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AGUJEROS NEGROS

Fue el último físico cuyo singular perfil traspasó las barreras de la ciencia para llegar a convertirse,
como Einstein, en icono de la cultura popular. Su imagen ha quedado vinculada al campo que
captó el grueso de su trabajo, los agujeros negros. Los descubrimientos de Stephen Hawking (8
enero 1942–14 marzo 2018) proyectaron luz en la oscuridad de estos misteriosos objetos
astronómicos, pero al mismo tiempo abrieron preguntas que continuarán dando trabajo a los
científicos durante décadas.

En la mente del público, los agujeros negros se imaginan como inmensas aspiradoras cósmicas que
absorben todo lo que encuentran en su camino, incluso la luz. Una idea evocadora, pero
incorrecta: el agujero negro no es ni crea un vacío, sino todo lo contrario; atrae por efecto de la
gravedad, al ser tan descomunal la densidad de su masa. Se entiende así que nada deberíamos
temer si el Sol quedara sustituido por un agujero negro de su misma masa: aunque nuestro mundo
fuera mucho más oscuro, los planetas continuarían orbitando sin inmutarse, precisamente porque
la masa del agujero negro sería equivalente a la del Sol.

La existencia de los agujeros negros nace de la relatividad general publicada por Albert Einstein en
1915, y del trabajo posterior de Robert Oppenheimer, Karl Schwarzschild, Subrahmanyan
Chandrasekhar y otros. El espacio y el tiempo forman un tejido que se curva con la masa, como
una cama elástica. Un agujero negro es una bola tan pesada que tiene en su centro una
singularidad, una región tan infinitamente densa que hunde la cama elástica sin fondo. Cualquier
objeto que depositemos cerca tenderá a caer hacia la bola, por lo que el efecto gravitatorio del
agujero negro se deja notar en su entorno. Así, los astrofísicos han podido identificar muchos de
ellos al descubrirse objetos cósmicos orbitando en torno a una aparente nada; ese tirón
gravitatorio revela la presencia de algo que por otra parte es del todo invisible.

Estos agujeros negros suelen ser los llamados estelares; se originan tras la muerte de
una estrella que ya no puede seguir compensando su enorme gravedad con el flujo
que expulsa hacia el exterior, lo que comprime la materia que aún le queda hasta que
colapsa formando un agujero negro, de un par de decenas de veces la masa del Sol.
Estos son minúsculos en comparación con los que pueden acumular hasta millones
de masas solares, los supermasivos que ocupan el centro de muchas galaxias. En el
extremo opuesto, existen otros más diminutos que los estelares, microagujeros
negros formados en el universo temprano.

EL PUNTO DE NO RETORNO

Con independencia de su tamaño, todos ellos están rodeados por una frontera
invisible llamada horizonte de sucesos, el punto de no retorno más allá del cual nada
puede escapar, ni siquiera la luz. Alrededor del horizonte las masas de polvo y gas
se aceleran de tal modo por el gigantesco influjo de la gravedad que se calientan y
brillan, emitiendo radiación y formando a veces un disco de acreción, el cual
permite observar la sombra que el propio agujero negro proyecta sobre el anillo
luminoso. Gracias a este efecto, la colaboración de radiotelescopios terrestres Event
Horizon Telescope (EHT) logró el 10 de abril de 2019 ofrecer a la humanidad la
primera imagen de un agujero negro, que ocupa el centro de la galaxia M87.

En 1974 un estudio de Hawking publicado en  Nature sacudía la ciencia del momento al


proponer que los agujeros negros no lo eran tanto, ni crecían sin cesar como hasta
entonces asumían los físicos, incluido él mismo. Su genialidad consistió en
combinar dos mundos tradicionalmente irreconciliables, la relatividad general —la
gravedad einsteniana empleada para explicar la formación y evolución de los
agujeros negros— y la mecánica cuántica, que describe la naturaleza del mundo
subatómico. En sus trabajos anteriores Hawking había mostrado cómo la relatividad
llevaba a la singularidad de un agujero negro, pero entonces era necesario abrir el
baúl cuántico para explicar lo que allí ocurría.

Según explicaría Hawking en la versión de su teoría para el gran público —


formalmente incorrecta en aras de una mejor comprensión, como explicó el físico
Ethan Siegel—, la cuántica sugiere la continua creación de pares de partículas-
antipartículas virtuales que se aniquilan mutuamente casi al instante. Pero si esto
ocurre justo al borde del horizonte de sucesos de un agujero negro, puede resultar
que la antipartícula con energía negativa caiga hacia el interior, robando energía del
agujero negro, y que su pareja escape al espacio con idéntica energía positiva. Con
el tiempo, esto llevaría a la evaporación total del agujero negro sin que nada de
materia ni energía escapara de él; si bien, como precisaba Hawking en su estudio,
“para un agujero negro de masa solar esto es mucho más largo que la edad del
Universo”. En agujeros negros mucho más pequeños sería más rápido, culminando
con una explosión final equivalente a “1 millón de bombas de hidrógeno de 1
Mton”, escribía.

