntan, de la sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos del caso Marbury v/s
Madison y explicación de algunas decisiones fundamentales de tal Corte (se entrega una copia resumida de
este fallo).
También denominado sistema autriaco-kelseniano, difiere del sistema norteamericano en puntos decisivos.
Entre los más importantes está el que se relaciona con el órgano encargado del control de constitucionalidad.
Al respecto el profesor Eduardo García de Enterría ha señalado lo siguiente: “frente al llamado control difuso
americano que implica que todos los jueces están habilitados para inaplicar las leyes cuando las juzgan
contrarias a la Constitución (multiplicidad de control, en el que, sin embargo, pone orden el principio de la
“stare decisis”, que vincula a los Tribunales inferiores a la jurisprudencia de la Corte Suprema de los Estados
Unidos), el sistema kelseniano configura un control concentrado confiado a un solo tribunal, el Tribunal
Constitucional, único habilitado para declarar la inconstitucionalidad de una ley, al cual deberán dirigirse los
Tribunales que estén en la duda de aplicar una ley”.
No obstante la influencia en este caso del sistema norteamericano, existía una diferencia fundamental respecto
de aquél, ya que el “recurso de inaplicabilidad” lo conocía exclusivamente la Corte Suprema y en los Estados
Unidos, además de la Corte Suprema Federal, lo conocen todos los tribunales ordinarios de los Estados
Unidos. Otra diferencia es que la resolución de la Corte Suprema chilena era sólo para el caso particular, y la
resolución de la Corte Suprema Federal (Estados Unidos), en virtud del principio de “stare decisis”, produce
efectos “erga omnes”, de efectos generales.
En cuanto al esquema kelseniano de un sistema de control concentrado, antes de la reforma de 2005, no era el
que estaba presente en la Carta Fundamental chilena en cuanto a la existencia de un Tribunal Constitucional,
ya que, no obstante la existencia de un Tribunal Constitucional autónomo, el Tribunal chileno no compartía
en general las características de los Tribunales Constitucionales europeos. La principal diferencia con los
Tribunales europeos partía, en primer lugar, del hecho que el Tribunal chileno estaba inserto dentro de un
sistema de Jurisdicción compartida, junto con la Corte Suprema, eso no ocurre en los tribunales europeos, ya
que la jurisdicción constitucional es exclusiva de los tribunales constitucionales.
La segunda diferencia es que el Tribunal Constitucional chileno no conocía de las llamadas “cuestiones de
constitucionalidad” que tienen por objeto declarar la inconstitucionalidad de una ley una vez que ésta haya
entrado en vigencia. En tercer lugar, el Tribunal Constitucional no posee aún la competencia para conocer del
llamado “recurso de amparo”, que protege los derechos fundamentales.
En el sistema europeo, por ejemplo, el alemán o el español, el Tribunal Constitucional o los Tribunales
Constitucionales conocen de dicho recurso de amparo, incluso por esa vía se pueden anular sentencias
judiciales. La razón fundamental de esta diferencia del Tribunal Constitucional chileno con el sistema europeo
radicaba en que la influencia que tomó el constituyente de 1980 fue el modelo del Consejo Constitucional
francés, que no es precisamente el paradigma del sistema europeo.
En resumidas cuentas, el sistema chileno de Jurisdicción Constitucional se caracterizaba por ser de una
naturaleza mixta o compartida. Es decir, por una parte estaba el Tribunal Constitucional, y por otra la Corte
Suprema.
Derecho Constitucional– Prof. Rodrigo Paredes D. AIEP La Serena
Ahora bien, en lo referente al Tribunal Constitucional, hay que recordar que tiene su origen en Chile en la
reforma constitucional de 1970, que modifica la Constitución de 1925 e incorpora un tribunal muy similar en
sus atribuciones al Consejo Constitucional francés. Este tribunal funcionó hasta 1973, y como producto del
Golpe de Estado de ese año, la Junta Militar pone término a sus funciones. La Constitución de 1980 restablece
este Tribunal Constitucional y lo regulaba en su capítulo VII, artículos 81 a 83. Además, en el año 1981 se
dicta una ley Orgánica que regula la organización y funciones del Tribunal Constitucional (Ley Orgánica N°
17.997). Actualmente, con la reforma de 2005, se vive la tercera etapa de nuestro Tribunal Constitucional,
cuya consagración se encuentra establecida en el capítulo VIII, artículos 92 a 94.