LA RADIACIÓN DE HAWKING

La demostración de Hawking de que los agujeros negros pueden emitir radiación es


“su resultado más importante”, apunta a OpenMind Juan Maldacena, físico del
Institute for Advanced Study de Princeton que ha aportado grandes contribuciones
en teoría de cuerdas y gravedad cuántica. Pero en su día esta radiación de Hawking
abrió un auténtico cisma entre físicos relativistas y cuánticos, ya que los segundos
encontraban un problema radical: si según la cuántica la información asociada a las
partículas nunca se destruye, pero nada de materia ni energía escapa jamás del
agujero negro, ¿cómo puede este simplemente desaparecer llevándose dicha
información fuera de la existencia?

La radiación de Hawking está ampliamente admitida por la física actual, si bien es


casi imposible llegar a medirla y por tanto verificarla: paradójicamente, la expulsan
en mayor cantidad los agujeros negros más pequeños e indetectables, mientras que
los grandes, aquellos que los astrofísicos pueden estudiar directamente, producen tan
poca que es indistinguible. Pero, al menos, en el laboratorio se ha logrado recrear un
fenómeno parecido: investigadores del Instituto de Tecnología de Israel Technion
han generado análogos de minúsculos agujeros negros que funcionan con el sonido
en lugar de la luz y en los que han conseguido demostrar algo similar a la radiación
de Hawking. Estos experimentos han confirmado dos predicciones del físico: que la
radiación es espontánea –se genera a partir del espacio vacío– y que es
estacionaria –no cambia de intensidad con el tiempo.

EL “PELO SUAVE” DE LOS AGUJEROS NEGROS

Pero por su parte, la llamada paradoja de la información ha permanecido como la


más importante de las preguntas abiertas por el trabajo de Hawking, en opinión de
Maldacena. Esta cuestión ha mantenido a los físicos ocupados en el último medio
siglo; entre ellos, al propio Hawking, que hasta su muerte buscó sin descanso la
teoría capaz de unificar la relatividad general y la mecánica cuántica, una teoría
cuántica de la gravedad que describa lo que sucede en los agujeros negros. 

Los últimos trabajos del célebre físico propusieron una solución a la recuperación de
información. En los años 70, John Wheeler —quien popularizó el término “agujero
negro”— y Jacob Bekenstein afirmaron que “los agujeros negros no tienen pelo”, en
el sentido de que “las únicas propiedades que un agujero negro podía tener eran su
masa, su carga eléctrica y su momento angular”, detalla a OpenMind el físico de la
Universidad de Cambridge Malcolm Perry, colaborador de Hawking. Así, “si
observaras un agujero negro no podrías saber nada sobre cómo se formó”, ya que
todo el resto de la información se pierde en su interior; por así decirlo, el horizonte
de sucesos es una frontera pelada, rasurada de toda información. 

Sin embargo, en 2018 Hawking, Perry y sus colaboradores encontraron un camino


teórico para proponer que los agujeros negros pueden tener “pelo suave”, “una
colección infinita de propiedades extra que un agujero negro puede tener”, dice
Perry. Según expone a OpenMind Marika Taylor, física de la Universidad de
Southampton cuya tesis doctoral fue dirigida por Hawking, este metafórico vello
“sugiere modos en que los agujeros negros pueden guardar un registro de la
información en su superficie, de modo que finalmente se recupera”.

Pero Perry advierte: si bien estas ideas avanzan hacia una posible resolución de la
paradoja de la información, no son la última palabra. “Mi visión es que el pelo suave
es parte de la resolución de estos rompecabezas, pero no toda; hay que seguir
avanzando”, dice. Recientemente han aparecido otros modelos adicionales al del pelo
suave. “En el último par de años han llegado interesantes novedades sobre la
recuperación de información de los agujeros negros”, añade Taylor. Para
Maldacena, estos nuevos avances suponen “hitos importantes en el análisis de la
paradoja de la información”.

Según Tom Banks, físico de la Universidad Rutgers que compartió discusiones


científicas con Hawking, las aportaciones del británico han sido “la pieza más
importante en el avance hacia la comprensión —todavía muy limitada— de la
conexión entre la mecánica cuántica y la relatividad general”, dice a OpenMind.
Este es un camino que lleva recorriéndose medio siglo y en el que queda mucho por
hacer. “El progreso es bueno, pero la escala de tiempo para resolver estos
problemas, los más profundos, es larga”, apunta a OpenMind el coautor del estudio
sobre el pelo suave Andrew Strominger, de la Universidad de Harvard; “llevamos
cien años tratando de entender los agujeros negros. Creo que podremos solucionarlo
en los próximos 50”.

Lamentablemente, lo que ya nunca llegará para Hawking es el Nobel, un premio que


no se concede a título póstumo y que el científico más popular de su tiempo no llegó
a recibir, dado que solo se otorga por resultados de física teórica cuando se verifican
experimentalmente. Una última paradoja hawkingiana fue que su colega Roger
Penrose recibió el galardón en 2020 por trabajos que en gran parte ambos
desarrollaron en colaboración. “El trabajo de Hawking estaba tan adelantado a los
experimentos relevantes que la evidencia experimental para avalarlo no estuvo
disponible durante la mayor parte de su vida”, apunta Taylor. “Si Hawking aún
hubiera estado vivo en 2020, parece probable que hubiera compartido el premio”.

Javier Yanes

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